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GRANDES INVERSIONES EN TERRITORIOS INDIGENAS Colombia: dos casos de estudio Margarita Flórez A. Héctor-León Moncayo S. Instituto Latinoamericano para una Sociedad y un Derecho alternativos, ILSA Bogotá, Octubre de 2011 (Primera versión)

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GRANDES INVERSIONES EN TERRITORIOS INDIGENAS Colombia: dos casos de estudio

Margarita Flórez A.

Héctor-León Moncayo S.

Instituto Latinoamericano para una Sociedad y un Derecho alternativos, ILSA

Bogotá, Octubre de 2011

(Primera versión)

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GRANDES INVERSIONES EN TERRITORIOS INDIGENAS Colombia: dos casos de estudio

I. ASPECTOS GENERALES 1. Marco normativo sobre pueblos indígenas y territorios 1.1. Fundamentos normativos internacionales sobre los pueblos indígenas, el territorio, y

de los recursos naturales renovables y no renovables 1.1.1. Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. Ley 21 de 1.991 1.1.2 Disposiciones constitucionales sobre pueblos indígenas, territorio y recursos

naturales 1.1.3 Bloque de Constitucionalidad

1.2. Fundamentos normativos nacionales sobre los pueblos indígenas, el territorio, y los

recursos naturales 1.2.1 Leyes sobre territorios, recursos naturales 1.2.2 Normas nacionales sobre recursos naturales

2. Política y normatividad sobre inversiones

2.1. Antecedentes 2.1.1. El punto de partida. 2.1.2. Los nuevos compromisos internacionales. Reforma Constitucional 2.2. El Régimen general de inversiones de capital del exterior

2.3. Panorama normativo actual

2.4. La política especial en materia de hidrocarburos y minería. 2.4.1. Política y normatividad petrolera. 2.4.2. Política y normatividad en la Minería. 2.4.2.1. La primera reforma: Ley 685 2.4.2.2. La reforma pendiente: Ley 1382 2.4.3. Pueblos indígenas y recursos naturales no renovables

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II. EL CASO DE LA INVERSIÓN PETROLERA 1. El contexto. 2. Colombia: política y legislación en el periodo. 3. Características principales de la explotación petrolera en el Putumayo 3.1. El inicio de la explotación. 3.2. Tierras, concesiones, adjudicaciones 3.3. Demanda y condiciones de trabajo. 4. Dinámica del poblamiento del Putumayo. 4.1. Migración y urbanización. 4.2. Colonización anterior y asociada. 5. Los Pueblos indígenas afectados

5.1. Caracterización y ubicación.

5.2. Formas y relaciones de producción

5.3 Los impactos de la explotación petrolera.

a. El impacto directo. b. Los impactos indirectos c. el medio ambiente

6. Evolución y conclusión

III. LA CARRETERA PASTO-MOCOA 1. El contexto

2. El proyecto: la implementación de la IIRSA en Colombia 3. Las objeciones

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4. Los pueblos indígenas afectados 4.1. Caracterización y ubicación

4.2. Formas y relaciones de producción 5. Las respuestas al avance del Proyecto

5.1. Los fundamentos jurídicos 5.2. Acción jurídica 5.3. La movilización y otras acciones directas 6. Evolución y conclusiones

IV. ANALISIS COMPARATIVO 1. Aspectos generales de la comparación

2. Las grandes inversiones, pasado y futuro

3. El doble carácter del terreno jurídico 4. Las transformaciones socioeconómicas 5. Convivencia, adaptación y gobernanza

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La región que vamos a considerar en este estudio forma parte de la Amazonia

occidental, en el sur de Colombia, en límites con Ecuador y Perú. Se trata, más exactamente, de la porción que abarca el piedemonte andino amazónico y desciende a la llanura propiamente amazónica caracterizada como selva húmeda tropical. Esta última se extiende más al sur y al oriente del país hacia la frontera con Brasil, pero nos vamos a limitar al territorio que, de acuerdo con la división político administrativa, corresponde al Departamento del Putumayo excluyendo, por lo tanto, hacia el suroriente el departamento que se denomina propiamente Amazonas, pero también, hacia el nororiente, el de Caquetá que puede considerarse igualmente andino-amazónico.

Significa, en consecuencia, que al occidente tenemos la gran cordillera de los andes, en

la parte del sur de Colombia donde se divide en tres brazos, separando la región en consideración del andén pacífico y la costa sobre la que se encuentra el puerto de Tumaco, todo ello en jurisdicción del Departamento de Nariño cuya capital es la ciudad de Pasto sobre la cordillera. Es esta condición, que significa estar a la sombra de una estratégica estrella hidrográfica, la que le imprime sus características específicas a esta región ubicada entre los ríos Putumayo y Caquetá, importantes afluentes del Amazonas que descienden de los Andes. Por esta razón se suele dividir en tres subregiones: el alto Putumayo que hace parte de la cordillera oriental, constituido por una serie de terrrazas, serranías y terrenos levemente elevados, donde se destaca el Valle de Sibundoy y se ubica Mocoa, la capital del

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departamento; el medio Putumayo, entre el piedemonte y el área de desembocadura de varios afluentes en el río Putumayo como el San Miguel y el Guamuez, y el Bajo Putumayo, zona de llanura amazónica donde se encuentra Puerto Leguízamo, sobre el río Putumayo en el punto en que más se aproxima al rio Caquetá.

Precisamente en esta parte del bajo Putumayo, prácticamente donde se termina el

Departamento, se encuentra el Parque nacional natural de La Paya. Como es lógico, en una región como ésta, caracterizada por su extraordinaria biodiversidad y la fragilidad de sus ecosistemas, es de esperarse la existencia de numerosas áreas protegidas. De hecho, ya en 1959, mediante una ley, se había declarado toda la amazonia, así como la región del pacífico, como “reserva natural”. Sin embargo, la política y la administración tienen poco que ver con la lógica. Durante los años sesenta, y como respuesta a los efectos de la

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Violencia de los años anteriores, a su vez relacionada con la concentración de la propiedad de la tierra y la expulsión de la población campesina, se estimuló la colonización en estos territorios. Colonización que, como se sabe, sigue siempre indefectiblemente al emplazamiento de centros de explotación de recursos naturales y a la consiguiente apertura de vías de comunicación. La política, en realidad, siempre ha sido la misma, por acción o por omisión, configurando en la práctica un doble discurso. Esto tiene que ver mucho con la política seguida respecto a los pueblos indígenas, a quienes, desde hace un tiempo, se les viene considerando “protectores naturales”. Como se verá en el desarrollo de este trabajo, ni la atribución de esta virtud ni el reconocimiento jurídico de sus derechos a un territorio propio, han contribuido a la definición de un ordenamiento territorial acorde con las características sociales y ambientales de la región.

El ritmo de poblamiento ha sido pues acelerado, principalmente como resultado de la

inmigración. El Departamento, cuya extensión es de 24.875 km2, cuenta hoy con 237.197 habitantes aproximadamente (censo de 2005), cuando en 1951 apenas llegaba a 28.105, proceso en el que se destaca una notable urbanización. La participación de la población indígena en el total desciende vertiginosamente, dada su nula o negativa tasa de crecimiento, desde principios del siglo XX cuando era abrumadoramente mayoritaria hasta 1985 cuando se estimó, haciendo la salvedad de las imprecisiones de la clasificación estadística, en un poco más de seis por ciento. - Resalta, en números absolutos, el descenso entre 1918 y 1928 de más de 33.000 personas a sólo 8000 -. Desde entonces, como efecto de un fenómeno que tratará de explicarse en el curso de este trabajo y haciendo nuevamente la salvedad sobre la estadística, la dinámica parece haberse invertido. En el censo de 2005 dicha participación alcanza el 18.8%. En consecuencia, puede afirmarse sin lugar a dudas que se ha tratado de un acorralamiento de la población indígena; tal ha sido el verdadero reordenamiento territorial que ha corrido paralelo a un proceso innegable de destrucción ambiental. Ha sido más fuerte la dinámica de un modelo que, desde mediados del siglo XIX, ha sido esencialmente extractivista, con sus impactos colaterales de colonización, bajo el impulso no sólo de las oportunidades del mercado mundial sino de poderosos grupos de capital transnacional.

La mirada que tiene el país –sus elites, los medios de comunicación y hasta la

ciudadanía- sobre esta región, y en general sobre la amazonia y la Orinoquia, es también doble. De una parte se le considera lejana, aislada, desconectada de la vida y la economía nacional. Sus propios habitantes suelen quejarse del abandono y el olvido. De hecho, desde el punto de vista político y administrativo, el Putumayo formaba parte de los llamados “territorios nacionales” dependientes en un todo del ejecutivo central, en la forma de “Comisaría”. Incluso durante un lapso, en los años cincuenta, formó parte del Departamento de Nariño. Solamente con la Constitución promulgada en 1991 se le atribuyó la condición de Departamento, con la posibilidad de elegir no sólo los alcaldes de los municipios (actualmente 13) sino también su Gobernador. Pero, por otra parte, es posible

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afirmar, sin temor a equivocación, que ha estado vinculada con el mercado y la economía nacional aunque tal vez no plenamente, pero sí de manera muy estrecha con la economía mundial. No ha sido, pues, marginal. Es la característica de todo modelo extractivista. Desde el principio, ofreciendo su recurso más importante, la gente, la mano de obra para ser esclavizada, cuando se trataba del oro, hasta las diferentes bonanzas, primero la quina, luego el caucho, y luego el petróleo a principios de los años sesenta del siglo XX que es cuando comienza la historia que se va a referir en este trabajo. Finalmente la coca, transformada en materia prima para la droga que se consume, especialmente, en el centro del capitalismo desarrollado. Sin contar pieles, animales, madera y otros recursos naturales. Al mismo tiempo es claro, que esta región en particular, de piedemonte andino amazónico, ha sido, desde los comienzos de la República, un frente fundamental de colonización campesina y de construcción y articulación de mercado.

Esta visión de “selva lejana”, virgen y despoblada, que, como se ha dicho, se tiene sobre

la amazonia, se aplica también al Putumayo. Y tiene que ver mucho con las apreciaciones acerca de los pueblos indígenas que, reforzando dicha visión, se consideran asimismo “salvajes”. El estereotipo de pequeños grupos nómades, cazadores y recolectores, lo más parecido a una supervivencia de lo que se considera “el hombre primitivo”, influyó como se sabe, incluso en algunas corrientes antiguas de la antropología. La investigación arqueológica, por supuesto, ha refutado ampliamente estas supersticiones, hasta el punto que muchos consideran que estos grupos son superficialmente coincidentes con el estereotipo precisamente en la medida en que son ante todo sobrevivientes del largo genocidio perpetrado desde la conquista europea de América.

De ahí la dificultad que existe, pese a las apariencias, para establecer puntos y momentos

de “contacto”, como si después de la conquista se pudiera hablar de mundos absolutamente separados y, en el caso de nuestra indagación, para analizar los impactos sobre su realidad social y cultural provenientes de la economía y la “civilización” capitalistas, como si aquella hubiese permanecido sin modificación. Lo que se encuentra es una histórica interrelación violenta que obligó a todos estos pueblos a sucesivas alteraciones y transformaciones internas, desplazamientos territoriales de las comunidades, con dispersiones y concentraciones, y, en fin, a múltiples adaptaciones y resistencias. No es posible, por ejemplo, efectuar ningún análisis sin tomar en cuenta la prolongada presencia, opresiva y degradante, de las misiones Capuchinas de las primeras décadas del siglo XX.

La región del Putumayo ha estado asociada con cuatro etnias principalmente: Inga,

Kamsá (Kamëntsá), Siona y Kofán. Podría añadirse, pero ya hacia abajo de los ríos Putumayo y Caquetá, la etnia witoto, también ampliamente conocida. La visión de “salvajismo” que se ha tenido tradicionalmente de ellas contrasta apreciablemente con la que se tiene de los pueblos que han habitado la extensa región andina del país con los que ha convivido, desde la colonia, la sociedad mestiza o blanca o afrocolombiana. Sin

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embargo, gracias a la particularidad de esta región, junto con el Caquetá, de ser eje de colonización y de relación con prósperas economías extractivas, estas etnias siempre han estado presentes en el imaginario nacional. En particular, como fuente de una misteriosa y atractiva medicina tradicional, basada en el uso de plantas, que no hace mucho tiempo se consideraba “brujería” y hoy se celebra como terapéutica poderosa y alternativa. Es la paradoja: se les tiene cerca en la medida en que están lejos; forman parte de la civilización contemporánea en la medida en que desempeñan bien su papel de salvajes. Esto lo saben hasta los propios indígenas, despertando en ellos las más diversas reacciones, desde el altivo rechazo hasta la utilización de su saber como fuente de recursos monetarios. Son apenas representaciones que nutren el imaginario cotidiano pero que no dejan de marcar las relaciones entre estos pueblos y el conjunto de la sociedad. Relaciones que, por lo tanto, van más allá de las que plantea una existencia meramente “local” que es mirada desde afuera. Detrás de todo ello se encuentra una realidad bastante menos bucólica y una historia en la cual estos pueblos indígenas han pasado del puro sufrimiento indecible a diversas tentativas recientes de sistemática resistencia.

Ahora bien, a primera vista, la economía de la región parece haber dependido de sus

características físico-geográficas. En particular, de las posibilidades diferenciadas que brindan sus subregiones, teniendo en cuenta que, en general, se considera la llanura amazónica como de baja fertilidad. Es por eso, como se señaló anteriormente, que se acostumbra decir, sobre todo en la retórica política, que sólo las comunidades indígenas cuentan con formas de subsistencia y de reproducción social adaptadas a las condiciones del medio ambiente. No obstante, es innegable que la configuración económica ha resultado más bien del proceso de poblamiento del territorio que se mencionó antes. Así, se encuentra, en una primera impresión, que el alto Putumayo, especialmente el Valle de Sibundoy, tiene una vocación ganadera (de leche), aunque, dadas las condiciones de los suelos, no falta la agricultura campesina. No gratuitamente es la subregión de más antigua colonización. Se desprende de allí la dinámica urbana de Mocoa donde las actividades son principalmente la administración pública, el comercio, las finanzas y los servicios. En cambio la zona media podría decirse que es eminentemente agrícola. Y pesquera. No obstante, es allí donde se genera todo el impacto de la explotación petrolera que se va a analizar en este trabajo. De ahí se desprende el vertiginoso crecimiento de la ciudad de Puerto Asis y la creación del poblado de Orito. En el bajo Putumayo se puede identificar la clásica diferenciación que se hace entre los terrenos inundables llamados de Varzea y la tierra firme. Es el lugar más indicado para estudiar las especificidades de los sistemas de producción indígenas aunque tampoco ha estado a salvo de los procesos de colonización.

No obstante, la descripción económica general no quedaría completa si no se hace

alusión a la expansión de los cultivos de coca que se inicia a finales de los ochenta, en el momento en que Colombia deja de ser país procesador, transportador y comercializador para convertirse en productor de la hoja. El territorio del Putumayo llega, en un momento, a

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ser el responsable de más del 40% de la producción nacional, con una especial concentración en las porciones media y baja, sobre todo en la jurisdicción de Puerto Leguízamo. Los impactos socioeconómicos generales, y particularmente sobre los sistemas productivos de las comunidades indígenas, son evidentes, incluido un nuevo desplazamiento, a tal punto que podría decirse que es tal vez la catástrofe más importante que éstas han tenido que enfrentar en los últimos tiempos. Impactos que han estado acompañados de una extrema violencia.

Sea ésta la oportunidad para advertir que si en ninguna región y en ningún ámbito es

posible hacer una investigación sobre Colombia sin referirse a la guerra, en el caso del Putumayo es casi obligatorio. Aquí el prolongado conflicto armado, que tiene otros orígenes y otras explicaciones, se superpone, o mejor, se inserta en las disputas generadas por la pretensión de control territorial de las organizaciones criminales del narcotráfico. El proyecto paramilitar, con su secuela de masacres y de terror, va copando, poco a poco todo el territorio del Putumayo. Y se sabe, adicionalmente, que sirve también a los intereses de grandes empresas atraídas por la expectativa de fructíferos recursos naturales. Ha sido esta región, igualmente, un escenario fundamental del Plan Colombia, conocido proyecto militar que contó con el apoyo de los Estados Unidos. Es por eso que en este trabajo, si no se hace suficiente mención de este factor no es por su poca importancia sino más bien porque no es nuestro objeto de estudio y se considera un supuesto o mejor, un telón de fondo que recomendamos no olvidar.

Nuestro objetivo, en este trabajo, es el análisis, sobre la base de estudios existentes, de

dos casos de grandes inversiones en la región considerada y sus impactos sobre las comunidades indígenas de las diferentes etnias que han estado presentes allí. Interesa particularmente la transformación de sus lógicas de reproducción, la alteración de sus especificidades culturales y las rupturas en su dominio sobre el territorio, ya sea éste de facto o formalizado jurídicamente. Cabe anotar que en esta región dicha formalización –generalmente en la forma de resguardos- no es una condición previa, de tradición histórica como en otros lugares del país, sino un proceso que se ha venido dando en las últimas décadas. De ahí la importancia adicional que reviste este estudio ya que cubre un amplio período histórico. En efecto, el primer caso, de la explotación petrolera en el área de Orito, se remonta a los años sesenta, con efectos que se prolongan hasta nuestros días, mientras que el segundo, la anunciada inversión en un colosal proyecto de infraestructura de transporte, es completamente actual. Tiene la particularidad de haber suscitado ya una resistencia social - inclusive indígena- que se inspira en una evaluación de las experiencias pasadas. Además, dicha resistencia tiene en cuenta que este proyecto es apenas la base de un conjunto de nuevas inversiones en explotación de recursos naturales, lo cual obliga a reflexionar, entre otras cosas, sobre el significado y el porvenir del reciente proceso de delimitación de resguardos.

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I. ASPECTOS GENERALES

3. Marco normativo sobre pueblos indígenas y territorios

En el país la regulación sobre pueblos indígenas, y territorios abarca más de un siglo desde que se expidiera la ley de 1889. En los numerales siguientes destacamos aquellas disposiciones que regulan lo relativo al territorio y a las tierras indígenas y que provienen del marco internacional, y nacional, así como haremos citas de las principales jurisprudencia que en el caso colombiano, operan como un reforzamiento a las normas, o determinan bajo qué parámetro de interpretan las existentes.

1.2 Fundamentos normativos internacionales sobre los pueblos indígenas, el territorio, y

de los recursos naturales renovables y no renovables

3.1.1. Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. Ley 21 de 1.991

Con la ratificación del Convenio 169, el gobierno adquirió la responsabilidad de desarrollar acciones para proteger los derechos de los pueblos indígenas, la adopción de adoptar medidas especiales para salvaguardar los miembros de las comunidades, sus instituciones propias, sus tierras y territorio, y su derecho al medio ambiente sano. Y lo conmina a garantizar su participación en todos aquellos actos que puedan derivarse decisiones que les impacten en su integridad social y cultural. En lo que respecta a los pueblos indígenas además del contenido de regulaciones sobre derechos humanos, para el caso de este estudio nos interesa seguir lo dispuesto en la ley 21 de 1991por medio de la cual se ratifica el Convenio 169 de la OIT1 (Hasta ahora el país no ha firmado ni ratificado la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas).

• El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación

Colombiana (artículo 7).

                                                            1 Ley 21 de 1991: artículo 14:”Deberá reconocerse a los pueblos interesados el derecho de propiedad y de

posesión sobre las tierras que tradicionalmente ocupan. Además en los casos apropiados, deberán tomarse medidas para salvaguardar el derecho de los pueblos interesados a utilizar tierras que no estén exclusivamente ocupadas por ellos pero a las que hayan tenido tradicionalmente acceso para sus actividades tradicionales y de subsistencia (...) Los gobiernos deberán tomar medidas que sean necesarias para determinar las tierras que los pueblos interesados ocupan tradicionalmente y garantizar la protección efectiva de sus derechos de propiedad y posesión. Deberán instituirse procedimientos adecuados en el marco del sistema jurídico nacional para solucionar las reivindicaciones de tierras formuladas por los pueblos interesados”.

 

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• El artículo 2º, prescribe la obligación de los gobiernos a desarrollar junto con los pueblos “ una acción coordinada y sistemática” con miras a proteger los derechos de

dichos pueblos y a garantizar el respeto de su integridad. • Dichas medidas deben asegurar que los miembros de los pueblos gocen de los

derechos en igualdad de condiciones que los otros ciudadanos del país. • Que dichas medidas promuevan la plena efectividad de los derechos sociales,

económicos y culturales de esos pueblos, respetando s u identidad social y cultural, sus costumbres y tradiciones, y sus instituciones. Adicionalmente destacamos:

Respecto a las disposiciones relativas a tierras y territorios:

o El artículo 13, destaca la importancia que para los pueblos tienen las tierras por razones espirituales, y culturales. Y el carácter colectivo de la ocupación del territorio.

o El artículo 14 prescribe la obligación del gobierno al reconocimiento de los territorios colectivos a los pueblos, y a la toma de medidas para delimitar esas tierras con miras a garantizar su protección

Sobre los recursos naturales existentes en territorios colectivos:

o En el artículo 15, determina que la protección de los recursos naturales

comprende el derecho de los pueblos indígenas de participar en su utilización, administración, y conservación.

Sobre la consulta:

o Para el caso de que los recursos naturales no renovables pertenezcan a la

nación, como en el caso colombiano, establece la obligación de “consultar a los pueblos interesados, a fin de determinar si los intereses de esos pueblos serían perjudicados, y en qué medida, antes de emprender o autorizar cualquier programa de prospección o explotación de los recursos existentes en sus tierras. Los pueblos interesados deberán participar siempre que sea posible en los beneficios que reporten tales actividades, y percibir una indemnización equitativa por cualquier daño que puedan sufrir como resultado de esas actividades”.

o El artículo 6 señala que esta consulta debe hacerse por medio de

procedimientos apropiados, y a través de sus instituciones

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representativas en todos los casos de actuaciones administrativas, o expedición de actos legislativos.

o También conmina a los estados a establecer los medios para que la consulta pueda realizarse, y los pueblos puedan participar de manera plena, informada; proveer los recursos necesarios.

o Dichas consultas deben ser de buena fe, con la finalidad de llegar a

acuerdos, y lograr el consentimiento previo, libre e informado. Es decir no es un acto protocolario ni de trámite sino de fondo. 

 

Sobre el derecho al desarrollo:  

o Además los pueblos tienen el derecho a mantener y aplicar sus costumbres, el derecho consuetudinario e instituciones propias. (Art. 8.1 y 8.2)

o Derecho a decidir las prioridades de desarrollo si este afecta sus vidas,

creencias, instituciones, bienestar espiritual y las tierras que ocupan o utilizan. (Art. 7.1)

o Derecho a controlar su propio desarrollo(Art. 7.1) o Derecho a participar en la formulación, aplicación o evaluación de los

planes de desarrollo que los puedan afectar. (Art. 7.1) o Derecho a que las medidas que se adopten para salvaguardar las

personas, instituciones, bienes, trabajo, cultura y medio ambiente, estén de acuerdo con los deseos libremente expresados por los pueblos o comunidades. (Art. 4)

1.2.2 Disposiciones constitucionales sobre pueblos indígenas, territorio y recursos naturales

En el caso colombiano, la Constitución del 91 incorporó nuevos sujetos de derechos

como las comunidades negras y los pueblos indígenas, reconoció la especial protección hacia la diversidad cultural y étnica como base de la nacionalidad. La Corte constitucional por medio de sus fallos ha sido definitiva para fijar el alcance de los derechos económicos, sociales y culturales, así como de los derechos fundamentales. Otro de los logros de la Carta es la creación de la misma Corte Constitucional, de cuya labor ha resultado una constitucionalización del derecho colombiano, lo cual permite que el “ordenamiento

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jurídico en su conjunto se concibe en función de los valores, principios y, muy especialmente, de los derechos fundamentales establecidos en la nueva Carta Política”2. Más adelante en este aparte nos centraremos en un conjunto de interpretaciones de las normas constitucionales que permiten definir y delimitar los alcances de los reconocimientos que se han hecho sobre las comunidades negras, el medio ambiente, y la relación naturaleza – comunidades.

En 1991, a la fecha de la Asamblea Constituyente, existía un número importante de

normas jurídicas que paulatinamente habían incorporado los derechos indígenas. Colombia posee un marco jurídico que reconoce los derechos fundamentales de los pueblos indígenas como dos expresiones básicas: (i) la diversidad étnica y cultural de la nación colombiana, y (ii) la obligación del Estado y de las personas de proteger las riquezas culturales de la nación.

La diversidad étnica y cultural de la Nación se consagra en el artículo 7, cuando

establece -y se desarrolla en el artículo 70- que reconoce la igualdad y dignidad de todas las culturas que viven en el país. Asimismo en el art. 10, consagra la oficialidad de las lenguas y dialectos de los grupos étnicos en sus propios territorios, como expresiones de esta diversidad cultural.

En cuanto a disposiciones constitucionales que regulan aspectos medio ambientales,

culturales y/o patrimoniales, citamos la obligación del Estado y de las personas proteger las riquezas culturales y naturales de la Nación (artículo 8 C.N.). Y otra obligación del Estado sobre planificación del manejo y aprovechamiento de los recursos naturales, para garantizar su desarrollo sostenible, su conservación, restauración o sustitución (artículo 80).

En particular destacamos lo siguiente:

Identidad cultural asociada al territorio colectivo y a las prácticas tradicionales de producción

o Los pueblos indígenas constituyen una cultura propia al tenor de lo establecido (artículos 1°, 7°, 58 y 55 T) de la Carta Política.3 La Corte sostiene que la diversidad étnica y cultural de la nación está ligada con el reconocimiento integral del derecho territorial de los grupos étnicos a las tierras que tradicionalmente ocupan. Y que los únicos recursos excluidos son los no renovables, respetando leyes anteriores.

o La igualdad y dignidad de las diferentes culturas (art. 13 y 72)

                                                            2 Restrepo Saldarriaga Esteban, Entrevista a Eduardo Cifuentes Muñoz Foro Constitucional

Iberoamericano. Nº1/2003. 3 Sentencia 955/ 03. Punto 4.1

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o El derecho de las comunidades indígenas a una educación que respete su identidad cultural (art. 68).

Derecho a la participación Reconoce el derecho a la participación política de los pueblos indígenas, creando una circunscripción electoral para la elección de senadores y representantes (art.171 y 176),

A la participación económica de las entidades territoriales indígenas y/o de los resguardos en el Sistema General de Participación (art.356 modificado por el art. 2 del Acto legislativo 01 de 2001).

Derecho al territorio y a la propiedad colectiva

La Constitución Nacional reconoce el derecho al territorio y a la propiedad colectiva de

los resguardos, y declara que al igual que otros territorios colectivos, los de comunidades negras, y los parques nacionales están fuera del comercio y por lo tanto no son enajenables, embargable y ni prescriptibles (art 634). En términos generales las autoridades indígenas tienen competencia sobre los recursos naturales ubicados en su territorio, pueden adoptar reglamento de uso y planes de desarrollo para su aprovechamiento pero siempre consultando la función ecológica de cualquier propiedad (artículo 58 C.N.). En cuanto al carácter de estas normas tradicionales pueden ser más restrictivas que las expedidas por la autoridad estatal pero no más amplias.

El artículo 286 equipara los resguardos a la categoría de entidades territoriales lo cual los dota con un régimen de administración como los departamentos, los distritos, los municipios. Y para que ello comience a surtir plenos efectos es necesario que se expida la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, LOT, que todavía no ha reglamentado este punto. Como consecuencia de esta autonomía administrativa se desprenden los derechos de:

• Gobernarse por medio de autoridades propias • Ejercer las competencias que les correspondan dentro de su territorio • Administrar los recursos y establecer contribuciones de carácter interno • Participar en las rentas nacionales

Pero en lo que sí se avanzó fue en la reglamentación de las transferencias fiscales con destino a los resguardos, ya que en artículo 357 de la C.N. estipuló que “Los municipios

                                                            4 “Los bienes de uso público, los parques naturales, las tierras comunales de grupos étnicos, las tierras de

resguardo, el patrimonio arqueológico de la Nación y los demás bienes que determine la ley, son inalienables, imprescriptibles e inembargables”.

 

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participarán en los ingresos corrientes de la Nación.” y que, “Para los efectos de esa participación, la ley determinará los resguardos indígenas que serán considerados como municipios". En desarrollo de esta disposición se dictó la ley 60 de 1993, por medio de la cual se estableció que los resguardos indígenas reciban transferencias de los ingresos corrientes de la Nación, y participan en el Sistema General de Participaciones de los Departamentos, Distritos y Municipios, mientras se constituyen como entidades territoriales.

Los recursos asignados a los resguardos indígenas, son administrados por el municipio en el que se encuentra el resguardo indígena, y deben manejarse en cuentas separadas a las propias de las entidades territoriales. Se destinan a suplir necesidades básicas de salud, educación, suministro de agua, vivienda y desarrollo agropecuario de las comunidades.

1.2.3 Bloque de Constitucionalidad

En Colombia la legislación internacional sobre Derechos Humanos se incorpora al

ordenamiento nacional por medio de leyes ratificatorias de los tratados, y, forma parte “del bloque de constitucionalidad”, como lo ha reiterado la Corte Constitucional, C.C, en varios de sus fallos5.  Es decir existe una unidad constitucional que articula la supremacía del derecho con las normas nacionales, y le sirve de parámetro para revisar la constitucionalidad de otras normas.

La Corte Constitucional se ha pronunciado en múltiples fallos destacando que el derecho

a la diversidad es uno de los valores supremos del ordenamiento jurídico nacional, y su aplicación se verifica a través de la eficacia de los derechos específicos de los pueblos indígenas. Al considerarse como derecho fundamental de los pueblos sirven de base para que los pueblos indígenas sean considerados titulares de derechos colectivos, y a la vez sean base para el derecho al territorio y a la autonomía. El territorio es básico pues allí se reproducen como colectivo cultural diferenciado, allí viven y conservan su cultura

o En Sentencia T-188/93, la Corte sostuvo que: “La Constitución Política de 1991 reconoce la diversidad étnica y cultural de la Nación Colombiana (CP art. 7).

                                                            5 De acuerdo con el artículo 93 de la C.N, “Los tratados y convenios internacionales ratificados por el Congreso, que reconocen los derechos humanos y que prohíben su limitación en los estados de excepción, prevalecen en el orden interno. Los derechos y deberes consagrados en esta Carta, se interpretarán de conformidad con los tratados internacionales sobre derechos humanos ratificados por Colombia. El Estado Colombiano puede reconocer la jurisdicción de la Corte Penal Internacional en los términos previstos en el Estatuto de Roma adoptado el 17 de julio de 1998 por la Conferencia de Plenipotenciarios de las Naciones Unidas y, consecuentemente, ratificar este tratado de conformidad con el procedimiento establecido en la Constitución. La admisión de un tratamiento diferente en materias sustanciales por parte del Estatuto de Roma con respecto a las garantías contenidas en la Constitución tendrá efectos exclusivamente dentro del ámbito de la materia regulada en él”.

