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GASPAR OCTAVIO HERNÁNDEZ 29 ¿De quién eran las manos delicadas que resbalaban, derramando ungüentos por mis febriles sienes laceradas? ¿De quién era la voz que respondía a la voz de mis graves sufrimientos y que, por susurrante, parecía esa fugaz y trémula armonía con que murmura al roce de los vientos un lago, en noche de melancolía, cuando el silencio—en noble maridaje con la Quietud impera bajo el cielo y hace que entre la sombra del paisaje se escuche hasta la música de un vuelo? ¡Ah! ... .sólo sé que al despertar, cansado de aquel sueño, que fué sueño y delirio, sentí sobre mi pecho ensangrentado la inconfundible suavidad de un lirio. Era una mano de mujer. L-a mano de una mujer es óleo bendecido que cierra heridas en el pecho herido por el puñal del infortunio humano. Yo estaba en el dolor. Ye era el, doliente mancebo que tras lucha inesperada cayó—turbio el mirar; rota la frente; teñida en fresca sangre el pecho ardiente surcado por violenta cuchillada.—

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GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 29

¿De quién eran las manos delicadas que resbalaban, derramando ungüentos por mis febriles sienes laceradas?

¿De quién era la voz que respondía a la voz de mis graves sufrimientos y que, por susurrante, parecía esa fugaz y trémula armonía con que murmura al roce de los vientos un lago, en noche de melancolía, cuando el silencio—en noble maridaje con la Quietud impera bajo el cielo y hace que entre la sombra del paisaje se escuche hasta la música de un vuelo?

¡Ah! . . . .sólo sé que al despertar, cansado de aquel sueño, que fué sueño y delirio, sentí sobre mi pecho ensangrentado la inconfundible suavidad de un lirio.

Era una mano de mujer. L-a mano de una mujer es óleo bendecido que cierra heridas en el pecho herido por el puñal del infortunio humano.

Yo estaba en el dolor. Ye era el, doliente mancebo que tras lucha inesperada cayó—turbio el mirar; rota la frente; teñida en fresca sangre el pecho ardiente surcado por violenta cuchillada.—

30 LA COPA D E AMATISTA

Y a nadie, a nadie conmovió mi p e n a . . . . Sólo aquella mujer, aquella hermosa que, por dulce, por pálida y por buena, debió llevar sobre la faz serena el intangible nimbo de una diosa; sólo aquella mujer lavó mi herida y me condujo a lecho de ternura y en mis venas sin vida puso vida.

¿Quién era? ¿Adonde iba? Bajo el sol de qué cielo encarnó el alma de aquella generosa compasiva?

No sé. . . .Me basta recordar que ha sido óleo fragante para el pecho herido.

¿Por qué su afán de compasión?. . . .Tenía ocultas de su pecho en lo más hondo penas hermanas de la pena mía?

¿Por qué tan honda su piedad?. . . .Sabía de la historia de lágrimas que escondo?

¿Alguna vez, al ritmo de la danza me conoció? ¿Con madrigal sonoro tal vez la dije lírica alabanza una noche de amor y de esperanza, clara de luna y de luceros de o ro? . . . .

Los dos, alguna vez, fuimos acaso, aguas cautivas en la misma nube; pétalos de una flor dentro de un vaso; hilos de un mismo tul en faz de raso o alas de un mismo espléndido querube?

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 31

Ignoro de qué lago, de qué fuente se desprendió esa gota cristalina que refrescó mi enardecida frente; pero al mirarla pura y transparente pensé que fué su origen un luciente diáfano manantial de agua divina.

Fué siempre bella y t r i s t e . . . .Parecía que de su melancólica figura entre gasas de luz naciera el D í a . . . .

¡Ah! siempre alrededor de su belleza puso el Dolor un halo imperceptible de no sé qué dulcísima tristeza!

Eran inquisitivas sus miradas y parecían interrogaciones con signos luminosos formuladas.

Jamás estrella alguna tuvo tanta pureza en sus fulgores como esa faz de palidez de luna, hecha con hojas de nevadas flores!

Jamás en las praderas aparecieron lilas como aquellas dos lánguidas ojeras bajo aquellas dos lánguidas pupilas!

En las riberas de mis patrios mares —de naranjos prolíficos sembradas— de envidia palpitaran azahares, al roce de sus manos perfumadas!

32 LA COPA D E AMATISTA

¿Quién era?. . Al beso de la luna casta

me relató con timidez su h is tor ia . . . . Es una historia de mujer, que basta para inundar de sombra una memoria.

P A R A U N C I L G O

Abriéranse tus ojos, buen hombre, y sentirías la más consoladora de las consolaciones, al ver que aun en las noches de tus melancolías, tu amada—la más dulce de todas las Marías— vierte más luz que el oro de las constelaciones. ¡Oh! pobre hermano triste de ojos sin luz! Si vieras cómo es tu amada!.. Es grácil, es tierna, es pura, es leve como el jazmín que en sotos, jardines y praderas, en delicados senos y en finas cabelleras ostenta vestidura de puro albor de nieve.

¡Ah! Si pudieses verla, cuando infantil sonrisa resbala por sus labios—de donde huyó la Risa desde que tus pupilas eclipsó la Tristeza!

¡Ah! si mirar pudieras—cuando la Tarde prende del cielo en el alcázar cortinas carmesíes— con qué elegancia el busto de tu adorada esplende en el diván purpúreo donde su cuerpo extiende con las desenvoltura sensual de las huríes!

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 33

¡Oh! hermano que no puedes ver noches ni ver días: si a tus dormidos ojos volviera luz, al punto, de nuevo cegarías porque frente a la grácil amada quedarías con ojos yertos como los ojos de un difunto.

1915.

A F R O D I T A

Sí! Me odioba . . . me odiaba . . . . Mas un día yo vi arquearse en las marinas ondas sus caderas marmóreas y redondas que el sol poniente en púrpura encendía.

Y trocando por lúbrica alegría mis largas cuitas, mis tristezas hondas, súbito asime de sus trenzas blondas y, al arrullo del agua . . .la hice mía!

Su sangre orló de sedas carmesíes bordadas de granates y rubíes la intacta espuma y la ribera de oro.

Y Ella, al surgir del mar ensangrentado, era ante el cielo todo arrebolado Venus surgiendo de entre el mar sonoro!

34 LA COPA DB AMATISTA

SILENCIO SUPREMO

Aunque la Envidia su furor no agota por derrotarme, clavaré algún día mi bandera en la cumbre . . . .Todavía mi brazo lucha y mi bandera flota.

Antes que fugitivo en la derrota, caer prefiero en lid franca y bravia, abrazado en mi trágica agonía a mi bandera ensangrentada y rota.

No importa que en la orilla del camino sórdidos canes en inmundo coro ladrando intenten amenguar mi tino

cuando intento blandir mi alfanje de oro: ¡al sólo brillo del metal divino será silencio su ladrar sonoro!

CUENTO DE HADAS

i Cuando entró el caballero, reclinada

entre cojines de áurea bordadura la romántica virgen releía la historia de gentil desventurada en el sórdido arroyo de la orgía.

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 35

Era la amarga historia de una hermosa infeliz; de una de aquellas que pasan por la vida, sin más gloria que la de ser muy tristes y muy bellas; de una de esas mujeres doloridas que a rico amante sin amor se entregan por sus malos destinos impelidas, y se emponzoñan de siniestros vicios y, luego por la Tisis consumidas, como débiles flores se doblegan bajo el techo de pobres hospitales, donde la voz del Sufrimiento canta el himno doloroso de los niales.

¡Pobres mujeres que injurió el Martirio! Cuando empieza el dolor de su agonía se doblegan tranquilas, como un lirio que el rudo aliento del Invierno enfría!

¡Pobres mujeres que ultrajó la Suerte! Para enjugar su incontenible llanto, tierna de compasión les dio la Muerte la oscura seda de su oscuro manto!

I I

Y exclamó el gentilhombre: —Vengo de mis alcázares, distantes en rica tierra que por bella adoro, donde todas las piedras son diamantes; oro es el suelo y, las cascadas, oro!

36 LA COPA D E AMATISTA

Y siguió el gentilhombre: —Vengo de mis alcázares, de aquellos alcázares de pórfido luciente, sólo por ver cuál radian tus cabellos sobre el rosado nácar de tu frente!

Prosiguió el gentilhombre: —El carro que a tus puertas me condujo, luce las galas de soberbio lujo; es de topacio, de marfil y plata y, en su interior, ostentan sus cortinas terciopelo de vivida escarlata. . . . Soy poderoso como un Dios! Si quieres te haré gozar de todo lo que ansias!... .-. Soy adorado como un Dios . . . Nó rías si oyes decir que púdicas mujeres perdieron su pudor en los placeres, cuando las hice mías en la quietud de lúbricas orgías.

A trueque de encendidos alfileres constelados de gemas tremulantes, endulzaron mis acres padeceres en ligeros y plácidos instantes las bocas de dulcísimas mujeres!

Vengo de mis alcázares, distantes en rica tierra que por bella adoro, donde todas las piedras son diamantes; donde todos los ríos son de oro.

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 37

No vio el Brasil en su encantada tierra gemas tan relucientes e irizadas cual las que el suelo de mi patria encierra; ni en fastuosos bazares del Oriente de magos y de gnomos podrán turbar tu joven fantasía collares de más luz que mis collares; mis divinos collares policromos que, por lucir variada pedrería, parecen misteriosas bandas de diminutas mariposas bajo la intensa claridad del día!

¿Ansias gargantillas de topacios; diademas de rubí y ajorcas de oro? Ven conmigo a morar en los Palacios en donde—esclavo de riquezas—moro!

