Gotthilf Heinrich Schubert - Sobre Los Sueños

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HISTORIA DE LA PSIQUIATRÍA

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1. El lenguaje del sueño

Durante el sueño, y ya en ese estado dedelirio que precede al dormir, el alma pare-ce hablar en un lenguaje completamentedistinto al ordinario. Ciertos objetos de lanaturaleza, ciertas propiedades de lascosas, designan de pronto personas, y, a lainversa, cierta cualidad o cierta acción senos presentan bajo la forma de alguna per-sona. Mientras el alma habla ese lenguaje,sus ideas están sometidas a otra ley de aso-ciación, diferente a la habitual; y es innega-ble que la nueva asociación de ideas seestablece de una manera mucho más rápi-da, misteriosa y breve que en el estado devigilia, durante el cual pensamos más tiem-po recurriendo a nuestras palabras. Con unpequeño número de imágenes misteriosas,curiosamente dispuestas –y que concebi-mos, bien rápida y sucesivamente, biensimultáneamente y en un solo momento–,expresamos en tal lenguaje y en poco tiem-po, más cosas de las que podríamos expo-ner con la ayuda de las palabras durantehoras enteras. Aprendemos en un sueño,surgido de una cabezada, muchas máscosas de las que se podrían suceder en eltranscurso de una charla cotidiana, durantehoras enteras. Y ello sucede sin lagunas,formando un conjunto en sí mismo cohe-rente, aunque es, sin duda, algo particular einhabitual.

Sin querer, con todo, conceder preferen-cia al sueño frente al estado de vigilia, o a lalocura frente a la razón, no podemos negarque este lenguaje compuesto de abreviatu-

ras y jeroglíficos, resulta, por muchas razo-nes, más apropiado para la naturaleza denuestra alma que nuestro habitual lenguajede palabras. Es infinitamente más expresi-vo, más rico y mucho menos dependientedel desarrollo cronológico que el segundo.Este último, de antemano debemos apren-derlo, mientras que el primero es innato, yel alma tiende a utilizar ese lenguaje que lees propio tan pronto como se libera de suaprisionamiento habitual, por ejemplo, en elsueño o en el estado de delirio, aunque loconsiga tan poco como un buen andarín queintentase dar sus pasos futuros siendo unfeto aún en el vientre materno. Ya que, porañadidura, en caso de que fuésemos capacesya de lograr día a día y con claridad esta dis-jectamembra de una vida originaria y futu-ra, no podríamos, por el momento, más queefectuar algunos balbuceos en la lengua delespíritu, o bien a lo sumo, lograr ciertosefectos de ventriloquia.

Si este lenguaje tiene tanto poder sobrelas fuerzas de nuestro yo íntimo como la deOrfeo melodioso, sobre las de la naturalezasensible, posee además otra ventaja muyimportante con respecto al lenguaje coti-diano. El transcurso de los acontecimientosde nuestra vida parecen, en efecto, organi-zarse según una ley de asociación propiadel destino, casi semejante a la que dirige elencadenamiento de las imágenes oníricas.En otras palabras, el destino, fuera y dentrode nosotros (que cada uno lo llame comoquiera), habla el mismo lenguaje que nues-tro alma en el sueño. Y, tan pronto comoutilice su lenguaje hecho de imágenes oní-

Gotthilf Heinrich Schubert

Sobre los sueños

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 1999, vol. XIX, n.º 69, pp. 99-114.

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ricas, ésta produce unas combinaciones queno lograríamos seguramente en estado devigilia: enlaza hábilmente el día siguientecon la noche anterior, el destino de añosenteros por venir con el pasado, y sus cál-culos se revelan exactos, ya que sus éxitosmuestran que nos predice a menudo el futu-ro con precisión. Aquí tenemos un modo decalcular y de combinar, inaccesible alcomún de los mortales, una forma de álge-bra superior todavía más simple y más fácilque la nuestra, si bien sólo el poeta que hayescondido en nosotros sabe manejar.

Curiosamente, se observa siempre queeste lenguaje no difiere en cada persona.Por decirlo así, es autocreado al gusto decada individualidad, aunque parece bastan-te semejante en todos los seres humanos, oa lo sumo, se ve reorientado por maticesdialectales. Si pudiésemos hablar juntos ensueños, en el templo del adivino Anfiarao,el salvaje americano y el neozelandés com-prenderían mi lenguaje hecho de imágenesoníricas, y yo el suyo. Sin duda, la lenguade uno tiene seguramente más riqueza léxi-ca, extensa y selecta que la del otro; Platónhabla griego, el marinero del Pireo tam-bién, sin embargo, la riqueza del griego se-rá bastante diferente en esas dos personas.Una culta dama de honor y una campesinahablan las dos, en idéntica lengua de losmismos objetos de la naturaleza y de lasmismas necesidades de la vida cotidiana, ysin embargo, las palabras de ésta serán bas-tante diferentes de las de aquélla. Aún más,en una lengua tan inmensamente rica comoesta nuestra, tan misteriosa, que empleatantas palabras para designar el mismo ob-jeto, el alma de la primera tiene la costum-bre de elegir tal o cual expresión, tal o cualconstrucción favorita; la de la otra, una di-ferente. En consecuencia, algunas almasplebeyas hablan en dialecto; otras más cul-

tivadas, en un dialecto más elaborado, co-mo por ejemplo en la región de Schein don-de el pueblo llano habla el plattdeutsch ydonde la gente distinguida se expresa en al-to alemán.

Podemos admitir con plena razón queuna parte del contenido de nuestra Clave delos sueños se basa en observaciones ade-cuadas y repetidas en varias ocasiones,mientras que otra parte de ese mismo con-tenido seguramente no está elaborada másque por interpretaciones caprichosas y ex-plicaciones artificiales. Las Claves de lossueños de diferentes pueblos manifiestan,por comparación, una concordancia en loesencial; y esto no parece ser únicamentedebido al hecho de que una parte de los an-tiguos Libros de los sueños, por ejemplo lade Cardano, haya sido escrita en latín obien haya estado, en diferentes pueblos, enmanos de los futuros psicólogos del sueño.El estudio objetivo de uno mismo e inclusolo que los viajeros nos cuentan acerca deeste tema en los pueblos de América delNorte nos conducen a unos fundamentos deinterpretación onírica semejantes a los ex-puestos en las Claves de los Sueños, y que,por cierto, son bastante conocidos por lagente sencilla, por experiencia o por tradi-ción.

Evoquemos algunos ejemplos de imáge-nes oníricas extraídas de una Interpreta-ción de los sueños que ha dado pruebas desus aptitudes, pues sus interpretacionesfueron parcialmente confirmadas por ob-servaciones ulteriores.

