Gorius, Alan - Orar Ante La Cruz Orar Con Maria

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Orar ante la Cru (El Viacrucis) Orar con María (El Rosario)

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Orar ante la Cru (El Viacrucis)

Orar con María (El Rosario)

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Colección "RITOS Y SÍMBOLOS" 20

Alain Gorius

ORAR ANTE LA CRUZ (El Viacrucis)

ORAR CON MARÍA (El Rosario)

(2.a edición)

Editorial SAL TERRAE Santander

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Título del original francés: a) Prier devant la Croix

© 1982 by Editions Mame, París.

b) Prier avec Marie © \911 by Editions Mame, París.

Traducción de José Fernández Retana, S. J. © 1986 by Editorial Sal Terrae

Guevara, 20 39001 Santander.

Con las debidas licencias

Impreso en España. Printed in Spain

ISBN: 84-293-0738-9 Dep. Legal: BI-2164-88 Impreso por Grafo, S. A. Bilbao

índice

1. ORAR ANTE LA CRUZ

(El Viacrucis)

Págs.

INTRODUCCIÓN 9

I. LOS "VIACRUCIS" DE NUESTRAS IGLESIAS 11 La cruz de Jesús nos salva 26

II. DEL HUERTO DE LOS OLIVOS A LA MUERTE EN EL CALVARIO 27 La cruz de Jesús redime 42

III. EN EL CALVARIO 43 La cruz de Jesús -hace vivir 58

IV. RÍOS DE AGUA VIVA BROTAN DE SU CORAZÓN TRASPASADO 59

2. ORAR CON MARÍA (El Rosario)

INTRODUCCIÓN 77

I. EL OTOÑO 79

II. EL INVIERNO 89

III. LA PRIMAVERA 99

IV. EL VERANO 109

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ORAR ANTE LA CRUZ

(El Viacrucis)

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Introducción

Conocer a Cristo, tratar de penetrar su misterio, ha sido siempre la ambición y el deseo de los que creemos en él. Por él, a quien contem­plamos como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15J, esperamos acer­carnos al Dios vivo, a quien Jesús nos enseñó a llamar "Padre". ¿Y quién no quiere conocer íntimamente a quien da la vida?

El hombre se manifiesta en sus actos, en sus palabras, en su ma­nera de entablar relaciones y de asumir los acontecimientos que le so­brevienen a lo largo de su vida. Y cuanto más arriesgado y peligroso sea ese hecho, más significativa de su ser profundo será la actitud de quien tiene que vivirlo.

¿Qué hay más arriesgado y peligroso, en la breve existencia terre­na de Jesús, que su Pasión y su Muerte? Por eso, desde hace veinte si­glos, la contemplación de Cristo en sus sufrimientos y en la Cruz ha sido para los fieles uno de los lugares privilegiados de su ardiente búsqueda de "Aquel que nos ha amado y se ha entregado por nosotros" (Ef 5,2).

Desde hace mucho tiempo, esta contemplación ha tomado la for­ma del "Viacrucis". Aunque tal vez se practique ahora un poco menos esta devoción, el orar ante la Cruz sigue siendo para muchos, más que un ejercicio de piedad, una fuente de valentía, de esperanza y de amor.

Publicamos este libro para ayudar a esas personas. En él encon­trarán cuatro itinerarios para "subir a Jerusalén con Cristo" en la ho­ra suprema de su vida. Itinerarios que pueden ser recorridos ante los cuadros del 'Viacrucis" o sin necesidad de ellos, en una iglesia o en casa. Lo importante es que demos tiempo al Señor para que El se nos muestre.

Dedico este trabajo a todos los que buscan a Dios, jóvenes o ma­yores, consagrados o laicos, sanos o enfermos, deseando que les ayude a progresar en su fe, en su esperanza y en su amor. Y agradeciéndoles el que quieran acordarse alguna vez de orar por el autor.

Alain Gorius

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I.—Los «Viacrucis» de nuestras iglesias...

Desde la Edad Media, la devoción de los cristianos distribuyó la contemplación de la Pasión y Muerte de Jesús en catorce «estacio­nes», inspiradas en su mayor parte en los textos evangélicos.

En este primer capítulo ofrecemos una presentación y un co­mentario de esas catorce «estaciones» con la siguiente estructura para cada una de ellas:

— Extractos de los evangelios —de las 4 «Pasiones»—, así como del Antiguo Testamento o de los diversos escritos de los Apóstoles.

— Una serie no de «explicaciones», sino de frases que sirvan para resituar las diversas escenas en el conjunto del mis­terio de Jesús e inviten a reconocerle actuando en nues­tras vidas de hombres de hoy.

— Unas invitaciones a orar, bien sea en el secreto de nuestro corazón, bien haciendo uso de las palabras de la oración de la Iglesia.

Se trata de que cada uno de los que utilicen este libro se sienta li­bre ante el texto... La oración, la contemplación, son los actos más personales que podemos realizar. Que cada cual, por lo tanto, avance en su oración sin dejarse entorpecer por ideas ajenas, ...sino yendo derecho en busca de Cristo, que desea manifestar su amor.

«Sabía Jesús que había llegado.para él la hora de pasar de este mundo al Pa­dre. Y habiendo amado a los suyos, que vivían en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

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1 a estación

Jesús es condenado a muerte

Jesús es condenado — por los Sumos Sacerdotes y el Sanedrín:

«¿Qué os parece? —¡Es reo de muerte!» (Mt 26,66); — por la muchedumbre, agitada por los Ancianos:

«Ellos gritaban, cada vez más fuerte: ¡Crucifícalo!» (Mt 27,33); — por Poncio Pilato:

«Después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran» (Mt 27,26).

«A Jesús de Nazaret, a quien Dios acreditó entre vosotros realizando por medio de él los milagros, signos y prodigios que conocéis, a éste, que fue entregado conforme al plan previsto y sancionado por Dios, vosotros lo matasteis clavándolo en la cruz» (Hech 2,22-23).

He aquí, condenado, a quien se había negado a condenar a nadie. Condena que procede de la envidia de los Sumos Sacerdotes; del sadismo de las muchedumbres manipula­das; de la cobardía de Poncio Pilato, que se lava las ma­nos... Injusticia, ignominia... Y, sin embargo, Jesús había di­cho: «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justi­cia, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5,10). Y ahora realiza en sí mismo esta bienaventuranza, encami­nándose libremente hacia el Reino.

O. rar para que aprendamos a no condenar a los demás. «No juz­guéis y no seréis juzgados» (Mt 7,1). Orar por los condenados a muerte y por los que tienen que administrar justicia en la tierra.

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2 a estación

Jesús carga con la cruz

«El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Le 9,23). «Y con todo, eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros do­lores los que soportaba... Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado» (Is 53,4).

Jesús es contado entre los siervos, prácticamente entre los esclavos..., puesto que se le somete al suplicio que única­mente a éstos estaba reservado. «Yo estoy entre vosotros como quien sirve» (Le 22,27). «El Hijo del hombre no ha ve­nido a ser servido, sino a servir» (Me 10,45). La opción que hizo de servir y ser esclavo por amor, supo llevarla Jesús hasta sus últimas consecuencias. Y lo hizo para llevar en su corazón y en su carne todos los sufrimientos, humillaciones y pruebas que los hombres hemos de soportar... «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7) ...Jesús misericordioso lleva con nosotros nuestras cruces.

O rar por quienes tienen que soportar pesadas cruces, por quienes tienen la vocación de servir en la Iglesia, para que lo hagan con hu­mildad y en unión con Cristo, cargado con la cruz.

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3 a estación

Jesús cae por primera vez

«Mi alma está triste hasta la muerte... Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba...» (Mt 26,38-39). «El espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41). «El que crea estar en pie, mire no caiga...» (1 Cor 10,12).

Caer por tierra: fragilidad de las fuerzas humanas, que no pueden aguantar cuando la prueba es excesiva, ...o gesto de adoración de quien se postra ante el Dios Santo... Símbolo también del desfallecimiento y la caída espiritual de quien sucumbe a la tentación... En su caída, camino del Calvario, Jesús pone de manifiesto su frágil condición humana; pero «Aquel que no conoció el pecado» (2 Cor 5,21) vive esta postración de su carne como un acto de obediencia, como un acto de adoración a Dios Padre.

O. ^Jrax por quienes conocen su debilidad y temen que se produzca su caída espiritual. Orar para que todas nuestras debilidades involun­tarias y todas nuestras miserias las aceptemos en humilde sumisión a la voluntad de Dios.

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a estación

Jesús se encuentra con su madre

«Simeón dijo a María, la madre de Jesús: 'Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, y para ser señal de contradic­ción. Y a ti, una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones» (Le 2,34-35). «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo te andá­bamos buscando angustiados... El les dijo: '¿Y por qué me busca­bais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?'» (Le 2,48-49). «¿Quién te mete a ti en esto, mujer? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra» (Le 8,21).

Si, en Cana aún no había llegado la hora de Jesús; ahora sí: ha llegado la hora de la Cruz, la hora de la Gloria... La hora en que se hace realidad para María la palabra profética de Simeón y en la que ella conoce un dolor y una angustia mu­cho más intensos que aquel día en que, con ocasión de su peregrinación a Jerusalén, Jesús se quedó en el Templo. La respuesta de su Hijo en aquel trance parece prevalecer por encima de él mismo... ¿Por qué? A este «porqué», que no tiene respuesta, María responde con el «Sí» de su Fe en el Padre... «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5,6). Al igual que sucede con Jesús, el deseo de santidad conduce a María a realizar el don supremo.

V ^ rar P°r las madres que ven morir a sus hijos o se angustian al verlos crecer. Orar para que siempre sepamos «recibir a María en nuestra casa» (Jn 19,27) y contar con su intercesión en la hora de la prueba.

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a estación

Jesús es ayudado por Simón de Cirene

«Cuando le llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que regresaba del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús» (Le 23,26). «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo» (Gal 6,2). «Tomad sobre vosotros mi yugo... Porque mi yugo es suave y mi car­ga ligera» (Mt 11,29-30).

Simón fue «militarizado», probablemente sin sospechar lo que iba a tener que hacer. Dios, a quien llamamos en nues­tra ayuda, ¡también tiene necesidad de ser ayudado! Es un verdadero misterio de abajamiento por el que el Señor nos concede la dignidad de participar activamente en la Salva­ción del Mundo. «Ser salvadores con Jesús», como anhelaba Charles de Foucauld, ...muchas veces sin siquiera darnos cuenta. «¿Cuándo te vimos necesitado y te prestamos ayu­da...? Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

V ^ rar por quienes nos ayudan a llevar nuestras cruces y por los que esperan de nosotros la misma ayuda. Orar por todos aquellos cuya vocación en la Iglesia consiste muy especialmente en dar testi­monio de la ternura de Dios a quienes se ven aplastados por la vida.

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6 a estación

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

«Mi alma tiene sed del Dios vivo... ¿Cuándo llegaré a ver el rostro de Dios?» (Salmo 42,3). «Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). «Ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo imperfecto, pero entonces cono­ceré como soy conocido» (1 Cor, 13,12).

Un acto de misericordia al que, según la tradición, responde el Señor con delicadeza, dejando grabados sus rasgos en el lienzo que había servido para enjugar su rostro. «Busco el rostro..., el rostro del Señor... Busco su imagen en el centro mismo de vuestros corazones». Este deseo es ma­nifestado por muchos a quienes viven de Cristo, de quienes se espera que reflejen su imagen, que sean signos vivos del amor, que sean algo más que unos cuantos rasgos en un pe­dazo de tela. Y a tal deseo sólo podremos responder si no nos cansamos de intentar contemplar el rostro de Dios. «Di­chosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).

O, rar para que todos los cristianos sean buscadores de Dios. Orar por los contemplativos, que tienen precisamente esa vocación en la Iglesia, y por aquellos cuya dignidad humana resulta desfigura­da por su propia degradación o por la maldad de sus semejantes.

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7 a estación

Jesús cae por segunda vez

«Una nube luminosa los cubrió, y salió de la nube una voz que decía: 'Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadle'. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, les tocó y dijo: 'Levantaos, no tengáis miedo'» (Mt 17,5-6). «¡Devuélveme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que que­brantaste tú!» (Salmo 51, 10).

En el monte de la Transfiguración, los Apóstoles se sintie­ron fulminados por el esplendor de Cristo, al entrever su gloria. Ahora es él, el Rey de la Gloría, quien muerde el pol­vo, con los huesos triturados por la fatiga de la inacabable tortura y con la perspectiva de los sufrimientos que aún le esperan y que acabarán llevándole a la muerte. Ahora es él quien tiene que escuchar la voz del Padre, que le dice: «Le­vántate, no tengas miedo...». En él se hace realidad lo que más tarde dirán San Pablo y otros muchos cristianos que cargan con la cruz: «Cuando estoy débil, entonces es cuan­do soy fuerte» (2 Cor 12,10).

O. rar por aquellos que ya no pueden más y comienzan a dudar de la ayuda de Dios.

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a estación

Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

«Le seguían... muchas mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: 'Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos... Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?'» (Le 23, 27-32). «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo sus alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa» (Mt 23,37-38).

El amor de Cristo a su país, a su capital y a su templo no puede salvarlos si ellos no quieren, a pesar de que Jesús lo deseaba ardientemente y se había desvivido por hacerlo rea­lidad. Sufrimiento infinito, el de Cristo, ante esa impoten­cia del amor para hacer el bien a los seres amados. Pero ese sufrimiento infinito revela también la infinita paciencia de Dios, que «encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia» (Rom 11,32). Las lágrimas de las mujeres que siguen a Jesús, como las lá­grimas del propio Cristo al acercarse a Jerusalén (Le 19,41), no serán derramadas en vano. «Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5,5).

V ^ r a r por aquellos cuyo amor se ve rechazado o frustrado; y por los que se encaminan hacia su propia perdición al negarse a ser amados. Orar por el pueblo judío, «raíz santa del olivo de Dios, en el que fue injertado el olivo silvestre (el mundo de los paganos)» (Rom 11,16 ss.).

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9 a estación

Jesús cae por tercera vez

«Derribados, pero no aniquilados...» (2 Cor 4,9). «¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase? Si hay que gloriarse, me gloriaré en mi debilidad» (2 Cor 11,29-30). «El Señor me dijo: 'Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra per­fecta en la flaqueza» (2 Cor 12,9). «¡Dios mío, ven en mi ayuda; Señor, apresúrate a socorrerme!» (Salmo 40).