Ven! No tardes, hermosa! . . . . Mi morada se reembellecerá con tus bellezas; y, al verte andar, mis siervas cariñosas coronarán tu frente sonrosada; a tu cintura ceñirán turquesas y a tu albo seno enflorarán de rosas.

Clámide rica de celeste raso tu espalda velará. L,a ajorca rubia circundará tu brazo vertiendo de áureas claridades lluvia.

38 LA COPA D E AMATISTA

En la diadema que tu sien ostente incrustaré rubíes; y al reflejarse en tu serena frente las fulgurantes piedras carmesíes, semejarán reflejos de la lumbre con que empurpura el tinte del Poniente el perlino blancor de helada cumbre.

En las noches de fiesta, cuando en la danza emocionarte anheles, mis esclavas traerán de la floresta bermejo ramillete de claveles para ceñir con ellos tus cabellos; para que tú, del arpa a los rumores, florida busques tu beldad con ellos y entonce humilles a las mismas flores.

Y cuando ya te hastíes de ostentar en tus sienes la corona de encendidos rubíes, iremos al jardín de margaritas donde la voz de trémula fontana te hará olvidar tus juveniles cuitas.

¡Ah, mis ricas mansiones!. . . . Allí, jamás se percibió el quejido que se escapa de enfermos corazones!

Mansiones venturosas en cuyas puertas el marfil esplende por su exquisita brillantez . . . Hermosas mansiones, donde en lecho de jazmines, bajo cortina espléndida de rosas, dormido está de la Ventura el Duende custodiado por blondos, querubines!

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 39

¿Quieres vivir en mis palacios? —Calma

tantos afanes de promesa. . . . Aguardo a un pobre trovador, a un dulce bardo que t i e n e . . . .

—Qué?. . .

— Lo que no t i enes . . . . ¡Alma!

I I I Y se fué el caballero... Y reclinada

entre cojilies de áurea bordadura cerró la hermosa el libro en que leía, la historia de gentil desventura que pretendió atenuar su desventura con el néctar impuro de la o rg ía . . . . 1915.

R E T O R N O S E N T I M E N T A L

Ábrele, corazón, todas tus puertas! Ya que todas las puertas vio cerradas, Ofrécele las tuyas siempre abiertas!

Bríndale en su dolor tus puertas francas, y así cual de tus cármenes arrancas flores que ante otras vírgenes deshojas, para mostrarle amor en sus congojas préndele en la alba sien tus rosas blancas, préndele al corazón tus rosas rojas . . .

40 LA COPA D E AMATISTA

Hora no es de pensar que torvo sino la compeliera a abandonar tus lares . . . ¡Vé que no se ha enlodado en el camino; piensa que aún ciñe ramos de azahares y que aún canta su acento cristalino estrofas del cantar de los Cantares!. . .

Ya que todas las puertas vio cerradas a transitar por sendas ignoradas, ábrele, presto, corazón, tu puerta; porque goces de amor nunca habrá otros como sentir que vuelve hacia nosotros la misma virgen que soñamos muer t a . . . .

1917.

M I R T O S

Para Florencio A r o s e m e n a F.

Será un atardecer, será la hora en que el espacio a entristecerse empieza; en que también el alma soñadora se nubla, como el cielo, de tr isteza. . . .

Cuando la brisa en la arboleda gime con más ternura, y en su acento encierra melodías del cántico sublime con que al cielo y al mar canta la tierra;

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 41

en esa hora grave cual ninguna, hora de castas, dulces emociones, el cielo será altar, cirio la luna y novios nuestros puros corazones.

Ante el ara encendida de los cielos he de prender la trémula corona, he de prender los impolutos velos en sus candidas sienes de madona!

Al ver que inclina la serena frente en mis hombros la tierna desposada, cristalina canción dirá la fuente y dirá epitalamios la enramada.

Y una voz encantada, una voz honda nos dirá desde el bosque florecido: ¡en lo más florecido de la fronda, la Dicha está erigiendo vuestro nido!

1917.

C A N C I O N E S F R A T E R N A S

i

Aunque por odios truecas los amores ; ;

con que mi angustia disipar solías, siempre tendré para tu seno flores; para tu labio sitibundo, mieles; para tu oído frágil melodías; para tu frente pálida, laureles.

4 2 LA COPA D E AMATISTA

No pienses que en los surcos de mi herida gérmenes broten de venganza. . . . Abrigo piedad, piedad muy honda para todo el que ensombrece de pesar mi vida y para el que con gesto de enemigo en mis diamantes arrojara lodo.

No surgirá del pecho dolorido melancólico acento de reproche para tí. Sólo irá raudo a tu oído claro raudal de notas delicadas, a cuyo ritmo tu infantil memoria reconstruirá la historia de tantas bellas noches olvidadas.

¿A qué pagar injuria con injuria? ¿A qué luchar . . . para que el Mundo venza burlando nuestro orgullo y nuestra furia?

Deja que torne en amoroso instante a orlar de húmedas rosas tu ancha trenza embriagadora cual jardín fragante.

Deja que en tu regazo—terciopelo donde algún dios reclina la cabeza—, vuelva a encontrar dulcísimo consuelo, insomne amiga, mi febril tristeza.

Nómades en la misma caravana, nos detendremos a beber un día, bajo la luz de límpida mañana en la fuente de la Melancolía.

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 4 3

Sino de males nuestros pasos guía por los mismos estériles senderos y en el azul hay juntos dos luceros; tu estrella al lado de la estrella mía.

Nómades en la misma caravana recorreremos la quemante senda al vibrante fulgor de áurea mañana. Y del áurea mañana a los destellos, inclinarán frente a la misma tienda sus dos jorobas nuestros dos camellos.

Aunque por odios trueques los amores con que mi angustia disipar solías siempre tendré para tu seno flores; para tu labio sitibundo, mieles; para tu oido frágil, melodías; para tu frente pálida, laureles.

II

Tus lágrimas cayeron a raudales sobre mi corazón. . . . Tu llanto era agua de cristalinos manantiales en mis secos jardines interiores y . . . .como el beso de la Primavera en mí nacieron de Ternura flores. . .

Mirándote l l o ré . . . . Pero mi llanto era un llanto sin lágrimas.. . .Sentía espanto de mi mismo.. . . ¡Horror y espanto de hallar secas de lágrimas mis fuentes, pero un mismo dolor daba agonía a nuestras siempre atormentadas frentes.

4 4 LA COPA D E AMATISTA

Bajo tierras estériles y oscuras corren también los ríos t ransparentes. . . . No porque van ocultas sus corrientes dejan de ser corrientes de aguas puras.

Vino la noche. Y presentiste el frío de la futura soledad. . . . Tú, ¿sola? . . . Tú, ¿como flor que arrastrará la ola entre las olas de revuelto r í o? . . . .

¿Sola? ijamás! Que adondequiera vaya tu pie, que siempre holló rutas de flores, irán contigo todos mis amores y contigo también mi sombra amiga.

Aunque el Destino con rigor me hostiga, no impedirá que cuando errante llores, agua brinde a tu sed; a tus dolores mi corazón; descanso a tu fatiga.

Y qué seremos tras morir?.. . .Presiento que cuando nos empuje el Sufrimiento a seguir de idos seres tras la huella, ascenderemos al azul radiante; tú, serás pura estrella de diamante; yo, a tu lado seré pálida estrella. . . .

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 4 5

P R A Y L R

Déjame orar contigo! Estoy cansado de elevar en capillas solitarias mis dolientes y férvidas plegarias por las almas difuntas que yo he amado.

Deja que vuelen a mansión gloriosa nuestras dos oraciones siempre unidas cual dos nubes de incienso confundidas en espiral fragante y vaporosa.

Déjame orar contigo, hermana mía! Déjame orar contigo, que a tu lado, siento curarse el corazón llagado, siento que se desmaya mi agonía. . . .

Sólo escuchando mis dolientes voces mezcladas con tus preces fervorosas, escucharán mis súplicas los dioses para esparcir en mi sendero rosas.

A L M A P A T R I A

Istmo de Panamá! Tierra de amores que del fondo del mar surgiste un día, para enlazar el Norte al Mediodía con guirnaldas de perlas y de ñores!

46 LA COPA D E AMATISTA

Patria del corazón! Tierra que a solas cantas las glorias de tus dioses lares, mezclando la canción de tus palmares con la canción eterna de las olas;

Si alguna vez el viento enfurecido mi nido arranca de tus verdes frondas; si he de volar a que mis penas hondas hallen amparo en extranjero nido,

Siempre oiré resonar en mis entrañas la voz del viento de tu cordillera y he de ver en los cielos tu bandera sobre el azul de todas las montañas!

Siempre en todos los trágicos senderos por donde el mal de transitar me abrume, he de aspirar el cálido perfume de tus bosques de erguidos limoneros.

Porque tú de tal modo has esparcido tu fragancia en los ámbitos del mundo, que adonde vaya mi ánimo errabundo he de aspirar tu aroma conocido.

Allá donde suspiren mis lamentos, allá donde me lleve mi destino, veré tu mar sereno y cristalino, oiré cantar tus melodiosos vientos!

Bajo cielos de incógnitas veredas cuando por costas extranjeras viaje, en los quedos murmullos del boscaje oiré gemir tus propias arboledas. . . .

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 47

Porque yo de tu brisa en el suspiro oigo la voz de todo lo que he amado; porque siento la voz de mi pasado en todo el aire que de tí respiro;

Porque el doliente espíritu comprende que muchas gotas hay de llanto mío en cada limpia gota de rocío que la noche en tu atmósfera desprende.

Patria! Doquier suspiren mis lamentos, doquiera que me lleve mi destino, veré tu mar sereno y cristalino; oiré cantar tus melodiosos vientos ¡

Cuando la tarde encienda en arreboles los claros cielos en extraña esfera, veré en cielos extraños tu bandera blanca, roja y azul con sus dos soles!