El estado en el que el alma piensa y re-acciona en su lenguaje metafórico con unaespecie de coherencia y de orden represen-ta ya un grado superior y más perfecto delsueño. A menudo, observamos, sobre todoen el mismo momento en el que nos dormi-mos o bien en el estado de somnolencia, la

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existencia de un grado menos perfecto queel anterior, más próximo al estado de vigi-lia y, que representa, en cierta medida, elpaso de éste al verdadero estado de sueño.En esta situación, en la que nos acordamosal despertarnos mucho más fácilmente quedel sueño perfecto, las dos regiones distin-tas con sus dos lenguajes diferentes cami-nan todavía un momento juntas en la mis-ma dirección y se mezclan de un modo in-coherente e incongruente. Así, por ejemplo,pensamos en la palabra «escribir», y en elmismo momento, tenemos ante nosotros, laimagen de dos personas en la que una llevaa la otra sobre la espalda. Al adormecernos,el sueño deja aún a la razón despierta per-manecer todavía un momento en su lengua-je de palabras, pero realiza gestos insólitos,mostrándose detrás de ella (como un niñoescondido detrás de su amigo rezando suoración de la noche), hasta que finalmente,la razón se duerme y es cuando el universoonírico escondido detrás de ella, emergecon plena libertad.

Igualmente, en un sueño perfecto, elmodo de expresión metafórico que el almaemplea es distinto y su comprensión esmás o menos fácil. A menudo, un sueñoprofético nos presenta los acontecimientosdel día siguiente, en la medida en que éstosse prestan a una representación imaginaria,es exactamente así como se nos aparecende repente en la vigilia; o bien, ciertas imá-genes misteriosas se mezclan de maneraextraña. Así vemos en sueños, por ejem-plo, llegar a un amigo que creíamos muylejos y éste nos sorprende bruscamente, aldía siguiente, con su llegada; y, en nuestrosueño, lo que nos quería decir estaba o imi-tado o disfrazado con expresiones metafó-ricas, o bien, vemos en el sueño, en una ha-bitación llena de sangre, un amigo al quecreíamos con buena salud, que nos dice

con aspecto grave y lívido que hoy es sucumpleaños, y al día siguiente, en la mis-ma habitación vista en el sueño, somos, derepente, testigos de la autopsia de ese ami-go fallecido repentinamente. Incluso lascosas que expresamos en el sueño profun-do, por más que presenten una similitudcon el mundo del ensueño (o del senti-miento, a menudo conservan en su totali-dad la expresión y el contexto habitualesdel estado de vigilia; y aquí y allá única-mente, los pensamientos aislados se vencaracterizados siguiendo el modo simbóli-co propio del sueño. En general, gracias aesta similitud, el sueño es para muchos in-dividuos un espejo fiel del estado de vigi-lia. En otros casos, por el contrario, la ex-presión metafórica del sueño está tan aleja-da de la expresión verbal de la vigilia quepreviamente necesita una traducción. Ha-blemos, pues, ahora de este lenguaje sim-bólico que caracteriza al sueño.

El primer tipo de palabras de este len-guaje, que todavía presenta un gran paren-tesco con el lenguaje verbal habitual, estácompuesto por imágenes que tienen aquísensiblemente la misma significación queen el modo de expresión poética o metafó-rica conocida por todos. Un camino queatraviesa espinosos matorrales o que ser-pentea por abruptas montañas, en el len-guaje del sueño, simboliza, como en la ex-presión poética común, conflictos y obstá-culos en el transcurso de nuestra vida; uncamino helado designa en esas dos lenguasuna penosa y peligrosa situación: las tinie-blas anuncian, en los dos casos, amargura ymelancolía: recibir un anillo significa com-prometerse. Según la costumbre, las floressimbolizan alegría, un arroyo seco, la au-sencia; estar encerrado en una fortalezaevoca estar enfermo; la visita del médicoanuncia enfermedad, abogados, gastos; ver

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a alguien que se va de viaje o en barco esperderlo para siempre.

Una significación muy corriente del sue-ño conocida por las Claves de los sueños–y por la experiencia común (según la cualel alma designa por medio de una ciertaimagen justamente lo contrario de lo queésta significa en la vida cotidiana, y utilizaimágenes alegres para describir hechos tris-tes, y a la inversa, imágenes tristes paraacontecimientos felices)–, merece, sin em-bargo, una atención muy particular. El ex-traño poeta que se esconde dentro de noso-tros parece encontrar un placer singular enlo que nos entristece y, por el contrario, pa-rece tener una idea muy rigurosa de nues-tros placeres, prueba de que no se sientesiempre a gusto en su actual existencia. Asíes como las lágrimas y la consternación enel sueño, a menudo significan una alegríacercana, en cambio, la desolación y la tris-teza están representadas por la risa, el bailey el juego; comedias divertidas, juegos decartas, una música alegre (sobre todo músi-ca de violines), anuncian una discusiónviolenta o un enfado; únicamente, el cantopresagia, según afirman, algo bueno. Demanera similar, la tumba o un cortejo fúne-bre, a menudo, anuncian, como se dice, unaboda, mientras, que inversamente, ver ensueños a alguien que se casa, a veces signi-fica la muerte de esa persona. En ese estilosupremo propio al sueño, se entiende por elverbo «nacer» la muerte próxima del enfer-mo, lo mismo que por «aniversario de naci-miento», el día del fallecimiento.

Por su modo de expresión, el sueño tienetambién por costumbre pasar por alto, encierta forma, cosas que, con frecuencia, sonmuy estimadas en estado de vigilia, y ello,con la ayuda de la imagen elegida a eseefecto. Es así como el barro pasa por signi-ficar dinero; comer de la tierra o recoger

bagatelas significa hacerse rico y amasartesoros. En sueños, el dinero es común-mente designado por granos, manchas en elcuerpo y otras cosas desagradables; inclusose dice que, en el lenguaje del sueño, lasgrandes riquezas están representadas por laimagen del fuego infernal o por la de la po-sesión diabólica. El dinero y los bienes apa-recen también en el sueño bajo el aspectode una bestia de carga por lo que tambiénse hace alusión a la «media naranja». Men-digos, prostitutas y bebida simbolizan la fe-licidad material. Inversamente, una peque-ña suma de dinero indica una contrariedad;un mal negocio se presagia por la imagende un gran provecho; recibir agresiones yofensas de alguien anuncia, a la inversa, re-galos y bienes materiales que el soñadordebe esperar de esa misma persona.

En relación directa con lo que acabamosde expresar, el poeta escondido dentro denosotros tiene costumbre igualmente de re-cordarnos el lado funesto de toda nuestrafelicidad terrestre. La promesa de una feli-cidad material próxima, a menudo, estápredefinida por la imagen del ataúd. Ante laseguridad de una felicidad material o deuna ascensión en la escala social, muchagente ve en sueños la imagen de su propiofuneral. La cruz, que habitualmente repre-senta el símbolo del sufrimiento, significael triunfo sobre los enemigos y la gloria;ver florecer lirios indica que nos burlamosdel mundo y que lo despreciamos.

