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Autora

Josefa Cedillo Vicente (Barcelona, 1964).Hija de padres oyentes, su sordera es ge-nética. Se detectó a los cuatro años, trasel descubrimiento de la sordera profundade su hermana, un año menor. Hizo los

estudios de Educación primaria tanto enescuelas específicas para sordos como enescuelas de integración. Ha participadoen varias entidades de sordos, ha traba-

 jado en la ONCE y ha colaborado con latelevisión catalana. Diplomada en Pro-fesorado de Educación General Básica,especialista en la Patología del Lenguaje

 y profesora de Lengua de Signos Catala-na. En la actualidad trabaja en el Centrode Recursos Educativos para DeficientesAuditivos de Catalunya (CREDAC) PereBarnils como logopeda y maestra dealumnos sordos/as.

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Pepita Cedillo Vicente

Háblame a los ojos

OCTAEDRO

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Título: Háblame a los ojos

Primera edición en papel: mayo de 2004

Con la colaboración de la Fundació Propedagògic

Autora: Josefa Cedillo Vicente

Primera edición: noviembre de 2009

© Josefa Cedillo Vicente

© De esta edición:Ediciones OCTAEDRO, S.L.

Bailén, 5 - 08010 Barcelona - EspañaTel.: 93 246 40 02 - Fax: 93 231 18 68

[email protected]://www.octaedro.com

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación

pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la

autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase

a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.

org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-9921-030-8

Depósito legal: B. 43.976-2009

D: E O

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Para ti, que me lees.

Para los que me escuchan con los ojos.

Y para todos los que han hecho posible este libro.

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Prólogo

El libro que tengo el placer de presentar está escrito por PepitaCedillo, maestra y logopeda sorda.

Mi vinculación con Pepita se inició el año 1989, en el queella empezó a trabajar en la institución de alumnado sordo en

la que yo trabajaba. Sin embargo, no fue hasta 1996 que nues-tra relación cambió de rumbo.

Un día me mostró con inquietud y rubor unos primeros tex-tos que escribía en secreto a modo de diario. Eran escritos cor-tos que ella denominaba «escenas visuales». La temática varia-ba, pero tenían en común el hecho de evocar situaciones vividaspor ella misma o que otros le habían relatado. Éstas eran el

punto de partida para reflexionar y escribir sobre los sordos,los oyentes y cómo ambos se ven, se encuentran y desencuen-tran; cuáles son las distancias y cuáles los puentes de diálogo.Se trataba de escenas parcial e intencionalmente deformadaspara preservar el anonimato de los protagonistas, pero que noeran únicas, en el sentido que ponían en evidencia contextosvitales compartidos por muchas personas sordas: el sentimiento

de marginación en la escuela, ¿qué persona sorda no lo ha vivi-do?; el desconocimiento y la negación de los sordos por partede los oyentes, a causa de la invisibilidad de la sordera, y la

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creencia de su transitoriedad; el monopolio de la lengua oral enla educación y el calvario de su aprendizaje; el no reconocimien-to de la Lengua de Signos y su continua reivindicación; la tute-la, el proteccionismo y, a veces, el control de los profesionalesen la vida familiar y social de las personas sordas, etc.

Lo que leí me causó una gran emoción. No obstante, en unprimer momento consideré que no era una juez imparcial por-que tanto mi amistad con Pepita como el compromiso en la edu-cación de las personas sordas influían en mis criterios. Di a leerlos textos a un par de personas próximas y confirmaron miapreciación de que tenían un enorme valor. Pepita se sorprendiópor el interés y la valoración positiva que otros mostraban y estola incentivó a proseguir pero, sobre todo, le hizo darse cuenta deque aquellas producciones podían tener un objetivo distinto delinicial; era necesario que lo íntimo deviniera público.

Efectivamente, los textos recogidos en el libro son el testi-monio de una serie de experiencias particulares y personales

de la autora que ayudan a entender parte de su historia pero,en la medida que se ubican en un tiempo y un espacio concretodonde otras personas también sordas comparten experienciascercanas o similares a las suyas, nos muestran destellos de otrarealidad social desconocida para los oyentes. Por ello este libroadquiere una dimensión social que permite entrever aspectosde la vida de la comunidad sorda. En consecuencia, es un va-

lioso documento para acercarnos también a los problemas ac-tuales de la comunidad sorda en el estado español y, segura-mente, en otros lugares del planeta.

En castellano disponemos hasta el momento de escasas tra-ducciones que hablen de las personas sordas concebidas comominoría definida en función de la Lengua de Signos y de la cul-tura visual. En contraste, existen muchas en las que los sordos

son vistos desde lo que se ha convenido en llamar el «modelomédico rehabilitador» según el cual ser sordo se equipara y re-duce a la sordera, es decir, a la falta de audición. Lo que sucede

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es que la audición no es un sentido cualquiera: es aquel que daacceso al lenguaje de modalidad sonora, que es el mayoritario.Las personas que son sordas desde el nacimiento, o desde lamás tierna infancia, resultan desconocidas para los que siemprehemos oído y siempre hemos vivido atrapados en el lenguaje,incluso desde antes de nacer, por lo que de nosotros han dichoy nos han dicho y hemos oído desde muy pequeños.

A menudo intentamos representarnos la sordera tapándo-nos los oídos pero, obviamente, este proceder la deforma y lahace parcial. Seguramente a ningún lector le resultarán extra-ñas afirmaciones tales como «el ser humano se constituye gra-cias al lenguaje» o «la barrera entre lo animal y lo humanoradica en el lenguaje». Es más, probablemente la gran mayoríade personas oyentes coincidan y las compartan. Sin embargo,después de constatar lo obvio de estas afirmaciones es impres-cindible plantearse una cuestión derivada: ¿qué incidencia tie-ne para el desarrollo de la gran mayoría de los niños sordos

que tienen padres oyentes el hecho de no disponer desde el na-cimiento de un pleno acceso a una lengua idónea a sus particu-lares características perceptivas y expresivas? A mi modo dever este libro orienta la respuesta adecuada a esta pregunta.

En las personas sordas hay un antes y un después definidopor la posibilidad de que no tengan o, por el contrario, tengana su disposición la Lengua de Signos para construir su desarro-

llo. También para los oyentes existe un antes y un después sub-jetivo; podemos acercarnos al conocimiento individual o socialde las personas sordas sólo mediante nuestro lenguaje habladoo aceptando la intermediación de la Lengua de Signos. Nuestravisión de las personas sordas en uno y otro caso será totalmen-te distinta y, contrariamente a lo que podría suponerse, a me-dida que avanzamos en el uso de la Lengua de Signos y, gracias

a ella, se incrementa el intercambio comunicativo con las per-sonas sordas, la dimensión de lo que en realidad implica sersordo prelocutivo se hace más patente y más radical. El decreto

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de finales del siglo xix que proscribió la Lengua de Signos dela educación de las personas sordas tuvo consecuencias dramá-ticas para el desarrollo porque el lenguaje es la herramienta desocialización e individuación por excelencia, de creación depensamiento, incluso de elaboración de afectos; herramientasimbólica básica que permite dar sentido al mundo y crearmundos posibles.

El libro está organizado en cinco partes que tienen dos ejesconductores entrecruzados: por un lado, el contraste entre laépoca en que la autora era pequeña y después cuando ya esadulta y, por otro lado, el contraste de perspectivas según quelos protagonistas sean oyentes o sordos o, en ocasiones, ciegos.A su vez, cada parte incluye una serie de «escenas visuales»,feliz hallazgo estilístico de la autora que resulta absolutamenteidóneo para ser escrito por una persona sorda.

Es un libro del que fluye una gran humanidad y madurez, yque tiene la particularidad de estar escrito desde «dentro» de

la comunidad sorda o, si se prefiere, desde la frontera entre lascomunidades sorda y oyente. Está dirigido a las personas sor-das, a los padres de los niños sordos, a los profesores y profe-soras, porque seguro que les interesará, pero también interesa-rá a cualquier persona abierta a conocer situaciones yproblemas que afectan nuestra vida en sociedad, a conocerotras culturas, otras lenguas, y los deseos y necesidades que

afectan a una particular minoría.Los oyentes tenemos pendiente la deuda de dar cumplimien-

to a la demanda que las personas sordas plantean: respetarlasreconociendo sus derechos lingüísticos. Me gustaría que la lec-tura del libro contribuyera a este objetivo.

Rosa M. Bellés i Guitart

Barcelona, enero 2004

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A modo de introducción

No soy escritora. No pretendo hacer literatura. Sólo quierotransmitir unas vivencias personales, unas reflexiones propiascomo persona sorda. Tenía que elegir una manera de escribir ellibro, un estilo en el que me pudiera desenvolver con cierta

soltura. Con lo que me permite mi bagaje cognitivo, mi lengua-je. Y, también, para que las personas que lo lean decidan dedi-car algo de su tiempo a una lectura amena e interesante. Porello, empecé a probar escribiendo unos relatos en los que apa-recían escenas vividas por mí.

A medida que iba avanzando en la escritura construí otrostipos de relatos surgidos a raíz de un diálogo interior. Es decir,

me hago preguntas y yo misma me respondo. Estos diálogoshacen aflorar distintos personajes que van apareciendo en al-guna de las escenas vividas. Unas escenas son creadas a partirde un ensayo. Son textos que hubiera escrito en forma de char-la o de discurso formal, como los que se imparten en una es-cuela o en una conferencia, y los he transformado en escenasporque me resultan más asequibles, atrayentes y comprensi-

bles. Otras secuencias son contadas por diferentes personas.Unos relatos son el resultado de varios fragmentos de mi vidaque se articulan en una sola escena. Otros están construidos a

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partir de una idea, de una frase o de una pregunta que hacenalgunas personas y que se repiten con cierta frecuencia a lolargo de mi vida.

En definitiva, son relatos redactados por una persona sorda.Hablan de cómo percibo, pienso y siento el mundo. Me heconstruido a partir de la relación con distintas personas y cir-cunstancias: padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos,vecinos, amigos, compañeros y profesores, personas adultassordas y oyentes, conocidas y desconocidas. Sin olvidar otrosaspectos imprescindibles que también me han ayudado en miconstrucción: la lectura de libros de disciplinas diversas, la vi-sión de películas subtituladas... A partir de esta mezcla de per-sonas, experiencias y vivencias he elaborado este libro. En elproceso de escritura, poco a poco, fui descubriendo que meexplicaba mejor. Escribir me permitía descubrirme y conocer-me un poco más, como si realizara un viaje hacia mí misma.Me permitía aclarar mejor mis ideas y mis pensamientos y sen-

tirme mejor. Me permitía crecer interiormente.No quería que mi equipaje de experiencias fuera enterrado

bajo tierra junto con mi cuerpo. Deseo que mis vivencias seesparzan en el devenir del universo cuando mi cuerpo se trans-forme en polvo. Espero que la experiencia vivida pueda ser dealguna utilidad para aquellas personas que inicien ahora la lec-tura, les sea agradable y que, al menos, disfruten tanto como

yo mientras escribía estas páginas.

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CUANDO ERA PEQUEÑA

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Érase una vez...

Tengo unos once años. Me encuentro sentada en un pupitre enel centro de la primera fila de una clase compartida con unascuarenta compañeras oyentes. Todas somos chicas. Todas uni-formadas con unas batas de rayas finas azules sobre fondo

blanco. Estoy en quinto de primaria. La clase es inmensa si lacomparo con las que estuve en las dos anteriores escuelas, la deoyentes y la de sordos. Es mi segundo año aquí.

Veo aparecer por la puerta una monja regordeta y bajita,arropada de pies a cabeza con su hábito completamente azulmarino, excepto el blanco que sobresale bajo el cuello y en-marca su rostro. Esta monja, nuestra profesora tutora, lleva un

disco bajo el brazo y lo pone en un tocadiscos. Observo la tapadel disco y trato de fijarme en su título: Pulgarcito. No sé loque es, me digo.

—Pepita, ven aquí —pienso que me dice al señalarme yacompañar el gesto de venir con el movimiento de los labios.La monja vocaliza bien cuando se dirige a mí.

Me acerco donde está el tocadiscos, situado junto a la ventana

y a la mesa de la maestra que se encuentra encima de la tarima.—¿Y la silla? —me pregunta la monja como si ya me lo hu-biera dicho antes.

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—¡Ah sí! —respondo haciendo como que me había despis-tado.

Miro a mi alrededor las caras de mis compañeras, para versi la actividad que vamos a hacer es interesante para ellas. ¿Ypara mí? Todavía no lo sé. Cuando ya me he situado cerca deltocadiscos, la monja pone en marcha el aparato. Percibo músi-ca. Sé que es música porque es un sonido melodioso, muy dis-tinto a la voz. Y además me encanta la música. Un poco mástarde aparece una voz. Es la voz de un hombre, porque la per-cibo grave. O así le llega a mi oído derecho a través del audífo-no. Pienso que está presentando un concierto o algo por el es-tilo. Es como cuando veo la televisión: primero aparece elpresentador y luego las canciones. Esta voz me pone nerviosa ytengo ganas de que termine para que aparezca de nuevo la mú-sica. Espero un rato más a ver qué pasa y observo a mis com-pañeras: están muy atentas. No me atrevo a interrumpirlaspara preguntarles de qué se trata. Por fin, aquí está la música

otra vez. Es agradable y suave y puedo disfrutar cierto tiempooyéndola.

—¡Oh, no, otra vez, no! —me espanto en silencio cuando,de nuevo, surge la misma voz.

Yo pensaba que después de la voz, de la presentación, sólohabría música. Pero no, aparece otra vez la voz y poco despuéssurgen otras voces distintas y ya no sé si son mujeres o niños.

De vez en cuando, aparece la música en medio de las vocespero siempre por muy poco tiempo. Y me esfuerzo para escu-char sin enterarme de nada. Espero a que termine, sin distraer-me, aparentando que escucho ya que la monja no me quita losojos de encima ni un instante. Por fin, la mezcla de voces haterminado y me pregunto qué va a pasar a continuación.

—¿Has entendido? —me suelta casi por sorpresa la monja,

aunque es una pregunta que frecuentemente hace para com-probar si he entendido lo que me dice.He comprendido su pregunta. Le digo que no. Acto segui-

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do, la monja vuelve a poner en marcha el disco. Miro a miscompañeras para ver qué gestos hacen ante este hecho. Sientouna inmensa vergüenza por lo que puedan pensar. Sus carasparecen interesadas y no están molestas. Están muy atentas ycreo que les interesa mucho la historia que sale del disco quegira rítmicamente. No parece importarles que la misma histo-ria se repita. ¿Y a mí? No sé qué decir, no sé qué siento, simple-mente intento escuchar y sigo sin entender lo que dicen las vo-ces que proceden del disco. Ahora ha acabado.

—¿Has entendido? —vuelve a preguntarme la monja al fi-nalizar la mezcla de voces.

Ahora me encuentro en una situación incómoda en la queno quiero seguir. ¿Qué hago? Miro a mí alrededor y tiemblo.Qué podría pasar si vuelvo a negar ya que mi experiencia in-fantil me dice que, al negar por segunda vez, las personas adul-tas y los niños se suelen empezar a enfadar. Los ojos de miscompañeras se fijan en mí. Después, mis ojos se dirigen a la

monja. Veo su cara. Intento buscar la respuesta más adecuadapara salir del atolladero en que me encuentro.

—Un poquito —se me ocurre decir.—¿Quieres que suba el volumen? —me pregunta acompa-

ñando con el gesto de señalar el volumen del tocadiscos.Niego con la cabeza.—Oigo bien —le digo.

Claro que oía. Si aumentaba el volumen me molestaba. Escomo los flashes de una cámara fotográfica: además de no po-der ver nada de lo que tienes delante, te molestan sobremaneraa los ojos. Así es como oía con el audífono si aumentaban elvolumen.

Así pues, por tercera vez, la monja regordeta vuelve a ponerel disco. No parece estar enfadada y mis compañeras tampoco.

Yo, sin embargo, estoy inquieta, molesta, angustiada. Deseoenormemente salir de esta situación que me oprime. Mientrasel disco sigue girando, observo a mis compañeras y descubro a

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una de ellas que está vocalizando silenciosamente. Capto algu-nas palabras, sólo algunas, y me da una gran alegría.

—No, no, por favor..., estás flaco..., te comeré...Estoy contentísima aunque todo aquello no tenga ningún

sentido. Captar algunos retazos de frases es como descubrir untesoro. Pero la compañera deja de articular los labios. Yo, conuna expresión suplicante de mis ojos, le pido desesperadamen-te que siga vocalizando. Pero ella, o no me ha entendido o estácansada o, simplemente, no quiere continuar. El disco se haparado. Ha dejado de girar. Y ahora ¿qué? Miro a la monja yespero su próxima reacción.

—¿Has entendido? —me pregunta de nuevo.—Sí, un poquito más —le contesto en voz muy baja.—¿Quieres que vuelva a poner el disco? —comienzo a vis-

lumbrar su rostro de enfado.Niego repetidas veces, asustadísima. Mi cuerpo tiembla, es-

toy tensa. No sé qué decir.

—Bien..., a tu sitio, y escribe un resumen... —me ordena.Tengo el papel a rayas delante y, al mismo tiempo, sigo ob-

servando a la monja. He de escribir sobre lo que he entendido.Quiero cumplir con la tarea que me ha impuesto aunque detes-to tener que escribir algo. Además, si no sé de qué se trata,¿qué puedo escribir? Mis compañeras están trabajando sobresus hojas y no consigo ver lo qué escriben, no me dejan ver. La

que está a mi lado va dejando letras en su papel muy ensimis-mada. La llamo sin que me vea la monja para que me deje leerlo que ha escrito. Ella accede y puedo ver la primera línea queempieza así: «Érase una vez un niño llamado Pulgarcito...» Derepente siento un gran alivio. Estoy contenta porque compren-do esta frase y sé que se trata de un cuento porque los cuentossuelen empezar así. Le devuelvo el papel antes de que nos pille

la monja. Comienzo a escribir lo mismo que mi compañera:«Érase una vez un niño llamado Pulgarcito...» La alegría durasólo un instante porque no sé cómo continuar. Estoy totalmen-

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te vacía. Desconozco cómo sigue el cuento. Se me ocurre pedir-le de nuevo a mi compañera que me deje leer su escrito. Ella seniega muy enfadada. ¿Qué hago ahora? Tengo mucho miedo.No encuentro otras soluciones. Yo sigo con mi papel delante.El tiempo pasa. La angustia aumenta. El pecho me oprime. Todala tensión acumulada para escuchar el disco, sin entender nada,haciendo ver que comprendo, el enfado de mi compañera, miimpotencia... Me conmuevo de emoción y las lágrimas comien-zan a brotar de mis ojos. Exploto. Lloro desconsoladamente.Siento una vergüenza inmensa de mis lágrimas. La monja nodice nada; mis compañeras tampoco.

Es la hora de cambiar de clase.La actividad propuesta por la monja, que yo recuerde, no

volvió a repetirse.

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En el patio

Estoy en una escuela para oyentes. Ya he cumplido los doceaños. Acaba de sonar el timbre que anuncia la hora del recreoporque veo que mis compañeras empiezan a ponerse de pie.Nos situamos en fila de dos siguiendo las indicaciones de la

monja y recorremos un ancho y largo pasillo hasta la pared decristal que nos separa de las escaleras que conducen hasta elinmenso patio. La monja regordeta nos abre la puerta transpa-rente que de lejos se distingue por un gran círculo rojo adhesi-vo en el centro. La fila se deshace nada más llegar al patio yempiezan a formarse pequeños grupos. Observo lo que hacenlas niñas. Deseo con todas mis fuerzas que algún grupo juegue

a algo, a lo que sea, me da igual. Pero, desgraciadamente, hoynadie juega a nada. Las niñas hablan entre ellas, compartiendoy charlando de sus cosas. Decido acercarme a un grupo dondeestá mi compañera de pupitre. No suelo ser yo quien proponejuegos sino las otras. Me fijo, en medio de distintas voces, en laboca de una de ellas. Capto algunas palabras.

—... mi abuela... después... hablo yo y... o sea... claro...

dije... entonces... la casa... Pedro... y sabéis... pues... —comen-ta la niña.Al cabo de un rato, veo que ríen. Me pregunto qué tengo

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que hacer si no he entendido lo que explicaba. Tengo muchasganas de saber de qué se están riendo. Le pregunto a la compa-ñera de pupitre qué es lo que les hace tanta gracia.

—Nada, es una tontería —me dice.Entonces pienso: «¿De qué tonterías se puede hablar? Y si

dice que es una tontería, ¿por qué las dicen y ríen todas? Pare-ce que se lo pasan muy bien. Cuando yo digo tonterías, me di-cen tonta. Estoy un poco confundida: ¿qué es una tontería?»

—¿Qué tontería es? —insisto.—Nada, nada. No es más que una tontería —responde.—Explícame, por favor —continúo insistiendo.—Pesada —me contesta.Cuando oigo esta palabra, que ya me han dicho otras veces,

siento un gran golpe en el corazón. Tengo ganas de llorar perome reprimo. Y, ahora, no sé qué hacer. ¿Salgo del grupo o sigointentando captar alguna cosa? Si voy a otro grupo pensaránque soy una intrusa. Y, además, he de volver a empezar con lo

mismo: preguntar de qué están hablando, qué dicen y todo lodemás. Encima, es posible que se den cuenta de que estoy tristey no me gusta porque siento vergüenza. No quiero que tenganla sensación de que soy una carga pues me rechazarían.

No quiero dar lástima ni ser una pesada. No quiero un tratodiferente, caritativo. No quiero ser inferior. No quiero ser re-chazada. Quiero ser igual que las demás. Pero, ¿cómo lo logra-

ré? Nadie me lo ha explicado. O, quizás, sí. Pero, ¿qué es loqué me han dicho? Ya he tenido que soportar demasiadas vecesfrases como «es porque no te esfuerzas», «tú pregunta cuandono entiendas», «ten paciencia» y otras por el estilo.