Y en ese instante en que la tarde expire, sentirá mi interior melancolía un rumor de tus bosques ¡patria mía! que hará que el alma por tu amor suspire!

Y volveré a sentir en mis entrañas , el rumor de tus líricos palmares y aspiraré el aliento de tus mares y aspiraré el olor de tus montañas,

Porque con tal vigor infundió vida en mi vibrante corazón tu aliento, que en mis horas más íntimas te siento para siempre conmigo confundida!

1917.

48 LA COPA D E AMATISTA

OCASO

( D e Longfel low)

Muere la luz. Al descender la noche las aguas del pantano se congelan y la muerte desciende sobre el río.

A través de las nubes cenicientas vivido sol de púrpura desprende rubís en las ventanas de la aldea.

En tanto que las sombras pavorosas avanzan por las húmedas praderas pausadamente, silenciosamente, como en callada procesión funérea, entre la oscuridad del campanario tiernos gimen los bronces. Y resuenan dentro de mí lamentos que responden de las campanas a las graves quejas.

Y las sombras se arrastran; y el corazón se queja con armonías hondas

que funerales músicas semejan.

H O M E N A J E

No ya en la soledad de tus pesares dejes morir tu juventud gallarda, que ya mi azul bajel vuela. . . .y no tarda en detenerse a orillas de tus mares.

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 4 9

Incienso traigo de remotos lares para que siempre en tu santuario arda; para tu frente que mi beso aguarda traigo perlas más niveas que azahares.

Abandoné remotos horizontes: vencí las cumbres de atrevidos montes e hice la barca azul en que navego,

Por tí, siempre por tí . . . .Para sentirte cerca del corazón . . . .Para decirte una sola palabra. . . .un solo ruego! . . . .

C A S T I G O O L Í M P I C O

Y despreciaste el nido, el pobre nido de rosas donde quise retenerte y . . . - volaste risueña, hasta perderte en cielos de país desconocido.

Hoy que vuelves al huerto florecido, temerosa de ráfagas de muerte, sólo puede mi amor compadecerte y dejarte volar hacia el olvido.

¡Oh! golondrina enferma. . . .¡oh! golondrina que despreciaste mi nidal de flores por ir en pos de inalcanzables galas!

Al desprenderte de mi azul colina sólo encontraste pájaros traidores que desprendieron plumas de tus a las . . . .

50 LA COPA D E AMATISTA

V I 5 I O N N U P C I A L

Siempre que hacia la torre de mis penas el dulce vuelo tu recuerdo arranca, te miro toda blanca, toda blanca de azahar, de jazmines, de azucenas.

Vistes la inmaculada vestidura de las que van a desposarse.. . .y tiendes los bracitos en cruz, porque pretendes crucificar en mí tus desventuras.

Luego, con leves manecitas rosas alba corona de azahar destrozas y con las muertas flores me regalas.

Y te vas raudamente.. . .como un vuelo hacia el azul, cual si del tenue velo de virgen novia te nacieran alas.

A R I A D L G R A T I T U D

Para Demetrio Korsi.

¡Yerras!. . . .Yo no te adoro por tus cabellos de oro ni por tu tez de nieve; ni por las melodías de cascabelerías que hay en tu risa b r e v e . . . .

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 51

Te adoro porque sabes ungir el alma rota con bálsamos suaves que tu ternura brota.

Te adoro porque ansias regar tus armonías en las naves sombrías del templo de mi alma, donde hace tantos días bajo siniestra calma yacen mis alegrías.

Alma celeste y triste, alma que padeciste, como el dulce Jesús insólitos agravios —llenos de hiél los labios— clavada en una cruz;

Alma que desprendida de la cruz del Dolor, ofreciste a mi vida tu amor como una flor;

Te adoro, porque una

noche que el alma nombra con infiinito duelo, fuiste un rayo de oro que desgarró mi sombra; fuiste un iris de luna que sonrió en mi cielo!

1918.

52 LA COPA D E AMATISTA

I D I L I O

A Pascual Guerra y a Zoila Rosa .

Se amaban. . . .y a la luz de casta aurora él la llevó a su nido florecido, y entre el perfume del fragante nido él puso ante ella su alma soñadora.

Se dijeron en líricos instantes íntimas cosas de pasión. . . .y luego, del amor hondo y puro bajo el fuego, se juntaron sus bocas tremulantes.

Y así irán por las sombras de la vida; Ella al amor romántico rendida y él, con el alma ante el amor absorta, verán, después de raros embelesos, que ante el divino escanto de los besos, la vida es corta. . . .demasiado corta!

1918.

RLQUIEL5CAT

Tosca iglesia en ruinas, templo oscuro donde al silencio ceden los rumores; donde en los nichos del rugoso muro no hay ni cirios, ni imágenes, ni flores;

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 53

No te ilumina ya lámpara alguna, y en tu altar desolado sólo arde en la noche, el reflejo de la luna; el fulgor del crepiisculo en la tarde!

En tu nave central, hosca y vacía ya. de coros angélicos, no flota la blanda voz que del Edén traía dulce y tenue fragancia en cada nota.

Tosca iglesia en ruinas, templo oscuro donde al silencio ceden los rumores; donde en los nichos del desierto muro no hay retratos de mártires, ni flores.

Imagen de mi vida! Abandonado templo que al cielo muestras tu martirio, mi corazón es templo desolado donde ni apenas resplandece un cirio!

Corazón, corazón . . . .templo sin dioses, tan sólo lleno de urnas funerarias; ya no te arrullan celestiales voces; ya no hay en tí murmullos de plegarias....

De tí huyeron los fieles. De mí huyeron las Ilusiones, el Amor, la Calma. . . . Cuando tu altar despedazado vieron, ¡qué triste y sola te dejaron, alma!

De mí huyeron—tal vez hacia el olvido,— los deseos, las dichas, los amores. . . Eran aves que ansiaban otro nido. .. . mariposas que ansiaban nuevas flores!

54 LA COPA D E AMATISTA

Cuando las sombras del pesar obstruyen la luz en el hogar antes risueño, los afectos son pájaros que huyen, el amor, el cariño, sólo un sueño!

Tosca iglesia en ruinas, templo oscuro donde al silencio ceden los rumores; donde en los nichos del desierto muro no hay ni cirios, ni imágenes, ni flores.

Qué iguales son nuestros destinos ciertos pienso con melancólica sonrisa: tienes bajo tus lozas tantos m u e r t o s ! . . . tengo en mi corazón tanta ceniza!. . .

D L M U Y H O N D O

A qué este pensar eterno de mejorar la existencia, de vivir en otro cielo, de cantar en otro valle. . . . A qué esta eternal faena de acallar nuestra conciencia, si nos vemos retratados en los perros de la calle?

A qué esperar deque un día cesen tantas pesadumbres, si llevamos del Quijote la inmortal única herencia, y nos vemos tan pequeños ante las gigantes lumbres . . . . a qué pues esta faena de mejorar la existencia!. . . .

No soñemos . . . .y sigamos por la senda adolorida, sin pensar en los ascensos, sin pensar en la caída, cuando rotas nuestras alas que de nada nos sirvieron,

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 55

Descendamos de la cima que escaló la fantasía en girones la esperanza de poder vencer un día los horribles sufrimientos que en la cima nos mecieron.

>o<

NIELVL Y FUEGO

Álbum d e Clara Calandre.

Hay un sereno resplandor, tan leve luz en la albura de tu rostro fino, que muchas veces, viéndote, imagino que naciste del seno de la nieve.

Cuando en las noches diáfanas asomas a tu balcón, frente a los claros mares, tu figura es ramo de azahares donde tiemblan dos tímidas palomas.

Alguien, tal vez, al verte pensaría que eres para el amor un alma fría; mas si la luz de tu mirada advierte,

Sospechará con emoción suprema, que vivirá encendido hasta la muerte si en el calor de tu pasión se quema.

5 6 LA COPA D E AMATISTA

HOJA DL UN ÁLBUM

Para Henrique Hernández Miyares,

Pálida virgencita! Arruya y calma, calma la ardiente sed de mis amores, que para hablar de tí, dentro del alma guardo el perfume de mis viejas flores!

Mis sonorosas cantigas aladas, de tu albo libre entre las hojas breves, resbalarán dolientes y pausadas como un pájaro azul sobre las nieves.

De nuestro ayer—hermosa catarata— mientras el curso de tu vida pierdes, mi fantasía lánguida retrata un cielo hermoso y unos campos verdes; un hogar que blanquea; húmeda fronda, dolorosa torcaz que se querella y del sol a travéz de la luz blonda, una mujer muy pálida y muy be l l a . . . .

¡Ah! mi casta, mi casta pensativa! ¡Ah! mi doliente pálida que alegra! ¿Qué se hicieron tus blancos azahares? ¿Y tu traje de novia, qué lo has hecho?

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 57

Llega y besa mi frente . . . aún está cálida! ven y esconde en mi pecho tu faz hueca! sigue siendo tristeza en la luz pálida! sigue siendo perfume en la luz seca!

Ya me envuelven las brumas! El frío hiere; el frío que mis sueños ha entumido. . . . Este canto es un ave que se muere con las alas abiertas junto el nido!

E S P E C T R O D E L D E S I E R T O

Bajo la luz lunar la arena finge una alfombra de oro reluciente; y de áureo arenar surge imponente la cabeza de piedra de la Esfinge.

En el azul la Luna rememora sus viejas excursiones al Desierto en donde al alumbrar, con desconcierto vio muchos vivos que no alumbra ahora.

Mis ojos se dilatan en la sombra de la noche callada y misteriosa en donde miran algo que me asombra.

