Geopolitica de La Complejidad Cap4

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CAPÍTULO 4 GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD Este cuarto capítulo tiene como objetivo ofrecer una panorámica con- temporánea del sistema mundial y del análisis que del mismo se realiza desde la geopolítica. Para ello, un primer apartado hace un repaso a las teorías de las relaciones internacionales, desde las más clásicas a las más recientes, y a las diferentes interpretaciones que se han dado del sistema mundial y de su or- den desde 1945 hasta el presente. La conclusión principal de esta primera parte -no está de más avanzarlo- es que el sistema actual ofrece muchas más difi- cultades de análisis que otros anteriores, tantas que incluso hay quien cuestio- na la vigencia de la idea de sistema y, sobre todo, de la de orden mundial. Por eso, el segundo apartado analiza aspectos muy concretos de la geopolítica con- temporánea -la pobreza, las migraciones, la economía criminal, los nuevos agentes políticos y económicos posestatales, ...-, precisamente aquellos que más cuestionan los modelos tradicionales de aproximación a la misma. 1. El sistema mundial en tiempos de cambio En este apartado se intenta dar una visión, evidentemente sintética, de la es- tructuración del sistema internacional desde la Segunda Guerra Mundial hasta el presente. Este análisis permitirá ejemplificar los aspectos que se han reseñado en los dos capítulos anteriores: por un lado, la relación entre la evolución de la disciplina y los fenómenos geopolíticos más recientes y, por otro, la progresiva relativización del estado como entidad política central del sistema mundial. El subcapítulo parte de una explicación de la naturaleza de la relaciones internacionales y de las diferentes escuelas que las teorizan. A partir de estas teorías se introduce el concepto de orden mundial y diferentes propuestas de sucesión de órdenes. De ellos, finalmente, se profundiza en el orden surgido a partir de la Segunda Guerra Mundial -el de la Guerra Fría o de la Pax Ameri- cana-, en su evolución y progresiva crisis y deriva hacia un presente en el que se cuestiona la existencia -¿caos? ¿Nuevo orden mundial?- de un sistema mundial organizado y sus posibles características. 1.1. LAS TEORÍAS DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES Todas, o prácticamente todas, las entidades políticas presentan una di- mensión de relaciones hacia fuera, exteriores, además de la que hace referen-

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CAPÍTULO 4

GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD

Este cuarto capítulo tiene como objetivo ofrecer una panorámica con-temporánea del sistema mundial y del análisis que del mismo se realiza desdela geopolítica. Para ello, un primer apartado hace un repaso a las teorías de lasrelaciones internacionales, desde las más clásicas a las más recientes, y alas diferentes interpretaciones que se han dado del sistema mundial y de su or-den desde 1945 hasta el presente. La conclusión principal de esta primera parte-no está de más avanzarlo- es que el sistema actual ofrece muchas más difi-cultades de análisis que otros anteriores, tantas que incluso hay quien cuestio-na la vigencia de la idea de sistema y, sobre todo, de la de orden mundial. Poreso, el segundo apartado analiza aspectos muy concretos de la geopolítica con-temporánea -la pobreza, las migraciones, la economía criminal, los nuevosagentes políticos y económicos posestatales, ...-, precisamente aquellos quemás cuestionan los modelos tradicionales de aproximación a la misma.

1. El sistema mundial en tiempos de cambioEn este apartado se intenta dar una visión, evidentemente sintética, de la es-

tructuración del sistema internacional desde la Segunda Guerra Mundial hastael presente. Este análisis permitirá ejemplificar los aspectos que se han reseñadoen los dos capítulos anteriores: por un lado, la relación entre la evolución de ladisciplina y los fenómenos geopolíticos más recientes y, por otro, la progresivarelativización del estado como entidad política central del sistema mundial.

El subcapítulo parte de una explicación de la naturaleza de la relacionesinternacionales y de las diferentes escuelas que las teorizan. A partir de estasteorías se introduce el concepto de orden mundial y diferentes propuestas desucesión de órdenes. De ellos, finalmente, se profundiza en el orden surgido apartir de la Segunda Guerra Mundial -el de la Guerra Fría o de la Pax Ameri-cana-, en su evolución y progresiva crisis y deriva hacia un presente en el quese cuestiona la existencia -¿caos? ¿Nuevo orden mundial?- de un sistemamundial organizado y sus posibles características.

1.1. LAS TEORÍAS DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Todas, o prácticamente todas, las entidades políticas presentan una di-mensión de relaciones hacia fuera, exteriores, además de la que hace referen-

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cia a los aspectos estrictamente interiores. Como mínimo, desde los primerospasos de los estados modernos, éstos se han visto obligados a relacionarse consus homólogos. Por supuesto, no es casual que los primeros y más reconoci-dos tratados de política y gobierno -desde Maquiavelo a Hobbes pasando porGrotius- sean análisis y modelos de formas de gobierno tanto interno comoexterno.

La capacidad de establecer relaciones internacionales o, mejor dicho, in-terestatales' -exteriores- forma parte de los elementos fundacionales y defi-nidores de la identidad política, de la propia existencia del estado, puesto quehacen de la entidad política un sujeto. Como se ha resaltado en el capítulo an-terior, las relaciones exteriores son uno de los atributos fundamentales de lasoberanía política, como reverso del derecho, establecido desde el Tratado deWestfalia, a la no injerencia en los asuntos internos de cada estado (Gott-mann, 1973). Incluso para algunos autores como Taylor (1999), la soberaníainterior estaría subordinada a la exterior. En resumen, como escribe Norber-to Bobbio:

«Ningún estado está solo. Todo estado existe junto a otros en una sociedadde estados, tanto las ciudades griegas como los estados contemporáneos. (...). Lasoberanía tiene dos caras, una hacia el interior y otra hacia el exterior. Delmismo modo que le corresponden dos tipos de límites: los que provienen de lasrelaciones entre gobernantes y gobernados, límites internos, y los que provienende las relaciones entre estados, límites externos.» (Bobbio, 1983, pp. 112-113)La naturaleza de las relaciones internacionales ha sido estudiada desde

diversos puntos de vista y con el resultado, también, de una notable diversi-dad de teorías. A continuación se sintetizan algunos de estos puntos de vista,en concreto los de Hedley Bull y Richard Muir, que ofrecen perspectivas des-de la politicología y la geografia, respectivamente, amplias y no necesaria-mente coincidentes. El primero de ellos, Hedley Bull (1977), uno de los másreconocidos estudiosos contemporáneos de las relaciones internacionales,identifica tres escuelas principales de interpretación de las mismas: la realis-ta, la internacionalista y la universalista. La primera de ellas engarza con lasperspectivas hobbesianas de las relaciones internacionales, profundamentedesconfiadas respecto a la vialidad del acuerdo, de las leyes y de la paz comoobjetivo y condición de dichas relaciones. Hobbes las entiende, al contrario,como una lucha constante, «egoísta y amoral» (Muir, 1997, p. 155), entre losestados -básicamente anárquicas-, de manera que la guerra se convierte,según él, en el principal instrumento de política exterior: la paz es un periodoentre guerras. En definitiva, las relaciones internacionales son, ni más ni me-nos, que el reflejo de una sociedad marcada por el conflicto permanente detodos contra todos -el hombre es un lobo para el hombre, como afirmabaHobbes- que requiere un poder fuerte que imponga el orden. Así pues, elsistema interestatal es también una constante confrontación entre los esta

1. A pesar de que el término más utilizado es, sin duda, el de relaciones internacionales, seríamás acertado, siguiendo a Taylor (1994 y 1999), hablar de relaciones interestatales, pues se ajustamás a los que han sido sus reales protagonistas, los estados.

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dos, que tienen el deber de procurar por sus propios intereses, guiados, esosí, por la prudencia y la experiencia.

En cuanto a la escuela internacionalista, Bull la remonta a las teorías deGrotius, expuestas en De mare liberum (1609) y en Las leyes de la guerra y la paz(1625). A partir de la defensa del estado mercantilista,2 este autor intenta esta-blecer un código -y una «razón de estado de carácter económico y ya no mili-tar» (Taylor, 1999, p. 72)- para las relaciones internacionales que, por lo tan-to, serán regidas por instituciones y acuerdos. Por último, la tradición univer-salista interpreta las relaciones internacionales, al igual que Grotius, como unsistema regido por el derecho pero, a diferencia de la visión internacionalista,sus protagonistas no son los estados, sino los grupos sociales y las ideas. Se-gún Bull es Immanuel Kant -y su idea de «república universal de estadosconfederados»- el principal teórico dentro de esta línea, si bien esta visión noestrictamente política abre la vía para, como se verá, las interpretaciones pos-teriores de carácter internacionalista y de inspiración marxista.

Relativamente distinta es la visión que da Richard Muir (1997) de estasrelaciones internacionales, como mínimo desde un punto de vista terminoló-gico. Según él, las escuelas se estructuran en otras corrientes, si bien coincidecon Bull -y con la mayoría de estudiosos- en la centralidad de la línea realista.Su perspectiva respecto al realismo es más contemporánea y ubica su es-tructuración teórica en la finalización de la Segunda Guerra Mundial con lasobras de Edward. H. Carry, especialmente, de Hans Morgenthau. Este politó-logo estadounidense publicó el año 1948: Politics among nations, una visioncruda de la nueva situación de la relaciones internacionales de confrontaciónfría, marcada por la división de bloques y el poder desigual de los estados.'También es necesario destacar la aportación al realismo de la posguerra he-cha por el sociólogo Raymond Aron, concretada en su libro Paz y guerra entrelas naciones (1962).

Evidentemente, si bien la Guerra Fría ha terminado, el realismo continúafirme como una de las interpretaciones más relevantes del sistema internacio-nal, con muy diversas argumentaciones. Las más difundidas, como se verá,son las de origen norteamericano, basadas en los peligros para Occidente deri-vados de la confrontación cultural, la crisis ambiental y la pérdida de valorestradicionales. En este sentido, es oportuno recordar que el presidente GeorgeW. Bush ha manifestado recientemente que: the world is dangerous, como ar-gumento para un aumento del gasto militar ante los peligros potenciales deestados piratas como Irak, Afganistán, Libia, Corea del Norte o Cuba.

La segunda gran línea de interpretación, y acción, de las relaciones inter-nacionales, siguiendo la lectura de Muir, es la idealista. Esta visión dibuja unsistema regulado por leyes e instituciones que tienen como objetivo el acuer

2. Unas preocupaciones para nada gratuitas, puesto que intentan justificar las políticasmercantilistas de los Países Bajos, como potencia emergente, frente al status quo dominado por lascoronas española y portuguesa.

3. Aun dentro de la línea realista, John Agnew y Stuart Corbridge (1995) destacan la aportaciónde Kenneth Waltz, quien sintetizó en 1959 una visión del sistema interestatal marcada por trescaracterísticas: anárquico, de base estatal y cada estado como unidad equivalente de partida. A partir de esta base, la estabilidad del sistema solamente era posible mediante un equilibrio depoder entre potencias, muy en la línea ya marcada unos años antes por Nicholas Spykman.

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do y la estabilidad. Dentro del idealismo se pueden integrar muy diversas co-rrientes de pensamiento y praxis política: desde el universalismo kantiano,que tiende a una comunidad, hasta el marxismo con su aspiración última auna sociedad sin clases y sin las estructuras de poder y represión, que repre-sentan los estados.4

El idealismo es también, como mínimo a nivel teórico, la visión norte-americana que impulsó la creación en primer lugar, de la Sociedad de la Na-ciones (1919) y, posteriormente, de las Naciones Unidas (1945) y toda la es-tructura de instituciones y acuerdos que se desarrollaron a partir de ellas. Lamatización a la teoría surge de las interpretaciones de ambas institucionescomo mecanismos destinados precisamente a impulsar y sostener la hegemoníanorteamericana y de sus aliados dentro del sistema interestatal mundial. Esuna crítica al idealismo y a sus instituciones que Peter Taylor (1999) argumentacon su teoría de que cada potencia hegemónica basa su orden mundial en unagran institución: es decir, la holandesa del siglo xvi en el Tratado de Westfalia,la británica del siglo xix en el Congreso de Viena (1815) y la estadounidenseposterior a 1945 en Brethon Woods.

Para Muir el realismo y el idealismo serían las dos corrientes clásicas,pero más recientemente el panorama se habría complicado con otras perspec-tivas menos polarizadas. Identifica tres: la pluralista, la globalista y la estruc-turalista o dependentista. Esta última parte de las visiones de base marxista dela evolución desigual del sistema internacional y de la división Norte-Sur/Centro-Periferia que se desarrolla debido a los procesos de descolonización. Esheredera tanto del realismo, por su visión esencialmente conflictiva de lasrelaciones internacionales, como de la universalista, por la naturalezaideológica, económica y supraestatalista del sistema.

En cuanto al globalismo, comparte con la visión estructuralista lasuperación del estado como entidad política protagonista de las relacionesinternacionales para pensar en un sistema internacional regulado con institu-ciones mundiales, llegando a lo que se ha denominado global governance. Fi-nalmente, la aportación pluralista se centra también en la crítica de las pers-pectivas estrictamente estatalistas del realismo, que son consideradas obsoletas,y abre el abanico de la decisión e influencia geopolíticas a otros tipos deorganizaciones como empresas, lobbies legales e ilegales, instituciones políticasinternacionales, no gubernamentales. Se trata de una visión menos política -demenos gobierno y más governance- y más regida por el interés económico (Hoogvelt, 1997), menos marcada por el concepto de soberanía y más por el degestión policy- pragmática. Tanto el globalismo como el pluralismo tienden aconfluir en lo que se ha. denominado multilateralismo, tal vez la nueva clave delectura del sistema mundial.

1.2. LAS INTERPRETACIONES DEL ORDEN MUNDIAL

Pero tan interesante, o relevante, como la vía de aproximación teórica a lasrelaciones internacionales ha de ser el resultado, la interpretación concre

4. Véase el capítulo 3.1.

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ta de estas relaciones, de sus centros y mecanismos de poder específicos. Esdesde aquí que surge otro concepto fundamental de las relaciones internacio-nales que es el de orden mundial. Como se preguntaba Bull: ¿existe el ordenmundial? O bien, ¿el sistema internacional es, ya se ha dicho, esencialmenteanárquico? ¿Cuál es la dinámica de los órdenes internacionales, en casode que existan? ¿Existe actualmente un orden?

Una primera aproximación a este concepto vendrá necesariamente vin-culada a las perspectivas sobre la naturaleza de las relaciones internacionalesantes mencionadas. Señaladamente, una perspectiva realista implicará o bienuna negación de la existencia de orden en el sistema internacional o bien seráun orden resultado de la imposición de la fuerza por parte de unapotencia. Esto lleva a una conclusión inmediata, hasta cierto punto obvia, deque el concepto de orden mundial no se puede asociar a valoraciones nimorales ni prácticas del tipo: orden = bueno y desorden = malo; ni muchomenos con la combinación contraria. El orden tanto puede ser fruto de lacoacción como del consenso, de la persuasión como de la disuasión.

Desde otras perspectivas, como las universalistas o las internacionalis-tas, parecería que la realidad o la posibilidad de orden serían más factiblese incluso deseables. Dentro de esta línea, Pierre Hassner (1995) analiza lasrelaciones internacionales llegando a la conclusión de que el orden puedeexistir y que sus principios básicos son, o han de ser, la seguridadcolectiva, el equilibrio de poder y el gobierno mundial. Es decir, unorden compartido que garantice la estabilidad del sistema sinsometimiento de ninguno de sus actores.

Más recientemente, y de nuevo desde perspectivas realistas y/o estructura-listas, la idea de orden se asocia a la de hegemonía en el sistema internacional,en el sentido más o menos gramsciano del término (Cox, 1987; Agnew y Cor-bridge, 1995; Taylor, 1994; 1999); es decir, como capacidad de organizar el sis-tema según los intereses políticos, económicos e ideológicos de un sujeto deter-minado -un estado, un pool de estados, un organismo militar o económico-.Para Robert Cox (1987) -y también Peter Taylor (1994) y Hoogvelt (1997)-, elorden hegemónico se sustenta en tres fuerzas interactivas: la capacidad mate-rial, las ideas y las instituciones, de manera que será resultado de una combina-ción de la economía, de la ideología y de la política. Esta combinación entre lastres formas tradicionales del poder (Bobbio, 1984) no es nada simple, y son di-versas las posturas sobre la preeminencia de una u otra. Por ejemplo, a los es-tructuralistas se les acusa de ser excesivamente economicistas y a los realistasde ser excesivamente políticos y estatalistas (Muir, 1997).

Con este punto de partida son diversos los autores que desde la geografíapolítica han participado en la discusión del orden internacional como teoría,como aplicación concreta a la historia reciente, y predicción futura, del siste-ma mundial y como configuración de un mapa del mismo. Algunos de estosautores, en función tanto de la lectura de Antonio Gramsci como de otros teó-ricos ya clásicos -como Karl Marx o Nikolay Kondratiev- periodizan los ci-clos de hegemonía e intentan explicar los mecanismos de sucesión de los mis-mos, curiosamente con pocas coincidencias, pero sin grandes contradiccio-nes entre ellos.

El modelo de Robert Cox (1987), una referencia obligada para todos los

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autores posteriores, se basa en Gramsci en el sentido de dar al discurso ideoló-gico y su institucionalización -en terminología de Michel Foucault- un rolcentral en la estructuración y permanencia de un orden hegemónico; en lacreación de lo que se ha denominado «estructuras históricas» (Hoogvelt,1997). Según este criterio, Cox identifica tres períodos, el primero de los cua-les se extiende de 1845 a 1875, dominado por el modelo de relaciones sociales ypolíticas del imperio británico. El segundo se caracteriza por la crisis de lahegemonía anterior y la lucha por la instauración de una nueva, sucesos quemarcarán la historia y la geografía entre 1875 y 1945. En cuanto al tercer pe-ríodo, de 1945 a 1965, Cox habla de la Guerra Fría como circunstancia que es-timula la hegemonía de los Estados Unidos y de la Pax Americana, basada enel discurso del llamado mundo libre. A partir de 1965 se iniciaría una nuevaetapa hacia un nuevo orden que emanaría de la fase precedente y que estaríamarcada por la reestructuración impulsada por la globalización de losestados industriales occidentales (Agnew y Corbridge, 1995).

Otro autor que merece atención es Ankie Hoogvelt (1997), quien estable-ce una periodización del desarrollo y expansión del capitalismo, interesantecomo mínimo terminológicamente, puesto que introduce unos conceptoseconómico-culturales que trascienden la geopolítica. Así, según él, lasfases serían cuatro: la mercantil (1500-1800), la colonial (1800-1950),la neocolonial (1950-1970) y la posimperialista o poscolonial (1970-...). Estaúltima, coincidiendo con Cox, implicaría el cuestionamiento de la hegemoníanorteamericana y la emergencia de un nuevo orden multipolar y menosidentificable con los estados.

Finalmente, Peter Taylor (1994)5 se basa en la teoría de los sistemas mun-diales del sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein, otro punto de re-ferencia ineludible. Esta teoría parte de la lectura espacial y temporal de lageopolítica mundial desde el siglo xvi hasta los años ochenta del siglo xx, queel sociólogo interpreta como un sistema de partes interrelacionadas que nace, sedesarrolla y entra en decadencia en paralelo a la consolidación del sistemasucesivo. El sistema mundial vigente desde el siglo xv hasta el presente seríael de la economía-mundo, en que se basaría la economía capitalista. Esta afir-mación, por supuesto, no significaría que el sistema fuese inmutable, sino quehabría pasado por diversas fases y hegemonías que, hasta cierto punto, mani-festarían una dinámica interna de carácter cíclico. Unos ciclos que Wallers-tein, y Taylor, fundamentan en las teorías del economista ruso Nikolay Kon-dratiev.