La insistencia de la devoción popular en ver cómo cae Jesús, siendo así que el Evangelio no menciona tales caídas en el camino hacia el Calvario, proviene, sin duda, de la conciencia que los creyentes tienen de su propia debilidad, tanto física como espiritual. Debilidad que no se trueca en desánimo, debido a la gracia de Dios, que sostiene y le­vanta. «Fiel es Dios, que no permitirá seáis tentados más allá de vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará el modo de poder resistirla con éxito» (1 Cor 10,13). Debilidad que se cuida muy mucho de escandalizar o con­denar a los demás. «Tened cuidado de que vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles» (1 Cor 8,9).

O, rar para que nuestras palabras y nuestras obras no sean jamas «ocasión de escándalo» para los demás. Orar humildemente para que nos sea concedida la fuerza necesaria para salir de las tentaciones.

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10 a estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

«Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura» (Mt 27,28). «Se repartieron sus vestidos, echándolo a suertes» (Le 23,34). «Como salió del vientre de su madre, desnudo volverá, como ha veni­do» (Qohelet 5,14). «Vi... como a un hijo de hombre, vestido de túnica talar, ceñido el pe­cho con un ceñidor de oro» (Apoc 1,13).

El Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, a quien el Apoca­lipsis contempla vestido con su túnica sacerdotal, ha reali­zado su sacrificio, en la más absoluta pobreza, en el altar de la Cruz... «Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5,3). «El vencedor será así revestido de blancas vestiduras» (Apoc 3,5). El camino de la gloria pasa por la abyección.

O, rar por quienes sufren humillación en su carne. Y también por los que no respetan su propio cuerpo o el cuerpo de los demás. Orar por quienes tienen que sufrir crueles despojos, para que conozcan la bienaventuranza de la pobreza.

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11 a estación

Jesús es clavado en la cruz

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Le 23,34). «Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26). «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Le 23,43). «Tengo sed» (Jn 19,28). «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27,46).

En la cruz, Jesús no se encierra en la soledad, sino que per­manece atento a quienes le martirizan; a su madre; a su dis­cípulo; a su compañero de suplicio; a la Escritura, que debe cumplirse en él; y, sobre todo, a Dios Padre, ante quien in­tercede por sus verdugos y a quien dirige el grito de desaso­siego de un Salmo que concluye con un canto de confianza y de victoria, el Salmo 22. En la cruz, Jesús tampoco se encierra en la rebeldía. «Di­chosos los mansos, porque ellos poseerán la tierra» (Mt 5,4).

O, 'rar dando gracias por la dignidad que manifiesta Jesús en el momento supremo de ser izado en la cruz. Orar para que nunca nos dejemos encerrar en la prueba, sino que permanezcamos abiertos a los demás y a Dios en el momento de la cruz.

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12 a estación

Jesús muere en la cruz

«Todo está cumplido» (Jn 19,30). «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Le 23, 46). «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no per­donó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no ños va a dar con él, graciosamente, todas las cosas?» (Rom 8,32). «Jesús se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó...» (Flp 2,8-9). «...Ha establecido la paz mediante la sangre de su cruz» (Col 1,20). «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

«¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (Le 24,26). ¡Misteriosa ley, que tan difícil de comprender sigue siendo para nosotros...! Sólo la locura del amor, del amor del Padre que acepta entregar a su propio Hijo, del amor de Jesús que quiere «dar la vida por sus ami­gos» (Jn 15,13), puede iluminar lo que a nuestros ojos sigue siendo «un escándalo». ¡Que Jesucristo, resucitado de la muerte en la mañana de Pascua, nos permita aceptar y vivir esta ley, que nos obliga a pasar por la muerte para entrar en la vida!

O, rar dando gracias por la locura del amor de Dios. Pedir que la esperanza de la victoria de la Pascua ilumine todas nuestras muertes.

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13 a estación

Jesús es bajado de la cruz

«Como era el día de la Preparación, los judíos, para que no quedaran los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy so­lemne—, rogaron a Pilato que mandara quebrarles las piernas y reti­rarlos» (Jn 19,31). «José de Arimatea, que era discípulo de Jesús (aunque en secreto, por miedo a los judíos), pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió, y José fue con Nicodemo...» (Jn 19,38-39).

¡Los judíos tenían prisa por librarse de los restos mortales de Jesús, para poder entregarse de lleno a la fiesta! ¡Los amigos de Jesús tenían prisa por realizar con su cuerpo los últimos gestos propios de la amistad! ¡Pilato tenía prisa por acceder a su petición, como si quisiera descargar su con­ciencia...! Pero el mundo no «se librará» nunca de la cruz, convertida para siempre en el signo del amor y del acceso a la fiesta eterna. Ahora ya no hay ningún cadáver que ente­rrar, sino que es a los vivos a quienes hay que amar y ser­vir... Pero, hasta el final de los tiempos, la fe confesará que «padeció bajo Poncio Pilato»... «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos», dice el Señor.

\^/ rar por quienes ven morir a los suyos. Y orar para que vivan su duelo en la fe y en la esperanza.

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14 a estación

Jesús es colocado en el sepulcro

«En el lugar donde Jesús había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que aún no había sido depositado nadie. Pusieron allí a Jesús, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca» (Jn 19,41-42). «El primer día de la semana, muy de mañana, llegaron al sepulcro lle­vando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor... '¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado'» (Le 24,1...6). «...No fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la co­rrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó; y de ello todos nosotros so­mos testigos» (Hech 2,31-32).

¡La tumba está vacía en la mañana de Pascua! El jardín del cementerio se ha trocado en el jardín del en­cuentro con Aquel que subió a su Padre y a nuestro Padre... (Jn 20,17). «Muerte, ¿dónde está tu victoria?» (1 Cor 15,55).

O, rar para que Dios conceda a todos cuantos han muerto el des­canso eterno en la esperanza de la resurrección. Orar por quienes han dado su vida en el servicio a los demás.

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La cruz de Jesús nos salva No el sufrimiento, sino el amor.

No la muerte, sino la victoria sobre la muerte

Al contemplar la Pasión y la Muerte de Cristo, no se trata de atiborrar nuestra imaginación de escenas de violencia y de dolor, como haría un sádico. Eso no pasaría de ser una ocupación malsana, aun cuando se intentara paliar con el pretexto de una más íntima co­munión con el padecimiento del Señor Jesús.

No es la suma de los padecimientos soportados por Jesús lo que tiene el poder de salvar por sí mismo. Por otra parte, ha habido mu­chos que han sufrido más y durante más tiempo, en forma de enfer­medades, accidentes, torturas... El sufrimiento no salva. Lo que salva es el Amor.

El cristiano no tiene por qué buscar el sufrimiento y el dolor por sí mismos. Eso sería un síntoma de una psicología perturbada. Noso­tros no somos masoquistas. Ahora bien, es seguro que, al igual que todos los hombres, hemos de topar en nuestro camino con el dolor y el sufrimiento. Además, la fidelidad a lo que creemos nos conducirá a toda clase de conflictos y penalidades. Se tratará entonces no de huir o de padecer sin más, sino de ofrecerlos en unión con Cristo.

Si no fuera por la fe en la Resurrección, el Viernes Santo no pa­saría de significar un asesinato más, ¡uno de tantos...! Y el drama del Calvario no sería sino uno de tantos fracasos como se han produ­cido por la causa de la justicia y de la paz. Es justamente por la Pas­cua y por la victoria de Jesús sobre la muerte por lo que podemos me­ditar en su Pasión sin desalentarnos y aprender no a morir, sino a vivir.

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II.—Del Huerto de los Olivos a la muerte en el Calvario

Este «Viacrucis», que presentamos también en catorce estacio­nes, es una contemplación de toda la Pasión de Cristo, desde su ago­nía en Getsemaní hasta la confesión de fe del centurión romano. Sus diversos pasos han sido tomados de los cuatro evangelios, tratando de completarlos unos con otros. (Aun así, falta la comparecencia de Jesús ante Anas y ante Herodes). En el capítulo III de este libro de­tallaremos aún más las tres últimas estaciones de este segundo «Via­crucis».

— Las lecturas bíblicas son abundantes. Más vale la sobrie­dad del Evangelio que cualesquiera construcciones imagi­narias.

— Por supuesto que cada cual puede hacer su propio co­mentario. El que aquí se ofrece —y en el que la Escritura ilumina muchas veces a la propia Escritura— no es más que una propuesta como cualquier otra.

La contemplación de la Pasión debe alimentar nuestra fe, nues­tra esperanza y nuestro amor; en una palabra: debe unirnos más ínti­mamente al Dios vivo, porque es la obra que realiza el Espíritu en no­sotros. Que sea El quien conduzca al lector a la oración y a la con­versión a lo largo de esta contemplación, que, evidentemente, deberá hacerse pausada y repetidamente.

«Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Mt 16,21).

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1 a estación La agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos

«Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada 'Getsemaní', y dice a los discípulos: 'Sentaos aquí, mientras voy allá a orar'. Y to­mando consigo a Pedro y a Santiago y Juan (los dos hijos de Zebe-deo), comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: 'Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo'. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: 'Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz,'pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú'. Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: '¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tenta­ción; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil'» (Mt 26,36-41).

Los tres mismos discípulos que fueron testigos de la gloria de Cristo en la Transfiguración (Mt. 17,1-9) se encuentran ahora allí... Para no desalentarse en el momento del infortu­nio, es preciso guardar memoria de la experiencia de los momentos de gracia. ¡Pero ellos se duermen! «Jesucristo se encuentra en agonía hasta el fin del mundo; no hay que dormir mientras tanto» (B. Pascal). Jesús conoce la tristeza y el espanto, porque es un hombre como nosotros. Pero elige lo que quiere el Padre.

O, rar con Cristo en agonía, con los hombres que hoy padecen agonía, física o espiritual. Pedir, para nosotros y para los demás, la gracia de la fidelidad en el momento de la prueba. Pedir también la gracia de una presencia activa junto a aquellos que esperan algo de nosotros.

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2a estación Jesús es traicionado por Judas y arrestado por los soldados

«...Llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un numeroso gru­po con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancia­nos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: 'Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedlo'. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: '¡Salve, Rabbí!', y le besó. Jesús le dijo: 'Amigo, ¡a lo que has venido!'. Entonces los otros se adelantaron, echaron mano a Jesús y lo prendieron. En esto, uno de los que esta­ban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Entonces Jesús le dijo: 'Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñan la espada a espada perecerán'» (Mt 26,47-52).

El beso, signo de conocimiento mutuo, de amistad y de res­peto, ¡convertido en signo de la traición! ¡Cuántos «besos de Judas» a lo largo de la historia de los hombres...! Jesús, aunque traicionado y entregado por uno de los suyos, en realidad se entrega él mismo. Su vida «nadie se la quita, sino que la entrega él voluntariamente..., el buen pastor que da la vida por las ovejas» (Jn 10,15-18). Jesús rechaza la violencia como medio de defensa.

V * / rar por los que son traicionados y por los que traicionan. Por los apóstoles de la no-violencia, por los objetares de conciencia y por los que garantizan la defensa de las sociedades.

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3a estación Jesús es abandonado por los Apóstoles y negado por Pedro

«Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron». «Un joven le seguía, cubierto tan sólo con un lienzo, y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo como estaba». «Pedro seguía de lejos. Habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó con ellos. Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: 'Este también estaba con él'. Pero él lo negó: '¡Mujer, no le conoz­co!'. Poco después, al verle otro, le dijo: 'Tú también eres de ellos'. Pedro dijo: '¡Te digo que no lo soy!'. Pasada como una hora, aseguró otro: '¡Cierto que éste también estaba con él, pues además es galileo!' Y replicó Pedro: '¡Hombre, no sé de qué hablas!'. Y en aquel momen­to, cuando él aún estaba hablando, cantó un gallo, y el Señor se vol­vió y miró a Pedro; y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: 'Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces'. Y, saliendo afuera, rompió a llorar amargamente» (Mt 26,56 —Me 14,51-52- Le 22,55-62).

Soledad de Cristo, abandonado por todos. Cobardía de los hombres que temen por su libertad, por su vida. Inconstan­cia del que ha sido elegido, entre los demás apóstoles, para desempeñar un papel muy especia) en la Iglesia. Pero Cristo ha orado por él: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha soli­citado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Le 22,31-32). Poder de la mirada de Cristo dirigida al pecador..., a quien las lágrimas le purifican.

V * / rar por todos los que, obligados a manifestar su fe, no se atre­ven a hacerlo. Por todos los que tienen miedo y se ven tentados de cobardía y de respeto humano. Por todos los que conocen la amargu­ra de los remordimientos, para que ésta se transforme en confianza y en humildad, gracias a Aquel que perdona.

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a estación

Jesús es juzgado por el Sanedrín

«Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, con quien estaban reuni­dos todos los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos... que an­daban buscando un testimonio contra Jesús para darle muerte; pero no lo encontraban... Se levantó el Sumo Sacerdote y, poniéndose en medio, preguntó a Jesús: '¿No respondes nada a lo que éstos atesti­guan contra ti?' Pero él guardaba silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: '¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?' Jesús respondió: 'Sí, lo soy, y veréis al Hijo del hom­bre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo'. El Sumo Sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: '¿Qué necesidad tene­mos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?' Y to­dos juzgaron que era reo de muerte» (Mt 14,52-64).

«Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Unanimidad de quienes detentan la autoridad religiosa en condenar al inocente...: al que precisamente estaban aguar­dando en nombre de su fe. Silencio de Jesús: «No abrió la boca, como cordero llevado al matadero. Como la oveja, que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca» (Is 53,7). Y, a pesar de todo, revelación solemne de su condición de Mesías y de su divinidad.

Vrf/ rar por todos los que, en la Iglesia y en el mundo, administran la justicia; y por todos los que son acusados injustamente. Gozarse pensando en el encuentro con el Hijo del hombre, que vive a la derecha de Dios.

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a estación

Jesús es interrogado por Pilato

«Pilato llamó a Jesús y le preguntó: '¿Eres tú el Rey de los judíos?'. Respondió Jesús: '¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?'. Pilato respondió: '¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?'. Le respondió Jesús: 'Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mun­do, los míos habrían luchado para que yo no fuese entregado a los ju­díos; pero mi Reino no es de aquí'. Entonces Pilato le dijo: 'Luego ¿tú eres rey?'. Respondió Jesús: 'Tú lo dices; soy Rey. Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz'. Le preguntó Pi­lato: '¿Qué es la verdad?'» (Jn 18,33-38).