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Lejos de ser una declaración puramente retórica, el principio fundamental de diversidad étnica y cultural proyecta en el plano jurídico el carácter democrático, participativo y pluralista de nuestra República. Las comunidades indígenas… gozan de un status constitucional especial….” (T-188/93, Pág. 5. MP: Eduardo Cifuentes Muñoz). Esta misma interpretación protectiva se reitera en posteriores sentencias como la T-405/93; C-104/95; T-634/99.

o En Sentencia T-342/94, la Corte insistió en la importancia del principio de protección a la diversidad étnica y cultural y su aplicación a través del ejercicio de los diferentes derechos reconocidos a los pueblos indígenas por la Constitución Nacional: “El reconocimiento de la referida diversidad obviamente implica que dentro del universo que ella comprende y es consustancial, se apliquen y logren efectivamente los derechos fundamentales de que son titulares los integrantes de las comunidades indígenas.”

3.2. Fundamentos normativos nacionales sobre los pueblos indígenas, el territorio, y los recursos naturales

1.2.3 Leyes sobre territorios, recursos naturales

Desde el siglo XIX, por medio de la ley 89 de 1890 se comenzó a regular lo relativo a los pueblos indígenas. Y más adelante con el artículo 24 de la ley 78 de 1935, prescribió que los resguardos indígenas no son sujetos de gravamen sobre patrimonio.

La ley 160 de 1994 de reforma agraria establece en su capítulo XIV lo atinente a los resguardos indígenas. Se le ordenó al INCORA, Instituto Colombiano de Reforma Agraria (hoy Instituto Colombiano de Desarrollo rural, INCODER) que estudie las necesidades de tierra de las comunidades indígenas para dotarlas de superficies indispensables, mediante la constitución, ampliación, o saneamiento (artículo 85). Las tierras serán administradas, y distribución se hará con las normas internas. El cabildo, o la autoridad tradicional deben elaborar la distribución de las parcelas familiares. Se prevé que los territorios tradicionales de los pueblos itinerantes sólo se puede adjudicar a esas mismas comunidades. Y se prescribe que los resguardos deben cumplir con la función social y ecológica de la propiedad, conforme a los usos, costumbres y cultura de sus integrantes (artículo 87).

Mediante el Decreto 2164 de 1995, reglamentario de la ley 160 de 1994 sobre reforma agraria, se determinó que el Gobierno Nacional debe promover, fortalecer la aplicación de los derechos de los pueblos respetando sus propios sistemas sociales, económicos, culturales y políticos. Y en el artículo 2, dentro de las definiciones comprende:

o Territorios indígenas “son las áreas poseídas en forma regular y permanente por

una comunidad, parcialidad o grupo indígena y aquellas que, aunque no se

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encuentren poseídas en esa forma, constituyen el ámbito tradicional de sus actividades sociales, económicas y culturales”.

o Comunidad, o parcialidad indígena se entiende “el grupo o conjunto de familias de

ascendencia amerindia, que tienen conciencia de identidad y comparten valores, rasgos, usos o costumbres de su cultura, así como formas de gobierno, gestión, control social o sistemas normativos propios que la distinguen de otras comunidades, tengan o no títulos de propiedad, o que no puedan acreditarlos legalmente, o que sus resguardos fueron disueltos, divididos o declarados vacantes”.

o Reserva indígena se considera como el globo de terreno baldío ocupado por una o

varias comunidades indígenas que fue delimitado y legalmente asignado por el Instituto Colombiano de Reforma Agraria, INCORA [hoy Instituto Colombiano de Desarrollo Rural, INCODER) a aquellas para que ejerzan en él, los derechos de uso y usufructo con exclusión de terceros. Dichas reservas indígenas constituyen tierras comunales de grupos étnicos, para los fines previstos en el artículo 63 de la Constitución Política y la Ley 21 de 1991.

o Autoridades tradicionales: se reconoce como tal, “a los miembros de una comunidad indígena que ejercen, dentro de la estructura propia de la respectiva cultura, un poder de organización, gobierno, gestión o control social”. Y el Cabildo Indígena “es la entidad pública especial, cuyos integrantes son miembros de una comunidad indígena, elegidos y reconocidos por esta, con una organización sociopolítica tradicional, cuya función es representar legalmente a la comunidad, ejercer la autoridad y realizar las actividades que le atribuyen las leyes, sus usos, costumbres y el reglamento interno de cada comunidad”.

1.2.2. Normas nacionales sobre recursos naturales

De la ley 21 de 1991, se desprende que los recursos naturales renovables que las comunidades tengan en sus resguardos son de su propiedad, pero esto no ha sido confirmado por ninguna disposición nacional. De nuevo ha sido la jurisprudencia la encargada de reconocer esta ligazón especialmente en materia de recursos forestales mediante la sentencia T-380/93.

Desde la legislación ambiental, el Código de los Recursos Naturales y de protección al

medio ambiente, CNRNR, decreto 2811 de 1974, en su libro segundo de la propiedad, uso e influencia ambiental de los recursos naturales renovables, parte 1. Normas comunes. Título 1. Del dominio de los recursos naturales renovables, establece que pertenecen a la nación

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los recursos naturales renovables situados dentro del territorio, sin perjuicio de los derechos legítimamente adquiridos por particulares y de las normas especiales sobre baldíos.

Contempla la existencia de bosques de propiedad privada a título individual o colectivo,

siempre que cumplan su función social y ecológica6. Se desprende que la facultad de administrar el recurso forestal está en cabeza del Estado, y que por consiguiente y en ejercicio del derecho eminente del Estado, éste determina los modos de adquirir derecho a su uso, y las condiciones en que éste se permite.

Y dentro de los modos de usar los recursos naturales renovables se cuenta: (i) por

Ministerio de la ley; (ii) permiso, (iii) concesión y (iv) asociación (art.52CRNN). En el caso de los pueblos indígenas es aplicable el modo uso por Ministerio de la ley, definido como aquel que puede realizar cualquier habitante del territorio sin que medie permiso, y este uso es gratuito siempre que se realice en beneficio de quien lo realiza, o el de su familia o sus animales de uso doméstico respetando el derecho de terceros. Y, la norma citada también previó la figura de la asociación comunitaria o mixta con empresarios para realizar el aprovechamiento de los bosques.

El Decreto 1791 de 1996, tiene por objeto regular las actividades de la administración

pública y de los particulares respecto al uso, manejo, aprovechamiento y conservación de los bosques y la flora silvestre con el fin de lograr un desarrollo sostenible. Esta norma integra los aspectos principales sobre diversidad biológica y cultural, y define el aprovechamiento sostenible como el uso de los recursos maderables y no maderables del bosque que se efectúa manteniendo el rendimiento normal del bosque mediante la aplicación de técnicas silvícolas que permiten la renovación y persistencia del recurso.

Los usos del recurso tendrán el siguiente orden de prelación: • La satisfacción de las necesidades propias del consumo humano • La satisfacción de las necesidades domésticas de interés comunitario • La satisfacción de necesidades domésticas individuales • Las de conservación y protección, tanto de la flora silvestre

El decreto señala que por ser recursos estratégicos, su utilización y manejo debe

enmarcarse dentro de los principios de sostenibilidad consagrados por la Constitución Política como base del desarrollo nacional, y que las tareas de desarrollo sostenible de los bosques son una tarea conjunta y coordinada entre el Estado, la comunidad y el sector privado. Reconoce que gran parte de las áreas boscosas naturales del país se encuentran

                                                            6 Sentencia C-126-98 del 1 de abril de 1998, Magistrado Ponente Dr. Alejandro Martínez Caballero,

declaró EXEQUIBLE el artículo "... en el entendido de que, conforme al artículo 58 de la Constitución, la propiedad privada sobre los recurso naturales renovables está sujeta a todas las limitaciones y restricciones que derivan de la función ecológica de la propiedad 

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habitadas, y que por lo tanto, se apoyará la satisfacción de las necesidades vitales, la conservación de sus valores tradicionales y el ejercicio de los derechos de sus moradores, dentro de los límites del bien común.

• Establece las clases de aprovechamiento: únicos; domésticos y persistentes. Únicos

son aquellos que se realizan por una sola vez, en áreas donde con base en estudios técnicos se demuestre mejor aptitud de uso del suelo diferente al forestal o cuando existan razones de utilidad pública e interés social. Los aprovechamientos forestales únicos pueden contener la obligación de dejar limpio el terreno, al término del aprovechamiento, pero no la de renovar o conservar el bosque.

Advierte que las autorizaciones de aprovechamiento forestal de bosques naturales ubicados en terrenos de dominio privado, se otorgarán exclusivamente al propietario del predio.(art. 37). Este sería aplicable para el aprovechamiento de bosques situados en resguardos, y en territorios colectivos de comunidades negras.

El decreto 1791, en su artículo 44 prescribe que los aprovechamientos forestales que se

pretendan realizar por las comunidades indígenas se rigen por las normas especiales que regulan la administración, manejo y uso de recursos naturales renovables por parte de estas comunidades.

1.2.3 Participación indígena en entidades e instituciones Parlamento: existe una circunscripción especial para los pueblos indígenas y por lo tanto

participan con número fijo en la elección de senadores, y representantes a la cámara de representantes

Consejo Nacional de Planeación: participa un representante de los pueblos indígenas Consejo Nacional Ambiental (CNA): participa un representante de los pueblos indígenas

así como en las Corporaciones autónomas Regionales, CAR, autoridad ambiental regional. Comisión Nacional de Territorios Indígenas: adscrita al Ministerio de Agricultura y

Desarrollo Rural. Mesa Permanente de Concertación con los pueblos y organizaciones Indígenas: Tiene

por objeto concertar entre éstos y el Estado todas las decisiones administrativas y legislativas susceptibles de afectarlos, evaluar la ejecución de la política indígena del Estado, sin perjuicio de las funciones del Estado, y hacerle seguimiento al cumplimiento de los acuerdos. Fue establecida por el Decreto 1397 de 1996 junto con la Comisión Nacional de Territorios Indígenas.

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El Decreto 1396 de 1996 creó la Comisión de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas y se crea el programa especial de atención a los Pueblos Indígenas.

Ley 141 de 1994. Por la cual se crean el Fondo Nacional de Regalías, la Comisión

Nacional de Regalías, se regula el derecho del Estado a percibir regalías por la explotación de recursos naturales no renovables, se establecen las reglas para su liquidación y distribución y se dictan otras disposiciones.

Ley 115 de 1993, ley general de educación establece la etnoeducación, la cual se

entiende por educación para grupos étnicos la que se ofrece a grupos o comunidades que integran la nacionalidad y que poseen una cultura, una lengua, unas tradiciones y unos fueros propios y autóctonos.

2. Política y normatividad sobre inversiones

En Colombia, el marco jurídico actual en materia de inversiones, aparte de las disposiciones generales en materia, civil, comercial, tributaria, etc. que no se van a presentar aquí, sigue de cerca el correspondiente a las inversiones extranjeras en particular, que es el que conviene describir para los efectos de este trabajo. Este último parte de la Ley 9 de 1991 conocida como nuevo Estatuto Cambiario y especialmente del Decreto 2080 de 2000, “Régimen General de inversiones de Capital Exterior en Colombia”, que consuma la política neoliberal adoptada en la década de los noventa, encaminada, como en la mayoría de los países de América Latina, a desmontar todas las disposiciones de control y regulatorias que habían existido en el pasado. Especialmente las referentes a cualquier tipo de exigencia de requisitos de desempeño. Todas las reformas efectuadas desde entonces no han hecho otra cosa que avanzar y profundizar en dicha política de desregulación, llegando a extremos que el pasado gobierno de Uribe Vélez dio en llamar “Confianza Inversionista”. A continuación trataremos de destacar sus elementos centrales.

2.1. Antecedentes 2.1.1. El punto de partida.

Fue el gobierno de César Gaviria (1990-1994), quien procedió a desmontar definitivamente el régimen de capitales extranjeros en lo que quedaba de la gran reforma de 1967 (Decreto Ley 444) y de la subsiguiente incorporación a la legislación interna de la Decisión 24 de la Comisión del Acuerdo de Cartagena (1970), “Régimen común de tratamiento a los capitales extranjeros y sobre marcas, patentes, licencias y regalías”. Presentó e hizo aprobar del Congreso la Ley 9 de 1991. Cabe anotar que el gobierno

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anterior ya había hecho formalizar en el Congreso (1989) la Decisión 220 de la Comisión del Acuerdo de Cartagena, modificatoria del Régimen Común. La nueva Ley liberaba a Colombia de sus compromisos internacionales anteriores, aunque, en realidad ya en todos los países avanzaba la misma tendencia ideológica. En el mismo año de 1991, el grupo Andino, finalmente abandonó su concepción inicial y, mediante Decisión 291 (marzo), estableció un nuevo marco de tratamiento a los capitales extranjeros. Algunos rasgos de esta Ley que vale la pena retener son los siguientes:

• Admite toda clase de inversiones directas sin excluir ningún sector.7 Se liberan en consecuencia los sectores que antes eran objeto de exclusión o cuidadoso control, como las telecomunicaciones, en general los servicios públicos, el transporte, y el comercio.

• Se anuncian reglamentos especiales –de mayor favorabilidad- para los sectores de hidrocarburos y de minería.

• No exige ningún tipo de evaluación y autorización previa para la inversión extranjera salvo en el sector de servicios públicos (a cargo del DNP) y para las de portafolio (Comisión de Valores). Es decir, acepta estas últimas dentro de la noción de inversión

• Se consagra la libre remisión de utilidades y repatriación de capitales. Todo ello se canalizaría a través del mercado de divisas. Para las primeras admite la posibilidad de regulación por parte del gobierno nacional. No incluye los pagos corrientes por transacciones comerciales.

• Ofrece un trato no menos favorable y no discriminatorio respecto a las nacionales aunque no acepta la idea de “nivel mínimo de trato”. Este trato nacional se considera después de la llegada de las inversiones la cual de todas maneras debe ser autorizada y registrada.

Con todo ello, se colocaba Colombia dentro de la tendencia general del “Consenso de Washington” que convertía la inversión extranjera en palanca del desarrollo. En realidad, no se necesitaba, por el momento, ningún estímulo especial y bastaba con levantar las prohibiciones.

2.1.2. Los nuevos compromisos internacionales. Reforma Constitucional. Parte de esta política – que se continuaba bajo el gobierno de Ernesto Samper- era la búsqueda y negociación de tratados o acuerdos bilaterales de protección de inversiones y

                                                            7 Se hacía la salvedad convencional, claro está, de la seguridad y defensa, y de la disposición de basuras

tóxicas pero solamente las no producidas en el país. Además, dados los compromisos en la guerra contra las drogas, excluía la compra directa, desde el exterior, de finca raíz, para prevenir el lavado de dólares. 

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fue así como se firmaron los de Gran Bretaña, Perú y Cuba. En estos tratados se consagran todas las libertades y favorabilidades que habían venido exigiendo las multinacionales. En particular y además de la desregulación ya señalada, la “cláusula de nación más favorecida”, prohibición de la nacionalización y, en general, de la expropiación, exigiendo en el caso excepcional de que esta última ocurra, una compensación, pronta adecuada y efectiva, y sometimiento al Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a la Inversión. Samper culminó el de España y exploraba posibilidades con Alemania, Chile, Argentina, Holanda y Suiza cuando se presentó el escollo de la Constitución. En efecto, la Carta recién aprobada en 1991, siguiendo una vieja tradición establecía, en su artículo 58 (y 59), la posibilidad de expropiar, ciertamente por razones excepcionales de utilidad pública, sin pago de compensación e incluso sólo por vía administrativa; desde luego mediante una ley del Congreso de la República. Gran Bretaña sostuvo entonces que no podía ratificar el Acuerdo mientras estuviera vigente semejante riesgo. Después de muchas vacilaciones y algunos debates el Congreso finalmente procedió a eliminar dichos artículos mediante Acto Legislativo 01 de 1999.8 Durante esta misma década, se adoptaron varios compromisos internacionales en materia de inversión, comenzando por el tratado que dio origen a la OMC. Igualmente la convención de Washington referente al mencionado CIADI. Colombia firmó la Convención casi desde su origen, pero sólo inició el trámite de ratificación a mediados de los noventa. Finalmente fue aprobada mediante Ley 267 de 1996, que fue revisada por la Corte Constitucional, completando la ratificación en agosto de 1997. Un desarrollo importante fue la sentencia de la Corte que declara exequible la ley aprobatoria del ingreso al organismo multilateral de garantía de inversiones, conocido como MIGA, en 1995. Esta agencia otorga garantías (incluidos coaseguros y reaseguros) a las inversiones (e inversionistas) contra riesgos no comerciales. Al mismo tiempo se inicia la tarea de firmar Tratados de Libre Comercio, poniendo especial cuidado en impulsar la propuesta norteamericana del ALCA.

2.2. El Régimen general de inversiones de capital del exterior.

Ha quedado establecido que las diferentes reformas y tratados ya habían acondicionado el país a cualquier tipo de acuerdos internacionales, principalmente en lo que se refiere a la definición de inversión y su tratamiento nacional. El decreto 2080 incluye una amplia, y hasta cierto punto ambigua, definición que comprende la directa y la de portafolio, con la única exclusión del crédito externo ya que permite la modalidad de compra de inmuebles. Sugiere tres líneas separadas de tratamiento jurídico:

                                                            8Ver Moncayo S.  Héctor‐León “La amenaza de los TBI” Ediciones Recalca, Bogotá, diciembre de 2010. 

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• La tradicional inversión directa (establecimiento y compra de empresas). • La inversión en hidrocarburos y minería, que sería objeto de especiales desarrollos. • La de portafolio, claramente aceptada como especulativa pero considerada

importante para el “fortalecimiento del mercado de capitales”. En cuanto a la primera se definen cuatro formas de inversión:

• Adquisición de acciones y participaciones en una empresa. • Adquisición de derechos en patrimonios autónomos fiduciarios • Adquisición de inmuebles o de títulos de participación en propiedad inmobiliaria. • Aportes contractuales como en los casos de transferencia de tecnología.

La segunda, tan importante para el modelo de desarrollo primario exportador, se tratará en el acápite siguiente. En cuanto a la tercera, vale la pena destacar los siguientes aspectos:

• En términos generales, es claro que los modos mediante los cuales se pueden hacer las inversiones les otorgan a todas una definición básicamente financiera. Además de la importación de bienes tangibles se consideran: el ingreso de divisas para operaciones en moneda local, contribuciones con intangibles como marcas y patentes, recursos en moneda local que representen derecho a ser remitidos al exterior (reinversión de utilidades), o recursos en moneda nacional provenientes de créditos locales con destino a adquirir participaciones en empresas.

• Se mantiene el requisito de la autorización de la superintendencia bancaria para las inversiones en el sector financiero.

• Para la inversión de portafolio se establece que debe aplicarse en el mercado abierto (público) de valores a través de un fondo de capital constituido para tal efecto. Dicho fondo deberá tener administración local, y estará por lo tanto supervisado por la Comisión de Valores.

Es en ésta, que tiene que ver además con las normas sobre remesas, donde el reformismo ha sido más agudo y “a bandazos”, dadas sus implicaciones cambiarias y sobre el equilibrio de la balanza de pagos.

2.3. Panorama normativo actual

Como se dijo, en nombre de la estabilidad y la seguridad jurídicas para los inversionistas, el marco normativo se ha venido modificando, una y otra vez, durante lo que

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va corrido del siglo, siempre en el sentido de mayores garantías, gabelas y privilegios. Destacaremos algunas de ellas:

• En primer lugar, como se acaba de mencionar, lo referente a las inversiones de

portafolio. En dos sentidos: Sobre los derechos de giro todas las modificaciones apuntaron a facilitarlo. Solamente en 2008, ante el riesgo cambiario, se exigió una permanencia de al menos dos años, pero la exigencia fue eliminada al año siguiente. En cuanto a la inversión propiamente bursátil, aunque en 2004 se había exigido una permanencia mínima de dos años y en 2007 se había creado un depósito obligatorio de 50% del monto invertido, a mediados de 2008 se suprimieron ambos requisitos.

• Muy ligado con lo anterior debe mencionarse la eliminación, mediante la ley 1111 de diciembre de 2006, reformatoria del estatuto tributario, del impuesto de 7% a las remesas enviadas al exterior por los inversionistas, por todo concepto.

• En el 2009 se derogaron las disposiciones cambiarias establecidas en el Régimen del 2000, en relación con las inversiones extranjeras en hidrocarburos y minería. En adelante, la fijación de las condiciones se transfirió al Banco de la República el cual decidirá en cada caso particular y de acuerdo con la coyuntura cambiaria.

• La más importante de todas ha sido la Ley 963 de 2005, denominada Ley de Estabilidad Jurídica para los inversionistas. Las características son las siguientes: a) Se trata de un Contrato mediante el cual los inversionistas quedan protegidos de

cualquier modificación normativa que les sea adversa por el tiempo que dure el contrato.(entre 3 y 20 años)

b) Pueden acceder a él aquellos nacionales o extranjeros que realicen nuevas inversiones o amplíen las existentes.

c) El único requisito es que el monto de la inversión sea superior a 7.500 salarios mínimos.

d) Es aplicable en casi todos los sectores económicos, con la única excepción notable del financiero.

e) El contrato puede cederse con la “titularidad de la inversión” a un tercero.

• Se reforma el sistema de Zonas Francas el cual permite gozar de un régimen tributario y aduanero especial (2005). En la nueva figura se distingue entre las “Permanentes” y las “Uniempresariales”, con lo cual se abandona la idea de zona geográfica para extenderla al simple “compromiso” de una empresa en particular que ni siquiera necesita ser nueva. El periodo es de 30 años prorrogables por otros 30. La tarifa del impuesto será de 15%, inferior al 33% que en promedio pagan las empresas. La importación de bienes no causará aranceles ni IVA. Igualmente estarán exentos de este último los bienes adquiridos en el país. Las exportaciones se beneficiarán de todos los acuerdos y tratados suscritos por el país. Adicionalmente,

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un sinnúmero de ventajas de orden administrativo. Cabe anotar que se promueve la idea de zonas francas de “servicios” como salud.

2.4. La política especial en materia de hidrocarburos y minería.

2.4.1 Política y normatividad petrolera.

Al igual que en muchos países de América Latina durante la etapa del neoliberalismo, la

política colombiana en materia de petróleos ha venido acondicionándose a los requerimientos de las multinacionales, desde luego bajo el argumento de que, tratándose de cuantiosas inversiones que suponen además complejas y avanzadas tecnologías, es indispensable ofrecer condiciones favorables y atractivas, tanto jurídicas como políticas. La historia es bastante conocida pero pueden resaltarse algunos elementos específicos.

• En 1974 (Decreto 2310) se abandona el tradicional sistema de concesión y se

establece la modalidad del Contrato de Asociación entre la Empresa privada (Multinacional) y la empresa estatal Ecopetrol. Se definen así nuevas condiciones y compromisos. Sobre exploración, explotación y exportación, precios, participaciones y regalías, etc.

• Durante la década del noventa se efectúan las primeras reformas sustanciales. Se disminuye la participación de Ecopetrol al otorgar a las multinacionales el 70%. Se flexibiliza el régimen de regalías. Se agiliza el trámite de licencias ambientales. Se obliga a Ecopetrol a asumir el 50% de los costos de estudios sísmicos y de la perforación en pozos que resultaren secos. Se aumenta el periodo de explotación a 40 años para el gas y a 30 años para contratos de crudo.

• En 1996 se introduce el “factor R.” que distribuye la participación en función de la rentabilidad acumulada de cada campo.

• En 2002 la flexibilización del sistema de regalías llega al establecimiento de una tabla múltiple para petróleo, gas y carbón. Ya no sólo se abandona el porcentaje fijo (20%) sino que se desvincula de la rentabilidad del campo para atarlo a su “potencialidad”.

• La reforma definitiva llega en 2003, bajo el gobierno de Uribe Vélez. Las principales transformaciones son las siguientes: a) Las empresas multinacionales dejan de estar obligadas a asociarse con

Ecopetrol. b) Se crea la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) como depositaria y

administradora de las reservas de crudo y gas y como responsable de la política. c) Ecopetrol ve, en consecuencia, reducidas sus funciones. Pierde la posibilidad de

asumir las reservas en caso de reversión por vencimiento de contratos. Está

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obligada a licitar en condiciones de igualdad con las multinacionales, para lo cual debe contar con capitales de riesgo.

d) Al mismo tiempo se restituye la figura de la concesión. El concesionario paga un porcentaje de la explotación según la producción a la salida del pozo. Sistema que ya se había adoptado para el carbón y el ferroníquel.

e) Finalmente, se abre la posibilidad de privatización de Ecopetrol, al convertirla en Sociedad por Acciones. En 2006 el 20% de las acciones se colocaron en el mercado y fueron adquiridas por personas naturales y jurídicas, tal como se había previsto.

2.4.2 Política y normatividad en la Minería. Es evidente que, en la actualidad, la mayoría de los gobiernos de América latina viene centrando su política económica –o de desarrollo- en las posibilidades de la minería, en lo que ya es conocido como modelo “extractivista”. Colombia no es la excepción. El actual gobierno la considera una de las “locomotoras” –si no la principal- del crecimiento, tal como lo describe en su Plan de Desarrollo. El combustible de la locomotora es, por supuesto, la inversión extranjera. En realidad, en Colombia, las posibilidades inmediatas no son muy amplias. Está el carbón que tiene ya un desarrollo y unas exportaciones consolidadas. Con menor importancia, el ferroníquel. Pero el que actualmente está atrayendo las más importantes y cuantiosas inversiones extranjeras es el oro. En consecuencia, parece evidente que buena parte de la política tendría que estar encaminada a la búsqueda y creación de condiciones para la explotación de otros minerales.9 A continuación, nos limitaremos a reseñar algunos aspectos significativos del actual marco normativo. En primer lugar, vale la pena destacar dos características protuberantes, ya comprobadas, de los procesos de elaboración de la normatividad:

• La presencia e intervención abierta y descarada de las multinacionales interesadas, tanto en los estudios “técnicos” como en los proyectos de Ley.

• El aspecto fundamental no se encuentra en las condiciones de producción y ni siquiera en las de comercialización y rentabilidad. Tiene que ver más bien con su dimensión financiera. Se trata del negocio de los “títulos mineros” que tiene mucho de especulación.

                                                            9 Dejamos de lado, en este caso, aunque se considera parte del sector energético, la extraordinaria

posibilidad de generación eléctrica sobre la base de la amplia disponibilidad de caudales de agua. Este es, por supuesto, otro de los sectores que más está atrayendo la inversión extranjera.

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En segundo lugar, ha sido claro que, en los últimos gobiernos, ha existido una explícita voluntad de adecuar el marco normativo. En el curso de una década, la regulación minera fue objeto de dos reformas. La primera de ellas se registró en el año 2001, con la Ley 685. La segunda reforma se consagró con la Ley 1382 de 2010.

2.4.2.1. La primera reforma: Ley 685

Como se ha resaltado reiteradamente, respondió fundamentalmente a la exigencia de procurarle a la inversión nacional y extranjera las reglas que se dicen “completas, estables y claras”. En completa coherencia con las reformas de los años noventa que se comentaron antriormente. Ya el “Documento Conpes” 2898 de 1997 había descrito la situación existente, en los siguientes términos:

“[...] El sistema regulatorio actual es inadecuado, genera incertidumbre a los inversionistas y no considera características especiales de la industria minera, como los requerimientos de inversión, los largos períodos de retorno de la misma, los altos costos de exploración y explotación, y las exigencias tecnológicas de la industria....” (DNP, 1997). Entre los principales cambios que se introdujeron, y aún continúan vigentes, se destacan los siguientes:

* El contrato de concesión se erigió en el único mecanismo para el otorgamiento de los derechos a explorar y explotar minas de propiedad estatal. * Se redujeron los trámites mineros, se prohibió el establecimiento de requisitos adicionales a los aprobados por la ley y se eliminó la discrecionalidad de los funcionarios públicos. En la adjudicación de los títulos mineros se aplica el principio primero en el tiempo primero en derecho. * El área de concesión minera puede abarcar hasta 5.000 hectáreas, en corrientes o cauces de aguas, y hasta 10.000 hectáreas, en otro tipo de terreno. * La duración del contrato es de treinta años –incluyendo tres años para exploración y tres para construcción y montaje– que puede prorrogarse hasta por treinta años más. * Estabilidad en las condiciones pactadas en el contrato relacionadas con regalías y canon superficiario.

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* Se permite la cesión parcial o total del contrato minero y la adición de nuevos minerales al objeto del contrato. * Existe libertad de acceso al sector minero e igualdad de tratamiento para las personas nacionales y extranjeras que desarrollen actividades mineras. * La actividad goza de varias exenciones tributarias y arancelarias. Entre otras, exención del pago del impuesto de valor agregado para la importación de maquinaria y de minerales no metálicos; exclusión de renta presuntiva; descuentos en la base del impuesto de renta (regalías, IVA e inversiones en áreas de exploración y producción); y exención de gravámenes arancelarios a la importación de maquinaria y equipos.

2.4.2.2. La reforma pendiente: Ley 1382

El sentido de esta reforma de 2010 fue completar la Ley 685 de 2001 en un sentido más bien procedimental e instrumental, ofreciendo aún más garantías y mecanismos administrativos ágiles, con el propósito de elevar la “confianza del inversionista”. Se considera que la consolidación de la institucionalidad minera es un factor esencial en el proceso de atracción de la inversión al sector de la minería. Nuevamente se insiste en que es indispensable la definición de procedimientos administrativos sometidos a reglas claras, precisas, ya que supuestamente predominaba la facultad discrecional del funcionario encargado de aplicarlas a casos concretos (UPME, 2006: 206).

En este sentido, se otorgó especial atención a los mecanismos formales de ordenamiento territorial de la actividad y planeación del aprovechamiento, formalización de la pequeña empresa y legalización de la denominada minería tradicional, entre otros aspectos. En el ámbito del ordenamiento, se adoptaron dos tipos de disposiciones. Un primer grupo de medidas busca hacer más eficiente la administración y la contratación de las áreas de interés para la actividad minera, así como la planeación del aprovechamiento. Ejemplo de ello son las disposiciones que conminan a las autoridades mineras y ambientales a definir y re-delimitar las áreas de reserva forestal (Ley 2 de 1959) y a convenir el plan de ordenamiento minero. De igual modo lo son las previsiones orientadas a la delimitación de áreas especiales destinadas a la evaluación técnica o al desarrollo de proyectos mineros de importancia nacional10.

