Grelot.las Palabras de Jesucristo

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Fierre Lrrelot LAS PALABRAS DE JESUCRISTO (T~-r^< BIBLIOTECA HERDER

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  • Fierre Lrrelot

    LAS PALABRAS DE JESUCRISTO

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    B I B L I O T E C A H E R D E R

  • BIBLIOTECA HERDER SECCIN DE SAGRADA ESCRITURA

    VOLUMEN 183

    LAS PALABRAS DE JESUCRISTO Por PIERRE GRELOT

    BARCELONA EDITORIAL HERDER

    1988

    PIERRE GRELOT

    LAS PALABRAS DE JESUCRISTO

    BARCELONA EDITORIAL HERDER

    1988

  • Versin castellana de ABELARDO MARTNEZ DE LAPERA, de la obra de PVKRKE GxEi.cn-, Les paroles dejws Christ (ntroduction i la Bible, 111, 7),

    Descle et Ci., diteurs, Toumai-Pars 1986

    IMPRMASE: Barcelona 2 de marzo de 1987 RAMN DAUMAL, obispo auxiliar y vicario general

    9S6 Descle et Ci., Pars 1988 Editorial Hcrder S.A., Barcelona

    Prohibida la reproduccin toul o parcial de esta obra, el almacenamiento en sistema informtico y la transmisin en cualquier forma o medio: electrnico, mecnico, por fotocopia, por registro o por

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    ISBN 84-254-1586-1 tela ISBN 84-254-1585-3 rstica

    Es PROPIEDAD DEPOSITO LEGAL: B. 14.582-1988 PRINTED IN SPAIN

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    N D I C E

    Abreviaturas 11 Al lector 15 Prlogo 17

    INTRODUCCIN Captulo primero: Directrices para, la lectura 27

    I. Las dimensiones evanglicas de las palabras de Jess 28 1. El trasfondo de las Escrituras 29: a) La lectura de las Escrituras en el judaismo 29; b) Cmo ley Jess las Escri-turas? 32; 2. La revelacin de la persona de Jess 35: a) Jess y el hoy de Dios 35; b) Jess, interrogante para sus contem-porneos 36; 3. El sentido de las palabras de Jess para sus contemporneos 37: a) El problema histrico de las palabras de Jess 37; b) Presente y futuro en las palabras de Jess 40

    II. La relectura postpascual de las palabras de Jess 42 1. El marco eclesial del anuncio evanglico 42: a) De Jess a la Iglesia 42; b) El nombre de la Iglesia 43; 2. El incremento de sentido aportado por la resurreccin de Jess 45; 3. La comprensin de las palabras de Jess en el Espritu 46: a) La perspectiva del cuarto Evangelio 46; b) La perspectiva de Lucas 48

    III. Transmisin y formulacin de las palabras de Jess 50 1. El principio de la memorizacin 50; 2. El trabajo de la

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  • formulacin literaria 54: a) De la memorizacin a la fija-cin literaria 54; b) La actualizacin de las palabras de Jess 55; Excursus 1: La cuestin de las lenguas en el judaismo palestino 58

    ESTUDIOS DE TEXTOS

    Las investigaciones 63; Excursus 2: La investigacin sobre los aramesmos de los Evangelios 65

    Captulo segundo: Sentencias aislables

    I. Acogida, escucha, aceptacin o rechazo de Jess 1. Diversidad de testimonios 68: a) Una forma con mltiples recensiones 69; b) La recensin de Juan 70; c) La recensin de Lucas 71; 2. Lecturas eclesiales del dicho de Jess 71: a) El envo misionero de los apstoles 71; b) Las instrucciones dirigidas a los misioneros 72; c) Una explicacin radical 73; 3. De lo historial a lo histrico 76; 4. La cuestin del trasfondo bblico 78; 5. De la exgesis a la meditacin 80

    II. Perder o salvar la propia vida 1. Las atestaciones de la sentencia 82: a) Atestacin funda-mental 82; b) Las atestaciones secundarias de Mateo y de Lucas 83; c) La recensin de Juan 84; 2. Las relecturas ecle-siales de la sentencia 85: a) La interpretacin sinptica co-mn 85; b) Las interpretaciones propias de Mateo y de Lu-cas 86; c) La interpretacin de Juan 87; 3. De lo historial a lo histrico 89; 4. De la exgesis a la meditacin 91

    III. La venida del Hijo del hombre Bibliografa sobre el discurso escatolgico 93; 1. Observa-ciones crticas sobre el contexto del dicho 95: a) Estructura del discurso escatolgico 95; b) Dualidad del discurso esca-tolgico 98; Excursus 3: Los apocalipsis A y B del discurso escatolgico 100; 2. Las lecturas eclesiales de las palabras de Jess 102: a) Marcos y Mateo 103; b) La recensin de Lucas 109; 3. De lo historial a lo histrico 112: a) Una cues-tin de principio 113; i) Profeca y apocalptica en las pala-bras de Jess 115; c) La venida del Hijo del hombre 119; d)

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    Vuelta al apocalipsis sinptico segn Lucas 124; Excursus 4: Sobre la nocin de profeca 128; 4. El Hijo del hombre: polivalencia de un smbolo 132: a) Del sentido vulgar de la expresin al sentido evanglico 133; b) El libro de Daniel 133; c) La relectura juda de Daniel 134; d) El Hijo del hombre en las palabras de Jess 135; e) El Hijo del hombre en la esperanza cristiana 136; 5. Para una lectura evanglica de Me 13,24-27 y paralelos 137: a) Composicin de lugar 137; b) Meditacin sobre el apocalipsis sinptico 138; c) Contemplacin del Hijo del hombre 140; d) Coloquio 141

    Captulo tercero: Sentencias enmarcadas

    I. Sobre el perdn de los pecados 1. Algunas observaciones crticas 145: a) Marco y forma del relato 145; b) Las tres recensiones del texto 146; 2. La lectu-ra eclesial de la tradicin narrativa 148: a) La funcin de la percopa 148; b) Los principios de Mateo, Lucas y Juan 149; 3. Las tres dimensiones del texto evanglico 151: a) La vida en Iglesia 151; b) Jess perdona los pecados 152; c) El tras-fondo bblico 154; 4. Para una lectura evanglica de la palabra 155

    II. Controversias sobre el sbado Bibliografa sobre la observancia del sbado 157; 1. El tras-fondo bblico 158; 2. Breve anlisis de los textos 159: a) Las espigas arrancadas 160; b) Las curaciones narradas por los Sinpticos 163; c) Las curaciones en el cuarto Evangelio 166; 3. De lo historial a lo histrico del texto 168: a) Lo historial 168; b) Lo histrico 170; 4. Para una lectura evanglica de las percopas 172

    III. Otras sentencias enmarcadas

    IV. El sentido de las obras de Jess Bibliografa sobre la respuesta de Jess a los discpulos de Juan Bautista 177; 1. Notas crticas sobre los textos parale-los 178: a) Los marcos narrativos del logion 178; b) La unidad interna de la percopa 180; 2. El cumplimiento de las Escrituras 183: a) Los textos de Isaas 183; b) La purifi-

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  • cacin de los leprosos 185; c) La buena nueva de la salvacin 186; 3. De lo historial a lo histrico 187: a) El aspecto historial del texto 187; b) El fundamento histrico del texto 188; 4. Para una lectura evanglica de la percopa 192

    V. Sobre la funcin especfica de Pedro Bibliografa sobre Mt 16,16-19 194; 1. Observaciones cr-ticas sobre el texto 195: a) El comienzo de la seccin 196; b) El anuncio de la pasin 197; c) La reprensin de Pedro 198; 2. La promesa de Jess a Pedro 200: a) Origen arameo del texto 200; b) Origen postpascual del relato 203; c) Una hi-ptesis explicativa 204; 3. El trasfondo bblico del texto 208: a) La profesin de fe de Pedro 208; b) La promesa de Jess 210; 4. De lo historial a lo histrico 213: a) Lo histo-rial del texto 214; b) El acceso a lo histrico 218; c) Investigacin histrica y reflexin teolgica 219; 5. Para una lectura evanglica de los textos 222: a) Primera lectura 222; b) Segunda lectura 224

    Captulo cuarto: Lectura de parbolas

    Bibliografa para el estudio de las parbolas 228

    I. Observaciones metodolgicas 1. Principios generales 229: a) La crtica clsica 229; b) Las investigaciones recientes 232; 2. Las tres dimensiones evanglicas en las parbolas 234: a) Las dificultades crticas 235; b) Memorizacin y reinterpretacin 236; 3. Las condi-ciones de la investigacin crtica 237

    II. El padre y sus dos hijos Bibliografa sobre la parbola de Le 15,11-32 240; 1. Notas crticas sobre la parbola 241: a) La unidad de la parbola 241; b) El marco de la parbola 243; 2. El trasfondo bblico 245: a) La imagen de Dios Padre 245; b) La compasin del Padre misericordioso 246; 3. La parbola en su marco vi-tal 247: a) El marco histrico primitivo 247; b) La pa-rbola en el marco eclesial 249; 4. Para una lectura evan-glica de la parbola 253

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    III. La parbola del banquete 253 1. Notas crticas sobre los textos 254: a) El simbolismo de la comida: hechos y palabras de Jess 254; b) La recensin de Lucas 255; c) La recensin de Mateo 258; 2. El trasfondo bblico de la parbola 264: a) El tema del banquete 264; b) El reino de Dios y las bodas del hijo del rey 265; c) La exclusin de los indignos 266; 3. La relectura eclesial de la parbola 267: a) La parbola en el Evangelio de Lucas 267; b) La parbola en el Evangelio de Mateo 269; 4. La parbola en la predicacin de Jess 273: a) La unidad de la parbola del banquete 273; b) La(s) parbola(s) en la enseanza de Jess 275; 5. Para una lectura evanglica de la parbola 278: a) La parbola del banquete en Lucas 279; b) La par-bola del banquete en Mateo 280

    IV. Notas sobre el tema de la vid/via 281 1. El trasfondo bblico del tema 281; 2. Las parbolas de los Sinpticos 282: a) Los viadores homicidas 282; b) Los obreros de la via 283; 3. La alegora de Jn 15,1-8 285: a) El gnero literario 285; b) Situacin de la alegora en el Evan-gelio de Juan 286; c) Los elementos constitutivos de la ale-gora 287; d) Los antecedentes bblicos de la alegora 288; e) Las palabras primitivas de Jess 291; / ) Para una lectura evanglica de la alegora 295; Excursus 5. El tema de la vid/via 296:1. El tema en general 296; 2. La lengua original de jn 15,1-8 297

    Captulo quinto: Las oraciones de Jess 299

    I. Principios generales 299 1. Jess y la oracin juda 299: a) Las huellas de la oracin juda 299; b) Testimonios indirectos de los Evangelios 302; 2. La oracin de Jess 302: a) El Padrenuestro 302; b) Las oraciones personales 304

    II. La oracin de alabanza de Jess 305 Bibliografa sobre el *logion jonico 305; 1. Notas crticas sobre el texto 307: a) El vocabulario 307; b) La situacin de la oracin 307; c) Unidad de la percopa 308; 2. La oracin de alabanza 310: a) La alabanza de Dios 310; b) El motivo de la celebracin 311; c) El contexto subsiguiente 313; 3. Las

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  • tres dimensiones evanglicas de la oracin 316: a) El tras-fondo bblico 316; b) La historicidad de la oracin de Jess 317; 4. Lo historial y lo histrico 320; 5. Para una lectu-ra evanglica de la oracin 322.