Otro tipo de palabras del lenguaje oní-rico, que no es quizás menos importantepara el psicológo profesional, parece estarfundada en relaciones de reciprocidad másprofundas y estar más próximas al lengua-je de la naturaleza, en la que cada objetotiene una característica que, a menudo, notiene ninguna relación con las propiedadesque nosotros le concedemos. Así, para no

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dar más que algunos ejemplos, nuestraspropias pasiones y nuestros propios de-seos están materializados en el sueño porla imagen de bestias horrendas y terrorífi-cas a las que mimamos en nuestras rodi-llas o a las que protegemos. A veces, elsueño representa la simpatía por una per-sona mediante la imagen de un rayo de solque sale del pecho de la persona amante yse dirige hacia el sujeto amado; el coloramarillo, por ejemplo, la visión de un pai-saje bañado por la luz amarillenta del oto-ño, en sueños, anuncia luto; el color rojopresagia alegría; ciertos objetos de la na-turaleza, por ejemplo, las cebollas, el pe-rejil, pasan en virtud de esa oscura rela-ción de reciprocidad, por significar la pe-na y la aflicción; la sal anuncia un brote defiebre; un temblor de tierra, una desgraciamundial, un eclipse de sol, lo mismo queuna tormenta o un meteoro, significa doloro sufrimiento profundo.

Los pastores y los jefes de los pueblos senos aparecen en sueños (como Ajax), bajolas formas de toros y de manadas (la cabezade toro significa poder); un cargo honorífi-co o el convertirse en marido se nos apare-cen bajo la forma de un caballo: una vio-lenta discusión, bajo la forma de un came-llo. Según este extraño modo de expresión,el ombligo (por el que el feto está ya en re-lación con su entorno), alude al país natal oa los padres que se han dejado allí; la orejay, de una manera general, diferentes partesdel cuerpo humano (los dientes, las manos,los muslos), indican parientes próximos; elhombro, a una compañía de cama, la abeja,al fuego, el vino, al poder.

De una forma también enigmática, cier-tas acciones simbólicas reciben en el sueñoun significado muy particular: así, porejemplo, el hecho de ponerse o quitarse unzapato, por el cual el alma indica el estable-

cimiento o la ruptura de una relación entredos personas de diferente sexo.

Es muy posible, que la mayor parte delos ejemplos de imágenes oníricas mostra-das aquí pertenezcan al dialecto inferior dellenguaje del sueño; la mayor parte de lasobservaciones, sin embargo, le conciernen.El dialecto supremo parece concordar per-fectamente con el lenguaje del que nos ocu-paremos luego. Además, ambos tienen unlazo de parentesco muy estrecho, y es posi-ble la comprensión de uno a partir del otro.

La significación de estos jeroglíficosoníricos ha sido estudiada de antemano enlos sueños premonitorios. Sin embargo, elalma no ejerce esta facultad de combinarlas cosas de manera profética en la totali-dad de los sueños; de la misma manera, ha-ce referencia al estado de vigilia, también amenudo, con hechos pasados o en relacióncon sus deseos y sus necesidades presenteso de lo que hará o de lo que deparará el fu-turo. Además, una gran parte de nuestrossueños, como también algunas de nuestrasconversaciones de vigilia, están constitui-das por una palabrería vacía e insignifican-te; a veces, el alma se recompensa en elsueño por todas las inútiles charlas que lehan sido negadas durante el día, al igualque las profundas almas, que parecen no te-ner medio de expresión en el estado de vi-gilia, encontrando uno más poderoso y másrico en el sueño. Sin embargo, observamosque en los sueños que no son proféticos, elalma utiliza, para designar los objetos, imá-genes misteriosas, semejantes a las que en-contramos en los sueños proféticos.

Por consiguiente, una gran parte denuestros sueños no son más que la repeti-ción de hechos pasados, o bien el juego de-senfrenado de nuestras inclinaciones y denuestros deseos, desarrollándose conjunta-mente en un universo de imágenes extrañas

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y de signos misteriosos; y cuando el almase abandona en sueños a reflexiones sobreobjetos abstractos con la ayuda del vocabu-lario común, y siguiendo un modo de pen-samiento propio al estado de vigilia, volve-mos a encontrar, entre esta situación y elverdadero universo del sueño, las mismasrelaciones de antagonismo que las queexisten entre esas ensoñaciones fantásticasen las que nos abandonamos a veces en elestado de vigilia y el verdadero mundo dela vigilia.

Por otra parte, es más que probable queexista un grado de sueño todavía más pro-fundo en el que no subsista más que muyextrañamente un recuerdo al despertar o alo sumo, una oscura reminiscencia, porqueestá separado del estado de vigilia por unabismo tan profundo como la «clarividen-cia magnética». Esos sueños supremos, noobstante, dejan casi siempre al despertarcierto estado anímico así como muchos deesos presentimientos (por ejemplo, el de lamuerte próxima), de los que conocemostantos ejemplos. El universo onírico en ge-neral juega un gran papel en la formación yexpansión de nuestro espíritu, y el gradosuperior del sueño parece merecer un estu-dio más profundo. El psicólogo no tendráninguna dificultad en encontrar diferenteshuellas de éste.

2. Simbólica de la naturaleza

Los prototipos de las imágenes y de lasformas que utiliza el lenguaje onírico asícomo el lenguaje poético y profético brotande la naturaleza que nos rodea y que se nospresenta como un mundo del sueño encar-nado, como una lengua profética cuyos je-roglíficos fueran seres y formas. Por ello, elFilósofo Desconocido compara, con plena

razón, a la naturaleza con un sonámbulo,con alguien que hablase en sueños y queactuara siempre siguiendo la misma necesi-dad interior, siguiendo el mismo instintoinconsciente y ciego de donde arrancan lasacciones de un sonámbulo; los productosde la naturaleza, en toda la variedad de susespecies y de sus géneros, son, pues, seme-jantes a las imágenes de nuestros sueños,que, en sí mismos, son anodinas y no ad-quieren sentido e importancia sino por loque significan y representan.

De hecho, la opinión teleológica comúnconvierte a la naturaleza en un monstruo,no teniendo otra ocupación que la de casti-gar a todos eternamente, en sus propias en-trañas, formando un carrusel donde gato yratón, ratón y gato se persiguen eternamen-te dentro del mismo círculo, sin progresarverdaderamente hacia una meta. Cuando,por ejemplo, se afirma que una parte delreino animal inferior no existe más que pa-ra ser devorado por el género superior, yque éste, por su parte, no existe sino paradevorar a un género inferior que correría elriesgo de multiplicarse en exceso, ¡no secomprende a qué conduce esta acción decomer y ser comido! En la naturaleza, elnúmero de seres vivos –tanto en el planoindividual como en el plano general, desdeuna cantidad supuesta de pólipos de coralhasta el total de seres humanos vivos sobrela tierra en el mismo momento– está deter-minado con suma precisión; y verdadera-mente no se pondrían de acuerdo para orga-nizar esta relación de destrucciones si fueraverdad que ella procurase por un lado unacantidad de provisiones tan desproporcio-nada que tuviese la necesidad de sus pro-pias criaturas para devorarlas, y que, porotro lado, tuviese que fabricar importantessuplementos para el universo, inicialmentedestinados al hombre y sólo a él. Ya que, en

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éste, estaría insuficientemente asegurada lasubsistencia de los seres que están al servi-cio del hombre.

