Hannah Arendt El Valor de Pensar

2
Universidad Nacional de Colombia Facultad de Ciencias Humanas Departamento de Filosofía SFC – El valor de la verdad Ignacio Ávila. Daniel Toro. Cod.:04433226 Tercer informe Uno de los aspectos que resulta más problemático a lo largo del texto de Hannah Arendt está relacionado con la distinción entre la experiencia propia del pensar y las respuestas “desde el exterior” que parecen ofrecer los pensadores profesionales. El modelo para permitir distinguir a estos pensadores profesionales de aquellos que tienen la experiencia del pensamiento como tal, es Sócrates. La descripción que realiza Arendt de Sócrates contiene muchos elementos que merecen ser mencionados: Sócrates es un pensador ocupado fundamentalmente de realizar preguntas a sus interlocutores y poner en cuestión las respuestas sobre muchas cosas de interés común, como la piedad, la valentía, la belleza, etc. Este proceder fue considerado por Hannah Arendt como la mejor ejemplificación de lo que es la actividad del pensar. Valiéndose de la postura de Heidegger sobre Sócrates, Arendt puntualiza que la experiencia del pensamiento –que es como un viento– es comparable a una tempestad, en la cual todo se levanta, y es removido por su fuerza. La metáfora sirve para ilustrar el carácter negativo (negativo en el sentido de no ofrecer resultados concretos, no en el sentido de que sea “malo”) del pensamiento que se observa a través del modelo socrático: se trata de cuestionar todo, de remover todo, de no dar por entendido absolutamente nada. Este carácter negativo de pensamiento se ve cada vez con más detalle, por ejemplo, con los distintos modos en que Sócrates es descrito: como tábano, comadrona y torpedo. Estos modos de hablar de Sócrates ponen ahora en evidencia, no solo el carácter negativo, sino, de algún modo, el proceder del pensamiento: se trata, en primera medida, de estimular el pensamiento (aguijonear como el tábano); una vez el pensamiento es estimulado para que se dedique a examinar las cosas que se le proponen, se procura que el examen se desprenda de los prejuicios que le impiden hacer un examen adecuado (se desecha el “engendro inmaduro” tal como hacen las comadronas); por último, se procura que aquel que se ha iniciado en el camino del pensamiento se “paralice”, es decir, se haga dueño de las perplejidades que se obtienen y abandone el lugar como que tenía cuando se hallaba irreflexivo. Una vez obtenido esto, creo que es importante que se mueva de nuevo y se sacuda para seguir indagando. Hacer énfasis en el carácter integral de estos elementos es importante para no caer en las trampas del nihilismo, por ejemplo, que tornan a dar vuelta a los elementos examinados, negándolos de tajo, y dando lugar a cosas nuevas que, a la postre, se vuelve objeto de irreflexión. El caso del nihilismo representa el caso de alguien que solo pasó por la estimulación del pensamiento, y que, quizá, solo se desprendió de algunos prejuicios, pero no se apropió de las perplejidades como instancias que estimulan nuevamente el pensamiento, de modo que sus resultados conducen a la detención de la

description

Pensamiento y acción

Transcript of Hannah Arendt El Valor de Pensar

Page 1: Hannah Arendt El Valor de Pensar

Universidad Nacional de ColombiaFacultad de Ciencias HumanasDepartamento de FilosofíaSFC – El valor de la verdadIgnacio Ávila. Daniel Toro. Cod.:04433226 Tercer informe