Ahora estoy tensa. No sé qué hacer. Tengo muchas ganas deque suene el timbre anunciando el final del recreo. Decido con-tinuar en el mismo grupo. Hablan y yo observo el movimiento

de sus labios.—... yo iba... y después... casa... jardín... entonces... elotro... o sea... la casa... —consigo descifrar.

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Vuelven a reír. Ahora, río igual que ellas aunque no entien-da todo lo que dicen. No quiero que vuelvan a decir que soyuna pesada. Por fin, acaba el recreo y volvemos a clase. Sientoun gran alivio. Cuando no juegan, prefiero estar en clase queen el patio, al menos, aquí nadie puede hablar alto y yo puedoconsiderarme una más.

Cuando llego a casa mi madre me pregunta como cada día:«¿Qué tal te ha ido hoy?» Y como cada día, rutinariamente, lecontesto: «Bien.» Una vez que mi madre recibe la respuestacotidiana, se va a la cocina a preparar la merienda. Mientrasmeriendo me pregunto por las noticias nuevas que me traeráMar, mi hermana, de su escuela. Por fin, llega. Trae, como to-dos los días, muchas noticias que comparte conmigo.

Me explica que hoy sor Teresa se ha puesto enferma y elprofesor sordo de dibujo le ha sustituido una hora. Que les hacontado cosas sobre la historia de los romanos. Le ha encanta-do. El profesor les decía que los romanos se vestían de forma

diferente a nosotros, igual que en una película que vimos. Contodo lujo de detalles les ha relatado cómo vivían, las carrerasde caballos, las luchas entre los hombres, qué hacían los niñosy las niñas, cosas de la escuela, etc. Su Lengua de Signos Cata-lana (LSC) es maravillosa. Ojalá fuera más tiempo su profesorpara que explicara muchas más historias.

También me comenta lo que ha sucedido a la hora del patio.

—¿Conoces a Margarita? ¿La chica cuyos padres son sor-dos? Sí, la que tiene el pelo liso —empieza Mar—. Pues nosexplicó una película del conde Drácula. La historia es preciosa.Además, nos la contaba con una LSC muy bella. Se alza el te-lón. Es de noche. Una noche muy oscura. Un hombre y unamujer caminan por el bosque. La mujer tiene mucho miedo.Los ojos de la mujer están muy abiertos y miran de un lado a

otro, mientras va cogida de los brazos del hombre...Y, así, me va explicando la película con toda clase de deta-lles. Cuando acaba de contarme la película, continúa explicán-

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dome que después de comer, en el patio, estaba con el grupo desus compañeras de clase y que, al lado, había otro grupo deniñas mayores que hablaban entre ellas. A veces, miraba a lasmayores y veía que decían un signo, el «&», muchas veces, yno sabía lo qué quería decir. Al preguntarle a una de ellas ledijo que todavía era pequeña para entenderlo. Que cuandofuera mayor se lo explicaría. No hubo manera de que se lo di-jera, aunque insistió. Al final, decidió dejarlo y continuar conla conversación de su grupo.

—Ahora explícame tú —me dice al acabar su narración.—Hoy ha sido un día terrible. Las niñas no jugaban. Esta-

ban todas hablando. Reían y yo les quería preguntar. Me handicho otra vez que soy una pesada. Tenía muchas ganas de llo-rar y no lo he hecho. Me he aguantado. Sólo esperaba volver ala clase. Después he simulado, me he reído igual que ellas sinentender absolutamente nada.

No me puedo reprimir más. Le pido a Mar que nos vaya-

mos al lavabo. No quiero que mi madre vea cómo mis ojos sevan llenando de lágrimas.

—Tienes tantos temas para contar. Yo no puedo explicartenada —le digo llorando a mi hermana—. Me lo paso tan bienescuchándote. Y yo, allí, me aburro tanto. Si no fuera por ti,desconocería cómo es el mundo, tendría una visión diferentede las cosas. No sé cómo sería yo.

Después de secarme las lágrimas nos abrazamos en silencio.

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¿Mentir o decir la verdad?

Me encuentro en la primera fila de una clase de niñas oyentes,junto a la mesa de la maestra, que está explicando una lecciónde Conocimiento del Medio. De repente, entra una abeja en laclase. Mi atención se desvía y me fijo en el movimiento circular

que efectúa para evitar que me pique. Al girar la cabeza haciaatrás, observo cómo las compañeras también se distraen. Haymucho movimiento entre los cuerpos de las niñas, porque laabeja revolotea a nuestro alrededor y todas intentamos esqui-varla. La maestra parece reñirles. Una alumna se dirige a lamaestra y ésta le contesta algo que no consigo entender. Enton-ces, levanto la mano.

—¿Qué te pasa? —me pregunta la maestra.—No entiendo —le contesto.—...estás mirando la abeja... Atiende.Me callo. No sé qué contestarle. Creo que no se debe repli-

car a una persona adulta porque pienso que es alguien quesabe y yo no. Sigo fijándome en los labios de la maestra queexplica la lección y, de vez en cuando, miro el texto del libro

que ella señala. Al cabo de un rato, vuelvo a levantar la mano.—¿Qué te pasa? —me vuelve a preguntar.—No entiendo —le contesto otra vez. No sé cómo decírselo

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de otra manera. No tengo otros recursos lingüísticos.—¿Qué es lo que no entiendes? —intenta ayudarme ella.—No entiendo... la ciudad, el pueblo... —balbuceo.—Pero, ¿qué? —empieza a impacientarse.—No sé... todo... pueblo, ciudad... —respondo.—¿Todavía estás mirando la abeja?—No. Te miro a ti. No entiendo —me pongo muy colorada

porque siento que todos los ojos me miran.—Escucha... no mires a la abeja... La abeja no hace nada...—Sí, sí —le contesto porque deseo acabar con aquella situa-

ción.La maestra continúa con su lección.—¿Has entendido? —me pregunta al finalizar.Miento y le digo que sí. Observo la sonrisa de la maestra y

veo que está contenta. Si ella está contenta, yo también lo es-toy. Me gusta que las personas estén contentas conmigo. Hedescubierto que a las personas adultas les molesta que se les

diga la verdad porque se enfadan. Es algo así como si estuvieraprohibido decir que no entiendo. No les gusta. Les irrita.Cuando veo caras y rostros ceñudos me provoca angustia, te-mor, temblor y palpitaciones. Por lo que, para evitar este senti-miento angustioso y desagradable, miento.

Pasan los meses. Parece que la maestra ha deducido que, enalgunas ocasiones, miento porque, a veces, me pregunta des-

pués de haberme explicado algo: ¿qué es lo que te he dicho? Laprimera vez que me cogió desprevenida, se enfadó y le confeséque no entendía. No encontraba otra alternativa. La confesiónme costó otro enojo de su parte.

—¿Por qué no me lo dices cuando no entiendes? —me pre-gunta enfadada.

No sé cómo explicarle el porqué. No tengo palabras para

decírselo. Nadie me ha enseñado que explique los motivos enel lenguaje de los oyentes. Ni el cómo ni el qué.—No sé —le contesto.

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Es una situación contradictoria, paradójica porque cuandodescubre mi mentira, se enfada y cuando le digo la verdad,también. ¿Qué hacer entonces? Intentar que no descubra quemiento para así poder recibir sonrisas, que es lo que yo deseo:ver caras alegres. Así pues, la experiencia anterior me lleva aestar siempre alerta, siempre prevenida y a descubrir, de mane-ra semiconsciente, nuevas estrategias para salir de la tensión.

—¿Te acuerdas?... María te pidió... el otro día para que tú...¿Te acuerdas? —me empieza a explicar la maestra.

—Sí, sí —asiento por automatismo.—¿Qué te he dicho? —me inquiere.—Sí... tú... me preguntas... si me acuerdo... el otro día... si...

María... pidió... a mí... —alargo el tiempo de la respuesta paraque ella intervenga con otra frase. Algunas personas acostum-bran a no dejar acabar a los niños en sus explicaciones. Su pa-ciencia se agota de manera rápida. Y esta actitud es una granventaja para mí porque de esta forma me permite esconder mi

falta de comprensión.—Vale, vale... ¿...vas a traer? —sigue ella.—He olvidado... —no acabo la frase porque no sé lo que he

de traer.—¿La libreta? —pregunta rápidamente.—No. He olvidado dar... —haciendo ver que he entendido

lo de la libreta y que si no acabo la frase es porque no me surge

la palabra que quiero decir... En este momento descubro unanueva estrategia: añadir otra palabra que no sea la libreta yque concuerde con la frase o con el contexto.

—¿Tienes aquí la libreta? —insiste.—Sí, sí.—Dámela, pues.La busco en el pupitre y se la entrego aunque no sepa por

qué ni para qué. No se lo pregunto porque puede que me lohaya explicado y no quiero que descubra mi incomprensión.Observo su sonrisa. He conseguido hacerla sonreír porque ella

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cree que no tengo problemas de comprensión y este hecho pa-rece que le halaga. Ella no lo sabe y prefiere que no le diga laverdad porque la verdad puede ser muy cruda para ella. Segui-ré esforzándome en ser una artista en emular al oyente. Así, deesta manera, ella no se siente molesta, no se enfada, no hierosu sensibilidad y está contenta. La sordera, al ser invisible, po-sibilita esconder la incomprensión.

En aquel entonces, para mí, la felicidad consistía en halagary contentar a los demás a pesar de que, inconscientemente, mehiciera daño interiormente. El alma no se ve. Lo que una sienteno se ve. Por eso algunas personas oyentes me decían sin repa-ros: «No te esfuerzas, te distraes, no quieres escuchar, no miresla abeja...» Son tantas las veces que hago como si fuera oyenteque comienza a ser una actitud automática. No sé cuándo en-tiendo y cuándo no. Asiento por automatismo en ambos casos.Las estrategias para salir de esas situaciones de incomprensiónlas he ido descubriendo y acumulando año tras año y surgen,

de manera automática, para gozo de las personas oyentes. ¿To-das las personas oyentes? No, sólo los profesionales de educa-ción de orientación exclusivamente oral (en adelante, oralis-tas), es decir, los que descalifican a la Lengua de Signos comouna lengua natural con la que se pueden comunicar los padres,la familia, los educadores, con el niño sordo desde su más tier-na infancia.

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El %

Estoy en clase y hoy tenemos un control oral de Ciencias Natu-rales, que suele ser previo al examen escrito. La clase está dis-tribuida en cinco filas de mesas individuales y separadas entresí. La monja, corpulenta y con gafas, nos va preguntando a

todas las niñas, de una en una. Mientras pregunta a una com-pañera, las demás consultan silenciosamente el libro. Yo estoyrepasando los textos subrayados. Observo que ya pronto meva a tocar a mí y me preparo. La monja se dirige a mi mesa.

—¿La Tierra tiene luz? —me pregunta.—No —le contesto. Es una pregunta muy fácil.—¿Por qué, entonces, aquí hay luz? —continúa preguntándome.

—Porque el Sol da luz a la Tierra —le digo.—¿Y por qué por las noches hay luz? —sigue.¿Estoy segura de haber entendido bien la pregunta? Me pa-

rece que el libro no dice nada al respecto. Le pido a la monjaque me repita la pregunta haciendo el gesto de no entenderpara asegurarme.

—¿Por qué por las noches nosotros podemos ver? —pre-

gunta ella.Ahora estoy convencida de haber entendido su pregunta y,además, la respuesta es muy fácil.

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—Porque hay farolas, luz como ésta —digo señalando altecho—, lámparas.

—Muy bien —me responde.Cuando ha acabado se dirige a las demás niñas. Me fijo que

les está hablando de mí: «Pepita ha dicho que hay luz porque hayfarolas...» Creo haber entendido. Desde luego, hablaba de mí yde mi respuesta. Me mira y me dice sonriendo: «Muy bien.»Pienso que está contenta por mi respuesta y yo también lo estoyaunque, al mismo tiempo, me siento sorprendida y no sé por qué.Me ha parecido que era una pregunta demasiado fácil y me digo:«¿Qué preguntas hará a las demás? ¿Son fáciles también? ¿Me lahace fácil porque soy sorda? ¿Cómo responden mis compañeras?¿Por qué me ha elogiado si era tan fácil?» ¡Ojalá pudiera conocertodas las preguntas y respuestas de mis compañeras!

Días más tarde, en otra clase, en otra asignatura, las nubesvan deslizándose a través de los ventanales que quedan a miizquierda. Poco a poco, me voy esforzando en centrar mi aten-

ción en lo que la maestra nos explica. Estoy sentada en uno delos pupitres más cercanos a la tarima y sigo con la mirada lostrazos que va dejando la maestra en la pizarra. Los signos queva garabateando me indican que se trata de un problema. Esfácil saberlo porque hoy toca matemáticas y siempre hay unaspreguntas al final de lo escrito. El enunciado del problema es elsiguiente: «¿Qué interés nos producirán 250.000 pesetas, al

6%, en dos años?» A continuación la maestra explica el pro-blema y lo va resolviendo al mismo tiempo. Yo trato de prestarla máxima atención a lo que está escribiendo.

  c · r · t c = 250.000i = ——––––––––––––———

  t = 2 años100  r = 6

  250.000 · 6 · 2 250.000 · 12 3.000.000i = ——–––––––––––––––––——  = —–––––––––––––––———  = ——–––––––––——— = 30.000 ptas.  100 100 100

i = 30.000

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A continuación, vuelve a escribir otro problema parecido ylo va resolviendo paso a paso. Parece un juego. Es muy fácil. Amí me recuerda un puzzle. Yo había jugado muchas veces y megustaba. Se trata de elegir un dibujo —que sería la fórmula— yencajar las piezas —que serían cada uno de los elementos de lafórmula— en su lugar correspondiente. Hay que buscar el di-bujo adecuado —o sea, la fórmula— para completar todas laspiezas que tienen números. Finalmente, queda el resultado deldibujo, que sería la respuesta a la fórmula elegida. Una vez enca-jadas todas las piezas, es decir, los números que aparecen en elproblema matemático, sólo había que calcular, como tantas ve-ces habíamos practicado, efectuando las multiplicaciones, divi-siones y deducciones que fueran necesarias. Una vez montadaslas piezas del puzzle —del cálculo— obtenemos la respuesta.

Observo a mis compañeras que levantan la mano. Son mu-chas las manos levantadas, por lo que deduzco que no hancomprendido. La verdad es que me extraña mucho porque yo

lo he encontrado muy fácil. Cuando llega el día de la evalua-ción, sobre este tema, saco un diez, como quien dice, jugando.Quiero saber las notas de mis compañeras. Hay pocas que ha-yan tenido buena nota y muchas han suspendido. Estoy asom-brada.

Pasan dos años. Estoy viendo la televisión en compañía demis padres y hermanos. Son las noticias. En la pantalla apare-

cen unas letras grandes que dicen: «Exportación: Cítricos20%.» Me produce mucha alegría reconocer aquel signo, el %,que acabo de ver y con el que he hecho operaciones en la es-cuela, en la clase de Matemáticas. Pero en ese contexto, esosnúmeros me sorprenden mucho. Después de explicarme el sig-nificado de la palabra cítricos, le pregunto a mi padre por losnúmeros:

—¿Sólo exportan veinte naranjas al extranjero? ¡Qué poco!—le digo.Mi padre me contesta que no e intenta explicármelo. Le es-

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cucho con mucho interés pero no entiendo nada. Me sientomuy triste porque pensaba que era muy fácil y veo que no esasí. Le digo que no entiendo y entonces mi padre coge un papely un lápiz y nos sentamos en la mesa. Él empieza a escribir nú-meros y a dibujar muchos círculos pequeños. Una vez hechoesto, me llama con la mano para que le mire y me dice: sonnaranjas. Después rodea con una línea algunos círculos y dice:—Estas son naranjas para el extranjero.

—Siguen siendo veinte naranjas —le digo a mi padre.—No —me dice. Y vuelve a explicarme: escribe 100 al lado

de los círculos que están fuera de la línea rodeada. Luego, es-cribe 20 dentro de lo que había rodeado.

—De las 100, 20 son para enviar al extranjero.—En la tele no dicen nada de 100 —le digo muy aturdida.Mi padre sigue explicándome como puede. Afortunada-

mente, le gusta dar explicaciones. Él no es profesor, sólo harealizado estudios primarios, pero estoy convencida que le en-

cantan las matemáticas como a mí. Intenta buscar otros ejem-plos y veo aparecer siempre el mismo número, el 100, sin lo-grar entender de dónde demonios sale.

—Papá, ¿el 100 qué es? ¿Por qué 100? —le insisto.—El 100 es el % —me contesta.—¿Y por qué escribes 100 y no %? —le digo. Es una tonte-

ría escribir %. Es más fácil escribir 100.

Vuelve a dibujar más círculos en otro papel y al lado pone elnúmero 100. Coge otro papel y dibuja más círculos y escribetambién 100. Una vez que ha efectuado esa tarea, miro a mipadre y me explica:

—Por ejemplo, tú trabajas en el campo. Tienes muchos na-ranjos. Los naranjos dan muchas naranjas. Hay muchas naran-jas. La gente de aquí no come tantas naranjas. Sobran naran-

jas. ¿Qué hacer?—Dar a los extranjeros —respondo.—Bien. ¿Cuántas naranjas les das a los extranjeros?

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—Las que sobran —le digo.—Por ejemplo —me encanta cuando mi padre me dice, por

ejemplo, y lo hace a menudo— por ejemplo, tú quieres dar lasnaranjas a los extranjeros. Alguien ha inventado un sistemapara hacer estos cálculos. Tú tienes muchas naranjas. Las co-ges todas y colocas 100 en un grupo —al mismo tiempo señalaen el papel los círculos dibujados—. Otras 100, en otro grupo.Otras 100, en otro grupo, y así sucesivamente. Entonces, túquieres dar al extranjero 20 naranjas de este grupo —a conti-nuación dibuja una línea alrededor de 20 círculos y sigue expli-cándome— y de este otro grupo, también. Y del otro. Siempreigual. ¿Cuántas naranjas das al extranjero en total?

—Sesenta —le contesto.—Bien. Y ahora, ¿cómo se escribe esto?Mi mente empieza a vislumbrar una luz de claridad. Ahora

lo entiendo: es una forma de escribir los números ante situacio-nes nuevas. Estoy contentísima. Corro a la habitación a coger

el libro de matemáticas de 6º y busco la lección donde apareceel signo %. Leo las palabras: interés, descuento, capital... Nosé lo que significan y le enseño el libro a mi padre para que élme ayude. Me ha costado entenderlo. Después me explicacómo funcionan los bancos, la existencia de los descuentos yen qué consisten y cómo se calculan. Para comprender todoesto necesité unos días.

Más tarde, cuando paseábamos por la calle, me señalaba losescaparates de las tiendas para que me fijara en los descuentosque se exponían. También me mostraba la libreta de la caja deahorros. Mis padres no sabían calcular mediante fórmulas yme enseñaban a calcular de otra manera, con la cuenta de lavieja, como la llamaban, con la cual se ejercitaba el cálculomental y la lógica. Este método me sirvió mucho para posterio-

res cursos.Ahora comprendo por qué mis compañeras no entendíanestos problemas y no sacaban buenas notas. Quizás la explica-

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ción de la maestra no era clara o le faltaban recursos para me-jorar su comprensión. Ellas y yo escuchábamos de manera di-ferente. Si yo hubiera sido oyente quizás no hubiera conseguidobuena nota porque hubiera estado pendiente únicamente de laexplicación de la maestra y no me hubiera concentrado ni hu-biera descubierto otras señales, las visuales, como solía hacer.Así pues, a fuerza de no seguir las explicaciones de la maestrafui adquiriendo diferentes técnicas de comprensión para apro-bar los exámenes, valiéndome de otros indicios que no eranorales.

Coincidió, por esta misma época, que a mi hermana Mar lamatricularon en una escuela de oyentes. Un día me explicó enLSC que estaba estudiando el % y que era muy fácil.

—¿Sabes para qué sirve el %? —le pregunto a bocajarro.Me contesta que no. Lo esperaba. Me pregunta si yo lo sa-

bía y me dice que se lo explique. Le digo si ha visto ese signo enlas tiendas. Y empiezo a explicárselo con mucho entusiasmo.

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De museos

Ya tengo catorce años. Hace dos semanas que he empezado elcurso de 8º de EGB (Educación General Básica). La próximaclase es la de historia, como así indica mi horario escolar. De-testo la historia porque sólo me hace memorizar muchos datos

incomprensibles. No la disfruto de la misma manera que, porejemplo, las Matemáticas. El profesor particular que viene a micasa tres veces por semana y, a veces, mi hermana mayor, mesubrayan aquellos textos que creen que es necesario que me-morice para así poder aprobar algunos exámenes. Observo enmi reloj que es hora de cambiar de clase. De repente, aparecepor la puerta una señora mayor, muy mayor, enfundada en una

bata blanca. La monja pequeña y flaca parece que la presentaante nosotras.

«¿Quién será?», me pregunto.Al cabo de un rato la monja me presenta:—Esta es Pepita. Es sorda... —y dice algunas palabras más

que no he podido captar.Cada vez que me presentan me dicen que por qué me pongo

muy colorada y sólo sé responder con una sonrisa. Después lamonja se marcha y se queda sola la señora mayor. Tiene el ca-bello rubio, voluminoso y peinado como si hubiera acabado de

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salir de la peluquería. La señora mayor coge una silla y se colo-ca delante de mí, muy cerca de mi cara. No me gusta que seacerque tanto pero como no me puedo negar a lo que hacen losadultos, me aguanto. Comienza a articular los labios muy len-tamente y, a veces, se le escapa saliva de la boca y salpica micara. Trato, disimuladamente, de arrastrar un poco mi silla ha-cia atrás. Entonces, su cabeza aún se me acerca más.

