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ABC Póg. 42 TRIBUNA ABIERTA MARTES 10-8-93 L A definición aris- totélica del hombre como «animal político» dio paso después a otra, creo que del estoico Posidonio, que caracteriza al hombre como «animal social». Aunque a primera vista pa- rece que no existe diferencia entre ambas concepciones, la verdad es que son distintas; una y otra se originaron en sociedades dife- rentes, lo que implica que se produjo un cam- bio en las relaciones humanas: por un lado, un cambio en la relación del hombre con la ciudad (polis), y de otro, un cambio de las re- laciones con los demás y, esto es importante, consigo mismo. Como de lo que se trata a fin de cuentas es de un proceso, sus conse- cuencias se perciben en la transformación de las actitudes. El hombre se hace más «cos- mopolita»; su ámbito de relaciones es más universal, si se me permite utilizar esta pala- bra, pero la intensidad de las mismas es me- nor. Todo esto, de otra manera y en otras cir- cunstancias, les sucede hoy también a las re- laciones humanas, y sus consecuencias, como al final de la antigüedad, se perciben del mismo modo en las relaciones del hom- bre consigo mismo. La situación actual de las relaciones huma- nas, la sociabilidad del hombre de hoy, es una idea que, pensada a la ligera y de ma- nera superficial, nos conduce a una trampa. Se puede escuchar en los medios de comuni- cación y hasta en las conversaciones de alto tono que todos, alguna que otra vez, mante- nemos que nuestra sociedad ha superado más que otras épocas y que otras socieda- des las barreras de la sociabilidad. Y en este sentido nos sucede como a los hombres de la antigüedad tardía, incluso como a los hom- bres de la Ilustración, que mitificamos el mo- mento histórico en el que estamos inmersos. Esta actitud, que se basa en una concepción falsa -una deformación de la realidad- nos conduce a un error que todavía no ha sido superado: tratar las cosas de manera ahistó- rica. Por eso es necesario hacer una crítica de este concepto de «summum» de la socia- bilidad. Entre los elementos de esta hipostatización de las relaciones sociales actuales voy a des- tacar uno que considero muy importante: el de la naturalidad, porque sin duda creemos Y MIEDO EN LAS RELACIONES SOCIALES Por Carlos MALO DE MOLINA que vivimos en un mundo que, a nivel de las relaciones sociales, creemos que es, si no el más natural de todos los que ha habido, sí muy natural. Sin embargo, esta naturalidad no se adecúa con otros factores, muy impor- tantes, que vemos planear bastante a me- nudo en las relaciones: el temor, el miedo cotidiano y el senti- miento de soledad. Y esto nos plantea una seria contradicción. En la estructura de difícil equi- librio, por no decir de desequili- brio, que mantienen por un lado el optimismo de la naturalidad social y por otro el pesimismo del temor y de la soledad indivi- duales, se encuentran ligados una serie de factores de los que voy a mencionar los tres que creo que aquí están más relacio- nados con el tema: el narci- sismo, o mejor el aumento del narcisismo, la vergüenza y la dignidad normativa. El narcisismo aumenta cuando les resulta imposible a los hombres ponerse a la altura de lo que exigen los ideales socialmente admitidos, aunque éste no sea el factor fundamental del narcisismo. La mayoría de las veces no damos el tipo; pongo por ejemplo el de la sociedad norteamericana de hace unos años, concretamente el de «norteamericano ideal»: un hombre blanco, alto o mediana- mente alto, de religión protestante, que lleva una vida familiar, patriota, con ingre- sos y una profesión honorable, y orgulloso de pertenecer a la nación más poderosa de la Tierra. Sin embargo, los norteamericanos no son así. Y lo que sucede con ellos es equiparable a lo que pasa con nosotros o con los ciuda- danos de otro país. Hoy día, como nos dan prueba por ejemplo los anuncios publicitarios, las banderas de los ideales y estereotipos se han colocado a mucha altura (buena imagen, buena profesión, buen futuro, etcétera) y se nos hace difícil alcanzarlos, sobre todo si no C. Malo de Molina Sociólogo tenemos estas carac- terísticas. En este sen- tido, el aumento del narcisismo se rela- ciona con la impoten- cia, con la vergüenza. La vergüenza se hace sentir precisamente por ello; es una intensificación de la concien- cia subjetiva, de la impotencia; y también de la inseguridad; en este sentido quiero men- cionar una canción de M. Jackson que más o menos nos dice lo que un