    III. La oracin de la hora de Jess 324 Para el estudio de Jn 17 324; 1. Notas crticas sobre el texto 326: a) Crtica textual 326; b) Crtica redaccional 326; c) Crtica literaria: el plan del texto 327; 2. Situacin de la oracin en el Evangelio 329: a) El contexto 329; b) Los indicios internos de la situacin 329; 3. Las dimensiones evanglicas del texto 331: a) La actualidad eclesial 331; b) La persona histrica de Jess 333; c) El trasfondo de las Escrituras 336; 4. De lo historial a lo histrico 337; 5. Para una lectura evanglica de Jn 17 338

    CONCLUSIN Captulo sexto: Para leer las palabras de Jesucristo 343

    I. De las palabras a los discursos 344 1. Los discursos en los Sinpticos 345: a) Visin de conjun-to 345; b) Un ejemplo: el discurso programtico de Mt 5-7 347 (Bibliografa sobre el Sermn de la montaa 347); 2. Los discursos en el cuarto Evangelio 351: a) Generalidades 351; b) El discurso sobre el pan de vida 354 (Bibliografa en torno al discurso sobre el pan de vida 354)

    II. Reflexin sobre el mtodo de lectura 362 1. De la redaccin historial a la literalidad histrica 362: a) Cambio de mtodos 362; b) La historia de la tradicin evanglica 365; 2. De la lectura crtica a la lectura espiritual 368: a) La dimensin evanglica de la lectura crtica 368; b) De la letra al espritu 370

    Citas bblicas ndice de autores y documentos ndice analtico

    373 377 381

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    ABREVIATURAS

    1) Libros de la Biblia

    Abd Act Ag Am A P Bar

    Abdas Actos Ageo Amos Apocalipsis Baruc

    Cant Cantar Col Cor Cr

    Dan Dt Ecl Eclo Ef Esd Est x Ez Flm

    Colosenses Corintios Crnicas Paralipmenos Daniel Deuteronomio Eclesiasts Eclesistico Efesios Esdras Ester xodo Ezequiel Filemn

    Flp Gal Gen Hab Heb Is Jds Jdt Jer Jl Jn Job Jon Jos Jue Lam Le Lev Mac Mal Me

    Filipenses Glatas Gnesis Habacuc Hebreos Isaas Judas Judit Jeremas Joel Juan Job Jons Josu Jueces Lamentaciones Lucas Levtico Macabeos Malquas Marcos

    Miq Miqueas Mt Mateo Nah Nahm Neh Nehemas Nm Nmeros Os Oseas Pe Pedro Prov Proverbios Re Reyes Rom Romanos Rut Rut Sab Sabidura Sal Salmos Sam Samuel Sant Santiago Sof Sofonas Tes Tesalonicen Tim Timoteo Tit Tito Tob Tobas Zac Zacaras

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  • 2) Apcrifos del Antiguo Testamento

    2Bar Segundo libro de Baruc (siraco) 4Esd Cuarto libro de Esdras lHen Primer libro de Henoc (etipico) SalSa Salmos de Salomn

    3) Obras bsicas, colecciones, revistas

    BZ Biblische Zeitschrift, Paderborn CBQ Catholic biblical quarterly, Washington DJD Discoveries in the Judaean desert, Oxford DS H. Denzinger, A. Schnmetzer, Enchiridion symbolorum,

    definitionum et declarationum, Herder, Barcelona 361976. Dz E. Denzinger, El magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelo-

    na 31963 (versin castellana de los documentos del magiste-rio comprendidos en la 31.a ed. del DS) -

    EB Coleccin tudes Bibliques, Pars EKK Evangelisch-katholischer Kommentar zum Neuen Testa-

    ment, Neukirchen EWNT Exegetisches Wrterbuch zum Neuen Testament, Stuttgart HTKNT Herders theologischer Kommentar zum Neuen Testament,

    Friburgo de Brisgovia LD Coleccin Lectio Divina, Pars LXX Traduccin griega de los Setenta MKNT Meyers Kommentar zum Neuen Testament, Gotinga NRT Nouvelle revue thologique, Tournai-Namur NTS New Testament studies, Cambridge PG Migne, Patrologa graeca, Pars PL Migne, Patrologa latina, Pars RB Revue biblique, Pars RSR Recherches de science religieuse, Pars THAT Theologisches Handwrterbuch zum Alten Testament,

    Munich (trad. cast., Diccionario teolgico manual del Anti-guo Testamento, Cristiandad, Madrid 1978ss)

    TWAT Theologisches Wrterbuch zum Alten Testament, Stuttgart (trad. cast., Diccionario teolgico del Antiguo Testamento, Cristiandad, Madrid 1978ss)

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    TWNT Theologisches Wrterbuch zum Neuen Testament, Stutt-gart

    ZNW Zeitschrift fr die neutestamentliche Wissenschaft, Ber-ln

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  • AL LECTOR

    Este volumen prolonga y completa mi obra anterior Los Evangelios y la historia. En la exposicin se da por supuesto que el lector conoce la primera parte de esta ltima obra, donde expuse los principios generales de la exgesis evanglica. Esos mismos mtodos son aplicados aqu. Pero se ver que su aplica-cin es un tanto ms complicada, por una razn que se entiende enseguida: Jess era el hroe de los relatos evanglicos, aun-que su vida y milagros eran reledos e interpretados a la luz de su resurreccin, mientras que aqu l es el que habla. Pero resulta que no nos llega directamente el sonido de sus palabras, pues Jess no escribi una sola palabra. Bueno, segn Jn 8,8, en cierta ocasin escribi algo sobre el suelo. Por consiguiente, sus palabras nos llegan a travs de una transmisin indirecta. Ahora bien, cmo nos son transmitidas esas palabras? Podan esca-par a una relectura que encontr, en la resurreccin de Jess y en la experiencia de su gracia en la Iglesia, un acrecentamiento de la luz que permita comprenderlas con mayor profundidad? Los estudios teolgicos de todos los tiempos incluidos los textos conciliares recurrieron a las palabras de Jess teniendo siempre en cuenta este incremento de luz, esa plenitud de senti-do, sin preocuparse de investigar el carcter originario de las expresiones utilizadas. Es sta una preocupacin que hizo acto de presencia por primera vez en los historiadores del siglo xix. El objetivo de la presente obra consiste en mostrar que es preci-so mantener los dos extremos de la cadena y encontrar la mane-

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  • ra de soldarlos plenamente, Lo peor que la exgesis puede hacer es abandonar uno de los dos extremos, pretender elegir entre los dos. Naturalmente, hay que contar con un mtodo adecua-do para conseguir el resultado que nos proponemos alcanzar. Ese mtodo existe ya, aunque no todas sus aplicaciones concre-tas desemboquen siempre en certezas totales en el terreno es-trictamente histrico.

    1 de diciembre de 1985, primer domingo de Adviento

    Pierre Grelot

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    PROLOGO

    En una obra anterior me he esforzado en precisar las relacio-nes que existen entre el evangelio y la historia, detenindome esencialmente en el material narrativo o-relatos evanglicos1. Sin duda, se trata de relaciones complejas, debido a la ambige-dad del trmino historia. Por eso he introducido algunas dis-tinciones con el fin de clarificar un tanto esta cuestin. He distinguido entre historia vivida e historia narrada. La segunda se esfuerza por dar a conocer la primera, pero jams llega a convertirse en equivalente perfecto de aqulla, pues se acerca a ella en los lmites de una documentacin ms o menos comple-ta, dispersa o con lagunas. En la historia narrada, podemos distinguir entre la evocacin de un pasado cumplido y la inter-pretacin de los acontecimientos acaecidos en ella, considern-dolos desde los diversos ngulos de su posible contemplacin. En este aspecto, el evangelio elige un punto de vista que mues-tra en Jess el evento supremo en el que se percibe el cumpli-miento de todos los aspectos de las antiguas Escrituras.

    1. vangiles et histoire, forma parte de la Introduction critique au Non-vean Testament, vol. VI, Descle, Pars 1985. En la edicin castellana que es la que siempre citaremos a lo largo de todo el libro, Los Evangelios y la historia (Herder, Barcelona 1987) no forma ya parte en sentido estricto de la Introduccin crtica al Nuevo Testamento, 2 vols., Herder, Barcelona 1983 (estos 2 vols. corresponden a los 5 primeros de la obra colectiva francesa).

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  • Cumplimiento del tiempo, pues la historia pecadora de la humani-dad tiene su nudo es el drama que termina en la cruz y su desen-lace es la gloria de la Pascua que introduce aqu abajo el germen de salvacin en ese acontecimiento.

    Cumplimiento de la Ley, ya que, asumiendo personalmente la sabidura de vida dada por Dios a Israel, Jess la lleva a la plenitud.

    Cumplimiento de las promesas, porque Jess vive, muere y resuci-ta como el mediador de la salvacin prometida y porque, a travs de esa mediacin, la gracia de Dios viene con una sobreabundancia ines-perada.

    Cumplimiento de la plegaria, porque la intimidad establecida por la alianza sinatica entre Dios y su pueblo alcanza su punto supremo en la relacin paterno-filial entre Jess y su Padre.

    El punto de vista elegido determina la interpretacin que subyace en todos los relatos evanglicos. Al mismo tiempo, califica la verdad de esos relatos, sean cuales fueren los medios prcticos utilizados para construir una evocacin suficiente de la vida y los milagros de Jess. En este punto concreto, los relatos evanglicos admiten una pluralidad de formas que la crtica debe tener presente en la medida en que se deja llevar por las exigencias de exactitud que tanto preocupan a los historiadores modernos. Originariamente, la tradicin evanglica se atuvo a las pautas de otra cultura. Es preciso tener esto presente para no pedirle lo que la mencionada tradicin evanglica no ha preten-dido aportar. S hay que pedirle la comprensin del misterio de Jesucristo, sin hacer cortes entre la personalidad histrica de Jess y el Cristo de la fe. La atestacin fundamental del evan-gelio consiste precisamente en la identidad de estos dos aspec-tos. Pero el misterio de Cristo, velado parcialmente durante la vida mortal de Jess, no fue revelado plenamente hasta su resu-rreccin de entre los muertos segn las Escrituras. Despus de la resurreccin, el misterio de Cristo fue comprendido con una profundidad progresiva y fue expresado de forma crecien-temente explcita hasta el final del Nuevo Testamento. En la evocacin de Jess que los libros evanglicos ofrecen refluye constantemente esta luz final, a fin de que la plenitud del miste-rio se transparente a travs de los rasgos del profeta o del

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    maestro de Nazaret. Por eso, los relatos de la vida y milagros de Jess admiten siempre tres dimensiones: una referencia a la vida de Jess segn la carne tal como sus contemporneos habran podido observarla; una referencia a las Escrituras cum-plidas en su persona y en el despliegue de todo su misterio; una referencia a la actualidad eclesial en la que este misterio se des-pliega para traernos la salvacin. Todos los anlisis de material narrativo contenidos en el volumen precedente han tenido pre-sente de forma prctica esta triple dimensin.