El difunto Wieland lamentaba en bro-mas, viendo un campo cubierto de trébol enflor, no ser una vaca para poder comer élmismo ese sabroso alimento. Y, de hecho,en una naturaleza cuya finalidad consistie-se, al fin de cuentas, en alimentar al hom-bre y vestirlo, no se comprende por qué sig-naturas de este tipo no son más numerosasy más visibles, mientras que, como dijoVanini, en el momento de ser quemado ba-jo acusación de ateísmo, la contemplaciónde una simple brizna de paja bastaría paraprobar la existencia de un dios.

Esta común opinión teleológica está de-bilitada por un antiguo libro que plantea lasiguiente cuestión: «¿Puedes capturar alLeviatán con un anzuelo?... ¿Crees que lassociedades lo trincharían para repartir lostrozos entre los comerciantes?». Por lo de-más, esta opinión ha sido rechazada por to-da la historia de la humanidad. Ésta –lejosde tomar partido por la hipótesis de seme-jante interés epicúreo, según el cual, la na-turaleza, en su totalidad no existiría másque para alegrar nuestros sentidos–, ha de-mostrado que el hombre tenía un destinosuperior al del placer de los sentidos; y esmás, la vía que lleva a la región original denuestro alma pasa por el aislamiento y laindigencia de toda relación con el mundode los sentidos. En suma, parece evidenteque la naturaleza creadora ha tenido comoobjetivo no al hombre sensual ni satisfacersu concupiscencia, sino todo lo contrario,al hombre espiritual y su educación.

Una opinión teleológica superior, tam-poco es perfectamente satisfactoria, proce-de de la necesidad general de la oposiciónsegún la cual, un elemento no puede existirsin su contrario, por ejemplo, el hígado no

podría estar creado sin que al mismo tiem-po hubiese sido diseñado el polo opuesto,como el bazo, cuyo papel fisiológico es tanenigmático; lo mismo que los riñones nopodrían existir sin las cápsulas surrenales,como los animales herbívoros sin los ani-males carnívoros que se oponen entre sí.Sin embargo la verdadera teleología, la queadmite sin duda alguna que el hombre es elcentro del universo creado, y que la natura-leza (en sentido espiritual) existe en com-paración con él, no se basa en esta idea, si-no en otros principios cuyas raíces son másprofundas.

A menudo se ha pensado –y muchospueblos así lo hicieron– en una significa-ción espiritual de la naturaleza que nos ro-dea, a lo que llamamos lenguaje de la natu-raleza. Siempre resulta curioso observarque ciertos animales, ciertas flores, etc.,han tenido, para los pueblos más diversos yen épocas muy diferentes, un único y mis-mo significado que no tiene relación visiblecon las propiedades que nosotros les cono-cemos. Por ejemplo, el martín pescador, elalción de los antiguos, todavía hoy tieneentre los pueblos medio desarrollados osalvajes (los tártaros y los ostiakos, lo mis-mo que para los habitantes de las islas delocéano Pacífico) el mismo significado quepara los antiguos, por ejemplo, el pájaro dela paz y de la felicidad, domador de tem-pestades y del mar. El lenguaje artificial delas flores, particularmente apreciado en lospaíses orientales, parece también partir dela hipótesis de que este lenguaje de la natu-raleza, es posible, aunque a menudo seaaplicado arbitrariamente, y excepcional-mente conduzca a una significación másprofunda de los objetos de la naturaleza.Así, por ejemplo, tal flor podría, igual queotra, significar, en el lenguaje epistolar, unencuentro o bien el ojo envidioso del rival,

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y de hecho (pues solamente se piensa enuna significación tan variada del pensa-miento en alemán y en francés), casi todaslas naciones se han entregado, cada una asu manera, a interpretaciones arbitrarias.Mientras, por el contrario, el cólquico (Col-chicum autumnale) –cuyas flores liliáceascubren nuestras praderas en otoño, cuandola estación de casi todas las demás flores hapasado para desaparecer después de algu-nos días sin haber dado hojas ni frutos, lascuales no aparecen después sino en la pri-mavera siguiente– significa, en el lenguajede las flores, la inmortalidad, la aspiracióninsatisfecha en la vida actual; y no pudien-do cumplirse más que en primavera en unanueva vida (se la puede comparar con el as-fódelo de los antiguos), tal interpretaciónparece acercarse a una comprensión másprofunda y más sutil de la naturaleza.

En tiempos de la antigüedad, Dioniso, alque se le celebraba en los misterios, era larepresentación de la multiplicidad de la vi-da, y se manifestaba como la diversidad deelementos y de especies de la naturalezaque nos rodea. Ese mismo Dioniso es, se-gún la doctrina secreta de los egipcios, diosnacido de dios, y, su sitio al lado del tronode Zeus y del poder del padre son sus atri-butos. En los misterios órficos, es inclusoconsiderado como el dios de los dioses.Ese dios hecho carne –segunda persona dela divinidad de los hindúes, soberano eter-no reinante sobre todas las cosas, y porello, igualmente señor de los destinos delos egipcios–, es el primero de los profetas(habla pues la lengua del destino), y deno-minado en otros lugares como el verbo queemana de Dios. La naturaleza que nos ro-dea con toda la variedad de sus elementosy de sus formas, aparece aquí como un ver-bo, una revelación de Dios al hombre, re-velación en la que las cartas (ya que en es-

ta región todo posee vida y realidad) sonseres vivos y de fuerzas movedizas. Así, lanaturaleza es el prototipo de esta lenguametafórica en la que la divinidad se ha re-velado desde siempre a sus profetas y a lasalmas consagradas a Dios, esta lengua queencontramos en toda la revelación escrita ydonde el alma, de la cual ella es la lenguamatriz y natural, habla en sueños así comoen esos estados vecinos de la inspiraciónpoética de la exaltación pítica. Semejantecomunidad entre la lengua de nuestro almay la del principio creador supremo nos ha-ce concluir en otra concordancia más pro-funda entre ellas. El mismo principio, en elque se encuentra incluida la totalidad de lanaturaleza que nos rodea, manifiesta igual-mente su actividad en nosotros durante lacreación de este mundo hecho de imágenesoníricas y de imágenes de la naturaleza,aunque la manifestación de dicha actividadno sea, en nuestro estado actual, más queuna ocupación muy inferior del alma.