Un cortejo de muertas caravanas que marcha fantasmal y perezosa a juntarse con otras caravanas

5 8 LA COPA D E AMATISTA

L A C A B E Z A D E V A 5 C O

Ya destroncada la gentil cabeza del gentil Vasco Núñez de Balboa, al mar, Pedrarias la arrojó. Y la sangre que desprendióse en purpurinas gotas —al solidificarse en el abismo— trocóse en ramos de marinas rosas, trocóse en haz de límpidos corales y en relucientes y rosadas conchas.

De alcázares de perlas ascendieron sirenas melancólicas, y, en el mármol del rostro ensangrentado, incrustaron sus bocas.

Incrustaron sus bocas, como incrusta experto orfebre en cinceladas copas de oro y de mármol o de mármol y oro, cornalinas de púrpuras radiosas.

¡Cantaron las sirenas! Y su canto reguero fue de tan dolientes notas, que al escuchar sus tristes vibraciones se estremecieron de dolor las rocas.

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 59

—¡Vasco!—dijeron las Sirenas—!Vasco, haz que tu labio a nuestra voz responda! ¿Recuerdas nuestra voz? ¿di, no recuerdas que en tus fúnebres noches de congojas, cuando tu sino infausto maldecías, porque tu estrella naufragó en las sombras, en nuestros dulces cantos recogimos ecos llorosos de tus quejas hondas? ¡Bésanos, que los besos de tus labios resonarán cual música de g lor ia . . . . ! ¡Habíanos, que tus frases de vencido nos dirán tu dolor en cada nota. . . . !

Ni besos.. . .ni palabras. . . .¿Qué cicuta envenenó tu sonrosada boca?

Y aprisionando entre las puras manos la cabeza del Héroe, yerta y blonda, las amantes sirenas del Pacífico se escondieron debajo de las olas. Y, al sumerjirse el coro de sirenas, repercutieron en las claras ondas cual música de quejas y de besos, crepitaciones de batir de colas.

Cuando bajo la fusta de los rayos se encrespa el mar en noches tormentosas, surjen del fondo del abismo acentos de santa indignación y santa cólera.

60 LA COPA D E AMATISTA

¡Acentos que parecen desprendidos . de un arpa férrea, gigantesca y bronca; acentos que parecen las protestas de los vencidos que el dolor inmola; acentos más terribles que los truenos que hacen tremar la zafirina bóveda en minutos de horror: acentos rudos como rumor de tempestad sonora!

¡Nobles gritos quizás! ¡Tal vez los gritos de santa indignación y santa cólera, con que protestan los marinos monstruos, alrededor de submarinas rocas, al ver truncada la gentil cabeza del gentil Vasco Núñez de Balboa!

1918.

C A N T A R L S D L C A S T I L L A D L O R O

i

¡Corazón, no la recuerdes! Si se olvidó de nosotros, corazón no la recuerdes! estarán mirándose otros en sus claros ojos verdes!.. .

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 61

¡Cuando una mujer te olvide no te duelas de su olvido; cuando una mujer te olvide piensa en lo que te ha querido y . . i al olvido, dale olvido!

II

¡Morenita, morenita. de pollera colora, cuando sales, huele a rosa y a jazmín, el arrabal!

Me dijo anoche la bruja Juana Murillo del Mar, que la Virgen del Rosario dice que eres su rival.

Que está la Virgen sentida porque ayer, al ver tu faz, vio que tienes toa la gracia de su cara acanelá.

I I I

Las mujeres y las flores son iguales en lo caras y, en que se dejan coger suavemente de la rama.

Las rosas y las mujeres son legítimas hermanas: las unas, porque nos pican, las otras, porque nos matan.

6 2 LA COPA D E AMATISTA

En una flor bebí mieles, hiél en una mujer falsa: la flor murió con la au ro ra . . . . ¡y aún no se muere la ingrata!

¡L,as mujeres y las flores son iguales en lo caras y en que se dejan coger de cualquier mano villana!. .'

IV

Dicen que la adorable Julia María con su novio a las Islas fue cierto día

a buscar pe r las . . . . mas no tuvo la dicha de recogerlas . . .

Y ella llevaba una nítida perla blanca y rosada . . . .

Dicen también las malas lenguas que un día volvió sólita Julia María: trajo rota la perla que se llevó. . . —¿Quién le rompió la perla?

—¡No lo sé y o ! . . . .

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 6 3

A R B O L E S D E L A O R I L L A D E L C A M I N O

Niño: Cuando en recóndito sendero

tan sólo espinas y guijarros mires; cuando en camino lóbrego suspires por encontrar amable compañero.

Piensa que a orillas de la senda umbría siempre hay un ser que ampara tu destino: es el árbol que a orillas del camino surge ofreciendo a todos simpatía.

Piensa que a orillas de la senda en calma por donde vas herido de temores, tiende el árbol gentil arcos de flores para ofrecerte en cada flor su alma.

El árbol es amor! Bajo sus frondas, bajo sus verdes ramas florecidas, i quién sabe cuántas vidas doloridas consuelo hallaron en sus penas hondas!

¡Ah! cuántas veces al mirar el nido en las ramas del árbol del sendero, evocó la nostalgia del viajero augustas ruinas del hogar perdido!

Y se acogió el cuitado en su quebranto, del procer árbol al ramaje umbrío y mezcló con las gotas del rocío las purísimas gotas de su llanto.

64 L,A COPA D E AMATISTA

¡Cuántas veces el iris de la luna fue sonrisa en la faz del peregrino que a la sombra del árbol del camino desposarse soñó con la Fortuna!

El árbol es amor! Jamás ignores que en la senda que sabe tus fatigas, otros riegan mandragoras y ortigas, y él con' plácido afán, esparce ñores!

Niño; cuida del árbol! De su fuerte gallardo tronco y de sus ramas cuida! Es cuna: el árbol protegió tu vida! Es caja: el árbol te amará en la muerte!

Árbo l . . . . Símbolo puro de un anhelo que en nuestras almas la ilusión aferra; vivir queremos, como tú, en la tierra; y vivir, como tú, de cara al cielo.

B A L A D A D L L C A M P A N L R O DL LA G A M P A N A DE O R O

Para Guillermo Andreve.

IVhai a world of merrimení thcir milodyfore ttlts.'—FO'B,.

I ¡Gloria, campanero! ¡Corre

a la torre más enhiesta y en la más erguida torre llama a gloria, llama a fiesta!

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 65

¡Haz que vibre en el sonoro comenzar del nuevo día tu campana de oro! El oro sólo canta a alegría!

Campanero, campanero: suena tu esquila de oro, para que su melodía cante mi triunfo sonoro: hoy,—como antiguo hechicero,— de una mujer toda acero hice una mujer de oro!

I I Campanero, sube ahora

al torreón más desierto, y en campana gemidora

toca a muerto! ¡Dobla! ¡Dobla! En el sombrío

comenzar de la mañana, haz que interpreten mi hastío las voces de tu campana.

¡Dobla! ¡Dobla, campanero! Se está muriendo mi f e . . . . Bajo doliente lucero gime un pájaro agorero porque agoniza mi fe.

L,a hermosa que ayer fue acero es la misma hoy, siendo o r o . . . .

Dobla, dobla, campanero, porque en angustias me abismo, al ver que el oro es lo mismo que el ace ro . . . .

66 LA COPA D E AMATISTA

Di en tu repique sonoro que no existe el Mal ni el Bien; y que la estrella de oro que vieron los reyes magos surgir en la lejanía de los cielos de Belén, más que nuncio de alegría fue nuncio de la agonía del Rey de Jerusalén.

Di que un bruñido puñal de la más bruñida plata,

mata como un puñal de cristal o como un puñal de ágata; que el metal precioso mata cual mata vil mineral.

III

¡Ah! la mujer que fue acero, es la misma hoy, siendo oro! ¡Di mi angustia, campanero! Di en tu repique sonoro que una mujer toda oro

es igual a una mujer toda acero; y que por sino fatal, una mujer toda acero o una mujer toda oro

es rival de una mujer de cristal!

GASPAR OCTAVIO H E R N Á N D E Z 67

IV

Oye, ahora, campanero; no hagas gemir tu campana cuando se extinga el lucero de una fugaz vida humana.

Haz que tu campana vibre la canción de la victoria; haz que cante con voz libre: siempre, ¡gloria!

Que no dé voz funeral sino repique sonoro, pues las campanas de oro son para el himno triunfal!

¡Canta alegre! El nuevo día oiga tu canto sonoro, ¡oh! campana de o r o . . . . El oro sólo canta a la alegría!

ELOGIOS DEL POETA

O R A C I Ó N P R O F A N A

Compañero en la cítara y el verso; compañero en la lucha grande y noble de darle a nuestra patria un nombre terso y una gloria robusta como el roble.

Dónde estás que ya el ojo no te mira, ni el oído te escucha cual te oyera? si vivo estás», por qué calla tu lira? si muerto, donde está el alma viajera?

Bajaste altivo la tremenda falda de la vida con ímpetu violento; con tu augusto rabel sobre la espalda y en él dormido el inspirado acento.

Fue en la noche tu viaje; pero alerta te esperaba en su seno la alta aurora, y abriendo de su trono la amplia puerta te ungió con su escarlata redentora.

72 ELOGIOS D E L POETA

Y entraste en él—emperador del arpa— como a tu vieja casa de otros días; con el desprecio de la horrible zarpa que se atrevió a cortar tus melodías.

Cuan bella fue tu muerte: enrojecido como los soles cuando muere el día; como un gran azabache derretido en el rojo crisol de la agonía.

Tal vez al dibujarse en tus ojeras la imagen de la muerte sonreiste; y envuelto en tu damasco de quimeras a través de la noche te perdiste.