Diálogo imposible entre el que representa el poder de la fuerza, de las armas, y Aquel cuya realeza no tiene nada que ver con el poderío humano. Su poder es el poder de la verdad, que convence a los hombres rectos. Jesús nos impo­ne una elección radical: o ser de su Reino cueste lo que cueste, con toda su aparente debilidad, o transigir con la mentira para poder tener parte en el poder «de este mundo». Y no podemos eludir honradamente esta elección con «pi­ruetas» escépticas como la de Pilato...

V^rar por los que ejercen la autoridad en el mundo: para que no renuncien a la verdad con objeto de conservar el poder. Por aquellos a quienes la vida obliga a afrontar difíciles dilemas: para que sigan a su conciencia y «sean de la verdad».

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a estación

Jesús es pospuesto a Barrabás

«Por la Fiesta acostumbraba el gobernador conceder al pueblo la li­bertad de un preso, el que quisieran. Tenía entonces a un preso famo­so, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los que estaban allí reuni­dos: '¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Cristo?', pues sabía que le habían entregado por envidia... Los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y cuando el gobernador les preguntó a quién querían que soltara, respondieron: '¡A Barrabás!' Pilato les preguntó: '¿Y qué hago con Jesús, el llama­do Cristo?'. Y todos a una: '¡Crucifícalo!'. 'Pero ¿qué mal ha he­cho?', preguntó Pilato. Pero ellos seguían gritando con más fuerza: '¡Crucifícalo!'» (Mt 27,15-23).

Manipulación de las masas: el «clásico» método empleado por el poder para obtener sus fines. Versatilidad de las ma­sas, que anteriormente habían seguido a Jesús con tanta confianza. Humillación de Jesús, al verse postergado frente a un mal­hechor. Terrible poder de la envidia, que ciega a los hom­bres, llegando incluso a intentar suprimir al que molesta. Torpeza —o juego peligroso— de Pilato, que no es fácil de engañar, pero que trata de congraciarse a la multitud, sa­liendo al paso de sus exigencias.

V^rar por los que se ven humillados por una decisión que no toma en cuenta su verdadero valor; por los que, disponiendo de los medios necesarios para influir en la opinión pública, sienten la tentación de manipularla. Orar por aquellos que se dejan atenazar por la envidia.

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7a estación Jesús es entregado a quienes piden su muerte

«Entonces Pilato, viendo que no adelantaba nada, sino que más bien se estaba originando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante la multitud, diciendo: 'Soy inocente de la sangre de este justo. ¡Allá vosotros!'. Y todo el pueblo respondió: '¡Caiga su sangre sobre noso­tros y sobre nuestros hijos!'. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, se lo entregó para que lo crucificaran» (Mt 27,24-26).

«Lavo mis manos en señal de inocencia» (Salmo 26,6). ¡Va­liente evasiva! ¡Cuántas veces «nos lavamos las manos» ante las injusticias y crueldades de este mundo o del reduci­do círculo de nuestras vidas, o frente a las dificultades que nos desbordan...! ¿No son evasivas demasiado fáciles? «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»: aceptación de una responsabilidad por la que se arrastra a las generaciones venideras a enemistades sin fin.

\**J rar para que se nos conceda tener siempre sentido de nuestra responsabilidad, sin bajar los brazos demasiado apresuradamente. Orar para que los «conflictos seculares» dejen de envenenar a nues­tros descendientes. Orar por los judíos perseguidos, contra los que tantas veces han utilizado este pasaje del Evangelio los antisemitas.

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8 a estación La realeza de Jesús es objeto de burla

«Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al interior del pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y trenzando una corona de espino, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña. Después, arrodillándose ante él, le hacían burla diciendo: '¡Sal­ve, Rey de los judíos!'; y le escupían y le quitaban la caña para gol­pearle en la cabeza» (Mt 27,27-30).

Brutalidades, torturas, sadismos... que vienen a añadirse al sufrimiento del condenado, del humillado. Crimen al que se intenta asociar a otros, para que sea colec­tivo. Escarnio que pretende herir la dignidad humana de Jesús y su realeza, que «no es de este mundo».

O, rar por los que son sometidos a tortura, física y moralmente de­gradados por los procedimientos más diversos. Orar por los tortura­dores, para que tomen conciencia de lo que hacen.

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9 a estación

«Este es el hombre»

«Pilato salió otra vez afuera y les dijo: 'Mirad, os lo saco fuera para que sepáis que no encuentro en él ningún delito'. Salió Jesús llevando la corona de espino y el manto color púrpura. Y les dijo Pilato: 'Este es el hombre'» (Jn 19,4-5).

Este es el hombre al que vosotros acusáis... Dado el estado en que se encuentra, ¿cómo tomar en serio su «realeza» y tomar pie de ello para hacerle morir? O bien: Este es el hombre, el hombre de todos los tiempos, el hombre de ayer y de hoy, tal como lo desfiguran y lo en­vilecen el mal y el pecado. El hombre que produce asombro al salmista: «Le hiciste poco menos que un dios, coronándo­le de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por Ti bajo sus pies» (Salmo 8,6-7).

O, 'rar por quienes defienden los derechos del hombre; por todos los que se esfuerzan —a veces arriesgando su vida— por hacerlos res­petar. Orar para que miremos al hombre con una mirada de fe, capaz de discernir, a pesar de su degradada situación, su dignidad de hijo de Dios.

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10 a estación Simón de Cirene lleva la cruz de Jesús

«Pasaba por allí, de regreso del campo, un tal Simón de Cirene, el pa­dre de Alejandro y de Rufo, y le obligaron a cargar con la cruz» (Me 15,21).

El Evangelio ha conservado el nombre de este hombre, cu­yos hijos debieron de formar parte de la primera comunidad cristiana. Un hombre que «pasaba por allí» y que, sin saber­lo él, se encontró de pronto sirviendo al propio Dios en el momento mismo en que éste realizaba en Jesucristo la sal­vación del mundo. Llevar la cruz de otro... y, de ese modo, llevar también en la propia carne la cruz que salva al mundo: he ahí a lo que to­dos hemos sido llamados en la misteriosa «comunión de los santos».

O. ' rar por aquellos cuya cruz resulta demasiado pesada para sus débiles hombros. Y orar también para que no esperemos a que nos obliguen a llevarla con ellos.

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1a estación Jesús habla a las mujeres que le siguen

«Le seguía una gran multitud de personas, entre ellas muchas mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: 'Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, los vientres que no engendraron y los pe­chos que no criaron! Y se dirá a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Sepultadnos! Porque si con el leño verde hacen esto, ¿qué harán con el seco?'» (Le 23,27-32).

En medio de la implacable dureza de la Pasión de Jesús, una escena de compasión y de piedad a la que responde Jesús con duras palabras que anuncian la destrucción de Je­rusalén. Llegará el día en que la ciudad santa conocerá la suerte que antaño parecía reservada a los lugares idolátri­cos (Os 10,8); el día en que sus responsables y todo el pue­blo desearán escapar a la «cólera del Cordero» (Apoc 6,16). Jesús se limita a constatarlo, sin pronunciar ninguna maldi­ción. La prueba es que poco después, en la cruz, pedirá al Padre que los perdone. Pero la injusticia y el mal llevan de por sí su propio castigo.

Y_X rar, como Jesús nos invita a hacerlo, no por las víctimas de las injusticias de hoy, sino por quienes las cometen. «Mirad que el Juez está ya a la puerta» (Sant 5,9). «¡Es tremendo caer en las manos del Dios vivo! (Hebr 10,31). •

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a estación Jesús es crucificado entre dos malhechores

«Era media mañana cuando lo crucificaron, y en el letrero figuraba la causa de su condena: 'El Rey de los judíos'. Con él crucificaron a dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasa­ban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: '¡Tú que destruías el santuario y lo reconstruías en tres días, sálvate ahora a ti mismo bajando de la cruz!'. También los sumos sacerdotes y los es­cribas se burlaban de él, diciendo entre sí: 'A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse... ¡El Cristo, el Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos'. Y también le injuriaban los que estaban crucificados con él» (Me 15,25-32).

Todo lo contrario de una muerte tranquila, en la que al me­nos se respetan los últimos momentos. Las vejaciones se su­ceden hasta el final, incluso por parte de sus compañeros de suplicio y de muerte. En la irónica actitud de los sumos sacerdotes, que le desafían a hacer un milagro de liberación, se expresa un deseo que muchas veces puede ser el nuestro, «hombres de poca fe»..., siendo así que «la fe es anticipo de lo que se espera, prueba de las realidades que no se ven» (Hebr 11,1).

V . / r a r por los que agonizan y por los que se encuentran junto a ellos en ese trance. Orar para que se nos conceda conservar la fe, aun cuando no obtengamos las liberaciones que habíamos pedido y nos sintamos desconcertados por los acontecimientos.

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13 a estación

Jesús entrega su vida al Padre

«Era ya cerca del mediodía cuando se eclipsó el sol y se extendió la oscuridad sobre toda la tierra, hasta las tres de la tarde. Entonces se rasgó por medio el velo del santuario, y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: '¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!'. Y, dicho esto, expiró» (Le 23,44-46).

Ha llegado para Jesús la hora de pasar de este mundo al Pa­dre... Había salido de Dios, y a Dios volvía (Jn 13,1-2). Son la confianza y el amor, llevados por Jesús hasta el extre­mo... Frente a la negativa a creer y amar, en que se resume a fin de cuentas el pecado del hombre, Jesús, nuevo Adán, opone la respuesta que renueva las relaciones del hombre con Dios... «Amor infinito de nuestro Padre, supremo testimonio de ter­nura, has entregado al Hijo para liberar al esclavo. ¡Feliz la culpa del hombre, que le valió al mundo angustiado seme­jante Redentor!» (Del Pregón Pascual).

O, rar para que se nos conceda convertirnos al Dios vivo y trans­formarnos en los «adoradores en espíritu y en verdad que desea el Pa­dre» (Jn 4,23).

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a estación Jesús es reconocido por el centurión como Hijo de Dios

«El centurión, que se hallaba en pie delante de él, al ver que había ex­pirado, dijo: 'Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios»'» (Me 15,39).

Primer fruto de la muerte de Cristo, y símbolo de los frutos venideros, es el acto de fe de este oficial romano, testigo presencial del acontecimiento en el que «el hombre excedió al hombre». «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí», había anunciado Jesús (Jn 12,32). «Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es Señor, para gloria de Dios Pa­dre» (Flp 2,9-11).

V_X rar para que nos sea dado reconocer en el don de Cristo en la Cruz la suprema revelación del amor de Dios. Orar también por to­dos cuantos buscan a Dios.

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La cruz de Jesús redime No el pago de un rescate,

sino una provocación al amor

Cuando se intenta expresar el misterio de la Salvación realiza­do en la cruz, suele hablarse de «Redención», es decir, de rescate. Como si Cristo hubiera apagado el precio» de nuestra liberación me­diante sus sufrimientos. Pero es preciso entenderlo como es debido.

¿A quién habría entregado Jesús el rescate? —¿A Dios, su Padre, cuya cólera o deseo de justicia habría sido

menester aplacar mediante tan extravagante ofrenda? ¡Triste ima­gen de Dios...! Porque lo cierto es que Dios se nos da a conocer como ((misericordioso y benévolo, lento a la cólera y lleno de amor y fideli­dad, que no anda querellándose eternamente ni guarda rencor algu­no» (Salmo 102). La «cólera de Dios» no es más que uno de los ros­tros de su ternura, que sufre y se estremece cuando ve cómo los hom­bres, sus hijos, se destruyen entre sí y a sí mismos.

Cuando Jesús quiso revelarnos el corazón de Dios, ofendido por el pecado de los hombres, trazó el retrato del Padre del hijo pródigo (Le 15,11-32)... ¿Quién puede imaginárselo exigiendo reparación?

—¿ O tal vez al demonio, el cual tendría determinados derechos sobre nosotros, debido a la victoria alcanzada por él sobre aquellos a quienes tienta y hace caer? ¡Extraña hipótesis la de tan curioso mer­cadeo...! Como si el demonio tuviera algún derecho sobre Dios, su Creador, el cual, para librarse de él, habría tenido que entregar a su propio Hijo...

Por debajo de esta imagen del «rescate» subyace, en realidad, el convencimiento de que el hombre se ha vendido, se ha alienado, se ha perdido a sí mismo al entregarse a su propio egoísmo, siendo así que ha sido hecho para amar. Si Jesús «rescata», es a nosotros mismos a los que rescata de nosotros mismos. Y lo hace mostrándonos el valor que tenemos a los ojos de Dios, su Padre, que entrega su más precia­do bien —su Hijo único— para que, al verle «amar hasta el extremo», aprendamos también nosotros a amar y a liberarnos del mal que nos tenía cautivos.

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III.—En el Calvario

Este «Viacrucis», aunque también conserva la estructura tradi­cional de las catorce estaciones, se circunscribe exclusivamente a lo que acaeció en el Gólgota. Para ello se siguen estos pasos:

— Escucha de las palabras de Jesús y de otros «actores» del drama.

— Contemplación de las acciones y gestos de cuantos to­man parte en la muerte de Cristo.

— Esfuerzo de comprensión. — Una invitación a orar.

Esta contemplación puede llevarse a cabo, naturalmente, sin ne­cesidad de las «estaciones», propias de un «Viacrucis», que solemos tener en las Iglesias.

Puede también hacerse en diferentes momentos. Pero, sobre todo, conviene que se realice en un clima de silencio

y de reflexión personal. Y en docilidad al Espíritu Santo, que nos lle­va allí adonde él desea llevarnos.

« Y Jesús, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota» (Jn 19,17).

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1 a estación

Jesús de Nazaret, Rey de los judíos

«Pilato había redactado también una inscripción que mandó colocar en la cruz. La inscripción decía: 'Jesús de Nazaret, el Rey de los ju­díos'. Como el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad, fueron muchos judíos los que leyeron esta inscripción, escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: No dejes escrito 'El Rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho ser Rey de los judíos'. Pilato les respondió: 'Lo escrito, escrito está'» (Jn 19,19-22).