                                                            10 La Resolución 180666 de 2010, reglamentaria de la Ley 1382 de 2010, homologa las “áreas especiales con información geológica”, con los “proyectos mineros de gran importancia para el país”. Estos se conciben como aquellos que, de acuerdo con la información geológica existente, presentan al menos una de las siguientes condiciones: (a) tenores o contenidos de mineral importantes en el mercado mundial; (b) existencias que puedan alcanzar una producción calificada

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Un segundo grupo de medidas se orientó a elevar la productividad y la competitividad territorial de la actividad, mediante la delimitación de distritos mineros que incorporen la lógica de los conglomerados, los encadenamientos y la integración. Por último, en el ámbito de la legalización11, se introdujo el concepto de minería tradicional, se extienden las prerrogativas a la pequeña minería que se realiza en corrientes de agua, con mini dragas de motores hasta de 60 caballos de fuerza, y se elevan las exigencias para acreditar los trabajos mineros y demostrar la antigüedad de la explotación12. No obstante, la ley del plan nacional de desarrollo tomó la determinación de prohibir en todo el territorio nacional, la utilización de dragas, mini dragas, retroexcavadoras y demás equipos mecánicos, en las actividades mineras sin título minero inscrito en el Registro Minero Nacional13. La norma fue declarada inexequible pues, una vez más, se dejó de surtir el procedimiento de la consulta previa y consentimiento libre, previo e informado a las comunidades étnicas. Sin embargo, la Corte Constitucional, reconociendo la importancia de las reformas, adoptó la modalidad de diferir los efectos de la sentencia de inexequibilidad por un periodo de dos años. Así lo señala:

Ahora bien, acorde con la defensa de la supremacía e integridad de la Constitución, la Corte consideró que si bien se constata la existencia de una contradicción con la normatividad superior que impone la exclusión del ordenamiento jurídico de la Ley 1382 de 2010, también es cierto que con el retiro

                                                                                                                                                                                     en el rango de gran minería mundial; y (c) presencia de un mineral estratégico para el país. A su vez, las áreas especiales para evaluación técnica son aquellas áreas libres, inscritas en el programa de conocimiento geológico, que se delimitan con el fin de ser ofrecidas a particulares para que éstos adelanten un programa de evaluación técnica geológica.  11 El recurso de la legalización de la minería de hecho ha sido ampliamente utilizado por el Estado colombiano, sin que aún se haya demostrado su efectividad. Así, en el marco del Decreto Ley 2655 de 1988, el objeto de la legalización eran las explotaciones de hecho. Posteriormente, con la Ley 685 de 2001, la medida cobija a los explotadores de minas de propiedad estatal sin título minero inscrito en el registro minero nacional  12 Ministerio de Minas y Energía. Decreto 2715 de 2010. El interesado debe documentar técnica y comercialmente el desarrollo continuo e ininterrumpido de trabajos mineros por un término no menor a cinco años. De igual forma, debe demostrar que la antigüedad de la explotación, a la vigencia de la Ley 1382 de 2010, es cuando menos de diez años.  13 Ley 1450 por la cual se expide el plan nacional de desarrollo 2010-2014, artículo 86.

 

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inmediato de la ley desaparecerían normas que buscan garantizar la preservación de ciertas zonas del impacto ambiental y de las consecuencias perjudiciales que trae la exploración y explotación minera. Por tal motivo, decidió diferir los efectos de la sentencia de inexequibilidad por un lapso de dos años, de manera que a la vez que se protege el derecho de las comunidades étnicas a ser consultadas sobre tales medidas legislativas, se salvaguarden los recursos naturales y las zonas de especial protección ambiental, indispensables para la supervivencia de la humanidad y de su entorno, concediendo un tiempo prudencial para que tanto por el impulso del Gobierno, como del Congreso de la República, dentro de sus competencias, den curso a las medidas legislativas, previo el agotamiento de un procedimiento de consulta previa a las comunidades indígenas y afrocolombianas, en los términos del artículo 330 de la Carta Política” (Corte Constitucional, Sentencia C-336 de 2011).

2.4.3. Pueblos indígenas y recursos naturales no renovables El tema de la explotación de recursos naturales en territorios indígenas y la participación

en las decisiones consulta previa prevista en el artículo 333 de la C.N ha sido objeto de varios pronunciamientos de la Corte constitucional, pues es conjugando el alcance de las diferentes disposiciones sobre la protección de la diversidad étnica, cultural, natural, el pluralismo, y el interés económico de la explotación de los recursos naturales como se alcanza el equilibrio entre los intereses involucrados14.

Según la Corte Constitucional a favor de los pueblos indígenas se consagraron varias

normas que garantizan (i) la identidad e integridad cultural, social y económica; (ii) capacidad de autodeterminación administrativa, y judicial; (iii) la propiedad colectiva de los resguardos con carácter de inalienabilidad, imprescriptibilidad, e inembargabilidad; y (iv) que los territorios indígenas sean considerados como entes territoriales junto con municipios, departamentos, y distritos15. Asimismo se elevó a la comunidad o pueblo

                                                            14 Punto 3. 3. La explotación de los recursos naturales en los territorios indígenas y la protección del

Estado a la identidad, e integridad étnica, cultural, social y económica de las comunidades indígenas. Ref.: Expediente T-84771 Peticionario: Jaime Córdoba Triviño, Defensor del Pueblo, en representación de

varias personas integrantes del Grupo Étnico Indígena U’WA. Magistrado ponente: Dr. ANTONIO BARRERA CARBONELL Santafé de Bogotá, D.C., febrero tres (3) de mil novecientos noventa y siete (1997) La Sala Plena de la Corte Constitucional, revisa el proceso de la acción de tutela radicado bajo el número T-84771 en Compilación y selección de los fallos, y decisiones de la jurisdicción especial indígenas 1980 – 2006, Consejo Superior de la Judicatura.

15 Sentencia T-007/95 

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indígena a ser sujeto colectivo y autónomo de derechos16. Y con esta personería activa pueden exigir el cumplimiento de sus derechos.

Entonces, ¿Cuál es según la Corte Constitucional la manera de conciliar dos intereses

opuestos? Es decir: Entre la necesidad de planificar el manejo y aprovechamiento de los recursos naturales en los referidos territorios para garantizar su desarrollo, y la protección de la diversidad cultural. Protección que se consagra en el parágrafo del artículo 330, cuando prescribe que cualquier explotación que se pretenda realizar en territorios indígenas debe hacerse sin desmedro de sus derechos, y el gobierno debe propiciar la participación de representantes de las comunidades involucradas.

Respecto de los recursos naturales no renovables, por disposición constitucional son de

la nación, y para su explotación en pueblos indígenas debe surtirse la consulta previa. El Código de Minas ley 685 de 2001 tienes disposiciones sobre el tema la cuales pasamos a comentar dado que son actividades económicas que se realizan en zonas indígenas.

De acuerdo con la norma minera (artículo 123), para los efectos previstos en este

artículo los territorios indígenas son las áreas poseídas en forma regular y permanente por una comunidad, parcialidad o grupo indígena de conformidad con lo dispuesto por las normas que regulan la materia.

Derecho de prelación (artículo 124): de acuerdo con la disposición, las comunidades y

grupos indígenas tendrán prelación para que la autoridad minera les otorgue concesión sobre los yacimientos y depósitos mineros ubicados en una zona minera indígena, y el contrato puede tener como objeto uno o varios minerales. La concesión se hará de forma colectiva, y no puede transferirse a terceros.

Pero de la misma manera se acepta que haya acuerdo con terceros para hacer

materialmente el trabajo (artículo 126) En el artículo 35 dispone que haya Zonas de minería restringida, y que en estas podrán

efectuarse trabajos y obras de exploración y de explotación de minas con las restricciones que se expresan a continuación:

f) En las zonas constituidas como zonas mineras indígenas siempre y cuando las correspondientes autoridades comunitarias, dentro del plazo que se les señale,

no hubieren ejercitado su derecho preferencial a obtener el título minero para explorar y explotar, con arreglo a lo dispuesto por el Capítulo XIV de este Código.

                                                            16 Sentencia T-380/93 

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Desafortunadamente los requisitos técnicos y económicos exigidos para las actividades mineras en la práctica han anulado esta norma pues los pueblos indígenas casi nunca pueden cumplir con las exigencias requeridas para las explotaciones mineras, como si lo pueden cumplir los medianos y grandes mineros.

También se establece que habrá áreas indígenas restringidas por especial significado

cultural, social, y económico para la comunidad o grupo aborigen. Y esas delimitaciones debe hacerlas la autoridad tradicional de acuerdo con sus creencias, usos y costumbres (artículo 127).

Se establecen disposiciones que deben observar los mineros para respetar la integridad

cultural cuando realizan explotaciones en zonas indígenas (artículo 121de la ley 601). En efecto se señala que:

“Todo explorador o explotador de minas está en la obligación de realizar sus

actividades de manera que no vayan en desmedro de los valores culturales, sociales y económicos de las comunidades y grupos étnicos ocupantes real y tradicionalmente del área objeto de las concesiones o de títulos de propiedad privada del subsuelo”.

Cuando un tercero obtenga permiso para explorar y explotar dentro de zonas mineras

indígenas deben vincular a las comunidades en el trabajo y con eso queda resuelta la disposición sobre derecho preferencial (artículo 128). También se prevé que haya zonas mixtas cuando haya traslape de territorios colectivos de comunidades negras y resguardos o zonas indígenas (artículo 129).

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II. EL CASO DE LA INVERSIÓN PETROLERA

1. El contexto. Antes de examinar la inversión y consecuente explotación del yacimiento petrolífero en la región del Putumayo por parte de la Texas Petroleum Company, TEXACO, que es nuestro objeto de estudio, vale la pena detenerse un poco en las condiciones generales, mundiales y regionales, en las que se desenvolvía el mercado petrolero a comienzos de la década del sesenta. Como es bien sabido, luego de la reconstrucción económica –y política- que siguió a la Segunda Guerra Mundial, el mercado del petróleo, pese a continuar dominado por el Cartel de las famosas “Siete hermanas”, entra en un periodo de redefinición originado, en gran medida, en el incremento constante del consumo y en la importancia creciente de los países en donde se encontraban los principales yacimientos conocidos, particularmente en el Medio Oriente, lo cual, a su vez, imponía un cambio en las relaciones de fuerza. Surgen nuevas Empresas de tamaño mediano, incluso en Estados Unidos y varias de carácter estatal incluso en Europa. Sin contar el poder creciente de la URSS, gran productor y exportador. Entre las Estatales se destacan las creadas en los propios países productores, como resultado de políticas nacionalistas o anticoloniales que, en los casos menos audaces, ponían en cuestión, por lo menos, el tradicional sistema de concesiones. Uno de los efectos más notables de esta nueva situación fue la agudización de la pugna mundial por el control de las reservas que equivale, en cierto modo, a control de territorios, en lo cual comparten intereses Empresas y potencias imperialistas. Lo más importante era asegurar suministros. En ello es preciso tener en cuenta que Estados Unidos se va convirtiendo poco a poco en dependiente de las importaciones. Es por eso que acertadamente se dice que el mercado del petróleo es esencialmente político. Este desplazamiento del lugar de la pugna conduce a la aparente paradoja de un exceso de la producción sobre el consumo, dando lugar a lo que se llamó la era del “petróleo barato” que habría de durar hasta principios de la década del setenta. Dos acontecimientos, estrechamente relacionados, contribuyeron a configurar la situación descrita. El primero fue la recuperación del Canal de Suez, en 1957, por parte del gobierno nacionalista de Egipto. La interrupción del paso de los buques cisterna puso sobre aviso a los Estados Unidos del riesgo en que se encontraban sus importaciones. El segundo, fue la decisión del gobierno de éste país, en 1959, de limitar las importaciones para reducir la dependencia, estimulando así la exploración y la explotación de sus propios yacimientos. Como resultado de ello, muchas empresas se vieron en poder de cuantiosos excedentes presionando los precios a la baja, y reduciendo de paso la participación de los Estados. Fue el principio del fin de la omnipotencia del Cartel para fijar precios. Se crea enseguida la OPEP.

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En este panorama, la posición de América Latina es bastante singular. Su participación en la producción mundial de crudo se había desplomado como resultado, obviamente, de los nuevos yacimientos descubiertos en el cercano y Medio Oriente. Había dejado, aparentemente, de ser una prioridad para los Estados Unidos. Sin embargo, enfrentaba una original y crítica situación. A diferencia de los países del capitalismo desarrollado que habían consumado las primeras etapas de la industrialización sobre la base del carbón, su modelo económico -incluyendo la minería, la agricultura mecanizada y sobre todo el transporte- era (y es) altamente consumidor de petróleo. Así, la tendencia, salvo algunos países como México y Venezuela, ha sido siempre deficitaria. Frente a esta situación, la respuesta ha sido contradictoria. De una parte, el nacionalismo, buscando el control directo del recurso. - Ya a finales de los años treinta, México y Bolivia habían procedido a nacionalizar (estatizar) las empresas- De otra, el otorgamiento de ventajas cada vez mayores a las empresas multinacionales, con el fin de atraerlas. Estas respuestas se han alternado periódicamente, aunque la segunda tal vez ha predominado. La primera, por supuesto, no equivale siempre a la estatización sino que se expresa en posiciones fuertes frente a la negociación. El aspecto de mayor controversia, además de la participación estatal (tributaria y de regalías), ha sido, en los países deficitarios, la proporción que se destina al consumo interno sobre la cual las multinacionales tratan de imponer sus condiciones abusivas. Ahora bien, la presencia de las siete hermanas en la región ha sido notable desde principios del siglo XX. Fueron ellas las responsables del inicio de la explotación en casi todos los países. Bajo el sistema de concesión, naturalmente. De ahí que las respuestas señaladas antes se hayan expresado siempre en negociaciones y renegociaciones con los Estados; negociaciones políticas donde no han estado ausentes abiertas y descaradas formas de intervención y presión extranjeras. Para la época que estamos considerando, en algunos países se reforzó la tendencia nacionalista pero en otros, como en Colombia, predominó la contraria. En general, llama la atención la cantidad y variedad de las empresas, muchas de ellas versiones diferentes de la misma Corporación Internacional, donde no faltan asociaciones y fusiones, y la práctica habitual de negociar entre ellas las concesiones, lo cual pone en evidencia otro hecho habitual: el largo periodo que media entre la comprobación de la existencia de significativas reservas y el inicio de las actividades de perforación y explotación. Todo ello en contra de la urgente necesidad de los países de maximizar la producción. No gratuitamente ésta se elevó considerablemente cada vez que los Estados la asumieron. Explica, además, los ingentes esfuerzos realizados por ellos para montar refinerías, con el propósito adicional de importar crudos directamente cuando se hiciera indispensable. Y los esfuerzos complementarios para desarrollar un transporte y sobre todo una comercialización propia. Estos últimos fueron los principales logros alcanzados durante la década del sesenta aún en los países menos nacionalistas. Y así enfrentaron las nuevas circunstancias en las cuales el

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petróleo de América Latina recobraba importancia para los Estados Unidos, dadas las inciertas relaciones con los países árabes. Poco a poco, sin embargo, se va agotando el ímpetu estatista. En parte por razones políticas no exentas de presiones imperialistas, o por consideraciones supuestamente pragmáticas según las cuales, ante la persistencia del déficit, sólo la inversión extranjera podía resolver los problemas. Discutible argumento pues precisamente los más proclives a favorecerla estaban entre los peor situados. Algunos pudieron aprovechar el alza de los precios en 1974, pero otros como Colombia, fueron víctimas.

2. Colombia: política y legislación en el periodo. A mediados de los años cincuenta las condiciones normativas y políticas no podían ser, en Colombia, más favorables para las empresas multinacionales del petróleo. La normatividad continuaba amarrada al sistema de Concesiones. Las dos más importantes y extensas, casi emblemáticas para el país, la concesión de Mares en el Magdalena medio y la concesión Barco en el Catatumbo, en límites con Venezuela, habían sido otorgadas a principios del siglo XX a sus iniciales beneficiarios, pero sólo habían entrado en producción, después de varias negociaciones y traspasos que las pusieron en manos de multinacionales, la primera durante la Primera Guerra Mundial y la segunda en vísperas de la Segunda. Las reacciones nacionalistas tuvieron aquí poco éxito. Téngase en cuenta que el régimen político Colombiano se hacía cada vez más autoritario, en medio de una cruenta violencia que no iba a parar ni siquiera después de los acuerdos bipartidistas de 1958. Se debe destacar, sin embargo, la creación de la empresa estatal de petróleos, en 1951, como resultado de la reversión de la concesión de Mares, hasta ese momento en manos de la Standard Oil de N. Jersey (Exxon), después, eso sí, de una dura lucha de los trabajadores que habían sido capaces incluso de adelantar, en las peores condiciones, una larga huelga, tres años antes. Sin embargo, la historia de los años cincuenta es más bien una historia de sucesivas reformas de la legislación para hacerla cada vez más beneficiosa para las empresas. El propósito de esta política no era, de ninguna manera, oculto; por el contrario, se declaraba abiertamente que se trataba de atraer nuevas inversiones. El pormenorizado recuento que nos hace Jorge Villegas en su libro ya clásico (1968; 1975) nos muestra además que nunca faltó intervención de los abogados al servicio de las multinacionales. Muchas de las reformas consagraron, desde luego, disminuciones o exenciones tributarias de todo orden, pero hay otras, las más importantes, que tocaron aspectos verdaderamente cruciales. La primera que debe mencionarse fue la introducción, mediante Decreto de estado de Sitio (10 de 1950), de una figura copiada de la legislación de los Estados Unidos en donde los yacimientos eran propiedad de particulares. Se trata de la deducción de la renta gravable de un porcentaje correspondiente al progresivo “agotamiento de los pozos”.

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El segundo tipo de reformas tiene que ver con el “estímulo” a la exploración. Era, al parecer la principal preocupación durante todo este decenio. No se descartó prácticamente ningún mecanismo: exención al impuesto de patrimonio durante el periodo de exploración; deducción por amortización de las inversiones realizadas para la exploración; ampliación del período de exploración. Hasta llegar a la autorización para aplazar el inicio de la explotación cuando existieren razones técnicas o comerciales que lo justificaran. A todo ello se agrega la sucesiva ampliación de los periodos de explotación, de modo que en conjunto la concesión podía alcanzar setenta años y más. Este último parecía ser el sentido de tantos beneficios. Es decir, el otorgamiento de amplios territorios en concesión, aún sin la obligación de iniciar explotación. Téngase en cuenta que, adicionalmente, desde 1950 se habían suprimido las reservas nacionales, salvo únicamente aquellos campos que hubiesen revertido a la nación, con lo cual, en lo sucesivo, pese a la existencia de Ecopetrol, sólo quedaba la modalidad de concesión como alternativa para la explotación del petróleo. Aún en zonas ya identificadas, circunstancia altamente significativa en lo que se refería a los Llanos orientales y la Amazonia. En ésta última, por cierto, calificada entonces como la región de “Occidente”, el gobierno dictatorial de Rojas Pinilla, en 1955 (Decreto 2140) amplió nuevamente el plazo para las concesiones otorgadas. Es por eso enteramente explicable que semejante política de “estímulos” no hubiera conducido durante este decenio a ningún incremento significativo en el ritmo de producción. Como bien lo señala Villegas (1968), el propósito real del poderoso Cartel mundial del petróleo no era otro que mantener a Colombia como país de reserva. Apreciación confirmada por otros investigadores. René de la Pedraja (1993), por ejemplo, sostiene que es esta circunstancia la que explica toda esta historia de intrigas y presiones, de cambios jurídicos y traspasos de propiedad, de negociados y corrupción, desde los años veinte hasta comienzos de la década del sesenta que es justamente cuando comienza la explotación del petróleo del Putumayo. Este último es, sin embargo, una excelente ilustración de lo que significó permanecer como país de reserva. En realidad la existencia de petróleo en la amazonia, especialmente en las cabeceras del gran rio, bajo sus principales afluentes (en Perú, Ecuador y Colombia), ya se sospechaba o se conocía desde principios del siglo XX. De la Pedraja(1993), cita al respecto un informe de 1921 y constata que, en todo caso, en la década del treinta ya era un hecho reconocido. En efecto, del lado del Perú la Exxon anuncia el descubrimiento del yacimiento de Ganso Azul a finales de esta década. Al parecer no era la única empresa. La idea generalizada era que, en estos territorios, aislados y abandonados de los gobiernos, se contaba con la más absoluta libertad. Se dice que una filial de la Shell, la Anglo Saxon Petroleum, venía realizando exploraciones por la misma época en Ecuador y Colombia y

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que por razones estratégicas decidieron ocultar sus descubrimientos. Al fin y al cabo ambos países compartían la característica de ser considerados de “reserva”. De la Pedraja (1993) refiere, además, que el gobierno colombiano recibió, en 1932, el resultado de un estudio que no dejaba duda sobre la existencia de los yacimientos en el área del Putumayo. Su autor, un geólogo alemán, recomendaba que, dada su importancia, el Estado debería emprender, por sí mismo, su explotación. Sin embargo, al parecer fue la misma Exxon que, como se ha dicho, tenía el monopolio de la producción a través de la concesión de Mares, la que presionó al presidente Olaya Herrera para que desistiera de cualquier empeño a cambio de su apoyo en la guerra con el Perú que, por curiosa coincidencia, había estallado en ese momento. No se volvió a hablar de este asunto por lo menos hasta 1948 cuando la Texaco confesó haber perforado por lo menos cuatro pozos en el área de Orito los cuales había tenido que taponar al encontrarse arcilla asfáltica. Tan falso era que fue de allí mismo de donde comenzó a brotar el petróleo, quince años después, cuando las condiciones del mercado mundial lo hicieron conveniente. En realidad, según refieren Cáceres y Teatín (1985), desde 1941 ya venían adelantando, discretamente, su propia campaña exploratoria en una amplia región que iba desde el Caquetá hasta la frontera con Ecuador. La Texaco tenía ya una presencia notable en Colombia; en 1936 había comprado a la Gulf la concesión Barco, en asocio con la Mobil Oil. En sus manos, la concesión dejó de ser objeto de pura especulación para convertirse en real explotación cuya producción competía con la de la Exxon. Y el negocio fue para ella altamente lucrativo. Sin contar las irregularidades y los fraudes cometidos que se comprobaron a principios de los sesenta cuando, a instancias de un Ministro comprometido en una política nacionalista, se comenzó a hablar de la fecha de la reversión. Entre las irregularidades se incluía la práctica de utilizar subcontratistas en lugar de enganchar personal permanente. Desafortunadamente, la confrontación concluyó con una derrota para los trabajadores que exigían la reversión anticipada y para el Ministro quien, por estas y otras razones, fue removido en 1965. Pero la Texaco contaba con otras alternativas. En 1954, en plena dictadura militar, había comenzado a negociar la concesión en el Putumayo que entonces formaba parte del Departamento de Nariño. En 1956 llega a una especie de contrato con el gobierno de Rojas Pinilla para la exploración y futura explotación del petróleo que se pudiera hallar en esa área. En 1959 la concesión se formaliza. No había dudado pues en aprovechar las ventajas que, como se ha descrito, en ese entonces otorgaba la legislación, las cuales se mantenían pese a los cambios políticos. Y ya para los años sesenta la Empresa tenía clara consciencia del cambio sustancial que se estaba verificando en el mercado mundial. Se imponía una estrategia opuesta: saquear lo más rápidamente posible hasta la última gota de reservas de crudo. Buscó entonces un socio hasta que lo halló en la Gulf. En 1963 se da comienzo a la actividad. En adelante la disputa con el gobierno colombiano sería por la construcción del

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Oleoducto el cual sólo pudo terminarse seis años después. Al mismo tiempo, obtiene la concesión en Ecuador donde “redescubre”, en 1967, el famoso yacimiento de Lago Agrio, cuya producción fue bombeada a través del oleoducto colombiano durante un tiempo, hasta la culminación del ecuatoriano en 1972. El saqueo se llevó a cabo cumplidamente en ambos países; contribuyó, según se dice, a contrarrestar parcialmente el alza de precios de 1973 tal como se había previsto. 3. Características principales de la explotación petrolera en el Putumayo

3.1. El inicio de la explotación.-

El pozo Orito 1 que, como se ha dicho, se perfora con promisorio éxito en 1963, debe su nombre al hecho de estar ubicado en territorio indígena Siona conocido entonces con el nombre de Oritos sin duda por estar a orillas del rio Orito-Pungo, un afluente del rio Putumayo. Aproximadamente a 35 kilómetros al noroeste de Puerto Asís. Como se tratará en detalle más adelante, tanto la actividad de exploración como la de perforación y, luego, inicio de la explotación debieron significar un enorme impacto negativo para la vida de los habitantes originales quienes finalmente fueron expulsados de su territorio. Téngase en cuenta que, no existiendo en ese momento ningún tipo de carreteras, todos los equipos, herramientas, materiales y personal para las labores iniciales de desmonte y despeje, construcción y emplazamiento de instalaciones, así como la perforación propiamente dicha debieron ser traídos por vía aérea. Domínguez (2005) cita una edición de 1968 de la revista Time en la cual se califica esta operación como “la mayor realizada desde la segunda Guerra Mundial”. Como es lógico, el área de actividades era bastante más amplia dado el permanente tránsito de personas debido a su trabajo, que además tenían que alimentarse y ubicar lugares de descanso. El campamento principal, denominado Santa Ana, se ubicó, al comienzo, 14 kilómetros al norte de Puerto Asís en un sitio conocido como Paujil. Además, en los siguientes años se fueron perforando nuevos pozos, separados varios kilómetros unos de otros. Primero Acaé, San Miguel, Loro y Hormiga. Luego, San Antonio, Sucumbíos, Churuyaco, Sucio, Caribe y Caimán. En total, hasta 1971 se habían perforado 62 pozos exploratorios, desde luego no siempre con éxito. A finales de los años sesenta Orito ya se ha convertido en un poblado. La explotación del petróleo no tendría sentido si no se contara al mismo tiempo con un medio de transporte para el crudo, posiblemente destinado a la exportación. Fue por eso que simultáneamente se planteó la construcción del Oleoducto que, como se relató anteriormente, enfrentó varios obstáculos jurídicos y políticos. El principal obstáculo fue la actitud del Ministro Enrique Pardo Parra quien, por razones de interés nacional,

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consideraba que el oleoducto debía ser del Estado para lo cual estaba adelantando conversaciones con la empresa estatal Brasilera. Como se sabe, Pardo Parra fue finalmente removido dejando libre el camino. Semejante obra, desde luego, requería cuantiosas inversiones. Seguramente esa fue una de las razones principales para que la Texaco hubiera buscado asociarse con la Gulf. La obra efectivamente fue colosal. No tanto por la distancia ya que desde los tanques de recolección hasta el puerto de Tumaco en el Océano Pacífico son 320 kilómetros, aproximadamente, sino porque era necesario atravesar la cordillera de los Andes ascendiendo hasta una altura máxima entre 3490 y 3505 metros. Esto significa, por lo demás, que el oleoducto tenía que contar con una poderosa estación de bombeo. Las mayores dificultades tenían que ver, por supuesto, con el acarreo y el emplazamiento de los tubos a través de una selva inexpugnable. Había que escalar y abrir trochas; se utilizaron, como desde el principio, ampliamente, los ríos, para acercar los equipos, camiones y tractores, pero el mayor mérito se lo llevó el apoyo de los helicópteros que permitieron instalar, desde el aire, tubos y torres, confirmando lo dicho sobre la operación aérea ya mencionada. Después de enormes esfuerzos, durante tres años, la obra fue concluida en 1969 con lo cual se daba inicio, ahora sí plenamente, a la explotación de los yacimientos. Otra obra de importancia fue la construcción de la Refinería, propiamente en el centro de Orito. Diseñada con una capacidad para refinar 1.000 barriles diarios de crudo, lo que significaba una producción estimada de 750 barriles diarios de derivados, principalmente gasolina, pretendía atender la demanda interna del país. En este caso, de la amazonia - más exactamente para la Armada, cuya flota se encarga de la vigilancia de los ríos- y del suroccidente colombiano. Esta última región, que incluye el Valle del Cauca, en ese momento ya consolidado como polo industrial y agroindustrial, venía enfrentando el problema hasta entonces insoluble de la escasez de combustibles. Desafortunadamente, la refinería se terminó y entró en funcionamiento en 1968 pero no pudo contribuir a resolver el problema ya que el transporte de Puerto Asís a Pasto, la puerta de entrada a la región, era excesivamente caro dada la precariedad de la vía. El combustible resultaba más caro incluso que transportándolo desde el puerto en la costa Caribe hasta el de Buenaventura en el Pacífico, pasando por el Canal de Panamá. La importancia de esta última observación estriba en que contribuye a explicar el conjunto de circunstancias que rodearon las decisiones de esta Compañía que, como se señaló anteriormente, adoptó la política de extraer el crudo lo más rápido que le fuera posible. La verdad es que desistió de cualquier alternativa terrestre. Contando con el terminal en Tumaco, donde por cierto nunca se hizo la refinería pese a las presiones de la propia Texaco, la solución más fácil era privilegiar la exportación de crudo y así debió hacerlo.

