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GOTA DE SOL

WALTHER CORBERT

A mis queridos padres, por su amor, trabajo y sacrificio

en todos estos años; y a cada una de las personas que me

apoyaron y compartieron este largo camino a mi lado.

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Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes.

William Shakespeare, Macbeth

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Corbert, Walther

Gota de sol. - 1a ed. – Buenos Aires: 2015.

253 p.; 21x15 cm.

ISBN 978-987-33-7229-2

Narrativa Argentina. 2. Novela. I. CDD A863

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PRIMERA PARTE

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Capítulo I

Imagínate si revelaras información referida a personas que

están involucradas en asuntos muy importantes, casi tan serios,

que les darían cadena perpetua por cada uno de los homicidios

que han cometido. Imagínate si los delatarías… Estarías acabado

pronto, ¿verdad? Pero yo, de todas maneras, ya estoy muerto.

Pronto me marcharé de este mundo y es por eso que escribo este

relato sin censura. No espero que todos me entiendan; solo uno,

al menos uno, entenderá por qué lo hago.

Buenos aires, 31 diciembre 1960.

Me encuentro en un departamento alquilado en la capital

de Argentina, alejado y escondido de todo aquello que me hace

mal, escribiendo de mi puño y letra en este sucio y arrugado

papel que encontré tirado en el suelo de esta asquerosa, barata

y repugnante habitación. Solo y aislado de todos, de todas

aquellas personas que fueron y serán mis grandes amores donde

quieran que estén. No lo hago por odio, ni rencor ni nada por el estilo;

simplemente lo hago porque así es como tiene que ser, no tengo

otra salida; es por mi propio bien y el de los demás. Al fin podré descansar en paz.

Hasta aquí llegué. Me despido con estas últimas palabras mientras estoy sentado en la esquina del colchón, junto a una

botella vacía de whisky barato, observando cómo se escapa el

humo del cigarro aplastado en este deteriorado piso de madera.

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Observo la última imagen que tengo ante mis ojos esta

noche, cuando falta tan solo un minuto para las cero horas del

nuevo año. Desde el décimo piso miro una gran parte de la

ciudad de Buenos Aires, a través del antiguo ventanal que está

abierto de par en par con las cortinas blancas, largas y

antiguas arrinconadas hacia un costado. Tantos son mis nervios

que me detengo a escuchar el estrujado sonido del ventilador

que está justo detrás de mi cabeza, mientras espero el destello

de los fuegos artificiales por los cielos de esta apagada y triste

noche, para así despedirme de este mundo de una maldita vez.

BRUCE NATHANIEL COLLINS. Esa fue la carta que mi padre dejó junto a su cadáver antes

de que tomara el revólver y gatillara en su cabeza justo a las cero horas y un segundo del primer día de enero del año 1961,

camuflando el fuerte y sólido sonido del disparo entre los

estruendos de todos los fuegos artificiales.

Al día siguiente, el conserje del edifico notó que algo

extraño sucedía en la habitación de mi padre y decidió abrir la

puerta. Tal fue su sorpresa que se quedó paralizado, sin poder

reaccionar. Llamó a la policía inmediatamente. El cadáver de mi

padre, con un agujero en la sien, estaba tendido sobre la cama

repleta de sangre. Hallaron el arma junto a él. La única bala que

había en la habitación fue la que terminó dentro de su cabeza.

Mi madre me ha mencionado una vez que mi padre nunca

supo de mi existencia, pues se marchó antes de que yo naciera.

En verdad, jamás conocí el motivo de su partida; sin embargo,

llevo su apellido por decisión de mi madre. La única y última

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noticia suya fue cuando tenía quince años, cuando descubrí esta

carta que escribió antes de suicidarse.

Quiero que sepan que lo que escribo acerca de él es

porque ahora yo me encuentro en la misma situación que mi

padre, en diferente tiempo y espacio. Tengo un revólver viejo y

gastado junto a mí con una sola bala en su interior destinada a

mi cabeza… Pero no volveré a hacer lo que mi padre hizo…

lucharé hasta el último momento, hasta que mi cuerpo ya no

resista. Pelearé por esta vida que es demasiado corta por

desgracia. Es una sola y no pienso desperdiciarla.

Me pregunto si estará escrito mi destino. No lo sé. Solo

puedo asegurarles una cosa: somos dueños de nuestro propio

destino; controlamos nuestros pensamientos y nuestras acciones,

pues elegimos siempre cuál es el próximo paso que daremos,

cada año, mes, día, hora, minuto y segundo. No debemos perder

el control sobre nosotros mismos… Somos el resultado de

nuestras decisiones.

Decidí contarles esta historia porque pienso que puede ser

leída por muchas personas. Así entenderán el porqué estoy aquí

encerrado, en este preciso momento. Aquellos a los que no les

guste o que no tengan ganas de leerla, pues no la lean. Aunque

no lo creo, porque precisamente la gente que siempre anda

detrás de las explicaciones es la más curiosa, y pienso que

ninguno de ustedes se perderá la oportunidad de leer el relato de

los sucesos que me trajeron hasta aquí.

La tristeza que abunda en mi interior hoy golpea

fuertemente en mi pecho. Me hace mirar hacia atrás y hacia

adelante al mismo tiempo. Me produce una sensación de vacío,

tan liso y tan perfecto que indica que hoy no hay nada dentro de

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mí. Solo pienso en lograr sobrevivir y hacer lo mejor que pueda

para sentirme bien conmigo mismo a partir de ahora. Perdí el

interés en seguir preocupándome por cosas simples o sinsentido.

Entiendo que, aunque yo ya no esté aquí, en este mundo, nada se

detendrá; todo seguirá marchando como el transcurso natural de

las cosas. Si nos mantenemos totalmente atentos a lo que es, lo

comprenderemos y nos veremos libres de ello; pero para estar

atentos a lo que somos, tenemos que dejar de luchar por algo

que no somos. La luz solo se apagará para mí, todo se

oscurecerá y terminará al fin. ¿Quién sabe qué sucede cuando

nuestro cerebro deja de funcionar?... Es más fácil soportar la

muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la

muerte. Solo reflexiono en seguir adelante hasta el último

suspiro de mi vida.

No sé cómo empezar a contarles todo esto que está

sucediendo o, en otras palabras, este hecho trágico que me ha

tocado vivir y que me trajo hasta aquí, prisionero de un

psicópata. Ante todo, quiero que sepan la frase que escribí con

mi dedo sobre el polvo de la sucia pared de este solitario lugar.

Cada vez que levanto la cabeza, la miro y leo: “No te rindas ni

aún vencido. Suelta tu imaginación y lograrás cambiar tu propio

destino”. Es lo único en lo que puedo meditar ahora para no sufrir o

moriré aquí encerrado y abandonado. Constantemente pienso

que la puerta se abrirá en cualquier momento y que alguien

vendrá a rescatarme… Nunca pensé que podría sucederme a mí. Es decir, siempre

lo vemos o lo escuchamos en las noticias, pero nunca

imaginamos protagonizar historias como esta. Sin embargo, aquí

estoy. Todo puede cambiar de un día para el otro; las cosas

cambian rotundamente. Cualquier hecho, acontecimiento o

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suceso puede cambiar nuestros destinos para siempre, ya sea

para bien o para mal… Simplemente, las cosas cambian. La situación en la que estoy es algo delicada; aunque todo

parezca estar perdido, creo y confío firmemente en que lo que

ocurra sea para bien. No sé si en el momento en que la puerta se

abra seguiré vivo, pero aún así tengo esperanzas…

Antes de adelantarme, quiero decirles cuál es el motivo

por el que escribo esto: simplemente porque es mi única salida.

Si no lo hiciera estaría agonizando y suplicando, pensando de

qué manera moriré aquí dentro o, peor aún, estudiando una y

otra vez la idea de dispararme en la cabeza con el revólver. Pero,

sé que no perderé el control mientras escriba y mantenga

ocupada mi mente. Así logro dominar mis debilidades y mis

impulsos para no perder la razón. Ocupo mi tiempo en otra

actividad que no sea mi propia muerte. Todos deberíamos saber

controlarlo; no digo que yo sepa hacerlo, solo lo estoy

intentando mediante esto que vosotros leéis en este momento. Se

trata de emplear mi tiempo en redactar o en quedarme con los

brazos cruzados y esperar que suceda algo.

Mi nombre es Bruce Collins, igual que el de mi padre. Mi madre lo debió haber amado demasiado, no me cabe duda de

eso. Fui secuestrado y luego encerrado en una repugnante

habitación. Escribo esperanzado en que aquella persona que encuentre mis notas, en caso de que pierda la vida, pueda

difundirlas y explicar el motivo de mi muerte.

Recuerdo desde el primer momento que me trajeron aquí:

dos sujetos corpulentos me sujetaron fuertemente de ambos

brazos, arrastraron mi cuerpo casi en el aire dejando que las

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puntas de mis pies rocen el suelo. Podía sentir cómo apretaban

con fuerza mis brazos mientras caminaban presurosos y en

silencio por un recto y largo pasillo. En ese momento no podía ver nada, estaba semidormido.

Era como si me despertara de una anestesia completamente

desorientado. No entendía qué estaba sucediendo, ni siquiera

tenía fuerzas para mover ni un músculo de mi cuerpo, hasta que

de pronto escuché el sonido de un picaporte y luego el ruido de

una puerta que rayaba fuertemente contra el piso al abrirse. De

un fuerte empujón me lanzaron hacia dentro. No podía ver nada a causa de una venda que cubría mis

ojos. Solo sentí el fuerte impacto que sufrió mi cuerpo debilitado

al caer sin fuerzas al suelo; ni siquiera tenía energías para

mantenerme en pie. Estaba exhausto y casi inconsciente. Sin

embargo, en el momento que caí, escuché una voz que me llamó

la atención; una voz que me resultó muy familiar y que me traía

una sensación de confianza y de esperanza, pero jamás pensé

que aquella persona, diría: “Piensa lo que vas a hacer. Es por tu

bien y el de los demás. Termina de una vez con todo esto; ya

sabes lo que tienes que hacer”. La situación se había revertido totalmente. Todo era cada

vez más confuso. Sus palabras me descolocaron por completo,

produciéndome dolores fuertes en el estómago y en la cabeza. Al caer al suelo y al escuchar la voz de Josep Bueno

diciendo esas palabras, quien era una de las únicas personas que

confiaba plenamente, quedé carente de sentido, me quité la

venda que cubría mis ojos e intenté mirar hacia la puerta de

donde provenía aquella voz. Pero todo estaba tan oscuro que no

pude ver siquiera mis manos; solo escuché el sonido al cerrar la

puerta, seguido de la cerradura. Ya estaba aprisionado y

atrapado, no había nada que hubiese podido hacer a partir de ese

momento.

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Interiormente sabía que este era un plan preparado y

diseñado por una persona que sabía muy bien lo que hacía. No

dejaría ni un detalle que lo pudiera perjudicar. Sería inútil

golpear las paredes con la poca fuerza que tenía o gritar hasta

quedarme sin voz. No habría nadie del otro lado que pudiera

escucharme pues, seguramente, estaba en un lugar abandonado. Me quedé sentado sobre el suelo, tratando de

tranquilizarme y armonizar mi cuerpo hasta que comenzaron a

caer las primeras gotas de la lluvia que se avecinaba. Ya no tenía

fuerzas ni ánimos, por eso me recosté en el suelo mientras oía el

sonido de las gotas golpear sobre el techo. Era tanta opacidad

que la única luz que había era de la luna que se filtraba por una

pequeña ventana de ventilación sobre el techo, a unos cuatro

metros de altura aproximadamente del piso. Exhausto y cansado,

tanto física como mentalmente, arrojado sobre el suelo, me

desvanecí, dejando que mis sueños fueran mi única salida de

esta cruda y triste realidad.

Desperté sin saber cuánto tiempo había estado

inconsciente. Solo recuerdo el rayo de sol que daba sobre mi

rostro. Al abrir los ojos deseé creer que había despertado de una

horrible pesadilla, pero ahí estaba, sentado en medio de una

sucia y malolienta habitación repleta de polvo y soledad. Intenté

ponerme de pie lentamente con el impulso de mis débiles

piernas. La camisa blanca que llevaba puesta, obsequio de mi

madre cuando me mudé por primera vez a Nueva York, estaba

cubierta de tierra. Había tanta suciedad en el lugar que ni

siquiera se podía ver el verdadero color del suelo. No recordaba nada de lo ocurrido aquella noche, solo las

últimas palabras de Josep Bueno; no podía dejar de pensar en

eso constantemente y sentía mucho temor. Sabía que no había

ninguna salida; estaba atrapado entre esas cuatro paredes, un

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lugar que, seguramente, debió haber sido una oficina y en ese

momento era una pocilga abandonada. Una vez de pie, tambaleando, el pánico se apoderó de mí.

Comencé a dar pequeños pasos hacia atrás, mientras observaba

todo el lugar, sin darme cuenta de lo que estaba haciendo hasta

que mi espalda impactó contra la pared, apoyé las manos y sentí

la tierra que se desprendía de la fría pared cubierta de azulejos

blancos. Luego comencé a dejar caer mi cuerpo hasta quedar

sentado. Me tomé el cabello con ambas manos maldiciendo lo

que se me cruzaba por la mente, sin creer aún todo lo me estaba

sucediendo.

Me distraje durante varias horas sentado observando la

pequeña ventana que había cerca del techo, mi única salida

directa al exterior. Por allí entraba un poco de aire. No sentía

frío, pero tampoco calor. Traté de observarme a mí mismo;

intenté verme a través de otro sujeto para poder pensar de una

manera diferente… Recordaba haber leído: “Mira y observa

cómo eres y lo que haces, enfócate desde otro punto de vista

paralelo a ti, como si fueras tu propio espejo. Crea a alguien

paralelo a ti y entra en él”. De esta forma traté de apaciguar y

serenar mi cuerpo. De repente, comencé a recordar los momentos que

forjaron mi vida, aquellos en los que alguna vez fui feliz. Vino a

mi memoria la cena familiar en vísperas de Año Nuevo junto a

mi familia, chocando las copas, escuchando el clásico sonido

perfecto de esos cristales al tocarse para brindar junto con las

personas que en ese momento extrañaba más que nunca: ¡Oh, mi

madre! Aunque cada vez estábamos más distanciados, siempre

permanecería a mi lado. Cómo no recordar los momentos con

mis amigos. Quería estar reunido con ellos en ese momento;

verdaderamente los extrañaba. Pero si había algo que anhelaba

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en lo más profundo de mi ser era a esa persona en la que pienso

y quiero regresar cuando el mundo es demasiado para mí. Ella…

convirtió mis lagrimas por sonrisas y mi soledad por amor:

María Loren, mi pareja. No importa lo que nos depare el

camino, siempre la amare.

Había conocido a María Loren en primer año de la

Universidad de Derecho, en la gran ciudad de Nueva York.

Pasaron unos cuatro años desde que su mirada y su sonrisa

pasearon ante mi vista por primera vez, deslumbrándome y

transformándome en un completo idiota. Ella era la motivación

que me hacía seguir adelante, pero aquí me detengo, pues ya les

contaré acerca de María Loren más adelante.

Luego de varias horas de estar aprisionado, la lluvia cesó y

el silencio era perfecto. La luz del día comenzó a infiltrarse cada

vez más y más hasta quedar completamente visible la pequeña

habitación. Apoyándome en mis manos me levanté del suelo y di unos

cortos pasos. A cada paso, la tierra del suelo se levantaba y

volaba suavemente por los aires. Me acerqué a la pared y la miré

en detalle; froté mis dedos sobre la tierra y los sacudí lo

suficiente para volver a ver los cerámicos blancos de las

paredes. Me acerqué a la esquina y vi un pequeño charco de

agua producto de la lluvia de esa eterna anoche. A su lado había

un balde rebalsado de un agua repugnante, pero que en ese

momento era mi única bebida para consumir. Debía saber

aprovechar aquella agua. Recordé haber leído acerca de

personas que murieron por no beber ni ingerir ningún alimento.

Si carecía de ambos fallecería en muy poco tiempo, pero lo

importante era proveer siempre al cuerpo de algún líquido, pues

solo así tendría posibilidades de sobrevivir.

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Por último, me dirigí hacia otro elemento importante que

había en la habitación: una máquina de escribir; también había

unas cuantas hojas que alguna vez fueron blancas y en ese

momento eran casi amarillas debido a los años que permanecieron guardadas en un cajón. Me acerqué a la pequeña

mesita de madera, podrida por su desgaste y repleta de telarañas

en sus esquinas, y coloqué la primera hoja. Giré la perilla y

comencé a golpear las viejas teclas, probando una por una… Con ella estoy escribiendo estas palabras.

La única razón por la que estoy aquí y con esa estúpida

máquina de escribir es por un simple código que contiene una

enigmática pista, que, aunque resulte insignificante, es tan

importante como la vida de muchas personas. Estoy seguro de

que la persona que quiere obtenerlo, está en este mismo

momento ofreciendo mi vida a cambio de los códigos restantes.

Sin embargo, hay una cosa que ella no puede saber… nunca

encontrará lo que busca si yo no escribo lo que sé, y en este

momento no pienso hacerlo. Solo hay una cosa más que aún no les he contado. En este

cuarto hay algo más que puede acabar con mi vida en un instante.

Cuando desperté vi en la otra esquina de la habitación un

bulto negro. No quise acercarme ya que suponía lo que podría

encontrar, pero la incertidumbre que sentí superó mi razón y fui

directamente hacia allí para asegurarme de lo que era. Me paré a

su lado, lo miré desde arriba y lo levanté del suelo. Soplé por

encima para quitar el polvo que tenía y despejé todas mis dudas:

era un revólver calibre treinta y ocho. Abrí el tambor y solo

había una bala que ya estaba destinada a mí.

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CAPÍTULO II

Mi televisor estaba programado para que los trescientos sesenta y cinco días del año se encendiera automáticamente a las

9 de la mañana; es el despertador más fiel que encontré hasta el

momento. Al despertar, el canal informativo aseguró aquella fría y

lluviosa mañana de noviembre: «…se calcula que dos de cada

diez hombres poseen la cualidad de psicópatas. Están por

cualquier lugar y jamás podrán enterarse; desde una persona que

administra una empresa, un chofer de transporte público, o hasta

una persona que nos gobierna. Hay una frase que dice: “No son

todos los que están, ni están todos los que son”, la cual se refiere

a que no todos los que se encuentran en un hospital psiquiátrico

son “locos”, y no todos los “locos” que existen están encerrados.

Un psicópata es una persona que padece un trastorno antisocial

en su personalidad; estas personas no sienten empatía por el

prójimo, ni remordimiento por sus acciones. Viven en un mundo

con sus propias normas y solo sienten culpa cuando rompen con

ellas. No tienen reparos en mentir, manipular o lastimar para

conseguir lo que tienen en mente. Tienen gran oratoria y

encanto; son simpáticos y conquistadores en primera instancia.

Poseen una autoestima exagerada y se creen mejores que el resto

todo el tiempo. También necesitan constantemente estímulos ya

que caen con facilidad en el aburrimiento. Si dañar o herir a otra

persona no está en su sistema, no lo harán. El problema es

cuando esto es inevitable, ya que luego de que llevan a cabo su

cometido y son penados por la ley, desde el punto de vista penal,

como conscientes de sus actos, son imputables. Pero a diferencia

de un reo normal, no existe posibilidad de corregir su conducta,

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por lo que la rehabilitación se basa en fomentar una forma de

vida que les reporte beneficios y evite penas...».

Si tan solo pensamos un minuto en este interesante

informe, nos daremos cuenta de cómo la manipulación de la mente humana nos arrastra todo el tiempo hacia donde ella

aspira y ambiciona llegar. Fue lo primero que oí al despertar cuando mi televisor se

encendió aquella helada mañana. Muy a menudo olvido

fácilmente lo que oigo todos los días en el noticiero. Sin

embargo, ¡vaya comentario el de aquel día! Lo recuerdo de

principio a fin hasta hoy, y no lo he podido quitar de mi mente.

Debo admitir que estoy de acuerdo con el informe que realizó

aquel periodista cuando dijo: «…jamás se podrá tratar con una

persona que no tiene control ni cordura de sí misma…». Lo recuerdo todo. Quizás sea porque aquel día tendría que

haber sido uno de los más importantes de mi vida. Estaba muy

contento, pero al mismo tiempo nervioso. Al levantarme de la

cama aquel 27 de noviembre fue cuando todo comenzó hasta el

día de hoy y mi vida cambió inesperadamente. Ya ven, estoy aquí encerrado entre cuatro paredes,

mientras escribo en unas sucias y polvorientas hojas. Lo único

que pienso es que se abra la puerta y pueda largarme de aquí

para hacer justicia con mis propias manos contra los

responsables de esta tortura que me toca vivir.

Mis pensamientos divagan y sacan conclusiones que ni siquiera puedo saber si estoy en lo cierto. Creo que somos lo que poseemos después de todo. El hombre que posee dinero es el dinero, el hombre que se identifica con la propiedad es la propiedad, o la casa, los muebles. Lo mismo sucede con las ideas o con la gente, y cuando existe ese afán posesivo, no hay relación. Sin embargo, la mayoría poseemos porque si no, no tenemos nada más; si no poseemos somos cascarones vacíos.

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Por eso llenamos nuestra vida con muebles, música, conocimientos, con esto o aquello. Este cascarón hace mucho ruido y a ese ruido lo llamamos vivir y con eso, estamos satisfechos. Pero si surge una contrariedad, una pérdida, entonces sufrimos porque de pronto descubrimos lo que somos, un cascarón vacío sin mucho significado.

Al levantarme, caminé descalzo sintiendo el frío suelo de

mi habitación, hasta llegar semidormido a la ventana; luego corrí la cortina hacia un lado y miré a través del vidrio empañado la lluvia que envolvía Nueva York. Acerqué mi frente hasta que quedó pegada al vidrio, respiré profundamente dejando que mi aliento tibio fluyera y empañara aún más la ventana, para luego alejar mi cara y escribir con mi dedo sobre el vidrio congelado: “M a r í a”.

En ese mismo instante, recordé cuando conocí a María Loren. Se me revuelve el estómago tan solo de pensar en cómo sería mi vida si no nos hubiésemos conocido ese maravilloso día.

Era mi primer día en la Universidad de Nueva York.

Debía entrar a primera hora de la mañana, pero estaba retrasado

a causa de una copiosa lluvia. Debo admitir y agradecer haber

llegado tarde aquel día. Hasta hoy agradezco también no haber

comprado un paraguas, pues hubiese sido una desgracia no

cruzarme con María Loren, con la que me topé por primera vez

justo al cruzar la calle, camino hacia la facultad. Se ofreció

humildemente para protegerme de las gotas que mojaban toda

mi ropa. Con su pequeño paraguas cruzamos juntos la calle

hasta llegar a la entrada de la universidad. Cuando la miré pude

ver los ojos más incandescentes y bonitos que pudieran existir.

Cerró el paraguas y, al sacudirlo, rió instantáneamente al verme

empapado de todas formas.

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Me entristece recordar todo esto, pero los recuerdos

invaden mi mente, y volcarlos en esta hoja, me hace sentir un poco mejor. Si algún día te invade la tristeza o no recuerdas lo

enamorado que estoy de ti, lleva esto a tu mente dijo: "Sin ti,

este mundo no sería tan fantástico"… hoy respiró profundo,

cierro los ojos, me trago las lágrimas y sigo adelante porque hay

por quién luchar

Como les dije, era un tiempo muy especial para mí. Era el día en que le propondría matrimonio a María Loren. La verdad

es que la amo, es todo lo que puedo decir, quizás algunos no lo

comprendan, pero con eso alcanza y sobra. Quizás no me entiendan, o crean que estoy loco, pues si es así, entonces no me

importa decir que estoy loco por amar a una persona que produce que la realidad sea mejor que los sueños.

Me dirigí al placar de mi pieza, deslicé la puerta y abrí el

primer cajón que estaba frente a mí. Tomé una pequeña cajita de

terciopelo negro del tamaño de mi mano, luego me senté sobre

la cama, la abrí, y me detuve unos segundos para mirar

detenidamente los anillos de compromiso que había comprado

para nosotros y que pensaba intercambiar con María Loren en la

velada de aquella noche. Como todos los que han vivido una

situación similar, pensé en la reacción y en la contestación que

daría María cuando le propusiera matrimonio. Luego de proyectar la imagen de lo hermoso que sería

vernos juntos, cerré la caja, respiré profundo, me puse de pie y

dejé los anillos sobre la cama para ir asearme al baño como era

la rutina habitual de todas mis mañanas.

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El día se me hacía eterno y las horas no pasaban. Había

reservado una mesa especial para dos personas en un restaurante

llamado “La Casa del Tío Tom”, a pocas cuadras de aquí. No

era de lo más elegante, pero sin embargo servían unas pastas

deliciosas y frescas, y también contaba con un decorado

bellísimo en su interior. Para la tarde, la lluvia había cesado. Faltaba poco tiempo

para ver a María Loren, pues la había citado en el restaurante a

las 21 en punto. Me afeité y luego coloqué fijador de cabello por todo mi pelo, me peiné hacia atrás. Me observé en el espejo y

riendo contemple viejos recuerdos de amor que pase junto a ella. Ya preparado, quité del perchero una camisa clara y un pantalón

oscuro. Miré el reloj y aún faltaba más de media hora para la cita. Si iba caminando tardaría unos quince minutos. Tomé mis

llaves y la billetera y decidí salir un rato antes para caminar y tomar un poco de aire fresco que no me vendría nada mal. Pero

en el preciso momento en el que estaba girando la cerradura de la puerta para abrirla recordé que me faltaban los elementos más

importantes de toda la noche: los anillos. Regresé a buscarlos sobre la cama donde los había dejado

más temprano, pero cuando me disponía a recogerlos escuché

golpear la puerta tres veces. Sorprendido por quien podría ser a

esa hora, me acerqué y pregunté entrecortadamente: –¿Quién es? –Por favor, Bruce, ¡soy yo!… Adler… –respondió con la

voz aguda y asustada. Abrí la puerta sin pensar. Era la señora Adler, una mujer

de setenta años de edad, que vivía en el departamento de al lado,

junto al mío. –¿Cómo está, señora Adler? Qué gusto verla. –Bien hijo, bien... Perdona que te moleste a esta hora… Es

que la gata se escapó por la ventana otra vez, se ha quedado

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inmóvil en el balcón y todo está muy resbaloso allí. ¿Podrías

ayudarme a entrarla, Bruce? Por favor… –Por supuesto, señora Adler. Muéstreme dónde se

encuentra la gata. La señora Adler muchas veces estuvo cuando la necesité.

Me ha preparado la comida innumerable veces y siempre me

preguntaba si precisaba algo. Nos ayudábamos mutuamente en lo que podíamos. Era una muy buena persona que

lamentablemente enviudó hace unos años y tenía a su único hijo casado que vivía en otra ciudad, lejos de aquí, y venía a visitarla

con muy poca frecuencia.

Caminé hasta el balcón y me paré junto a ella. Era muy

angosto y resbaladizo. Lentamente me acerqué a la gata que

estaba sentada muy tranquila a un costado de la ventana,

observando cómo pasaban las horas desde arriba de la ciudad.

Cuando miré hacia abajo pensé que, si se caía desde esa altura,

difícilmente sobreviviera a tan fuerte impacto. Debo confesar que no quería estropear mi camisa al tomar

la gata con ambas manos, ya que era muy probable que me

ensuciara fácilmente con sus garras. Por suerte el felino me miró

con esos ojos verdes vivos y gruñó, advirtiéndome lo que me

pasaría si intentaba tocarla siquiera. Solo vio que junto a mí

estaba la señora Adler, exprimiendo ambas manos, rezando para

que no se cayera por el abismo del quinto piso. Por milagro, sin

causar ningún problema, la gata dio un simple y ligero salto

hacia nosotros, aterrizando en el suelo del balcón como si fuese

un profesional de las caídas, para luego entrar caminando

velozmente por la ventana corrediza que daba a la sala principal. Me alegré en verdad de no tener que lidiar con ella. Fue

bastante rápido después de todo, ya que no tenía suficiente

tiempo, de hecho, faltaban tan solo treinta minutos para mi cita. El tiempo pasó tan rápido que no me di cuenta.

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–Todo vuelve a estar en orden por suerte, señora Adler.

–Gracias, Bruce. Estaba desesperada y no sabía a quién recurrir.

–No tiene por qué agradecerme. –Qué buen chico eres, Bruce –dijo la señora Adler

mientras se dirigía a la cocina. –Debo irme ahora mismo, tengo una cita pronto y no

quiero retrasarme. –Bueno, está bien, Bruce. Cuídate mucho y pasa por aquí

cuantas veces gustes... Saludé a la señora Adler y sin más retrasos, cerré la puerta

del departamento. Miré mi reloj y me puse nervioso al ver que

faltaban casi veinte minutos para las 21. No quise esperar el

viejo ascensor que funcionaba cuando tenía ganas, así que bajé

corriendo rápidamente para no dejar esperando a María Loren ni

un minuto. Era algo que me irritaba. Sin embargo, siempre

cuando uno está apurado olvida lo más importante. Antes de

llegar a la esquina de mi departamento, recordé que había dejado

los anillos sobre la cama. Regresé inmediatamente corriendo al

cuarto para buscarlos. Volteé las sábanas esperando encontrar la

cajita de terciopelo. De pronto la vi saltar por los aires y caer al

suelo. La recogí, controlé que estuvieran dentro las alianzas y

me apresuré nuevamente a salir para poder llegar lo más rápido

posible. Aunque, de todas formas, ya era tarde. María Loren había

llegado unos cuantos minutos antes al restaurante; para ser

preciso, justo en el momento en el que yo salía del edificio. Me esperó sentada en la barra principal donde había varias

banquetas giratorias de madera barnizada a lo largo de toda la

mesada. Se cruzó de piernas, miró su reloj y levantó la vista

hacia la entrada esperando mi llegada. Mientras María Loren aguardaba ansiosa, un hombre de

más edad se cruzó caminando por delante de ella. Se lo notaba

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muy nervioso e intranquilo, hablando solo y con la cabeza hacia

abajo. Vestía un elegante traje negro, una camisa blanca y una

corbata a rayas rojas. El hombre se dirigió hacia el teléfono

público ubicado a un costado de la barra, a muy pocos pasos de

donde se encontraba sentada María Loren. Levantó el tuvo con

su mano izquierda, se tocó una y otra vez el bolsillo con su otra

mano y extrajo un pañuelo doblado en varias partes. Luego lo

abrió y limpió el sudor que caía por su frente y por su curtida

cara. Guardó el pañuelo en su bolsillo y sacó unas monedas que

insertó en el aparato. Se notaba que aquel hombre estaba muy nervioso ya que

le temblaban no solo las manos sino también su aguda voz. Dijo

unas palabras tartamudeando con mucho temor, luego miró

hacia abajo como si se lamentara de algo muy importante y

colgó el tubo desganado y preocupado. Volvió a usar su

pañuelo, luego dejó caer sus vencidos y largos brazos, respiró

profundo, miró hacia la salida y caminó en esa dirección. A unas cuadras de allí comenzaron a sonar las sirenas de

la policía. El hombre sabía que venían por él, así que se marchó

mirando a ambos lados con mucha cautela y luego comenzó a

alejarse con disimulo como cualquier transeúnte que pasaba por

la vereda en ese momento. Los sonidos de las sirenas se

acercaban más y más. Volteó hacia atrás y vio que los dos autos

policiales pasaban lentamente por la puerta del restaurante. Por

desgracia, las personas que estaban allí no lo ayudaron y lo

delataron en seguida. ¡En ese momento mi vida cambió de rumbo

drásticamente! Yo era la única persona que transitaba por esa

vereda en el preciso segundo en el que el hombre se alejaba y la

policía se acercaba poco a poco detrás de él. Venía de frente

hacia mí. Podía ver por completo su rostro aterrorizado y

alarmado. Sin embargo, nunca imaginé que este anciano

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abrumaba por el pánico, me sorprendiera por detrás y que me

tomara de rehén, apuntándome con un revólver en el cráneo. Me paralicé por completo al sentir la punta de cañón en mi

cabeza; tan solo rogaba que no apretara el maldito gatillo o

volaría mi cerebro en mil pedazos. Estaba a su merced, pues él

controlaba todo mi cuerpo. Todo en mí se bloqueó y se nubló de

golpe. Pero segundos después comencé a recuperar la razón de a

poco al sentir su brazo sujetándome y presionando fuerte mi

cuello. Sus gritos incontrolables aturdían mis oídos; exigía a

todos que se alejaran o acabaría con mi vida sin pensarlo.

Ahora aquí, encerrado, pienso que hubiese sido una muerte rápida y sin dolor, si comparo esa situación con la que

estoy padeciendo aquí adentro aprisionado. Fui su última esperanza para escapar de la policía. El

pulso de su mano sosteniendo el arma era incontrolable; todo su cuerpo temblaba y su sudor era constante. Estaba muy

tensionado. Jamás hubiera imaginado que aquel hombre mayor

pudiera hacer algo de esa magnitud. –¡Levante las manos y todo saldrá bien! No queremos que

nadie salga herido –clamó la policía, mientras le apuntaban.

–¡No soy idiota, déjenme en paz o lo mato! – respondió el hombre enfadado, haciendo un movimiento amenazador y

brusco con su arma en mi cabeza–. ¡Soy inocente y ustedes lo

saben muy bien! –Baje el arma, por favor, señor. Lo hablaremos como

personas civilizadas. Todo saldrá bien. –¡A la mierda todos! Lo mataré si se atreven hacer un

movimiento estúpido –volvió a amenazar. La policía no podía hacer nada; yo era su prisionero y

ellos jamás podían poner en riesgo mi vida. Sentí escalofríos por

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todo el cuerpo, desde la punta de los pies hasta el último pelo de

mi cabeza; los nervios invadieron todos mis sentidos. El hombre asustado me arrastró con él mientras daba unos

pasos hacia atrás lentamente, sujetándome con su brazo en mi garganta. Dijo en mi oído mascullando los dientes muy despacio

y sereno: –Muévete o te mataré, ¿entiendes? Nunca dejó de apuntarme. Si me liberaba, su vida acabaría

en un segundo. Era su comodín, no me haría daño y él era muy

consciente de eso. Caminábamos con cautela hacia atrás, nos

detuvimos un momento en el medio de la calle, mientras que

calculaba todo minuciosamente. En el instante que un auto

intentaba escapar del campo amenazador, rápidamente el

anciano se interpuso ante él invadiendo el paso. No tuvo mejor

idea que obstruir el paso y apuntar con su arma al frente del

vehículo haciendo señas a la mujer que manejaba para que

descendiera inmediatamente, mientras que mi cuerpo era su

escudo frente a las probables balas de la policía. Una vez que logró que la conductora del moderno coche

rojo bajara corriendo atemorizada y asustada, los uniformados

avanzaron sigilosamente y con cuidado hacia nosotros, tratando de hacer el menor ruido posible para no llamar la atención. Pero

fue inútil: el viejo astuto impidió totalmente que se acercaran lo

suficiente para actuar. Sabía que no harían nada a cierta distancia y menos con un rehén en sus manos.

Cuando la mujer temblorosa por los nervios abandonó su

vehículo, el viejo le dio la espalda a la puerta y me empujó hacia

el asiento del acompañante, luego subió y se ubicó frente al

volante. El motor ya estaba encendido así que no tardó en huir a

máxima velocidad. Aunque no sería fácil escapar de la policía,

continúo conduciendo de ese modo por la carretera esquivando

todos los vehículos que tenía a su paso, pero su suerte no duró

mucho tiempo, pues las sirenas de las patrullas que lo

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perseguían se multiplicaban y comenzaron a sonar detrás

nuestro en segundos. –Mantente en el lugar y no te haré daño –dijo el viejo

mientras conducía exaltado–. Ahora presta mucha atención a lo

que te voy a decir. ¡No hay mucho tiempo, ¿entiendes?! Me quieren incriminar de un crimen que no cometí, jamás he

lastimado a alguien en mi vida. –¿Por qué lo quieren perjudicar entonces? –pregunté solo

para contestarle sin interés en lo que me respondiera e intentar escapar del coche en cuanto pudiese.

El viejo sacó un sobre blanco del bolsillo interior del saco que traía puesto:

–¡Por esto! –respondió mientras arrojaba el sobre entre

mis piernas, sin darme oportunidad de rechazarlo–. Ahora,

guárdalo en un lugar seguro, por favor. Lamento lo que estás

pasando por mi culpa y por la responsabilidad que te acabo de

entregar. Aunque tú no tengas nada que ver en todo este asunto

tengo esperanzas en que todo saldrá bien, te lo puedo garantizar.

Detuvo bruscamente el auto en medio de la calle dejando

oír el ruido de las ruedas quemar en el asfalto al frenar y agregó: – Nadie se cruza en tu vida por casualidad y tu no entras

en la vida de nadie sin ninguna razón. En minutos no estaré con vida. No se lo entregues a nadie, ocúltalo en un buen lugar,

donde ni siquiera tú lo recuerdes. Pronto vendrán a buscarlo, tú

solo sigue la corriente y, sobre todo, no pierdas la cordura. Segundos después abrió la puerta y bajó del auto. Extrajo

de su otro bolsillo un fajo de dólares y lo arrojó en su asiento,

me miró fijamente a los ojos y noté en su mirada que sabía que estaba viviendo sus últimos momentos.

Corrió por la vereda nervioso y tambaleando con el

revólver en su mano y se metió por un callejón oscuro y angosto

sin salida. Los policías ya estaban en el lugar, no tenía

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escapatoria, pero cuando lo iban a apresar, colocó el revólver en

su sien y se escuchó un sólido y fuerte disparo.

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CAPÍTULO III

Hoy, seis meses después de aquel extraño episodio, solo puedo decir que tengo en mi poder un simple y sencillo sobre

blanco, el que me entregó el sujeto misterioso segundos antes de

acabar con su vida. La única noticia que tuve hasta el momento fue la nota

publicada al día siguiente en el periódico The New York Times,

titulada: “Misterioso suicidio de Alfred Lordon minutos antes de ser capturado por la policía”.

Sin entender qué sucedía, completamente desorientado y

aturdido, declaré todo lo que había pasado. Por supuesto, oculté

lo que el sujeto me dijo y que me había entregado el sobre.

Sinceramente no podía saber si hacia lo correcto, pero senti algo

especial en aquel sujeto, no lo puedo explicar con palabras, solo

sentí que necesitaba algo de ayuda, quizás me trajo lejanos

recuerdos y una conexión particular con mi padre. Leí en su

mirada honestidad y sinceridad, similar a la franqueza que tiene

un inocente cuando declara ante un juez.

Antes de continuar, no puedo dejar de mencionar a María

Loren mientras estoy acorralado e incomunicado en este

horrendo lugar. Solo basta decir que horas después del suceso

narrado, ella, había aceptado ser mi esposa. Comprendí que hay

una sola forma de felicidad en la vida: amar y ser amado. El

amor nunca nos dejará solos.

Sin amor, la vida es muy estéril; sin amor, los árboles, los

pájaros, la sonrisa de hombres y mujeres, el puente que atraviesa

el río, los barqueros que navegan en él, los animales, no tienen

ningún sentido. Sin amor, la vida es como un pozo poco

profundo. En un río profundo hay riqueza y pueden vivir

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muchos peces; pero el pozo sin profundidad lo seca pronto el sol

intenso y nada queda en él, excepto lodo y suciedad.

La vida es un misterio extraordinario, no el misterio que

hay en los libros, no el misterio de que habla la gente, sino un

misterio que uno ha de descubrir por sí mismo; y por eso es tan

importante para ustedes comprender lo pequeño, lo limitado, lo

trivial, e ir más allá de todo eso. Aquel día, cuando todo se normalizó, regresé a mi

departamento y me senté en el sofá del living; estaba exhausto y

fatigado. Extraje del bolsillo trasero de mi pantalón el sobre

blanco que me había entregado el sujeto misterioso llamado Alfred Lordon. Lo abrí despacio por el borde y saqué una de las

dos hojas dobladas que había en su interior. En ella estaba

escrito:

A ti te hago entrega de esta llave. Guárdala como si fuera

más valiosa que un mapa para buscar algún tesoro. Ya sabes,

como todo tesoro, la gente irá tras él y tratará de obtenerlo sin importar el riesgo que causare.

Los dólares que te di son para que tomes un descanso fuera de la ciudad hasta que las cosas se tranquilicen. Pronto

vendrán pistas hacia ti y sabrás qué hacer.

Todavía no voy a revelarles la pista enigmática que estaba

escrito en la otra hoja. Como ya saben, esa es la razón por la cual me han encerrado y por la que aún no me han matado: para

que transcriba ese estúpido código.

Varios meses después, una noche calurosa de junio, a

finales del cuatrimestre en la Universidad de Derecho, me

encontraba preparando la materia Derecho Penal, pues rendía

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examen la mañana siguiente. Recuerdo haber leído toda la

noche. Bebí suficiente café para poder mantenerme despierto y

concentrado durante toda la madrugada, pero faltando pocas

horas me adormecí recostado en el sillón. Al despertar, ya no quise saber más nada referido a lo que

había estudiado. Solo me di un baño con agua tibia como todas

las mañanas, me vestí y salí del departamento más temprano de lo habitual para poder llegar antes al examen, ya que el profesor

y abogado Frederick Millstein siempre era muy puntual. Además, prefería tomar el metro en el horario en que viaja

menos cantidad de gente, ya que más tarde las personas se amontonan para llegar a tiempo a sus trabajos.

Admito que estaba un poco nervioso por el parcial, pe-ro

nada fuera de lo normal. Ese estado anímico previo a un examen

lo sobrellevan todos los estudiantes de Derecho, como también

los de las demás carreras. Siempre cuando hay un parcial,

tendemos a olvidar todo lo que hemos estudiado durante largas

horas. El miedo bloquea por completo muy a menudo nuestro

sistema cognitivo y eso nos juega en contra.

Cuando salí a paso lento por la calle en la mañana fresca y

húmeda, aún no se veían demasiadas personas transitar por la

vereda. Caminé dos cuadras hasta llegar a la estación del metro,

luego descendí apresuradamente por la escalera mecánica

cuando lo escuché detenerse; sin embargo, no llegué a tiempo.

Las puertas se cerraron dos metros delante de mí; estaba solo en

el largo andén. Tardaría cinco minutos como máximo hasta que

pasara el siguiente, así que tome los auriculares de mi bolso y

los coloqué en mis oídos para escuchar una linda melodía

clásica que me distrajera al menos hasta entrar en la universidad,

para luego dar un último repaso.

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Mientras esperaba parado con la vista hacia lo oscuro y

largo del túnel por donde vendría la impactante luz del frente de

la carrocería, noté que una mujer con vestido rojo y largo hasta

la altura de sus rodillas y con muy lindos rasgos físicos,

comenzó a bajar deprisa por la escalera. Su rostro denotaba

preocupación y susto. Algo extraño estaba sucediendo. Con sus

tacos altos se dirigió hacia mí. Miró a su alrededor exaltada y se

colocó detrás de una cabina verde oscura de modo que no

pudiese ser vista. Respiró profundamente. Yo la podía ver desde donde estaba parado, igual que ella

a mí. Me miró con sus ojos verdes fulminantes que resaltaban

aún más por su delicado y delineado rostro, para luego hacer

señal de silencio con su dedo índice tapando sus resaltados

labios. Segundos después, un hombre corpulento que vestía un

traje oscuro con las cejas enfurecidas, llego y miró hacia ambos

lados tratando de deducir por dónde se había escapado la mujer.

Me observó de forma provocativa y amenazante, esperando que

le diera al menos una señal del camino elegido por la dama para

huir; sin embargo, yo no le devolví la mirada. Era una situación bastante incómoda y desesperante, sentía

que estaba involucrado en ese asunto como si ya fuera parte de

él. El hombre caminó lentamente con su bruñido rostro hacia mí

mientras observaba todo a su alrededor, aproximándose también

al escondite de la mujer. Si volteaba hacia la derecha la

descubriría. Ella me miró asustada por detrás de él, con ambas

manos cruzadas y gesticulando con la boca pidiendo ayuda. El hombre logró ponerme nervioso. Miré disimuladamente

a lo largo de las vías para ver si llegaba el metro y por suerte

comenzó a verse la pequeña luz amarilla a lo lejos, que se

aproximaba cada vez más rápido. La situación no daba para más.

Por suerte ya había otros usuarios más. De todos modos, el tipo seguía ahí parado cerca de mí, esperando una mínima

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reacción de mi parte. Debía mantenerlo ocupado unos cuantos

segundos más, por lo menos, hasta que arribase el metro. Cuando la formación abrió sus puertas todas las personas

entraron. La mujer aprovechó la oportunidad y corrió deprisa

por detrás del sujeto tratando de pasar desapercibida.

Lamentablemente, aunque haya logrado entrar al vagón, no le

serviría de nada ya que, debido al llamativo vestido rojo que

llevaba puesto, sería muy difícil que no la descubriera.

Desafortunadamente, el hombre la había visto ingresar en el

metro. No debería haber hecho lo que hice, así no me hubiese

metido en problemas ajenos, pero me era difícil no ayudar en lo

que pudiese, al menos tratando de detener al sujeto un instante

para que ella pudiese escapar. Por lo tanto, lo primero que se me

vino a la mente fue distraer al hombre, así que lo tomé por el

hombro y clamé: –¡Cálmese, señor! Será mejor que no se meta en

problemas. Hay policías merodeando en la zona.

–No molestes, cretino –respondió enojado e irritado. Miró de reojo mi mano cuando toqué su traje, y con su

brazo derecho me dio un empujón tan fuerte que caí sentado en

el suelo e ingreso al metro buscando a la dama rápidamente.

Mientras la dama observo el episodio, corrió logrando salir del

vagón. Por la ventana lo vi gesticular acaloradamente mientras

me maldecía al ver que la mujer quedo fuera metro. Luego

observé a la mujer del vestido rojo caminando con sus tacos

negros brillosos hacia mí. Ella levantó mi libro que se había caído del bolso que

colgaba de mi hombro y dijo, mirándome a los ojos: –Gracias…

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Me levanté del suelo y sacudí la tierra de mis pantalones.

Pensé que solo le daría un saludo de despedida y todo terminaría

allí. Sin embargo, tomó fuerte mi mano y agregó: –¡Hay que salir de aquí, ahora mismo! Tienes que

ayudarme... Ya te han visto. ¡Regresarán por ti! Antes de que

llegue el próximo metro te perseguirán hasta que les hayas dicho por qué razón me has ayudado.

Frente a nosotros un hombre comunico lo sucedido

mediante un micrófono colocado en su traje y se dirigió hacia

nosotros. Así que huí del lugar con ella; fuimos hacia la salida y

subimos por la escalera mecánica apresuradamente antes de que

llegara algún otro bravucón. De todas maneras, ya era tarde, otro

hombre alto de traje negro estaba del otro lado de la calle,

apoyado en un vehículo de color oscuro mientras fumaba un

cigarrillo. Reaccionó en el instante en que nos vio salir de la

boca del metro, arrojó el cigarrillo por los aires y corrió

rabiosamente hacia nosotros, saltando los autos que se le

cruzaban en el camino. Me había involucrado en una situación

que desconocía totalmente. Ya estaba atrapado en este asunto,

no podía separarme de esta mujer como si nada, vendrían hacia

mí de todas formas y me torturarían para que les dijera todo lo

que sabía sobre ella o lo que fuese, y ese era precisamente el

problema: yo no sabía absolutamente nada y ellos no me

creerían eso. La única idea que se me ocurrió fue correr una cuadra

junto con ella y perder a ese sujeto al entrar a mi edificio y

ocultarnos en mi departamento, si teníamos la suerte de que no

nos viera ingresar. Así que con firmeza le dije a la mujer que me

siguiera y escapamos como presas cuando huyen de su predador. Cruzamos por entre los autos que ocasionaban el intenso

tráfico de la mañana. Ya casi doblábamos la esquina y a menos

de diez metros estaba la entrada del edificio. Sabía que el

portero siempre dejaba abierta las puertas a esa hora.

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A dos pasos de llegar y de entrar, volteé hacia atrás y miré

con atención si el sujeto nos seguía persiguiendo, pero no lo vi.

Subimos por la escalera sin descansar hasta mi departamento en

el quinto piso. Ingresamos rápidamente para sentirnos a salvo. Cerré y trabé la puerta.

Esperaba que la dama al menos me diera una simple

explicación de todo lo sucedido, pero dejó caer su cuerpo en el

sofá y se tomó la cabeza con ambas manos como si estuviera

aturdida y padeciera de fuerte dolores. Se tiró el pelo colorado

hacia atrás y respiró profundamente con los ojos cerrados, luego

fue expulsando el aire lentamente. Fui en busca de un vaso de

agua a la cocina, tomé una silla y me senté junto a ella. Le

entregué el vaso y una pastilla para el dolor de cabeza: –Toma, esto te hará sentir mejor. –Gracias. Segundos después dijo bruscamente: –¡Debo vomitar! Se levantó deprisa y corrió al baño que se podía ver desde

el sofá porque tenía la puerta corrediza abierta, entro y la cerró. Yo estaba anonadado, miré el reloj que colgaba de la

pared y las agujas me indicaban que ya había pasado casi media

hora. Mi tiempo era muy escaso, pronto tenía que rendir el

examen y ese era el lapso de tiempo justo que me demandaría

llegar a la universidad: media hora. Debía salir en ese momento

o perdería el examen, pero la mujer aún no salía del baño. No

quería dejarla en el departamento, pero echarla no era lo

apropiado. Pensé un segundo en las cosas de valor que tenía y en

verdad no había ni dinero ni joyas; pensé en llamar al portero o a

la señora Adler para que viniesen al menos un rato hasta que se

sintiera mejor la dama y luego se marchara. Golpeé la puerta del baño y pregunté: –¿Te encuentras bien?