Estos ciclos constan de fases hegemónicas que serán de ascenso de la he-gemonía, triunfo, madurez y decadencia. Esta dinámica estará marcada fun-damentalmente por:

«la supremacía económica. La primera (fase), el estado hegemónico ha lo-grado superar en eficacia productiva a sus rivales. En la segunda (...) los comer-ciantes pueden conseguir ventajas comerciales. En la tercera, los banqueros del

La primera edición es de 1985 .

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Tras el momento de auge y posterior asentamiento se produce gradual-mente su decadencia. Las propias características del liberalismo' del estado he-gemónico permiten que sus rivales copien los adelantos técnicos e igualen sueficacia productiva» (Taylor, 1994, pp. 63-64).

En resumen, desde 1790 hasta mediados de los años setenta del siglo xx,Wallerstein y Taylor identifican dos ciclos hegemónicos dentro de la econo-mía-mundo (Taylor, 1994) uno de primacía británica y otro norteamericana.'Estos dos ciclos llevan asociados cuatro órdenes mundiales o, lo que es lo mismo, una determinada distribución del poder en el mundo que la mayor parte delos países respeta y tiene en cuenta a la hora de actuar. Estos órdenes son lossiguientes: de «hegemonía y concertación» (1815-1870), de «rivalidad yconcertación« (1870-1890), de «sucesión británica» (1890-1940) y de «guerrafría»» (1945-1989).

Como puede observarse, todas las teorías de sucesiones de hegemonías fi-nalizan con una cuestión, que se intentará responder más adelante, sobre la he-gemonía y el orden mundial contemporáneos, los vigentes a partir de la caídadel Muro de Berlín en 1989 y la posterior desaparición de la Unión Soviética.

1.3. LA GUERRA FRÍA COMO ORDEN MUNDIAL Y SUS DIMENSIONES

Respecto a la consideración del período comprendido entre 1945 y 1989como un orden mundial, hay prácticamente absoluta unanimidad. Un período;como se sabe, marcado por la confrontación a todos los niveles entre laspotencias mundiales norteamericana y soviética. También es bien conocida, y enparte comentada en el capítulo 2, la estrategia geopolítica que dicha con-frontación Este-Oeste conllevó. Pero más allá de esta evidencia -materializada,por ejemplo, en la existencia de dos grandes coaliciones militares y de unacarrera armamentística y tecnológica sin precedentes-, a partir de los añoscincuenta los análisis de las transformaciones del capitalismo y los procesos dedescolonización e independencia de países africanos y asiáticos generan otrasperspectivas del sistema mundial más ligadas a un conflicto Norte-Sur, enbuena parte todavía vigentes. Esta segunda perspectiva ha sido para muchosla que realmente definía un sistema mundial que en realidad estaba dominadopor la hegemonía estadounidense y en el que la URSS era, simplemente, unantimodelo necesario para definir y cohesionar esta hegemonía. Un espejo,en definitiva, en el sentido metafórico que daba Josep Fontana' (1994) adicho objeto, de la misma manera que lo había sido el estado absolutista para lahegemonía holandesa o el despotismo oriental para la británica (Taylor, 1999).

Para Taylor (1994; 1999), por ejemplo, estos análisis Norte-Sur tienen

6. Según Taylor (1994), una característica del sistema-mundo es el diferente comporta-miento económico de una potencia cuando es emergente y cuando consigue la hegemonía: proteccionista en el primer momento y liberal en el segundo.

7. De hecho, ambos identifican una primera hegemonía anterior a 1790, la holandesa(Taylor, 1994 y 1999).

8. Véase el capítulo 2.

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que ver, sobre todo, con la estructuración de la Pax americana dentro de laeconomía-mundo. Esta estructuración se articula en tres elementos, que son:un único mercado mundial, un sistema de múltiples estados y, finalmente,una estructura socioterritorial tripartita. El primer elemento se define a partirde un mercado capitalista internacional de carácter, a priori, liberal, basadoen estructuras económicas --empresas e instituciones- transestatales y conpautas de producción y consumo únicas. Es decir, el modelo ya comentado enel capítulo anterior que se perfila a partir de la Segunda Guerra Mundial conlos acuerdos de Bretton Woods de 1944 entre las potencias capitalistas, quecrea las instituciones del Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Interna-cional (FMI) y, posteriormente, los Acuerdos Generales de Aranceles y Co-mercio (GATT) con el fin de fomentar la estabilidad económica, el libre co-mercio y la difusión del capitalismo como vía de desarrollo.

El segundo elemento, el sistema de múltiples estados, es interpretado(Wallerstein, 1991) como una paradoja, puesto que, mientras que por un ladoel sistema tiende a ser único y de escala mundial, por otro lado mantiene, re-fuerza y promueve la organización estatal de las sociedades y las economías.La respuesta a la aparente contradicción radica en la necesidad del sistema demantener tanto estructuras sociales y económicas diferenciadas y desigualesque aseguren el dinamismo' del sistema, como estructuras políticas eficientes ycapaces de garantizar el orden.

Por último, el tercer elemento consiste en una metaestructura de organi-zación jerárquica de estos estados que ofrece tres posiciones: central, periféri-ca y semiperiférica (Taylor, 1994). 0, más que posiciones, incluso geográficas-Norte-Sur- se trata de procesos, de manera que:

«... las de centro son relaciones que combinan salarios relativamente altos,tecnología moderna y un tipo de producción diversificada; en tanto que los pro-cesos de periferia son una combinación de salarios bajos, tecnología más rudimentaria y un tipo de producción simple» (Taylor, 1994, p. 17).

En cuanto a la semiperiferia, se trata de una condición y espacio, segúnWallerstein, especialmente interesante, puesto que comparte elementos decentro y de periferia, pero además ejerce un rol fundamental para la estabili-dad del sistema. En primer lugar, porque evita la simple y radical polarizaciónentre ricos y pobres; en segundo lugar, porque constituye el espacio dinámicodel sistema, el que avala la posibilidad de progresar dentro de él.

En definitiva, y según esta interpretación, el resultado ha sido un sistemaespecialmente benéfico para los países centrales -capitalistas-, que han vis-to cómo su riqueza ha crecido sin interrupción durante casi treinta años, envalores absolutos y relativos. No ha sido así para los países periféricos, consingulares excepciones como el sudeste asiático,10 que han visto cómo se ale-jaba el bienestar, como mínimo en sentido colectivo. Los datos que corrobo-ran esta afirmación son muchos y elocuentes, de manera que la participación

9. Más explícitamente, dinamismo significa para Wallerstein mecanismos de generación ytransferencia de plusvalías, de explotación en definitiva.

10. Un análisis exhaustivo del sudeste asiático y su proceso de desarrollo puede encontrase enCastells (1999, vol. III).

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 103de los países subdesarrollados en las exportaciones mundiales ha pasado del31,1 al 21,6 % entre 1950 y 1990 (Castells, 1998, Vol. III, p. 110).

Estas dinámicas divergentes han sido, y son todavía, argumentos de múl-tiples estudios y teorías, algunas de ellas bien conocidas, como la delintercambio desigual (Amin, 1975; Emmanuel, 1971; Prebisch, 1950), la de ladependencia (Faletto y Cardoso, 1978; Gunder Frank, 1967), la delimperialismo indirecto o la del neocolonialismo (Hoogvelt, 1997), en sumayoría asociadas a visiones estructuralistas de las relaciones internacionales.Más allá de diferencias entre ellas más o menos importantes, hay aspectos quetodas comparten, como la denuncia de la desigualdad de los intercambioseconómicos entre los países centrales y los periféricos, una desigualdad quecomporta que la soberanía de estos últimos quede notablemente mermada.

Todas, por lo tanto, comparten una perspectiva crítica del modelo dedesarrollo marcado a partir de Bretton Woods y, más en general, de lo que seha denominado teoría, o paradigma, de la Modernización (Hoogvelt, 1997;Taylor, 1999). Esta teoría, o más bien compendio de teorías," intentaba ofre-cer una fórmula para el desarrollo basada en el fomento, ampliamente finan-ciado desde los países centrales a cambio de contrapartidas geopolíticas, de laintegración de las economías de los nuevos estados subdesarrollados en elmercado mundial. Esta integración se hizo a partir de los criterios de la teoríaliberal del comercio internacional y de la denominada occidentalización -ladifusión de los valores culturales europeos y norteamericanos."

La modernización abrazó de una manera u otra a todo el planeta con pocasresistencias. Sin embargo, allí donde las hubo, la respuesta a la moderni-zación capitalista surgió por varios frentes en lo que se denominó TercerMundo." Una de estas respuestas fue la política de sustitución de importacio-nes, un modelo ensayado durante los años cuarenta por algunos países deAmérica Latina que apostaba por políticas proteccionistas que pudieran crearlas bases para la industrialización. Políticas apoyadas en discursos naciona-listas y desarrollistas y, a menudo, de declaración de independencia geopolítica-e incluso de escarceos con el socialismo- que llevaron a la creación, en laConferencia de Bandung (1955), del Movimiento de Países No Alineados,encabezado por los líderes de Egipto, India y Yugoslavia -Nasser, Nehru yTito respectivamente- como expresión de esta independencia.

En otros casos, las políticas de sustitución de importaciones fueron in-centivadas o permitidas desde los países centrales occidentales a pesar de sercontrarias a los principios del liberalismo. En estos casos -Japón, Corea del

11. La del asesor del presidente norteamericano John E Kennedy, Walt W. Rostow, es tal vezla más conocida. Es la teoría del Take off, del despegue, que establece cinco etapas hacia el desarrolloeconómico. Un desarrollo que se iniciaría a partir de polos y se extendería en forma demancha de aceite.

12. También hay autores (Hoogvelt, 1997) que teorizan sobre la vía socialista hacia la mo-dernización. Una vía que, si bien se presenta como antagonista a la liberal, en realidad comparte conella su origen occidental -por lo tanto es vista por alguno de sus críticos como otro elemento de colonización cultural (Fontana, 1994)- y su apuesta por la industrialización como motordel desarrollo.

13. Fue el sociólogo Alfred Sauvy el primero en utilizar este término en 1952. Él se refería,como analogía, al Tercer Estado de la Revolución Francesa, pero también remite a una aterceravía» entre el primer mundo capitalista y el segundo socialista.

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Sur, Taiwán... e incluso España a partir de 1959- la explicación cabe buscarlafundamentalmente en el contexto geopolítico de confrontación de bloques,aunque análisis más profundos ponen de manifiesto la importancia de aspec-tos históricos, sociales y políticos estrictamente internos.

Contrariamente, no son pocos los casos en que la respuesta al neocolo-nialismo se expresó claramente en procesos revolucionarios que llevaron a ex-perimentos de socialismo tercermundista, sobre todo en África (Hoogvelt,1997), y a la proliferación de insurrecciones guerrilleras, especialmente enAmérica Latina y el sudeste asiático, en ambos casos apoyados con mayor omenor sutileza por la Unión Soviética.

En síntesis, pues, el orden mundial surgido de la Segunda Guerra Mun-dial se caracteriza por un doble eje de interpretación: Este-Oeste y Norte-Sur.El primero marca la división política fundamental y el segundo el modelo derelación económica. Ambos, entrecruzados, ofrecían a los actores de la geo-política de la segunda mitad de siglo xx unas pautas de actuación, de efec-to-causa, diáfanos. Era un orden.

Así se llega a los años setenta, en los que se empiezan a observar los efectosde todas estas políticas. Por un lado, el mapa geopolítico continúa, a pesar delos esfuerzos de distensión -como la Ostpolitik impulsada por el socialde-mócrata alemán Willy Brandt, o la Conferencia de Helsinki de 1975-, marca-do por la Guerra Fría y por los conflictos internacionales e intraestatales enlos países periféricos y semiperiféricos, a menudo con implicación directa delas superpotencias -Vietnam, Angola y Mozambique; Nicaragua yAfganistán al final de la década—..-. Incluso, durante la primera mitad de losochenta, se agudiza la carrera nuclear con la llegada de los republicanos a lapresidencia estadounidense con un discurso, apoyado desde el Reino Unido, devisceral anticomunismo ideológico, político y económico. De esta manera, apartir de 1981, la carrera armamentística se radicaliza impulsada en granmedida por la Iniciativa de Defensa Estratégica (conocida como Guerra de lasGalaxias) propuesta por Ronald Reagan.

Desde un punto de vista económico, como se ha visto en el apartado ante-rior, el mundo capitalista vive profundas transformaciones desde los primerossetenta, cuando la crisis del petróleo de 1973 -otro fenómeno geopolítico-pone en cuestión un industrialismo fordista que ya por otras vías mostraba suagotamiento (Agnew y Corbridge, 1995; Castells, 1998; Cox, 1987; Taylor, 1999). Pero sus efectos no fueron la caída definitiva del sistema económico industrialcapitalista -como pronosticaban los analistas, sobre todo desde lasperspectivas más izquierdistas-, sino el impulso definitivo hacia una nuevafase marcada por el liberalismo, el boom financiero y las nuevas tecnologías.Por lo que se refiere al mundo socialista, lo que en un principio parecía su auge -por la crisis del adversario-, se tomó en pocos años en un proceso de decliveirreversible, de pérdida de productividad y falta de innovación, hasta hundirpor completo -también política e ideológicamente- el propio sistema, empe-zando por la Unión Soviética. El conflicto Este-Oeste había finalizado.

En cuanto a las relaciones Norte-Sur, la década de los setenta se ha inter-pretado como la del fracaso de la modernización (Castells, 1998, vol. I; Hoog-velt, 1997; Taylor, 1999). Efectivamente, tanto los indicadores socioeconómi-cos como la estabilidad política ponen de manifiesto que las diversas vías ha-

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cia el desarrollo emprendidas por los países latinoamericanos y africanos noresultaron eficaces. La modernización fracasó como proceso histórico de di-fusión mimética, como tránsito hacia el bienestar económico y, en general,hacia sistemas políticos democráticos. Las explicaciones de estos fracasosson diversas. Peter Taylor, criticando la teoría del Take off, afirmará que «lahistoria se repite, la geografía no» (Taylor, 1999, p. 95). Sin duda, los seguidoresde las teorías de la dependencia y del intercambio desigual encuentranmuchos de sus argumentos corroborados por estos fracasos. También los crí-ticos con la política de sustitución de importaciones encuentran explicacio-nes a la ineficiencia del modelo, las principales la incapacidad de los sistemaspolíticos de crear mecanismos de redistribución de riqueza y, como conse-cuencia, la inexistencia de unas clases medias que sostuvieran el crecimiento ydieran estabilidad social (Cardoso y Faletto, 1978).

Por lo que se refiere a las vías de desarrollo desde el socialismo, su fracaso esparalelo a la crisis del centro soviético. Los países que emprendieron sumodernización a partir de la vía revolucionaria/socialista, no tan sólo se en-contraron con los problemas del modelo, sino que además sufrieron unaconstante desestabilización política que frenó su desarrollo -casos, porejemplo, de Angola, Mozambique, Nicaragua, Camboya-. En otros casos, apesar de la estabilidad, la falta de apoyo soviético hundió sus economías o lasempujó a reformas de carácter capitalista -sin que ello conllevase cambiospolíticos- como puede observarse en Cuba, Corea del Norte o Vietnam.

1.4. UN NUEVO MAPA DEL MUNDO. ¿GEOPOLÍTICA DEL CAOS?

El 19 de noviembre de 1989 la población de Berlín Oriental se encaramó alMuro que dividía la ciudad y no tan sólo lo traspasó sin contratiempos, sino queempezó a derribarlo. Sin duda, éste será uno de los momentos del siglo xx quemerecerán permanecer en los relatos históricos futuros. La dimensión del hechoradica en su valor real y metafórico de fin de una época geopolítica -la GuerraFría- y de una ilusión, o una pesadilla, para millones de personas en todo elmundo -la revolución comunista soviética.

Efectivamente, a la caída del Muro siguió una acelerada descomposicióndel antiguo bloque soviético, de manera que en los años noventa prácticamentetodo su glacis evolucionó hacia una economía de mercado. En Europa, entre1990 y 1997, se crearon 14.200 kilómetros de nuevas fronteras, desapareció lapropia Unión Soviética y nacieron o renacieron 31 estados.

Pero este suceso puntual, a pesar de su magnitud, necesita explicarse porprocesos anteriores que, de alguna manera, lo sobrepasan, como corrientesde fondo. Si se acepta la explicación de la crisis soviética que ofrece Castells (1999, vol. III), ésta sería fundamentalmente debida a la incapacidad del sistemade adaptarse a un nuevo modelo de economía y de sociedad. Como afirmanmuchos otros autores, este nuevo mundo es el de las nuevas tecnologías de lainformación, del capitalismo global, flexible y descentralizado, de la sociedadred, de los nuevos o renacidos movimientos culturales que transforman elsistema industrial a escala mundial, las organizaciones de clases y lasestructuras de poder social y político preexistentes.

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Todos estos factores, amplios y complejos, son los que han puestoen cuestión no tan sólo la antigua división e interpretación geopolíticaEste-Oeste, sino también la de Norte-Sur, Centro-Periferia y Desarrollo-Subdesarrollo (O Tuathail, 1996; Hoogvelt, 1997; Méndez, 1997; Castells,1998, vols. I y III), junto con la estructura estatal, ya analizada anteriormente.En definitiva, todas las claves de lectura geopolítica del sistema mundial vi-gente hasta el momento:

«Centro y periferia se están convirtiendo en una relación social y dejandode ser una relación geográfica» (Hoogvelt, 1997, p. 145).«Este proceso de máxima diversificación de las trayectorias de desarrolloes también visible en el otro extremo de la economía global, el denominado Sur» (Castells, 1998, vol. I, p. 139).

Y, como relación social -según Hoogvelt-, se puede materializar en cual-quier parte del planeta. El Tercer Mundo está presente tanto en los países po-bres como en los desarrollados; en sentido contrario, el desarrollo también estápresente en los países del Sur. Por lo tanto, la división internacional del trabajoya no sería internacional, estatal, sino social; la economía capitalistaglobal produciría una sociedad global, con desigualdades, pero finalmenteúnica.

De la unión de la crisis de la fractura Norte/Sur con la descomposición dela URSS y del bloque comunista, la lectura más inmediata que surgió de la si-tuación geopolítica fue la del definitivo triunfo del capitalismo y de lasdemocracias liberales, llegándose a la célebre afirmación del politólogoconservador norteamericano Francis Fukuyama (1994; 1992 en la edicióninglesa) del fin de la historia. Según esta visión, se habría llegado a unaestabilidad definitiva del sistema mundial y a un modelo sin alternativa; lo quelos detractores han denominado pensamiento único. En paralelo, y en unsentido más práctico, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, en sudiscurso televisado que anunciaba el ataque occidental contra el régimeniraquí de Saddam Hussein, en 1991, anunció un nuevo orden mundial dedemocracia y capitalismo.

Sin embargo, y a pesar de estas opiniones más bien voluntaristas, los he-chos se han demostrado mucho más complejos y ambivalentes, y así lo han re-flejado también los analistas de la geopolítica y las relacionesinternacionales en general. Si se parte de la teoría antes mencionada deCastells, se llega a la conclusión de que las características de la economíaglobalizada y de la sociedad de la información desbordan las posibilidades dehegemonía y orden tal y como se ha interpretado hasta ahora como resultadode la capacidad de un estado de organizar el mundo según sus necesidades.