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3.2. Tierras, concesiones, adjudicaciones.-

Cuando se inició la explotación de los campos del Putumayo la concesión era de 2.200.000 has, según algunos (Villegas; 1968). Al respecto parece haber algunas dudas. De la Pedraja (1993) menciona un millón del lado Colombiano y 1.400.000 del lado ecuatoriano. De hecho, la Concesión Orito, en sentido estricto no supera las 100.000 hectáreas. Pero la confusión es explicable. Las reformas de los años cincuenta también se orientaron en sentido favorable a las empresas, en cuanto a la extensión territorial de las concesiones. En general, la extensión osciló entre 100.000 y 200.000 hectáreas según la región, pero el llamado Código de Petróleos de 1952 introdujo la escandalosa salvedad de que la misma persona –natural o jurídica- podía obtener varias concesiones que en su conjunto podían exceder el límite. Todo ello, como se ha dicho, iba en el sentido de favorecer, a través del ofrecimiento de control territorial, la política de hacer de Colombia un país de reserva. Durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo (1966-70) se intentó una renegociación de las condiciones de la concesión y algo se logró en materia de regalías, pero lo fundamental, incluida la extensión territorial, se mantuvo, de manera que prácticamente todo el medio Putumayo siguió siendo área de explotación petrolera. Esta delimitación había introducido un radical reordenamiento territorial, y un motivo de disputas por la tierra que se sumaba a otros. En efecto, como se señaló anteriormente, todo el Putumayo formaba parte, desde 1959, de la gran reserva forestal de la amazonia. No obstante, en 1964, con la aprobación del Proyecto de colonización se había sustraído de la reserva una extensión de 2.000.000 de hectáreas, entre el alto Putumayo y el Valle de Sibundoy, ya que se consideraban zonas aptas para la agricultura y la ganadería. En 1965 se crea en la Comisaría una Comisión de adjudicación de baldíos. En 1966 se autoriza la colonización en una parte del bajo Putumayo. En estas circunstancias, es fácil la confusión. En los hechos se superponen áreas forestales, áreas petroleras y áreas de colonización. Aparentemente no había problema. El Código de petróleos (1952) contemplaba la posibilidad de la convivencia entre las actividades colonizadora y de explotación petrolera siempre y cuando la primera no afectara los derechos reconocidos a las empresas. Téngase en cuenta que, desde 1947, la legislación había otorgado a las Empresas el privilegio de utilizar también el “suelo” de las concesiones, suponiéndolo arbitrariamente “baldío e inculto”. Con ello se modificaba la concepción vigente hasta entonces de que la concesión autorizaba exclusivamente la exploración y explotación del subsuelo (advertencia explícita de la ley de 1923). Consecuente con este enfoque de los “derechos” de las empresas, la resolución del Instituto de la Reforma Agraria (Incora) quien se ocupaba entonces de todos los asuntos atinentes a la tenencia, propiedad y uso de la tierra, solamente precisa, en 1968, y ya frente al problema, que se permite la actividad colonizadora siempre que no afecte las “servidumbres” establecidas a favor de la industria petrolera. En particular, que no se

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pueden ocupar terrenos que se encuentren a menos de un radio de 500 metros de los pozos e instalaciones. En todo caso, la adjudicación debe contar con la autorización del concesionario quien podrá establecer sus condiciones.

Tomado de Devia A, Claudia

Cabe subrayar que el régimen de servidumbres, aplicable también a la minería en general, es bastante amplio. Incluye no sólo el derecho de construir edificios y todo tipo de

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instalaciones para las labores, lo mismo que vías de comunicación, todo lo cual implica el uso del espacio, sino el derecho de utilizar los recursos, como la madera y el agua, que le sean necesarios. En el caso del petróleo se aplica a los oleoductos con sus estaciones y dependencias correspondientes. A manera de contraprestación, la resolución del Incora establece que en caso de que los terrenos estuvieren ocupados antes del otorgamiento de la concesión la Empresa debe hacerse cargo, a su vez, de servidumbres, en la forma de una indemnización. Sin embargo, ésta se limita al pago de las mejoras (cultivos, por ej.) y de ninguna manera del valor de la tierra. Sobra decir que en estos casos, que normalmente implican disputas, es el concesionario quien tiene siempre la última palabra. Se convierte en la práctica en una cuestión de buena voluntad. Como si fuera poco, la norma consagra que en caso de negativa del colono, la empresa puede hacer uso de un derecho de expropiación. Como se verá más adelante, a las comunidades indígenas del Putumayo les fueron aplicados estos criterios, como si se tratara de grupos de “colonos”. Sea la oportunidad para señalar que tal vez la intervención sobre el territorio más importante, y si se quiere devastadora, originada en la explotación petrolera, fue precisamente la apertura de vías de comunicación destinadas a su propia actividad. Domínguez (2005) sostiene que no fue significativa, ya que la concesión abarca aproximadamente 16.000 Km2, y lo atribuye al empleo exitoso de operaciones aéreas. No obstante, tal conclusión, derivada de la comparación con lo ocurrido en Barrancabermeja (Concesión de Mares), es probablemente exagerada. No es posible comparar estas dos regiones cuya geografía y ubicación en el país es tan diferente. Pese a la importancia del transporte aéreo, la verdad es que sí se fue tejiendo, aunque lentamente, una red de carreteras y sobre todo de puentes. Seguramente no de la misma calidad y alcance que en el magdalena medio, pero el impacto, justamente por la diferencia, fue mucho mayor. Entre 1966 y 1969 se construye la carretera entre el campamento de Santa Ana y el campo de Orito. Esta vía supuso la construcción de tres puentes sobre los ríos Orito, Calderón y Putumayo. Luego se hizo, sobre el rio San Miguel, el puente que comunica el puerto del mismo nombre en Ecuador con Orito. Importante para mantener la conexión con las explotaciones del vecino país. Obsérvese que los ríos, que en esta región habían sido las vías naturales de comunicación, pasan de pronto a ser obstáculos. Otra vía importante fue la construida entre Orito y estación Guamués. En general, puede decirse que la Texaco, buscando el acceso de sus pozos, fue la responsable de la conexión interna entre los principales poblados del Medio Putumayo. Y de ello hizo gala, presentándose como impulsora del “desarrollo” en toda su publicidad. (Devia, 2004)

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3.3. Demanda y condiciones de trabajo.-

La actividad petrolera implica, a grandes rasgos tres etapas principales: la exploración y prospección, las obras de instalación de la infraestructura de la explotación que incluye la construcción complementaria, y la etapa de extracción propiamente dicha que incluye el bombeo y transporte. A ellas se puede añadir, cuando sea el caso, la refinación. En ellas la utilización de mano de obra, que sólo excepcionalmente es permanente, presenta diferencias en cantidad y calidad. Para el caso del Putumayo, dada la magnitud de las obras, se supondría un gran número, sin embargo, Domínguez (2005) recoge la evaluación realizada por Wesche (1967) y concluye que la operación de la Texas-Gulf y sus contratistas en ningún momento pasó de un máximo de mil empleados. Una presentación aproximada del panorama podría ser la siguiente: La etapa de exploración y prospección (se utilizó el método sísmico) evidentemente se apoya en un grupo, relativamente reducido, de profesionales y técnicos calificados que provienen como es obvio de fuera de la región e incluso del país. Aquí la principal contratista fue la Geofisical Survey International. Adicionalmente, un personal destinado a oficios varios que probablemente fue reclutado en la región. La segunda etapa, es por supuesto la que utiliza la mayor cantidad de personal, durante un periodo que abarca (incluyendo oleoducto y refinería) por lo menos seis años. Es aquí donde mejor se aprecia la estrategia seguida por la Texas-Gulf de subdividir el trabajo según contratistas. Loffland en perforaciones, Halliburton y Helicol en transporte, Schumberger en construcción y administración, y otras más, algunas menos poderosas y nacionales. En todas ellas hay que contabilizar el personal administrativo y de ingeniería correspondiente que, al igual que el propio de la Texaco, proviene de otros lugares (y otros países) y ocupa su exclusivo campamento. Un segundo grupo es el de técnicos y personal calificado en ciertos oficios que, según parece, al igual que los empleados en la tercera fase, la empresa trajo de otros sitios de explotación y particularmente de la zona del Catatumbo. Aparte de los grupos anteriores se encuentra un amplio sector de trabajadores, inestable, y en las peores condiciones laborales. De acuerdo con sus investigaciones y entrevistas, Devia (2004) destaca entre estos trabajadores un tercer grupo, conocido como los “malleros”, que cuenta con cierta calificación o experiencia y sigue, de un lado a otro, las actividades, sobre todo de montaje de la infraestructura, de todo tipo de empresas petroleras con la esperanza de una oportunidad de enganche. Conforman una población flotante. El factor de atracción es aquí exclusivamente el salario ya que no aspiran ni a estabilidad ni a otro tipo de condiciones laborales. Téngase en cuenta la diferencia salarial respecto a lo que normalmente se podía conseguir en el país. Domínguez (2005) señala que en ese momento el mínimo se encontraba en $10, y en la petrolera se podía obtener $30 o $35. Finalmente el grupo mayoritario, no calificado, macheteros o “trocheros”, ayudantes de albañilería, ayudantes de los carrotanques y otros vehículos, etc., además del personal ocupado en

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labores de aseo, celaduría y cocina. Sólo en éste último grupo podría decirse que se encontraban los habitantes de la región. Vale la pena anotar que en los grupos inferiores se aplicaba un sistema de subcontratación. En gran número, otras empresas, pequeñas y nacionales, y hasta personas, contratadas a su vez por las contratistas ya mencionadas, se ocupaban de reclutar el personal requerido sobre todo en la parte de obras civiles. Obviamente, con el propósito de eludir todo tipo de responsabilidades laborales –definidas, por supuesto, en el Código- se acostumbraba contratar solamente por un período de 28 días, antes de cualquier presunción de vinculación definitiva. Adicionalmente, esto permitía un alto grado de rotación del personal que, a su vez, impedía la organización y limitaba la protesta. Tan famoso y aceptado era este sistema de contratación que se les llamó –y se les llama todavía, ya que no ha desaparecido- los “veintiocheros”. Por último, cabe resaltar que en la tercera etapa, la de producción, refinamiento y transporte, normalmente la demanda de mano de obra cae significativamente y se mantiene en un bajo nivel. En el caso del Putumayo, además, la producción comienza a decaer en los años setenta. Cuando, en 1981, se completa la reversión de la concesión y Ecopetrol asume la titularidad y recibe la totalidad de la infraestructura, ya ha llegado a un mínimo. Todos sus esfuerzos estuvieron encaminados a detener la declinación de los pozos, pero al mismo tiempo, en la medida en que se comienza a respetar el derecho laboral, los empleos se vuelven estables. 4. Dinámica del poblamiento del Putumayo.

4.1. Migración y urbanización.- El impacto más evidente de la explotación petrolera, en términos de poblamiento, fue el acelerado proceso de urbanización. No obstante, es preciso aclarar que, siendo estas modestas aglomeraciones, ante todo, centros de actividades terciarias, una parte no despreciable corresponde a un fenómeno de retroalimentación, y a un efecto de la propia colonización rural. De acuerdo con la descripción que se acaba de hacer es obvio que la primera oleada poblacional atraída por el petróleo llega a la jurisdicción de Puerto Asís que en ese entonces comprendía la zona de Orito. No obstante, es justo reconocer que el proceso había comenzado un poco antes. En 1956 su población, separada del total de Mocoa, se estimaba en 300 habitantes. En 1964 la población de su cabecera, según el Censo, había pasado a 2902 habitantes de los cuales 2349 eran inmigrantes. Sin duda este crecimiento no es ajeno

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a la terminación de la carretera a Pasto cuyo último tramo se completó en 1957, y a la colonización inducida por esta vía. En cuanto a la considerable proporción de inmigrantes, debe tenerse en cuenta el escaso crecimiento de la población nativa atribuible a las deplorables condiciones de salud que se expresaba en una alta tasa de mortalidad, especialmente infantil. En todo caso, la incidencia de la actividad petrolera que comienza en forma en 1963 es innegable. En adelante el crecimiento sería vertiginoso. En el Censo de 1973 la población de Puerto Asís (todavía incluido Orito) es de 16.340 habitantes; en el de 1985, ya creado el municipio de Orito, la suma de la población de ambos llega a 58.302 habitantes, es decir que, en poco más de diez años, se había multiplicado por tres. Sólo Puerto Asís 43.187. Las características de esta “urbanización”, impuesta de manera súbita por una economía extractiva, son conocidas por otras experiencias y aquí se repitieron con exactitud. Implica no sólo un choque socioeconómico sino cultural. La presencia de personal, contratado con salarios (monetarios) considerables para la región, induce una serie de actividades económicas de “acogida”, no propiamente productivas. Domínguez (2005) en un estudio preparado en 1969, registra, en primer lugar, el asombroso número de bares, cantinas y prostíbulos, 56 de estos establecimientos en 1964. En segundo lugar se ubican los hoteles y restaurantes. Lógicamente se amplía la actividad comercial; llama la atención la existencia de 34 almacenes dedicados en lo fundamental a la venta de artículos de lujo extranjeros. Todo ello, desde luego, estimula la construcción y por tanto el crecimiento de la ciudad. La situación, sin embargo, se invierte o se transforma entrando la década del setenta. En parte porque muchas de estas actividades se trasladan a Orito, pero también porque junto a este traslado cobra mayor importancia la función de Puerto Asís como referente del proceso de colonización de toda la región. La verdad es que esta ciudad, así como inicia su desarrollo moldeada por la actividad de los colonos, lo cual no ocurre en Orito, dependiente en un todo de la actividad petrolera, luego del primer impacto se consolida en su carácter de centro de comercio agropecuario regional. El propio Domínguez advierte que en la ciudad, de todas maneras, seguía siendo importante el comercio de artículos de consumo corriente y, sobre todo, de alimentos. A principios de los años 70, además, se comienza a registrar un cambio en la naturaleza de la inmigración. Ya no se trata, como al principio, de originarios de Nariño y el Valle del Cauca, o de provenientes de toda la amazonia, como en 1964 (y en menor proporción de otros departamentos o de otros países) sino que se intensifica la inmigración de personas provenientes concretamente del Alto Putumayo, lo cual tiene que ver con cierta descomposición de la economía campesina y el crecimiento del minifundio en esta zona. Lo más probable es que, ante una que se estaba volviendo situación insostenible para el colono, por la dificultad para transportar los productos, para obtener préstamos para producción y por la carencia de medios técnicos entre otros, se hizo más atractivo acudir a

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la ciudad para vincularse al sector terciario o para esperar un “veintiocho” con la empresa. Así, al tiempo que se fortalece la “urbanización”, los terrenos desocupados quedan en manos de terratenientes quienes fácilmente compraban a bajos precios las mejoras Ahora bien, el caso de Orito sí tiene que ver exclusivamente con el impacto de la actividad petrolera. Casi, empezando de cero. Como se dijo, el propio establecimiento de las instalaciones significó el desplazamiento de la población indígena que se encontraba en el sitio. Al igual que ella los pocos colonos existentes fueron desalojados por la empresa que supo aprovechar los privilegios de “servidumbre” que se comentaron atrás. Fue sólo después, con el avance de la tala y la apertura de vías que comenzaron a llegar colonos campesinos. Los trabajadores se fueron mudando de lugar de descanso, o residencia, conforme avanzaba el desarrollo de la infraestructura y de la actividad de explotación. Primero en una embarcación, luego en campamentos improvisados, posteriormente en el campamento estable de Santa Ana. Al final, sobre todo el grupo de trabajadores que son parte de la población flotante, se instala en Orito, y con éste los centenares de emprendedores que van a dedicarse a los mismos negocios que en Puerto Asís. Pero la infraestructura “urbana” resulta peor: no sólo son precarias las viviendas, ubicadas además de manera desordenada, sino que se carece de los más elementales servicios públicos con todas sus implicaciones negativas en materia de higiene y salud. Devia (2004) dedica precisamente su investigación al análisis de este proceso. El crecimiento en todo caso fue acelerado. Según el Censo de 1985, Orito contaba para esa fecha con 1257 viviendas en el casco urbano y 1760 en la zona rural. Además, 21 viviendas de carácter comunal.

4.2. Colonización anterior y asociada.- Como se acaba de señalar de manera insistente, el impacto poblacional de la actividad petrolera tiene que analizarse en un contexto de colonización que le antecede y es mucho más amplia. Se observa, en general, en toda la región del Putumayo. Un rasgo que debe señalarse, para comenzar, es su lentitud, en comparación con otras regiones del país e incluso con otra porción importante de nuestra amazonia occidental como lo es el Caquetá. Y ello a pesar de que, como ya se ha señalado, el alto Putumayo fue desde el principio puerta de entrada a la selva amazónica y significativo en pasados episodios de economía extractiva ya sea la quina o el caucho. También se conoce, en este sentido, la importancia de las misiones franciscanas y de capuchinos, que, en varios momentos, detentaron el poder no sólo espiritual sino político y administrativo por expresa delegación del Estado. Y el breve episodio de guerra con el Perú que fue fundamental para la presencia del Estado en la frontera suroccidental con sus implicaciones de “apertura” y poblamiento. Pero nos referimos a la colonización en sentido estricto es decir aquella que implica cultivos y asiento permanente de población.

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Pues bien, la colonización del piedemonte andino amazónico está estrechamente relacionada con la apertura de vías de comunicación; un proceso verdaderamente lento. El primer camino de herradura, entre Pasto y Mocoa, fue construido por iniciativa de los Capuchinos y entregado a la nación en 1912. La mano de obra era, por supuesto, indígena. En seguida, se inicia el camino a Puerto Asís que fue fundado por ellos en ese año, pero se interrumpen las labores durante un largo tiempo pues sólo se reanudaron en 1928. Durante ese lapso, los campesinos colonos eran muy pocos, cultivando sólo para su autosubsistencia ante la absoluta ausencia de mercados. La misión y sus conventos eran abastecidos desde la sede de la Orden en Pasto. El camino se termina en 1931 y ello sirvió de estímulo para la llegada de colonos provenientes de Nariño y el Huila, también a instancias de la misión. Sin embargo, el mayor estímulo provino de la instalación de la base militar en Puerto Asís con ocasión de la guerra. Aún así la comunicación con Pasto era demasiado dificultosa, lenta y cara y no daba para permitir un verdadero intercambio comercial. La conversión del camino en carretera, ya por iniciativa del Estado, fue un proceso todavía más lento; su último tramo fue terminado tan solo en 1957. ¡En el mismo año en el que se construye el aeropuerto! Fue pues la carretera el estímulo definitivo para la primera oleada de colonización. A medida que se construía, los colonos se iban instalando a lado y lado. Un proceso de asentamiento lineal y disperso, igual al que ocurría en las orillas de los grandes ríos. Domínguez (2005) señala sus características principales. Una de ellas el predominio de la población rural dispersa. Antes se había comentado que, en 1956, la cabecera de Puerto Asís contaba con 300 habitantes; para esa misma fecha el total de la región se calculaba en 8.000 habitantes. Otra característica fue el rápido agotamiento de las tierras disponibles que reunían las condiciones deseadas. Y lo más importante: la ausencia de legalización, es decir de claras delimitaciones y de títulos de las propiedades. De ahí la proliferación de conflictos por asuntos de linderos. Fácil es concluir, además, que las comunidades indígenas debieron internarse en la selva, lejos de los espacios de colonización. Tres rasgos adicionales merecen ser destacados. El primero, es el hecho de que esta colonización no respondía a ningún atractivo particular de la región. La mayoría de los migrantes venían de zonas en que la extrema subdivisión de las tierras –minifundios- ya hacía imposible la subsistencia. De ahí el predominio de los nariñenses. En segundo lugar, debe señalarse que, pese a la existencia de una política oficial de colonización dirigida, visible en otras regiones, incluso el Caquetá, aquí los esfuerzos en ese sentido fueron tardíos y prácticamente inexistentes. Tuvo mayor presencia en el alto Putumayo, particularmente en el valle de Sibundoy. Por último, debe mencionarse el escaso impacto de la violencia de los años cincuenta que fue responsable de otros procesos de colonización en el país, esos sí fundamentales para la historia reciente hasta el punto que se encuentran en las raíces del prolongado conflicto armado.

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En estas circunstancias, es evidente que fue la explotación petrolera el principal determinante de la segunda oleada de colonización. De una parte, por los procesos de migración y urbanización ya comentados, con sus efectos de creación de mercado gracias a la multiplicación de ingresos salariales, la monetarización de las relaciones de intercambio y la propia aglomeración. De otra parte, una vez más, por la apertura de nuevas carreteras como resultado de las necesidades de la empresa tal como se describió anteriormente. Tramos, seguramente cortos, pero que lograron configurar una red, en conjunto con las vías fluviales, que resultaba útil para los desplazamientos de personas y productos. Esta oleada de colonización, ligada a la actividad petrolera, muestra una característica singular que es acertadamente destacada por Devia (2004). Aunque la apertura de una gran vía puede ser el motor de arranque, como sucedió en la etapa anterior, en un segundo momento las carreteras pueden ser creadas a partir de los propios procesos de ocupación y por las necesidades de comunicación de diferentes asentamientos. Sin embargo, en este caso, la empresa fue quien estableció las vías acorde a sus necesidades propiciando la nueva actividad colonizadora. El ordenamiento del territorio fue articulado por la empresa y no por las dinámicas sociales regionales. Se genera así una dinámica de integración entre los diferentes lugares del alto y medio Putumayo, involucrando el Departamento en el desplazamiento de la frontera agrícola nacional. Hasta cierto punto, la conformación de los centros urbanos responde menos a la estructura económica regional que a la típica dinámica de las economías de enclave que generan centros urbanos con funciones parasitarias. La colonización que se genera en torno a la industria es imprevista, sin planeación, sin infraestructura de servicios ni presencia estatal. El patrón de asentamiento, sostenimiento laboral y estructura de relaciones están estrechamente relacionados con la empresa y sus normas. La vida económica de las comunidades se hace más incierta pues persisten el encarecimiento de los productos básicos y las expectativas de ocupación aunque el enclave económico haya dejado de ofrecerla. No obstante, es también cierto que la dinámica de la colonización genera algunos procesos de retroalimentación. Y de transformación conflictiva. Por cierto, uno de los rasgos más destacados y sorprendentes de esta segunda oleada, así como de la tercera que vendría después de los años ochenta, es la llegada de comunidades indígenas provenientes principalmente de Nariño y del Cauca, parte de su histórica tragedia de desplazamientos, pero que, en estas circunstancias, termina por conferirles una cierta condición de “colonos”. Ahora bien, en esta transformación conflictiva vale la pena destacar un aspecto de la mayor importancia: es posible que en la mayoría de las colonizaciones resulte válida la simple alternativa de la autosubsistencia, con algún excedente para la comercialización, pero no puede descartarse como motor de la colonización –y de los conflictos- la expectativa de actividades económicas rentables. De hecho, la ampliación del mercado y de las necesidades y posibilidades de consumo hace indispensable la generación de un excedente con el propósito de obtener un ingreso monetario. Hubo un tiempo en que ese motor fue la

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explotación maderera y luego las pieles “exóticas” que se cotizaban bien en mercados nacionales e internacionales. Probablemente esto dio lugar a intervenciones y ocupaciones transitorias. Pero luego, habiendo adquirido la colonización una dinámica compleja como la que se ha descrito, el objetivo de los colonos se concentra mucho más en los cultivos comerciales o en la ganadería.

Pues bien, como se ha dicho, al llegar la empresa, ya se presentaba un agotamiento de las tierras; con el nuevo impulso se crean nuevos frentes de colonización y poco a poco se van llenando los espacios intermedios hasta dejar de ser procesos lineales. Pero en la amazonia es necesario tener en cuenta una característica adicional. Las que se agotan más rápido son las pocas tierras aptas para la agricultura, como las zonas aluviales y la faja de piedemonte andino. Las condiciones económicas se hacen cada vez más exigentes para el campesino colono; el acaparamiento de tierras es su resultado automático. Eso sin contar las presiones y medidas de fuerza (favorecidas por las limitaciones en la titulación) de quienes cuentan con recursos de poder. Es sólo en este contexto, ineludible, de colonización, como puede entenderse a cabalidad el impacto de la explotación petrolera sobre la condición de los pueblos indígenas.

5. Los Pueblos indígenas afectados

5.1. Caracterización y ubicación. Se ha señalado ya que el descubrimiento y explotación del primer pozo de petróleo se hizo en territorio indígena Siona lo cual es una simple constatación, de hecho, ya que, en la época no existía ningún tipo de adjudicación o titulación en la forma de resguardo o de reserva.17. Al hablar de territorio nos referimos, pues, a la localidad de asentamiento y no a la noción de territorio ancestral. La explotación petrolera, en todo su despliegue que incluye el oleoducto, toca además con el territorio de otra etnia: el pueblo Kofán. En ambos casos, por cierto, si se tomara en cuenta la verdadera territorialidad indígena habría que incluir una parte importante del Ecuador. Como dato significativo obsérvese que el rio San Miguel, que era arteria fundamental de integración de esta territorialidad, es la frontera entre los dos países. Desde luego, si consideramos el alto y el bajo Putumayo como afectados también

                                                            17 La institución del resguardo de origen colonial, se mantenía en algunos casos, con altibajos y

litigios, sólo para algunas comunidades de la zona andina. La figura de la reserva, más moderna, se aplica a finales de los años treinta y sobre todo a partir de los sesenta, como un reconocimiento de la presencia, en determinada área de baldíos, de pueblos indígenas a quienes se concede la prioridad del usufructo. Sin embargo, no queda clara una titularidad de orden colectivo. Asociada con políticas agrarias, tiende a estimular la formación de unidades agrícolas familiares.  

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por dicho proyecto, tendríamos que incluir otras etnias: Inga, Coreguaje, witoto, Kamsá, entre otras. Esto significa que, para la época que estamos estudiando, ya las comunidades indígenas, pertenecientes a diferentes pueblos o etnias, se encontraban confinadas a pequeñas porciones de territorio y en condición de extrema vulnerabilidad. Por otra parte, es claro que ya habían sufrido importantes transformaciones como resultado de múltiples sojuzgamientos y persecuciones, de desplazamientos y vinculaciones forzadas al mercado. Como bien lo dice S. Gómez (2006), a manera de advertencia para el trabajo etnográfico: “Las sociedades nativas, diezmadas en su mayoría, se vieron obligadas a reestructurar sus comunidades, componiéndolas, como una colcha de retazos, con los sobrevivientes de un buen número de etnias. Muchos de los conocimientos que poseían se esfumaron como sucedió con sus viviendas y los campos de cultivo. El tejido de saberes representado por distintos rituales, que soportaban el mundo, se desarticuló.” Dicho de otra manera: las características y ubicación de los pueblos indígenas en el momento del impacto es también un resultado histórico, resultado que, a su vez, determina, en buena medida, su reacción, de adaptación o resistencia. No sobra, en consecuencia, echar una mirada, aunque sea rápida, al panorama que existía durante la colonia. Sólo para darnos una idea de la realidad social de donde se parte y entender el significado de las transformaciones. El antropólogo colombiano Augusto Gómez, quien lleva varios años dedicado a este tema, hace referencia, en un artículo notable (Gómez; 2006), a un mapa y una descripción elaboradas en 1740 por el misionero Jesuita Juan Magnín, en donde se establece que, entre el Caquetá y el Putumayo, “se encontraba la nación de los Seones (Sionas) que son Charuayes, Andaquíes,Macaguajes, Urinus, Curiguajes, Sensaguajes, Ocoguajes, con otras Naciones de Tamas, Murciélagos y Arionas” . Añade, Magnín, que entre el Napo y el Putumayo se encontraban: “Payahuas, Iquiabatas, Sucumbíos, Uecuaris, Encabellados, Yunguinguis, Rumos, Yetes, Guacas, Ceños, Recobas, Chutias, Yarasunos de Archidona, Tenas, Napos Canelos Chitos y los de Ávila”. Es de suponer que se trataba de grandes comunidades, probablemente decenas de miles. Para entonces ya habían fracasado las distintas misiones e intentos de “reducción” del siglo anterior. Cabe anotar que uno de los rasgos más notables de la actividad evangelizadora fue siempre la pretensión de agrupar en poblados y aldeas a comunidades indígenas que les parecían “dispersas”. De ahí la permanente referencia geográfica para identificarlas. A veces, simplemente, los denominan por el lugar de asentamiento que tenían o habían tenido, con nombre español o españolizado, o con el nombre del rio; otras veces, habiéndolos caracterizado por su lengua y costumbres, aludían, significativamente, a la provincia “dilatadísima” en la que el grupo en cuestión se desenvolvía. No gratuitamente esta descripción acompaña un mapa. Allí, por cierto, ya aparece junto al rio Orito un punto señalado como “antigua fundación del pueblo

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de san Diego”. Al parecer tuvieron que trasladarlo a orillas del rio Putumayo. Muchos años después reaparecería en el mismo sitio. Por estas razones es difícil tomar por cierta, literalmente, esta relación y sus clasificaciones. Por ejemplo, se sabe que “encabellados” era una denominación aplicada a los Siona, o a una parte de ellos, que en otras referencias aparecen como “dañaguajes” de “dañá”, cabello y el sufijo guaje que indica “gente de…”. Es evidente, por otra parte, que muchas agrupaciones corresponden a grupos de parentesco que pertenecen a la misma etnia. Generalmente estos observadores coetáneos, misioneros o cronistas, se guían por la lengua, criterio que, en cierta forma continúa aplicándose. De hecho, se considera hoy que los Siona forman parte de la familia lingüística Tukano Occidental, al igual que los Coreguaje y Macaguaje. Pero no faltan las complicaciones: como parte de la evangelización se acostumbraba escoger una lengua e imponerla como lengua general. Esto sucedió con la lengua Siona, al igual que, en otros casos y lugares, con el Quechua (o Kichua), o con el Chibcha, o con el Guaraní. (Gómez 2006). Los propios misioneros, desde luego, no dejaban de señalar que muchas veces la imposición ya había sido lograda por el imperio Inca. En todo caso, no puede dejar de notarse la multiplicidad y diversidad de pueblos registrados, clasificados a veces como “naciones”, es de suponerse que por su importancia o por su evidente magnitud. Y otras como parcialidades, pueblos o familias. Al parecer esta riqueza social y cultural se mantuvo durante todo el siglo XVIII. Las misiones fracasaron nuevamente. A. Gómez (2006) refiere que, según un informe de 1791, “los pueblos estaban desiertos” y “los indios habían retornado a su gentilidad y salvajismo”. La investigación histórica no ha logrado precisar lo ocurrido de entonces hasta mediados del siglo XIX. En todo caso, Rafael Reyes, quien habría de ser después presidente de la República de Colombia, mencionaba en 1877, en el curso del rio Putumayo, entre otros grupos los siguientes: indios de San Miguel, indios “picudos”, Montepas, Macaguajes, Beneció, Incuisilla, y Cosacunti. De un hombre ignorante como él no puede esperarse, por supuesto, rigor alguno. Es obvio que tiende a identificarlos por los lugares. Los clasifica en salvajes y cristianizados. Pero corrobora la diversidad persistente, pese a que ya estaba ocurriendo el segundo gran genocidio –y esclavización- que arranca con la quina y continúa luego con el caucho. En las primeras décadas del siglo XX, de acuerdo con un mapa de los capuchinos, citado también por A. Gómez (2006), los lugares de asentamiento de los Siona eran: Orito, Cuembí, Comandante Kú (o Playa), Buena Vista, Montepa, Concepción. Todos en afluentes o sobre el propio Putumayo. Más abajo, según el mismo mapa, en Piñuña (Bo-piñú-yá) negro, se encuentran Coreguajes y Macaguajes, probablemente Sionas, al igual que el grupo “de la antigua tribu Motepa” ubicado en Piñuña blanco. Cabe apuntar que los

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poblados con sus nombres existen todavía. Nos queda la impresión que muchas de las denominaciones referidas antes corresponden a grupos que tienen relaciones de parentesco. Y en efecto, ya ha sido establecido por la antropología, que los Siona basaban tradicionalmente su organización en clanes. Por ejemplo: los Yaiguaje, gente del jaguar, Maniguaje, gente de la mojarra; Piaguaje, gente del ají; Ocoguaje, gente del agua; Payoguaje, gente del mono maicero y Amoguaje, gente del armadillo. Como quiera que sea, resulta revelador que otro capuchino citado por Gómez, Fray Plácido de Callela, afirmara a finales de los años 30 que el territorio Siona abarcaba “la región del Putumayo desde la desembocadura del Guineo hasta Caucayá” (hoy Puerto Leguízamo). A mediados de los años cuarenta, el antropólogo Milciades Cháves (1945), ya daba cuenta de los procesos de fragmentación y desplazamientos que sufrían los Siona. Al respecto suele presentarse una confusión que habían iniciado los propios misioneros según los cuales estos indígenas acostumbraban desplazarse y abandonar sus parcelas. Evidentemente ignoraban las características de su economía (se verá más adelante), pero la confusión era también tendenciosa. La mayoría de los desplazamientos eran originados en la persecución de que eran víctimas. Y para escapar de las mortales epidemias que generaba el “contacto”. En el momento de su investigación Chaves constata que se debe igualmente a la presión de la colonización. Hacia 1960, esto era mucho más claro. Ahora bien, aunque los Kofán es uno de los pueblos que más llama la atención en la actualidad, especialmente por su conocimiento de plantas medicinales y el uso ritual del Yagé, es poco lo que se conoce de su historia, salvo indicaciones dispersas sobre su existencia durante la colonia y en la segunda mitad del siglo XIX. La denominación, por supuesto es española, pues entre ellos se identifican como “A’i”. El aspecto que más ha interesado es el de su lengua que aún hoy sigue sin ser clasificada, originando múltiples discusiones entre los especialistas. Todavía se cita, al respecto, el artículo que escribiera, en 1938, el padre Marcelino Castellví para el “Journal de la Société des Américanistes”. (Tome 30 n°2). A su juicio, hasta esa fecha no había referencia alguna sobre esta lengua que pudiera ser confiable y convincente, ni siquiera por los informes de Misiones, a pesar de la conocida práctica de los misioneros de elaborar diccionarios y gramáticas de las lenguas indígenas con el propósito de facilitar la evangelización. La incertidumbre aparecía ya en las descripciones que se presentaban un siglo antes. Aclara, eso sí, que “se habla en Colombia desde el rio San Miguel de Sucumbios (frontera con el Ecuador), hasta el rio Guamués al norte y el Putumayo al este”. No ignoraba, seguramente, que también se hablaba en el Ecuador, aunque ya tenía claro que esta familia lingüistica comprendía diversos dialectos. Hoy se dice que los hablados en uno y otro país son ininteligibles mutuamente.