—¿Me entiendes? —me pregunta al cabo de un rato.No le he entendido absolutamente nada, ya que estoy muy

aturdida por su vejez, por su manera de acercarse tanto a mí,por su esfuerzo de vocalizar despacio, por sentir vergüenza delo que pensarán mis compañeras. ¿Qué le puedo decir? Si ledigo que no, se me acercará más aún.

—Sí, sí —le respondo con una amplia sonrisa, como si ledemostrara mi reconocimiento a su esfuerzo, ya que se trata deuna persona mayor, y a su interés en que yo siguiera sus expli-caciones.

Sigue vocalizando lentamente y yo no consigo entenderla.Sólo me fijo en su rostro frágil, que se balancea levemente, encómo están dispuestos sus dientes, en sus labios arrugados ypintados de un rojo intenso y en cómo los mueve. Me quedocomo hipnotizada ante su imagen y su presencia.

Por fin, llega la hora del recreo. En la fila, antes de llegar alpatio, pregunto en voz baja a mi compañera:

—¿Por qué viene esa señora?—Es nuestra nueva profesora de historia —me responde.«¿Estará todo el curso pegada a mi cara?», me pregunto

horrorizada.—Es una señora importante. Es... de un museo —me co-

menta ignorando mi pensamiento.—¿Es...? —desconozco la palabra que ha dicho después del

«es», a pesar de que ella vocaliza bastante claro para mí, aun-que a veces, se acompaña de gestos. Más tarde entendería quehabía dicho «directora».

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—Es... —vuelve a decir— es jefa de un museo —cambia depalabra, porque deduce que la primera es desconocida paramí—. ¿Sabes lo que es un museo? —asiento, y ella continúa—.Pues nos ha dicho que iremos un día a su museo.

Días después, nuestra monja tutora pequeña y delgada nosanuncia que pasado mañana iremos a visitar el museo de laprofesora de historia. Estoy muy contenta porque es la primeravez que voy a ir a un museo. Me gustaría saber qué encontraréallí y cómo será porque me lo he imaginado de muy diversasmaneras, por lo que he leído y me han explicado. Tengo mu-chísimas ganas de que llegue ese momento y comprobar si miimaginación se ajusta a la realidad o no.

Por fin llega el día anunciado y tomamos un autobús que,desde la escuela, nos conduce hasta prácticamente la entradadel museo. Accedemos por una puerta de piedras grandes, anti-guas y desgastadas, y veo varias esculturas a ambos lados. Sontodas grandes y blancas, figuras de hombres, mujeres y niños,

de tamaños descomunales para lo que esperaba ver. En la salahay un guía que está explicando las diferentes esculturas. Nopuedo seguir para nada sus explicaciones ni pregunto a miscompañeras porque les supondría un esfuerzo, una molestia yles desviaría la atención de las explicaciones que está dando.

Nos paramos ante una escultura. El guía se detiene durantemucho tiempo ante la misma. Yo observo las figuras y sólo veo

a una mujer que mira a un hombre, y ese hombre mira haciaarriba y nada más. Me pregunto: «¿Tántas cosas se puedencontar durante tanto tiempo sobre esta figura?» Observo a lascompañeras que parecen escucharle con mucha atención. Unavez que ha acabado de dar sus explicaciones el guía, las com-pañeras parecen continuar hablando de la escultura. La mirany sus dedos la señalan. Busco a una compañera que parezca

estar dispuesta a explicarme algo, por no quedarme completa-mente al margen.—¿Qué dice el guía? —le pregunto.

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—Es un rollo —me comenta la compañera.Me lo creo. Parece que muchas cosas son un rollo. Quizás

esté explicando algo sobre cuándo y quién hizo esa escultura ylo mismo haría con todas las demás. A partir de ese momento,ya no me esfuerzo en preguntar a nadie más. Sigo con el grupomirando las esculturas y las encuentro todas parecidas. A míme parece que llevamos en el museo mucho rato y ya empiezoa tener ganas de acabar y salir fuera, a la calle, al aire librepero sé que no está permitido separarme del grupo. Me digo:«cuando haya otras visitas de este tipo, simularé estar enfermapara no tener que ir».

Y no me puse enferma porque seguimos visitando más mu-seos, sobre todo, de pintura y, poco a poco, me empezaron agustar. Esto empezó a suceder cuando, más tarde, descubrí unamanera para no aburrirme. El sistema era el siguiente: observa-ba a las compañeras detenidamente, cómo miraban los cuadrosy qué reacciones tenían ante los lienzos. Luego, observaba al

guía, cómo iba vestido, si sonreía o no, si hacía muecas extra-ñas, además de mirar diferentes imágenes que aparecían en loscuadros. Había algunos que, por lo menos, a mí me parecíanmuy feos pero el guía parecía explicar con mucho entusiasmoesas pinturas oscuras y horribles. Había otros cuadros que amí me parecía que no tenían otra utilidad que no fuera colgar-los en el dormitorio o en el comedor.

Ya han pasado muchos años desde estas impresiones y ex-periencias. Estoy en casa viendo una película, La condena, quegrabo en V.O. subtitulada. En la pantalla aparece un grupo depersonas observando una escultura, mientras un guía explica:«Él ya sabe que sucede algo increíble, algo imposible y absur-do. Se ha transformado en sus manos. Observad su mirada,como espantada, por esta transformación que, claramente, le

hace perder por completo el objeto del deseo...» Con el mandoa distancia detengo la escena y rebobino la cinta hacia atrás.Quiero ver la escultura otra vez. Es una escultura blanca que se

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parece mucho a una de las que vi en aquella primera visita a unmuseo, cuando era niña. Pero no es la misma. Percibo la escul-tura diferente a partir de la explicación del guía. Sé que la es-cultura no ha cambiado nada. Pero mi visión sí ha cambiado, yahora, disfruto más viéndola. Parece que la escultura habla. Laescultura no sirve únicamente como un elemento decorativosino que también transmite y comunica con la persona que laestá viendo, además, el goce estético que proporciona.

De repente, tengo ganas de ver más esculturas y saber quédicen de ellas. Me apetece visitar museos y la primera ocasiónque se me presenta no la desaprovecho. Ya estoy ante la puertade un museo y mi primer entusiasmo se transforma brusca-mente en tristeza cuando caigo en la cuenta que no entiendo loque dice el guía. Me había olvidado de que ya había experi-mentado esta situación y este sentimiento. Intento seguir lasesculturas con los folletos que distribuyen gratuitamente en elmostrador de la entrada pero no explican las obras de la mis-

ma manera que cuando vi la película. Al acabar de recorrer elmuseo, en el vestíbulo que da a la calle, me fijo mejor en lo quetienen en la mesa de información. Hay folletos en diferentesidiomas: francés, inglés y alemán. Observo también que exis-ten guías que facilitan la visita para grupos, en diferentes idio-mas. Me digo: «Es necesario conseguir que los museos cuentencon un guía que use la Lengua de Signos Catalana (LSC) o, al

menos, un intérprete de LSC para que los sordos podamos ac-ceder a los comentarios. De esta manera, conoceríamos muchomejor las obras de arte y disfrutaríamos también de lo que ve-mos. Nos permitiría percibir el mundo con más intensidad.»

Años más tarde, me llega la grata noticia de que una enti-dad organiza visitas a los museos con guías que conocen laLSC. Ojalá que se mantenga esta iniciativa y que otros museos

sigan su ejemplo.

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Aludes de ideas

Mi hermana Mar acaba de llegar a casa tras su primer día declase en una escuela de sordos, que llamamos «la Purísima».Tengo muchísimas ganas de saber cómo le ha ido. Nuestraconversación se desarrolla mediante unos gestos aprendidos en

la anterior escuela de sordos, en la que estaba prohibido el usode la Lengua de Signos, que son una mezcla de gestos surgidosde la comunicación con otros niños sordos, y los signos utiliza-dos en las sesiones de logopedia acompañados con algunas vo-calizaciones orales. Pretendemos transmitirnos el mensaje, lomás intensamente posible, por cualquier medio de comunica-ción a nuestro alcance.

Ella empieza a explicarme:—Entro en la escuela y veo a muchos sordos. ¡Muchos, mu-

chos sordos! Las niñas y los niños, separados. Las clases y lospatios, separados. Las niñas llevan batas de color verde y losniños de color azul y blanco a rayas igual que Valentín, nuestrohermano. Hablan muy deprisa con las manos y no les entiendo.No hablan igual que nosotras. Yo sé algunos signos, como por

ejemplo el signo «apodo». Una niña mayor me pregunta con elsigno «apodo». Yo le digo: «No sé.» La niña mayor me explicay por fin la entiendo. Este signo significa: «¿Cuál es tu signo?»...

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Si la niña te pregunta el signo «apodo», tú le has de contestarcon tu signo «Pepita». Yo le dije mi signo «Mar».

Entre los sordos utilizamos un signo para cada persona,algo parecido a un apodo entre los oyentes. Es la manera denombrar a las personas en la Lengua de Signos. Mi signo-nom-bre es el siguiente: los dedos índice y corazón, colocados con lapalma de la mano hacia abajo, puestos al lado derecho del cue-llo y moviéndolos como las tijeras. Me «bautizaron» con esteapodo porque cuando era pequeña tenía siempre el pelo corto.Es como si, traducido al lenguaje oral, fuera algo parecido a«pelo corto». Se trata de una apelación visual.

Veo a Mar muy contenta, con deseos de enseñarme muchascosas y explicando cosas que le han sucedido y detalles de for-ma muy minuciosa. Para nuestro nivel de lenguaje de entoncessu exposición es muy clara. La escucho con profundo interés.

—El signo «cuál es tu nombre», quiere decir cuando pre-guntan por tu nombre, no tu signo. La dactilología no es igual

que la de la otra escuela, es diferente. Mi nombre en dactilolo-gía se hace así: «M-A-R.» El tuyo es así: «P-E-P-I-T-A.» Laniña mayor me lo explica claro, despacio. Pero cuando hablacon otras niñas lo hace muy deprisa. Hay muchos signos dife-rentes —me sigue explicando.

Esta escena y otras similares se sucedían cotidianamentecuando nos encontrábamos en casa. Cada día descubríamos

nuevas maneras de expresar las cosas, nuestra conversaciónse hacía más extensa, se enriquecía, crecíamos mentalmentecada vez más. Todo ello nos suponía un gozo y una gran ale-gría.

El curso siguiente, me cambian de una escuela de oyentes aotra que está más cerca de mi casa. Desde que se descubrió misordera iba a otra escuela, en la que estuve algunos años, que

no se encontraba lejos de la escuela de sordos. Un día a la se-mana voy a las clases de la escuela de sordos de la Purísima.He aprendido muchas cosas de la Lengua de Signos Catalana

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(LSC) y la utilizo en las conversaciones con mi hermana Mar.Es el primer día que voy a esta escuela. Cuando hablan entreellas las comprendo bastante bien aunque lo hagan muy depri-sa.

—¿Cuál es tu signo personal? —me pregunta una niña quese me ha acercado.

Se lo digo.—¿Cómo te llamas? —continúa preguntándome.Le contesto en dactilología.—¿Vienes a estudiar aquí? ¿Eres nueva? —continúa ella.Estoy muy contenta porque la entiendo perfectamente. Le

explico que soy la hermana de Mar, que sólo vengo los sábadosaquí y que los demás días voy a una escuela de oyentes. Asícontinuamos hablando en LSC hasta que me comenta:

—Te entiendo bien aunque hables diferente. Tienes un acen-to especial.

Me pongo colorada, porque todavía no hablo como ellas a

pesar de que las entiendo y parece que también me entienden.Aún tengo un acento diferente. Soy como una extranjera. Mequeda todavía mucho camino para saber bien la LSC comoellos. Y para conocer bien esta lengua visual, como cualquierotro idioma, es necesario interactuar con múltiples sordos, dediversas edades y en situaciones diferentes. Y yo sólo la estabaaprendiendo de mi hermana Mar. Afortunadamente, acudo a

esta escuela donde asisten muchos niños y niñas sordos de di-ferentes edades para adquirir lo más rápidamente posible estamaravillosa lengua.

¿Y el lenguaje oral? Todavía lo estoy aprendiendo y a unritmo más lento. No lo integro con la misma naturalidad quela LSC. Los mensajes orales me llegan opacos, turbios, som-bríos. Menos mal que estoy adquiriendo rápidamente una len-

gua límpida, diáfana y transparente para poder expresar missentimientos, para poder acceder a conocimientos, para descu-brir el mundo que me rodea, a través de las conversaciones con

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los compañeros sordos para vivir y, en definitiva, tener un lu-gar en la sociedad.

Muchos años después, un día de las vacaciones navideñas, seencienden las luces del comedor. Estoy sentada en un sillón leyen-do el periódico. Lo dejo, me levanto y me fijo en el artilugio quehay encima de la puerta y que permite convertir las señales acústi-cas del timbre en visuales. Observo que se enciende de forma in-termitente la tenue luz anaranjada del dispositivo. Eso indica quealguien llama desde la puerta de la calle. Inmediatamente me diri-jo hacia la ventana que da a la calle para saber quién es. Es mihermana Mar que saluda con la mano. Voy hacia la puerta y pul-so la tecla que hay en el interfono para abrirle. Al cabo de un ratose enciende la otra luz, verde. Abro la puerta y nos saludamos.

—¡Qué sorpresa verte por aquí! —le digo.Me informa de que su teléfono no funciona y que desea sa-

ber si quiero ir mañana a comer a su casa. Acepto encantada.—Me gustaría comentarte algo sobre un capítulo del libro

que estás redactando. Está relacionado con el primer contactocon la LSC —me dice.

—Cuenta, cuenta. Quiero saber qué es lo que sentiste al leer-lo, y así me puedes ayudar a tener ideas nuevas para continuarescribiendo —le respondo.

—He leído alguna de las escenas que has escrito y que se mehabían olvidado completamente. Y, al leerlas, recordé momen-

tos vividos, por ejemplo, cuando el profesor sordo nos hablósobre los romanos... Lo había olvidado.

—¡Ah sí! ¿Y lo recuerdas?—Ahora lo recuerdo perfectamente. Y sobre lo del primer

contacto con la LSC, me gustaría explicarte lo que sentí cuan-do estaba rodeada de personas sordas hablando la LSC.

—Cuéntame, así podré observar mejor la reacción de los alum-

nos sordos cuando se relacionan con la LSC por primera vez.—Se me hace difícil explicártelo. Era como un alud de sig-nos, muchas formas de expresar ideas. Cuando estaba en la

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otra escuela, para designar un objeto necesitaba mucho tiem-po. Por ejemplo, para decir «cerdo» y que el otro me compren-diera, necesitaba describir las características del cerdo, casi enpantomima. Por ejemplo, señalaba el rabo del culo...

—Sí, sí, lo recuerdo —me río y añado— con el dedo en elculo hacíamos un dibujo en el aire representando la forma típi-ca del rabo del cerdo.

—Bien, cuando quería explicar a un compañero sordo queun día en mi pueblo vi a un cerdo comerse una rata, necesitabamucho tiempo. Además de indicar el rabo, también levantabacon el dedo índice la nariz hacia arriba, que es el morro delcerdo. Y cuando el que me escuchaba parecía entender lo quetrataba de explicarle, entonces intentaba decirle lo que comíael cerdo. Tenía que describir primero la rata para saber de quéanimal se trataba. Luego le explicaba que había visto a un cer-do comerse a la rata. Para decirle dónde lo vi, le explicaba elpueblo : ir lejos, en autocar, un coche grande, otras casas dife-

rentes a las de aquí, bajas, blancas —señalando el color de labata—, etc.

—Te entiendo muy bien. Quieres decir que para expresaruna simple idea se requería mucho tiempo.

—Sí, así es. Cuando entré en la escuela, descubrí que habíauna economía de tiempo, porque todos habían pactado ya lossignos para cada idea o representación. En ese mismo momen-

to, yo sentía que recibía como un torrente de ideas cada vezque me explicaban algo. Mi cabeza no estaba acostumbrada aasimilar tal cantidad de conceptos en tan poco tiempo. Estabafascinada con las diversas maneras de expresar las ideas.

—Según recuerdo, en la otra escuela no había muchos sig-nos pactados entre los compañeros sordos. Todo eran gestos,como una especie de pantomima, donde los niños para nom-

brar a un cerdo por ejemplo, lo identificaban mediante unanariz, cilíndrica, aplastada, otros señalando la cola y la gordu-ra del animal. Es decir, cada uno de nosotros describíamos al

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cerdo de diferentes maneras, no había un solo gesto pactado.Las ideas eran más concretas, más palpables. Y en el colegio dela Purísima había ideas que parecían más abstractas, ¿no teparece? —le pregunto.

—Sí, así era —me responde. Mira su reloj y me dice: ¡Se mehace tarde! Bueno, he de marcharme. Mañana, en casa seguire-mos charlando de todo esto si quieres. Gracias por todo.

—Gracias a ti —le digo. Y nos despedimos.Desde la ventana espero a que mi hermana salga a la calle.—Se me ha olvidado decirte una cosa —le digo en LSC

cuando se gira hacia la ventana para despedirse, aprovechandola plasticidad que permite la Lengua de Signos a pesar de ladistancia.

—¿Qué quieres? —me pregunta.—Nada, sólo decirte que te quiero.—Y yo a ti también.Sigo moviendo la mano en alto hasta que nos perdemos de

vista. Mientras se aleja por el fondo de la calle, a la derecha,sus palabras visuales se remueven en mi interior, sus recuerdos,sus sensaciones sobre su primer contacto con la LSC. Intentorecordar si el invierno que empecé a descubrir esta maravillosapuerta a la comunicación también nevó en mi ciudad o si elalud del que hablaba mi hermana fue común a las dos.

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El placer de leer

Después de un largo período de vacas gordas llega un tiempode vacas flacas. Un día, tras permanecer convaleciente en camadespués de una fuerte gripe, me encuentro un poco mejor. Ten-go muchas ganas de que mi hermana Mar llegue a casa para

que me cuente sus noticias de la escuela de sordos. Por fin,aparece y, después de saludarme, me dice que tiene bastantesdeberes y que desea acabarlos pronto porque si no se le pasanlas horas hablando conmigo.

—¿Otra vez? —le pregunto—. ¿Tienes muchos deberes,como ayer?

—Sí.

—Bueno, tendré paciencia.La comprendo porque realizar los deberes requiere de un tiem-

po determinado, mientras que cuando hablamos entre nosotraslas horas pasan volando. A menudo, viene nuestra madre o nues-tro padre a apagar las luces de la habitación, cuando les pareceque ya es muy tarde, para que durmamos. Cuando nos ponemosa hablar, perdemos la noción del tiempo, porque hay multitud de

temas que comentar: situaciones repetidas o nuevas, noticias, pe-lículas contadas por los compañeros, chistes, opiniones, experien-cias nuevas surgidas en la relación con otras personas...

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En mi actual situación no tengo nada que hacer. Llevo ya va-rios días sedienta de información y no puedo soportar por mástiempo esta sensación de sequedad espiritual. Se me ocurre levan-tarme e ir a la habitación donde está mi hermana. Está escribien-do en un cuaderno. Allí están colocados, en un armario, los li-bros de aventuras que han leído mis dos hermanos mayores.

—¿Qué haces? —me pregunta mi hermana al verme.—Estoy muy aburrida y voy a leer algo para entretenerme

hasta que acabes tus deberes —le contesto.Elijo al azar un libro de Enid Blyton que se titula Tres hu-

rras para los siete secretos. Vuelvo a la cama y comienzo aleerlo en voz alta. Mi madre acude a mi habitación y me pre-gunta:

—¿Qué haces?—Leo este libro —le contesto oralmente.—Estaba en la cocina y te he oído hablar. Al principio pen-

saba que me llamabas, pero enseguida he visto que no era así y

quería saber qué hacías —me dice.—Leo en voz alta para trabajar mi voz.—Vale.Cuando mi madre se va, sigo con mi lectura. ¿Es una lectura?

Exactamente no, porque no entiendo lo que leo. Mejor dicho,no estoy pendiente de lo que narra el libro. Sólo quiero ejercitarmi voz porque quizás alguien me lo había recomendado un día.

Me gusta hacerlo y juego con el audífono, aumentando o bajan-do el volumen para oír mi voz. Y también juego con mis cuerdasvocales, cambiando el tono, de agudo a grave o a la inversa.Alzo la voz y la bajo. Leo a diferente velocidad. Primero, muydespacio y, luego, muy deprisa o a la inversa, como si cantara.Incluso grabo mi voz en un casete para oírme después porque,aunque no entiendo las palabras, sí puedo captar diferentes me-

lodías y tonos y puedo decir que disfruto haciendo esto.Así me entretengo un rato hasta que, por fin, aparece Marpero sólo para decirme que es hora de cenar. Aunque me en-

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cuentre mejor, continúo comiendo en mi cama para no conta-giar a los demás. Le pido que cene rápidamente para estar con-migo. Ella me tranquiliza diciéndome que lo intentará pero nola creo porque suele comer muy despacio y, además, ella notiene la misma necesidad que yo de noticias porque ha pasadotodo el día en la escuela.

Yo acabo de cenar mientras que Mar me parece que aúnestá por el primer plato. Llamo a mi padre para que le diga queya he acabado y que la estoy esperando. Por fin, asoma la carasonriente de mi hermana por la puerta y me dice: «Ya he cena-do. Ahora voy a ayudar a mamá a limpiar la mesa.»

—¡Oh, no! Que la limpien los otros. Por una menos quehaya para limpiar no pasa nada —protesto.

—Es una costumbre —me dice.—Ya, ya, pero es que tengo muchas ganas de escuchar tus

noticias.—Es sólo un momento —me responde.

Y se va. Para mí el momento se me hace eterno porque es-toy muy aburrida. Cojo de nuevo el libro. Mi voz está irritaday se me ocurre leerlo moviendo los labios sin voz, exagerandola vocalización y, luego, haciendo el mínimo movimiento o ha-blando entre dientes, como suelen hacerlo algunos oyentes.