Uno de los aspectos que resulta más problemático a lo largo del texto de Hannah Arendt está relacionado con la distinción entre la experiencia propia del pensar y las respuestas “desde el exterior” que parecen ofrecer los pensadores profesionales. El modelo para permitir distinguir a estos pensadores profesionales de aquellos que tienen la experiencia del pensamiento como tal, es Sócrates. La descripción que realiza Arendt de Sócrates contiene muchos elementos que merecen ser mencionados: Sócrates es un pensador ocupado fundamentalmente de realizar preguntas a sus interlocutores y poner en cuestión las respuestas sobre muchas cosas de interés común, como la piedad, la valentía, la belleza, etc. Este proceder fue considerado por Hannah Arendt como la mejor ejemplificación de lo que es la actividad del pensar. Valiéndose de la postura de Heidegger sobre Sócrates, Arendt puntualiza que la experiencia del pensamiento –que es como un viento– es comparable a una tempestad, en la cual todo se levanta, y es removido por su fuerza. La metáfora sirve para ilustrar el carácter negativo (negativo en el sentido de no ofrecer resultados concretos, no en el sentido de que sea “malo”) del pensamiento que se observa a través del modelo socrático: se trata de cuestionar todo, de remover todo, de no dar por entendido absolutamente nada. Este carácter negativo de pensamiento se ve cada vez con más detalle, por ejemplo, con los distintos modos en que Sócrates es descrito: como tábano, comadrona y torpedo. Estos modos de hablar de Sócrates ponen ahora en evidencia, no solo el carácter negativo, sino, de algún modo, el proceder del pensamiento: se trata, en primera medida, de estimular el pensamiento (aguijonear como el tábano); una vez el pensamiento es estimulado para que se dedique a examinar las cosas que se le proponen, se procura que el examen se desprenda de los prejuicios que le impiden hacer un examen adecuado (se desecha el “engendro inmaduro” tal como hacen las comadronas); por último, se procura que aquel que se ha iniciado en el camino del pensamiento se “paralice”, es decir, se haga dueño de las perplejidades que se obtienen y abandone el lugar como que tenía cuando se hallaba irreflexivo. Una vez obtenido esto, creo que es importante que se mueva de nuevo y se sacuda para seguir indagando. Hacer énfasis en el carácter integral de estos elementos es importante para no caer en las trampas del nihilismo, por ejemplo, que tornan a dar vuelta a los elementos examinados, negándolos de tajo, y dando lugar a cosas nuevas que, a la postre, se vuelve objeto de irreflexión. El caso del nihilismo representa el caso de alguien que solo pasó por la estimulación del pensamiento, y que, quizá, solo se desprendió de algunos prejuicios, pero no se apropió de las perplejidades como instancias que estimulan nuevamente el pensamiento, de modo que sus resultados conducen a la detención de la tempestad del pensamiento. Algo similar ocurre con aquellos pensadores que escriben: acudiendo de nuevo a la metáfora del viento, ellos estarían enfrascados en la tarea de capturar en una fotografía el poder y el valor de una ráfaga de viento.

Todas estas cosas me llevan a pensar que el carácter negativo del pensamiento lo hace completamente distinguible de intentos intelectuales de carácter positivo, como por ejemplo, el de teorizar. Si mi lectura es acertada, el pensamiento, en estricto sentido, es una actividad que está en constante movimiento, cuya característica esencial es no dar nada por supuesto, ni dejar que el lenguaje cristalice algo que está sometido constantemente a la problematización. Esto explicaría el hecho de que –si confiamos en que los primeros diálogos de Platón son fiel retrato de Sócrates– los diálogos socráticos resultasen aporéticos. Esto también permite explicar por qué la respuesta de los pensadores profesionales no resulta satisfactoria y hasta cierto punto, sospechosa: dicha respuesta es fundamentalmente un intento por teorizar sobre lo que significa pensar y sobre qué nos hace pensar. Si hasta ahora tiene sentido lo que digo, cabría considerar bastante plausible la sugerencia dada en la clase pasada según la cual Hannah Arendt estaba haciendo una fenomenología muy particular del pensamiento. Sin embargo, uno de los problemas –y Arendt lo reconoce– es que, de algún modo, el resultado del pensamiento son ideas, valroes, conceptos. Y aunque el pensamiento en su misma dinámica destruya tales cosas para seguir dando curso a su actividad negativa, existe al menos un momento positivo dentro de la actividad del pensar. Esto obligaría, a mi juicio, a reconsiderar la oposición subyacente en el texto de Arendt acerca de la profunda diferencia entre el pensamiento como actividad negativa y otras actividades que ofrecen resultados y que parecen detener el pensamiento. Cabría pensar que, en cierto sentido, la actividad teórica es fruto del pensamiento, y en cierto modo, es también estimulante de ella. La cuestión que me parece más importante considerar es ¿Hasta qué punto sería deseable concebir la actividad del pensamiento como una actividad puramente negativa? Si eliminásemos su contraparte positiva ¿Hallaría el pensamiento algo de qué alimentarse? Intuyo de algún modo que la historia del pensamiento no es otra que la de su complementariedad con su contraparte positiva.