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–Sí, solo dame unos minutos, ya salgo. No podía seguir esperando. Seguro tardaría más de un

minuto. –Debo salir ahora mismo, enseguida regreso. Dejaré la

puerta abierta, ¿sabes? En instantes llegara la señora Adler que vive aquí al lado, no te preocupes.

-Está bien. En cuanto me sienta mejor, me iré… Gracias por lo que estás haciendo por mí. Olvidé decírtelo.

–No te preocupes, ya te repondrás… Avise a la Señora Adler para que observara que todo se

encuentre bien y luego cerrara la puerta del departamento. Salí

inmediatamente con mucha precaución por si veía a alguno de

los bravucones cerca. Crucé las calles con cuidado y con disimulo hasta llegar a la estación del metro. Cuando bajé las

escalinatas, por suerte esta vez el carro ya estaba ahí.

Llegué quince minutos tarde a la universidad; no tuve

tiempo para repasar un poco. Mis pensamientos en ese momento

vagaban por todas partes, desde lo que estaría haciendo aquella mujer en mi departamento hasta las preguntas que me tomarían

en el examen. Cuando ingresé en el aula, el parcial ya había comenzado.

Todos estaban muy concentrados escribiendo en sus hojas.

Algunos ni siquiera notaron mi llegada. Cuando uno se enfoca

en algo importante es difícil distraerse con cosas pequeñas y

estúpidas. Intenté explicarle al profesor Frederick Millstein el

motivo de mi retraso, pero me interrumpió diciendo: –Buen día, Collins. Me entregó la hoja del examen y agregó: –Ubícate donde puedas. Tenía una buena relación con el profesor. Además, él

también conocía a María Loren, pues había sido su profesor el

cuatrimestre anterior cuando comenzó a trabajar en la

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Universidad. Aunque su actitud era un poco inestable, se adaptó

muy bien a su tarea.

Apenas escribí la última palabra en la hoja del examen, me

paré y dejé el parcial sobre el escritorio del profesor Millstein. –¿Seguro que no quieres revisar el examen, Collins? Aún

tienes unos cuantos minutos para controlar todo… –Así está bien, profesor. Ya lo he revisado. Tengo otras

cosas que resolver ahora, gracias. –¿Está todo bien, Bruce? –Sí, profesor. Son solo unas cosas que dejé sin terminar

antes de venir. –Entiendo. Te deseo suerte, Bruce. La semana próxima

daré las notas de los exámenes. –Perfecto. Hasta pronto, profesor. Siempre noté algo extraño en el profesor Millstein. Tenía

una forma de expresarse muy hábil y serena, pero a la vez

permanentemente estaba tenso y nervioso cuando me dirigía la palabra.

Regresé a mi departamento para saber qué había sucedido

con la dama de vestido rojo que apareció en mi camino de la

nada. Supuse que al llegar ella, ya se habría marchado y que al

menos habría dejado una nota sobre la mesada o, a lo sumo, la

encontraría recostada en el sofá. Sin embargo, cuando arribé al

edificio había algo que no estaba bien. Había una ambulancia

estacionada en la entrada. Se me erizó la piel con solo pensar

que estaba allí por algo relacionado con lo sucedido esa mañana.

Me acerqué enseguida para saber qué ocurría y vi que sacaban

una camilla del edificio. Me arrimé para ver de quién se

trataba… ¡Era la señora Adler! Llevaba colocado un cuello

ortopédico y estaba inconsciente.

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Me quedé en silencio por un momento, tratando de

entender qué había pasado, pero era imposible. Lo primero que

hice fue preguntarle al encargado de la portería del edificio: –Esteban, ¿qué sucedió? –Al parecer, la señora Adler tropezó al salir de su

departamento. Por suerte, agradecemos a Dios que no se haya

caído por la escalera. Hubiese sido fatal para una mujer de esa

edad. Yo no estaba muy seguro de esa versión. Quizás era lo que

él y las demás personas pensaban, pero allí había pasado otra

cosa, de eso estaba seguro y lo iba a averiguar. Me acerqué al personal encargado de llevar la camilla en

la que trasladaban a la señora Adler y les dije: –Soy su vecino. Necesito saber si estará bien la señora

Adler. ¿Se fracturó alguna parte del cuerpo? Quería saber el estado en el que se encontraba. Estaba

muy eufórico e impulsivo por dentro y totalmente desconcertado ante esa situación.

–Aún no podemos saber qué es lo que tiene exactamente,

señor. La caída no le ha producido demasiados daños. Fue un

pequeño golpe en la cabeza con la puerta al desplomarse su

cuerpo hacia atrás lo que la dejó inconsciente. No parece

presentar signos de fractura por el momento, pero cualquier

novedad le avisaremos. Con permiso –dijo al abrir paso para

subir la camilla a la ambulancia para trasladarla al hospital. Es una señora mayor. Cualquier caída podía provocarle

una fractura fácilmente. Al menos, me tranquilizó bastante saber

que no le había pasado nada grave. Quise acompañarla, pero no

me dejaron subir por el reducido espacio del vehículo. Decidí ir al hospital por mi cuenta, pero primero debía subir a mi

departamento y ver cómo se encontraba todo. Habían pasado

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dos horas aproximadamente desde que me había marchado de

allí, por lo que no esperaba encontrar muchos cambios. Cuando

subí por la escalera y llegué, la puerta estaba cerrada sin llave,

tal cual la había dejado. Cuando apenas la abrí, observé el estado en el que estaban todas las cosas. Quedé totalmente sosegado,

impotente y abatido al ver que todo el maldito departamento se

encontraba completamente revuelto. Hasta el último cajón

estaba tumbado en el suelo, lo mismo que la ropa, mis libros, la cama, los muebles. ¡Era un completo desastre!

Cerré la puerta desganado, caminé deprimido y des-

animado por encima de las cosas que estaban en el piso hasta

llegar al sofá que estaba volteado. Lo levanté y luego dejé caer

mi cuerpo sin contención, y allí me quedé mirando el techo

atontado y confundido, hasta quedarme plenamente dormido.

Cuando me desperté estaba desorientado. Ya era de tarde.

Por un momento observé detalladamente todo el desorden que

había a mi alrededor. Me detuve un instante cuando vi el estuche

del reloj que me había regalado María Loren para mi

cumpleaños. Lo tomé con las manos y cuando lo abrí, el reloj

aún seguía allí. Era lujoso y caro realmente. Luego eché otro

vistazo a las cosas que pudiesen tener valor y todas estaban ahí;

no faltaba absolutamente nada. Enseguida comencé a dudar

sobre lo que estaba sucediendo pues, era evidente que no se

trataba de un simple robo. Caminé unos pequeños pasos más por la sala de estar

observando el desastre que inundaba el piso, hasta que escuché el sonido de mis pies estrujar un portarretratos negro tirado invertido sobre el suelo. Cuando me agaché y lo levanté, lo di vuelta y allí estábamos con María Loren, con el paisaje de la Estatua de la Libertad detrás nuestro. A pesar de recordar a María Loren permanentemente, lo más importante es que había

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un mensaje escrito con lápiz labial rojo sobre la foto, que decía:

“Huye de aquí cuanto antes con tu hermosa María Loren”. Entonces, después de reflexionar, rápidamente rememoré

aquel episodio que había olvidado hasta ese día, cuando el sujeto misterioso llamado Alfred Lordon me tomó de rehén y dejó en

mi poder el sobre que contenía el secreto que muchas personas

estaban buscando. Recuerdo que me deshice del sobre y de la carta al día

siguiente, pero escribí el código en un lugar muy seguro con un

lápiz. Busqué un libro específico entre todos los que estaban

esparcidos en el suelo, uno de Conan Doyle. Lo abrí en la

página veintisiete, que era la fecha en que el código había

llegado a mis manos. Allí estaba como lo había dejado, aún

escrito sobre esa página. Jamás lo encontrarían ahí, aunque lo

buscaran largos días. Lo primero que hice ante esta situación tan problemática

fue darme una ducha con agua tibia para tratar de relajarme y

lograr pensar con claridad lo que debía hacer. Era viernes. No

asistí al trabajo por licencia de estudio. Por cierto, olvidé

mencionar que trabajo durante las mañanas en el área

administrativa de una empresa, completando y cargando

formularios todos los días. Necesito un sustento para afrontar

mis gastos. Pensé una y otra vez mientras escuchaba el sonido de las

gotas de agua impactar en mi cuerpo dentro de la bañera. Aunque fuera muy duro, reflexioné sobre lo que sería mejor para

María Loren y para mí en ese momento. Decidí alejarla de todo ese embrollo inmediatamente ante el peligro que se podría

avecinar. El mensaje escrito en una foto en la que estaba con ella me

hizo pensar que, tarde o temprano, irían tras ella también, y eso

era lo último que quería que sucediera. Ni siquiera podía acudir

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a la policía ya que no tenía pruebas, pues tampoco se habían

llevado algo de valor, por lo que sería inútil pedir su ayuda. Ya era hora de marcharme de allí, aunque el temor invadía

mis pensamientos esa noche calurosa de junio. Debía salir del edificio para no abrumarme y alterarme más de lo que estaba.

Desconocía el peligro que se aproximaba lentamente; ni siquiera

tenía alguna simple y mínima certeza de cómo continuar. Llamé por teléfono a María Loren y le dije que fuera

inmediatamente al bar ubicado en una esquina frente a la plaza,

a pocas cuadras de mi departamento. Aduje un motivo urgente.

Tomé todo el dinero que tenía escondido en uno de los lugares

más seguros de la casa: una de las dos pequeñas masetas que

estaban en el balcón. Volqué la tierra hasta que cayó el fajo de

dinero que había escondido en el fondo. Era el que me había

entregado junto con el sobre Alfred Lordon. Recordé que me

dijo que lo usara para una ocasión especial, y esa lo era. Por un momento dudé en quedarme encerrado en mi

hogar, esperando a que se calmaran las aguas, pero de nada

serviría. Solo sería un cobarde enjaulado aguardando que

sucediera un milagro. Corrí las cortinas suavemente y espié por

la ventana para ver si alguien me estaba vigilando desde algún

lugar recóndito. Pronto me harté. Vi mi rostro reflejado en el

vidrio de la ventana y me pregunté: “¿Por qué no me permito

hacer las cosas que hago habitualmente? ¿Por culpa de unos

sujetos que ni siquiera conozco?”. Evadir un problema sólo sirve para intensificarlo, y en este

proceso la autocomprensión y la libertad se abandonan.

Decidido, me vestí con un pantalón de jean negro, una

remera blanca que encontré tirada en el suelo entre el montón de

ropa, tomé las llaves y la billetera, y salí de mi departamento.

Pensé que lo mejor sería dejar que suceda lo que tuviera que

suceder. Era extraño no tener miedo, preocupación o

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desconfianza al salir a la calle, después de que me habían

revisado todo el departamento en busca de algo en particular y

que aún no habían podido encontrar. Con seguridad volverían a

intentar contactarse conmigo hasta obtener lo que tanto

deseaban. Me intrigaba saber cuán importante era y hasta dónde

serían capaces de llegar, pues desde el inicio de mi intervención

en esta historia ya había muerto una persona. Mientras bajaba por el ascensor pensaba mil cosas a la

vez. Me sentía tan perseguido que me topé con un hombre que

vivía en un departamento del piso de arriba del mío y con el que

jamás nos saludábamos. Ciertamente nunca tuve importancia, ni

interés en hacer amistad con los demás vecinos, quizás no sea

por mi personalidad, sino más bien porque últimamente estoy

poco tiempo en el edificio. Casi siempre llego por la noche para

descansar y durante el día estoy ocupado haciendo mis deberes

rutinarios. Sin embargo, al ver a mi vecino parado en el ascensor

a mi lado, sentí que tal vez podría llegar a estar involucrado en

este rompecabezas. Sospechaba de todo el mundo, no podía

confiar en nadie. Quizás era un pensamiento paranoico, pero

debía ser lo más prudente posible a partir de ese momento.

Al salir observé por segunda vez la presencia de un

hombre alto, de sombrero oscuro, que fumaba un cigarrillo junto al poste de la esquina. No era posible ver su rostro. Pensaba entregarle todo el dinero a María Loren y pedirle que se tomara unas pequeñas vacaciones lejos, hasta que todo este asunto terminara de una vez.

Sabía que no sería nada fácil proponerle algo así. Ella es

muy inteligente y confía en mí. Lo importante, especialmente es

comprender antes que cultivar la memoria, porque la

comprensión libera la mente, despierta la facultad crítica del

análisis. Les capacita para ver la significación del hecho, no sólo

para racionalizarlo. Seguramente entendería la gravedad del

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asunto. Además, ya casi era fin de semana y no tendría que

ausentarse del trabajo por mucho tiempo. Tenía que hacerlo por

el inmenso amor que tengo por ella. Lo último que quiero en mi

vida es que se vea involucrada y salga lastimada; no me lo

perdonaría jamás, esa es la verdad.

Sólo veo el resto de mis días como un gran vacío que se

extiende ante mí. Mi cerebro no se detenía ni por un segundo.

Estaba tan sensible que mis oídos captaban todos los sonidos

que se producían alrededor mío: los motores de los autos que

pasaban por la calle, los tacos de mujer al impactar contra el

suelo una y otra vez, las palabras que decían las personas que

pasaban caminando, la sirena de la ambulancia a unas cuadras

de allí; todo llamaba mi atención. También por momentos

regresaba a mi mente la imagen del mensaje escrito con lápiz

labial rojo en el portarretratos: “Huye de aquí cuanto antes con

tu hermosa María Loren”. “¡Por mil demonios! Espero que no

suceda nada terrible”, pensé exaltado. Apresuré el paso hasta

llegar al bar. Ya no aguantaba un segundo más estar sin María.

Al acercarme la vi: estaba parada esperándome en la entrada del

bar. Estrechamos nuestros cuerpos en un fuerte abrazo,

palpamos nuestros labios por un instante y con una mirada, un

suspiro y con el silencio fue suficientes para explicar el amor

que nos envolvía a los dos. Noté en su rostro esa mirada inquieta

llena de incertidumbre. Me preguntó con su tono de voz

preocupada y angustiada:

–¿Qué está sucediendo, Bruce? –Entremos un minuto. No estemos parados aquí afuera,

puede ser peligroso. Hay poco tiempo... Nos sentamos en una mesa y le expliqué exactamente todo

lo que había ocurrido, sin ocultarle nada, pues es la persona en

la que más confío en este mundo. Saqué de mi bolsillo un sobre

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de papel madera que contenía una buena suma de dinero para

que se marchara de allí unos días. –Sal de la ciudad esta misma noche, usa este dinero.

Todo estará bien, amor, te lo prometo. –No voy a dejarte, Bruce ¡Me quedaré contigo! Juntos

saldremos de esta situación. Déjame pensar… podemos recurrir

a la policía, ellos nos ayudarán. –¿¡No entiendes!? Ellos harán cualquier tipo de maldad

para obtener lo que quieren. Vendrán por ti si es necesario, no te

pondré en riesgo nunca. El destino une y separa. Sin embargo,

ninguna fuerza es lo suficientemente grande como para hacernos

olvidar que, por alguna razón, una vez algo nos unió, nos hizo

felices y seguirá así, lo prometo. Por favor, confía en mí. Debo

ir al hospital para saber el estado en el que se encuentra la

señora Adler. Pronto vendrán por mí nuevamente, de eso estoy

seguro, y para entonces tú ya te habrás marchado de aquí.

Llorar es limpiar. Hay una razón para las lágrimas, la

felicidad o la tristeza. Apenas puedo resistir el impulso de

desahogo ante María, pero

–¿Por qué haces esto, Bruce? Déjame quedarme contigo.

Nos ayudaremos mutuamente, como siempre lo hemos hecho. por favor... –dijo al apoyarse en mi pecho volcando lagrimas incesantes.

–Ya lo he decidido. Me paré firmemente decisivo, pese a que mi ánimo estaba

destrozado y luego la ayudé a levantar a María mientras

limpiaba con una servilleta las lágrimas que corrían por su

hermoso rostro. Salimos sin decirnos una palabra y detuve el

primer taxi que vi. Abrí la puerta para que subiera al auto. Al

despedirnos, María Loren dijo:

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–Te amo, Bruce. Eres todo para mí. ¿Lo sabes? Quiero

que te cuides mucho… – Eres la única persona que me transmite confianza paz y

serenidad. Por eso, cada vez que me invade la duda, te pienso y sé que todo irá bien. Te amo María. Anhelo toda una vida junto

a ti. No soportaría perderte. Nos miramos con la esperanza de que pronto nos

volviéramos a ver y podríamos abrazarnos para volver a sentir

que el tiempo no existe cuando estamos juntos. Por unos instantes, mi mirada quedó fija en el vidrio

trasero del taxi, mientras veía partir a María Loren. Reflexioné

de nuevo sobre la decisión que había tomado y aún pienso que

fue la mejor. Tenía un nudo en la garganta al dejarla ir; intenté

respirar profundo y seguir adelante con lo que había planeado. Tomé otro taxi que había estacionado justo allí, del cual

bajaron dos pasajeros. Me subí antes de que pudieran cerrar la

puerta y le indiqué al chofer que me llevara hasta el hospital

donde se encontraba la señora Adler.

–Por supuesto –respondió muy cortante el chofer. Iría a ver en qué estado se encontraba la señora Adler. Al

llegar, pregunté en qué cuarto estaba, pero como era de noche

me informaron que ya no era horario de visitas. Sin embargo,

como era la única persona que había ido a visitarla en todo el

día, hicieron una excepción y me permitieron pasar. Pensé que

quizás la señora Adler podría estar durmiendo. Ingresé despacio

para no hacer ruido y me acerqué a ella. Cuando miré su rostro

abatido, abrió suavemente los ojos. Sentí tristeza en mi corazón

cuando observé los tubos a su alrededor y las agujas clavadas en

sus venas. Es una persona muy grande, ni siquiera estaba

alguien de su familia para contenerla. Era una situación muy

triste.

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Su brazo se movió despacio y alcanzó a tomar mi mano

con la poca fuerza que tenía y dijo, sin levantar la voz: –Qué alegría verte, Bruce. Lo lamento mucho, no los pude

detener… Fue lo primero que dijo. Quedé paralizado. Confirmé

enseguida lo que había sucedido. Sentí mucha ira por dentro.

Ella no tropezó, esos desgraciados fueron los que provocaron

que la señora Adler se encontrara aquí, por culpa mía. Estaba

muy enfurecido, traté de controlar mis impulsos mientras estaba

junto a ella. –No se preocupe, todo está bien, señora Adler. Quiero que

usted se mejore lo antes posible y me prepare un rico plato de

comida como acostumbra a hacer siempre –dije con una

pequeña sonrisa en mi rostro. –Prometo que cuando salga de aquí te prepararé un plato

especialmente para ti. –¿Cómo se siente ahora? –pregunté. –Me siento como cualquier persona de setenta años, solo

que aún mejor –respondió sonriente. –¿Qué fue lo que sucedió? –quería estar seguro de lo que

había pasado. –Al salir de mi casa había dos sujetos de traje entrando a

tu departamento. Intenté detenerlos, pero de un simple empujón

mis piernas no resistieron y caí al suelo. –Es usted muy valiente, señora Adler. Ingresó la enfermera y me preguntó: –Disculpe, ¿es usted el señor Bruce Collins? –Así es. –Dejaron esta carta para usted.

–Enseguida regreso –le dije a la señora Adler.

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Me acerqué a la enfermera; salimos al pasillo y en un tono

suave, para que la señora Adler no escuchara y no causarle más problemas, le pregunté:

–¿Quién la dejó? –Un hombre vestido con un traje, hace una hora

aproximadamente. La dejó en la recepción y se marchó

enseguida. Dijo que vendría una persona a visitar a este

paciente, y pidió por favor que le entregaran este sobre sellado. –Gracias por su gentileza –respondí a la enfermera para

dejarla continuar con su trabajo y poder abrir el sobre en

privado. Tomé asiento en el corredor y, con cuidado y ansiedad, lo

fui abriendo por el borde, hasta extraer la hoja que contenía. En

ella estaba escrito:

“SI DESEAS QUE LA SEÑORA ADLER CONTINÚE

CON VIDA, LLEVA EL CÓDIGO MAÑANA, TÚ SOLO, AL

HOTEL “THE ROOSEVELT” A LAS 11:00 HORAS,

HABITACION NÚMERO 513”.

CAPÍTULO IV

¿Puedes tú distinguir entre la lluvia que cae y la soledad?

Podría escribir aquí mil páginas de silencio y no serían

suficientes para mostrar la soledad que se siente estar

secuestrado y que las probabilidades de salir con vida sean

mínimas.

A lo largo de la vida, desde niños, desde el colegio hasta

que morimos, nos educan comparándonos con otros; sin

embargo, cuando me comparo con otro me destruyo a mí

mismo. En una escuela, en una escuela pública donde hay

muchos niños, si comparamos un niño con otro más inteligente,

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con el estudioso de la clase, ¿Qué sucede realmente? Están

destruyendo al niño; y eso es lo que hacemos durante toda la

vida. Ahora bien, ¿Es posible vivir sin comparar, sin compararse

con nadie? Eso significa que no hay alto ni bajo, que no existe

uno superior y otro inferior. Uno es lo que es y para comprender

"lo que es" debe terminar ese proceso de comparación. Si me

comparo continuamente con algún santo, maestro, hombre de

negocios, escritor, poeta, etc. , ¿Qué me sucede, qué es lo que

hago? Me comparo con el único objetivo de ganar, lograr, llegar

a ser, pero cuando no comparo, empiezo a comprender lo que

soy. Empezar a comprender lo que uno es, es más fascinante,

más interesante y va más allá que cualquier estúpida

comparación.

La luz de la mañana comenzó a filtrarse por la pequeña y

única ventana de esta sucia habitación, anunciando la llegada de

un nuevo día. Solo la luna es testigo de mis noches más frías.

Había pasado otra noche… Otra noche en la que me mantuve en

vela con las mismas preguntas atormentándome una y otra vez

sin cesar: “¿Cuántos días habían pasado ya? ¿Cuatro? ¿Cinco?”.

El insomnio es un alimentador bruto. Será nutrirse de cualquier

tipo de pensamiento, incluso pensando en no pensar. Las

imágenes que guardaba en mi memoria eran borrosas; todos mis

recuerdos se mezclaban y desordenaban mi mente. A veces no te

darás cuenta del valor de un recuerdo hasta que se convierta en

memoria, incluso pienso que los recuerdos bonitos son mejores

que los diamantes y nadie te los puede robar.

Durante toda la noche pensé en lo primero que debía hacer

con la nota que habían dejado para mí en el hospital. Querían

que fuera a un cuarto de un hotel que ni siquiera conocía,

además de no tener ni la más remota idea de con quién diablos

estaba tratando. ¿Cómo podía saber si no me aniquilarían una

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vez que les entregara lo que buscaban? Después de todo, yo

había leído el código y podía contárselo a quien quisiese. De

todas maneras, me encontrarían tarde o temprano si no cumpliría

pensé. No olvidaba que la vida de la señora Adler estaba en

peligro por mi culpa; no podía correr ningún riesgo. Debía

planear todo a la perfección.

Tenía un nudo en el estómago; los nervios y el dolor de

cabeza me producían un efecto de intranquilidad y

desesperación. Debía tomar una decisión, y pronto, pues se

acercaba la hora en la que había sido citado. Pensé en llamar a la

policía, pero recordé que ellos también estaban involucrados,

aunque sabía que no todos. De todas mane- ras, no me podría

arriesgar. Si se enteraban, sería aún peor de lo que ya era. Pensé

en pedirle a un amigo para que me acompañara, pero descarté

esa idea, ya que sería mi cómplice y partícipe de esta horrible y

cruda realidad exponiéndolo al peligro. Las alternativas eran

pocas, al igual que el tiempo que tenía para determinar qué iba a

hacer o qué era lo que “debía” hacer. Por suerte, María Loren ya

estaba muy lejos de allí. Había podido apartarla de todo este

asunto; saber eso era lo único que me hacía sentir más tranquilo

y seguro para pensar con serenidad. De tu mentalidad depende

que el dolor sea tu aliado o tu adversario.

Sin más remedio iría hasta el hotel y entregaría el sobre de

una vez. Solo que antes de dejárselo en sus manos, primero

debería resguardar mi vida y trataría de convencerlos para que

no vuelvan a contactarse nunca más conmigo. Para eso tenía que

idear un plan claro y eficiente. Decidí no llevar nada escrito por

temor a que, una vez entregado, me mataran.

Leí una y otra vez el código, hasta memorizarlo, de ese

modo no me eliminarían hasta que se los dijera. Esa era mi única

salida y mi vía de escape. Me senté con mucha incertidumbre en

el sillón, tomé mi cabeza con ambas manos mientras pensaba

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cómo actuar y reaccionar con estos tipos. No sería nada fácil

tratar con ellos; lo único que esperaba era no tener que volver a

lidiar jamás.

“Ya es hora de enfrentarlos, que la suerte me acompañe.

Será lo que tenga que ser”. Es un error mirar demasiado lejos.

Sólo un eslabón de la cadena del destino puede ser manejado a

la vez, pensé. Muy decidido, me levanté con firmeza y, tomé

varios vasos de agua para controlar y calmar los nervios. Repasé

por última vez el código hasta tenerlo bien memorizado. Luego

arranqué la hoja para eliminarla y que el secreto quedara

grabado solo en mi memoria. Arrojé el libro entre el montón de

todos los objetos que habían quedado esparcidos en el suelo y

me marché del lugar.

La mañana estaba cubierta de nubes grises que tapaban

toda la ciudad. El hotel quedaba a unas tres millas

aproximadamente. Era probable que al salir del edificio

estuvieran vigilándome, pues ellos querrían saber qué haría.

Debían controlarme para ver si cumplía con todo lo que ellos

pedían.

Caminé disimuladamente hasta llegar a la esquina, sin

detenerme a mirar si alguien me estaba siguiendo. Allí me

detuve un instante para observar todo a mi alrededor y tratar de

tomar desprevenido a aquel que me estuviera espiando. Sin

embargo, había demasiadas personas en todas partes, por lo que

era muy difícil advertir quién me estaba siguiendo, por eso

decidí tomar el primer taxi que pasaba por delante de mí.

Faltaban cuarenta minutos para las once de la mañana, solo

quería distraerlos. Subí al taxi y le indiqué al chofer:

–Conduzca veinte minutos por donde quiera, luego dé-

jeme en el Hotel The Roosevelt, por favor.

–Como tú digas… –respondió sin importarle por qué le

dije eso–. El tiempo mejorará, el sol saldrá en unas horas –

agregó.

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Seguidamente, comenzó a silbar al ritmo de la música que

sonaba en su autoestéreo...

–Me alegro de oír eso, señor –respondí, para no ser

grosero.

–Este es mi último viaje, ¿sabes? –dijo el taxista, mientras

notaba el cansancio de sus ojos por el espejo retrovisor–. Quizás

das vueltas por un rato en la avenida y no encuentras nada, luego

vas de regreso a tu hogar cuando finaliza el día y un sujeto estira

su mano para detener el auto y te pide que lo lleves…

–Podrá suceder seguido, señor, pero seguro el que busca

incansablemente obtiene el mejor resultado, tarde o temprano,

alguien aparecerá.

–Espero que nadie aparezca cuando pase a buscar a mi

mujer más temprano que lo habitual –dijo el taxista y se echó a

reír...

Dos cuadras antes de llegar al hotel, le indiqué:

–Deténgase justo aquí, señor. Por favor, dígame,

¿Cuánto es?

–¿Estás seguro? Aún faltan dos cuadras para llegar al hotel

–respondió el chofer.

–No se preocupe, estoy bien de tiempo. Gracias.

Pagué lo que marcaba el reloj del taxi y le dejé que

conservara el cambio. Bajé del auto mirando a mi alrededor y

comprobé que nadie me estaba persiguiendo o espiando.

Empecé a caminar con las manos en los bolsillos de una manera

natural para pasar totalmente desapercibido, hasta llegar a la

entrada gigante y luminosa del hotel. Allí entraban y salían

personas constantemente con sus maletas y trajes. Cuando

estaba a punto de subir el único escalón para ingresar por la

puerta principal, pasaron mil cosas por mi cabeza, infinidad de

pensamientos me arrastraban a huir corriendo del lugar y esperar

otra buena y mejor oportunidad. Sin embargo, recordé lo que

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una vez dijo mi abuelo, días antes de que se marchara de esta

vida: “No debes esconderte de tu destino. Eso sí, siempre piensa

bien lo que harás en todo momento y nunca olvides preguntarte:

si el miedo no existiera en tu vida, ¿qué harías?”

Debía ignorar el pánico que padecía en mi interior; no

tenía más opciones, pues de todas maneras, tarde o temprano,

tendría que enfrentarlos. Decidí seguir adelante con mi plan. Sin

pensarlo más, entré al hotel y observé a todos… Bueno, a la

mayoría de las personas que estaban en la sala principal. Para mí

todos eran sospechosos, desde el administrador, el conserje, los

turistas, las personas que solo estaban por negocios, hasta el

personal de limpieza... No podía confiar en nadie.

Muy nervioso miré el reloj que colgaba de la pared de la

sala de espera y aún faltaban unos cuantos minutos para las once

en punto de la mañana. Decidí que lo mejor sería ir subiendo por

las escaleras cuidadosamente y no utilizar el ascensor.

Al llegar al segundo piso me crucé con toda clase de

personas: algunas que reían asquerosamente con sus ele- gantes

trajes, otras que bajaban con el ceño fruncido, otras con la vista

hacia delante sin advertir que yo pasaba a su lado. Cada vez que

terminaba de subir cada tramo de la escalera, volteaba para ver

si había alguien siguiéndome. En el quinto piso me sorprendió

un carrito que pasaba a gran velocidad repleto de platos sucios y

restos de comida. La empleada que lo transportaba me ignoró

totalmente, como si yo no estuviese allí; luego continuó su

recorrido por la alfombra roja hasta llegar al final del pasillo con

sus dos manos sobre el carro. Allí empujó con él, en el centro de

las dos puertas y entró.

Mi corazón comenzó a latir cada vez más y más fuer- te;

podía sentir el sudor de mis manos y el de mi frente dejando

pegajosa mi piel. No podía quedarme parado y quieto por mucho

tiempo en el pasillo pues sería una actitud muy sospechosa, pero

pensándolo bien, ellos ya sabrían que yo estaba ahí, estaba todo

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perfectamente calculado y bien planeado. Me armé de coraje y

de valor para caminar hacia la puerta número quinientos trece

sin dudar ni un segundo más. Mis pasos eran tan lentos que pude

advertir por un instante toda la sensibilidad que había en mi

cuerpo. Continué de todas maneras sin darle importancia hasta

detenerme frente a la puerta. Miré el número, me froté ambas

manos para darme una sensación de estar bien preparado para lo

que iba a venir y, en el preciso momento en que iba a golpear la

puerta, escuché el sonido del ascensor que se detuvo a pocos

metros de donde yo estaba. La luz roja que indica la apertura de

las puertas se encendió, miré si alguien bajaba en ese piso ya que

podía tratarse de alguien involucrado en esto, pero simplemente

salió un muchacho de traje que comenzó a caminar

normalmente. Pasó al lado mío y luego entró por una de las

puertas que había más adelante. No le di importancia y continúe

con mi plan.

Todo me llamaba la atención. Era inevitable pensar que

alguien pudiera estar fuera de esto. Respiré profundo para

calmar mis nervios, luego expulsé el aire lentamente y, decidido

al fin, levanté mi mano para golpear la puerta pensando en que

la persona que estuviera del otro lado simplemente me pediría la

información que tanto deseaba y yo podría llevar a cabo mi

estrategia para que mi vida no acabe en esa estúpida ocasión.

Golpeé tres veces con suavidad para anunciar mi llegada.

La puerta se abrió un poco. Pensé que debía hacer y entré a la

habitación. Primero empujé la puerta muy despacio para ver qué

sucedía adentro. No se notaba ningún movimiento extraño, a lo

mejor debido a la poca luz que me impedía ver bien; todo estaba

muy oscuro. Debía entrar en ese momento, aunque quizás no era

la mejor opción. Cuando di el primer paso para ingresar

inesperadamente se abrieron dos cortinas largas y blancas,

dejando entrar la luz matinal en todo el cuarto. Cuando todo se

veía con claridad, se me hizo un nudo en el estómago, sentí

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desesperación y arrepentimiento de haberme metido allí. Ya no

había escapatoria. Allí estaba una persona a quien jamás hubiera

esperado encontrar: la mujer de vestido rojo quien se cruzó en

mi camino aquel día. Estaba sentada en una silla, con los pies y

las manos amarradas. Tenía la cabeza inclinada hacia el suelo.

Su largo y desarreglado cabello me impedían ver su rostro.

Estaba totalmente inmovilizada. Fue verdaderamente

impactante; en ese momento no sabía qué pensar. Quizás ella

estuviera desmayada o sin vida. Quedé anonadado y

desorientado.

– ¿Te encuentras bien? – le pregunté. Mi intención era

saber si aún estaba con vida.

Había alguien más en la habitación. De pronto, ella

levantó lentamente su rostro y vi sus impactantes y radiantes

ojos verdes que una vez me deslumbraron, morados por los

golpes e inundados de lágrimas. Su boca estaba sellada con una

cinta de embalar. El maquillaje había sido erosionado por las

lágrimas que habían formado una oscura cuenca que discurría

por sus mejillas. Mientras observaba su rostro desilusionado y

consumido, se abrió una puerta e ingresó en la sala un sujeto alto

y grandote con un elegante traje negro. Me atrevo a decir que

era el mismo que vi cuando escapamos del metro aquella

mañana, aunque no estaba demasiado seguro de ello.

Sabía que esto iba a suceder, de hecho, estaba esperando

que sucediera, que apareciera alguien y que me dijera los pasos

que debía seguir. Pero lo que jamás imaginé fue ver a una

persona amarrada y torturada en una silla.

Me miró fijamente a los ojos, con una mirada seria y

violenta se acercó a un teléfono que había sobre una pequeña

mesita de luz negra junto a la cama y levantó el tubo. Marcó tres

dígitos y dijo en voz baja y calma:

–Ya está aquí.

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Recibió una respuesta de su interlocutor y presionó un

botón del teléfono para dejarlo en alta voz así todos podíamos

escuchar lo que esa persona diría. Una voz distorsionada y

serena se dirigió hacia mí:

–Bruce, espero que no cometas ningún error y no pienses

hacer ninguna estupidez.

–¡¿Qué diablos quieres?! –respondí enfurecido.

Por un momento olvidé todo lo que tenía planeado. Me

resultaba imposible mantener la calma y poder pensar con

claridad.

–Bruce, ya sabes lo que quiero. ¿Lo has traído? Cuando

preguntó lo que yo esperaba escuchar desde un principio, el

sujeto de traje que estaba junto al teléfono se desabrochó los

botones del saco y me mostró el arma que llevaba en la cintura,

antes de que yo respondiera. Me quedé en silencio unos

segundos. Estaba bloqueado completamente; intenté recordar lo

que debía decir, pero las palabras no salían de mi boca. No tenía

salida. El hombre de traje se hartó y, enfurecido, extrajo el arma

de su cintura y golpeó con la culata la cabeza de la mujer.

–¡Solo entrega lo que pide, muchacho, y vete de aquí!

–Les daré lo que buscan, pero antes quiero que liberen a la

dama –dije, aunque sabía que existían pocas probabilidades de

que cumplieran mi pedido–. ¿Cómo sé si saldremos con vida de

aquí?

–Eres terco, joven… –dijo la voz del teléfono–. Saldrán de

la misma manera que tú has entrado.

No sabía qué hacer. ¿Cómo confiar en alguien que no

conoces, alguien que tiene una mujer atada a una silla? Esa

situación no me gustaba nada.

–Te lo daré, pero primero saldré de aquí con ella –dije, y

les manifesté mis indicaciones–. Me pararé en frente del hotel y

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arrojaré el código escrito en un papel dentro del cesto de basura

azul que hay junto al poste.

–¡Basta de tonterías! –respondió enfurecido desde el

teléfono–. Ya sabes qué hacer, Martin.

–Sí, señor, con mucho gusto.

Con su arma en la mano, se dirigió lentamente hacia la

dama, me miró fijamente y le dio una tremenda bofetada en la

mejilla, dejando caer su cuerpo junto con la silla al suelo como

una bolsa pesada. Siguiendo mis impulsos, intenté acercarme,

pero el sujeto me advirtió:

–Ni lo intentes. Solo haz lo que te piden…

Sentí mucha impotencia y rabia. No había nada que yo

pudiera hacer, solamente entregarle lo que tanto desean y correr

el riesgo de lo que sucedería luego. Pensé en todas las

posibilidades que tenía y decidí que la mejor opción sería

entregarles lo que piden. Martin me volvió a mirar esperando

alguna reacción de mi parte, pero solo logré agotar su paciencia

nuevamente. Se agachó, extrajo una navaja que tenía en el

tobillo y me amenazó:

–Ya se te acaba el tiempo, muchacho.

Me producía pánico tan solo pensar que esa arma blanca

punzante podría perforar cualquier parte del cuerpo con tan solo

un simple rose. Debía hacer algo de inmediato si no quería ver

cómo utilizaba la maldita navaja contra la mujer. Limpié el

sudor de mi frente con mi antebrazo, tomé aire y, rendido, dije:

–Anota lo que voy a decir...

Una risa irónica y sarcástica se dibujó en el rostro de

Martin, cerró la navaja y la guardó. Tomó un lápiz y una hoja de

la mesa de luz, esperando que escupiera el código de una vez,

pero seguramente el tipo que estaba en el teléfono también

estaba escuchando muy ansioso. No me importó si Martin lo

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copiaba o no. A punto de que las palabras escapasen de mi boca,

golpearon la puerta súbitamente. Fueron dos simples golpes

fuertes. Recuerdo que la puerta no estaba del todo cerrada, pues

la había dejado entreabierta para el caso de que tuviera que huir

inmediatamente de allí. Por eso, al golpearla se abrió

suavemente unos pocos centímetros.

La cara de Martin era desconcertante, no entendía

absolutamente nada de lo que estaba sucediendo. Esos simples

golpes me descolocaron por completo. Martin se detuvo un

segundo para pensar qué debía hacer. Caminó decidido hacia la

puerta con su arma en la mano, escondida detrás de la cintura y,

una vez cerca, asomó la cabeza lentamente para intentar

espiar… Pero de pronto un brutal golpe hizo que la puerta se

estrellara en su nariz y cayó sentado en el piso.

Yo quedé totalmente sorprendido. Cuando la puerta se

abrió por completo había un sujeto parado junto a ella, de no

más de treinta años de edad. Era alto, pero no tan robusto. Entró

serenamente a la habitación y dijo:

–Lo siento, no quería hacerle daño.

Rápidamente desenvainó un arma de su cintura, le apuntó

a Martin antes de que hiciera algún movimiento y le advirtió:

–Ni siquiera lo intentes. Nosotros ya nos largaremos de

aquí.

Dirigiéndose a mí, preguntó:

–Bruce, ¿verdad?

–Sí –respondí, mientras tragaba saliva–. ¿Quién eres y qué

quieres?

–Perfecto –respondió mientras mantenía su arma

apuntando a Martin, sin dejarlo hacer ningún movimiento.

–Te encontraremos –le dijo Martin muy irritado.

–Ya lo creo, pero no será ahora.

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Miró a la dama sentada en la silla y agregó:

–Por supuesto, tú eres Amina.

Ella lo miró con odio e intentó levantarse inmediatamente.

Todo se volvió más confuso aún para mí.

El extraño sujeto me advirtió:

–Nos vamos o mueres, tú decides. Tienes tres segundos

para elegir.

No tenía más opción que confiar en él, pues quedarme allí

no era una buena idea. Salir de ese lugar era todo lo que quería.

A esa altura no me fiaba de nadie, pero en ese momento

era el que me ofrecía la única salida. No tenía más alternativas.

La cara de Martin se endureció como una piedra. Aún

había alguien del otro lado del teléfono pues seguía descolgado

y esa persona no tardaría en enviar refuerzos.

Miré al joven y dije:

–Larguémonos de aquí ahora mismo.

–Sígueme –respondió.

–¿Acaso te olvidas de tu vecina, la señora Adler? –me

preguntó Martin, irónicamente.

–¡Ella falleció anoche, maldito desgraciado!

Se quedó paralizado al escuchar esa noticia. No tardamos

ni un segundo más y nos largamos de allí corriendo. Nuestras

vidas estaban en peligro. Por suerte ya no estaba solo en esto, o

al menos eso era lo que quería creer, dado que este joven

también debía huir. Miré hacia lo largo del pasillo y me dirigí a

la escalera, aunque el ascensor estaba más cerca, peros

seguramente nos tenderían una emboscada si lo utilizábamos. El

muchacho tomó mi brazo y muy seguro, me ordenó:

–¡Vamos por el ascensor, rápido! Ellos seguro estarán

subiendo por la escalera.

Las puertas del ascensor se abrieron en ese preciso

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momento. En él se encontraban dos señores mayores que,

asustados al ver que mi acompañante estaba armado,

instintivamente descendieron al instante.

–No se preocupen, soy policía –dijo el joven extraño para

tranquilizarlos mientras presionaba el botón del segundo piso

reiteradas veces.

Pudimos ver a dos sujetos corpulentos correr hacia

nosotros a gran velocidad, pero por suerte las puertas se cerraron

antes de que llegaran. Seguramente bajarían por la escalera para

alcanzarnos en la planta baja. Fue entonces cuando comprendí

por qué el muchacho había presionado el botón del segundo

piso.

–Tranquilo, Bruce, todo está saliendo a la perfección –

comentó para tratar de calmar mis nervios–. Por cierto, disculpa

mis malos modales, no me he presentado; mi nombre es Ethan

Ford.

El verlo tan seguro de sí mismo, como un profesional

cuando ejerce su trabajo, hizo que decidiera confiar en él. Solo

nos enfocamos en huir de allí. Una vez que el ascensor llegó al

segundo piso, dijo:

–Sígueme deprisa. No querrás quedarte atrás. Nos

perseguirán como lobos hambrientos…

–¡Entendido!

Salimos del elevador. Seguí a Ethan Ford pues comprendí

que era mi única vía de escape. En ese momento estaba todo

bajo su control. Si me retrasaba me matarían en pocos segundos.

Venían detrás nuestro persiguiéndonos como bestias feroces. Me

sorprendió ver que no se dirigió hacia la escalera principal, sino

que se encaminó hacia la otra punta del pasillo, a la última

puerta. Justo antes de llegar, la empleada de limpieza entraba

por una puerta plegable con el carrito repleto de sábanas y

toallas blancas amontonadas para lavar.

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–Bajaremos por la escalera de servicio que lleva al

estacionamiento del subsuelo –dijo Ethan mientras corríamos.

Unos metros antes de entrar por la puerta al final del

pasillo, oímos gritos detrás de nosotros:

–¡Se escapan por la lavandería!

Volteé un segundo para ver dónde estaban estos sujetos y

comprobé que no estaban muy lejos. También vi que cada uno

tenía un radiotransmisor. Me preocupó pensar que otros

pudieran estar esperándonos escondidos, ya que sabrían nuestra

ruta de escape, pues era evidente que entre ellos mantenían una

comunicación directa.

Ethan abrió las dos puertas plegables al mismo tiempo.

Había unos cuantos empleados dedicados a la limpieza de las

sábanas; otros fumaban y reían junto a la ventana, dejando

escapar el humo de sus cigarrillos para evitar que se sintiera el

olor. Al vernos, quedaron completamente sorprendidos, sus

rostros se volvieron pálidos. Puesto que Ethan llevaba el arma

entre sus manos, era muy difícil que no se espantaran.

–¡Todo está bajo control! –alertó Ethan seriamente con

voz gruesa como la de una persona que establece orden en

medio de un alboroto. Luego preguntó:

–¿Dónde está la escalera que conduce al estaciona-

miento?

Nadie respondía nada, todos habían enmudecido, hasta

que un señor canoso y con la piel arrugada, apartado de todos,

levantó su brazo temerosamente para señalar con su dedo índice

la puerta de la salida de emergencia.

–¡Gracias, buen hombre! –respondió Ethan. Dirigiéndose a

los fumadores les advirtió:

–Será mejor que dejen de fumar ustedes, porque el

encargado viene hacia aquí ahora mismo.

–¡Sí, señor! –respondieron algunos y arrojaron sus

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cigarrillos por la ventana. Luego hicieron un poco de viento con

una toalla blanca que tenían cerca para que no quedara olor.

Bajamos rápidamente por la angosta escalera hacia el

subsuelo. Reconozco no tener un buen estado físico, pero luego

de bajar tres pisos corriendo, no me sentía cansado. Al llegar,

Ethan trabó la puerta de la escalera con un poste amarillo que

estaba al costado que decía: “Prohibido estacionar”.

–Esto los detendrá unos segundos –dijo–. Vamos por mi

auto.

Nos dirigimos al vehículo para que no nos alcanzaran

nuestros perseguidores, pero al llegar vimos a un hombre parado

frente a nosotros para no dejarnos avanzar ni un paso más y, con

una sonrisa asquerosa, preguntó:

–¿A dónde creen que van?

–¡Maldición! –murmuró Ethan. Sacó el arma de la cintura

rápidamente y le apuntó con las dos manos. Dirigiéndose a mí,

dijo:

–Esto no estaba en nuestros planes, será mejor que corras

y te escondas ahora mismo, Bruce.

Ethan perdió la tranquilidad en un santiamén. Yo era el

único desarmado; los demás sujetos que nos perseguían ya

venían en camino, de hecho se escuchaban golpes tratando abrir

la puerta que Ethan había trabado. Ambos corrimos hacia un

costado para escapar de la línea de fuego, ocultándonos detrás

de una enorme columna blanca.

–¡Déjanos pasar! ¡Ninguno querrá salir lastimado de aquí!

–gritó Ethan.

–El único que saldrá muerto de aquí eres tú – respondió el

hombre con rabia.

–Sabes bien que no puedes hacernos daño o tu jefe no

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obtendrá lo que tanto busca. Si cometes un error, te matará

–le advirtió.

A modo de respuesta el sujeto se río sarcásticamente y de

manera inesperada comenzó a gatillar su arma contra nosotros,

pero sus tiros rebotaron en la columna. Lo primero que hice fue

encoger mi cuerpo. Mientras tanto, Ethan sujetaba con fuerza su

arma con ambas manos y mantenía su espalda pegada a la

columna.

–¡Toma! –dijo, y me entregó las llaves de su vehículo–.

Contaré hasta tres y correrás hacia el auto, lo enciendes y me

recoges, ¿¡entendido!? Yo te cubriré.

–¡Sí! ¿Cómo sabré cuál es?

–Es el único coupé negro que está justo aquí derecho…

¡Uno… dos... tres…!

Ethan giró bruscamente quedando su cuerpo totalmente al

descubierto y comenzó a disparar sin parar mientras yo iba en

busca del auto, con el corazón latiendo a mil revoluciones por

minuto.

De pronto escuchamos abrirse de un golpe la puerta por la

que habíamos bajado. Entraron al estacionamiento dos sujetos

más vestidos de traje. Yo ya casi había logrado encender el

motor. Por suerte era un auto bastante moderno y costoso. Los

disparos habían cesado; sin embargo, no veía a Ethan por

ninguna parte. Sin más vueltas, pasé de cambio y fui a gran

velocidad hacia donde nos habíamos separado. Los demás autos

estacionados tapaban por completo mi visión. Al acercarme,

observé por la ventanilla al sujeto que unos cuantos segundos

atrás disparaba continuamente hacia nosotros tendido en el suelo

con dos disparos en el estómago, sangrando profusamente. Su

rostro se transformaba a causa del dolor. Ethan estaba sobre él

revisando los bolsillos internos del saco que traía puesto.

–¡Larguémonos ya! ¡¿Qué esperas?! –le grité.

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A pocos metros se acercaban los demás con sus armas. No

dudarían un segundo en apuntar y disparar contra nosotros.

Ethan, con una sonrisa de satisfacción extrajo del saco una

pequeña libreta. Me miró contento y dijo:

–Este es nuestro siguiente paso, muchacho. Ahora

larguémonos de aquí. Yo conduciré, pásate de asiento…

Una vez dentro del vehículo, aceleró tan fuerte que lo hizo

girar ciento ochenta grados, quedando frente a frente con todos

los sujetos armados que nos perseguían. Pudieron haber

disparado; sin embargo, no les convenía vernos muertos hasta

tener lo que buscaban. Ethan los miró fijo un instante, tomó el

volante con ambas manos y, muy enfadado, aceleró con tanta

intensidad que los hombres que nos enfrentaban saltaron hacia

un costado para que no les pasara por encima.

Por suerte, habíamos escapado de aquella peligrosa y

arriesgada situación, pero lo peor vendría después...

–¿Qué tienes ahí? – pregunté a Ethan refiriéndome a la

libreta.

–Esta es la dirección hacia donde nos dirigimos ahora.

Tenemos que encontrar a un sujeto llamado Frank Miller, antes

de que sea tarde. Estos hombres no dejarán de perseguirnos a

partir de ahora, pero les será difícil alcanzarnos con este auto

veloz, aunque de seguro ellos irían directo hacia donde nosotros

también vamos…

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CAPÍTULO V

El tiempo es la cosa más valiosa que una persona puede

gastar. Olvídate de los bienes materiales. La verdadera felicidad

reside en valorar el tiempo y emplearlo para vivir la vida que

deseas. Lo único que realmente nos pertenece es el tiempo.