Fue grande y tuvo luz tu trayectoria. De no haberte en el Cosmos desprendido, quizás en ella la hechizante gloria te hubiera dulcemente sonreído.

Donde quiera pusiste los temblores ' de tu pluma de imberbe Apolonida, destilaba tu sien mil resplandores, cual destilan los astros sus fulgores a través de la noche ennegrecida,

ELOGIOS DEL POETA 73

Muerto ya para el torpe y el idiota, tu apagado existir es como un río para el que piensa y siente. No borbota porque yace en quietud, más siempre brota musitando el doliente murmurio que en la colmena de tus versos canta fabricando la miel dulce y copiosa que era hilillo de sol en tu garganta y en tu labio de muerto se hizo rosa.

Descansa en paz entre la cueva oscura" en donde en vano auscultará la ciencia, y en donde la Verdad se transfigura bajo el soplo de Dios porque es su esencia,

Kl poeta no es faro que recibe su luz de los potentes elementos, soñando en algo grande sufre y vive, y en su callada soledad escribe con músicas de amor sus pensamientos; y los arroia al mundo, cual la planta que sin riego ni abonos dá su aroma. iL,lore el hombre o sonría, él siempre canta, y con la eterna rima en su garganta, sereno entre la tumba se desploma!

ENRIQUE GEENZIER.

74 ELOGIOS DEL POETA

A G A 5 P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

Cuando invadióle el alma dolor tirano, dijo el Bardo, al impulso de duras penas: ((De mi niñez amarga, recuerdo apenas que fui meditabundo como un anciano.))

Y apuró de las ánforas de un arcano licor fatal, y hollando duras arenas, sintió (.(emponzoñarse ¿odas stcs venas, precozmente, del virus del tedio humano....»

Oh, bardo melancólico.. . . : tú caiste al seno de la tierra para elevarte en espíritu excelso sobre el Pegaso.

Tu mansión no era el mundo, y en el sufriste para gozar más luego, Doncel del Arte, de gloriosos festines en el Parnaso.

JUAN RAMÍREZ R .

ELOGIOS D E L POETA 75

G A 5 P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

En el ambiente impersonal de la oficina de redac­ción, bajo la luz esmerilada de los focos eléctricos, una noche casi serena, conocí a Gaspar Octavio Hernán­dez; traía una carta de presentación del Director del periódico y en ella se me recomendaba ponerme de acuerdo con él que iba a ser empleado de la redacción desde esa noche, para que laboráramos juntos. Yo vi la figura tenebrosa y escuché la voz inarmónica, rota y fatigosa como la de los asmáticos organillos de ma­nubrio y sentí disgusto.

Con una milagrosa suavidad fue abriendo ante mis ojos el tornasolado abanico de su espíritu. Pronta­mente yo me sentí embriagada de azul. Era como una inesperada sorpresa luminosa; sentía la misma impresión que debe sentirse cuando andando por pa­rajes umbrosos, una clara y azul pupila de agua, se abre a nuestro paso, a ras de tierra. . . . Yo bebí de su linfa pura como el agua lustral y seguí como expiación, mi frente y mis labios irreverentes, escuchando, re­cordando y recitando versos de él.

Cada día descubría en Gaspar Octavio ¿preciables cualidades de compañerismo, nuevos méritos, multi­forme talento. Poseía un don extraordinario de asi­milación y una ductibilidad de carácter que ponía un tono de bondad a los seres y a las cosas. Jamás lo vi enfadado a pesar de que el terrible mal implacable se aferraba como garra cruel y lo extraugulaba lentamen-

74 ELOGIOS DEL POETA

A G A 5 P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

Cuando invadióle el alma dolor tirano, dijo el Bardo, al impulso de duras penas: «De mi niñez amarga, recuerdo apenas que fui meditabundo como un anciano.))

Y apuró de las ánforas de un arcano licor fatal, y hollando duras arenas, sintió «.emponzoñarse todas sus venas, precozmente, del virus del tedio humano »

Oh, bardo melancólico. . . . : tú caiste al seno de la tierra para elevarte en espíritu excelso sobre el Pegaso.

Tu mansión no era el mundo, y en el sufriste para gozar más luego, Doncel del Arte, de gloriosos festines en el Parnaso.

JUAN RAMÍREZ R .

ELOGIOS D E L POETA 75

G A 5 P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

En el ambiente impersonal de la oficina de redac­ción, bajo la luz esmerilada de los focos eléctricos, una noche casi serena, conocí a Gaspar Octavio Hernán­dez; traía una carta de presentación del Director del periódico y en ella se me recomendaba ponerme de acuerdo con él que iba a ser empleado de la redacción desde esa noche, para que laboráramos juntos. Yo vi la figura tenebrosa y escuché la voz inarmónica, rota y fatigosa como la de los asmáticos organillos de ma­nubrio y sentí disgusto.

Con una milagrosa suavidad fue abriendo ante mis ojos el tornasolado abanico de su espíritu. Pronta­mente yo me sentí embriagada de azul. Era como una inesperada sorpresa luminosa; sentía la misma impresión que debe sentirse cuando andando por pa­rajes umbrosos, una clara y azul pupila de agua, se abre a nuestro paso, a ras de t ierra . . . . Yo bebí de su linfa pura como el agua lustral y seguí como expiación, mi frente y mis labios irreverentes, escuchando, re­cordando y recitando versos de él.

Cada día descubría en Gaspar Octavio apreciables cualidades de compañerismo, nuevos méritos, multi­forme talento. Poseía un don extraordinario de asi­milación y una ductibilidad de carácter que ponía un tono de bondad a los seres y a las cosas. Jamás lo vi enfadado a pesar de que el terrible mal implacable se aferraba como garra cruel y lo extrangulaba lentamen-

76 ELOGIOS D E L POETA

te. Muchas noches entraba callado, casi serio, sin sa­ludar a los compañeros. Una vez, en broma, le incul­pé de descortés; alzó la cabeza, me miró, me alargó lue­go la mano y haciendo un esfuerzo, entre golpes de tos y fatigoso respirar, me contestó: «es que no puedo á ve­ces hablar después de subir las escaleras y esto me pro­duce rabia». Desde esa noche comprendí que su mal era irremediable y que él casi lo adivinaba. La noche anterior a la de su muerte me pareció animado y lleno de optimismo; con frecuencia se acercaba a mi escrito­rio y me hacia preguntas sobre mis gustos literarios; sabía yo que esa era en él, una manera de provocar una plática sobre literatura, sobre poesía, sobre arte. Charlamos largo: los cables iban amontonándose sobre su escritorio y en el mío dormía inconclusa una cró­nica, de teatro. Versos de él, versos míos; Darío, Lu­nes, Herrera, Reissig, Juan R. Jiménez y aquel do­liente príncipe torturado que se llamó Julián del Casal y que murió herido también por la mano roja de la peste blanca, poblaron de quimeras azules, de formas rojas, de ensueños inquietantes, el espacio Fueron los últimos momentos que conversé con él y la última vez que lo vi. Como que presintiera que iba a darme la despedida final, contra su costumbre, fué a despedirme hasta la puerta. El aire frío le produjo un acceso de tos; me pareció desfigurado y le advertí cuidarse, «no se fatigue, Gaspar, si se siente mal, yo hago su trabajo mañana y Ud. descansa». «Esto no es nada; yo no pienso morirme ni lo deseo. . . .pero si supiera que Ud. iba a llorarme, moriría con gusto».

ELOGIOS D E L POETA 77

Veinte y cuatro horas después, cuando aún vibra­ban sus gentiles frases en mis oídos, lloré al noble a-migo y alto poeta que allá arriba, en la misma oficina, entre «el raudal de sus arterias rotas» había caído irre­mediablemente, acaso cuando un verso de.luz besaba su frente iluminada de ensueño.

L,OL/V C O L L A N T E .

Noviembre de 1918.

G A 5 P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

Fue un espíritu selecto. El divino Apolo, al fa­vorecerlo con sus dotes, no tuvo en cuenta circuns­tancias pasajeras y esencialmente accidentales de be­lleza personal y porte distinguido, de áurea cuna y plácida existencia, sino que tan sólo se fijó en los qui­lates de su numen vigoroso y de su imaginación fe­cunda.

Los destellos luminosos de su mente, brotaron con espontaneidad admirable, pero nunca en armonía con el medio que constituyó su vida física y social, su rea­lidad tangible. . ..De qué otro modo sino así, podríamos expli:aruos sus admirables producciones, exponentes no desmentidos de arte refinado; concebidas al tiempo mismo en que el obligado tributo al trabajo doblegaba su cerviz como único escudo disponible en la lucha

78 ELOGIOS DEL POETA

contra los embates constantes y terribles de la Ne­cesidad?

Al evocar hoy en nuestros compatriotas el grato recuerdo de aquel amigo que emprendió el vuelo por las ignotas regiones que la grandeza de sr. alma entre­vio en sus éxtasis sublimes, no pretendemos ni que­remos exponer un estudio revelador de la apreciación cuidadosa de su obra en los perfumados campos de la Poesía. Esa es exploración que muchos han preten­dido llevar a cabo y que algunos efectivamente han logrado realizar.

Nuestro propósito es otro bien distinto. Deseamos hacer considerar, antes que todo, el carácter más acen­tuado de su meritoria formación.

Que una persona a quien la naturaleza haya otor­gado, al lanzarla a la vida, como rico presente, el re­nombre de una familia ilustre y de prosapia distin­guida y una posición pecuniaria holgada, se instruya es algo que nada tiene de asombroso; que una persona instruida de modo regular y conveniente, guiada por sabios profesores y maestros preparados, presente al mundo los frutos de su bien cultivado intelecto, es una cosa natural y de esperarse. Pero que un hombre na­cido en la humildad, que ni siquiera haya recorrido el reducido círculo de la instrucción primaria, cultive su mente a medida que arranca al trabajo los mendrugos necesarios para alimentarse a sí mismo y a su familia, produzca con originalidad exquisita y triunfe con sus producciones, y-i es un hecho que pasa los lindes de lo común y trasciende al campo de lo admirable.