    Esta operacin me llev a introducir en el estudio de las relaciones entre evangelio e historia una distincin entre lo que he dado en llamar lo historial y lo histrico. Para el evan-gelio, lo historial es el cumplimiento del designio de Dios en la historia humana. Se realiza por medio de Jess durante su vida y en el tiempo de la Iglesia. Lo histrico es aquel reducido sector, accesible a las investigaciones empricas y a las reflexio-nes puramente racionales, que pueden alcanzar quienes se inte-resan por la historia profana. Lo histrico es la investigacin sobre Jess como personaje del pasado. Por el contrario, en el plano de lo historial, el evangelio habla siempre de Jess como presente. Los apstoles y sus sucesores percibieron fuertemente esta presencia, en la fe, cuando anunciaban el evangelio y fijaron la tradicin de ste en los cuatro Evangelios que han llegado hasta nosotros. Y esa presencia contina siendo el objeto de nuestra fe cuando leemos esos textos que nos han sido legados. Insistiremos en esto siguiendo a Kierkegaard, quien subray paradjicamente este aspecto:

    Hace mil ochocientos aos que Jess camin aqu abajo. Pero este suceso no es como los otros que, una vez acaecidos, entran en la historia (Kierkegaard se refiere a la historia profana) y que, transcu-rrido bastante tiempo, caen en el olvido. No; la presencia de Jess entre nosotros jams se convierte en un pasado, en un pasado cada vez ms lejano, si se encuentra la fe sobre la tierra (cf. Le 18,8). Si, por el contrario, la fe no se encuentra sobre la tierra, entonces hace mucho tiempo que Cristo vivi. Pero mientras subsista un creyente es preciso que, para hacerse creyente, haya sido y sea contemporneo de la pre-

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  • sencia de Cristo, exactamente igual que la generacin de entonces. Esa contemporaneidad es la condicin de la fe; ms an, ella es la fe (L'cole du christianisme, trad. francesa de P.-H. Tisseau, Pars 1963, p. 121).

    Debemos precisar un punto. Kierkegaard habla aqu de Je-sucristo, en la totalidad del misterio que constituye el objeto de la fe. Cristo es, en efecto, el ttulo de Jess resucitado, que no difiere de Jess de Nazaret, pero se ha convertido en contem-porneo de todos los tiempos y de todos los hombres. Es importante que el lector creyente de los Evangelios no pierda de vista nunca esta contemporaneidad en la que es introducido por su fe. Para Kierkegaard, esa contemporaneidad depende de la historia sagrada, especficamente diferente de la historia profana. El filsofo dans reacciona aqu de forma virulenta contra la filosofa hegeliana de la historia y contra el historicis-mo aplicado a los Evangelios por los historiadores liberales de su tiempo2. Sin duda, habra que introducir en su abrupto pen-samiento algunas matizaciones suplementarias para evitar el crudo fidesmo, domesticando simplemente el mtodo histri-co: sacado de su positivismo original, el mtodo puede perma-necer abierto a la percepcin de los signos de Dios acaecidos en la experiencia histrica de los hombres. Pero el principio de la lectura hecha segn el Espritu, lectura que percibe la con-temporaneidad de Jesucristo, sigue siendo una adquisicin sli-da para todo creyente que se niega a confrontar entre s una ciencia que se ha hecho gnstica y una fe reducida al salto ciego

    2. Evidentemente, no podemos seguir a Kierkegaard en todos los puntos. Su reaccin contra el idealismo de Hegel es muy sana, pero unilateral por falta de una explicitacin metafsica. De igual manera, su reaccin contra la prime-ra crtica liberal a la que se debe la Vida de Jess de Strauss (1835-1836) y de la que l percibe algunos ecos en la predicacin del obispo Mynster o en la obra del telogo Grundtvid le coloca en una posicin francamente funda-mentalista. Ms que en sus obras publicadas durante su vida, se Constata en sus Papirer, traducidos al francs en parte bajo el ttulo de Journal (extractos: 1834-1855), traduccin francesa de K. Ferlov y J.-J. Gateau, 5 volmenes, Pars 1954-1963. Pero su intuicin le hace percibir con agudeza el sentido existencial de todos los textos ledos al pie de la letra.

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    del fidesmo. En este punto me siento plenamente tomista y adopto frente a las investigaciones histricas ms crticas una actitud similar a la de santo Toms de Aquino ante la filosofa de Aristteles, que desde luego no era cristiana antes de Cris-to. La crtica literaria e histrica tiene que ser disciplinada para ofrecer los servicios que se pueden esperar de ella; ni ms ni menos. Y eso es lo que he intentado al analizar en el menciona-do volumen precedente algunos textos narrativos3.

    Debo pasar a examinar las palabras o dichos de Jesucristo. Ya encontramos algunas en los relatos que analic en el citado volumen. Pero esas palabras constituan una unidad con los relatos. Jalonaban la progresin del acontecimiento narrado y orientaban al lector hacia la comprensin del sentido del relato. Como aplicacin de esto se puede citar el relato donde Juan narra la curacin del ciego de nacimiento. La teologa subya-cente en el relato cuadraba plenamente con las palabras mismas de Jess: el acontecimiento le presentaba, en accin, como la luz del mundo (Jn 9,5), como aquel en torno al cual gira la cuestin fundamental de la fe (Jn 9,35-37) y del juicio (Jn 9,39).

    Tratamos ahora de examinar palabras que no estn unidas esencialmente a acciones, aunque pueden tener un marco narra-tivo ms o menos preciso, ms o menos convencional. Lo esen-

    3. Mis anlisis de textos narrativos van precedidos de un discurso del mtodo. Primero hice una larga presentacin de los documentos del magis-terio eclesistico que indican principios muy claros al respecto, sin ofrecer aplicaciones detalladas de ellos, dejando ese quehacer a la investigacin exeg-tica. La segunda parte del libro responda a una nica finalidad: ilustrar los principios indicados, aplicndolos a textos concretos sin comprometer en modo alguno al magisterio. Pero recuerdo aqu un dicho de la encclica Divi-no afflante Spiritu: Son poqusimos los textos cuyo sentido ha sido definido por la autoridad de la Iglesia, y no son ms numerosos aquellos que cuentan con el consenso unnime de los Padres (n. 4). Sigue una invitacin a trabajar en la verdadera libertad de los hijos de Dios guardando fielmente la doctrina de la Iglesia, pero (abrazando) con reconocimiento como don de Dios y aprovechando toda la aportacin de las ciencias (ibd.). Estas frases no estn ah por casualidad, y pretenden estimular la reflexin y los trabajos de investi-gacin.

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  • cial no est en ese marco narrativo. En ocasiones se ha perdido el contexto inmediato. Pero todas esas palabras tienen un marco general que no podemos olvidar: todas ellas figuran en el evangelio de Jesucristo. Por consiguiente, tendremos que emprender una lectura evanglica, como hicimos en el caso de los relatos. Transcenderemos as la simple lectura histrica que nicamente pretendera reconstruir palabra por palabra, en la medida de lo posible, lo que Jess de Nazaret dijo durante su vida terrena. Sin duda, no carece de utilidad una bsqueda de ese tipo, as como los estudios crticos sobre las acciones de Jess conducen hasta el umbral de su misterio ntimo. Pero slo hasta el umbral. Los historiadores que pretenden penetrar en el misterio trazando su retrato psicolgico con los solos recursos de la razn corren el peligro de proyectar en ese retrato sus ideas preconcebidas. Otro tanto podemos decir respecto de las palabras. En el anuncio del evangelio, las palabras que Jess de Nazaret dirigi a sus contemporneos y oyentes directos se convierten en las palabras que el Cristo glorioso dirige actual-mente a su Iglesia, y, por medio de ella, a todos los hombres que pueden percibir lo que se dice. Y partiendo de esto es decir, de la dimensin historial hay que remontarse, en la medida de lo posible, hacia la dimensin histrica.

    Cabe la posibilidad de clasificar las palabras o dichos de Jess en la medida en que l utiliz formas literarias atestadas antes de l en la literatura bblica y juda. Podemos encontrar en sus palabras sentencias y discursos de sabidura, dichos profti-cos y apocalpticos, algunas discusiones doctorales similares a las que han sido recogidas en la literatura rabnica. Sus par-bolas tienen parangones en el Antiguo Testamento y en los doctores judos. Pero yo no utilizara ese criterio para clasifi-carlas a la hora de hacer una eleccin representativa. Seguir un criterio ms pragmtico: sentencias aislables o encuadradas, pa-rbolas y oraciones... Volver ms adelante sobre este punto. En resumen, me preguntar acerca de las palabras que se pre-sentan actualmente bajo una forma de discurso ms o menos largo, tanto en los Sinpticos como en el cuarto Evangelio, que tiene, desde este punto de vista, una originalidad especial.

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    No hace falta sealar que mi eleccin de los textos encierra una dosis de arbitrariedad. Lgicamente, habra de analizar to-das las palabras o dichos de Jess; pero, como ocurra al tratar de los relatos, slo pretendo ilustrar un mtodo sirvindome de algunos ejemplos tpicos. El resto se desprende de los comen-tarios. El captulo introductorio sealar algunos principios que sirvan de gua al leer las palabras de Jesucristo: Jess como personaje histrico convertido en Cristo en la actualidad de la Iglesia.

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  • INTRODUCCIN

  • CAPTULO PRIMERO

    DIRECTRICES PARA LA LECTURA

    Las palabras de Jess transmitidas por los Evangelios no plantean exactamente los mismos problemas crticos que los relatos relativos a las acciones de Jess, a su proceso y muerte, a sus apariciones despus de su resurreccin. Todos estos ele-mentos narrativos pudieron ser registrados globalmente por sus espectadores directos. Pero las palabras, pronunciadas una sola vez en unas circunstancias concretas o repetidas frecuentemente en la predicacin de Jess, debieron de convertirse en objeto de una memorizacin ms precisa, sobre todo por los discpulos que haban ayudado a Jess en su misin ambulante, repitin-dolas posteriormente ellos. Nosotros las leemos hoy en los Evangelios. Esto plantea tres problemas generales. 1) Tenemos que preguntarnos si es posible encontrar en esas palabras las tres dimensiones que he detectado en la nocin de evangelio al analizar los relatos. 2) Hay que examinar el problema de su relectura despus de la resurreccin de Jess: Modific tal vez dicha relectura el sentido original de las palabras? 3) Finalmen-te, hay que decir algo acerca de la transmisin de las palabras y la de la formulacin literaria en la que han llegado hasta nos-otros.

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  • I

    LAS DIMENSIONES EVANGLICAS* DE LAS PALABRAS DE JESS

    Precis la nocin de evangelio al analizar los relatos relati-vos a Jess1. Subray entonces las tres dimensiones que esa nocin encierra siempre, al menos implcitamente, cuando la Iglesia proclama el evangelio. Efectivamente, este punto poda constituir un interrogante en tiempos de Jess. La Iglesia anun-ci desde sus orgenes la buena nueva (euanguelion) del reino de Dios y el nombre de Jesucristo (Act 8,12). Pero es claro que, en tiempos de Jess, el evangelio habla nicamente del reino (o reinado) de Dios, pues Jess no se anunciaba a s mis-mo: bastaba con que su persona estuviera presente y ligada ntimamente al evangelio anunciado. La experiencia eclesial, en la que se desarrollan claramente las tres dimensiones del evan-gelio, comienza despus de la cruz y la resurreccin 8e Jess, cuando la comunidad cristiana disfruta ya del Espritu Santo (Jn 7,39). Ya antes las palabras de Jess se destacan sobre el tras-fondo de las Escrituras y empujan a percibir algo misterioso en la persona del Maestro. La actualidad de esas palabras es la del tiempo de Jess. Hacen entrever tambin el tiempo de la Iglesia? Se agrava la dificultad de la pregunta porque los Evan-gelios nos ofrecen las palabras de Jess slo en su relectura eclesial. Recordemos que la investigacin crtica sobre las ipsis-sima verba Iesu choca frecuentemente contra dificultades enor-mes. Tenemos que preguntarnos, sin embargo, qu sentido per-ciban en ellas sus contemporneos cuando manifestaban frente a Jess una hostilidad que desembocara en el drama final de su pasin o cuando evidenciaban una incomprensin que Jess lament incluso en sus discpulos ms cercanos. Acaso las di-versas corrientes del judaismo no tenan un conocimiento de las Escrituras lo suficientemente profundo como para que se perci-biera inmediatamente el sentido de las palabras de Jess, ligado al de sus comportamientos y actos?