—¡Ya estoy aquí! —me informa Mar apareciendo de re-pente.

—¡Por fin! Hoy he leído muchas páginas de este libro. Mira,hasta aquí —le digo.

Mar coge el libro que le he enseñado y observa su interior.—Hay pocos dibujos. ¿Es bonito? —pregunta.—No lo sé, porque he estado jugando con mi voz. No he

intentando entenderlo —le contesto.—Lástima, porque si lo hubieras entendido podrías expli-

carme un poco de qué trata.—Es verdad, pero no me interesa porque no entiendo lo queleo. Bueno, ¿qué tal te ha ido hoy en la escuela?

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Llevamos charlando apenas una hora cuando nos apaganlas luces y nos mandan dormir. Yo no tengo sueño, ya que hedormido muchas horas esta mañana pero mi hermana tieneque levantarse temprano para ir a la escuela.

Al día siguiente, me levanto, ya mejor, pero aún no puedosalir a la calle para que no coja frío, como suele decir mi ma-dre. Ella ahora está en el mercado, mi padre en el trabajo, mishermanos en sus escuelas y yo me encuentro sola en casa y nohay programas de televisión por la mañana. No me apetecedibujar como acostumbro a hacer cuando me aburro. Dibujarme encanta pero, si estoy mucho tiempo, llega a hacérseme pe-sado. No tengo nada con qué entretenerme. Recorro la casa sinrumbo, hasta que me fijo en el libro que había leído el día an-terior y que está encima de la mesita de noche, junto a micama. Cojo el libro y me lo llevo al comedor. Sentada en elsofá, empiezo a fijarme solamente en los dibujos. Son pocospero algunos me llaman la atención. En los dibujos se ve a un

chico o a una chica hablar ante un grupo. Este tipo de imáge-nes aparece varias veces y es como si yo estuviera en ese grupoporque aparentemente son chicos de mi edad. Empiezo a leeral azar algunas frases con intención de entender su significado,sobre todo el texto que está escrito debajo de uno de los dibu-jos, aquél en el que se encuentran juntos los chicos y chicas yuno de ellos habla y los demás escuchan:

«—Pero ¿qué es lo que refulgía? —preguntó Janet, impa-ciente.

 —¡Era una luz de gas! —dijo Peter—. ¿Qué os parece? —Alguien olvidaría apagarla cuando cerraron la casa y se

marcharon —dijo Bárbara prontamente—. Es lo más probable.»Vuelvo a leer de nuevo el mismo fragmento y siento una in-

mensa alegría. Descubro que el signo de guión significa mucho.

Indica separación entre frases, es decir, que unas frases se refie-ren a lo que dice el chico o la chica y otras a cómo contesta lapersona a la que se dirige. Hasta entonces, para mí, el guión

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servía únicamente para partir una palabra cuando se llegaba alfinal de una línea. Aún no había descubierto que también sepodía utilizar para separar frases y situaciones, quizás porquea nadie se le había ocurrido explicármelo, o bien, si es que melo habían explicado, no lo había entendido con claridad: losprofesores suelen dar sus explicaciones oralmente.

Siento una gran alegría al poder visualizar un diálogo entrepersonas oyentes que se encuentran en otra situación. Es comosi yo participara en una conversación de un grupo de oyentes ypudiera seguirla sin estar pendiente de captar las palabras por-que mi vista ya lo hace. Solamente he de preocuparme por elsignificado, el cómo dicen las cosas y de qué temas hablan.

Empiezo por la primera página. Me fijo en el gran título:Tres hurras para los siete secretos. No lo entiendo y paso a lapágina siguiente, la que contiene el índice, como en los librosde texto de la escuela y no me interesa tampoco porque lo aso-cio a obligación escolar. Sigo adelante y me fijo en un dibujo.

Observo a un chico y una chica con un perro, uno detrás delotro, como en fila, caminando hacia una casa. Paso de largopor la frase que está en negrita, como a modo de subtítulo «Sesuspende la asamblea de los Siete Secretos» y empiezo a leer loque hay escrito debajo:

«—No veo que tenga sentido haber convocado hoy una re-unión de los Siete Secretos —dijo Janet a Peter.»

Sólo he entendido «dijo Janet a Peter». Sé que «No veo quetenga sentido haber convocado hoy una reunión de los Siete Se-cretos», es lo que dijo Janet a Peter, pero no entiendo qué signi-fica ni «convocar», ni «tener sentido», ni «reunión», ni «SieteSecretos»... A pesar de no haber comprendido lo que significanesas palabras, no me importa, porque para mí es suficiente saberque ésta es la frase que dijo Janet a Peter. Sigo con mi lectura.

«—Hace ya tres semanas que no tenemos ninguna asamblea —dijo Peter—. Pero si tú has encontrado algo que te guste másque pertenecer a los Siete Secretos y asistir a sus reuniones, es-

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tás en tu derecho. Nosotros podemos encontrar fácilmente aalguien que te sustituya.»

Entiendo «hace... tres semanas», «si tú has encontrado» y«Nosotros podemos encontrar ...», porque así digo yo algunasfrases u otras similares cuando hablo con personas oyentespero desconozco por qué lo dicen. Este libro me permite descu-brir muchas frases nuevas que me ayudan a comprender lo quese dice porque las letras llegan a mis ojos nítidas y claras, cosaque con el oral no sucede, porque las palabras desconocidasque salen de la boca de quien habla me llegan turbias, confusasy, muchas veces, indescifrables.

Sigo leyendo y a fuerza de ver repetidamente las mismaspalabras, como por ejemplo, «Siete secretos», que surgen a lolargo del libro, intuyo que se trata de las mismas siete personasque se encuentran para hablar. Y de la misma manera otraspalabras como reunión, convocar, replicar... Otras palabras, encambio, me siguen resultando desconocidas, pese a haberlas

visto repetidas multitud de veces y aunque ya formen parte,inconscientemente, de mi memoria, porque voy leyendo conmucho interés y entusiasmo. Lo que no consigo descifrar sonlos párrafos referidos a las descripciones de situaciones porquequizás no estoy muy motivada para esforzarme en entender susignificado o, mejor dicho, para imaginarme la situación des-crita. Sólo me detengo en los diálogos y paso de largo por las

descripciones.Todo mi interés surge porque me siento constantemente

frustrada al no poder participar plenamente en las conversa-ciones con mis compañeras oyentes. Quiero saber de qué temaso de qué maneras se puede hablar entre los oyentes. Además,también quiero compartirlo con Mar que me informa de mu-chos temas surgidos en los diálogos con sus compañeros y yo

no le puedo transmitir ni hacer una devolución más ajustada.El libro se convierte, así, en una forma útil y amena de aportar-nos las dos mutuamente nuestros descubrimientos. El libro me

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permite «visualizar» los diálogos de los oyentes, a pesar de quesólo entienda frases sueltas. Nadie me obliga a leerlo, ya quesoy yo quien he decidido iniciar su lectura. La Lengua de Sig-nos, el lenguaje oral y el aburrimiento son como una especie decóctel que generan en mí las ganas de leer.

Mi madre ya hace mucho rato que está por casa y no me hedado cuenta de su presencia física hasta que entra en el come-dor, donde yo estoy inmersa en mi lectura. Al percibirla, levan-to la cabeza para mirarla por si me dice algo:

—La comida ya está preparada. Vamos a poner la mesa—me dice.

Miro la hora y son las dos. Tengo hambre pero tambiéndeseo seguir leyendo y decido llevarme el libro a la mesa. Mimadre se enfada y me dice que hay mucho tiempo para leer,que lo deje en el armario. Resignada coloco el libro en un es-tante. De todas maneras, su prohibición hace que aumentenmis deseos de seguir leyendo más tarde. Mientras como, siguen

apareciendo palabras nuevas por mi mente, indiscriminada-mente, con significado o sin él.

—Mamá, ¿qué es «reunión»? —se me ocurre preguntarle derepente.

—Reunión es, por ejemplo, cuando muchas personas estánjuntas para hablar de algo —me responde.

—Sí, es así como intuí su significado —me digo.

Y sigo preguntando:—¿Qué es «convocar»?—Es cuando una persona llama a otras para hacer la re-

unión.—¿Por ejemplo? —me gusta que me ponga ejemplos de si-

tuaciones que yo conozco y he vivido porque me permiten en-tender mejor el significado.

—Por ejemplo, ¿sabes quién es ahora el presidente de la co-munidad de vecinos? —me dice.—No.

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—¿Conoces el padre alto del niño del octavo piso?—Sí.—Pues, él es el presidente de esta casa.—¿Y qué es presidente? ¿Qué hace?—El presidente, por ejemplo, cuando hay una avería en el

ascensor llama al mecánico para que la arregle.—Entiendo. El presidente soluciona las cosas cuando hay

problemas en toda la casa.—Sí. Pero, a veces, llama a los otros vecinos para hablar

sobre si están de acuerdo con el precio.—¿Con el... qué...? —le pregunto.—Precio —trata de vocalizar claro y, como no consigue que

yo la entienda, deletrea:—PRE, de premio, CI, de cine, y O.Cuando hay una palabra que desconozco, me resulta difícil

intuirla a través de la lectura labial por lo que necesito que,según las circunstancias, me la escriban previamente. En este

caso, mi madre me la deletrea a partir de palabras que yo co-nozco.

—¿Precio? —compruebo si es eso lo que he entendido ycuando mi madre asiente, pregunto: —¿Qué es precio?

—Precio es cuánto dinero cuesta arreglar el ascensor.—¡Ah!, entiendo. ¿Cuando el presidente llama a los vecinos

es convocar?

—Sí, el presidente convoca a los vecinos a una reunión parahablar sobre el precio de lo que va a costar el arreglo del ascen-sor.

—¿El arreglo del ascensor lo pagan todos los vecinos?—Sí.—¿Y también le pagan a la señora que limpia las escaleras?—Sí.

Así, como pueden, mis padres me explican las cosas o lassituaciones mediante ejemplos que yo conozco y he vivido. Amí me gusta mucho y se lo pido a menudo. Siempre que me

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molestan las palabras sin un significado claro o conocido, sipermanecen en mi memoria mucho tiempo, enseguida les pre-gunto para que me digan lo que quieren decir.

Cuando por fin entiendo, más o menos, el desarrollo de lahistoria de aventuras que estoy leyendo, voy enseguida a expli-cárselo a Mar. Ella, de vez en cuando, me interrumpe para co-nocer más detalles. Algunas de las preguntas que me hace nolas puedo responder porque o no lo dice el libro o he pasado delargo algunos párrafos por desinterés o por la imposibilidad deentenderlos. Sus preguntas me sirven para fijarme o concen-trarme más en próximas lecturas.

Aprender a leer requiere recibir motivación externa, comoaprender a jugar. A los niños, cuando juegan, por ejemplo, alfútbol, no les importa dar patadas al balón infinidad de vecescon tal de afinar la puntería. Yo no tengo tanta paciencia comoellos o, por lo menos, no la tengo para conseguir un buen tiroa puerta repitiendo muchas veces el lanzamiento. Y admiro su

tremenda constancia. No es una paciencia que les haga sufriraunque no sea agradable sino que más bien parece una pacien-te espera gratificante. Cada persona tiene sus motivos descono-cidos para querer aprender algo, como yo los tenía a la hora dedescubrir el placer de leer.

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El paraíso

Hoy es domingo y estamos mi hermana Mar y yo desayunandoen el comedor. Mi madre viene a decirnos si queremos ir a misacon ella y yo le digo que para qué, si no me entero de nada yme aburro mucho. Mi madre insiste diciéndome que aunque

no entienda, al menos puedo pensar en Jesús, en Dios, en lasacciones malas que pudiera haber cometido y pedirle perdón.Le contesto que eso ya lo hago por las noches. Entonces, mimadre desiste y se va a su habitación a prepararse para salir.Mientras tanto, nosotras dos seguimos hablando en LSC.

—Cuando estabas todavía en la escuela de la Purísima, mecontabas cosas sobre la vida de Jesús y me encantaba —le digo

a mi hermana—. ¡Ojalá el cura supiera hablar con las manos!Unos años más tarde de ese domingo, un día entre semana,

mi madre llega del mercado. La veo muy contenta y nos infor-ma: «He visto a la madre de Antón —un chico sordo que habíaido a nuestra escuela— y me ha dicho que sabe de una iglesiaen la que hacen misa para sordos.» Mi hermana y yo nos ale-gramos muchísimo y enseguida empezamos a acribillarla a pre-

guntas: «¿Dónde está? ¿Qué días hay misa? ¿El cura es sordo ohabla LSC? ¿A qué hora la hacen?» Mi madre está bastanteenterada y nos informa de dónde está situada la iglesia, el día y

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la hora de la misa y de que el cura habla LSC pero ella no sabesi el cura es sordo o no.

Después de una espera impaciente, por fin llega el día. Essábado, por la tarde. Se acerca el invierno y ya está anoche-ciendo. Tenemos que coger un autobús que nos deja muy cercade la parroquia. Llegamos a la puerta de la iglesia, entramos yvemos que aún no ha empezado la misa. Nos extrañamos por-que ya era la hora a la que nos había dicho mamá que empeza-ba. Decidimos esperar fuera, en la calle, por si vemos a otros sor-dos. Los podemos identificar fácilmente cuando hablan entreellos. Pasa media hora y continuamos sin ver a ningún sordo.Entramos otra vez en la iglesia pero observamos que sigue sinempezar la misa y ya hay personas dentro, aunque son oyentespor su manera de hablar entre ellos. «¿Se habrá equivocadomamá?», nos preguntamos. Acordamos esperar un rato máshasta que, cansadas, desistimos y decidimos volver para casa.

De repente, vemos aparecer a un matrimonio ya mayor dia-

logando en LSC y les entendemos perfectamente. ¡Qué granalegría! Sin embargo, estamos muy extrañadas de lo que ha-blan entre ellos. «Es muy tarde ya. Quizás se habrá terminadola misa», le dice la mujer al hombre. Les seguimos y volvemosa entrar en la iglesia. Ellos avanzan por un pasillo a la derechay luego giran de nuevo a la derecha. Hay una puerta abierta yvemos que da a otra sala de la iglesia, en la que hay otro altar

y otra capilla. ¡¿Qué es lo que ven nuestros ojos?! ¡Personassordas hablando en nuestra lengua! La misa ha terminado.Toda la gente que ocupa aquel espacio es desconocida paranosotras. Intento observar de qué temas tratan en su conversa-ción.

—¿Vas a ir a &? —escucho que una persona le pregunta aotra.

—Hoy no puedo ir a & —le contesta—. Tengo que ir acomprar ropa.Pregunto a Mar si sabe lo que significa el signo &. Ella tam-

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poco lo sabe, y añade que ha observado también utilizar estesigno a otra pareja. Todo el mundo se prepara para marcharse.Nosotras nos acercamos al matrimonio, que hemos seguidodesde la calle hasta el interior de la iglesia, y me decido a diri-girme a ellos en LSC. No tengo ningún miedo, ni timidez, aun-que me sean personas desconocidas.

—Somos sordas —nos presentamos.—¿Sois de &? —nos preguntan.Les pregunto qué quiere decir el signo &. Se quedan perple-

jos y contestan:—¿No sabéis lo que es &?Negamos con la cabeza.—Es una asociación de sordos, un lugar donde se encuen-

tran los sordos para hablar —nos explican. ¿Queréis ir a ver el&?

—¿Dónde está? —preguntamos.—Está muy cerca de aquí. Cruzáis la calle, seguís recto y,

luego, la primera a la izquierda —nos explican ya desde la acera.Otro matrimonio sordo que nos ha estado mirando, inter-

viene y les pregunta:—¿Iréis vosotros al &? —el que nos informaba sobre el lu-

gar asiente con la cabeza.—¿Por qué no las acompañáis hasta allí? Será más fácil. Son

muy jóvenes y se podrían perder —sugiere.

Me sentía ligera, sin el peso del esfuerzo. Hablaba sin te-mor, sin estar pendiente de si entendía o no, de si lo que decíaera una tontería o no, de si me equivocaba o no. Siempre pe-saba sobre mí una sensación de angustia, de temor, de tensión,cuando estaba con oyentes. En ese tiempo, cuando me encon-traba entre muchas personas sordas sentía un gran alivio. Vo-laba.

Durante el trayecto, el matrimonio nos iba preguntando porla escuela en la que habíamos estudiado, si conocíamos a mu-chos sordos. Y así les íbamos contestando: «Primero fuimos a

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Arans, una escuela especial para sordos. Después Mar fue a laPurísima y yo a un colegio de oyentes. Un día a la semana yotambién iba a la Purísima. Y desde hace más de tres años notenemos contactos con otras personas sordas. Sólo, de vez encuando, con una amiga sorda que iba a la misma clase queMar...» Hablamos mucho con ellos, a pesar de que eran perso-nas desconocidas para nosotras.

—A lo mejor en & conoceréis a algunas personas —nos di-cen.

—¿Cómo se llama el &? —le pregunto.—«CERECUSOR» —me responde mediante dactilología.

Ese era el nombre de la asociación.Por fin llegamos al lugar señalado. Estoy muy emocionada.

No puedo imaginar lo que voy a ver. Abrimos la puerta. Entra-mos y... Pero ¡qué ven mis ojos! Hay muchas caras conocidas.Se nos acercan y nos llueven los saludos, bombardeándonos apreguntas: «¡Hola, Mar, hola, Pepita! ¡Cuánto tiempo sin ve-

ros! ¿Qué hacéis?»... Estoy muy emocionada, tremendamenteconmovida: esto es el paraíso. Un oasis en el desierto.

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Un sueño con historia

Estoy sentada en un sillón charlando en LSC con Mar sobrediversos acontecimientos sucedidos durante el día. Mis padresy mis otros hermanos miran la televisión y charlan entre ellos.De repente, siento que una mano me toca el hombro. Es mi

madre que me dice que la película ha terminado y que ya eshora de irse a la cama. Mi hermana y yo nos levantamos y va-mos para la habitación entre bostezos y protestas.

Mientras nos cambiamos, Mar y yo seguimos charlando,hasta que se apagan luces. ¿Se han fundido los plomos? No, esmi madre la que apaga la luz de la habitación. Nosotras estamosacostumbradas a esta actitud, sin necesidad de que nos avisen ni

de que nos riñan. Si no es por mi madre, seguiríamos charlandohasta muy tarde. Aun con la luz apagada seguimos hablandocon las manos, a través del tacto. La conversación mediante eltacto no es tan fluida para nosotras si la comparamos con la vi-sual. Así, con el esfuerzo para entendernos en la oscuridad ydespués de un rato de conversación, nos disponemos a dormir.

Una vez dormida, empiezo a soñar. En mi sueño aparece

una escena en la que me veo como una niña de corta edad, deunos dos o tres años. Esa niña que fui, está jugando con la are-na que hay junto al tobogán, en un parque cercano a la escue-

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la, muy ensimismada. De pronto, dos manos se posan en mishombros y me hacen girar bruscamente para observar una grancara de mujer, de edad madura y con una bata blanca. Sus la-bios se mueven, tiene el ceño fruncido y los ojos muy penetran-tes. Me siento terriblemente asustada mirándola porque susojos y su expresión tienen un aire inquietante.

Desde esta visión, desde esta escena, paso de repente a otrolugar, a otro espacio. Estoy en un cuarto, sola, sentada en unbanco largo. No hay nadie más que yo. Estoy llorando. Depronto, una gran puerta blanca se abre y aparece la mismamujer, con la misma expresión en la cara. En ese instante, mealegra su presencia porque dejo de estar sola. La miro con ojosmuy abiertos y me fijo en los movimientos de su cara y de suslabios. Y, otra vez, vuelve a desaparecer tras la puerta blanca.Vuelvo a estar sola y me encuentro, de nuevo, llorando descon-soladamente.

Me despierto bruscamente, asustada y con lágrimas en los

ojos. Junto a mí, duerme plácidamente Mar. Todo está oscuro,aún es de noche y todavía falta un buen rato para que sea lahora de levantarse. Intento seguir durmiendo.

Conozco a la mujer del sueño. Era una maestra de la guar-dería donde estaba escolarizada de pequeña. El mismo sueñoseguirá apareciendo, de vez en cuando, durante muchos añosmás, prácticamente con los mismos detalles, sin cambios, ni

variaciones.Un día, ya adulta, decido explicarle a mi madre aquel sueño

que me atormentaba, pero antes le comento:—Recuerdo a una mujer de la guardería, que no sé cómo se

llamaba. Su rostro, sin embargo, sí que se me quedó grabadoen la memoria. Era una mujer madura, de cabello oscuro yondulado, no muy largo. Llevaba bata blanca... ¿La recuerdas?

—pregunto.—Sí, sí, ya sé a quién te refieres. Se llamaba Elisenda —meinterrumpe mi madre.

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—¿He llorado alguna vez en la guardería? —continúo pre-guntando.

—No me acuerdo. Me parece que no —me responde mi ma-dre.

Mi padre, que estaba mirando la tele, ha escuchado nuestraconversación.

—Sí. Yo iba a recogerte y te vi llorando algunas veces y medijeron que te castigaban porque no querías atenderles ni ha-cías caso al silbato cuando tocaba el fin de una determinadaactividad —interviene.