Como base fundamental de esta aparentemente nueva situación hay quecolocar la redefinición -en extensión y contenido- del concepto de sobera-nía en el sentido que se ha analizado en el capítulo 2. Así, en cuanto a las rela-ciones internacionales, más o menos explícitamente todos los analistas acep-tan el concepto de multilateralismo o pluralismo para definirlas (Castells,1998; Hoogvelt, 1997; Muir, 1997; Sassen, 1996). Esta nueva delimitación dela soberanía afectaría incluso a los Estados Unidos y a la Pax americana, a pe-sar de que, desde un punto de vista militar, sí se ha convertido en la única granpotencia. Como apunta ó Tuathail:

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«Este proceso de desterritorialización se refiere no a la creación de unmundo sin fronteras sino a la desaparición del orden espacial (formas, jerarquíasy códigos) de la Pax Americana desde finales de los años sesenta en adelante. Estadesaparición y desbarajuste del orden espacial de la postguerra es el resultado de lapérdida de poder de los estados territoriales en los asuntos mundiales en general yel declive relativo de la capacidad de los Estados Unidos para dirigir el espacio políticoen particular. Esta desterritorialización es más evidente en las finanzas y en la producción» (Ó Tuathail, 1996, p. 229).

Esta aparente contradicción entre poder militar y relativa debilidad po-lítica y económica es la que ha llevado en los últimos años a toda una serie depoliticólogos conservadores norteamericanos -y a grupos ultranacionalis-tas- a hablar de decadencia de los Estados Unidos y a dar argumentos para suregeneración. Por ejemplo, Edward Luttwak (1993), descubre una «ter-cermundización» de los Estados Unidos, sobre todo en relación al auge deJapón y Oriente en general (más orden, más disciplina, más eficiencia). Unauge en el nuevo aspecto fundamental de poder, la geoeconomía -frente auna decadencia, según él, de la geopolítica-, debido a un fracaso del libera-lismo norteamericano en la gestión de la globalización. Otra opinión, bas-tante difundida, es la de Samuel Huntington (1997), quien teoriza sobre elnuevo eje de la geopolítica mundial a partir de los años noventa: «Occidentecontra el resto.» Este resto son, para este autor, otras siete civilizacionesno/anti occidentales. Así, la geopolítica futura estará, para Huntington, mar-cada por un choque de civilizaciones en el que Occidente -dirigido por losEstados Unidos- parte de una posición de dominio a pesar de las debilidadesinternas crecientes (pérdida de valores, «exceso» de democracia). Bajo elempuje del reaganismo, otros autores presentaron ideas parecidas, comoPaul Kennedy o Robert Kaplan, y todavía ahora tienen sus seguidores enfundaciones, asociaciones y grupos políticos:

«Sólo Estados Unidos puede dirigir el mundo. Estados Unidos sigue siendo laúnica civilización global y universal en la historia de la humanidad. En menos de 300años, nuestro sistema de democracia representativa, libertades individuales yempresa libre ha puesto los cimientos del mayor boom económico de la historia.Nuestro sistema de valores es imitado en el mundo entero (...).

Estados Unidos es la única nación lo suficientemente grande, lo suficiente-mente multiétnica y lo suficientemente comprometida con la libertad comopara dirigir el mundo (...).

Sin una vibrante civilización norteamericana, la barbarie, la violencia y ladictadura aumentarán en todo el planeta» (Gingrich,14 1995).

La orfandad de orden político y la emergencia de un nuevo modelo eco-nómico en gran medida posestatal -más que supraestatal- no sólo ha des-pertado visiones pesimistas desde posiciones conservadoras derechistascomo las anteriores, sino que también desde posturas progresistas se ha inter-pretado como una tendencia hacia el caos o un pernicioso triunfo del libera-lismo y sus consecuencias (Albiñana, ed.,1999). Tal vez, la reunión de la Orga

14. Newt Gingrich fue el portavoz de la mayoría republicana en el Congreso norteamericanodurante el primer mandato presidencial de Bill Clinton.

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 109nización Mundial de Comercio en Seattle en 1999 y la respuesta antisistemaque generó -que periódicamente se repite- fue como un caleidoscopio detodas estas posiciones: desde los ultranacionalistas estadounidenses opuestos acualquier organismo supranacional y estatalista, hasta el anarquismo anti-globalización, pasando por las reacciones clásicas del marxismo ante el capi-talismo y por las opciones indigenistas revolucionarias de Chiapas.

Igualmente, desde una perspectiva geopolítica son, sin duda, especial-mente destacables los casos de los estados que a partir de los años ochenta seacogen al islamismo como guía política -o que se ven desestabilizados porél- y el caso de China." Por un lado, algunos países del área musulmana(Irán en 1979 y después Argelia y Afganistán), ante el fracaso de las políticasde desarrollo, con sus resultados de desigualdad y corrupción, se inclinaronpor procesos políticos de ruptura violentos y por el rechazo a lo que se consi-derara occidental, empezando por el mismo concepto de modernización. Porotro lado, el caso chino significa otra singularidad, con su modelo de un país,dos sistemas económicos y gestión política nacionalista, como mínimo por surelevancia cuantitativa en multitud de aspectos, desde demográficos hastaeconómicos, pasando por militares.` La capacidad de ambos casos de crearincertidumbre en el sistema mundial es enorme.

En definitiva, a partir de los años noventa han proliferado nuevas repre-sentaciones e interpretaciones del espacio geopolítico -o geoeconómico(Krugman, 1997)- del sistema mundial, sin que de momento se defina unalectura dominante. Por ejemplo, Saul Cohen (1991) -quien desde los añossesenta17 ha continuado con la tradición de la geografía política de represen-tar cartográficamente el sistema mundial- dibuja un mundo de regionesgeopolíticas -concretamente diez, una de ellas el clásico Heartland-sionadas o entrópicas internamente y en equilibrio o desequilibrio ensus relaciones exteriores.

Manuel Castells, por su parte, propone una visión, como se ha dicho, demultilateralismo, en la que el centro económico del sistema -global- se hareforzado, modificado y diversificado, pero el centro político se ha debilitado.En cuanto al primero considera fundamental la emergencia y ampliación dela tríada formada por Norteamérica, Pacífico asiático -según él la gran nove-dad y la prueba de la multiculturalidad del nuevo sistema económico- y laUnión Europea, es decir se trataría de áreas y no estados. Respecto al centropolítico, lo relevante sería la soledad de Estados Unidos como única gran po-tencia militar mundial pero, paradójicamente, también la cada vez menor ca-pacidad de ejercer con omnipotencia este mando. Para Castells, así comootros autores (Albiñana, ed., 1999), la solución a este nuevo sistema mundialpasaría por la creación de mecanismos de gobierno, por la global governance,que regularan la economía y la justicia a escala mundial.

15. De nuevo, la obra de Castells La era de la información ofrece extensas explicaciones yreferencias de estos casos.

16. Por ejemplo, China, con 1.255,7 millones de habitantes en 1998 significaba el 21,6 de lapoblación mundial. Su crecimiento económico medio ha sido del 10,2 % entre 1980 y 1990 y del 11,1% entre 1990 y 1998, cuando, por ejemplo, en los Estados Unidos ha sido del 3 % y del2,9 % respectivamente o en España del 3 % y del 1,9 % (BM, 2000).

17. Véase el capítulo 2.

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Un sistema el actual, repetimos, más diversificado, pero todavía con másdesigualdades que el precedente. He aquí unos cuantos datos: la inversión ex-tranjera directa en los países pobres -sin contar India y China- ha pasado derepresentar un 1,1 % del total en 1990 al 0,03 en 1998 (BM, 2000); la ayuda aldesarrollo ha pasado en estos mismos años de representar el 1,4 al 0,7 % delproducto nacional bruto de los países ricos; las conexiones de internet van de470 por 1000/habitantes en los países ricos a 0 por 1000/habitantes en algunospaíses pobres. Incluso los datos revelan la relatividad de los presuntos proce-sos de liberalización característicos de la globalización; o, mejor dicho, reve-lan el diferente rasero de dichos procesos, pues si, por un lado, los capitales yano conocen fronteras, es evidente que los movimientos de personas sí que lossufren y que los flujos de las mercancías reflejan la persistencia de centros yperiferias. Recientemente, el Secretario General de las Naciones Unidas, KofiAnnan, denunciaba que los países ricos imponen a los países en vías de desa-rrollo unos aranceles cinco veces superiores a los productos manufacturadosque a los agrarios; o que los aranceles, en el mismo sentido, a los productoscárnicos son del 826 % (!). Informaciones como ésta cuestionan cualquier teoríasobre la progresiva industrialización de los países pobres.

Es decir, pesimismo y optimismo, en un totum revolutum: final, posible-mente, de la amenaza nuclear institucionalizada; progreso de la democracia;

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progresos de una justicia internacional en favor de los derechos humanos -con un incipiente Tribunal Penal Internacional-; avances científicos. Perotambién crisis financieras a escala mundial; terrorismo internacional; economíacriminal; guerras no tradicionales; fundamentalismos religiosos y étnicos;crisis ambiental; continentes sumidos en la pobreza; cuarto mundo; aumentode las desigualdades sociales; globalización de la explotación económica;nuevos analfabetismos tecnológicos; nuevas rebeliones -Chiapas, Che-chenia-; deconstrucción y reconstrucción de instituciones políticas.

Así, se ha escrito y hablado de vértigo geopolítico (O Tuathail, 1996); turbu-lencia geopolítica (Rosenau, 1990); fuera de control (Brzezinsky, 1993); pérdida decontrol (Sassen, 1996); anarquía (Kaplan, 1998); nueva edad media (...) aleatoria,incierta, tribal (Minc, 1993); declive de occidente; desintegración; ... y también deinestabilidad, fragmentación, incertidumbre, ... En definitiva, geopolítica del caos (Albiñana, ed., 1999), génesis de un nuevo mundo (Castells, vol. III, 1999) o viejaslógicas con nuevos métodos (Harvey, 1989; 2000). Sin duda, las perspectivas geo-políticas abiertas a partir de 1989 han comportado más interrogantes que solu-ciones -o, como decía Octavio Paz, «han fracasado las respuestas pero las pre-guntas persisten»-. Pero, si tal vez caos no sea el sustantivo adecuado, posible-mente complejidad sí que se ajusta más a la realidad. Complejidad que no niega laposibilidad ni la necesidad de interpretar la geografía política contemporánea -el mundo-, pero que la dificulta. Que obliga, como se afirmaba, a buscar nuevasinterpretaciones, nuevos agentes, nuevas imágenes:

«El reto actual de la geopolítica crítica está en documentar y deconstruir lasformas institucionales, tecnológicas y materiales de las nuevas estructuras delgeo-poder; problematizar la manera como el espacio global es incesantementere-imaginado y re-escrito por los centros de poder y autoridad de las postrimeríasdel siglo xx» (Ó Tuathail, 1996, p. 249).

2. Las nuevas terrae incognitae

Nos hallamos en este fin de milenio ante un nuevo mundo. De acuerdocon Manuel Castells (1998), éste se originó hace unos tres decenios de la con-fluencia de tres procesos fundamentales: la revolución de la tecnología de la

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información, la crisis económica (tanto del capitalismo como del estatismo) yel surgimiento de nuevos movimientos sociales y culturales (feminismo, eco-logismo, defensa de los derechos humanos, entre otros). De la interacción dedichos procesos emergió una nueva estructura social dominante (la sociedadred), una nueva economía (la economía informacional) y una nueva cultura (la cultura de la virtualidad real). Todo ello ha dado como resultado -añadi-mos nosotros- una nueva geopolítica, que en los últimos años ha sido objetode múltiples y variadas representaciones e interpretaciones, como veíamos enlos apartados anteriores.

En los atlas de la década de 1930 aparecían aún manchas en blanco paradesignar aquellos territorios no explorados o mal conocidos por los coloniza-dores europeos, especialmente en África. En el norte de Marruecos, por ponersólo un ejemplo, la región del Rif, desde cuyas cumbres se divisan con nitidezlas costas andaluzas, fue prácticamente desconocida para los españoles hastafinales de los años 20 del siglo pasado, aun a pesar de la lejana presencia espa-ñola en la zona y a pesar de que el Protectorado español en Marruecos se ins-tauró oficialmente en 1912 y de que las posesiones españolas de Ceuta y Meli-lla se hallan a un tiro de piedra de la región. No fue hasta 1927, terminada lapacificación total del Protectorado, cuando se iniciaron los trabajos parala realización del mapa a escala 1:50.000, que resultaba imprescindible nosólo para el control del territorio, sino también para su organización en el ám-bito civil y como base para cartografía de precisión en distintos ámbitos espe-cíficos (Nogué y Villanova, 1999).

En pocos años, sin embargo, los colonizadores llegarán hasta el últimorincón del continente y del resto del planeta y cartografiarán, organizarán yadministrarán los territorios bajo su dominio, de manera que, en los años 60,coincidiendo con el proceso de descolonización, desaparecerán definitiva-mente los espacios en blanco de los atlas. A partir de aquella década, el espíri-tu pionero, la aventura de la exploración deberá canalizarse hacia otros ámbi-tos: las regiones polares, los fondos oceánicos, el sistema planetario. La Tierrase nos hará pequeña y la aldea global será, por fin, una realidad tangible.Se acabaron, aparentemente, los territorios inaccesibles, misteriosos,enigmáticos. Nada más lejos de la realidad.

Los rasgos esenciales de la radiografía geopolítica de nuestros días son laheterogeneidad, el contraste y la simultaneidad de escalas, así como la alter-nancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el territorio yotros de carácter más difuso y de límites imprecisos. Planteamos en este librola reaparición de nuevas tierras incógnitas en nuestros mapas, que poco onada tienen que ver con aquellas terrae incognitae de los mapas medievales ocon aquellos espacios en blanco en el mapa de África que tanto despertaron laimaginación y el interés de las sociedades geográficas decimonónicas. Mar-low, el principal protagonista de la novela El corazón de las tinieblas, escritapor Joseph Conrad entre 1898 y 1899, en pleno apogeo de la expansión colo-nial europea, afirma en un momento determinado de la obra:

«Cuando era pequeño tenía pasión por los mapas. Me pasaba horas y horasmirando Sudamérica, o África, o Australia, y me perdía en todo el esplendor de laexploración. En aquellos tiempos había muchos espacios en blanco en la tie-

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rra, y cuando veía uno que parecía particularmente tentador en el mapa (y cuál no loparece), ponía mi dedo sobre él y decía: Cuando sea mayor iré allí» (Conrad,1986, p. 24).

Un siglo más tarde han aparecido de nuevo espacios en blanco en nuestrosmapas. La geopolítica contemporánea se caracteriza por una caótica coe-xistencia de espacios absolutamente controlados y de territorios planificados, allado de nuevas tierras incógnitas que funcionan con una lógica interna propia, almargen del sistema al que teóricamente pertenecen. El zapatismo, losnarcotraficantes colombianos o del sudeste asiático, los señores de la guerra, lastribus urbanas, las mafias rusas o, por qué no, los grandes espacios metro-politanos que no tienen entidad administrativa propia, se nos aparecen comonuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos límites im-precisos y cambiantes, difíciles de percibir y aún más de cartografiar, peroenormemente atractivas desde un punto de vista intelectual.

Algunos de estos rasgos geopolíticos empezaron ya a perfilarse hace bas-tantes años, pero no ha sido hasta la crisis definitiva de la lógica geopolíticaimperante en la segunda mitad del siglo xx -la Guerra Fría- cuando han sa-lido definitivamente a la luz y han adquirido una notable relevancia. El estado-nación sigue siendo una pieza fundamental en el nuevo orden internacional,pero nunca como ahora había mostrado tantos signos de desorientación,desorganización y crisis de sus funciones tradicionales.

El colapso de la Unión Soviética y de Yugoslavia, así como el caos prácti-camente total en países como Somalia, Liberia, Sierra Leona o Afganistán,están provocando la emergencia de nuevas y preocupantes formas de violencia.A ello hay que añadir otras circunstancias, como, en los países ricos, la tantasveces comentada crisis de las ideologías, la pérdida de ciertos valores éticos araíz de la secularización de sociedades antaño religiosas o la crisis de la sociedadpatriarcal y de la familia. Además, tanto en los países ricos como en los pobres,la violencia se ha incrementado como resultado de la polarización social,provocada por la exclusión de los potenciales beneficios del sistema económicoimperante de inmensas bolsas de pobreza en un sinfín de regiones y degrandes periferias urbanas.

La sensación de impotencia del estado-nación tradicional ante la nuevasituación creada se manifiesta incluso en una de sus funciones y atribucionesmás exclusivas: la guerra. En efecto, la guerra convencional entre estados e in-clusive la estructura típica de los ejércitos pueden llegar a ser obsoletas dentro depoco si se confirman las tendencias observadas en estos últimos años. Asistimosen el Tercer Mundo a un tipo de conflicto armado en el que paramilitares,guerrillas y grupos de milicianos con una estructura inestable y poco or-ganizada están adquiriendo un protagonismo impensable hace muy pocosaños. En este tipo de conflictos la población civil se ve más expuesta que nunca atoda clase de abusos y sufrimientos, transmitidos al mundo entero por losinfluyentes medios de comunicación de masas a través de terribles imágenescuyo fuerte impacto en los televidentes es lamentablemente perecedero y fu-gaz, al ser rápidamente sustituidas por otras imágenes procedentes de la eclosiónde un nuevo conflicto en otro punto del planeta.

El terrorismo afecta por igual al Primer y al Tercer Mundo y obedece a

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múltiples y diversas causas. Ante él, sin embargo, de poco sirven los ejércitosconvencionales. De hecho, incluso los cuerpos de policía han tenido que mo-dificar sus estructuras para responder mejor a una violencia cada vez más so-fisticada y mortífera, capaz de abastecerse y de articularse en las redes inter-nacionales del crimen organizado. En efecto, la violencia y el crimen también sehan globalizado. He ahí el lado oscuro de la globalización.

Por otra parte, la crisis de la guerra clásica entre estados-nación, junto aun cuestionamiento cada vez más abierto del concepto de soberanía territorialpor parte de la opinión pública en situaciones críticas de carácter humanitario,están dando lugar a un interesante debate en el campo del derechointernacional y, a la vez, están provocando un replanteamiento del papel dealgunos organismos internacionales, así como de las organizaciones no gu-bernamentales.

A estas nuevas tierras incógnitas -y a sus agentes- vamos a dedicar elpresente capítulo, no sin antes advertir al lector que, dada la enorme amplitud delos temas escogidos, nos será imposible profundizar en ellos tal como seríanuestro deseo.

2.1. DE LA DEPENDENCIA A LA IRRELEVANCIA

Desde los orígenes del fenómeno geopolítico colonial, las relaciones entre lasmetrópolis y sus colonias y, por ende, entre los países centrales y los periféricos o,si se prefiere, entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo sehan basado en un aspecto básico, sobre el que se ha asentado la lógica de todo elsistema: la dependencia. En efecto, los vínculos de las colonias y excolonias consus correspondientes metrópolis partían de una realidad innegable impuestapor las relaciones de poder: la dependencia de las primeras hacia las últimas.Esta dependencia se ha materializado históricamente de muchas maneras,desde un intercambio comercial desigual hasta una total supeditacióndiplomática, pasando por una explotación (en ocasiones más bien expolio) delos recursos naturales de las colonias o excolonias en cuestión. Estas relacionesde dependencia siguen hoy vigentes y, de hecho, la economía informacional, enmuchos casos, las ha agudizado. Las nuevas tecnologías de la información estánampliando el abismo existente entre aquellos países que disponen de las mismasy aquellos que carecen de ellas.