    1. Vase Los Evangelios y la historia, p. 100-115.

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    1. El trasfondo de las Escrituras

    a) La lectura de las Escrituras en el judaismo

    Habra que comenzar por hacer una averiguacin: conven-dra sealar todas las citas o alusiones escritursticas que figuran en las palabras de Jess, en las que se le dirigen a l, o en aquellas otras que la opinin pblica emplea para referirse a l. Afortunadamente, las ediciones crticas del Nuevo Testamento griego ofrecen un repertorio de citas del Antiguo Testamento, y las traducciones modernas que tienen algn valor sealan los mismos lugares paralelos. Basta con hacer una eleccin ponde-rada. No obstante, es preciso distinguir entre las personas que aparecen en escena. No todas ellas pertenecen a la misma cate-gora. En tiempos de Jess, todos los judos expertos en dere-cho religioso (sacerdotes, escribas, sabios y doctores de la Ley) haban memorizado el conjunto de la Torah. Los escribas, sobre todo los pertenecientes al partido fariseo, tenan adems un conocimiento muy amplio de los restantes libros de la Bi-blia. Nos gustara mencionar tambin a las gentes de Qumrn si los Evangelios no guardaran un silencio total acerca de ellas. Los libros y las tradiciones orales o prcticas que los rodeaban constituan el fundamento de la vida social, del culto y de la cultura del conjunto del judaismo. Por el contrario, el pueblo bajo ('am ha'ares, segn la expresin consagrada) no conocan con precisin ms que los textos ledos, recitados o cantados en las asambleas sinagogales. Nos gustara saber cules eran esos textos, por desgracia, no disponemos de datos directos sobre la lectura litrgica de la Torah y de los textos complementarios tomados de los Profetas y de los Escritos, en tiempos de Jess.

    La investigacin de este punto, iniciada antao por Zunz, ha sido ampliada por dos publicaciones eruditas de J. Mann, The Bible as read and preached in the od Synagogue, 2 vols. (Cincinnati 1940 y 1966). C. Perrot, La lecture de la Bible dans la Synagogue: Les anciennes lectures palestiniennes du shabbat et des jetes (Hildesheim 1973), ha ofrecido una buena actualizacin de esta cuestin. No podemos fiar-

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  • nos de los dos ciclos, anual y trienal, que sern atestiguados ms tarde en Babilonia y en Palestina. Es posible formular hiptesis probables en cuanto a las grandes fiestas, pero no acerca de los sbados restantes. El Nuevo Testamento ofrece indirectamente algunas indicaciones interesantes al respecto. Por ejemplo, Gal 4,21-31 tiene todas las tra-zas de ser un esbozo de homila cristiana basada en una lectura de la Torah (Gen 21) y de una haftarah (Is 54): las alusiones o citas de los versculos 22, 29 y 30 permiten suponerlo con verosimilitud.

    Adems, cabe imaginar que los lugares de oracin de las aldeas ms pequeas no posean la totalidad de los rollos de cuero necesarios para la copia de todos los libros bblicos. Es casi seguro que los cinco rollos de la Torah estaban en todos los lugares de oracin, as como un rollo de los Salmos para la oracin comn. Es posible tambin que existieran compilacio-nes litrgicas ms elaboradas: el rollo de Qumrn HQSal, edi-tado por J.A. Sanders (Oxford 1965), contiene una seleccin de salmos entrecortada por composiciones apcrifas de extraordi-naria belleza. En cuanto a los profetas, Isaas y los doce profetas menores estaban muy difundidos, as como los libros de Sa-muel. A partir de ah, las opiniones de los crticos se mueven en el terreno de la duda. En Palestina, los rollos de cuero intactos eran obligatorios para la lectura de los libros santos. El judais-mo helenstico, que dispona de lugares de reunin hasta en Jerusaln (cf. Act 6,9), era menos exigente al respecto. Aceptaba que los libros sagrados fueran copiados en papiro, material me-nos costoso y ms manejable. Los textos de la Biblia, como los de los apcrifos escritos al margen de la misma, podan propa-garse ms fcilmente.

    Por su parte, Jess mantuvo una relacin directa slo con el judaismo de Palestina, donde se lea la Biblia en hebreo. La necesidad prctica obligaba a aadir a la lectura hebrea una interpretacin en arameo. Esto suceda ciertamente en Galilea, probablemente tambin en Perea, y tal vez incluso en Judea. Efectivamente, parece que el hebreo, derivado de la lengua cl-sica o dialectal, se usaba exclusivamente en los ambientes ilus-trados de los sacerdotes y escribas. Su predominio en Qumrn, grupo integrista que viva aislado y replegado sobre s mis-

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    mo, no debe inducirnos a engao sobre el estado de las lenguas en el resto del pas2.

    As se explica la necesidad del targum arameo que acompa-aba a la lectura de la Escritura en las reuniones sinagogales. Esa prctica se introdujo en tiempos de Esdras (Esd 8,8; cf. 8,12). No se trataba de una traduccin lisa y llana del texto hebreo, al que la sintaxis aramea haba podido superponerse casi siempre. Era una transposicin explicativa en la que se haban aclimatado ya una serie de interpretaciones tradiciona-les. La antigedad de las tradiciones targmicas, conservadas actualmente en textos escritos, es objeto de discusiones crticas. No se excluye que cierto nmero de ellas sean precristianas. Con el fin de evitar que se confundiera el texto targmico con la palabra de Dios transmitida por la Biblia, una regla estricta prohiba que se tuviera a la vista, durante la lectura sinagogal, un texto escrito del targum. Pero no se puede descartar la hip-tesis de trozos manuscritos, utilizados fuera de la sinagoga para ayudar a la memoria de los targumistas (cf. R. Le Daut, Intro-duction a la littrature targumique, Roma 1966, p. 40s). Esos trozos fueron anteriores a la consignacin sistemtica por escri-to. Tal consignacin, al menos en lo referente al Pentateuco y a los textos profticos ligados a la lectura de aqul, se llev a cabo probablemente en las escuelas rabnicas de Galilea, desde la segunda mitad del siglo n en adelante. De esta manera, la Biblia transmitida al pueblo bajo era una Biblia explicada en la que los targumistas, aunque anclados en la tradicin, podan intro-ducir materiales venidos de ambientes apocalpticos o del hele-nismo (ibd., p. 42).

    Tenemos que aadir a esto las homilas que se hacan sobre la Escritura, tras su lectura, en cada reunin sinagogal. Tales homilas seguan esbozos que obedecan tambin a esquemas tradicionales.

    2. Cf. ms adelante el excursus 1: La cuestin de las lenguas en el judaismo palestino, p. 58-60.

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  • Comenzarn a recogerse tales esbozos ms tarde, en los midrasim: del siglo II al siglo iv, las homilas de carcter ms jurdico; a partir del siglo iv, las homilas edificantes (haggadah); pero contenan mate-riales que podan ser muy antiguos. El conocimiento de este gnero literario permite descubrir en el Nuevo Testamento esbozos de homi-las cristianas sobre la Escritura. He citado ya Gal 4,22-31. Podemos aadir otros ejemplos. Gal 3,6-14 es una homila de Pablo sobre Gen 15, donde se multiplican las citas bblicas. ICor 5,7-8 es un breve esquema de homila en la que se traduce a trminos cristianos la lectu-ra de Ex 12,1-20: dado que la carta de Pablo fue escrita inmediata-mente despus de la Pascua y antes de Pentecosts (cf. ICor 16,8), conocemos as el tema de la predicacin de Pablo en Efeso en la Pascua del ao 57. Heb 3,7-4,11 tiene todas las trazas de ser una homila sobre el Salmo 95 (94),7-ll, quizs en conexin con Nm 14. Podemos afirmar con mayor seguridad que Heb 7 es una homila sobre Gen 14,17-20, comentado con la ayuda del Salmo 110(109),4. Podramos ampliar la enumeracin recurriendo a la crtica de las formas literarias.

    Volvamos a los tiempos de Jess. Aunque resulta difcil decir cmo se explicaba entonces cada uno de los pasajes de la Biblia, cabe presumir que las alusiones bblicas de Jess se refe-ran a esta explicacin corriente o tomaban postura respecto de ella, al menos que no hayan inaugurado interpretaciones nue-vas, como en la homila sinagogal de Le 4,16-21, de la que tenemos slo el tema muy general, basado en la lectura de Is 61,1-2 (con la aadidura de Is 5S,6d), citado segn la Biblia griega (excepto el trmino keryxai en lugar de kalesai).

    b) Cmo ley Jess las Escrituras?

    Efectivamente, la explicacin de los textos poda convertirse en tema de discusin entre escuelas o entre partidos religiosos. Jess estaba obligado entonces a tomar postura al respecto. Y lo haca a su modo, sin atrincherarse tras la autoridad de los maes-tros que le haban precedido en la tradicin corriente. Los evangelistas sealan ese rasgo desde el comienzo de su ministe-

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    rio: Les enseaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas (Me 1,22; Mt 7,29). Era una doctrina nueva, expues-ta con autoridad (Me 1,27). Seguramente, la lengua utilizada en las homilas de las sinagogas, como en las enseanzas impar-tidas al aire libre, era la del pueblo de las aldeas, el arameo dialectal de Galilea, reconocible por su acento y, probablemen-te, por determinados giros gramaticales (cf. Mt 26,73, para el caso de Pedro). No debemos excluir la posibilidad de que Jess haya recurrido al hebreo en las discusiones con los doctores judos, especialmente con los pertenecientes al partido fariseo. Pero, se trataba del hebreo pseudoclsico de Qumrn o del hebreo dialectal que se encontrara en el siglo II en la Misnah}

    Algunos textos evanglicos han conservado el eco de estas controversias, de estilo muy rabnico: la discusin con los sa-duceos sobre la resurreccin de los muertos, en la que Jess construye un raciocinio basndose en un texto del xodo (Me 12,18-27 y paralelos); la discusin sobre el divorcio, a propsi-to de Dt 24,4 (Me 10,1-12; Mt 19,1-9; Le 16,18 conserva slo la conclusin); la pregunta planteada por Jess acerca del Salmo 110,1 (Me 12,35-37 y paralelos). Indudablemente, la tradicin primitiva y posteriormente los evangelistas han dejado su huella en la redaccin de estos textos llegada hasta nosotros. Pero su fondo muestra claramente una manera original de leer e inter-pretar las sagradas Escrituras. No ocurre otro tanto con las enseanzas ms personales de Jess, aun admitiendo en ellas el eco de textos o de temas escritursticos?

    Entonces es cuando se plantea el problema del cumpli-miento de las Escrituras. Hay que clarificar este principio, pues los apologistas del siglo xix lo mecanizaron y extenuaron en extremo al buscar en l exclusivamente la realizacin de las predicciones profticas. El razonamiento era sencillo: tal o cual detalle de la vida de Jess haba sido predicho; o, sucedi como haba sido predicho, luego... Para entender lo que quiere decir el cumplimiento de las Escrituras tenemos que situar en su justo sitio la nocin de profeca3.