Me alegra este comentario y les comunico:—¡Ahora lo entiendo!—¿Qué es lo que ahora entiendes? —pregunta sorprendida

mi madre.Es entonces cuando les explico el sueño que tantas veces se

ha repetido, a lo largo de muchos años, y que no había explica-do a nadie más que a mi hermana. Les comento sobre la angus-

tia que supone estar en un lugar sin saber por qué, sin haberentendido el mensaje. La mujer de la bata blanca me hablaba yyo no oía su voz. Solamente veía los movimientos de su cara yde sus labios. Me decía algo que yo no entendía y me llevaba adistintos lugares, sin yo saber el motivo. Era muy angustioso.Esto ocurrió antes de que se supiera que yo era sorda. Pensa-ban entonces que era una niña muy despistada o que no quería

escucharles.Esta escena me hizo pensar en los niños sordos que están

construyendo lentamente su lenguaje. Y muchos de ellos, niñossin lenguaje. ¿Cómo podía sentirme por el hecho de ser llevadade un lugar a otro sin saberlo con antelación y sin ninguna expli-cación? Ese estado me provocaba mucha ansiedad. Esta expe-riencia me hizo ver la inmensa importancia de informar antici-

padamente a los niños sobre cualquier cambio en su actividadcotidiana, para su seguridad, para su confianza, para su tranqui-lidad, para sentirse bien, para vivir como seres humanos.

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¿Todo sigue igual?

Me siento muy contenta de estar en segundo curso de magiste-rio, porque iniciamos los estudios de educación especial y por-que pienso que las personas que optan por matricularse en estaespecialidad estarán más sensibilizadas ante la sordera. Y, qui-

zás, entenderán mejor todo lo que conlleva. Lo cierto es queestoy muy expectante e impaciente ante esta nueva etapa, estenuevo reto.

El primer día que acudo a las clases me encuentro con algu-nas chicas que fueron compañeras mías de primer curso. A al-gunas les costaba comprender mis dificultades para seguir unaconversación en grupo. Un día del curso anterior una de ellas

me preguntó qué me pasaba. Le confesé que me aburría de es-tar en un grupo de oyentes. Todavía recuerdo su respuesta, queme dejó perpleja: «Es porque no preguntas. Tienes que pregun-tar para que te podamos explicar.» Ahora, al verlas de nuevo,sólo deseaba que durante este curso ellas comprendieran elmotivo de mi malestar o aburrimiento y no se volviera a repetirel mismo comentario desagradable que tuve que escuchar en-

tonces.Pasados unos meses, las nuevas compañeras de este curso,con las que más me relaciono, parecen seguir manifestando,

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más o menos, la misma actitud que las del curso pasado, a pe-sar de haber escuchado las lecciones referidas a la sordera. Al-gunas de ellas demuestran una actitud de protección, de que-rerme ayudar en lo que necesite. A estas últimas me aproximo,a pesar de que no me gusta su actitud. Si lo hago es porque nose me ocurre otra manera de mantenerme mínimamente inte-grada.

Cuando me encuentro en medio de este grupo de alumnasoyentes me sigo sintiendo perdida, aislada, como el curso pasa-do y como todos los años anteriores. A estas compañeras, porsu actitud de protección, me atrevo a insistirles de nuevo paraque me traduzcan la conversación que acaban de mantener. Alprincipio, parecen mostrarse interesadas en que yo participeplenamente en su grupo y hasta creo que las clases sobre lasordera les han ayudado algo a comprender mejor lo que signi-fica que soy sorda. Pero llega un momento en que empiezan aexplicarme cosas de este tipo: «Están hablando sobre maña-

na.» Ante mi insistencia de sobre qué es lo que están hablandode mañana, ellas me responden: «Sobre qué hacer para maña-na.» O bien, responden de esta otra manera, mucho más terri-ble para mí: «Son cosas de ellas.» O ya, en el colmo de midesesperación, si están riendo, vuelvo a oír aquello de «nada,solamente están diciendo tonterías».

En fin, acabo por darme cuenta de que sigo sin poder enten-

der todos los detalles de cómo se preparan las cosas para ma-ñana, de cómo se aportan o se proponen ideas, de cómo sediscuten... Y, además, tampoco puedo saber de los distintos ti-pos de tonterías que llegan a decir, si no es insistiendo muchasveces. Encima, si insisto demasiado, llega un día que perciboque algunas, sin manifestarlo abiertamente, están cansadas ohartas de mí y evitan encontrarse conmigo cuando me dirijo o

me cruzo con ellas.Es a partir de entonces cuando decido no volver nunca más afrecuentar un grupo de oyentes por voluntad propia aunque de-

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muestren gran interés en que me integre plenamente. Ni confe-sar a nadie mi tristeza para no recibir, de nuevo, comentariosdesagradables. Por eso mantengo y creo otras estrategias dife-rentes para evitar el aburrimiento como, por ejemplo, procurarencontrarme con una sola persona oyente, porque es cuandopuedo seguir una conversación de manera más tranquila, ya queambos nos adaptamos mejor y aumenta mi comprensión. Si loscompañeros están con otras personas hablando, procuro ir a unlugar donde no me vean sola para evitar preguntas sobre si mepasa algo y tener que inventar respuestas del tipo: «Es que nome encuentro bien», «es que tengo que hacer los deberes y nece-sito concentración», «es que voy a buscar unos libros que necesi-to», «es que...». Cualquier respuesta antes que confesar mi abu-rrimiento, mi aislamiento o el motivo de mi tristeza. Porque si lesinsinúo mis motivos reales, es como si les dijera que ellos no meayudan lo suficiente, es como si les culpara de mi aburrimiento ode mi aislamiento. Y ellos, ante esta confesión, se sentirían ofen-

didos e, inconscientemente, pasarían a culparme con frases deltipo: «Es porque no preguntas.» Y, otra vez, vuelta a empezar.

Yo no pretendo ni quiero culpar a nadie. Sólo me gustaríasentirme bien, a gusto, y no se me ocurre cómo. Nadie me loha explicado. Yo quiero poder estar en un grupo de oyentes sinesa sensación de tensión que me agarrota. Lo que siempre mehan dicho, la pauta que siempre he recibido, es que me esforza-

ra en leer en los labios, que es un problema mío si no me sientobien porque no les pregunto cuando no entiendo, porque noquiero esforzarme, porque...

En definitiva, la ilusión inicial que sentí al principio del cur-so se ha convertido, al cabo de unos meses, en frustración, aldescubrir que las clases impartidas sobre el mundo de la sorde-ra no han hecho comprender a mis compañeros un poco mejor

mi situación. Del entusiasmo inicial, lo único que he consegui-do es que se agrave, aún más, mi sentimiento de tristeza y deaislamiento.

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Un día, al salir de clase, me dirijo hacia el metro. Sentada enuno de los bancos del andén, descubro la presencia de un cie-go. Me siento tentada a observarlo con detenimiento y, espe-cialmente, en cómo se desenvuelve con el bastón blanco. Al-guien se acerca a él. Es un hombre maduro. Le comenta algo.No sé lo que le dice. Llega el tren. No quito ni un momento lavista de él. Observo cómo el hombre lo coge del brazo paraayudarla subir. Tengo la sensación de que el ciego se ha sentidomolesto o, quizás, ha sido una imaginación mía. Una vez queha subido, se dirige hacia una de las barras metálicas verticalesque hay entre los asientos. Alguien le ofrece su puesto. Él lecomenta algo y el otro parece insistirle. Finalmente, él cedeante su insistencia. Me pregunto por qué no querría aceptar loque se le ofrecía. A lo mejor no se trataba de este tema o puedeser que se conozcan porque parece que entre ellos hablan ani-madamente. El que ha cedido su asiento baja en la siguienteestación. Entonces pienso que mi deducción ha sido equivoca-

da: seguramente le ha comentado que se bajaría en la próximaparada y, entonces, el ciego ha aceptado el ofrecimiento. Alcabo de unas cuatro paradas más, se levanta y una mujer demediana edad lo coge del brazo. El ciego le dice algo y, enton-ces, la mujer lo suelta y es el ciego el que le coge el brazo a lamujer.

«Ahora lo entiendo», me digo. «Yo pensaba al principio

que se sentía molesto porque no quería que le cogieran el bra-zo. Y resulta que es él quien coge a los demás y no a la inver-sa.»

Me pregunto cómo se sentiría este ciego ante el tipo de si-tuaciones que acabo de describir: coger del brazo, ofrecer elasiento, insistencia, ser observado por mí... Me gustaría estaren su piel para poder percibir cómo siente una en este tipo de

situaciones cotidianamente... «!Ah, claro! —me digo ante eldescubrimiento—. A pesar de haber estudiado algo sobre laceguera, ello no significa que sepa cómo vive y siente una per-

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EL OTRO MUNDO

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La voz y la mirada

Estoy en la Federación de Sordos de Cataluña hablando conuna asistente social que me ha llamado para informarme sobreun trabajo. No tengo ni la menor idea de qué se trata. El des-pacho, a pesar de estar repleto de carteles muy variados y de

vivos colores, desprende un aire de funcionalidad y oficialidada la que aún no me sé acostumbrar.

—Hemos mantenido una reunión con la ONCE —me expli-ca—. Los profesionales de esta institución quieren hacer un es-tudio sobre los sordociegos. Nosotros les hemos planteadoque, para poder llevar a cabo ese estudio, es necesario contarcon una persona que, además de tener titulación superior, co-

nozca bien la LSC y el mundo de las personas sordas para po-der comunicarse con este colectivo específico porque de estamanera se podría conocer mejor la situación en que se encuen-tran. Hemos pensado en ti porque reúnes los requisitos necesa-rios. ¿Qué te parece?

Cuando escucho la palabra «sordociegos», siento una sen-sación extraña. No tengo experiencia sobre este mundo aun-

que haya visto comunicar a un sordociego con otros sordos enuna asociación de sordos.—Comparto la idea de lo que habéis dicho a los profesiona-

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les de la ONCE —le contesto—. Pero yo no tengo experienciaen este campo.

—¿Has conocido algún sordociego? —me pregunta ella.Muevo afirmativamente la cabeza y añado:—He visto a un sordociego comunicar con otros pero nunca

he hablado directamente con ninguno.—Es la primera vez que se realiza un estudio de este tipo y

no existen personas con experiencia en este campo, ni tan si-quiera entre los profesionales de la ONCE. Los sordociegosestán muy abandonados. Nadie ha pensado en ellos hasta aho-ra. En Madrid, se organizan actividades para los sordociegos yexiste una escuela para ellos. La ONCE de Barcelona quierecomenzar y necesita saber cuántos sordociegos hay en Catalu-ña y en qué situación se encuentran para después ver qué servi-cios, de los que se les ofrece, pueden serles útiles y para crearotros nuevos, específicos para ellos. ¿Te gustaría trabajar eneste campo? —me explica.

Tengo ciertas resistencias a aceptar pero tampoco quierocerrarme puertas porque me gustaría trabajar. A fin de cuen-tas, este empleo tiene relación con el mundo de las personassordas. Pero se me hace difícil, no sé cómo explicarlo. Para mí,los ojos son esenciales. La falta de visión en una persona meproduce mucha inquietud. A pesar de ello, esta profesional meinspira confianza y le explico mis sentimientos respecto a este

trabajo:—Es difícil contestar. Me entra una especie de tristeza...—Los sordociegos pueden vivir mejor si se crean servicios

para ellos pero para que esto se pueda conseguir es necesariorealizar este estudio y conocer cuáles son sus necesidades. Ade-más, puede ser un trabajo muy interesante —me interrumpepara intentar convencerme.

Cuando ha terminado de hablar, pienso para mí: «Es unmundo que desconozco. Mi meta era trabajar en una escuela deniños sordos. Pero, bueno, seguro que aprenderé algo nuevo».

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Después de un breve tiempo de silencio, la asistenta socialcontinúa diciendo:

—De momento, serán tres meses de contrato. Si te interesaeste trabajo quizás te lo renueven.

—¿En qué consiste exactamente? ¿Qué es lo que tengo quehacer? —le pregunto.

—Los profesionales de la ONCE te darán una lista de per-sonas sordociegas y una encuesta elaborada para ellas. Tú pue-des añadir a la encuesta las preguntas que creas convenientesporque faltarán datos específicos sobre el tema de la sordera—me comenta.

—¿Hay alguna bibliografía o artículos que hablen sobre lasordoceguera? —le sigo preguntando.

—Sí, existe un pequeño dossier elaborado por los compañe-ros de Madrid. No contiene mucha información pero creo quecon esto te podrás hacer una idea y empezar con cierta seguri-dad. Ahora te entregaré una fotocopia.

Cuando, por fin, decido aceptar el trabajo, ella llama porteléfono a la asistente social de la ONCE para concertar el día,la hora y el lugar donde debo presentarme.

Unos días después, me dirijo a la dirección que me ha dado.Entro por la gran puerta de cristal de un enorme edificio deoficinas y pulso el segundo botón del ascensor. Estoy hecha unenorme manojo de nervios; me asaltan un montón de dudas,

preguntas, temores, angustias. Se abre la puerta del ascensor eintento sobreponerme a todo lo que bulle en mi interior. Pre-gunto por la asistenta social a una persona que está en la re-cepción. Me señala una puerta, me acerco y llamo con cuida-do. Abro lentamente después de una breve pausa. Pregunto porAmanda y me contesta afirmativamente. Ella se presenta y nossaludamos las dos. Me alegra enormemente que ella vocalice

tan claro y me pregunto si habrá tenido contacto previamentecon otras personas sordas.Con un gesto, me indica la mesa donde trabajaré. Me ense-

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ña las encuestas y la lista de las personas sordociegas con susnúmeros de teléfono y direcciones. Una vez que me comenta enqué consistirá mi trabajo, me informa que el director desea ha-blar conmigo. Nos dirigimos al ascensor y subimos hasta laséptima planta. Una vez allí, entramos en su despacho. En esemismo momento, noto que mi corazón palpita aceleradamen-te. El director es ciego. Es la primera vez que hablo con unapersona ciega y para mí representa una experiencia nueva.

Estoy un poco nerviosa y mis pensamientos no cesan de darvueltas alrededor de una pregunta: «¿Cómo me comunicarécon él?»

Observo todo lo que está a mi alrededor: el director estásentado en un gran sillón, detrás de una mesa. A su izquierdaestá la secretaria, en su silla. Sostiene en una mano un bloc denotas y en la otra un bolígrafo. Me parece que la secretaria leestá anunciando nuestra llegada. De pronto, se levanta y se vaa otro despacho. Me invitan a sentarme en una cómoda butaca

negra y Amanda me presenta al director.Cuando ha terminado le miro atentamente esperando su re-

acción. Sus ojos se mueven de forma circular, acompasadamen-te. Por fin, sus labios empiezan a despegarse y observo quevocaliza muy claramente un «buenos días» muy agradable. Yole repito el mismo saludo y él continúa hablando. Me encanta,es para mí una gran alegría que sus labios se muevan pausada

y tranquilamente. Se está esforzando para mí y vocaliza muybien pero hay algo que no funciona en mi comprensión. Susojos no cesan de moverse y, sin embargo, sus expresiones facia-les son rígidas. Hago un gran esfuerzo por fijarme en sus la-bios. No me gustaría defraudarle. Al fin, se detiene y entoncesmiro a Amanda para que me interprete lo que acaba de decir.Ella pone cara de no entenderme, de no saber el motivo de mi

mirada. Aún no nos conocemos bien.Yo vuelvo a mirar al director. Ha vuelto a hablar muy bre-vemente y se ha vuelto a detener. Parece que está esperando mi

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respuesta. ¿Qué le contesto si no he entendido nada? ¿Le digosimplemente «sí», que muchas veces ha sido un recurso que meha dado resultado? No. No quiero arriesgarme. Le pregunto aAmanda, moviendo los labios pero sin voz, por lo que ha di-cho, acompañándome con gestos de interrogación para que meentienda mejor y aprovechando que él no me ve. Entonces,para mi sorpresa, ella se lo comunica en voz alta. Pero, ¿porqué se lo dice?, pienso para mí. En ese mismo momento sientouna gran vergüenza.

—Te preguntaba si le habías entendido —me informa.—No del todo —le digo.Él continúa hablando y, poco a poco, le voy entendiendo

mejor porque conozco el tema. Se trata de lo que habíamoshablado con la asistenta social de la Federación de Sordos. Voyasintiendo con la cabeza. Al poco rato se detiene otra vez y, depronto, oigo otra voz. Me giro hacia Amanda, por si ella hahablado pero no me ha dado tiempo de saber si había sido ella.

Mientras, el director continúa hablando y, al poco rato, vuelvea hacer una pausa. Rápidamente vuelvo la cabeza.

—Sí, sí, Pepita lo ha entendido —veo que le dice Amanda.Ahora lo entiendo. ¿Por qué no se me había ocurrido antes?

Yo asentía con la cabeza y él no me veía. Me doy cuenta que lavoz, para él, es muy importante, tanto como para mí ver susexpresiones faciales y las de sus ojos. Por eso me costaba mu-

cho entenderle, a pesar de que vocalizaba muy claro.Cuando llega la hora de despedirnos, se levanta de la butaca

y me pide que me acerque a él y le tienda la mano. Yo me acer-co con cierto pudor. Él me toma la mano y me la extiende,mientras con su otra mano comienza a realizar movimientosencima de mi palma extendida. Intento fijarme en qué consis-ten estos movimientos y descubro que está deletreando, usan-

do dactilología. Yo intento descifrarlo, pero sólo he captadoparte de la última palabra.—¿Has entendido? —me pregunta.

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Le ruego que repita. Una vez que ha finalizado, le contestoemocionada:

—Es mi nombre y la despedida.En su rostro se dibuja una gran sonrisa y, en ese momento,

siento una mezcla de aturdimiento y agradecimiento por su in-terés, aunque no sé cómo manifestarlo mediante mi voz. Acabode iniciarme en otro mundo.

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Vislumbrando una realidad diferente

Bajamos de nuevo al despacho para empezar a trabajar. Mesiento en mi mesa, y tomo los papeles que están perfectamentedispuestos y ordenados ante mí. Una mezcla de temblor y cos-quilleo recorre mi cuerpo de arriba a abajo. «Pepita, cálmate»,

me digo, «ahora empieza de verdad una nueva etapa de tuvida». Comienzo a leer las breves historias de cada sordociego.Descubro que algunos de ellos han estado escolarizados en es-cuelas de sordos. Decido comenzar por este grupo porquepienso que conocerán la LSC y me resultará más fácil entrevis-tarles. Señalo los nombres y sus correspondientes números deteléfono para que la asistenta social les llame y concertemos

día y hora para la entrevista.Una vez apuntada la cita al lado del nombre de cada perso-

na y su dirección, leo las encuestas elaboradas para los ciegos.No me resulta difícil añadir a esta encuesta las preguntas refe-rentes a la sordera, preguntas sobre las causas de la sordera osobre el tipo y nivel de comunicación con su familia y conotras personas. Una vez añadidas estas preguntas a la encues-

ta, las voy tecleando en una máquina de escribir eléctrica.Después, saco de mi cartera el dossier que me habían fotoco-piado en la Federación y busco entre diversos artículos aque-

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llos donde aparece el término «Síndrome de Usher», porqueen las diferentes historias de los sordociegos que han estudia-do en escuelas de sordos aparece, con cierta frecuencia, esetérmino.

Leo y releo las páginas en donde aparece este síndrome eintento asimilar el texto. No me es nada fácil comprenderlo.Sólo he entendido que se trata de un problema genético y quesus síntomas son la sordera y la ceguera. Por fin, me atrevo apreguntar a Amanda sobre el significado de las palabras «reti-nosis pigmentaria», que es el tipo de ceguera que acompaña alsíndrome, y «campo visual». Ella parece dominar el tema por-que lleva varios años trabajando en la institución y ha conoci-do diversos tipos de ceguera.

—Es una enfermedad en la que con el tiempo se va redu-ciendo el campo visual— comienza explicándome—. El campovisual es lo que abarca la vista, lo que podemos ver hacia loslados y hacia arriba y hacia abajo, fijando la mirada en un

punto concreto. Poco a poco, rápidamente, depende de los su-jetos, el campo visual se va reduciendo como si se viera a tra-vés de un tubo estrecho y largo. ¿Entiendes?

—Sí, creo que sí, pero me gustaría vivir esa experiencia paraentenderlo mejor.

—Se han realizado experiencias prácticas —prosigue—. Seme ocurre una idea. Coge este trozo de papel y haces un aguje-

ro muy pequeño en medio. Sólo basta con punzar con la puntade un bolígrafo.

—¿Tan pequeño?—Sí, no más grande. Ahora mira a través de este agujero

—me indica—. Creo que será mejor que enrolles un folio depapel en forma de telescopio. Lo puedes hacer de más ancho amás estrecho para experimentar la reducción del campo visual.

Toma, pruébalo.Lo pruebo sentada en mi silla. Me avergüenza caminar conel telescopio de papel pegado al ojo. Sin embargo, me apetece

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enormemente experimentarlo ahora mismo y se me ocurre unaidea.

—Voy al lavabo. Ahora vuelvo —le digo.Ya en el lavabo, saco del bolsillo derecho del pantalón el

papel doblado. Una vez enrollado, miro a través de él y mepongo a caminar por el exiguo espacio del lavabo. Casi tropie-zo con el wáter. De vez en cuando debo bajar la cabeza para notropezar con los objetos que sobresalen del suelo y otras accio-nes que no se me ocurrirían si no llevara el telescopio pegadoal ojo. Sin él no tengo necesidad de bajar la cabeza porque micampo visual me permite ver y distinguir los objetos y el espa-cio. Pero aún me queda otra pregunta. Vuelvo a guardar elpapel doblado en mi bolsillo y me dirijo de nuevo al despacho.

—Amanda, ¿las personas que tienen la retinosis pigmenta-ria ven bien dentro del campo visual que abarcan?

—¡Ah!, es lo que llaman agudeza visual. Ven perfectamente,como nosotros, a no ser que padezcan miopía, astigmatismo,

hipermetropía..., pero son otros síntomas. No forman parte dela retinosis pigmentaria —me contesta.

—De acuerdo.Con estas nuevas aclaraciones, doy por acabada mi jornada

laboral. No tengo horario fijo porque mi trabajo consiste enentrevistar a las personas en sus propios domicilios, que estánsituados en diferentes ciudades, siempre y cuando esto sea po-

sible, y rellenar las encuestas dentro de un determinado plazo.Si aparecen más personas sordociegas en ese tiempo, el plazose amplía.