Esta inscripción trilingüe y la insistencia de Pilato en mante­nerla son realmente proféticas... El Crucificado, levantado de la tierra, ejerce su misteriosa realeza sobre el universo entero. Y es por eso mismo por lo que oramos ante la Cruz: para aprender de Cristo Rey a amar, al igual que él, hasta la entrega de nosotros mismos.

O, rar por quienes actualmente tienen que padecer la cruz y entre­gan su vida por la justicia o por la paz. Sean creyentes en Jesucristo, sea que ni siquiera le conocen, que la realeza de Cristo se realice en ellos, porque «no hay amor más grande que el dar la vida por los ami­gos».

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2 a estación

Se reparten las vestiduras de Jesús

«Una vez que hubieron crucificado a Jesús, los soldados tomaron sus vestidos —que dividieron en cuatro partes, una para cada soldado— y su túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba aba­jo. Entonces se dijeron: 'No la rompamos; echemos a suertes a ver a quién le toca'. De este modo se cumplió la Escritura: 'Se repartieron mis vestidos y echaron a suertes mi túnica'» (Jn 19,23-24).

«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él... sea bendito el nombre del Señor» (Job 1,21). Humillación ante los demás, pobreza absoluta... Al igual que Job, Jesús también lo acepta. Mientras su cuerpo es desgarrado por los clavos que le fijan a la cruz, sus vestiduras son respetadas... Y, sin embargo, «el espíritu es más que la carne, y la carne más que el vestido».

O. rar por los que, al repartirse los bienes materiales que han here­dado, se destrozan entre sí. Para que el justo reparto de los bienes de la tierra permita a todo hombre vestirse dignamente: «Estuve desnu­do y me vestísteis» (Mt 25,36). Orar para que el Cuerpo místico de Cristo no se vea desgarrado por las divisiones entre los propios cristianos. (La «Túnica inconsútil» es para muchos ecumenistas el símbolo de la unidad de la Iglesia, que es preciso mantener o recuperar).

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3a estación «Si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo»

«Los que pasaban por allí lo insultaban y, meneando la cabeza, decían: 'Tú que destruías el santuario y en tres días lo reconstruías, ¡sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y baja de la cruz!'. Tam­bién los sumos sacerdotes y los escribas y ancianos se burlaban de él diciendo: 'A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse... ¡El rey de Israel...! Que baje ahora de la cruz, y creeremos en él'» (Mt 27,39-42).

Insultos, chirigotas, burlas...: el consuelo de los cobardes. Volvemos a encontrar aquí la misma expresión que aparece dos veces en boca del demonio con ocasión de las tentacio­nes en el desierto: «Si eres el Hijo de Dios...» (Mt 4,1-6). In­cluso el bien que Jesús había hecho a los afligidos sirve para insultarle: «A otros salvó...» A pesar de todo, todos estos insultos encierran una pro­fecía: al tercer día, Jesús resucitará y se convertirá en el verdadero templo reconstruido para siempre jamás (Cf. Jn 2,21).

V ^ r a r por los que son objeto de burlas y de insultos; por aquellos cuya entrega desinteresada y cuyo servicio son ocasión de críticas in­justas; por quienes de pronto se ven tentados a replegarse sobre sí mismos y a desistir de hacer cosa alguna por los demás.

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4 a estación

Jesús perdona

«Y desde la cruz, Jesús decía: '¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!'» (Le 23,34).

Jesús no dice: «yo os perdono»..., sino que ruega al Padre que perdone. Sin embargo, «el Hijo del hombre tiene el poder de perdonar los pecados» (Mt 9,6). Sólo Dios sabe lo que hay en el hombre y dónde están las verdaderas responsabilidades. ¡Es tanta la ligereza, tanta la inconsciencia, que se hace imprescindible la misericordia de Dios sobre quien practica el malí

O, ' rar por quienes tienen que perdonar ofensas, para que consigan hacerlo «de corazón» (Mt 18,35) y «hasta setenta veces siete» (Mt 18,22). Y que podamos verdaderamente rezar el «Padre nuestro» has­ta el final. Orar también por los que nos han ofendido, reconociendo que no podemos juzgar acerca de su responsabilidad.

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5 a estación Jesús escucha la súplica del buen ladrón

«Uno de los malhechores que habían sido crucificados con él le escar­necía diciendo: '¿No eres tú el Mesías? ¡Pues entonces sálvate a ti y sálvanos a nosotros!' Pero el otro le reprendió diciendo: '¿Es que tú, que sufres la misma condena, no temes a Dios? Y nuestra condena es justa, porque la hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste no ha hecho nada malo'. Y añadió: 'Jesús, acuérdate de mí cuan­do vuelvas como Rey'. Y Jesús le dijo: 'Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso'» (Le 23,39-43).

«Hoy»: ¡qué prontitud! «Conmigo»: ¡qué compañía! «En el Paraíso»: ¡qué morada! (Bossuet). El único ser humano «canonizado» por el propio Jesús es este malhechor: ¡El poder de la humildad! ¡El prodigio de la misericordia!

O rar por los encarcelados y por los condenados a muerte. Orar por la fe de quienes van a morir: que su corazón siga confiando, siga en la Esperanza.

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6 a estación

María al pie de la cruz

«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo preferido, dijo Jesús: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo'; y luego dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu madre'. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,25-27).

«Mujer»: así llama Jesús a María, igual que en otro tiempo lo había hecho en Cana (Jn 2,4), cuando «aún no había lle­gado su hora». «Mujer»: nueva Eva que comparte la Pasión del nuevo Adán y pare con dolor...: «Madre de la Iglesia» habrá de ser llamada. Acoger a María en nuestra casa, tal como lo hizo el discípu­lo amado de Jesús.

O, rar con María, que permanece en pie en el momento de la prue­ba y se ve investida de la maternidad espiritual universal. Orar por las madres que ven morir a aquellos a quienes ellas han dado la vida. Orar para que la devoción a María no divida a los cristianos, sino que contribuya a unirlos de nuevo.

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7 a estación

Jesús manifiesta su sed

«Después de esto, sabiendo Jesús que todo había quedado consu­mado, y para que terminara de cumplirse la Escritura, dijo: 'Tengo sed'. Había allí un jarro con vinagre. Sujetando a una caña de hisopo una esponja empapada en el vinagre, se la acercaron a la boca» (Jn 19,28-29).

Sed del moribundo, cuya lengua «se pega a la garganta» (Salmo 22,16). «Sed de justicia» que habrá de ser saciada (Mt 5,6). Expresión del «inmenso deseo» (Le 22,15) que habita en Cristo y que no podrá verse colmado más que con «el vino nuevo que habrá de beber con los suyos en el Reino de su Padre» (Mt 26,29), mejor aún que el vino de Cana. Determinación de cumplir hasta el final lo que había sido anunciado por la Escritura. Gesto de misericordia realizado por los que se encuentran cerca: «Tuve sed y me disteis de beber» (Mt 25,35).

O, rar para que siempre seamos «hombres del deseo», en la Espe­ranza del Reino que habrá de saciar nuestra sed, sea la que sea. Orar por los que agonizan y por quienes les rodean.

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8 a estación

Jesús clama su desamparo

«Hacia las tres de la tarde, clamó Jesús con fuerte voz: 'Eli, Eli. lema Sabactaní', que quiere decir: '¡Dios mío, Dios mío, ¡por qué me has abandonado!' Al oírlo, algunos de los que estaban allí decían: 'A Elias llama éste...' Y otros decían: 'Dejad a ver si viene Elias a salvar­lo...'» (Mt 27,46-47.49).

Grito de angustia con el que, según algunos, Jesús toma so­bre sí incluso el tormento de los condenados o de los que creen estarlo... Grito de desamparo, repetido por tantos y tantos desdicha­dos en momentos en que el sufrimiento resulta totalmente incomprensible. Grito que, sin embargo, no es expresión alguna de desespe­ración: con ese grito se abre el Salmo 22, que culmina con la expresión del gozo de haber sido escuchado por el Señor.

V ^ rar por los que ya no pueden más y se ven tentados de desespe­ración.

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9 a estación

Jesús desea llegar hasta el final

«Después de haber tomado el vinagre, dijo Jesús: 'Todo ha sido cum­plido'» (Jn 19,30).

«Yo no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5,30). «Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38). «¡Padre, he llevado a cabo la obra que me encargastel» (Jn 17,4). No se trata de la mezquina preocupación por el detalle, de puro «perfeccionismo», sino de la voluntad de amar como buen servidor, como verdadero hijo.

O, rar por quienes tienen que luchar interiormente para aceptar y cumplir la voluntad de Dios sobre ellos. Orar por aquellos y aquellas que, siguiendo la inspiración de Dios, han consagrado sus vidas: que el Señor concluya en ellos lo que El ha comenzado.

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10 a estación Jesús pone su vida en manos del Padre

«Era ya cerca de mediodía cuando se eclipsó el sol y se extendió la oscuridad sobre toda la tierra, hasta las tres de la tarde... Jesús, lan­zando un fuerte grito, dijo: '¡Padre, en tus manos encomiendo mi es­píritu!'» (Le 23,44-46).

«Había llegado para Jesús la hora de pasar de este mundo al Padre...» (Jn 13,1). «¿No sabíais que yo tenía que estar en las cosas de mi Pa­dre?» (Le 2,49). «Nadie va al Padre si no es través de mí» (Jn 14,6). Ser Padre significa dar la vida... Quien entrega su vida al Padre volverá necesariamente a recibirla de El.

O, rar para que los creyentes reconozcan la Paternidad de Dios y no se engañen con falsas imágenes suyas. Que nos sea dada la capa­cidad de asombrarnos de que la hora de la muerte sea precisamente la de la entrada en la vida.

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11 a estación

Jesús muere

«E inclinando la cabeza, entregó su Espíritu» (Jn 19,30).

No se trata tan sólo del gesto último de quien exhala el últi­mo suspiro, el último aliento de vida. Es también el don del Espíritu lo que quieren expresar las palabras del Evangelio. Jesús muere su muerte humana, y comienza entonces el tiempo del Espíritu. Jesús nos entrega el Espíritu para que vivamos de El.

O, ' rar para que todas nuestras muertes, nuestros fracasos y nues­tras renuncias sean aperturas al Espíritu. Orar por los carismáticos, los «pentecostales», para que su búsqueda del Espíritu sea una bús­queda auténtica que acepte la necesidad de pasar por la muerte a uno mismo.

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12 a estación El mundo se estremece a la muerte de Jesús

«Entonces se rasgó en dos, dé arriba abajo, el velo del santuario; tembló la tierra y se resquebrajaron las piedras; se abrieron los sepul­cros, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos» (Mt 27,51-53).

La muerte de Cristo por amor es la suprema revelación de Dios... Revelación que, en la Biblia, va acompañada de con­mociones cósmicas. Cualquiera que fuese la realidad material de los aconteci­mientos, lo que el evangelista desea subrayar es que, en ade­lante, el acceso a Dios no pasa ya por los atrios y el santua­rio del Templo de Jerusalén: el nuevo y único Templo es el Cuerpo de Cristo. Quiere también decir el evangelista que «se ha cumplido el tiempo». «Sabréis que yo soy el Señor cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestros sepulcros, pueblo mío» (Ez 37,13).

O, rar por los que buscan a Dios a tientas y corren el peligro de buscarlo en otro lugar distinto del Cuerpo de Cristo. Que consigan dar con el verdadero acceso a su encuentro. Orar por quienes piensan que la muerte es el final de todo.

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a estación El corazón de Jesús, abierto por una lanza

«Fueron los soldados y quebraron las piernas de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que estaba ya muer­to, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atra­vesó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Lo afirma el que lo vio, y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: 'No le quebrarán un solo hueso'. Y en otro lugar dice también la Escritura: 'Mirarán al que traspasaron'» (Jn 19,32-37).

No se debían quebrar los huesos del cordero de la cena pas­cual (Cf. Ex 12,46). Jesús es el verdadero «cordero pascual». La sangre y el agua que brotan de su costado traspasado son la señal del Espíritu, «río de agua viva que mana de su seno, ahora que Cristo ha sido glorificado» (Cf. Jn 7,38-39). Y vemos también en ello el signo de la Eucaristía y del Bau­tismo, que por la sangre y el agua nos unen a la vida de Cristo.

V ^ rar para que nuestra vida sacramental no sea algo superficial y difuso, sino animado por la fe en «Aquel que nos amó y se entregó por nosotros». ¡Orar por los que tienen sed del Dios vivo! (Cf. Salmo 42).

13

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14 a estación

Jesús es bajado de la cruz

«José de Arimatea, que era discípulo de Jesús (aunque en secreto, por miedo a las autoridades judías), pidió autorización a Pilato para reti­rar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo autorizó, y él fue y retiró el cuerpo. Fue también Nicodemo —el que en cierta ocasión habia ido a hablar con Jesús de noche— llevando unas cien libras de una mezcla de mi­rra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron de arriba abajo, ungiéndolo con los aromas, como acostumbran a enterrar los judíos. En el lugar donde lo habían crucificado había un huerto, y en el huer­to un sepulcro donde todavía no habían enterrado a nadie. Como para los judíos era el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron en él a Jesús» (Jn 19,38-42).

Delicadeza de los amigos, que al fin se atreven a manifes­tarse... Respeto hacia el cadáver de Jesús, con el que se prodigan atenciones y cuidados... Prisas para evitar la coincidencia con la fiesta de los judíos... En realidad, todo esto está preparando otro acontecimiento: al tercer día, la piedra del sepuldro será removida, el huerto dejará de ser cementerio para convertirse en lugar del en­cuentro entre el Maestro y María Magdalena (cf. Jn 20,16), y la fiesta de la Pascua habrá cambiado de sentido.

O, ^^ . ' r a r por quienes entierran a sus familiares y amigos: que los fu­nerales no sean tan sólo señal de afecto ni alarde de «pompas fúne­bres», sino que sean signo de esperanza en la resurrección, simple acompañamiento del paso hacia lá vida.

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La cruz de Jesús hace vivir No la evocación de un drama,

sino su actualización en nuestras vidas

Jesús ofreció su vida en la cruz «de una vez para siempre» (Hebr 7,27). El acontecimiento está fechado: tuvo lugar «bajo Pondo Pila-to», siendo Caifas Sumo Sacerdote aquel año. Y está también ubica­do espacialmente: cerca de las murallas de Jerusalen, en una peque­ña colina, .cuya configuración resulta difícil reconstruir bajo el cúmu­lo de edificaciones con que la devoción la ha rodeado a lo largo de los siglos de cristianismo. Sin embargo, y a pesar de la distancia y de los siglos, el cristiano se considera contemporáneo de aquel aconteci­miento salvífico.