    3. Cf. excursus 4, p. 128-132.

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  • He estudiado este punto en otro lugar, y puedo contentarme con remitir a dos obras mas: Sens chrtien de l'Anden Testament, Des-cle, Pars 1962 (trad. cast., El sentido cristiano del Antiguo Testamen-to, Descle, Bilbao 1967); La Bible, parole de Dieu, Descle, Pars 1965 (trad. cast., La Biblia, palabra de Dios, Herder, Barcelona 1968). Resumiendo brevemente dir que el trmino cumplimiento (en griego sobre todo pleroo, tambin a veces teleioo, rara vez teleo) se aplica en primer lugar a la Biblia en cuanto historia: no historia profana, sino la historia en cuyo seno se lleva a cabo el designio de Dios para establecer aqu abajo su reino y traer la salvacin a los hombres: El tiempo se ha cumplido (pleroo) y el reino de Dios est cerca; convertios y creed en la buena nueva (Me 1,15, resumido en Mt 4,17, y puesto en labios de Juan el Bautista en Mt 3,1). Se observa en este lugar que Jess difumina su propia persona tras la venida del reino de Dios. Este rasgo es constante en su predicacin. En segundo lugar, el mismo principio de cumplimiento se aplica a la Ley como regla y sabidura de vida, y a los profetas como heraldos del reino de Dios y de la salvacin: No pensis que he venido a abolir {katalysai) la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento (pleroo) (Mt 5,17). Se aplica el mismo verbo a la lectura de una promesa proftica en Le 4,21: Esta Escritura que acabis de or, se ha cumplido hoy (con referencia a Is 61,1-2).

    Estas observaciones convergentes permiten concluir que Je-ss, al anunciar la proximidad del reino de Dios, tena concien-cia de ser el heraldo de un cumplimiento en el que confluan las Escrituras bajo todos sus aspectos. Era tal la vinculacin entre sus palabras y sus actos que l estaba implicado personal-mente en este cumplimiento. Pero este punto apareci con toda su evidencia ms tarde. Por consiguiente, es importante detec-tar en sus palabras, actos y comportamientos los ms mnimos indicios que remiten de una forma u otra a las Escrituras, ya sea segn la literalidad de sus textos o en la lectura que de ellos haca el judaismo contemporneo. Este es el caso del pasaje ya citado Is 61,1-2, que se lea entonces como un discurso del profeta mismo. Jess poda introducir innovaciones en aquella lectura ya que l no se senta obligado a mantener con fidelidad la tradicin de los escribas.

    Y poda prolongar de forma original, en sus enseanzas

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    personales, las grandes corrientes literarias atestiguadas en la Escritura: la Ley bajo su aspecto de sabidura de vida; la predi-cacin proftica como invitacin a la penitencia y como prome-sa de felicidad y salvacin; la tradicin apocalptica, con su doble parentesco proftico y sapiencial, muy atenta a los sig-nos de los tiempos que anunciaban la proximidad del eskhaton (intervencin decisiva de Dios en la historia de los hombres). Tal es la primera dimensin evanglica de las palabras de Jess.

    2. La revelacin de la persona de Jess

    a) Jess y el hoy de Dios

    La segunda dimensin se refiere al hoy de Dios manifes-tado en la persona de Jess. En ese hoy no podemos trazar una separacin entre las palabras y los actos de Jess. Difumina su persona tras el reino de Dios, y todos sus actos se encaminan a cumplir la voluntad de Dios, pero Jess es igualmente conscien-te de un hoy decisivo para los hombres que escuchan su anun-cio del evangelio. Se ha subrayado este punto en los artculos Smeron (Hoy) de E. Fuchs, en el TWNT (t. VII, p. 272s) y de M. Vlkel en el EWNT (t. III, p. 575s, con bibliografa). Por eso, Jess reprocha a los fariseos y a los saduceos, que saben interpretar el aspecto del cielo, que no sepan descifrar los signos de los tiempos (Mt 16,2-3=Lc 12,54-56 donde este reproche se dirige a la multitud). Lucas ha subrayado con especial fuerza los caracteres de este hoy en el que se cumple la Escritura (cf. Le 4,21). Los espectadores de un milagro ven hoy cosas sor-prendentes (Le 5,26). Hoy y maana, Jess expulsa los de-monios y realiza curaciones, antes de ser posteriormente con-sumado; hoy y maana tiene que continuar su camino para perecer en Jerusaln como todo profeta (13,32s). Cuando come en casa de Zaqueo, hoy ha llegado la salvacin a esta casa (19,9). Pero la consumacin de este hoy se lleva a cabo en la cruz, desembocando en un futuro nuevo: Hoy estars conmi-go en el paraso, dice al bandido crucificado con l (23,43).

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  • El hoy de Dios se extiende, pues, a lo largo de todo el ministerio de Jess. Engloba sus palabras, sus actos y su muer-te, para que el reino de Dios se aproxime y venga. Pero esa muerte es necesaria (dei, es preciso: Me 8,31; Mt 16,21 y 26,54; Le 9,22; 17,25; 22,37; 24,7.26.44; Act 1,16; 17,3; Jn 3,14; 12,34): mediante ella se lleva a cabo el cumplimiento total del reino de Dios y la Pascua nueva, referida a un ms all de la muerte que Jess permite entrever tras su ltima comida (Le 22,15-16).

    b) Jess, interrogante para sus contemporneos

    En este hoy, Jess no se define abiertamente. l es una pregunta planteada a sus contemporneos, un signo de contra-diccin (Le 2,34) frente al que los hombres se dividen. Tam-poco aqu hay que separar las palabras y los actos de Jess para estudiar la cuestin. Desde ambas vertientes, la revelacin de su persona conduce a dos puntos unidos estrechamente, pero dis-tintos: el tipo de relacin que l mantiene con Dios, y el papel exacto que juega en la realizacin del designio de Dios para la salvacin de los hombres. El segundo aspecto gira en torno a algunos ttulos esenciales: doctor (= rabbi), mesas (o cristo, en griego), profeta. El primer aspecto afecta al contenido preciso del ttulo de Hijo. La expresin Hijo del hombre (traduccin literal del arameo bar-'enasa) slo aparece, fuera de las palabras de Jess, en la visin de Esteban (Act 7,56) y en el Apocalipsis (Ap 1,13). Esta expresin ha sido objeto de numerosos estudios y de opiniones crticas divergentes. Se puede encontrar una clasificacin de esas opiniones en la exposicin realizada por S. Lgasse,/s5 historique et le Fils de l'homme (en Apocalypses et thologie de 'esperance, LD 95, Pars 1977, p. 271-298). De hecho, la expresin es ambigua. Puede ser una manera original, pero banal, de la que Jess se sirvi para designarse a s mismo: el miembro de la humanidad que soy yo. Pero puede ser considerada tal expresin como un ttulo que remite a Dan 7, 13-14 y que de forma subliminal indica una especie de transcen-

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    dencia (ct. al menos Me 13,26 donde Jess no se identifica con el Hijo del hombre). Las palabras de Jess fueron reledas en la Iglesia en este segundo sentido. Pero, era esto tan claro para sus oyentes directos? Pretenda Jess hacerles entender eso?

    Jess habla y acta como para permitir que se le adivine, como si quisiera provocar la eleccin decisiva frente al mensaje que l anuncia y ante la realidad de su misin. Pero a ttulo de qu ha sido enviado por Dios, al que llama el Padre ? En otras palabras: Qu relacin existe entre el evangelio de Dios que l anuncia y el mensaje que proclama este Evangelio? Tal es la cuestin nuclear del drama cuyo desenlace ser su condena a muerte. La cuestin se resolver claramente para sus propios discpulos slo a travs de sus manifestaciones como Cristo resucitado, ms all de su muerte. Por consiguiente, no debe-mos asombrarnos al comprobar que subsiste una dificultad para reconstruir arqueolgicamente partiendo de textos que no haban sido escritos con tal finalidad la forma en que la cues-tin se haba planteado antes de la cruz a los contemporneos de Jess: al pueblo, a los escribas y doctores de la Ley, a los sacerdotes y dems autoridades religiosas, a las autoridades ci-viles, e incluso a los discpulos que se haban unido a l.

    3. El sentido de las palabras de Jess para sus contempo-rneos

    a) El problema histrico de as palabras de Jess

    Nos topamos con el problema propiamente histrico de los textos evanglicos: cmo podemos remontarnos de lo histo-rial de estos textos (las palabras de Jess interpretadas en la predicacin apostlica) a su aspecto histrico (el sentido que sus oyentes directos podan percibir en ellas si estaban bien dispuestos para escucharlas)? El problema sera relativamente sencillo si, donde tenemos declaraciones o discursos, los textos reprodujeran palabra por palabra lo que Jess dijo. En tal caso sera suficiente reconstituir la psicologa de sus contempor-

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  • neos basndose en reflexiones y en comportamientos que la documentacin permite entrever de manera suficiente. Pero las discrepancias internas de esta documentacin ponen de mani-fiesto que las palabras de Jess no han sido reproducidas de esa manera, que se asemejara al trabajo material de secretariado tal como se practica en nuestros das. En un cuarto de hora o poco ms se puede leer en voz alta el discurso ms extenso de los Evangelios sinpticos. A lo sumo se trata por consiguiente de un resumen. De hecho, este resumen recoge trozos pronuncia-dos en circunstancias diversas (Mt 5-7).

    El cuarto Evangelio contiene discursos de revelacin, po-co ms extensos, y no todos ellos dirigidos al crculo estrecho de los discpulos. Pero, si exceptuamos ciertos retoques y para-lelismos que los crticos sealan con inters evidente, el estilo e incluso el vocabulario de esos discursos difieren de los que encontramos en los Sinpticos: Jess habla en el estilo de Juan. En los Sinpticos nos topamos enseguida con giros propios de Mateo, de Lucas y de Marcos; ste ha recogido una menor cantidad de discursos. Los semitismos la precisin del len-guaje nos obligara a utilizar el trmino aramesmos son nu-merosos. Se deben a Jess mismo o a sus discpulos galileos que recogieron sus palabras a su manera, palabra por palabra o resumindolas con fidelidad? Un examen crtico es impres-cindible para responder a esta cuestin. Y el examen crtico se impone con igual necesidad cuando se pretende relacionar di-rectamente las palabras de Jess con sus auditorios primitivos de Galilea, de Judea y de Jerusaln, percibiendo la resonancia exacta que aquellas palabras pudieron haber tenido en sus res-pectivos oyentes. Tenemos ah el primer entorno vital (Sitz im Leben) en el que las palabras tuvieron funciones determina-das que condicionaron sus formas literarias.

    Esto no quiere decir que la exgesis deba limitarse a perse-guir este objetivo para encontrar al verdadero Jess bajo los sedimentos acumulados por la teologa de la Iglesia primitiva. ste fue uno de los obstculos contra el que tropez la exgesis liberal del siglo XIX. Cabe preguntarse si, en nuestros das, un exegeta de gran talla como es J. Jeremas no vuelve a tropezar

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    contra el mismo obstculo en su investigacin de las ipsissima verba Iesu. Pero esto no empaa lo ms mnimo el valor de sus trabajos positivos sobre la predicacin de Jess en sus artculos, en su libro sobre Las parbolas de Jess (Verbo Divino, Estella 61982) o en su Teologa del Nuevo Testamento (2 vols., Sige-me, Salamanca 1975). Cabe, con todo, formular una pregunta sobre el trabajo de J. Jeremas: No minimiza el papel de la tradicin apostlica como explicitacin del sentido de las pala-bras y de los actos de Jess, tendiendo a reducir el mensaje evanglico a las palabras que la crtica puede considerar in-discutiblemente como originarias? Parecido reproche se ha hecho, no sin razn, a la cristologa de E. Schillebeeckx, centra-da sobre Jess de Nazaret, cuya causa se prosigue en la Igle-sia (traduccin inglesa, Jess: An experiment in christology, Londres 1979; resumen en Exprience humaine etfoi enjsus Christ, Pars 1981). Este remontarse al Jess histrico consti-tuye casi el polo opuesto de la concepcin de Bultmann, que haca que la teologa del Nuevo Testamento comenzara con el mensaje pascual, reduciendo ste a la enunciacin del sentido de la cruz. Schillebeeckx pone el acento en la continuidad de la sequela Iesu, que comenz con los discpulos y prosigue en la Iglesia. Pero no tenemos aqu tambin una especie devuelta a lo originario?