Cuando llego a casa, me encuentro con la agradable presen-cia de Mar. Está de baja porque tiene gripe. Le comento conpicardía que estoy muy contenta de que se encuentre mal por-que tengo muchas ganas de contarle la cantidad de experien-

cias que he vivido hoy.Se ríe y me dice:—¡Cómo eres! Venga, cuéntame.

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Una vez que ella ha escuchado con atención todo lo que meha sucedido en el trabajo, me comenta:

—Me parece recordar que una compañera de la escuela desordos tenía el síndrome de Usher. Ella no sabía explicar lo quele pasaba a la visión porque algunas veces parecía que veíabien y entendía la LSC sin dificultades, pero en otras ocasionesno y, además, tropezaba a menudo.

—Mar, quiero probar cómo veo con el telescopio cuando túme hablas, ¿de acuerdo? —le propongo a mi hermana.

—Vale. A ver, ¿qué digo?...—Lo que se te ocurra. Por ejemplo, repite lo que me has

dicho antes.—De acuerdo. Pepita me dice que repita lo que he dicho.

—Sonrío con el telescopio en el ojo—. He dicho que...—¿Qué has dicho? Se me ha escapado el signo... ¡Ah! Un

nuevo descubrimiento.—¿El qué?

—Cuando hablas, algunos signos están fuera del campo vi-sual y se pierde la información y, por eso, tu compañera noentendía a veces la LSC.

—A ver, ahora déjame probar a mí. Habla tú.Después de un rato hablando, me paro. Mar me pide que

continúe y se va alejando de mí.—¿Qué haces? ¿Por qué te alejas? —le pregunto extrañada.

—Cuando me alejo entiendo mejor porque al alejarme tevas haciendo pequeña y puedo ver mejor todos los signos quehaces.

—¡Ah! Buena idea. Cuando entreviste a un sordociego pro-curaré que mi LSC esté dentro de su campo visual y estaré auna distancia más adecuada pero, ¿cómo voy a saber qué cam-po visual tiene? Porque si me alejo quizás se moleste.

—No sé. Puedes disimular diciéndole que tu manera de ha-blar es así, reducida. Hay algunos sordos que hablan así, nomueven tan abiertamente las manos.

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—Así lo haré. Me pondré a una distancia normal, quizás unpoquito más lejos, sin que se note tanto.

—A lo mejor, él mismo te pide que te alejes.—Es verdad, puede ser... Ya veré cómo responde y cómo me

las apañaré, pues será la primera vez que hable directamentecon él.

—¿Cuándo será?—Mañana por la mañana.—¿Tan pronto?—Sí. Quiero conocer un poco el tema para evitar posibles

molestias. Por eso practico con el telescopio de papel.Vuelvo a tomar el artilugio de manos de mi hermana y nos

reímos las dos cuando a ella se le ocurre comparar mi experi-mento con los juegos de piratas y bucaneros que solíamos ha-cer en la escuela cuando éramos pequeñas. Bien mirado, todoaquello ¿era algo más que subirse a lo alto del mástil y otear elhorizonte lejano para descubrir un nuevo mundo?

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Sin vista y con tacto

Hoy empieza de verdad mi trabajo y mi primer contacto conlos sordociegos. La verdad es que estoy muy expectante y seme mezclan sensaciones muy diferentes, desde la curiosidad altemor, pasando por el respeto, el nerviosismo o la incertidum-

bre. Y por encima de todo, una pregunta: ¿seré capaz de haceresta tarea?

Con la asistenta social nos dirigimos, en mi coche, a la casadonde vive la primera persona de la lista de las que tengo queentrevistar. Según el diagnóstico de su historial padece el sín-drome de Usher.

Llamamos al timbre. Se abre la puerta y aparece una mujer

madura que, después de saludarnos, nos invita a pasar. En elcomedor, está una chica joven mirando la televisión. Observocómo la madre le informa de nuestra llegada.

«Su campo visual actual parece que aún le permite entenderla LSC a una distancia normal», me digo.

Me sitúo a una distancia en la que creo que ella me locali-zará de manera relajada mediante la LSC y, al mismo tiempo,

procuro que mis manos no se muevan muy abiertamente. Em-piezo saludándola y le informo que soy sorda. Antes de se-guir, la madre me notifica que su hija es muy tímida. Escu-

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char este comentario me produce malestar porque, a veces, latimidez es fruto de una nula o deficiente comprensión. Quie-ro decir que a fuerza de no entender, se opta por no comuni-car con nadie, para ahorrar todo el esfuerzo que eso suponey, entonces, parece que seas tímido. Como a mí me ha sucedi-do y me sucede, a veces, según con qué personas me relacio-no, sé de lo que hablo. Algunas veces me consideran simpáti-ca, agradable, interesante y, sin embargo, otras, resultoantipática, introvertida, tímida, seria. Así, ante este comenta-rio, ¿qué actitud he de tomar yo? Es la primera vez que con-tacto con estas dos personas y me parece que lo más prudenteserá que asienta con la cabeza, como dándole a entender quehe recibido su aviso.

—¿Qué tal estás? —continúo el diálogo con la chica.—Bien. Miro la tele —me responde.Me fijo en el tipo de programa que está mirando y creo adi-

vinar que se trata de un concurso.

—¿De qué trata el programa? —le pregunto.—Esta persona pierde. Tiene pocos puntos. Esta persona

gana. Tiene muchos puntos.De reojo, me doy cuenta de que la madre y la asistenta so-

cial hablan entre ellas. Yo sigo con mi entrevista.—¿Cuál es el motivo de tu sordera? —le pregunto interesa-

da por lo que le ocurre.

—Yo soy sorda.—Sí, y ¿por qué eres sorda? —intento aclarar como puedo

mi pregunta.—Soy sorda.Entonces, me pregunto si entiende el significado de la pre-

gunta. ¿No será que su LSC es distinta a la mía? Decido buscarotras maneras de expresarle lo que quiero decir:

—Mi sordera se debe a... los genes —empiezo, aunque notosu extrañeza ante mis palabras—. Los genes están en los pa-dres y los transmiten a los hijos. Yo ya nací sorda. Mi sordera

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no la han causado las pastillas o alguna enfermedad como lameningitis... ¿Conoces a otros sordos?

—Sí, a otros sordos, sí —me contesta.—Bien. La sordera de otras personas puede tener muchas

causas como, por ejemplo, la meningitis.Imita el signo de la meningitis que le he hecho y luego asiente.—Y tu sordera, ¿la ha provocado una enfermedad o es ge-

nética? —insisto.Aunque yo ya sé que es genética porque lo he leído en el

dossier, quiero saber qué nivel de información posee esta per-sona de sí misma. Tengo la impresión de que tiene un nivel muybajo de conocimiento de su entorno. Luego, cambio de estrate-gia.

—¿Ves bien? —le digo.—Sí, con gafas veo bien —contesta.De repente, la madre, que está presente, me interrumpe y,

con cierta complicidad, para que su hija no la vea, me dice ante

mi sorpresa:—Ella no sabe que tiene retinosis pigmentaria.Escuchar este comentario lo vivo como un jarro de agua

fría. Estaba a punto de preguntarle por su campo visual. Des-pués de la experiencia, creo que ha de ser una persona allegadaquien debe informar sobre este tema a la afectada, no cual-quier otra persona desconocida como yo, por ejemplo. Y, por

lo que acabo de comprobar, aún no le ha llegado esta informa-ción sobre su visión.

—He visto que os entendéis bien. No había visto hablarmucho a mi hija con personas extrañas —continúa diciéndomela madre.

—Bien, bien —me dirijo de nuevo a la chica—. ¿Vas a laasociación de sordos?

La madre vuelve a interrumpirme, ella parece conocer algola LSC:—Hace tiempo, a menudo, iba a una asociación de sordos

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junto con otras chicas sordas que viven por aquí, cerca. Peroun día que fui a buscarla me encontré que estaba sola, arrinco-nada, mientras sus amigas charlaban con otras personas. Mepuse furiosa. No quería que mi hija sufriera. Por eso decidí queno fuera más a esa asociación.

—Tu madre me está contando —me dirijo otra vez a la chi-ca— que habías ido a la asociación de sordos y que ella fue abuscarte y te encontró sola, ¿es así?

Noto que está tensa, temblorosa y pienso que mi preguntaha sido demasiado directa. No se me ha ocurrido decirlo deotra manera. Ella se dirige a su madre con la mirada, comoesperando una respuesta. Mientras la madre habla con su hija,le pido, con signos, a la asistenta social, que cuando acabe laconversación que mantienen ahora madre e hija, se ocupe ellade la madre. Cuando parece que me ha entendido, me pongo aescuchar la conversación que mantienen madre e hija para verel tipo de comunicación que hay entre ellas.

—...tú ibas a la asociación, ¿verdad? No te gustaba, ¿teacuerdas? Bien, esto es lo que ella te pregunta —veo que ledice.

—¿Por qué no te gustaba ir a la asociación? —le pregunto ala hija.

Ella mira otra vez a su madre y ésta le contesta:—Sí, tú sabes por qué no te gustaba. Tú me lo has dicho

muchas veces. Dijiste que te aburrías. Dijiste que te margina-ban. ¿Te acuerdas?

Ya no me atrevo a seguir preguntando directamente a lachica porque siento que la pongo tensa, cuando mi intenciónno era esa. Yo, ahora, también me siento tensa porque no sécómo actuar. Es la primera vez que entrevisto a alguien así y nohabía previsto este tipo de relación. Finalmente, le informo a

Amanda que mi entrevista con la chica ha terminado.Una vez en la calle, se me ocurre pensar que quizás la chicano sabía el motivo de nuestra visita. La madre lo sabía, pero ¿y

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ella? Siento haber olvidado preguntárselo porque lo consideromuy necesario para que ella pueda situarse y para poder darlela oportunidad de decirme que no desea ser entrevistada. Esuna decisión que hay que respetar.

—¿Qué tal te ha ido la entrevista? —me pregunta Amanda.—Es muy difícil de explicar —acierto a decir.—Para mí, ha sido emocionante ver cómo os entendíais. La

madre me ha comentado que estaba contenta de que su hijapudiera hablar contigo.

—Tengo la impresión de que su nivel de conocimiento delentorno es muy bajo —le digo.

—¿Es deficiente mental?—No creo. Podríamos haberle preguntado cómo le iban los

estudios en la escuela.—Su madre me ha dicho que era una de las mejores alum-

nas de la clase y que era muy trabajadora.—Puede ser, aunque he visto que la madre le impide hablar

a la hija constantemente. Pero por lo poco que he podido verhoy... Además, lo de la asociación... Por cierto, ¿le has pregun-tado a la madre desde cuándo no va a la asociación? —le pre-gunto a Amanda.

—Sí, desde hace dos años aproximadamente —me contesta.—Menos mal que te lo ha dicho. Se me han quedado mu-

chas cuestiones pendientes. Y ¿también le has preguntado qué

hace durante todo el día?Amanda sonríe:—Sí, también. Mientras tú entrevistabas a la chica, yo me

he entretenido hablando con ella. Me ha contado que le enseñaa coser y que cose muy bien. También le gusta mucho dibujar.Algunas tardes salen a pasear juntas y se detienen ante la casade un vecino que tiene un gato, al que ella quiere mucho. En

fin, que se preocupa por el futuro de su hija. Yo le he informa-do que en la ONCE se hacen talleres de bordado, macramé,clases de braille..., por si le interesa inscribirla.

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—¿Existen estos servicios? No lo sabía —le interrumpo.—Sí. Ya te daré más información cuando lleguemos, ¿de

acuerdo?—Sí, sí. Necesito saberlo. ¿Y la madre qué te dijo?—Que estaba interesada, que se informaría y que quizás la

inscribiría.—Amanda, menos mal que has venido conmigo, porque me

hubieran quedado muchas cuestiones sin resolver y hubiera teni-do que volver a entrevistarla para poder rellenar la encuesta...

—Llevo ya mucho tiempo trabajando en estos temas y acos-tumbro hacer este tipo de preguntas. Es normal que te sucedaesto porque es la primera vez que tú haces este tipo de trabajo.

—Sí, es cierto.A partir de la última respuesta de Amanda, noto que le em-

piezo a coger confianza para consultarle cualquier duda, im-presión u opinión sobre el trabajo, sobre las encuestas, sobrelos sordociegos, sobre los sordos y sobre mí misma... Antes de

volver a la ONCE, entramos a un bar cerca de donde habíaaparcado el coche.

—¿Cómo se dice «buenas tardes» en LSC? —me preguntaella.

Ella imita el signo que le he mostrado.—Gracias. ¿Y cómo se dice «gracias»?Una vez enseñado el signo, me imita y añade:

—Explícame por qué no estás satisfecha con la entrevistaque acabas de hacer.

—Pienso que la chica está muy mal. Tiene un nivel muybajo de conocimiento del entorno y como, además, ha dejadode ir a la asociación, va perdiendo nivel cultural, ya que norecibe más información que la que le proporciona su madre y,por lo que me ha parecido, el nivel de LSC de la madre no es

muy bueno. Ah, otra cuestión: ¿le has preguntado si había al-guien más que se comunicara con ella en LSC?—Sí. Le pregunté si se comunicaba con su padre y sus her-

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manos. Me dijo que el padre conoce muy pocos signos. Y sushermanos hacen su vida.

—Amanda, tienes mucha experiencia. Estás pendiente detodo.

—Ya te dije que esto es algo cotidiano. Realizo este tipo depreguntas infinidad de veces.

—Bien, pienso que esta chica necesita urgentemente que al-guien competente en LSC le explique cosas del entorno, le déclases de LSC para que recupere y enriquezca su lengua. Nece-sita hablar con otras personas y no únicamente con su madre.Si es que ella quiere, claro.

—Podríamos buscar qué es lo que la ONCE tiene y le puedeofrecer.

—Por cierto, a ver si me acuerdo cuando volvamos al traba-jo de que me informes de los servicios que existen.

—No te preocupes, te lo recordaré. Nos vamos ya porquetengo una cita con una persona en mi despacho y ya se acerca

la hora.Nos levantamos de la mesa y salimos para coger el coche.

Ya en la calle, observo a Amanda y pienso en lo afortunadaque soy al poder contar con alguien que me ayude, que meapoye y con quien me pueda comunicar en mis primeros pasospor el mundo laboral. Me queda aún mucho camino por reco-rrer pero, como alguien dijo, para llegar a algún lugar siempre

es necesario dar el primer paso.

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El destino con regalo

Una vez que nos encontramos cada una en nuestra mesa detrabajo, intento rellenar con lápiz las encuestas que hemos rea-lizado esta mañana. Mi mente se queda en blanco por un mo-mento sin saber cómo ni por dónde empezar. Comienzo a leer

de nuevo todas las preguntas que contiene la encuesta. Depronto, se me ocurre una idea. Me levanto y le pregunto aAmanda, interrumpiendo su trabajo, si tiene rellenadas encues-tas de otros ciegos para tener una idea de cómo redactarlas.

—Sí, las tenemos. Espera un momento que acabe de escribireste informe y luego te las traigo, ¿de acuerdo?

Después de un rato, observo que Amanda se levanta de su

silla y me digo: «Ahora va a buscarme las encuestas». Mi intui-ción no ha sido acertada porque alguien ha llamado a la puertay ella se ha levantado para abrir. No había percibido los gol-pes. Entra una mujer que no me parece que sea invidente. Supiel es muy oscura y sus cabellos muy rizados. Sin embargo, ensus rasgos físicos diría que confluyen, por lo menos, tres razas:la blanca, la negra y la cobriza. Me pregunto: «¿Será una ma-

dre o la hermana de alguna persona ciega? ¿Qué es lo que con-sultará con la asistenta social? ¿Un trabajo? ¿Una pensión?¿Una residencia?... De repente, la mano de Amanda me saca de

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mis pensamientos para decirme algo:—Esta mujer es de California. Tiene una beca para estudiar

sobre las personas sordociegas. Le he dicho que trabajabas eneste tema.

—¡Ah! Muy bien. Encantada de conocerte —le digo, diri-giéndome a ella.

Luego le digo a Amanda:—¿Habla castellano?Es la misma mujer, cuyo nombre es Hellen, la que me res-

ponde, acompañándose de algunos signos de la ASL (Lenguade Signos Americana), que ha estudiado español y que lo en-tiende bien. Muy contenta le pregunto:

—¡Ah! ¿Sabes la ASL?Me dice que conoce algunos signos de la LSC, porque había

estado un mes en contacto con los sordos catalanes y que tra-baja como audióloga en una escuela de sordos. Además su ma-rido también es sordo.

—¡Qué interesante! ¿Y cómo es que te dedicas al tema de lasordoceguera? —le pregunto.

—He trabajado con algunas personas sordociegas y tengoalgunos amigos que lo son. Me interesa profundizar en estetema. Hablaba con Amanda, para ver si pudiera colaborar convosotras —me explica.

—Por mí, encantada —acepto.

Para mí, supone un gran regalo del destino el que haya apa-recido esta persona que quiere colaborar y que, además, parececonocer este mundo. Sus conocimientos me permitirán facilitarmi relación con los sordociegos y desangustiarme en este traba-jo.

—Tenemos que visitar a un matrimonio. El marido es unapersona sordociega y viven cerca de aquí. ¿Puedes venir con

nosotras mañana por la mañana? —le pregunto.Hellen asiente encantada. Decido hacer una pausa para to-marme un refresco y hablar con ella. La bombardeo a pregun-

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tas sobre el mundo de la sordoceguera y, de entre los muchostemas que comentamos, me informa de algunas de las actitudesde las personas sordociegas:

—Existen personas sordociegas que no aceptan el contactofísico porque piensan que así perderán totalmente su campo devisión al no ejercitar la vista.

Sigue contándome los distintos tipos de síndrome de Usherque existen y me informa que tiene material sobre este tema ensu casa y que me lo traerá. La escucho con mucho interés yluego le pregunto sobre ella misma. Me explica que está aquídesde hace un mes y que se ha instalado en Barcelona, paraquedarse un año, con su marido y sus dos hijas. Su marido esdirector de un departamento relacionado con sordos que tie-nen otras deficiencias, en la misma escuela donde ella trabajacomo audióloga, además de logopeda. Me cuenta cómo es suescuela, cómo funciona, la de gente que asiste... Me siento felizescuchándola, pues no existe ningún obstáculo en nuestra con-

versación. Hablamos en castellano acompañándonos de algu-nos signos, ella en ASL y yo en LSC. En ocasiones, chapurrea-mos cada una los signos de la lengua de la otra. Me sientocomo un pájaro libre, volando en medio de una comunicaciónfluida con variados colores y formas.

Al día siguiente, nos encontramos de nuevo, las tres. Llega-mos al destino de nuestra visita. Se trata de un barrio céntrico.

Amanda lleva una cámara de vídeo porque dice que le gustaríagrabar el diálogo entre un sordociego y yo, ya que le encantócómo me desenvolvía comunicándome con la chica el día ante-rior y desearía disponer de material grabado para un posibleuso futuro. Nos dirigimos hacia una calle estrecha por la queno pasan coches y entramos en un vestíbulo con aparienciamisteriosa, antigua, oscura. Subimos por unas escaleras estre-

chas, de piedra lisa, deformadas por tantas pisadas que hancreado caprichosas formas y que nos hablan de la edad deledificio. Se presenta a mis ojos como un inmueble antiguo y

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austero. Llamamos al timbre y nos abre una mujer, una señoramayor, sorda. Me presento diciendo que yo soy sorda y hago lopropio con Amanda y Hellen, añadiendo que ellas son oyentes.La mujer conoce a Amanda y por ella sabe que venimos de laONCE. Siento una gran tranquilidad al conversar con ella por-que su LSC es fluida. Una vez que le he explicado en qué con-siste nuestra visita, caigo en la cuenta de que aún no he visto asu marido, que es un sordociego total, según indica el breveinforme.

—¿Dónde está su marido? —le pregunto.—Está en su cuarto, haciendo sus cosas. Ahora le llamo.Mientras esperamos, observo que es modesto el cuarto de

estar. Me siento muy tranquila porque Hellen esté con noso-tras. Además, la anciana es muy amable, agradable y simpáticay no he encontrado ningún obstáculo en nuestra comunicaciónpero se me ha olvidado una cosa:

—Amanda, ¿sigues nuestra conversación? —le pregunto

preocupada. No quiero que te sientas al margen.—Tú, tranquila, Hellen me va traduciendo. Me encanta ver

cómo os entendéis. A mí me costó mucho comprenderla el díaque vino a la ONCE.

Aparece el marido con un semblante serio y al mismo tiem-po dulce, su cara grande y alargada, cabizbajo, alto y delgado.Sus ojos se ocultan tras los párpados. Se dirige con pasos lentos

y seguros hacia una silla que ha tocado levemente con el dorsode su mano. Una vez que se ha sentado, su mujer le explicadónde estamos. Observo detenidamente cómo le habla: él apo-ya sus manos sobre las manos de su mujer y, ésta, le va expli-cando.

—Es muy jovencita, morena y pequeña. Tiene el cabellocorto... —le informa de cómo soy yo físicamente.

—Pregúntele, por favor, si no le molesta que le filmemos—le pido.No acepta ser filmado y respetamos su decisión. Cuando la

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mujer le comenta que ahora yo le voy a hacer la encuesta, posasus manos sobre las mías. Siento una especie de temblor y se locomunico:

—Tranquila, te entiendo —me dice.Este comentario me supone una inyección de seguridad y

siento un profundo agradecimiento. Su mujer me pregunta siquiero beber algo y le respondo agradecida que no. Él quieretomarse una infusión.

—Cuando era un bebé, de unos cinco meses, estuve mojado yenfermé —me dice cuando le pregunto por la causa de su sordera.

—¿Y la ceguera? —prosigo.—En los tiempos de la guerra, durante el año 1936, empecé

a tener problemas en la vista. Fue a causa de un accidente labo-ral. Y en 1940 me quedé ciego total.

