Giraldo, Javier - Aportes Sobre El Origen Del Conflicto (Síntesis)
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APORTES SOBRE EL ORIGEN DEL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA, SU PERSISTENCIA Y SUS IMPACTOS
Javier Giraldo Moreno, S. J.
I - MARCO CONCEPTUAL: DEMOCRACIA Y REBELIÓN
Esencia y alcances del Derecho a la Rebelión
Transfiguración de la Rebelión en Terrorismo
II - VÍNCULOS ENTRE EL ESTADO COLOMBIANO Y LOS CIUDADANOS QUE LO INTEGRAN Y SU DISOLUCIÓN
2.1. La satisfacción de las necesidades básicas de los asociados
2.2. Construir y mantener elementales condiciones de justicia en las relaciones de convivencia entre los
ciudadanos y de éstos con el Estado
2.2.1. Problemas en torno a la participación
2.2.2. Problemas en torno a la información
2.2.3. Problemas en torno a la protección
La Fuerza pública
III - IMPACTOS DEL CONFLICTO EN LA SOCIEDAD
IV - RECOMENDACIONES
Síntesis respondiendo las tres preguntas planteadas por la comisión (causas, persistencia e impactos de
conflicto):
“1. Sobre el origen y CAUSAS del conflicto armado en Colombia:
Llego a la conclusión de que en Colombia se han dado una serie de situaciones que han afectado a capas
importantes de ciudadanos colombianos o a las mayorías de ellos, situaciones que en confluencia con
opciones y decisiones colectivas, han llegado a desatar un conflicto armado de larga duración.
Entre los elementos de conciencia que se han articulado con situaciones objetivas de opresión, explotación,
exclusión y violencia, tuvo innegable incidencia la conciencia de que existe un derecho a rebelarse contra la
injusticia, expresada en las estructuras concretas del poder dominante. La conciencia de tal derecho aparece
clara en los documentos fundantes de los diversos grupos insurgentes y su dimensión universal había sido
reconocida en las revoluciones del siglo XVIII en Francia y Norteamérica, y más tarde en la Declaración
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Universal de los Derechos Humanos de la ONU, como último derecho remedial, aplicable cuando los demás
derechos universales son desconocidos.
La esencia de tal Derecho a la Rebelión es la comprensión de las relaciones entre un Estado y los ciudadanos
que lo integran como la PARTICIPACIÓN EN UNA EMPRESA COMÚN, lo cual implica que quien maneja los
recursos, la coordinación del poder institucional y la elaboración y aplicación de las leyes, tiene que
responsabilizarse de satisfacer al menos 5 necesidades biológicas de todos los ciudadanos por igual: laalimentación, la vivienda, el trabajo/ingreso, la salud y la educación, así como también al menos 3 necesidades
de convivencia: la participación, la información y la protección. La no satisfacción de tales necesidades
elementales, va llevando a DISOLVER LOS VÍNCULOS entre los ciudadanos y el Estado – o en otros términos
reconocer que ya no existe una empresa común entre ambos- y, en la medida en que esa disolución sea grave,
prolongada y generalizada, se activa legítimamente el Derecho a la Rebelión.
Analizando la historia de Colombia en el último siglo, para el suscrito es muy claro que el detonante
principal del conflicto armado es la falta de acceso a la tierra para grandes mayorías. Los mismos estudios
del DANE muestran que desde el comienzo del siglo XX todas las tierras baldías estaban tituladas a favor de un
reducido grupo de propietarios y que el creciente reclamo de tierra por parte de indígenas y campesinos fue
respondido por los poderes de turno con negativas prepotentes y violentas, cerrando así la posibilidad de
satisfacer, para las grandes mayorías, las necesidades biológicas más elementales entre las elementales, como
eran las de alimentación, vivienda y trabajo, estrechamente ligadas al acceso a la tierra. Tal conflicto no se
comprende cabalmente sin explorar simultáneamente cuáles fueron las características del Estado que se había
ido configurando, que era ciertamente una estructura de poder elitista, excluyente y hegemónica, mediada
por unos partidos que tenían esas mismas características y que zanjaban sus diferencias entre ellos mediante
guerras que buscaban someter o eliminar al disidente. Los reclamos justos de las capas oprimidas fueron
siempre estigmatizados mediante elementos ideológicos, religiosos o políticos que remitían dichos reclamos o
propuestas al campo de lo ilegal, lo ilegítimo o lo demoníaco, apoyando así las formas de represión, de
persecución y de violencia que se proyectan en terror y sometimiento. Un clímax evidente de estos
comportamientos fueron los bombardeos de Marquetalia y demás territorios estigmatizados en 1964.