    De hecho, en este originario hay que incluir dos elemen-tos que la crtica liberal haba separado y opuesto de forma abusiva a finales del siglo XIX: el mensaje religioso y moral de Jess (Harnack) y su predicacin escatolgica (J. Weiss, segui-do por A. Loisy). Pero, sobre todo, ambos elementos hemos de referirlos a la persona de Jess, que no es un profeta cual-quiera, sino el Hijo (cf. Me 13,32, texto indiscutible en la medida en que subraya, precisamente, los lmites del Hijo), En relacin con la tensin de la esperanza suscitada en el Anti-guo Testamento, el eskhaton ha entrado en la actualidad hist-rica a travs de la instauracin del reino de Dios (escatologa anticipada). Por esa razn, el mensaje evanglico ligado a la persona de Jess lleva la religin y la moral de la alianza a su cumplimiento definitivo. Pero ese cumplimiento hace que

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  • en el horizonte del porvenir aparezca un nuevo eskhaton y que se sucite as una forma renovada de la esperanza (escatologa consecuente). En este orden de cosas, Jess lleva a cumpli-miento las promesas profticas precisando su objeto.

    b) Presente y futuro en las palabras de Jess

    Por encima de todo hay que resaltar que el mensaje de Jess constitua, al mismo tiempo, la regla de su vida personal y la medida de su esperanza. l mensaje formaba un cuerpo con el mensajero. Por eso, el interrogante que las palabras de Jess planteaban a sus oyentes directos coincida por completo con el suscitado a propsito de su persona. La comprensin de sus palabras se meda por la comprensin de su persona. Desde esta vertiente tenemos que comprender las reacciones de indiferen-cia, de simple curiosidad, de duda, de endurecimiento, de re-chazo o de apertura insuficiente que Jess detectaba incluso en sus discpulos. Los Evangelios sinpticos insisten preferente-mente en las actitudes adoptadas frente a las palabras de Jess, pero no ocultan la creciente resistencia que desembocara en el rechazo y en el procesamiento de Jess. El cuarto Evangelio pone el mximo inters en la presentacin de las actitudes adoptadas frente a la persona de Jess, sin velar las relaciones inseparables entre Jess y su mensaje.

    Si consideramos la dimensin de esperanza que este mensaje encerraba y que Jess profesaba, constataremos que ella consti-tua una anticipacin de lo que he definido como la tercera dimensin del evangelio anunciado en la Iglesia: la actualidad cristiana inseparablemente asociada a su consumacin esca-tolgica. Los oyentes directos no estaban en condiciones de poder adivinar esa consumacin. Cuando Jess pronunciaba sus discursos, trazaba una distincin clara entre los momentos sucesivos de ese porvenir hacia el que diriga su mirada? Esto no es seguro, debido a que el lenguaje proftico y apocalptico tena la costumbre de reunir en un cuadro general todo lo con-cerniente al juicio y a la salvacin, presentando siempre el juicio

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    como la condicin previa de la salvacin. Ambas cosas, presen-tadas con un carcter de inminencia psicolgica, deban suscitar en los oyentes o lectores una actitud interior de conversin y de esperanza. Por qu haba de sustraerse Jess a esta costumbre constante de la predicacin bblica? Cuando, en el estudio del Antiguo Testamento, las amenazas, los anuncios y las promesas profticas se transforman en predicciones fechadas del fin, se deja de lado este punto. Ni siquiera los textos de Dan 8,14; 9,25-27; 12,7.11-12 son cronolgicos en el sentido moderno del trmino: especulan con el simbolismo de los nmeros (cf. mi estudio sobre historia y escatologa en el libro de Daniel, en Apocalypses et thologie de 'esperance, LD 95, p. 63-106, sobre todo la p. 104s).

    Los tericos de la escatologa consecuente cometieron, al principio de nuestro siglo, el error monumental de atribuir a Jess la predicacin fechada del inminente fin del mundo. De hecho, Jess pintaba un cuadro global del porvenir en la lnea de sus predecesores prof ticos, pero dando a entender que el fin estaba anticipado en el corazn de la historia. Pero fue necesaria la experiencia concreta de la vida en Iglesia para que la extensin de este final en el tiempo mostrara sus perfiles con claridad creciente. Como buen pedagogo, Jess adaptaba sus palabras a la capacidad y a los hbitos mentales de sus oyentes cuando les invitaba a transformar su comprensin de las Escri-turas y su manera de vivir. Conviene tener presente este hecho cuando las mismas palabras se releen en la nueva perspectiva abierta por su resurreccin y por la vida en la Iglesia. Podemos encontrar algunos ejemplos de esto ya en los Evangelios.

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  • II

    LA RELECTURA POSTPASCUAL DE LAS PALABRAS DE JESS 1. El marco eclesial del anuncio evanglico

    a) De Jess a la Iglesia Fund Jess la Iglesia? sta es una pregunta ambigua.

    La respuesta depende del sentido que le demos a la pregunta. O, ms bien, de la significacin que atribuyamos al verbo fundar. En un sentido, la Iglesia como construccin tiene por fundamento a los apstoles y profetas; y Cristo resucitado es su piedra angular (Ef 2,20). Desde este punto de vista, la Iglesia apareci en la historia humana tras la resurreccin de Jess. En otro sentido, se dio una continuidad perfecta entre dos realida-des histricas: el grupo de los discpulos articulado^ sobre los doce, grupo al que Jess haba dado una educacin ms profun-da, envindolo incluso a anunciar en su nombre el evangelio del reino de Dios (Me 6,7-13; ms desarrollado en Mt 10; desdo-blado en Le 9,1-6 y 10,1-2), y la institucin que recibi el nombre de Iglesia. Jess se manifiesta en su gloria de resucitado a esos mismos discpulos, en su calidad de testigos elegidos por Dios, para darles el impulso decisivo que los lanzara a la con-quista del mundo entero. Entonces el grupo de los discpulos se convirti en su Iglesia.

    Pero, entre tanto, el modo de su presencia en la comunidad as formada haba cambiado completamente. Durante su minis-terio, la presencia de Jess fue directa y sensible. Sus discpulos podan seguirle y estar con l (Me 3,14), escucharle y pregun-tarle, compartir la comida con l, observar su comportamiento para convertirlo en pauta del suyo. Una vez terminado el tiem-po de las apariciones, la presencia del Seor resucitado es ms real an, pero invisible. Estar siempre con ellos (Mt 28,20), comparten todava la cena del Seor (lCor 11,20). As co-mienza a realizarse, para los que han permanecido constante-mente con Jess en sus tribulaciones, la palabra conservada por Lucas: Yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros

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    como mi Padre lo dispuso para m, para que comis y bebis a mi mesa en mi reino y os sentis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Le 22,28-30).

    Como por lo dems era habitual en los anuncios profticos coetneos del porvenir, este logion no distingue entre las dos perspectivas de la Iglesia en el tiempo histrico y de la escatologa transhistrica. Ello es un indicio claro de la antige-dad del logion, lo mismo que la perspectiva estrictamente ju-da que especula con el nmero simblico de las doce tribus en el nuevo Israel. Pero, cuando Lucas lo recoge, se est ya en el tiempo de la Iglesia; y la fusin de ambas perspectivas sirve para poner de manifiesto la relacin ntima que existe entre la comu-nidad de los creyentes en el tiempo y el porvenir ultraterrestre de esa misma comunidad.

    Adems, las estructuras comunitarias, indispensables para que los creyentes se multipliquen, se desarrollarn partiendo del grupo de los doce y del grupo ms numeroso de los aps-toles (lCor 15,6) que recibieron directamente su misin de Cristo resucitado. A partir de ese momento, se puede hablar en sentido propio del tiempo de la Iglesia. J. Guillet ha expuesto muy bien todo esto en su obra Entre Jsus et l'glise (Seuil, Pars 1985).

    b) El nombre de la Iglesia

    El nombre de Iglesia, se aplic a la comunidad de los cre-yentes ya antes de la muerte y de la resurreccin de Jess? El griego corriente conoca ese nombre. En Act 19,32.39.41 de-signa la asamblea de los ciudadanos de Efeso. Pero su sentido tcnico en el Nuevo Testamento proviene de la Biblia griega, donde designa la asamblea cultual de Israel en el desierto. El discurso de Esteban conserva ese sentido (Act 7,17). El trmino est ausente de los Evangelios de Marcos y de Juan. Tampoco aparece en el Evangelio de Lucas, que sin embargo utiliza el trmino 20 veces en los Hechos de los apstoles. Estas omisio-nes son significativas. Slo dos veces encontramos el trmino en

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  • Mateo. Pero Mt 18,17 supone una adaptacin del vocabulario a la situacin concreta del tiempo en que el evangelista compil el conjunto del captulo 18 (llamado discurso eclesistico). En cuanto a Mt 16,18, lo examinaremos detalladamente ms ade-lante para poner de manifiesto su estrecha relacin con la resu-rreccin de Jess4.

    Efectivamente, la relacin con Cristo resucitado es un ele-mento esencial de la definicin de la Iglesia cristiana, que ha relevado a la asamblea cultural de Israel. L. Cerfaux haba sea-lado ya que el ttulo de ekklesia se utiliz primero en la comu-nidad de Jerusaln, por derivacin del ttulo dado a la asam-blea del desierto (La Iglesia en san Pablo, Descle, Bilbao 1959, p. 88-102). Su concrecin fundamental, los doce, termina materialmente con la muerte de Santiago, hijo de Zebedeo, el ao 44 d.C. (Act 12,2), pero subsiste simblicamente, ya que el Apocalipsis la utiliza para definir el pueblo de Dios Ap 7,4-8) y la nueva Jerusaln (Ap 21,14). En todos estos textos subyace la idea de que la Iglesia es el Israel renovado, escatolgico, el Israel de Dios (Gal 6,16) en el que se injertarn creyentes de todas las naciones (Rom 11,16-24; cf. Ap 7,9). Esta Iglesia tiene la misin de proclamar el evangelio por medio de sus misione-ros. Pero el mismo evangelio, que narra lo que Jess hizo y ense (Act 1,1), sirve tambin en las reuniones cristianas para la instruccin de quienes ya han credo y han sido incorporados a Cristo por el bautismo.

    La asamblea cristiana constituye as el marco vital en el que se releen, se explican y se ponen en prctica las palabras de Jess, hasta convertirse en regla de fe y de vida, tanto comuni-taria como individual. Y se fue el marco concreto en el que los predicadores responsables de la tradicin apostlica tenan puesta la mirada cuando daban forma a las percopas que con-servan el recuerdo de las palabras de Jess. Ese es el marco que condicion de manera determinante los mltiples trabajos re-daccionales que explican las diferencias entre las recensiones

    4. Cf. infra, p. 193-226.

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    actuales. se es el marco que sirvi de gua en las sntesis finales fijadas por autores con un proyecto teolgico incontestable.