Habla con aplomo. Ahora, yo sigo preguntándole, sin tan-tas reservas, ya que noto que él me anima a continuar.

—84 años —me contesta al preguntarle por la edad de su

mujer.—¡¿84?! —exclamo incrédula. Él asiente sonriendo y le co-

mento—. No lo parece, pensaba que era mucho más joven—observo a su mujer que está riendo.

—Lo sé, parece más joven que yo, ya me lo han dicho otrasveces —afirma muy seguro de sí mismo. Él era seis años másjoven que ella—. Además, es muy guapa.

Sonrío ante su comentario y le hago saber que coincido consu apreciación.

—Tenía muchos pretendientes pero me escogió a mí —añade.Me explica también cómo se enamoraron y me siento espec-

tadora de una película romántica, de conquistas, de poemas deamor... Su mujer, de vez en cuando, asiente sonriendo. Cuandosu narración finaliza, sigo con la encuesta:

—¿Qué le gustaría que la ONCE hiciera por usted? —lepregunto.—No necesito nada, estoy bien. Voy tres días por semana a

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la asociación de sordos y, algunas veces, hacemos excursionescon los socios.

Me asombra su comentario y me atrevo añadir una pregun-ta, que quizás resulte indiscreta aunque figure en la encuesta:

—¿Si a su mujer le pasara algo, aceptaría ir a una residen-cia?

Niega vehementemente y añade:—Prefiero que venga a mi casa una persona de confianza,

que conozca la LSC.«He aquí una respuesta que no esperaba», me digo. Final-

mente, miro a Hellen por si ella quiere añadir alguna preguntamás.

—Me pregunta Hellen si tiene algún familiar sordociego—le comento.

—Sí, una hermana —me sorprende.—¿Su hermana también es sordociega?Asiente y, de repente, veo que aparece su mujer con la infu-

sión sobre una bandeja. Le informo de su presencia y ella letoca el hombro y, suavemente, la mano del hombre se posaencima de la de su mujer:

—Aquí tienes tu infusión —le dice, dirigiendo su mano po-sada hacia el vaso. Él mete levemente el dedo índice dentro delmismo. Lo hace así para saber el nivel de líquido que hay en elvaso, porque Amanda me informó un día de cómo se desenvol-

vían los ciegos.—Me parece que ya está —le comento, cuando ha posado

de nuevo su mano sobre la mía—. Hellen quiere hablar conusted, ¿no le importa?

Mientras Hellen y el anciano se comunican, yo sigo con máspreguntas dirigidas a su mujer.

—¿Cómo se desplaza fuera de casa? —le pregunto.

—Conmigo o con alguna persona sorda de la asociación.No le gusta usar el bastón blanco.—¿Y dentro de casa?

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—No hay ningún problema. Por ejemplo, le pongo la ropaencima de la cama y él se la pone. A veces no está de acuerdo yprefiere ponerse otra ropa. Cuando le digo que la ropa que mepide está para lavar, entonces se pone la que le he preparado.

—¿Qué cree que necesita él de la ONCE? —le preguntocuando ha acabado su comentario.

—Me preocupa qué pasará cuando yo me muera. Me gusta-ría que él se muriera antes.

—Si le pasara algo, por ejemplo, que no le pudiera acompa-ñar a la asociación de sordos y tuviera que quedarse en casa,¿qué harían?

—¿Salir?... No sé...Entonces llamo a Amanda que, hasta ese momento, estaba

observándonos.—¿Cómo puede ponerse en contacto ella con la ONCE si le

pasa algo? —le pregunto en voz alta, a la vez que signo paraque la anciana siga mi conversación con la oyente.

—Pregúntale si tiene contacto con alguna vecina del mismoedificio para pedir ayuda.

—Sí, hay una vecina muy maja —me contesta, cuando le hetraducido, y añade—. A ella le suelo pedir que llame por telé-fono, para ir al médico y para otras cosas. También es ella laque me dijo que veníais vosotras hoy. Le aviso pocas veces,solamente cuando hay alguna urgencia, para no molestarle

mucho —le traduzco su comentario a Amanda.—¿Tiene el número de teléfono de la ONCE? —le pregunto.Asiente y añade que se lo dio Amanda cuando fue un día a

la ONCE.Cuando llega la hora de la despedida, salimos a la calle y

nos dirigimos a un bar para seguir charlando.—... pienso que este señor padece síndrome de Usher. Le he

preguntado si antes de ser ciego total tropezaba con las cosasdel suelo y me ha dicho que sí —me comenta Hellen cuando hepedido su opinión sobre la causa de la sordoceguera y prosi-

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gue:—De muchas sorderas se desconoce la causa porque el sín-

drome de Usher hace poco tiempo que se diagnostica.—Entiendo. Mi sordera se descubrió que era genética tam-

bién hace poco tiempo y de este señor, ya anciano, es normalque su madre no supiera cuál era la causa. No sé si es muyconveniente informarle, es como si contradijera la informaciónde su madre. Cuando mi madre supo que mi sordera era gené-tica no fue agradable, era como culpabilizarla, era preferibleque la causa fuera externa... En fin, creo que es mejor no con-tradecir a la persona durante la encuesta y solamente tomarnotas de lo que dice, ¿no? —cuando ella asiente, continúo—.Recuerdo que cuando era pequeña, algunos niños manifesta-ban que su sordera provenía del ruido fuerte de un cohete,otros de una caída... No sé si se lo inventaban, lo deducían delo que decían sus padres o si era así como se les explicaba. ¿Teha comentado alguna cosa más?

—Bueno, sí, algunas anécdotas. Me contó que conocía a lossordos por su perfume, por un rasgo físico de la cara, por unreloj. Pero que no le gustaba tener que adivinar quién era lapersona que tenía delante; prefería que ésta le dijera quién esantes de hablar con ella —contesta Hellen.

—A mí me molestaría tener que andar adivinando siempre.Sería como si estuviera jugando a la gallina ciega... —intervie-

ne Amanda.—Sí, a mis amigos sordociegos tampoco les gusta —infor-

ma Hellen.—Estoy contenta de poder contar contigo. De esta manera,

tanto los sordociegos como yo, nos podemos sentir más relaja-dos gracias a la información que se facilita —le digo agradeci-da.

Salimos del bar y me dirijo hacia mi coche, después de des-pedirme de Hellen y Amanda. Una vez que estoy dentro, bienacomodada en mi asiento saco la llave del bolso sin fijarme en

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el interior, usando únicamente el tacto, e intento colocarla en elcontacto. Aunque no lo consigo al principio, después de trestentativas logro introducirla y arranco el coche. Desconecto miaudífono y cierro los ojos mientras el coche está al ralentí parasentir solamente sus vibraciones rítmicas, a la vez que noto eltacto del volante y todo mi cuerpo pegado al asiento y a lospedales... Al cabo de un rato, me concentro en mi nariz y per-cibo por primera vez que mi coche no huele como a mí megustaría, por lo que decido comprarme un ambientador. Abrode nuevo los ojos y todo el paisaje táctil y olfativo se esfumacomo por arte de magia, como si la vista corriera las cortinas alos otros sentidos.

Cuando llego a mi destino, aparco el coche cerca de mi casa,me dirijo al ascensor. Una vez dentro, trato de percibir quiénha sido la ultima persona que ha estado en él y pienso que debehaber sido una mujer por el tipo de perfume... ¿Quién será lamujer que usa este perfume? ¿Usa siempre el mismo? ¿O irá

cambiando?A partir de ese día, con Hellen y Amanda hemos viajado

juntas en mi coche por diversas ciudades y pueblos, entrevis-tando a muchos sordociegos. Hellen me ha aportado gran can-tidad de información a partir de sus experiencias y de los artí-culos que me facilitó sobre este mundo nuevo para mí. Poco apoco, fui descubriendo y aprendiendo muchas cosas sobre las

diversas peculiaridades de cada sordociego y de su entorno. Notodas las personas sordociegas son iguales. Gradualmente, mitacto y mi olfato se tornaron más sensibles en el trato con ellas,gracias al descubrimiento que supuso la gran utilidad queaportan estos sentidos en la relación con dichas personas.

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LOS SORDOS NO SON PECES

«Me gusta nadar mucho, como a los peces. Mis amigos dicen que

nado como un pez. Pero no soy un pez porque no soy capaz de nadarlas 24 horas seguidas como los oyentes, perdón, como los peces.

Estoy orgullosa de ser como soy.»

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La crisis

Hace ya dos años que trabajo como profesora de niños y niñassordos. Llega la Navidad. Estoy de vacaciones, en casa de mispadres, sentada en un sofá, leyendo un libro. De vez en cuan-do, levanto la vista para mirar la tele. No sé qué programa es-

tán dando. De pronto, empiezo a sentirme intranquila, rara.No me apetece seguir leyendo, ni mirar la tele. Siento que elcorazón me oprime el pecho y no sé si esa sensación es de doloro de otra cosa. La opresión es cada vez más fuerte y empiezo ainquietarme. Hago un gesto con la mano para llamar la aten-ción de mi madre ya que no quiero molestar a mi padre, queestá disfrutando de la programación televisiva.

Le digo, sin voz, moviendo los labios, con un fuerte senti-miento de dolor e indicando el lugar de mi corazón, que no meencuentro bien, que algo me pasa y que no sé de qué se trata.Mi madre me ha comprendido y me pregunta también casi sinvoz: «¿Vamos al hospital, a urgencias?» Le contesto que no sési vale la pena ir, que a lo mejor es algo que dura poco, queesperemos un poco más a ver si se me pasa.

Pero no estoy bien, cada vez estoy más inquieta. Sientoque el corazón me oprime hasta que el dolor se me hace inso-portable. No puedo más. Me levanto y le digo a mi madre

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que vayamos al hospital. Le explico a mi padre, que me hamirado con cara de sorpresa, que no me encuentro bien y quevoy a ir con mamá a urgencias para ver lo que le pasa a micorazón.

Por fin, me encuentro en el hospital, en una habitación deparedes blancas, inmaculadas hasta el techo, tumbada en unacamilla, esperando que me hagan un electrocardiograma. Elresultado: todo está bien. Menos mal, suspiro aliviada, peroaun así no estoy contenta. Le explico a la doctora que estoyinquieta, que no me encuentro bien, que me pasa algo que nosé lo que es y que quiero que desaparezca «eso» que me moles-ta de una vez por todas. La doctora me explica que se trata deansiedad, de tensión, que es cosa de los nervios. ¿Nervios? Nose me había ocurrido. ¿Qué es lo que me produce esta sensa-ción? Tengo un trabajo que me gusta. Tengo amigos. No hayrazón aparente para estar mal.

—¿Hay algún remedio para que me pueda sentir mejor?

—le pregunto a la doctora.Me receta unas pastillas.—Son tranquilizantes— me explica la doctora.Le pregunto si no hay algo más natural.—Haz ejercicios físicos que te produzcan cansancio para

eliminar la ansiedad —me responde—. Pero toma también es-tas pastillas. Y, si no te encuentras mejor, ve al médico de cabe-

cera por si tuviera que derivarte al psiquiatra.He comprendido todo gracias a que mi madre me ha inter-

pretado con lectura labial lo que me decía la doctora.—¿Bastará con los ejercicios físicos? —sigo preguntando.—Es mejor que hagas las dos cosas, me responde.La consulta acaba ahí. Detesto las pastillas, me resisto a

tomarlas y decido esperar al día siguiente a ver qué pasa. Voy a

una piscina para informarme sobre horarios, precios y condi-ciones, y me dicen que no abren hasta después de las vacacio-nes. Estoy decepcionada, pues aún faltan muchos días, más de

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una semana. Llega la noche, tengo mucho sueño, pero estoy unpoco más tranquila.

Al día siguiente luce el sol. Me despierto y miro a mi alrede-dor. Me vuelvo a encontrar inquieta, no estoy cómoda, no pue-do más. No es normal en mí. Me levanto y me dirijo a la coci-na. En el desayuno me doy cuenta de que la comida no tienesabor. A pesar de eso, me esfuerzo en comer algo. Por fin, medecido a tomar las pastillas. Una vez arreglada y vestida, veoaparecer a mi padre que me mira sorprendido y me preguntapor qué me había levantado tan temprano y adónde iba. Ledigo que voy a la farmacia, que no me encuentro bien. Enton-ces, se me ocurre una idea. A mi padre le encantan las camina-tas por la montaña y le pregunto si quiere que vayamos hastala ermita que se encuentra al otro lado de las montañas, por-que necesito caminar mucho, hacer ejercicio físico. Mi padreestá de acuerdo. Mientras voy a la farmacia, mi padre se pre-para.

Ya en la calle, caminamos un buen trecho hasta dejar atráslas últimas calles asfaltadas y los últimos coches aparcados, allídonde la vegetación levanta su frontera con la ciudad, por unlugar por el que hacía mucho tiempo que no había pasado.Casi no hablamos nada. Marchamos sin cesar con pasos rápi-dos, subiendo por la montaña. Respiro fuerte. Llegamos a unapequeña cima y mi padre necesita descansar. Yo continúo mo-

viéndome. No puedo ni quiero parar. Quiero cansarme, ago-tarme y todavía no lo estoy.

—¿No estás cansada?, me pregunta mi padre asombrado.Le digo que no y le explico brevemente: «No sé qué es lo

que me pasa. Sólo sé que me pasa algo. No estoy bien, pero nosé el motivo. Siento necesidad de moverme mucho. Necesitosentirme cansada.» Mi padre no comenta nada más. Se levanta

y volvemos a caminar.Hemos vuelto a casa. Deseo que la pastilla haga ya el efec-to que parece que aún no ha hecho. Me siento a la mesa de-

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lante del plato de comida. Tomo la primera cucharada desopa. No tiene sabor. Estoy asombrada. Todo alimento meresulta insípido, su textura es de trapo, de tierra. No me ape-tece comer. Aún así me esfuerzo en tomar algo, porque sé quelo necesita mi cuerpo. Mientras tanto, mis piernas no puedenpermanecer quietas y tengo unas terribles ganas de golpearcon los dos puños sobre la mesa, pero no lo hago. Muevomuy rápidamente las piernas. Estoy inquieta, desesperada.Me tomo otra pastilla. Me entran ganas de tomarme máspero me resisto. Termino de comer, me levanto y recojo lamesa. Voy a fregar los platos por pura necesidad de mover-me. Cuando acabo me siento en el sillón a leer pero no consi-go concentrarme en la lectura. Enciendo el televisor y no haynada que me interese. Deseo con todas mis fuerzas que mipadre se despierte de su siesta porque quiero acompañarle alhuerto para ayudarle.

Cuando se levanta, se lo propongo y nos vamos para allí.

Ya en el huerto, le ayudo a transportar agua y no me importaque pesen mucho los cubos porque siento necesidad de hacer-lo. Pronto oscurece y volvemos a casa por un camino más lar-go. Al llegar a casa otra vez, empiezo a sentirme cansada, consueño. Por fin, me encuentro más aliviada. Consigo cenar aun-que la comida sigue sabiéndome insípida. Me voy a la cama yduermo profundamente.

Me despierto con el día ya amanecido y miro la hora. Séque he dormido profundamente durante ocho horas seguidas,pero todavía es temprano. Intento cerrar los ojos de nuevo. Noestoy cómoda. Me irrito. No puedo seguir más tiempo en lacama, estoy demasiado despejada. Miro mi cara en el espejoque me devuelve un rostro triste. Sonrío con fuerza pero es unasonrisa falsa. Me ducho con parsimonia, frotándome con fuer-

za, para pasar el tiempo. Cuando acabo, preparo el desayuno ysigue siendo insípido. Estoy desesperada. Veo a mi madre le-vantada y le pregunto si vamos a salir a comprar ropa, zapatos

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o lo que sea. Está conforme y salimos. Acordamos no coger elautobús para ir caminando. Como camino demasiado rápido,me veo obligada a volver atrás varias veces hasta la altura demi madre.

Así paso dos días más en un estado de inquietud y desespe-ración inusuales. El cuarto día tengo que ir a buscar el cocheque está en el taller para una reparación sin importancia. Salgocon el coche ya arreglado. Me acompaña mi padre. Una vez enla calle llego a un cruce y veo un coche a mi derecha. Yo sigomi camino y de repente me encuentro con el coche delante demis narices. Freno bruscamente, pero no he tenido tiempo deevitar el choque. Mi padre se ha dado un golpe en la cabezacon el espejo retrovisor y tiene una pequeña herida. Me pre-gunta qué ha pasado. Le digo que no he reaccionado a tiempo.Salgo del coche y le digo al otro conductor, seria y tranquila-mente, que yo he tenido la culpa y que rellenemos los papeles.Así que vuelvo al taller con el coche ante la sorpresa de los

mecánicos.Volvemos mi padre y yo silenciosamente a casa. Mi madre

me pregunta por el coche y le comento que he tenido un acci-dente. Ella no me cree. Comienzo a llorar desconsoladamente,mientras mi madre me abraza, y me dice: «llora, llora todo loque quieras».

Al día siguiente, en la calle, voy caminando sola por una

acera. Siento en todo mi cuerpo como una muerte viviente queme invade. Empiezo a sentir deseos de morir. Por la tarde, via-jando en el metro, veo a mi alrededor a personas ancianas y meinvaden unos tremendos celos. Ellas han recorrido un largo ca-mino en la vida y a mí me da miedo continuar el que me falta.Todo se me hace pesado, duro, como si tuviera que arrastraruna gran carga a mis espaldas. No quiero seguir en este estado.

Estoy desesperada porque no sé lo que me pasa, a pesar de sabercerteramente que no estoy bien, que algo me sucede. Sufro mu-cho, pero no tengo ningún dolor físico palpable. Quiero estar

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bien pero no sé cómo puedo salir de este estado que me atena-za.

Vuelvo a casa anímicamente agotada. Me siento con mi ma-dre en el sofá, delante del televisor, sin mirarlo. Por mi mentevan apareciendo múltiples pensamientos en los que me digo:«Estoy trabajando con niños, con personas, ¡son seres huma-nos! Me da mucho miedo, pues trato con ellos. Siento una granresponsabilidad que me puede. No quiero trabajar con sereshumanos. Quiero trabajar con objetos. Me arrepiento de haberelegido esta profesión.» Se lo comunico a mi madre, diciéndoleque quiero trabajar con máquinas. Mi madre se espanta antemi comentario: «No digas eso. Siempre quisiste ser maestra deniños sordos. Estás haciendo lo que siempre te ha gustado ha-cer.» Le contesto: «Sí, lo sé. Pero ahora no quiero. Quiero tra-bajar en cualquier otra cosa, aunque sea de criada, o en algoque sea siempre igual, rutinario, como copiar escribiendo enun ordenador.»

Ya se acerca el día de la vuelta a las clases. Mi madre, antemi continuado malestar, me dice: «Pide la baja.» Le digo queno, que necesito moverme, hacer algo, que me siento peor siestoy inactiva. El mismo lunes que empieza la escuela, busco ami coordinadora para comentarle que no me encuentro bien,sin entrar en más detalles. Simplemente le digo que no sé muybien lo que me pasa, que me parece que estoy estresada, y que

bien pudiera ser por el hecho de trabajar con una determinadacompañera que me produce una tensión continuada por su ma-nera de ser. Mi coordinadora me comenta que necesita consul-tar con otros coordinadores y con el director. Después de unosdías, me llega la grata noticia de que el número de horas quededico a la atención directa a los niños sobrepasa el legal yque, por lo tanto, puedo sustituir estas horas por otras de tra-

bajo personal o de reuniones con otros profesionales.Cuando llega mi primera hora de trabajo personal, me en-cuentro con Ramiro, un compañero de trabajo. Le hablo de lo

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que me está pasando y le pregunto qué puedo hacer para en-contrarme bien. Como él parece tener cierta disponibilidadcharlamos un buen rato. Después de escucharme, noto un lige-ro alivio por haber hablado. Más tarde me pregunta si me gus-taría contactar con un psicoanalista. He oído hablar de estaprofesión a más de una compañera. Hasta entonces me hacíagracia todo lo que me habían explicado sobre el psicoanálisis ypreguntaba, a menudo, para conocerlo un poco más aunquefuera para reírme después. Yo lo consideraba como una tonte-ría porque realmente no comprendía nada. Reírme, entonces,era una forma de ignorancia. El psicoanálisis me resultaba muyextraño, como algo desconocido y un mundo lejano. A pesarde todo, creo que voy a confiar en él para ver si me ayuda aacabar con mi malestar desesperante e insoportable. Hastaahora los médicos sólo me recetan pastillas.

Ramiro echa mano a su agenda y buscamos un despachopara hacer una llamada de teléfono y, mientras espera a que

descuelguen al otro lado de la línea, me informa del nombredel psicoanalista. Inician la conversación y le comenta que soyuna persona sorda que está en fase depresiva. Me pregunto,asombrada, cuando leo en sus labios las palabras «fase depre-siva»: ¿depresión? ¿Llaman depresión a lo que estoy sintiendo?No le digo nada de mi descubrimiento hasta más tarde. Hedecidido ir a una librería para buscar libros que traten sobre la

depresión. Después, me pregunta la hora y el día que me vabien para concertar una visita con el psicoanalista. Apunto lafecha y la dirección.

A la semana siguiente acudo a la entrevista con el psicoana-lista. Me pregunta lo que me pasa. Trato de contarle todo loque creo que es la causa de mi malestar y el tiempo concedidoa la primera sesión no es suficiente. Vuelvo las próximas sesio-

nes, varias, hasta que llega un día que no tengo nada que con-tar, como si todo estuviera dicho. En la última sesión casi estoytodo el tiempo sin hablar hasta que me pregunta si había pen-

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sado algo antes de entrar a la entrevista con él, le digo que sí,que tengo envidia de los loros.

