guardagujas 14 septiembre 2010

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la jornada aguascalientes / suplemento arcano / primer aniversario septiembre 2010 hp://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas

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guardagujas 14 septiembre 2010

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  • la jornada aguascalientes / suplemento arcano / primer aniversario septiembre 2010http://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas

  • hombre que huye

    Abro los ojos. Reconozco mi cuer-po ahora, de lado, en mi propia cama, a unos minutos de encallar en lunes. A esa altura de la travesa el jardn y el rbol han abandonado toda credibilidad y s que a mis espaldas, del otro lado de la ventana, no existe ningn jardn y no existe ningn rbol y nadie me mira desde all.

    Tengo an la imagen del sueo, pero ya no s para qu la tengo, lo he olvidado. Voy a levantarme en media hora, lavarme los dientes, darme un bao, peinarme, vestirme, conversar unos minutos con Silvia y dejar un caf a la mi-tad para llevar a los nios a la escuela y llegar a tiempo al trabajo. Atender mi puesto, recibir y entregar papeles, dar los buenos das y las buenas tardes y luego al fin esca-par, hacia mi casa, donde otro tipo de demonios habitan y slo cuento con una televisin que no sintoniza bien y un silln para mantenerlos a raya.

    Me voy a preguntar entonces, como lo hice en el traba-jo y cuando vaya por la noche a tomarme unos tragos con un par de amigos, si conocer el resto de la invocacin, eso supongo que es, me hara libre, me hara al menos un ser humano distinto; si con ella la sensacin de no ir nunca a ninguna parte terminara por fin, si es que esa puerta que se desvanece justo un momento antes de que junte las agallas para cruzarla, es la puerta que desde el principio, tuve que decidirme a cruzar. Todo lo que tengo es una voz diciendo: la hora secreta.

    De regreso del bar, camino a las tres de la maana, to-mar un taxi y en l, imaginar lo que tengo que hacer con mi vida, las farsas que irrevocablemente tendr que terminar con la finalidad de no perder la cordura. Con la luz del alumbrado pblico iluminndome la cara inter-mitentemente, recargar un poco la cara contra el vidrio, pensar esto y eso me calmar: Son estos los momentos en donde al fin despierto y toco los muros de mi crcel y el mundo es una cosa muy distinta entonces.

    Al llegar a casa mi decisin habr estado tomada desde mucho antes de que introduzca la llave en la puerta, cru-ce mi sala y entre a mi habitacin, donde Silvia me espera fingiendo que duerme y se incorpora para preguntarme qu hago cuando me escuche deslizar uno de mis cajones

    de ropa. Una maleta, le dir, me voy de aqu, de la ciudad, de todo, renuncio.

    Por supuesto, ella encender la luz, estar lista para sal-tar a la mitad de mi camino y detenerme, pues eso cree que debe hacer, pero ser en vano. La apartar gentil-mente y le dir que es mejor as, que fue siempre mejor as, que no ha hecho nada malo y que todo ha sido en rea-lidad mi culpa. El desconcierto, la hora y la ternura con la que le hablar la confundirn, mientras le acaricio los cabellos, esperando a que se duerma y deje de temblar.

    Saldr de casa para llegar a una ciudad sin nombre, ca-minar hacia al oeste pues eso es lo nico que s, hasta la colina donde est la casa. Recordar entonces que la llaman Casa Cuellar.

    Mi camino es por el corredor de en medio, cinco gale-ras, tres bifurcaciones y tres patios con fuentes de diosas de rostro limado al centro; hasta el jardn en que la fuente central ha sido sustituida por un rbol enorme, mi rbol.

    La forma del jardn cumple un capricho caba-lstico de su antiguo morador, camino al centro, escucho, como si fuera un eco, la voz de Jernimo Cuellar:

    Ser posible instalar una cpula subterrnea de hormign que pueda contener las races del rbol, ser posible que esta cpula inversa se instale junto a un mecanismo que despus de activarse, haga que el rbol gire como, por decirlo as, la figurita de porce-lana de una bailarina de ballet? Ser posible que el mecanismo reproduzca una tonada, como si todo este jardn fuera una de esas horrendas cajas de msica que a mi madre le gustaban tanto?

    Una serpiente cie mi tobillo, cuando miro ha-cia abajo, todo lo que veo es una lnea, una trampa, la cuerda que ahora se tensa y se recoge y hace que pierda el suelo y me de un golpe en la cabeza y as,

    mareado, colgando de una de las ramas del rbol majes-tuoso, sea incapaz de detener el vmito.

    Cuando el malestar cesa, cuando he parado de vomitar, lo primero que hago, es mirar el reloj en mi mueca. Mi cuerpo se columpia suavemente, todo es silencio y calma. Un golpeteo hace que el rbol, las ramas y yo, temblemos, elevndonos un poco de nuestra posicin inicial.

    Los engranes, viejos, comienzan a andar. Un vals ebrio tocado en campanillas los acompaa. El rbol y yo gira-mos. Doy un par de gritos y pienso en pedir ayuda, me ro, s que no hay nadie cerca, que no debe de haber na-die; cuando el rbol ha dado casi una vuelta completa, veo una ventana en uno de los muros. Dentro de la ha-bitacin, hay un hombre recostado de lado que me da la espalda.

    A las seis de la tarde, el viento agita las ramas de un lado para otro y luego se mueven de otra forma, si entonces mi-ras hacia el csped recin cortado y sigues el trazo con el que su sombra se dibuja en el suelo naranja, vers un ramo de brazos vivos retorcindose por todo el jardn, buscando, ca-zando, con las evanescentes manos que les regala la luz de la hora secreta.

    Cierro los ojos.

    12jos ricardo prez vila

  • xiii, el arcano sin nombre

    El amanecer era inminente. Hermes Trismegisto, el mago, observ los ojos de la amada, negros como un pozo antes del anochecer en el que el ltimo resplandor de la luz solar se extingue en un remolino. Haca das que ella ya no hablaba.

    El viga entr a la habitacin. El jinete haba sido avistado cerca del Valle de los Sauces. Hermes bes la frente afiebrada de su mujer. Sali del cuarto. Busc el atado que guardaba las cuatro piedras elementales, tom su cayado y se dirigi a las murallas del feudo.