No se trata de «hacer como si» hubiéramos estado allí. No se trata, mediante un simple ejercicio de memoria e imaginación, de re­mitirnos al ayer para intentar beneficiarnos, a pesar de todo, del sa­crificio de Jesús, que inexorablemente se aleja de nosotros en el tiem­po. Por otra parte, si hubiéramos estado en Jerusalen en aquella fiesta de Pascua en la que Jesús fue crucificado ¿de qué lado de los protagonistas del drama nos habríamos encontrado?

«Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyos son el tiempo y la eternidad» (de la Liturgia de Pascua, inspirada en el Apocalipsis). Es hoy, como lo proclama la oración de la Iglesia, cuando Cristo sufre y muere; es hoy cuando resucita de la muerte y comunica su Espíritu. Jesús, el Eterno encarnado en el tiempo, es en sí mismo contemporáneo nuestro. Y, al igual que los que nos han pre­cedido y los que habrán de seguirnos, somos para él «añadidos de hu­manidad en quienes se renueva todo su misterio» (Sor Isabel de la Trinidad).

De manera que la contemplación de la Pasión y de la Cruz, le­jos de apartarnos de nuestra historia presente, nos compromete, por el contrario, a vivirla plenamente en él, reconociéndole todo su peso de eternidad. Es Cristo quien la vive en nosotros; y las causas, los frutos y todo lo que hay en juego en su Pasión, Muerte y Resurrec­ción se encuentra presente en nuestro tiempo y en los acontecimientos que vivimos.

De nada serviría detenerse en el pasado que nos narran los evangelios si no fuera para «vivir ardientemente el hoy de Dios».

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IV.—Ríos de agua viva brotan de su corazón traspasado. ¡Si alguno tiene sed, venga y beba! (Jn 7,38)

Este «Viacrucis» no se detiene en las diversas etapas de la Pa­sión y la Muerte de Cristo, sino que contempla sus frutos en la vida de la Iglesia y en los sacramentos que la mantienen unida a su Señor. Las catorce estaciones pretenden, de dos en dos, descubrir en la Cruz de Cristo la fuente de los siete Sacramentos, a fin de que podamos vi­virlos en verdad.

— Siguiendo los Hechos y otros escritos de los Apóstoles, nos vemos ente la Cruz, bautizados, en comunión, perdo­nados, confirmados en el Espíritu, llamados a vivir en la Fe la enfermedad y la muerte, pueblo de sacerdotes y, por último, Iglesia-esposa de Cristo.

Esta contemplación de la Cruz, fuente de vida, nos llevará a re­conocer quiénes somos para Dios y en El, para nosotros mismos y para los demás. Cada cual, según sea su necesidad espiritual y su gracia, encontrará tal o cual llamada a vivir mejor su fe. Que el Espí­ritu Santo abra los oídos de nuestro corazón mientras hacemos esta oración, que podemos espaciar a lo largo de varios dias.

«Porque de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia. Pues si la ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han venido a través de Jesucristo» (Jn 1,16-17).

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1 a estación En el Bautismo quedaste marcado con la señal de la Cruz

«La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, cuando aún éramos pecadores, murió por nosotros. Pues ahora que hemos sido justifica­dos por su sangre, ¡con cuánta mayor razón seremos salvados por El de la cólera! Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ahora que ya estamos reconciliados ¡con cuánta mayor razón seremos salvados por su vida! Más aún: nos gloriamos además en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido la reconciliación» (Rom 5,8-11).

En el Bautismo, tu frente fue marcada con la señal de la Cruz por el sacerdote, por tus padres, tus padrinos... Y así puedes saber hasta qué punto eres amado, al haber dado Dios, en Jesucristo, su propia vida en el árbol de la Cruz. Y así sabes también, en los momentos en que tú mismo has de cargar con la cruz, que no subes a solas la dura pendien­te, porque te acompaña Cristo, que te precedió en la subida al Calvario.

O rar dando gracias por ser de Cristo, por haber sido salvado por El... Y orar pidiendo poder creer en el amor de Dios en los duros mo­mentos de aflicción. «¡Cruz de Cristo, te aclamamos! ¡Jesucristo, te adoramos!»

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2a estación En el Bautismo fuiste «sumergido» en la muerte de Cristo

«...Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte. Por el bautismo, pues, fuimos sepultados con él en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros vivamos una nueva vida. (...) Nuestro 'Hombre viejo' fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y dejáramos de ser es­clavos del pecado. (...) Consideraros como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6,3-4.6.11).

En el Bautismo te hiciste partícipe del destino de Cristo y su misterio de muerte y resurrección. Aun cuando aún experimentes en ti la «vejez» propia del pe­cado, y aunque en determinados momentos te reconozcas sometido al poder del mal, en ti se alzan una y otra vez la li­bertad, la novedad y la vida con Dios y para Dios. No eres un simple y devoto espectador de la Cruz de Cris­to: ¡eres tú mismo quien ha muerto al pecado! ¡Vive, pues, tu destino de miembro del Cuerpo vivo de Cristo!

V ^ rar para que sepamos reconocer en nosotros la llamada a vivir con Dios; para que adquiramos el gusto de vivir de Cristo en pleni­tud, sin temer las renuncias al mal que nuestra vocación exige. «¡Cruz de Cristo, te aclamamos! ¡Jesucristo, te adoramos!»

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3a estación «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros»

«El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: 'Esto es mi cuerpo, que se en­trega por vosotros; haced esto en memoria de mi'. Del mismo modo, acabada la cena, hizo lo mismo con la copa, diciendo: 'Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre. Cuantas veces comáis de este pan y bebáis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva'» (1 Cor 11,23-26).

Al comulgar no evocas únicamente el acontecimiento pa­sado de la muerte de Jesús en la cruz. Eres también llama­do, bajo los signos del pan y el vino consagrados y compar­tidos, a entrar tú mismo en la dinámica del amor de Cristo, que se entrega por ti y por tus hermanos. Dando tu vida con El, por amor, preparas su regreso, aceleras su venida...

V * / rar para entrar en comunión, «con las obras y en verdad», con el amor de Cristo que se entrega en la Eucaristía; para aguardar acti­vamente el regreso del Señor, cuando «será destruido el último enemi­go: la muerte» (1 Cor 15,26). «¡Gloria a ti, Jesucristo, pan que se rompe por un mundo nuevo! ¡Pan de Dios: ven y abre nuestros sepulcros, haznos vivir del Es­píritu!»

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a estación

«Formamos todos un solo cuerpo»

«La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque, aunque seamos muchos, formamos un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan»» (1 Cor 10,16-17). «Convenía que Jesús muriera por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,51-52).

Al comulgar participas en la obra de reunir a los hijos de Dios que se encuentran dispersos. Mientras que el mal desu­ne, dispersa y disgrega, el amor vivido en la cruz por tu Se­ñor reúne a cuantos participan de él y forma con todos ellos un solo cuerpo vivo. «Que sean uno, ...yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unidad perfecta, ...a fin de que el mundo crea» (Jn 17,22-23).

V-^rar para que la energía de amor, generosamente derrochada por Cristo en la cruz, produzca frutos de unidad entre los creyentes y entre todos los hombres. Para que nos hagamos servidores de la uni­dad. «Gloria a ti, Jesucristo, pan que se rompe por un mundo nuevo! ¡Pan de Dios: ven y abre nuestros sepulcros, haznos vivir del Es­píritu!»

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5 a estación «Jesucristo, víctima de propiciación por nuestros pecados»

«Si caminamos en la luz, como El mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. (...) Si alguno peca, tenemos a quien interceda ante el Padre: a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación por nues­tros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1 Jn 1,7 y. 2,1-2).

Pecador, si miras a la Cruz, reconocerás en ella a Aquel que perdona y salva. De la sangrienta carnicería de la Pa­sión y del Calvario aprenderás que Cristo realizó un sa­crificio por ti. Misterio que te hará marchar confiadamente por el camino de la conversión, a fin de «caminar en la luz» de nuevo.

V^rar pidiendo la gracia de ser «pecadores creyentes». Agradecer a Cristo el que «nos haya amado y se haya entregado por nosotros» (Ef 5,2). «¡Oh Señor, muerto en la cruz, sálvanos por tu amor!»

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6 a estación «Levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará

«Sed buenos y entrañables entre vosotros, perdonándoos mutuamen­te como os perdonó Dios en Cristo. Como hijos queridos de Dios, sed, pues, imitadores suyos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros, ofreciéndose a Dios como sacrificio fragan­te. (...) Despierta tú, que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará» (Ef 4,32; 5,1-2.14).

Perdonado en virtud de la ofrenda de Cristo en la cruz, aprende tú mismo a perdonar a quienes te ofenden. Y no te mantengas al margen de la vida so pretexto de evitar el mal y de no mancharte las manos. Perdonado como has sido, tienes que irradiar algo de la luz de la vida de tu Dios; también tú tienes que hacer que brille y resplandezca la vida.

O, — rar para que nuestras confesiones no se reduzcan simplemente a poner en orden nuestro pasado, sino que el perdón recibido nos dé la fuerza y la sensibilidad necesarias para «discernir lo que agrada al Señor» (Ef 5,10) y cumplirlo. «¡Oh Señor, muerto en la cruz, sálvanos por tu amor!»

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7a estación «Dios resucitó a Jesús, y nosotros somos testigos de ello»

«El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros pa­dres, ha glorificado a su Siervo Jesús, a quien vosotros rechazasteis y entregasteis a Pilato cuando éste estaba decidido a ponerlo en liber­tad: Vosotros rechazasteis al Santo y al Justo y pedisteis el indulto de un asesino, mientras que hicisteis morir al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hech 3,13-15).

Confirmado en el Espíritu Santo, prometido por Cristo para que fuera tu defensor, tu guía hacia la verdad entera y tu fuerza para dar testimonio; confirmado en el Espíritu Santo, que Cristo comunicó en el momento de expirar en la cruz, no temas manifestar tu fe en Aquel que es el Santo y el Justo, el Viviente que te hace vivir.

V^rar para que la gracia recibida en la Confirmación actúe en nuestra vida mediante la docilidad al Espíritu Santo y el testimonio de nuestra fe en la propia vida. «Maraña tha, Maraña tha, Maraña tha, Espíritu de amor! Maraña tha, Maraña tha, Espíritu de Fuego, Espíritu de Dios!»

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8 a estación «Caminando a impulsos del Espíritu»

«El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bon­dad, fidelidad, mansedumbre, templanza...; contra todo esto no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne, con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, caminemos tam­bién a impulsos del Espíritu» (Gal 5,22-25).

Confirmado en el Espíritu Santo, llevas en ti la nueva ley... Ley de muerte y ley de vida. Muerte a las pasiones egoístas, a fin de vivir de la Pasión de amor, al modo de Jesús. Que esta ley dé fruto en ti para que, dócil al Espíritu, seas miembro vivo de su Iglesia y ocupes en ella tu lugar, en bien de la vida del mundo y el servicio al Evangelio.

O rar por la Iglesia, que el Espíritu Santo no deja de edificar con la variedad de sus dones. Orar por los que han sido confirmados re­cientemente. «Maraña tha, Maraña tha, Maraña tha, Espíritu de amor! Maraña tha, Maraña tha, Espíritu de Fuego, Espíritu de Dios!»

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9 a estación «Si alguno de vosotros sufre, que ore»

«Si alguno de vosotros sufre, que ore. Si alguno está alegre, que can­te. Si hay entre vosotros algún enfermo, llame a los responsables de la comunidad, que recen por él y le unjan con óleo invocando al Se­ñor. La oración de la fe devolverá la salud al enfermo y el Señor hará que se levante; y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados (Sant 5,13-16).

Algún día experimentarás en tu carne la enfermedad, la de­bilidad. Tú también tendrás que cargar con tu fardo de mi­serias. Y podrás hacerlo con Cristo, «completando en tu cuerpo lo que falta a su Pasión» (Col 1,24). De la Cruz de Cristo te vendrá la ayuda, gracias a la unción de los en­fermos que la Iglesia realiza para que actúe en nosotros el poder de la Resurrección.

V ^ r a r por los enfermos, para que no sufran en vano, sino que ofrezcan su dolor con Cristo; para que no sufran sin esperanza, sino recibiendo el consuelo de la fe. «En medio de nuestras angustias, en nuestros gritos de dolor, allí es­tás tú. Eres tú quien sufre en nuestras cruces... y nosotros pasamos sin verte».

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10 a estación «Y yo le resucitaré en el último día»

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá _ para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para que el mundo viva. (...) El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,51.54).

Un día habrás de morir. Habrá llegado para ti la hora, como llegó para Cristo, de «pasar de este mundo al Padre». Tal vez experimentes la tristeza y la angustia, como le ocu­rrió a Jesús en el Huerto de los Olivos... Tal vez seas capaz de decir tranquilamente: «En tus manos, Señor, pongo mi espíritu»... Para que tu muerte sea un paso dado en compañía de Cris­to, recibirás la Eucaristía como Viático, el pan para el ca­mino, prenda de la resurrección a la que Dios te tiene desti­nado.

V _ ^ rar por los que agonizan. Orar también para que la muerte nos encuentre dispuestos a acoger al Señor, que regresa para llevarnos con él (Jn 14,3). «En medio de nuestras angustias, en nuestros gritos de dolor, allí es­tás tú. Eres tú quien sufre en nuestras cruces... y nosotros pasamos sin verte».

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1a estación Cristo, Sumo Sacerdote compasivo

«Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos —Jesús, el Hijo de Dios—, mantengamos firme la fe que profesamos. Pues no te­nemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras fla­quezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el peca­do. (...) Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres para que los represente ante Dios. (...) Pero nadie se arroga tal dignidad, sino el que es llamado por Dios» (Hebr 4,14-15; 5,1.4).

Mediante la Cruz, Cristo «penetró los cielos»; y fue en la Cruz donde desempeñó a la perfección su papel de «Sumo Sacerdote». En El, todo el pueblo de Dios se ha hecho «sacerdocio real». Pero hay en el pueblo de Dios algunos que son llamados a hacerse presbíteros para estar al servicio de ese sacerdocio de todos. Como miembro de la Iglesia, has sido llamado a vivir tu sacerdocio de bautizado y a reconocer y ayudar al ministerio de los presbíteros. Se juega en ello la fecundidad de la Cruz de Cristo.