2. Sobre la PERSISTENCIA del conflicto:
Entre los años 40 y 60 del siglo XX el conflicto armado tomó formas más explícitas y agudas. En los 50, la
élite gobernante acudió al gobierno militar frente a una violencia desbordada y luego a la solución del Frente
Nacional que agudizó la exclusión y la hegemonía. Ya la dictadura militar había concentrado las medidasexcluyentes y represivas contra los movimientos de base, englobándolos en la caracterización de
“comunismo”, el cual fue declarado fuera de la ley y criminalizada toda colaboración con él, al tiempo que
inscribía al país en la ideología y estrategia de la Guerra Fría y adoptaba las directrices de los Estados Unidos
para organizar la guerra contrainsurgente. Uno de los elementos de dicha estrategia fue el paramilitarismo
diseñado en la Misión Yarborough de la Escuela de Guerra Especial de Fort Bragg (1962), el cual busca borrar
las fronteras entre los civil y lo militar; involucrar a la población civil en la guerra, ya como blanco de la misma
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o como combatiente paramilitar y a legitimar la persecución y eliminación de la población civil inconforme
mediante la doctrina del “enemigo interno”, la cual cobija a toda la población inconforme con los patrones
vigentes de exclusión y hegemonía, como blanco legítimo de guerra. De esta estrategia dan cuenta de manera
muy explícita, tanto los discursos y documentos de numerosas jerarquías militares y civiles del Estado, como
las leyes que legalizan el paramilitarismo de manera recurrente, así como los numerosos manuales de
contrainsurgencia del ejército, todo esto ampliamente documentado en el anexo que he entregado.
Después de los años 60 y concomitantemente con el desarrollo progresivo del conflicto armado, tanto las
directrices recibidas de los Estados Unidos, como las preferencias de la élite gobernante, propenden por una
solución militar al conflicto y por desatender y reprimir las reivindicaciones de los sectores sociales más
oprimidos que continúan siendo el incentivo esencial del conflicto. Los indicadores sociales, particularmente
los de acceso a la tierra, se hacen muchos más dramáticos. Entre los años 80 y el momento actual alrededor
de 6 millones de personas son despojadas violentamente de sus tierras y lanzadas a la indigencia y a
condiciones de vida inhumanas, al tiempo que la ideología militar del Estado y su estrategia paramilitar van
implantando la violación masiva y sistemática de los derechos humanos más elementales : a la vida
integridad y libertad. Las cifras hablan por sí mismas.
Si bien la Constitución del 91 trató de diseñar un modelo de Estado más democrático, el tiempo fue
mostrando que los patrones de exclusión, injusticia, represión, hegemonía y control elitista del Estado
permanecían los mismos e incluso más acentuados. El sistema electoral, en lugar de alimentar niveles
progresivos de participación ciudadana en las decisiones, alimenta mecanismos de clientelismo y corrupción
invasivos. El sistema de información y comunicación avanzó hacia un sistema de manipulación de las
conciencias, al concentrar el derecho a informar en los grandes conglomerados de poder y dinero. El sistema
económico evolucionó a una dependencia extrema de capitales multinacionales destructores del medio
ambiente y saqueadores de los recursos naturales, arrastrando al tiempo la destrucción de comunidades que
se oponen a sus intereses. La satisfacción a otras necesidades básicas como la salud, el empleo, la educación y
la vivienda, el Estado la fue delegando a los capitales privados, cuyo principio eje de máxima rentabilidad lleva
ineludiblemente a la degradación progresiva de esos servicios, degradación que hoy se vive dramáticamente
en los campos de la salud, la vivienda, el empleo, la educación y la alimentación. Aparentemente se han
abierto espacios de participación democrática, pero las decisiones neurálgicas que más afectan el bienestar
de la población nacional, como las decisiones sobre el modelo económico, sobre las extranjerizaciones de
tierra y de recursos, sobre el comercio internacional, sobre la defensa nacional y los modelos de protección de
derechos, sobre la injerencia de otros países, sobre las prioridades del gasto presupuestal, permanecen
absolutamente ajenas a una consulta y decisión democrática. La corrupción del parlamento y de otros
cuerpos colegiados no puede ser más repugnante, la separación de poderes es ficticia, el colapso de la
justicia es un callejón sin salida y el sistema de partidos se convirtió en sistema de reciclamiento
permanente de la corrupción. Todos estos factores hacen que el conflicto armado persista y se agudice.