Incluso aquel que nada tiene, lo posee, pero desde que me

trajeron aquí, me lo han quitado y ahora lo entiendo. Si

estuviesen en mi lugar podrían sentir los síntomas que mi cuerpo

comienza a generar: mi estómago produce ruidos a causa del

hambre y mi cabeza es un caos. Estoy en una situación muy

grave. No sé cuánto tiempo más podré resistir encerrado y

aislado. Por momentos quedo distraído mirando un punto fijo

sobre la nada, mientras mi cerebro emite imágenes de felicidad y

de deseo, imágines de paz y de armonía. Recuerdo los olores de

las mañanas de los domingos junto con el sonido de los gorjeos

de los pájaros que anidaban en los árboles del campo, donde

visitábamos a menudo a la familia de mi madre; recuerdo estar

parado frente al acantilado, contemplando el vuelo de las aves

en el cielo, mientras mis oídos se deleitaban con el golpe del

mar estrechándose contras las gigantescas rocas, acompañado de

la suave brisa del viento oceánico. Tantos recuerdos… Volcarlos en esta hoja me produce un

nudo en la garganta que está a punto de romperse.

¿Saben ustedes qué significa ser sensible? Significa,

ciertamente, sentir afecto por todas las cosas; ver un animal que está sufriendo y hacer algo al respecto, quitar una piedra del

sendero porque por él transitan muchos pies desnudos, levantar

un clavo de la carretera porque el auto de alguien podría pinchar

un neumático...Ser sensible es compadecerse de las personas, de los pájaros, de las flores, de los árboles - no porque sean de uno,

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sino simplemente porque uno está despierto a la extraordinaria

belleza de las cosas.

Cuando escapé del hotel junto a Ethan, era un completo extraño para mí, ni siquiera sabía cuál era su propósito en todo

ese embrollo. Simplemente seguí sus órdenes, sentí una

esperanza o una corazonada, como quieran llamarlo. Solo sabía

que tenía que enfrentar esa difícil situación y que esa era la

única forma de poder acabar con esto de una vez por todas. –Me imagino que no debes entender nada, ¿verdad? –

preguntó Ethan, a medida que nos alejábamos del hotel. –Así es… –respondí con mucha incertidumbre. –No te preocupes por eso, Bruce. Ya sabrás todo lo que

está sucediendo… Conducía a alta velocidad. Con ese auto era poco probable

que nos alcanzaran, siempre y cuando el tránsito no nos detuviera.

–¿Hacia dónde nos dirigimos? –pregunté ansioso. Solo

quería escuchar alguna simple respuesta que pudiera tranquilizarme.

Del bolsillo del pantalón sacó una tarjeta de identificación, y dijo:

–En busca de él… Frank Miller. Luego arrojó la credencial en mis piernas para que la

observara. La foto era de un hombre de más de sesenta y cinco

años, evidentemente consumido. Los huesos de su rostro, sus

ojos caídos y su mirada cansada mostraban una posible

enfermedad. –¿Quién es Frank Miller? –Mira, Bruce… Tú tienes un código, ¿cierto? –Sí... ¿Cómo lo sabes?

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–Bueno, tú no eres el único que tiene un código. Solo

tienes un fragmento de ese código. Ese código es parte de un

mapa, un mapa que revela algo que es inalcanzable y tiene un

costo altísimo. No puedo decirte qué es porque en verdad no lo

sé. Solo puedo decirte que fue dividido en varias partes y que yo

tengo otro fragmento en mi poder. Si los cálculos no me fallan, el sujeto que iremos a visitar

también tiene otro fragmento de la llave de ese tesoro. –Una vez reunidos todos los códigos, ¿nos dará con

certeza el lugar exacto de lo que tanto anhelan estas personas? –A eso me refiero. Hay gente muy poderosa metida en

este embrollo y no se detendrán hasta conseguirlo…

Me detuve unos minutos a pensar, mientras mis ojos se

escapaban observando la increíble ciudad que aparecía del otro

lado de la ventanilla. Hasta que de pronto se me cruzó por la

cabeza Amina, la mujer de vestido rojo que estaba sentada en la

habitación. En ese momento advertí que Ethan la había

reconocido. –¿Qué hay de Amina, la mujer atada a la silla? – pregunté. –Esa mujer es venenosa y encantadora como una sirena.

Ya me la he cruzado una vez. Recuerdo que estaba en un bar

bebiendo una cerveza fría, disfrutando de la música que pasaba

el tocadiscos del lugar, sin importarme en absoluto lo que estaba

sucediendo a mí alrededor; simplemente quería escuchar la

melodía que provenía de los antiguos parlantes. Estaba sentado

junto al gran ventanal que daba a la calle. Siempre me gustaba

sentarme cerca de la ventana. Sentí que algo sucedía afuera de

aquel luminoso y flamante bar. Mucha gente transitaba por allí.

Observé que entraba una mujer muy bella y elegante, de piel

blanca y cabello oscuro. Llevaba puesto un radiante vestido rojo

con unos altos tacos negros. No estaba sola, iba acompañada de

dos sujetos. Hasta ese momento no le había dado importancia

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hasta que vi su ardiente mirada como cenizas de cigarrillos aún

prendidas fuego, capaces de penetrar en cualquier persona que la

mirara. Me observó fijamente mientras reía y bebía su trago con

aquellos dos hombres. No quise entrar en su juego, o quizás esa

era su manera de mirar a todos, no solo a mí. Jamás la había

visto en ese bar, y yo concurría allí una o dos noches por

semana. Volteé la cabeza para mirar hacia la calle nuevamente,

buscando alguna distracción, hasta que minutos después sentí

que las puntas de unos dedos largos con sus uñas crecidas que

golpeaban suavemente mi hombro. Giré y miré de reojo para ver

quién era y allí estaba ella, parada detrás de mí. Me preguntó si

podía sentarse conmigo pues sus amigos ya estaban ebrios y

estaba fastidiada. La miré por un instante fijamente a los ojos e

intenté ver más allá a través de ellos para saber qué escondían…

Si quieres entender a una persona, no escuches sus palabras,

observa su comportamiento. Le respondí que sí, señalándole la

silla desocupada. Extendí mi mano para saludarla y me presenté: –Thomas Clayton, mucho gusto. » Noté sorpresa en su rostro al escuchar mi nombre; luego

río irónicamente y respondió: »– Sophia Banner, es un placer. » Entablamos un breve diálogo: »–Es la primera vez que te veo por aquí. No vienes muy a

menudo, ¿verdad? –le pregunté. »–No soy de aquí, estoy conociendo la ciudad. » Estoy seguro de que si hubiera mencionado mi

verdadero nombre hubiera tenido a esos dos sujetos sobre mi espalda. Mi respuesta la tomó por sorpresa, simplemente porque no era lo que esperaba oír.

»–Yo tampoco soy de aquí –respondí–. Solo estoy de visita por un tiempo…

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» Yo trataba de saber una cosa, por eso le seguí la conversación. Quería saber quiénes eran esas personas y qué querían de mí. Hasta que, por suerte, logré obtener algo…

» Ella, sin darme mucha importancia y sin estar segura de

quién era yo, a los pocos minutos se levantó y se marchó diciendo que tenía que ir al baño. Con su rostro desilusionado se

alejó lentamente. Quizás tenía que llamar a su jefe para notificarle lo sucedido. Luego, de repente, empujó la puerta de

entrada con ambas manos y salió del bar como si nada hubiese pasado, acompañada por los dos sujetos. Alcancé a leer la

patente del auto que la recogió. » Pocos días antes de aquel encuentro en el bar con

aquella dama encantadora, un fragmento del código llegó a mi

poder. Estaba advertido de que me buscarían, pero yo era quien

quería encontrarlos. Esta vez yo sería el cazador y ellos mis

presas. Así logré conseguir mi objetivo y averiguar más sobre

este grupo que hoy nos está buscando. Cada paso fue pensado

detenidamente: fui al bar dos veces por semana a la misma hora

durante casi un mes pues sabía que ahí era donde me buscarían y

me encontrarían. Y finalmente pude saber con quién estaba

tratando, Bruce. Esa mujer hermosa, a la que tú llamas Amina,

la que llevaba puesto el mismo vestido rojo para atraer la

atención de todos fácilmente, era esa mujer. Lamento decirte

que Amina te engañó. No te culpo, es en verdad muy hermosa y

encantadora. » Comencé a seguir los rastros de estos sujetos y eso fue

lo que me trajo hasta ti. Pocos días atrás, el auto negro estacionó en la puerta del hotel y bajó de él una persona a la que observé con cuidado cuando ingresaba por la puerta principal. Fui directamente a hablar al área administrativa.

Ellos habían reservado una habitación allí. Sabía que algo

estaban tramando. Solo sé que están bajo el mando de una

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persona muy adinerada. Tienen un único jefe que decide todo lo

que hacen. Aún no puedo saber quién es, jamás apareció en los

lugares de los hechos. Con seguridad se trata de alguien muy

inteligente y muy poderoso para acceder a todo lo que quiere… - Lo único que ansío es volver a tener un día normal… - Todos buscamos lo mismo, Bruce, y lo conseguiremos

muy pronto. Nos encontrábamos aproximadamente a ciento

veinticuatro millas de distancia del domicilio de Frank Miller. –Pararemos un momento –dijo Ethan–. Cargaré

combustible… Por suerte, yo traía conmigo mi tarjeta de crédito y algo de

dinero en la billetera; no sabía si los iba a necesitar. A decir

verdad, jamás imaginé estar en una situación como esa. Pensé en

escapar nuevamente, ya que no era prisionero de Ethan,

simplemente estábamos unidos por la misma razón y por la

misma causa. Una vez que vimos el cartel de una estación de servicio,

ingresamos con el auto por la segunda carretera que era la vía de

acceso a ella. Al detenernos, miramos a nuestro alrededor y

comprobamos que todo era un gran desierto. Había un anciano sentado en una silla de madera antigua,

con un sombrero de paja estilo tejano, muy ancho y agujereado

por todas partes, al igual que su ropa manchada de grasa y de

aceite. Su mirada impactaba de lleno en nosotros, como si

supiese todo lo que íbamos hacer, mientras paseaba de lado a

lado por su boca un largo y fino palillo de madera. Se levantó

despacio y caminó lentamente hacia nosotros; no parecían

importarle los rayos potentes y fulminantes del sol ese día tan

caluroso, pues tenía la piel tan curtida que ya no sentía la

diferencia entre la sombra y el sol.

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–Llénelo, por favor –dijo Ethan cuando el viejo estaba a

pocos pasos del auto. Yo me quedé parado con las manos en los bolsillos

apreciando el interminable paisaje que había a nuestro alrededor.

El hombre con su cansada mirada, sin decir una sola palabra,

observaba fijamente el auto, pensando o suponiendo a qué nos

dedicábamos para conducir ese coche de gran valor… pero ni

siquiera yo lo sabía. –¿El baño, señor? –le preguntó Ethan. El viejo lo miró y, sin decir una palabra, levantó muy

despacio su brazo derecho y señaló con su estropeado dedo índice una casilla con la puerta de chapa oxidada y deteriorada, a

pocos metros de los surtidores. –Perfecto, ya regreso. Cuando Ethan salió con el pelo mojado y peinado hacia

atrás, regresó, abrió la guantera y extrajo un mapa y un

marcador negro; luego se apoyo cómodamente sobre el techo del

auto. Parecía no importarle dañar la pintura con la punta del

marcador trazando una línea curva que indicaba el camino que

debíamos tomar. –Este es el camino, Bruce –dijo señalando la trayectoria

que haríamos–. Tardaremos una hora aproximadamente. Dobló el mapa y me lo entregó para que lo guiara hasta la

casa de Frank Miller. Pregunté en voz baja, para que el viejo no escuchara: –¿El baño está muy sucio? –Claro que no, Bruce –respondió con una sonrisa de

confianza y optimismo. Cuando ingresé al sanitario comprobé que su estado era

deplorable. Un increíble olor a orina y a estiércol dominaba la

casilla. Una gran cantidad de moscas volaban y zumbaban por

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todas partes. La luz provenía de la única ventana cuyos vidrios

estaban destrozados. Imaginé lo mal que se sentiría una persona

que necesitara entrar allí de noche. Luego de orinar me limpié

bien ambas manos con el delgado chorro de agua que emanaba

de la canilla y mojé mi rostro y mi pelo para soportar mejor el

calor de ese cruel verano. Ethan ya estaba dentro del coche con el motor encendido

para partir. Con sus manos al volante dijo: –Ven, ya vámonos. El tanque de combustible estaba lleno y no había nada más

que nos detuviese hasta llegar a la casa de Frank Miller.

Retomamos la carretera y Ethan encendió la radio. Sonaba

un tema de la grandiosa banda Creedence, el cual me hizo

recordar cuando solía visitar a mi tío en su estancia junto con mi

madre… Qué hermosos momentos… Ethan conducía a casi ciento cincuenta kilómetros por hora

y aun así se lo veía muy tranquilo y calmado. Por suerte había pocos autos en la ruta, lo que nos permitiría llegar antes a nuestro destino.

El paisaje del campo y el aire fresco me dejaban anonadado por largos minutos, anhelando que esa situación

terminara de una vez para poder contemplar y abrazar a María

Loren. Más tarde, mientras Ethan conducía, observé el mapa

detalladamente y calculé que llegaríamos pronto. –Ya estamos cerca –comenté. –Espero que alguien esté en la casa –respondió–. Además,

mi estómago ya comienza a pedir comida… Ethan tenía algo muy particular: siempre era muy

optimista y lograba dejar a un lado todas las cosas negativas que

estábamos viviendo. En verdad tenía una gran personalidad. Yo

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solo pensaba en encontrar a Frank Miller para que nos diera una

respuesta rápida y válida y pudiéramos huir de allí antes de que

llegasen los demás.

Cuando arribamos al vecindario, observamos las precarias

casas que había en el lugar. Algunos lugareños que nos veían

pasar nos miraban desconfiados e intrigados por el motivo de

nuestra llegada. Seguramente, estaban acostumbrados a ver casi

siempre a las mismas personas, ya que en esos pequeños

poblados todos se conocen. Ethan sacó la identificación de Frank Miller y la levantó a

la altura de sus ojos: –Busca la calle Melville 1452–me indicó. Consulté la guía que tenía en la guantera y la ubiqué

enseguida. Nos desviamos hacia esa dirección y una vez que la encontramos, buscamos el número que indicaba el documento.

La mayoría de las casas tenían un jardín al frente muy bien

decorado y cuidado. Miramos una por una, hasta que por fin

llegamos a la dirección. Detuvimos el auto justo en la entrada de

la casa y la inspeccionamos desde afuera para ver si notábamos

algo extraño en el lugar. Ethan enfocó su mirada en el letrero

que indicaba la numeración 1452 y confirmó: –¡Aquí es! La casa estaba rodeada por un gran pastizal seco y

descuidado. La pintura exterior estaba muy dañada; la puerta era

de madera blanca y junto a ella había una ventana. –Bueno… aquí estamos. Esperemos tener suerte –dijo

Ethan–. Déjame hablar a mí. Trataré de explicarle lo mejor

posible la situación y veré si puedo tener más datos. –Lo dejo en tus manos –respondí.

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Al bajar del auto, Ethan tomó el arma y se la colocó en la

cintura; luego nos paramos frente al portón de madera y

aplaudimos insistentemente esperando que alguien saliera de la

casa, pero nadie apareció. –Parece que no hay nadie –dijo Ethan. Deslizó una pequeña traba que había en el portón y lo

abrió. Caminó despacio hasta la puerta y golpeó tres veces y no

obtuvo ningún resultado. Entonces se asomó por la ventana y

miró hacia adentro por los bordes que la cortina no llegaba a cubrir.

–Si hubiera alguien ya habrían corrido esa cortina para que entrara la luz…

Primero yo esperé afuera, pero luego entré y miré hacia el

fondo de la casa. Pude notar que había una especie de galpón.

–Quizás haya alguien en el fondo –dije. –Pues averigüémoslo. A medida que nos acercábamos, el sonido de nuestras

pisadas en el pasto era inevitable. Cuanto más cerca estábamos

de la casilla, se escuchaba con mayor nitidez un pequeño sonido

similar al de una máquina soldadora. Era evidente que allí

dentro había alguien que no advirtió nuestra llegada. El sonido de la máquina se detuvo unos pasos antes de que

llegáramos a la entrada, donde la puerta de chapa estaba abierta

de par en par. Ethan se anunció con vos fuerte para que lo

escucharan: –¡Buenas tardes! ¿Se encuentra alguien allí? Estamos

buscando al señor Frank Miller. Nadie respondió. Nos acercamos un poco más y cuando ya

casi estábamos en la entrada del taller, Ethan golpeó la puerta de chapa y nos sorprendió un muchacho que estaba al costado, con

la punta de un revólver apuntando hacia nuestras cabezas y dijo:

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–Si no se marchan en diez segundos apretaré el gatillo sin

pensarlo… Uno… dos… tres… Teníamos diez segundos para explicarle a esa persona qué

hacíamos dentro de su morada. En verdad sería difícil porque el

sujeto no era Frank Miller, el hombre de la foto. Este tendría

unos treinta años y era casi de mi estatura, cuerpo robusto, con

una crecida barba muy desprolija. Llevaba puesta una remera

oscura cortada en ambas mangas, manchada de grasa con varios

agujeros. Cuando comenzó a contar hasta diez, me quedé mudo.

Solo esperaba que Ethan decidiera que nos marcháramos de allí

para evitar problemas. –Cálmate –le dijo Ethan, con las manos en alto. –Cuatro… cinco… –Buscamos a Frank Miller –dije. –Seis... siete… Debíamos convencerlo, pero ¿Cómo?, ni siquiera quería

escuchar lo que decíamos. –Ocho… nueve… Manteniendo los brazos en alto, Ethan comenzó a

acercarse al muchacho, mientras le decía: –No venimos a hacerte daño. Necesitamos tu ayuda. El joven no respondió. Apuntó a Ethan en el pecho y,

cuando iba a disparar, este pudo golpear el revólver, que de

todas formas se gatilló. La bala traspasó el techo de chapa y

siguió en dirección ascendente. Luego inmovilizó al muchacho

sosteniéndolo por detrás, pero ambos cayeron al suelo. El arma

estaba al costado. El joven se levantó exaltado, escupió saliva en

el piso y muy enojado miró a Ethan, se río y sin pensar se arrojó

sobre él. –Si este es el único remedio, peleemos… –dijo Ethan.

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Apenas sus cuerpos impactaron, me harté de esta

estupidez, tomé el revólver del suelo y también la identificación

de Frank Miller que se le cayó a Ethan del bolsillo, di un disparo

hacia arriba, con la intención de que el fuerte ruido los detuviera y me prestaran atención.

–¡Dejen de perder el tiempo! –grité. Ambos me miraron con asombro. Sabía que disponía de

pocos segundos y me dirigí al muchacho: –¿Ves esta identificación? Es por esto que estamos aquí.

No somos asesinos, ni ladrones ni nada por el estilo. Llegamos hasta aquí por la dirección que está escrita en esta credencial. Si

la persona que buscamos, Frank Miller, no se encuentra aquí,

entonces nos retiraremos ya mismo, ¿de acuerdo? Ambos se separaron. –¿Por qué no has dicho eso desde un principio, Bruce? –

dijo Ethan, mientras limpiaba la tierra de su cara con el brazo. El muchacho, desorientado ante mi pregunta y con muchas

reservas, inquirió: –¿Por qué diablos buscan a ese hombre? –Bueno, es una

historia larga… –contestó Ethan. –Lo importante –interrumpí– es que tiene algo que nos

interesa y nos puede ayudar a todos. –¿Algo como qué? –volvió a preguntar a la defensiva. –Algo que muchos están buscando, que tiene mucho valor.

Es por eso que necesitamos encontrarlo. Arrojé el revólver al suelo nuevamente. Si este muchacho

mostraba un poco de interés era porque ya sabía de qué

estábamos hablando, de lo contrario nos hubiera dicho que nos fuéramos al infierno. Nos miró con las cejas fruncidas y,

segundos después, dijo: –Síganme por aquí…

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Con Ethan nos miramos. Seguramente, obtendríamos

alguna información. El joven nos dio la espalda y se dirigió

hacia la entrada de la casa mientras lo seguíamos. Abrió la

puerta y nos indicó que ingresáramos. Entramos a un pequeño y caluroso ambiente. El mobiliario

se limitaba a una mesa de madera y dos sillas, por lo que supuse

que no recibiría muchas visitas. También había una heladera y

un televisor antiguo. Tomen asiento –dijo, mientras sacaba tres vasos y una

jarra con agua de la nevera. Sirvió el líquido, se sentó con

nosotros a la mesa y nos miró pensativo. Luego nos informó: –Frank Miller falleció hace nueve meses por una

enfermedad. Extendió su brazo hasta un pequeño modular y tomó un

portarretratos; lo colocó sobre la mesa frente a nosotros. –Él era Frank Miller, yo soy Víctor Miller. Frank era mi

padre. Vivíamos los dos aquí. Mi madre nos abandonó cuando yo era tan solo un niño y desde entonces él se ocupó de mí. No

tengo palabras para describir todo lo que hizo por mí. Todo lo

que sé, lo aprendí de él. Se detuvo un instante para mirar la foto del portarretratos,

como cuando una persona ama con el alma a otra; tragó saliva y

continuó: –Trabajábamos en el taller. Siempre teníamos trabajo, a

veces demasiado y otras muy poco. Desde aquella enfermedad

terminal perdimos casi todos nuestros ahorros en una operación

para tratar de salvarlo, pero no lo logramos. Tan solo no puedes

detener la enfermedad y la persona se va de esta vida. Es una

horrible y desesperante situación saber que nada puedes hacer.

Estaba internado, hasta que un día ya no volvió a abrir los

ojos… Ahora he quedado solo y el trabajo es tan escaso que no

alcanza para pagar los impuestos. La casa tiene una deuda por

una suma importante de dinero, del cual no dispongo. Mi padre

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nunca me mencionó nada sobre esa deuda; nunca quiso que me

hiciera problema. Hasta que llegó la intimación de pago. Les

comento esto porque antes de morir me dejó una carta. En ella

había escrito que algún día me traería alegría a mi vida; también

me aseguraba que algunas personas vendrían a buscar esto tarde

o temprano. Podrían ser opresores o, todo lo contrario, y

aseguraba que yo sabría distinguirlos. También me pedía que

luchara por él y que siguiera su camino hasta el final. En el ambiente reinaba una gran tensión. Permanecimos

en silencio, hasta que Ethan dijo: –Permíteme presentarme, Víctor. Me llamo Ethan Ford.

Lamento lo sucedido hace minutos atrás, jamás quise golpearte. –Yo soy Bruce Collins… Ethan me interrumpió y agregó: –Ya habrás imaginado la razón por la que estamos aquí.

Discúlpenme ambos, pero iré directo al grano, muchachos.

Algunas personas ya están en camino, no podemos perder más

tiempo. Cada uno de nosotros tiene un fragmento y,

reuniéndolos, completaremos el código que abre una puerta a

algo que tiene un precio altísimo y que muchas personas buscan.

Aún no sabemos qué es, pero seguro tiene mucho valor. Hasta

que no logremos reunir los códigos, jamás podremos

encontrarlo. –El tiempo que tenemos es corto –interrumpí–. Ya están

en camino varios sujetos en busca de Frank Miller. Debemos

marcharnos cuanto antes de aquí. No pienses que eres el único

que no entiende nada de todo esto, Víctor. Tan solo un día atrás

yo me involucré en este asunto sin saber dónde me estaba

metiendo. Ethan agregó: –De nada nos serviría huir de ellos, porque tarde o

temprano nos buscarían nuevamente. La mejor forma de acabar

con esto y salir ganando es enfrentarlos. No hay otra salida; es la

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mejor solución. Si alguno tiene otra idea mejor, los escucho

atentamente… Nos quedamos en silencio pensativos. Desconocía cuáles eran sus propósitos; solo sabía que cada

vez me alejaba más de poder acabar con esto. Yo no lo hacía por

dinero, sino simplemente por mi vida y por la de María Loren.

No quería que volvieran a aparecer y a molestarnos nunca

más… –Les propongo buscar los tres la pieza que falta –dijo

Ethan– son cuatro hasta donde sé. Mantendremos siempre

mucha precaución en todos los pasos que daremos. Cada uno

conservará su código hasta que hallemos el que falta. ¿De

acuerdo, muchachos? Víctor respondió: –Estoy adentro, no tengo nada mas que perder. cuenten

conmigo... –Creo que no me queda más remedio que seguir con esto –

opiné–. Aunque el dinero no me importa, de todas formas, no

puedo volver a mi casa en paz pues, vendrán por mí; no me cabe

la menor duda, así que estoy con ustedes. –Bien, ahora veamos el siguiente paso, el tiempo es

limitado –dijo Ethan–. Nuestro objetivo es lograr obtener el último código. No podremos enfrentarnos a ellos hoy. Primero

hay que averiguar quién está detrás de todo esto e ir por él, antes

de que él venga hacia nosotros. La situación era confusa y difícil. Había tantos campos sin

cubrir y contábamos con poca información, lo que nos causaba

mucha incertidumbre. Los sujetos que venían en busca de Frank Miller ya estarían muy cerca. Debíamos movernos cuanto

antes… –¿Qué haremos? –preguntó Víctor.

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Bueno... Supongo que esperar a que lleguen. Si tenemos

algo de suerte podremos capturar a uno de ellos y hacerlo hablar

–dijo Ethan. –Un momento –interrumpió Víctor–. Dentro del sobre,

detrás de la carta, había un nombre escrito: “Josep Bueno”.

Quizás mi padre lo escribió por alguna razón… –Quizás sea cualquier nombre –dijo Ethan. –Pero aún así es lo único que tenemos hasta el momento –

dije.

Todo era muy extraño desde un principio. En ese

momento me encontraba con dos sujetos que ni siquiera

conocía, pero sentía que eran las únicas personas en las que

podía confiar en esos momentos. Jamás me hubiera imaginado

teniendo que seguir unas pistas enigmáticas para encontrar algo

por lo que algunas personas matarían. Esa situación se había convertido en una pesadilla. Nunca

pensé que podría estar amenazado de muerte y ante una

encrucijada así. Cuando creemos que todo transcurre de manera

normal, de golpe la vida cambia y nos sorprende. Todo se

vuelve borroso y oscuro. Pero aún así, quería creer que todo

terminaría bien.

Mientras discutíamos qué debíamos hacer, el tiempo se nos escurría entre las manos sin darnos cuenta. Nos sorprendió

ver que a una cuadra de distancia dos vehículos negros se

dirigían a gran velocidad hacia la casa. Ya sabíamos de quiénes

se trataban y a qué venían…

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CAPÍTULO VI

La verdadera libertad no es algo que pueda adquirir, es el

resultado de la inteligencia. No puedes salir y comprar la

libertad en el mercado. No puedes obtenerla leyendo un libro o

escuchando hablar a alguien. La libertad adviene con la

inteligencia. Comprender la vida es comprendernos a nosotros

mismos y esto es conjuntamente el principio y el fin de la

educación. Aprendemos a apreciar la vida cuando menos lo

imaginamos, justo en esos momentos críticos en los que

luchamos por ella hasta el último instante. Nunca sabemos

cuándo es ese momento en que sentiremos el sabor de la lucha

que tanto nos inspira a seguir con la fuerza que tenemos

guardada en lo más íntimo de nuestro ser… Y, ¿para qué? Toda

esa lucha es para seguir con vida...

Al anochecer aún estábamos en la casa de Víctor junto con Ethan debatiendo qué íbamos a hacer. Aunque demoramos unos

minutos, ya habíamos decidido cuál sería nuestro siguiente paso. Los autos estaban a menos de cien metros de la casa.

Llegaron en pocos segundos, pero no lograron encontrar a nadie.

Ya habíamos escapado. Nos superaban en cantidad de personas y de armas. Hubiera sido muy estúpido quedarse y enfrentarlos.

Al sentir que los autos llegaban, inmediatamente Ethan se levantó, tomó sus llaves y con seguridad, dijo:

–¡Larguémonos de aquí cuanto antes! –¿Qué tienes en mente? –le pregunté. –Primero, huir de aquí y, segundo, encontrar a Josep

Bueno.

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Los tres, sin hacer ninguna objeción sobre la cuestión,

escapamos inmediatamente hacia el auto. Sin embargo, justo

cuando íbamos a subir, Víctor se detuvo un segundo, pensó y

dijo: –Los seguiré en mi moto.

Regresó corriendo al taller mientras nosotros

ingresábamos al coche. Ya era demasiado tarde, los dos autos negros polarizados

estaban demasiado cerca.

Aunque no encontraron a nadie dentro de la casa, nos

habían visto huir. Ethan aceleró haciendo rugir el motor, llamando la

atención de los agresores, con la intención de que nos siguieran para así distraerlos y darle tiempo a Víctor para que escapara

con su moto sin que lo descubrieran. Aceleró tanto que apenas al doblar la esquina ya habíamos

desaparecido de su vista. De todas formas, no tardaron mucho

en reaparecer. Por suerte, el coche de Ethan era muy veloz, pero

los de ellos tampoco se quedaban atrás. Desconocíamos el

camino completamente; jamás había estado en ese lugar. Solo

escapamos hacia el asfalto para retomar la ruta. Los autos cada vez se nos acercaban más. Intenté ver el

mapa para encontrar alguna salida rápida, pero me era imposible. De pronto nos sorprendió escuchar un fuerte disparo.

–¡Maldición! –gruñó Ethan–. Ya han comenzado a

disparar. Necesito que tomes el volante cuando lleguemos a la

esquina. Extrajo su arma de la cintura. Sin dudar un segundo, tomé

el volante y dejé todo en sus manos. Debía confiar en él, como

él confiaba en mí. –¡¿Listo?! –grité.

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–¡¡Ahora!!

Cuando tomé el volante, Ethan giró rápidamente, sacó una

parte de su cuerpo por la ventanilla y, quedando casi al

descubierto, comenzó a disparar. Escuché dos tiros; luego se

acomodó nuevamente en el coche y retomó el control del

vehículo. Cuando volteé hacia atrás para ver a través del vidrio

trasero lo que había sucedido, increíblemente pude ver que había

impactado en la llanta de unos de los autos, haciendo que

derrapara en medio la calle y dejándolo fuera del camino. Solo teníamos un auto muy pegado a nosotros. Cuando

pensamos que nos alcanzaría, sorpresivamente una moto se nos

atravesó unos cuantos metros delante, justo en la intersección de

las cuatro esquinas. El conductor llevaba puesto un casco

oscuro, el cual nos impedía poder ver su rostro… Enseguida

extrajo un revólver de su cintura y, justo antes de toparnos

contra él, nos apuntó y disparó. –¿Qué diablos sucede…? –preguntó Ethan desorientado. –¡Es Víctor! –respondí. Sabía que era Víctor. Sus tiros pasaron a pocos centímetros del auto de Ethan y

dieron contra el parabrisas del otro auto, que al venir de frente, no tuvo más opciones que girar para protegerse de las balas,

logrando dejar el paso libre para que pudiéramos escapar. Víctor guardó su arma y aceleró la moto hasta quedar a la

par nuestra. Se levantó el casco y desde el costado del auto, a la altura de la ventanilla de Ethan, preguntó:

–¿Qué haremos ahora? –Josep Bueno –respondió Ethan secamente–.

Averiguaremos quién es... –Será mejor que nos detengamos en un lugar tranquilo –

propuso Víctor–. Por la carretera principal, antes de la ciudad,

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hay un bar donde también podremos buscar en la guía los datos

de Josep Bueno. –Perfecto. Te seguiremos… Víctor pasó con su moto por delante del auto y nos

dirigimos por la carretera hasta el bar que había mencionado.

Anocheció. Mi mente estaba colmada de dudas. Pero lo

que me hacía sentir mejor era saber que ya no estaba solo en esa extraña situación, o al menos eso era lo que pensaba.

Antes de llegar, ya podía verse un cartel muy llamativo, de

luces multicolores que indicaba el nombre del bar: The Clover.

Cuando nos aproximamos, había una gran variedad de personas,

la mayoría adolescentes que probablemente concurrían para

beber un trago ya que era sábado. También había muchas

mujeres que paseaban al lado de los coches, algunas vestidas de

forma provocativa con polleras cortas, otras con la panza

descubierta o con escotes amplios y ajustados que marcaban sus

pronunciados y llamativos pechos. Víctor estacionó al lado de otras motos que había allí. Sin

embargo, nosotros decidimos no dejar el auto en el

estacionamiento principal, sino un poco más alejado y

escondido, pues temíamos que pasaran por aquí los sujetos que

nos estaban buscando. Si veían el vehículo, estaríamos en la

ruina. Ubicamos el auto en un lugar apropiado y caminamos a lo

largo del estacionamiento hasta llegar a Víctor. La mayoría de

los dueños de los autos eran jóvenes. Todos vestían ropa informal y cómoda. Yo traía puesta la misma camisa y el mismo

pantalón con los que había ido al hotel y posteriormente a la

casa de Víctor. (De hecho, ahora mismo, escribo estas palabras con el mismo atuendo...). Ethan vestía un jean oscuro, una

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remera blanca debajo de una camisa a cuadros azules y Víctor

una simple remera negra y un pantalón claro. Cuando nos reunimos, Ethan dudó y dijo: –Creo que será difícil que nos encuentren aquí. –Tranquilos, muchachos –agregó Víctor–. Aquí, no nos

encontrarán. –Yo creo que lo mejor será buscar información en las

guías para ubicar a Josep Bueno cuanto antes –intervine. –Por supuesto, Bruce –respondió Ethan–. Eso es lo que

haremos. Pediremos prestada la guía telefónica del bar.

Ingresamos por la puerta principal y observamos a una

chica rubia con un hermoso rostro y cuerpo perfecto, de piel

caribeña que resaltaba más aún con su remera escotada rosa y el

jean claro. Advertimos que actuaba de una forma extraña, pues

parecía estar muy enfadada e irritada. Caminó enojada y

angustiada hacia la salida, justo por donde nosotros pasábamos.

Tras ella iba un muchacho joven, alto y forzudo, cuyo cuerpo

era similar al de un jugador de futbol americano; la seguía muy

malhumorado. En un momento, la tomó bruscamente del brazo

impidiendo que ella pudiera reaccionar y le dijo:

–¿Adónde crees que vas, maldita zorra? No tienes un centavo y ni un pito que te lleve a ningún lado…Vamos, ven

aquí… Los tres nos quedamos parados en la puerta sorprendidos

por lo que estaba sucediendo. Comenzaba a sentir repugnancia

por este idiota. Ethan observaba con mucha atención lo que

estaba sucediendo. A nadie más alrededor parecía importarle…

El ambiente estaba viciado por el humo de los cigarrillos. La

música de fondo provenía de una máquina tipo Rockola Antigua

de un metro y medio de altura, con la parte superior muy

iluminada y de varios colores en el frente y en sus laterales, una

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de esas que funcionan al introducir una moneda y permiten

elegir las canciones que se desea escuchar. Había diferentes grupos de personas sentadas en las

mesas. También había algunos billares, todos ocupados. Cada

uno estaba inmerso en su mundo. La chica se movía y retorcía para poder zafarse del sujeto

que la amedrentaba, hasta que nos miró pidiendo auxilio. Esto

provocó que el muchacho advirtiera nuestra presencia detrás de

él. La soltó de inmediato, se volteó impulsivamente hacia

nosotros y, mirándonos con rudeza, preguntó: –Ustedes, ¿qué diablos miran, imbéciles? Será mejor que

se larguen de aquí si no quieren terminar heridos. Yo quería evitar problemas, de hecho no sería nada

inteligente tener un altercado y arriesgarnos a ser detenidos por la policía. Sin embargo, Víctor y Ethan estaban muy decididos a

golpear a ese infeliz, pero por suerte intervine a tiempo para

detenerlos: –Vamos, muchachos... No es asunto nuestro y él no la ha

lastimado. No queremos problemas, no olviden eso.

Aunque sus miradas seguían fijamente a la de este joven,

pude evitar que se pelearan en el bar. Los empujé para que

fuéramos a sentarnos a alguna mesa que estuviera desocupada.

Ethan se acercó al cantinero y le pidió una ronda de cerveza.

Luego echó un vistazo al lugar y le indicó: –Estaremos sentados en la mesa que está junto a la

ventana. El cantinero tenía un aspecto similar al de la gente de la

zona: barba prolija, cabello ondulado y peinado con gel y con un

peine fino hacia un costado. Mientras secaba con un trapo las

copas de vidrio, respondió muy cortante con una mirada

aburrida: –Enseguida las llevarán, caballero.

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La camarera se aproximó a la barra para dejar dos vasos

sucios. El hombre, con voz ronca, le ordenó: –Tres frías, mesa seis. –Ya se las alcanzo –dijo y luego se apresuró para

continuar con los otros pedidos. Nos sentamos a la mesa elegida antes de que la ocupasen,

pero como había dos sillas, me acerqué al tipo de la mesa que

estaba detrás de nosotros pues uno de los asientos estaba

desocupado. El muchacho estaba solo. Su aspecto me llamó la

atención: abundantes rulos largos, acné en su rostro; usaba

anteojos de lectura, inapropiados para el lugar en el que nos

encontrábamos. Me acerqué y le pregunté: –¿Está ocupada esta silla? –No –respondió muy nervioso con la mirada hacia abajo. –¿Puedo usarla, por favor?

–Sí. –Gracias. Noté en él cierto temor al hablar. Me pareció muy

introvertido. Ubiqué la silla en nuestra mesa y me senté. Estaba

agotado. –Qué tipo extraño, pero amable –comenté. –Aquí todos somos extraños, Bruce –dijo Ethan–. Cada

persona es extraña y vive en su propio mundo. La normalidad es muy rara, a menos que sepas fingirla muy bien.

–Allí vienen las cervezas frías –intervino Víctor ansioso. Yo no suelo consumir con frecuencia bebidas alcohólicas.

Trato de controlar mi mente en todo momento y de no perder la

cordura, aun mas en momentos como estos. Justo cuando la camarera apoyó las cervezas en la mesa y

las destapó una por una, vi que, por detrás de ella, a pocos pasos

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de la mesa de billar, nuevamente discutían la chica rubia con el

mismo joven. Esa vez no le dimos importancia. –Señores, lo primero es lo primero –dijo Ethan con su

mano pegada al vaso de cerveza–. Antes de mirar a esas

hermosas damas, debemos conseguir la guía para poder ubicar a

Josep Bueno. –En la parte trasera del bar están los teléfonos públicos –

comentó Víctor–. Quizás allí haya una. –Excelente, no demoraré –dijo Ethan, mientras se

levantaba del asiento con su vaso en la mano. Antes de ir hacia el teléfono público, se dirigió a la barra y comenzó a conversar

con el cantinero, quien dejó la copa que estaba lavando sobre la

mesada, lo miró fijamente y se le acercó al oído para decirle unas palabras. Luego Ethan se encaminó hacia el teléfono

público. Nos miró sonriendo y levantó su cerveza triunfante, Luego lo perdimos de vista.

–¿Cómo lo conociste? –preguntó Víctor, aprovechando su ausencia.

–Él me ha salvado la vida o por lo menos, eso creo. De hecho, lo conocí esta mañana, así que no tienes de qué

preocuparte ya que “todos somos extraños aquí”, como dijo

Ethan… –Hay una cosa que no entiendo y me provoca dudas – dijo

Víctor–. ¿Cómo han conseguido la identificación de mi padre? –Esta mañana escapamos de los mismos sujetos que

fueron a buscarnos a tu casa, pero antes de eso, Ethan tomó esa

identificación de uno de los bolsillos de ellos; de esa manera fue

como llegamos hasta tu casa en busca de Frank Miller. No

sabíamos con qué nos íbamos a encontrar. Como puedes ver,

ahora tú estás aquí con nosotros y, seguramente, jamás lo

hubieras imaginado… –Solo espero que todo esto valga la pena, Bruce.

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–Quédate tranquilo. Siento que todo saldrá bien, confío en

Ethan; aunque no lo conozco demasiado, siento que podemos contar con él.

Dimos unos sorbos a nuestros vasos mientras, en silencio,

cada uno pensaba algo distinto sobre lo que estaba sucediendo. Víctor levantó la mirada y dijo:

–Mira, allí está la rubia de nuevo coqueteando con aquel idiota.

Volteé mi cabeza para mirar disimuladamente y allí

estaban los dos como si minutos atrás nada hubiese sucedido. –Qué chica tan tonta –dijo Víctor enojado–. Con lo bella

que es podría estar con el hombre que ella quisiera. Y mira… ya

ves, anda con ese imbécil. –Tienes razón. Cada uno sabe lo que hace… – respondí. El hombre la trataba como si fuera su dueño. Había tres

muchachos y dos chicas con ellos. Todos tenían el mismo

aspecto. Me hubiera atrevido a decir que ellos eran del equipo

de fútbol americano de la zona, y las mujeres cumplían el rol de

animadoras. Tomaban cerveza y reían repugnantemente,

sentados sobre la mesa de billar como si fueran los dueños de

todo esto. –Será el grupo el que determine quién sea cada uno – dijo

Víctor y rió. Mientras charlaban y jugaban al villar, la chica rubia se

apoyó suavemente con ambos codos sobre la mesa, inclinó su

cuerpo de modo tal que podían observarse sus perfectas curvas y

su pequeña cintura. Su figura era la de una modelo.

A pocos pasos de la mesa de billar estaba la mesa del

joven solitario. Tuvo la mala suerte de que cuando miró los

llamativos rasgos de la mujer, el sujeto con el que la hermosa

rubia se encontraba le clavó una mirada penetrante. Enojado, se

apartó del billar y se acercó enfurecido hacia el pobre

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muchacho, que sabiendo lo que iba a suceder, agachó la cabeza,

para no volver levantar la vista y evitar ver a ese idiota. El joven

musculoso apoyó un brazo en la silla y el otro en la mesa, y le

gritó impulsivamente: –¡Oye! ¡Pedazo de marica! ¿Qué mierda haces mirando a

mi novia? Seguro te masturbas con ella, ¡¿no es así?! El chico no atinó a responder una sola palabra y, sin

siquiera mirarlo, logró que el alterado sujeto se enfureciera aún más. Apretó y estrujó sus dos manos, hasta que el inocente

muchacho respondió aterrado: –Yo no la miré, Stewart... –¡¿Crees que puedes mentirme a mí y en mi propia cara?!

¡Qué diablos te sucede! La situación se había tornado insostenible y había llamado

la atención de todos. Con Víctor no podíamos dejar que eso

continuara o ese idiota llamado Stewart terminaría dándole una

paliza, pues era mucho más alto y grandote. Seguramente lo

acabaría de tan solo un golpe. Esa situación no me agradaba

para nada; cada vez me enfurecía más, al igual que Víctor. Stewart continuó con su abuso. Le arrancó los anteojos y

le dijo: –¡Mírame maricón! Lo tomó de los pelos y lo alzó lentamente... Yo no podía soportar más presenciar ese maltrato. Me

levanté bruscamente y, sin pensarlo, empujé con fuerza a

Stewart, haciéndolo caer sobre una mesa que estaba a un

costado. No sabía lo que estaba haciendo, simplemente sentí que

debía hacerlo. No pude controlar mi ira y tampoco pensé en las

consecuencias que producirían mis actos. Luego le grité: –¡Ya déjalo en paz de una vez por todas! Sentí que mi corazón latía mucho más rápido de lo

normal, estaba muy agitado. Logré atraer la mirada de todos. Se

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produjo un profundo silencio. Víctor se levantó de la silla y,

sorprendido, dijo: –¡Mierda! Stewart cayó sobre la mesa, se levantó despacio y con

rabia, me miró a los ojos fijamente, me señaló con su dedo índice erguido y tembloroso de los nervios, y vociferó:

–¡Has cavado tu propia tumba! Me llevaba casi una cabeza. Seguro perdería en una pelea

contra él, pero ya no había vuelta atrás. El joven solitario

también se paró, pero se ubicó detrás de Víctor, ya que tenía una

apariencia más ruda que la mía.

Detrás de Stewart comenzó a pararse un grupo de jóvenes

para apoyarlo en la decisión que tomara. Nos superaban en

número. Stewart chocó sus puños y dio un apretón. Me miró

fijamente y corrió de un golpe la silla que estaba entre nosotros.

No sabía cómo responder ante esa provocación, solo intentaría

defenderme en cuanto comenzara a atacarme, firme y sereno.

Esa era mi única opción, pues con esos tipos es imposible

hablar. La chica rubia se acercó a Stewart y le pidió: –¡Por favor, detente! Déjalo en paz, no tiene sentido. Vámonos de este horrible bar. Intentó hacer todo lo posible para calmarlo y evitar

problemas, pero el increíble idiota la empujó hacia un costado

para que no estorbara y ella perdió el equilibrio.

Sorpresivamente, una persona de entre la multitud la atajó con

sus manos antes de que cayera al piso y evitó que se lastimara.

Una vez que la chica se paró, el defensor dio un paso hacia

adelante. Cuando vi su rostro advertí que era Ethan. Me

tranquilizó verlo con nosotros compartiendo esa delicada

situación. Justo antes de que todo explotara en el bar, Ethan se

acercó a Stewart y a su grupo de amigos y preguntó:

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–¿Qué tenemos aquí? Lamento llegar tarde, muchachos. Luego, dirigiéndose a Víctor y a mí, murmuró: –Díganme, ¿qué demonios han hecho? Como pueden ver,

nos superan en número. Comenzó a señalar con el dedo índice uno por uno a los

hombres que estaban junto a Stewart y contó en voz alta: –Uno, dos, tres, cuatro... Ya nos superan, así que no

podremos pelear. Lo lamento, muchachos, pero hoy no podrá ser.

Luego giró hacia nosotros, dando la espalda a Stewart,

pero este, sin entender lo que Ethan estaba haciendo, muy

enfurecido le gritó: –¿Qué diablos crees que haces, pedazo de mierda? Quítate

a un lado, esto es entre él y yo. –Tienes razón, pero lamento decirte que al haberme

insultado de esa manera, ahora ya tienes un problema conmigo y

es muy personal, y peor aún, al haber empujado salvajemente a

esa hermosa dama –respondió Ethan mientras miraba a la chica

rubia que estaba a su lado. Se había producido un momento de mucha tensión. La

joven que estaba con Stewart sonrió sorprendida por lo que

Ethan había dicho. Ethan y Stewart estaban frente a frente en el

centro del bar y todos los jóvenes a su alrededor formaban un

círculo esperando ver un poco de acción. –Espero tu respuesta –dijo Ethan–. Tú decides, mu-

chacho.

Yo decido que acabaremos con ustedes tres y con el maricón de anteojos –respondió, mientras sus amigos se

colocaban detrás de él en fila, con sus miradas clavadas en

nosotros.

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–Bueno, tú lo quisiste, Stewart –dijo Ethan irónicamente–.

Tendré que usar a mi mejor amigo para igualar la situación, ¿te parece?

No logré entender qué diablos decía dado que los únicos

que estábamos con él éramos Víctor, el chico de los anteojos y

yo. A nadie se le movió un pelo para que esta situación

terminara. Inesperadamente, Ethan extrajo de su cintura el arma

y jaló la corredera hacia atrás con la clara intención de asustar a

su contrincante. Todos quedaron impactados; algunos

desaparecieron del lugar y otros buscaron rápidamente lugares

seguros para protegerse. Yo jamás hubiese imaginado que

sacaría su arma en medio de toda esa gente; de todas formas,

también estaba seguro de que no sería tan estúpido como para

apretar el gatillo ahí. Era evidente que lo hacía para asustar a

Stewart y a sus amigos, y lo había conseguido. Nosotros nos acercamos y tratamos de contenerlo para que

bajara el arma, pero Ethan se dirigió a Stewart y le dijo: –Es increíble cómo cambió tu cara en tan solo milésimas

de segundos. No creerás que usaré esta arma contra ti. No será

necesario, niño… Justo en ese momento el gordo y barbudo cocinero

apareció delante de todos con una escopeta en la mano, y con una voz muy ronca bramó:

–Ya se han divertido bastante y tendrán una anécdota para contar. Ahora, ¡largo de aquí!

–Disculpa –le dijo Ethan mientras guardaba nuevamente el arma en la cintura–. Ya nos iremos, pero antes

debo terminar este asunto. Dirigiéndose a Stewart, agregó: –Pelearás conmigo fuera del bar. Así al menos podrás

defender tu propio honor por lo que le has hecho a tu dama. Será

solo entre tú y yo, ¿qué respondes?

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El orgullo de ese idiota pudo más que su razón y, muy

decidido, respondió enojado: –Afuera, ¡ahora! No solo salimos los involucrados en el conflicto, sino

todos los presentes en el bar. Cuando llegaron a la parte trasera,

todos los rodearon. Ethan se acerco a mí, me entregó su arma y

en voz baja me dijo: –Guárdamela tan solo un minuto. –¿Sabes lo que haces? –le pregunté. –¿Seguro que quieres hacerlo? –agregó Víctor–. Si quieres

podemos largarnos de aquí ahora mismo y evitaremos todo este problema.

–Tranquilos, amigos –respondió Ethan con una sonrisa

demostrando mucha confianza–. La muchacha me cae bien;

acabemos con esto y luego seguiremos con lo nuestro, ¿está bien?