ELOGIOS DEL POETA 79

Y eso, más que nada, forma, en nuestro concepto, el principio indiscutible de la gloria de ese esforzado paladín de la idea que despreció las suciedades del ambiente para elevarse a los etéreos ámbitos del arte y a las consideraciones optimistas de la regeneración.

Dignidad, estudio y lucha, he aquí la trilogía cons­titutiva de la divisa sublime de su lábaro.

El alto sitial de honor que su obra le ha valido, no es de momentáneo goce como el de otros han tomado por asalto las cumbres honoríficas y que viven aco­sados constantemente por el temor de que sus malas artes se conozcan, de que sus hurtes literarios se des­cubran, de que sus premios mal habidos se expengan a la publicidad como signáculos de infamia. . . .

La dignidad, fue virtud excelsa de qne hizo gala especialmente en el apostolado del periodismo. No usó jamás de la alabanza con visual de repugnante interesado. Ni se expuso al desprecio de los ricos por el prurito de figurar con falsas posiciones. Ni tornó nunca su pluma en incensario pletórico de ser­vilismo para atribuir superioridad a los arlequines de clubs o de cabarets ni a fingidas dogarecas

Ni perteneció a la escuela despreciable de los que engañan al público mediante la presentación como obra propia y respaldada con su firma, de artículos íntegros tomados de revistas españolas.

Su vida de labor intelectual fue limpia y transpa­rente como las perlas del rocío y puede ser expuesta como estímulo a la juventud de aspiraciones que quiere disponerse a sobrepasar las conveniencias del ambiente.

VÍCTOR A . DE LEÓN S .

80 ELOGIOS DEL POETA

P I N C E L A D A

C o n motivo d e la muerte d e Gaspar Octavio Hernández .

La musa panameña está de duelo: un bardo de los de sus jardines encantados, Gaspar Octavio Hernán­dez, cantor inspirado de las bellezas tropicales de nues­tro cielo azul, que cinceló su estrofa sobre la transpa­rencia de nuestros mares robándoles la sonoridad me­lodiosa de sus aguas para hacerla vibrar en la cumbre de nuestras montañas, hasta hacer eco allá en la bri­llantez esmeraldina de la feraz campiña, ese bardo ha muerto!

El artista que como el ave que en trinos alados canta, honró las reliquias patrias cristalizando sus sen­timientos en exquisitos versos a la sacra insignia de las dos estrellas, llegó al límite que marca la frontera de la vida, y allí con su pañuelo rojo tinto en sangre que parecía a lo lejos un corazón abierto, nos dijo adiós y se perdió en la noche misteriosa de lo ignoto! . . . .

30 de Nov. 1918:

JUANA R . OLLER.

ELOGIOS D E L POETA 81

RASGOS Hernández, Cerebro Nivelado y Gran Corazón

Cuandoquiera se trate de exaltar la memoria y mé­ritos de Gaspar Octavio Hernández, nos sentimos obli­gados a contribuir con algunas líneas que digan de la camaradería espontánea y del afecto sincero que nos fueron comunes. A ello nos mueve un imperioso de­ber de consecuencia con los generosos entusiasmos de su corazón y de gratitud para las infinitas deferencias de que nos hizo objeto.

El aeda fue distinguidísimo por sus méritos inte­lectuales, pero no llegó aserio menos por los morales; jamás sintió odio por nadie, ni los ajenos triunfos cons­tituyeron tortura para su ennoblecido espíritu. L,a ecuanimidad en el reconocimiento de los valores pro­pios y extraños, fue otra de las múltiples selecciones que conformaron su acervo moral; la vanidad que zum­ba incesante en el cerebro de las mentalidades decaídas o débiles, huyó de la suya, sólo dejando campo a una justa comprensión de sus méritos, en relación con la valía de los demás. El pensaba como nosotros que «la modestia es necedad y la soberbia locura».

Como ejecutorias intelectuales, a su fino espíritu de selección poética—donde reside su mayor importancia, y que le permite parangonarse a Darío Herrera y con él formar el duunvirato de la poesía panameña más escogida y purista, si bien no la más emotiva e ins-

8 2 ELOGIOS D E L POETA

pirada—puede sumarse una vocación crítica de grandes vuelos; censura sustancial y no vacua, de comas mal puestas o adjetivos incongruentes. No dejó obra en este campo, pero quienes fuimos sus amigos sabemos de cómo la fusta destructora de tanta obra mediocre como abunda por allí, restallaba implacable sobre las espaldas de los malos prosadores y poetillas de tres al cuarto.

De temperamento iconoclasta, no pertenecía a ce­náculos literarios ni a círculos sociales de género al­guno; en lo personal se contentaba con sus buenas amistades y en lo intelectual fincaba su mayor orgullo en hacer obra exenta de gregarismo.

Fue bohemio, cuando serlo constituyó delito para los incomprensivos; murió joven, apenas iniciada la fecunda floración de su intelecto y cuando su obra ya cobraba ingentes arrestos y se orientaba definitiva­mente hacia la altura; dejó, en fin, una estela de luz espiritual y moral, a cuyo bienhechor influjo debemos aspirar todos cuantos creemos en la fuerza de las gran­des virtudes y elejamos de mano detalles que, a la pos­tre, sirven para determinar el indispensable contraste.

D. H. T U R N E R .

G A 5 P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

Debo un recuerdo al malogrado bardo panameño Gaspar Octavio Hernández, y ahora que como justo

ELOGIOS D E L POETA 83

homenaje a su memoria se recojen sus poesías, dis­persas como las flores de un jardín visitado por el hu­racán, para ofrecerlas al público reunidas en un libro, quiero cumplir con ese deber, consignando el tributo de mi alma en el altar de la amistad inaccesible a la muerte.

Conocí a Gaspar Octavio cuando apenas comenzaba a aletear en el cielo de su universo interior el ave de la idea y daba sus primeros pasos por la escabrosa sen­da de Elicoua. Alma sencilla pero elevada en el sentir, capaz de las más sublimes concepciones, pronto de­mostró que sus energías puestas en actividad, eran superiores a los obstáculos de la jornada, y el sendero de Elicona se abrió para dar paso al elegido que acudía al llamamiento de las Musas.

Desde entonces, en las horas silenciosas de las no­ches de luna, cuando este astro derrama sobre la esfera la indefinible nostalgia de sus haces nebulosos, las dulces vibraciones de un arpa inimitable deleitaron nuestros sentidos, transportándonos a ese mundo de la idealidad en que la materia desaparece para que sub­sista el genio.

Y escuchando música rara y sentimental que pa­recía venir de la región de las estrellas, cuántas veces pensamos, mientras nuestros ojos contemplaban los siete soles de la Osa Mayor: No será el genio de Poe que suspira en el cordaje y convertida en melodías dice a nuestras almas las misteriosas e incomprensibles nostalgias y sensaciones de la suya?

84 ELOGIOS DEL POETA

Y tal vez teníamos razón: Hernández, como el sublime cantor de «El Cuervo» vivió obsesionado pol­los misterios de ese mundo inmaterial en que, sólo parece vivir la voluntad; Hernández como el enamo­rado de Ligheia, vivió también enamorado de una mu­jer fantasma, de una mujer que solo él conoció, de una mujer de rara belleza y poderosa influencia que le atraía hacia sí, hacia el abismo, como a la mariposa la lumbre de la llanura

Y fue así, obedeciendo a esa atracción irresistible, fue cómo un día, arrebatado por el vértigo del «más allá», Gaspar Octavio, como el sublime cantoi del «Cuervo» y de Ligheia, se disolvió en el inundo de lo incógnito transformado en melodía que algunas veces viene a a vibrar en nuestras almas.

NAPOLEÓN ARCE.

G A S P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z Fue un verdadero apolonida, un verdadero cruzado

en las lides del pensamiento, al verter en los estrechos moldes de la Poesía o en los más amplios de la lite­ratura, sus ideas.

De entre la hermosa pléyade de intelectuales que informa la Ístmica corona, en cuanto se relaciona con nuestras capacidades, por el perfume odorantísimo de

ELOGIOS DEL POETA 85

los cerebros que brotan ¡deas cual si fuesen flores car­gadas de la más rica esencia, ninguno hay que haya supeditado a aquel Numen; bien en originalidad, bien en la exquisitez de sus concepciones, pletóncas de imágenes que parecían palpitar al impulso de su elo­cuente verbo, cautivando el ánimo de quienes le leían y de cuantos supieron apreciarle.

Fue un vate respetuoso de la floración agena, y piadoso hasta la exageración con las idiosincrasias dé de los críticos. Los compadecía pero no los flagelaba. De ahí que también a él lo respetasen. Gozo, pues, de una especie de compensación al respecto, por lo que no se dio nunca el caso de que tratasen de echarle en­cima los corceles del odio o los lebreles de la inquina.

Sin embargo: con las personas de su intimidad solía ser dicharachero, chacotero 3' hasta instigador o pro­vocador, para obtener cualquier concepto que sirviese de aliciente en las tertulias que él mismo contribuía a formar, o para dar mayor animación al entusiasmo.

Su gran obra CRISTO Y LA SICHAR, poema que por sí solo basta para acordarle inmarcesibles laureles y LA COPA DE AMATISTA que prepara el brioso poeta Demetrio Korsi, a la vez que forman la prueba de su grandeza, demuestran la pleitesía que la cultura pana­meña rinde a uno de sus mejores Vates, por las so­bresalientes dotes que le adornaron y por la preclara inteligencia conque supo elevarse en el Arte.