    La calle principal estaba casi en silencio. En la choza del panadero, la masa creca den-tro del horno a punto de exhalar el ms santo de los aromas. Ms all los gritos de una parturienta se entrelazaban con el llanto de un nio que peda los brazos. Casi al final del camino, una anciana apagaba los cirios que haban velado el aroma dulzn del cuerpo del anciano amortajado.

    Hermes se detuvo en las murallas del feudo. Levant su cayado en seal de saludo, y los guardias de la fortaleza abrieron el portn. Afuera las ltimas gotas de roco eran saborea-das por los insectos madrugadores, y el trigo era la melena recin lavada de una doncella.

    El amanecer era inminente. Frente al acantilado, ah donde empezaba el puente levadizo que reciba a los mercaderes en la Fiesta de la Cosecha, Hermes dibuj un crculo sobre la arena. En l coloc las cuatro piedras orientadas a los puntos cardinales. Mordi la yema de su dedo ndice derecho y dej caer una gota de sangre en el centro del trazo. Ah clav su cayado y pronunci palabras que ningn libro ha osado guardar.

    El jinete se detuvo en la otra orilla. Seal al mago con un dedo descarnado y, sin borrar su sonrisa, arroj su guada-

    a al suelo y dio la media vuelta, para emprender la huda en direccin a un quinto punto cardinal. Hermes haba borrado el nombre del jinete de la memoria colectiva, de todos los escritos y de todos los monumentos erigidos por el hombre. En la tierra ya no exista nada que pu-diera invocarlo.

    El amanecer pareca inminente. Pero algo haba de-tenido su llegada. Hermes recorri la calle principal del feudo para ir al encuentro de su amada quien ya no lo abandonara. El panadero an aguardaba el aroma de pan recin horneado mientras oa, a lo lejos, los quejidos

    de la parturienta. Los nios pequeos del pueblo pedan los brazos de sus padres. Ningn viento secaba los cabe-

    llos hmedos del trigo sembrado. Ningn viento robaba el aroma dulzn que flotaba en la casa de la anciana.

    Hermes bes la frente plida de su amada aunque ella no poda responderle. Se sent a su lado y le narr la historia de un pas lejano donde los cangrejos construan catedrales con polvo de oro, y los perros aullaban a la luna para que arrojase lgrimas de plata con las que saciaban su sed.

    Haca das que el amanecer era inminente. Los panes aguardaban los dorados, el pana-dero ya no esperaba. La parturienta haba intentado acabar con la agona, pero el cuchillo con el que haba tratado de abrir sus entraas se haba fundido al contacto con su piel, como lo hace la manteca sobre una sartn. Los padres de la aldea corran o se escondan de los nios que extendan sus brazos. Los insectos estaban quietos porque desconocan la sed. En vano la anciana trat de encender de nuevo los cirios pues ya nada caminaba a su natural aniquilacin. Lejos del aroma dulzn, Hermes narraba historias a su amada, ella no con-testaba. No bastaba borrar el nombre del jinete. Y nadie podra borrar sus huellas pasadas. Pero a Hermes, el mago, le bastaba besar esa frente afiebrada y perderse en la luz ltima de los ojos negros.

    Haca meses que el amanecer era inminente y que el nombre del jinete se haba esfumado de los libros, como las volutas de humo en los cirios de la anciana. En vano los habitantes del reino buscaron el suicidio. Los que se arrojaban al acantilado eran rechazados por el vaco. Los venenos se transformaban en almbar, y las cuerdas, en arena. Hermes narraba la historia de un ser alado que viva a las mrgenes de un ro, y escanciaba dos copas para crear peces de zafiro, pjaros de algodn, manzanas cantarinas y gusanos de fuego. Fue entonces cuando vio como los ojos negros de su mujer vertan lgrimas. Sobre la almohada reposaba el rostro todo de la desolacin.

    Hermes tom su cayado y sali. Ignor los brazos de los nios, los panes silentes, la mor-taja, el parto infinito, los insectos quietos y el trigo. Lleg hasta el pie del abismo, recogi las cuatro piedras elementales, desclav su cayado y susurr: ven, regresa.

    De un lugar del horizonte, surgi cabalgando a todo galope. El jinete, el arcano sin nom-bre, pronto alcanz el Valle de los Sauces. El sol despunt. Hermes sinti un dolor intenso en el esternn. En la lejana un ltimo suspiro extingui la luz de los ojos negros. All se escuch el llanto de un recin nacido. El arcano La Muerte cabalgaba. En el feudo todo fue bendecido con el aroma del pan tibio. Una mano invisible trazaba la palabra muerte sobre los escritos y cincelaba crneos sonrientes sobre los frisos de las ruinas. Las exequias de la amada seran al da siguiente. Hermes ocult el rostro entre sus manos devastado por la prdida. El jinete se alej en pos de nuevos caminos. La vida continuaba su danza.

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    erika mergruen

    interpretantes

    I. -He aqu el sitio donde construiremos el templo del amor renovado, proclamaba mien-tras tocaba levemente tu corazn con mis manos. Casi al mismo tiempo, asas mi cadera hasta tocar mi vientre con tus carnosos labios. Otra fue la grandeza del espritu.

    II. Y ah estaban, en su pequeo mundo del 5to. piso de una ciudad cualquiera. Larga haba

    sido la espera. El abra las cortinas para mostrarle el mundo. Ella las cerraba para cobijarse en l.

    Tomo lo que me dan, deca l, mientras confesaba su affaire con M. y sus otras mujeres. La mujer lo interrumpi de sbito. El movimiento, preciso. Tomo lo que me dan, dijo ella, mientras lo envolva en la cortina y lo tiraba al abismo.

