Guerra es guerra

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GUERRA ES GUERRA Aunque ciertos encopetados personajes lo nieguen, en Colombia existe un conflicto social armado, entre quienes, se dicen del lado del Estado (incluidos los de la ilegalidad), o forman parte de él, como los cuerpos armados y las personas que por algún motivo, se han ido al monte a buscar otras vías de transformación social y política. Los dos bandos están en una contienda frontal, en ocasiones tan ruda que no dudan en violar las reglas internacionales para matar a discreción y con las armas que sean necesarias. Pero hay otra guerra intensa, más general y a veces más sutil, se trata de aquella donde los poseedores del poder económico arremeten contra los pobres del país y del mundo para conservar el control político y ampliar sus márgenes de ganancia. Con la lógica de “guerra es guerra” los ricos-ricos (con ayuda de los arribistas inescrupulosos) a lo largo de la historia han aprendido a poner en marcha, cada vez que lo juzgan necesario, una amplia variedad de estrategias: trazan alianzas matrimoniales, divulgan la palabra del “Dios verdadero”, “democratizan” las empresas del Estado entre un puñado de fulanos, fundan sus medios de comunicación para propiciar la “libertad de prensa”, asignan subsidios a los empresarios con dineros públicos, reparten condecoraciones, planifican la “flexibilidad laboral”, y exportan o enseñan al mundo (Irak o Afganistán) sus peculiares formas de democracia y de seguridad. Así, durante muchos años los monopolios han estado felices con hombres como Bush,

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Una corta presentación sobre los mecanismos de la guerra en Colombia que hacen que los ricos sean cada día mas ricos y los pobres más pobres

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GUERRA ES GUERRA

Aunque ciertos encopetados personajes lo nieguen, en Colombia existe un conflicto social

armado, entre quienes, se dicen del lado del Estado (incluidos los de la ilegalidad), o forman

parte de él, como los cuerpos armados y las personas que por algún motivo, se han ido al monte a

buscar otras vías de transformación social y política. Los dos bandos están en una contienda

frontal, en ocasiones tan ruda que no dudan en violar las reglas internacionales para matar a

discreción y con las armas que sean necesarias.

Pero hay otra guerra intensa, más

general y a veces más sutil, se trata de

aquella donde los poseedores del poder

económico arremeten contra los pobres del

país y del mundo para conservar el control

político y ampliar sus márgenes de

ganancia. Con la lógica de “guerra es

guerra” los ricos-ricos (con ayuda de los arribistas inescrupulosos) a lo largo de la historia han

aprendido a poner en marcha, cada vez que lo juzgan necesario, una amplia variedad de

estrategias: trazan alianzas matrimoniales, divulgan la palabra del “Dios verdadero”,

“democratizan” las empresas del Estado entre un puñado de fulanos, fundan sus medios de

comunicación para propiciar la “libertad de prensa”, asignan subsidios a los empresarios con

dineros públicos, reparten condecoraciones, planifican la “flexibilidad laboral”, y exportan o

enseñan al mundo (Irak o Afganistán) sus peculiares formas de democracia y de seguridad.

Así, durante muchos años los monopolios han estado felices con hombres como Bush,

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quienes a su vez, ha vivido muy complacido con nuestra oligarquía, y ésta lo ha estado con sus

presidentes, porque cada que pueden, ellos va al imperio a expresar de rodillas los intereses y

deseos de los acaudalados de Colombia. A Nueva York no van nuestros mandatarios a exigir

independencia en política exterior, a luchar por salarios dignos, a buscar la viabilidad para los

planes nacionales de salud, educación y vivienda popular, por una razón sencilla, son financiados

por la Sac, la Andi, la Anif, las Camaras de Comercio, en fin por gente de buen nombre que

incluso llegan a ser “demócratas” de perfil parapolitico. (grupos armados que hacen el trabajo

sucio de eliminar luchadores populares e insurgentes. Mezcla de militares, narcotraficantes y

delincuentes comunes)

Por lo anterior es que no sorprende que los ricos del mundo se traten casi como

hermanos, aparecen en las revistas de farándula, son figuras de la televisión y viven

componiendo las mismas partituras que se tocan al unísono en Miami, Londres o Madrid. Desde

sus refugios inventan noticias infundadas contra los presidentes insumisos, acusan de terroristas

a sus enemigos, hablan de globalización económica, se sueñan con volver a los tiempos de la

guerra fría y pregonan que sus estilos de vida son el fruto de su “trabajar y trabajar” como

destacados ejecutivos de sangre azul. Con esa maquinaria de guerra legal, simbólica o discursiva,

las elites intentan siempre descalificar el universo de los pobres, lo hacen desde el Estado, con

sus partidos políticos, por medio de sus editorialistas de la prensa libre, ayudados por

predicadores, con la televisión y la radio. Ha sido una guerra donde no ha habido escrúpulos, sin

ley y sin moral, pero en todo caso muy exitosa porque les ha dejado a sus promotores enormes

dividendos. Si no me creen pregunten por la biografía de los multimillonarios de este país, por lo

que ellos han hecho con el poder político, lo que hacen frente a los desplazados, a los huelguistas

y frente a quienes intentan el ejercicio legal de la oposición.