Ethan caminó hacia el centro y comenzó a entrar en calor

sus brazos moviéndolos en forma circular. Se paró en el medio,

hizo sonar su cuello de un lado hacia el otro, estiró sus dedos

hacia adelante y luego dio dos pequeños saltos. Ya estaba

preparado. Luego espero a que Stewart se sacara la chaqueta,

mientras se escuchaban las voces del público que animaban a su

amigo:

–Acábalo… Tú puedes, Stewart… Enséñale quién

manda… Muy confiado, el muchacho se acercó al centro sonriendo

con el apoyo de sus compañeros. Aunque los dos eran casi de la misma estatura, Stewart lo

superaba en masa muscular, pues era más corpulento que Ethan,

y eso ya de por sí era un punto a su favor. Se paró a pocos

centímetros de la cara de su rival, lo miró a los ojos mientras

hacía gestos repugnantes con su boca. Ethan le dijo:

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–Si gano, dejarás a la muchacha en paz y, si ella lo desea,

soportarás que me siente a tomar un trago con ella. Si tú ganas,

podrás quedarte con aquel auto negro deportivo que está al

fondo del estacionamiento. ¿Qué te parece? –Eres un completo imbécil –respondió Stewart mientras se

estrujaba los dedos, muy seguro de sí–. ¡Trato hecho! Nosotros estábamos muy sorprendidos de la estupidez que

acababa de hacer Ethan. La chica se enfureció por la respuesta

de Stewart, estaba decepcionada y confundida pues era evidente

que la había tratado como si fuese un premio. Ethan extrajo de su bolsillo las llaves del coche, se las

lanzó a Víctor, y dijo: –Si me derrota en menos de un minuto, se las entregas,

¿de acuerdo? –Espero que sepas lo que haces… –respondió Víctor. –Bueno, basta de palabras –dijo Ethan–. Muéstrame lo que

tienes, niña... –Eres hombre muerto –respondió furioso Stewart y, sin

esperar más, impulsivamente le lanzó un derechazo con toda su fuerza, llevando su cuerpo hacia adelante para intentar darle en el rostro. Sin embargo, Ethan, que era tan hábil y rápido de reflejos como un boxeador profesional, se echó hacia atrás en menos de un segundo, dejando que el puño de Stewart golpeara al aire y quedara desestabilizado. Stewart se volvió a parar firme rápidamente, mientras Ethan comenzó a moverse hacia los costados. Todos los amigos de Stewart comenzaron murmurar nuevamente:

–Ya lo tienes, acábalo… Ethan se puso en guardia y esperó nuevamente su ataque.

Stewart, enfurecido y confiado, volvió a tirar otro puñetazo aún

más fuerte al centro del rostro de Ethan, quien nuevamente logró

esquivarlo dejando su cuerpo en el lugar e inclinando sus

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piernas, pasó por debajo del brazo de Stewart y le propinó un

asertivo gancho con su puño derecho golpeando así el mentón,

haciéndole perder la estabilidad y logrando que cayera al suelo

casi inconsciente. La multitud enmudeció sorprendida. Ethan se volvió a

poner firme, miró a los amigos de Stewart y les dijo: –Ya pueden ayudarlo, muchachos. En menos de un minuto

recuperará la conciencia. Luego miró fijamente a la chica, pero ella no hizo ningún

gesto y muy sorprendida se fue entre la multitud. Justo cuando

la pelea había finalizado comenzaron a sonar las sirenas de una

patrulla policial. Todos empezaron a correr para desaparecer del

lugar cuanto antes. Nosotros ya debíamos partir, así que les dije

a Víctor y a Ethan: –¡Larguémonos de aquí ya mismo! No es conveniente que

la policía nos detenga justo ahora…

–De acuerdo –respondió Ethan–. Toma tu moto y sígueme, Víctor. Pararemos en la gasolinera más cercana. Luego

te explico. Cuando corríamos dirigiéndonos a nuestro auto, el joven

solitario de anteojos nos detuvo y dijo muy nervioso: –Gracias por salvarme la vida. Tomen, les dejo mi tarjeta

por si algún día necesitan ayuda con la tecnología. Estudio

ingeniería en informática en la Universidad de Nueva York... La verdad es que no le dimos importancia. De todas

maneras, tomé la tarjeta y luego la arrojé en la guantera del auto.

Lo único que queríamos era salir del maldito bar. Así que le

agradecí y nos despedimos con un apretón de manos. Ethan puso

en marcha el auto, estábamos a punto de arrancar, cuando la

chica rubia se paró delante de nosotros. –¡Cielos! –dijo Ethan–. Por poco la atropello.

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La chica, con la cara muy seria, se acercó a la ventanilla

de Ethan, se apoyó con los codos, le arrojó una servilleta doblada y le dijo:

–Llámame. Besó suavemente la mejilla de Ethan, dejándolo

completamente atontado; luego dio media vuelta y se marchó. Ethan abrió la servilleta y leyó el nombre de la chica y un

número de teléfono. Con un suspiro, dijo por lo bajo: –Por supuesto que lo haré… Luego reaccionó y exclamó: –Bueno… ¡Basta, larguémonos de una vez! Puso reversa, condujo hacia atrás y luego aceleró

dirigiéndose hacia el asfalto, mientras Víctor ya estaba ubicado

detrás de nosotros en su moto. Tan solo esperábamos que Ethan nos dijera lo que

había descubierto de Josep Bueno en el bar…

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CAPÍTULO VII

¿Alguna vez se han sentado en silencio, sin fijar su

atención en nada, sin hacer esfuerzos para concentrarse, con la

mente en calma, realmente en silencio? Entonces escucha todo,

¿No es cierto? Escucha los ruidos lejanos como los cercanos, los

que están muy cerca, esos ruidos inmediatos, eso en realidad

significa que escucha todo. Su mente no se limita a un único y

pequeño canal. Si puede escuchar de esa forma, escuchar con

facilidad, sin esfuerzo, descubrirá que sucede un cambio

extraordinario en usted, un cambio que llega sin su voluntad, sin

que lo pida, y en ese cambio hay enorme belleza y profunda

percepción. Las horas transcurren y lágrimas caen lentamente

por mi rostro. Hoy quisiera poder abrazar a mi madre y decirle

que la amo; quisiera estar con María y besarla eternamente.

Quisiera agradecer a todas aquellas personas que alguna vez

formaron parte de mi vida y decirles gracias… gracias por

hacerme feliz. Ya pronto llegare al final de esta historia y, tan

solo espero estar con vida para poder contarla.

Huimos de la ciudad antes de que la policía nos detuviera

y nos retrasara con nuestro objetivo principal. Condujimos por

la recta carretera sin detenernos a través de la profundidad de la

noche hasta llegar a la gasolinera más cercana que estaba a las

afuera de la ciudad. Al nacer el amanecer, pude notar como el

sueño comenzaba a dominar a Ethan por la radiante y enérgica

luz del sol a primera hora impactando contra el parabrisas. –Resiste, pronto llegaremos a la gasolinera –dije a Ethan. –Lo sé. Desde aquí puedo verla. –Será mejor que descansemos un poco. Luego seguiremos

nuestro camino. Aun tenemos un largo tramo por delante…

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–De acuerdo –concluyo Ethan.

Al llegar, con las luces del auto encendidas que

iluminaban el camino, anunciando nuestra llegada al lugar, Ethan se estaciono a un costado de los surtidores. La estación

era muy luminosa y parecía estar bien equipada. Había una

tienda con un cartel blanco con letras rojas que colgaba de la

puerta de vidrio, que leía: “Abierto las 24 horas”. Mientras Víctor cargaba combustible a su moto, con Ethan bajamos del

auto y nos dirigimos a la tienda para comprar algo de comer y

beber. Cuando entramos, Víctor nos alcanzo y Ethan dijo: –Tomen lo que necesiten. Tenemos 155 millas hasta llegar

a la casa de Josep Bueno. Mientras caminábamos por las góndolas tomando

alimentos para comer durante el viaje, Víctor preguntó a Ethan: –¿Como te sientes para seguir conduciendo? –Descansaremos unas horas antes de partir. Evitaremos ser

deslumbrado por el sol a primera hora. –Me parece la mejor idea… –consintió Víctor.

Cuando ya tomamos todo lo necesario de la tienda,

caminamos directo a la caja registradora. Había un empleado

joven que llevaba puesto unos grandes anteojos, que estaba

leyendo una revista de Cómics. Nos acercamos mientras el

joven pasaba muy vagamente las hojas. Debe ser devastador

trabajar a estas horas, pero seguro el pago es mayor.

Compramos tres cafés y tres sándwiches. Luego al salir de la

tienda Ethan me lanzo las llaves de su auto y dijo: –Colócalo detrás de los surtidores. Iré al baño, no me

tardo. Caminé con las llaves en mi mano hasta el auto, me senté

en el cómodo asiento y lo encendí. No he conducido mucho, aún

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así, sin tener conocimientos del tema me atrevo a decir que este

auto tiene una gran potencia. Por suerte el lugar era desértico. Alrededor de la

gasolinera no había nada en varias millas de distancia. Despacio comencé a mover el auto lentamente. De pronto, Víctor me sorprendió a mi lado, junto a la ventanilla y me indico:

–Vas bien, vas bien... sigue así. Luego continúo caminando a la par mientras comía su

sándwich con ambas manos. Se apresuro en adelantarse unos

metros más adelante para observar el espacio que había detrás

de la gasolinera. Se detuvo en un lugar y me señalo en donde estacionar.

La ubicación era adecuada. Tenía la sombra de un árbol

muy robusto y alto, además estaba oculto de la carretera. Bajé

del auto, me paré a un paso mientras lo miraba y dije: –Excelente. –Ya veo –respondió Víctor mientras le echaba un ojo a

todo su interior. –Lindo ¿verdad? –Sorprendió Ethan por la espalda–.

Dormiré una siesta y luego lo conducirás unos cuantos

kilómetros ¿quieres? Yo iré en tu moto... –Como digas– contestó Víctor muy ansioso por manejar

ese vehículo.

Ethan se recostó en el asiento de su auto y juntó sus

pestañas poniendo fin aquel día. Víctor se alejó, se sentó en el piso sobre una larga pared blanca detrás de la tienda y se

acomodó hasta quedar adormecido. –Descansa tu también, Bruce –dijo Ethan al verme parado

observando el bello paisaje. –Lo intentaré –respondí–. Primero le echaré un vistazo al

lugar, así respiro un poco de este hermoso aire y pienso con

claridad algunos temas.

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–Tomate tu tiempo. Aquí estaré si necesitas conversar con

alguien.

Caminé pausadamente hacia el paisaje, minado de

pequeños árboles con sus coloridas hojas verdes y un largo e

interminable pastizal. A lo lejos se podía ver un eterno campo

que chocaba contra enormes montañas. Al dar los primeros

pasos en la tierra colorada, enseguida note que a unos cuantos

pies había una enorme roca, junto al árbol más gordo y alto que

llegue a conocer en mi vida. La soledad que había en aquel sitio, era muy triste y muy

calma. Al sentarme en la enorme piedra, recapitulé un momento

sobre todo lo que estaba sucediendo. Respiré profundo la brisa

de aquella reciente mañana, sentado en la solitaria y única

piedra. Levanté la mirada y allí estaba ella. Su rostro reflejado

entre los voluminosos pastizales que había delante de mí. María,

con su cuerpo tan peculiar y hermoso. Su rostro incandescente

me miraba y oía su dulce voz pronunciando mi nombre

suavemente. Inconscientemente le hable. Le aseguré que pronto

acabaría con esta pesadilla y que volveríamos a estar juntos para

siempre, pero debía tener paciencia y dejar que las cosas fluyan

hasta que lleguen a su fin. Minutos después, el suave viento deslizándose por los

aires golpeaba en mi rostro, sintiendo esa frescura intensa que

me dejaba totalmente anonadado. Recosté mi espalda en lo largo

de la monstruosa piedra, mientras recordaba momentos de mi

vida junto a María...

Había quedado totalmente dormido, casi dos horas

después abrí los ojos y escuché la voz de Víctor: –Hermoso lugar ¿verdad? –Se acomodo y se sentó en la

punta de la roca. –Que piensas: ¿Crees que estemos haciendo lo correcto?

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–No lo sé... Esperemos que así sea. No lo sabremos

ahora, sino mas adelante cuando miremos hacia atrás. Lo único

que podemos hacer es confiar en que vamos por la senda

correcta. Luego de un intenso descanso, interrumpió el silencio la

bocina del auto de Ethan. Miramos instantáneamente. Estaba

Ethan parado pegado a la puerta mirando hacia nosotros: –Lamento cortar su encantador momento –grito–. Ya

amaneció y tenemos un largo viaje. Será mejor que nos larguemos de aquí…

Una vez listos para partir, entré al auto y cuando Víctor iba camino por su moto, Ethan lo detiene y dice:

–Toma las llaves del auto. Condúcelo.

–Calculo que no habrá problemas –respondió Víctor–.

Solo unos pocos kilómetros en la recta. –No tienes de que preocuparte, a mí, me fascinan las

motos… –dijo Ethan con entusiasmo. Víctor entrego sus llaves de la moto a Ethan, las toma con

una pequeña sonrisa y sube muy ligeramente confiado. –Veamos qué es lo que tienes princesa… Aunque se notaba que Víctor estaba intranquilo, en el

fondo le tenía confianza a Ethan. A demás, de todas maneras, él también estaba muy ansioso por conducir ese potente auto.

Una vez los motores encendidos, Ethan se acerca al auto

con la moto, acomoda el espejo retrovisor y luego se acomoda el cabello hacia atrás:

–Bueno muchachos, ya es hora. Larguémonos de aquí. Síganme…

Al acelerar Víctor noto la increíble potencia del auto, se

sintió muy a gusto por dentro.

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Ya en la carretera, ambos comenzaron acelerar cada vez

más, hasta alcanzar una velocidad muy alta. Hasta que de pronto

se pusieron a la par. Redujeron la velocidad cuando se veía que

a lo lejos se aproximaba un camión. Al pasar junto a nosotros el

largo camión que transportaba materiales de hierro, Ethan se

adelantó y dio la señal para que disminuyéramos aún más la

velocidad, hasta quedar completamente detenido fuera del

asfalto.

Ethan bajo de la moto y la afirmo para que no cayera.

Se quitó el casco y caminó sobre la tierra hasta nosotros. –Lamento frenar de esa manera, pero recién al pasar aquel

camión a gran velocidad, pensé que con tan solo un mal

movimiento podríamos haber muerto. Fue cuando se me cruzó

por la mente la idea de que hay que tomar las precauciones

necesarias. Lo que me llevó a recordar una cosa que tenía

olvidada hasta ahora –apoyó el casco sobre el techo y continuó–.

Verán… Cuando estábamos en el bar, pregunté al cantinero

donde se encontraba la guía, para buscar el nombre de Josep

Bueno. Luego de decirme que estaba al fondo junto al baño de

damas, me dirigí hacia la parte trasera y, ahí fue cuando justo en

el momento que encontré su dirección, la puerta del baño de

damas se abrió bruscamente y escucho la conversación de dos

mujeres muy exaltadas diciendo que habría una riña. Dejé a un

lado lo que estaba haciendo y me acerqué para saber de qué se

trataba. Cuando vi que ustedes eran los protagonistas, disparé

inmediatamente hacia allí. Ya sabemos el resto... ¿saben por qué

les cuento eso? Porque al huir del bar cuando la policía ya

estaba en el lugar, de seguro han preguntado por nosotros tres al

cantinero, y lo único que pudo haber contado es lo que hicimos

mientras estábamos en el bar. Lamentablemente, una de esas

cosas fue consultarle donde estaba la guía, por lo tanto, es

probable que la policía lo revise. Recuerdo que olvide cerrar el

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libro de las direcciones. No digo que justo aquellos policías

serían los corruptos que nos están buscando, Solo que al

momento de informar por la radio policial, existe una mínima

posibilidad que las personas que nos estén buscando sepan hacia

donde nos estemos dirigiendo. De todas formas iremos, solo que

tendremos que ser más precavidos y estar bien protegidos los

tres. Una de la mejor protección que tenemos, es un arma.

Víctor y yo tenemos, por eso déjenme buscar un segundo aquí...

–abrió el baúl, comenzó a revolver y agregó–. ¡Aquí estas!

Extrajo un arma de calibre 9 mm. Continuó revolviendo mientras apoyaba elementos sobre el techo. Extrajo un cargador

y una caja con municiones. Por último se acercó al interior del

auto y tomo dos pequeñas latas vacías que estaban tiradas en el

asiento trasero. – ¡Ahora sí! –afirmó mientras cargaba el arma. Se acercó y Víctor preguntó con una sonrisa irónica en su

rostro: – ¿Nos usaras de blanco? –No me conviene, aún los necesito –contestó-. Es todo

tuyo Bruce.

En mi vida había usado un arma. La única vez que disparé

fue ayer con el revólver de Víctor. No es que no me gusten, sino

que jamás tuve la necesidad y la oportunidad de tener una.

Aunque al disparar ayer, me hizo sentir muy reconfortante. Es

una sensación extraña y peligrosa que causa mucha adrenalina.

–Ahora los tres estamos armados –comentó Víctor. –Así es –confirmó Ethan–. Esperemos a no tener que

usarlas. Pero nunca se sabe cuándo es el momento justo.

Preferible prevenir que lamentar.

–Bueno empecemos…–dijo Ethan.

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Tomó el arma con su mano y la giro de lado a lado para

explicarme su funcionamiento. –Esta es una pistola Glock calibre 9 mm, con diecisiete

municiones de carga automática. Recuerda no apuntar si no es

necesario. Para efectuar el disparo tienes que sostener

firmemente la pistola con ambas manos y presionar el gatillo suavemente. Ya te acostumbraras…

Ethan desarmó el arma delante de mí y quitó todas sus municiones.

–Colócalas tú –ordenó. Tomé con cuidado cada pieza del arma y las coloqué

lentamente en su lugar. No era muy complicado. Luego tiré la

corredera hacia atrás y la dejé lista para disparar. Apunte al

vacío del largo campo, pero antes de que intente disparar, Ethan me detuvo.

–Espera un momento. –Tomó las latas, camino unos pasos hacia los pastizales y

las coloco sobre un viejo tronco caído hace varios años. Regreso

tomando una distancia apropiada y observo cuidadosamente. –Yo también entro –intervino Víctor y extrajo su revólver

de la cintura. –Bueno, dejemos primero al aprendiz –dijo Ethan. Al posicionarme cerré un ojo y apunté con el otro a través

de la pequeña mira que tienen todas las pistolas. Estire los brazos y dispare. Salió un fuerte y sólido sonido, tan retumbante

que logro ahuyentar a las aves del lugar. No le di a ninguna de las latas, pero tampoco esperaba

acertar. –Bastante bien –dijo Ethan, y Víctor consintió. Luego tome un poco mas de confianza. Volví apuntar y

disparé. Esta vez el tiro hizo volar un pedazo del tronco. – ¡Bien! de apoco iras adquiriendo una mejor puntería

– dijo Ethan.

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–Bueno, es mi turno… –interpuso Víctor cansado de

esperar. Apunto con su revólver y con su seño fruncido. Sin tardar

demasiado, gatilló. Pego en el tronco a centímetros de las latas. –Diablos –maldijo Víctor–. Por muy poco. –Debes apuntar mejor y relajarte un poco mas – mascullo

Ethan con una sonrisa. Víctor ignoro su comentario y volvió a disparar. Tampoco

acertó. Sin embargo, muy impaciente disparó por tercera vez. Dio justo en la lata. Rió y sopló la punta del revolver como si

fuese apagar una vela y, comento: –La tercera, siempre es la vencida.

Ethan lo miro confiado y respondió:

–Bueno… parece ser mi turno.

Se posiciono y comenzó a explicar: –Primero apuntan, luego respiran profundo y exhalan el

aire de apoco… La bala del arma de Ethan hizo explotar de un solo tiro la

única lata que había. Sabía que tenía algunas habilidades

especiales para ciertas cosas. Guardo nuevamente su arma en la cintura sin presumir y dijo:

–Solo es cuestión de práctica y confianza, luego el resto

vendrá por sí solo. Lo importante por lo que estamos aquí, no es

para ver quien tiene mejor puntería, si no para que comiences a tener un poco de confianza con tu arma, Bruce.

Cada uno regresó a su vehículo y partimos hacia la casa de

Josep Bueno sin más retrasos. Sin saber con qué nos iríamos a

encontrar, tan solo esperábamos que sean buenas noticias.

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CAPÍTULO VIII

Eran las diez de la mañana del domingo cuando llegamos

al vecindario donde vivía Josep Bueno. El sol alardeaba sobre

nosotros en el tranquilo vecindario, la mayoría de las casas era

de clase media, ni muy lujosas ni muy modestas. Siempre

éramos extraños en cualquier lugar, pues los lugareños nos

seguían con sus miradas hasta perdernos de vista por las calles. Mientras buscaba la dirección que Ethan escribió de la

casa de Josep Bueno en la guía que tenía dentro de la guantera,

dije: –Qué suerte que tenemos esta guía; nos ha ahorrado

mucho tiempo. –En momentos como estos hay que estar preparado para

todo, Bruce. Siempre es bueno tener una guía, así jamás te perderás.

–Solo espero no tener que volver a usarla para este tipo de casos.

–Todo saldrá bien, no te preocupes. Tengo un buen presentimiento…

Ubiqué rápidamente la calle donde vivía Josep Bueno.

Bordeamos un enorme lago; en su orilla unos niños jugaban

mientras los adultos conversaban distraídos. Hicimos cinco

cuadras derecho y luego tres hacia la izquierda, hasta detenernos

enfrente de la casa de Josep Bueno. Estaba un poco alejada del

centro, en un barrio muy agradable, con calles arboladas y

limpias.

No sabíamos si él se encontraba allí, ni siquiera si aún

seguía con vida. Salimos del auto y esperamos la llegada de

Víctor, quien, al ver la casa, preguntó asombrado:

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–¿Esa es la casa de Josep Bueno? –Así parece –respondió Ethan, muy atento y mirando en

todas direcciones. Los tres estábamos desconcertados. Jamás esperamos ver

una vivienda tan abandonada en ese vecindario; de hecho, era la

única en este estado. Estaba tapada por las largas ramas de los

árboles. Cruzamos la calle hasta la entrada. Tenía una cerca de

madera que permitía ver el jardín delantero. La casa estaba a

unos quince metros de la puerta de acceso, con un fino camino

de piedras que conducía a la puerta, rodeado de altos pastizales.

La vivienda era de madera rústica, completamente deteriorada

por los musgos. Ethan gritó y aplaudió varias veces esperando que alguien

contestase, pero era absurdo. Nos preguntábamos si quizás esa

no era la dirección correcta. Ethan aseguraba que era la que

figuraba en la guía. Sin más vueltas, decidió deslizar la traba del

angosto portón para poder entrar. Todo alrededor de la cerca

estaba rodeado de filosos alambres de púas para impedir que

alguien ingresara con facilidad. Logró abrir el portón y con la palma de su mano lo empujó

con fuerza para abrirlo, ya que se estaba trabado por los pastos

altos. Entramos y lo cerramos nuevamente para no llamar la

atención. Rápidamente caminamos hasta la entrada para ver si

encontrábamos alguna información que nos pudiese ayudar.

Debíamos manejarnos con mucha precaución por si se trataba de

una emboscada, pues los hombres que nos habían perseguido

supondrían que iríamos allí. Sigilosamente caminamos hacia la puerta. Al acercarnos

observamos que la cerradura estaba cubierta por telarañas, lo

que revelaba que no había nadie en el lugar. Ethan se adelantó

un poco más y se acercó a la ventana. Extrajo con cuidado el

arma de su cintura y con la punta corrió a un lado los hilos de la

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planta que la cubrían intentando mirar hacia el interior, lo que

resultó imposible por la suciedad de los vidrios. Mientras, Víctor y yo nos acercamos a la otra ventana que

estaba junto a la puerta y procuramos ver por los recovecos. De

pronto, nos sorprendió un sonido que venía de muy cerca. Era

como si alguien estuviera pisando el pasto seco y lo quebrara.

Inmediatamente, todos tomamos nuestras armas por si se

presentaba algo inesperado. Ethan nos hizo señas con la mano

para que rodeáramos la casa. Aunque no me pareció una idea

brillante, era lo único plan razonable en esos instantes. Si eran

varios estaríamos acabados en menos de un segundo. Minuciosamente caminé junto con Víctor, pegados a la

pared, hasta que él se detuvo, bajó el arma y comenzó a olfatear. –Es olor a marihuana –dijo, mientras olía de lado a lado. Volvió a caminar hasta que el final de la pared. Al doblar

vio a un sujeto recostado entre los yuyos y le apuntó. Era

evidente que el sujeto estaba drogado. Tenía el cabello y la

barba largos, cubiertos con pequeños trozos de hojas secas. La

remera le quedaba chica y el pantalón era prácticamente una

mancha gigante de mugre. Al vernos, pareció como si hubiese

visto una desgracia. Enseguida se puso de pie. Su cuerpo

temblaba del susto. Sorprendido, arrojó el cigarrillo de

marihuana que estaba consumiendo entre el pastizal y exclamó: –¡Mierda! Giró bruscamente e intentó correr hacia el otro lado, pero

Ethan apareció de golpe y le apuntó con su arma a la cabeza. –Tranquilo… –le dijo–. ¿A dónde corres tan deprisa? Pensé que no era necesario que Ethan siguiera

apuntándolo ya que, después de todo, solo era un simple hippie. El sujeto estaba tan atemorizado que no podía pronunciar

una palabra. Me acerqué a Ethan y le bajé el brazo. –No te haremos daño. ¿Quién eres? –le pregunté.

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–Me llamo Raymond, soy un buen ciudadano. Llévenselo

todo y déjenme ir, por favor –suplicó mientras se cubría la cabeza con las manos.

–¿Conoces a Josep Bueno? –lo interrogó Ethan seriamente.

–Por favor, déjenme ir –repitió aterrado. Ethan le apuntó nuevamente a la cabeza y le ordenó: –Responde lo que te pregunto si no quieres que te llene de

plomo, ¿entiendes? –¡No lo conozco! ¡Lo juro! –¿No te suena familiar ese nombre? –preguntó Víctor.

– Es el dueño de esta propiedad y tú estás invadiéndola, idiota.

–¡Ah! Sí, por supuesto. Ya recuerdo. Ahora que lo dicen,

lo había olvidado… Era un anciano que vivía aquí con su esposa, pero esto fue unos años atrás.

–¡Diablos! –murmuró Ethan–. ¿Qué sabes de él? Cuéntanos todo si no quieres que te llevemos a la policía para

explicar qué haces aquí. –¡Les dije todo lo que sé! Lo juro –respondió con miedo–.

Recuerdo que eran personas agradables, no tenían problemas

con nadie, pero no se los veía a menudo por las calles. Creo que

un día el hombre se volvió loco y asesinó a su mujer, pero no

estoy seguro. Es todo lo que sé… ¡Déjenme ir, por favor! –Responde una pregunta más y te podrás ir. ¿Cuánto años

lleva abierta la tienda que está en la otra cuadra de aquí? –No recuerdo bien... Siempre estuvo ahí, ahora que lo

pienso… –Ya vete de aquí, drogadicto –dijo Ethan. El sujeto corrió lo más rápido que pudo hacia la salida,

tanto que se le caían los pantalones.

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–Él no solo viene a drogarse aquí, también cosecha

marihuana. Miren allí –dijo Víctor señalando a un costado. Había tres plantas de casi un metro y medio de altura. Yo

no lo habría advertido. El hombre aprovechaba que el lugar

estaba abandonado para sembrar. ¿Quién lo molestaría allí? –Iremos a la tienda, ¿verdad? –pregunté a Ethan. –Así es –respondió–. Veremos qué es lo que saben… Salimos cuidadosamente de la casa abandonada. Miramos

hacia todas partes por si había alguien vigilándonos, pero afuera

todo estaba muy tranquilo. Dejamos el portón de madera cerrado

como cuando ingresamos y nos dirigimos hacia la tienda que

estaba a pocos metros. Ethan nos indicó:

–Simulen que vienen a comprar. Tomen alimentos y

bebidas, o lo que ustedes gusten, luego déjenlo en la caja y yo

me encargaré del resto. Al entrar notamos que no era muy grande, pero se podía

decir que había de todo un poco. Con Víctor tomamos algunas cosas para almorzar y las colocamos tal como Ethan dijo. Saqué

dinero de mi bolsillo para pagar, pero se rehúso a recibirlo y

dijo: –Yo pago. Guarden su dinero, lo podrán necesitar más

adelante. Se ubicó en la caja para abonar. Nos atendió una anciana a

la que le preguntó: –¿Cuánto es, por favor? La señora, con una sonrisa angelical, respondió

amablemente mientras pasaba los productos por la máquina registradora:

–Buen día, chicos. En unos segundos ya les digo… Tenía la voz gastada y afónica. –Hermoso día, ¿verdad? –dijo Ethan.

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La señora lo miró por encima de sus lentes mientras

cobraba las cosas y respondió: –Sí, esperemos que siga así hasta el próximo mes. –Así será, se lo aseguro. Luego tomó una de las tantas bolsas que había colgadas de

un gancho pequeño y largo debajo del mostrador, y comenzó a poner los productos uno por uno muy despacio.

–Por favor, deje que mis hermanos se encarguen de eso –dijo Ethan. Sacó el dinero y abonó la compra.

–Gracias, caballeros –dijo la señora–. No los he visto jamás por aquí. ¿Qué se les ofrece por esta ciudad?

–Estábamos de paso por la zona y quisimos visitar al primo de nuestra madre al que hace muchos años que no vemos.

Se llama Josep Bueno. Vivía en la casa de allí enfrente –dijo Ethan y la señaló a través del vidrio que teníamos delante de

nosotros. La anciana se quitó los anteojos, temblorosa los apoyó

sobre el mostrador y, lamentándose, dijo: –Lo siento mucho. Jamás pensamos que sucedería algo

así. Yo los conocía. Casi todas las mañanas muy temprano

salían a caminar, luego se quedaban en su casa y no volvían a

salir hasta la mañana siguiente. Eran muy buenos vecinos. ¿Cómo se encuentra Josep?

Los tres nos miramos. Existía la posibilidad de que el hombre aún estuviera vivo y eso sería fantástico.

–Lamento decirle que, desde aquella vez, no hemos tenido

información sobre Josep –dijo Ethan–. Nuestra madre es una

persona mayor y está enferma. Con el paso del tiempo perdió

relación con ellos y hace mucho que no sabemos nada. –Entiendo... –consintió la anciana.

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–Por casualidad… ¿usted supo algo más sobre Josep? A lo

mejor aquí los rumores corren más rápido que en el otro lado de la ciudad –intervine en la conversación.

–Tengo la misma información que ustedes –dijo la señora

con tono de frustración–. Desde que lo encerraron en el loquero

nunca más se volvió a hablar de él por aquí. Que yo sepa,

ustedes son los primeros que lo han venido a visitar desde entonces.

–Espero que se encuentre bien –agregó Ethan.

No sabíamos qué había hecho ese hombre para que lo

encerraran, solo las palabras del drogadicto: “Creo que un día el

hombre se volvió loco y asesinó a su esposa”. Para poder dar nuestro siguiente paso necesitábamos saber

la dirección del manicomio en el que estaba internado Josep

Bueno. –Disculpé que la molestemos con otra pregunta, pero por

casualidad, ¿recuerda el lugar donde está internado Josep? –interrumpí nuevamente para terminar con esa farsa.

–Lo lamento, joven –negó la anciana con su cabeza

cerrando los ojos–. No lo sé, pero lo más probable es que se

encuentre internado en el hospital psiquiátrico más cercano, al otro lado de la ciudad, casi a treinta millas de aquí.

–Bueno, muchas gracias. Veremos qué podemos hacer –dijo Ethan.

–No hay de qué. Que tengan suerte y buen viaje. –Usted también. Hasta pronto. Cuídese. Salimos de la tienda con la mercadería que habíamos

comprado y la poca información recabada acerca de Josep

Bueno. Cuando nos dirigíamos a nuestros vehículos vimos una

moto deportiva negra de gran cilindrada que se asomaba. No

podíamos identificar a su conductor pues llevaba puesto un

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casco oscuro. Algo extraño sucedía, quizás era lo que

pensábamos. Ethan enseguida percibió lo que estaba ocurriendo,

desenfundó su arma y se adelantó. Sin hacer ruido, como los

pasos de un felino, llegó hasta la moto tratando de que el

hombre no se diera cuenta. Fue en vano pues el sujeto nos vio. Víctor estaba a un paso de Ethan, con su revólver en la mano,

pero ya era tarde; la moto aceleró y huyó rápidamente antes de

que nos aproximáramos más. –¡Maldita sea! –dijo Ethan–. Nos han seguido. Pronto

vendrán los demás. Debemos marcharnos de aquí cuantos antes. –Directo al manicomio, ¿verdad? –pregunté. –Sí, será fácil encontrar la dirección –respondió–. La

operadora nos dará la ubicación enseguida. Lo importante es

encontrarlo con vida y que aún esté lúcido.

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CAPÍTULO IX Ya teníamos la dirección del hospital neuropsiquiátrico

donde esperábamos encontrar a Josep Bueno, si es que aún estaba vivo. No era tan lejos como habíamos pensado.

Viajamos por la desolada carretera durante una hora aproximadamente. Era una hermosa tarde de domingo. Todo

parecía estar muy tranquilo por la zona. No había muchos

transeúntes ni vehículos circulando por la calle. Al llegar, no sería conveniente estacionar en la entrada del

hospital o cerca de allí teniendo en cuenta que un grupo de

personas estaba persiguiéndonos. Decidimos dejar el auto detrás

del edificio, en una calle angosta y poco transitada. Víctor se detuvo y ubicó su moto cerca del auto.

Nos pusimos de acuerdo y caminamos rodeando el gigante

hospital. Desde afuera se lo veía apagado, viejo y estropeado,

con muy poco mantenimiento. En la entrada tenía varios

escalones finos y largos, junto con una rampa tan ancha que

podían pasar cuatro personas en sillas de ruedas sin rozarse.

Seguramente, debía haber más personas internadas de lo que

imaginábamos por la cantidad de ventanas que se veían en los

pisos altos. Cada paciente tendría una historia diferente en su cabeza.

Supongo que cada uno se rebelaba ante lo imposible, a lo que

solo él le encontraba una solución pues, seguramente,

proyectaban una respuesta imaginaria a todos sus problemas.

Quizás eran enfermos temporales o no, pero allí estaban

encerrados con otros pacientes con diferentes problemas, incluso

con intentos de suicidio. Era un lugar lúgubre, abandonado; con

muros despintados, que tiempo atrás habrían sido blancos e

impecables.

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Nos paramos frente a la entrada del hospital ideando un

plan para llevar a cabo nuestro cometido: encontrar e interrogar a Josep Bueno.

Estaba seguro de que cada uno ya había pensado cómo debíamos actuar. Entonces fue cuando Ethan dijo:

–Muchachos, seguro que una vez que subamos las escaleras y traspasemos aquella puerta nos preguntarán qué

necesitamos. –Tendremos que pasar al guardia –agregó Víctor–. Una

vez que obtengamos su permiso, un doctor nos conducirá a

Josep Bueno o, si tenemos mejor suerte, el mismo guardia nos

llevará a él. –No olvidemos que ni siquiera sabemos si se encuentra en

este hospital –agregué. –Lo mejor será improvisar –dijo Ethan–. Y si no funciona,

recurriremos al plan B. –¿Cuál es el plan B? –pregunté. –Aquel que nunca falla: el dinero –dijo sonriendo. Víctor y yo no confiábamos mucho en esa idea, pero a

Ethan se lo notaba muy seguro. Siempre tenía esa actitud:

suponer que todo saldría bien. Reconozco que lo admiraba por

esa virtud. Ya propuestos a enfrentar la situación, subimos las

escalinatas paso a paso, con la misma tensión que se tiene al

escalar una montaña. Empujamos las puertas de vidrio e

ingresamos. Vimos una gran mesa blanca y a dos mujeres

escribiendo anotaciones en sus respectivos libros grandes

forrados en color azul, muy concentradas. Levantaron las

cabezas y nos observaron. El guardia se encontraba a pocos

metros, coqueteando con la enfermera de guardapolvo blanco,

riendo a carcajadas como si no hubiese nadie en el lugar. Los

tres permanecimos varados en la entrada, esperando a que Ethan

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diera el primer paso de los que tenía planeados. Se detuvo y

observó todo a su alrededor lentamente. Perdidos, esperando una

reacción de él, nos detuvimos frente a la mesa y, sin más

remedio, le dije a la empleada: –Buenas tardes, mi nombre es Bruce Collins. Vinimos a

visitar a un pariente nuestro. La mujer de cabello oscuro ondulado y ojos castaños nos

miró y, sin dejar de mascar su chicle, respondió: –¿A quién buscan? –Al señor Josep Bueno. –Mmm... El señor Josep Bueno… ¡Sí, el viejo Josep

Bueno! Déjenme ver un segundo… Dimos un suspiro de alivio mientras ella buscaba en un

libro que extrajo de un armario. –¡Aquí esta! –dijo con entusiasmo–. Falleció hace un año

atrás… Quedamos totalmente callados, pero antes que realicemos

la primera pregunta agrego: - Lo siento, me disculpo, leí otro paciente… Josep Bueno

Se encuentra en pleno tratamiento en estos momentos. Cerró el libro y, sin disimular sus sospechas, nos preguntó: –Ustedes… ¿qué relación tienen con el señor Josep

Bueno? Durante cinco interminables segundos ninguno respondió

hasta que Víctor, inesperadamente, contestó: –Somos sus sobrinos. –¿Sus sobrinos? –dudó la empleada un instante–. Por años

nadie ha venido a visitar a Josep. –Verá, señora, tenemos nuestra madre enferma y desde

entonces…

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Víctor comenzó hablar, pero a la joven parecía no gustarle

nada que le dijeran “señora”. Con seguridad sospechaba que no

éramos sus sobrinos. En medio de la charla se abrió una puerta

con una pequeña ventanilla en forma circular y entró a la sala un

doctor que llevaba un cuaderno en su mano. Tenía unos

cincuenta y cinco años de edad aproximadamente, con bastante

barba y canas largas. Vestía un guardapolvo blanco y llevaba

lentes que le colgaban del cuello. En cuanto Ethan lo vio, caminó sigilosamente hacia él,

como un gato que no quiere que lo descubran, lo chocó con su hombro, pues el doctor venía distraído leyendo su cuadernillo,

mientras anotaba con una lapicera algunas tildes con lapicera

roja. –Disculpe, doctor, cuánto lo siento. Déjeme ayudarlo, por

favor… –dijo Ethan y se agachó para levantar la lapicera y el

cuaderno que habían caído al suelo; se los dio y agregó: –Estaba distraído, perdón. Creí ver a mi tío, Josep Bueno,

a través de esa pequeña ventana. Yo estaba parado entre Ethan y Víctor. Mientras uno

estaba tratando de convencer a la empleada, el otro procuraba

persuadir al doctor. –Descuida –dijo el doctor mientras recogía las cosas y

preguntó con interés mientras se colocaba sus anteojos para ver

con más claridad–. ¿Sobrino de Josep Bueno? –Sí, doctor. Ellos son mis hermanos. No hemos podido

venir antes porque así fue como nuestra madre lo ordenó. Pero

ahora ella está muy enferma y no sabemos si mañana estará con

vida. Creo que el único pariente que tiene debería saberlo, ¿no

cree? –La verdad es que nunca ha recibido visitas en estos

últimos años y desde que ingresó aquí no ha mejorado, así que no es una mala idea que pueda conversar con alguien –dijo el

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doctor pensativo mientras se rascaba su larga barba–.

Aguárdenme aquí. Enseguida regreso. Dio media vuelta y se retiró por la misma puerta por la que

había ingresado. Esperamos sentados a que regresara. Víctor siguió

conversando con la joven, luego se acercó para decirnos que

para poder acceder a la visita de un paciente necesitábamos la

autorización previa firmada por el doctor. Pero, por suerte, cinco

minutos más tarde, el médico retornó. No sabíamos cuál sería su

respuesta. –¡Al fin! Ya era hora –dijo Víctor impaciente. Nos acercamos al doctor y este nos informó: –Enseguida los llevaré con el paciente. Aguárdenme un

momento, por favor. Caminó hacia la secretaria. Tomó una planilla y la firmó.

Regresó donde estábamos los tres esperando ansiosamente que

nos llevara con Josep Bueno. –Síganme por aquí, jóvenes. Caminamos por un largo pasillo, con muchas puertas a

ambos lados, todas cerradas con trabas. A cada paso que dábamos, a Ethan se lo notaba cada vez más serio.

Estábamos sorprendidos. Víctor observaba por la pequeña

ventanilla de cada habitación. Al caminar por ese largo corredor,

nos intrigaba conocer la historia de cada persona que estaba

encerrada allí. ¿Qué habrán sido? ¿Qué fue lo que los trajo al

hospital? ¡¿Qué diablos hacían allí?! En un momento me detuve

un segundo a mirar a través de una pequeña ventana una

habitación casi vacía y despintada, donde solo había una cama

individual. Me llamó la atención ver a un paciente sentado de

cuclillas en la esquina de la habitación con su vista pegada a la

pared que tenía un metro delante de él ¿Qué le estaba

sucediendo a este pobre sujeto? En verdad, caminar por sitios

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como ese es deprimente y causa una sensación de sofocación el

saber que el ser humano puede encerrar su mente en un espacio

tan reducido, y que pocas veces logra escapar de allí con lo

único que le queda, la imaginación. Lo único que les queda son

sus pensamientos, que se evaden por las pequeñas ventanas de

cada habitación y vuelan por los cielos, rompiendo las nubes

como si fueran grandes aves. ¿Quién sabe la maldita verdad?

¿Por qué dejar a aquel hombre solitario, sentado a centímetros

de la pared?, que solo la mira con desesperación durante horas y

horas, o aún peor, durante días. ¡Odiaba eso! El verlo me hacía

sentir impotencia. No se trataba solo de aquel sujeto sino de que

en los demás cuartos había personas acostadas boca arriba, con

la vista pegada al techo, sin saber siquiera que estábamos

pasando por la puerta y los espiábamos de reojo por la ventana.

Una locura verdaderamente grande no puede lograrse sin una

significativa inteligencia, pienso. Era obvio que estaban dopados

con calmantes para facilitar la tarea de los que trabajaban allí.

Quizás, recordar la impotencia que sentí al ver eso es lo

que me produce este fastidio que siento ahora: el saber que estoy

encerrado, tratando de no perder la cordura dentro de estas

cuatro paredes en la que estoy. Si estuvieran en mi lugar

entenderían el porqué de mi comportamiento quizás.

Experimento la sensación de lo que es estar aislado e

incomunicado. Creo saber que tan solo han pasado pocos días

desde que me encerraron. Solo vi el anochecer cuatro, y pronto

comienza a oscurecer nuevamente. Cada vez me entristezco

más. Mi situación es crítica; lo único que me salva en este

momento es saber que al menos puedo escribir estas líneas, con

la esperanza de saber que alguien las leerá.

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Trato de mantenerme ocupado el mayor tiempo posible,

aunque debo admitir que hay momentos en que mi cuerpo se

desarma sobre el suelo, y solo dejo que mis pensamientos

escapen y se disuelvan por el aire de esta pequeña y sucia

habitación. Este ambiente que hoy me envuelve y abraza todos

mis dolores, convirtiéndolos en melancolía. Poco a poco siento

cómo las paredes me absorben la energía, como si yo fuera una

simple pila que lentamente se descarga, hasta que en algún

momento se agotará. Todo se mantiene en un límite, una línea perfecta y larga.

Es la línea de nuestras vidas. Quisiéramos que fuera infinita,

pero un día esa línea llega a su fin. Es cuestión de saber

aprovechar el tiempo. Ya ven, yo estoy aquí, dejando caer una lágrima sobre

estos papeles. Pronto acabará, y tan solo todo se volverá polvo y

quedará en un simple recuerdo para aquellas personas que hoy

me aman. ¡Aprovechen su tiempo, por favor! Disfrútenlo en las

cosas que anhelan o que desearon alguna vez y creen que ya es

tarde, las cosas que siempre quisieron hacer. Tómense un

momento para pensarlo y saquen sus propias conclusiones.

Pregúntense ¿Qué recuerdo feliz existe en su mente en este

momento? No interesa si me hacen caso; solo quiero que sepan

que les planteo mi situación, aunque ya sé que estoy muerto. Si

tuviera una oportunidad más la aprovecharía para hacer algo que

siempre tuve ganas. Abracen la felicidad que alguna vez estuvo

encendida en ustedes, cada uno sabe de qué se trata. Todos

creemos ser sabios en ese tema, sin embargo, esto se derrumba

cuanto más sabemos y aprendemos, como dijo Sócrates alguna

vez. Quedamos destapados sin saber absolutamente nada. ¿Y

para qué saberlo? Si tan solo lo importante es estar bien, feliz y

en paz.

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Cuando llegamos al final del largo pasillo doblamos a la

izquierda y continuamos caminando, pero había un detalle: en

este tramo algunas puertas estaban abiertas y no más de tres

pacientes vagaban por el lugar. El doctor, sin decir una palabra,

se adelantó unos pasos y se detuvo en una, miró por la

ventanilla, se volteó hacia nosotros y dijo: –Aquí es, señores… Antes de que entren, quiero

comentarles que Josep ha estado actuando muy extraño estos

últimos días. No ha querido salir de aquí dentro y come muy

poco. Hemos tenido que subirle la dosis diaria de alimento. Ha

estado quieto, sentado en la misma banqueta por unos cuantos

días. No ha querido hablar con nadie desde hace tiempo, solo se

apoya en la única ventana que da a la calle y queda hipnotizado

durante largas horas, tanto en la mañana como en la noche. ¿Por

qué les digo esto? Porque en el caso de que Josep no diga una

sola palabra, no deben forzarlo para que lo haga, ¿entendieron? –Entendido, doctor –respondí. El doctor abrió la puerta y nos pidió que esperáramos un

momento. Ingresó en el cuarto y luego nos hizo señas con la

mano para que entráramos. Allí estaba Josep, canoso, de ojos

celestes y descuidada barba blanca. Tenía la piel baqueteada y

los hombros derrotados y caídos, sin ganas de pelear. Miraba

por la ventana, sin importarle que nosotros estuviéramos allí. La habitación era angosta al igual que las otras, con una

ventana pequeña que daba a la calle, por la cual entraba toda la iluminación del cuarto.

–Ellos son tus parientes, Josep. Te han venido a visitar desde muy lejos –dijo el médico, aunque en el fondo sabía que no éramos sus parientes. Tenía la esperanza de que tal vez Josep pudiera reaccionar de alguna manera, ya que estaba en pésimo estado psicológico.

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Josep no hizo ni un movimiento ni un gesto, solo mantenía

la vista apuntando hacia la ventana, sentado sobre la única banqueta de madera.

Apenas entramos a la habitación, lo observamos unos

instantes. Tan solo esperábamos que nos mirase un segundo,

pero no lo hizo. Tampoco sabíamos qué decir en ese momento.

¡Ni siquiera sabíamos quién era Josep Bueno! Esa era la verdad.

Lo más difícil era que debíamos preguntarle y llegar a una

conclusión de por qué su nombre estaba escrito detrás de uno de

los sobres que dejó el padre de Víctor… En un primer momento advertí que sería imposible tratar

de conversar con él sobre el motivo de su encierro en ese lugar;

después de todo, no era de nuestra incumbencia. La mejor

opción era ir al grano con todo ese asunto y contarle la verdad

por la cual estábamos allí; quizás eso lo haría cambiar de

actitud. –Perdone, doctor… –interrumpió Ethan–. ¿Podríamos

quedarnos un minuto a solas con Josep? Solo un minuto, por favor.

–Verán… Esto no es parte del protocolo –respondió. –Quizás no quiera hablar porque está usted aquí –dijo

Ethan–. Le prometo que no le haremos daño. De hecho, usted se

puede quedar detrás de la puerta observando que todo esté en

orden. Pensativo y mirando el suelo, mientras se rascaba la barba,

el profesional agregó: –Hasta ahora, Josep no ha mejorado; quizás esto sea lo

mejor, espero no equivocarme. Tienen quince minutos como

máximo y empiezan a correr desde ahora. Cualquier cosa que

necesiten, aquí estaré. Desde un principio, el doctor nos ayudó bastante. Su

aspecto era el de una persona comprensiva. Al

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salir miró el reloj que llevaba puesto en su muñeca

derecha. Con seguridad cumpliría lo dicho, así que ese era el

momento que debíamos aprovechar para tratar de conversar con

Josep Bueno. Una vez que nos quedamos solos con él, Ethan le habló

esperando que se diera vuelta: –La verdad es que no lo conocemos, señor. Estamos aquí

por una simple razón: solo queremos saber si nos puede ayudar con cierta información.

–Su nombre está escrito detrás de una nota muy importante –interrumpí al instante.

Justo cuando no esperábamos ninguna reacción, Josep

abrió los ojos, se volteó hacia nosotros y nos miró. Luego se

paró lentamente, mientras mantenía las manos juntas, como si

tuviera algo dentro de ellas. Miró hacia el exterior, apoyó las

manos unidas en la pequeña ventana abierta, cerró los ojos,

sopló apenas entre sus manos y dejó volar una mariposa amarilla

con pequeñas manchas negras que escondía entre sus manos.

Muy despacio y con un hilo de voz, le dijo: –Hasta pronto… Dio media vuelta y se paró frente a nosotros. Dijo sus

primeras palabras mirándonos a los ojos y con el seño fruncido: –Vaya, vaya, vaya... ¿Pues miren a quiénes tenemos aquí?