    III. No soy voz esa voz es una trampa. No es mi canto el que eriza tu piel: ese ronroneo

    seductor, esa voz de trueno, esa tristumbre a cuestas. No te dejes tentar por el sonido ma-licioso de mis cuerdas. Resiste. Cierra los ojos. Revlate. Despjate de todas las palabras. Desmadeja el sonido. No me escuches. Siente(me). Soy Nun. Soy certeza. Caricia. Manan-tial. Mi piel huele a incienso. Mi vientre, amor supremo. Tindete conmigo sobre la hierba verde. Ahuyenta la noche que no tiene fin. Hblame con la serenidad del que sobrevive la tormenta y espera, paciente, el da de nuestro amor. 14

    adriana sing

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    Qxb6 Nxd1 h3 Rxa2

  • el diablo y syd

    Have you got it, yet?, repite Roger Waters, imitando el canto de Barrett unas horas antes en el ensayo, con burla, o eso cree David Gilmour, pues en la voz de Waters hay un nio que se re del asombro , y aunque celebra la gracia con palmadas, poco a poco se convierten en dos manos vacas. El silencio en el auto y las miradas que sostienen la suya desde el retrovisor le hacen comprender, mal y tarde, que le han elegido para echar a Syd del grupo.

    San Francisco fue demasiado, dice Nick Mason. Richard Wright se cubre la cara: Y ahora esto. El auto se detiene frente a la casa de los Barrett. Las fachadas de ladrillo desnudo y los enrejados cubiertos por hiedra se repiten mansamente. Waters cuenta de nuevo, como si no lo hubiese narrado todos los das desde que volvieron de la desastrosa gira. Mientras la multitud apretujada (8 dlares el ticket) en The Fillmore festejaba a gritos y lanzando vasos de cerveza al escenario por lo que crean otra excntrica expresin del genio de Syd, Interestellar Over-drive fue cayendo en un pozo de reverberacin que termin por chirriar en los micrfonos y revent un amplificador. The Pink Floyd Sound sostena una nota infinita a la espera de que Barrett iniciar la mmica de su solo, pero lejos de fingir que tocaba la Gibson, como haban acordado estratgicamente, se fue poniendo de rodillas, lento y con una mirada de terror, bajo la luz cenital del spotlight, para depositar la guitarra en el piso, con un cuidado gazmoo, y abandonar el escenario a la carrera.

    De no ser por que OList era quien interpretaba en realidad sus partes en el backstage, habramos tenido que devolver la recaudacin, termina Waters, sosteniendo la mirada de Gil-mour en el retrovisor. Era como si hubiera visto algo o alguien o un fantasma que bajaba del techo del Fillmore, dice Wright sin descubrirse la cara. Sodding bollocks, ataja Waters, al tiem-po que abre la portezuela a Gilmour. El nico fantasma de San Francisco era el LSD. Necesitas que te repita lo que tienes que decir?

    Gilmour obedece. Es por el bien del grupo, se dice mientras abre la reja de los Barrett. El contrato con EMI tras Arnold Layne involucra varios ceros y hay que hacer tres discos ms. Algo que, en el estado actual de Syd, como lo llama Waters, es imposible.

    Mrs. Barrett recibe a Gilmour como el amigo de la temprana adolescencia que es, y una vez ms lo confunde con Waters. Inevitablemente hace el comentario: No es maravilloso que el mejor amigo de mi hijo comparta su nombre? El guitarrista debe bajar las escaleras al stano haciendo equilibrios con una taza de t y un plato de galletas. Roger ha estado ocupado en un nuevo happening en el stano. Para ella, todo lo que hace Syd, desde The Mottoes, es un ha-ppening. De la penumbra del stano sube un terrible e intenso olor a pintura. Para ir a tientas, Gilmour deja galletas y taza en un escaln. Cuando llega a los ltimos escalones, el terror: le atenaza la sospecha de que el siguiente paso es el vaco o la nada o un tiempo anterior a que las sombras cuajaran en la Creacin. Pens que sera Roger.

    La voz de Syd se extiende en la penumbra como un puente hecho de vidrio pulverizado sobre la risa de un nio. Aunque deba saber que al final seras t, el reemplazo del reemplazo. Puedes encender la luz? No quiero tocar las paredes y arruinar tu trabajo. Vas a tener que encenderla t: no puedo subir hasta ti desde aqu.

    De manera que Gilmour da el paso, y el piso lo recibe con una succin breve pero firme. El suelo, bollocks, ha pintado el suelo. Mientras despega sus zapatos antes de cada nuevo paso, escucha a Syd cantar Have you got it, yet?, ese nico verso que nombra las rdenes imposibles de ejecutar.

    Fue la gota que derram el vaso, lo que les hizo dar vueltas y vueltas entre campias cuyo verde terminaba por ser un eco sin sentido a los diez minutos, a bordo del Austin de Waters, pagado en efectivo y an oloroso a cuero recin nacido, tras el ensayo de la maana. La prime-ra sesin desde la vuelta de San Francisco.

    En lo que pareca un intento por calmar los nimos y demostrar que segua siendo la voz de la banda, Syd haba llamado a todos la noche anterior: Tengo una nueva cancin. Aunque Waters le haba retirado la palabra y Wright era incapaz de presenciar sus episodios sin echar-se a llorar, el 80% de la canciones de The piper eran obra de Barrett, y quedaron a las 8 am.

    Tambin haba llamado a Gilmour, aunque el amigo de la adolescencia temprana haba pa-sado apenas a ser el sustituto del sustituto (Waters lo convoc apenas y bajaron del avin, pues David OList se neg a seguir tocando en lugar de Syd Barrett tras el episodio Fillmore por lo juzgaba muy poco dinero). Pero al momento de colgar, Syd haba dicho a Gilmour: Hay que ser diplomtico con diablo cuando viene por nuestro sitio.

    Mientras esperaban sentados en las escaleras de Abbey Road, Gilmour le repiti la extraa frase de despedida a Waters, como si no entendiera su sentido. Recibi a cambio una carcaja-da y un Syd, oh boy! Se cambi el nombre despus de ese da en que su madre lo llam y acu-dimos los dos. A la pobre mujer le cost horas tranquilizarlo. Unos das ms tarde, me arrastr a los baos del colegio. Voy a hacer un pacto contigo, me dijo. T puedes ser Roger. Eh?, dije. Me pidi que no me preocupara, que el tomara la identidad de su jazzman favorito: Sid Barret, de quien no has odo y no vas a escuchar. Otro de la lnea de Anderson y Council. No me preguntes de dnde lo saca. Encendi su zippo y prendi fuego a un dibujo que se supone era Barret y a una carta del Tarot: El Diablo. Hay un alma en el abismo, y del cielo, del cielo, desciende el auxilio: unos pies acabados en pezuas. Mezcl las cenizas y las tir al excusado. Desde entonces es Syd, No me preguntes por la ye y por la te extra.