    2. El incremento de sentido aportado por la resurreccin de Jess

    El marco vital en que se recuerdan las palabras de Jess difiere del medio en que fueron pronunciadas primitivamente. Y es que, entretanto, el modo de presencia de Jess ha cambia-do. El misterio de Cristo en el sentido apocalptico del trmino misterio (cf. Dan 2,18s, donde el misterio consti-tuye el objeto de una revelacin como en Mt 13,11) ha sido desvelado por la muerte y la resurreccin de Jess. Por consi-guiente, la comprensin de su persona, que se traduca con perfiles no precisos a travs de sus palabras, alcanza ahora su plenitud. Y podr ser proyectada con carcter retrospectivo sobre los ttulos que hablaban de Jess. Por qu razn y de qu manera es l Maestro, Profeta, Mesas, Hijo del hombre? Qu alcance tiene en adelante para l, de una forma clara, el ttulo de Hijo, que define su relacin con Dios? Si Jess aludi durante su vida a los textos que relacionan el sufrimiento del Justo con la salvacin de los hombres como el orculo de Is 52,13-53,12, o los Salmos 22 y 69, no habr que superar la interpretacin juda que hasta entonces unlversalizaba el alcan-ce de esos orculos? He analizado en otro lugar el paso de la interpretacin juda de esos textos a su aplicacin cristolgica (cf. Les pomes du Serviteur: De la lecture critique a l'herm-neutique, LD 105, Pars 1981, p. 121-125). Por consiguiente, no es necesario que me extienda sobre este punto. Pero s constata-r con los textos del Nuevo Testamento que Jess es el nico Justo doliente cuya muerte obtiene el perdn de los pecados (Act 3,14; 7,52; 22,14; Le 23,47; lPe 3,18; ljn 2,1).

    Prosigamos nuestro estudio. Acaso los aspectos del reino de Dios que Jess evoc en las imgenes de sus parbolas no alcanzan ahora todo su sentido en relacin con l, que es su centro? Las reglas de vida prctica que Jess enunci, despus

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  • de haberlas vivido l personalmente, no adquieren por su resu-rreccin una dimensin nueva, ya que la gracia obtenida por la entrega de s mismo las convierte en apremiantes y observables? El estar con l, que caracteriz la situacin de los discpulos durante la vida terrestre de Jess, no se convirti en la condi-cin normal de todos los creyentes, de suerte que las palabras de Jess se dirigen personalmente a ellos y que la fe en su presencia les sita en dilogo permanente con l?

    Es posible, pues, releer con fruto las palabras de Jess, pero habr que hacer esa relectura en una perspectiva distinta a la anterior. Todo es parecido y todo ha cambiado por el simple hecho de que Jess ha dejado de ser slo un hombre entre los hombres, aunque ese hombre entre los hombres fuera el heral-do del reino de Dios. l es el Hijo de Dios en el sentido ms estricto de la palabra. Es el Mesas, establecido segn el Espri-tu en su gloria supraterrestre (Rom 1,4), y participa de la omni-potencia de Dios para obrar la salvacin de los hombres; est presente en todos los lugares y tiempos. En consecuencia, lo que dijo entonces en el cuadro ms o menos reducido de sus primeros oyentes quienes no siempre comprendieron el sen-tido que l daba a sus propias palabras, lo repite constante-mente como Cristo glorioso a todos los hombres, a condicin de que la fe en l abra la inteligencia y el corazn de los mismos.

    3. La comprensin de las palabras de Jess en el Espritu

    Otro elemento juega un papel decisivo en esta relectura de las palabras de Jess: el don del Espritu Santo. Juan y Lucas entienden este don desde dos perspectivas diferentes.

    a) La perspectiva del cuarto Evangelio

    La primera perspectiva est subrayada en el cuarto Evange-lio en forma de promesa. Esta concierne en primer lugar a los discpulos que acompaan a Jess en la ltima cena, pero tam-

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    bien, tras ellos, a toda la comunidad eclesial a la que represen-tan. Esa perspectiva contiene un aspecto de conocimiento en el que conviene insistir. Jess cuid de los suyos mientras estuvo con ellos, dice en el discurso de despedida. Cuando l ya no est con ellos, al menos de forma visible, el Padre les dar otro apoyo, asistente o abogado (cul es la traduccin ms correcta de parakletos}) para que est siempre con ellos. Ser el Espritu de la verdad (Jn 14,16s), enviado en nombre de Jess (14,264). l, sigue diciendo Jess, os lo ensear todo y os recordar todo lo que yo os he dicho (14,26>). No debe entenderse esto como un simple recuerdo material de las palabras de Jess. La enseanza a la que estas palabras se refieren supone una pro-fundizacin de su comprensin, en la perspectiva abierta por la resurreccin de Jess. Es lo que se dice en el texto paralelo de Jn 16, que constituye un doblete del captulo 14 y que trata mu-chos temas similares bajo una forma diferente. Los discpulos de Jess no pudieron, durante la vida del Maestro, con todo lo que ste tena que decirles (16,12). Pero cuando venga el Esp-ritu de la verdad, aade Jess, los guiar hasta la verdad com-pleta (16,13d). No debemos olvidar que Jess acaba de definir-se a s mismo como el camino, la verdad y la vida (14,6): Verdad de Dios, desvelada en el seno de la historia en las pala-bras y en las acciones de Jess, pero comprendida de manera imperfecta en un primer momento. El Espritu debe aportar a los discpulos la profundizacin de esta comprensin: el Espri-tu de la verdad, que viene del Padre, dar testimonio de Jess, a fin de que tambin los discpulos puedan testimoniar (15, 26-27).

    Ser bueno ofrecer aqu un mnimo de bibliografa para reforzar esta presentacin rpida de la funcin del Espritu y su nombre de Parclito. La nota que R.E. Brownha consagrado a la cuestin en su comentario del Evangelio (Anchor Bible, t. II, p. 1135-1144) recoge la bibliografa hasta 1970. Todos los dems comentaristas explican los mismos textos. F.M. Braun, Jean le tbologien, IH/2 (Pars 1972, p. 37-50) ofrece una visin rpida del estado de la cuestin. I. de la Potterie, La vrit dans saint Jean, Roma 1977 (t. I, p. 361-399 y

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  • 422-466) ha estudiado con todo detalle la relacin entre la verdad (comprendida como revelacin histrica que lleva a los hombres por medio de Jess), el don del Espritu y su funcin docente. Fuera de Juan, slo Le 12,12 atribuye al Espritu la funcin de docencia, pero el contexto es diferente.

    Por consiguiente, tenemos que contar con esta profundiza-r o n en los textos del Evangelio. La relectura de las palabras de Jess sobrepasa lo que, en el mejor de los casos, se pudo perci-bir cuando Jess pronunci esas palabras antes de su muerte. No se trata de una revelacin diferente a la que Jess aport mediante sus enseanzas, sus actos, su vida y su muerte. Es la misma, pero desvelada hasta sus profundidades ms secretas. El Espritu, precisaba Jess, no hablar por su cuenta, sino que hablar lo que oiga (Jn 16,13). l me dar gloria, porque recibir de lo mo y os lo comunicar a vosotros (16,14). No se puede trazar mejor la diferencia entre el principio de 1 repeti-cin material de las frmulas pronunciadas por el Maestro, tal como se daba en la tradicin rabnica, y el principio de la asimi-lacin progresivamente profundizada que gobernar la tradi-cin evanglica.

    Y todo esto porque sin duda Jess no es un maestro como los otros. l es el Seor que est presente constantemente en su Iglesia y habla por medio de su Espritu a los discpulos que l ha enviado para que den testimonio.

    b) La perspectiva de Lucas

    Otra mencin de este envo del Espritu, anunciado como promesa del Padre desde el final del Evangelio de Lucas (Le 24,49), figura en el relato del Pentecosts cristiano visto como cumplimiento de la profeca de Joel (Act 2,16-21). Este don del Espritu da lugar al discurso de Pedro, que constituye el esbozo general del relato evanglico (Act 2,22-36) tal como lo encontramos en las grandes lneas del Evangelio de Marcos. Aqu se subraya el aspecto proftico de la palabra anunciada en

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    la Iglesia. Y se insiste particularmente en la lectura interpretati-va de las antiguas Escrituras.

    Si nos referimos a san Pablo, no engloba esta intervencin del Espritu en la Iglesia todos los dones gratuitos que Dios distribuye en ella para el servicio de su palabra y, en consecuen-cia, para el anuncio del evangelio con todos los materiales que contiene, a saber los relatos y las palabras de Jess? Como se sabe, en la enumeracin de los carismas del Espritu, Pablo, tras mencionar el de los apstoles (enviados directos del Cristo resucitado), coloca en cabeza los que guardan una relacin in-mediata con el servicio de la palabra: el de los profetas y el de los doctores (ICor 12,28, lista judeocristiana que encontra-mos en Act 13,1, y, un poco ms difusa, en Ef 4,11, donde leemos la mencin de los evangelistas).

    Cuando se pregunta quin transmiti las palabras de Jess y quin hizo que paulatinamente la comprensin de esas palabras fuera ms profunda, no tenemos que pensar en una masa amor-fa y annima, en una masa cuyas emociones y creencias co-munes habran dado origen a formulaciones formadas de ma-nera arbitraria. Hay que referirse a las funciones carismticas de los apstoles, de los profetas, de los doctores y, finalmente, de los evangelistas (ttulo dado a Felipe, uno de los siete, en Act 21,8). Ellos tenan la responsabilidad de transmitir fielmente las palabras de Jess, pero tambin la de interpretarlas con verdad y actualizarlas con ponderacin. Todo esto nos lleva a plantear la cuestin de la tradicin de estas palabras y de su cristaliza-cin literaria.

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  • III

    TRANSMISIN Y FORMULACIN. DE LAS PALABRAS DE JESS

    1. El principio de la memorizacin

    Los relatos relativos a Jess, estudiados en otro volumen5, fueron redactados primero en el marco de la tradicin oral por testigos directos de su vida, por oyentes de stos, o por servidores de la palabra (Le 1,2b) que tenan la misin de hacerlo. De cualquier forma, stos se encontraban insertos en una cadena de tradicin solidsima. Esto es absolutamente claro por lo que respecta a los Evangelios de Marcos y de Lucas, sea cual fuere la naturaleza (escrita y oral) de su documentacin. Pero las palabras de Jess se encontraban, hasta cierto punto, en una situacin diferente. Cierto nmero de ellas debi de haber sido memorizado mucho antes, en su literalidad o en sti sentido general, con miras a la misin realizada en Galilea por los doce (Mt 10,5s y paralelos) y por los setenta y dos discpulos (Le 10,10). No es posible poner en duda la existencia de esta mi-sin6 que ampliaba el crculo de las aldeas evangelizadas. Los enviados por Jess no podan ser sino repetidores. No tenan que inventar los temas de su predicacin, pero, de hecho, slo tenemos breves resmenes de esa predicacin. Se puede recor-dar, a este respecto, una sentencia de Jess conservada bajo esta forma por Lucas: El que os escucha a vosotros, a m me es-

    5. Vase la segunda parte de Los Evangelios y la historia, p. 129-279. 6. Es lo que hizo R. Bultmann en Histoire de la tradition synoptique,

    p. 185 (vase la bibliografa, donde se discute esta cuestin, p. 551s). Bult-mann atribuye a la comunidad primitiva (annima) las reglas de comporta-miento dadas a los misioneros del evangelio (Me 6,7-11; Le 9,3-5 y 10,2-18; Mt 10). Es legtimo investigar sobre el marco vital de la relectura de las consignas de Jess, reunidas y, probablemente, ampliadas para darles una mayor eficacia. Tal es concretamente el caso de Mt 10. Pero el radicalismo del crtico alemn suprime aqu, por principio, todo enraizamiento histrico de las palabras en el marco vital de la misin de Jess y de la experiencia prepascual de los apstoles. Esta operacin es completamente arbitraria (N.B. Volver ms adelante sobre este texto de Bultmann, resumindolo; cf. p. 74).