Si son nada más ni nada menos que “¡Los caballeros de la noche!”. Han venido a rescatarme de este oscuro cementerio.

Mientras pronunciaba esas palabras, pensamos que había perdido la cordura al permanecer encerrado allí tanto tiempo.

Me produjo exasperación y enojo al mismo tiempo, pues era

evidente que estábamos perdidos y que tendríamos que buscar

otras pistas. Ni siquiera sabíamos por dónde empezar. Todo eso no se terminaba más. Hasta que de pronto Josep se sentó sobre

el acolchado de la cama y dijo nuevamente:

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–Vaya, vaya, vaya… Miren a quién tenemos aquí, pero si

eres casi idéntico a tu padre, Miller, ¿cierto? Cuando pronunció esas simples palabras nuestras caras

volvieron a tomar color, más aún la cara de Víctor al comprobar que el sujeto recordaba a su padre. Enseguida supimos que nos

podría brindar alguna información. –Y ustedes dos, ¿quiénes son? –preguntó–. Sus apellidos,

por favor... –Yo soy Ethan Ford y él es Bruce Collins. –¡Vaya, vaya, vaya…! Con que tú eres Ford, el hijo de

Sarah y Harry. Conocí muy bien a tu padre, lamento lo del accidente. En verdad lo siento mucho joven.

Las palabras sepultaron la pequeña habitación en un largo

silencio. Quedamos totalmente sorprendidos por lo que acababa

de decir. Nunca esperamos aquella respuesta. Todos estábamos

desconcertados, pero Ethan especialmente. Actuaba muy

extraño, mantenía la vista fija en el suelo, como si no deseara

recordar su pasado. Sin embargo, eso le era imposible. Se podía

notar como sus oídos se aislaron de la habitación. Se

concentraba dentro de su propio mundo. Parecía estar envuelto

de una nube, una nube en la que estaban guardados aquellos

viejos recuerdos que lo perturbaban. Ni siquiera Víctor y yo sabíamos algo sobre Ethan, pues

jamás nos contó algo acerca de su familia. En la premura por lograr nuestro objetivo y acabar con toda esa situación de una

vez, nos habíamos salteado cosas básicas e importantes como

prestar atención al pasado de Ethan.

Comencé a sospechar que todo eso se relacionaba. Solo

había que unir las líneas en los lugares correctos para poder

entender... Por un lado, los padres de Ethan habían fallecido en

un accidente y, por el otro, el padre de Víctor murió por una

enfermedad, en fechas cercanas. Lo más extraño era que Josep

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conocía a los padres de ambos. Luego, también al poco tiempo,

Josep fue encerrado allí. Todo se volvió sospechoso, confuso y

claro a la vez. Tan solo traté de sacar conclusiones y hallar

pistas a través de simples deducciones. No soy un genio ni nada

por el estilo, pero el miedo me permitió crear respuestas, aunque

probablemente no fueran válidas. Luego del perturbador y largo silencio, Josep me miró a

los ojos y dijo: –A ti no te conozco, muchacho. ¿Cómo es que has llegado

a involucrarte en esto? En ese momento el doctor ingresó y, señalando el reloj,

nos advirtió: –Quedan cinco minutos más… Debíamos apresurarnos. Al ver que nadie pronunciaba una

sola palabra, sin más vueltas, dije: –Necesitamos su ayuda. No disponemos de mucho tiempo. –Lo sacaremos de aquí, ahora mismo –interrumpió Ethan

abruptamente. –Vaya, vaya, vaya... Conque en verdad son “Los

caballeros de la noche”. Lamento decirles que no les será fácil sacarme de aquí.

–¿Acaso no quiere salir de este apestoso lugar? –le preguntó Víctor.

–Pues… ¿qué tengo allá afuera...? Ya no queda nada para mí en este estúpido y repugnante mundo.

–Lo necesitamos –repetí–. Tenemos los códigos secretos,

las pistas enigmáticas. Usted sabe de lo que estoy hablando. Su

nombre estaba escrito detrás de uno de ellos, y ahora varios

sujetos nos vienen persiguiendo. La única salida que nos queda

es enfrentarlos, y sin usted será difícil seguir adelante. Josep nos miró en silencio, se acercó y, con dificultad,

articuló:

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–¡Santo Dios! ¿Saben en lo que se han metido? ¿Cómo

diablos han conseguido esos códigos? ¡Oh, mi Dios! Él los

encontrará, matará a cada uno y, si todavía no lo ha hecho, es

porque quiere mantenerlos con vida. Ahora saben algo que no

tenían que enterarse jamás. A él no le importa quiénes son.

Siempre obtiene lo que quiere. ¡Es un maldito maniático

enfermo! Solo lo hace por diversión. No le importa tener que

asesinar, no tiene sentimientos. Le gusta hacer sufrir a las

personas o jugar con ellas. ¡Un completo psicópata! Díganme,

¿los han seguido hasta aquí? Josep se alteró, sus manos temblaban más y frunció las

cejas. –No lo sabemos. Pero lamento decirle que él sabe quién es

usted. Entonces es probable que sepa que estamos aquí –respondí.

–Vaya, vaya, vaya… Déjenme pensar… No creo que salgamos con vida de esto, pero estaría bien hacer un último

intento… ¡Qué más da! –concluyó más calmo. De pronto, cuando todo parecía estar saliendo como

esperábamos, Víctor abrió la puerta de la habitación y,

contrariamente a lo que esperábamos, el doctor no estaba allí.

Reinaba un profundo silencio. Víctor volteó y nos alistó sin pensar que algo extraño sucedía allí afuera.

Josep estaba de pie al lado de Ethan, dio unos pasos,

asomó la cabeza para ver el largo pasillo y dijo muy seguro: –Vaya, vaya, vaya… Ya llegaron por nosotros. –No se preocupe, lo sacaremos de aquí – contestó Ethan. –Bueno… ya es hora de irnos –indicó Josep. Estiró su

espalda haciendo sonar los huesos, luego los dedos, realizó

algunos movimientos de cintura. Víctor, apurándolo, dijo: –Larguémonos de aquí ya mismo, antes de que las cosas

se pongan feas.

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Ethan extrajo el arma de la cintura, jaló el martillo hacia

atrás y la dejó preparada con la bala en la recámara, lista para disparar. Se puso en primera fila y dio la señal:

–Ahora, ¡muévanse! –¡Espera un segundo! ¿Por dónde piensas huir? –

interrumpió Josep–. La entrada principal sin duda estará

bloqueada. Llevo un largo tiempo aquí y ya varias veces pensé

que este día llegaría. Será mejor que me sigan. –De acuerdo –respondió Ethan–. Lo cubriremos, no se

preocupe. Los tres estamos armados. Josep nos miró como si eso no fuera suficiente contra

todos ellos. Comenzamos a andar en la dirección contraria a la

que habíamos llegado. –¿Hacia dónde vamos? –pregunto Víctor. –Bajaremos al sótano y saldremos por ahí. Es la mejor

opción –respondió Josep mientras caminaba aprisa. Cuando caminábamos por el corredor escuchamos el

fuerte sonido de la puerta principal estrellándose contra la pared al abrirse brutalmente. Giré la cabeza para ver qué sucedía y al principio del angosto corredor vi dos sujetos corpulentos, vestidos de traje, que nos miraban. No dudaron en comenzar a correr hacia nosotros velozmente. También se escuchó cómo uno de ellos informó nuestra huida a través de la radio que

llevaba. Presentí que cada vez nos encerraban más en ese edificio preparando nuestras tumbas.

Al llegar al final del pasillo doblamos hacia la izquierda.

Todos seguíamos a Josep, que por desgracia no estaba muy bien de salud y le resultaba sumamente difícil moverse más rápido.

–¡Será mejor que nos apresuremos! –dijo Víctor al ver a los sujetos cada vez más cerca.

–¡Maldición! –bramó Josep mientras lo seguíamos–. ¡No recuerdo con exactitud cuál es la puerta del sótano!

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Nos dirigimos hacia otro pasillo más pequeño donde

tampoco había nadie, solo éramos nosotros y aquellos hombres persiguiéndonos.

–¡No hay tiempo, Josep! ¡¿Dónde es?! –gritó Ethan al ver que los hombres se aproximaban rápidamente.

Esta vez sí estábamos en serios problemas. En el momento

en el que Josep se detuvo frente a dos puertas tratando de

recordar cuál era la correcta, yo extraje el arma rápidamente y la

cargué. Quizás el miedo me provocó esa desesperación y anuló

mi pensamiento. Solo sabía una cosa: no dudaría un segundo en

usarla al ver a los dos sujetos armados venir hacia nosotros.

Eran nuestras vidas o las de ellos. –¡Bingo! –gritó Josep–. ¡Aquí es! Estoy seguro. La puerta de chapa estaba completamente despintada y en

muy mal estado, no tenía cartel ni indicación alguna. Apenas Josep la vio, puso su mano en el picaporte e

intentó abrirla. De inmediato exclamó: –¡Está cerrada! Ethan dio un paso adelante y, sin pensarlo, la golpeó con

fuerza y logró abrirla. –¡Vamos, entren! –nos ordenó. Primero pasó Josep, luego yo y, por último, Víctor.

Mientras, Ethan se mantuvo firme junto a la puerta apuntando

con su arma hacia el pasillo. Él jamás hubiera querido disparar

allí dentro, pues no deseaba que supieran dónde estábamos. Sin

embargo, ellos ya estaban muy cerca. No tuvo más remedio que

jalar el gatillo y disparar dos veces. Logró que ambos sujetos se

ocultaran rápidamente detrás de la pared más cercana,

dejándonos unos segundos más para poder escapar. Luego Ethan

tomó del suelo un fierro largo y ancho completamente oxidado;

lo colocó detrás de la puerta haciendo presión para que no

pudieran entrar fácilmente. Mientras, nosotros observábamos a

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Josep esperando que nos señalara la salida hacia la calle. Ese

lugar era un depósito muy oscuro y polvoriento; había muchos

materiales de limpieza y enormes aparatos oxidados que

controlaban la electricidad de todo el edificio. También había

varios barriles repletos de basura. –¡Allí! –gritó Josep señalando una pequeña chapa

inclinada–. ¡Esa es la salida!

Aunque resultaba extraño, todo iba saliendo tal como

Josep había dicho. Los guardias del hospital jamás aparecieron;

quizás habían sido sobornados por los sujetos o, peor aún,

fueron amenazados al igual que el doctor.

Cuando nos acercamos hacia la puerta de chapa, subimos

dos escalones e intentamos abrirla, lo que resultó inútil pues

tenía colocado un candado. –Yo me encargaré de esto –dijo Víctor. Tomó una barra de fierro que estaba tirada en el suelo, la

pasó por dentro del candado, y luego hizo un simple movimiento

fuerte y seco, empujando la barra hacia abajo. No logró abrirla,

pero la movió permitiendo el ingreso de la luz exterior por sus

bordes. Un segundo después, volvió a intentarlo: retorció la

varilla y la puerta comenzó a doblarse por la presión que Víctor

ejercía... –Será mejor que se apresuren o nos rodearán enseguida –

dijo Ethan, sosteniendo la puerta con el peso de su cuerpo para que no pudieran entrar.

–Solo un poco más… –respondió Víctor, mientras forzaba la puerta hacia el exterior.

Muy enojado, presionó con todo su cuerpo la varilla hasta

que la cerradura voló por los aires. Todos escapamos

inmediatamente de allí… Ethan fue el último en salir del oscuro

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cuarto de mantenimiento. El picaporte comenzó a moverse;

seguramente, del otro lado estaban los sujetos queriendo entrar.

Sin embargo, Ethan no dudó un segundo en volver a disparar

dos veces directo hacia la puerta. Ya estábamos todos afuera. Víctor colocó nuevamente la

varilla para trabar la salida al exterior de modo que, cuando los dos sujetos quisieran abrirla desde adentro, no pudieran. De

todas maneras, esa resistencia no duraría mucho tiempo. Al salir, aparecimos en el callejón de la parte trasera del

hospital. Allí había tachos gigantes repletos de bolsas de basura.

Estaba mugriento; era muy oscuro y con muros muy altos. En el asfalto había charcos de aceite y de agua por todas partes. Solo

tenía una salida el callejón. Si nos encerraban, estaríamos

acabados. Rápidamente nos acercamos a la salida y espiamos para

ver qué sucedía del otro lado: estaban los dos autos negros que

nos perseguían desde el principio. Rodeando los autos había

cuatro hombres de traje fumando mientras conversaban sin

siquiera saber que nosotros estábamos a tan solo un paso de

ellos. –Si no hacemos algo pronto estaremos acabados –

murmuré. –No hay muchas opciones –dijo Ethan–. Protejan a Josep.

Yo iré por el auto, ¿entendido? ¡No hay tiempo! Si vienen hacia aquí, no duden en disparar…

Sin decir una palabra más, corrió agachado con el mayor disimulo posible para no ser visto, dirigiéndose al lado contrario

del que estaban los hombres de traje. Mientras, Víctor y yo

protegíamos a Josep, rezando para que Ethan llegara a tiempo

por nosotros. –Vaya, vaya, vaya... Estamos en serios problemas... –

reflexionó el anciano.

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Todos miramos hacia la puerta por la que habíamos

escapado, cuando escuchamos el sonido de la varilla haciendo

presión contra la chapa, intentando abrirla. Los sujetos estaban

del otro lado haciendo fuerza para poder salir al callejón.

Corrimos inmediatamente con Víctor hacia allí y la sostuvimos

para que no lograran su objetivo. De pronto, la puerta dejó de moverse. Temí lo peor, pues

sabía que tenían radio para comunicarse entre ellos, lo que me hizo pensar que ya habían informado donde estábamos. Si Ethan

no llegaba a tiempo sería nuestro fin. Ni siquiera sabíamos si él

se encontraba bien.

Sin pensar, dejé de sostener la puerta y caminé hasta el

final del callejón para poder ver que estaba sucediendo allí. Por

un lado, vi tres muros altos de ladrillo sin ninguna vía de escape.

Mientras Víctor y Josep trataban de mantener la puerta cerrada.

Permanecí en la esquina, escondido tras la pared observando cómo los cuatro sujetos que habían estado fumando junto a los

autos, venían armados hacia nosotros. El tiempo se detuvo en

ese instante, podía sentir el latido de mi corazón; mis

pulsaciones aumentaron. Solo escuchaba mi respiración. Extraje el arma de mi cintura, la tomé con fuerza, los apunté y abrí

fuego sin pensar.

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CAPÍTULO X

Pensé que ese era el final de todo. Víctor y Josep ya no

podían contener la puerta del sótano. En el callejón había una

única salida, la cual estaba rodeada. Los hombres se escondieron

detrás de unos autos y de los postes de luz para evitar que mis

disparos los alcanzaran. Al cesar los tiros, comenzaron a

acercase cada vez más con cuidado, apuntando sus armas hacia

nosotros. Disparé la última bala que tenía sin apuntar, pues

tampoco esperaba herir a ninguno, solo quería ganar tiempo. Sin

duda, pronto estarían sobre nosotros y nos aniquilarían. Cuando creí que estaríamos acabados, un auto a toda

velocidad apareció al final del callejón. Era Ethan. Venía tan

rápido que, al llegar hizo un giro clavando el pie en el freno a la

vez, dejando derrapar el auto hasta quedar con la puerta del

acompañante de nuestro lado. Él se acomodó, sacó su arma por

la ventanilla y comenzó a disparar. Víctor y Josep corrieron hacia el auto y entraron. In-

mediatamente, yo los seguí. Sentí que las balas pasaban sobre

mi cabeza. Habían logrado abrir la puerta del sótano. Los dos

sujetos se sumaron al grupo que intentaba capturarnos. Estábamos rodeados, todos apuntaban al auto. Éramos el

blanco de todas las armas. Sin embargo, algo muy extraño

sucedió: los disparos habían cesado justo cuando tenían al auto

completamente rodeado. Seguramente, alguien les ordenó

detener el fuego. Nos necesitaban con vida, si no jamás

encontrarían lo que tanto deseaban. Ethan presionó fuertemente el acelerador como si

estuviera en una carrera y en menos de cuatro segundos escapamos del lugar. Pensamos que nos seguirían con sus autos, como en la ocasión anterior, pero esta vez decidieron no hacerlo,

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quizás también obedeciendo una orden, o tal vez porque sabían

que a esa velocidad no lograrían alcanzarnos. Al alejarnos recordamos que la moto de Víctor había

quedado estacionada detrás del hospital. No podíamos regresar

por ella en esos críticos momentos. Lo importante era

escondernos y aclarar toda esta situación con la ayuda de Josep

Bueno. Cuando estuvimos seguros de que nadie nos perseguía,

estacionamos el auto dentro de un garaje exclusivo para clientes

de una importante tienda de comidas, a casi once millas de

distancia. Bajamos y nos dirigimos hacia un pequeño bar poco

concurrido ubicado en una esquina llamado The Edison. Al entrar, las pocas personas que había nos miraron de

pies a cabeza. Algunos conversaban, otros leían el diario, y también había dos personas mayores jugando al ajedrez en un

rincón. Era temprano para cenar, así que solo nos servirían un

café o algo para beber. Nos sentamos en una vieja mesa de madera verde oscuro a

la que se le notaban las rajaduras. Esperamos que el cantinero se

acercara para hacer el pedido, pero Ethan, luego de varios

minutos y al ver que nadie venía, se dirigió a la barra y

preguntó: –¿Qué hay para cenar hoy? –Aún no han llegado los cocineros, señor. Es muy

temprano, llegarán en menos de una hora –respondió un joven

con un delantal mientras escurría un trapo en un balde de agua.

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–Disculpe, mi amigo. No somos de por aquí, si por favor

tendrían algo de comida para servirnos se lo agradecería mucho. –Mmm... Déjenme ver… Si quieren puedo prepararles una

pizza. –Me parece bien. Que sean dos, por favor. –¿Qué desean beber? Miró hacia la heladera y le pidió cuatro pequeñas botellas

de vidrio de jugo de naranja. Luego regresó a la mesa. –Enseguida traerán las pizzas –dijo. –Ahora bien… –interrumpí y miré a Josep–. Estamos aquí

por una simple razón: necesitamos información, nuestras vidas corren peligro. Precisamos que nos cuente todo lo que sabe.

–Se nos acaba el tiempo –agregó Víctor. Todos callamos y dejamos que Josep dijera algo. No había

pronunciado una palabra desde que escapamos del hospital. Era

como si estuviera paralizado o pensando todo el tiempo.

Esperamos unos minutos. Simplemente por eso estábamos allí:

para que nos dijera todo lo que sabía. Solo expresó: –Estamos en una situación difícil, amigos míos. Ya eran casi las diecinueve horas. Hacía calor y a medida

que pasaba el tiempo teníamos menos ganas de seguir con eso.

Yo tan solo quería regresar a mi casa y ver a María Loren una

vez más... Era por ella que seguía adelante… Si no hubiera sido

por ella… ¡al diablo con todo! Mientras cada uno sudaba en su silla reflexionaba sobre

cosas diferentes, pero al final del camino todos nuestros

pensamientos se unían en el mismo tema. Josep se miraba las manos fijamente; la transpiración de su frente caía lentamente

entre las arrugas de su rostro. Minutos después, dijo: –Vaya, vaya, vaya... Al parecer no tengo otra opción.

Bueno, caballeros, les contaré lo poco o mucho que sé.

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Tomó el vaso con su mano temblorosa, bebió un poco de

jugo y siguió: –Han pasado unos ocho años desde que mi hijo Thomas

fue arrestado y, posteriormente condenado y penado. Al poco

tiempo que comenzó a cumplir su condena fue asesinado en su

celda. Trabajaba de chofer, tenía solo veintinueve años, era muy

inteligente, más de lo que imaginan. Su cuarto estaba minado de

libros. Le encantaba la literatura clásica, los poemas, las novelas

y también había muchos libros de historia. Jamás quiso estudiar

en una universidad; a él solo le encantaba leer cuando llegaba

del trabajo. Luego de comer, todos los días recogía un libro

diferente de su repisa, se sentaba cómodamente en el sofá y

comenzaba a leer por largas horas... Todos los días se levantaba

muy temprano para recoger a sus pasajeros y llevarlos a destino.

Siempre dijo que era el chofer de una empresa muy importante,

que solo lleva ciertos pasajeros con un nivel adquisitivo muy

alto. Nunca le dimos importancia a eso… Solo sabíamos que

estaba a gusto con su trabajo y eso era más que suficiente para

mi esposa y para mí. » Recuerdo que solo se enamoró una vez; ella era una

joven muy hermosa. Fueron novios varios años, pero al final no

resultó ser la chica adecuada para él, de modo que la relación

terminó cuando las cosas ya no iban bien. No parecía molestarle

estar solo, pues era un joven que le gustaba la soledad y estar

tranquilo, sin que nadie lo molestara. Recuerdo que Thomas

siempre estaba predispuesto a ayudar cuando se lo necesitaba,

era muy amable con todos. Aunque resulte extraño, en los

últimos tiempos comencé a notarlo un poco más cerrado en sí

mismo, ya no conversaba tanto como antes, pero si él se sentía

bien así, ¿para qué íbamos a pedirle que cambiara?, ¿no es

cierto? Cada uno elige lo que desea hacer y no hacer. Todos

somos capaces de cambiar las cosas si nos enfocamos bien en lo

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que queremos. Siempre respeté su voluntad. Era un muchacho

excelente. » Mi esposa Nora lo amaba con el alma. A los dos les

encantaba leer; fue de ella de quien heredó el gusto por la

literatura. Nora a menudo compraba libros de toda clase. » Todo parecía estar en su lugar. Las cosas fluían de

manera tan natural, hasta que un día se acabó: todo se perdió, se

hundió como un gigantesco barco que cae en las profundidades del océano, sin poder detener esa masa enorme de energía que lo arrastra hacia el fondo.

» Recuerdo aquella mañana como si fuese ayer: Thomas

se marchó a trabajar unas horas más temprano que de

costumbre. Al llegar la noche esperábamos que regresara, con la

comida servida en la mesa como todos los días, pero jamás

volvió. Nora se comenzó angustiar, ella en el fondo sabía que

algo malo estaba ocurriendo. Lo noté en el brillo de sus ojos

cuando miraba el retrato de nuestro hijo colgado en la pared de

la cocina. Algo no estaba bien. Cuando levantó el plato de la

mesa pude notar una tristeza inmensa dentro de ella, estaba

decaída y abatida. Intenté consolarla como pude, pero no quería

escuchar, estaba abstraída y en silencio. Terminó de lavar y de

secar los platos, se recostó en la cama manteniendo sus manos

apretadas por el sufrimiento que sentía por dentro.

Esperé un largo rato sentado en el sillón, preocupado

porque mi hijo no regresaba, hasta que comencé a sentir sueño.

Fui al dormitorio, le di un beso en la frente a mi esposa y me

quedé dormido. Al despertar, Nora no estaba en la cama. Me

asomé en silencio a la cocina y aún no la veía. De pronto

escuché un suave llanto en el comedor y cuando me dirigí hacia

allí la vi llorando amargamente junto al teléfono. Me acerqué

para saber qué sucedía y fue cuando me dio la triste noticia de

que nuestro hijo había sido detenido por un asesinato. No podía

creer lo que acababa de decirme. Sin pensar ni un segundo, tomé

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las llaves de la camioneta para ir a al lugar donde se encontraba

y que me dijeran qué estaba ocurriendo. Thomas era incapaz de

asesinar a alguien, estaba completamente seguro de ello. Antes

de tomar la carretera, Nora corrió y se detuvo frente al vehículo,

me hizo señas para que frenara y me rogó que no fuera a ningún

lado porque ella había hablado con Thomas y él le había

suplicado que le prometiera que no nos meteríamos en ese

asunto, que las cosas se solucionarían muy pronto. Jamás

desconfiamos de nuestro hijo. Nos llevábamos muy bien;

siempre nos bastó con decir solo una vez las cosas para

entenderlas. Por eso, aunque estaba completamente en

desacuerdo con Nora, accedí a su pedido. » Me senté en el sofá y estuve todo el día pensando y

tratando de controlar mis nervios. Por la noche me era muy difícil dormir; no podía dejar de pensar en la difícil situación por la que nuestro hijo estaba pasando.

» Devastados por la noticia, agobiados por la angustia y cansados de esperar sufriendo todo el día, el dolor pudo más que nosotros, y decidimos ir para que nos explicaran cuál era la

situación de nuestro hijo. Al llegar pedimos hablar con el oficial de guardia. Esperamos sentados casi media hora hasta que un agente nos informó que, aunque no estaba permitido, podíamos

verlo veinte minutos. Seguramente nos dieron ese permiso por ser sus padres y para calmar nuestra desesperación. Además, nos informaron que Thomas sería trasladado a una penitenciaría

lejos de allí. Caminamos por un pasillo largo hasta llegar a una puerta. El oficial se detuvo y volvió a recordarnos que teníamos poco tiempo para hablar con él. Abrió la puerta de la sala de interrogatorios. El cuarto era muy pequeño, estaba vacío y muy

oscuro, solo había una mesa y tres sillas alrededor. Luego de estar unos segundos allí esperando a que Thomas apareciera, el oficial abrió la puerta y lo dejó entrar. Estaba esposado y con la

ropa muy estropeada. Apenas lo vimos, Nora corrió hacia él y lo

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abrazó. Llorando, le dijo que no se preocupara, que lo

sacaríamos de ahí. Thomas hacía fuerza para contener las lágrimas. Yo también lo abracé y sentí mucho dolor y pena dentro de mí. El tiempo pasaba rápido. Aunque quisiéramos que

lo sacaran de allí sería imposible sin saber primero qué había ocurrido. Tomamos asiento y entre llantos le pregunté qué había sucedido para que lo encerraran. Mientras Nora le sujetaba

fuertemente las manos, dijo sin más vueltas: » Al salir de casa temprano aquella mañana, reemplacé a

un compañero que estaba enfermo. El trabajo que me

encargaron lamentablemente era ilegal, pero yo no lo sabía, me enteré después de aceptar el viaje.

» Pasé a buscar a un pasajero y lo llevé al lugar que me indicó. El sujeto era robusto. Vestía un traje negro, una camisa del mismo color, y del bolsillo superior del saco asomaba un pañuelo rojo luminoso. Cuando arribamos presencié algo

terrible: el asesinato de un hombre de color de un disparo por la espalda, justo detrás de su cabeza. El pobre les había rogado de rodillas por su vida a sus verdugos, pero estos ya tenían decidida

su suerte. Le quitaron un diamante que tenía en el bolsillo del pantalón holgado y sucio. Se trataba de un diamante amarillo vivo y radiante como jamás he visto en mi vida. Era una piedra preciosa que por su talla y por su pureza debía ser única en el

mundo. Luego supe que la llamaban “Gota de sol”. » Ellos no lo sabían, pero en la escena del crimen estaban

presentes varios policías. » Yo no debía estar allí. El asesino observó la piedra,

sonrió y se acercó al sujeto que llevaba como pasajero; le dijo

unas palabras al oído y le entregó el diamante. Este lo guardó en

un bolsillo del saco, esperó a que el hombre se diera vuelta y

comenzara a alejarse, sacó un arma compacta de caño corto, calibre treinta y ocho, y le disparó dos tiros por la espalda.

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Luego apoyó el arma en mi cabeza y, amenazándome, me obligó

a conducir por el camino que me indicaba. » Al partir miré por el espejo retrovisor y vi a la policía

cargando los dos cuerpos en el baúl de la patrulla. Seguí

manejando mientras me preguntaba cómo terminaría todo eso.

Presentía que me matarían en cualquier momento, pues jamás

debí haber visto ese homicidio. Fue un error, yo no debía tomar

aquel trabajo ese día. Seguramente el otro chofer sabía de qué se

trataba y por eso se ausento. En su lugar me encargaron el viaje

a mí. Lo que no sabían era que yo no dejaría que eso terminara

de esa manera. Así que, luego de sacar mis conclusiones,

tratando de controlar mis nervios y mi miedo, creí que la mejor

decisión era acelerar y luego, en medio de la ruta, pisar el freno

impulsivamente para sorprender al sujeto que mantenía el arma

en sus manos, logrando que su pesado cuerpo cayera hacia

delante, dándome la oportunidad de quitarle la pistola y

golpearlo. Y eso fue lo que hice. Pero al mirar sus ojos

repugnantes llenos de odio, no pude resistir el impulso de

apretar el gatillo de su propia arma y le disparé directo al pecho.

El sujeto se estaba muriendo desangrado. » Había demasiadas personas con poder detrás de todo

eso. Supuse que la historia no terminaría allí. Ya que no podía

escapar y decidí enfrentar la situación. La piedra que tenía ese

sujeto era de un valor inalcanzable, con ella podría ayudar a

muchas personas. Saqué el diamante de su bolsillo, y luego

empujé el cuerpo fuera del vehículo. No podía regresar a casa.

Dos autos me perseguían velozmente. Estaba completamente

solo y perdido. Tenía una piedra millonaria en mis manos que

cualquier codicioso mataría por obtenerla. Lo mejor era

deshacerme de ella antes de que me aniquilaran. Aceleré el auto

y huí a toda velocidad; pensé que lo mejor sería dejarla en

buenas manos y confiar en que la usaran para una causa justa,

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claro que no se la dejaría a una sola persona, pues estaría

cavando su tumba. » Lo primero que hice fue escapar de los dos vehículos

que me perseguían, lo que me resultó fácil pues, como verán, el

auto es la mejor arma que sé usar. Ingresé a la ciudad, di varias

vueltas y me oculté. Momentáneamente había logrado deshacerme de ellos, pero sabía que no podría ocultarme mucho

tiempo. Con seguridad irían a buscarme a casa y eso era lo

último que quería. Cuando estaba a unos cuantos kilómetros,

decidí esconder la piedra en un lugar en el cual no pudieran encontrarla, pero que sí resultara fácil hallarla con la ayuda del

mensaje que dejé. Ese mensaje lo dividí en cuatro partes; solo

obteniéndolos todas, podrá armarse el rompecabezas y llegar

hasta el diamante. » Solo quiero que entiendan por qué lo hice. Voy a

pedirles que se vayan de aquí ahora mismo y que se cuiden mucho. Todo saldrá bien...

Josep se detuvo un segundo, contuvo la respiración, luego tomó aire, bebió otro trago de jugo y continuó:

–Nora y yo nos fuimos con un dolor inexplicable. No se

imaginan cuánto sufrimos desde aquel día; hasta hoy no he

podido descansar ni un solo día en paz. Nuestra vida terminó

aquel día nefasto. Las cosas no volvieron a ser como antes.

Lamentablemente, minutos antes de marchamos de la comisaría,

al abrazar con fuerza a nuestro hijo, Thomas le entregó un papel

a Nora y le explicó que, aunque nosotros no tuviéramos

información, ellos vendrían a buscar pistas de todas maneras a la

casa, pero se largarían al comprobar que allí no había

absolutamente nada. Él confiaba en que llegaría gente con

buenas intenciones. Decía que haciendo un buen uso de esa

piedra, podían cambiarse muchas cosas. Nos pidió que jamás

cayera en manos perversas y malvadas nuevamente. Dijo que

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había distribuido las cuatro partes entre personas que eran muy

importantes en nuestras vidas. Pero detrás de las paredes, como

Thomas dijo, unos sujetos escucharon todo lo que contó y no

tardaron mucho en llegar a nuestro hogar.

Luego Josep Bueno volvió a callar un instante mientras

todos reflexionábamos respecto a lo que nos había narrado y aclarábamos nuestras dudas. Cuando el silencio dominaba la

mesa, Ethan preguntó: –¿Cómo conoció usted a nuestros padres?

–A tus padres los conocí en la secundaria. Egresamos

juntos, éramos muy buenos amigos y nos teníamos mucha

confianza. Años más tarde, por diferentes motivos nos fuimos

alejando poco a poco, aunque no del todo. Algunos se

enamoraron y siguieron el camino que su corazón determinó,

otros por razones de trabajo se mudaron lejos de la ciudad, y

bueno… a pesar de la distancia, hace unos años volvimos a

reunirnos por última vez. Yo llevé a Thomas conmigo para que

los conociera. Fuimos de pesca los cuatro y mi hijo, pasamos un

fin de semana juntos riendo y charlando, recordando viejas

historias toda la noche junto a la leña que calentaba nuestras

manos congeladas. Así fue mi conclusión de cómo Thomas

distribuyó los fragmentos. Muy ingenioso, ¿verdad? Intentó

reunir a los cuatro nuevamente: un fragmento fue para mí; otro

para tu padre, Ethan; otro para el tuyo, Víctor y el último para

Alfred Lordon y que luego seguramente ha llegado a tus manos,

Bruce. » Lo que me resulta muy extraño es cómo los ha

encontrado el misterioso sujeto a cada uno de sus padres. Thomas intuyó que cuando nos volviéramos a reunir,

conversaríamos acerca de lo sucedido; así hallaríamos la piedra

fácilmente y la tendríamos en nuestras manos. Sabía que entre

nosotros cuatro no había secretos y nos teníamos suma

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confianza. Lamentablemente, sus planes resultaron de manera

diferente. Este sujeto los ha encontrado primero. Ahora entiendo

la promesa de Thomas de que en unos años los encontraríamos,

de eso estaba seguro. » Sin embargo, las cosas cambiaron. Al regresar a casa el

día que visitamos a Thomas en la departamental ya todo era diferente. Para ser sincero, ya no podíamos dormir tranquilos, teníamos un mal presentimiento. Nora comenzó a medicarse para descansar. Quería visitar a nuestro hijo en la penitenciaría para saber de él, aunque Thomas le pidió por favor que no lo hiciera. Sabíamos que al estar encerrado la estaba pasando muy mal. Lo más triste era que no teníamos muchas opciones. La impotencia me dominaba al sentir que no podía ayudarlo. No podíamos hacer nada, no teníamos ninguna opción. Si en un

tiempo esa situación no se modificaba, llamaría a un buen abogado para que intentara hacer todo lo posible a fin de sacar a Thomas de allí y demostrara su inocencia. Pero al cuarto día todo se acabó; nuestras vidas perdieron sentido, cuando creímos en la justicia nos dimos cuenta de que ¡todo era pura basura! Esa mañana el teléfono sonó luego de tres largos días de espera, Nora atendió ansiosa esperando buenas noticias, pero cuando noté la expresión de su rostro y que estaba parada e inmóvil con el teléfono en la mano, mirando fijamente la foto de nuestro hijo de un portarretrato que había junto al aparato, bajo la luz del velador, fue el momento en el que supe que todo se había ido al infierno. Las lágrimas comenzaron a caer lentamente por su rostro; enmudeció y dejó caer su cuerpo sobre el sofá.

» Fue la peor noticia que escuché en toda mi vida. In-

formaron que Thomas aparentemente se había suicidado en la

celda. Estaba desolado; me arrepentí de haber obedecido sus palabras. Hasta el día de hoy siento culpa por ello; debí ayudarlo cuando podía.

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» Luego no supimos nada más sobre el tema; intentamos

averiguar, pero jamás nos dieron una explicación. Cerraron el asunto bajo candado, sin respuestas.

» Estoy seguro de que Thomas nunca se quitaría la vida, no era capaz de eso. A partir de ese momento las cosas cambiaron. Algo era distinto en nosotros. Quiero decir... no es fácil olvidar que hacía veintiocho años que Tomas había llegado a nuestro hogar, iluminando con su sonrisa y alimentando nuestras almas de alegría. Así fue cómo, siendo aún joven, terminé de esta manera…

» Espero que entiendan de qué les estoy hablando. Cuando

aman tanto a una persona, un hueco profundo queda dentro de

nosotros, tan profundo que jamás la olvidarán… Josep se detuvo sin decir una palabra más y sus lágrimas

recorrían tristemente su rostro, derramando en cada gota el recuerdo de su trágico pasado.

Luego de que terminó su narración, esperé unos minutos y dije:

–Hay algo que no entiendo… ¿Cómo es que terminó encerrado en un hospital psiquiátrico? Permítame decirle que usted no parece estar fuera de sus cabales.

Aunque Víctor y Ethan me miraron con desaprobación por haber formulado esa pregunta, sabía que en el fondo ellos

también querían saber. Además, tenía la intuición de que la

respuesta estaba relacionada con todo este asunto. Josep se limpió las lágrimas con la servilleta y respondió: –Creo que ya ni siquiera puedo tener el perdón de Dios.

No todo terminó el día de la muerte de Thomas. Las cosas

empeoraron. Un año más tarde, una mañana abrí el buzón y

extraje de él una extraña carta, la cual me produjo desconcierto y

confusión. Me senté intranquilo, me coloqué los anteojos y

rompí el borde con cuidado. Decía simplemente: “SI DESEAN

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CONTINUAR CON VIDA, SERÁ MEJOR QUE ENTREGUEN

LA PIEDRA”.

» Quedé desorientado y dolorido al recordar lo que

estaban pidiendo. Seguía escuchando las palabras de Thomas

cuando lo visitamos. Él sabía que ese día llegaría. » Él había asegurado que el diamante estaría en buenas

manos. Esta carta quería decir que la piedra aún no había sido

hallada. Nosotros no la teníamos y ni siquiera sabíamos dónde

estaba; el problema era que ellos no lo sabían. Oculté la carta

para que Nora no la viera pues seguro se aterrorizaría. A la

mañana siguiente, sonó el timbre a primera hora. No había

pegado un ojo en toda la noche pensando en la carta que había

llegado. Nora se estaba dando un baño, así que me levanté y

miré por la ventana. Había dos policías parados en la puerta. Me

vestí con lo primero que encontré y me acerqué hasta la entrada

observándolos detalladamente. Ya casi en la puerta, miré el

móvil estacionado a un costado, donde otro oficial estaba

sentado frente al volante hablando por la radio policial. »–Buen día, oficial. ¿En qué puedo ayudarlo? »–Usted es el padre de Thomas Bueno, ¿verdad? »–Así

es... »–Entonces iré al grano, sin dar vueltas. Odio perder el

tiempo. Estamos buscando algo que Thomas dejó en la casa

antes de suicidarse. Usted sabe de qué estamos hablando… »–Tendrá que disculparme, pero no sé de qué está ha-

blando, oficial. »–Dejemos las estupideces a un lado –respondió

agresivamente. » Sabía qué era lo que venían a buscar. Sin embargo, le

respondí la verdad, aunque ellos no me creyeron. Yo desconocía

dónde estaba la “Gota de sol”.

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»–Lamento no poder ayudarlo, oficial. Quizás se ha

equivocado de vivienda. »–¿Cómo se lo explico? –dijo el oficial nervioso, mientras

se rascaba la nuca–. ¿Usted tiene idea de que hay muchas

personas poderosas buscando esto, verdad? No creerá que

seamos los únicos. La gente que vendrá no tendrá compasión, se

lo puedo asegurar. Será mejor que lo piense, quizás recuerde

algo mañana por la mañana... » Sin decir una palabra más, ambos subieron al móvil y se

marcharon. Me quedé parado en la entrada reflexionando sobre lo que me había dicho. Quizás entregándoles lo único que teníamos referido al diamante nos dejarían en paz. De lo

contrario, seguirían insistiendo tarde o temprano. » Le conté lo ocurrido a Nora y decidimos entregarles el

papel que nuestro hijo nos confió. Los días siguientes esperamos

muy asustados a que los policías regresaran como habían anunciado, pero jamás volvieron. Igual nos mantuvimos alerta por si retornaban.

» Era razonable pensar que, por ser los padres de Thomas, supusieran que había escondido la piedra en nuestra casa. Desde la visita de la policía, nos sentimos inquietos y amenazados.

Trataba de dormir con un ojo abierto por las noches por si intentaban entrar en la casa.

» A causa de ese maldito temor hice algo que jamás me

perdonaré... Fue una noche trágica y desgraciada, que me

convirtió en la persona más infeliz del mundo. En mi

desesperación por salvar nuestras vidas, le disparé a Nora, mi amada esposa, la única persona que hacía que la vida tenga

sentido. Esa noche de luna llena nos despertamos varias veces

debido a los ruidos que escuchábamos alrededor de la casa. Los

continuos ladridos de los perros y el viento que golpeaba las ventanas motivaron que buscara el arma que tenía escondida

dentro del armario y la dejara a mano, por si algo desafortunado

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llegaba a suceder. Más tarde, al cesar los ladridos, logré dormir,

pero desperté súbitamente al escuchar el ruido del pasador de la

puerta. Me levanté y vi la sombra de alguien que ingresaba a mi

dormitorio muy despacio. De inmediato y sin dudarlo tomé el revólver y, sin tiempo para reflexionar, disparé una vez al

cuerpo que se acercó a la cama en la oscuridad. La bala fue

directa a su pecho y luego el cuerpo cayó. No podía ver con

claridad; la pieza estaba casi completamente a oscuras, pues solo un haz de luz de la luna traspasaba las cortinas de la ventana.

Con mi mano tambaleante, giré para tranquilizar a mi esposa,

pero ella no estaba en la cama. Pensando lo peor, corrí

rápidamente y encendí la luz. Al iluminar el cuarto la vi: Nora

estaba tirada en el piso cubierta de sangre. Llamé a los médicos, pero ya era demasiado tarde…

» Jamás volví a ser el mismo hombre. Mis días ahora son

grises y tormentosos, y nunca cambiarán. Nada volvió a tener sentido. Mis intentos de suicidio me han llevado donde ustedes

me encontraron. Perdí a mis dos amores en poco tiempo; todo ha

sido muy duro para mí en verdad. Ya no tenía motivos para

seguir luchando. Pero ahora puedo terminar con aquellos horribles recuerdos. Me queda algo por hacer antes de irme de

este maldito mundo. Una última misión y creo, caballeros, que

este es el momento justo para realizarla; es mi última

oportunidad.

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CAPÍTULO XI

Teníamos que avanzar, eso fue lo primero que decidimos

los cuatro, aunque no teníamos ni pistas ni rastros que seguir.

Estábamos a la deriva. Ni siquiera sabíamos quiénes eran los

sujetos que nos perseguían. La única certeza que teníamos era

que la policía estaba metida en ese embrollo y que nos hacía las

cosas más difíciles. Solo pensábamos continuar con la única información que

conocíamos hasta ese momento. Debíamos comenzar a actuar

antes de que ellos lo hicieran. No alcanzaba con estar un paso adelante; al menos debíamos estar a cinco. No podíamos

detenernos, pues si no nos encontrarían. Evaluamos la poca información de la que disponíamos: las

personas que asesinaron a Thomas. Seguramente, alguien en la

penitenciaría donde los asesinaron debía tener más datos. Solo si los obteníamos podríamos armar ese rompecabezas.

–Haremos lo siguiente –planteó Ethan–. Hay

aproximadamente una hora desde aquí hasta la penitenciaría de

Nueva York y ya es de tarde; sería en vano ir ahora. Lo mejor será hacerlo mañana. Llegar allí es fácil; el problema será cómo

entrar y obtener información acerca de un hecho que transcurrió hace unos años atrás…

–Un momento –interrumpí luego de recordar algo que

podría ayudar bastante–. Mi profesor de Derecho Penal

mencionó en varias oportunidades esa penitenciaría. Estoy

seguro de que tiene contactos allí. A lo mejor, él puede

brindarnos algún dato o darnos el nombre de alguna persona con

la que podamos hablar. –¿Cómo podemos ubicarlo? –preguntó Víctor.

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–Aguárdenme un instante –respondí–. Buscaré su número

en la guía telefónica. Ya regreso... Salí del bar y crucé la calle hasta el teléfono público que

estaba en la vereda de enfrente. Tomé la guía y lo busqué por su

apellido: Millstein, no recordaba bien su nombre de pila; creía

que era Frederick, pero no estaba seguro. Encontré varias

personas con ese apellido. Llamé al primer número de la lista.

Era equivocado. El segundo llamado fue atendido por una voz

aguda: –Hola… ¿Hola?... –Buenas noches. ¿Profesor Frederick Millstein? –¿Quién habla? –¡Profesor! Disculpe que lo moleste a esta hora. Soy

Bruce Collins, fui su alumno en su clase de Derecho Penal, ¿me recuerda? Llegué tarde el día del último parcial…

–¿Bruce Collins…? –Así es, profesor. –Ah, ¡Bruce! Ya te recuerdo… Entre tantos alumnos

siempre es difícil saber quién es quién enseguida. Qué sorpresa. Jamás hubiese esperado que llamaras por teléfono a esta hora.

¿Sucede algo grave, Bruce? –En verdad no es urgente, profesor, pero sí muy

importante. Lamento tener que molestarlo para pedirle un gran favor, que nos sería de mucha ayuda en estos momentos.

–Pues dime, Bruce, ¿en qué te puedo ayudar? –Usted mencionó varias veces la penitenciaría de Nueva

York. Supuse que tal vez conoce a alguna autoridad de allí.

Necesito averiguar qué le sucedió a un familiar lejano que al

parecer falleció allí hace unos años.

–Entiendo... Déjame ver qué puedo hacer, Bruce. No te prometo nada.

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–Gracias, profesor. De todas formas, iremos allí mañana a

primera hora. –Mmm.... Ya veo… Bueno, vuelve a llamarme en media

hora, por favor, a ver si ya tengo alguna respuesta. –Claro. Entonces en media hora me volveré a poner en

contacto con usted, profesor… Colgué el teléfono y regresé con los demás para

informarles las buenas noticias. Ya eran casi las ocho de la

noche. El sol había desaparecido y la noche empezaba a dominar

el lugar. Mientras nosotros seguíamos sentados allí, comenzó a

llegar cada vez más gente. Sin darnos cuenta, habíamos pasado

más de dos horas allí. –Será mejor largarnos de aquí –dijo Ethan. –¿Y dónde iremos? –preguntó Víctor. –Lo primero que haremos será ir con el auto a buscar tu

motocicleta. Luego pasaremos la noche en un hotel en las

afueras de la ciudad. Trataremos de no llamar la atención, y por

la mañana iremos a la prisión. –Estoy de acuerdo –agregué–. Pero… ¿desde dónde

llamaré por teléfono al profesor? –Pararemos en el camino, donde haya algún teléfono

público –respondió Ethan. Una vez acordado nuestro plan, los cuatro nos levantamos

del bar y fuimos en busca de la moto de Víctor.

Antes de llegar al lugar donde estaba la moto, Ethan dio

varias vueltas a la redonda para comprobar si había movimientos extraños en la zona. Quizás el vehículo de Víctor podía haberse

transformado en una trampa. Sin embargo, llegamos y nada

sucedió. A lo mejor olvidaron que la moto estaba allí o quizás

pensaron que no volveríamos por ella. De todas maneras, no

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debíamos descuidarnos. Esos sujetos eran demasiado

inteligentes, no dejarían ni un detalle librado al azar. –Déjame aquí –dijo Víctor. –Aún no he llegado al lugar, es en la otra cuadra –

respondió Ethan. –Aquí está bien. Si alguien nos está esperando, no le será

tan fácil advertirnos si no ve el auto. Es mejor no llamar la

atención. Caminaré con cuidado hasta la moto. –Víctor, te dejaré exactamente donde está la moto. Si hay

alguien esperando, te verá caminar y no dudará en tratar de

hacerte daño o secuestrarte para obtener información.

Tendremos que ir por ti de todas maneras y estaríamos en serios

problemas. Si están allí, será mejor que se preparen, porque no

pienso ahorrar balas esta noche. Solamente trata de encender y

acelerar la moto lo más rápido que puedas para escapar cuanto

antes. –Opino lo mismo que Ethan –dije. –Bueno, caballeros, ¿qué esperan? –preguntó Josep luego

de permanecer callado un largo rato. – Perfecto –asintió Víctor. Una cuadra antes de llegar, Víctor y yo teníamos las armas

preparadas por si nos estaban esperando. Ethan aceleró y se

detuvo donde estaba la moto. Víctor subió rápidamente mientras nosotros mirábamos hacia todos lados, pero al parecer no había

nadie en ese oscuro lugar. Al huir tomamos por la carretera principal de la ciudad

buscando un hotel. Casi veinte minutos después, encontramos

uno en las afueras. Ethan entró a la playa de estacionamiento sin

pensarlo y estacionó en el último lugar disponible. Era un hotel

de tres estrellas. Solo necesitábamos cuatro camas individuales,

nada más.

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Mientras Víctor y Josep se encargaban de reservar las

habitaciones, Ethan y yo caminamos hasta el teléfono más

cercano para llamar al profesor. Introduje la moneda, marqué el

número y aguardé. Ethan tenía su espalda apoyada en la cabina. –Lo molesto nuevamente, profesor. –No me incomodas, Bruce. He hablado con el jefe de la

penitenciaría, lo conozco desde hace muchos años. Le informé

que mañana irán a primera hora para que les brinden la

información que están buscando. –¡No me alcanzan las palabras para agradecerle! Estoy en

deuda con usted. –No me debes nada, Bruce. Si tienes algún problema, no

dudes en llamar. Espero que encuentren lo que están buscando... –Esperemos que sí. –Bueno, ya debo colgar, Bruce. Luego llámame para saber

cómo te ha ido. Hasta pronto... –Entendido, profesor. Muchas gracias por todo. Hasta

pronto. Con una sonrisa en mi rostro, miré a Ethan y le conté

palabra por palabra lo que me había dicho el profesor. Él sonrió

y dijo: –Ya estamos cada vez más cerca… Dimos media vuelta y regresamos caminando muy

tranquilos al hotel. Entonces aproveché el momento para hacerle

una pregunta, pues sentía curiosidad sobre cómo habían fallecido sus padres.