V-/rar dando gracias por habérsenos dado a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote. Orar por la Iglesia, que tiene necesidad de presbíteros. Orar por los presbíteros que conocemos. «¡Pueblo de Dios, ciudad del Emmanuel; pueblo de Dios salvado en la sangre de Cristo; pueblo de bautizados, Iglesia del Señor: a ti la alabanza!»

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12 a estación

Ofrecer el culto espiritual

«Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual». «Pero, teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido da­da, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el de servicio, sirviendo; si es el de exhortar, exhortando. El que da, que lo haga con sencillez; el que preside, presida con solicitud; el que ejerce la misericordia, hágalo con alegría. (...) Rivalizad en la estima que sentís unos por otros» (Rom 12,1; 6-8.10).

Ofrecerte como lo hizo Cristo en el altar de la cruz... Esta ofrenda de tí mismo no es para aniquilarte, sino para hacer que crezcan en ti los dones que has recibido y que estás obligado a poner al servicio de los demás. En una Iglesia «toda ella ministerial», debes encontrar tu propio lugar. Re­conoce honradamente los dones que Dios te ha dado y pon-los al servicio del crecimiento y la vida del cuerpo de Cristo.

O, rar dando gracias —es decir, humildemente— por los dones que tú y todos hemos recibido de Dios. Orar para que se nos conceda el valor de hacerlos fructificar y saber rivalizar en estima con quienes han recibido otros dones diferentes. «¡Pueblo de Dios, ciudad de Emmanuel; pueblo de Dios salvado en la sangre de Cristo; pueblo de bautizados, Iglesia del Señor: a ti la ala­banza!»

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a estación «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella»

«Así como la Iglesia es sumisa a Cristo, así también las mujeres de­ben serlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la Palabra, a fin de prepararse a sí mismo una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada. Así deben amar los mari­dos a sus mujeres como a su propio cuerpo...» (Ef 5, 24-28).

La humanidad, de la que formas parte, es la esposa que Cristo se adquirió al entregar su vida en la cruz. Y cuales­quiera nupcias humanas, si se viven en la fe en Cristo vivo, participan de esa santidad de la unión de Cristo y la Iglesia. «Grande es este misterio» (Ef 5,32) que confiere al matri­monio su dimensión divina y pone a los esposos en el cami­no de la entrega mutua, por la que, muriendo cada cual a sí mismo, da vida a su pareja, a su familia.

V^rar por quienes han recibido el sacramento del matrimonio, para que vivan su comunidad a la manera de Cristo y de la Iglesia. Orar por todos cuantos intentan amarse de verdad, para que se con­viertan, en medio de sus hermanos, en signo viviente de la comunión divina. «¡Tocad para el Señor, cantad en honor suyo, porque ha hecho maravillas!»

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14 a estación - «Dichosos los invitados

a las bodas del Cordero»

«Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva —porque el primer cie­lo y la primera tierra habían desaparecido, y el mar ya no existía—; y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. Y oi una voz potente que decía desde el trono: 'Ésta es la morada de Dios con los hombres. El habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; y él, Dios-con-ellos, será su Dios. El en­jugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte ni llanto ni luto ni dolor, porque el mundo viejo ha pasado» (Apoc 21,1-4).

El último acto de la victoria de la Cruz será el mundo nuevo que esperamos, cuya más fiel imagen —si hay que dar crédi­to a la Escritura— es la de un banquete que reúne a los ami­gos de la Esposa y del Esposo el día de sus bodas. Ya no habrá entonces sacramentos, sino que conoceremos cara a cara toda la realidad en su plenitud. Tú, a quien Cristo ha salvado en la cruz y que avanzas al presente por el camino de la fe, vivirás en ese mundo nuevo. ¡Manten encendida tu lámpara! (Mt 25,1-12).

O, rar en acción de gracias por la Esperanza que Cristo nos da. «¡Tocad para el Señor, cantad en honor suyo, porque ha hecho maravillas!»

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2 ORAR CON MARÍA

(El Rosario)

Page 39: Gorius, Alan - Orar Ante La Cruz Orar Con Maria

Introducción

El Rosario es el "breviario" de los humildes. Quien lo reza con fe, tratando de evitar la rutina, se impregna constantemente del Misterio de la Fe y encuentra en él luz, esperanza y fuerzas para amar.

Las necesidades del mundo son inmensas; y esto lo saben perfec­tamente los corazones sencillos, que hacen objeto de su oración las in­tenciones de sus hermanos los hombres. Su intercesión es fecunda para el universo entero.

La oración varia con el ritmo de las estaciones. En primavera reini-ciamos la vida: Misterio pascual. En el calor del verano descansamos y contemplamos. En el otoño, gris y plomizo, aprendemos la Esperanza. Y en el crudo invierno acogemos la Presencia. En estas páginas se ofrece el modo de renovar el rezo del rosario al ritmo de las estaciones del año.

La riqueza de los "Misterios" es inagotable. Pero es preciso to­mar/a de los relatos evangélicos, comprender/a con una pizca de teolo­gía y aplicarla y sacar partido de ella en la vida diaria. Las siguientes pá­ginas ofrecen diversas maneras de enfocar los "misterios": citas bíbli­cas, reflexiones, "intenciones" adaptadas a cada caso...

La discreta María tiene siempre su lugar en la vida de la Iglesia. Sin embargo, hay que saber captar/o con el mismo discernimiento con que se deja todo en manos de Dios: Admirar la acción del Espíritu San­to en ella. Reconocerla como "Madre de Dios", misterio único. Contem­plar cómo toma parte en nuestra salvación, en unión con Cristo. Acer­carnos a ella, imagen viva de la Iglesia, como a nuestra Madre.

En la siguientes páginas se ofrecen, como introducción a cada es­tación, breves indicaciones sobre el lugar que ocupa Nuestra Señora en los Misterios de la Fe.

Alain Gorius

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I.—El Otoño

OCTUBRE, MES DEL ROSARIO-COMIENZA EL CURSÓ­SE REANUDA LA ACTIVIDAD...

Orar con Nuestra Señora, en quien el Espíritu ha hecho maravillas.

Gloriosa Virgen María, hija del linaje de Abraham y de la tribu de Judá, noble descendiente de la familia de David.

«Bajo tu amparo nos acogemos, Dios. No desoigas las súplicas que

oh Santa Madre de te dirigimos en nues-

tras necesidades; antes bien, líbranos de todos los peli­gros, Virgen gloriosa y bendita».

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"Ven, Espíritu Santo, a nuestros corazones y envía desde lo alto del cielo un rayo de tu luz"

(Himno de Pentecostés)

Tratamos de orar "como es debido" y no sabemos hacerlo. El propio San Pablo lo reconoce.

La oración es la obra del Espíritu Santo en nosotros, que se adue­ña de nuestra vida para que ésta sea alabanza de Dios.

Orar con Nuestra Señora no es, como a veces se teme, intentar escapar a dicha acción del Espíritu Santo.

Porque en María, Nuestra Señora, no se produjo nada sin la ac­ción del Espíritu: — A El le debe ella su Santidad, sin igual entre los humanos: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Lo que noso­tros denominamos su "Inmaculada Concepción" nos remite a los albores del mundo, cuando el Espíritu aleteaba sobre las aguas.

— A El le debe su Maternidad virginal: "El Espíritu del Altísimo vendrá sobre t i . . ." Lo cual ha de afirmarse no sólo del momento mismo de la concepción de Jesús. María no habría podido de­sempeñar su papel de Madre de Jesús, con todo lo que ello supo­ne de autodonación, de humildad y de esperanza, sin la asisten­cia constante del Espíritu.

— A El le debe su Fidelidad en medio de sus oscuridades; a él le debe la luz: "Ella conservaba en su corazón todos los hechos" misteriosos de su vida, cuyo sentido captaba progresivamente, gracias al Espíritu, relacionándolos con la Historia Sagrada de su pueblo. Su canto del "Magníficat" da fe de ello.

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El contemplar a María nos "injerta" en el Espíritu. En los días en que la Iglesia se encontraba esperando al Espíritu prometido, allí estaba María, orando insistentemente con los Apóstoles. ¿Podría haber hoy nuevos Pentecostés sin ella?

Las sugerencias que proponemos a continuación no son más que indicaciones para ponernos en el camino de la oración y la comprensión de los Misterios.

El Espíritu de Dios debe ayudarnos a encontrar por nosotros mismos lo que él desea para nosotros.

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Misterios gozosos OTOÑO

1. Anunciación «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra».

María ha sido hecha fecunda por el Espíritu. De manera pare­cida, es el Espíritu el que dirige nuestras vidas y la vida de la Iglesia.

Manifestar los frutos del Espíritu caridad, paz, alegría-Orar por la docilidad al Espíritu de todos cuantos han recibido una vocación difícil.

2. Visitación «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un saíto en su vientre, y eíía se íienó del Espíritu Santo».

María acude a casa de su prima para prestarle sus humildes ser­vicios. Pero, de hecho, es portadora de la acción del Espíritu Santo. El Amor hace a Dios presente en las más pequeñas cosas.

Orar al Espíritu pidiéndole que se halle presente en nuestros coti­dianos encuentros personales. Orar por aquellos con quienes vamos a encontrarnos.

3. Nacimiento «Os ha nacido un Salvador... Lo reconoceréis por los siguientes signos: es un niño envuelto en pañales y acostado en un pese­bre».

María trae al mundo a su hijo en la pobreza. Y esa misma pobre­za se convierte en el signo de la presencia de Dios entre los hom­bres.

Orar por los ricos, para que Dios les conceda alma de pobres. Orar por los pobres, para que descubran que Dios ha querido ser su hermano.

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4. Presentación de Jesús en el Templo

«Todo primogénito varón será consagrado al Señor».

María ofrece al Padre a ese hijo que ha recibido de El. Cristo se consagra a sí mismo para santificarnos en la verdad.

Orar por los padres, para que eduquen a sus hijos de manera de­sinteresada. Orar por quienes son llamados a consagrarse a Dios.

5. El Niño hallado en el Templo

«Jesús se quedó en Jerusalen sin que lo supieran sus padres... Y vivió sujeto a ellos, bajo su autoridad».

Las maneras de Jesús son desconcertantes para María. De ese modo, aprende ella a sentir por su Hijo un amor cada vez más desprendido.

Orar por los adolescentes, para que aprendan a utilizar correcta mente su libertad. Orar por quienes se sienten desconcertados por los acontecimien tos, para que conserven la confianza.

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Misterios dolorosos OTOÑO

1. La agonía de Jesús en Getsemaní

«¡Padre, si es posible, que se aparte de mí este cáliz...!»

En el momento en que a Jesús le resulta insoportable la prueba que debe afrontar, se remite al Padre con absoluta confianza... y con respeto. Es el modelo perfecto de oración humilde.

Orar por quienes tienen que soportar cargas demasiado pesadas, para que mantengan toda su confianza en el Padre.

2. La flagelación

«Gracias a sus heridas hemos sido curados».

Jesús padece la tortura física que le es infligida por los hombres. Su cuerpo era un cuerpo puro, sano y fuerte. Fue precisa la in­justa brutalidad de sus verdugos para convertirlo en una inmen­sa llaga.

Orar por quienes han caído enfermos por sus propios excesos, para que la prueba sirva para enderezarlos moralmente. Orar por quienes se ven postrados por la enfermedad sin culpa alguna, para que ofrezcan sus sufrimientos en unión con los de Cristo.

3. La coronación de espinas

«¡He aquí a vuestro Rey!».

Jesús es realmente nuestro Rey: en El tenemos nuestro origen, nuestra vida y nuestro destino. Su realeza no es «como la de este mundo»: no se impone, sino que es ofrecida a nuestra libre acep­tación; y muchas veces la ridiculizamos con nuestro pecado.

Orar para que nos sea dado saber reconocer la autoridad de Je­sucristo sobre nosotros. Orar por todos los que tienen que ejercer algún tipo de autoridad.

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4. La cruz a cuestas

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vo­sotras y por vuestros hijos».

Jesús no acepta las lamentaciones que acompañan a su ascen­sión al Calvario. Su muerte es la muerte de un inocente que va camino de la gloria. Piensa Jesús en aquellos cuyos sufrimientos y cuya muerte son consecuencia de sus pecados. Sólo los cul­pables son realmente dignos de lamentación.

Orar para que sepamos discernir dónde está el verdadero mal. Orar para que no nos contentemos con vanas conmiseraciones,

' sino que tengamos valor para salir del mal.

5. Jesús muere en la cruz

«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?».

Jesús experimenta la extrema soledad del moribundo en esa no­che del Espíritu en la que llega incluso a sentirse abandonado por el Padre. ¡Profundo misterio, esta prueba a que se ve someti­do Cristo y en la que aparentemente topa con el silencio de Dios...!

Orar por quienes agonizan, para que su paso a la Vida se pro­duzca sin asomo alguno de desesperación. Orar por todos cuantos se creen abandonados de Dios, para que vivan esta prueba en unión con Cristo.

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Misterios gloriosos OTOÑO

1. Jesús resucita «¡Paz a vosotros! Como el Padre me ha enviado, yo también os envío».

La resurrección de Jesús no es tan sólo un milagro que le afecte a él. Es un misterio en el que se encuentra envuelta nuestra vida. En El nos es dado vivir a nosotros, beneficiarios de su paz; por El proseguimos su obra allá donde nos encontremos.

Orar por la Iglesia, para que en la resurrección de Cristo encuen­tre una confianza inquebrantable y la fuerza para dar testimonio.

2. Jesús sube al cielo

«Y yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

La Ascensión de Jesús no le impide estar presente en medio de los hombres hoy, del mismo modo que lo estuvo ayer y lo estará mañana. Presencia oculta y de la que, sin embargo, tenemos sig­nos en la Iglesia y en nuestros hermanos.

Orar para que todos los cristianos sepan discernir la presencia, la gracia y las llamadas de Cristo.

3. Jesús envía al Espíritu Santo

«Recibiréis una fuerza, la del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros. Entonces seréis mis testigos».

La presencia del Espíritu en la Iglesia mantiene a ésta en tensión misionera. Todos y cada uno de los hombres y de las sociedades están llamados a conocer a Cristo y a realizarse plenamente en El.

Orar por los militantes cristianos para que, en medio de la difi­cultad de su actuación, sean verdaderos testigos de Cristo.