viejo proverbio: an- tes de decir algo cuenta hasta diez. La dignidad normativa es la dignidad mediocre del hombre de la calle, y que se puede resu- mir así: «Que nadie toque o re- base este mínimo de dignidad.» Se me ocurre pensar, estable- ciendo una comparación, que esta dignidad es como el antiguo concepto de la honra, pero de- mediado. Estamos viendo que desde este punto de vista la naturalidad en las relaciones se tambalea. Se me ocurre la idea de un hom- bre en la cuerda floja. La insegu- ridad es un elemento presente, oculto, que empapa nuestras re- laciones sociales. Se hace pa- tente en la necesidad de defen- dernos, en mantener el tipo frente a los este- reotipos. De esta dignidad normativa, que tiene debajo los espíritus del narcisismo y de la vergüenza, acabamos siendo víctimas no- sotros, los hombres modernos. La necesidad de mantenernos, de defender lo propio, nos lleva a que aparezcamos ante los demás, muchas veces, como una amenaza para su misma dignidad. Y esto no puede ser de otra manera, porque el sistema social en el que vivimos es competitivo, basado en las estra- tegias personales y en el cálculo. Somos tan parecidos a los estoicos como a los maquia- vélicos; tanto como poco naturales. Ésto obliga a los demás, como a nosotros, a de- fenderse, con lo que la «amenaza» aparece redoblada, se multiplica; es el círculo vicioso del temor y de la inseguridad, y el surgi- miento otra vez del pensamiento mágico -¡tan pretendidamente superado por la mo- dernidad!-, como en la antigüedad tardía, sobre las intenciones de los demás. C LARO que hay una literatura hecha de reta- les, tejida de frases hil- vanadas con el propó- sito de hacer del cuer- po escrito un todo cuajado de partes. Hay una manera de contar las cosas a trozos. Una narrativa fragmentaria que permite ir componiendo el rompecabezas que son, en el fondo, y aun en la forma, todas las histo- rias. Hay que andar siempre, que nunca se sabe, con una libretilla a punto donde ir con- signando con palabras los fragmentos de rea- lidad que, al cabo, sirven de excusa, de justi- ficación a la ficción. También la ficción sor- prende a la imaginación con sus embates desbocados y abre panoramas desconocidos, que en postreros intentos se plasman en un soneto, en un artículo, en una narración corta. Sé que el silencio creador es el momento impreciso y breve que se tiende, apenas dife- rente de la nada, entre la inspiración y la LITERATURA DE RETALES obra, entre la idea y su ejecución. Sé, tam- bién, que no se puede permanecer impasible, confiado a las solas fuerzas de la memoria, para arrebatar al olvido esa frase que se nos representa como clave esencial y precisa en un entramado literario de mayores conse- cuencias. Al caminar, al detenerse un ins- tante, al contemplar un rostro maravillado, al tomar parte en una charla, al despejar el sueño, en todas aquellas situaciones en que se implican la cabeza y los sentidos, nos lle- gan, nítidas o entreveradas, las palabras que después nos sirven como guías, como apoyos, como recordatorios, como piezas imaginarias de un mecano, como materiales intangibles de construcción, que a pesar de su aparente diversidad, una vez ensambla- dos, compuestos, disuelven su individualidad en la armonía neta del resultado. Hay también una literatura troceada que late en las cartas. No ya en aquellas escritas en la intención de sus- traerse a la tiranía del Por Hermenegildo ALTOZANO momento para termi- nar elevadas a la cate- goría permanente de epistolario, sino en las escritas a vuelapluma, en las que presentan trazos intensos o grafía de garrapata, incluso en las que toman forma de tarjeta de felicita- ción. Las voy atesorando y al releerlas descu- bro frases bellísimas, escondidas en un bos- que de letras. Tomo consciencia de que, como en un ice- berg, es condición del arte describir que la mayor parte de lo escrito permanezca ajeno a la superficie, al dominio de la vista, reservado quizá a quienes poseen el don de saber leer las cartas que reciben. Y pienso que hay que recobrar esa literatura de retales; que hay que salvar del desuso la costumbre de escri- bir cartas; que se hace preciso aprehender lo mucho que puede llegar a decirse en una lí- nea; que es posible que una de las más ex- celsas muestras de dación incondicionada sea la de regalar frases. ABC (Madrid) - 10/08/1993, Página 42 Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. 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ABC Póg. 42 TRIBUNA ABIERTA MARTES 10-8-93