Allí hay una máquina expendedora de bebidas –le dije–.

Enseguida regreso… Apuré el paso hasta la máquina y extraje dos frías latas de

soda ideales para esa noche tan calurosa. Alcancé nuevamente a

Ethan y le di una. –Salud...–dije mientras abría la lata.

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–Gracias, Bruce. Caminamos hacia el hotel, pero antes nos sentamos en un

banco largo y blanco ubicado en la entrada principal. No había

mucho movimiento por la zona, todo estaba muy calmo y

tranquilo esa noche. Aproveche la oportunidad para preguntarle

a Ethan acerca de ese hecho. Además, no comprendía por qué

Ethan, que había heredado una gran riqueza y podía escapar de

esa situación muy fácilmente, no deseaba hacerlo. Pero era uno

de esos hombres que constantemente arriesga todo, como si no

tuviese nada que perder. Mientras bebíamos la soda sentados

cómodamente en aquel banco, dije: –Debo hacerte una pregunta, pero si no quieres

contestarla, no hay ningún problema, no insistiré. Justo en ese instante nos interrumpió Víctor: –¡Aquí están! Preciosa noche, ¿verdad, muchachos? Josep

ya se ha recostado en su dormitorio. Dijo que quería descansar,

así que lo dejé durmiendo tranquilo. –Perfecto –le respondió Ethan–. Dime, Bruce, ¿qué está

dando vueltas en tu mente? –Varias veces me pregunté qué les sucedió a tus padres. Era como si Ethan estuviera esperando esa pregunta.

Muy calmo, dijo:

–Ambos murieron en el mismo accidente. Recuerdo

aquella noche como si fuese ayer –se detuvo un segundo,

levantó la cabeza y miró el cielo fijamente, sin pestañear–. Ese

día me había levantado muy temprano. Estaba completamente

nublado y hacía mucho frío. Me había quedado dormido en el

sofá y desperté junto al calor de la chimenea con el fuerte y

persistente sonido de alguien golpeando la puerta de madera

gruesa una y otra vez. Me levanté con un abrigo cubriendo mi

espalda desnuda y descalzo me acerqué a la ventana para ver

quién tocaba con tanta insistencia. Inesperadamente, vi una

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patrulla policial. Aunque no lo crean, aquella noche mientras

dormía, sentí que mi alma quedaba vacía, que caía en un pozo

ciego muy oscuro. Supuse que me darían una mala noticia, fue

un instinto. todos tenemos un sexto sentido: la intuición. Sentí

que un balde de agua fría caería sobre mí en aquel congelado

invierno. Caminé lentamente desconcertado hacia la puerta,

corrí la traba y, al abrir, el policía que sostenía su gorra a la

altura del pecho me preguntó mi nombre. Sin decir una palabra,

asentí con la cabeza. Me olvidé por completo del frío que

ingresaba por mis pies y subía por mi cuerpo. Quería escuchar

ya mismo la noticia, pero a la vez no quería oír nada malo. El

policía continuó: »–Quizás esto sea muy difícil y duro para ti, pero es mi

deber darte la noticia. Lamentablemente, tus padres han tenido un accidente con el automóvil. Fueron trasladados de urgencia al hospital, pero ya era tarde, no había nada que se pudiera hacer. Lo lamento mucho, hijo…

» Fue el peor momento de mi vida. Aquellas palabras me cambiaron para siempre. Sentí que algo dentro de mí se quebró por completo. Estaba mudo y paralizado por fuera, pero por

dentro estaban todas las piezas fuera de su lugar. Era como si hubiese explotado una bomba en mi interior. Mi mundo estalló en mil pedazos… Ya pasaron unos cuantos años desde aquel

duro momento y, aún así, recuerdo hasta el olor que había en la casa esa mañana.

» ¿Saben? Hay cosas que no te olvidas jamás en la vida,

las guardas dentro de ti y jamás saldrán de allí. Recuerdos de tu infancia que serán fundamentales en tu futuro. Ellos eran todo lo

que yo tenía, eran parte de mis sueños. Jamás pensé vivir una situación así; nunca imaginé que crecería sin mis padres.

» Siempre quise ser como mi padre; me ha enseñado todo en esta vida. Y el amor incondicional de mi madre no tiene

precio alguno. Nunca sabemos cuándo nuestros seres amados

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van a desaparecer. Quién sabe dónde estarán ahora mismo y si

volveremos a verlos una vez más. Nadie lo sabe... Había quedado totalmente solo, sin ambiciones, sin planes y sin

objetivos de vida… –En verdad lo lamento mucho, Ethan –dije. Nos quedamos los tres sentados mirando el inmenso cielo

unos largos minutos en silencio. Cada uno se desvío en sus

propios pensamientos, sumergidos en lo profundo de nuestra

mente, quizás buscando y acariciando esos momentos de alegría.

Cada vez que me tomo esos momentos para pensar, ella

siempre está ahí. La imagen de María Loren se presenta en los

cielos. Ella me da el valor para continuar con todo esto. Ella es

mi ambición y mi sentido de ser. Es por ella que deseo acabar

con esto para acariciarla tan solo una vez más…

–Deberíamos ir a dormir –dijo Víctor–. Mañana tendremos un largo día…

–De acuerdo –respondió Ethan–. Ya es tarde, hay que descansar...

Miré a ambos y sonreí al recordar cuando Josep Bueno nos llamó “Los caballeros de la noche”.

–Los caballeros de la noche… –dije mirando el cielo–. Vaya uno a saber en quiénes habrá pensado Josep al decir esas

palabras… –Vaya a saber uno… Ustedes entren tranquilos, yo

enseguida voy –dijo Ethan. Víctor y yo nos levantamos del banco y él permaneció

sentado terminando su soda, pensando y reflexionando acerca de

su aturdido pasado.

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A las ocho y media de la mañana del día siguiente,

estábamos reunidos terminando de desayunar en el hotel. Solo

faltaba Ethan, que se había levantado más temprano y nos había

dejado una nota en la que nos explicaba que había salido de

compras y nos pedía que lo esperáramos en la entrada del hotel,

que no tardaría mucho en volver. A pesar de haber dormido

pocas horas, estábamos bastante descansados. Con un baño nos

despabilamos. Luego esperamos el regreso de Ethan sentados en

el banco de la entrada. Pocos minutos después llegó y se detuvo ante nosotros.

Bajó del auto y antes de que dijera una palabra, Víctor le

preguntó: –¿Dónde has ido? –A comprar algo de ropa para Josep. No puede seguir con

esa ropa, ¿no creen? Todos miramos a Josep, hasta él mismo se observó. Aún

tenía puesta la gastada y arrugada ropa del hospital psiquiátrico. –Vaya, vaya, vaya... Es muy cómoda –dijo Josep. –Pues, esta también lo es –y le lanzó una bolsa para que la

tomara con las manos. –A ver qué tenemos aquí…–dijo Josep. Abrió la bolsa y sacó una camisa azul con mangas cortas y

un pantalón muy fino, color crema. –Creo que me podré acostumbrar a esto... Inmediatamente se cambió, mientras nosotros buscábamos

el camino en el mapa para llegar a la Penitenciaría Central de

Nueva York.

–Síguenos, Víctor –ordenó Ethan. Ya estaban los motores encendidos cuando Josep volvió

con su nueva vestimenta. Parecía otra persona; su aspecto había

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cambiado por completo. Ethan acertó cuando dijo que era justo

para él. –¿Qué has hecho con la ropa vieja? –le preguntó al ver

que Josep se sentaba en el auto con las manos vacía. –La tiré en el cesto. No la volveré a usar jamás –dijo muy

seguro. Mientras Ethan y yo reíamos al escuchar decir a Josep esas

palabras, Víctor dio la señal de partida camino a la prisión. –Esta vez no pararemos hasta llegar –propuso Ethan–.

Presiento que tendremos buenos resultados...

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CAPÍTULO XII

Comienzo a sentirme cada vez más devastado por dentro

mientras transpiro y tiemblo aquí encerrado. No solo me refiero

a los sentimientos sino a los síntomas que mi cuerpo comienza a

generar por la falta de alimento y de bebida. Me falta el aire, el

que hay aquí dentro no es suficiente. He olvidado cuánto tiempo ha pasado desde que entré a

este lugar. Estoy padeciendo un malestar como jamás lo había

sentido en toda mi vida. A causa del dolor y del sufrimiento empiezo a creer que este deterioro me llevará a la muerte muy

pronto. No sé cuánto tiempo más podré resistir. Seguiré tratando

de distraer y de engañar mis pensamientos mientras narro estos

hechos desgraciados. Pienso y me arrepiento por las cosas que no hice cuando

tenía la oportunidad. A veces, sin darnos cuenta perdemos

nuestro valioso tiempo viviendo la vida de otros, soportando sus

pensamientos irónicos y efusivos que nos dañan sin saberlo; sin

embargo, una y otra vez tratamos de hacer lo mejor que

podemos. Y… ¿para qué? Para tratar de no defraudarlos. A la

vez, si volteamos un momento, verán que hemos olvidado que

tenemos seres que nos aman y que siempre estarán con nosotros

en los malos momentos. También creo que jamás debemos olvidar nuestras raíces,

en las que se basó nuestro crecimiento y se desarrolló nuestra

historia. Cada uno tiene su propia historia y es dueño de ella. La mía puede ser que ya tenga su punto final en esta vida. Hoy solo

me queda decir que amo y anhelo mi vida y que pelearé por ella.

Como también amo a María Loren y mi fiel corazón siempre

estará junto a ella, donde quiera que esté.

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Estoy contento de haber conocido a Ethan, Víctor y Josep,

pues estoy completamente seguro de que existe una razón por la

que ellos se cruzaron en mi camino y tuvieron un papel

fundamental en mi historia.

Luego de conducir casi una hora, al fin llegamos a la

Prisión de Nueva York. Era un edificio muy grande.

Seguramente allí se alojaban muchos reos. Estaba cercada con

un muro de ladrillos muy alto seguido de alambres de púas.

Escaparse de ahí era casi imposible. Estacionamos a metros de la entrada y caminamos hasta la

puerta principal. Nos topamos con un portón de alambrado casi

tan alto como el muro. Desde ahí ya se podía ver la estructura

interior: había varias cercas de alambre más para poder ingresar.

Cuando nos detuvimos frente a la entrada, vimos a dos guardias

con los rifles cruzados en sus espaldas, uno a cada lado de la

puerta, con la vista fija al frente. Pronto se abrió la puerta de una

pequeña cabina de vidrio espejado, de modo que no se podía ver

hacia adentro. De allí salió un guardia y los dos que estaban en

la puerta inmediatamente se pararon firmes y saludaron a su

superior, levantaron sus manos a la altura de la cabeza. El

hombre se acercó y muy amablemente nos preguntó: –Buen día, señores. ¿En qué los puedo ayudar? –Buen día, señor –respondí–. Estamos aquí por un tema

privado. Venimos a ver al jefe de la penitenciaría. Él ya está al

tanto de nuestra visita, según me han informado.

- Un segundo, por favor…–dijo el guardia y entró nuevamente a la cabina. Enseguida salió con un cuaderno y una

lapicera en sus manos–. Díganme sus nombres y apellidos, por favor.

–Bruce Collins, señor. Venimos de parte del profesor

Frederick Millstein. Ellos son Ethan Ford, Víctor Miller y Josep Bueno.

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El guardia ingresó nuevamente a la cabina. Los cuatro

esperábamos una señal de aprobación. Pero algo en Josep no

estaba bien; notamos que algo extraño le estaba sucediendo. Se

quedó inmóvil, asustado y apartado de nosotros tres. Comenzó a

tocarse su pecho con la palma de la mano abierta y a respirar

cada vez más fuerte con la vista hacia el piso. Corrimos hacia él

inmediatamente. Con seguridad, los recuerdos lo atormentaban,

ya que ahí mismo habían asesinado a su hijo Thomas. Por suerte

fue una falsa alarma; Josep levantó la mano derecha,

haciéndonos entender que todo estaba bien. No obstante,

sabíamos que estaba muy angustiado, además de que era una

persona mayor. Sus recuerdos le jugaban en contra; lo mejor

sería que se quedara allí afuera y que esperara a que nosotros

regresáramos. Ethan se acercó, extrajo del bolsillo la llave de su auto y le

ordenó: –Recuéstese en el auto. Atrás hay una botella de agua, por

si quiere beber algo. Nosotros enseguida regresamos, una vez

que tengamos la información que necesitamos para poder

continuar. Averiguaremos que sucedió aquel día. –De acuerdo –asintió–. Lamento no poder entrar con

ustedes, caballeros. Mi pecho golpea de dolor al recordar aquel

desdichado episodio. Lo siento… –No tiene de qué preocuparse –agregó Víctor–. Yo me

quedaré aquí también así no se siente solo. –Te lo agradezco, pero necesito estar solo un momento.

No es nada contra nadie, solo que así es como yo viví mis

últimos años. Además, es conveniente que tú también ingreses

con ellos, podrías ser de gran ayuda. Tres cabezas piensan más que dos...

De pronto interrumpió el guardia con un gran manojo de

llaves en sus manos, se acercó a la entrada y utilizó tres llaves

distintas para abrir las cerraduras del inmenso portón.

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–Adelante, señores, el jefe los espera. Les hizo una señal con su mano a unos de los dos guardias

que estaba parado junto a la puerta para que se acercara y luego

le ordenó: –Acompáñelos hasta la oficina del jefe. –Comprendido, señor –respondió el guardia.

Ingresamos y caminamos detrás del guardia. Cruzamos un

largo patio por un camino fino rodeado de un jardín muy bien

mantenido, luego traspasamos otro portón de alambre y a pocos

metros una puerta que daba al área administrativa. Recorrimos

un pasillo limpio, lleno de grandes cuadros y de oficinas a

ambos lados. Dimos unos cuantos pasos hasta que el guardia se

detuvo y dijo: –Aquí es. Golpeó la puerta y desde adentro se escuchó una voz

serena que dijo: –¡Adelante! El guardia la abrió, se presentó ante el jefe de la

penitenciaría y luego le informó sobre nuestra presencia. El hombre, sentado cómodamente mientras revisaba unos

papeles, le ordenó que nos hiciera pasar. Entramos y luego pidió permiso para retirarse.

–Buen día, señor –le dije–. Soy Bruce Collins y ellos son Víctor Miller y Ethan Ford.

–Por favor, jóvenes, adelante... Tomen asiento… –dijo

amablemente–. El profesor Millstein me llamó y me contó que estaban buscando alguna clase de información especial, ¿puede

ser?

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–Así es, señor –respondí–. Necesitamos información sobre

una persona que falleció en esta penitenciaría hace unos años

atrás. Su nombre era Thomas Bueno. –Thomas Bueno... –repitió, mientras se rascaba su

rasurado mentón y pensaba–. Ya veo... Acompáñenme por aquí. Se levantó y salimos de la oficina. Lo seguimos por el

pasillo en silencio. Mientras caminábamos, todo el personal que

estaba trabajando saludaba al jefe con mucho respeto. Llegamos

al final, doblamos y nos dirigimos hacia una puerta que

correspondía a la oficina Legajos. El jefe golpeó una sola vez y

entró. Allí había un joven de casi treinta años, con anteojos y un

guardapolvo blanco, escribiendo en una computadora muy

atentamente. Al verlo se paró de inmediato y extendió su brazo

para saludarlo. –¡Buen día, señor! –Buen día, Michael… Necesito que les brindes a estos

muchachos la información que están buscando, por favor. –Entendido, señor.

–Bueno, jóvenes, espero que encuentren lo que necesitan.

Quedan en manos de Michael. Cualquier duda que tengan, estaré

en mi oficina. –Gracias, señor –dijo Ethan. –No tienen de qué. El profesor es mi amigo y le debo

varios favores. Luego se retiró por el pasillo. Se lo notaba un poco

nervioso y algo apurado. Michael se acomodó en su silla giratoria y dijo muy

relajado: –Díganme en qué los puedo ayudar. –Estamos buscando toda la información que haya sobre

Thomas Bueno. Falleció en esta prisión hace unos cuantos años atrás –respondí.

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–Mmm… Déjenme ver… Será un poco complicado, pues

su expediente debe estar archivado. Acompáñenme por aquí… Caminamos entre grandes estanterías repletas de libros

viejos. Luego descendimos por una escalera hasta el subsuelo.

Michael bajaba muy confiado, seguramente ya estaba

acostumbrado. Nosotros lo hicimos con suma precaución. Se

escuchaba el sonido crujiente de los escalones de metal oxidados

y antiguos. El lugar estaba a oscuras. Michael levantó una

perilla y encendió varios tubos de luz blanca. Había unos veinte

armarios altos y llenos de carpetas y de documentos viejos

cubiertos de polvo. Se sentó, prendió una computadora muy

antigua que había sobre una mesa y tecleó el nombre “Thomas

Bueno”. –Veremos qué tenemos… Como pueden ver, esta máquina

es vieja, pero aún funciona a la perfección… Esperamos un instante hasta que exclamó:

–¡Eureka! Aquí lo tengo… Extrajo un marcador de su bolsillo y un pequeño papel

para anotar el número de legajo. Luego se levanto y pidió que lo

esperáramos mientras lo buscaba en uno de los gigantes y viejos

armarios. Pocos minutos después regresó con una carpeta en la

mano. La apoyó sobre la mesa, sopló para quitarle el polvo que

la cubría, la abrió y dijo: –Aquí la tienen… “Thomas Bueno”. ¿Qué es precisa-

mente lo que desean saber? –Si me lo permite, ¿puedo revisar todo el material que hay

acerca de él? –dijo Ethan. –Es todo suyo… –respondió Michael. Ethan se paró frente al legajo y cómodamente comenzó a

leer… Luego dijo: –Cuatro días después de que Thomas Bueno ingresó a la

prisión murió misteriosamente. Había tres sujetos sospechosos

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en el lugar, se llamaban Enrique Zuesc, John Zosda y Manuel

Fuskren. Thomas fue encontrado en el baño del pabellón cuatro,

atado de ambas manos con cables de una deteriorada instalación

eléctrica que provenían de un enchufe. Sus pies, también atados,

estaban dentro de un balde con agua. Thomas agonizó

electrocutado hasta quedar completamente inconsciente ante la

vista y las carcajadas de estos tres reos. –¡Maldita sea! –masculló Víctor–. Seguramente Josep

sabía lo que había ocurrido, pero fue incapaz de contárnoslo. –Josep amaba a su hijo, Víctor –dijo Ethan–. No contó

nada sobre esto porque recordar este hecho podría perjudicar su

estado mental en tan solo un instante. Además, estos tres sujetos

fueron descubiertos luego de una investigación interna, por lo

tanto, fue con posterioridad a la muerte de su hijo. Josep jamás se enteró de esto tal vez…

–Disculpe, Michael –dijo Ethan–. ¿Podríamos pedirle un

último favor para no tener que molestar nuevamente al jefe? –Dígame qué necesita. Si está a mi alcance, no hay ningún

problema. –Necesitaríamos toda la información posible acerca de los

tres reos que estaban el día que murió Thomas Bueno. –No hay problema, pero quizás no estén cargados en la

base de datos. A lo mejor fueron transferidos a otra penitenciaría

o vaya a saber… Déjame buscarlos en el ordenador. Michael se acomodó en la silla y comenzó a tipear el

primer nombre de la lista: “Enrique Zuesc”. –¡Buenas noticias para ustedes y malas para “Enrique

Zuesc”! –exclamó. Anotó en el mismo papel la ubicación del legajo y se

levantó para ir a buscarlo, pero Ethan lo interrumpió:

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–Por favor, antes de ir hacia allá, busque los otros dos

nombres también: “John Zosda” y “Manuel Fuskren”, así no pierde tiempo.

–Buena idea –contestó Michael. Volvió a sentarse y los escribió. –Bueno… Vaya casualidad… ¡Los tres asesinos están

muertos! Anotó los números de ubicación y se retiró a buscar los

legajos. Cuando los encontró, regresó. Ethan tomó uno, Víctor otro y yo el que restaba. De esa manera podríamos marcharnos

de ahí cuanto antes. El que yo tenía era el de John Zosda.

–John Zosda –comencé a leer–. Muere al ingerir por vía

oral varias hojas filosas de máquina de afeitar. Sin embargo, lo

más impactante es que él fue detenido por colocar varias hojas

de afeitar en toboganes de las plazas para luego ver cómo los

niños se cortaban cuando se deslizaban por ellos. –Manuel Fuskren –dijo Ethan–. Muere de seis apuñaladas

en el corazón. Fue condenado por asesinar a su esposa con exactamente ¡seis puñaladas! Increíble...

–Ya sabemos que Enrique Zuesc está muerto también –

dijo Víctor–. Honestamente, no quiero saber qué le sucedió. Si alguno quiere leerlo, aquí lo tiene.

Con cara de repudio arrojó el legajo sobre la mesa y se dio media vuelta.

–Tampoco me interesa –respondió Ethan–. Ya es suficiente con esto.

–Perfecto –intervine–. Muchas gracias por su gentileza, Michael.

Era el momento de marcharnos, pues ya habíamos

averiguado todo lo que podíamos, de nada servía seguir

molestando a Michael. Nos retiramos pensando qué más

podíamos hacer. Decepcionados, comprendimos que

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necesitábamos encontrar alguna otra pista para continuar,

pero… ¿dónde?

Cuando nos aproximamos al auto vimos que la puerta del lado del acompañante estaba abierta, lo que nos alertó.

–¡Cretinos! –maldijo Ethan y los tres corrimos hacia allí.

Josep Bueno ya no estaba en el maldito vehículo. Ethan,

enfurecido, golpeó el techo. –¿¡Lo secuestraron!? –preguntó Víctor.

–Seguramente –respondió Ethan–. Sabían que estaba con

nosotros y, justo aquí, rodeados de policías, no atentarían contra

alguno de nosotros, pero pensaron que Josep tenía alguna

información o les serviría para extorsionarnos y por eso se lo

llevaron. Estábamos completamente perdidos. En medio de un

océano rodeado de tiburones que esperaban atacar al menor

descuido. Sin ninguna pista, tan solo teníamos que esperar que

ellos vinieran hacia nosotros. Debíamos prepararnos para ese momento.

Mientras estábamos parados en el estacionamiento,

pensando qué era lo primero que debíamos hacer, Víctor miró

hacia el interior del auto y observó que el pañuelo que Ethan le

había comprado a Josep estaba tirado en el suelo. Abrió la

puerta y lo levantó. Estaba hecho un bollo, lo estiró y vio que

tenía un mensaje escrito con marcador rojo y letras muy

grandes. Inmediatamente nos acercamos y leímos: “Busquen en

mi casa. Allí está lo que desean. Josep”.

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CAPÍTULO XIII

Encontrar el pañuelo de Josep Bueno con ese extraño

mensaje escrito en él fue totalmente inesperado. Se nos

ocurrieron varias opciones: quizás ese era el próximo paso que

debíamos dar, o a lo mejor solo se trataba de una trampa, una

perfecta emboscada. Confiábamos en que Josep estaría aún con

vida. Las muertes de su hijo y de su esposa habían envenenado

su alma y por eso deseaba vengarse de los asesinos de Thomas. No podíamos fiarnos de que Josep hubiera escrito ese

mensaje; era muy probable que lo hiciera otra persona. Al fin y al cabo, habíamos fracasado. Lo único que

teníamos para continuar con ese rompecabezas era la

desaparición de Josep y el mensaje. –¡Josep no escribió eso! –aseguró Ethan. –¡Es una maldita trampa! –agregó Víctor–. Pero quizás él

lo haya escrito, no podemos saberlo. –Es cierto –dije–. No sabemos si Josep lo ha escrito o no.

A lo mejor vio cuando los sujetos se le acercaban y lo primero que hizo fue dejarnos un mensaje en lo único que tenia a la

vista, luego bajó del auto y esos malditos lo secuestraron. –Thomas Bueno vivía en esa casa –dijo Víctor–. Quizás

encontremos alguna información allí... –Esto no me gusta para nada –comentó Ethan–. Sin

embargo, no tenemos otra opción. Regresaremos a la casa de

Josep y revisaremos para ver si existe algún dato que nos pueda

servir; pero no iremos ahora mismo, sino mañana a primera

hora. No les será fácil si piensan hacernos una emboscada.

Ahora deben estar esperándonos allí.

–Estoy de acuerdo –dije–. Solo propongo que viajemos

ahora para poder analizar el campo de batalla. Nos ocultaremos

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por los alrededores para pasar por desapercibidos y mañana

temprano entraremos. Hoy podremos observar si hay

movimientos extraños dentro y fuera de la casa. –¿Y cómo haremos con el auto y con la moto? – preguntó

Víctor–. De lejos nos reconocerán fácilmente... Ethan se alejó de nosotros, observó el auto detenida-

mente. –Increíble… Creo que han colocado un rastreador justo

aquí abajo –dijo mientras seguía con la mirada un elemento

fuera de lo común debajo del vehículo–. Además, ¿por qué no se

lo han llevado? Si tuvieron la oportunidad de robarlo y dejarnos a pie para que no huyamos de aquí.

–Quieren saber todos nuestros movimientos –concluyó Víctor.

–Así es –confirmó Ethan–. De nada les sirve dejarnos sin auto. Atacarán cuando estemos cerca de encontrar lo que tanto

buscan. –¿Dices que tiene un rastreador? Si es así hay que quitarlo

de inmediato –propuse. –Mmm… yo no lo haría –dijo Ethan–. Ellos se darían

cuenta, estarían alerta todo el tiempo esperando nuestra llegada

a la casa; en cambio, con el rastreador en el auto, sabrán el momento justo de nuestra llegada. En este caso, yo utilizaría el

jiu-jitsu. –¿Te refieres al arte marcial? –preguntó Víctor. –¡El mismo! Utilizaremos la fuerza del oponente contra

ellos mismos. Dejaremos que las cosas sean tal como ellos esperan. Viajaremos ahora mismo hasta allí; ellos esperaran la

llegada del auto junto con la moto, pero dudo que la moto tenga

colocado otro rastreador, sería muy fácil detectarlo. Por lo tanto, la moto llegará mucho antes. Ellos jamás esperarían eso, así les

haremos creer que tienen todo bajo control. Entonces, al pensar

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que nosotros aún no hemos llegado, podrás fácilmente y con

discreción observar si en la casa hay algún movimiento extraño. ¿De acuerdo?

–Buena idea –respondió Víctor–. Solo necesito saber bien el camino para llegar allá.

–No te preocupes –le dije a Víctor–. Yo iré contigo.

Recuerdo muy bien el camino. –¡Perfecto! –exclamó Ethan–. Si estamos todos de

acuerdo… ¡que se pongan en marcha los motores! Yo llegaré

alrededor de las 22. Si parten ya mismo, arribarán una hora

antes. Dejarán la moto lejos de la casa, luego caminarán por la

sombra y, si ven algo que les parece peligroso y arriesgado,

esperen mi llegada. ¿De acuerdo? –¿Dónde nos encontraremos? –pregunté. –Estacionaré a no más de cinco cuadras de la casa y me

marcharé. Esos malditos se quedarán esperándonos. Víctor me

recogerá con la moto a cinco cuadras de la casa, sobre la misma calle en dirección al norte, exactamente a las 22. Luego nos

reuniremos todos en el bar Nathans que vi cuando llegamos

anteriormente a la casa de Josep, sobre la calle principal, a unas

quince cuadras. Recuerden… cuando lleguen al lugar, solo pasen caminando una vez por la vereda de enfrente, no más de

eso. –¡En marcha! –dije con optimismo y con la ilusión de que

todo iba a terminar muy pronto… Las ruedas de la moto rodaron velozmente por el asfalto y

el motor se mantuvo rugiente durante el largo trayecto hasta la casa de Josep. Anochecía.

Pocas cuadras antes de llegar a la casa, le dije a Víctor: –Será mejor que nos detengamos aquí y caminemos con

cuidado. Si reconocen la moto estaremos acabados…

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Dejamos la moto en la entrada de una pequeña casa a tres

cuadras. Luego, armándonos de valor y de coraje, nos dirigimos hacia el lugar.

Sin saber qué podíamos encontrar, muy nerviosos,

caminamos con nuestras armas en la cintura, sin sus seguros,

listas para disparar en caso de que surgiera algo inesperado.

Mirábamos hacia todos lados, incluso volteábamos cada diez

pasos para ver si nos estaban siguiendo y observábamos

detenidamente todo lo que nos resultaba sospechoso. Justo en la esquina de la casa nos detuvimos cinco

segundos, nos miramos y decidimos avanzar hacia lo de Josep

con tranquilidad para no llamar la atención. No teníamos

capuchas ni nada que nos cubriera los rostros para no ser vistos.

Lo único que nos favorecía era la oscuridad cerrada de esa

noche. Miramos atentamente desde la vereda de enfrente de la

casa. Todo estaba callado y quieto, sin ningún extraño movimiento.

–¡Espera! –dijo Víctor–. Me ataré los cordones. –¿Qué

diablos haces? –pregunté. –Tú solo observa… Exaltado e inquieto, miré hacia la casa; observé los

vidrios, la puerta principal y todo lo demás, pero nada se movía.

Todo estaba en perfecto orden. Luego Víctor se volvió a

levantar y continuamos caminando.

–Por ahora, todo parece normal –dijo. Segundos después, un sujeto de mediana estatura apareció

en la esquina. Venía hacia nosotros con la vista fija en el suelo.

Víctor, exaltado, metros antes de que se acercara ya había puesto su mano en el arma.

–¡Tómalo con calma, Víctor! Quizás sea un simple vecino –dije.

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No debíamos perder la cordura en esos momentos. El

hombre avanzó hacia nosotros y cuando estaba a menos de dos

pasos, se palpó los bolsillos, sacó un cigarrillo, nos miró y

preguntó: –Disculpen, señores, ¿tienen fuego? –No fumamos –respondí al instante, mientras Víctor

empuñaba el arma detrás de su espalda. –Gracias, ya conseguiré… El sujeto siguió su camino y nosotros el nuestro. Había

algo en él que me llamó la atención, aunque no podría definir

qué. Tuve el presentimiento de que algo no estaba bien. La casa

de Josep tenía un gran parque en la entrada, podrían estar

escondidos en cualquier lugar y jamás lo sabríamos. Si había

alguien en la casa, se tendría que ver algún movimiento desde

afuera, o a lo mejor realmente el mensaje era de Josep antes de

marcharse del auto. De todas formas, tendríamos que esperar la

llegada de Ethan para poder continuar con el plan, por lo que

decidimos regresar a la moto. Víctor condujo hasta detenernos en el bar Nathans donde

nos encontraríamos con Ethan. Era un sitio muy luminoso y

moderno, con gran cantidad de mesas y diferentes platos para

comer. Había un considerable número de personas cenando.

Luego de estacionar la moto cerca de la entrada

ingresamos, nos ubicamos en la barra y le ordenamos al

cantinero que nos sirviera dos tragos mientras esperábamos.

Variadas botellas de bebidas alcohólicas se exhibían en los

estantes ubicados detrás, sobre un gran espejo que cubría toda la

pared, donde se reflejaba gran parte del lugar. Todo marchaba según lo planeado. De pronto vi en el

espejo un auto negro polarizado con las luces altas encendidas.

Estaba estacionado en la esquina del bar. Era idéntico al de los

bandidos que nos venían persiguiendo. Sin perder la cordura,

rápidamente me levanté del asiento y caminé hacia la entrada; ya

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era tarde, se habían marchado. Víctor dijo que seguramente lo

había imaginado o que se trataba de un error… pero no estaba

equivocado. El reloj que colgaba en lo alto de una columna del bar

marcaba las 21:45. Solo faltaban quince minutos para que Víctor

fuera a recoger a Ethan en el lugar acordado. –Es hora de que vayas a traer a Ethan; no querrá estar

esperando allí ni un solo segundo demás… –Ya mismo voy para allá –respondió. Bebió el sorbo que le quedaba de su trago y rápidamente

se puso de pie. Revolvió su bolsillo hasta encontrar las llaves de

la moto. –Mientras tú traes a Ethan, aprovecharé para llamar a mi

profesor y decirle que todo ha salido como lo esperábamos y para agradecerle el favor –le dije.

–De acuerdo, Bruce. Ten mucho cuidado. –Despreocúpate, cuando regresen estaré aquí

esperándolos. Víctor partió en busca de Ethan y yo debía llamar a mi

profesor. Esperaba que no fuera tarde, pero temía no poder hacerlo en otro momento.

El cantinero estaba de espaldas a la barra, lavando las copas. Lo interrumpí:

–Disculpe, señor… ¿Sabe dónde puedo hallar un teléfono público?

El hombre giró, se acercó para oír mejor y con voz gruesa repitió:

–¿Un teléfono? –Sí, señor. –Hay uno a una cuadra y media de aquí; camina derecho

por esta calle y lo encontrarás.

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Salí del bar y comencé a caminar por la vereda iluminada

por las estrellas. Eso me dio el presentimiento de que todo

marchaba bien y de que esa terrible situación pronto terminaría. Iba pensando en las palabras de agradecimiento que le

diría al profesor Frederick Millstein, pero unos metros antes de

llegar al final de la calle, justo antes cruzar la avenida, una

anciana de unos 75 años de edad, piel clara con su largo y fino

cabello blanco ondulado sentada en una silla de ruedas apareció

en mi camino. Me miró con sus ojos celestes luminosos, con la

expresión de haberlo visto absolutamente todo en esta vida, me

pidió amablemente con voz serena que la ayudara a cruzar la

calle. Mientras lo hacía, observé que llevaba entre sus manos

arrugadas una bolsa enrollada con algo dentro. Al subir el

cordón, la anciana giró su cabeza y haciendo un gran esfuerzo

me dijo: –No creo haberte visto por aquí antes… –Es la primera vez que vengo. Solo estoy de paso –

respondí. –¿Te molesta si te pido un último favor? –Dígame en qué la puedo ayudar. –A cuatro cuadras está el gran muelle y, como verás, tengo

los brazos cansados y débiles; cada vez me cuesta más

trasladarme. ¿Serías tan amable de llevarme hasta allí? Sentía que de algún lado la conocía, que había visto esa

mirada en otro lugar. No iba a decirle que no. Tenía el

presentimiento de que por algo me la he cruzado aquella noche.

No era una simple casualidad. Si la acompañaba y me

demoraba, Ethan y Víctor no me encontrarían y comenzarían a

preocuparse; me irían a buscar al teléfono público o esperarían

que regresara. Tardaría pocos minutos en llevarla hasta allí y

luego volvería. Sin embargo, antes de hacerlo, decidí primero

hacer la llamada para no demorar más.

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–No hay problema. La acompañaré, pero debo detenerme

en aquel teléfono público. No tardaré demasiado… –Perfecto, hijo, haz lo que tengas que hacer. Conversamos hasta llegar al teléfono. Entré en la cabina,

coloqué la moneda y marqué el número. –Hola… –respondió al tercer llamado. –Buenas noches, profesor. Soy Bruce Collins, disculpe la

hora nuevamente... –Bruce… ¡Qué gusto escucharte! No te preocupes, a

menudo me acuesto muy tarde. Dime… ¿cómo te ha ido? ¿Han

podido conseguir lo que buscaban? –Sí. Lo llamaba para agradecerle y comunicarle que todo

ha salido muy bien.

–Me alegro. ¿Aún sigues fuera de la ciudad? –Estoy de paso por Coney Island. Pronto regresaré a casa. –He estado allí en varias oportunidades, muy lindo lugar.

Mis tíos vivían allí y cuando era niño siempre íbamos en el verano a visitarlos.

–Es muy agradable. La gente es muy amable. –Ya lo creo, Bruce. ¿De dónde me llamas? Se escucha un

poco de ruido... –De un teléfono público, a pocas cuadras del gran muelle. –Hermoso muelle. Debes visitarlo, su vista es magnífica

cuando llegas al final del camino… Bueno, no dudes en llamarme si necesitas otra cosa.

–De acuerdo, profesor. Hasta pronto... Cuando salí de la cabina, la anciana me miraba fijamente a

los ojos. –Continuemos –le dije. –Me llamo Ángela, ¿y tú? –Bruce.

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–Muy bonito nombre… Bruce… Seguro tus padres te

adoran como a nadie más en el mundo. Los nombres pueden

decir muchas cosas... Solo si viajas al momento en que ellos lo

escogen, podrás ver con el amor que lo han elegido. –Hace varios meses que no veo a mi madre. Pronto iré a

visitarla… –No deberías dejar pasar el tiempo Bruce, nunca se sabe lo

que puede suceder. Jamás pierdas las esperanzas, hijo. Ángela hablaba de una forma extraña. Mientras

caminábamos hacia el muelle estábamos solos. Sentí que me

transmitía un mensaje de esperanza. Todo lo que decía estaba

relacionado con lo que me estaba sucediendo en aquel momento. –No las perderé, Ángela –respondí muy seguro. –Quiero que conozcas a alguien, Bruce. Su nombre es

Perly. –¿Quién es? –Es alguien que nunca perdió la esperanza y jamás lo

hará... –¿Es por él que ahora estamos yendo hacia el muelle? –

Así es. Todas las noches vengo a traerle su comida. Ahora sabía lo que contenía la bolsa que traía consigo. Ya

estábamos entrando al gran muelle. La vista era maravillosa. La

noche estaba resplandeciente: las estrellas brillaban como jamás

antes las había observado y la luna llena se veía mucho más

grande de lo habitual. Ayudé a Ángela a subir por el camino de

robustas maderas para avanzar por el largo muelle. El mar estaba calmo. Daba gusto pasear por allí. Llegamos al final del muelle, a unos cincuenta pies de la

orilla. Ángela me tocó suavemente la mano y me indicó: –Allí está, Bruce, como todas las noches... Ahí estaba, sentado como si fuese una persona adulta, casi

al borde del muelle, mirando fijo hacia el eterno mar. Era blanco

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con manchas marrones. Era un perro callejero anciano que ni

siquiera se dio cuenta de nuestra llegada. –El viejo Perly… –dijo Ángela–. Te pido que esperes aquí

un segundo, Bruce. –Por supuesto.

–Ten su comida, ya regreso. Me entregó la bolsa que traía con ella y luego avanzó

despacio hacia Perly. Al llegar, Perly volteó y alegremente

comenzó a moverse alrededor de ella, zarandeando su cola de

lado a lado. Ángela lo acarició y luego, inesperadamente,

comenzó a hacer fuerza con sus débiles brazos para intentar

levantar su cuerpo de la silla. Pretendía ponerse de pie, pero sus

blancas y tambaleantes piernas no se lo permitían. Jamás pensé

que haría algo así. Al apoyar los pies en el suelo no logró

mantenerse firme ni dos segundos y su cuerpo cayó sin control

hacia la plataforma de madera del muelle. Corrí para ayudarla,

pero al acercarme, Perly comenzó a aullar incesantemente.

Enloqueció como cualquier mascota que vuelve a ver a su amo

después de largo tiempo. Ángela, con su cuerpo en el suelo, se

inclinó y sonrío mientras la ayudaba a levantarse. –¡Lo sabía…! –exclamó–. Tienes la idéntica esencia a su

amo, Bruce. –¿Dónde está él? –Murió hace unos meses. Era pesquero y Perly fue mucho

tiempo su fiel compañía. Tenía mi edad, pero estaba enfermo.

Sabía que llegaba su fin. Decidió salir con su barco desde aquí,

dejando que la corriente lo llevara lejos del muelle y jamás

regreso. Desde entonces, Perly sigue esperando aquel barco

todos los días en este mismo lugar… –¿Usted lo conocía? –Sí, Bruce, era una maravillosa persona. Me ayudó

mucho; jamás tuve la oportunidad de agradecérselo, siempre

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estaré en deuda con él. Alimentar a Perly es lo más satisfactorio

que he sentido desde que él se fue. El amor que sentía por él era

incondicional. Perly aún no pierde la esperanza; aún se siente

unido a su amo. Cuando te vi en aquella esquina quedé

sorprendida, eres igual a su amo cuando era joven. Tienes la

misma sonrisa y su mirada. Mientras Perly aullaba de alegría con el movimiento

intermitente de su cola, me quedé sin palabras. Lamía mis manos como si fuera su dueño.

Abrí la bolsa que Ángela me entregó y la volteé para que

cayera el alimento. Todo lo que había hecho Ángela aquella noche fue simplemente para relacionarme con Perly.

–¿Ha planeado esto, verdad? –Desde el primer momento que te vi, Bruce. Supe que eras

la esperanza que Perly aguardaba hace tiempo. Esta era mi

misión, tarde o temprano, volver a traerle la felicidad que alguna

vez perdió. –¿Cómo supo que yo era el indicado? –Algo me decía que eras tú, hijo. No tiene explicación,

simplemente esperaba tu llegada. Por algún motivo él te escogió

a ti. También debo decirte algo muy importante que va a suceder

y que es imposible evitar. Todo oscurecerá y se nublará; no

encontrarás la salida por ninguna parte. Sin embargo, todo

depende de ti, de lo que tú decidas hacer. No debí decirte esto,

sin embargo tengo esperanzas en ti. Estarás atormentado por

ideas que pueden llevarte a la muerte y deberás lidiar con ellas

hasta encontrar la única salida. Tú vas a decidir tú futuro, tú y

nadie más. Quedé asombrado y confundido por las inesperadas y

sorpresivas palabras de Ángela, hasta que de pronto comencé a

tener desconfianza. Quizás fuera una clarividente y tuviera la

capacidad de poder percibir los acontecimientos del futuro.

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–Debo regresar con mis amigos, me están esperando y no

quiero preocuparlos –dije. –Ya tuvimos el tiempo suficiente, Bruce, volvamos... Tomé la silla de Ángela y la llevé nuevamente hacia la

orilla sin decir una palabra. Perly nos acompañó todo el camino.

Comencé a pensar que no se separaría de mí y que me seguiría a

todas partes. Luego decidiría con Ethan y con Víctor qué

haríamos con él. Al bajar por la rampa de madera con Ángela, unos metros

antes de cruzar la calle, ella dijo: –Hasta aquí llegamos, Bruce. Continúa tu camino.

Gracias por acompañarme, hijo. –Puedo acompañarla unas cuadras más. –No te preocupes. Todas las noches vengo sola hasta aquí.

Ya has hecho demasiado por mí. Me miró fijamente y pude ver cómo sus ojos se

envolvieron en lágrimas. Saludó a Perly con una suave acaricia

en la cabeza y, antes de marcharse, me dijo: –Cuídate. Luego se marchó en su silla de ruedas bordeando el

inmenso mar. –¡Hasta pronto! –respondí mientras se alejaba. Perly se sentó junto a mí, tal como lo imaginaba. –¿Qué haré contigo? –le pregunté con un largo suspiro–.

Vamos, te presentaré a mis amigos... Regresé caminando al bar Nathans acompañado por Perly.

Había demorado veinte minutos en regresar. Seguro que Ethan y Víctor estarían preocupados. Decidí apurar el paso. Mientras caminaba y observaba las atracciones para niños que estaban a pasos del muelle, sentí que mis manos estaban

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impregnadas del olor de la comida de Perly, entonces decidí

limpiarme con el pañuelo que Josep había dejado escrito en el auto. Al quitarlo del bolsillo del pantalón, nuevamente lo abrí para leer detenidamente el mensaje y advertí que un auto negro con vidrios polarizados pasaba a mi lado.

Entonces sucedió lo que me trajo hasta aquí. Cuando

comprendí la situación ya era tarde; me habían rodeado. Intenté

correr para escapar, pero ya no tenía tiempo ni siquiera para

sacar el arma de la cintura. Dos tipos altos, vestidos con trajes,

con sonrisas diabólicas en sus rostros se colocaron frente de mí

con una pistola eléctrica, me apuntaron a la cintura y, antes de

disparar, uno me dijo con repugnancia: –Dulces sueños...

He aquí el final… Hasta aquí he llegado. Ya no recuerdo

nada más desde el momento en que fui secuestrado por aquellos

hombres. Desperté casi inconsciente tirado en el suelo, sin poder

abrir los ojos. Lo último que recuerdo es que un sujeto me

sostenía mientras el otro abría una puerta y luego me arrojaron

como una bolsa de cemento aquí dentro. He hecho todo lo posible para sobrevivir, pero ya no

puedo continuar así. Estoy confundido, hambriento y cansado. El polvo, el olor, la soledad, todo lo que me rodea no

ayuda a mi ánimo. Ya no puedo sostenerme en pie, estoy muy débil.

Si alguien lee esto, espero que entienda que hice todo lo posible para seguir con vida. Quiero aclarar que, aunque esté perdido físicamente, aún tengo esperanzas. Confío en que todo saldrá bien.

Cuando estamos completamente solos, lo único que nos

queda es tener fe. Si perdemos eso, todo se irá al maldito

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demonio. No es fácil pensar que la situación tomará un nuevo

rumbo cuando todo ya está casi completamente perdido. Aquí he pensado en muchas cosas. He estado tirado en el

suelo durante horas maldiciendo todo esto. He querido destrozar

estas estúpidas hojas y tirar todo, pero intento no pensar más. Consideré la posibilidad de entregar el maldito código

para que me dejen ir, pero... ¿de qué serviría dejar de luchar?

Debo confesar que he llorado al sentir miedo y al evocar

momentos felices, también por aquel momento en que me topé

con aquel extraño hombre, justo antes de ver a María Loren. Me

repito que, si no hubiese ido caminando o si hubiera tardado un

poco más, las cosas hubiesen resultado de diferente manera. No elegí estar aquí. Las cosas se dieron así, pero no me

arrepiento de nada. Sé que actué lo mejor que pude. Nunca había

estado en una situación similar a esta. No es una experiencia

agradable, pero me ha permitido comprender muchas cosas de

mi vida. Todo sirve para algo, nunca nos quedamos sin nada. Tengo el arma entre mis manos. Sin pensarlo más la usaré

de una maldita vez. Ojalá la bala llegue a su destino sin

desviarse. Me cansé de todo esto y de esperar otro amanecer.

María Loren, te buscaré por cientos de mundos y miles de vidas hasta encontrarte. Te amo. Hasta pronto…

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SEGUNDA PARTE

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CAPÍTULO XIV

Como verán, he sobrevivido al encierro. Ahora tan solo quiero terminar de contar esta historia, mi historia, que tuvo un

papel muy importante en mi vida y en la de muchas otras

personas.

Al quedar completamente desvanecido en el suelo de

aquel oscuro y mugriento cuarto, todo dentro de mí se apagó,

quedando dormido en una profunda y eterna oscuridad sin

principio ni final. Viajé por lugares que jamás supuse que existían, lugares que uno ve solo en su muerte.

Tres días después desde la pérdida total de mis sentidos,

comencé a despertar lentamente. Recuerdo estar recostado en

una camilla, con la molesta y fuerte luz del tubo blanco que

iluminaba la habitación justo arriba de mí. Tenía colocada una

guía de suero y mi cuerpo estaba conectado a varios cables que

informaban a los doctores mis latidos. Por suerte no había

perdido la razón, pues no hubiera reconocido a Ethan y Víctor

sentados y dormidos a un costado de la habitación. Los médicos dijeron que una de cada diez personas

sobrevive a estas situaciones y, por suerte, yo fui una de ellas.

He estado inconsciente, no recuerdo nada, solo un sueño, un

sueño que va más allá de cualquier realidad. Fue tan claro como

el agua. Sentí que era tan cierto como cada unos de vosotros que

lee estas palabras. Ahí estaba él; no pude verlo nítidamente

debido a la radiante luz que emanaba de todo su cuerpo. Era mi

padre, quien me acompañó y guió por el camino que me trajo de

nuevo a esta vida.

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No podía terminar así. No debemos darnos por vencidos

tan fácilmente, por eso decidí seguir luchando ahora más que

nunca. Aquí no termina esto.

–Comenzó a mejorar… ¡Increíble! Escuché la voz del doctor que estaba parado junto a la

camilla, con su largo y blanco guardapolvo. Al abrir mis ojos

por completo, me miraba fijamente y, con una sonrisa dijo: –Estarás bien, no tienes de qué preocuparte. Ahora sigue

descansando. No pude decir ni una palabra; no tenía fuerzas. Sin poder

hacer nada, mis ojos se cerraron y volví a quedarme dormido.

Cuando desperté, Víctor estaba parado junto a la camilla y con una sonrisa en su rostro, exclamó:

–¡Ya era hora, Bruce! ¡Qué gusto me da volver a verte, amigo! Hemos estado muy preocupados por ti, sobre todo Ethan.

Me sentía mejor. –¿Cómo he llegado hasta aquí? –Es una larga e increíble historia, Bruce. Ya habrá tiempo

para eso… Ahora, según los planes de Ethan, debemos sacarte de aquí cuanto antes. Es muy peligroso que continúes en este

sitio. –Lo entiendo... –respondí. Sabía que no era seguro

mantenerme allí pues había sido secuestrado y jamás había revelado el código.

–Tu caso fue excepcional. Bruce. Son pocos los que

sobreviven a esto. Debes sentirte muy contento de seguir con vida.

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–Quizás fue un poco de suerte o un milagro –dije–.

¿Dónde está Ethan? –Está en el pasillo hablando con los médicos y vigilando

que no entre nadie sospechoso. Según él, vendrán por nosotros en cualquier momento. Se encuentra muy nervioso y angustiado

últimamente... –¿Qué saben de Josep? –No tenemos noticias de él, Bruce, lo lamento... –Llama a Ethan, tenemos que huir de aquí cuanto antes. Víctor se sorprendió con la energía que hablaba y salió de

la habitación. Observé todo lo que colgaba de mi cuerpo. Por un

momento me sentí débil, aunque poco a poco mi voz y mi estado

anímico mejoraban sensiblemente. Sabía que ese era el

momento en que debíamos enfrentarlos. No quedan más

opciones. Esta vez sí estaba muy enojado. Había estado al borde

de la muerte o incluyo en ella y ya no nos esconderíamos más.