Ahora bien, en los últimos años estamos asistiendo a un fenómeno com-pletamente nuevo en el campo de las relaciones internacionales basadas hastaahora en la dependencia. Nos referimos al hecho de que muchos territorios eincluso países enteros del Tercer Mundo están pasando de la dependencia a lairrelevancia. Sea por la escasez de sus recursos naturales, sea por el analfabe-tismo y bajo nivel de instrucción de sus habitantes, sea por las largas contiendasbélicas sin visos de solución que en algunos de estos países se dan, lo cierto esque, en efecto, estos espacios han dejado de ser útiles al sistema económico ypolítico internacional. Son, simplemente, irrelevantes. No importan para nadani interesan a nadie, como no sea a algún periodista que consiga recordar de vezen cuando a la opinión pública su existencia, o a alguna organizaciónhumanitaria, si no ha sido ahuyentada de la zona. Son territorios -y

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 115personas- desconectados y marginados de un sistema-mundo cada vez mássegmentado en estratos espaciales absolutamente distanciados unos de otros,en todos los sentidos. He ahí, sin duda, uno de los rasgos más característicosde la nueva geopolítica.

Estamos ante unas de las nuevas terrae incognitae del Tercer Mundo, anteunos espacios que ya no sirven, que ya no interesan ni para ser explotados. Elmapa de África, de algunas regiones de Asia, del Cáucaso, de muchas islas delPacífico y del índico o de algunas regiones del subcontinente indio, entreotras zonas del planeta, se ha llenado de nuevo de manchas blancas, de tierrasdesconocidas. Si se nos permite el símil, es como si una gran parte de las tie-rras exploradas por los expedicionarios europeos de los siglos XVIII y xix hu-biera vuelto a su situación anterior. Muchos territorios explorados, cartogra-fiados, fotografiados en el último siglo o siglo y medio se han vuelto, de nuevo,inexplorados, inaccesibles, desconocidos, inseguros, misteriosos, hostiles atoda penetración exterior. Son regiones que se alejan, que se apartan del mun-do, que se descartografían. Los dramas humanos que ahí se viven apenas sonconocidos en el resto del mundo. La opacidad es, sin duda, uno de los rasgosmás destacables de estas nuevas tierras incógnitas (Rufin, 1999).

No es de extrañar que, ante esta situación de desorden y caos, de vértigogeopolítico, proliferen interpretaciones geopolíticas de raíz determinista, ávi-das por encontrar una lógica y un sentido a tan aparentemente incomprensi-ble complejidad. Este es el caso de Samuel Huntington, cuyas tesis comenta-remos más adelante, y de Robert D. Kaplan, cuyas observaciones y datos apor-tados son interesantes, pero cuyos argumentos son francamente débiles y decarácter claramente conservador. En efecto, Kaplan (2000) apuesta de hechopor estrategias de exclusión espacial para hacer frente a las nuevas amenazasde violencia geopolítica, que interpreta sirviéndose de argumentos de carácterdeterminista y neomalthusiano. Puede que el determinismo geográfico ya noesté en boga en los círculos académicos, pero sigue ejerciendo una considera-ble influencia en los ámbitos políticos y periodísticos

La aparición de estas tierras incógnitas responde a su exclusión de los flu-jos de riqueza e información y a su nulo interés político y geoestratégico,muestra de la cada vez mayor polarización del mundo contemporáneo en tér-minos de distribución de la riqueza y del bienestar social. En efecto, la pobre-za -y sobre todo la pobreza extrema- ha aumentado en todo el planeta coin-cidiendo con el auge del capitalismo informacional y de la globalización. Según el Informe sobre el desarrollo mundial 2000/2001: Lucha contra la pobreza,elaborado por el Banco Mundial, 2.800 millones de personas, casi la mitad dela población mundial, vive con menos de dos dólares diarios. De ellos, 1.200millones, que suponen una quinta parte de la humanidad, deben conformarsesólo con un dólar. El ingreso medio de los 20 países más ricos es 37 veces ma-yor que el de los 20 países más pobres, y esta brecha se ha duplicado en los úl-timos 40 años. En su informe, el Banco Mundial destaca el incremento espec-tacular de la miseria en la Europa del Este y en la ex URSS, donde los pobresse han multiplicado por más de 20 entre 1987 y 1998. Las personas que subsis-ten con menos de un dólar diario han pasado de 1,1 a 24 millones.

Como se ha comentado en el capítulo anterior, en las tres últimas déca-das la desigualdad y la polarización en la distribución de la riqueza han au-

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 117mentado considerablemente. Según el Informe sobre el Desarrollo Humano delPrograma de las Naciones Unidas para el Desarrollo (1996), en 1993, sólo 5 billones de dólares de los 23 billones del PNB global procedían de los países envías de desarrollo, a pesar de que éstos suponían el 80 % de la población total.El 20 % más pobre de los habitantes del mundo han visto reducirse su parte de larenta global de un 2,3 a un 1,4 %, mientras que la parte del 20 % más rico haascendido del 70 al 85 %. Aún más: los activos de los 358 multimillonarios delmundo exceden las rentas anuales sumadas de los países con el 45 % de la po-blación mundial (Castells, 1998).

Si alguna región se ve excluida de forma notoria de los flujos de riqueza einformación y de los beneficios de la globalización, ésta es, sin duda, el Áfricasubsahariana, por lo que a esta zona vamos a referirnos, a título de ejemplo, acontinuación. Ahí es donde se concentran los peores indicadores, los índicesmás extremos de pobreza y marginación. Cerca del 70 % de los 1.200 millonesde personas que subsisten con un dólar diario se reparte entre el África sub-sahariana y el sur de Asia. En el África subsahariana los pobres han pasado de217 millones a 291 millones en poco más de 10 años (del 18,4 % en 1987 al 24,3 % en 1998). En las ciudades, el desempleo se ha duplicado entre 1975 y1990, pasando del 10 al 20 %, y, en ellas, la mayor parte de la mano de obrapuede perfectamente englobarse en las categorías de irregular o marginal,mientras los indigentes han aumentado dos tercios entre 1975 y 1985 (Cas-tells, 1998). La miseria ha aumentado terriblemente en países como SierraLeona (el más pobre del mundo), Burkina Faso, Nigeria, Zambia o Zimbabue,con esperanzas de vida alarmantes para la época en que vivimos: 37 años paraZambia, 39 para Malawi, 40 para Zimbabue y Mozambique, 41 para Níger, 45para Sierra Leona y 46 para Etiopía, cifras todas ellas muy alejadas de los 79años para las mujeres y de los 72 para los hombres del Primer Mundo.

No se trata sólo, sin embargo, de un deterioro radical de su situación eco-nómica. La pobreza y miseria a la que se ha llegado se ve acompañada de ladesintegración de sus estados, de la fragmentación de sus sociedades, dela siempre endeble base nacional e idea de nación de los estados africanos sur-gidos de la descolonización (incapaces se superar bajo un proyecto común lastensiones interétnicas), de las guerras civiles, de los éxodos masivos y forza-dos, de la violencia masiva, del caos generalizado e incluso de las epidemias.La epidemia del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), por ejem-plo, continúa haciendo estragos en África, donde más de 24 millones de perso-nas sufren este mal. La epidemia sigue avanzando y puede llegar a comprometerel desarrollo de muchos países, en especial de aquellos en los que uno de cadacuatro adultos está infectado. De los 5,4 millones de personas que enfermaronen 1999 en el conjunto de África, el 70 % correspondían a las regionessubsaharianas. Su progresión es de tal magnitud que las Naciones Unidas sehan visto obligadas a revisar a la baja las previsiones de crecimiento demográ-fico de las regiones africanas afectadas. En ellas, la esperanza de vida se redu-cirá en un futuro inmediato en 15 o 20 años, de manera que un país comoZimbabue apenas superará los 30 años en el 2010. No debe sorprender, por lotanto, que el país que parece destinado a liderar una parte del continente afri-cano, la República Sudafricana, haya hecho de la lucha contra el sida uno desus principales objetivos políticos. Con tal firmeza, que ha abierto un conflic-

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MAPA 7. Esperanza de vida en el África Subsahariana (1999).

to -de gran repercusión mediática en todo el mundo- con algunas de lasmás importantes multinacionales farmacéuticas por el precio de los medica-mentos específicos para el tratamiento de dicha enfermedad.

Todo ello ha convertido esta región en una nueva tierra incógnita, justo en elmomento en el que ha emergido el capitalismo informacional a nivel mundial, loque induce a Castells (1998) a sugerir una cierta causalidad social y estructural enesta coincidencia histórica. En efecto, su PNB per cápita ha disminuidodrásticamente en el periodo 1980-1995, debido a una profunda crisis agrícola (resultado, en parte, de una agricultura excesivamente orientada a la producciónpara la exportación), así como a una crisis del incipiente sector industrial de losaños ochenta. Además, sus exportaciones han perdido valor y han quedadoprácticamente reducidas a materias primas y productos agrícolas -exceptuandociertos minerales muy cotizados e incluso de alto valor geoes-

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 119tratégico-, algunas de ellas con un descenso continuo de los precios en el mer-cado internacional. Las duras políticas de ajuste impuestas por el Banco Mun-dial y el Fondo Monetario Internacional no sólo no han conseguido invertir estatendencia, sino que han empeorado las condiciones de vida de la población. Porotra parte, la inversión extranjera ha disminuido considerablemente y se hadirigido a mercados con menor riesgo, con un entramado institucional más só-lido, mejores infraestructuras y políticas económicas más estables. La corrup-ción generalizada y en especial la de los grupos que ocupan el poder ha agravadouna situación ya de por sí crítica, que relata de forma muy vivida el periodistapolaco Ryszard Kapuscinski (2000) en su reciente libro Ébano. Ésta es lacausa principal del uso indebido de la ayuda internacional -incluso la de ca-rácter humanitario- y de los créditos recibidos, así como de las fugas de capi-tales locales hacia cuentas bancarias en el extranjero. A este estado es al queCastells denomina estado predatorio o estado vampiro, esto es, un estado totalmente patrimonializado por las elites políticas para su estricto beneficio perso-nal, elites que mantienen un férreo control de todos los resortes del poder a tra-vés de unas eficaces redes de clientelismo.

En definitiva, el África subsahariana se está alejando a pasos agigantadosde la revolución de las tecnologías de la información, de la sociedad informa-cional y de la nueva economía. Se está dando el peor escenario posible: el dequedarse rezagada justamente ahora. El subdesarrollo tecnológico y la depen-dencia informacional ahondarán aún más el abismo existente hasta el presen-te entre estos países y los desarrollados. Por otra parte, la crisis del estado-nación africano, pocas veces sólido y cohesionado, está comportando unareafirmación a menudo artificial y provocada de las identidades étnicas y te-rritoriales, con el consiguiente aumento de tensión y violencia. Definitiva-mente, el tránsito de la dependencia a la irrelevancia sigue su curso.

2.2. EL LADO OSCURO DE LA GLOBALIZACIÓN

La globalización tiene sin duda su lado oscuro, su dimensión perversa. Elespacio de flujos y redes, la economía informacional, las nuevas tecnologíasde la información están siendo bien utilizadas por los especuladores financie-ros sin escrúpulos, los comerciantes de armas, los contrabandistas al por ma-yor, los narcotraficantes, los terroristas, las mafias, ... en fin, por el crimen or-ganizado, que se ha convertido -también él- en global. Estamos asistiendoen este inicio de siglo y de milenio a la configuración de organizaciones crimi-nales transnacionales (o nacionales con conexiones internacionales) que ope-ran en varios sectores a la vez y que se aprovechan de los procesos desregula-dores puestos en marcha, de la creciente debilidad de algunos estados, de lapresión migratoria hacia los países desarrollados, del colapso de la antiguaUnión Soviética y del bloque comunista en general, de los paraísos fiscales yde las mayores facilidades concedidas a la circulación del capital a nivel mun-dial. Se trata de un fenómeno nuevo que representa incluso un desafío al dere-cho penal clásico, acostumbrado al manejo de unas categorías conceptuales (autoría, complicidad, estado, inducción) que ya no son operativas en estecontexto (Choclán, 2000).

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Estos grupos criminales organizados acumulan tanto poder que han lle-gado a hipotecar la acción de gobierno de algunos estados, como Tailandia,Bolivia, Colombia, México, Rusia o las ex repúblicas soviéticas. Incluso, unpaís como Japón se ha visto afectado por la implicación de la criminalidad en laeconomía; parece demostrado que parte de la responsabilidad en la crisis queafecta desde hace un lustro a la banca nipona se debe a la concesión decréditos condicionados por la mafia del país.

Es imposible referirnos a todos estos casos, por lo que vamos a dete-nernos brevemente en dos de ellos, a título de ejemplo: Colombia y Rusia.El primer caso es interesante porque ilustra hasta qué punto el narcotráfi-co puede llegar a corroer los pilares fundamentales de un estado soberano;el segundo, porque muestra cómo el crimen organizado ha sacado partidode las dificultades de transición de una economía planificada y centraliza-da a una economía de mercado. En ambos casos nos enfrentamos de nuevo atierras incógnitas, a espacios en blanco, a territorios fuera de control,regidos por una lógica interna no reconocida por el sistema, aunqueen esta ocasión estén adheridos a él. A diferencia de las tierrasincógnitas presentadas en el apartado anterior, éstas no son irrelevantes,sino todo lo contrario.

Colombia es un país asolado por la violencia. Se calcula que, aproxima-damente, cada año mueren más de 30.000 personas como consecuencia directade la misma. El país está militarizado y armado hasta los dientes, siendo, en1999, el tercer país del mundo, después de Israel y Egipto, en recibir ayudamilitar de Estados Unidos, lo que se incrementará notablemente a raíz del re-ciente acuerdo de colaboración entre Washington y Bogotá para combatir elnarcotráfico. La guerrilla está compuesta por las Fuerzas Armadas Revolucio-narias de Colombia (FARC), con 17.000 efectivos (y una capacidad de movili-zación de 35.000 hombres), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), con4.000, y el Ejército Popular de Liberación (EPL), con varios centenares. Desdehace ya medio siglo, la guerrilla lleva a cabo una guerra de intensidad variablecontra la policía, el ejército y los paramilitares. Las FARC, dirigidas por Ma-nuel Marulanda, alias Tiro fijo, son sin duda la guerrilla más importante y laúnica capaz de poner en jaque al estado. Los paramilitares, por su parte, estánorganizados en multitud de grupos, como las Autodefensas Campesinas deCórdoba y Urabá (ACCU) o las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). LasAUC han experimentado un crecimiento exponencial: de 2.150 miembros en1994 a 8.150 en el año 2000.

Los grupos paramilitares están financiados por terratenientes, empresa-rios y narcotraficantes y su estrategia, basada en suplantar al estado en las ta-reas más sucias de la lucha insurgente, se dirige a expulsar a la guerrilla de losterritorios que controla, esto es casi un 40 % del territorio nacional, si bien escierto que se trata en buena parte de selvas y páramos, con poca población,pero con un alto valor estratégico si consideramos que aquí es donde se culti-va mayoritariamente la coca y la amapola, de la que sale la heroína. Según laorganización estadounidense Human Rights Watch, las guerrillas son respon-sables del 17 % de las víctimas por violaciones de los derechos humanos (ase-sinatos y desapariciones), las fuerzas de seguridad del estado del 7 % y los pa-ramilitares del 76 %, ocasionando las acciones de todos ellos centenares de

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 121exiliados y más de un millón de desplazados internos, en general de campesi-nos atrapados entre dos fuegos (Santamarta, 1999).

Las causas de esta violencia generalizada son múltiples y diversas y no eséste el lugar donde profundizar en ellas. Sí hay que señalar, sin embargo, doshechos fundamentales, sin los cuales no puede entenderse tal grado de violen-cia: las desigualdades sociales y el narcotráfico. En efecto, Colombia es uno delos países con mayores desigualdades sociales del mundo: el 57 % de la pobla-ción (23 millones de un total de 40) vive bajo el umbral de la pobreza y el 1,3 delos propietarios posee el 48 % de la tierra. La pobreza, el subempleo y el de-sempleo afectan a dos tercios de la población, lo cual puede darnosalguna pista para explicar también la extensión de la delincuencia común.

En lo referente al narcotráfico y a su impacto en la economía nacional yen el nivel de violencia generalizado, son esclarecedoras las siguientes cifras(Santamarta, 1999): el 80 % de la cocaína y buena parte de la heroína que lle-gan a EE. UU. provienen de Colombia; todos los estudios sobre el tema coinci-den en atribuir a Colombia un mínimo del 60 % del total de la producción decoca a nivel mundial, llegando algunos analistas a aumentar esta cifra hasta el90 %; Colombia es, también, el cuarto productor mundial de heroína y el se-gundo de marihuana; el valor de las exportaciones colombianas de drogas ile-gales llegó en 1998 a 16.000 millones de dólares, muy por encima de los 11.000millones que representaron todas las exportaciones legales (carbón, petróleo,café, plátanos, ...); por último, hay que destacar que en 1998 los cultivos decoca en Colombia crecieron un 28 %, frente a una disminución del 26 % enPerú y del 17 % en Bolivia (a principios de los 80 el cultivo de coca representabacerca del 8 % del PIB boliviano, pero la erradicación iniciada en 1997 -piénsese que sólo en la zona de Chapare se ha pasado de las 38.000 hectá-reas a las 2.300- ha sacado ya del mercado unos 500 millones de dólares vin-culados al narcotráfico, que no han sido reemplazados, por cierto, por otrotipo de inversiones).

Tanto los grupos paramilitares de extrema derecha como las FARC man-tienen estrechos vínculos con el narcotráfico, empezando por elcontrol -y protección- de los sembrados de coca y amapola y de lasnumerosas pistas de aterrizaje para avionetas improvisadas en medio de laselva, desde donde se transporta la mercancía. Las FARC han admitidopúblicamente que imponen un 30 % de gravamen a los beneficios de loscampesinos y traficantes que operan en sus dominios, lo que equivale a unos500 millones de dólares anuales. Esta cantidad sufraga el 60 % delpresupuesto de guerra de las FARC, ligeramente inferior al 70 % delpresupuesto sufragado por el mismo concepto en el caso de los paramilitares.En este sentido, es muy interesante la contradicción observada por BelénBoville Luca de Tena (2000): coexiste hoy en Colombia un sector delcampesinado protegido por la guerrilla dedicado al cultivo de la coca con unsector terrateniente, apoyado por los paramilitares y de ideologíaconservadora, también especializado en el sector de la coca en base a grandesplantaciones comerciales.

Los colombianos tienen una larga experiencia en el contrabando en gene-ral y en la producción y tráfico de drogas en particular. Ya a principios de losaños 70 se exportaban desde La Guajira cantidades industriales de marihuanaal mercado norteamericano, por lo que, establecidos los canales, no fue nada

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complicado pasar de la marihuana a la cocaína, mucho más rentable y fácil detransportar (Boville Luca de Tena, 2000). En regiones como Antioquia, conuna fuerte recesión económica en la década de los 70, todo el mundo se volcó aldesarrollo de un negocio que ofrecía beneficios astronómicos y en el quepodían intervenir muchas personas: campesinos, transportistas, operadores,guardaespaldas, sicarios, abogados, contables, relaciones públicas.Hoy, algunas provincias del interior dependen casi en su totalidad, directa oindirectamente, de la hoja de coca, como la provincia del Putumayo, en laque las economías domésticas del 70 % de los 340.000 habitantes de la zonagiran alrededor de este cultivo. Piénsese, además, en un dato indicativo: unahectárea de coca genera una renta de unos 2.500 dólares anuales, veinte vecesmás que la renta generada por cualquier otro cultivo legal. Ante ello, es fácilcomprender que en un solo año, en 1999, se ampliara en 20.000 hectáreas lasuperficie cultivada de coca en Colombia. Mientras al campesino no se leofrezcan cultivos alternativos (y mercados para la salida de dichos cultivos)con una rentabilidad parecida, de poco servirán las fumigacionesincontroladas, a parte de producir verdaderos desastres ecológicos ydestruir, también, los cultivos legales.