Los elementos que hemos hallado en ellenguaje del sueño, es decir, ese tono iróni-co, esa extraña asociación de ideas y ese es-píritu de adivinación, los encontramosigualmente de una manera muy notable enel prototipo del mundo onírico, es decir, enla naturaleza. De hecho, la naturaleza pare-ce encontrarse en concordancia con el poetaescondido en nosotros y burlarse con él denuestra miserable alegría y de nuestra felizmiseria, unas veces riéndose de nosotros enel fondo de las tumbas, otras veces hacien-do escuchar sus quejas fúnebres cerca de loslechos nupciales. Mezcla, así, de maneramuy extraña, lamento y placer, alegría ytristeza, y nos recuerda la música de Ceilándonde los bailables, extraordinariamentealegres, son cantados por una voz profunda-mente desgarradora y quejumbrosa.

Es el momento de amores y de gozo

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cuando el ruiseñor hace escuchar con el ma-yor fervor su canto lastimero dedicado a larosa que florece sobre las tumbas, segúnuna expresión poética. Todos los himnosalegres de la naturaleza tienen el modo me-nor de la lamentación, mientras que a la in-versa, el insecto efímero festeja su unión elmismo día de su muerte. Muerte y matrimo-nio, matrimonio y muerte son tan próximosen la asociación de ideas de la naturalezacomo en la del sueño: lo uno, a menudoparece significar lo otro, o bien nombrarlo oincluso suponer su existencia; a menudo,aparecen en el lenguaje de la naturaleza co-mo dos palabras sinónimas, intercambiablesen cada ocasión. La generación y la disolu-ción última de los cuerpos están, como yahemos resaltado en otra parte, directamenteemparentadas y son similares en toda la na-turaleza, lo mismo desde el punto de vistade los fenómenos que desde el de los pro-ductos que de ellos resultan. Fósforo es es-trella de la mañana y estrella de la noche,llama del matrimonio y de la muerte, ymientras que una parte de la noria, siempreen movimiento, se eleva hacia una nuevaprocreación, la otra desciende en la mismarelación. Sufrimiento y alegría, alegría y su-frimiento son, igualmente, parientes próxi-mos; el hijo de la felicidad es parido en eldolor, en el grado supremo del displacer ydel dolor físico sucede (incluso en el estadode debilidad y de muerte aparente) la ale-gría más viva; e, inversamente, el placersensual es generador de sufrimiento.

La Antigüedad parece haber comprendi-do bien este extraño parentesco erigiendoun falo o su símbolo gigantesco –la pirámi-de–, sobre sus tumbas en señal de alimentofúnebre o bien, durante la fiesta secreta dela divinidad de la muerte, llevando solem-nemente un falo, aunque ese sacrificio delinstrumento del placer sensual no haya sido

más que la expresión un poco tosca de unacomprensión más profunda de la naturale-za. En el bello entorno de las ceremonias delos lamentos fúnebres, los misterios retum-ban, como en una tragedia de Shakespeare,las risas referentes a Baubo y a Baco. Du-rante las festividades impregnadas de gra-cia y de alegría, a menudo se sentía atrave-sar un sentimiento de gravedad y de trage-dia.

Este humor de la naturaleza tambiénacostumbra unir íntimamente el amor y elodio en el mundo sensible de la forma másdiversa. Los dos están tan próximos el unodel otro que no se les puede distinguir, en-tre ciertos seres del mundo animal porejemplo, el cual ha nacido de esos dosprincipios. La fiesta del amor comienza enmuchos animales por medio de combatesde machos, mediante una exasperaciónsangrienta; un odio terrible y una simpatíafrenética son resultado de la misma fuen-te, y a menudo –cuando por ejemplo elmacho acaba por destrozar y devorar conuna furia desacostumbrada a la hembra dela que durante mucho tiempo se había es-forzado por obtener sus favores o cuandola hembra de algunos de los insectos matay despedaza a su macho, justo después delapareamiento–, la atracción sexual no apa-rece sino como un odio espantoso tenien-do forzada la máscara del amor, y a la in-versa.

3. El poeta escondido

El poeta escondido en nosotros, cuyasmanifestaciones están irónicamente en con-tradicción permanente con las concepcio-nes y las inclinaciones que día a día inter-vienen en nuestra vida material, demuestra,por ello, su parentesco íntimo con una par-

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te oscura de la naturaleza humana, laconsciencia. Una concepción superficialdefendida por la generación de pensadoresahora desaparecida o a punto de desapare-cer ha infravalorado y rechazado de maneraradical esta oscura aptitud inherente a lanaturaleza humana, con la que se sentía encontradicción categórica. Incluso en un sis-tema ético inverso, el hombre no puedeaprender a reconocer lo que es bueno y loque es malo sino mediante la educación; yes ésta únicamente la que puede impregnar-lo del temor de Dios. Este temor inculcadoal hombre pasa por ser lo que llamamos laconsciencia, y la educación de ésta tendríapor finalidad proporcionársela.

Por supuesto, la consciencia puede sercomparada con el sentimiento de bienestaro de malestar gracias al hecho de que, co-mo éste, la consciencia es susceptible demadurar o de debilitarse. Pues, de la mismamanera que el que ha disfrutado de un gra-do superior de bienestar moral es sensibleal mínimo malestar, mientras que el quenunca ha experimentado el sentimiento detener una salud robusta o quien se ha habi-tuado poco a poco a su estado enfermizo,finalmente toma éste por la salud, un gozomás frecuente del bienestar moral nos vuel-ve sensibles a todo sentimiento contrario.Entramos en la vida no como seres de bue-na salud sino como enfermos que pueden ydeben curarse; y el universo, con todos susremedios y sus medios de regeneración, pa-rece un establecimiento para convalecien-tes. Desde esta óptica, no llegamos al senti-miento del bienestar total más que despuésde la curación, no nacemos con ésta, y al-gunos pueblos enteros, prisioneros de unerror secular, parecen, en la práctica, no sa-ber discernir lo que es bueno de lo que esmalo, y se vuelven insensibles en el estadode parálisis moral en el que se hallan. Sin

embargo, la confirmación de ese razona-miento superficial sobre la consciencia queparece recibir aquí no es más que aparente,y todos los seres humanos llevan más o me-nos claramente en ellos el recuerdo de sunaturaleza espiritual, antaño próspera.

Hecha abstracción de esta imagen, laconsciencia no es otra cosa que el órganodel lenguaje primigenio del espíritu huma-no, el órgano del lenguaje divino. Y éste esuna parte de la naturaleza divina en sí mis-ma, es ese fulgor de la vida superior la quehace del hombre la imagen de la divinidady establece su parentesco con ella. Repre-senta la particularidad más característica dela naturaleza humana: la consciencia nos esinnata. Es ese mismo instrumento que semanifiesta bajo los rasgos del poeta escon-dido el que produce nuestros sueños, en lainspiración poética o en la exaltación de laregión poética superior.