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    cucha (Le 10,16). Ms adelante examinaremos con detalle este dicho7. Podra haberlo pronunciado Jess y haberlo recogido bajo esta forma el evangelista si no hubiera existido una memo-rizacin y una reconsideracin de lo que Jess mismo haba dicho?

    El hecho encajaba perfectamente con las costumbres del ju-daismo: la formacin de los discpulos que aspiraban a conver-tirse en maestros se basaba en el trato asiduo con un doctor y en la memorizacin de los aforismos de ste. El florilegio titula-do Las mximas de los padres (Pirqe abot) reprodujo as, en la Misnah, sentencias pronunciadas por maestros judos que vi-vieron antes de la destruccin de Jerusaln e incluso antes de nuestra era. Dado que los discpulos de los doctores judos eran personas de letras, en fase de profundizacin cultural, cabe la posibilidad de que tomaran notas, como ha recordado opor-tunamente B. Gerhardsson (Prhistoire des vangiles, Pars 1978, p. 28-31). Pero de esta constatacin, que vale para los doctores judos como para los maestros griegos (los hypomne-mata son prontuarios nemotcnicos privados), no debemos pa-sar demasiado fcilmente a la hiptesis osada de unas notas redactadas por los discpulos de Jess cuando ste hablaba. No olvidemos las condiciones que rodearon a la misin galilea de los doce y de los setenta y dos: Nada de alforjas! (Me 6,8; Mt 10,10; Le 9,3 y 10,4). Cmo podan llevar notas escritas?

    Tampoco se olvidar la opinin que las autoridades de Jeru-saln tenan de los discpulos de Jess. Lucas nos ha conservado el recuerdo de tal opinin: gentes sin instruccin ni cultura (aggrammatoi kai idiotai: Act 4,13). Por aquella poca, los es-critos no pasaban de ser un auxiliar de la memoria viva, y Gerhardsson menciona la posibilidad de notas escritas junto a la memorizacin oral en los orgenes cristianos, en comunida-des ya instaladas (o.c, p. 43 y 88s). La memoria conservaba su papel preponderante porque el material utilizado para la escri-tura era ms raro y menos prctico que hoy, y perecedero. La memoria viva, en cambio, est a salvo de este tipo de accidentes.

    7. Cf. infra, p. 68-82.

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  • Por consiguiente, podemos trabajar con la hiptesis de una me-morizacin seria de las palabras de Jess, eventualmente en su literalidad, ms probablemente en resmenes nemotcnicos que podan admitir variantes.

    La idea no es nueva. No proviene de la crtica liberal alema-na, como algunos han afirmado con excesiva ligereza en tiem-pos bien recientes. La encontramos ya en los artculos que el P. Lagrange dedic, a finales del siglo pasado, al problema de la inspiracin de la Escritura. Se podan leer estas reflexiones ya en 1895. Punto de partida de esas consideraciones fue la contra-diccin absoluta que se observa entre Me 6,8 (Les orden que nada tomasen para el camino, fuera de un bastn) y Le 9,3 (No tomis nada para el camino, ni bastn...):

    Con frecuencia, los Evangelios no son otra cosa que la reproduc-cin de una catequesis. Ahora bien, la naturaleza misma de las cosas no obligaba a que esa catequesis reprodujera siempre los* trminos concretos utilizados por Cristo. Viene a continuacin una cita toma-da del P. Knabenbauer: Tambin aqu hay que admitir lo que se observa muy frecuentemente en los Evangelios: las sentencias de Cristo no se citan palabra por palabra en cada caso, sino ms bien de acuerdo con su sentido. Nos encontramos ah con una consecuencia de la tradicin y de la predicacin de los apstoles, origen tambin de los Evangelios escritos. Todos los apstoles conservaron y expusieron bien el sentido de las palabras de Cristo. Pero la presentacin y reten-cin individual de cada una de las palabras era innecesaria e imposible sin un milagro, que careca de utilidad {Comentario del Evangelio de Marcos, p. 384). ste es el caso, prosigue el P. Lagrange, del texto discutido: la conciliacin de las expresiones contradictorias se lleva a cabo... en un sentido amplio que comprende muchas variaciones en el pensamiento. Maldonado presentaba la siguiente solucin: Cristo les ha dicho que tomen slo lo que necesitan de momento (RB 4 [1895] 567-568).

    El P. Lagrange volver a ocuparse de esta cuestin dos aos ms tarde, desde una perspectiva ms general, en un artculo dedicado a La inspiracin de los libros sagrados (RB 6 [1897] 199-200):

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    Los elementos de los Evangelios sinpticos existan con anterio-ridad en la catequesis apostlica. El evangelista tena la obligacin de recoger de la mejor manera esa catequesis, tal como la encontraba en labios verdaderamente autorizados (p. 217).

    El P. Lagrange no dice que esos labios deban ser necesaria-mente los de un apstol o de un oyente directo de Jess. Esen-cial es la referencia originaria a la catequesis apostlica. No sufre menoscabo alguno el trabajo literario y teolgico realiza-do por los evangelistas y antes de ellos por sus fuentes para dar forma a las palabras de Jess en su estado actual.

    Por consiguiente, hay que desconfiar de una asimilacin excesivamente rpida de la tradicin de las palabras de Jess a la de las sentencias rabnicas. Como acabamos de ver, la situa-cin primitiva de las palabras de Jess en el marco vital de su ministerio dej de ser la misma cuando sus discpulos anuncia-ron el evangelio del reino de Dios y del nombre de Jess. Para poner de manifiesto la actualidad de estas mismas palabras tras la resurreccin de Jess y bajo la luz del Espritu Santo no era suficiente una simple repeticin mecnica. Para los apsto-les y para los dems predicadores, se trataba de poner de relieve el alcance permanente de esas palabras en las diversas situacio-nes de la vida en Iglesia, con el fin de que esas palabras realiza-ran en ese marco vital las funciones relativas a la vida de cada da, a los ritos nuevos (bautismo y eucarista), a las pautas de comportamiento en el trato con los judos y con las gentes de fuera (Me 4,11), entre las que haba que incluir a los paganos. Era posible transmitir as la tradicin autntica de Jess sin realizar esfuerzos de orden literario para adaptarlas a las necesi-dades inmediatas y para hacerlas directamente inteligibles?

    53

  • 2. El trabajo de la formulacin literaria

    a) De la memorizacin a la fijacin literaria

    Es normal que los predicadores del evangelio hicieran selec-ciones adaptadas a las necesidades prcticas; que llevaran a cabo reagrupamientos de material literarios memorizados y adapta-ciones verbales que lindaban con la recomposicin; que crearan situaciones ms o menos convencionales para determinados aforismos que carecan entonces de un contexto definido. Jess era el nico Maestro (cf. Mt 23,10), pero eran absolutamente indispensables trabajos de esta naturaleza para que la fidelidad viva a sus enseanzas no perdiera un pice de su vivacidad y eficacia. La conservacin de cuanto Jess haba dicho exiga tambin la interpretacin autntica de sus palabras, es decir, una interpretacin que autentificara el sentido y el alcance de las mismas. Haba que autentificar no slo el sentido que"haban tenido en el marco del ministerio personal de Jess segn las funciones que haban desempeado en sus oyentes directos, sino el sentido ms amplio y ms profundo que la muerte y la resurreccin de Jess les haba conferido para que el Cristo glorioso las repitiera actualmente en su Iglesia por medio de los servidores de la palabra. La memorizacin primitiva de las palabras de Jess, literal o en cuanto a su sustancia, se combin, pues, con la reinterpretacin eclesial para producir la tradicin evanglica en el plano literario.

    Esta recomposicin literaria, unida a la instruccin de los fieles, fue practicada con mayor o menor intensidad de acuerdo con las funciones que las palabras de Jess podan desempear en el marco de la vida eclesial. No es posible prever de antema-no los detalles de la operacin. Habr que examinarlos en cada caso concreto. Dependen en parte del tiempo en que se realiz el trabajo, de los ambientes que fueron evangelizados, de las personas que efectuaron la tarea y de su mtodo de trabajo. El estudio crtico de los libros evanglicos, de las fuentes eventua-les que sus autores haban reunido, constituye aqu un auxiliar inestimable a pesar de las incertidumbres que ese estudio puede

    54

    suscitar ms de una vez, no sobre la autenticidad sustancial del mensaje de Jess que sigue dirigindose actualmente a su Igle-sia, sino sobre las modalidades que acompaaron a la transmi-sin de sus palabras y a su fijacin final.

    b) La actualizacin de las palabras de Jess

    Todos los evangelistas se preocuparon, cada uno a su mane-ra, de actualizar las palabras de Jess para los destinatarios in-mediatos de sus compilaciones. Es til sealar las preocupacio-nes que guiaron su trabajo redaccional. Pero cabe la posibilidad de que emplearan mtodos muy diferentes. Unas veces han conservado materiales cuyo arcasmo salta enseguida a la vista, y en otras ocasiones dejan entrever a travs de Jess de Nazaret al Cristo glorioso que habla actualmente a su Iglesia teniendo presentes sus necesidades prcticas.

    Mateo nos ha ofrecido un ejemplo de la primera especie en la instruccin dada a los discpulos poco antes de ir a misionar: No tomis el camino de los gentiles ni entris en ciudad de samaritaos (Mt 10,5). Pero en los Hechos de los apstoles se nos dice que esta recomendacin perdi bien pronto toda su vigencia en la prctica de la Iglesia (Act 8,4-25, para la evangelizacin de Samara; 10,19-21 y 10,1-11,18 para la evangelizacin de las naciones no judas).

    Pero, en el mismo discurso, el hecho de ser llevados ante gober-nadores y reyes, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles (Mt 10,18 = Me 13,9 y Le 21,12, en otro contexto) no se convirti en experiencia real sino bastantes aos ms tarde. El recuerdo de un dicho de esas caractersticas o su adaptacin literaria a circunstancias nuevas son casi inconcebibles antes de que la amenaza se hiciera sentir con todo su peso inmediato. El primer hecho de este tipo que cabe mencionar es la comparecencia del apstol Pablo ante el gobernador Flix y el rey Agripa II (Act 24-26). A no ser que la mencin de los reyes aluda a los emperadores romanos, que tomaban ese ttulo en Oriente (cf. IPe 2,17; lTim 2,2). Cabe la posibilidad de especular con el conocimiento proftico de Jess, que saba de antemano lo que les sucedera a sus apstoles. Pero el problema real del texto de Mt 10,18

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  • no est ah: la mencin de los gobernadores y de los reyes es comple-tamente anacrnica cuando los doce son enviados a las aldeas de Gali-lea para anunciar el reino de Dios. Desde un punto de vista histrico, el dicho no est en su sitio. Sorprende menos encontrar la misma advertencia en el discurso escatolgico de Me 13 y Le 21. ste se orienta claramente a un futuro bastante lejano, pues el texto de Mar-cos dice: Y es preciso que antes sea proclamada la buena nueva a todas las naciones (Me 13,10). El universalismo de la perspectiva abierta con esta afirmacin sintoniza con el de la misin final de los apstoles en un cuadro postpascual (Mt 28,19). Naturalmente, no podemos excluir que Jess pensara en este anuncio del evangelio a todos los hombres desde el momento en que comienza su vida pbli-ca: el logion de Le 13,28-29, colocado tras la curacin del siervo de un centurin pagano en Mt 8,11-12, lo supone claramente. Pero el anun-cio preciso de una comparecencia ante los gobernadores (epi begue-monon) y los reyes (Me 13,9, recogido en Le 21,12) plantea un problema preciso para la transmisin de la tradicin evanglica: En qu momento adquiri el hecho una actualidad tal que exigala reme-moracin del dicho de Jess para