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Sea como fuere, el padre Castellví nos aporta, al mismo tiempo, algunas referencias sobre su número y ubicación que nos pueden servir aquí de ilustración. Cita, entre otros, un censo (sólo para Colombia) que arrojó los siguientes datos: Puerto Asís (río Putumayo) ………………………… 5 San Antonio del Guamués (río Guamués ó Apichaki). 60 Achote-yaco (afluente de izquierda del río Guamués). 13 Quebrada Hormiga (afluente de izquierda del río San Miguel)………………………………………………. 11 Churo-yaco (afluente de izquierda del río San Miguel). 27 Quebrada Abusía (afluente de izquierda del río San Miguel)……………………………………………….. 30 Margen izquierda del río San Miguel, frente a la boca del río Conejo (este perteneciente a la Republica del Ecuador)……………………………………………… 14 Rio Putumayo, cerca de Puerto Ospina ……………. 42 Piňuňa Negro (afluente de izquierda del río Putumayo). 4 Total......................................... 206 Los nombres nos resultan familiares aunque sorprende lo reducido de la población. Enseguida menciona otro censo de 1937 que arrojaría una cifra un poco mayor (263). Pudiera suceder, o bien que ya se había disminuido sensiblemente a causa de las capturas masivas emprendidas por los caucheros, o bien que quienes hacían los censos –misioneros- no lograban una identificación completa de la población Kofán, dada su explicable reticencia.18 Como se habrá advertido, no cabe duda, en todo caso, que se trataba de un pueblo que habitaba un extenso territorio a un lado y otro del rio San Miguel en jurisdicciones de Colombia y Ecuador, de donde puede deducirse que en tiempos pretéritos debió alcanzar considerable magnitud y significación. En la actualidad ellos mismos han estado tratando de reconstruir y rescatar su historia y su tradición como parte de una resistencia social. Aristizábal (1993), refiere que, al preguntársele a los abuelos, por su territorio tradicional: “dibujan el río San Miguel con sus numerosos afluentes y explican que, antes, ellos conformaban una verdadera nación y se desplazaban libremente en una amplia zona que se extendía por el norte hasta el río Guamués (Colombia), por el sur hasta el río Aguarico

                                                            18  En  un  estudio  del  Consejo  de  Estado  de  la República  de  Colombia,  de  1922,  se  calcula  en  200.000  el número  de  indígenas  en  estado  de  salvajismo  Citado  por A. Gómez  (2005). Aunque  se  trata  de muchas etnias y no solamente amazónicas, es poco probable que los Kofán no lleguen siquiera a 500. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que muchos de  los de la Amazonia se clasificaban como “civilizados” tan pronto eran vinculados a “actividades productivas”, vale decir economías extractivas.  

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(Ecuador), por el occidente hasta el piedemonte andino y por el oriente hasta la desembocadura del San Miguel en el Putumayo”

Fuente: Rubiano Garcia, Ezequiel (2005) En los años sesenta, la situación no difería mucho, probablemente, en cuanto a número (con las dudas señaladas) y ubicación, de la que se presentaba a finales de los años treinta. Ni en Colombia ni en Ecuador habían sufrido todavía una significativa presión de la colonización campesina, aunque, por supuesto, distaban mucho de ser comunidades aisladas y sin contacto. Ya habían vivido varias transformaciones. Pero por esto mismo, y por la condición “binacional” de su territorio, debieron ser los más afectados por la devastadora incursión de la explotación petrolera. La misma compañía en ambos países y con poca diferencia de años la misma arrasadora transformación del territorio con todos los efectos de urbanización y colonización ya señalados. En Ecuador hay ya varias investigaciones al respecto (Muratorio, 1996). Por su parte, Rubiano (2005) señala una sospechosa coincidencia con el despliegue simultáneo de las misiones protestantes y la presencia del famoso Instituto Lingüistico de Verano (ILV).

5.2. Formas y relaciones de producción En general, la mayor parte de los indígenas de la selva húmeda tropical han basado su economía llamada de subsistencia en el sistema conocido como horticultura itinerante,

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complementada con la pesca, la caza y la recolección de frutos silvestres. Naturalmente, no hay aquí ninguna homogeneidad; para empezar, recuérdese que hemos hablado de dos grandes regiones, el piedemonte amazónico y la llanura amazónica propiamente dicha y dentro de ellas es posible identificar diversos ecosistemas particulares. Los indígenas, que tradicionalmente prefieren las riberas de los ríos para ubicarse, suelen adaptarse a las condiciones bioambientales locales. François Correa (1990) sintetiza estas variantes de la siguiente manera: En las zonas de vertiente o piedemonte, la agricultura sigue el sistema de “tala y descomposición”. Se explica porque en estas zonas la pluviosidad es extrema lo cual acelera los procesos de descomposición de la materia orgánica que se convierte en abono ofreciendo sus nutrientes. En el área propiamente amazónica suelen desbrozar sus huertas por el sistema de “tala y quema” o “tumba y quema” como se le conoce popularmente. Después de talar se deja la parcela al sol, aprovechando el periodo del año en que disminuyen las lluvias. El proceso se acelera con la quema que suministra las cenizas que le aportan los nutrientes indispensables. Ahora bien, en las riberas de los grandes ríos amazónicos, que siempre se desbordan, se utiliza la franja inundable –varzea- con el beneficio de los ricos sedimentos transportados desde los Andes. Aunque siempre existe un riesgo: si el agua permanece mucho tiempo, el cultivo, por ejemplo yuca, se echa a perder. Por ello se recurre también a zonas no inundables, en suelos de vega que no son tan fértiles. O, finalmente, en “tierra firme” donde los suelos son más sólidos aunque todavía menos fértiles y el bosque es más espeso. Allí las huertas son pequeñas –entre media y dos hectáreas- de modo que se resguarden de los vientos. Implica un profundo conocimiento de las variaciones estacionales. De acuerdo con estas características, se seleccionan los cultivos, buscando, entre otras cosas, que tengan un corto periodo vegetativo. Generalmente se combinan - se asocian - lo cual permite optimizar el aprovechamiento de los diferentes nutrientes y disminuir el peligro de plagas. Obviamente, todo esto implica, por fuerza, que las tierras se dejen descansar. Dependiendo de las condiciones y los cultivos, puede ser de seis meses como en las zonas inundables, de dos años a seis años en áreas de alta humedad, y de ahí hasta cuarenta años en la llanura amazónica. Significa, igualmente, que la comunidad debe disponer de varias huertas entre las que se distribuyen siembras y barbechos para asegurar su permanente subsistencia. Debe aclararse, naturalmente, que no depende exclusivamente de la agricultura y cuenta además con las actividades complementarias, de pesca, caza y recolección. En todo caso supone dominio sobre un amplio espacio; territorio en sentido estricto y no simplemente tierras como medio de producción. Sobre esta base se edifican las relaciones sociales específicas que los caracterizan. Visto desde el ángulo de la teoría económica, podría decirse que se trata de un esquema de reproducción simple, pero sería incurrir no sólo en una impertinencia, ya que para los

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indígenas esto carece de sentido, sino en una profunda incomprensión. No se trata simplemente de la percepción de los indígenas sino de un modo de vida diferente. En realidad, este sistema tiene capacidad de producir excedentes, dando lugar, como se sabe, a distintas formas de intercambio entre comunidades. Incluso permite mejoramientos de la forma de producir (innovaciones) que descartan la idea de la simple adaptación pasiva, sólo que, al no estar mediadas por el mercado, no se les puede aplicar el concepto de acumulación. Es más, como ya lo ha demostrado la investigación antropológica y arqueológica (Imani; 2010) hubo un tiempo pretérito en el cual sirvió de base, en la Amazonia, a sociedades de gran tamaño y complejidad. Como se ha reiterado, la imagen que hoy tenemos, tan parecida al primitivismo, es el resultado histórico del genocidio y la descomposición en pequeños grupos de desplazados y refugiados (Mora; 2006). No hay nada de esencial, étnico, en esta condición. En el caso particular que nos concierne se puede hacer algunas especificaciones que contribuyen además a profundizar lo hasta ahora establecido, sobre todo en términos de relaciones sociales. Lo primero que debe resaltarse tanto en el caso de los Siona como en el de los Kofán, es el carácter comunal de su dominio sobre el territorio (hoy reconocido legalmente) pese a la forma individualizada, o mejor “familiar”, de su usufructo. Hay una subdivisión en parcelas - salvo la parte de uso común para caza y pesca - cuya posesión se “hereda” de padres a hijos. Al respecto no deja de haber incertidumbres. Como se dijo, depende de lo que estemos entendiendo por territorio. Para los años sesenta, sin duda, hay una representación y una convicción por parte de los indígenas (ambas etnias) y una definición, muy distinta, jurídica (baldíos, reservas, posesiones, etc.), por parte del Estado, las cuales se ponen en juego, una y otra vez, cada vez que intervienen los diferentes actores sociales y de poder que hacen presencia en la región. Como se recordará, una primera y muy antigua contradicción es la que existe entre la voluntad de los pueblos indígenas de habitar de manera dispersa –e itinerante- siguiendo el curso de los ríos, y, de otra parte, la imposición de los misioneros que buscaban concentrarlos, “reducirlos”, en aldeas, tal como lo hacían en la región andina. En este sentido, la descripción que suelen hacer los observadores puede reflejar una combinación de su propio prejuicio y de una situación de hecho. Es decir, un resultado del “asentamiento” forzado. (Claro, desde hacía mucho tiempo, como hemos visto). Corroboraría la imagen de una “unidad agrícola familiar” en la que la actividad “campesina” alterna tierras (chagras) en producción y tierras en descanso. Pero podía suceder otra cosa. Pese a las apariencias, los indígenas seguirían manejando el territorio dentro de su propia cosmovisión; con limitaciones y aunque, por ejemplo, la itinerancia ya no fuera tan notoria. Hipótesis que tendría que comprobarse con una investigación específica. Para los pueblos indígenas el territorio no es propiedad, pero tampoco, “selva virgen”. Es, como se dice ahora, selva humanizada. Forma parte de su historia y es, en su conjunto, la base de su existencia no sólo cultural sino material.

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Al respecto, una inquietud que surge es a propósito de la coincidencia que parece existir, en ciertas subregiones, de comunidades de diferentes etnias. Cabe recordar aquí otras como Inga, coreguaje, huitoto y Muinane que no hemos tratado en detalle. No se tiene, empero, información sobre conflictos. En cambio, sí eran reconocidos respecto a la presencia de colonos, como ocurría en el caso de los Siona. Ahora bien, puede darse por establecido que eran comunidades de agricultores. Horticultura de tala y quema. El punto no es de fácil esclarecimiento. Como lo argumenta S. Mora (2006) todo depende del balance establecido con respecto a las actividades de caza, pesca y recolección. El predominio está definido no tanto por el “volumen de producción” o por la cantidad de trabajo empleado en cada una, sino por el peso dentro del consumo. En ese sentido se reconoce para ambas etnias la importancia de la pesca. Igualmente, la caza y la recolección de frutos, aunque en menor proporción. Este balance, determina, a su vez, formas de división del trabajo, especialmente división sexual. Se suele decir por ejemplo que son las mujeres quienes se ocupan de la agricultura, pero son los hombres, encargados de la caza y la pesca, quienes escogen el lugar de la chacra y proceden a la tumba y la quema. Todo ello implica, dicho sea de paso, una cierta “apropiación” del territorio en su conjunto, como se dijo antes. Sin duda, este rasgo es la principal fuente de conflictos. En cuanto a las formas o tipos de agricultura, es básica, obviamente, la destinada al autoconsumo. Allí se destaca la diversidad. Se desarrolla en las “chagras” ubicadas más cerca de la vivienda. Pero, dependiendo de sus expectativas culturales y su proximidad a concentraciones semiurbanas, y de su vinculación a circuitos de mercado, pueden dedicarse también a una agricultura “comercial” de monocultivo, generalmente maíz o arroz. Esta se desarrolla en chagras más alejadas, particularmente en zonas de vega con un ciclo mucho más largo (Chaves; 1987). El propósito es obtener ingresos monetarios para adquirir otros bienes indispensables, sobre todo manufacturados. Téngase en cuenta que, en no pocos casos, utilizan herramientas, como hachas y machetes; escopetas para la caza y anzuelos y nylon para la pesca. En los años sesenta –y téngase siempre presente que se trata de una población muy reducida- esta dinámica no era aun predominante. Nuevamente entra en juego la cuestión del territorio, una agricultura intensiva tarde o temprano agota los suelos, ocasionando una verdadera catástrofe si no existe la posibilidad de migración. Aunque buena parte del trabajo es “familiar”, en el entendido de que no es familia nuclear (que tampoco daría abasto para el conjunto de las actividades), también se dan formas de cooperación interdoméstica, que implican reciprocidad laboral, como la “minga” (Chaves, 1987). Cabe anotar que las formas de reproducción social –filiación, alianza y residencia- son diferentes para Sionas y Kofan; es quizás este aspecto el que más claramente les asignaba sus identidades respectivas. Y el carácter de sociedades, que se sostiene, por su parte, gracias a sus formas de organización que podríamos llamar política. Hasta los años

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sesenta, en ambos pueblos, dicha organización giraba en torno a la figura del Curaca o Chamán quien detenta un papel de liderazgo y de autoridad a la vez política y religiosa. Esta condición, en cierto modo de mediador entre lo natural y lo sobrenatural, se ganaba a través de su capacidad, producto de un largo entrenamiento en la toma del Yagé. Chaves (1987; p. 184) lo describe así: “El radio de acción del Curaca comprendía la curación de enfermedades, la consecución de presas de caza y pesca, de sus dueños sobrenaturales, la organización de grupos comunales de trabajo, la dirección del ciclo vital individual y la toma de medidas defensivas u ofensivas frente a los enemigos potenciales de la comunidad. Estas cualidades le permitían detentar dos tipos de poder dentro de la sociedad: el civil y el religioso. El primero en virtud de su claridad para regir los destinos de la comunidad, y el segundo, por su capacidad para dominar el mundo sobrenatural, sobre todo en lo que se refería a la enfermedad y la muerte. El cargo de Curaca no era hereditario; se basaba en la combinación de dos factores edad y conocimiento, los cuales le permitían imponerse sobre los demás aspirantes al cargo y lograr su escogencia por el reconocimiento de las gentes de su comunidad.” Esta estructura social ha sido desde siempre el principal blanco de los diferentes intentos de aculturación. En 1920 los capuchinos comenzaron a imponer el sistema de organización “política”, el mismo que, por cierto, con diferentes modalidades, estructuró la colonia española. En lo fundamental, Cabildo y Gobernador; con lo cual se deshacía su forma de organización social integral y, al crear la ficción de la separación de un “poder civil”, se facilitaba el aniquilamiento de la autoridad religiosa, condición indispensable de la evangelización. La resistencia se mantuvo sólo hasta principios de los años sesenta. En el año de 1963 muere el último de los tradicionales Curacas del pueblo Siona. En adelante, la figura continuaría pero sólo en su función de “medico tradicional”. Así pues, es claro que, en ambas etnias, pero sobre todo en los Kofán, la cosmología base de sus sistemas de representaciones está estrechamente vinculada con el uso del Yagé. Así mismo, un conjunto variado de plantas de uso medicinal cuyo conocimiento forma parte de su cultura ancestral. Generalmente se dispone de una chagra específica para el cultivo de éstas, cerca de la vivienda del Curaca. Como se verá más adelante, esta disposición se repite en los grupos del Valle de Sibundoy, Kamsá e Inga.

5.4 Los impactos de la explotación petrolera. Lo dicho hasta aquí nos permite analizar fácilmente el efecto que tuvo la irrupción de la explotación petrolera en los pueblos indígenas que habitaban el territorio del Putumayo. Sobra decir que se trata de un efecto negativo tanto en sus condiciones de vida como en su integridad cultural. Un efecto, derivado no solamente del “contacto” y la incorporación en

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relaciones claramente capitalistas, sino de la acción súbita, arbitraria, sin mediar interacción social previa, y violenta desde todo punto de vista. Hemos descrito las características de la inversión, de la implantación de la empresa en el territorio y las formas de explotación y de la producción del petróleo. Se deduce de allí el efecto general social, particularmente en el impulso y la transformación del poblamiento del territorio. Es en este último contexto en donde puede examinarse lo ocurrido con los pueblos indígenas. La simple descripción de sus características en el momento equivale a identificar sus vulnerabilidades, lo cual nos permite, a continuación, explicar tanto los impactos directos de la llegada de la Empresa, como los indirectos, producto del reordenamiento territorial y el cambio social inducidos por la actividad económica.

a. El impacto directo. En un trabajo, que es fundamental para el estudio de este tema, Roque Roldán (1995) describía así lo que podría denominarse, literalmente, el primer impacto de la llegada de la Compañía:

“Los indígenas supieron de su presencia por el zumbido inverosímil de los helicópteros que espantaba las guacamayas y hacía aullar los perros. Más adelante los anchos y larguísimos caminos abiertos en el bosque y las explosiones que hacían huir las dantas y las borugas; después el levantamiento de las torres que se alzaban desafiantes sustituyendo a los árboles caídos; de pronto la llegada inusitada de algunos de esos zumbadores aéreos que alzaba un torbellino antes de posarse sobre la playa vecina y los hombres que descendían y arrimaban preguntando por el valor del rancho, los veinte colinos de plátano, la yuquera y las cuatro palmas de chontaduro, porque en cosa de días aquel recodo del río sería de la Compañía”

El relato no es invención literaria, proviene de numerosos testimonios recogidos por él y por otros investigadores y recoge los elementos centrales del impacto: la destrucción del área, la magnitud de la devastación en todo el territorio producida por la infraestructura, la ruptura del equilibrio ecológico, la indefensión y desconcierto de los pobladores indígenas, el contraste entre sus condiciones materiales de vida y la “modernidad”, la negociación “jurídica” basada en los privilegios de los invasores. Y, sobre todo, el desplazamiento. El testimonio de una líder indígena, recogido por la investigadora L.M. Carvajal en 1994, y citado por Roldán (1995) sintetiza el proceso:

“[...] digamos que la invasión de los territorios indígenas empezó por Orito-Pungo, que fue con los compañeros Sionas que vivieron ahí en esos lados, pues en ese entonces estaba poblado. Según ellos dicen, que en ese entonces había por lo menos unos 3.000

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indígenas ahí en Orito-Pungo, y cuando fue llegando la compañía, pues la gente empezó a despoblar poco a poco y también les afectaron muchas enfermedades desconocidas, dicen que especialmente la viruela. Entonces, se despobló totalmente la comunidad y quedaron por los lados de Puerto Asís, abajo, Buena Vista, la bocana de San Miguel. Anduvieron por muchos lados. En este momento no recuerdo los sitios por donde ellos estuvieron, a donde se volaron, cuando empezó a dar la viruela, pero fue con la llegada de los colonos [...] Y por último terminaron en Buena Vista, en Santa Helena que es otra vereda, la vereda siguiente a Buena Vista. Y de ahí, después, fue que empezó la desolación, la desolación de los Kofanes…”

Según la información, es posible sintetizar lo ocurrido inicialmente que comprende, en realidad, tres procesos: reubicación, fragmentación y desplazamiento, en un espacio mayor que era suyo y donde ya existían otros asentamientos. Los Siona, que habitaban en Orito-Pungo o San Diego, en la desembocadura de la quebrada Orito, se subdividieron y desplazaron hacia otros tres lugares: de allí, siguiendo el río Putumayo, a Nueva Granada; aguas abajo, a Piñuña blanco en la desembocadura de la quebrada del mismo nombre en el río Putumayo, y por último a Buenavista, entre Puerto Asís y Puerto Ospina; una población fundada en 1930 y decretada reserva por el Incora en 1974. El grupo Kofán se alejó hacia la zona de San Miguel de Sucumbíos, en la zona alta del río San Miguel, junto a la frontera con Ecuador; a Luzón, en la desembocadura del río Luzonyaco en el río Guamués; a Santa Rosa del Guamués cerca de San Antonio entre Orito y La Hormiga, y a Yarinal -Afiladores en la parte baja del río San Miguel cerca de la quebrada de La Hormiga. En este sentido, el desplazamiento inicial adquiere la forma de reubicación, lo cual no significa, por supuesto, menor trauma en sus condiciones de vida y de organización social, pero no era completamente nuevo. Desde tiempos inmemoriales esa venía siendo su reacción frente a la presencia amenazante de la sociedad “blanca”. Por la pérdida de sus chagras y su entorno, pero también para evitar las agresiones directas y el riesgo de las enfermedades. En principio siguen la lógica de ocupación del espacio que le es propia, preferiblemente en la ribera de los ríos; en este caso, desde luego, alterando las condiciones de existencia de las otras comunidades asentadas. Pero el proceso no se detiene. En la medida en que se extiende la infraestructura, la presión continúa. El espacio, incluidos los ríos, es también invadido por las actividades de la empresa; campamentos, transporte de personas y de carga. Dejan de existir lugares completamente al abrigo de las presiones. Los primeros impactos debieron registrarse en la alimentación debido a la alteración y disminución en la disponibilidad de los recursos habituales para su sostenimiento. Pesca y carne de monte, frutos y plantas silvestres. Poco a poco, también, los productos cultivados en la chagra. La economía de las comunidades indígenas, aun las alejadas de los pozos, se ve obligada a transformarse porque ya no es capaz de asegurar la subsistencia. Queda, por fuerza, incrustada en relaciones mercantiles y monetarias. Se recurre, en mayor proporción,

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a cultivos comerciales; sus manufacturas, desde vestimentas y adornos hasta arcos flechas y cerbatanas, se convierten en “artesanías”. Desde luego, es un proceso que marcha paralelamente con un profundo cambio cultural una de cuyas manifestaciones, tal vez no la más importante pero sí la más evidente, es el cambio en los hábitos de consumo. Ahora bien, dado que en las actividades de la empresa y sobre todo en la construcción de la infraestructura, se emplea una buena cantidad de trabajo no calificado, es posible suponer la vinculación de mano de obra indígena. Al respecto, Devia (2004) sugiere: “Quizás el impacto más importante fue el de la proletarización de la población indígena por medio del trabajo asalariado. La compañía los contrató primero como guías y luego como macheteros para la apertura de trochas y la construcción de vías en su territorio, en especial la vía que del Guamués conduce a La Hormiga, además de realizar servicios varios.” Sin duda no debieron representar una proporción muy alta en el total, pero si se tiene en cuenta que las comunidades eran pequeñas el impacto sobre la conformación social de las mismas sí debió ser contundente. Es por eso que la misma investigadora concluye: “La introducción del trabajo asalariado aceleró el proceso de monetarización de los sistemas económicos de estos grupos. En estos términos, las nuevas actividades comerciales y el empleo en labores relacionadas con la actividad petrolera son percibidas como “rentables” pues proporcionan una entrada de dinero con la cual se complementa el autoabasto, base de la economía doméstica indígena. En esta priman una gama de valores “extraeconómicos” como el prestigio, el parentesco, la amistad, y las necesidades económicas, valoraciones que escapan de cualquier cálculo monetario y que por ende deja ver la generación de contradicciones y conflictos a causa del choque entre el sistema socioeconómico de estos grupos indígenas y el entrante modo de producción capitalista. El dinero recibido se invierte en cosas nuevas, herramientas, trastos y aparatos de los “blancos” que en ocasiones no se usan, mientras que algunos consideraban innecesario continuar con las actividades habituales y tradicionales dentro de su organización, incluso se habían creado enemistades por la forma de redistribución del dinero.” Al mismo tiempo, como ya se explicó, la explotación petrolera induce un proceso acelerado de urbanización, evidente en Puerto Asis y en la creación de Orito. Años después, el primero se subdividirá dando lugar a la creación de otros tres municipios. La población indígena no permanece al margen de este proceso, bien sea por las posibilidades de comercialización de sus productos o, principalmente, por la vinculación al trabajo asalariado que se acaba de mencionar. Con una particularidad: no es que estas “ciudades” se incorporen al territorio indígena, por el contrario, son los indígenas los que terminan incorporados al nuevo espacio. Este mundo, como también se explicó anteriormente, se caracteriza, más que por el alojamiento o el comercio por la abundancia de servicios de “distracción”.

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En este sentido, los indígenas, que buscan oportunidades, resultan igualmente víctimas de procesos de degradación. El licor, por ejemplo, cambia en su naturaleza y cumple una nueva función. La chicha de yuca se reemplaza por la cerveza en lata y el aguardiente; estos últimos y el cigarrillo no solo eran consumidos sino vendidos por los indígenas a los trabajadores de la empresa. Manuel Lucena Salmoral (1978) narra , por ejemplo, la forma como se indujo a la prostitución a algunas mujeres kofán, quienes eran llevadas en helicóptero (víctimas de engaño) hasta el campamento base de la construcción de la vía entre Orito y La Hormiga, donde eran ultrajadas. Según las informaciones que obtuvo, las que continuaron en la actividad, “estaban ya muy “enfermas” en 1970”, se vestían con vestidos traídos de Medellín y se maquillaban. Por medio de ellas la comunidad conoció las enfermedades venéreas, secuela del contacto con los petroleros

b. Los impactos indirectos

Los impactos anteriores, directos, de la implantación de la industria petrolera en la región, incluida la infraestructura, son indisociables de los ocasionados por la colonización campesina que se intensificó; tal vez indirectos, pero perdurables, de mayor calado y persistencia. La que hemos denominado segunda oleada de colonización ya se describió. Quedó establecido que, al igual que en el pasado, su motor principal es la apertura de vías de comunicación con sus efectos de reordenamiento territorial. Una oleada que se superpone y completa la segunda. Inmigración de campesinos de otros departamentos, pero también de comunidades indígenas. Un rasgo no habíamos mencionado: buscan tierras, trabajadores cesantes o “veintiocheros” definitivamente desalentados. Se crea, sin duda, una nueva realidad social y económica en un territorio cuya densidad poblacional aumenta aceleradamente. Los territorios indígenas están cruzados por carreteras. Según Roldán(1995), los Kofan, por ejemplo, ya habían perdido al finalizar los años sesenta, la totalidad de su territorio estimado en 50.000 hectáreas. Para el conjunto de los pueblos indígenas calcula una pérdida de su espacio de 60 a 70 por ciento. A mediados de los setenta conservarían en su poder apenas 30.000 hectáreas. Las posibilidades de asentamiento y de supervivencia de las comunidades, por pequeñas que sean, se van agotando. Y así mismo se agota la estrategia del desplazamiento y la reubicación. Queda la alternativa de migrar “tierra adentro” pero antes de que se pudiera consumar, ya probablemente se habían transformado estas comunidades, comenzando por un cambio de expectativas, gracias a los contactos e intercambios con otros sectores de la población. Se incrementa, en consecuencia, la disputa por la tierra, aspecto que ya habíamos mencionado a propósito de los propios colonos pero que es aplicable también a las comunidades Sionas, Kofanes y otras más.