Diciembre de 1922.

ALBERTO V. DE YCAZA.

8 6 ELOGIOS DEL POETA

A D I 0 5 P O E T A !

Esto no es una necrología. Ese género de piezas literarias me parece abominable por lo común y traji­nado. Esas letanías de elogios postumos que se les re­za a todos los muertos, me suenan casi siempre a irri­sión, son plato que tiene para mí un sabor rancio y de­sabrido. Esto no es, en modo alguno, una necrología Es simplemente un adiós al poeta, al amigo que se va, al poeta admirado en vida y que sigue siendo admirado en la muerte.

Si yo no hubiera admirado a Gaspar Octavio Her­nández vivo, a buen seguro que no le dedicaría a estas horas ni una sola frase. Guardaría ante su cadáver el silencio respetuoso que impone la muerte. Pero Gas­par Octavio Hernández fue admirable y sigue siéndolo. Su pobre cuerpo endeble cesó de palpitar, estrangulado por la mano siniestra de la tisis, pero su espíritu lumi­noso aún perdura.

Hombre-diamante, Gaspar Octavio puede ser llama­do con más propiedad que otros muchos que aspiran a ese título. Gema llena de luz encerrada en un seno de carbón. Poeta negro y aristócrata, tenía que extin­guirse su vida así, asfixiado por su prcpia sangre de no­ble moro, desbordada de los cauces materiales, estre­chos e inadecuados para linfa. Encontró una muerte digna de él. No es posible compaginar la vida de un águila caudal dentro de la contextura sombría de un cuervo.

Gaspar Octavio Hernández era una paradoja vivien­te. Murió joven, porque era amado de los dioses.

LJNO TIPO.

ELOGIOS D E L POETA 87

G A S P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

La ascensión hacia el beatífico imperio de la gloria no suele ser ni cómoda, ni fácil. El camino que con­duce a la celebridad está sembrado de asperezas. Y sólo son capaces de salvar todos los inconvenientes que presenta los muy fuertes, los muy tenaces, o los muy afortunados.

Sin embargo, conviene observar que muchas volun­tades se malogran por pensar demasiado en la modesta corona de laureles con que la inmortalidad suele ador­nar la frente de sus criaturas predilectas.

A muchos el sendero de la gloria se les ofreció ri­sueño, amable y plácido. La gloria no les costó nin­gún esfuerzo, y las vestiduras déla inmortalidad, mu­chas veces incómodas y desproporcionadas, caen sobre su memoria, con elegancia y sencillez conmovedoras.

Para otros, en cambio, esa ascensión fue muy difí­cil, incierta y cruel. La fatalidad los azotó sin mise­ricordia. Rechazados sin piedad, desalentados hoy, mañana un poco más confiados, pero tristes durante el curso de su vida infausta, sólo mediante penosos sacri­ficios tienen derecho a disfrutar de los deleites paradi­síacos de la inmortalidad.

Gaspar Octavio Hernández puede contarse entre los últimos. La vida no tuvo para él muchos halagos. Cuantas veces fue al bosque de laureles para recortar, entre los más frescos y lozanos, su corona, tantas otras encontró el camino florecido de obstáculos.

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Esos tiernos rosales que se encuentran con frecuen­cia confundidos entre sus más hermosos versos, los ba­ñó con sus propias lágrimas. Porque su tesoro—si lle­gó a tener alguno—fue de infortunios y contrariedades.

Gaspar Octavio fue un rebelde impenitente. Las rebeldías son provechosas cuando no es fácil abatirlas. La suya, que vivió en perpetua ñorecencia, no se do­blegó jamás. Quien conozca su vida y las tribulacio­nes, que pasó, debe mostrarse sorprendido de que las contrariedades no removieran la firmeza de su rebeldía. La rebeldía suele ser inconsistente en la adversidad, 3' se da el caso de muchos nombres familiares de la his­toria que no supieron soportar con resignación estoica sus calamidades: rebeldes en la prosperidad, en el in­fortunio fueron excesivamente complacientes.

Tal vez puede reprochársele que fuera, demasiado intolerante. Pero con intolerantes como él debemos ser piadosos e indulgentes. Porque lo fue, y puede decirse que en exceso, con lo deforme y lo inarmónico, con la fealdad y la soberbia.

Las imágenes dulces, los recuerdos impresos, los misteriosos caprichos de la fatalidad, los encantos de la amada, las rosas frescas que abren al sol la gloria de su corola perfumada, los amores imposibles y leja­nos, la esperanza irrealizable, fueron los motivos pre­dilectos de sus versos.

Estuvieron profundamente equivocados los que pensaron que Gaspar Octavio Hernández fue un «poe­ta cerebral». Sus versos están llenos de vida, einva-

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didos de esa inquietud invisible que la emoción suele comunicar a los seres y a las cosas con las cuales se ha puesto en íntimo contacto. Detrás de todas sus es­trofas palpita un carazón ingenuo y bondadoso que se entrega sin cálculos ni reservas, y que se dilata, con simpatía cordial, al calor de todos.los efectos.

Nadie podría negar que la preocupación he hacer una obra bella, de perfección indiscutible, ocupó gran parte de sus meditaciones. Pero por encima de esta preocupación, obraba cierta fuerza oculta: la de su co­razón que fue volviendo dolorosamente humanas sus estrofrs mas perfectas, y que fue llenando sus versos impecables, puros y armoniosos con el manantial ina­gotable de sus desesperanzas, de sus lágrimas y de sus deshechas ilusiones.

Al leer sus versos se piensa involuntariamente en la solitaria y desolada musa del dolor que un pintor moderno ha imaginado cubierta con fúnebres crespo­nes, en desorden la cabellera sobre la frente abatida, el rostro oculto entre las manos y de hinojos ante el espectro invisible de su desventura,, como implorándo­le al destino un destello de piedad o un resplandor fu­gaz de misericordia, Efectivamente, en el dolor solía inspirarse este poeta, porque del dolor fue víctima pro­picia. La fatalidad lo lanzó al mundo en condiciones poco favorables, y la naturaleza, luego, no fue con él muy obsequiosa; la tristeza de no verse comprendido volvió intensamente dulces y exquisitamente poéticas sus estrofas más familiares que, seguramente, sin me­diar esta afortunada circunstancia, hubieran resultado rígidas, insubstanciales e imperfectas.

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Cada vez que le entonó himnos al amor, y le cantó salmos a la vida, puede afirmarse que lo hizo movido por el huracán de alguna rebeldía, dominado por la tempestad de una pasión, o atraído, simplemente, pol­la irresistible seducción de la belleza. Y cuando estas fuerzas ejercen acción directa sobre el espíritu del hom­bre, cuando le dictan reglas de conducta a su voluntad, pautas a su imaginación y rumbos a sus sentimientos, el dichoso mortal sobre el cual tales fuerzas se refle­jan, lejos de ser un «cerebral» pasa a la excelsa cate­goría délos emotivos más geuuinos.

El cerebro fue para él guía complaciente, sagaz y alerta. Se sabe que la naturaleza tuvo la maligna pre­caución de mezclar la belleza con la deformidad en ta­les proporciones que muchas veces se han tomado por dilicado, fino y selecto, la grosería y la impureza. Gaspar Octavio logró salvarse de caer en estas lamen­tables mistificaciones gracias a que su cerebro, arbitro infalible, no se dejó engañar por la apariencia suges­tiva que toma, en ocasiones, el error. Pero para ani­mar las creaciones frías de su cerebro, para matizar y decorar los sueños de su imaginación, estuvo siempre dispuesto su noble corazón, sencillo, afectuoso, terri­blemente lacerado, pero excelso en la adversidad como en la gloria.

SIMÓN ELIET.

1922.

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G A S P A R O C T A V I O H E R N Á N D E Z

A medida que vayan corriendo los años y que, el recuerdo, como un rocío propicio, vaya reviviendo la obra de Hernández, se irá sintiendo más hondamente el soplo trágico que inspiró sus hermosos poemas ator­mentados, escritos con lágrimas y suspiros.

Era un delicado sensitivo, un admirable tempera­mento de soñador y, a la vez, un consciente psicólogo de la vida.

Su alma, llena de ternuras comprimidas, supo de las acerbas penas del tugurio y del frío lacerante de la miseria; alcanzó como pocos, la verdadera grandeza de los humildes y de los abandonados.

La desgracia desgarró su vida en flor, y pétalo a pétalo a pétalo, fue deshojándola en el abismo del des­encanto.

Estos desgarramientos acrecentaron esa enorme melancolía que siempre llevó el poeta en lo más íntimo de su ser y que se desparramó en dejos amarguísimos sobre las páginas de sus libros.

Comparando sus versos con organismos vivos, por el calor sentimental o reflexivo y la palpitación rítmica, podríase decir que si se rompiera, saldría sangre de ellos como de un corazón!

OCTAVIO MÉNDEZ PEREIRA.

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H O J A D L A C A N T O

A la memoria de! poeta Gaspar Octavio Hernández.

En estos días que tenemos más motivos para hacer recordación del poeta Hernández—por cumplirse otro año de su partida al seno de eternidad—hemos refres­cado en nuestra mente algunos de los pasajes de su vida corta y no exenta de acíbar, en que tuvimos con­tacto con él, cómo peregrinos de un mismo ideal.

Hernández fué un melancólico de buena prosapia —queremos decir, a la manera de Poe, poeta de su predilección—un melancólico ab ovo en que las fulgu­raciones de su mente—como emergidas de alcázar de armiño—irradian tonos violáceos y las explosiones lí­ricas de su corazón—como violín opreso en caja de ébano, le cantaban a la tristeza, al dolor, al desfalleci­miento de quien se sentaba a la mesa de los dioses y gustaba de sus manjares sin poder gozar de ellos ple­namente.