Era el momento de actuar.

La puerta de la habitación se abrió y entró Ethan sonriendo.

–¿Cómo te sientes? –me preguntó. –Larguémonos de este maldito hospital –respondí con

entusiasmo. –Eso es lo que quería escuchar. Víctor, cuida el pasillo, en

menos de una hora nos iremos de aquí. Cuando Víctor salió de la habitación, Ethan me volvió a

preguntar cómo me sentía. –Mejor de lo que te imaginas –le respondí. –Ya veo, no te esfuerces demasiado. Toma esto… Ethan sacó de su bolsillo una píldora de color miel y me la

entregó.

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–Esto te hará sentir mucho mejor, confía en mí. Luego me alcanzó un vaso de agua para que la tomara. Yo

no sabía qué me estaba dando, pero Ethan y Víctor eran las

personas en las que más confiaba en esos momentos. Además, si hubiera querido asesinarme, ya lo hubiera hecho sin ningún

problema. Tomé la píldora y le pregunté: –¿Cómo me han rescatado de allí? –Un perro, Bruce… ¡Un simple y ordinario perro!

¡¿Puedes creerlo?! Luego de que yo estacionara el auto, Víctor

me recogió tal como lo habíamos planeado. Regresamos al bar,

pero tú no estabas. Esperamos unos cuantos minutos

impacientes a que regresaras, pero presentíamos que algo no

estaba bien. Víctor dijo que irías a llamar a tu profesor, así que

preguntamos al cantinero dónde había un teléfono público y

comentó que tú ya se lo habías preguntado. Inmediatamente

salimos a buscarte, pero no había rastros de ti, Bruce. Con la

moto recorrimos todas las calles durante un largo rato y lo único

que encontramos que nos llamó la atención fue un perro… un

perro bastante viejo, de hecho, se encuentra en el auto ahora

mismo. ¡El perro estaba sentado inmóvil junto al pañuelo que le

había regalado a Josep, donde estaba escrito el mensaje! Solo

teníamos dos pistas: un perro y un pañuelo. Lo más extraño fue

que cuando tomé el pañuelo del suelo, el perro comenzó a

gruñir…

–Él fue quien me halló, ¿verdad? –interrumpí a Ethan. –Así es, Bruce. Sabes… creí en ese perro desde que lo vi al lado del pañuelo. Algo extraño había en él. –Él estaba en el momento que fui secuestrado, Ethan… –¡Lo sabía! –respondió Ethan–. Te encontramos en una

fábrica en construcción junto al mar que pronto será

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remodelada, no muy lejos de donde estaba el perro junto al

pañuelo, caminábamos por la zona en la noche para buscar

pistas, de pronto, escuchamos un fuerte y solido estallido a una

milla, como si alguien hubiese disparado un arma. El sonido

provenía de una estructura grande; el perro se metió corriendo

allí tan rápido que lo perdimos de vista. Entramos con Víctor

cuidadosamente. Todo estaba abandonado y muy deteriorado;

las cerámicas de las paredes se caían a pedazos con tan solo

tocarlas. Caminamos hacia donde se escuchaban los ladridos

continuados del perro; subimos una escalera y luego de dar unos

cuantos pasos por un fino pasillo, él estaba ladrando

enloquecido frente a una vieja puerta. Intentamos derribarla con

golpes y con empujones, pero era imposible. Víctor extrajo su

arma de la cintura y disparó varias veces en la cerradura hasta

que hizo volar el cerrojo y la puerta quedó semiabierta. Primero

entró el perro, luego nosotros. Allí dentro, todo estaba muy

oscuro ya que era de noche cuando te hallamos. A medida que

dimos los primeros pasos empuñando las armas, nuestras pupilas

comenzaron a adaptarse cada vez más al ambiente, hasta que

vimos al perro muy angustiado lamiendo tu rostro, mientras tú

estabas tirado inconsciente en el medio de la mugre que había en

el suelo… y el resto ya lo imaginas. Te diré algo, Bruce, nadie

creía que sobrevivirías, pero yo sí creí en ti. Hay cosas que no se

pueden explicar. Todos sabemos que los perros tienen un olfato

extraordinario, pero este sin duda es el mejor que he visto en mi

vida… Quedé totalmente asombrado… Ese perro… mejor dicho,

Perly, fue quien me devolvió la vida. No tenía que terminar ahí,

todavía tenía muchas cosas que hacer antes de marcharme de

este mundo.

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Pensé en Ángela, aquella anciana extraña que apareció en

mi camino como si nada. Si las cosas no hubiesen sucedido de

esa forma, quizás no estaría contando esta historia.

La puerta de la habitación se abrió inesperadamente y entró Víctor, muy ansioso, y nos informó:

–¡Amigos! Creo que este es el mejor momento para

escapar del hospital sin que nadie sospeche nada. –Antes de marcharnos de aquí, debemos tener un plan –les

dije con firmeza–. Esta vez nosotros seremos los cazadores. Ya

he descansado lo suficiente para estar perdiendo el tiempo aquí.

Debemos terminar con esto de una vez, antes de que a alguno de

nosotros le vuelva a suceder lo que me ocurrió a mí. Tuve suerte

hoy… No sabemos si la tendré de nuevo. –Estoy de acuerdo contigo –respondió Ethan. –Cuenten conmigo –intervino Víctor con valentía y

orgullo–. Somos un equipo ahora… –Ayúdenme a quitarme todos estos cables para

marcharnos ya mismo de aquí… Ethan se acercó y con mucho cuidado quitó el suero de mi

vena. Despegué los cables de mi pecho. Me ayudaron a

sentarme muy despacio en la camilla. Estaba dolorido y débil, como si me hubieran dado un fuerte golpe en el centro del

estómago, pero no lo expresé porque no quería preocuparlos. El

tiempo del que disponíamos era escaso; luego podría descansar. –¿Qué haremos ahora? –preguntó Víctor con mucha

incertidumbre–. No tenemos ninguna pista, ni siquiera sabemos nada de Josep…

–Debo contarles algo muy importante –dije–. Ellos están

un paso más adelante que nosotros todo el tiempo. Aquella

noche estaban en la ciudad esperándonos como leones

hambrientos. Entrar en la casa de Josep hubiese sido nuestro

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final. Era una perfecta emboscada… Pero hubo algo muy

extraño en todo esto. Si ellos nos esperaban en la casa, ¿por qué

decidieron capturarme antes de lo que habían planeado? No

debemos confiar en nadie. Aún no sabemos nada de Josep. No

tiene sentido tener a una persona mayor encerrada… Hay algo

más en todo este rompecabezas… En el momento en el que fui

secuestrado me dejaron inconsciente mediante un arma eléctrica.

Luego, dos sujetos me arrastraron con un trapo puesto en la

cabeza para que no pudiera ver nada, hasta que se detuvieron en

un lugar y escuché el sonido de una puerta que se abría. Cuando

me lanzaron como un cuerpo muerto dentro de la habitación, oí

una voz que dijo: »–Pronto estarás sin vida. No durarás mucho tiempo, hijo.

Si quieres acelerar el proceso de tu muerte, escribe el código y veré qué puedo hacer por ti…

»-Lamentablemente, debo decirles que la voz era de Josep Bueno. Estoy seguro de ello.

–¡Maldición! –gritó Víctor–. Yo creí en él. –Un momento –interrumpió Ethan–. Esa no es la forma de

hablar de Josep, él tiene otra forma de hablar. –Así es… –dije–. Quizás Josep fue capturado y obligado a

decir eso. –Todo pudo ser una trampa para ensuciar a Josep – opinó

Ethan–. No debemos dejar de pensar que ellos siempre sabrán

los movimientos que haremos. Quizás Josep esté unido a ellos y

nos haya mentido todo este tiempo. Él puede ser el asesino y el

que tanto anhela la misteriosa piedra... Cuando tú desapareciste,

te buscamos por todas partes, no descansamos un segundo. Pero

cuando decidimos regresar al auto, encontramos una nota en el

parabrisas que decía:

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“Si quieren volver a ver con vida a bruce, deberán

escribir el código y entregarlo por la mañana en el buzón de la

calle Brighton 2729”

–Esa dirección es la de la casa de Josep Bueno –dijo Víctor.

–Su plan iba saliendo a la perfección. Así obtendrían

nuestros códigos y el tuyo también al mismo tiempo. Solo que

esa noche, cuando creíamos que todo estaba perdido,

caminamos hacia el lado del mar, pensando lo que debíamos

hacer. Pero de pronto escuchamos el sonido del disparo que

venía desde la fábrica donde tú estabas. Nos llamó la atención y

caminamos hacia allí. Fue entonces cuando el perro corrió

velozmente hacia el interior de aquel lugar abandonado –dijo

Ethan pensativo. –Es muy listo. Tiene todo planeado y calculado – concluí–

. Pero cambiaremos su forma de jugar ahora mismo. –¿Qué haremos? –preguntó Víctor.

–Propongo que le enviemos un mensaje a todos aquellos que buscan insaciablemente la piedra. Les daremos los códigos a

cambio de la vida de Josep –propuse. –Pero… no es cierto, ¿verdad? –inquirió Ethan. –Así es. Creo que ya sé quién está detrás de todo. No estoy

seguro, pero todo me indica que es él. Además, podremos saber

si Josep está de nuestro lado o no. El líder de todo esto nunca se

moviliza a ninguna parte; solo da las órdenes y espera

respuestas. Es más listo de lo que imaginamos. Quizás en este

momento está vigilándonos desde aquí afuera. –Entonces lo que haremos exactamente es dejar un

mensaje con hora y lugar –dijo Víctor. –Exacto –respondí–. Lo dejaremos al salir de aquí.

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–¿Cómo has pensado hacerlo? –preguntó Ethan–. Seguro

ya tienes un plan en mente... –Víctor, tráeme por favor la toalla blanca que está en el

baño. –¡Enseguida! –respondió. Fue a buscarla, la arrojó sobre la camilla y preguntó

ansioso: –Ahora, ¿cómo sigue? –Fácil… –respondí–. Dejaremos un mensaje escrito aquí,

como lo han hecho ellos en el pañuelo; la diferencia es que

nosotros lo escribiremos en esta toalla y la arrojaremos sobre un auto estacionado al salir del hospital. Como seguramente nos

están vigilando la recogerán. –Me parece bien –dijo Ethan–. Traeré un marcador oscuro.

El plan comenzaba a ponerse en marcha. Tenía que

pararme. Traté de mantenerme con los brazos apoyados en la

camilla y poco a poco, con la ayuda de Víctor, pude

estabilizarme nuevamente. A decir verdad, estaba mejor de lo

que pensaba, aunque todavía sentía las agujas enterradas en mis

venas y me dolía el estómago. Teníamos poco tiempo. La enfermera podía venir en

cualquier momento y darnos una buena lección a los tres por la estupidez que estábamos haciendo.

Yo estaba descalzo y con una túnica que me llegaba hasta

las rodillas. No sabía dónde estaba mi ropa. Víctor abrió una

bolsa y sacó otra nueva. –Cortesía de Ethan. Eran prendas elegantes y bonitas, tanto que me sentí

renovado cuando terminé de ponérmelas. –¡Justo para ti! –dijo Ethan al regresar al cuarto–.

Bueno, muchachos, ya es hora de partir.

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Tomó la toalla, destapó el marcador negro que traía en su

mano y la desplegó sobre la camilla hasta quedar bien extendida. Comenzó a escribir:

“¡NOS RENDIMOS! LES ENTREGAREMOS LO QUE BUSCAN A CAMBIO DE JOSEP BUENO. MAÑANA A LAS 20

EN 110 EWART”.

Sin siquiera saber la dirección que Ethan había escrito, pregunté:

–¿Dónde es? –Un lugar que conozco tan bien como la palma de mi

mano, y está muy cerca de aquí. –Si tú crees que es lo mejor, así será. Ahora larguémonos

de aquí, señores –les dije. –Yo te cargaré –dijo Víctor. –Y yo los guiaré… –agregó Ethan. Caminé muy despacio tomado del hombro de Víctor,

mientras Ethan controlaba el camino más conveniente para

escapar sin ser descubiertos. –Saldremos por la puerta de ingreso de las ambulancias –

dijo Ethan. Por el ascensor de carga, descendimos desde el segundo

piso hasta llegar a la planta baja. Comenzaba a haber bastante

movimiento, por lo que no debíamos demorarnos. En cualquier

momento se darían cuenta de nuestra huida. Pasamos por una

puerta en forma de arco y salimos al estacionamiento. –Enseguida regreso –dijo Ethan–. Aguarden aquí… Corrió rápidamente entre los autos y en menos de dos

minutos ya estaba de regreso esperando a que subiéramos al vehículo. Víctor me sostenía del brazo y me ayudó a sentarme

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despacio en el asiento del acompañante, mientras que Perly

ladraba de emoción al verme. –Los seguiré en la moto –dijo. –Aquí te espero –respondió Ethan. Cuando llegó, ya estábamos preparados para partir. Ese

era el momento de arrojar la toalla en un lugar seguro donde la

pudieran ver. Avanzamos hacia la salida. Ethan la tenía

preparada en su mano. –Sácala por la ventana cuando estemos afuera –le indiqué. –Despreocúpate, Bruce, tengo todo calculado… El auto salió del garaje. Ethan extendió su brazo fuera de

la ventana, dejando salir la toalla para llamar la atención.

Aceleró poco a poco. Víctor venía detrás nuestro. Ethan dio una vuelta alrededor del hospital hasta quedar nuevamente frente a la entrada principal y luego la arrojó en el parabrisas de un auto que estaba estacionado a pocos metros.

Tal y como lo habíamos pensado, al acelerar observamos por el espejo retrovisor para ver qué sucedía. Rápidamente un

sujeto de traje apareció muy exaltado y recogió la toalla

mientras nos miraba fijamente desde atrás como un perro

rabioso. Nos alejamos velozmente, hasta que a una prudente

distancia Ethan se detuvo y le hizo señas a Víctor para que se

acercara con su moto. –Sígueme –le indicó. –¿Adónde vamos? –preguntó Víctor. –Iremos a la dirección que escribí en la toalla… –Perfecto –respondió Víctor. Ethan condujo hacia la avenida y en menos de cinco

minutos estábamos lejos de donde todos los problemas habían

comenzado.

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–¿Qué has pensado, Ethan? ¿Qué hay en aquella dirección

que ni siquiera dudaste en escribir? –quise saber. –Vamos a mi casa… Conozco tanto ese lugar que allí

tendremos más ventajas que ellos. También hay varias vías de

escape por si algo no resulta como lo planeamos. Esta vez

nosotros los encerraremos. Conozco el lugar mejor que nadie. Es ahora o nunca, Bruce.

Estábamos dispuestos a todo, sin importar lo que pasara.

No tenía miedo, pues sabía que esta vez todo llegaría a su fin. Pronto nos reuniríamos con ellos, que comience el juego…

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CAPÍTULO XV Me quedé dormido en el auto. La fuerte bocina del

vehículo que pasó cerca de nosotros logró despertarme. Ya era

de noche y la luz de un camión que venía en sentido contrario

impactó de lleno en mi cara. Me incorporé exhausto y

desorientado por unos segundos, respiré profundamente y traté

de ubicarme en tiempo y en espacio. Había tenido un breve sueño, pero tan profundo que logró

hacerme olvidar por completo dónde estaba y lo que sucedía. –Tranquilo, Bruce, ya falta poco. Todo saldrá bien, ya

verás... –¿Cuánto tiempo he dormido? –Un buen rato, al igual que el perro... –dijo Ethan y señaló

hacia atrás–. Míralo allí, él sigue durmiendo como un niño. Me había olvidado de Perly. No se lo había escuchado

ladrar ni una sola vez. –Por cierto, su nombre es Perly –dije a Ethan–. ¿Cómo se

ha portado? –Es un excelente perro. No ha hecho ningún escándalo. Él

sabe que tú estás aquí y eso lo tranquiliza. Bajó a hacer sus necesidades cuando me detuve en una tienda para comprar

alimentos y luego subió al asiento trasero como si fuese una

persona. Cuando volteé hacia atrás para observar cómo dormía, me

sorprendió con los ojos abiertos y relajados mirándome fijamente. Le acaricié la cabeza y le dije:

–Me has salvado la vida. Eso jamás lo olvidaré, amigo… Le debía la vida, por lo que no volvería a dejarlo

abandonado. Era lo menos que podía hacer por él.

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Faltaban pocas cuadras para llegar a la casa de Ethan.

Era un vecindario poco transitado y luminoso. –Es aquí. Subió el auto por la entrada del garaje. Había un portón

tan ancho, que cabían tres vehículos. No era una casa, sino una

especie de galpón. –¿Vives aquí? –pregunté. –Mi casa está enfrente –respondió mientras me ayudaba a

bajar del auto con mucho cuidado–. Aquí es donde mi padre y

yo pasábamos largas horas durante las noches, cuando regresaba del trabajo y también los fines de semana.

Cuando ya estaba de pie, Perly salió del auto. El rugido de la moto nos anunció la llegada de Víctor, impactando con las

luces altas delante de nosotros. Apagó el motor y descendió. Dio

un vistazo general al lugar y dijo: Lindo garaje, Ethan... pero pensé que iríamos a tu casa. –La de allí enfrente es mi casa –respondo Ethan,

señalando con su dedo una enorme y lujosa casa. Ethan caminó hasta el portón y de un costado levantó una

pequeña tapa y marcó una clave para abrirlo. Este se deslizó

hacia arriba. El lugar era muy amplio, había muchos objetos

preciosos ubicados en diferentes repisas. También había un auto

tapado con una gran funda gris y herramientas de todo tipo.

–Entremos los vehículos –ordenó Ethan a Víctor–. En

cualquier momento vendrán hacia aquí… –La dirección que has escrito en la toalla no es aquí,

¿verdad? –le preguntó Víctor. –La dirección es la de mi verdadera casa, la que está

enfrente. Ahora acompáñenme que les mostraré el resto del lugar.

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Recorrimos los diferentes rincones, mientras nos contaba

qué hacía allí en su tiempo libre. Cuando pasamos delante de

una mesa donde había un bulto tapado con una larga sábana

blanca se detuvo, lo contempló un minuto conteniendo su

respiración y pensando vagamente. Seguro debió haber

recordado algo muy importante y conmovedor. –¿Qué hacían con tu padre aquí todas las noches? –

preguntó Víctor. –Trabajábamos en este proyecto, nuestro proyecto. Hasta

que desgraciadamente él falleció… Prometí terminarlo algún día, y eso es lo que pienso hacer, pero primero debo cumplir

otros objetivos. Víctor y yo pensamos que necesitaba estar unos minutos a

solas, pero Ethan prefirió seguir: –Vengan por aquí, por favor… Llegamos a una escalera que nos llevó a un altillo gigante. Víctor me ayudó a subir lentamente. Perly no se quedo

atrás, Ethan lo alzó y luego lo volvió a dejar sobre el piso del

altillo. No había muchas cosas allí arriba. Era una habitación

poco iluminada, con dos camas marineras, un póster de una Ferrari roja, una pequeña ventana en forma circular y un

ventilador de techo. Ethan caminó por el piso de madera

crujiente y se detuvo a mirar por la ventana. –Como les dije, justo aquí enfrente, en la casa más alta, es

adonde llegarán mañana a las veinte horas estos malditos

sujetos. –¿Tus padres vivían ahí? –interrumpió Víctor. –Así es; durante años vivimos aquí. –¿Estás seguro de que quieres hacer esto? –le pregunté. –Jamás estuve tan seguro en mi vida, Bruce. Vengaré la

muerte de mis padres en el mejor lugar que pude haber encontrado –respondió.

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Luego de estar callados unos momentos, mirando la casa

desde allí, agregó: –Saldré un momento. Iré a buscar algo frío para beber.

Acomódense, por favor. Enseguida regreso. Ethan salió a comprar y a tomar un poco de aire fresco,

pues necesitaba estar un momento solo. Yo me recosté en una de las camas.

–Descansaré un rato –le dije a Víctor. –Yo aprovecharé el tiempo para reparar la moto –

contestó–. En los últimos kilómetros empezó a perder aceite. Con todas las herramientas que hay aquí creo que podré

solucionarlo. ¿Te despierto para cenar? –Gracias, pero prefiero descansar bien esta noche.

Aún me siento cansado y un poco débil. –Como tú digas, Bruce. Estaré abajo por si necesitas

algo… Perly y yo nos quedamos solos en el altillo. Me senté en la

cama y miré sus ojos cansados. Acaricié su cabeza. –Espero que no defeques aquí arriba, muchacho… Estarás

conmigo hasta el final, lo prometo… Sentía que estaba en deuda con Perly, una deuda que

jamás podría pagar. Me recosté muy despacio y me estiré mirando el techo de

madera a dos aguas. Volví a pensar en María Loren, en la

terrible soledad que sentía pues sin ella mi vida no tenía sentido.

Ella me daba las ganas de vivir y de luchar. Tan solo quería

volver a estar con ella y poder decirle todo lo que sentía, pero

sería muy arriesgado, de eso estaba seguro.

Cuando desperté por la mañana el sol brillaba. Había

dormido toda la noche. Me sentía mucho mejor; estaba

hambriento. No sabía qué hora era, solo que recién había

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amanecido. Perly seguía durmiendo, al igual que Víctor que

estaba acostado en la otra cama. Decidí levantarme sin hacer

ruido para no molestar a los demás, caminé despacio por el piso

de madera y bajé con mucho cuidado por la escalera. Observé

todas las cosas que había en el lugar. Me detuve un momento

cuando noté sobre una mesa muchas hojas blancas escritas con

lapicera azul; también había revistas y libros de todo tipo. Pero

lo que más me llamó la atención fue una máquina de escribir

casi nueva colocada sobre una repisa. Recordé la que había en la

habitación en la que había estado secuestrado. Evocar aquello

me produjo una profunda angustia, había vivido un verdadero

infierno. –¿Linda máquina, verdad? –me sorprendió Ethan parado

detrás de mí. –Sabes… Cuando estuve encerrado había una… –Había una máquina de escribir… Lo sé –continuó con

firmeza sin dejarme terminar de completar la oración–. Debió ser terrible estar esos días encerrado allí. Pero no volverá a pasar otra vez, Bruce. Ven, quiero mostrarte algo.

Se acercó a la mesa donde anteriormente se había detenido y quitó la sábana blanca que la cubría.

–Esta es una maqueta del diseño que mi padre pensaba

construir. Un hogar y un hospital para todos los niños que viven

en la calle. Él siempre decía que la base para un buen Estado es

la sociedad, las personas, y que estaba en nuestras manos el

educarlos, pues ellos crecerían y el día de mañana tomarían

importantes decisiones. Ellos son el futuro, Bruce. ¿Qué mejor

que una buena educación, una excelente alimentación, sin

ningún tipo de enfermedades? Algún día ellos nos

enorgullecerán… Pronto continuaré con ese proyecto. –Me parece una buena idea. Te apoyaré en todo lo que

necesites… –le dije mientras mirábamos detenidamente la

hermosa maqueta que teníamos ante nosotros.

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Luego de pensar unos instantes sobre qué iba a suceder

dentro de unas horas, proseguí: –Él no vendrá hoy… Enviará a su gente para que

resuelvan todo esto. –¿Cómo lo sabes? –preguntó Ethan. –La noche que me raptaron, ellos sabían dónde

encontrarme. Alguien me delató. Solo hablé con cuatro personas

antes de ser secuestrado: el cantinero al que le pregunté dónde

estaba el teléfono, Víctor, una anciana llamada Ángela y mi

profesor, con el que me comuniqué antes de llegar al muelle.

Tengo una corazonada… Lo he pensado muy bien y creo que es

él. –Entonces… ¿Qué planes tienes en mente?

–A la misma hora de la entrega iré a su casa y lo

sorprenderé. –¿Cómo puedes estar seguro de que no vendrá? –Porque tiene todo planeado. No arriesgará su vida y

tampoco se ensuciaría las manos tan fácilmente. Él siempre sabe

lo que hace…. No coloca la bomba, sino que envía a otros a plantarla… Pronto saldré de aquí para ir a su casa.

–¿Estás seguro de que quieres ir? ¿Quieres que Víctor o yo te acompañemos? No sé si estás tan bien como para hacerlo,

Bruce. –Ya me siento mucho mejor. He descansado lo suficiente

y mi alma espera la justa venganza al responsable de todos los

actos maliciosos que han cometido. Gracias, pero iré solo esta vez. Quiero que ustedes se queden aquí; no les será fácil

enfrentar a toda su gente. –Aunque no estoy de acuerdo contigo, aceptaré que vayas.

Confiaré en ti, como tú lo has hecho conmigo –dijo Ethan–.

Llévate el auto y guarda este número…

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Ethan cortó un trozo de papel blanco de una vieja hoja que

estaba en la mesa, tomó un marcador de una lata, escribió algo y me lo entregó.

–¡Toma! Cuando termines, llama a este número para reencontrarnos nuevamente.

–De acuerdo –respondí mientras lo guardaba en mi bolsillo.

Cuando todo estaba decidido, escuchamos el sonido seco de las pisadas de Víctor bajando por la escalera.

–Buen día, muchachos –dijo y se sentó en una silla giratoria que estaba cerca de nosotros.

–Hola –respondió Ethan–. ¿Has dormido bien?

–Mejor imposible. Los colchones se encuentran en muy

buen estado. –Me alegra oír eso. Debes saber que Bruce saldrá en poco

tiempo para ver a una persona, la que probablemente sea el líder

de la banda. Mientras, nosotros dos nos quedaremos aquí para

enfrentar a su gente. –Si ustedes creen que esa es la mejor idea, no me opondré.

Pero… ¿qué tienes pensado hacer cuando todos los sujetos

lleguen aquí? –preguntó Víctor. –Es simple –dijo Ethan con claridad–. Dejaremos las

puertas abiertas de la casa de enfrente para que puedan entrar.

Una vez que estén dentro, nos comunicaremos con ellos desde el

teléfono que hay aquí y les pediremos ver a Josep Bueno antes

de continuar con esta operación, de lo contrario, no habrá trato. –Pero... ¿si Josep Bueno también está de su lado? –

cuestionó Víctor. Los tres nos quedamos sin respuestas. Tampoco podíamos

abandonar a Josep, pues aún no sabíamos si él era parte de ellos. Luego de pensar un instante, Ethan determinó:

–Correremos ese riesgo. Yo creo en Josep.

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Con Víctor nos miramos y consentimos. –Pues entonces sigamos adelante con el plan, amigos… –

dije con esperanza y entusiasmo.

Ya era momento de que partiera. Busqué la dirección en la

guía y luego tracé en un mapa el camino más rápido y fácil para llegar hasta la casa del profesor. Debía conducir despacio, ya

que iría con el auto de Ethan y no tenía mucha experiencia con

ese tipo de vehículos y tampoco quería que la policía me

detuviera. Cuando todo estaba listo, dije: –En caso de que no volviera, creo que es hora de poner los

códigos sobre la mesa. Víctor y Ethan se miraron entre ellos y luego pusieron sus

ojos sobre mí. Ya era el momento de confiar definitivamente

entre los tres. Yo sabía que ellos no eran traidores, pero ahora

debíamos tener la certeza de que no había un traidor en el grupo. –De acuerdo –dijo Ethan–. Confié en ustedes desde un

principio y lo seguiré haciendo… Ethan y yo escribimos los fragmentos en una hoja que

había sobre la mesa. Cuando le tocaba a Víctor, dudando, nos dijo:

–Ya estamos cerca del final… Pásame la hoja que debo escribir mi parte.

Víctor decidió escribir lo que sabía. Solo faltaba un último fragmento para tener el código completo, el que tenía el líder de

la banda. Ya era hora de marcharme. Saludé con una caricia a Perly

y cuando me iba a despedir, pensé que llevarlo conmigo no sería un problema ya que se podría quedar dentro del auto, como lo

había hecho antes.

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–Espero que todo termine aquí… –dije cuando estaba a

punto de subir al auto. –Así será, Bruce –dijo Ethan–. Si las cosas no resultan

fáciles, no hagas ninguna estupidez. Ya habrá otra

oportunidad… –Cuídate, amigo –agregó Víctor y nos dimos un fuerte

apretón de manos–. Estamos contigo. –Será mejor que ustedes dos también se cuiden. No será

fácil enfrentar a esos sujetos. Escóndanse bien. Les deseo mucha

suerte, “Caballeros”.

Me despedí de ambos. En ese momento, mi objetivo era ubicarlo a él, al profesor Frederick Millstein…

El sol ardía en la solitaria carretera. No dejaba de pensar

en todas las opciones que había… Quizás el profesor Millstein

no era la persona que yo pensaba, aunque todas mis deducciones me conducían a él.

De todas formas, no podría ir hasta allí sin saber si estaba

en su casa, así que me detuve en un teléfono público para que no

pudiera rastrear mi llamada y marqué el teléfono. –Hola… Hola… ¿Quién está allí? –respondió una voz. Al confirmar que había contestado el profesor, subí al auto

nuevamente y, más convencido, me dirigí a su casa.

Todo lo que sucedía fuera del vehículo, me llamaba la

atención: las luces de los autos que venían de frente y pasaban a

gran velocidad cerca de mí, el conductor de un vehículo que se

adelantó y cuando estaba a la par mío, me observó para ver mi

rostro y luego continuó su camino como si fuese un maldito

insecto que estorbaba.

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Conducía a una velocidad normal, pues debía llegar justo a

las veinte, hora que Ethan había escrito en el mensaje de la toalla.

Nunca me sentí tan ansioso como en ese momento. Tenía ganas de enterarme de toda la maldita y cruda verdad que

escondía esa encrucijada.

Mientras tanto, Víctor y Ethan esperaban nerviosos en la

casa a que llegaran los hombres que había enviado el profesor

Frederick Millstein. Ambos espiaban desde la ventana del ático.

Todo estaba preparado. Las puertas de la casa de enfrente

estaban abiertas para que ingresaran sin ningún problema apenas

llegaran.

La hora del encuentro se aproximaba cada vez más. Solo

me faltaba una cuadra para llegar a la casa del profesor. Tomé

las medidas de precaución como lo hubiera hecho Ethan: al

llegar apagué las luces del auto mientras seguía conduciendo;

me detuve a cierta distancia para no levantar sospechas

utilizando el freno de mano para no alardear con las luces del

auto al pisar el freno. Luego bajé cuidadosamente, miré a Perly

y le dije: –Enseguida regreso. No te muevas de aquí. Lo acaricié antes de cerrar el auto y caminé hacia la casa.

El corazón me latía como si algo muy fuerte estuviera a punto

de ocurrir, pero no tenía miedo, solo rencor hacia esa persona

que solo sentía una estúpida ambición por conseguir lo que

anhelaba, sin importarle a todos los que lastimó e hizo sufrir.

Sentía un profundo odio hacia él. Llevaba el arma en la cintura, escondida bajo la remera.

Estaba dispuesto a usarla en cualquier momento ya que él, seguramente, estaría armado. Una persona que asesina por

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placer y por dinero, sin una pizca de sentimientos, sería muy

difícil de tratar. Estaba preparado para enfrentar cualquier

situación. Aunque intentara persuadirme con sus prometedoras

palabras, no me dejaría engañar… Solo iba por una respuesta y un final.

Faltaban tres minutos para las veinte, cuando dos autos

negros con vidrios polarizados llegaron a toda prisa hasta

estacionar justo en la dirección que Ethan escribió.

Descendieron cinco hombres armados. Tres de ellos ingresaron

a la casa apuntando y cubriéndose las espaldas a la vez. Otro se

paró en la puerta, y el último permaneció de pie al lado del auto,

como si estuviera custodiando a una persona que estaba en su

interior. No se veía a Josep por ningún lado. Antes de la llegada de los bandidos, Ethan había cruzado y

entrado en la casa para hacer los preparativos del plan. Primero

vació el salón principal; solo dejó el teléfono a la vista sobre una

pequeña mesa justo en el centro, así los que ingresaran

seguramente permanecerían allí. Solo faltaba llamar por teléfono

y empezar a interactuar.

Yo estaba parado justo en la entrada de la casa del profesor Frederick Millstein a las veinte en punto. Había un

jardín muy espacioso y bien mantenido; tenía plantas de colores,

un pequeño cerco en la entrada y un muro no muy alto que

rodeaba toda la propiedad. Caminé hacia la parte trasera de la vivienda y, sin que

nadie me viera, trepé el muro y salté sobre el pasto para

amortiguar mi caída y no hacer ruido, aunque comenzó a oírse el

ladrido del perro. Debo admitir que me asusté, sin embargo,

debía conservar la calma. Me incorporé y caminé rápidamente

entre las plantas y los arbustos que rodeaban la mansión. Sentía

una molestia en el tobillo a causa del impacto en la caída. Me

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costaba avanzar, pero obvié el dolor y me enfoqué en cómo iba a

entrar a la casa. Una pequeña luz que se escapaba por una ventana gigante

me devolvió el alma al cuerpo. Corrí hacia allí, mientras se

escuchaba el continuo ladrido del perro cada vez más fuerte. Eso

pondría sobre aviso al profesor de que algo estaba sucediendo.

Inesperadamente, la puerta de la casa se abrió y aproveché el

momento para camuflar el ruido para abrir la ventana e ingresar

a la vivienda mientras él estaba parado en la puerta, mirando con

sus ojos de lado a lado qué sucedía. El perro se detuvo a su lado

y comenzó a ladrar ferozmente mostrando sus filosos dientes. El

profesor lo hizo callar de un golpe en su hocico y, pensativo,

volvió a entrar a la casa. Ese era el momento de actuar, sorprenderlo y lograr que

hablara de una maldita vez mientras lo apuntaba con el arma en

la cabeza.

Mientras tanto, Ethan y Víctor observaban cuidadosamente el ingreso de los sujetos en la casa.

–Es hora de comenzar el juego –dijo Ethan a Víctor desde la ventana.

Se dirigió al teléfono y discó una serie de números, luego esperó ansioso que atendieran.

–Está sonando… –dijo Víctor que vio desde la ventana cómo varios sujetos miraron hacia el aparato.

Los hombres giraron bruscamente asustados y alarmados.

Al sonar por tercera vez, se miraron entre ellos y uno se acercó

lentamente hasta el teléfono; sin decir una palabra levantó el

tubo, lo apoyó en su oreja y escuchó. –¿Dónde está Josep? –preguntó Ethan.

–¿Dónde están los códigos? –respondió el hombre.

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–Hagamos esto sencillo –dijo Ethan–. Nosotros no

queremos problemas y ustedes tampoco, así que denme una

señal de que Josep está con vida y enseguida les daré los

códigos. El hombre dejó el teléfono y se apartó hacia sus

compañeros. Luego de una breve discusión, uno levantó su

brazo y le hizo una señal al sujeto que estaba parado junto al

auto; este consintió y, cuando abrió la puerta trasera, sucedió

algo que no teníamos en nuestros planes. Una mujer alta, con

tacos y un vestido negro descendió de él. Era imposible ver su

rostro a causa del sombrero color crema, con una fina cinta

violeta que lo rodeaba y terminaba con un nudo. Luego de bajar,

ayudó a salir del auto a un sujeto que tenía un trapo oscuro que

cubría toda su cabeza. –¡Es Josep! –exclamó Víctor cuando lo vio desde la

ventana–. Lleva puesta la misma ropa que tú le compraste. –¿Cómo sabemos que es Josep? –preguntó Ethan muy

pensativo. –No se arriesgarían a poner a otra persona en su lugar. –Nunca se sabe… Ellos harían cualquier cosa –dijo Ethan

mientras se acercaba al teléfono para continuar la negociación.

Yo estaba en un salón dentro de la casa del profesor

Millstein buscando dónde esconderme para luego sorprenderlo y

apuntarle sin darle tiempo a que reaccionara. Había una mesa

larga y lujosa; en la esquina, una barra con toda clase de

costosos vinos, whiskys y con muchas copas de vidrio muy

finas; sillones blancos; una alfombra de leopardo en el centro y

varios cuadros de pinturas famosas en la pared. Decidí escapar

de aquel salón, no sabía si el profesor entraría allí o si estaba en

otra habitación controlando lo que estaba ocurriendo en la casa

de Ethan.

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Cuando me asomé para observar que había del otro lado,

pude ver cuando una puerta doble y corrediza se cerraba al final

del pasillo. Caminé hacia allí con cuidado para no hacer ningún

ruido, empuñando el arma. Como no sabía si había otra persona

en la casa, debía apresurarme a ingresar y sorprender al profesor

de una maldita vez. Tomé coraje y, antes de deslizar la puerta, lo

sucedido se cruzó por mi mente en un segundo, desde que todo

había comenzado hasta ese preciso momento. Abrí la puerta bruscamente y apunté con el arma.

Repentinamente, todo estaba completamente oscuro, solo la luz

del pasillo que ingresaba por la puerta corrediza alumbró

tenuemente el lugar. Lo primero que noté fue un hermoso

escritorio de madera barnizada y una silla alta con un respaldo

de madera rústica orientada hacia la ventana. –Voltea y mírame la cara de una vez –dije, mientras

apuntaba hacia la silla. Sin embargo, no se escuchó ni una palabra, solo el ruido

de la silla al girar lentamente, hasta quedar frente a mí. De

pronto, entre la tenue luz que había en el lugar, vi a alguien que

me dejó sin palabras. Desconcertado observé a Josep Bueno

mirándome directamente a los ojos mientras estaba amarrado

con una soga a la silla y una venda en su boca. Al distraerme por completo, una voz me sorprendió por la

espalda y sentí la punta de un arma en mi nuca. Dijo, con una

voz calma y amenazante: –Suelta el arma o te dispararé

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CAPÍTULO XVI Ethan y Víctor continuaban negociando por teléfono

acerca del rescate de Josep. –¿Cómo puedo saber que el sujeto que tiene la cabeza

cubierta con un trapo es Josep Bueno? –preguntó Ethan con

incertidumbre. –Es tu decisión lo que quieras creer –respondió el sujeto

muy seguro. Ellos ya sabían que estaban cerca de allí observando todo

lo que sucedía. Comenzaron a mirar hacia todas partes desde

afuera, tratando de encontrarlos en algún lugar. Sin embargo, les

sería muy difícil saber que los espiaban desde una ventana

diminuta ubicada enfrente. Ethan lo había planeado todo muy

bien. –¡Basta de juegos! –gritó furioso el sujeto–. Entréganos lo

que buscamos y tendrán a Josep Bueno nuevamente con ustedes. El tipo que sostenía el teléfono le hizo una señal al que

sujetaba por los brazos al falso Josep Bueno. Este extrajo su pistola y la colocó en la frente del falso Josep.

Ethan se enmudeció al teléfono por unos segundos, mientras que Víctor, desesperado, le dijo:

–Tenemos que hacer algo urgente o lo matarán. Ethan desconfiaba de que Josep fuera ese sujeto. Habló

nuevamente: –De acuerdo, les daremos lo que buscan, pero ¿cómo

sabremos que no nos aniquilarán luego de obtener lo que desean?

–Tienes mi palabra...

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Ethan, sin saber qué hacer al respecto al igual que Víctor,

pensó en las diferentes opciones. Ir hasta allí sería muy riesgoso,

pues seguramente los matarían. Eran demasiados contra ellos

dos, pero tampoco podían dejar que disparasen contra el falso

Josep Bueno. Había que tomar una decisión y rápido. Unos

segundos después que parecían ser eternos para Ethan,

respondió: –Enseguida llevaré lo que quieren. No le hagan daño. Colgó el teléfono, sacó el arma y le ordenó a Víctor: –Quédate aquí. –Espera, no vayas. No sabemos si se trata de Josep.

Irás a tu propio funeral. –¡No tenemos opción! –¡Se me ha ocurrido algo! –exclamó Víctor–. Ellos no nos

matarán hasta que no les hayamos entregado los códigos, ¿verdad?

–Así es. –Saldré yo solo, con las manos arriba para que no

disparen, y veré si ese sujeto es Josep –dijo Víctor–. Les diré

que tú traerás los códigos en la moto para ganar tiempo.

Entonces el portón se abrirá y acelerarás hacia mí. Te haré una

seña para confirmarte si se trata de Josep o de un impostor. –Está bien, pero iré yo –dijo Ethan–. Yo sabré si es Josep

o no. Tú recógeme con la moto cuando te dé la señal. –¿Y si intentan dispararte? –volvió a preguntar Víctor. –No lo harán, tenemos algo que ellos buscan. No

intentarán matarme, pero sí capturarme. Es por eso que

mantendré distancia.

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Antes de salir, Ethan revolvió un estante con libros, sacó

un papel y se lo entregó a Víctor: –Llega con esto en las manos, pensarán que es el código,

¿de acuerdo? –En marcha… Ethan salió por la puerta y Víctor se quedó esperando su

señal.

En ese momento yo tenía un arma en mi cabeza y una voz

que me amenazaba con que si no arrojaba mi revólver me mataría.

–No puede matarme, profesor, o jamás conseguirá lo que busca –dije confiado.

–Pero tampoco dejaré que tú me mates. Antes de eso, te

mato primero yo a ti. Verás, Bruce… Puedo oler lo que piensas

estando a kilómetros de aquí… Escuché la corredera del arma hacia atrás, dejándola lista

para disparar, pero inmediatamente lo detuve y exclamé: –¡Alto! Usted gana. Bajaré el arma. Lentamente apoyé en el suelo mi pistola y la pateé hacia

delante. –Lo sabía… Ahora camina con las manos en la cabeza y

siéntate en la silla junto con la de Josep –ordenó el profesor mientras me seguía con la mira de su arma.

Cuando me ubiqué al lado de Josep, lo miré con orgullo y le dije con seguridad:

–Todo saldrá bien, lo prometo...

Josep apenas levantó la mirada; ella reflejaba su

sufrimiento. Ya había perdido la fe en todo.

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–Bruce… Bruce… Bruce... –repitió el profesor–. ¿Qué te

hizo pensar que entrarías a mi casa sin que yo me diera cuenta?

Espero que traigas contigo los fragmentos del código si quieres

salir con vida de aquí… –Es repugnante –respondí con odio–. ¿Cómo sé que nos

dejará ir si se lo entrego? Seguramente, nos matará a ambos. –Bruce, te espío desde hace más de un año... Sé todo sobre

ti y con quién te juntas… Conozco a tu novia, María Loren, y

hasta los pasos que haces diariamente… Pues, ¿quién piensas

que envío aquel día a la mujer de cabello rojizo al metro? ¿Por

qué crees que justo ese día tenías examen? ¿Supones que todo

fue una coincidencia? ¡No, Bruce! Las coincidencias no existen

en este trabajo. –¿De qué trabajo habla? ¿El de asesinar y hacer sufrir a

personas inocentes? –El de la codicia, Bruce. ¡La codicia! Haría lo que fuese

por encontrar lo que busco, sin importar cuáles sean los

obstáculos que se interpongan en mi camino. ¿Entiendes? –¿Por eso asesinó a los padres de Ethan Ford, que

misteriosamente murieron en un accidente automovilístico? ¿A

Alfred Lordon, que me entregó el fragmento antes de suicidarse

en un callejón? ¿A la familia de Josep? ¿Al padre de Víctor

Miller? Pero no, ¡claro que no! Es demasiado astuto, jamás

relacionarían alguna de esas muertes con usted, pues no existen

pruebas. –Eres inteligente, Bruce… Al auto del señor y de la señora

Ford le fallaron los frenos. El señor Miller iba a morir de todas

formas por su enfermedad, solo adelanté su proceso. Alfred Lordon se suicidó porque sabía que no podía seguir escapando.

Pero a Thomas Bueno no lo asesiné, pues lo necesitaba con vida para hallar la piedra. Terminé con la vida de cada uno de los que

estaba involucrado con la muerte de Thomas en la penitenciaría… Ahora hay algo, Bruce, que deberías saber antes

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de morir… El fragmento fue destinado a ti aquel día, ¿cómo?

No lo puedo saber, pero eras tú quien lo tenía que recibir de alguna forma… Conocía a tu padre. Tenía una gran deuda de

dinero con un grupo del cual yo formaba parte. Sabía que no podía regresar a la ciudad sin ese dinero, entonces huyó lejos,

sin saber que encontraríamos algo que lo hiciera volver: llamamos a su esposa, que estaba embarazada de ti en ese

momento. Amenazamos su vida y la del niño que llevaba en su cuerpo si su esposo no traía el dinero. Entonces, cuando tu padre

se enteró de lo sucedido, decidió suicidarse pegándose un tiro en la cabeza para terminar con todo en año nuevo, suponiendo que

ya no teníamos forma de recuperar ese dinero y dejaríamos en paz a su familia. Existió la idea de asesinar a su esposa

embarazada, pero yo y otro más nos opusimos al saber que ya no

ganaríamos nada haciendo eso, sería estúpido asesinar sin sentido, Bruce Collins… Y mírate aquí… Tarde o temprano

terminarías en mis manos… Me quedé sin palabras al enterarme lo que realmente

sucedió con mi padre. Mi madre nunca me contó la verdad, solo

me mostró la carta que él dejó antes de morir. Quedé en shock

por la conmovedora noticia. Jamás imaginé que me enteraría de

lo sucedido con mi padre de esa manera, mientras que alguien

me apuntaba en la cabeza. –¡¿Qué es lo que quiere?! ¡Ya es millonario! ¡¿Qué más

busca, maldito?! –le grité. –¿Cuándo entenderás que lo importante no es lo que

tienes, sino lo que no tienes? Siempre se quiere más y más...

Nunca te alcanza lo que tienes. Es todo tan aburrido que buscas

divertirte con algo tan estúpido como conseguir la única e

inigualable famosa piedra “Gota de sol”. Sientes placer cuando

consigues lo que buscas. Un triunfo más, llamémosle...

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Hizo una pequeña pausa y luego fue con su revólver en la

mano hacia un gran modular laminado negro. Tomó uno de los

diez libros idénticos que había en un estante. Lo abrió y sacó un

papel. –Esto, lo que tengo aquí, es la parte del fragmento que

falta. Tómala, te la regalo –dijo con una sonrisa irónica. Luego

hizo un bollo con el papel y me lo lanzó a la cara–. Ahora me

dirás los códigos restantes o dispararé en la cabeza a Josep, querido alumno…

El profesor Frederick Millstein caminó lentamente y se paró detrás de Josep, levantó el arma y le apuntó en la sien.

Estaba acorralado, sentí que todo estaba perdido. Introduje

la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué el papel donde estaban escritos los tres fragmentos restantes. Sabía que esto no

me salvaría la vida, pero me daría un poco más de tiempo para

pensar qué hacer. Miré a Josep de reojo para saber qué estaba pensando

mientras jugaba con su mandíbula como una vaca cuando

mastica pasto y luego consintió con la cabeza. Lo único que él

quería antes de morir era hacer justicia por su familia. –Tome, aquí tiene lo que tanto busca, ¡maldito cretino! –le

grité con repugnancia–. Pronto arderá en llamas, se lo puedo asegurar.

–Gracias por tu cooperación. Ahora se podrán ir juntos de este mundo…

Debía actuar, no tenía más tiempo. Miré a Josep fijamente,

trasmitiéndole que ese era el momento más adecuado, si no

moriríamos. Sabía que apenas tomara el fragmento lo leería.

Tomé las medidas necesarias por si eso sucedía. Cuando el

profesor abrió la hoja, solo decía: “¡PÚDRETE!”. Sorprendido, se olvidó de nosotros. Cuando iba a lanzarme

sobre él, inesperadamente sucedió algo que no había planeado.

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Josep se levantó con las pocas fuerzas que aún le quedaban y,

atado junto a la silla gritó: –¡Te mataré! –y se arrojó sobre el profesor, quien apretó el

gatillo, pero Josep lo había desestabilizado y la bala dio contra

la pared. Inmediatamente me levanté y, antes de que el profesor

pudiera reaccionar, corrí e impacté con mi cuerpo como si fuera

un toro enfurecido contra él, quien al caer, soltó el arma que se

deslizó hacia un costado. Asistí a Josep y lo ayudé a pararse. –Vuelves a salvarme, hijo. –Lo volvería a hacer todas las veces, que fuera necesario.

Ahora nos iremos de aquí; pronto estará en casa. Pero el profesor, aún en el suelo, sacó una pequeña pistola

de su tobillo. Con los ojos desorbitados, rió irónicamente y antes

de disparar, dijo: –Creyeron que les sería fácil, pero qué ingenuos son…

Comencemos por el más joven... Apuntó a mi pecho. Rápidamente, Josep giró con las pocas

fuerzas que tenía, quedando frente a mis ojos, y dijo con tristeza: –Ahora es mi turno salvarte, hijo… Se oyeron dos disparos que dieron en la espalda de Josep.

Él fue mi escudo. Su cuerpo cayó sobre mí. La furia y el dolor

que sentí en ese momento me hicieron perder la razón. Corrí a

ocultarme detrás del escritorio mientras el profesor gatilló el

arma nuevamente. Debía actuar de manera rápida o estaría

muerto. –No podrás escapar esta vez… –balbuceó–. Enfrenta tu

destino. Rápidamente busqué con la vista mi arma, hasta que logré

hallarla. Estaba justo del otro lado del escritorio; era muy difícil

que pudiera llegar allí ya que si me corría un centímetro sería un

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blanco fácil. Me estiré por encima del escritorio para tomar lo

primero que encontrara. Mi mano se topó con una pequeña

pirámide de vidrio. Se la arrojé con todas mis fuerzas. Él disparó

dos veces, pero no acertó ninguno de sus impactos. Arrastré el

escritorio con mi cuerpo pegado a él, y cuando tuve la

oportunidad, logré tomar mi arma; eso me dio cierta seguridad.