Si la consciencia ha sido, en su origen,el órgano humano por el que se expresabala voz de Dios, y esta misma voz, se ha ale-jado fuertemente de su primer destino, des-de la gran confusión de lenguas, nuestroórgano espiritual ha sido utilizado a menu-do por una voz totalmente opuesta a la deDios, una voz que abusa de la manera másespantosa. Por ello, no sólo en el sueño, enel que ya se ha deplorado la naturaleza nodivina en las antiguas confesiones (porejemplo, en las de san Agustín), sino igual-mente en la exaltación pítica y en el fana-tismo existente también tanto en el ateocomo en el supersticioso, percibimos, gra-cias a tal instrumento, un lenguaje espiri-tual que utiliza, en ocasiones, las mismaspalabras que el lenguaje original, pero uti-lizado en un sentido muy diferente y confines completamente opuestos. Sin embar-go, la consciencia permanece por siemprecomo esa región del sentimiento –oscura,

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en nuestra actual existencia–, sobre la queo en la que reaccionan todas las influenciasde un mundo espiritual superior o inferior,bueno o malo, y a través de la cual se ex-presan todas las fuerzas de una vida ante-rior y futura.

En esta ambigüedad se manifiesta pordoquier nuestra aptitud espiritual; de modoque no existe ninguna época, ninguna na-ción donde no se haya destacado este órga-no, por más que se le hubiese rebajado a lasdisonancias más chillonas, que no seríanmás que sonidos aislados de la voz superioropuesta.

Antaño, un hombre en la Antigüedad co-nocido con el nombre de Pablo el Simple,agotado y herido por los malos tratos que lehabían impuesto los hombres, se refugió encasa del patriarca Antonio. Teniendo nece-sidad de comida y de educación, pidió alpatriarca aceptarlo de buen grado comoaprendiz, cerca de él. Antonio enseguida sedio cuenta del espíritu limitado de estehombre, con una aptitud muy particular pa-ra la obediencia humilde y ciega, y sometiómuy pronto a éste para una ruda prueba.Ordenó al nuevo discípulo llevar agua enrecipientes perforados, trenzar cestas y des-trenzarlas, cortar ropas y volver a coserlas,llevar sin ninguna utilidad piedras de un si-tio para otro; éste realizó ciegamente las ór-denes del padre, con una obediencia silen-ciosa y grave. Así, por medio del ejercicioaparentemente exclusivo de una aptitudaislada, Antonio condujo esta naturaleza li-mitada al grado supremo de la realizaciónque se le ha dado a un ser humano para al-canzar algún objetivo; cuando Pablo huboperfectamente aprendido sacrificar su pro-pia voluntad, a una voluntad superior y de-dicarse completamente a ésta, esta inocentefacultad se convirtió en el órgano del espí-ritu divino, un órgano que ocultaba una ca-

pacidad ilimitada haciendo estallar lasfronteras comunes de la naturaleza huma-na. Pablo el Simple se convirtió en hacedorde milagros.

De la misma manera, el Señor supremode nuestra especie parece igualmente obli-gar a los pueblos durante siglos enteros avivir en un círculo muy reducido de virtu-des y conservar abierto al menos de un ladoel acceso a la región, por lo demás diversa-mente profanada y mancillada, de sus incli-naciones y de sus acciones. De modo que lavoz de Dios, esta ley superior al hombre,no es del todo imperceptible para nadie;aunque los elementos que determinen talcomunicación sean muy diferentes de losque rigen nuestros sistemas morales.

Ese órgano espiritual propio del hombrerepresenta, por su ambigüedad, al genio be-néfico y el maléfico que le acompañan ensu vida; y, según haya prestado más aten-ción a uno o al otro, le conducirá hacia unameta feliz o infeliz. El genio bueno (socrá-tico) despierta en el alma la nostalgia delbien y, al principio, la castiga con indulgen-cia; pero cuanto más atenta está a sus mani-festaciones más severamente la castiga portoda acción, toda palabra, todo pensamien-to que la conduciría a alejarse del fin bus-cado. Dicho genio tiene un carácter proféti-co, y quien sabe cómo conducir su vida in-terior habrá advertido cuántas veces nospreviene contra las influencias y las ocasio-nes tras las cuales el mal acecha por la es-palda; nos preserva de éste gracias a su po-der de orden superior. De modo que pode-mos no tener conciencia alguna ni siquieratener la menor intención perniciosa y sinembargo, presentir, con la proximidad deun peligro desconocido, una inquietud, unaangustia, como si acabásemos de cometeruna mala acción. El genio socrático nos po-ne igualmente en guardia contra otros peli-

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gros, por ejemplo, contra los peligros físi-cos. Tomemos el caso de ese sacerdote quesale de su casa para acercarse al monte ro-coso cercano a su casa y aprovechar la be-lla vista que le ofrece. En el camino, unavoz interior le dice: «¿Qué haces tú aquí?¿Es la vocación superior la que te guía ouna vana curiosidad? ¿Es bueno subir tanalto?». Se detiene, deja el camino, se sitúabajo una pared rocosa, reflexiona; y mien-tras está todavía meditando, una piedraque, sin tal advertencia, le hubiera aplasta-do de modo inevitable, cae brutalmente so-bre el estrecho sendero que acaba de dejar.

De esta profética manera, el genio be-nigno nos induce a intervenir, por una espe-cie de poder superior, en situaciones dondepodemos realizar una buena acción: sacapartido, pues, de la inquietud y de la angus-tia que conocemos como movimientos dela consciencia. La noche ya está bastanteavanzada y, entonces, tras desvestirse, elrespetable Johann Dod fue poseído por unairresistible inquietud que le impulsó a visi-tar a su amigo que vivía a una legua de allí.Todos sus esfuerzos por razonar, por en-contrar objeciones a la llamada de esta in-quietud interior fueron vanas; tuvo que po-nerse en camino. Encontró a su amigo en ladesesperación, luchando contra una pro-funda angustia moral y preparado para sui-cidarse, le hizo cargar el arma para liberar-lo para siempre de esa angustia. Citemostambién el ejemplo de ese funcionario que,por una noche donde la lluvia y la tormentabramaban, no conseguía conciliar el sueñoen su cama; se esforzaba en vano en calmarcon toda la razón de que era capaz la an-gustia interior que le empujaba a salir a sujardín y marcharse al campo. Finalmente,tuvo que salir y tuvo así la ocasión de ayu-dar a un muchacho que pedía socorro vana-mente para salvar a su padre de la muerte.

Es igualmente el caso de esa persona cuyaangustia interior le obliga a montar en sillapara llegar al destino de su cabalgada, parasalvar a varias personas.