No hay que olvidar, por otra parte, que la producción colombiana respondea una fuerte demanda exterior, localizada en el Primer Mundo. En efecto, losprincipales consumidores y los mercados más rentables se hallan en lospaíses ricos, en concreto en los Estados Unidos y en Europa. Ahora bien, sihasta hace muy poco Norteamérica superaba de largo al Viejo Continente enconsumo y beneficios, en los últimos dos años la tendencia se está invirtiendo.Se creía a principios de 1999 que entraban en Europa, procedentes de Colom-bia, entre 30 y 50 toneladas de cocaína al año, pero una revisión de estos datosrealizada un año más tarde, a raíz de los alijos capturados y de una informa-ción más precisa sobre el nivel de consumo, ha dado como resultado una cifracuatro veces mayor: entre 120 y 200 toneladas. Se calcula que el volumen decocaína que entra en Estados Unidos es de entre 170 y 300 toneladas, aún su-perior, por tanto, a la que entra en Europa. Sin embargo, no sucede lo mismoen relación con los beneficios. El consumo ha descendido de forma notable enaquel país (de más de 5 millones en 1985 a los cerca de 2 millones en la actuali-dad) y ello ha estabilizado los precios, mientras que en Europa ha sucedidoexactamente lo contrario. El precio medio de un kilo de cocaína pura en losEstados Unidos es hoy de 25.000 dólares, mientras que en Europa llega ya alos 45.000 dólares. Al disminuir el consumo norteamericano y al aumentar,paralelamente, la producción de cocaína en Colombia, como hemos visto másarriba, Europa se convierte en un mercado extraordinariamente apetecible.Por España entra el 57 % de la cocaína que llega a Europa, lo que quizá ayude aexplicar que nuestro país sea el primero en número de consumidores (562.000), por delante de Alemania (508.000), Italia (301.000) y el Reino Unido(249.000) (Carlin, 2000). En su conjunto, el negocio de las drogas mueve cadaaño, en España, casi 1,3 billones de pesetas, siendo el hachís la droga másrentable, pues se compra a 45.000 pesetas el kilo en la costa rifeña marroquí yse vende a 2 millones de pesetas en las calles españolas.

En definitiva, al hallarse la producción y el consumo en distintos puntosdel planeta, la internacionalización de esta práctica delictiva se convierte en

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 123inevitable. De ahí, también, la extrema facilidad con que el narcotráfico se haadaptado a la globalización y al uso de las nuevas tecnologías de la informa-ción, así como a aquellos circuitos financieros internacionales y mercados devalores poco interesados por el origen del capital, por no decir especializadosen el blanqueo del dinero sucio (Panamá, Costa Rica, Islas del Gran Caimán,Bermudas, Antillas Holandesas, Florida y, en general, toda la cuenca del Cari-be, además de otras muchas bancas off-shore y paraísos fiscales repartidospor todo el mundo -Europa incluida-, exentas de cualquier tipo de control yregulación legal). Por otra parte, a través de las redes criminales organizadaspor el narcotráfico circulan también otras mercancías (armas, mujeres para laprostitución, emigrantes ilegales) que, a nivel regional y en algunos momen-tos de fuerte demanda, pueden llegar a ser tanto o más rentables que el propiotráfico de drogas. Así, por ejemplo, las mafias que controlan la inmigraciónilegal a través del Estrecho de Gibraltar hicieron su agosto en el primer semestrede 2000, a raíz del efecto llamada que produjo en Marruecos la entrada envigor de la nueva Ley de Extranjería. Ante la avalancha producida, las tarifascobradas por los traficantes se dispararon y convirtieron esta práctica delictivaen un excelente negocio. También es verdad, por otro lado, que el narcotráficose ha aprovechado a menudo de redes y canales ya establecidos, mejorándolosy sofisticándolos. Éste es el caso de las redes de contrabando de tabaco deGalicia y su uso actual por parte de los traficantes internacionales de droga,en especial de los colombianos. Éstos han establecido alianzas estratégicascon las mafias gallegas, a través de las cuales distribuyen la cocaína porEspaña y el resto de Europa.

El narcotráfico se ha adueñado de Colombia y, con él, el estado de dere-cho ha entrado en cuarentena. La debilidad intrínseca del estado colombianoha favorecido la consolidación del crimen organizado vinculado al narcotráfi-co, quien, a su vez, ha contribuido a debilitarlo aún más. Los extraordinariosbeneficios generados por esta práctica delictiva, junto a la violencia que con-lleva, están erosionando los pilares fundamentales de todo estado soberano através del soborno, de la corrupción y del asesinato de líderes políticos, jueces yperiodistas. A una guerra civil que empezó hace medio siglo entre el ejército, laguerrilla y los grupos paramilitares, se ha añadido en los últimos años unnuevo elemento, capaz de impregnar y de condicionar al resto de los actoreshasta ahora en pugna. La soberanía estatal, ya mermada en todo el mundo porefecto de los procesos de globalización, se ve aún más desgastada en aquellosestados, como el colombiano, donde el crimen, con una clara base local, se haorganizado a escala global, ignorando supinamente todo tipo de regulaciónjurídica y sorteando con facilidad, gracias a su enorme flexibilidad, las rígidasestructuras estatales.

Un caso muy distinto al de Colombia es el de Rusia, a pesar de que la si-tuación general sea similar e igualmente preocupante: estado de derechoamenazado, desconfianza de la población hacia los poderes establecidos, co-rrupción generalizada, violencia, empobrecimiento y consolidación del cri-men organizado. Lo más resaltable del caso ruso es el provecho que ha sacado elcrimen de las enormes dificultades de transición de una economía planifi-cada y centralizada a una economía de mercado. Esta caótica transición creólas condiciones óptimas para que las redes del crimen organizado penetraran

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en las estructuras básicas del estado y de la economía, y no sólo de Rusia, sinode todas las ex repúblicas soviéticas, a las que Robert D. Kaplan (1996) deno-mina estados-bazar, por el hecho de estar generalmente controlados por ma-fias locales de carácter étnico muy marcado.

Las actividades criminales a gran escala proliferaron en medio del caos yde la confusión, sobre todo después de la llegada al poder de Boris Yeltsin en1991, quien se mostró incapaz de controlarlas o, cuando menos, de reducirlas. Lafuga de divisas, la evasión fiscal, el narcotráfico, el tráfico ilegal de los másdiversos productos (tabaco, armas, material nuclear, petróleo, bienes manu-facturados procedentes de Occidente) o las redes de prostitución, entre mu-chas otras actividades criminales, florecieron como nunca y conectaron loscentenares de grupos mafiosos locales con las organizaciones internaciona-les. Es especialmente alarmante y sintomática la desaparición durante losaños noventa de al menos 400 toneladas de uranio enriquecido,suficientes para equipar 16.000 cabezas nucleares (Dear, 2000). ManuelCastells (1998), por su parte, estima que a mediados de los años noventa casitodas las pequeñas empresas pagaban un tributo a los grupos criminales y lomismo hacían entre el 70 y el 80 % de los bancos y de las grandes empresas,tributo que representaba entre el 10 y el 20 % de los ingresos de las mismas.Parece ser que la economía sumergida, incluyendo también en ella a lacriminal, llega hasta el 40 % del conjunto de la economía rusa. Definitivamente,el acceso privado a la propiedad estatal y la liberalización de la economía sellevaron de la peor manera posible, sin el adecuado control político, social einstitucional.

El cataclismo económico y el caos generalizado que tanto han beneficia-do a los grupos criminales, han empeorado dramáticamente las condicionesde vida de la inmensa mayoría de ciudadanos rusos. Según Frédéric F. Clair-mont (1999), 79 millones de rusos (el 53 % de la población) viven por debajodel umbral de la pobreza y el 2 % de la población acapara el 57 % de la riquezanacional, cifras no muy alejadas, por cierto, de las que comentábamos para elcaso colombiano. La deuda externa ha alcanzado el nivel récord de 180.000millones de dólares y la deuda interna los 161.000 millones. Los salarios atra-sados se elevaban al 11 % del PIB en enero de 1997 y al 27 % en septiembre de1998, lo que explica en buena parte el éxodo de científicos y de excelentes pro-fesionales hacia los países occidentales. La tasa de mortalidad infantil se hadisparado y la esperanza de vida masculina ha caído a niveles parecidos a losde algunos países del Tercer Mundo, debido al alcoholismo, al tabaquismo, alestado de estrés psicosocial que afecta a gran parte de la población, al deteriorode la dieta y, en general, a la crisis y degradación de la seguridad social y de lasestructuras sanitarias.

Colombia y Rusia son un claro exponente del crimen organizado y globa-lizado, pero desgraciadamente éste afecta también a muchos otros países y serefiere a muchos otros ámbitos apenas citados hasta el momento. Sin ir máslejos -y de acuerdo con Choclán (2000)-, en España operan unas 200 orga-nizaciones criminales, con más de 4.000 miembros. Y en lo referente a otrosámbitos de actuación no analizados, ahí está el tráfico de armas hacia paísesque en un momento determinado han sido objeto de un embargo internacio-nal decretado por las Naciones Unidas, como Irak o Serbia, o hacia gruposguerrilleros o bandas aunadas. 0 la industria de la prostitución a nivel mun-

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 125dial, con el correspondiente tráfico de mujeres y niños y con una especial vin-culación con los flujos internacionales del turismo, en especial el que se dirige alsudeste asiático. O el tráfico de órganos de los países pobres (Brasil, Hon-duras, Perú) a los países ricos y, asimismo, el de la adopción por cauces ilegaleso paralegales, siempre controlados por las correspondientes mafias locales.Otro campo de actuación del crimen organizado que genera unos beneficiosextraordinarios es el del contrabando de inmigrantes ilegales, dispuestos apagar lo que sea con tal de alejarse de unas condiciones económicas o políticasextremadamente difíciles, para instalarse en el Primer Mundo, en especial enNorteamérica, Europa, Japón y Australia. De ello vamos a hablar a conti-nuación.

2.3. EMIGRANTES Y REFUGIADOS

Los movimientos de población forzados por razones de diversa índole noson nuevos en la historia de la humanidad. No hay más que mirar hacia atrás yrecordar el comercio de esclavos de África hacia América o las migracionesmasivas de europeos depauperados hacia el Nuevo Mundo, por no citar las de-portaciones de etnias enteras practicadas por Stalin dentro de la Unión Sovié-tica. En el Occidente rico, tranquilo y sosegado de los años cincuenta, sesenta ybuena parte de los setenta, en plena época de crecimiento económico y deimplantación del estado de bienestar, no se divisaba, de ninguna manera, unhorizonte parecido al vivido décadas y siglos atrás. Y, sin embargo, ocurrió loinesperado: en los últimos años del siglo xx se han batido todos los récords enlo que se refiere a movimientos de población forzados, y todo ello en plenaeclosión de la nueva economía y de la sociedad informacional. Por una parte,las migraciones Sur-Norte por razones económicas se hanintensificado de manera espectacular y nunca vista hasta el presente, tantoen Norteamérica como en Europa. En ésta, son notorias las migraciones pormotivos económicos desde el antiguo glacis soviético hacia los paísescomunitarios. Por otra parte, la inestabilidad en el Tercer Mundo y losconflictos bélicos surgidos a raíz de la caída del Muro de Berlín y del colapsode la Unión Soviética han llenado campos y carreteras de miles de refugiados,transportándonos a dramáticas situaciones que creíamos superadas. A estosdos nuevos movimientos forzados de población vamos a referirnos en lospárrafos que siguen.

Sería oportuno recordar, en este punto, cómo Saskia Sassen (1996) plan-tea el tema de las migraciones en un mundo globalizado. En esencia, y desdeuna perspectiva geopolítica muy sugerente, Sassen considera que, si bien escierto que la globalización económica desnacionaliza las economías naciona-les, también lo es que la inmigración, como otros fenómenos, está renaciona-lizando la política. El consenso es cada vez mayor en la comunidad interna-cional a la hora de eliminar barreras a los flujos de capital, información y ser-vicios, pero, cuando se trata de inmigrantes -y de refugiados-, elEstado-nación reclama de nuevo su soberano derecho a controlar susfronteras. El ejercicio de su soberanía en este terreno se ve limitado, sinembargo, por la acción de diversos actores sociales que juegan un papel cadavez más relevante en este y otros temas, como el sector agroindustrial (queprecisa de mano de

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obra barata), las organizaciones humanitarias, los sindicatos o los grupos depresión étnicos. El tema de la inmigración plantea abiertamente la tensión en-tre la protección de los derechos humanos universalmente reconocidos y lasoberanía estatal.

Al cuantificar las migraciones internacionales, hay que ser muy cauto.No sólo la terminología y las categorías estadísticas varían de un país a otro,sino que nunca podrá saberse con certeza cuántos inmigrantes llegan a unpaís determinado de forma ilegal. Además, estamos ante un fenómeno que varíadía tras día, mes tras mes, año tras año, dependiendo de múltiples y diversascircunstancias. Así pues, las cifras serán siempre aproximadas, nuncaexactas. Se calcula que la población migrante en el mundo, esto es la migra-ción internacional, ronda los 130 millones de personas, incluyendo a los refu-giados, que no superarían el 15 % de esta cifra. Excluyendo a estos últimos,que se ven forzados a emigrar por otras razones, la mayoría de las migracio-nes responden a motivaciones económicas, en el sentido más amplio de la ex-presión.

A lo largo de la primera mitad del siglo xx, los europeos tuvieron una pre-sencia hegemónica en el campo de las migraciones internaciones, en especiallas transoceánicas, sin olvidar la importante emigración asiática, sobre todochina, hacia el continente americano. Su contribución al poblamiento de lospaíses nuevos de la zona templada de los dos hemisferios fue muy importante.Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, África del Sur,Australia y Nueva Zelanda deben su excepcional crecimiento demográfico deprincipios de siglo a esta inmigración. En tan sólo 14 años, de 1900 a 1914,14 millones de europeos partieron hacia el Nuevo Mundo y en poco más de unsiglo, de 1820 a 1945, 52 millones de personas emigraron del Reino Unido,Irlanda, Alemania, los países escandinavos, Italia, España, Poloniay Rusia, rumbo al otro lado del océano (Simon, 1995).

A partir de la Segunda Guerra Mundial, el descenso progresivo de lastasas de fecundidad europeas, el aumento del nivel de vida y la estabilidadpolítica y social redujeron drásticamente esta migración hasta hacerla casiinsignificante. Fue entonces cuando entraron en escena en este terreno lospaíses en vías de desarrollo, que accedían en su mayoría a la independenciaa partir de 1945. El Tercer Mundo, que aparece como entidad geopolíticadiferenciada en estos precisos momentos, concentrará todos los ingredien-tes imprescindibles para convertirse en la gran reserva de mano de obra ba-rata del mundo entero: altísimas tasas de crecimiento demográfico, inesta-bilidad política, conflictividad social, pobreza y dependencia económica ydiplomática. Todo ello explica que hoy día las tres cuartas partes de los mi-grantes internacionales (unos 95 millones de personas) sean originariosdel Sur y, dentro de él, más de unas zonas que de otras, como veremos acontinuación.

Uno de los más activos polos mundiales de emigración se localiza enAmérica Central y la cuenca del Caribe, con cerca de 16 millones de emigran-tes, que se han dirigido prioritariamente a los Estados Unidos, Canadá y lasantiguas metrópolis europeas (Simon, 1995). Por su propio peso demográfi-co, México aporta la mayor parte de estos migrantes. En el censo de poblaciónestadounidense de 1990, se contabilizaban casi 5 millones de mexicanos naci-

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 127dos en México, a los que había que añadir, como mínimo, otros 2 millones de

clandestinos. La entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre Esta-dos Unidos, Canadá y México, así como la crisis financiera provocada por lacaída en picado del peso mexicano, no han ayudado en nada a reducir los flujosmigratorios hacia el norte. La presión migratoria en la frontera estadounidenseno ha dejado de crecer y lo ha hecho al mismo ritmo que lo han hecho losdramas personales vinculados al cruce ilegal de la frontera: muchos sonlos jóvenes -denominados coloquialmente espaldas mojadas- que pierdenla vida al intentar sortear una de las líneas fronterizas más vigiladas delmundo. Si consiguen superar este difícil obstáculo, lo que les espera al otrolado de la frontera, mientras sigan indocumentados y su situación no se regu-larice, son salarios miserables y a destajo.

Más allá de la inmigración mexicana, lo cierto es que el porcentaje de po-blación hispana en su globalidad se ha incrementado en los Estados Unidosde una manera espectacular en los últimos años. Se calcula que para el 2004este grupo se habrá convertido ya en la primera minoría del país. Hoy ya sqn35 millones los ciudadanos de origen hispano (en 1990 eran poco más de 22millones), igualando por primera vez a la población afroamericana. Si tene-mos en cuenta que un tercio de estos 35 millones son menores de 18 años, esmás que probable que en menos de cincuenta años lleguen a los 96 millones, esdecir incrementarán su número en un 200 %. Los hispanos se están convir-tiendo en una importante minoría que tiene ya un peso considerable en losámbitos político, económico y social. De ahí la proliferación de revistas, pe-riódicos, emisoras de radio y cadenas de televisión en español. Y de ahí, tam-bién, las concesiones al español, en las campañas electorales, tanto del Parti-do Republicano como del Partido Demócrata. No parece, en efecto, que laspolíticas lingüísticas restrictivas a favor del inglés, al estilo de la delEnglish Only, tengan mucho futuro.

Sin duda alguna, el aumento del crecimiento demográfico en los EstadosUnidos en los últimos diez años (el censo de 1990 contabilizaba un total de248.790.925 millones de habitantes; el de 2000, un total de 281.421.906) no seexplica sin considerar el fenómeno migratorio, en especial -insistimos- elde procedencia hispana. A pesar de la hegemonía indiscutible de México (querepresenta el 61,6 % del total de la población de origen hispano), no hay queolvidar el aporte continuo de migrantes de Puerto Rico, Cuba, Haití y Jamai-ca, así como del resto de países de América Central, en especial Guatemala, ElSalvador y Nicaragua. El 37 % de esta población de origen hispano se concen-tra en tres ciudades: Los Ángeles, Nueva York y Miami. Si a ellas se añadenSan Francisco, San José y Chicago, este porcentaje llega al 45 %.

Otro de los polos de emigración más relevantes por su extraordinario di-namismo viene representado por el grupo de países del Magreb y del PróximoOriente, con unos 15 a 20 millones de emigrantes. En cifras absolutas, losprincipales países de la zona de los que parten los emigrantes son Turquía yEgipto (con unos 3 millones de emigrantes cada uno), Marruecos (un millón ymedio), Líbano (cerca de un millón), Argelia y Jordania (ambos con 800.000emigrantes), Siria (con medio millón) y Túnez (unos 400.000). El destino alque se dirigen estos emigrantes es fundamentalmente Europa y los países ára-bes ricos en petróleo (Libia, Arabia Saudí, los Emiratos del Golfo).

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 129A España acuden sobre todo emigrantes marroquíes. Si nos ceñimos a los

datos oficiales hechos públicos por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Socia-les, los permisos de trabajo concedidos a extranjeros a 31 de diciembre de1998 ascendían a 197.074. De éstos, 76.870 correspondían a trabajadores denacionalidad marroquí, lo que representaba el 39 % del total. El resto se re-partía, por orden de importancia, entre las siguientes nacionalidades: perua-na, dominicana, china, filipina, ecuatoriana, argentina, senegalesa, colombia-na, argelina, polaca y gambiana. Sin duda, la cercanía de la costa española aMarruecos, así como la estratégica situación de Ceuta y Melilla en la costaafricana, han hecho de este país una verdadera pista de despegue no sólo paralos emigrantes marroquíes, sino para buena parte de los emigrantes africanosque desean instalarse en España o en cualquier otro país europeo. De ello sehan aprovechado las mafias locales e internacionales, que han convertido eltransporte ilegal de emigrantes por el Estrecho de Gibraltar en uno de los ne-gocios más rentables del crimen organizado, sirviéndose para ello de las fu-nestas pateras.