    Y eso que tiene que ver conmigo? Por qu me llama a m el diablo? Me reprocha lo que estoy haciendo? Waters se encogi de hombros y se ajust la bufanda, de esponjoso pelaje de zorro.

    Syd, para sorpresa de todos, slo lleg dos horas tarde, y no fue necesario arrastrarlo al mi-crfono. Sin esperar que el resto de The Pink Floyd tomara sus lugares, empez con la que se-ra, en los hechos, su ltima cancin como parte de la banda, y la mejor que Gilmour, Waters, Mason y Wright escuchasen jams. Era Bike pero con las ocas dementes presentes bajo la superficie de la cancin en todo momento. Sus versos hablaban de un ngel que descenda a una tierra hecha de alka seltzers, donde al llover las montaas y los hombres cedan la exis-tencia con un rumor de feliz espuma, y de la espuma surgan otros hombres y otras montaas hechos de un merengue que no poda llamarse tierra. Have you got it, yet?, reprochaba el ngel antes de fundirse qumicamente en un grito de cristales. Wright, como era de esperar, llor,

    pero dichoso. Hubo abrazos. Incluso Gilmour se atrevi.Todo fue muy distinto cuando hicieron el primer jam para ajustar la seccin rtmica. Esta vez, la cancin se extendi por varias horas, sin interrupcin. El ingeniero de guardia

    se neg a seguir gastando cinta. Una de las baquetas de Mason raj la piel del tom izquierdo. Syd haba cambiado totalmente la cancin: volva y giraba sobre el motivo original, una y otra vez, chirriante y doloroso, como si su nica intencin fuera consumir la guitarra con una lla-ma nacida de la pura friccin, y la letra se redujo a una sola frase, escupida por turnos a Waters, Gilmour, Mason y Wrigth: Have you got it, yet? Con una sonrisa demente. El primero en abandonar fue Waters. Cuando Gilmour gui a Wrigth a la calle, pues se cubra los ojos con el brazo, encontraron a Mason y Waters sentados en el Austin.

    Lo peor para Gilmour no fue la infinita mutacin del tema; lo que tema encontrar de nue-vo cuando por fin encontrara el hilo de la lmpara era aquella sonrisa indescriptible. Cmo le dira si llegaba a tener ese signo indeleble en la cara? Y adems el piso convertido en papel matamoscas gigante

    Pero no: cuando se hizo la luz el rostro de Syd se ocultaba tras los barrotes de su cabe-llo. Estaba sentado al otro extremo del stano, al que haba liberado de todo mobiliario para extender capas y capas de pintura negra sobre el piso. Las ondulaciones que brillaban en la superficie y las huellas dactilares multiplicadas por doquier evidenciaban que la falta de una brocha no haba sido un problema. Syd permaneca en un crculo sin pintar, apoyado contra la pared, ensimismado en la tarea de reducir al polvo, una por una, pastillas blancas en un mortero. El sudor le goteaba de la barbilla.

    Qu es eso? Gilmour haba renunciado a acercarse. No saba cmo iba reaccionar Syd al descubrir las suelas impresas en la pintura. Mandrax. El tranquilizante? Voy a mezclarlo con

    Brylcreem. Ya. ltimamente el pelo me est dando muchos problemas. Gilmour ri por compromiso. T tambin vas a quedarte calvo, dijo Syd. Gilmour se puso en cuclillas en un in-tento por encontrar los ojos de su amigo de la temprana adoles-cencia. Fue intil. Por alguna razn el rostro de Syd resultaba deslumbrante bajo la luz de 40 watts. Han decido que dejars el grupo. Van a anunciarlo oficialmente en los primeros das del mes que viene. Esta noche tocars por ltima vez. Roger

    est negociando que grabes un disco solista con tu nuevo material. Y no te preocupes por tus royalties: yo estoy de tu parte.

    Syd dejo de moler las pastillas, pero slo porque haba llegado el momento de aadir la crema para el cabello. Vaci el tubo, lo arroj por encima de la cabeza de Gilmour, y sac una cuchara de su bolsillo para mezclar. Y esto del piso, de qu se trata? Syd intent peinarse el cabello con los dedos ennegrecidos. Eso ya no importa: ya viste que no sirvi de nada.

    Gilmour avanz. Un paso ms. La suelas como un desgarro. Me ests reprochando que haber tomado tu puesto? Syd sonri con benevolencia y hoyuelos mellizos. Me alegra que al final el Diablo fueras t, y no Roger: al menos cumpli con esa parte del pacto. Por lo menos tocas mejor que ese idiota de OList. Abri los labios como para decir algo ms, pero fue para chuparse el ndice. Observ una cucharada rebosante de crema. Gilmour le toc el brazo. Por qu, Syd?

    Syd prob el Brylcreem con la punta de la lengua. Suspir complacido. Despus dijo: The Rolling Stones.

    Te parece que debimos seguir haciendo covers de los Stones? Crees que debimos esmerar-nos es tomar su lugar? En ser los Beatles? No los nuevos Beatles, sino los Beatles. Lo peor del Diablo no es Recuerdas como nos hicieron celebrar la firma con EMI?

    Gilmour recordaba al ejecutivo que deposit la estilogrfica baada en oro de nuevo en su estuche y los llev por pasillos y puertas y con la venia de guardias hasta el estudio de los Beat-les en Abbey Road, el mismo en donde haban intentado grabar Have you got it, yet? Lennon estaba al otro lado del cristal. Tena un gallo parado sobre las piernas, y cantaba burln una lmpida cancin de amor dedicada a la agente de los parqumetros. Yo cerr los ojos, dice Syd. Yo me negu. Y creo que no tengo valor para abrirlos otra vez. Quieres un poco?