3. Sobre los IMPACTOS del conflicto en la sociedad colombiana:
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Lo que el conflicto armado ha producido en la sociedad colombiana en tantas décadas es difícil de inventariar
Los centenares de miles de ausencias (ejecutados, desaparecidos, expatriados) cuyas energías han ido siendo
copadas por las energías arrogantes de sus victimarios, han ido reconfigurando el perfil de la sociedad,
haciendo que el ajuste al Statu quo vigente sea imperante como tributo al realismo y la seguridad personal.
El hecho de que la inmensa mayoría de víctimas no hayan sido combatientes sino población civil inconforme
ha condicionado necesariamente la libertad de pensamiento, confrontándola con el instinto de conservacióny llevando a que cada vez sean menos los que se atrevan a expresar y defender ideales éticos auténticamente
humanos.
La criminalización evidente de la protesta social lleva a desmontar necesariamente, bajo una hipoteca de
terror, las opciones por una sociedad más justa. El miedo y la manipulación de las conciencias que ejercen los
medios masivos, ha llevado a deformar y falsear lo que está en juego en el mismo conflicto armado, haciendo
ver como algo perverso la lucha por la justicia y como algo encomiable y sagrado la defensa de la
desigualdad, de la exclusión, del lucro y de la competencia, lo que equivale a la demonización de lo justo y a la
sacralización de lo perverso, llevando a que lo ético sea prácticamente desterrado del dominio de lo público.
El hecho de que el Estado haya asumido, bajo la imposición de los Estados Unidos, la estrategia paramilitar
que se apoya en una ficción que camufla conscientemente lo ilegal en lo legal y lo militar en lo civil, ha
obligado también al Estado a negar, ocultar y camuflar parte de su acción y de su identidad, llevándolo a un
comportamiento esquizofrénico de ocultar y negar parte de su propio Yo. Tal comportamiento se proyecta de
manera rutinaria en la mayoría de sus funcionarios, quienes echan mano de las formalidades del Estado de
Derecho para identificar y justificar sus comportamientos, mientras niegan, ocultan y evaden enfrentar la
realidad fáctica de la criminalidad del Estado al servicio del cual trabajan, permaneciendo solidarios de hecho
con quienes perpetran los crímenes al ofrecerles la solidaridad más efectiva, consistente en negar el carácter
estatal de tales comportamientos.
Finalmente, entre las 7 RECOMENDACIONES con que concluye el estudio, transcribo sólo una para no tomar
mucho tiempo:
Un proceso de paz hace referencia obligada a la PAZ y ésta no puede consistir en un mero mecanismo
contractual de cese de disparos pagado con determinadas contraprestaciones. La PAZ es un valor ante todo
ético, espiritual, social y también político. Exige un clima adecuado, configurado por otros valores
profundamente conexos con ella, como la verdad, la justicia, la tolerancia, el respeto a la vida de todo ser
humano y de todo ser viviente y a sus derechos fundamentales. Por ello el clima con que el gobierno ha
rodeado este proceso de paz es el menos adecuado, ya por su lenguaje beligerante, ya por la continuidad de laguerra mientras se dialoga y su incitación permanente y pugnaz al ataque militar y al exterminio del
adversario, todo esto adobado con el regocijo nunca disimulado que le producen las muertes propinadas a su
‘enemigo’, cuyos cadáveres y memoria son además envilecidos bajo los efectos morbosos de soberbias
triunfalistas. Una ‘paz’ así lograda estará profundamente infectada de odio que germinará más temprano
que tarde en nuevas violencias o conflictos armados. Se impone transformar radicalmente el clima en que se
está buscando la Paz. Los medios han cumplido un papel decisivo en el ambiente de odio y de estigmatización
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de falsedades y de sustentación de la injusticia. Por ello la democratización de los medios y un prolongado
ejercicio de su democracia antes de cualquier refrendación de acuerdos, son necesarios para transformar e
actual clima radicalmente impropio y contrario a la búsqueda de la Paz.”