Extremo Oriente y el sudeste asiático presentan en cifras absolutas el nú-mero más alto de emigrantes a nivel mundial (cerca de 40 millones), pero noen cifras relativas en relación con su población, puesto que no hay que olvidarque casi la mitad de la población mundial se concentra en este rincón del pla-neta. Sea como fuere, lo cierto es que la población de origen hindú y paquistaníen el Reino Unido es considerable, como también lo es la de origen chinorepartida por todo el mundo y evaluada en su conjunto en unos 25 millones depersonas (Simon, 1995). Por otra parte, los movimientos migratorios entre lospropios países de la zona son mucho más significativos que en otrasáreas, aunque es imposible conocer su verdadera magnitud.

Los países del África occidental representan otro foco de emigración im-portante. Entre ellos hay que destacar a Burkina Faso (un millón de emigran-tes), Senegal (400.000), Mali (400.000), Ghana y Nigeria. Por otra parte, en laRepública Sudafricana trabajan más de un millón de personas que provienende Zimbabue, Botsuana y Mozambique. Finalmente, la emigración por razo-nes económicas se ha disparado en estos últimos años en países tradicional-mente receptores de inmigrantes, como Argentina y Uruguay. Ha sido tam-bién el empeoramiento general de la situación económica lo que ha motivadola notable emigración de trabajadores muy cualificados de Europa Oriental yla antigua Unión Soviética hacia la Unión Europea y América del Norte.

Desde principios de la década de 1950 hasta los primeros años de la de1970, la mayoría de los países industrializados del hemisferio occidental in-centivaron la inmigración, al precisar de mano de obra. Sin embargo, a raíz de lacrisis económica de principios de los setenta, que conlleva un aumento es-pectacular del desempleo, así como una progresiva automatización de losprocesos productivos, las políticas inmigratorias de los países occidentales seharán más restrictivas y selectivas. Ahora bien, el crecimiento económico ex-perimentado en los países ricos a lo largo de los noventa, junto con la consta-tación de que algunos elementos básicos del estado de bienestar (como el régi-men de pensiones) podrían verse cuestionados a medio plazo como resultadode una pirámide de edades casi invertida, están convirtiendo la inmigración -yen concreto el grado de restricción de los procesos de regularización- en

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un tema político de primer orden, sin duda polémico y con resultados aún in-ciertos. En esta misma línea, y por sorprendente que parezca, la nueva econo-mía está apostando decididamente por una inmigración de elite: la inmigra-ción de trabajadores cualificados y ya formados en un campo -el de las tec-nologías de la información- en el que hay un serio déficit de titulados en lospaíses ricos. La India envía cada año a Estados Unidos a 15.000 de sus 50.000licenciados en informática y, de hecho, en el Silicon Valley de California, mu-chos fundadores de empresas informáticas son inmigrantes procedentes de laIndia, Pakistán o Hong Kong, quienes, a su vez, contratan en sus empresas anuevos inmigrantes procedentes de Asia o de América Latina (Kaplan, 1999).Según este autor, ello explica el universo multicultural y multirracial del con-dado de Orange, donde se halla Silicon Valley. De los 2,6 millones de habitan-tes de la zona, casi el 25 % son latinos (2,5 veces la media nacional) y el 11son de origen asiático (el triple de la media nacional).

Hay otro tipo de emigración, de carácter radicalmente distinto al analiza-do hasta ahora y que, sin embargo, no puede dejar de mencionarse por su es-pecificidad e incidencia en determinados espacios. Nos referimos concreta-mente a los crecientes flujos de población jubilada procedente de los paísesdel norte de Europa con destino a las costas mediterráneas. Dichos flujos, queno son ajenos al proceso de unificación europea, generan singulares interac-ciones con las poblaciones y espacios de acogida, vinculadas a aspectos cultu-rales, sociales, políticos y económicos para nada desdeñables. Tal vez, uno delos ejemplos más emblemático y cercano sea el de las Islas Baleares, concreta-mente Mallorca, donde la población de origen alemán tiene una presenciamuy destacada, alterando de una manera muy significativa la estructura de lapropiedad inmobiliaria, entre otras disfunciones.

En cualquier caso, en lo que sí coinciden analistas y especialistas en el fe-nómeno inmigratorio, es en el hecho palpable de que la inmigración seguiráen aumento, y no sólo la legal, sino también la ilegal. Las condiciones para eldesarrollo de esta última están ahí: fortísima presión inmigratoria procedentede un Tercer Mundo que no acaba de salir a flote, demanda en los países ri-cos de mano de obra barata dispuesta a desempeñar determinadas tareas quela población autóctona se niega a cubrir y, finalmente, promulgación de leyesde extranjería más bien restrictivas.

Hay que reconocer que no siempre es fácil -ni oportuno- distinguir alemigrante por razones económicas del refugiado. Desde un punto de vistaconceptual, quizá fuera mejor analizar ambos movimientos forzados de po-blación en el marco más amplio de las migraciones. Sin embargo, por razonesprácticas y de claridad expositiva, en este ensayo hemos optado por tratarlosde forma diferenciada. Nos ajustamos, pues, a la definición de la figura del re-fugiado promulgada por las Naciones Unidas en 1951 y ampliada posterior-mente por el Protocolo de Nueva York de 1967. Según ésta, el refugiado es unapersona que se ve forzada a huir de su propio país al sentirse objetivamenteamenazada por cuestiones de raza, religión y nacionalidad o simplemente porpertenecer a un determinado grupo social o expresar una determinada opi-nión política. Pues bien, asistimos en el cambio de siglo a un incremento nota-ble del número de refugiados en el mundo, algo difícil de preveer hace pocasdécadas. La desintegración de Yugoslavia, las tensiones étnicas en los estados

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surgidos en lo que fue la Unión Soviética, los secesionismos en la actual Fede-ración Rusa (caso de Chechenia), los terribles conflictos de Afganistán, Ruan-da, Burundi, Somalia, Liberia, Angola o Mozambique, entre otros, han origi-nado miles, millones de refugiados.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) se ha visto superado por las circunstancias. Siguiendo estrictamentela definición oficial apuntada más arriba, el ACNUR estimaba que a princi-pios de la década de 1990 existían en el mundo entre 17 y 20 millones de refu-giados, es decir entre un 10 y un 15 % de la población migrante mundial. Estascifras son, en realidad, mucho más altas, puesto que, como sucede también enlas estadísticas referidas a los inmigrantes, son muchos los refugiados no ins-critos en los registros oficiales. Hay que señalar, por otra parte, que, más alláde la dimensión cuantitativa del fenómeno, éste ha adquirido en lasúltimas décadas una significación política muy notoria. Así, Hammar (1985)ha descrito la década de 1960 como la década de las migraciones por razoneseconómicas, la de 1970 como la década de la reunificación familiar de losmigrantes anteriores y la década de 1980 como la del asilo. Nosotrosañadiríamos a esta última la de 1990. En efecto, los virulentos e inesperadosconflictos de los últimos veinte años del siglo xx han acrecentadonotablemente no sólo el número de refugiados, sino también la percepción yla conciencia de los gobiernos y de las poblaciones occidentales (es decir, delos países receptores ricos) ante semejante catástrofe humanitaria.

El ACNUR considera que más de 6 millones de africanos abandonaron supaís en el período 1980-1990. Dicho de otra forma: a nivel mundial, uno decada tres refugiados es africano. Más de un millón de somalíes y de mozambi-queños, así como 800.000 etíopes y 800.000 sudaneses se convirtieron en refu-giados en aquel período. En Angola, el balance de una larga guerra civil no po-día ser más catastrófico: 300.000 muertos, 600.000 personas desplazadas en elinterior del país y 500.000 refugiados repartidos en los estados de la región,básicamente en la República Democrática del Congo y en Zambia. En 1994,en Ruanda y Burundi, más de un millón y medio de personas fueron expulsa-das de sus hogares. Hacia 1994, cerca de 2 millones de ruandeses (más de unacuarta parte de la población total) se habían instalado provisionalmente enlos países vecinos: 500.000 en Uganda, 500.000 en Burundi y otros tantos enlos campos de refugiados zaireños de Goma y Bukavu. Un éxodo parecido sevivió un año antes en Burundi, provocando 375.000 refugiados en Ruanda,245.000 en Tanzania y 60.000 en Zaire. Y en el ojo del huracán, uno de los ge-nocidios más horrendos de la historia reciente: la masacre de cerca de un mi-llón de personas (tutsis en su mayoría). A pesar de que no sólo en África no serespetan los derechos humanos, quizá sea en este continente donde más atro-pellos se cometen.

En el Magreb y el Próximo Oriente los conflictos son más localizados,pero no por ello las cifras de refugiados descienden ni los dramas humanosoriginados por los desplazamientos forzosos son menores. Dos conflictos si-guen enquistados desde hace años: el de Palestina y el del Sáhara Occidental.El conflicto árabe-israelí, las guerras del Líbano y la permanente ocupaciónde los territorios palestinos por parte del Estado de Israel han provocado mi-les de refugiados y de desplazados. Según la ACNUR y con datos de diciembre

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de 1998, los refugiados palestinos llegarían a los 3.417.688, repartidos de la si-guiente manera: 359.005 en Líbano, 356.739 en Siria, 1.413.252 en Jordania,746.050 en la franja de Gaza y 542.642 en Cisjordania. Casi un tercio de losmismos vive en campamentos. El otro conflicto cuyo desenlace parece cadavez más incierto es el que se vive en el Sáhara Occidental, antiguo territorioespañol hoy ocupado por Marruecos. Unos 165.000 refugiados saharauis si-guen viviendo en el sur de Argelia y reclamando a las Naciones Unidas su de-recho de autodeterminación desde que en 1975 España abandonara esta po-sesión.

En Oriente Medio se estiman entre 500.000 y 2.000.000 el número de kur-dos desplazados en Turquía y en cerca de 750.000 el número de kurdos ira-quíes refugiados en Irán a raíz de las trágicas consecuencias de la Guerra delGolfo de 1991. Por su parte, los chiítas del sur de Irak refugiados en Irán des-pués de la guerra se acercaban al millón. Un poco más hacia el este, ya en AsiaCentral, el interminable conflicto de Afganistán tiene el lamentable mérito dehaber originado el mayor éxodo de población del mundo desde 1980: 7 millo-nes de personas, 3 de ellas instaladas en Pakistán y 4 en Irán. La guerra contrala invasión soviética terminó en 1989, pero el país sigue inmerso en una gue-rra civil que no parece tener fin. Actualmente, los 2 millones de refugiados af-ganos se reparten entre Irán (1.411.800), Pakistán (1.200.000) y, en menormedida, la India y el Turkmenistán.

Las tensiones nacionalistas y étnicas han resurgido en la antigua Yugos-lavia después de la caída del Muro de Berlín, originando millares de víctimas yde refugiados. La guerra de Bosnia provocó un éxodo sorprendente en unaEuropa que vivía sin apenas conflictos bélicos desde hacía casi cincuentaaños. Cerca de 3 millones de personas (bosnios en un 70 %) abandonaron sushogares en pocos meses, refugiándose 700.000 de ellas en el exterior de la ex-Yugoslavia (300.000 en Alemania, 89.000 en Suiza, 73.000 en Austria, 46.000en Hungría, 62.000 en Suecia, etc., etc.). Unos años más tarde, la situación serepitió en Kosovo, aunque en esta ocasión se instalaron campos de refugiadosen las fronteras limítrofes y el conflicto se zanjó con más rapidez, volviendo lamayoría de ellos a sus hogares, que encontraron destrozados y saqueados porlas fuerzas serbias durante su retirada.

En la antigua Unión Soviética la generación de refugiados no ha cesado des-de que ésta se desintegrara como tal, a principios de los noventa. No hay estadís-ticas fiables sobre su número, pero es muy probable que hubiera que duplicar otriplicar el millón de personas reconocido oficialmente por las autoridades de laComunidad de Estados Independientes (CEI) para mediados de la década pasa-da. De hecho, hoy sabemos que las guerras en las repúblicas del Cáucaso han ori-ginado alrededor de 2 millones de refugiados y personas desplazadas, entre ellos854.000 azerbaiyanos, 291.000 armenios y 273.000 georgianos. A estos dos millo-nes habría que añadir los miles de rusos que cada año vuelven a la Federación,abandonando las nuevas repúblicas independientes al sentirse marginados porrazones étnicas o lingüísticas. Se calcula que la población rusa fuera de la Fede-ración ronda los 25 millones y la rusófona no rusa, 11 millones. Moscú es una delas ciudades a las que llegan más refugiados de este tipo.

Todos los refugiados a los que hemos hecho mención hasta ahora son decarácter político, ideológico, étnico y religioso. Sin embargo, se insiste mucho

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últimamente en la necesidad de considerar también como refugiados o des-plazados a aquellos que se ven obligados a huir de su país o de su región porrazones ambientales, a pesar de que hay quien considera que este adjetivo esdemasiado ambiguo y oculta, de hecho, las verdaderas causas del desplaza-miento, que pueden ser ambientales en la forma, pero políticas o económicasen el fondo (McGregor, 1993). Sea como fuere, lo cierto es que el término seutiliza para describir a las personas que se ven obligadas a trasladarse comoresultado de la degradación ambiental de su hábitat tradicional o por desas-tres naturales o provocados por la actividad humana.

La relación entre los refugiados y el medio ambiente se puede contemplardesde dos ángulos. Por una parte, desde la perspectiva de las consecuenciasambientales de los movimientos en masa de refugiados; por otra, desde la con-sideración de la existencia de los propiamente denominados refugiadosambientales. En este último caso, suelen considerarse tres tipos derefugiados ambientales. En primer lugar, los desplazados temporalmentecomo resultado de cambios ambientales repentinos que son reversibles (accidentes industriales, desastres naturales puntuales). En segundo lugar, laspersonas permanentemente desplazadas debido a cambios ambientales casiirreversibles, como los provocados por la desertización, el aumento del niveldel mar o la construcción de un pantano. Finalmente, un tercer tipo incluye aaquellos que abandonan su hogar como resultado de una pérdida de su calidadde vida provocada por la degradación de su entorno (contaminaciónatmosférica, salinización del suelo, deforestación). En relación con lasconsecuencias ambientales de los movimientos en masa de refugiados, hayque señalar que, ciertamente, una presión demográfica excesiva sobre losrecursos locales donde se asientan los refugiados puede conllevar seriosprocesos de degradación ambiental. Este fenómeno se da especialmente en elTercer Mundo: en Malawi, por ejemplo, en un país con limitados recursos demadera, carne y pescado para la población autóctona, una de cada diezpersonas es ahora un refugiado procedente de otro país vecino.

Sean de uno o de otro tipo, lo cierto es que el grueso de los refugiados seinstala en los países vecinos. Sólo una minoría consigue trasladarse a otro le-jano punto del planeta. Puesto que la mayoría de refugiados se originan en elTercer Mundo, también será éste quien acoja a buena parte de los mismos.Como América del Norte, Europa Occidental sigue siendo una meta codiciadapor muchos refugiados, a pesar de que pocos llegan a instalarse definitiva-mente, si exceptuamos el reciente éxodo balcánico, en el que Europa ha ad-quirido un cierto protagonismo. Desde 1945 hasta hoy se pueden distinguir, deacuerdo con su origen y generalizando mucho, tres grandes categorías derefugiados en Europa. En primer lugar, justo después de la Segunda GuerraMundial, los procedentes de la antigua Unión Soviética y de Europa Oriental,muy numerosos en Austria y Alemania; en segundo lugar, refugiados políticosprocedentes de otras partes del mundo, a raíz de los conflictos armados de lossesenta en el próximo oriente y el sudeste asiático (caso de Vietnam y países li-mítrofes) y de los sanguinarios golpes de estado de los setenta en África yAmérica Central y del Sur (Uruguay, Chile y Argentina, entreotros). Finalmente, los refugiados originados por el inesperado conflicto enlos Balcanes y en algunas antiguas repúblicas soviéticas.

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 135A la joven España democrática llegaron, sobre todo, refugiados políticos

de los países americanos de habla hispana y, más recientemente, algunos mi-les de refugiados procedentes de los Balcanes. Una vez normalizada la situa-ción en su país de origen, muchos de ellos han iniciado su retorno. Casi almismo tiempo de la llegada de aquellos refugiados latinoamericanos, Españadejaba de ser un país de emigrantes, para empezar a recibir inmigración, pro-cedente en su mayor parte del Magreb, del África Subsahariana, de AméricaLatina y de la antigua Europa Oriental. Veinticinco años más tarde, el porcen-taje de población inmigrante sigue creciendo, estando aún muy por debajo dela media europea. Más tarde o más temprano, éste será un país multiétnico ymulticultural y la población autóctona debe prepararse para ello, a través fun-damentalmente de una adecuada formación escolar. Ésta es la única foi uta deevitar que se repitan lamentables incidentes de carácter racista, como los su-cedidos no hace mucho en el barrio de Can Anglada de Terrassa (Barcelona) oen El Ejido (Almería).

2.4. EL CUARTO MUNDO

Las tierras incógnitas a las que estamos haciendo referencia en este capí-tulo no se hallan tan sólo en el Tercer Mundo, sino también en los países desa-rrollados. En efecto, en este tablero de ajedrez al que cada vez se parece más lageopolítica mundial, encontramos también bolsas de pobreza, de miseria y demarginación en los países ricos, a las que denominamos habitualmente Cuar-to Mundo.

El Cuarto Mundo se localiza fundamentalmente en la ciudad, en las gran-des áreas metropolitanas del mundo occidental. Ello no quiere decir que no sehalle también en las zonas rurales, pero en términos cuantitativos su peso esmuy inferior, casi irrelevante en comparación con lo que sucede en el ámbitourbano, el espacio en el que se concentran con toda su intensidad las denominadas nuevas formas de pobreza.

Estas nuevas formas de pobreza aparecen como resultado de la aplica-ción implacable de políticas económicas neoliberales, en el marco de un pro-ceso más general de desregulación y adelgazamiento del estado del bienestar.Entran en ella los sectores sociales excluidos del mercado de trabajo, los para-dos de larga duración, los trabajadores poco cualificados y aquellos afectadospor la precarización laboral y los bajos salarios, los ancianos no asistidos ycon pensiones miserables, los inmigrantes no legalizados y explotados porempresarios desalmados, los grupos étnicos tradicionalmente marginados(gitanos, indios norteamericanos), así como ciertos colectivos de jóvenesmarginales procedentes- en su mayoría de familias desestructuradas, con cla-ros déficit educativos y serios problemas de acceso a una actividad laboral y auna vivienda propia, ante el encarecimiento de la misma y la casi total ausen-cia de vivienda social. La utopía neoliberal del libre mercado estaría llevando aOccidente, en palabras de Ulrich Beck (2000), a una especie de brasileñiza-c ión , es decir a la irrupción, sobre todo en términos de mercado de trabajo, delo precario, lo discontinuo, lo impreciso, lo informal, de forma que la sociedadlaboral típica del estado del bienestar se estaría convirtiendo, de hecho,

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en una sociedad riesgo, a imagen y semejanza de la dominante en el TercerMundo. La hipótesis de Beck es atrevida y, quizás, prematura, pero no deja detener ciertos visos de real, lo que la convierte en inquietante.

Estos procesos de empobrecimiento y de marginación social de determi-nados sectores de la población urbana se dan en la mayoría de países occiden-tales, aunque con diferencias notables entre ellos. Los países europeos nórdi-cos y centrales, por ejemplo, resisten mejor el embate, al haber disfrutado du-rante muchos años de un sólido estado del bienestar. En cambio, en los Esta-dos Unidos de América, donde la presencia del estado en la sociedad ha sidosiempre mucho menor, el abismo entre clases y sectores sociales seagranda cada vez más, a medida que avanzan los procesos de concentracióndel capital y de implantación del capitalismo informacional. Es por ello por loque vamos a dedicarle una especial atención.