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En efecto, si algo introduce de nuevo la explotación petrolera, bajo el sistema de otorgamiento de concesiones –enormes en este caso-, es una lógica de delimitación y apropiación privada del territorio. A partir de ese momento deja de tener sentido la noción de baldíos que con facilismo venía aplicándose a la amazonia, así como a la Orinoquia y al “andén” del pacífico. Y así mismo la “política indígena” del Estado. - Recuérdese la figura de las “reservas” que se insistió en desarrollar en los años setenta y prontamente fue abandonada- Por las razones de orden ecológico explicadas anteriormente, la tierra disponible tendía a agotarse de manera acelerada. El proceso también se describió. Durante las décadas de los sesenta y setenta se presenta una tendencia de progresiva minifundización que se complementa con la conformación de latifundios. Agricultura comercial o ganadería según las posibilidades. Se observa, por ejemplo, en las proximidades de Puerto Asís y junto a las vías construidas por las compañías petroleras y en el alto Putumayo y el Valle de Sibundoy. La reacción de las comunidades indígenas, especialmente Kofanes, fue la de entrar en la disputa y tratar de conservar sus áreas de asentamiento (ya no sus territorios). Esto reforzó, en contraprestación, la transformación o adaptación de sus economías a las exigencias del mercado; curiosamente, aprovechando, como se diría hoy, las ventajas de su condición diferencial étnica. En efecto, ante las dificultades que presentaba para ellos la agricultura comercial, adoptan dos estrategias. De una parte, una mayor dedicación a la manufactura de artesanías; de otra la oferta de la medicina tradicional, incluido el uso del Yagé, y acompañada del suministro de plantas medicinales. Con todo ello, termina definitivamente el imperio de la concepción de la ley 89 de 1890 según la cual se les clasificaba como “salvajes”. No obstante, desde el Estado la reacción fue tardía; en los años sesenta, ante la concentración de la propiedad de la tierra en todo el país, predominaba el enfoque de facilitar la colonización, y así termina abordándose la cuestión indígena en el Putumayo hasta la década del setenta. Error garrafal, la realidad de los conflictos de tierras en esta región hacía necesaria otra política. Esta situación replantea las relaciones entre indígenas y colonos campesinos. En un principio, las relaciones entabladas entre ellos, cada vez más estrechas, en los mismos espacios y en un plano de cotidianidad, tienden a un profundo intercambio social: tomas de yagé, matrimonios frecuentes y conformación de familias Interétnicas. No obstante, como lo señala C. Devia (2004), el impacto acumulado de la presencia de la Empresa en la delimitación del territorio y la generación de disputas por el mismo, introduce una competencia y hostilidad entre campesinos e indígenas, reconstruyendo y destacando las diferencias entre unos y otros. O construyéndolas de manera artificial. Para los indígenas, los colonos gozan de privilegio frente a la Empresa porque a éstos sí les reconoce un pago por las “mejoras” gracias a sus títulos. Sabemos que no era tan cierto o no tan ventajoso. La mayoría de las veces la Empresa se aprovechaba de la ausencia de títulos de los colonos, o

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del hecho de haber llegado éstos después de otorgada la concesión. Frente a los indígenas, argumentaba que a éstos, “de acuerdo con su idiosincrasia les gustaba la selva” y antes debían agradecer las vías de penetración. Los colonos, por su parte, pensaban que los indígenas eran “perezosos” y reclamaban más tierra de la que necesitaban. Con el desarrollo de la colonización y los conflictos posteriores originados en la concentración de la propiedad territorial, se presenta un nuevo cambio en las relaciones interétnicas, o mejor, una agudización de la hostilidad. El conflicto por la tierra se traslada a estas relaciones. Los colonos esgrimen frecuentemente el argumento que se acaba de referir. Una parte de la responsabilidad recae en la política estatal centrada en la “reforma agraria” dentro de la cual, como se dijo, sólo acierta a proponer “reservas indígenas”. Con todo, si bien no deben subestimarse los conflictos –de hecho son más variados y complejos- tampoco deben exagerarse. Mucho de lo que se relataba como característico del principio se ha mantenido y se mantiene todavía ( ). En parte como resultado de la delimitación de resguardos y la estabilización respecto a ciertas áreas. Pero sobre todo debido a la tercera oleada de colonización, que incluye nuevamente comunidades indígenas inmigrantes. No es aparente la mestización. El eje del conflicto vuelve claramente al enfrentamiento contra la concentración de la propiedad territorial, la acción militar del Estado en contra de los cultivos de uso ilícito y nuevas amenazas de megaproyectos. Esto ha llevado, según Margarita Chaves (2010), a una resignificación de los discursos identitarios de indígenas y colonos.

c. El medio ambiente.- El telón de fondo de todos los impactos es la profunda ruptura del equilibrio de los ecosistemas amazónicos como resultado de la intervención devastadora de la actividad de explotación del petróleo. Se comprenderá, por todo lo dicho, que eran las sociedades indígenas, sin importar la etnia en particular, las más vulnerables frente a semejante ruptura. Sin duda, esta actividad económica de características puramente capitalistas, aun siendo de enclave, impone relaciones de mercado y monetarias mucho más fuertes que las anteriores economías extractivas, ya sea el caucho, la quina, la madera o el oro. Pero es la alteración de conjunto del medio ambiente la que destruye las posibilidades de reproducción social, e incluso de mínima sobrevivencia, de estas comunidades, facilitando su transformación e incorporación a la lógica del capitalismo. No es del caso explicar aquí las características de estos ecosistemas, pero sí vale la pena señalar algunos de los factores más importantes de su alteración debido a la explotación petrolera y sus impactos previsibles. J. Marín y A. Pulido nos ofrecen una síntesis que responde adecuadamente a nuestro propósito:

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Componentes y Actividades

Impactos Posibles

Exploración

Apertura de trochas y caminos

Fragmentación y alteración de ecosistemas Profanación de sitios sagrados Fomento de inmigración y procesos de colonización Problemas de salud en poblaciones de escaso contacto

Explosiones para estudios sísmicos

Ruido, con impacto sobre la vida silvestre. Atemorización de la población indígena Daños a la estructura del suelo y del subsuelo

Perforaciones de prueba Contaminación por desechos, lodos y fugas. Relaciones conflictivas entre la población trabajadora y las comunidades indígenas

Explotación Construcción de vías de acceso

Erosión de suelos Fragmentación de Ecosistemas Alteración de estructuras de drenaje Disminución de hábitats de vida silvestre Aceleramiento de procesos de colonización

Instalación de plataformas de perforación

Contaminación por desechos, lodos y fugas Contaminación de aguas por residuos de perforación Contaminación atmosférica por quema de gas Erosión de suelos Eventos catastróficos

Instalación de infraestructura de servicios (Helipuertos, campamentos, generadores eléctricos, etc.) Tráfico vehicular

Alteración de suelos Contaminación de desechos sanitarios y domésticos Contaminación inherente a la operación de equipos y vehículos

3. Transporte de Combustible Construcción de oleoductos y gasoductos

Contaminación de fugas de combustible Fragmentación de ecosistemas Incendios y explosiones Afectación de lugares sagrados Inestabilidad de suelos, derrumbes.

4. Procesos Adicionales Generación de actividades económicas a) Directas b) Complementarias o indirectamente vinculadas a la actividad petrolera extractiva

Inmigración de población no indígena Choques culturales Presión por recursos naturales de territorios indígenas Procesos de desintegración social Alteración de sistemas productivos tradicionales Monetización de la economía tradicional. Pérdida de la seguridad alimentaria Dependencia económica

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5. Cambios Políticos y Administrativos Adecuación de la estructura político administrativa regional a las exigencias de la actividad petrolera y extractiva

Procesos de desintegración social: (Cooptación de cabildos, divisiones internas, desvalorización del poder tradicional) Corrupción administrativa. (Las regalías son objeto del manejo corrupto de las burocracias locales) Militarización y acción de grupos insurgentes y paramilitares que afectan los territorios indígenas Los controles militares se constituyen en una amenaza a la población indígena

Fuentes: Minería en territorios indígenas, Onic - Cecoin., Bogotá 1999. Impacto ambiental de la Industria Petrolera (Cartillas). Censat Agua Viva. Bogotá, 2001.

Desde luego, en el cuadro 5 los impactos mencionados tienen que ver con el desarrollo particular que ha tenido la situación en Colombia y de ninguna manera son generalizables a otros países. En seguida se presentarán algunos rasgos relevantes, partiendo de una consideración que quizá pudiera anticiparse como una conclusión: en este caso colombiano, el ordenamiento territorial que delimita territorios indígenas viene después de los impactos decisivos y como respuesta a la situación ya creada.

6. Evolución y conclusión En 1977 la Texas traspasó el 50% del contrato para la exploración y explotación de petróleo en el Putumayo a la “Sociedad Petrolera del Río Panamá”, confirmando una vez más la estrategia mencionada de saquear aceleradamente el recurso para aprovechar las condiciones del mercado mundial. En esa fecha los pozos ya se encontraban al borde del agotamiento. Cabe señalar que esta estrategia no sólo era irracional desde el punto de vista económico si se piensa en los intereses del país; también lo era desde el punto de vista técnico, ya que según los especialistas la extracción acelerada echa a perder las posibilidades de un mejor aprovechamiento final de la reserva existente. En 1980 la Texas traspasó el restante 50% a la misma sociedad, la cual, en 1981, renuncia al contrato, cediendo todos sus derechos a Ecopetrol. La empresa estatal asume, pues, el manejo de los campos en condiciones poco productivas y poco rentables. En ese orden de ideas su preocupación central va a ser, además de buscar alternativas de recuperación secundaria de los pozos, la exploración de nuevas áreas, primero por su cuenta y luego buscando asociadas. Esto implica, como es obvio, nuevos impactos sobre el medio ambiente y sobre la población. Sin embargo, debe reconocerse un cambio. En primer lugar en las relaciones con los trabajadores; el sindicato (USO) hace presencia con mejores resultados. Por otra parte, el hecho de que la empresa estatal

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asumiera el control de los campos permitió una relación más directa y más fluida con los actores sociales locales, emprendiendo por su cuenta obras de “desarrollo”, e institucionalmente con los municipios, facilitándoles el acceso a parte de la renta, en la forma de regalías. De hecho, tanto la creación de nuevos municipios (Orito en 1978), como el cambio en la condición del Putumayo de Comisaría a Intendencia, hasta llegar a ser Departamento, habían estado relacionados con las posibilidades de incremento y manejo autónomo de las regalías (Ver Devia,2004). En 1984 se crea el Fondo Nacional de Regalías, para regular su distribución y su inversión de acuerdo a planes de desarrollo locales, y a partir de 1986 comienza la elección popular de los alcaldes. Progresivamente se va acabando la visión institucional de marginalidad materializada en la figura de “territorios nacionales”. Con la nueva Constitución de 1991culmina el proceso, al establecer la elección por sufragio de los gobernadores de Departamento. El resultado es contradictorio, si bien se estimulan procesos organizativos entre los pobladores, al mismo tiempo se incrementa la pugna por controlar el manejo de las regalías petroleras. No faltaron, entre los años setenta y ochenta, los paros cívicos; su reivindicación principal eran los servicios públicos; la respuesta fue de represión. Pero también se presentan los efectos habituales de corrupción y violencia, producto de una “clase política” íntimamente relacionada con los poderes locales terratenientes. En un escenario rural que es además de alta conflictividad social, las diferentes organizaciones de la insurgencia armada comienzan a hacer presencia en el territorio. En lo que se refiere a la situación de los pueblos indígenas de esta región, y sobre la base de la colonización y conflictividad anteriormente descrita, vale la pena destacar dos rasgos fundamentales. En primer lugar, el intento de reordenamiento institucional del territorio. Como se ha dicho, la política desde el Estado se encaminó inicialmente a la constitución de reservas indígenas. Las primeras en 1968. Estimuladas por la necesidad de resolver los conflictos de tierras, y con las limitaciones conocidas, apuntaron a consolidar los asentamientos indígenas existentes, sin importar si habían llegado allí como resultado de desplazamiento, es decir, como soluciones “locales”, lo cual explica, entre otras cosas, su reducida dimensión y en algunos casos la presencia de diferentes etnias en la misma reserva. En suma, ninguna relación con la idea de territorio indígena ancestral. En 1973 se produjo la entrega de las reservas Santa Rosa del Guamuez (Kofan) y Yarinal (Kofan e Inga), en total 13.563 Hectáreas. En 1975 la de la cuenca del Orito (2.500, Has.) para las 15 familias Siona que quedaban, reserva que fue suprimida por el gobierno diez años después. En 1976 las de Afilador y Santa Rosa de Sucumbíos (Kofan), 14.454 Has. Las reservas, sin embargo, no impidieron que les siguieran arrebatando las tierras. A principios de los noventa, en las vigentes ya no les quedaban, en total, sino 4570 Has. (Roldan, 1995).

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Fue esta experiencia, seguramente, y otras similares en el país, la que llevó a retomar una política de creación de resguardos. Permitía una forma de titulación colectiva haciendo efectivos, respecto al territorio, los principios de inenajenable, inembargable e imprescriptible. En el Putumayo, sin embargo, se siguió la lógica de las reservas locales ya asignadas. A tal punto que en la información institucional se identifican algunas como resguardos creados en las mismas fechas mencionadas aunque con diferencias en su dimensión y número de personas. (Ver Tabla). Durante el gobierno de V. Barco (1986-1990) esta política tuvo un renovado impulso. Se denominó: "Política del Gobierno Nacional para la Defensa de los Derechos Indígenas y la Conservación Ecológica de la Cuenca Amazónica". En el Putumayo se crearon tres; sin embargo, aunque se trata de extensiones entre 3.000 y 7.000 Has., no dejan de mantener la lógica de las reservas. (Ver Tabla). Contrasta con la creación de resguardos en otros departamentos; particularmente el enorme y famoso “Predio Putumayo” de 5. 869.447 Has., que, curiosamente, está ubicado en el Departamento de Amazonas.

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CREACION DE RESGUARDOS EN EL PUTUMAYO 1970-1990 Año de creación Municipio Etnias Número de

personas Hectáreas

1973 Pto.Asís-V.del Guamuez

Kofan-Inga 195 756.6

¨ S. Miguel-V del Guamuez

Kofan 609 2.888.8

1974 Pto. Asís Siona 124 4.500 1975 Pto. Leguízamo Witoto 103 4.960 1976 Pto. Asís Kofan 81 887 1979 Sibundoy Kamsá 314 3.252 1987 Pto. Leguízamo Siona (y otros) 97 6.637.6 ¨ ¨ ¨ 145 4.336 1989 Mocoa-

Pto.Guzmán Inga 65 3.066

Fuente: DNP (2010) El segundo rasgo fundamental que caracteriza la evolución de la situación de los pueblos indígenas es historia contemporánea. Una nueva economía extractiva reemplaza al petróleo. Hacia finales de los años setenta empezó a emerger la economía de la coca que cobró auge en la mitad de la década de los ochenta. Seguramente, desde el punto de vista ambiental, los efectos no son comparables a los de la explotación del petróleo, pero, en la medida en que se trata de un monocultivo que desplaza otros cultivos o conduce a la deforestación, y que, adicionalmente, incorpora cada vez más insumos agroquímicos, sí tiene un efecto negativo sobre el paisaje, en su acepción ecológica. Pero lo más grave ocurre desde el punto de vista social, en donde los efectos son catastróficos. Se inserta en medio de los conflictos por la tierra y aparece como una solución para las dificultades económicas de los colonos campesinos. Impacta, igualmente, la situación de las comunidades indígenas que se ven involucradas, por voluntad o por fuerza. No obstante, el principal impacto negativo no proviene de su involucramiento sino de la transformación del contexto. Se estimula una nueva oleada de inmigración. Nuevos actores sociales, políticos y militares hacen presencia. Sobra señalar que se trata de una actividad ilegal en la cual los conflictos se dirimen necesariamente por la fuerza Crece, entonces, la competencia por la apropiación de tierras y el control de territorios, así como por el manejo de personas y vías, apoyada en la intervención de actores armados como autodefensas al servicio de narcotraficantes y como la guerrilla que buscó regular el mercado y sus condiciones. O. Jansson (2006) analiza este mercado y demuestra que se

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sostiene en una tríada: productor de materia prima, intermediario y productor de la cocaína (comercializador internacional). Aquí el poder determinante lo tiene, desde luego, este último, pero es fundamental el papel jugado por el intermediario. Es éste el que asegura que, en caso de dificultades que redunden en una posible reducción del margen de ganancia, el ajuste corra por cuenta del campesino a través de la reducción del precio que se le paga por la hoja. Al mismo tiempo garantiza el entramado de fidelidades. Por otra parte, la fuerza pública y las autoridades civiles de todo orden actúan, por lo menos formalmente, por cuenta de la guerra antinarcóticos cuyo eje es la erradicación de los cultivos, a través de fumigaciones o manualmente. El “Plan Colombia” tuvo, en efecto, entre sus regiones objetivo el departamento del Putumayo. Es una guerra que afecta el conjunto de los campesinos y, por supuesto, a las comunidades indígenas que permanecen en medio de la violencia generalizada y todo tipo de violaciones de los derechos humanos. A la fecha, la situación se mantiene, pese a las evaluaciones que indican una disminución de las hectáreas cultivadas. No obstante, al mismo tiempo, durante los últimos años se registra un proceso sorprendente de reconstrucción étnica y de resistencia social. Son aspectos que se tocarán más adelante.

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III. LA CARRETERA PASTO-MOCOA El caso que se va analizar en este capítulo es opuesto al anterior. Mientras que en aquel, el enfoque es histórico, en éste se presenta una inversión en infraestructura apenas anunciada –aunque, como se verá, ya bastante se ha adelantado- y la reacción de las organizaciones sociales, particularmente las de los pueblos indígenas asentados en la región, ante los previsibles impactos de este megaproyecto. En ese sentido, lo analizado en las páginas anteriores acerca de las características de estas intervenciones masivas sobre el territorio (recuérdese que la explotación petrolera implica también vías y otras obras de infraestructura), y los efectos sobre la integridad y las condiciones de vida de las comunidades indígenas, constituye la base de nuestra argumentación y no será necesario repetirlo. Y no es solamente una base desde el punto de vista teórico, es también el presupuesto de la resistencia social ya que ha sido asimilado por ésta en la forma de experiencia; hace parte de su memoria colectiva. Precisamente, lo importante de este caso reside en que ahora las condiciones de las comunidades indígenas son diferentes, por su propia transformación y porque existe un nuevo marco institucional y jurídico. En particular, con la delimitación de resguardos, interpretados ahora como territorios indígenas en los cuales se ejerce autonomía. Desde luego, es una institucionalidad que no está exenta de controversias. Es la base de la conflictividad y, por tanto, el objetivo principal de nuestra indagación.

1. El contexto

La idea de que la falta de desarrollo regional en América latina obedece a una fatalidad derivada de su falta de comunicación ha sido una percepción permanente dentro del imaginario del poder latinoamericano, y por ello la interconexión de los países se retoma cada cierto tiempo. La última ocasión en que se adoptó un plan regional que cumpliera estos objetivos y remediara estos males fue en Brasilia (2000) cuando la Cumbre de Presidentes estableció la IIRSA, Iniciativa para la Integración de la Infraestructura de Sur América cuyo objetivo, "es el de estimular la organización del espacio suramericano a partir de la contigüidad geográfica, la identidad cultural, y los valores compartidos de los países vecinos suramericanos". Al respecto existe abundante literatura internacional lo cual nos exime de tratarlo en detalle; respecto a su desarrollo en Colombia, contamos con la investigación adelantada en ILSA por Margarita Flórez y otros (Selva Abierta, ILSA, 2007), la cual se va a citar varias veces aquí.

Se estableció también un “Plan de Acción para la Integración de la Infraestructura

Regional en América del Sur” el cual se centra en el desarrollo sinérgico del transporte, la

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energía y las telecomunicaciones, adoptando el enfoque de ejes de integración y desarrollo. Estos Ejes, EID, planeados “en función de los negocios y cadenas productivas con grandes economías de escala a lo largo de estos ejes, bien sea para el consumo interno de la región o para la exportación a los mercados globales” (Sinergia, 2003) fueron los siguientes: Eje Andino: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Eje MERCOSUR- Chile: Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile. Eje del Escudo Guayanés: Venezuela, Brasil, Guyana y Surinam. Eje del Amazonas: Perú, Ecuador y Brasil. Eje Perú-Brasil-Bolivia. Eje Interoceánico Central: Perú, Chile, Bolivia, Paraguay y Brasil. Eje de Capricornio: Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil. Eje del Sur: Chile y Argentina. Eje de la Hidrovía Paraguay-Paraná, y Eje Andino del Sur

La IIRSA, operó a través de un Comité de Dirección Ejecutiva (CDE), un Comité de

Coordinación Técnica (CCT), 19 y Grupos Técnicos Ejecutivos (GTEs). El Comité de Dirección Ejecutiva (CDE), está integrado por representantes de alto nivel designados por los Gobiernos de América del Sur. La Secretaría del CDE es ejercida por el Comité de Coordinación Técnica (CCT) y conformada por el BID, la CAF y el FONPLATA, según el Mandato de la Reunión Presidencial de Brasilia.

Dado que, en su conjunto, se trataba de una enorme cantidad de proyectos, complejos y costosos, en diciembre de 2004 se aprobó una Agenda de Implementación Consensuada (2005-2010) que incorporaba 31 proyectos considerados prioritarios, los cuales se han venido desarrollando aunque con algunas variaciones y sustituciones. Los cambios políticos ocurridos en la región, en realidad, no han transformado sustancialmente este ambicioso plan. En diciembre del 2006 la Cumbre de Presidentes de Cochabamba, paso fundamental hacia la Comunidad Suramericana de Naciones, CSN, refrendó la IIRSA, pero interpretada como un conjunto de acciones, de impacto inmediato, para revertir el enorme déficit social de la región. En ese sentido intentó una redefinición social y ecológica del objetivo: “Infraestructura para la interconexión de nuestros pueblos y la región: promover la conectividad de la región a partir de la construcción de redes de transporte y telecomunicaciones que interconecten los países, atendiendo criterios de desarrollo social y

                                                            

19 Plan de Acción para la Integración de la Infraestructura Regional en América del Sur. Comité de Coordinación Técnica (CCT): Banco Interamericano de Desarrollo (BID); Corporación Andina de Fomento (CAF); Fondo Financiero para el Desarrollo de la Cuenca del Plata (FONPLATA). Montevideo, República Oriental del Uruguay,4 y 5 de diciembre de 2000.

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económicos sustentables para acelerar el proceso de integración, preservando el ambiente y el equilibrio de los ecosistemas”.

Para lo que aquí nos interesa, cabe destacar el Eje del Amazonas en el cual se incluye el gran proyecto del corredor intermodal (o multimodal) Tumaco- Puerto Asís Belem do Pará. Se trata de cualificar (para transporte de carga) la conexión entre los Océanos Pacífico y Atlántico, aprovechando mejor la navegabilidad de los ríos Putumayo (Solimoes) y Amazonas. Son muchos los intereses empresariales involucrados pero el más evidente es la conveniencia para Brasil de conseguir un acceso apropiado al Pacífico para conquistar los mercados asiáticos, probablemente con productos como la soya.

En el ámbito colombiano la IIRSA encajó dentro de una visión desarrollista basada en

exportación de bienes primarios y en la construcción de obras (quinto lugar en inversión privada en infraestructura en la región de Latinoamérica y el Caribe en el periodo 1990-2002)20, teniendo como actor privilegiado al sector privado (Ver Capítulo I). En la primera década del siglo XXI, en todos los planes de desarrollo el sector transporte representó un 5,5% del PIB, y planteó como valor estratégico actividades productivas, comerciales y sociales. Estos planes han reforzado un marco normativo y de incentivo a la inversión privada con una institucionalidad que la respalde antes que la controle. En el Plan Nacional de Desarrollo (2006 -2010) se reiteró la importancia del capital físico, y dentro de ellos la infraestructura para el transporte. Y las actividades se reparten dejando al sector privado la provisión de esa infraestructura mientras el Estado se encarga de las políticas y de la regulación.

En el Plan de Desarrollo del actual cuatrienio (2010–2014), aprobado mediante Ley 1450 de 2011, “Prosperidad para todos”, que se enmarca dentro del principio: el mercado hasta donde sea posible y el Estado hasta donde sea necesario, dentro del capítulo sobre Servicios de transporte y logística se propone:

(i) desarrollar estrategias logísticas para el impulso del transporte multimodal, a través de: modos alternativos de transporte (corredores fluviales y férreos), nodos de transferencia (puertos, aeropuertos, pasos de frontera, centros logísticos en las afueras de las ciudades), gerencias de corredores logísticos, y programas piloto de plataformas logísticas;

(ii) Fortalecer el marco institucional del sector logístico; (iii) Promover Infraestructuras Logísticas Especializadas (ILE) y su articulación con

los Planes de Ordenamiento Territorial y los Planes de movilidad, dentro de otros objetivos.

                                                            20   Ver BID(2003), I: Marco Referencia, A. Marco socioeconómico, B. Los sectores de infraestructura,

punto 1.7, página 15

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Y respecto de la Infraestructura de transporte, como “locomotora de desarrollo” se pretende:

(i) mejorar la capacidad técnica y la calidad en la estructuración de proyectos (adopción de políticas de maduración de proyectos e implementación de una nueva generación de concesiones);

(ii) subir el rango de la institucionalidad a vice ministerio de infraestructura;  (iii) fortalecer el marco regulatorio (DNP, 2011). 

Dentro de la IIRSA, en Colombia se contemplan 30 proyectos de los cuales 25 corresponden al Eje Andino y los cinco restantes al Eje Amazonas. No obstante, en la Agenda Consensuada sólo dos tienen prioridad, el de la navegabilidad del rio Meta y el corredor intermodal Tumaco-Belem do Pará.

 2. El proyecto: la implementación de la IIRSA en Colombia

La Iniciativa de integración Regional Suramericana, IIRSA, se materializa en la región

amazónica colombiana en el “Corredor Intermodal Tumaco - Puerto Asís – Belem do Para. La porción correspondiente a Colombia se localiza en el sur y cruza tres departamentos: Nariño, Putumayo y Amazonas, en límites con Ecuador, Perú y Brasil. Significa adelantar dos proyectos, la carretera Pasto- Mocoa y la hidrovía del Putumayo.

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En este estudio nos concentramos en la carretera Pasto –Mocoa que hace parte de dicho

corredor Multimodal, particularmente la variante San Francisco Mocoa. Los aspectos que motivan la controversia y el conflicto se refieren a los impactos sobre el ecosistema que involucra, los recursos naturales que podría alterar y las reacciones de los pueblos indígenas que habitan territorios ancestrales los cuales pueden verse afectados por el trazo de esta vía.

La importancia de esta obra es vista por el gobierno colombiano (por lo menos el

anterior) no dentro de los propósitos estratégicos explicados sino en relación con la economía subregional. En particular, porque permite la conexión transversal de las tres principales troncales, la carretera Panamericana, la Central o del magdalena y la Marginal de la selva. (Invías, 2007). Aunque esto es válido, no deja de tener un sesgo publicitario y político; buena parte de la discusión, justamente, tiene que ver con las especificaciones de la vía pues unas serían en caso de tener propósito regional y otras como parte de un ambicioso corredor intermodal.

En realidad, la carretera ya existe y es indiscutible su baja utilidad por las deplorables

condiciones que presenta. La discusión versa entonces sobre las alternativas a utilizar para su mejoramiento: rehabilitación, rectificación o construcción de variantes respecto del actual trazado. Y es ahí donde se propone examinar los reales efectos socioambientales para, de acuerdo con un propósito de consenso, tomar las mejores decisiones. Supone, entonces, estudios profundos y confiables y participación de la sociedad civil. En este caso, como se verá, la Constitución y la Ley obligan, por ejemplo, a llevar a cabo una consulta previa con los pueblos indígenas.

Para efectos de analizar mejor las alternativas se ha subdividido en cuatro tramos. Así: Pasto-El Encano. Aquí se propone la rehabilitación de la estructura de la vía. El Encano-Santiago. Inicialmente se propuso una variante, pero el propio Invías

desistió de esta alternativa dados sus altos costos. De alguna manera tuvo en cuenta el negativo impacto socioambiental. Atraviesa áreas protegidas como la laguna de la Cocha (Ramsar) junto con su reserva forestal protectora, y tierras que están siendo reclamadas por comunidades indígenas. Se optó entonces por la rehabilitación, pese a las dudas expresadas por el gobierno en el sentido de que no serviría para grandes movimientos de carga pesada, objeción bastante significativa de acuerdo con lo que venimos comentando. Santiago-San Francisco. Se ha propuesto la adecuación de la vía que supone ampliación y algunas obras complementarias. San Francisco-Mocoa. Se ha propuesto una variante de 47 kilómetros. Es el tramo de mayor discusión, aunque se reconoce que la vía actual es francamente intransitable.

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Aunque con relación a los tres primeros tramos, no se abandona la exigencia de las evaluaciones socioambientales y consecuentemente el diseño y aplicación de planes de manejo, respecto del tramo San Francisco Mocoa ha habido una serie de discusiones seguidas de replanteamientos. En 1996 se inicia el trámite de construcción de la obra, pero el Ministerio del Medio Ambiente la objeta con base en la evaluación del Diagnóstico Ambiental de Alternativas. En 1999, en una reunión de autoridades locales y regionales, se apoya el proyecto. Se dio entonces impulso a nuevos diagnósticos y evaluaciones. En 2005 Invías presenta su estudio de impacto ambiental; la Corporación para el desarrollo Sostenible del Sur de la Amazonia, Corpoamazonia, acompaña la evaluación del mismo. El Ministerio –en ese momento de Ambiente, Vivienda y desarrollo territorial- aprueba el trazo de una variante altamente controvertible ya que de los 47 kilómetros, 31 se encuentran en la reserva forestal protectora de la cuenca alta del rio Mocoa.21 La licencia ambiental de todas maneras, estaría sometida al cumplimiento de un estudio de complementación del Estudio de Impacto Ambiental (EIA). Finalmente, en diciembre de 2008 otorga la licencia la cual ha sido ampliamente impugnada. Cabe anotar que el proyecto de la carretera Tumaco-Pasto-Mocoa ya se encontraba contemplado, desde 2001, en los planes de la red nacional, en donde el tramo San Francisco Mocoa se había previsto para 2008. El hecho de anticiparse a estudios y decisiones, además de revelar la habitual voluntad impositiva, se debía sin duda a la necesidad de contratar crédito externo para este efecto. Es así como aparece el BID cuyo papel tiene un efecto contradictorio: de una parte introduce en los cuestionamientos el tema de la deuda pero de otra amplía el terreno de discusión sobre los estudios de impacto ambiental, dado que éstos figuran entre sus condicionamientos. De hecho, aportó un crédito no reembolsable de cooperación técnica para estos efectos. Como se verá, esta circunstancia ha permitido el involucramiento de organizaciones y redes de la sociedad civil de carácter internacional. En 2009 se negocia el crédito del BID para la variante, en una primera fase, el cual se aprueba en mayo de 2010 por la suma de 53 millones de dólares. En suma, de conformidad con el marco legal colombiano y las políticas del cambio se exigen tres estudios: el de impacto ambiental del tramo en consideración, el Plan de Manejo Ambiental y social para la reserva forestal mencionada (PBMAS) y la evaluación ambiental regional (ERA) de toda la vía, de significativa importancia pues debe diagnosticar los impactos indirectos y de conjunto, tanto ambientales como sociales.

3. Las objeciones Como se ha visto, en el área de influencia de la vía Pasto - Mocoa se encuentran ecorregiones estratégicas de alta biodiversidad, sensibilidad ambiental y geológica como el

                                                            21 Así fue declarada por el Ministerio de Agricultura, mediante acuerdo 014 de 1984. Abarca 32.713 

Has.  