    Gilmour rechaza la cucharada de Brylcreem. Syd le anuncia con sincera lstima: T sers quien toque mis partes esta noche en el UFO. T hars playback sobre mi voz en el vdeo de Orange and Apples. Van a meterlos en un estudio con huacales de madera, y Mason ni siquiera va a rozar los tambores.

    Gilmour se pone de pie. Quieres que pasemos por ti? A las ocho? Lets not bother, dice Syd mientras estrecha la mano de David Gilmour. Y aade: Lo peor del diablo es que nunca sabrs con certeza las razones por las que deberas temerle. Gilmour se mira la mano: tatuada con la mano de Syd.

    Le temers por que se posesione de ti y ocupe tu lugar bajo el sol? O lo que te aterra es que, si te decides al fin a hacer un pacto con l, pidindole tus ms caros deseos, l responda indignado: Have you got it, yet? Vuelve sobre tus pasos, as no tendr que repintarlo todo.

    La ltima vez que Syd Barrett comparti escenario con Pink Floyd, el 25 de febrero de 1968, fue tal y como las presentaciones del grupo en ese ao: la guitarra y el micrfono de Syd permanecieron estratgicamente desconectados, y Gilmour, ocult en el backstage, toc y cant las partes de Syd. Esa vez, sin embargo, Barrett no sali corriendo.

    Toc, no se sabe qu, sin que el lleno total del UFO distinguiera la cancin secreta sepulta-da por los temas que integraran, meses despus, A saucerful of secrets. No la escuch el pbli-co, ni Waters, Mason o Wright (colocado, estratgicamente, dando la espalda a Syd).

    Tampoco la escuch Gilmour, ocupado como estaba en reproducir, acorde por acorde, la msica que Barrett haba renunciado a reproducir.

    Slo hubo una mcula en la actuacin: en un momento, Syd mir por encima del hombro, y sus ojos se encontraron con los Gilmour entre bambalinas. El Brylcreem le chorreaba por la cara, como la cera de un mueco encendido. Movi los labios. Quiz dijo Es que an no lo tienes? O quiz no. Lo cierto es que los de-dos de Gilmour vacilaron y Waters le insult al micrfono.

    Fue que, por un momento, del mismo modo que temi en el ltimo escaln del stano, Gilmour crey descubrir otra ver-dad: los desconectados eran ellos, y Syd ya no estaba a salvo en su crculo blanco. No era para menos, y es que la sonrisa que le dedic de Syd, la misma del ltimo ensayo, era la de un hombre en llamas que se acerca para darte la mano, divertido ante el asombro que te provoca su condena.

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    scar alejandro luviano

  • la torre o la cada de los cuerpos

    i. Lo primero que podemos ver, son dos cuer-pos suspendidos en el aire. Notamos que hay evidentes diferencias de tamao y peso entre

    ambos cuerpos. La intuicin nos indica que caer ms rpido el ms pesado. Es una interpretacin razonable. La imagen es fija, pero trae implcito el desarrollo de ciertas acciones: la imagen da a luz a la tra-ma. Despus prestamos atencin a un elemento que pareca estar casi oculto en el fondo: una mujer asomada por la ventana, mirando hacia los cuerpos, flotantes.

    ii.Se dice que Galileo subi a la Torre de Pisa y desde ah dej caer

    dos balas de can de distinto tamao y peso. Con el propsito de comprobar que todos los cuerpos en cada libre se mueven hacia el suelo a la misma velocidad, no importa cunto pese cada uno de ellos y siempre y cuando no se encuentren en el aire o dentro de algn otro fluido que cause resistencia. Esto, claro, es contrario a la intuicin y al sentido comn. A fin de cuentas, el universo es muy distinto a como los imaginbamos.

    Lo ms probable es que Galileo nunca haya realizado este experi-mento. En cambio, cuando viaj a la Luna, el astronauta David Scott solt desde una misma altura, de manera simultnea, en el vaco, un martillo y una pluma. Ambos cuerpos hicieron contacto con el suelo al mismo tiempo.

    iii.Qu rasgo comparten ambas historias? Bien entendida, la pregun-

    ta no deja de ser trivial.Y no es que Bruja quiera tener a Rapunzel encerrada de por vida en

    una torre (Lindos apartamentos en buena colonia. Caseta de seguridad. Dos habitaciones. Estudio. Estacionamiento techado. Cuarto de servicio). La pequea slo tiene doce aos y es tan bonita como el sol y tan tonta e inocente como una nia de doce aos. Tiene el cabello fino y largo, como chacha (esto ltimo no lo dice, pero lo piensa). No le ha dado ella de comer durante tanto tiempo? No le ha enseado todo lo que sabe (barrer, fregar, lavar trastes, echar cloro al escusado, tender ca-mas, desengrasar la estufa)? No la ha vestido ella acaso? No para que deje que se le trepe el primer Hijo de un Rey que va pasando por ah. Para eso no. Definitivamente. Adems, piensen que cuidar de tanto cabello es una lata. Peines, champ, acondicionador, tenazas; que si el permanente, que si la cera, que si el producto ya subi de precio.

    iv.Una vieja tradicin representa esta imagen sin mostrar la torre en s

    misma. Una sincdoque: una mujer desnuda abandona el muro frac-turado. Intentado escapar de un hombre que le jala el cabello. Rapun-zel.

    Comprender. Explicar. Predecir. Una interpretacin razonable.Despus de todo, la cartomancia no puede ser considerada una

    ciencia.v. Y por eso, precisamente por eso, cuando la Bruja abre la puerta y los

    descubre, pene en vagina, manos en nalga, labios en teta, el cabello enredado en el cuello, los deja caer, a ambos, por la ventana ms alta de la torre, Pero, ojo, si la carta es tendida al revs quedarn boca arri-ba de nuevo. Despus de todo, el principio de cada libre aplica igual cuando los cuerpos suben.

    Lo primero que vemos son dos cuerpos. Suspendidos.

    16arturo vallejo

  • en memoria de Jean Ray

    Yo estudi incontables libros antiguos, cartas de na-vegacin y bitcoras de capitanes retirados o falle-cidos antes de estar bien seguro. Mis investigaciones me

    hacan pensar que nunca en esta vida podra emprender el viaje: haca falta un instrumento de medicin que no cualquiera conseguira. Sin revelar mis intenciones habl de ello con los ancianos del puerto, pero ninguno haba vis-to lo que les describ. Mientras, la angustia comenzaba a desbaratarme por dentro: segn mis clculos quedaban slo un par de semanas para tenerlo todo listo.