Nos hallamos, en efecto, ante una terrible paradoja: en el país más ricodel mundo hay más de treinta millones de personas que viven en la pobreza yla mitad de ellos en la miseria o pobreza extrema, de un total de 281 millonesde habitantes según el censo de 2000. Las minorías no viven en su mejor mo-mento: el escaso millón y medio de indios que hay en los Estados Unidos sufreun tasa de desempleo del 37 % (Kaplan, 1999), diez veces más que la del con-junto del país; la mitad reside en viviendas que no cumplen los requisitos mí-nimos de habitabilidad y sus índices de alcoholismo y drogadicción son real-mente preocupantes. La nueva economía no ha abolido, de ninguna manera,la pobreza. El país vive en la abundancia y es verdad que, según el Instituto deTecnología de Massachusetts, hay menos personas en la indigencia que haceunos años, es decir menos familias que viven por debajo de los 3.145.000 pese-tas para un conjunto de cuatro miembros. Sin embargo, lo cierto es que los ri-cos se hacen más ricos y los pobres, más pobres. El 5 % más rico parte de unosingresos de 26 millones de pesetas, mientras que los escasos tres millonesapuntados más arriba representan los ingresos máximos para el 20 % más po-bre. A su vez, la relación entre el sueldo total de los cargos de dirección y elsueldo total de los trabajadores pasó de 44,8 veces más en 1973 a 172,5 vecesmás en 1995. Por su parte, la renta media familiar, estancada en los años se-tenta y ochenta, llegó a descender en la primera mitad de los noventa, segúnCastells (1998).

Este mismo autor vincula el aumento de la desigualdad y de la pobreza enlos Estados Unidos con cuatro procesos interrelacionados. En primer lugar, ladesindustrialización, como consecuencia de la globalización de la producciónindustrial y de los mercados, con la correspondiente eliminación de miles depuestos de trabajo semicualificados con un sueldo razonable, lo que ha conlle-vado también un duro golpe al sindicalismo. En segundo lugar, la informacio-nalización de la economía lleva a la individualización e interconexión del pro-ceso laboral y, ello, a una extrema diversidad de acuerdos laborales entre em-pleadores y empleados, que favorece, sin duda, a los más cualificados, pero queperjudica a una inmensa mayoría que es fácilmente reemplazable. En tercer lu-gar, la incorporación de la mujer al trabajo remunerado (sobre todo de la nuevaeconomía) en claras condiciones de discriminación, puesto que su salario siguesuponiendo, como media, en torno al 66 % del que recibe el trabajador masculi-no. Finalmente, Castells apunta a la crisis de la familia patriarcal como otro de

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 137los procesos a tener en cuenta. El incremento creciente de hogares monoparen-tales (sobre todo si la cabeza de familia es una mujer) supuso casi la mitad delincremento de la desigualdad en la renta de los niños y el aumento de las tasasde pobreza infantil entre 1971 y 1989. Esta causa es la que explica que, en 1994, el21,8 % de los niños estadounidenses vivieran en la pobreza, proporción que llegaal 43,8 % en el caso de los niños afroamericanos.

Una de las expresiones más visibles y extremas de esta nueva pobreza es lacarencia de hogar. La población sin techo (homeless) en los Estados Unidos seincrementó de foi nia extraordinaria en la década de los ochenta y de los no-venta. Aunque con un cierto margen de error, se calcula que el número de per-sonas sin techo a finales de los años ochenta se situaba cerca de los 9 millones.Sólo en la ciudad de Nueva York, unas 100.000 personas duermen cada día enlos asilos municipales y en los parques, calles y estaciones de metro. Algo más dela mitad de estos homeless manifiesta síntomas de trastornos mentales, dealcoholismo o de drogadicción (Rojas Marcos, 1992). Los sin techo se hanconvertido, además, en un problema de imagen. Al malvivir y pernoctar en elcentro de la ciudad y en los espacios públicos, se convierten en elementos ex-tremadamente visibles y molestos a los ojos del ciudadano medio ymucho más del comerciante, promotor o político que ha apostado por lapromoción de la ciudad, estrategia que pasa sin duda por una buena imagen dela misma. De ahí, como recuerda con acierto Ramón Fernández (1993), laproliferación de medidas tales como la publicación de bandos prohibiendodormir en las calles de determinadas zonas de Nueva York o la eliminación delos bancos y asientos del Metro de la ciudad para que no se instalen en ellos losmarginales, llegando incluso a medidas algo esperpénticas en otras ciudadesnorteamericanas, como Atlanta, donde se contemplan multas de hasta 1000 $ alos mendigos que pidan por las calles.

Otra manifestación preocupante de marginalidad muy extendida en elCuarto Mundo es la drogadicción. Cuando hacíamos referencia hace un mo-mento al lado oscuro de la globalización, nos ocupábamos del narcotráfico anivel internacional, poniendo un especial hincapié en la demanda procedentede los países ricos y, en concreto, de los Estados Unidos. Sin duda alguna, lascondiciones socioeconómicas de los espacios metropolitanos en crisis sonidóneas para el desarrollo de la drogadicción. Como afirna Luis Rojas Mar-cos (1992), «las drogas florecen donde reina el desequilibrio entre aspiracio-nes y oportunidades, la desesperanza de autorrealización, los hogares patoló-gicos y las subculturas abrumadas por el crimen, el desempleo, la pobreza yun sistema escolar inefectivo» (p. 135). Aunque es verdad que las drogas sehan introducido también con cierta facilidad en las clases sociales altas, ni losmotivos ni sus consecuencias para el afectado son exactamente los mismos.Sea como fuere, lo cierto es que, según el autor antes citado, en Nueva York secontabilizan unos 200.000 heroinómanos y otros 300.000 drogadictos más, ensu mayoría cocainómanos. Además, un 61 % de los escolares reconocen haberconsumido drogas en algún momento y entre los jóvenes de 15 a 19 años lacausa más frecuente de muerte es el homicidio relacionado con el uso o tráficode las mismas.

El sida está estrechamente vinculado a la drogadicción. Como es sabido, lainfección, que ha adquirido verdaderos tintes de epidemia, se propaga por

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vía intravenosa entre los drogadictos, así como a través de prácticas sexualespoco seguras. Si bien es verdad que no se pueden comparar los estragos queesta enfermedad está provocando en el Tercer Mundo -y en especial, como se havisto, en el África Subsahariana- con sus efectos en los países desarrollados,no es menos cierto que éstos son también dramáticos, sobre todo si consi-deramos que la población afectada se concentra fundamentalmente en elCuarto Mundo. En efecto, y volviendo a los Estados Unidos, un millón de per-sonas, por lo menos, estaban infectadas por el virus del sida a principios de losnoventa, concentrándose en Nueva York 250.000 de ellas, de las cuales120.000 eran consumidores de droga por vía intravenosa. Son de sobras cono-cidos, por otra parte, los altos porcentajes de infección entre los sectores másmarginales de este Cuarto Mundo, como, además de los toxicómanos, los vin-culados a la prostitución o la propia población reclusa.

La degradación de las condiciones de vida de un amplio sector de la po-blación urbana norteamericana tiene también su traducción en unas altas cotasde violencia, tanto más intensa cuanto más abandonado esté el barrio. Laviolencia urbana es, desgraciadamente, endémica enNorteamérica, donde, según datos recogidos por Rojas Marcos (1992), de1960 a 1991 el número de crímenes violentos aumentó un 300 %,produciéndose anualmente 9 asesinatos por cada 100.000 habitantes, el tripleque en Europa. A principios de los 90 la ciudad de Nueva York era el escenariode más de 2.300 homicidios anuales, 3.250 violaciones y cerca de 80.000 roboscon fuerza o intimidación a las personas, muchos de ellos vinculados a ladrogadicción y al narcotráfico. La violencia escolar en este país esmundialmente conocida después de varios asesinatos en masa efectuados poradolescentes que no siempre tenían sus facultades mentales perturbadas niprocedían de sectores marginales, lo que añade al fenómeno de la violenciajuvenil una dimensión nueva.

La protección contra el crimen y la violencia se ha convertido en un negocioaltamente lucrativo que incluye desde sistemas de alarma y seguridad hastaguardias jurados, llegando al propio diseño arquitectónico y urbanístico dezonas residenciales de nivel adquisitivo medio y alto, que cada vez se parecenmás a las ciudades medievales, con sus murallas y sus sistemas de defensa. Secalcula que en la década de los sesenta existían alrededor de mil comunidadesde este tipo, es decir rodeadas de un perímetro defensivo eimpulsadas por promotoras inmobiliarias privadas. De este millar se pasó alas 80.000 hacia mediados de los años ochenta, en un proceso que sigueavanzando con más ímpetu que nunca (Kaplan, 1999). A inicios de los noventa,más de la mitad de la oferta residencial de las cincuenta mayores áreasmetropolitanas de los Estados Unidos se basaba en esta clase de comunidades(Harvey, 1998). Por otra parte, en estos momentos los efectivos de la policíaprivada triplican ya en número a los de la policía pública y, en California,incluso la cuadruplican, debido a la privatización del espacio como resultadode la proliferación de equipamientos privados de acceso público, como losmalls o grandes centros comerciales, que actúan a modo de sucedáneo de lostradicionales lugares públicos de encuentro.

Es lo que algunos autores han denominado privatopía (Mackenzie,1994), un progresivo proceso de dislocación social, económica y políticaprovocado por la creación de espacios -territorios- voluntariamente aje-

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 139nos a su entorno. Barrios enteros, nuevas ciudades de países pobres y ricosresponden a estas características, cada uno con sus instituciones propias,mecanismos de control social específicos, fuerzas del orden privadas, entor-no bien delimitado, ...

Esta violencia urbana cotidiana puede llegar a ser explosiva y convertirseen un verdadero estallido social con motivo de alguna circunstancia excepcio-nal. Esto es lo que sucedió en Los Ángeles en la primavera de 1992 a raíz de laabsolución judicial de un grupo de policías blancos que, ante las cámaras detodo el mundo, habían apaleado con crueldad al joven negro Rodney King. Laindignación se convirtió en una revuelta social de la población negra que, enpocas horas, asoló todo lo que encontró a su paso, provocando una brutalrepresión policial que se saldó con 55 muertos, 200 heridos graves y miles dedetenidos. Fue la gota que colmó un vaso demasiado cargado de agravios, in-justicias, racismo y resentimiento. Tendemos a asociar estos episodios de vio-lencia urbana colectiva a las grandes urbes del Sur. El caso de Los Ángeles nosrecordó que también el Norte está expuesto a ellos, aunque los motivos que losproducen no sean los mismos. Baste recordar, además de la de Los Ángeles,las revueltas sociales de Washington, Atlanta, Tampa, San Diego y Miami y,fuera de los Estados Unidos, las de Lión, París, Birmingham, Cardiff y Bruse-las, entre otras.

El paradigma de la exclusión social es el confinamiento, la reclusión físi-ca de aquellas personas que han transgredido el orden establecido. Siguiendocon el ejemplo escogido, los Estados Unidos ostentan también en ese ámbitoel récord mundial. Castells (1998) evalúa en 1,6 millones los internos en pri-siones y cárceles y en 3,8 millones las personas en libertad condicional, lo queen su conjunto representa un 2,8 % del total de adultos bajo supervisión co-rreccional, para el año 1996. La proporción sigue aumentando año tras año encasi todos los estados de la Unión, al imponerse las políticas de represión poli-cial por encima de las preventivas y de las de rehabilitación. Paralelamente,en estados como el de Texas, las penas de muerte y su ejecución se han ido in-crementando a un ritmo vertiginoso. Si hacemos caso de lo que un represen-tante del Ayuntamiento de Leavenworth (Kansas), donde se halla la prisión fe-deral, comentó a Robert D. Kaplan, no parece plausible que las cosas cambienmucho: «Las prisiones son un buen negocio. Proporcionan empleo, aumentanla base impositiva y no contaminan ni producen atascos. En el sector peniten-ciario no hay despidos. Es una industria floreciente» (Kaplan, 1999, p. 34).

En todas partes la exclusión social tiene su correspondiente plasmaciónespacial. Sin embargo, en los Estados Unidos de América ésta es, si cabe, aúnmás explícita, puesto que hoy día se materializa claramente, en su vertienteurbana, en el guetto. En los guettos étnicos (en especial los negros y latinos) esdonde se concentran las mayores expresiones de desigualdad ydiscriminación. El guetto está abandonado a su suerte y en él impera cadavez más un nuevo orden basado en la economía informal y criminal. Ante elfracaso generalizado de unas políticas sociales faltas de recursos, lamovilidad social ascendente se convierte en una opción individual: todoaquel que puede abandona el guetto, materializando así espacialmente supromoción social. La clase media se aleja cada vez más de los centrosurbanos pobres y degradados y se instala en las urbanizaciones periféricas, enun proceso que lleva ya varios

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decenios y que sigue imparable, últimamente con nuevas formas en el marcode las experiencias comunitarias impulsadas por el nuevo urbanismo. En estesentido, Kaplan (1999) apunta un dato interesante: de las 25 grandes ciudadesnorteamericanas existentes en 1950, 18 han perdido población; mientras, a suvez, las zonas residenciales periféricas han aumentado en más de 75 millonesde personas. En 1990, los habitantes de estos suburbia (que, por cierto, empie-zan también a proliferar en Europa) superaban ya a los de las áreas rurales yurbanas juntas.

Nos hemos referido a lo largo de este apartado al caso de los Estados Uni-dos, porque es ahí donde se dan los contrastes más impactantes. Debe quedarclaro, sin embargo, que el Cuarto Mundo está presente, de una u otra forma ycon más o menos intensidad, en la mayoría de las grandes ciudades occiden-tales, desde los suburbios de Madrid y Nápoles hasta las banlieues francesashabitadas mayoritariamente por ciudadanos de origen magrebí, pasando poralgunos sectores del casco antiguo de Barcelona. Películas recientes como:Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier, Barrio, de Fernando León, o Todosobre mi madre, de Pedro Almodóvar, no sólo no esconden esta realidad, sinoque basan en ella su argumento.

En lo referente a España, uno de los estudios más completos sobre la po-breza en nuestro país, el patrocinado por la Fundación FOESSA y Cáritas (Equipo de Investigación Sociológica, ed., 1998), llega a la conclusión de que el19,4 % de los hogares españoles, en los que residen ocho millones y medio depersonas (el 22,1 % de la población española), viven con unos ingresos inferioresal 50 % de la renta disponible neta o, lo que es lo mismo, se sitúan por debajodel umbral de la pobreza. Estos datos son mínimos, puesto que se elaboraron apartir del censo y de los padrones, en los que no aparece una parte importantede la población gitana, ni los inmigrantes indocumentados, ni, pordescontado, la población sin techo. Por comunidades autónomas, el por-centaje de hogares pobres se reparte de la siguiente manera. Extremadura,Ceuta y Melilla rebasan el 30 % de tasa de hogares en pobreza. Andalucía, Ca-narias, Castilla y León, Castilla-La Mancha y Murcia superan la media nacio-nal sin llegar al 30 %. Aragón, Galicia y la Comunidad Valenciana se sitúan enlos alrededores de la media (19,4 %). Asturias, Baleares, Cantabria, Cataluña yLa Rioja oscilan entre el 13,5 y el 16,7 %, siempre por debajo de la media na-cional. Finalmente, en Madrid, el País Vasco y Navarra, los valores son real-mente bajos, cercanos al 10 %.

Nuestro país no es de los mejor situados en los indicadores referidos a lacalidad del empleo, principalmente cuando nos comparamos con paísescomo Holanda, Dinamarca o Francia. El 32 % de los trabajadores españolesson eventuales y, lo que es peor, ocho de cada diez jóvenes en activo lo sontambién. A pesar de las críticas suscitadas, las grandes empresas siguen preju-bilando a sus asalariados más antiguos y mejor pagados y sustituyéndolos portrabajadores más jóvenes y mucho peor remunerados. La subcontratación y latemporalidad incrementan la inseguridad laboral, lo que se traduce clara-mente en uno de los índices de siniestralidad más altos de Europa, del ordende 1.500 muertes al año. Por otra parte, aún sin llegar a los niveles norteameri-canos, lo cierto es que la ratio en las empresas entre el sueldo más alto y el másbajo sigue creciendo, siendo hoy superior a 30. Definitivamente, para el mi-

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 141llón y medio de asalariados que cobran menos de 100.000 pesetas al mes y cu-yos empleos son de carácter rutinario y estandarizado, las ventajas de la nuevaeconomía son, como mínimo, poco perceptibles.

Por otro lado, en éste y en otros países del entorno, el estado no quiere ono puede abordar en profundidad las consecuencias del envejecimiento de supoblación, con lo que se producirá sin duda un aumento de la presencia de lallamada tercera edad en este sector excluido y marginal de la sociedad. En loque concierne a la población sin techo española, es muy ilustrativo el cambiode perfil experimentado en los últimos años, tal como se desprende del informe: La acción social con personas sin hogar en España, elaborado por Cáritas yla Universidad de Comillas y dado a conocer en noviembre de 2000. Los home-less en España oscilan entre 20.000 y 30.000 y sus rasgos sociológicos se hantransformado radicalmente: de una población tradicionalmente masculina,de más de 40 años y en su mayoría alcoholizada, se ha pasado a un espectromucho más heterogéneo. Dicho de otra manera, la pobreza se ha diversifica-do: entre el 20 y el 23 % son jóvenes de 16 a 24 años, entre el 14 y el 17 % sontemporeros, entre el 13 y el 24 % son extranjeros (básicamente marroquíes,argelinos y europeos orientales), entre el 8 y el 23 % son mujeres, entre el 2 y el 5% son grupos familiares y el 1 % son menores de edad. Asistimos, según losanalistas, a una cierta feminización de la pobreza, que obedece amúltiples factores, como el progresivo incremento de hogaresmonoparentales con mujeres como cabezas de familia, los obstáculos para lainserción laboral, la segregación ocupacional, la mayor tasa de paro y laestructura salarial desfavorable en relación con la de los varones.

Así pues, el Cuarto Mundo existe, de eso no hay duda; incluso a veces seve, pero casi nunca se mira. Las zonas inseguras, indeseables, desagradables,de los países ricos se convierten en nuevas tierras incógnitas, fácilmentesorteables por la lógica del espacio de los flujos: no cuentan, no sirven, no im-portan para nada ni a nadie. Sólo entrarán en escena cuando, por diversascircunstancias, el espacio que ocupan se reterritorialice, se convierta en apetecible, bien por procesos de elitización (gentrification), bien por otro tipo decompetencia en el uso del suelo. Mientras, allí seguirá viviendo una sociedad

marginal, con sus propias dinámicas y normas de conducta, que a pocos im-portará, excepción hecha de aquellos que consideran inmoral e incluso inhu-mana tal dejadez.

2.5. LA CRISIS DE LA GUERRA

La geopolítica contemporánea, que contempla con cierta estupefacción lareaparición de nuevas tierras incógnitas, asiste en estos últimos años a unaradical transformación de una de las tradicionales funciones y atribucionesdel estado-nación moderno: la guerra. En efecto, la guerra convencional entreestados está dejando de ser hegemónica en favor de un tipo de conflicto armadoprotagonizado por paramilitares, guerrillas, bandas de milicianos o gruposterroristas con una geometría variable, objetivos nada claros y unos me-canismos de toma de decisiones algo difusos. La guerra solían hacerla solda-dos regulares y ejércitos legitimados; no han dejado de hacerla, pero a ellos se

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han unido soldados no regulares y efectivos no militares, lo que quizás expli-que el incremento de crímenes y atrocidades entre una población civil despro-tegida que la guerra posmoderna no tan sólo ya no respeta, sino que es utiliza-da como un instrumento más para alcanzar sus fines, como se demostró en laguerra de Bosnia.