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Páramo de Bordoncillo, el Cerro de Patascoy, el Lago Guamés o Laguna de La Cocha (sitio RAMSAR) y la Reserva Forestal protectora de la cuenca alta del río Mocoa; además se encuentran, entre otras, las comunidades indígenas Quillacinga “Refugio del Sol”, Inga de Santiago, y los campesinos mestizos de El Encano y Alto Sibundoy.22

El Eje Multimodal Amazonas tiene influencia en tres departamentos; Nariño, Putumayo y Amazonas y limita con los países del Ecuador, Perú y Brasil, y cuando se complete su implementación intervendrá tres regiones definidas y diferenciadas por sus características biofísicas, económicas y culturales: la Llanura o Andén Pacífico, la región Andina y la selva Amazónica. Nos interesa aquí, especialmente, esta última. Una intervención como la planeada puede poner en riesgo el equilibrio de sus ecosistemas y la conservación de recursos, valiosos para la humanidad, sumándose al conjunto de amenazas que ya de por sí pesan sobre la región.

Esta preocupación parece ser compartida con la AID (U.S. Agency for International

Development). Ver USAID (2003, p 3). Dentro de los retos para la conservación de los recursos amazónicos, encuentra la alta tasa deforestación que según ese estudio alcanza el 15 %, la expansión agrícola, el fuego, la extracción de petróleo y minerales; la pobre planeación de represas y obras de infraestructura, y las especies invasivas, entre otros factores. Dentro de las fuerzas que inducen a este cuadro de amenazas para la diversidad se encuentra la expansión del mercado de commodities.

En los mismos términos se pronunció el Tratado de cooperación Amazónica (2004 p.39

y 58), cuando dentro de los principales problemas ambientales que afectan la sostenibilidad ambiental de la región, señala los siguientes:

(i)Presión antrópica, por el avance de la frontera agrícola y pecuaria; (ii) deforestación y pérdida de cobertura vegetal, principalmente causados por la

sobreexplotación de las especies forestales de mayor valor; (iii) quemas indiscriminadas; (iv) avance de modelos de uso del suelo que privilegian el monocultivo de especies de

ciclo corto; (v) contaminación de los cuerpos de agua, debida principalmente al uso de precursores

químicos para plantaciones de cultivos de uso no lícito; y en algunas áreas a los vertimientos de crudo provenientes de las explotaciones petroleras23.

                                                            22  Ver la cita del PERFIL DE COOPERACION TECNICA, Preparación del Programa de

Infraestructura regional Corredor vial Pasto – Mocoa, de 22 de junio de 2006(CO- T1038) en Flórez (2007). 

23 Ver Flórez y otros (2007). 

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Estas consideraciones se consideran definitivas para el examen de este caso particular que nos concierne, pues se cuestiona la limitación del diagnóstico a los impactos directos. En el documento Comentarios y Sugerencias a la Evaluación Ambiental Regional de la Vía Pasto-Mocoa 24, elaborado por un conjunto de organizaciones - WWF, Colombia, Bank Information Center, BIC, e Ilsa - entregado al Instituto Nacional de Vías, INVIAS, y al Banco Interamericano de Desarrollo, se hicieron comentarios y sugerencias para mejorar los alcances de la Estrategia Ambiental Regional, EAR, realizada para cumplir con una de las condiciones impuestas por el Ministerio del Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial para conceder la licencia ambiental al proyecto de carretera pasto Mocoa.

Una síntesis es la siguiente: Efectos indirectos clave que la EAR debería haber abordado en su análisis

Ambientales Incremento en las tasas de deforestación. Incremento en la tala ilegal de especies maderables. Incremento en la extracción ilegal de fauna y flora. Conversión de ecosistemas naturales a usos agrícolas o pecuarios (aumento de la frontera agrícola). Incremento en la demanda de recursos naturales locales y regionales

Territoriales Desplazamiento de pobladores locales sin título de propiedad sobre la tierra. Incremento en la inmigración a la zona de influencia del corredor. Concentración de la tierra por parte de personas ajenas a la región. Incremento en los precios de la tierra a lo largo del corredor y su área de influencia directa.

Económicos Aumento de prácticas y dinámicas económicas insostenibles en la región, especialmente como consecuencia de la inmigración. Establecimiento de actividades productivas insostenibles de mediana y gran escala.

Socioculturales Afectación de lugares sagrados o de significativa importancia cultural para las comunidades locales. Cambios en las dinámicas socioculturales de las poblaciones locales y afectación de su estilo de vida tradicional.

4. Los pueblos indígenas afectados

4.1. Caracterización y ubicación

En el caso que estamos considerando ya no vamos a recurrir al enfoque histórico, salvo

alusiones indispensables, sino a la información actual que es la más apropiada. Según el censo general de 2005, en Colombia residen 87 pueblos indígenas, el castellano es el idioma oficial de Colombia, y las lenguas indígenas son también oficiales en sus

                                                            24 El documento se basó en un seguimiento permanente sobre las distintas fases de los estudios: 1) Diseños

Fase III y complementos al Estudio de Impacto Ambiental (EIA) de la variante; 2) Plan Básico de Manejo Ambiental y Social de la Reserva Forestal Protectora de la Cuenca Alta del Río Mocoa; y 3) Evaluación Ambiental Regional de la vía Pasto-Mocoa

 

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territorios. En el país, se hablan 64 lenguas amerindias, agrupadas en 13 familias lingüísticas (DANE, 2006).

Ahora bien, la zona de influencia de la carretera Pasto- Mocoa pertenece a la subregión

noroccidental, una de las dos zonas en que se encuentra dividida la amazonia colombiana, la cual cubre los departamentos de Caquetá, Guaviare, Putumayo, y la parte oriental de Cauca y Nariño. El impacto inicial, sin embargo, se concentra en dos departamentos. En el departamento de Nariño habitan los pueblos indígenas Awa, Embera, Eperara Siapidara, Inga, Kofán, Pasto, y en el Putumayo Awa, Coreguaje, Embera, Embera Katio, Inga, Kamëntsa, Kofán, Nasa, Siona, Uitoto (DNP,2010, p.8). En Nariño habitan 155.199 que corresponden al 10% de los habitantes del departamento, mientras que en el Putumayo la población indígena es de 44.515, correspondientes al 19% de los habitantes del departamento. Como se ha dicho, en la actualidad se cuenta con una delimitación territorial, producto de la política aplicada después de la Constitución de 1991. En Nariño se registran 48 resguardos indígenas, que cubren una extensión de 363.557,3 Has. y albergan 6.854 familias. En el Putumayo hay 54 resguardos que cubren una extensión de 188.280 Has. y 2.270 familias (DNP, 2006 p.168). En lo que sigue, nos vamos a concentrar en el Departamento del Putumayo que ha sido el objeto de nuestro estudio y es el área de influencia del tramo de mayor litigio, la variante San Francisco Mocoa. Debe entenderse, además, como una complementación de lo tratado en el capítulo anterior, sin olvidar que la multiplicidad de etnias referidas antes corresponde a un proceso de desplazamiento y reubicación por razones atribuibles a lo ocurrido en los años ochenta y noventa y ya explicadas suficientemente.

CREACION DE RESGUARDOS EN EL PUTUMAYO 1990-2010

Año de creación

Municipio Etnias Número de personas

Hectáreas

1992 Puerto Asís Siona 79 1990 ¨ Pto Leguízamo Inga 156 3968 1993 Mocoa Inga - Kamsá 799 300 ¨ Mocoa Inga 200 2518 ¨ Mocoa Inga 331 251 ¨ Orito Embera - Katio 184 131.6 1994 Mocoa Paez 130 1517 ¨ Pto Leguízamo Witoto 50 2858 ¨ Pto Leguízamo Coreguaje 26 2815

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1994 Sta Rosa - Mocoa Inga 156 2695 1995 Pto Leguízamo Inga 180 5949 ¨ Pto Leguízamo Witoto 53 2783 1996 Pto Leguízamo Inga 153 5171 ¨ Pto Leguízamo Muruy 33 2404 ¨ Pto Leguízamo Inga 93 5679 1997 Pto guzmán Paez 131 234 1998 Mocoa Kamsá 371 72 1999 Villa Garzón Inga 156 249.9 ¨ Villa Garzón Inga 594 723.9 2000 Pto guzmán Inga 237 68.357 ¨ Villa Garzón Inga 43 527 2002 Pto Leguízamo Muruy - Muinane 39 1371 ¨ Vila Garzón Inga 252 505.6 2003 Pto Caicedo Awa 134 834.4 ¨ Valle Guamuez Embera - Chamí 91 168.4 ¨ Valle Guamuez Pastos 199 203.2 ¨ Orito Awa 103 1981.7 ¨ Orito Awa 209 201.4 ¨ Pto Asís Embera - Chamí 182 736 ¨ Pto Asís Siona 73 85.1 ¨ Pto Asís Paez 350 1377.1 ¨ Inga 487 121 2004 Inga 64 59.1 ¨ Paez 293 3279.6 ¨ Paez 138 8459.6 2005 Inga 91 120.3 ¨ Orito Awa 64 247.6 ¨ Awa 360 1570 ¨ Orito Awa 115 1009.8 ¨ Orito Embera - Chamí 157 9070.3 ¨ Orito Embera - Chamí 103 9731.7 ¨ Orito Awa 76 910.1 2006 Paez 441 1598.1 ¨ Orito Awa 122 1947.3 ¨ Pastos 184 127 2009 Villa Garzón Paez 519 4979 ¨ Villa Garzón Awa 93 699 Fuente: INCODER

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El primer pueblo que ha de referirse es el denominado Inga. Se ubica en el Alto Putumayo, específicamente en el Valle de Sibundoy, rodeado por la cordillera de Portachuelo y los cerros de Bordoncillo, Patascoy y Cascabel, con una altura aproximada de 2.200 metros (atravesado, precisamente, por la carretera que une Pasto con Mocoa). Principalmente en las vecindades de Santiago y de San Andrés, en la parte rural. Nótese que San Francisco ha sido, por lo menos desde principios del Siglo XX un pueblo más bien “blanco”. No obstante, debe anotarse que también existen comunidades Inga en otras regiones, especialmente el bajo Putumayo (aunque también en su franja media), en Departamentos como Cauca y Nariño y hasta en Bogotá. Esta aparente dispersión y sobre todo su disposición a viajar pueden atribuirse, al parecer, a su condición de “comerciantes” reconocida desde hace mucho tiempo. El origen geográfico de este pueblo ha sido motivo de discusión. Una hipótesis sostiene que llegaron a este valle procedentes del Sur y huyendo de las persecuciones (Gómez, 2006). La inquietud surge de la lengua hablada por ellos que es evidentemente de familia quechua o Kichua. Obviamente la primera explicación que aparece es la de haber sido un pueblo sometido a la dominación Inca. No obstante, es también cierto que ya en el siglo XX la esclavitud y tráfico de indígenas tenía una larga historia y que los misioneros, además, ya habían impuesto como una de las lenguas francas la “lengua del Inga”. Lo cierto es que son muchos los pueblos que en el piedemonte amazónico (también en Ecuador y Perú) comparten, desde luego con muchas variantes, esta familia lingüística (Gómez, 2006). De hecho el vocablo Putumayo es de claro origen Quechua o Kichua: “pútu”, “pótu”: calabazo; “máyu”, “máyo”: rio. El segundo pueblo de importancia en esta región, propiamente en el Valle, en la parte plana, es el Kamsá o Kamëntsá, cuya lengua, todavía hablada, es de filiación desconocida aunque algunos suponen relacionada con el Chibcha. Hoy en día comparten muchos rasgos culturales y organizativos con los Inga, pero ellos mismos se reconocen como diferentes y conservan asentamientos separados. Son éstos los que durante mucho tiempo fueron identificados como Sibundoyes, aunque frecuentemente se les llama así a los Inga, también conocidos como Mocoas.

Por todo lo anterior, y por el hecho de que hoy encontramos las comunidades de ambos pueblos repartidas en resguardos más o menos pequeños, o en tierras sin ninguna formalización, es difícil hacerse a una idea de su territorio ancestral. Queda la idea de que puede ser todo el piedemonte amazónico (¿hasta Ecuador y Perú?). Ellos mismos han venido haciendo una reconstrucción histórica o legendaria según la cual este territorio habría sido comprado en la época de la colonia al rey de España por el Cacique Carlos Tamoabioy quien lo otorgó en el año 1700, mediante testamento, protocolizado en la notaria de pasto el 28 de Marzo de 1923, a las comunidades que allí habitaban. Son los

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Kamëntsá quienes más lo reivindican, insistiendo en que no son “llegados”, por lo menos en referencia al valle de Sibundoy. Aunque en muchos de sus pronunciamientos incluyen a los Inga. Al respecto, hay indicios que llevan a otra dimensión territorial. Los antropólogos Ramírez y Pinzón, hacen una anotación del todo pertinente: “Es necesario tener presente los constantes movimientos de población entre el alto y el bajo Putumayo; los indígenas de Sibundoy se trasladan permanentemente a diversas localidades del bajo Putumayo y el Caquetá para entrar en contacto con los Kofán, Coreguaje e Inga, llamados por ellos ‘los amigos’, quienes se encargan de enseñar e iniciar a los Chamanes pues la planta alucinógena Yagé indispensable para ejercer esta especialidad, es originaria de la región selvática” (Ramírez y Pinzón, 1987) De lo anterior concluyen que la pérdida de estos saberes debió corresponder a un cambio cultural y que esto explica “por qué se consideran los dos grupos de ascendencia selvática”. En todo caso, es curioso comprobar que el uso del Yagé y la práctica de la medicina tradicional, es uno de los rasgos por los que se les reconoce hoy en día, especialmente a los Inga.

4.2. Formas y relaciones de producción.- Sobra recordar que la situación de los pueblos Inga y Kamëntsá, en la actualidad, y así mismo su “economía”, es el resultado de una profunda y prolongada transformación en sus condiciones materiales y en su cultura. Ya han sido incorporados a relaciones de mercado, entre otras cosas bajo el peso de los procesos generales de colonización campesina. Lo mismo que se puede decir de los mencionados en el capítulo anterior pero en este caso con algunas particularidades que provienen de su historia. Fueron ellos, en el Valle de Sibundoy, las víctimas más destacadas de los experimentos “civilizadores” de las misiones Capuchinas.

En efecto, como se ha dicho, la Ley 89 de 1890 clasificó a los indígenas en salvajes y civilizados, entregando a los primeros, de acuerdo con el Concordato, bajo la autoridad, no sólo religiosa sino también política y civil, de las Misiones.25 A principios del siglo XX, la cuestión consistía en determinar en qué momento dejaban de ser salvajes y podían pasar a regirse por las leyes generales sobre resguardos. La perpetuación de la condición de salvajismo estaba, desde luego, en el interés de los Misioneros. En el caso de los indígenas de Sibundoy, por ejemplo, un Decreto de la gobernación de 1910, declaró que estaban ya reducidos a la vida civil; no obstante, después de una intensa presión por parte de los

                                                            25 Ver Restrepo (2006) 

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Capuchinos, el Decreto fue derogado con lo cual recuperaron sus competencias. Y así continuó, prácticamente (a pesar de algunas variaciones formales) hasta 1969. Se conoció en ese año, precisamente, la denuncia que hiciera en un famoso libro, “Siervos de Dios, amos de indios”, el antropólogo Daniel Bonilla. Y es que la definición de “salvajes” partía de una serie de prejuicios o de condenas acerca de sus especificidades culturales, como “la aversión a reunirse en pueblos“, “el vestido”, “la lengua”, “las supersticiones”, pero sobre todo por la falta de “obediencia” y “devoción” religiosa católica. También había un trasfondo económico. Llama la atención que entre los signos de avance en la civilización estaba el sometimiento al trabajo, según las disposiciones de la propia Misión. El resultado fue no sólo espantoso sino muy conveniente para la Misión desde el punto de vista económico. A. Gómez (2005) lo resume así:

“Bajo el peso de estos prejuicios raciales y racistas, pero también bajo el pretexto del “salvajismo de los indios”, la Misión capuchina emprendió, desarrolló, extendió y consolidó su poder sobre los grupos indígenas Inga y Kamsá del valle de Sibundoy con el propósito de usurpar sus tierras, de controlar y de usufructuar su mano de obra; propósitos que la Misión logró mediante la puesta en funcionamiento, en el trascurso de más de medio siglo, de diversos dispositivos e instrumentos de dominación ideológicos, disciplinarios y morales.” En cuanto a los instrumentos de dominación basta la descripción que hace el mismo autor:

“Las formas atroces y públicas de sanción y castigo, es decir, el látigo, el cepo, la condena y el señalamiento público y desde el púlpito durante la misa, la excomunión, el corte del cabello, la amenaza de no enterrarlos cristianamente y de lanzarlos a los totorales, el destierro, entre otros, fueron procedimientos mediante los cuales se configuró una pedagogía del miedo, una pedagogía en la que el terror fue el soporte del ejemplo. El espanto, el pavor físico, eran imágenes que debían grabarse colectivamente como fórmula de control y sometimiento”. En lo que aquí nos interesa, cabe insistir en los objetivos de utilización de los indígenas como mano de obra, en realidad esclavizada, o sometida a servidumbre, y la usurpación de tierras. Con relación a esta última exime de cualquier detalle la cita que trae Gómez (2005): “Estos capuchinos tienen este negocio: a cada indio le dan por documento una porción alinderada de las montañas baldías y cuando ya se ha aparecido la tierra propicia a la agricultura, entonces dice el capuchino: esta tierra ya te ha dado de comer, qué más quieres? Ahora la quiere la Santa Madre Iglesia que te dará el reino de los cielos. Y en seguida, a la fuerza, la familia entera la echan más arriba al monte. Y el capuchino dice: el

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que avise al Gobierno no lo confesará ni le dará sepultura, que morirá como caguay, que te comerá el gallinazo.”26 Ahora bien, los suelos del Valle de Sibundoy se han considerado de escasa fertilidad y su parte plana fue inundable y pantanosa hasta 1964 cuando el Incora, puso en práctica un programa de desecación y drenaje. De la acción de los capuchinos sobre lo que alguna vez fue una forma comunitaria de economía Kamsá e Inga, similar a la descrita para otros pueblos, quedó en realidad un conjunto de minifundistas dedicados a la agricultura de pura subsistencia acompañada de alguna vaca lechera y aves de corral. A principios de los ochenta el estudio de Romo (1981) citado por Ramírez y Pinzón (1987), constataba que un porcentaje pequeño tenía capacidad de dedicarse a ciertos cultivos comerciales como papa, maíz y fríjol, y uno más pequeño a ganadería más intensiva, cuyo producto, la leche, era destinado al mercado. Encontraba algunas familias que lo complementaban con artesanía y comercio. A veces con dedicación exclusiva. Contrastaba con la ganadería extensiva en manos ya de hacendados. Con la delimitación de resguardos y la política aplicada por el Estado luego de la Constitución de 1991, la situación cambió levemente. En realidad solamente se encuentra un resguardo para la comunidad Kamëntsá en el Valle de Sibundoy, un resguardo de 3252 has., que había sido creado en 1979; en adelante no se registra ninguna delimitación en este valle que tiene aproximadamente 47.000 hectáreas y ninguna otra para los Kamëntsá (ver tabla). Esto tiene que ver, seguramente, con la especialización de Sibundoy en ganadería lechera de carácter extensivo. Se explica así la actualidad del reclamo de territorio, en general pero especialmente en el piedemonte andino amazónico. En cambio, para los Inga aparecen numerosos resguardos, la mayoría pequeños, pero sobre todo en la región de Mocoa, en Puerto Guzmán y en el bajo Putumayo. Llama la atención el resguardo de más de 68.000 Has., denominado “Villa Catalina” en jurisdicción de Puerto Guzmán. Al respecto se han suscitado numerosas inquietudes y sospechas. Se ha sugerido, aunque no es comprobado, que el interés aquí tiene que ver con la explotación de algunos recursos naturales para lo cual habrían utilizado algunas familias indígenas que, según parece, ni siquiera se encuentran en el lugar (Chaves, 2010). En estas circunstancias, el problema indígena parece haberse confundido con el problema general de los colonos minifundistas. Es posible demostrar que en el Putumayo, en la actualidad, en términos de tierra disponible para la agricultura, casi un 90% puede

                                                            26 José Pajajoy, “Denuncias dirigidas a los Sres. Ministros de la Economía Nacional y de Gobierno…” Citado por Gómez (2005)

 

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considerarse todavía “pequeño propietario”.27 Por otra parte, ha de tenerse en cuenta la extensión de los cultivos de coca. No tiene mucha incidencia en el Valle de Sibundoy y en sus alrededores, pero sí en el bajo Caquetá y en el bajo Putumayo, desde Puerto Guzmán hasta Puerto Leguízamo. Las comunidades indígenas se ven sometidas a la represión y la persecución, a la violencia generalizada y a la fumigación que afecta sus cultivos y animales. El leve cambio en las condiciones tiene que ver entonces no tanto con la delimitación de resguardos, aunque ello ha ofrecido alguna seguridad a las comunidades Kamsá e Inga, como con la revitalización de los procesos de organización y recuperación de identidad que ha tomado fuerza en las últimas dos décadas.28 Esto ha revitalizado, a la vez, su estructura social de comunidad, incluso para la producción y para actividades comerciales, lo cual les ha permitido defenderse de las diferentes amenazas. En este sentido, lo que se ha llamado la “re-etnización” tiene un significado ante todo político, en el mejor sentido de la palabra.

5. Las respuestas al avance del Proyecto En el caso que estamos considerando, es claro que hay una afectación de territorios que podemos considerar indígenas no tanto formalmente como en un sentido histórico, o si se quiere ancestral. El proyecto de la carretera Pasto Mocoa ha avanzado ya hasta culminar prácticamente los tres primeros tramos quedando pendiente la variante San Francisco-Mocoa. Como se ha dicho, la discusión aquí versa no propiamente sobre la construcción en sí que es aceptada por los pueblos indígenas concernidos, sino por sus especificaciones y más que todo en relación con las medidas y políticas que sería necesario adoptar para preservar las áreas de protección (Cuenca alta del rio Mocoa) que ellos entienden es parte del respeto a su territorio. Pero, inicialmente, la disputa ha tenido que ver con su derecho a opinar y participar. Para este efecto han sabido recurrir, desde finales de los años noventa, a los instrumentos jurídicos que actualmente están a su disposición.

5.1. Los fundamentos jurídicos.-

El derecho a la Consulta previa está consagrado a favor de la comunidad indígena como

sujeto de derechos fundamentales y “en su caso los intereses dignos de tutela, protegidos bajo la forma de derechos fundamentales no se reducen a los predicables de sus miembros

                                                            27 Ver González Posso (2011). La observación es  importante dada  la campaña emprendida por  las 

élites para demostrar que, dados los grandes resguardos de la amazonia y otros, los indígenas serían los mayores “latifundistas”. 

28  Vale la pena tener en cuenta que la Corte Constitucional ordenó al gobierno, mediante el Auto N° 004 de (enero 26) de 2009, proteger a los pueblos Inga y Kamëntsá (como a otros 32 pueblos de la amazonia), en vista del riesgo de extinción física y cultural. Y ello para destacar la importancia de las consultas y del respeto a sus Planes de salvaguarda.

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individualmente considerados, sino que también integran a la comunidad misma, dotada así de singularidad”29

El parágrafo del artículo 330 de la Constitución Nacional, señala que: “La explotación

de los recursos naturales en los territorios indígenas se hará sin desmedro de la integridad cultural, social y económica de las comunidades indígenas. En las decisiones que se adopten respecto de dicha explotación, el Gobierno propiciará la participación de los representantes de las respectivas comunidades”. Es decir, es sobre los recursos naturales, y en especial los no renovables que pertenecen a la nación, y pueden ser adjudicados para su utilización por el Estado. La obligación de consultar a los pueblos se extiende a toda actuación administrativa que repercuta en su desarrollo en efecto dentro de las facultades que se reconocen en la C.N. Y cuando de trata de adoptar decisiones respecto de la explotación de recursos naturales en territorios indígenas la consulta debe realizarse antes de iniciar o autorizar cualquier programa de prospección o explotación de los recursos mineros o recursos naturales existentes en los territorios de los pueblos. Es decir desde la planificación de las obras.

Asimismo en la ley 99 de 1993, mediante se creó el Ministerio del Medio ambiente (hoy Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial) y se organiza el Sistema Nacional Ambiental, en su artículo 76 dispuso que “la explotación de los recursos naturales deberá hacerse sin desmedro de la integridad cultural, social y económica de las comunidades indígenas y de las negras tradicionales, de acuerdo con la Ley 70 de 1993 y el artículo 330 de la Constitución Nacional, y las decisiones sobre la materia se tomarán, previa consulta a los representantes de tales comunidades”. En 1998, se expidió el decreto 1320 que reglamentó el procedimiento de la Consulta Previa a comunidades indígenas y negras para la explotación de recursos naturales dentro de su territorio, pero la Corte Constitucional la ha catalogado inaplicable por ser contraria al Convenio 169 de la OIT.

De acuerdo con el concepto de un asesor indígena, el Convenio 169 de 1989, de la Organización internacional del Trabajo, OIT, es uno de los instrumentos desde el punto de vista jurídico más importante con la que cuentan los indígenas colombianos a la hora de pensarse como sujetos y actores relevantes en derecho, en el orden nacional e internacional. Y añade: “Este Convenio, que tanto conflicto ha generado entre los Estados y los pueblos indígenas, es un instrumento importante que consagra la Consulta Previa, como un mecanismo de mediación que consiste en garantizar, la participación de los indígenas y los pueblos tribales en las acciones que les afecte en toda índole” 30.

En Colombia se ha desarrollado una consistente jurisprudencia constitucional acerca de

la naturaleza de la Consulta Previa la cual se considera como un derecho fundamental, que                                                             29 Corte Constitucional, Sala tercera de Revisión, Sentencia T- 380 de 13 de 1993 30 Ver Arrieta Juvenal (2003),  

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se convierte en un trámite obligatorio puesto que debe ejecutarse de acuerdo con los usos y costumbres de cada etnia. Y se aplica cada vez que se pretendan tomar decisiones que afecten a las comunidades, las cuales, según la abogada Gloria A. Rodríguez, pueden ser: a) Medidas administrativas como la expedición de una licencia ambiental para la explotación de recursos naturales y b) Medidas legislativas como la expedición de normas que involucren o afecten a estos pueblos (Corte Constitucional, Sentencia T-382 de 2006)31.

Y sigue la tratadista: “La Sentencia SU-039 de 19975 señaló los parámetros para la

realización de las consultas previas con los grupos étnicos del país y en ella encontramos importantes aportes para la protección y garantía de los derechos de las comunidades. La Corte Constitucional dejó claro en esta jurisprudencia, que la consulta previa se constituye en un derecho fundamental cuando manifestó que

“la explotación de los recursos naturales en los territorios indígenas debe hacerse

compatible con la protección que el Estado debe dispensar a la integridad social, cultural y económica de las comunidades indígenas, integridad que configura un derecho fundamental para la comunidad por estar ligada a su subsistencia como grupo humano y como cultura. Para asegurar dicha subsistencia se ha previsto, cuando se trate de realizar la explotación de recursos naturales en territorios indígenas, la participación de la comunidad en las decisiones que se adopten para autorizar dicha explotación”.

A pesar de los logros constitucionales, de acuerdo con la abogada Ana L. Maya, la

Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones (CEACR), organismo encargado de examinar la manera como los Estados aplican los convenios y recomendaciones de la OIT se ha pronunciado varias veces sobre la violación del derecho a la consulta por causa de violaciones sistemáticas del derecho al territorio. Y dentro de los que han sido citados por la CEACR enumera la construcción de la presa hidroeléctrica de Urrá que no tuvo una consulta previa hecha en debida forma del pueblo Embera Katio; y las exploraciones petroleras en el territorio Uwa. 32, 

Ante ese estado de cosas, los mismos pueblos indígenas han venido replanteando el

asunto y analizan cuál debe ser el camino a tomar. De un lado si se adopta la consulta previa como una política pública podría decirse que se está legitimando el modelo de desarrollo dentro de los territorios indígenas, pero desde otro ángulo tampoco la negativa indefinida y general es un paso adecuado. En realidad, lo que ha de tenerse en cuenta es el escaso juego que hay para los pueblos indígenas por cuanto en muchos casos se ha sostenido que el interés nacional prevalece sobre el de un grupo de población como son los

                                                            31 Rodríguez Gloria Amparo (2010). 32 Maya Ana Lucía (2011).  

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pueblos indígenas, y la inexorabilidad del modelo económico que tiene en la minería y en los hidrocarburos uno de los puntales mayores.

5.2. Acción jurídica.-

En el caso de la carretera Pasto –Mocoa los actores involucrados son de carácter estatal - o la banca Multilateral- dado que todavía no se ha comenzado a ejecutar la obra del tramo en discusión. Es decir no podemos hablar de irrespeto o desacato de los derechos indígenas por parte de las empresas. Pero los pueblos indígenas sí han reclamado su derecho a la consulta previa e informada pues consideran que, desde el inicio, el proyecto atraviesa territorios ancestrales

La comunidad interpuso una acción popular solicitando la suspensión de la construcción

de la carretera y del Plan de Manejo ambiental. Se argumenta que el EIA, Estudio de Impacto Ambiental, no analizó con profundidad las implicaciones acumulativas, desde el punto de vista ambiental, sociocultural y económico, que causa la construcción de la vía San Francisco Mocoa; y que, por lo tanto, el PMBAS, Plan de manejo Ambiental, no es garantía de esos derechos territoriales. La demanda fue presentada en noviembre de 2010 por líderes indígenas de la zona y fue aceptada por el Tribunal Administrativo de Nariño en diciembre del mismo año. Esta acción estuvo precedida de una tutela presentada en nombre del Pueblo Indígena Kamëntsá, la cual fue aceptada, y tiene como fundamento la presunta violación del derecho a la vida, la consulta previa, la diversidad cultural, y el derecho al medio ambiente sano. La demanda está en trámite.

Las acciones han continuado en la forma de cartas dirigidas a las autoridades

colombianas, haciendo muchas veces uso del derecho de petición, pero también al organismo correspondiente de Naciones Unidas. Se destaca, la más reciente en julio de este año. No han faltado las reuniones, en particular la de marzo de 2010, una vez obtenido el Crédito externo, convocada por el BID, Invías y Corpoamazonia, pero tanto ésta como las anteriores, consideran las organizaciones indígenas (especialmente el cabildo del resguardo Kamëntsá), no constituyen verdadera consulta.