    Estaba a punto de darme por vencido cuando recib la visita de una mujer que haba sido bella: me record una flor seca, de esas que dejan los enamorados entre las pginas de un libro. Antes de que pudiera reaccionar la tuve sentada frente a m, en la taberna. Ella puso en la mesa una caja de madera, a todas luces antigua, que reconoc.

    El astrolabio de Nastulus? pregunt.Supe que lo buscas desde hace tiempo me dijo. Me sorprendi que su voz fuera mu-

    cho ms joven que ella. Era como si la flor prensada del libro an tuviera aroma. Pero no ser gratis continu. Su voz era cortante y dulce. Quiz me sonroj: no estoy acostum-

    brado a que una mujer me hable, menos a que me ponga condiciones. Con esfuerzo, me recom-puse y tom la caja entre mis manos. La tapa tena un grabado del que se cuenta en muchos libros secretos: un barco nave-gando en un ocano, una sola estrella sobre el bar-co y, bajo el horizonte, una isla en cuyo centro haba un estanque y una figura inclinada ante las aguas, con un cntaro en cada mano.

    Ella asinti con la ca-beza.

    Cmo lo encontras-te?

    Mi marido lo us para hallar el sitio que t buscas.

    Cunto quieres? Se lo robaste a tu marido? le pregunt, de sbito nervioso y des-confiado.

    Mi marido, bendita sea su memoria, regres con un tesoro y en el viaje de vuelta fue traicionado. Lo tiraron por la borda y su contramaestre se qued con lo que no era suyo. Ahora l ha muerto tambin, y es hora de que el tesoro vuelva a la Verdadera Casa de la Sabidura

    Me vas a dar un tesoro para que me lo lleve? Vas a confiar as en m, sin conocerme?S y no. Mi precio es ste: voy a ir contigo.Evit hablar de inmediato. Es el mejor modo de no decir algo de lo que se puede uno

    arrepentir ms tarde. En lugar de eso, abr el estuche y me maravill ante la perfeccin del astrolabio. Ms de mil aos posados en mis manos. Sent ganas de llorar.

    Adems tengo sus clculos y sus mapas. Te puedo ser de mucha utilidad insisti, casi en un ruego. Asent: el deseo hablaba por m.

    Pasamos los siguientes das afinando detalles. Para emprender un viaje numinoso, de los que llevan a tierras que no estn en los mapas, hay que tener el barco siempre listo para partir: marineros en cubierta, velas a punto, varios mocetones listos a levantar el ancla. Los signos propicios son siempre elusivos: a veces pasan das y das de alerta infructuosa; a veces la tripulacin se desespera y se emborracha o se distrae o se duerme o mata al capi-tn, con lo que se pierde para siempre la oportunidad de partir.

    En este caso, yo deba sentarme en la proa a esperar, mirando el cielo, el instante justo en que apareciera la estrella esquiva, esa que slo cruza la bveda celeste una vez cada setenta o ms aos y nunca en un ciclo regular.

    En cuanto veas la estrella debes usar el astrolabio y, al mismo tiempo, ordenar la parti-da. Si nos tardamos ms de unos minutos, todo ser en vano me repeta ella.

    Ocurri de repente: ms brillante que cualquier otro astro, estaba ah, en medio del cielo, como si ese siempre hubiera sido su lugar. Di la orden de partir a la vez que sostena en mis manos el astrolabio y comenzaba mis clculos. Entonces, de reojo, vi a la mujer, de pie en cubierta: alumbrada por los rayos de la estrella, joven otra vez, movida por el viento, era ms hermosa que cualquier cosa que hubiera visto nunca en tierra o en el mar.

    Cul es el tesoro? fue lo nico que pude preguntar. Yo me respondi con una sonrisa.Y partimos en medio de las olas.

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    raquel castro maldonado

    irredenta coyolxauhqui

    Nunca vio la Luna, hasta ese da. Era tan blanca, tan pre-ciosa! Redonda, como era descrita en los cuentos que lea a escondidas. Amorosa, como la dibujaban en las canciones entonadas dentro de las viejas cantinas del letrgico pueblo que se haba queda-do atrs. Misteriosa, como la pintaban los supersticiosos y los buscadores de peligros nocturnos.

    Para nada le pareci mortal: tanta luz slo era compara-ble con la de aquellos senos de la joven criada que no volvi por irse con su amor secreto. O como la nieve de febrero, minutos despus de ser quitada a puos de la cara de su prima Isabel. La luz de la Luna era la cara de Isabel, minu-tos antes de morir bajo el alud. Ni la nieve ni Isabel podran ser la muerte. Demasiada belleza no puede acarrear la au-sencia. Lo mismo debe pasar con la Luna, dijo. Avent la manta y sali del cuartel, caminando como un tonto.

    Esprese, general, usted no General, a dnde va? Eh, t! Avsales a los muchachos que el general se sali del cuartel. Manda poner las vallas!

    La abuela predijo para el recin nacido una Muerte de Luna al tirarle las cartas. La dieciocho fue la primera arro-jada, y sali inversa.

    Grandes cuentos tuvieron que inventar sus padres para convencer al pequeo de no mirar a la Luna: Cada cuatro semanas, la Luna viene por los nios buenos, deca la ma-dre. Me har malo entonces, replicaba el nio. Las otras tres, se lleva a todos los nios perversos. No ser ni bueno ni malo, mam. La Luna se come a la inocencia y mata a las madres de pena! No quieres darme una pena, verdad? Pero l no entenda de aflicciones maternas porque era solo un nio.