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UNA SEMANA EJEMPLAR.

Tras las ordenes del banquero Luís Carlos Sarmiento Angulo para que el gobierno

aplastara el paro de los trabajadores de la justicia con el decreto de Conmoción Interior,

volvimos a recordar aquellos oscuros tiempos del Estado de Sitio, cuando toda protesta social era

vista bajo la óptica de la amenaza del comunismo internacional; tiempos de torturas,

desapariciones y también de “falsos positivos” (asesinato por manos de agentes del Estado).

Pensé que ese gesto era una muestra suficiente de la guerra no declarada que los ricos le han

impuesto a los inconformes, pero me equivoqué porque la semana comprendida entre los días 20

y el 26 de octubre del 2008, este país le enseñó al mundo otra gran variedad de ejemplos de la

clase de “democracia” que tenemos y que ponen en ridículo a esos patrioteros que en el exterior

sacan pecho y ondean la banderita con los ojitos cerrados.

Pero veamos, cuáles fueron los

eventos de dicha semana “paradigmática”. El

día lunes 20 la emisora W radio empezó su

campaña para conseguir, con los almacenes

Carulla, que los uniformados lesionados en

combate pudieran tener una bonificación

adicional en navidad. Un detalle bondadoso

que claramente olvida a las otros cientos de victimas no oficiales de la guerra. Frente a la

agitación social creciente el 22 Caracol en su página Web decía: “La iglesia católica en Risaralda

se quejó del carácter inoportuno de la protesta social que se está viviendo en Colombia”. Es la

vieja táctica de los medios para acallar o demostrar a través de sus titulares o con ayuda de sus

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“analistas” oficiales o de bolsillo, la inconveniencia de la protesta, como hicieron con las justas

demandas de los corteros de Caña. El 23 de octubre, se cumplió el paro nacional, una expresión

que obviamente fue fustigada previamente por el gobierno central, alegando que tenía tinte

“político”, como si eso fuese un pecado. Afortunadamente con la estrategia de divide y reinaras

lograron que la CGT se apartara de aquellos sindicatos consecuentes con las reivindicaciones

populares. El 24 fue la oportunidad para otro ejemplo de la guerra simbólica, fue galardonada

Ingrid Betancourt con el premio Príncipe de Asturias, mientras en las montañas estaba el

profesor Moncayo, el hombre que más kilómetros a recorrido la geografía nacional, luchando por

el intercambio humanitario. Pero claro ella representa a otros sectores sociales más distinguidos.

Pero en cuanto a la guerra directa que se ha implantado para estimular la “confianza

inversionista” tenemos que resaltar los efectos colaterales de la tan mentada seguridad

democrática, (Plan Colombia con 700 millones de dólares otorgados por los gringos) que aparte

de generar desplazamiento ha traído un aumento creciente de los asesinatos extrajudiciales y

desmanes por parte de la fuerza pública, tal y como esa semana mostró, ante la comunidad

internacional, la CNN con el video de la represión a tiros de fusil, del movimiento indígena. En

ese mismo sentido vimos que el gobierno nacional tubo que apartar del servicio a tres militares

de alto rango por estar envueltos en el creciente número de jóvenes acecinados por la fuerza

pública en los ya bien famosos “falsos positivos”. Y como si eso fuera poco el día 22 a la

directora del DAS (Órgano dependiente de la presidencia) le fue aceptada la renuncia por el

escándalo de la persecución a los miembros del partido Polo Democrático. Fue el Watergate

Criollo que seguramente pasará sin pena ni gloria, gracias a las fiscalías de bolsillo (y así pasó),

pero que recuerdan las listas negras que en el pasado se confeccionaron para eliminar a los

miembros de la oposición.

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El último evento para recordar de esa semana de

democracia fallida fue el show mediático que el alto

gobierno montó con la ayuda de sus medios de

comunicación, en especial RCN y Caracol para

minimizar al máximo la marcha de los indígenas que

llegaron a Cali. En efecto la traída de Oscar Tulio

Lizcano resultó siendo una idea excelente que dejó

extenuados y con cierta sensación de derrota a los miles

de indígenas que vieron a la capital del Valle a reclamar

sus derechos. Fue bochornoso ver cómo el domingo 26

presidente estuvo al final de la tarde tratando de aparentar, desde un puente peatonal y con un

megáfono en mano, que es un hombre dispuesto al diálogo, transparente y leal a los intereses de

sus gobernados. Y eso después de que tildara a los indígenas, una y otra vez de estar aliados con

el terrorismo. Tal vez en este país haya quienes padecen una ceguera con el cuento de la

popularidad pero aquí como en el plano internacional hay gente pensante que no olvidará esa

semana ejemplar de la presidencia más corrupta que ha tenido Colombia.