Tomado de la página: http://www.javiergiraldo.org/
IV – RECOMENDACIONES
1. Una superación real del conflicto debe fundarse en la verdad y en la transparencia y no en falsedades y
ficciones. Ya que los medios masivos de información y comunicación son hoy el mayor obstáculo para que
sean reales el derecho a la verdad y el derecho a la información, debe pactarse, como condición previa a todo
acuerdo de paz, una democratización de los medios masivos y un período suficientemente amplio de ese
ejercicio democrático, que le permita a la sociedad deshacerse de toda las falsedades inducidas en su
conciencia, durante décadas, por los medios masivos, antes de diseñar cualquier mecanismo de refrendación
de los acuerdos de paz.2. Cualquier análisis de los orígenes del conflicto armado y de los factores de su persistencia exige considerarlo
como una dimensión y expresión de un conflicto más profundo que es el conflicto social, producto del modelo
económico-político de sociedad excluyente y estructuralmente violenta que está vigente. Por ello se impone
vincular a la solución del conflicto a las capas sociales más directamente victimizadas por el modelo e
incorporar a los acuerdos de paz las reivindicaciones de mayor consenso entre los movimientos sociales que
expresan las diversas dimensiones del conflicto social, raíz evidente del conflicto armado.
3. Un proceso de paz hace referencia obligada a la PAZ y ésta no puede consistir en un me-ro mecanismo
contractual de cese de disparos pagado con determinadas contraprestaciones. La PAZ es un valor ante todoético, espiritual, social y también político. Exige un clima adecuado, configurado por otros valores
profundamente conexos con ella, como la verdad, la justicia, la tolerancia, el respeto a la vida de todo ser
humano y de todo ser viviente y a sus derechos fundamentales. Por ello el clima con que el gobierno ha
rodeado este proceso de paz es el menos adecuado, ya por su lenguaje beligerante, ya por la continuidad de la
guerra mientras se dialoga y su incitación permanente y pugnaz al ataque militar y al exterminio del
adversario, todo esto adobado con el regocijo nunca disimulado que producen en la alta dirigencia del Estado
las muertes propinadas a su ‘enemigo’, cuyos cadáveres y memoria son además envilecidos bajo los efectos
morbosos de soberbias triunfalistas. Una ‘paz’ así lograda estará profundamente infectada de odio que
germinará más temprano que tarde en nuevas violencias o conflictos armados. Se impone transformarradicalmente el clima en que se está buscando la Paz. Los medios han cumplido un papel decisivo en el
ambiente de odio y de estigmatización, de falsedades y de sustentación de la injusticia. Por ello la
democratización de los medios y un prolongado ejercicio de su democracia son necesarios para transformar e
actual clima radicalmente impropio y contrario a la búsqueda de la Paz.
4. Los medios masivos, azuzados por poderosos líderes del Estado y del Establecimiento, han convencido a la
sociedad colombiana de que las FARC son “el mayor cartel mundial del narcotráfico”; que si bien en un
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comienzo tuvieron objetivos políticos altruistas, hace tiempo los perdieron y sólo van tras metas egoístas de
enriquecimiento personal y colectivo por medios delictivos; que sus prácticas violentas constituyen ‘crímenes
de lesa humanidad’, o sea violación sistemática y programada de los derechos básicos de la población civil no
beligerante. En el ámbito de las conversaciones de La Habana varias de estas ‘verdades’ se han ido
desmoronando o al menos están siendo profundamente cuestionadas. Sin embargo esas ‘verdades’
mediáticas siguen alimentando el odio masivo de la población consumidora de información masiva (inmensa
mayoría de la nación), la oposición a la ´paz’, la obstrucción de todo debate sobre la injusticia estructural y
sobre las salidas más lógicas y éticas al conflicto. La democratización de los medios podría ayudar a que esas
supuestas ‘verdades’ se esclarezcan mediante un debate honesto, en el cual los mismos integrantes de las
FARC puedan defenderse ante el tribunal de la opinión pública, que es el más efectivo actualmente dado el
colapso de la justicia, pues estigmatiza y sacraliza por la sola repetición incesante de consignas de odio o de
fanatismo, sin fundamento alguno en la realidad.