La guerra no desaparece, pero está en crisis. La clásica definición de Karlvon Clausewitz, a principios del siglo XIX, según la cual la guerra es una com-petencia exclusiva del estado, ha dado paso a nuevas definiciones, más deacorde con la realidad actual. Así, el Stockholm International Peace ResearchInstitute (SIPRI) define la guerra o, mejor dicho, el conflicto armado mayor,como «un combate prolongado entre las fuerzas militares de dos o más go-biernos o entre un gobierno y al menos un grupo armado organizado, en elcurso del cual el número de muertos sobrepasa el millar» (Sollenberg; Wallensteen, 1997, p. 23).

Por su parte, el: Heidelberg Institute for International Conflict Research(HIICR) clasifica los 693 conflictos registrados entre 1945 y 1999 en las si-guientes categorías: guerras, conflictos básicamente violentos, conflictosbásicamente no violentos y conflictos latentes. En cambio, en la clasifica-ción de Holsti (1990) para prácticamente el mismo período, aparecen 164conflictos armados mayores, en tres grandes categorías: guerras clásicas en-tre estados e intervenciones armadas que hayan supuesto muchas bajas (caso de EE. UU. en Vietnam o de la URSS en Afganistán); guerras infraesta-tales con resistencia armada de grupos étnicos, religiosos o lingüísticos, amenudo de carácter secesionista (a título de ejemplo, la lucha de los tamilesen Sri Lanka); finalmente, guerras internas de carácter ideológico (caso deSendero Luminoso en Perú). De acuerdo, por tanto, con Holsti, en los últi-mos cincuenta años, las guerras clásicas han representado sólo el 18 % de losconflictos.

El número de bajas tomadas en consideración en estas definiciones es ar-bitrario y, hasta cierto punto, irrelevante en términos metodológicos. Lo inte-resante de las mismas -y de otras muchas- es que reconocen explícitamenteque la guerra ya no es algo exclusivo del estado, ni se da sólo entre estados.Así, por ejemplo, en el año 1998 se registró un solo conflicto armado mayor es-trictamente interestatal: el que enfrentó a la India y Pakistán por el contencio-so de Cachemira. Es probable que en el futuro sigamos presenciando conflic-tos armados interestatales en zonas de alto riesgo, como en las repúblicas cau-cásicas, el Próximo Oriente o buena parte de África, pero cada vez serán me-nos. La interdependencia económica, la progresiva democratización de mu-chos regímenes autoritarios o la existencia de alianzas regionales son, entreotras, causas suficientes para augurar una previsible disminución de las coli-siones interestatales. Y, sin embargo, paradojas de la posmodernidad, la sen-sación de inseguridad sigue en aumento, porque los agentes provocadores deconflictos son más confusos, menos regulados, más imprevisibles (Laïdi,1994).

En la guerra posmoderna, que, como hemos visto, va siendo mayoritaria,los parámetros de funcionamiento son muy distintos (Calabuig, 2000). En ellaparticipan grupos armados no regulares con armamento ligero; no se distin-gue entre población civil y militar y, de hecho, la población civil es también un

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 143objetivo militar; se recurre al terror indiscriminado contra poblaciones inde-

fensas; no se reconoce la neutralidad ni las leyes de alto el fuego; no se respe-tan los límites territoriales de los estados; la financiación de las actividadestiene a menudo un origen criminal y, finalmente, determinados actos violen-tos tienen una función claramente propagandística y son utilizados paraatraer la atención de los medios de comunicación, en especial de cadenas deámbito mundial, como la CNN. No es que las reglas del juego estén cambian-do: simplemente, éstas dejan de existir. Las masacres y genocidios, como losaplicados a tutsis y hutus en Ruanda y Burundi, ya no se practican en camposde exterminio, a escondidas, sino a plena luz del día. Los símbolos culturalesdel contrario se convertirán en objetivo militar, como fue el caso de las mez-quitas en Bosnia y Kosovo o la biblioteca de Sarajevo. Ello, unido al hecho deque la población mundial es cada vez más urbana, están convirtiendo la ciu-dad en el campo de batalla preferido. El recuerdo que nos ha quedado de laguerra de Bosnia es el de una larga lista de ciudades asediadas y masacradas,símbolo de la brutalidad de los nuevos conflictos armados: Mostar, Sarajevo,Srevrenica, Banja Luka, Goradze, entre otras, han entrado con todos los ho-nores en el catálogo de horrores del siglo xx.

Esta nueva forma de hacer la guerra se corresponde con la emergencia yproliferación de las tierras incógnitas a las que estamos haciendo referenciaen este capítulo. Los estados nación convencionales seguirán haciendo gue-rras convencionales, eso sí, cada vez más sofisticadas tecnológicamente. Ahorabien, es precisamente la crisis de este estado, junto a otra clase de crisis,como la cultural o la económica, lo que generará este nuevo tipo de conflicto.En efecto, parece del todo confirmado que un estado débil favorece la apari-ción de esta clase de conflictos, en una parte o en el conjunto de su territorio.Los conflictos identitarios infraestatales tienen mucho que ver con la deslegi-timación y desuniversalización del estado y, en muchos casos, con la debili-dad del mismo desde su creación (caso de las antiguas colonias africanas o de laantigua Yugoslavia). Renacen con fuerza antiguas rivalidades étnicas y cul-turales, que son convenientemente exacerbadas por nacionalismos radicalesde uno u otro signo. En lo referente a causas de tipo económico, nadie discute elvalor estratégico que seguirá teniendo el control de determinados recursosnaturales no renovables. Por otra parte, procesos de degradación ambientaltales como la deforestación y la desertización pueden generar graves crisiseconómicas que, a su vez, se convertirán en potenciales elementos de desesta-bilización política y social.

Es en el Tercer Mundo donde se manifiesta de forma más patente la inca-pacidad del estado para hacerse presente e imponer su autoridad efectiva enel conjunto del territorio bajo su soberanía, lo que favorece la existencia de re-giones en rebelión que cuestionan la legitimidad de dicho estado. Cuando seañaden a ello determinadas particularidades geográficas que limitan objetiva-mente la capacidad de control del conjunto del territorio, como el caráctermontañoso de un país o el hecho de constituir un archipiélago, las posibilida-des de que aumenten los conflictos son notorias. Miles de kilómetros cuadra-dos de Colombia, de Filipinas, de Afganistán, de Birmania o de la RepúblicaDemocrática del Congo escapan desde hace años de la autoridad central y seorganizan, de hecho, como un estado -o varios- dentro de otro estado.

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Constituyen las famosas zonas liberadas, en manos de una o varias guerrillasque combaten al estado y también, a veces, entre sí. Por estrategia o por faltade medios de uno o de ambos bandos, depende de los casos, estos conflictos seeternizan, quedando las zonas afectadas como enclaves especiales, como oa-sis aislados del mundo y del estado al que teóricamente pertenecen.

El caso de la región de Urabá, en Colombia, es especialmente ilustrativoen este sentido, aunque desgraciadamente no el único. Desde hace más decuarenta años Urabá vive intermitentemente una guerra irregular y desigualque enfrenta al ejército colombiano con un enemigo difuso, confundido conla población civil, elusivo y difícil de identificar, al que el estado ha sido inca-paz de derrotar y al que, de facto, se le reconoce el control de la zona. Los habi-tantes de la región han terminado también por aceptar -en mayor o menorgrado- el orden instaurado por la guerrilla. Según María Teresa Uribe(1997), una de las mejores conocedoras de esta situación, la guerrilla incideen prácticamente todos los espacios de la vida social. En el ámbito público in-fluye en el destino de la inversión estatal, en los planes de desarrollo local, enlos procesos electorales, en la distribución de la tierra e incluso en el controlde la delincuencia común; en el ámbito privado la guerrilla llega a interveniren temas tan domésticos como las disputas entre vecinos, las desavenenciasmatrimoniales, el pago de deudas atrasadas o el control de adolescentes revol-tosos e indisciplinados. El estado está presente en Urabá, pero sólo testimo-nial y simbólicamente. El orden que realmente se acata es el instaurado por laguerrilla.

De la misma opinión es Hubert Prolongeau (1992 y 1996), enrelación también al caso colombiano y en concreto a las FARC.Para este autor, los guerrilleros, mitad revolucionarios, mitad bandidos,con contactos regulares con los narcotraficantes, no parecen plantearseseriamente la conquista del poder. La lucha armada se ha convertido en unoficio, en un modo de vida, en el que el componente ideológico originalbrilla por su ausencia. Jóvenes en paro o con graves problemas económicosson presas fáciles para una guerrilla en la que han militado, a veces, variasgeneraciones de una misma familia. Los territorios bajo su control no se hanreducido a lo largo de los años, sino todo lo contrario. En sus pueblos, laguerrilla asume todas las funciones del estado, como ha constatado in situProlongeau: registra el estado civil, se ocupa de las comunicaciones,reemplaza al poder judicial e incluso concede permisos de construcción (losingenieros responsables de la construcción de la autopista Cali-Medellín seentrevistaron previamente con los guerrilleros para conocer de primeramano si planeaban sabotear los trabajos, en cuyo caso pensaban abandonarel proyecto).

Este tipo de conflictos, de guerras intermitentes y de larga duración dentro de un estado, se daban también en la Guerra Fría y, de hecho, respondían amenudo a la rivalidad Este-Oeste. Las grandes potencias crearon e instrumentalizaron a muchos grupos armados para la defensa de sus intereses geoestra

tégicos -piénsese en Nicaragua, Angola o Afganistán-. Al desaparecer laconfrontación de bloques, muchos de estos grupos se han mantenido igual

mente activos, pero despojados de su razón de ser original y fuera de control.La situación ha cambiado ahora radicalmente. De ahí que uno de los

rasgos de la nueva clase de conflictos sea la fragmentación de los grupos en

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GEOPOLÍTICA DE LA COMPLEJIDAD 145lucha, su opacidad y la dificultad por conocer con exactitud sus interlocuto-res y sus objetivos. La escisión y multiplicación de facciones se agrava cuan-to más debilitado esté el estado central contra el que se lucha. Los casos deSudán, Somalia, Sierra Leona, Liberia y la República Democrática del Con-go son ilustrativos a este respecto. Los señores de la guerra campan a sus an-chas y defienden sus territorios, sobre los que ejercen un poder absoluto ydespótico y en los que ni la población civil ni las organizaciones humanita-rias son respetadas. Un panorama absolutamente caótico y anárquico impe-ra en estas nuevas tierras incógnitas, en las que los observadores extranjeros (sean periodistas o voluntarios de alguna ONG), son recibidos con hostili-dad y ahuyentados en el mejor de los casos, cuando no asesinados, en tantoque testigos incómodos del terror y de la barbarie. Lejos quedan aquellasguerrillas de los años sesenta y setenta, de elevado componente ideológico,sólidamente estructuradas y jerarquizadas, que buscaban a toda costa el res-peto y el reconocimiento internacionales puesto que participaban de la lógi-ca del sistema mundial.

Las bandas armadas (denominación quizá más adecuada que la de gue-rrillas) se nutren hoy de jóvenes marginados y de niños-soldados y en las re-giones por ellas controladas imperan -puesto que, a menudo, son el princi-pal motor del conflicto- el contrabando, el narcotráfico, la economía infor-mal y, en algunos casos, la explotación de algún recurso natural precioso(como los diamantes o el marfil) en connivencia con alguna compañía extran-jera. Precisamente, estas compañías juegan un papel importante en la finan-ciación de grupos armados, y no tan sólo bandas alunadas, para la defensa desus intereses. En algunos casos, se llegan a crear prácticamente ejércitos pri-vados, con unos niveles de organización y tecnología militar altamente cuali-ficadas (Rich, 1999).

En todo este contexto que estamos describiendo no podemos dejar delado el comercio de armas. De nuevo, la finalización de la Guerra Fría alterólas reglas de juego. Una de las primeras consecuencias fue la intensificacióndel mercado negro de todo tipo de armamento, incluso el nuclear -de nuevoaquí aparecen las mafias-. Otra consecuencia, en este caso de la espectacularcaída en un 61 % del mercado entre 1987 y 1995, fue la inevitable búsqueda denuevos clientes en aquellos conflictos en ciernes, lo que contribuyó a su agra-vamiento. Hay que hacer observar que serán ahora los conflictos internos losque adquirirán mayor protagonismo, por lo que no es de extrañar que un 90 delas armas vendidas se dirija a este tipo de conflicto (Rich, 1999).

Del panorama anteriormente descrito habría que resaltar una excepción:la protagonizada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) enla región mexicana de Chiapas. En efecto, se trata de un conflicto armado in-fraestatal de nuevo cuño, sin ningún tipo de relación con las dinámicas pro-pias de la Guerra Fría, que presenta unos rasgos totalmente distintos a los co-mentados más arriba. Los planteamientos del EZLN van mucho más allá de lareivindicación indigenista y étnica para insertarse de lleno en las tesis de losmovimientos antiglobalización y contra el neoliberalismo, que tanto auge hanadquirido en los últimos años en los países del Norte. La singularidad de su lí-der, el Subcomandante Marcos, explica en buena medida el eco mundial deun movimiento nacido por sorpresa -que no por azar- en 1994, justo en el

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momento en el que México se adhería al Tratado de Libre Comercio con losEstados Unidos y Canadá. Marcos es un intelectual mexicano no indígena, fi-lósofo de formación, que conoce a la perfección los mecanismos de la nuevasociedad de la información y se sirve de ellos, lo cual confiere al movimiento queencabeza, asentado en las apartadas selvas de Chiapas, un carácter a menudoconsiderado posmoderno. No es corriente hallar hoy un líder guerrillero que utilizamás la pluma que el fusil, que se cartea y se relaciona con los intelectuales de másrenombre mundial (como el Premio Nobel de Literatura José Saramago), queescribe artículos plagados de citas de Jorge Luis Borges, Umberto Eco,Régis Debray o John Berger y que publica sus reflexiones en forma de libro (Subcomandante Marcos, 2000) o en columnas de opinión en: Le MondeDiplomatique. No es corriente, en efecto, un guerrillero cuyo movimientodispone de una página web (www.chiapas.com) y que escribe lo siguiente,desde la selva y para todo el mundo:

«Así que, si resaltáramos algunas de las características de la época actual,diríamos: supremacía del poder financiero, revolución tecnológica e informática,guerra, destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento, ataques alos Estados-Nación, la consiguiente redefinición del poder y de la política, elmercado como figura hegemónica que permea todos los aspectos de la vidahumana en todas partes, mayor concentración de la riqueza en pocas manos,aumento de la explotación y del desempleo, millones de personas al destierro,delincuentes que son gobierno, desintegración de territorios. En resumen:globalización fragmentada» («El fascismo liberal», Le Monde Diplomatique.Edición española, n.° 58-59, diciembre 2000, p. 25).

O bien:

«Pero no sólo en las montañas del sureste mexicano se resiste y se luchacontra el neoliberalismo. En otras partes de México, en América Latina y Canadá,en la Europa del Tratado de Maastricht, en África, en Asia y en Oceanía, las bolsasde resistencia se multiplican. Cada una de ellas tiene su propia historia, susdiferencias, sus igualdades, sus demandas, sus luchas, sus logros. Si la hu-manidad tiene todavía esperanzas de supervivencia, de ser mejor, esas esperanzasestán en las bolsas que forman los excluidos, los sobrantes, los desechables. Poresto y por otras razones que no vienen al espacio de este texto, es necesario hacerun mundo nuevo. Un mundo donde quepan muchos mundos, donde quepan todos los mundos... » (Marcos, 1999, p. 299).

Hay quien considera que los conflictos propios del siglo que hemos iniciado noserán tanto de carácter económico e ideológico, como cultural, y no sólo los de ámbitointraestatal, sino también los internacionales. El caso más extremo y polémico esel representado por Samuel Huntington (1997), para quien, superada la GuerraFría y habiendo salido de ella como vencedor indiscutible el sistema capitalista, nosacercamos a un choque de civilizaciones -véase el apartado 4.1-. Occidentedeberá defender su hegemonía e identidad ante siete grandes civilizaciones quele cuestionarán su liderazgo: la confuciana, la japonesa, la islámica, la hinduista, laeslavo-ortodoxa, la latinoamericana y, quizás, la africana. Según Huntington, ladiversidad de visiones que cada una de estas civilizaciones tiene de las relacionesser humano-Dios, marido-mujer, indivi-

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duo-grupo, ciudadano-estado, libertad-autoridad, jerarquía-igualdad, entreotras, serán mucho más importantes que otro tipo de diferencias. El choque en-tre estas civilizaciones se producirá tanto a un nivel micro (caso de Bosnia),como macro (caso de la Guerra del Golfo o de la dura batalla económica entrelos Estados Unidos y Japón para el control de los mercados mundiales). Las te-sis de Huntington, un notable politicólogo neoconservador, han tenido unagran difusión e influencia, entre otras razones por sus estrechas conexiones condestacados miembros del Departamento de Estado y del Consejo de SeguridadNacional norteamericanos. Supo aprovechar el repentino final de la GuerraFría y la desorientación inicial de estrategas y geopolíticos, ávidos por dar sen-tido y contenido a un supuesto nuevo orden internacional que habría surgidode la noche a la mañana. Su diagnóstico es, sin embargo, algo simplista, deter-minista y plagado de tópicos culturales cargados de prejuicios; su análisis noresiste la complejidad del multiculturalismo, el peso de la historia y las heren-cias del pasado. En realidad, la tesis del choque de civilizaciones no se apartamucho de la geopolítica convencional, basada en la rivalidad entre estados, enla línea de la geopolítica imperial de Mackinder, por poner un ejemplo; simple-mente, se han sustituido los agentes y variado las escalas.

La guerra convencional también está en crisis en los países desarrollados.Ante ello, los ejércitos de los países ricos están readaptando sus efectivos, susestrategias y su logística. Por un lado, apuestan por la creación de sofisticadossistemas de información, ataque, protección y defensa, concebidos para unconflicto fugaz en el que todo el peso recaiga en el aparato tecnológico y en elque las bajas propias (siempre impopulares) sean las mínimas. He ahí, a títulode ejemplo, los casos de la Guerra del Golfo y de la reciente intervención de laOTAN contra Serbia a raíz del conflicto de Kosovo. La reactivación por partedel Presidente de los Estados Unidos George W. Bush, elegido a finales de2000, del proyecto de escudo contra misiles (NMD) es otra muestra de ello.Este tipo de guerra, transmitida al momento y simultáneamente a todo elmundo por medios de comunicación como la CNN, que actúan como algomás que simples testimonios, desdramatiza los horrores de la misma y la con-vierte en una especie de ficción, de trágico videojuego.

Por otro lado, se están creando unidades de intervención rápida muchomás operativas que las compañías y regimientos tradicionales, capaces de ac-tuar en aquellos conflictos regionales que se consideren relevantes para la se-guridad nacional. A su vez, fenómenos como el terrorismo (nacional e inter-nacional) son contemplados como una verdadera amenaza para la estabilidaddel sistema democrático. La violencia indiscriminada e irracional de un gru-po terrorista a la deriva como ETA es capaz de mantener a todo un país en vilo yde convertirse en la principal preocupación de los ciudadanos españoles,como demuestra la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)de finales de 2000. En efecto, el terrorismo, ya sea de carácter étnico, ideológi-co o, simplemente, antisistema, es cada vez más capaz de acceder a armamen-to de gran capacidad destructiva y, por lo tanto, de provocar verdaderas masa-cres. Como ya vimos en el caso del crimen organizado, los principales gruposterroristas también están sacando ventajas de la globalización. Los entresijosde las relaciones entre grupos terroristas no son nada fáciles de descubrir,pero existen y van en aumento (Sónmez, 1998).