LA definición aris-to té l ica delhombre como

«animal político» diopaso después a otra,creo que del estoicoPosidonio, que caracteriza al hombre como«animal social». Aunque a primera vista pa-rece que no existe diferencia entre ambasconcepciones, la verdad es que son distintas;una y otra se originaron en sociedades dife-rentes, lo que implica que se produjo un cam-bio en las relaciones humanas: por un lado,un cambio en la relación del hombre con laciudad (polis), y de otro, un cambio de las re-laciones con los demás y, esto es importante,consigo mismo. Como de lo que se trata a finde cuentas es de un proceso, sus conse-cuencias se perciben en la transformación delas actitudes. El hombre se hace más «cos-mopolita»; su ámbito de relaciones es másuniversal, si se me permite utilizar esta pala-bra, pero la intensidad de las mismas es me-nor. Todo esto, de otra manera y en otras cir-cunstancias, les sucede hoy también a las re-laciones humanas, y sus consecuencias,como al final de la antigüedad, se percibendel mismo modo en las relaciones del hom-bre consigo mismo.

La situación actual de las relaciones huma-nas, la sociabilidad del hombre de hoy, esuna idea que, pensada a la ligera y de ma-nera superficial, nos conduce a una trampa.Se puede escuchar en los medios de comuni-cación y hasta en las conversaciones de altotono que todos, alguna que otra vez, mante-nemos que nuestra sociedad ha superadomás que otras épocas y que otras socieda-des las barreras de la sociabilidad. Y en estesentido nos sucede como a los hombres dela antigüedad tardía, incluso como a los hom-bres de la Ilustración, que mitificamos el mo-mento histórico en el que estamos inmersos.Esta actitud, que se basa en una concepciónfalsa -una deformación de la realidad- nosconduce a un error que todavía no ha sidosuperado: tratar las cosas de manera ahistó-rica. Por eso es necesario hacer una críticade este concepto de «summum» de la socia-bilidad.

Entre los elementos de esta hipostatizaciónde las relaciones sociales actuales voy a des-tacar uno que considero muy importante: elde la naturalidad, porque sin duda creemos

Y MIEDO EN LAS RELACIONES SOCIALESPor Carlos MALO DE MOLINA

que vivimos en un mundo que, a nivel de lasrelaciones sociales, creemos que es, si no elmás natural de todos los que ha habido, símuy natural. Sin embargo, esta naturalidadno se adecúa con otros factores, muy impor-tantes, que vemos planear bastante a me-nudo en las relaciones: el temor,el miedo cotidiano y el senti-miento de soledad. Y esto nosplantea una seria contradicción.

En la estructura de difícil equi-librio, por no decir de desequili-brio, que mantienen por un ladoel optimismo de la naturalidadsocial y por otro el pesimismodel temor y de la soledad indivi-duales, se encuentran ligadosuna serie de factores de los quevoy a mencionar los tres quecreo que aquí están más relacio-nados con el tema: el narci-sismo, o mejor el aumento delnarcisismo, la vergüenza y ladignidad normativa.

El narc is i smo aumentacuando les resulta imposible alos hombres ponerse a la altura de lo queexigen los ideales socialmente admitidos,aunque éste no sea el factor fundamentaldel narcisismo. La mayoría de las veces nodamos el tipo; pongo por ejemplo el de lasociedad norteamericana de hace unosaños, concretamente el de «norteamericanoideal»: un hombre blanco, alto o mediana-mente alto, de religión protestante, quelleva una vida familiar, patriota, con ingre-sos y una profesión honorable, y orgullosode pertenecer a la nación más poderosa dela Tierra.

Sin embargo, los norteamericanos no sonasí. Y lo que sucede con ellos es equiparablea lo que pasa con nosotros o con los ciuda-danos de otro país. Hoy día, como nos danprueba por ejemplo los anuncios publicitarios,las banderas de los ideales y estereotipos sehan colocado a mucha altura (buena imagen,buena profesión, buen futuro, etcétera) y senos hace difícil alcanzarlos, sobre todo si no

C. Malo de MolinaSociólogo

tenemos estas carac-terísticas. En este sen-tido, el aumento delnarcisismo se rela-ciona con la impoten-cia, con la vergüenza.