5. En los diálogos de La Habana el Gobierno le ha exigido a las FARC que entreguen o abandonen las armas, de
tal modo que estas no vuelvan a servir para hacer política. Este es un gran ideal totalmente deseable. Pero
aquí el Gobierno encarna al protagonista de la parábola evangélica que “observa la paja en el ojo ajeno perono la viga en su propio ojo” (Lc. 6,41-42), pues las armas del Estado han servido mucho más que cualesquiera
otras para hacer política y de la peor: han servido para masacrar a los opositores y a los reclamantes de
justicia, para perpetrar genocidios de movimientos políticos y sociales, para imponer a sangre y fuego leyes,
estrategias y políticas excluyentes, discriminatorias y perversas, las que confunden con la “soberanía naciona
y el orden constitucional”. La búsqueda de la Paz no puede eludir el hecho de la existencia de una doctrina
militar absolutamente antidemocrática, como lo he reseñado en este análisis y documentado extensamente
en el Anexo. Uno de sus ejes es la calificación de una franja de población nacional (no combatiente) como
‘enemigo interno’ sin derechos políticos, para despojarla de los cuales se le identifica falazmente con la
insurgencia armada. Todo esto hace parte de una ideología en la cual ha sido formada la alta oficialidad enescuelas de Norteamérica, desde donde dicha doctrina ha sido diseñada e impuesta a los países del
Continente. La guerra en Colombia, desde el polo estatal, se ha alimentado de esa ideología devenida en
mística anti-comunista, anti-socialista, anti-izquierdista. Superar el conflicto armado exige erradicar la doctrina
militar intensamente vigente; la teoría del ‘enemigo interno’ y los prejuicios y mística militar anticomunista
Esto es imposible realizarlo con una fuerza pública adoctrinada por décadas en esa ideología y que la ha
asimilado como ideal patriótico. Por ello la Paz exige una transformación radical de la fuerza pública,
empezando por la separación de esa misión de su actual personal vinculado. Hay que crear una nueva fuerza
pública incontaminada desde su origen de tales doctrinas y prácticas. Es imposible construir paz con un
ejército adoctrinado para la guerra, y para una guerra cruel, antidemocrática y que ha tenido por objetivomilitar amplias franjas de población civil que se identifican con maneras de pensar que no son las de la élite
gobernante y/o de potencias imperiales.
6. Se impone un proceso de clarificación de qué es lo que se está buscando con el “fin del conflicto”. Como lo
afirma William Ospina en una de sus columnas (El Espectador, 13 de diciembre de 2014), para la clase dirigen-
te “se trata entonces de eliminar el conflicto, cosa que le conviene mucho a la d irigencia, pero no las causas
del conflicto, que es lo que le conviene a la comunidad. Por eso insisten en que la causa de esta guerra es la
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maldad de unos terroristas y no, como pensamos muchos, un modelo profundamente corroído por la
injusticia, por la desigualdad, por la mezquindad de los poderosos y la negación de una democracia profunda”
Por ello afirma: “Qué extraño sería que de repente desapareciera el conflicto sin que fuera necesario
modificar ninguna de las deformaciones de la democracia que lo h icieron posible” y añade: “La insistencia de
Gobierno en que con esta paz nada esencial va a cambiar, anuncia que lo que quieren es mantener el mismo
desorden que produjo la guerra, la misma injusticia que la alimentó por décadas y la misma pobreza del
pueblo que la padeció, pero sin la molestia que representa el conflicto para los negocios de los poderosos”. El
Gobierno debería aceptar que el conflicto que quiere hacer llegar a su fin tiene raíces evidentes en la injusticia
y actuar en consecuencia, o sea, aceptar que las conversaciones toquen el modelo económico político y le
encuentren salidas éticas y democráticas. Como abunda William Ospina, no se puede seguir creyendo “que la
paz no tiene que enfrentar el problema de un sistema electoral donde sólo pueden ganar las maquinarias de
clientelismo”; no se puede pretender “encarnar la legitimidad pero todo el mundo sabe que nuestro Estado es
un monstruo burocrático irrespirable, que las Fuerzas Armadas requieren cambios profundos, que los niveles
de desigualdad son los más escandalosos del continente, que los niveles de violencia son pavorosos, que la
pobreza y la negación de su dignidad mantienen a vastos sectores hundidos en la indiferencia o el delito”. Un
proceso de paz “que no toque el modelo” como lo v iene afirmando persistentemente el Gobierno y su
delegación en las conversaciones de paz, no puede ser creíble.
7. Debe erradicarse del lenguaje vinculado al proceso o a las conversaciones de paz el término “reinserción”,
pues ordinariamente es comprendido como una inserción o un ‘retorno’ (de todos modos como una
aceptación, acomodo o ajuste) al modelo vigente de sociedad, modelo que mirado desde principios éticos
fundamentales es algo terriblemente repugnante por la injusticia, desigualdad y violencia estructural que
encarna, siendo mucho más repugnante seguramente para quienes han luchado durante décadas por
cambiarlo en algo menos inhumano. Por ello el término resulta profundamente ofensivo.
Javier Giraldo Moreno, S. J.
Coordinador del Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política del CINEP
Acompañante de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó
Anexo: Colección de documentos sobre doctrina militar, paramilitarismo y justicia