5.3. La movilización y otras acciones directas.- El litigio –para no utilizar palabra más fuerte- lleva, como se ha visto, más de una década. Progresivamente las organizaciones indígenas han tomado conciencia de su importancia, sobre todo porque lo enmarcan en la problemática más general que están viviendo. Si bien el Estado elude adelantar la consulta previa, la verdad es que la situación, por sí misma, ha facilitado un proceso de consulta interna que ha dado como resultado diversas acciones

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directas. Precisamente, en respuesta a la reunión mencionada antes, el 26 de Junio de 2010 se realizó una Marcha pacífica de más de seis mil indígenas Kamentsá e Inga, exigiendo el respeto por su territorio, y el reconocimiento como pueblos. Luego, el 16 y 17 de Julio del mismo año, se efectuó la marcha por el camino “Sachamates” que, según afirman ellos mismos, es el camino de los antepasados y tiene connotación sagrada pues allí se encontraban, Kamentsá e Ingas del alto y medio Putumayo, para intercambiar productos entre la zona Andina y el Amazonas. Es aproximadamente la ruta por donde se construiría la variante. En el mes de Agosto de 2010 los pueblos indígenas del bajo Putumayo realizan un paro por los efectos de las petroleras y las consecuencias que traerá la construcción de la vía San Francisco-Mocoa; se crea entonces la “Mesa de concertación y diálogo permanente del Putumayo y la bota caucana”. Como referencia significativa debe mencionarse que del catorce al 16 de enero de 2011 se llevó a cabo el primer congreso de estudiantes indígenas Kamentsá e Inga para analizar la problemática y trazarse una ruta de trabajo para continuar la lucha. En julio del presente año se realizó una nueva movilización. Refiriéndose a ella, un ex gobernador del Cabildo Kamëntsá, José Narciso Jamioy Muchavisoy, hizo en una carta pública la siguiente declaración categórica: “Nuestros abuelos y abuelas que viven en la tradición Kamëntsá e inga del Valle de Sibundoy, en los conversatorios que sostuvimos la semana pasada con motivo de la Gran Movilización Por la Vida, Territorio y Nuestra Existencia durante los días 14, 15 y 16 de Julio de 2011, dijeron estar muy preocupados por la existencia de estos dos pueblos como también por los demás de la Amazonía, porque sienten que el territorio sagrado por donde ellos, sus padres, abuelos y antepasados caminaron será destruido con la carretera que piensa hacer el gobierno Colombiano de San Francisco–Mocoa, en el Putumayo, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo –BID-, donde su Creador dejó en manos de a Madre Tierra el nacimiento del aire y las aguas puras para toda la humanidad”.

Ahora bien, si algo llama la atención en este caso es la conjunción de fuerzas sociales que se ha logrado. Si bien los pueblos indígenas son actores fundamentales, y cuentan con un sustento jurídico poderoso, otros movimientos sociales y organizaciones cívicas de la región han contribuido a llamar la atención sobre el asunto. También, como se ha visto, organizaciones nacionales e internacionales. En primer lugar, por supuesto, se encuentran los campesinos asentados en toda la región, es decir, desde Nariño la que es atravesada por la carretera Pasto-Mocoa. Su preocupación inicial es la inseguridad frente a la presión por la tierra valorizada por la obra, dada su carencia de títulos. En las áreas protegidas, se añade a ésta el riesgo de verse despojados de

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sus parcelas de subsistencia al adoptar planes de manejo que no los tengan en cuenta. Es esto último lo que más los ha motivado a exigir consulta y participación como reclamo general de la ciudadanía, ya que no cuentan, como se sabe, con normas que las obliguen. Se han pronunciado directamente en el caso de la variante, pero también han incluido esta reivindicación en los procesos más generales de resistencia que en el Putumayo tienen que ver con el rechazo a las fumigaciones y la exigencia de apoyo para planes alternativos de desarrollo complementarios de la erradicación de cultivos de uso ilícito. Existe desde 2005 una Mesa departamental de organizaciones sociales campesinas que ha realizado varias asambleas generales. Por su parte, la comunidad afrodescendiente que habita en el lugar se ha vinculado a las protestas y exigencias, a pesar de no contar con territorio colectivo asignado. Al mismo tiempo, prácticamente desde el anuncio de la carretera, diversas organizaciones de sociedad civil vienen adelantando un proceso de análisis y crítica del proyecto que se ha materializado en una red de veedurías ciudadanas con base en veedurías municipales, las cuales deben constituirse y registrarse formalmente. El propósito es hacer realidad la idea de participación en su verdadero sentido de incidencia eficaz en decisiones. A su vez, esta red ha logrado incorporar organizaciones a nivel nacional e internacional. Esta última se ha facilitado, como ya se ha dicho, gracias al involucramiento del BID. La red internacional creada para el monitoreo de los créditos y los proyectos de esta entidad –Alianza frente al BID- ha contribuido impulsando estudios y diálogos con los funcionarios competentes, y haciendo conocer este caso lo más ampliamente posible (ver Flórez, 2007). Recientemente se ha incorporado la coalición “Colombia Support Network”, con base en Estados Unidos.

6. Evolución y conclusiones La obra de la variante aun no se ha iniciado y el desembolso del crédito tampoco se ha producido. Es evidente que la resistencia social, especialmente indígena, ha logrado, por lo menos, aplazar el proyecto, sometiéndolo a público debate. Y ha obligado a los actores interesados a ocuparse con mayor dedicación de los efectos socioambientales del mismo aunque sus diagnósticos y propuestas no se consideren satisfactorios. El BID está proclamando ahora que este proyecto puede calificarse de “emblemático”, en materia de sostenibilidad y responsabilidad social, gracias a la inclusión de un excelente “Plan de manejo ambiental y social integrado”. Semejante elogio no es compartido por sus críticos. La investigadora de Ilsa, Mayra Tenjo (2011), ha resumido las objeciones en cada uno de sus componentes: ordenamiento ambiental del territorio, conservación y desarrollo sostenible, vinculación de las comunidades a la conservación de las áreas protegidas, construcción sostenible de la vía, operación, control y vigilancia. Lo más importante, sin embargo, consiste en el incumplimiento de las promesas, con relación a las actividades

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preliminares (programas de trabajo que deberían ser consensuados), por parte de Invías, la institución encargada directamente de la obra (Ver Tenjo, 2011). Las organizaciones indígenas, por su parte, se mantienen firmes en su posición. Es de suponer que, aparte de la controversia sobre si se hace o no la variante, o mejor, de la modalidad que finalmente resulte, lo que están buscando inicialmente es una negociación directa. No otra cosa se desprende del contenido de la solicitud de revisión de tutela presentada ante la Corte Constitucional en marzo de este año33: “Solicitamos a la honorable Corte Constitucional Colombiana: PRIMERO: Tener en cuenta los elementos probatorios anexos para que sirvan de apoyo al fallo de revisión de tutela. SEGUNDO: Solicitar al INVIAS la suspensión del inicio de la obra vial San Francisco – Mocoa. TERCERO: Enviar una Comisión de Derechos Humanos al departamentos del Putumayo para que escuche la problemática que atravesamos los pueblos indígenas y Afrodescendientes de este lugar”. Aquí vale la pena destacar un aspecto de suma importancia. En el mismo documento se advierte que ya, ante la inminencia de la obra, se ha venido presentando una apropiación ilegal de cuencas hidrográficas, humedales, y paramos, así como adjudicación de tierras por parte de INCODER e invasiones en la parte alta de las montañas. Es decir, fuera de los impactos ambientales que se prevén, ya está ocurriendo parte de lo que se temía en relación con el territorio. En efecto, es claro para los indígenas y en general para todos los que se interesan en el tema, que el impacto de la carretera Pasto-Mocoa no se limita a lo que va a producir su construcción en sí misma, sino fundamentalmente como consecuencia de los propósitos que la motivan. La información disponible muestra que hasta Julio de 2010 había 90 solicitudes de concesión minera entre el alto y medio Putumayo. Entre otras: en el área comprendida entre los resguardos de Santiago, San Francisco, Colon y Villa Garzón territorio ancestral de las comunidades Inga y Kamëntsá, 22 concesiones mineras de oro y cobre a la transnacional Angloamerican Exploration SA, más conocida como la Anglo

                                                            33  Ver solicitud presentada por:  Arturo Jacanamijoy Mavisoy, ex gobernador de la Comunidad Inga -Kamentsa del Municipio de San Francisco, Taita Luis Marcial Tandioy Muchavisoy, gobernador Cabildo Kamentsa – Inga del Municipio de San Francisco Putumayo, Aureliano Garreta Chindoy Ex gobernador Cabildo Inga de Condagua Medio Putumayo, Karold Henry Mavisoy , Carmenza Tez Juagibioy, María Carlina Tez Juagibioy, Lucy Juagibioy Jacanamijoy, haciéndose voceros de los pueblos Kamëntsá e Inga.

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Gold Ashanti (AGA) y la Australiana GMX Minerals and Coal Ltda; en el área comprendida entre San Francisco y Mocoa, en el área del trazado de la variante San Francisco – Mocoa, concesiones a AGA de oro, plata, cobre y níquel.

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IV. ANALISIS COMPARATIVO Son varias las conclusiones y muchas las inquietudes que nos deja el estudio de estos dos casos de grandes inversiones en territorios indígenas de la Amazonia colombiana. El hecho de haber comparado dos experiencias separadas en el tiempo, treinta o cuarenta años de diferencia, nos ofrece una perspectiva histórica que permite, sobre todo analizar las características y respuestas de los pueblos indígenas afectados. Pueblos indígenas que, a diferencia de otros en Colombia –que han sufrido o están sufriendo experiencias similares-, han sido los típicamente considerados como auténticos o genuinos y hasta “salvajes”, lo cual nos facilita examinar el impacto en su forma más “pura”; hasta donde esto es posible, claro está, porque una de nuestras conclusiones es precisamente que tal condición no ha existido nunca.

1. Aspectos generales de la comparación En el primero, la inversión en explotación petrolera a mediados de los años sesenta, encontramos las comunidades Siona y Kofán, en condiciones de absoluta indefensión, de modo tal que sufren los impactos de una manera hasta cierto punto pasiva. Se observan así los efectos, que son sociales y ambientales interrelacionados, en toda su magnitud. El territorio, todo, ha sido reordenado, reestructurado, sin haber sido siquiera reivindicado como indígena en su ancestralidad. En el segundo, la inversión en la construcción de una carretera de señalada importancia estratégica–que apenas empieza-, encontramos a las comunidades Inga y Kamëntsá que no son sólo diferentes de las anteriores por obvias razones étnicas sino porque ya están profundamente transformadas por un siglo de capitalismo y, particularmente, por lo ocurrido durante los treinta años que separan este caso del primero. Aquí la respuesta es cualitativamente diferente. Los impactos, apenas en ciernes, son previstos con claridad en la medida en que son conocidos; en que forman parte de la memoria histórica de lo que ya es, cuarenta años después, un movimiento indígena de alcance nacional. Es por eso que el no poder ser objeto de estudio no constituye limitación alguna. Por cierto, aunque hay algunas diferencias respecto del caso anterior son más las similitudes. Nuevamente encontramos entrelazadas las cuestiones ambientales y las referentes a la integridad material y cultural de las comunidades. En consecuencia, el objeto de reflexión es, más bien, la respuesta indígena. El territorio que ya había sido reordenado, aunque de manera indirecta pues el lugar preciso de la inversión no es el mismo que en el caso anterior, ha sido intervenido también por la política estatal posterior a la Constitución de 1991. Y un poco antes. Se han delimitado resguardos que se consideran base para el ejercicio de los derechos indígenas recientemente reconocidos. Pero lo más importante consiste en que ahora Kamëntsá e Inga (también, por su lado, Sionas, Kofanes y otras etnias) se representan, simbólicamente, y reivindican un

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territorio ancestral, que es el que consideran afectado por el proyecto de infraestructura. No simplemente los resguardos actuales. Es en ese sentido como puede hablarse ahora sí, en sentido estricto, de inversión en territorio indígena.

2. Las grandes inversiones, pasado y futuro Ahora bien, si hemos dicho que esta perspectiva nos permite analizar ante todo las características y las respuestas de los pueblos indígenas es también porque respecto de la inversión, en sí misma, no es mucho lo que vale la pena detallar. Se trata, en el fondo de la misma dinámica de inversión extranjera en la explotación de recursos naturales, dentro de un modelo de economía extractiva, con sus características de “enclave”, que no es excepcional en la Amazonia. Esto es válido aún para el segundo caso. Si en el primero, la infraestructura sigue a la implantación del proyecto extractivo, en el segundo es su condición previa. De todas maneras puede decirse que es la infraestructura vial, en cierto modo, la que más afecta el territorio, con sus efectos de reordenamiento e impacto ambiental y social. Catastrófico, si se atiende a las características ecosistémicas de la Amazonia. Es cosa que se observa claramente en la reconstrucción que se hace del primer caso. Por otra parte, si algo puede decirse en referencia al marco normativo es que existe una línea de continuidad en el sentido de otorgar cada vez más garantías y privilegios a la inversión extranjera, al punto que hoy se habla de una simple y descarada entrega de todo el territorio nacional a las multinacionales. Y el riesgo, cabe decir, no sólo no ha desaparecido sino que se agrava. Para no abundar en detalles, ya que no es nuestro objeto, bástenos citar la advertencia que hace Tenthoff (2007):

“La liberación del sector petrolero produjo en 2004 y 2005 la firma de numerosos contratos para exploración de hidrocarburos y para estudios técnicos. Entre ellos se encuentra el reingreso de la compañía Operaciones Petroleras Andinas (OPA) en el Bloque Coatí, una zona de aproximadamente 28 mil hectáreas que cruza los resguardos cofán de Afilador y Yarinal, y los resguardos de San Marcelino (Kichwa) y Monterrey (Awa). La OPA, empresa de origen colombiano, se quedará por lo menos tres años y hará una inversión de 18,7 millones de dólares. Con la excusa de que el proyecto de exploración y explotación que se pretende reiniciar se produjo con anterioridad a la Ley 99 de 1993, no se ha hecho ninguna consulta previa con las comunidades indígenas (…).

“Un caso concreto que revela el rol del paramilitarismo para defender los intereses económicos en la zona podría ser el de la incursión armada paramilitar el 18 de octubre de 2005 en la comunidad de San Marcelino, localizada dentro del Bloque Coatí. Los paramilitares amenazaron y saquearon el cabildo, retuvieron a seis indígenas y obligaron a 11 familias a desplazarse Unas semanas después llegó la Fuerza Pública para asegurar y

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controlar la zona, y en diciembre de ese mismo año la OPA empezó su trabajo de exploración(…).

“La mayoría de los resguardos Kofán se encuentra dentro o cerca de campos de exploración y explotación petrolera, buena parte de los cuales operan bajo contratos firmados a partir de 2004. El bloque Alea de 569.000 hectáreas, firmado con Repsol y Chaco en diciembre de 2004, cruza el territorio ancestral Kofán y está muy cerca de algunos resguardos Kofanes. Los campos de explotación y exploración de Ecopetrol, como el Área Occidental, Área Sur y el bloque Churuco, están en la frontera o al interior de varios resguardos Kofanes”.

Información que complementa la ya mencionada a propósito de las concesiones mineras otorgadas en las vecindades de la carretera Pasto- Mocoa.

3. El doble carácter del terreno jurídico

En cuanto a las normas Constitucionales y Legislativas que dicen proteger los derechos de los indígenas, si bien es cierto que entre los dos casos media una importante transformación, al adoptar en 1991 el principio de que Colombia es una nación pluriétnica y multicultural, es preciso entenderla más que todo como un nuevo terreno jurídico y político para ventilar los conflictos. Con sus ventajas y sus desventajas para los indígenas. En realidad, en lo que se refiere al territorio, no se ha trascendido la clásica política de delimitación de resguardos, más en el sentido de adjudicación de tierras, mediante titulación colectiva (a la manera de “reforma agraria”), que en el de reconocimiento de territorios ancestrales. - Salvo quizás en los grandes resguardos de la llanura amazónica y la Orinoquia, pero en este caso con el problema de la superposición (o traslape) con las áreas de protección como los parques naturales nacionales- Esto plantea un problema, de toda actualidad, que vale la pena considerar aquí. En efecto, se ha descrito en el estudio un proceso histórico simultáneo, que es, por cierto, uno de los principales factores de acorralamiento y transformación de las comunidades indígenas: el poblamiento del Putumayo, en la forma de colonización de tierras, con todas las consecuencias de concentración de la propiedad territorial que trae aparejadas. Los “colonos”, como se vio, no son solamente campesinos sino también comunidades étnicas “campesinizadas”, provenientes de Nariño, Cauca y otros Departamentos. Se establece así una diferencia entre las comunidades originarias y las “foráneas” que el propio Estado busca borrar con la asignación de “resguardos” para todas, reforzando la clásica solución “agraria”. Téngase en cuenta que, a la vez, impone una forma de organización homogénea, la del Cabildo y Gobernador. La política deviene esquizofrénica: facilita la constitución de

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resguardo a través de su propia normativa impuesta que es suficiente y, a la vez, dice apoyarse en una supuesta identidad que fundamenta en la noción vaga, colonial, de los “usos y costumbres”. Con ello ha estimulado procesos de “re-etnización” incluso de comunidades campesinas mestizas, deshaciendo el significado de la pluriculturalidad que pregona la Constitución (Chaves, 2010).34 El territorio, como anclaje de la identidad, no es un punto de partida sino de llegada y su confirmación. Por supuesto, ello facilita, en el discurso oficial, llamar “territorio” a lo que no es otra cosa que un pedazo de tierra, no siempre de la mejor. Y convierte la conformación de resguardos en un ingrediente más de la disputa por la tierra la cual podría enfrentar a las comunidades, todas, entre sí, cosa que por fortuna no ha ocurrido. Quizá por eso, en dos décadas, no se ha podido elaborar y aprobar una ley de Entidades Territoriales Indígenas como había sido la oferta de los Constituyentes. Al mismo tiempo el pasado gobierno se ocupó de repetir, una y otra vez, que no habría ni un metro de tierra más para los indígenas. Todo esto esconde la realidad de que, hoy en día, es el territorio el objeto más preciado de la codicia de las multinacionales; codicia que quisieran aprovechar para sus mezquinos intereses las elites y los gobiernos colombianos. Lo anterior es justamente una de las fuentes del conflicto registrado en el segundo caso. Por eso lo más destacado en este análisis es la respuesta indígena. Es ella la que pone en movimiento el marco normativo. Quiere hacer valer los principios de respeto a su autonomía, pero también de participación en las decisiones nacionales. Por lo pronto, el desafío se plantea en un terreno que es bien conocido en casi todos los países de América Latina, el de la consulta previa.

4. Las transformaciones socioeconómicas Interesa aquí la transformación de las comunidades indígenas como resultado de los impactos de estas inversiones. Desde el punto de vista que pudiéramos llamar puramente económico es poco lo que merece ser resaltado en la comparación. Conduce a una reflexión de orden general que es aplicable a ambos casos y sigue siéndolo todavía. Hay un trasfondo de violencia y sojuzgamiento remoto, secular, y otro reciente. En lo que se refiere a este último, vale decir, la época en que ocurren ambos casos, hay una diferencia de orden secundario. En el primer caso la violencia del despojo es evidente, incluidos

                                                            34 Dentro de un enfoque más amplio corresponde a un fenómeno inherente a la política neoliberal

que, por lo demás, contiene en Colombia la propia Constitución. En efecto, ante las políticas sociales de “focalización” la única alternativa que le ha quedado a los grupos sociales subordinados es la de asumir identidad de “grupo vulnerable” para poder ser objeto de asistencia: mujeres cabeza de hogar, discapacitados, “por debajo de la línea de pobreza”, “desplazados”, “afrodescendientes”, etc. (Chaves, 2010)

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mecanismos extraeconómicos, mientras que en el segundo la presión económica trata de ser contrarrestada con la oferta de participación. No alcanza a lograrlo, claro está, en la medida en que pretende cambiar débiles concesiones por el beneplácito o el silencio frente a los negativos impactos estructurales. Es enteramente explicable: lo que, en verdad, está en juego es la disposición y manejo absoluto del territorio y esto no es negociable. Dejamos de lado, el contenido de violencia adicional que le proporciona la específica situación colombiana, claramente ejemplificado en la referencia de Tenthoff. En todo caso, vale la pena insistir en que el aspecto del territorio es aquí fundamental, más que en los casos de otros pueblos indígenas, inclusive. La forma de producción propia de los pueblos indígenas de la amazonia implica grandes extensiones, como tuvimos oportunidad de explicarlo en este estudio. La alternación en el uso de las chagras, la movilidad asociada, e incluso la itinerancia, le son inherentes. Es la única forma, digamos, por le menos, sensata, de establecer relaciones de producción en ecosistemas de semejante riqueza y por lo tanto fragilidad. Pudiera afirmarse que ya no es así, y ya nunca lo será, pero esto equivale a resignarse frente a la liquidación de la Amazonia. No obstante, entendimos también que ni siquiera en el remoto pasado la relación de estos pueblos con la selva fue pasiva. El antropólogo y arqueólogo, S. Mora (2006) hace una excelente explicación sobre este punto. Por ejemplo, en la recolección de frutos que se considera la pasividad por excelencia, la investigación ha demostrado que, en un examen de larga duración, es posible comprobar la presencia de árboles en un lugar (palmas, por ej.), que habían sido plantados deliberadamente muchos años antes. O con respecto a la cacería, el hecho de que se acostumbre destinar un lugar en la chagra vecina a la vivienda al cultivo de ciertas plantas que atraen animales, para atraparlos con trampas. En todos los casos hay una intervención sobre el entorno. La selva, en fin, es humanizada; también para los indígenas. Lo anterior nos lleva a otro punto. Se suele decir que los pueblos cazadores, pescadores y recolectores, aplican un sistema de “retorno inmediato”, sin embargo no quiere esto decir que el recurso obtenido se agota completamente, existen diferentes formas de conservar una parte para el consumo futuro y también para el intercambio (Mora, 2006). Por supuesto, para los pueblos agricultores la posibilidad de generación de excedentes es evidente. Todo ello para concluir que, además de formas de redistribución e intercambio, siempre hay posibilidades de división del trabajo, incluyendo actividades “no productivas”. Es la base de la estructura social. Incluso permite la existencia de pueblos que se definen por su actividad comercial, dada una particular forma social y de asentamiento, como parece haber sido el caso de los Inga. Esta digresión, un tanto teórica, tiene como objeto reubicar la cuestión de la transformación “económica” que sucede al impacto de las relaciones capitalistas. Lo que ocurre con la inserción completa de estas comunidades en las relaciones de mercado –que

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es lo que vemos en los Siona y Kofán como ruptura y en los Inga y Kamëntsá como resultado de un largo proceso- es una inversión de la lógica de su sistema económico. No solamente se busca adrede el excedente y para ello se sustituyen unos cultivos por otros (en la mayoría de los casos hasta eso es imposible), sino que el mercado como tal termina reemplazando la agricultura. De ahí que se vuelvan “artesanos” o “médicos” de profesión. Ello sin contar las obvias vinculaciones como trabajadores asalariados y sobra recordar que en condiciones precarias. Por todo esto es difícil hablar de articulación con la economía impuesta por la gran inversión. Como se pudo observar, puede haber una vinculación como trabajo asalariado pero es generalmente transitoria y tiene, más que todo, efectos destructivos sobre la comunidad. Tampoco la empresa y sus empleados se convierten verdaderamente en “mercado”. A menos que dispongan de suficiente tierra (otra vez la cuestión del territorio) para ofrecer de manera sistemática y permanente productos alimenticios (no es del caso, materias primas), las ventas se convierten en contactos episódicos. Sólo con la presencia de “turistas” puede generarse una verdadera corriente de comercialización. En una notable investigación sobre una comunidad Tikuna en la orilla colombiana del rio Amazonas, la antropóloga Mariana Gómez (2010) observa cómo ellos han establecido, en una construcción que reproduce falsamente su tradicional Maloka. Un centro para turistas de “inducción” a la cultura ancestral, que sirve de base, por supuesto, al almacén de artesanías. Sobra advertir que quienes se llevan la parte del león son las multinacionales: agencias de viaje, cadenas hoteleras, etc. Algo similar parecía estar ocurriendo en Sibundoy en lo que se llamaba el “Centro de Sanación”, no principalmente para turistas sino para blancos de todo el país que acudían desesperados en busca de alternativas médicas. En síntesis, hay por supuesto formas de adaptación económica pero también de resistencia. En el plano cultural es difícil percibir qué tanto cambia como resultado de la adaptación y qué tanto permanece. Sobre todo ahora cuando la sociedad mestiza, y el actual imperialismo, ya no buscan “civilizarlos” sino “salvajizarlos”. Claro; siempre que se vinculen a la sociedad de consumo. Es claro, en todo caso, que la transformación económica no se reduce a las relaciones con la actividad directa de la gran inversión, y es más lo atribuible al contexto; al proceso de colonización y urbanización como puedo observarse en este ejercicio comparativo. Sin descartar las formas parasitarias que suscita toda economía de enclave, entre ellas la hipertrofia de las actividades administrativas del Estado en su nivel local y regional. Cabe aquí la relación entre los resguardos y los municipios o departamentos. Las comunidades entran en la disputa por los recursos del Estado, como forma de supervivencia. Es lo que sucede con las regalías deducidas de la renta petrolera. Pero la mejor ilustración nos la

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ofrece el sistema adoptado en Colombia de acuerdo con el cual las entidades territoriales reciben una parte de los recursos nacionales del Estado. Se denomina Sistema General de Participación. Pues bien, de acuerdo con la Constitución, los resguardos tienen derecho, en el mismo sentido, a recibir un porcentaje; la legislación y reglamentación ha sido confusa al respecto, sobre todo en lo que se refiere al grado de autonomía de que disponen para ejecutar los gastos. Pero en casi dos décadas de aplicación, ya se pueden observar los resultados “transformadores”. Las comunidades indígenas, carentes en general de alternativas, comienzan a depender de los recursos transferidos. Por esa vía se introduce el discurso y las prácticas del Estado dentro de las comunidades, poniendo en entredicho, por una razón adicional, su pretendida autonomía y su identidad cultural.

5. Convivencia, adaptación y gobernanza Por último quisiéramos referirnos a una inquietud que surge al plantear las relaciones de los pueblos indígenas con las grandes inversiones hechas en sus territorios. Es acerca de la posible convivencia armónica entre unos y otras, dadas las oportunidades de aprovechamiento que, según algunos, se ofrecen a los pueblos indígenas. Tal vez estemos ahora en mejores condiciones para hacer algunos comentarios. En un estudio preparado por el Observatorio social de Flacso, Fontaine y Le Calvez (2009), sobre la base de algunas experiencias en Perú y Ecuador se dan a la tarea de explorar las posibilidades del mencionado aprovechamiento. Su inquietud fundamental se refiere a la actitud que pudieran tener las comunidades. Y concluyen al respecto:

“Sin embargo, dada la magnitud de los ingresos esperados, no cabe duda de que son altas las expectativas de las comunidades ubicadas en áreas de influencia directa e indirecta de proyectos de esta naturaleza. Ello puede explicar, hasta cierto punto, la actitud voluntaria de un sector importante de las organizaciones representativas, así como su predisposición por desarrollar nuevas capacidades de negociación y gestión. También puede explicar la oposición de sectores que representan a comunidades ubicadas fuera de las áreas de influencia directa de aquellos proyectos, así como su propensión a concentrar su acción en el ámbito político. Desde luego, la perspectiva de recursos económicos procedentes de la extracción de hidrocarburos suele convertirse en un factor de debilitamiento para las organizaciones. En primer lugar, genera cierta desconfianza hacia el comportamiento de los dirigentes involucrados en la parte dura de la gobernanza económica (el core business). En segundo lugar, es un factor de distanciamiento entre estos últimos y sus bases y es, al parecer, lo que hace difícil la generación de consenso en las asambleas generales y las reuniones con mucha afluencia. En tercer lugar, puede resultar difícil conservar un criterio ecuánime, a la

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hora de definir quién debe participar de la renta petrolera o del canon de gas y en qué proporción”. El diagnóstico puede ser válido, aunque, como veremos enseguida, incompleto. El problema reside en el reconocimiento de los propósitos de quien lo hace pues ellos le imprimen un sentido. Evidentemente, los autores están interesados en descubrir la forma de lograr la ansiada convivencia que llevaría a una cierta forma de gobernanza de los territorios indígenas, compatible con los objetivos del desarrollo. El problema que se plantean es el de la naturaleza y el grado de cohesión de las organizaciones indígenas. Sin duda, la oferta en sí misma de la participación en la renta petrolera (u otras), lleva a diferenciaciones y contradicciones. Primero entre las comunidades beneficiarias y las que se encuentran por fuera del área concernida. Luego, al interior de las beneficiarias. La respuesta por parte de la Empresa, y del Gobierno, puede ser la de profundizar las contradicciones; efectiva en lo inmediato, pero tal vez no sería sostenible. Otra, podría ser la inducción de formas de organización y de gobernanza que estructuren la vinculación de manera consentida, consensuada y permanente. Eventualmente con apoyos externos. En la situación colombiana, y vistos los casos que hemos estudiado, la forma de resguardos existentes en el Putumayo permitiría poner en práctica la segunda alternativa. De hecho, ya se están dando formas de cooptación que han llevado a formas de clientelismo y corrupción. No obstante el supuesto de tal alternativa está en que se limite la noción de territorio al de resguardo y se proscriba la idea de territorialidad ancestral. Simultáneamente, que se eluda la consideración de los impactos en su ámbito general y estructural. Y por último que no se vea el problema de la explotación de los recursos naturales como un problema nacional o general. El segundo caso que hemos analizado demuestra a las claras que, en la práctica, históricamente, dichos supuestos no se cumplen. Y esto, dejando aparte la cuestión política de si estamos interesados o no, en impulsar dicha alternativa. En realidad, la gran transformación que ha ocurrido en los pueblos indígenas de Colombia es de naturaleza política. Es ella la que ha permitido, simultáneamente, reconstruir comunidades y recuperar identidades étnicas, y, a la vez, edificar un movimiento social que tiene en su base la noción de territorio. Existe y existirá siempre una tensión entre la dimensión microsocial y la dimensión política, histórica. Por ahora, como en el caso de la carretera Pasto-Mocoa, hemos visto que la segunda dimensión es preponderante hasta el punto que la confrontación en los aspectos más locales continúa informada por la claridad acerca de la naturaleza e importancia estratégica del proyecto. Cualquiera sea el desenlace, lo cierto es que incluso cualquier acuerdo de convivencia se dará sobre las bases de una negociación política.