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4. La Asunción de María «Bendita eres entre todas las mujeres...».

La profecía de Isabel encuentra su perfecto cumplimiento en el misterio de la Asunción de Nuestra Señora, la primera de las mujeres en entrar en la gloría siguiendo a Cristo resucitado. Di­chosos los pobres de corazón, porque ellos verán a Dios.

Orar pidiendo un corazón pobre como el de Nuestra Señora. Orar por quienes sienten el desánimo de una vida gris y oscura, para que nunca dejen de contar con Dios.

5. María es coronada en el cielo

«Desde ahora me felicitarán todas las generaciones».

La profecía de Nuestra Señora en su «Magníficat», se verifíca en el culto que nosotros la rendimos a fin de unirnos a ella en la glo­ria que Dios ya le ha concedido.

Orar para que la devoción a Nuestra Señora sea profunda e inte­ligente y nos conduzca al gozo de servir a Dios.

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II.—El Invierno

ADVIENTO-NAVIDAD... ESPERANDO LA VIDA...

Orar con Nuestra Señora: Ella es la Madre de Dios

«Yo soy la Madre del Amor Hermoso, del Temor, de la Sabiduría y de la Santa Esperanza. En mí reside la gra­cia, que es Camino y Verdad. Llevo conmigo la esperan­za, que es valentía y es vida. Venid a mí los que amáis la Sabiduría y saciaos de mis frutos».

(Cf. Ecl 24,18-19)

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"Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que los que dan verdadero culto adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad".

(Jn 4,23)

A quien buscamos en la oración es a DIOS.

Orar "en espíritu y en verdad" significa desear adorar al PADRE, al que nadie ha visto jamás, pero del que sabemos que quiere para nosotros la vida, y vida abundante.

"En el Espíritu, por Cristo, hacia el Padre": tales son el aliento, el camino y la meta de toda verdadera oración.

Entonces, se dirá, ¿qué tiene que ver María en todo ello? Entrete­nerse en desgranar "avemarias" ¿no significará dar un rodeo inú­til para encontrarse con Dios?

Sin embargo, "cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer", nacido de María. En ella "la Pa­labra se hizo carne y habitó entre nosotros".

Para que el Hijo pudiera "revelar al Padre" fue necesaria Nuestra Señora.

Para que pudiéramos seguir a Cristo, "camino, verdad y vida", y llegar al Padre, fue necesario que la "humilde esclava" fuera real­mente "Madre de Dios", título de honor y realidad inigualables e insuperables. ¿Por qué va a ser incoherente, para caminar hacia Dios, hacer uso del mismo camino que él recorrió para venir has­ta nosotros?

No es cuestión de prudencia, como a veces se ha imaginado. Como si fuese necesaria una especie de guía maternal para atre­verse a acercarse a la grandeza aterradora de Dios. No es así, porque el propio Dios es ternura. Jesús nos dijo que le llamára­mos "papá" (según los exegetas, la traducción más exacta de la palabra hebrea "Abba"). El amor aleja todo temor.

Es una cuestión de "verdad". María nos conduce hasta Dios, del mismo modo que condujo a Dios hasta nosotros.

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Su misión de "Madre de Dios" no ha concluido: para que poda­mos convertirnos en hijos en Cristo, Hijo único y primogénito de una multitud de hermanos, ella también nos engendra a noso­tros.

Al desgranar las cuentas del Rosario, no nos contentemos con recitar, una tras otra, una serie de "avemarias".

Dejémonos guiar por ella a un mejor conocimiento de las obras que Dios ha hecho en nosotros.

Acojamos con ella al "Dios-con-nosotros".

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Misterios gozosos INVIERNO

1. Anunciación

«He aquí que concebirás y darás a luz a un hijo, a quien pon­drás el nombre de Jesús».

María pudo concebir al Salvador, sencillamente porque aguar­daba su venida. Dichosos los que tienen hambre y sed de justi­cia...

Orar por las que van a ser madres, para que el mal que hay en el mundo no impida a nadie esperar y preparar un mundo mejor.

2. Visitación

«¡Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!»

María, nueva Eva, lleva en su seno al nuevo Adán, por quien to­dos los seres humanos podrán verse plenamente renovados.

Contemplar este privilegio realmente único de Nuestra Señora. Orar por las mujeres que viven en el pecado, a las que todo el mun­do desprecia.

Orar por las mujeres que no pueden tener hijos.

3. Nacimiento

«Y la palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros». El hijo que María trae al mundo es el que se hallaba junto Dios desde el comienzo; era Dios mismo. A los que le reciben les da la gracia de hacerse hijos de Dios.

Orar por los catequistas y por los padres que hacen bautizar a sus hijos. Orar para que sus palabras y sus obras permitan conocer a Jesús. Orar por los niños, para que en ellos esté Dios, siempre vivo.

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4. Presentación de Jesús en el Templo «Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él».

El niño que María ofrece a Dios en el Templo habrá de conver­tirse él mismo en «El Templo»: es el cuerpo de Jesús el que nos une para gloria del Padre.

Orar por los sacerdotes y los animadores del culto, para que rea­licen siempre verazmente sus gestos religiosos.

5. El Niño hallado en el Templo «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

El niño que María «perdió» en el curso de su peregrinación a Je-rusalén está entregado por entero a Dios. Una dura prueba para María, que ella acepta en la fe.

Orar por los padres cuyos hijos se sienten llamados a consagrar­se a Dios. Orar por los jóvenes que sienten la llamada de Dios.

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Misterios dolorosos INVIERNO

1. La agonía de Jesús en Getsemaní «Víctima de la angustia, se puso a orar con más insistencia...»

Jesús experimenta la angustia ante la prueba suprema de la muerte, porque es plenamente hombre y comparte nuestra debi­lidad.

Orar por los que agonizan, para que unan su angustia a la de Jesús.

2. La flagelación

«Pilato, queriendo contentar a la muchedumbre, les soltó a Ba­rrabás; y, después de hacer azotar a Jesús, se lo entregó para que lo crucificaran».

Jesús experimenta el sufrimiento provocado por la cobardía de quien no había encontrado delito alguno en él y por la crueldad de la multitud.

Orar por quienes son traicionados y padecen las consecuencias de las cobardías de otros. Orar por los cobardes y por los crueles, para que den con el cami­no de la justicia. Orar por los «responsables del orden», para que actúen de acuer­do con su conciencia.

3. La coronación de espinas «Los soldados, trenzando una corona de espino, se la pusieron sobre la cabeza... Y decían: '¡Salve, Rey de los judíos!' y le abofeteaban».

Jesús experimenta la humillación: se burlan de él y ridiculizan su realeza. Los romanos se lo pasan en grande con este judío aban­donado por su pueblo.

Orar por los que son humillados y por aquellos que no ven reco­nocida su legítima autoridad. Orar para que desaparezcan de nuestros corazones el racismo y el antisemitismo.

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4. La cruz a cuestas

«Jesús, llevando a cuestas su cruz, salió de la ciudad hacia un lugar llamado 'La Calavera' (en hebreo, 'Gólgota')».

Jesús camina hacia la muerte fuera de la ciudad, como un pros­crito. Debia morir fuera de Jerusalén, la Ciudad Santa que él ha­bía venido... ¡a salvarl

Orar por quellos a quienes se margina, a quienes se quiere «hacer desaparecer», a quienes se exilia..., para que en su camino en­cuentren muestras de simpatía y solidaridad.

5. Jesús muere en la cruz

«Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu Madre».

En el momento de entregar su vida, Jesús confía a su Madre al Apóstol Juan, y confía también a todos los suyos a María. Nuestra Señora, de pie ante la cruz, es en adelante la nueva Eva, la madre de todos los vivientes.

Orar a Nuestra Señora para que ella nos enseñe a vivir como hi­jos de Dios.

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Misterios gloriosos INVIERNO

1. Jesús resucita

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?»

El Hijo de Dios no podía experimentar la corrupción del sepul­cro. Por eso ingresó en toda su integridad en la vida nueva. El cuerpo de Cristo, nacido de la Virgen María, se halla ahora en la gloria del Padre.

Orar para que la Iglesia viva ardientemente en la fe en Cristo re­sucitado.

2. Jesús sube al cielo

«Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios».

El misterio de Jesús no culmina simplemente con la victoria de la Resurrección, sino con su retorno al Padre. En Jesús, el hombre queda plenamente divinizado y accede a la vida misma de Dios.

Orar para que todos los cristianos vivan con la tensión de su deseo de encontrarse con el Padre. Orar por todos los difuntos, para que también ellos «suban» a su Dios.

3. Jesús envía el Espíritu Santo

«Cuando llegó Pentecostés, quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar».

En Pentecostés nace la Iglesia, investida de la misión de revelar a Dios y de hablar en su nombre, aunque siempre tentada de callar o poco capaz de hacerse oír.

Orar por todos los que en la Iglesia tienen el ministerio de hablar (Papa, obispos, sacerdotes, teólogos...), para que lo hagan con va­lentía y claridad.

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4. La Asunción de María «Dichosa la Virgen María, que llevó en su seno al Hijo del Pa­dre eterno».

María había dado a Cristo su cuerpo de hombre. Y Cristo resu­citado no podía permitir que el cuerpo de su madre conociera la corrupción del sepulcro. Como Madre de Dios, es la primera en participar plenamente de la resurrección de la carne.

Orar por nuestros padres, para que, a nuestro modo, sepamos de­volverles lo que nos han dado.

5. María es coronada en el cielo «Me ha cubierto con el vestido de la salvación, me ha envuelto con el manto de la justicia, como una esposa ataviada con sus joyas...»

Es toda la Iglesia la que es Esposa de Dios, salvada por El, col­mada por El, asociada por El a su vida en plenitud. Nuestra Se­ñora, Madre de la Iglesia, ha llegado ya personalmente a la meta de la vocación de todo el pueblo de Dios.

Orar para que toda la Iglesia busque con Dios la plena comunión de Amor.

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III.—La Primavera

PASCUA... EL MES DE MARÍA... LA MUERTE, ENGULLIDA POR LA VIDA...

Orar con Nuestra Señora, que participó con Cristo en nuestra salvación

«Dijo Dios a la serpiente: 'Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Y ella te herirá en la cabeza cuando tú aceches su calcañar'».

(Gn 3,15)

«Simeón dijo a María: 'Este está puesto para que muchos caigan y se levanten en Israel y para ser signo de contra­dicción. Y a ti, una espada te atravesará el alma. Así que­darán patentes las intenciones de muchos corazones».

(Le 2,34)

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¡Alégrate, Reina del cielo, Aleluya,

porque el que mereciste llevar, Aleluya,

resucitó como lo había dicho. Aleluya!

¡El Misterio Pascual!: Jesús en su Pasión de amor. Jesús resuci­tado de la muerte. Jesús comunicando a los suyos el Espíritu de Fortaleza y de Testimonio.

He ahí el meollo de nuestra Fe, el inagotable objeto de la con­templación;

el resorte de nuestra Esperanza, ante el que se inflaman nuestros corazones de peregrinos; ta fuente inextinguible del Amor: amor al Padre, que nos entregó a su propio Hijo; y amor a nuestros herma­nos, porque hay que seguir a Jesús en su mismo cami­no.

María desempeñó su papel en este misterio de nuestra salvación y la salvación del mundo. En "la hora" de Jesús, allí estaba ella, al pie de la cruz. Desde el momento de la Presentación de su hijo en el Templo sabía ella que ese hijo iba a ser signo de contradic­ción, y que su propio corazón se iba a ver traspasado por una es­pada.

En el Calvario, Jesús, el nuevo Adán, pone su vida en las manos del Padre, reparando con su obediencia la desobediencia del pri­mer hombre. Y asocia a su obra a Marta, a quien da el nombre de "Mujer", el nombre de "Eva", Madre de los vivientes. De su co­razón traspasado brotará inmediatamente el vino nuevo del Rei­no, su propia sangre hecha bebida... Bebida mucho más genero­sa que el vino de las bodas de Cana, puesto que se trata ahora de las bodas de Dios con la humanidad. Para hacer en Cana el vino de la fiesta humana, Jesús había rechazado la intervención de María. Pero en el Góigota es él quien toma la iniciativa de confiar

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a su Madre, en la persona de Juan, a todos los hijos del Reino que habrán de nacer de su muerte.

Asociada íntimamente a la Pasión de Jesús, que también para ella ha significado la salvación, María, según proclama la fe de la Iglesia, se encuentra igualmente asociada a su gloria, y esto de una manera absolutamente singular: siendo elevada al cielo, en cuerpo y alma, el día de la Asunción. | La humilde esclava conver­tida en Reina de todos los santos!

Orar con nuestra Señora el misterio pascual no significa sustraer­le nada a Cristo, único mediador y salvador. Significa seguir a Je­sús más de cerca.

Para tomar en serio la renovación de nuestra fe bautismal, para vivir en la alegría de la resurrección..

La oración en unión de Nuestra Señora permitirá descubrir a cada uno de qué manera, resucitado con Cristo, debe acceder personalmente a la vida nueva.

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Misterios gozosos PRIMAVERA

1. Anunciación

«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu pala­bra».

Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la practican... Al venir al mundo, dice Jesús a su Padre: «Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad».

Orar para que, en todas las cosas, seamos los cristianos fieles servidores de Dios y nuestra fe tenga su apoyo en la Palabra de Dios.

2. Visitación

«¡Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Se­ñor se cumplirá!»

Fue por la fe por lo que, al igual que los patriarcas, mereció Ma­ría colaborar en nuestra salvación.

Orar por los catequistas, por los que instruyen a los catecúmenos, para que su fe sea alegre y contagiosa.

3. Nacimiento

«Los magos llegaron adonde se encontraba el niño con María, su Madre, y cayendo de rodillas le adoraron».

Ya desde el día de Navidad es llamado el mundo pagano a reco­nocer en Jesucristo el amor de Dios hacia nosotros. Y es María quien pone ante los ojos de su fe al hijo que viene para la salva­ción de todos.

Orar por los no-cristianos que caminan hacia Cristo, por los ca­tecúmenos que se preparan a ser bautizados.

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4. Presentación de Jesús en el Templo

«...Y a ti, una espada te atravesará el corazón».

Cuando María acudió al Templo a presentar a Jesús, el anciano Simeón le predijo la participación que habría de tener en los su­frimientos de su Hijo.