    La luz de la Luna provoca ceguera: por eso las parejas deambulan, medio frgiles. No pueden ver y se cuidan el uno al otro, dndose de tumbos contra la pared, deca el padre. Ellos creen que es amor. Pura ceguera lunar. T no quieres ser ciego, verdad, hijo? Y el pequeo no comprenda que su padre hubiera preferido verle muerto antes que fincar

    su relacin en la acotada libertad que ambos padecan.Hecho un hombre, su musculatura, si bien recia, envol-

    va una osamenta pequea. Su piel reflejaba la ausencia de la definicin y las categoras del deseo, o eso que se forja (con mayor o menor intensidad) con cada rayo lunar que atraviesa las pupilas de un ser humano mientras crece. No saba distinguir el deseo de la curiosidad, el amor de la pasin, la sensibilidad de la sensiblera. Ese lado, el de las fuerzas femeninas y nocturnas, era un cuajo al centro del corazn. Lo suyo, era el lado donde se encuentran el da y el don de la beligerancia. Lo dems no importaba en realidad.

    De vez en cuando, el hombrecito solar recordaba los vo-luptuosos trazos lunares que le haba regalado su abuela. Muy en el fondo, se saba dueo de la Luna, y saba que la Luna lo poseera a l tambin, tarde o temprano: Irreden-ta Coyolxauhqui te espera para librar la ms alta de todas las batallas. Podra dudar de cualquier otro encomenda-do, pero de ti no. Aqu o all, no importa dnde, debers ganarle. Eso es lo que ella quiere. Cuando la veas ponerse blanca y tierna, ataca con el corazn. Pelale el corazn, antes que te descuartice a ti.

    Esa noche, cuando algn subordinado traidor dej la ventana abierta, se infiltr la voz de la diosa. Lo llamaba, dulce y sensual, a travs del aire. Los movimientos exter-nos del temerario general se ajustaron para cobrarle el re-troactivo a la noche y pelear contra Coyolxauhqui.

    Haba sido una mala jornada: ciento veinte ejecutados y el campamento sitiado. No haba comido en cinco das. En otros tiempos, l se habra opuesto a mostrar el rostro de la derrota ante el enemigo. Pero esta vez no intent siquiera luchar contra el magnetismo de aquella mujer: reconoci que no tena voluntad. Y sin voluntad no hay fuerza. Mir su cuerpo cansado. Decidi entonces cambiar la estrate-gia: Lucha pasiva, se dijo. Y le entreg el corazn.

    De pronto, al hombrecito solar se le clav un relmpago esclarecedor del sentido de lo nocturno y el deseo. Las categoras del deseo, antes indivisas, ahora eran trocitos rojos que brilla-ban con la luz de la guerrera.

    Del general nadie supo nada a la maana siguiente. Un soldado mudo alguna vez intent contar que haba visto cmo la dio-sa toc la tierra esa noche, bajando en trozos para recoger el ncleo rojo y an con vida de su amado, mientras lo iba recom-p o n i e n d o en el tra-yecto a su casa, ubica-da al otro lado de la Luna. Otros cuentan que desde aquel da, las guerras las pier-den vencedores y vencidos, cuando luchan en ese lugar. Unos cuantos aseguran que los solita-rios invariablemente encuentran ah el amor.

    Ac slo se sabe que Irredenta ya no lanza patadas a si-niestra y diestra contra otros dioses menores. Cuando se pone el sol en este lado, el hombrecito solar recibe los de-dos de los pies de su mujer y los lame, uno a uno, esperan-do que una descarga elctrica le traiga el resto del cuerpo: primero los tobillos, luego las pantorrillas, los muslos y las caderas; les siguen los brazos, los hombros, la espalda, el cuello, las manos, el cabello Y as, hasta que el ritual cul-mina con la entrada por los cuatro puntos cardinales de los pechos, el vientre, el sexo y el rostro completo de la mujer. Comienza la batalla en ese momento.

    Nosotros (no sabemos bien si por ternura, pasin con-tagiada o por un estado de gracia es-pecial que nos atrapa), dejamos que la noche se arraigue, en este lado de la Luna.

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    18marlene carrillo hernndez-ferman

  • la risa

    Cada maana el Sol se des-peina con cuidado, saca brillo a cada uno de sus pelos y se bebe el resto de la noche llena de estrellas de su pozo particular. Luego se asoma al mundo y cuenta las cosas. Cuntas ovejas pastan, cuntas casas permanecen de pie, cules rboles echaron brotes y cules no. El Sol es el gran matemtico pero la arena lo saca de quicio: unos cuantos granos viajan cada noche entre la playa y el desierto, y l nunca acaba de contarlos antes del medioda, para cuando dan las doce el Sol est concentradsimo, por un momento olvida el resto de las cosas y se concentra en los grnulos, entonces brilla con fuerza, tanta, que empieza a achicharrar a los descuidados. Luego se detiene, muerto de risa, y sacude la cabeza llena de arenitas. Para cuando llega la tarde ya dej las dunas en paz y se dirige con pausa a la otra mitad del mundo, baja poco a poco hasta que se sumerge en su sueo misterioso. Antes de dormir le manda seales anaranjadas a la Luna, as las cosas del mundo no se quedan sin guardin. La Luna, moderada, brilla menos que l, mientras teje redes de plata y hace concilibulos semanales.

    El Sol, ese enorme disco bailarn, se aburre con sus cuentas all arriba en el cielo azul. No es que las descuide, porque su trabajo es im-portante, es que tiene una cabeza tan grande que puede pensar en muchas cosas a la vez, y los nmeros son algo que maneja perfectamente bien. Entonces maquina planes de husped. Hace siempre visitas inesperadas, porque nadie conoce ni siquiera los perros el talento m a - temtico del Sol, pero l tiene amplios archivos en su memoria y lleva un conteo diario de los nimos, las

    desidias y las soledades. Como es demasiado grande, demasiado brillante, demasiado caluroso, no puede hacer una visita en su mximo esplendor. Qu hace, pues, el Sol cuando se abu-

    rre? Se mete en la barriga de la gente. No es que embarace a las seoras de panzas redon-das ni que se transforme en fuego lquido cuando los tragaldabas tienen agruras, no.

    Se mete en la de cualquiera, de manera inesperada, y aguarda (durante muy poco, siempre, porque su sincronizacin es perfecta) el momento exacto de salir.

