Giza la niña de la maleta

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El silencio de los

sobrevivientes.

El punto comienza con la afirmación de Giza: "nunca pregunté

pero tampoco me quisieron contar...no me ocultaron que yo era

huérfana...no quise imaginar...no quise saber...no quise

hablar...me costó más de cincuenta años abrir la boca".".

J. Spinak, op. cit., nos ofrece quizás una explicación sobre este

silencio autoimpuesto durante cincuenta años, verdadero

encapsulamiento y encarcelamiento voluntario de la memoria,

cuando apela a una vieja canción polaca que reza "tengo un

cajón cerrado con llave donde guardo mis recuerdos", que fue

a su juicio lo que le permitió no enloquecer y llevar una vida

normal, sin comunicar durante tanto tiempo sus recuerdos de

una época durísima, porque "el mundo siempre prefiere una

sonrisa y no una lágrima".

R. Zytner, 2002, nos ofrece algunas razones del porqué de ese

silencio que según hemos comprobado es la reacción general

de muchos sobrevivientes (literatura científica, relatos de

sobrevivientes, películas, etc.)

Es sabido que la mayor parte de los sobrevivientes mantenía en

silencio sus experiencias de guerra. Algunos, muy pocos,

proporcionaban sus testimonios. Más de cincuenta años

después, muchos comienzan a relatar sus vivencias. ¿Por qué

ese silencio? ¿Por qué no hablaban? Existen muchas razones,

concientes e inconscientes, por las cuales los sobrevivientes no

podían hablar. Algunas de ellas responden a los requerimientos

de la sobrevivencia misma, es decir, a la necesidad de poder

reconstruir sus vidas, olvidando los horrores pasados para poder

seguir viviendo y formar una nueva familia, construyendo

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también otros vínculos. Temían la intensa movilización

afectiva que acarrearía el relato, tanto en ellos como en su

entorno.

Otro aspecto a considerar se refiere a la negación imperante

(mecanismo puesto en juego frente a situaciones

extremadamente dolorosas), lo que hacía que no les pudieran

creer lo que contaban, por lo cual los sobrevivientes optaron

muchas veces por callar. Negación que ya operaba en el

ámbito de guerra, dentro y fuera de Europa.

El silencio también se articula con la intensidad del sentimiento de

culpa de los sobrevivientes por haber sobrevivido. Las fuentes de culpa

se multiplican: la incapacidad de salvar a sus seres queridos, las

condiciones generada por el cambio de código referencial en la

cotídianeidad y la arbitrariedad absoluta de las normas (por ej., en los

guetos y campos de concentración), las experiencias extremas vividas,

la ruptura con los parámetros conocidos de convivencia, los dilemas

imposibles de resolver, etc.

"¿Por qué yo me salve?" una y otra vez se preguntan con desconsuelo

los sobrevivientes, luchando contra el sentimiento de culpa irracional

producido por el hecho de haber sobrevivido.

Entre muchas motivaciones destacaría el intento de proteger a sus

hijos (infancia protegida), procurar el olvido y reconstruir su vida, el

sentir que no los podían comprender y el experimentar culpa por haber

sobrevivido.

Dijo Giza al referirse a las personas vinculadas a la maestra polaca que

hace; veinte años vinieron buscándola con materiales y el deseo de

contacto y que ella no quiso recibir: "si la vida se detuviera hoy y

pudiera volver atrás, reaccionaría de otra manera pero ahora es tarde".

Yo comenté en algún momento que la familia que la cuidó la debe

haber tratado bien porque no tiene estigmas de haber sido maltratada ni

humillada y que ella algo debe haber trasmitido y que me parecía que

lo que ellos hicieron fue darle amor: "usted no tiene resentimiento y me

pregunto qué pudo haber dejado esa niña en aquella familia para que la

protegieran de esa manera."

Giza preguntó, con referencia a su reticencia a recordar hechos de

aquella época: "estonces ¿porqué mi reacción negativa?"

Mi respuesta fue: "probablemente usted no estuvo preparada para oír,

usó mucho tiempo el mecanismo de borrar como defensa porque

necesitaba esos silencios—con esos escombros no se juega...es lo que

sintió y es lo que pudo hacer.-esas actitudes no merecen juicios".