La vergüenza se hace sentir precisamentepor ello; es una intensificación de la concien-cia subjetiva, de la impotencia; y también dela inseguridad; en este sentido quiero men-cionar una canción de M. Jackson que más omenos nos dice lo que un viejo proverbio: an-

tes de decir algo cuenta hastadiez. La dignidad normativa es ladignidad mediocre del hombrede la calle, y que se puede resu-mir así: «Que nadie toque o re-base este mínimo de dignidad.»Se me ocurre pensar, estable-ciendo una comparación, queesta dignidad es como el antiguoconcepto de la honra, pero de-mediado.

Estamos viendo que desdeeste punto de vista la naturalidaden las relaciones se tambalea.Se me ocurre la idea de un hom-bre en la cuerda floja. La insegu-ridad es un elemento presente,oculto, que empapa nuestras re-laciones sociales. Se hace pa-tente en la necesidad de defen-

dernos, en mantener el tipo frente a los este-reotipos. De esta dignidad normativa, quetiene debajo los espíritus del narcisismo y dela vergüenza, acabamos siendo víctimas no-sotros, los hombres modernos. La necesidadde mantenernos, de defender lo propio, noslleva a que aparezcamos ante los demás,muchas veces, como una amenaza para sumisma dignidad. Y esto no puede ser de otramanera, porque el sistema social en el quevivimos es competitivo, basado en las estra-tegias personales y en el cálculo. Somos tanparecidos a los estoicos como a los maquia-vélicos; tanto como poco naturales. Éstoobliga a los demás, como a nosotros, a de-fenderse, con lo que la «amenaza» apareceredoblada, se multiplica; es el círculo viciosodel temor y de la inseguridad, y el surgi-miento otra vez del pensamiento mágico-¡tan pretendidamente superado por la mo-dernidad!-, como en la antigüedad tardía,sobre las intenciones de los demás.

C LARO que hayuna literaturahecha de reta-

les, tejida de frases hil-vanadas con el propó-sito de hacer del cuer-po escrito un todo cuajado de partes. Hayuna manera de contar las cosas a trozos.Una narrativa fragmentaria que permite ircomponiendo el rompecabezas que son, enel fondo, y aun en la forma, todas las histo-rias.

Hay que andar siempre, que nunca sesabe, con una libretilla a punto donde ir con-signando con palabras los fragmentos de rea-lidad que, al cabo, sirven de excusa, de justi-ficación a la ficción. También la ficción sor-prende a la imaginación con sus embatesdesbocados y abre panoramas desconocidos,que en postreros intentos se plasman en unsoneto, en un artículo, en una narracióncorta.

Sé que el silencio creador es el momentoimpreciso y breve que se tiende, apenas dife-rente de la nada, entre la inspiración y la

LITERATURA DE RETALESobra, entre la idea y su ejecución. Sé, tam-bién, que no se puede permanecer impasible,confiado a las solas fuerzas de la memoria,para arrebatar al olvido esa frase que se nosrepresenta como clave esencial y precisa enun entramado literario de mayores conse-cuencias. Al caminar, al detenerse un ins-tante, al contemplar un rostro maravillado, altomar parte en una charla, al despejar elsueño, en todas aquellas situaciones en quese implican la cabeza y los sentidos, nos lle-gan, nítidas o entreveradas, las palabras quedespués nos sirven como guías, comoapoyos, como recordatorios, como piezasimaginarias de un mecano, como materialesintangibles de construcción, que a pesar desu aparente diversidad, una vez ensambla-dos, compuestos, disuelven su individualidaden la armonía neta del resultado.

Hay también una literatura troceada que

late en las cartas. Noya en aquellas escritasen la intención de sus-traerse a la tiranía del

Por Hermenegildo ALTOZANO momento para termi-nar elevadas a la cate-

goría permanente de epistolario, sino en lasescritas a vuelapluma, en las que presentantrazos intensos o grafía de garrapata, inclusoen las que toman forma de tarjeta de felicita-ción. Las voy atesorando y al releerlas descu-bro frases bellísimas, escondidas en un bos-que de letras.

Tomo consciencia de que, como en un ice-berg, es condición del arte describir que lamayor parte de lo escrito permanezca ajeno ala superficie, al dominio de la vista, reservadoquizá a quienes poseen el don de saber leerlas cartas que reciben. Y pienso que hay querecobrar esa literatura de retales; que hayque salvar del desuso la costumbre de escri-bir cartas; que se hace preciso aprehender lomucho que puede llegar a decirse en una lí-nea; que es posible que una de las más ex-celsas muestras de dación incondicionadasea la de regalar frases.

ABC (Madrid) - 10/08/1993, Página 42Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de loscontenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposicióncomo resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de losproductos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.