Sus primeros versos fueron publicados en El Na= cional, semario valiente como ninguno que se haya escrito en suelo istmeño, en el decurso del año de 1907, si nuestra memoria no falla, cuando contaba 16 años de edad. Allí hicimos las veces de censores de su primer brote poético, y le dedicamos breve comentario crítico que nunca supimos cómo recibiría porque en nuestra amistad con él nunca hicimos pregón de aquella cir­cunstancia. La falta de un ejemplar de aquella hoja

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periódica—que por muchos motivos lamentamos no poseer—nos releva de dar a conocer el título de esas, primicias del poeta.

Una de sus primeras producciones fue también la que titula Mármol Sagrado, que vio la luz pública en en las páginas de la revista Variedades en que colabo­ramos con Cristóbal L,. Segundo y Alejandro Cordo­nes, en ese mismo año. 'Versos que, adornarlos de poética ficción, dan medida al mismo tiempo, de la rea­lidad. Oidle hablando de la madre muerta:

«De una vetusta mesa por sobre la negrura, levántase una estatua pequeña de blancura Hiperboreal. Testigo de mis melancolías, ella ha visto la angustia de mis amargos días. Ella ha visto en mis horas de horrible padecer, sobre mi rostro enjuto las lágrimas correr.

¡Oh imagen de mi madre! Si pudiedras oir Cuántas cosas sagradas te tendría que decir».

El poeta vio el tramonto de su vida, aún joven, a los veinticinco años! Sus ojos se abrieron desmesu­radamente ante el zarpazo de los desconocido, en no­che fría de Noviembre, como como esta en que escri­bimos, a vuela pluma, estas desaliñadas frases. Su hermana Melancolía lo halló, la frente doblegada sobre el pupitre del periodista, y le dio el postrer beso sobre la empurpurada boca.

Al llevar esta hoja de acanto a su tumba, evoca­mos el recuerdo en estos días que se avivan en nuestra

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mente las modalidades de su vida como amigo y como poeta, y copiamos aquí los tercetos de un soneto, «Crepúsculo», que nos dedicara:

Un doloroso toque funerario lanza desde lejano campanario, lamentación de vibraciones hondas.

Y, al escuchar las hondas vibaciones, rezan graves y lentas oraciones —con dulces voces de mujer,—las frondas . . .

JOSÉ OLLER.

Y EL P O E T A G A S P A R OCTAVIO HERNÁNDEZ. ? EN UN G O L P E DE T O S SINTIÓ VOLAR LA VIDA.

En plena juventud y en plena florescencia intelec­tual ha muerto Garpar Octavio Hernández. Desde mi arribo a estas hospitalarias playas cultivé con el poeta un fraternal eompañerismo fortalecido por la sin­ceridad y aquilatado por un íntimo conocimiento es­piritual.

Había leído yo, reproducidas en algunas revistas bogotanas, hermosas composiciones de Gaspar y diver­sos artículos que me habían revelado su luminoso estro y su gallarda prosa. Más tarde, hace tres años, tuve ocasión de conocer personalmente al autor que desde lejos admiraba por sus brillantes producciones. Servía

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el poeta el puesto de Cajero en la extinguida Compañía de Préstamos y Construcciones y estaba verificando el arqueo reglamentario cuando nos presentaron. Yo miré con curiosidad aquel rostro de Ótelo, de ensorti­jado cabello y frente amplia, aquellos ojos de azabache, vivaces y redondos. Hablamos corto rato y hablamos de todo menos de literatura. Luego me invitó a dar un paseo y fuimos a Las Sabanas a oxigenar el cuerpo y el espíritu entre los árboles amigos. En la breve excur­sión que practicamos aquel día me recitó el poeta al­gunas bellísimas estrofas y me refirió salientes rasgos de su vida. Entonces me informé que Gaspar Octavio Hernández había sufrido desde su infancia mucho y que tal vez en torno de su cuna -habían aullado desespe­radamente los canes del infortunio y del dolor. Edu­cado en la dura escuela de la pobreza, se vio obligado desde temprana edad a ganar el pan con el sudor de su frente, cuando apenas había estado tres años en la Escuela Primaria de Santa Ana. Desempeñando un puesto humilde, según me lo ha referido la misma per­sona que por aquellos días estaba al frente de la Ge­rencia de la expresada Compañía, Gaspar que era a-penas un niño, procuraba cumplir rápidamente sus obligaciones y anticiparse a ellas para que le que­dara tiempo de leer. «El pobre muchacho recogía--me ha dicho el ex-Gerente—cuanto papel caía en sus manos, recortaba cuidadosamente los versos que en­contraba y se engolfaba en larguísimas lecturas. A veces yo lo veía meditabundo, con la mano en la fren­te, como un pequeño pensador. En cierta ocasión lo

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sorprendí escribiendo en horas de trabajo. Gaspar guardó apresuradamente las cuartillas y las ocultó, con timidez, un tanto avergonzado. Al exigirselas, me las entregó, bajando la cabeza. Qué era aquello? Noté, escritos con una letra pésima, una partida de renglones cor tos . . . . Los rompi en su presencia y lo reconvine para que no perdiera tan lastimosamente el tiempo! Lloró el pobre niño con infinito desconsuelo y, sin articular una palabra, se puso a mirarme con doloroso reproche. Ahora, al través de los años, al convencerme de que el muchacho aquel ha resultado un magnífico poeta, siento profundamente haberle roto sus primeros versos!»

Así, golpeando continua e infatigablemente sobre el pesado yunque de la brega diaria, Gaspar Octavie Hernández, en la mitad de la faena solía pulsar la lira y encender ante el altar de Apolo sus lámparas votivas! Sus versos, en la mayor parte impregnados de una melancolía honda, tienen cadencias de ruiseñor herido y a veces acentos de amarga resignación o gritos de dolorosa rebeldía. También en su conversación chis­peante, risueña y animada, descubríase a intervalos el zig-zag de un relámpago anarquista o alguna mordaz observación, chorreante de pesimismo. Otras veces el poeta mostrábase alegre como una mandolina, creía en la futura reconstrucción social, en la bondad del co­razón humano y se engañaba, con infantil coquetería, juzgando que era la vida como un jardín de hadas en que las almas buenas tenían derecho a coronarse con las mejores rosas! En ocasiones cantaba con Leopardi

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y a veces con Anacreonte! Cuantas veces las parpa­deantes estrellas guiaron nuestros pasos sonámbulos al través de callejas silenciosas o entre las mudas y dor­midas arenas, con fraternales compañeros, y cuántas veces rezamos sobre el blanco breviario de la luna, salmos de vida, de amor y de dolor!

En charla confidencial nos refirió el poeta sus an­helos, su ciega fe en el triunfo y nos leyó igualmente diversas páginas grises de su vida. En todo ello pude apreciar las dulces exquisiteces de su alma, su fran­queza genial, la jovialidad de su carácter y en todo ello tuve ocasión de convencerme de que su cabeza valía tanto como su corazón.

La última vez que conversamos, con pena observé que el poeta estaba completamente afónico!

— No sé que es esto ni de dónde proviene—me dijo aquella tarde—pero es lo cierto que un ataque de asma me está degollando lentamente.

Al despedirme, las manos febriles y las pupilas hú­medas y brillantes del poeta, me trasmitieron un fatal presentimiento. La muerte había hecho un guiño tras la silueta de mi amigo!

Y, así caiste súbitamente herido, Apolonida, con un golpe de tos, ceñida la frente con mirtos y laureles, y entre el raudal purpúreo que brotó de tu pecho de

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poeta, tal como si de pronto se hubiera deshojado el haz de rosas que mantenías abiertas en el santuario de tu corazón!

Y ahora, hermano en Verlaine y en Jesucristo, alé­jate a las brumosas playas de lo desconocido en tu caja mortuoria de cedro incorruptible, en tu barquilla negra, acompañado por nuestros recuerdos, por nues­tra admiración!

BRADOMIN. 1918.

F L O R D E C A R I N O

Labor difícil es escribir acerca de un hombre que, como Gaspar Octavio Hernádez, ha tenido la dicha de que otros, más competentes que el que estas líneas tra­za, hayan dedicado instantes de supremo recogimiento, para ocuparse de la obra exquisitamente multiforme de uno de los más humildes pero sentimentales poetas conterráneos.

Conocí a Hernández cuando aún eramos niños y juntos concurrimos a la parroquial escuela de Santa Ana, templo donde un patriarca del saber-don Nico­lás Pacheco-se afanó en inculcarnos la practica de no­bles y sanos sentimientos . .

Pasaron pocos años, y, ya adolescentes, volvimos a encontrarnos como dos cruzados en el campo del tra­bajo material.

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De ahí que fuérame dado ser uno de los admira­dores de su preexcelente inteligencia y de sus propios esfuerzos, con los que, al amparo cariñoso de su noble madre, logró, como ungido del numen, sobresalir en el nivel común de sus contemporánens y escalar airo­so, con la corona inmarcesible que a los conquistado­res del Ideal les está reservada, la cumbre gloriosa de la inmortalidad.

El nombre de Gaspar Octavio Hernández será re­cordado a través del tiempo y la distancia y el sublime concento de su estro atestiguará que la inspiración de los verdaderos apolonidas, surge más en la pobreza que entre oropeles y púrpuras que acreditan la fama di-lusoria. .

TOMAS A . MÁYTÍN.

E s t a s p á g i n a s l a s h a c o m ­p i l a d o , s e l e c c i o n a d o y p u ­

b l i c a d o el P o e t a

D E M E T R I O K O R S I .