Ahora estábamos en igualdad de condiciones. La situación había

cambiado. A él le quedaban pocas municiones. La mayoría de

las armas chicas solo cargan hasta ocho o diez balas, y a él,

probablemente, ya no le debían quedar más de tres. Quería

terminar con toda esa mierda. Josep se estaba desangrando en el

piso. Sentía impotencia al verlo y no poder socorrerlo. El profesor me tenía en la mira esperando que saliera de

atrás del escritorio. Él también se cubrió con un mueble negro que había cerca de la puerta. Tomé un portarretrato que había

sobre el escritorio y lo usé de espejo. Pude verlo apuntando

hacia mí. Traté de pensar qué planes tenía. Levanté el arma y disparé dos veces sin apuntarle; así logré que pegara su espalda

contra el mueble y se ocultara allí. Ese era mi momento y mi oportunidad para enfrentarlo.

Me paré, empuñé mi arma con firmeza y caminé confiado

en mi suerte. Le disparé sin saber con certeza si lo había herido,

hasta que su cuerpo cayó al suelo. Un tiro le había dado en el

hombro derecho. Él, sin rendirse y las pocas fuerzas que le

quedaban, me apuntó nuevamente, pero esta vez el control lo

tenía yo. No quería dispararle, pero me vi obligado a hacerlo.

Un solo y último tiro en su pecho terminó con su vida. Me acerqué a Josep. Su respiración era débil y tenía los

ojos cerrados. Rogaba que pudiera sobrevivir. –Resiste… ¡Enseguida te llevaré al hospital! –. Intenté

levantarlo, pero cuando hice un poco de fuerza, Josep tosió sangre y abrió apenas sus ojos por unos segundos. Me miró

tristemente, mientras una lágrima caía por su rostro y dijo:

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–Es todo, hijo. Me iré a casa al fin. Allí me esperan mí y

mi esposa. Ahora podré descansar en paz… Dejó de respirar entre mis brazos. Ya nada se podía hacer.

Sabía que se había marchado de este mundo. Comencé a llorar.

Sabía que Josep había tomado una decisión… Él quería esto, lo

quería hace tiempo. Recordé sus palabras cuando dijo: “Tengo

una última tarea antes de partir…”.

Ethan y Víctor intentaban rescatar al falso Josep Bueno que tenía un trapo en su cabeza.

Ethan salió decidido por la puerta pequeña que había en el

garaje y caminó con las manos en alto por la calle en dirección a los sujetos. Cuando lo vieron acercarse, cubrieron a la mujer que llevaba puesto el sombrero. Todos los que estaban dentro de la casa salieron a la calle de inmediato, se pararon en la vereda y le apuntaron. Ethan gritó:

–¡Entréguenmelo y les daré los códigos! –¡Muéstrame los códigos! –respondió uno con un alarido. –Antes de hacerlo necesito preguntarle algo a Josep.

De lo contrario, no hay trato... Todos permanecieron en silencio. –¡Josep, dime… ¿dónde has comprado la ropa que llevas

puesta?! El falso Josep Bueno que estaba parado junto a ellos, no

respondió. Ethan decidió abortar el plan de inmediato. La mujer, muy alterada gritó: –Basta de tonterías. Se acercó a Josep, lo tomó fuertemente del brazo, les quitó

el arma a unos de los sujetos y le apuntó a la cabeza. –¡Me darás lo que busco o lo mataré ahora mismo!

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Ethan la reconoció enseguida, esa mujer era ¡Amina! La

misma que me crucé en el metro aquella mañana cuando todo

comenzó. Él sabía que todo era una trampa y ahora lo había

comprobado. Decidió ir al plan B: huir inmediatamente del lugar.

–¡Perfecto! Enseguida tendrás lo que buscas… Giró y levantó su brazo derecho para dar la señal a Víctor.

El portón se abrió y Víctor aceleró la moto hasta llegar a Ethan. Con un disimulado gesto a los ojos, este le indicó que se trataba

de una trampa. Víctor se le acercó. Ethan gritó:

–¡Aquí les dejo los códigos! Lanzó un bollo de papel al cielo para que todos lo

siguieran con la vista y sacó su arma de la cintura. –¡Ahora, Víctor, ¡larguémonos de aquí! Ethan apuntó y disparó hacia los sujetos a una gran

distancia y la mujer, quienes buscaron refugio de inmediato. Amina ordenó: –¡Atrápenlo! –pero todos se cubrieron para que los tiros de

Ethan no dieran en sus cuerpos. Ellos no dispararían pues aún los necesitaban vivos. Sería

estúpido que los mataran porque jamás encontrarían los códigos. Ethan subió a la moto. Cuando los sujetos intentaron subir

rápidamente a los autos, Amina los detuvo. Sería inútil intentar

capturarlos, sabían que no podrían hacerlo. Miraron con odio la

moto mientras se alejaba.

–¿Adónde iremos ahora? –preguntó Víctor. –Tú conduce, yo te guiaré. Iremos a la casa de un viejo

amigo que me debe un gran favor. Llegaron a un barrio donde había edificios muy humildes.

La zona era muy oscura, ya era de noche. La luz de la moto

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llamaba la atención de las pequeñas pandillas que estaban

reunidas en las esquinas. –Es aquella pequeña casa –señaló Ethan. Estaba rodeada por un alambrado en la entrada. La puerta

se caía a pedazos. Adentro, sobre el pasto crecido, había un auto blanco desarmado y oxidado, sin las ruedas y con los vidrios

rotos. Víctor estacionó y apagó la luz de la moto que daba justo

en la puerta de la casa. –¿Estás seguro de que es aquí? –preguntó Víctor al bajar. –Así es. No tienes de qué preocuparte, estaremos a salvo.

Recuerda no mencionar nada de lo que sucedió. Solo le diremos

que me han asaltado. Se encendió la luz amarilla de un foco que colgaba de un

cable justo arriba de la puerta. Un hombre robusto la abrió. Tenía 40 años de edad aproximadamente, llevaba una espesa

barba y el cabello largo. Se acercó a la luz con una escopeta en

las manos y dijo: –Será mejor que se larguen si no quieren morir aquí

mismo. –¡Querido y viejo amigo! –dijo Ethan. –¿Ethan? El hombre al haber reconocido su voz, se acercó muy

sorprendido para mirar más de cerca. –¿Eres tú? ¡Vaya, Ethan! ¡Sí, eres tú! Qué alegría verte... –Ha pasado un año sin saber de ti –dijo Ethan–. Sigues

igual, Vallon, no has cambiado ni tu escopeta. –Yo no planeo cambiar –contestó con una carcajada–.

Por favor, pasa... –Él es Víctor, puedes confiar en él.

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–Si es tu amigo, también es mi amigo… –respondió

Vallon con un apretón de manos.

El interior de la vivienda estaba sucio y con olor a

encierro. Había latas de cervezas vacías y aplastadas por todas

partes, y un sillón contra la pared frente a una vieja televisión. –Siéntense, por favor… –-dijo Vallon–. Dime, ¿qué te trae

por aquí, viejo amigo? –Gracias por recibirnos. Sabía que podía contar contigo –

respondió Ethan–. Nos han robado a pocas cuadras de aquí y las

cosas no terminaron bien… y huimos de inmediato. –¡No cambias más, Ethan! Igual que tu padre…Aquí

estarás seguro, no te preocupes. –Necesito pedirte un favor más. –Lo que tú digas. Siempre estaré en deuda contigo. –¿Podríamos pasar la noche aquí? A primera hora nos

marcharemos. –Mi casa es tu casa, Ethan. Enseguida les acomodaré algo

para que puedan descansar. –Gracias. No tienes que preocuparte, aquí en el sillón

estaremos bien. Una cosa más, un sujeto llamará por teléfono preguntando por mí...

–No hay problema. No preguntaré nada...

Ethan y Víctor estaban resguardados en la casa de Vallon,

mientras yo permanecía en la casa del profesor junto a su cuerpo

y al de Josep Bueno. No sabía qué hacer, si llamar a la policía o

huir rápidamente. Decidí tomar el papel que el profesor

Millstein me había arrojado y guardarlo en el bolsillo. Pensé en

llamar por teléfono a Ethan antes de continuar, pero no quería

involucrar a nadie más, pues podrían rastrear el número con

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facilidad. Resolví entonces escapar de inmediato. Odié dejar el

cuerpo de Josep, pero ya no había nada por hacer, y esta historia

aún no terminaba. Antes de salir de la casa descubrí algo que me sorprendió:

a pocos metros de la puerta principal encontré un cuadro colgado en la pared en el que había dos personas tomadas de la

mano, muy enamoradas y riendo felices. Una de ellas era el profesor Millstein y la otra… era Amina, la dama del vestido

rojo, quien seguía con vida sin saber que su esposo había muerto. Seguro cuando descubra quien lo asesino, querrá venir

por mí… y la estaré esperando…

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CAPÍTULO XVII

Al abandonar la casa del profesor Frederick Millstein me detuve en el primer teléfono público que encontré. Saqué el

pequeño trozo de papel que me había entregado Ethan y marqué

el número que estaba escrito. Respondió de inmediato la voz de

un hombre: –Hola… ¿Quién habla…? –Bruce. ¿Se encuentra Ethan? –Aguarda, enseguida lo llamo… Muy alterado, Ethan atendió: –¡Bruce!, ¿te encuentras bien? –Sí, todo está bien. –Mira… Al final no pudimos rescatar a Josep. Ellos nos

intentaron engañar con otro sujeto parecido a él, era toda una

maldita farsa. –Ethan, Josep ha muerto… Murió en mis brazos. No lo

pude salvar… No había nada que pudiera hacer en ese momento. –¡Maldición! ¿Qué fue lo que sucedió, Bruce…? ¿De

dónde llamas? –Descubrí quién estaba detrás de todo esto. El líder de la

banda era mi profesor de la universidad, Frederick Millstein.

Cuando me disparó, Josep interpuso entre nosotros y me

protegió con su cuerpo. Las balas impactaron en él; no tardó mucho en morir desangrado en el suelo.

–¿Dónde está Frederick Millstein? –preguntó enfadado. –También ha muerto…Tenía el cuarto y último fragmento

del código. Ahora está completo. Lo tengo en mis manos… Lo

he leído y, luego de analizarlo varias veces, descubrí dónde Thomas Bueno había ocultado la piedra antes de morir. Era en

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un lugar donde la soledad y el amor caminaban de la mano en un

triste desierto. –Pasa a recogerlo. Luego nos reuniremos. –¿Seguro? ¿No sientes curiosidad por saber dónde está el

código? –Mi objetivo principal nunca fue el código, Bruce.

–Entiendo…

Acordamos que pasaría a recoger la piedra e iría a la

dirección donde me esperaban Ethan y Víctor. Al terminar esa

conversación, colgué y llamé a la policía. Les di la dirección de

la casa del profesor y les dije que había escuchado varios

disparos y gritos que provenían del interior. De inmediato

colgué sin decir una palabra más y me marché del lugar antes de

que llegasen las patrullas de policía.

Después de tantos sufrimientos, al fin tenía la piedra en mis manos...

A la madrugada llegué a la casa de Vallon. Allí me

esperaban Víctor y Ethan ansiosos. La casa era muy oscura, por

lo que debí apagar las luces del auto para no llamar la atención.

Abrí la puerta y descendí lentamente. Estaban en la puerta

alegres de volver a verme. Lo primero que hicimos fue darnos

un estrujón de manos y nos estrechamos en fuertes abrazos.

Sabíamos por todo lo que habíamos pasado. La nostalgia y la

alegría nos invadían al mismo tiempo. Ya era hora de marcharnos. Creíamos que todo había acabado con la muerte de

Frederick Millstein. Debíamos ir a un lugar seguro y esperar a que se tranquilicen un poco las cosas. Yo necesitaba descansar al menos unas horas; estaba exhausto luego de tantos nervios.

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Por un lado, me sentía feliz porque todo había terminado de una

vez… pero había algo dentro de mí que no me dejaba tranquilo...

–Larguémonos de aquí –dije. –De acuerdo –respondió Víctor. –Espérame en el auto, enseguida regreso –dijo Ethan–.

Saludaré a Vallon... Mientras Víctor encendía su moto, Ethan caminó hacia

Vallon para despedirse y agradecerle su gentileza. Luego sacó

unos cuantos billetes de su bolsillo y se los entregó. Vallon no

quería aceptarlos, pero Ethan insistió. –¡Hasta pronto, Vallon! Cuídate. –¡Tú también, Ethan! Aquí estaré siempre que me

necesites –respondió. Con los motores encendidos, Víctor se puso a la par de

Ethan con la moto y preguntó: –¿Qué haremos ahora? –Debo ir a mi casa –respondió Ethan–. Ya no habrá nadie

allí. El jefe de la banda está muerto. –Te sigo –dijo Víctor.

Estábamos a pocas cuadras de la casa de Ethan. No tenía idea de qué haríamos con la piedra. Desconocía lo que pensaban

ellos, pues aún no habían dicho nada al respecto, solo queríamos

estar un momento a solas para conversar. Mientras Ethan

conducía hablamos de lo sucedido; no me preguntó nada acerca

de la piedra, solo se interesó por la muerte del profesor. –La venganza ya está saldada –dijo.

Le comenté lo poco que me había dicho Frederick Millstein acerca de sus padres: él los había asesinado. Ethan

permaneció en silencio hasta llegar a su casa.

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Cuando nos detuvimos en el garaje abrió el portón para

entrar el auto y la moto. El sol estaba comenzando a iluminar la

ciudad. El sueño y el cansancio que tenía eran devastadores. Por suerte, en la cuadra no se observaba nada extraño.

Ethan fue al baño a mojarse la cara y el cabello. Para él

fue muy duro ese momento, pues por fin había confirmado la

causa de la muerte de sus padres. Mientras, Víctor y yo

estábamos sentados en las sillas junto a la mesa principal. Estaba

a punto de darle detalles sobre el asesinato de sus padres, pero

decidí esperar, pues no tenía la información exacta sobre lo que

les había sucedido. El profesor solo había dicho que había

adelantado la muerte del padre de Víctor. Cuando Ethan se unió a nosotros, extraje la piedra de mi

bolsillo y la coloqué sobre la mesa. Era una joya maravillosa…

Algo que jamás había visto, aunque no sé nada al respecto. Era

increíblemente preciosa… Su color era impactante. –“Gota de sol” –dijo Ethan–. ¿Así que tú eres la famosa

“Gota de sol? Permiso, amigos... La tomó cuidadosamente con sus manos, la levantó para

observarla a través de la luz, y volvió a dejarla sobre la mesa. –Increíblemente perfecta, hermosa y única –agregó.

Luego Víctor la levantó, la miró desde todos los ángulos y

la apoyó sobre la mesa como si solo fuera una piedra más y no

dijo nada al respecto. Ya eran casi las siete de la mañana. Todos estábamos

extenuados mental y físicamente. Decidimos descansar un par

de horas y luego tomar una decisión. Perly siempre estuvo dentro del auto, esperándome. En ese

momento estaba al lado nuestro, como si fuese una persona más.

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Cuando me recosté pensé en María Loren, en verdad

nunca dejé de pensar en ella. Siempre estaba en mi mente. Con

seguridad estaría preocupada pensando dónde estaría, pero todo

lo que hice fue para que no corriera peligro. La amo más que a

nadie en este mundo. Anhelo caminar tomado de su mano por

un pasaje de tierra rodeado de hermosas flores que se balancean

con la suave brisa de una hermosa mañana. Ver sus labios reír y

sus ojos iluminados de amor, era una sensación única e

inigualable. Daría cualquier cosa por estar con ella.

Horas después creyendo que todo había vuelto a la

normalidad, hasta que de pronto Víctor rápidamente se acercó y advirtió:

–¡Ethan! Un patrullero se ha detenido en la puerta de tu casa.

Nos levantamos tan rápido como pudimos y miramos a

través de la ventana hacia la casa de enfrente. Había dos policías

golpeando la puerta y otros dos dentro del vehículo. –Quizás quieran hablar contigo de lo que sucedió ayer –

dije. –Esto no huele bien, muchachos –reflexionó Ethan–.

Generalmente en los móviles policiales se trasladan uno o dos

agentes, y ellos son cuatro. No olviden que la policía también buscaba la piedra. Ya deben saber que Millstein está muerto.

–Y los únicos involucrados en esto somos nosotros… –

agregué–. Amina era su esposa y, al ver el cadáver de Josep

Bueno, no habrá tardado en deducir que alguno de nosotros

mató a su marido. –Si los policías están aquí por lo sucedido ayer, lo lógico

hubiera sido que vinieran ayer y no hoy –supuso Víctor.

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Mientras mirábamos cómo golpeaban la puerta una y otra

vez, inesperadamente Perly comenzó a ladrar interrumpiendo el

silencio de la mañana. Uno de los policías giró su cabeza y miró

hacia enfrente. Luego se acercó a la patrulla e hizo una llamada

con la radio. Cuando terminó de hablar, hizo una señal a su

compañero para que lo acompañara. Ambos cruzaron la vereda

y caminaron hacia donde estábamos nosotros. Perly siguió ladrando hasta que logré contenerlo para que

no hiciera más ruido. Los dos policías ya estaban en la entrada

del garaje. Ethan bajó la escalera muy aprisa y sigilosamente, y

se quedó detrás para escuchar lo que decían. Pronto se oyó un

golpe contra el portón. Ethan nos miraba para que no hiciéramos

ningún ruido. –No están aquí... –dijo uno de los policías, cansado de

esperar que alguien contestara–. Larguémonos, es inútil. –Se escuchan los ladridos de un perro, pronto tendrán que

alimentarlo… –agregó su compañero. –No esperaré aquí todo el maldito día… Pronto hará tanto

calor que esto será un infierno. –Dejaremos una nota. Será mejor que alguien la lea antes

de que sea tarde…

En ese momento presentí algo extraño. Era seguro que esto no había terminado. Temí por María Loren al oír esas

palabras. ¡Amina la conocía! Minutos después pasaron por debajo del portón una hoja

doblada en dos. Luego volvieron a la patrulla y se marcharon. Los tres nos miramos asombrados, hasta que Ethan salió,

levantó la hoja, la abrió y leyó en voz alta: “¡Elige María Loren, o el diamante! -2122171091-”.

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Mi mente se puso en blanco, me sentí un imbécil. Me odié

tanto que quedé impotente tirado en el suelo llorando como un

niño. Ella no tenía nada que ver. Era muy injusto que sufriera

por algo que desconocía. ¡Esta vez estaba furioso! Algo dentro

de mí quería destruir todo lo que estaba a mi paso. Quería sentir

el sabor de la venganza; perdí el control completamente. Odio y

rabia brotaban en mi cuerpo. Si le pasaba algo malo a María no

podría seguir viviendo... Ethan y Víctor recordaron que la había nombrado una vez.

Al ver mi reacción intentaron tranquilizarme, pero no lo

lograron. –Quédate tranquilo, Bruce –dijo Ethan–. Todo saldrá bien,

lo prometo. –¡La encontraremos, amigo! –agregó Víctor poniendo su

mano en mi hombro. Siguiendo un impulso, salí corriendo a la calle para ver si

todavía estaban cerca esos malditos y corruptos policías. No

temía enfrentarlos. Furia y dolor corrían por mi sangre

produciéndome una ira incontrolable.

Transcurrió una hora. Logré calmarme para analizar la situación. Ethan y Víctor también pensaban qué era lo más

conveniente. Finalmente, Ethan habló: –Tengo un plan… No sé si servirá, pero es lo mejor que se

me ocurrió. No tenemos más opción que llamar y entregarles la

piedra o María Loren sufrirá daños que quizás no pueda resistir.

Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Sería genial tenderles una

emboscada. Pensé en un lugar vacío o con poca gente para poder

escondernos y verlos desde lejos y así manejar la situación. Una

vez que les entreguemos la piedra y de que ellos liberen a María

Loren entraremos en acción.

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–¿Quieres atacarlos después del intercambio? – preguntó

Víctor. –No –intervine antes de que Ethan respondiera–. No

seguiremos. Ya hay muchas personas lastimadas. Debemos

terminar con esto. Les entregaremos la piedra y que luego se

maten entre ellos o que hagan lo que quieran. Corrió mucha

sangre por ese diamante, no sé cuántas vidas se malograron por

él. Estaba rendido. Quería despertar de esa maldita pesadilla:

primero, aquel señor llamado Alfred Lordon; luego, Josep Bueno, y ahora, María Loren. Esto ya había llegado bastante

lejos. Lo mejor era acabar con todo. No siempre se gana en la vida. Hay que saber cuándo parar…

Víctor y Ethan se quedaron callados. Ya no había ningún

plan. Era hora de llamar por teléfono y terminar de una vez.

Levanté el tubo y, mientras esperaba que me atendieran, miré

una foto vieja pegada en la pared con cinta negra. Era de una

revista. Su título decía: “No desesperéis. Vivid arduamente. No

temáis nada y os sonreirá el triunfo”. La foto estaba dividida en dos. En el centro había una roca

gigante. En una de las imágenes se veía un día nublado y oscuro,

con tormenta y relámpagos, con la sombra de una persona que

estaba sentada al borde de un extremo de la roca. La otra

presentaba la sombra de una persona sentada en el otro extremo

de la piedra, pero en un día resplandeciente, soleado, con pájaros

volando y el cielo espléndido. Pensé que cada persona decide de

qué lado quiere estar.

Cuando marqué el teléfono había perdido las esperanzas y

temía no volver a ver a la mujer que amo. Segundos después, concentrado en la imagen, me atendió

una mujer. No quise preguntarle nada; solo dije unas palabras y

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luego corté sin esperar respuesta. Miré a Víctor y a Ethan que

estaban decaídos en sus sillas y les informé: –Estén preparados, tendremos el intercambio en tan solo

cuatro horas, en el lugar donde me encerraron…

Cuando mencioné el plan, Ethan se puso de pie y dijo: –Estoy contigo en cualquier cosa que decidas hacer,

Bruce. Tienes todo mi apoyo. –Cuenten conmigo para lo que sea –agregó Víctor. Eso me hizo sentir más seguro. –Nos reuniremos en aquella fábrica abandonada cerca del

mar y haremos el intercambio. Una vez que todo esté bajo

control, pondremos manos a la obra. –¿Tienes en cuenta que intentarán matarnos una vez que

les hayamos entregado la piedra? –preguntó Ethan. –Pensé en eso, pero no lo harán. –¿Qué tienes en mente? –quiso saber Víctor. –Cuando todo haya terminado serán arrestados. No todos

los policías son corruptos, solo irán los que estén interesados en

el diamante, esos son los corruptos. –¿Cómo los atraparemos? –preguntó Ethan. Abrí la guantera del auto y saqué una tarjeta. –¡Aquí está! Ocultaremos cámaras y micrófonos por todo

el lugar y lo transmitiremos en vivo. Los policías corruptos ya

estarán allí; luego llegarán los buenos para salvarnos, y, si eso

no sucede, estaremos perdidos. Le entregué la tarjeta a Ethan y a Víctor. Al leerla

exclamaron: –¡Alexander! –Así es. ¿Recuerdan cuando le salvamos el pellejo en

aquel bar? Bueno, aquel joven con anteojos es ingeniero en

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informática, trabaja con computadoras y otros componentes. No

lo expondremos, que quede claro, solo le pediremos ayuda.

Saldré a buscarlo ya mismo y luego iré directo al lugar de

encuentro. No hay tiempo que perder. Tenemos cuatro horas

para preparar todo... –Manos a la obra –dijo Ethan y agregó. Aquí tengo un

rifle con mira, que quizás pueda ser de gran ayuda. – Déjamelo a mí eso, ahora… ¡Acabemos con esto! –

contestó Víctor muy ansioso.

Ethan y yo fuimos en su auto directo a la universidad

donde se alojaba Alexander. De allí nos trasladaríamos a la

fábrica donde Víctor nos estaría esperando. A Perly lo dejamos

en el garaje para que no le sucediera nada malo. Al llegar a la universidad, preguntamos en la recepción

donde podíamos hallarlo. Nos dijeron que estaba en la

habitación quince del primer piso donde se hospedaban algunos alumnos en pequeñas habitaciones. Rápidamente subimos la

escalera y caminamos por el pasillo buscando la habitación. Cuando la encontramos, llamé a la puerta con fuerza, pero

nadie atendió. Volví a golpear una y otra vez hasta que se abrió

y salió un joven de piel blanca con el cabello negro largo hasta

el cuello; llevaba puesto un aro circular en el labio inferior,

estaba en cuero, tapado únicamente con una sábana blanca desde

la cintura hasta los pies. Se asomó por la puerta entreabierta para

que no se pudiera ver lo que pasaba adentro y dijo de mal modo: –¿¡Qué diablos quieren!? Intenté mirar el interior de la habitación. Había una chica

en ropa interior color azul acostada sobre una cama que estaba pegada contra la pared.

–Buscamos a Alexander –respondí.

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–¿¡Molestas por ese idiota!? –nos preguntó enojado–.

¡Váyanse al carajo! Volvió a cerrar la puerta con un fuerte empujón en nuestra

cara. Pero Ethan, muy tranquilo, llamó de nuevo hasta lograr que la volviera a abrir. Entonces no le dio tiempo a decir ni una sola palabra, golpeó fuertemente con sus dos brazos la puerta, haciendo caer al imbécil sentado. Ethan caminó hacia él, lo tomó del cabello y le dijo agresivamente:

–¡Ahora mismo me dirás dónde está Alexander! El chico lo miró asustado, sin poder reaccionar, mientras

la chica intentaba cubrirse las partes íntimas con la almohada. –Está en el laboratorio B, con sus estúpidas máquinas. –¿Dónde queda? –le volvió a preguntar Ethan, mientras le

soltaba el pelo y lo ponía de pie. –Al final del pasillo, doblando a la derecha. Es la última

puerta. –¿Tan difícil era decir eso? Salimos de la habitación en busca de Alexander. Cuando llegamos al laboratorio lo encontramos sentado

frente a una computadora. Nos acercamos por detrás y lo llamé: –Alexander… El muchacho giró y al vernos dijo sorprendido: –¿¡Qué hacen aquí!? –Nos alegra verte, pero no tenemos tiempo para muchas

explicaciones. Necesitamos tu ayuda. –¡Claro! Estoy en deuda con ustedes. ¿En qué puedo

ayudarlos? –dijo excitado y contento, como si todo allí fuese tan

aburrido que el solo hecho de vernos le causó mucha adrenalina. –Necesitamos filmar algo en vivo, para transmitirlo a una

red policial. –¿Ilegal o legal? –respondió.

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–Ilegal, pero si todo sale bien, será legal, te lo prometo –

respondí. –No me dirán qué está ocurriendo, ¿verdad? –Por ahora no

–respondió Ethan con firmeza. –Bueno... De todas maneras, no tengo mucho para hacer

aquí, solamente crear algún que otro programa para computadoras...

–Excelente –respondí–. Larguémonos ya mismo, no hay tiempo que perder.

–Igualmente, no tenías otra opción –dijo Ethan riendo–. Por cierto, ya no tendrás que preocuparte por tu compañero de

cuarto.

Alexander parecía estar muy entusiasmado cuando

terminamos de cargar los equipos dentro del auto, y ni siquiera

sabía en lo que se estaba involucrando. No dejaríamos que le

sucediera algo malo. Solo le pediríamos que nos ayudara con las

cámaras y luego que permaneciera escondido lejos del lugar

para controlar la situación desde allí. Mientras nos dirigíamos a la fábrica hizo varias preguntas.

Era algo normal ya que, después de todo, esperábamos que en

algún momento las hiciera, así que le explicamos brevemente lo

sucedido. Bueno… no todo, ya que podía asustarse y negarnos

su ayuda. Al llegar, rodeamos el lugar y estacionamos en la parte

trasera. Cuando bajamos del auto vimos a Víctor esperándonos

sentado en su moto. Al ingresar traté de evocar cómo era el lugar, pero fue

inútil, pues me habían sacado casi dormido y con la cabeza

cubierta, de modo que no pude ver nada. Aún así, me trajo muy malos recuerdos. Se me hizo un nudo en el estómago con solo

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pensar lo que había pasado allí… Pensé que había sobrevivido

una vez y volvería a hacerlo. El plan era muy arriesgado, pero era lo único que

podíamos hacer. María Loren no tenía por qué estar pasando por

ese sufrimiento. Nunca se los podría perdonar, ni siquiera yo me

perdonaría el haberla involucrado en todo eso. Traté de no

pensar más y resolví enfocarme en nuestro propósito. Alexander se quitó los anteojos, los limpió con su remera

y luego se los volvió a colocar. Observó atentamente el lugar y dijo:

–Ya ubiqué el sitio justo para esconder la cámara. –Espero que haya electricidad aquí, si no nada funcionará

–dijo Ethan mientras buscaba en las paredes alguna toma de

corriente. –¡Encontré los interruptores! –dijo Alexander–. Tenemos

electricidad, pero no hay suficientes, necesitaremos un cable largo. Igual, si mis cálculos no fallan, no tendremos problemas.

Síganme, por favor… Caminamos detrás de Alexander, mientras a cada paso

medía la distancia que había hasta el centro de la fábrica. Subimos la escalera; en el primer piso había un balcón que

rodeaba la planta baja. Señaló el único tomacorriente que

encontró y preguntó: –¿Qué les parece aquí, detrás de esta columna? Colocaré

la cámara en la barandilla del balcón y la ataré con un alambre.

La transmisión del video en vivo no se podrá ver con claridad,

pero la ventaja será que, desde aquí arriba, no sospecharán nada

y tendrán una imagen casi completa del lugar… –Confiamos en ti, Alexander –dije con seguridad–. Si

crees que es lo mejor, así será. –¡A trabajar entonces! –anunció Ethan–. Pronto estarán

aquí y debemos estar preparados.

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Dejamos a Alexander trabajar tranquilo mientras nosotros

tres bajamos para pensar los pasos a seguir. Sabíamos que no teníamos muchas armas, solo una cada

uno. Sería inútil usarlas contra todos ellos, ya que con seguridad

nos superarían en número. Haríamos todo tal cual ellos nos lo

ordenaran hasta tener a María Loren a salvo. Eso era lo

primordial. Nos preocupaba la idea de que, luego de entregarles

la piedra, intentaran matarnos. Por lo tanto, decidimos dejar el

auto en la puerta trasera de la fábrica para escapar de inmediato. Ethan y yo, haríamos el intercambio. Nos pararíamos en el

centro del salón para esperar su llegada. Víctor permanecería escondido en un lugar seguro para apuntarle a Amina por si

intentaba hacer algo y para hacerles creer que no estábamos

solos. Faltaban solo veinte minutos para la hora acordada cuando

ya teníamos todo preparado. Nos reunimos los cuatro en el

centro del lugar, justo donde sería el encuentro. –Quiero decirles que ha sido un orgullo encontrarme con

ustedes –dije mirándolos a los ojos–. Sin importar lo que pase

hoy, sepan que hicimos lo mejor. Pueden contar conmigo para lo

que sea, “Caballeros de la noche…”. –Son personas increíbles –continuó Ethan–. Jamás los

olvidaré. –Hace tiempo que estoy solo, desde la muerte de mi padre

–dijo Víctor–. Ahora no puedo decir lo mismo, pues sé que siempre tendré a quien recurrir cuando lo necesite.

–Bueno… Yo nunca he tenido amigos y he sido la burla de todos. Ustedes fueron los únicos que me aceptaron como soy,

por eso estoy aquí y aquí seguiré apoyándolos en lo que

necesiten –agregó Alexander. –¡Por Josep Bueno! –exclamé con orgullo–. ¡Por sus

padres! ¡Por las personas que perdieron la vida! No dejaremos

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que esto termine así… Pongámosle un final feliz a esta

historia… Eran solo unas palabras de aliento que nos ayudarían a

seguir adelante, levantando nuestro ánimo y reforzando nuestros deseos de triunfo.

Cada uno se ubicó en su puesto. Alexander se ocultó

arriba, donde pudiese controlar desde su computadora la

interferencia de la cámara con la red policial. Llamaría a la

policía local una vez que todos estuvieran en el centro de la

fábrica y daría el canal justo para que pudieran ver en vivo lo

que sucedía. Víctor se acomodó en un lugar seguro, donde no pudiese

ser visto para anunciar la llegada de los sujetos. Ethan y yo nos paramos en el centro, con la piedra

guardada en mi bolsillo, y esperamos a que arriben al lugar.

Los autos se aproximaban. Víctor anunció la llegada de

dos patrullas de la policía y la de dos autos negros. Todos

estábamos en nuestros puestos preparados para el final. Una vez allí, bajaron más de diez personas armadas con

fusiles de alto calibre. Los que vestían trajes se ubicaron en

diferentes sitios y los policías se mantuvieron reunidos en su

lugar. Ethan y yo permanecimos parados en la boca del lobo.

Enseguida nos vimos rodeados. Amina descendió de uno de los autos acompañada de cuatro personas y caminó unos metros

hasta acercarse a nosotros. –Volvemos a encontrarnos, Bruce… –dijo–. Esta vez

dejemos el juego para otro momento o morirán ambos y ella también.

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–Eso es lo que queremos –respondió Ethan cortante. –Muéstrenme la piedra, luego les daremos a María Loren

–dijo Amina y dio la señal al sujeto que estaba parado junto al

auto para que abriera la puerta trasera. El hombre obedeció y

sacó brutalmente de un brazo a María Loren. Allí estaba ella, con la cara descubierta, una cinta plateada

en su boca para que no pudiese hablar, con los ojos hinchados

por las lágrimas que habían derramado. Era la mujer más

hermosa y buena que conocí. Había padecido y soportado el

maltrato de estos malnacidos. Tenía un vestido veraniego blanco

que le llegaba a las rodillas. Por un momento sentí que perdía la

razón. Solo quería correr hacia ella y darle un abrazo eterno,

aunque sería inútil, no llegaría a ella sin que me disparen. Me

contuve y dije furioso: –Suéltenla y les prometo que tendrán la piedra. –Primero la piedra… –replicó Amina. El punto de la mira del rifle que tenía Víctor apareció en el

centro de la frente de Amina. Desgraciadamente, se apuró y esto

alteró a los bandidos, que de inmediato reaccionaron empuñando

sus armas hacia nosotros.

–¡Si disparan tú también morirás y nadie verá la piedra

jamás! –le grité a Amina. Muy serena caminó hasta María Loren y le colocó su arma

a un centímetro de la cabeza. Me costaba contener mi ira al ver la mirada triste de

María. Toda esta situación se estaba saliendo de control. Había

que hacer algo en ese instante o nos matarían a todos. Ya fuera

que les entregáramos el diamante o no, tratarían de eliminarnos.

La única salida era esperar a que las cámaras hubieran

transmitido lo que estaba ocurriendo al Departamento de Policía

y que ellos estuvieran en camino.

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–¡Liberen a María Loren y les prometo que les daré el

maldito diamante que tanto desean! –Bien. Suéltenla –ordenó Amina. El sujeto que la sostenía del hombro la soltó.

Inmediatamente corrió hacia mí muy asustada y nerviosa. Temí

que le dispararan por la espalda, pero cuando me abrazó todo a

mi alrededor se nubló y se detuvo em tiempo por un instante.

Contuve la respiración, tomé con ambas manos su rostro y le

dije: –Te amo. Cuando dé la orden, corre, ¿de acuerdo? Si algo

malo te pasa no podría vivir… Ella negó con la cabeza y sin importar lo que podía

sucederle si permanecía a mi lado, me contestó: –Nunca más me alejaré de ti, mi amor. Si debemos morir

juntos, que así sea. No tuve tiempo de reaccionar pues Amina intervino

rápidamente: –Tu turno, Bruce –contestó a medida que daba unos pasos

lentos hacia nosotros. La miré con odio y repugnancia y saqué el diamante de mi

bolsillo. –¿Esto es lo que quiere? ¿verdad? Por esto han muerto

tantas personas, ¿cierto? Ahora ya lo tiene… Cuando Amina ya estaba a medio paso de mí, le entregue

el diamante en su mano. Aproveche la oportunidad al ver que estábamos sin salida, la tome impulsivamente del brazo y le

apunte con mi arma por detrás de la cabeza. –Ahora diles que no disparen, o te matare –dije

repulsivamente en su oído. Amina me observo de reojo y dudo si apretaría el gatillo.

Dispare instantáneamente hacia el techo.

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–¡Dilo! –dije nuevamente mientras tenía mi arma pegada

en su nuca. –¡No disparen! –ordeno Amina enfada. Aproveche la ocasión y camine con ella hacia la salida

trasera, pero cuando note que a la mayoría de las personas que

estaban allí le era insignificante la vida de Amina, ya que lo que

importaba era la piedra. Antes de escapar del lugar, la empuje y grité:

–¡Ahora! Los tres corrimos velozmente hacia el auto mientras todos

ellos seguían con la mirada el diamante. Ethan, María y yo

estábamos totalmente expuestos a los disparos. Rogaba que Amina no diera la orden. Sin embargo, no tardó en gritar:

–¡Que no escapen! A pocos metros de llegar al vehículo cuando escapábamos

por la puerta trasera como lo habíamos planeado, comenzaron los disparos. Las enormes columnas nos cubrían, pero no era

suficiente; ellos avanzaban y la muerte nos acechaba a cada instante. Un tiro pegó en una de las paredes, a menos de un paso

de nosotros, haciendo volar por los aires pedazos de escombros. Ethan me miró fijamente y dijo: –No nos salvaremos todos. Huye con María, los retrasaré

lo más que pueda… Me negué, pero ya era demasiado tarde. Ethan se había

quedado detrás de una columna disparando constantemente hacia los sujetos. Cubrió nuestras espaldas hasta que subimos al

auto. Pisé el acelerador para escapar rápidamente de ahí. La

salida estaba bloqueada. Intenté dar marcha atrás, pero los

disparos destrozaron en mil pedazos el vidrio trasero.

Mantuvimos la cabeza fuera del blanco; presioné nuevamente el

acelerador y choqué contra un auto negro que se interpuso en el

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camino. Intente encender nuevamente el motor, pero fue inútil.

Estábamos atrapados, era el fin. Moriría allí, entre las balas,

junto con la mujer que amaba. Nos refugiamos como pudimos.

Le tomé con fuerza la mano y, a pesar de la situación en la que

nos encontrábamos, le dije con una sonrisa: –Todo saldrá bien, mi amor. Quiero que sepas que lo más

lindo que me pasó en la vida fue haberte conocido. Las gotas de sudor caían por mi frente. Una lágrima

atravesó mi rostro. Se me taparon los oídos por el fuerte ruido de

los disparos que volaban sobre nosotros y otros que golpeaban

contra la chapa del auto… Cerré los ojos y la abracé. Fue en ese

momento en el que se produjo el milagro que tanto esperaba:

comenzamos a oír las sirenas de las patrullas policiales que

rodeaban la fábrica. También había llegado un grupo de las

fuerzas especiales. Los disparos cesaron de inmediato y se

escuchó una voz amplificada por un megáfono: –Los tenemos rodeados. No intenten nada más o

abriremos fuego. Los malvivientes arrojaron sus armas al suelo. Sabía que

algo iba a ocurrir, no les puedo explicar cómo, pero lo sabía. Si tan solo hubieran demorado un minuto más, nos hubieran encontrado muertos.

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Epílogo Un mes después…

Luego de aquel episodio trágico cada uno regresó a su hogar.

Yo volví a mi departamento y descansé hasta recuperarme por completo. Reflexioné sobre todas las cosas que habían

ocurrido y traté de mirar el lado positivo en todo momento. Llamé a la casa de mi madre, pero no para contarle lo

ocurrido, ya que ella no sabía nada y no la quería hacer sufrir.

Nadie atendió el teléfono; dejé un mensaje en el contestador

diciéndole cuánto la amaba y que iría a verla para celebrar

Noche Buena, para abrazarla y agradecerle todo lo que había

hecho por mí a lo largo de su vida... Luego salí, tomé el autobús y fui al cementerio para

despedir a Josep Bueno. En la entrada compré un colorido ramo

de flores. Caminé por la angosta senda arbolada hasta que vi a

Ethan, parado junto a la sepultura, observándola fijamente. –¡Un verdadero hombre! –le dije sorprendiéndolo por

detrás. Nos dimos un conmovedor abrazo, pero no tan fuerte

pues ese día él recibió un disparo en su hombro derecho. Luego miró atentamente la sepultura y dijo:

–Que en paz descanses... Recordé sus últimos momentos, cuando me salvó la vida.

Pese al poco tiempo que lo traté, puedo decir que era una excelente persona.

De pronto, interrumpió el silencio del lugar el inconfundible sonido de la moto de Víctor. Estacionó a unos

metros y se acercó a nosotros con un ramo de hermosos y

abundantes jazmines. Primero le dio un fuerte apretón de manos

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a Ethan mirándolo a los ojos con orgullo y luego a mí. Apoyó el

ramo en la tumba y dijo: –Siempre te recordaremos… Yo estaba conmovido profundamente, tenía ganas de llorar

y de reír al mismo tiempo. –Esto es lo que esperaba Josep antes de partir. En este

momento estará orgulloso de nosotros –dije al recordar cómo

nos llamó cuando lo conocimos: “Los caballeros de la noche”. –Lo está, Bruce, lo está –afirmó Ethan–. Ahora descansa

en paz con tu familia, donde quiera que estés, viejo Josep. Después de varios minutos en silencio, Víctor le preguntó

a Ethan: –¿Cómo está tu hombro? –Ha mejorado bastante en muy poco tiempo; las secuelas

son leves a esta altura. –Me alegra escuchar eso –intervine–. Tengo algo que

quisiera leerles acá, justo frente a Josep. Es la unión de los

cuatro códigos: un simple poema que descifraba el lugar donde estaba escondido el diamante “Gota de sol”.

Saqué de mi bolsillo una hoja doblada en cuatro partes. La

desplegué y leí de corrido en voz alta:

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La tierra color sangre se ha entregado

ante el inmenso sol que la ha mirado,

y eternamente anonadado,

él ha quedado.

Ella todo lo absorbe, todo lo carga:

lo que camina, lo que duerme,

lo que retoza y lo que pena;

transporta vivos y lleva muertos.

Donde escondo la codicia

Que sin darse cuenta

ni puedan percibirla

acabará con sus propias vidas

Un árbol grande y fornido

que solo y deprimido ha permanecido

por cien años aburrido.

Y en cordial semejanza,

buen árbol, quizá pronto te recuerde,

cuando brote en mi vida alguna esperanza.

Revolviendo en mi alma el recuerdo,

que hoy aquí, dejo en este entierro.

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Sobre el seno de una gigante roca

con forma de corazón,

escribo estas calladas estrofas,

adornadas de ensueño e historias rotas.

Porque eres el ejemplo de firmeza

suave y difícil de penetrar

que hoy caes en mi vida

tan rápido y sin pensar.

Roca única en tu especie,

esperas a que alguien te encuentre

y te ame eternamente.

Llegar desde un punto extraño.

al costado de una fina y larga carretera,

donde nadie me ha arrojado.

Simplemente donde escondo mi dolor

y le sonrío a la vida que me ha tocado,

porque no tengo otra opción.

Espiado por el inmenso cielo,

me detengo en el único lugar que puedo,

para allí esconder esta fuente de vida,

que conmigo llevo.

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Al terminar de leer el poema, dije, mientras guardaba el

papel nuevamente en mi bolsillo: –Increíble, ¿verdad? Nosotros estuvimos sentados allí y…

¡jamás hubiéramos imaginado que el diamante estaría debajo de

nosotros! –¡¿Qué?! ¡¿Qué quieres decir?! –tartamudeó Víctor–.

¿Que el diamante estaba detrás de aquella gasolinera, donde nos

sentamos a descansar en la roca gigante bajo el único árbol? –Así es –afirmó Ethan–. Thomas Bueno se detuvo en ese

lugar cuando iba camino al centro de la ciudad, quería alejarse

lo más posible de sus seres amados para no causarles ningún

tipo de problema. Pero ya era tarde y él no lo sabía. –Cuando se detuvo, caminó igual que lo hice yo –

intervine–. Al bajar en la estación a cargar combustible, caminé

unos pasos para apreciar el paisaje en soledad que había detrás

de la construcción. Sentí un viento frío y cálido a la vez que

pasaba por todo mi cuerpo. Caminé por la tierra colorada hacia

el solitario árbol y, cuando llegué, me senté en la única roca con

forma de corazón que había allí, observando el amanecer que se

presentaba ante mí en aquel tranquilo y desolado lugar. –¡Increíble! –exclamó Víctor–. ¡Qué casualidad! –Dudo de las casualidades –dije–. Todo se nos presentó

como tenía que ser. No creo que el destino esté armado, sino que

cada uno elige y arma su propio camino. De repente una hoja verde se desprendió de una rama que

colgaba sobre mi cabeza y cayó en mi hombro; luego,

balanceándose lentamente siguió hacia el suelo. Miré al cielo y

vi una paloma blanca que aterrizó sobre la misma rama y

después voló hasta la sepultura de Josep Bueno. Los tres nos

quedamos sorprendidos e inmóviles; sabíamos que era una señal

de que él estaba allí. Segundos después dije:

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–Por último, les mostraré lo que envolvía y protegía al

diamante enterrado en la tierra. Extraje un segundo un papel arrugado y sucio de mi

bolsillo, y leí:

Cuando lean esto, seguramente ya no estaré aquí. Por eso

entrego al azar de la naturaleza este hermoso diamante,

creyendo que todo cambiará para bien, entendiendo que si hay

algo inevitable en esta vida es la muerte. Son muchas las cosas

que van a quedar sin hacer. Es poco el tiempo que tenemos…

Muchos sueños han quedado sin cumplir y proyectos sin

concluir. Tengo tanta vida en mí que todavía quiero vivir, pero

sé que no lo podré hacer. Disfruten de la vida. Tómenla con las

manos, sacúdanla y disfruten cada segundo. Siempre digan lo

que sientan y hagan lo que piensan. Hoy puede ser la última vez

que vean a los que aman, ya que, si el mañana nunca llega,

seguramente lamentarán el día que no se tomaron tiempo para

sonreír, para abrazar, para dar un beso y que estuvieron muy

ocupados para concederles un último deseo. Porque aquí veo el

final de mi rudo camino, cuando yo fui el arquitecto de mi

propio destino. Ya todo había terminado. El diamante “Gota de sol”

regresó a su dueño, el que lo expuso en los museos más

importantes del mundo. La empresa de seguros nos dio una

recompensa de seis millones de dólares por haberlo encontrado y devolverlo a quien le pertenecía.

Decidimos tomar una parte y abrir una organización totalmente gratis para aquellas personas que sufren graves

enfermedades y por otra parte alojar niños con situación de

calle.

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–¿Qué harán con el resto del dinero, amigos? – preguntó

Ethan antes de despedirse, mientras se colocaba los anteojos de sol.

–Compré un pequeño yate –respondí–. Me iré unos días a

descansar por un mar tranquilo y luego visitaré a mi madre para las fiestas de fin de año.

–¿Irás solo? –Viajaré con la mujer que amo… María Loren y, por

supuesto, el viejo Perly vendrá con nosotros… Ustedes, ¿qué

tienen pensado? –Primero, ya cancelé todas mis deudas –respondió Víctor–

. Luego abrí un taller de grandes y lujosas motocicletas en el centro de la ciudad y aprovecharé mi tiempo libre en lo que siempre quise hacer: manejar un auto deportivo y viajar sin destino…

–Pues consíguete una mujer pronto –dijo Ethan riendo–.

Yo llevaré a cabo el proyecto que siempre soñé con mi padre. Y

como verán, señores, una hermosa mujer me está esperando en el auto.

Nos dimos vuelta para mirar y allí estaba la joven rubia de ojos claros que le dio el número de teléfono en el bar donde

conocimos a Alexander. Por supuesto que no nos olvidamos de

él: le dimos una buena parte del dinero por ayudarnos a capturar

a los corruptos para que pueda emprender sus proyectos. Olvidé mencionar que mi vecina, la señora Adler, no había

fallecido. La noche anterior en que fui al hotel The Roosevelt,

logré informar a la enfermera lo que estaba ocurriendo, la

trasladamos a otra habitación y así la ocultamos hasta que pasara

el peligro. Hoy la señora Adler se encuentra descansando en

perfectas condiciones en su departamento con una costosa

cobertura médica las veinticuatro horas, a mi cargo.

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Luego de explicar y probar todo lo que me había ocurrido,

en mi trabajo decidieron concederme unos días de licencia para

que me recupere de lo que había sufrido. De todas maneras, no

volveré a ese trabajo, a fin de cuentas, siempre quise trabajar de forma independiente.

Ahora, y lo más importante de todo: todas las personas

que estaban involucradas en el robo del diamante, tanto por los

asesinatos como por las estafas, fueron condenadas a pasar sus

vidas encerradas en prisión.

Antes de terminar este relato, quiero agradecer a Ethan y a Víctor que guardaron las notas que escribí durante el infierno que padecí en aquella habitación, las que me impulsaron a concluir esta historia.

Ahora estoy escribiendo las últimas palabras dentro del

pequeño yate blanco, mientras disfruto de una hermosa travesía

por las aguas de un pacífico mar, observando un maravilloso

paisaje, junto al viejo Perly recostado en el suelo. Mientras

tanto, frente a un delicioso desayuno servido en la mesa, espero

a que despierte mi querida amante incondicional, mi prometida

y el único amor de mi vida, María Loren.

Fin