El genio maligno reacciona de forma se-mejante, pero con intenciones y con finescompletamente opuestos. Excita en el almala inclinación hacia el mal y despierta laconcupiscencia simulando goces pasados ofuturos. Nos empuja, imperceptiblemente,desde el principio además, poco a poco y amedida que la atención que le damos crece,con más violencia, para pasar de pensa-mientos y palabras, a actos nefastos; con-tradice la voz del bien que está dentro denosotros. El genio maligno tiene igualmen-te un carácter profético, y lo tiene de unamanera tan notable como el genio benigno.En las biografías de los más célebres crimi-nales, encontramos múltiples huellas de eseespíritu que evita y aborrece toda ocasiónpara hacer el hielo para despertar la voz delbien. El Ángel del Mal anuncia con tantacerteza al que desespera de la muerte próxi-ma u otras cosas que parecen más aleato-rias. La famosa poseída de Loudun que, porsus dones proféticos, puso en apuros a losmédicos y a los filósofos instruidos de suépoca, y cuyos hechos y hazañas cuentaJean Bodin, reveló a un asesino blasfemoque la interrogaba los secretos y pensa-mientos íntimos que ocultaba el corazón deéste y horrorizó a otras personas de la mis-ma manera. El Ángel del Mal actúa con elmismo poder profético irresistible que utili-za el Ángel del Bien para facilitar las oca-siones de hacer el bien pero aquél conducea situaciones opuestas. Asesinos desgracia-dos o gente similar que fracasaron en susuicidio a menudo cuentan cómo fueronarrastrados con una violencia irresistiblehacia los instrumentos y circunstancias quefavorecían la muerte.

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Volvemos a encontrar esta oscura apti-tud del hombre, sobre todo en su ambigüe-dad, en su carácter a la vez bueno y malo.Erróneamente entendemos siempre porconsciencia solamente los buenos movi-mientos de esta aptitud: las angustias de laconsciencia a veces se manifiestan tambiénbajo un aspecto pernicioso más que favora-ble. Por ejemplo, Bunyan fue torturado du-rante años por una profunda angustia morala propósito de una palabra que le vino in-voluntariamente a la mente, se fijó en supensamiento y ni siquiera fue pronunciadapor su boca. Desde entonces, le pareció queninguna piedad ni ayuda alguna eran posi-bles. Irrevocablemente perdido, podía en-tregarse tanto al vértigo de los sentidos co-mo a la desesperación más extrema. Cual-quier vía de consuelo espiritual y todas lasocasiones de recogimiento le parecían unaburla, una blasfemia que no hicieron másque acrecentar su falta. La desesperación, amenudo, le condujo a los confines del sui-cidio o a otros graves extremos. En otroscasos, el genio maléfico toma la forma delbenéfico, del principio que castiga al Mal yse venga de sus ofensas, adopta el aspectode Ángel del Bien y vuelve con tanta másseguridad al alma que desespera, sorda alos acentos de todo auxilio, de todo amor yde toda paz espiritual. En una dialéctica ad-mirable, sabe reducir a la nada todos los ar-gumentos contrarios todas las amonestacio-nes emitidas por la voz del bien; esta dia-léctica aparece además en repetidasocasiones como una invención del geniomaligno en la que el bueno no tiene nadaque hacer. Los excesos de la pretendida lo-cura religiosa y del fanatismo han de atri-buirse al genio maligno. La máscara apa-rentemente religiosa es una de las formashabituales bajo las cuales se manifiesta ygracias a las que demasiado a menudo ridi-

culiza y convierte sospechosas las manifes-taciones del genio benigno.

Este lenguaje hecho de imágenes y deformas de las que se sirve el órgano espiri-tual en el sueño, en la inspiración poética yen la exaltación pítica, lo encontramos unavez más en sus primeras y directas manifes-taciones bajo la forma de consciencia: in-cluso el mundo de las Furias aborda con elhombre de forma terriblemente evidente eselenguaje espiritual. No hace falta presentartambién un cierto carácter de comprensiónuniversal ya citado. La imagen del asesina-to, del que en cierto pintor era el autor, bus-caba ésta y la encontraba en todo lugar; ensueños y en el estado de vigilia, le mirabacon gravedad terrorífica y muda; cuandofue pintado por éste, toda persona que le mi-raba sentía, sin saber nada de la motivacióndel pintor, un sentimiento de inquietud, deangustia y de horror. Y sin embargo, era elretrato de un hombre de edad media, guapo,bien vestido, de mirada algo severa. A esterespecto, se conoce bien el efecto producidosobre la gente por los sonidos y las palabras,efecto que fue extensamente explotado porla melancolía religiosa.

A menudo, la imagen de una acción o deun detalle obsesivo de éste acompaña a losasesinos durante años como una Furia tor-turadora: muchos han contado cómo los la-mentos de la víctima, la imagen del lugaren el que ha ocurrido la acción, la sangreque creían ver permanentemente en susmanos o el lugar donde fue vertida, no lesdejaba ni de noche ni de día; tales elemen-tos les persiguieron hasta la hora de sumuerte o hasta el momento en el que muda-ron de actitud. De igual forma, imágenes ysensaciones unidas a momentos de alegríaacompañan al alma, como un ángel protec-tor, durante toda la vida, y se convierten enguía para su regreso a origen superior. En

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un individuo que había zozobrado en todoslos vicios, que se había entregado por diver-sión a todas las pasiones, subsistía desde suinfancia el recuerdo de un único buen movi-miento, una sola lágrima que el consejo deun buen padre había suscitado en él. Este re-cuerdo no quería borrarse nunca, a pesar detoda la dialéctica del vicio que se había ins-taurado en su alma, y se convirtió, por elque se había perdido, en su guía recondu-ciéndole a la verdad que había abandonado.En otro sujeto, el efecto fue el de una acciónreligiosa, que en todos sus profundos desli-ces, no le dejó jamás y le condujo finalmen-te al conocimiento superior.

En ese lenguaje hecho de imágenes y deformas propio del espíritu humano, se pre-sentan a menudo voces diversas al alma ba-jo la apariencia de seres particulares e inde-pendientes; el buen o el mal genio a vecesse presenta al alma bajo una forma tangi-ble; no vamos a volver a recordar aquí to-dos los casos y fenómenos extraños en losque el individuo se ve a sí mismo. El predi-cador holandés Evert Luyksen que, por fal-ta de reflexión, quiso abandonar sus peno-sas funciones, percibió las objeciones y losreproches que le dirigía su conscienciapresentándosela bajo las características deun extraño de aspecto singular. De la mis-ma manera, el genio del bien se le hizo visi-ble a Camerario (el amigo de Mélanchton).Una gran parte de las imágenes oníricasque forman un singular contraste con nues-tras inclinaciones y nuestras ideas de la vi-da cotidiana parecen ser el producto del ge-nio que nos protege.

El mencionado carácter de oposición almundo cotidiano –con el que se encuentrairónicamente en contradicción– es tambiénmuy sensible en las manifestaciones direc-tas del órgano que es la fuente misma deese contraste. Los profetas, que por sus opi-

niones y sus actos entraban constantementeen violenta contradicción con su época ysus contemporáneos representaban en reali-dad la conciencia de los pueblos. Ciertasindividualidades dotadas del don de la pro-fecía se nos aparecen, en la época moderna,como la conciencia de su pueblo y de sutiempo. El reformador escocés que predicecon seguridad y lucidez los hechos másinesperados, que nadie sospechaba en ab-soluto, a menudo, tenía la costumbre deanunciar –como la voz que se eleva ennuestra conciencia–, el declive del viciomás ciego e insolente, o bien castigar lamaldad más secreta y de desvelar los obje-tivos más íntimos. En una época muy pró-xima a la nuestra, el extraño Manizius nosproporciona un ejemplo análogo. Hombresde este género eran, pues, diferentes a laimagen que la opinión popular tenía deellos y concedían, por su parte, poco interésa las ocupaciones y a las inclinaciones de lavida cotidiana.