Orar por los padres que sufren a causa de sus hijos. Orar por los misioneros, para que sepan echarse a un lado cuan­do la Iglesia indígena que han evangelizado sea capaz de ofrecer­se por sí misma a Dios.

5. El Niño hallado en el Templo

«¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo...!»

La fe de María se ve sometida a prueba con esta «desaparición» de Jesús. A pesar de lo cual, ella no deja de buscar.

Orar por los creyentes que experimentan la tentación de la duda.

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Misterios dolorosos PRIMAVERA

1. La agonía de Jesús en Getsemaní

«¡No se haga mi voluntad, sino la tuya!»

El «combate» (tal es el sentido de la palabra «agonia») de Jesús concluye con la perfecta sumisión de Cristo, que asume su muer­te y hace de ella un sacrificio libremente ofrecido. Al «fíat» de María en la anunciación corresponde el «fíat» de Jesús en Getse­maní.

Orar por quienes se sienten tentados a rebelarse contra su suerte, para que recobren la paz mediante su abandono confiado en las manos de Dios.

2. La flagelación

«No opuse resistencia... Ofrecí mi espalda a los que me golpea­ban».

Jesús guarda silencio durante su Pasión. «Nadie me arrebata la vida, sino que soy yo quien la da». Mientras que sus verdugos se despachan a su gusto y creen derrotarlo, en realidad es El el más fuerte.

Orar por los seres violentos y brutales, para que aprendan a reco­nocer en sus víctimas la imagen del Hijo de Dios. Orar por los no-violentos y por los objetores de conciencia, para que su actitud venga inspirada por el Amor.

3. La coronación de espinas

«Jesús llevaba puesta la corona de espinas y el manto color púrpura. Y Pilato les dijo: 'Este es el hombre'».

Este es el hombre, humillado en Jesús. Pero, como Jesús es Dios, eternamente presente en el corazón de todo hombre, no hay hu­millación alguna que no sea, a fin de cuentas, humillación de Je­sús; ni hay hombre humillado que no pueda pasar la prueba en unión con Cristo.

Orar por los orgullosos, los vanidosos y los autosuficientes, para que se conviertan. Orar por todos los que son despreciados, desoídos o no tenidos en cuenta, para que sepan unirse a Cristo en su humillación.

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4. La cruz a cuestas

«Pasaba por allí un tal Simón de Cirene, que regresaba del campo, y le obligaron a cargar con la cruz de Jesús».

Dios quiere tener necesidad de los hombres. Para subir al Calva­rio, Cristo necesita que le ayude un campesino a llevar la cruz. Para realizar lo que es su obra por excelencia, su muerte salva­dora, Jesús necesita que le ayuden.

Orar por aquellos a quienes su profesión o su vida familiar obli­gan a ayudar a los demás en sus padecimientos, para que sepan servir a Cristo en sus hermanos. Orar por los que sufren, para que no duden en dejarse ayudar y consolar por los demás.

5. Jesús muere en la cruz

«¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...!»

En el momento en que Jesús cumple plenamente su sacrificio, concede el perdón a quienes le han llevado a la muerte. El mismo hace lo que nos enseñó a pedir en el «Padre Nuestro».

Orar por los que nos han hecho algún daño, para que sepamos perdonarlos. Orar por los que «no saben lo que hacen».

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Misterios gloriosos PRIMAVERA

1. Jesús resucita

«¡Ha resucitado el que creíais que estaba muerto!»

La Cruz fue, para Cristo, el camino hacia la gloria; su muerte, el paso a la vida gloriosa junto al Padre. A la luz de la Pascua, to­das nuestras tinieblas se iluminan.

Orar para que, en medio de la prueba, todos los cristianos con­servemos el aspecto de resucitados.

2. Jesús sube al cielo

«Buscad las realidades de arriba, donde se encuentra Cristo sentado a la derecha de Dios».

La gloria de Jesús está oculta a nuestros ojos carnales. Pero he­mos de buscar las realidades de arriba. La ausencia aparente de Cristo nos obliga, pues, a vivir en la fe. Dichosos los que creen sin haber visto.

Orar por los que buscan la felicidad y el sentido de su vida, para que al término de su búsqueda encuentren a Cristo.

3. Jesús envía el Espíritu Santo

«Cada cual recibe el don de manifestar al Espíritu para el bien de todos».

El universo, la familia humana, sigue siendo un inmenso taller en el que cada cual debe encontrar su lugar, su función para el bien de todos. Sólo en la docilidad al Espíritu descubriremos nuestra vocación y podremos trabajar unidos.

Orar por los que van a confirmarse, para que el Espíritu Santo colme su corazón y les permita servir mejor a la comunidad hu­mana.

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4. La Asunción de María «La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?»

Es María la primera a quien se comunica plenamente la victoria de Cristo sobre la muerte, puesto que es ella la que ha estado más íntimamente unida al misterio de Cristo. María es la prime­ra criatura humana que accede a la gloria con todo su ser.

Orar para que se nos conceda saber respetar nuestro propio cuer­po, llamado a la gloria en unión de Cristo y de Nuestra Señora.

5. María es coronada en el cielo

«Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, también vosotros os manifestaréis con El en plenitud de gloria».

La esclava del Señor se ha convertido en Reina del cielo. Asociada a la dolorosa obra de la salvación, ella ha recibido la corona de gloria reservada a quienes trabajan por la venida del Señor.

Orar a Nuestra Señora, alegrándonos de su gloria. Orar por los humildes y los pequeños, para que reconozcan la grandeza de su vida.

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IV.-E1 Verano

15 DE AGOSTO: LA ASUNCIÓN. VACACIONES-TIEMPO PARA CONTEMPLAR...

Orar con Nuestra Señora, que es nuestra Madre y Madre de la Iglesia

«¡Levántate, brilla, que ha llegado tu luz, que ha amaneci­do sobre ti la gloria del Señor...! ¡Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos...! Entonces, al verlo, te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón...».

(Is 60,1-5)

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¡Oh Virgen, elegida del Padre para traer un Dios al mundo: sigue siendo la madre de todos los hijos de Dios!

Toda oración, aun la más secreta, la más humanamente solitaria, se une misteriosamente al concierto de las innumerables voces que se alzan hacia Dios desde que el hombre es hombre.

Mascullando mi angustia, cantando mi alegría o proclamando mi victoria, mi voz se une a la de todos mis hermanos de todos los tiempos... en busca de Dios. Y el mundo entero se beneficia de la más humilde súplica y del más tímido impulso hacia el Señor. Comunión de los santos, casi siempre invisible aquí abajo; miste­rio de la Iglesia, que se manifestará un día, reunida "de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas" ante el trono de Dios.

En esta inmensa multitud, María "ocupa el lugar más elevado junto a Cristo, a la vez que el más cercano a nosotros" (Lumen Gentium, n.° 54). María ya es, en la santidad de Dios, lo que está llamada a ser toda la comunidad humana. Pero no la distancia de nosotros el hecho de ser la mujer plenamente perfecta, porque además es Madre. Y una Madre que no deja de querer dar la vida, guiar a sus hijos por el camino de la alegría y reunirlos a todos.

Sabemos que la devoción a María divide a los cristianos. Para al­gunos, orar a María significa, de algún modo, sustraer algo a Dios, y sólo a El debe darse gloria. Pero orar con ella no puede escandalizar a ningún discípulo del Evangelio. Porque orar con ella es dejarse arrastrar por ella en un impulso que nos supera, impulso de amor, de disponibilidad y de alegría. Es, en el misterio de la Comunión de los santos, tratar de ocupar "el mejor lugar", no por orgullo o interés, sino por humildad y deseo de servir.

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María, Madre de la Iglesia, paradigma de acogida de la Palabra de Dios, modelo de respuesta fiel: aquí nos tienes, a la vez peca­dores y llamados a vivir de Dios... Ruega con nosotros..., ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestro tránsito a la Luz, en la que Dios acabará de hacernos hijos suyos.

Recitar el Rosario es contar con la intercesión de Nuestra Señora para convertirnos en hombres y mujeres capaces de vivir de lo esencial.

El propio Dios sugerirá cuáles son sus llamadas a nuestra libertad...

De ese modo nos será dado ser cristianos equilibrados y radiantes.

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Misterios gozosos VERANO

1. Anunciación

«Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo».

María experimenta la más pura de las alegrías, porque no hay en ella pecado. «La única y auténtica tristeza es la de no ser santos» (L. Bloy).

Orar por los que se encuentran tristes, para que reconozcan la presencia de Dios en sus vidas.

2. Visitación

«Entonces exclamó María: '¡Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador!»

Por el camino que llevaba a María a casa de su prima Isabel, iba ella saboreando la gracia que Dios le había concedido. Por los caminos que recorremos nosotros, hemos de saber apreciar los dones que Dios nos hace.

Orar por los peregrinos, los que viajan, los que hacen turismo..., para que anide la alegría en sus corazones.

3. Nacimiento

«Os traigo una buena noticia, una inmensa alegría para todo el pueblo».

La alegría de la Navidad, «Dios con nosotros», se mantiene a lo largo del tiempo y está destinada a todos los hombres, sin excep­ción.

Orar por quienes se desaniman ante la vida, por quienes padecen soledad, por quienes no son bien recibidos, para que sepamos compartir con ellos nuestra alegría.

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4. Presentación de Jesús en el Templo

«Mis ojos han contemplado a tu Salvador, Luz para iluminar a las naciones».

Cristo, a quien María presenta en el Templo, ha venido para traer la luz de la Fe a los hombres de toda raza y de toda cultura.

Orar por los no-cristianos y por quienes buscan creer, para que la luz de Cristo les sea concedida.

5. El Niño hallado en el Templo

«Sus padres iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pas­cua».

María y José llevan en peregrinación al Templo al niño Jesús, que ya ha crecido y, consiguientemente, puede realizar por sí mismo las prescripciones religiosas y «estar en las cosas de su Padre».

Orar por los padres, para que enseñen a sus hijos a honrar a Dios. Orar por los adolescentes, para que Dios sea Alguien para ellos.

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Misterios dolorosos VERANO

1. La agonía de Jesús en Getsemaní

«Velad y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil».

Jesús ha vivido, en el Espíritu Santo, totalmente orientado hacia esta «hora» de su pasión y muerte. Y, llegada la hora, experimen­ta en propia carne la tentación de decir «no» a la obra para la que ha sido enviado.

Orar por los que se sienten desanimados o tentados de abando­nar su tarea, para que se rehagan en la oración.

2. La flagelación

«Eran nuestros sufrimientos los que él soportó, y nuestros dolo­res los que le abrumaban».

Jesús es afligido en su cuerpo, convertido en una auténtica llaga. El sufrimiento ñsico se abate cruelmente sobre él.

Orar por los que sufren, los heridos, los enfermos..., para que «completen en su cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo». Orar por los que no regatean cuidados a su propio cuerpo y se quejan al menor sufrimiento, para que renuncien a la molicie.

3. Coronación de espinas

«Varón de dolores y sabedor de dolencias, despreciado y no te­nido en cuenta».

Jesús ve escarnecida su dignidad de hombre. Aparentemente, ya no es más que un juguete en manos de los soldados.

Orar para que en todas partes se reconozcan y respeten los «de­rechos del hombre». Orar por aquellas personas que viven a nuestro alrededor y a las que nos vemos tentados a despreciar o a no tener en cuenta.

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4. La cruz a cuestas

«Como un cordero llevado al matadero...».

Jesús se encamina libre y valerosamente al lugar de su suplicio. Su debilidad física no disminuye en lo más mínimo su decidida voluntad de entregarse por nosotros.

Orar por quienes tienen que llevar una pesada carga (enferme-dad, preocupación, frustración...), para que la lleven con Cristo.

5. Jesús muere en la cruz

«¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!»

La última palabra de Cristo es para abandonarse absolutamente en el amor del Padre. Las manos de Dios acogen la vida que Je­sús le ofrece, y sabrán resucitarla y renovarla, esta vez en la in-corruptibilidad.

Orar por quienes agonizan, para que se abandonen en las manos del Padre. Orar por quienes se rebelan ante la muerte, para que consigan descubrir que el Padre está aguardándoles.

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Misterios gloriosos VERANO

1. Jesús resucita

«Y ellos le reconocieron al partir el pan...».

Cristo resucitado se ha hecho reconocer viviente por los discípu­los de Emaús, desesperados por el aparente fracaso de Jesús. Es en el momento de partir el pan cuando se produce el encuentro con el que ha vencido a la muerte.

Orar para que en los diversos actos cotidianos de compartir, y es­pecialmente en el de compartir el pan eucarístico, sepamos reco­nocer a Jesús resucitado.

2. Jesús sube al cielo

«El mismo Jesús que os ha sido arrebatado a los cielos volverá del mismo modo que le habéis visto marchar».

Nos resulta difícil imaginar la gloria de Cristo en el cielo o la de su retorno, que significará el final de los tiempos. Lo cual no im­pide que toda la vida cristiana no tenga sentido más que en «la espera de su retorno glorioso».

Orar por los contemplativos, que mantienen viva la espera de Cristo. Orar por los que andan buscando el sentido de su vida.

3. Jesús envía el Espíritu Santo

«El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos orar como conviene».

En la búsqueda de Dios, en el esfuerzo por encontrarlo, el resor­te oculto de nuestro deseo es el Espíritu mismo de Dios, que de­sea llevarnos al Padre. Invoquemos humildemente al Espíritu siempre que queramos acercarnos a Dios.

Orar por los nuevos cristianos y por las nuevas comunidades cris­tianas que surgen en los «países de misión», para que el Espíritu les conduzca al conocimiento pleno de Dios.

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4. La Asunción de María «Una señal grandiosa apareció en el cielo: una mujer revestida de sol...».

El pecado entró en el mundo por causa de la debilidad del hom­bre y la mujer, tentados por el demonio. María es la nueva Eva, signo de la humanidad restaurada en la victoria sobre el pecado. Ella inaugura el mundo nuevo.

Orar por los pecadores, por los que se ven tentados y por nuestras debilidades sin cuento.

5. María es coronada en el cielo

«Le hiciste poco menor que un dios, coronado de gloria y es­plendor».

La admiración por la grandeza del hombre, cantada ya por el salmista, halla su fundamento en Nuestra Señora, más que en cualquier otra criatura humana.

Orar por los hombres que se envilecen, por los que embrutecen las condiciones de la vida moderna, para que puedan encontrar un mayor dominio de sí mismos y una vida equilibrada.

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