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Prometí antes, cuando relaté el momento en que conocí a Giza en la

actividad realizada en el colegio Seminario, volver a la identificación

radioactiva, concepto que R. Zytner, 2000, toma de Y. Gampel para

referirse al modo en que los sobrevivientes intentan borrar tanto el

dolor de sus heridas como las repercusiones de éstas en sus

descendientes y que compara con los efectos

de la radiación, ya que se trata de identificaciones que como una

realidad externa entran en el aparato psíquico sin que el

individuo tenga ningún control o protección sobre su

penetración, implantación y efectos ya que incluyen

remanentes no representables, restos de influencias

radioactivas del mundo externo que se instalan dentro del

individuo.

Mencioné en el texto que me valí de las identificaciones para

intentar colmar vacíos vivencíales de la historia de Giza. Lo

que experimenté de inmediato al conocerla fue, sin duda, una

identificación corporal que me sorprendió, porque me despojó de

los recursos técnicos habituales, que si bien se apoyan en

sintonías emocionales están habitualmente mediados por un

proceso reflexivo, pero dicha identificación no me resultó

extraña, ni invasora, ni irrepresentable, sino que por el

contrario movilizó rápidamente la empatía, procuró hacer

familiar y propia la vivencia de esa otra persona sentada a mi

lado y promovió de inmediato la búsqueda de

representabilidad y sentido para una historia dramática que se

resistía a ser verbalizada y reconstruida.

Probablemente la naturaleza diferente del núcleo escondido,

escotomizado, de Giza es lo que otorga carácter diferente al

tipo de identificación. Es necesario recordar: Giza no es

sobreviviente de un campo de exterminio, estuvo alrededor de

un año en contacto con sus padres dentro del Gueto de

Varsovia y mi hipótesis es que a pesar de las condiciones de

incertidumbre y zozobra imperantes durante su gestación y sus

primeros meses y a pesar de la angustia desgarrante que debe

haberles provocado a sus padres la decisión de confiarla a otra

familia para salvarla, ellos le dieron muchísimo amor y vieron

en ella el fruto que podría continuarlos y sobrevivir al designio

exterminador de la barbarie. Pero mi hipótesis es también que

la familia polaca que se hizo cargo de ella le dio a su vez

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mucho cariño y la debe haber querido como un miembro más

de la familia. Creo que fue algo similar a lo ocurrido con Mr.

K el paciente que relata H. Dasberg (op. cit.) en relación a la

familia que lo protegió. Entonces el núcleo escondido de Giza,

base de la identificación que me indujo a acercarme y

comprometerme con su historia, se nutre fundamentalmente de

buenas experiencias de cariño, primero con los padres, luego

con la familia polaca, que se cortan bruscamente y dan entrada

entonces a la noción de separación con su corolario el duelo,

pero que se acompaña en estos casos por la culpa, doblemente

determinada por la muerte de los padres (¿porqué ellos y no

yo?) y por la separación abrupta de la familia polaca con la

cual se dio una pérdida total de contacto ulterior. Sobreviene

entonces la nueva etapa de adaptación de Giza, la otra parte de

su historia, la que empieza al terminar la Guerra y en la cual

ella debe haber asumido que los contenidos de aquel núcleo

escondido no eran bien tolerados en su entorno por lo que se

autoimpuso inconscientemente resignarlos, esconderlos.

A través de manifestaciones recogidas en las entrevistas con

ella me permití suponer, en síntesis, que en los primeros años

de su vida, ya sea con sus padres o con la familia polaca fue

considerada sobre todo por lo que ella en en tanto en el otro

período, el posterior a la guerra, fue considerada sobre todo

por lo que representaba.

Los demás nos ven a nosotros en cierta medida como lo que

somos y en cierta medida como lo que representamos para ellos,

pero en esa sobredeterminación es conveniente e importante

que predomine la primera forma de ser vistos por los otros.

Mi hipótesis entonces es que en la segunda etapa de su vida

Giza fue vista sobre todo como la representante sustituta de

familiares irremediablemente perdidos más que como ella

misma y que su núcleo escondido, si tomamos en cuenta los

conceptos de Fantasmas en la Nursery (S. Fraiberg, 1975) y

Angeles en la Nursery (A. Liberman, 2005), referidos a la

transmisión intergeneracional, está constituido por Fantasmas y

Ángeles pero con una clara predominancia de estos últimos.

En esta presencia predominante de los ángeles creo que radica

la diferencia de calidad o de tipo de la identificación radioactiva

porque si bien ambas pueden ser muy intensas, del punto de

vista de su instalación, los mecanismos que ponen en marcha

son de tonalidad absolutamente opuesta.