En virtud de ese contraste natural, laasociación de ideas del órgano moral no esotro que el del pensamiento despierto, in-cluso radicalmente opuesto a éste. La vozde la conciencia no se deja cuestionar oahogar por ningún razonamiento, tan lógi-co y sensato como sea. Aunque a menudocontradictoria y atenuada, se mantieneconstantemente audible incluso en perso-nas que consideran la conciencia como uneco de viejos prejuicios arraigados por laeducación. Se ha comparado el efecto queproduce la Verdad sobre el alma de los quela perciben como el de un miasma que seapodera irresistiblemente de todos los queentran en su radio de acción. Ningún pen-samiento razonable, ningún interés exte-rior, ni siquiera los lazos sociales ni las in-clinaciones sensuales, ninguna resistenciaviolenta, ni la amenaza ni el peligro, son

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capaces de retener en el círculo de sus ocu-paciones cotidianas un alma que ha sidotocado por el poder contagioso de la Ver-dad.

La consciencia se nos aparece como lamadre de todas las contradicciones denuestra naturaleza ya evocadas. Es esteaguijón que, en medio de los placeres delmundo sensible o en la satisfacción denuestras inclinaciones sensuales, nos impi-de encontrar la satisfacción o la paz; ade-más, interrumpe constantemente nuestroreposo espiritual y nos exhorta a continuarla lucha, incluso cuando el fin parece alcan-zado. Una de las dos caras del Jano denuestra doble naturaleza parece reír cuandola otra llora, o bien dormitar y no expresar-se más que en el sueño mientras que la otraes la más nítida y habla más alto.

Cuando nuestro ser externo se entregalibre y alegremente a todos los placeres,una voz que expresa una aversión interiory con una profunda tristeza acaba por tur-bar nuestra embriaguez ¿Quién no ha teni-do la experiencia, en el transcurso de unainfancia feliz y apacible, de brote de unsentimiento de vacuidad hasta aquí desco-nocido y de una melancolía irresistible, delágrimas sin razón tras horas pasadas enjugar libre y alegremente? ¿Quién no sabecómo esta melancolía nos sorprende enmedio de la alegría más vivaz? Por otro la-do, nuestro ser interior nos hace percibir,entre lágrimas y tristeza, los acentos deuna alegría que, cuando le prestamos aten-ción, nos hacen olvidar rápidamente nues-tro dolor: el Fénix exulta en las llamas quelo consumen.

Cuanto más triunfa el ser exterior conuna robusta energía, más se refugia y se de-bilita el ser interior en el mundo de los sen-timientos oscuros y del sueño. Por el con-trario, cuanto más vigoroso se hace el hom-

bre interior, más se debilita el hombre exte-rior. ¡Aquí tenemos el ejemplo de una ex-periencia demasiado antigua! Lo que éstemás desea no es de ninguna utilidad para elotro; lo que el primero reclama es un vene-no para el segundo. Los dos aspectos de es-ta pareja extraña reivindican su lugar en laexistencia, y ninguna está dispuesta a ce-derla al otro; el uno tira la yunta de un lado,el segundo del otro lado, y el hombre oscilaentre el infortunio y la felicidad agobiadopor ambas partes y a menudo descuartizadopor este enganche nada dócil. Inevitable-mente, cuando favorece a uno se atrae lahostilidad del otro.

¿Cuándo cesará esa eterna contradic-ción? ¿El monstruoso nacimiento de un serdoble –en el que una parte es una carga parael otro– concluirá con la muerte efectiva deuno de ellos, o bien, arrastraremos de otrolado esa ridícula ambigüedad visceral? ¿Nonos desembarazaremos, allá abajo, de esemonstruo que hace retumbar sus insolentesrisas ante el altar sagrado de nuestras mejo-res resoluciones o cerca del féretro de nues-tros queridos desaparecidos, y cuyas risasburlonas y ardientes se inmiscuyen hasta ennuestras alegrías más profundas? ¿Quién hatenido la gracia extraña de mofarse de nues-tra pobre naturaleza como se juega a sermo-near en camisón y cuando, para acompañarlas palabras de un predicador manco, otrapersona escondida bajo su vestimenta hacegestos de tristeza cuando éste habla de ale-gría, hace gestos de alegría cuando pronun-cia palabras tristes, o bien realiza movi-mientos de inquietud y de nerviosismocuando el orador habla muy sosegadamen-te, y ofrece movimientos calmados cuandosus palabras son las más ardientes?

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* G. H. Schubert (1780-1860), discípulo de Sche-lling e influyente filósofo de la naturaleza como éste,fue considerado como un genial psicólogo por suscontemporáneos, alcanzando considerable eco en la li-teratura –entendida aún en un sentido amplio– de sutiempo. Médico y soñador, fue uno de quienes elabo-raron la nueva «fisiología especulativa» del romanti-cismo, teñida de una religiosidad muy alemana. Dehecho Schubert es el autor de un famoso libro sobre elsimbolismo de los sueños, Die Symbolik des Traumes,1814, cuyos primeros capítulos están sintetizados enlos párrafos torrenciales antes reproducidos y que tuvoun eco similar a El alma del mundo de Schelling.Otras obras suyas, como la Historia del alma, de1830, constituyen también síntesis antropológicas,unas veces excesivas (rozando a menudo la supersti-ción y la omnipotencia), otras con páginas valiosasgracias a la fuerza evidente de su expresión, que enla-za con Paracelso y con Boehme.

Schubert se aproxima al mundo de la oscuridadcon unas impurezas teóricas hoy extrañas, pero Freudle recuerda abiertamente al comienzo de su carrera. En

los preliminares de su Interpretación de los sueñossubraya que una de las orientaciones seguidas en el es-tudio de los sueños, que «ha conservado como un ecode la antigua valoración de este fenómeno», suponeque «la base de la vida onírica es un estado especial dela actividad psíquica», superior al normal. Es, dice, la«opinión de Schubert, según el cual el sueño sería laliberación del espíritu del poder de la naturaleza exte-rior, un desligamiento del alma de las cadenas de lamateria». Esta perspectiva, tan criticada por el positi-vismo que le precedió, es el punto de arranque de lainicial reflexión freudiana, entre 1895 y 1899. Aunquesu obra nunca haya sido publicada en España, sí es re-cordada en otros países, pues el lenguaje de Schubertrefleja todo el conflicto contemporáneo en su estadomás bruto: primacía de la función simbólica, recono-cimiento de la fuerza del delirio, desmembración deconocimientos y de sensaciones, primacía casi absolu-ta del destino individual, busca de un territorio consi-derado como originario, entrecruce del bien y el mal;en fin, extrañamiento, tristeza y vértigo. (Consejo deRedacción, M. J.).

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