    El Sol es distrado y sentimental, pero eso no obsta para que sea, como buen matemtico, muy exacto. De acuerdo a sus clculos de helio y a sus ecuaciones de alto grado, elige bien a cada persona y elige tambin el cundo y el cmo se va a meter en el plexo, a esperar, agazapado. La gente no lo sabe, pero el me-jor momento en que el Sol entra de prisa es cuando jalan aire para rerse. La ventaja es que, con su enormidad, puede visitar a muchos al mismo tiempo y cada da, en su cuaderno de cuentas, la columna de la suma, en el apartado risas, tiene siempre cantidades con una ristra largusima de dgitos, escri-tos con la mano un poco suelta del que registra un momento feliz.

    Cuando el Sol hace estas visitas se frota las manos doradas, se encoge, entra por la boca, se esconde y, cuando llega el momento, se manifiesta: estalla. Se oyen entonces carcajadas profundas mientras l se riega veloz, el riente gorgorea con la cara colorada, y se despeina un poco; se ilumina alrededor, la risa se contagia y, durante un instante, el que re se olvida de todo, incluso de lo que caus su risa, porque en ese momento, justamente,

    est siendo el mejor anfitrin.Una vez que logr su cometido el Sol se va, hacindole

    cosquillas al planeta, a continuar con sus conteos. El que termina de rerse no sabe por qu, pero se siente ms lige-

    ro, ms profundo, ms humano y, a un tiempo, ms feliz.

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    libia brenda castro

    el juicio y el perdn

    Eran cinco cachorros. Suaves bolas de pelo que chillaban la leche que mam les daba. A los seis aos, el pequeo Daniel los meti en un costal y los llev al ro. Nadie sabe por qu lo hizo, ni l mismo, pero goz intensamente cmo poco a poco el costal dejaba de estremecerse.

    Daniel muri pasados los setenta aos. Fue buen padre, buen esposo, buen abuelo, buen ciudadano. Ayud a amigos y a extraos, y el mundo fue mejor sitio gracias a que l naci. Por lo que en el recuento regresivo, el juicio donde desfilan todos aquellos que lo conocieron, slo se comen-ta de lo bondadoso que fue. Daniel est seguro que entrar al Paraso, hasta que el recuento arriba a su infancia. Entonces los cinco cachorros, contrahechos por el ahogamiento, se presentan ante l. Como a los de-ms, se les pregunta si ellos tienen alguna objecin para que Daniel en-tre al Paraso o, en su defecto, vaya a morar a algn infierno personal.

    Los cachorros lo miran fijamente. Tras unos segundos de reflexin, con voces dulces pese a registrar estertores de ahogamiento, se pronun-cian:

    l fue el mejor de los nios; incapaz de hacernos mal alguno, los ojos de

    los perritos brillan misericordiosos. Al escuchar aquello, Daniel, aver-gonzado, se tambalea, asqueado de s mismo por torturar y matar a los perritos que ahora le permiten entrar al Paraso. Luego de unos minutos de dolerle todo el dolor que causo a sus seis aos, de pronto a Daniel se le aparecen los cinco cachorros.

    l fue el mejor de los nios; incapaz de hacernos mal alguno, dicen los perritos tras unos segundos de reflexin. Daniel llora ante la bondad infinita de aquellos cachorros a los que no permiti gozar de la vida;

    perritos de patas y hocicos rotos en su vana lucha por escapar del cos-tal y quienes ahora le regalan el Paraso. Reniega de su existencia, sabe que no mereca vivir un da ms despus de cometer aquella atrocidad. Luego de unos minutos de sentirse asqueado de s mismo, vomitando su existencia vil que se prolong ms de setenta aos, de pronto los cinco cachorros se presentan frente a Daniel.

    l fue el mejor de los nios; incapaz de hacernos mal alguno, dicen los perritos de narices sangrantes y ojos blanqueados de sufrimiento. Da-niel tiembla por el fro glaciar de la vergenza, le arde su alma llagada de arrepentimiento. Sabe que no merece aquel perdn, sabe que l es la ms ruin de las basuras.

    Los cachorros seguirn presentndosele por toda la eternidad.

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    dgar omar avils

  • centroSiempre intuy que era especial. Pen-saba que el precario equilibrio del

    mundo lo tena como fiel de la balanza, que la permanencia de esa maquinaria estaba subordinada a su existencia. Ahora sabe que no se equivoc.

    Suave se disuelve la armona secreta que une todos los puntos, las pastillas comienzan a surtir efecto. Lo ltimo que escucha es el latido con que se apaga su corazn y el mundo, todo, deja de existir.

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    edilberto aldn

    menester de juglara

    Para Libia Brenda

    El maana es ayer todavadira a partir de lo que Borgesha dejado como primera lneapara una edicin del I Ching

    Un porque s escrito sobre caparazones de tortugas asomadas entre las nubes: efmeras en el tanteo de sus patasy sus cuellos se deslindan del azul

    Esa precisa y no otra y tambinla siguiente aunque no aquellaprecisamente porque era as,incluso antes de tenida su idea

    El maana es el ayer transcritose ha dejado caer sobre la mesatirado un naipe y el siguienteen cruz con el arcano velado

    Es la esperanza de saberse ande encontrarse en esa misma encrucijadarepetida hasta el hartazgo transformadaen las novedades que trae a nuestros ojos

    El dibujo del mundo entraa una suertelo dice todo lo desdice dependesi cae de pie o de cabeza y si es el solo la luna entre bastos o copas

    Los ojos de ella son enormes y negrosen la mirada que tras las gafas une arcano y lugarun espejo que es todo mar para hundirseelemental segn sea la mano que mueva la veleta

    Me pedira silencio si no me diera una sonrisacontrita ante los santos y guardas y vueltasen la salvedad de todos los vnculos y tretastoma aliento antes de proferir la primera palabra

    ricardo pohlenz

    Elaborado por Servicios Editoriales de Aguascalientes S. de R.L. de C.V. para La Jornada Aguascalientes.

    editores edilberto aldn / joel grijalva

    consejo adn brand /beto buzali / alberto chimal / luis corts juan carlos gonzlez / rodolfo jm / jos ricardo prez vila / norma pezadilla /jorge terrones/ gustavo vzquez lozano

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    jani

    tzio

    ala

    tris

    te

    por

    tada

    : jan

    itzi

    o al

    atri

    ste