—¿Por qué? —me pregunta.—Porque no quiero pensar —le respondo—. Los loros hablan

sin pensar. Hablar me supone pensar y no quiero pensar más.Después, por mi cuenta, decido concluir las entrevistas.Durante los días que acudía al psicoanalista también, a ve-

ces, me encontraba con Ramiro y le comentaba algunas de misdificultades en el desarrollo de la tarea docente. Con él me ibadando cuenta de que aprendía a explicarme y a escucharme.Con el tiempo fui descubriendo la importancia del diálogo. Yotenía experiencia de dialogar con otras personas pero notabaque la escucha era diferente. Así fui aprendiendo a escuchar deotra manera y se me fueron abriendo nuevas perspectivas enmi trabajo docente, con los alumnos y alumnas, con otras per-sonas y conmigo misma.

—¿Por qué? —me pregunta un día Ramiro cuando decidí

informarle que ya no acudía al psicoanalista. Le respondo queno tenía nada de qué hablar y que quería ser como un loro. Esdecir, hablar sin pensar.

—¿Por qué? —continúa preguntándome.—No sé, es como... —me interrumpo y en este momento

empiezo a sentir una intensa emoción—. Es como dijo Aristó-teles —continúo hablando— lo que me molestaba mucho era

que nos dijeran sordomudos —me doy cuenta de que hablo atropezones, sin orden.

—¿Qué dijo Aristóteles? —me pregunta él.Con su pregunta me ayuda a poner en orden a mis pensa-

mientos.—Aristóteles dijo que los sordos —le explico— al no produ-

cir sonidos de lenguaje, eran como animales, que no pertene-

cían al grupo de seres humanos. ¡Claro está! —me digo excla-mando y llorando al mismo tiempo, resultado de la intensaemoción.

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Le explico que yo le decía al psicoanalista que quería sercomo un loro. Los loros pueden hablar pero no piensan. Yohablaba como por procuración, de manera inconsciente, algu-nas personas con su mirada me han transmitido que yo siendosorda no debía pensar, que no era posible que pensara. Escomo si cumpliera el deseo del otro, de lo que pensaba el otroy por eso dije que envidiaba al loro por no pensar.

Aquello que dije en la ultima entrevista fue muy importantepara mí porque el descubrimiento del motivo de mi silencio enla última sesión hizo que se desatara lo que me tenía unida, deforma inconsciente, al deseo del otro, a quienes pensaban igualque Aristóteles. Más adelante, de forma natural empezaría apensar mucho, mejor dicho, a disfrutar mucho pensando. Noparaba de preguntarme el porqué de las cosas, de explicárme-las, y lo hacía a través de la escritura en un diario y hablandocon Ramiro.

Las entrevistas con el psicoanalista, el diario, la lectura de

determinados libros, me permitieron sentirme mucho mejorque antes de la crisis. Las constantes preguntas que se me plan-tearon y que me sigo planteando, sobre todo los porqués, meayudaron a escucharme, a descubrirme y a aceptarme tal comosoy. Me siento más libre descubriendo obstáculos nuevos parapoder eliminarlos después y así seguir mi camino por la vida deforma más libre. También escucho a los otros de otra manera.

Mi visión del ser humano ha cambiado y se ha hecho más am-plia. Además de sentirme mejor, comprendo mejor a los demás.Comprendo mejor a los alumnos, me fijo más en cómo apren-den, para ayudarles en su aprendizaje. Mi actividad docente escada vez más relajada, menos tensa, menos angustiosa, másgozosa.

No me olvido de mi familia. Mis padres hicieron lo que su-

pieron y pudieron respecto a mi malestar: me acompañaban,me preguntaban por mi salud, accedían a mis peticiones. Y lesagradezco su confianza depositada en mí. Mi relación con ellos

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ha cambiado, entiendo su forma de pensar y les respeto porqueellos han vivido y crecido en una serie de circunstancias que yono viví. Les escucho de otra forma y les aporto mi visión delmundo de forma más tranquila. En fin, la relación con la fami-lia también se ha modificado. Ahora es más serena y amorosa.

*  *  *Es verano. Mar tiene la mañana libre y yo estoy de vacaciones.Decidimos ir juntas un rato a la playa. Después de habernosbañado en el mar, nos sentamos sobre las toallas y bajo la som-brilla comienzo a explicarle cosas sobre mi crisis.

—Es horrible haber pasado una crisis. Es difícil describircon palabras cómo se siente una. Al haberla pasado yo, com-prendo mejor a las personas que padecen una depresión aun-que no sea del mismo tipo que la mía. Antes, cuando alguienme explicaba lo que era una depresión, no lo entendía o, mejordicho, creía entender pero no de la misma manera a como lo

entiendo ahora.Me interrumpo y añado, riéndome:—Ya veremos si lo que entiendo ahora lo entenderé de la

misma manera dentro de unos años o cuando me sobrevengade nuevo otra crisis... Espero que no.

Y prosigo con mis experiencias:—Pude darme cuenta de que estaba pasando un mal mo-

mento, de que me sobrevino bruscamente una crisis, y pudepedir ayuda. Otras personas no son conscientes. Además, pudecontar con una persona que conocía el tema.

—Yo, en la adolescencia, cuando estaba estudiando forma-ción profesional, tuve algo parecido a lo que me cuentas —in-terviene Mar.

Me ha sorprendido mucho su comentario:

—Mar, ¿tú tuviste una depresión? No me lo contaste—acierto a decirle.—Yo antes no sabía que se trataba de una depresión. Cuan-

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do el otro día escuché tu relato de la crisis, recordé que a míme pasó algo parecido, pero entonces tampoco sabía qué era loque me estaba sucediendo. Tú, hasta que Ramiro no te mencio-nó la palabra depresión, no supiste lo que tenías. ¿Te acuerdas?

Asiento repetidas veces, porque al acertar con lo que medice, experimento una gran alegría. Tengo mucha curiosidadpor conocer su experiencia.

—¿Cómo fue tu depresión? —pregunto.—Cuando estaba en la formación profesional —me respon-

de—, cada noche soñaba con un funeral. Yo me encontrabatumbada en un ataúd. La familia acudía a mi entierro y yo veíasus caras que rezaban por mí. Quería morir.

—Cuando estabas en la caja, ¿estabas muerta o despierta?—la interrumpo.

—Estaba despierta —contesta ella—. Pero la familia me mi-raba como si estuviera muerta.

—¿Cada noche soñabas con la muerte? —sigo preguntando.

—Sí, cada noche —me responde.—¿Durante cuánto tiempo?—No recuerdo cuánto duró pero creo que dos años, porque

coincidió con mi escolarización en la segunda escuela de oyen-tes.

Continúo sorprendida y le digo:—Mar, yo no noté absolutamente nada. ¿Por qué no me lo

contaste?—Porque me parecía una locura que yo deseara morir —me

responde—. Me consideraba la única persona en el mundo quetenía esa sensación y no me atrevía a decir nada ni a ti, ni anadie. Al oír tu relato pude entender lo que me había pasado amí.

Mar me explica que entonces no le apetecía comer ni salir.

Nuestra madre le insistía que saliera, que hiciera alguna excur-sión. Le suponía mucho esfuerzo tener que ir a la escuela deoyentes. Sentía envidia de las personas ancianas porque habían

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recorrido ya un largo trecho de su vida. Cuando escucho estoúltimo me sorprendo muchísimo más aún.

—¿O sea que sentiste lo mismo que yo con lo de la envidiaa los ancianos? —le pregunto.

—Sí, sí. Al escucharte, me tranquilizó comprobar que mi pro-blema no era único, que no era una locura, sino que también lesucedía lo mismo a otras personas. ¿Te acuerdas que no parabade mover las piernas y tu te enfadabas por eso? —dice ella.

—Sí, claro. Me enfadaba mucho contigo porque no te esta-bas quieta; porque me distraías mientras estudiaba o veía latelevisión o cuando hablaba contigo. Me molestaban muchotus movimientos. Te decía que ibas a hacerte una persona tem-blorosa para siempre. ¡Cuánto daño debí de hacerte!

—Tranquila, tú no sabías nada —me interrumpe Mar—. Yyo tampoco. A mí también me extrañaba mi necesidad de mo-verme. Era como si expulsara algo de mí. En este sentido, so-mos muy parecidas en los síntomas de la depresión: necesidad

de estar en movimiento, envidia de los ancianos, ganas de mo-rir... La única diferencia es que tú pudiste saber qué te pasabay yo no. Si sobreviví fue gracias a ti. Tú eras la única llama deluz en la oscuridad que me permitió seguir viviendo. Contigome comunicaba a mis anchas. Te contaba lo que me pasaba enla escuela de los oyentes. Tú me comprendías. Y además llorá-bamos juntas sin que lo supiera nadie más.

—Mar, te creía fuerte —prosigo— a pesar de que me conta-ras lo mal que lo pasabas en la escuela. Nunca pensé que lle-garías a ese extremo. Yo te envidiaba porque ibas a la escuelade sordos y creía que tu personalidad e identidad tan fuertescomo persona sorda, podían soportar los años de integración.Yo he aprendido mucho de ti como persona sorda —le confie-so.

—Los primeros días que estuve integrada, sobre los treceaños, lo pasé fatal. ¿Te acuerdas? —me dice.—Sí, sí, mamá me lo contó. Me dijo que cuando volviste a

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casa el primer día de clase estabas muy enfadada. Le decías queera porque estabas con oyentes, porque no entendías nada delo que decía el profesor. Que deseabas aprender. Que era unapérdida de tiempo. Que era una burla estar allí. Y además ti-raste las sillas. Querías volver a la escuela de los sordos. Ymamá te decía que no tenía más remedio que matricularte enesta escuela ya que le habían contado que la escuela de sordoscerraría. Al final, pudiste acomodarte a la nueva situación.

—Sí, no tuve más remedio. Podía soportar la situación por-que en el recreo los niños jugaban. Yo participaba en todos losjuegos activos para no aburrirme. Menos mal que había juegosque no necesitaban el uso de palabras. Afortunadamente yo lescaía bien a todos los chicos y chicas y podía jugar con ellos.

Mar prosigue diciendo:—Además, me vino muy bien que me contaras tus experien-

cias en la escuela. Yo procuraba no caer en las mismas situacio-nes negativas que sufriste como, por ejemplo, cuando estabas en

el grupo aburriéndote, sin entender nada, y les preguntabas y tedecían pesada o tonta cuando participabas en la conversación.Para evitar esto jugaba a menudo y ya sabes que, por suerte, megustaba jugar, especialmente a aquella especie de béisbol, quellamábamos «a matar»... Era una experta en esos juegos. A loscompañeros les gustaba que participara y así no lo pasaba tanmal. Sin embargo, a cambio de ejercitar mi físico, dejaba de lado

lo que pasaba a mi alrededor.—Pero sacabas buenas notas —le replico.—Sí, sacaba buenas notas pero no en todas las asignaturas.

Las matemáticas y la química me iban muy bien, gracias a labase que adquirí en la escuela de sordos, aunque más adelanteno entendía para qué me servían. En dibujo y gimnasia yo erauna de las mejores porque era la mayor y, además, porque era

lo único que podía hacer sin dificultad. Las demás asignaturaslas memorizaba sin entender nada. Había muchos temas queignoraba a pesar de haberlos estudiado, mejor dicho, memori-

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zado. Años más tarde, cuando fui a la asociación de sordos, lagente se sorprendía de la cantidad de cosas que ignoraba.

—¿Y en la otra escuela de formación profesional? —le pre-gunto.

—Ahí es cuando empecé a sentirme mal. Éramos muchosalumnos y en cada clase había varios grupos de amigos. Nome identificaba con ninguno porque no podía captar los temasque trataban. Nadie jugaba y todos los grupos hablaban entresí. Cuando tocaba la hora del recreo, me quedaba en clase acopiar los apuntes de los compañeros o, si no había ninguno,me iba a pasear sola sin que nadie me viera. No me gustabaque me vieran triste. Cada día mi visión del futuro se tornabamás negra. Ir a la escuela cada día me llenaba de tristeza. Miidentidad y mi personalidad se tambaleaban paulatinamente amedida que me desinteresaba más por todo. Durante esta épo-ca fue cuando tuve fiebre a menudo sin saber nunca el motivo.

—¡Ah! Recuerdo que estuviste ingresada durante quince

días en la clínica porque no sabían el motivo de tu fiebre per-sistente —intervengo—. Te dieron el alta, aunque no consi-guieron bajar la fiebre a pesar de haberte hecho muchas prue-bas. Los médicos dijeron que la fiebre formaba parte de tunaturaleza, que no era fiebre, que tu temperatura era alta, ¿nofue así?

—Sí. Ahora recuerdo que los médicos me hicieron pregun-

tas sobre si me dolía en alguna parte. Les contestaba que no.Bien, cuando estuve en el hospital me sentí aliviada porque notenía que ir a la escuela. Yo creo que la fiebre me la causaba laangustia o la tristeza.

—¿No sería la depresión? —le pregunto.—Sí, estoy convencida de que era a causa de la depresión.

Ahora que conozco lo que es, porque me lo explicaste, sé que

fue ése el motivo. Podría haberles dicho que me dolía el alma,pero no sabía que mi alma estaba dolida, ni que existía unamanera de decirlo así. Al recibir el alta, me puse muy triste

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porque debía volver a la escuela.De pronto, a Mar se le ocurre preguntarme socarronamente:—¿Te enfadarías si tus alumnos se movieran sin parar?Es una pregunta excelente, ya que me permite llevar la con-

versación hacia mi tarea docente:—Si no hubiera pasado por la misma experiencia, quizás

me enfadaría con ellos, como lo hice contigo cuando éramosadolescentes. Los movimientos me distraen y me molestan.Ahora que sé un poco más, me suelo preguntar antes por quélo harán ellos y me fijo en lo que hago yo. Es decir, antecualquier actitud o comportamiento de mis alumnos, les escu-cho, porque pienso que siempre hay algún motivo detrás.Bueno, Mar, y tú, ¿cuándo crees que te recuperaste? —le pre-gunto.

—Cuando encontré el primer empleo, cuando descubríque había personas sordas trabajando en la empresa. Queríatrabajar allí como fuera. No sabía teclear los números, sola-

mente las letras. ¿Te acuerdas que me confeccionaste un ar-tilugio de cartón con las teclas encima para que yo practica-ra?

—Sí, y te veía muy entusiasmada. No parabas de practicarni durante la hora de comer. Ponías el cartón al lado del plato,comías con la mano izquierda, y con la derecha tecleabas enese artilugio.

—Así es. Por nada del mundo quería perder ese empleo.Pero el primer día, sólo tenía que teclear números y yo no sa-bía hacerlo con rapidez. Estuve a prueba durante quince días.Me encontraba a gusto porque estaba rodeada de varias perso-nas sordas. Además, ese trabajo dio un sentido a mi vida, vique las personas sordas podíamos trabajar.

—Mar, me sorprendes. Tu sabías que las personas sordas

podíamos trabajar —le digo escandalizada.—Claro que lo sabía, pero de forma difusa. El hecho de es-tar con personas oyentes, sin haber visto a personas sordas

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adultas trabajando, me reforzaba ese sentimiento de malestar.A partir de entonces, empecé a pensar en otras profesionescomo, por ejemplo, enfermera, que entonces me gustaba. Perotambién encontraba obstáculos, ya que no podría entender alas personas enfermas cuando me hablaran. Y lo mismo suce-día con otras profesiones que se me ocurrían. Siempre encon-traba dificultades para desempeñarlas. A partir de entoncesempecé a preguntarme: ¿Para qué vine al mundo? ¿Para quéestoy aquí si no puedo ejercer ninguna profesión?

Me han sorprendido estas últimas frases de mi hermana.¿Tan joven y ya podía reflexionar sobre este tipo de preguntas?A mí me surgieron mucho más tarde.

—Sí, una profesora, sin darse cuenta, con su comentario so-bre que yo no podía trabajar, hizo que mi visión de futuro em-pezara a ser negra —continúa Mar.

—Yo entonces estudiaba para ser maestra —le digo.—Sí, tú todavía no estabas trabajando. Además, yo no tenía

paciencia para seguir los estudios, ya no tenía fuerzas para me-morizar más textos que me parecían incomprensibles. Si hubie-ra habido intérpretes, quizás habría seguido estudiando. Perono fue así.

—Me sigue resultando extraño. Tú habías estado en la es-cuela de sordos hasta los trece años. Podrías haber tenido co-nocimiento de personas sordas adultas que trabajaban.

—Sí, es cierto, había alguien con quién lo hablé. Algunoscompañeros sordos comentaban cosas sobre el trabajo de suspadres, que también eran sordos. Pero cuando era más peque-ña, no pensaba en mi futuro laboral y no lo asimilé como algoimprescindible. Además, al estar en la escuela de oyentes du-rante mucho tiempo, se fue aflojando mi personalidad e identi-dad como sorda.

—Bien, bien —la interrumpo—. ¿Así que el ver a otras per-sonas sordas trabajando te abrió las puertas al mundo laboral?—Sí. Y más puertas se me abrieron cuando descubrí a otras

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personas sordas trabajando en diferentes profesiones. Porejemplo, el chico que trabaja en una empresa de electrónica, elque se dedica a inventar y reparar aparatos visuales, ¿lo cono-ces? Además es dueño de una pequeña empresa —me dice Mar.

Asiento a su pregunta.—Pues casos como éste me permitieron sentirme muy feliz.

Más tarde recordé los comentarios de los compañeros de laescuela de sordos sobre los padres sordos que trabajaban. Re-cuperé la confianza en mí misma. Me sentí más segura y empe-cé a saborear la vida, a disfrutarla intensamente —afirma or-gullosa mi hermana.

—Mar, me has dado una idea. Estoy pensando en los alum-nos sordos. Ellos sólo me ven trabajar como maestra, y piensoque no han visto a otras personas sordas adultas que desempe-ñen otras profesiones. Una compañera del trabajo me contóque un día preguntó a un alumno qué quería ser cuando fueramayor y éste le contestó que le gustaría ser como yo, es decir,

maestro. Entonces me hizo gracia y no le di mayor importan-cia. Pero ahora que me has comentado tu experiencia, piensoque a este alumno, por el hecho de no ver a otros adultos sor-dos que se dediquen a otras profesiones diferentes, sólo se leocurre ser maestro. El próximo curso tendré muy en cuentaeste tema. Lo comentaré a mis compañeras y compañeros paraorganizar alguna actividad como, por ejemplo, invitar a sordos

adultos a que expliquen su profesión. ¿Qué te parece? —lepropongo.

—Muy buena idea. Si no pueden ir, también podríais filmar-les en su lugar del trabajo. O bien, realizar diversas salidaspara visitar empresas, oficinas, fábricas donde trabajan perso-nas sordas. Así podrían también aprender el funcionamiento,la estructura de las distintas profesiones —apunta Mar.

—Es una idea genial. Mis alumnos estarán contentos conti-go, porque gracias a tu experiencia, aunque fuera muy des-agradable, podrán descubrir la importancia de los referentes

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sordos adultos en la educación...—Y también estarán contentos contigo porque ya no te en-

fadarás cuando se muevan tanto...Ante este comentario me entra una risa explosiva. Mar tam-

bién se ríe a carcajadas. Mientras reímos se me ocurre mirar lahora.

—Pronto será la hora de partir. Me apetece nadar un rato yluego nos podemos ir, ¿de acuerdo? —le propongo.

—Sí. Yo voy a hojear un rato el diario.Una vez en casa, durante la comida, le comento:—A veces pienso que debido a la experiencia de haber pasa-

do por una crisis me encuentro más a gusto conmigo misma,mucho mejor que antes, más libre. Quiero decir que las crisisson una forma de experiencia enriquecedora, que te hacen cre-cer personalmente.

—Sí, pero, ¿y si la persona no logra salir de la crisis? —in-terviene Mar.

—Es horrible cuando estás inmersa en la crisis. Lo pasasmuy mal. Por suerte yo logré superarla, porque tuve la suertede contactar con personas que conocen este problema. Otraspersonas no han tenido la misma oportunidad y otras sufrenpermanentemente, viven como muertas y hasta se suicidan.

—Y también están las que sufren porque no saben vivir deotra manera... —continua Mar y añade—: ¿Todos estos proble-

mas se pueden hablar con los psicólogos y con los psiquiatras?—¡Ah sí! Me había olvidado de los psiquiatras. Me parece

que estos profesionales de la salud mental se preocupan más decalmar el dolor, principalmente, recetando pastillas para taparlos males.

—¿Has contactado con ellos alguna vez? —me pregunta.—No, no he contactado nunca —contesto—. ¿Puedo decir

lo que pienso a pesar de desconocer profundamente el mundode la psiquiatría?Mar asiente sonriendo.

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—Yo creo que las pastillas tapan o esconden el mal delalma, más que afrontarlo y sacarlo a la luz, para que se diluyael dolor y... No voy a decir más tonterías, porque no sé muybien en qué consiste su trabajo.

Mi hermana sigue sonriendo.—Los que se sienten deprimidos podrían acudir a los psicó-

logos o psiquiatras como has hecho tú.—Sí, si lo desean, sí. Actualmente aquí, en España, existe

mucha resistencia para acudir a ellos porque se cree que sola-mente tratan con los locos. Se piensa que la depresión es unaforma de locura.

—Yo lo viví así cuando tuve la depresión pero después no—opina ella.

—Además, la cultura de este país creo que no ha transmiti-do de manera positiva este tema, de ahí que genere diversostópicos de «negación» sobre la existencia del «dolor del alma».Si todo el mundo puede tener un mal físico, también puede

sufrir un mal psíquico. Nadie, que yo sepa, pide tener un cán-cer o una arritmia del corazón y creo que nadie dice que unaneumonía o la fractura de un hueso se puede curar por sí sola.No sé qué dirían los curanderos, los naturistas...

—¿Quieres decir que si uno se deprime no es porque loquiera, ni se puede curar por sí sólo sino que necesita acudir alos especialistas para remediar su depresión? —intenta aclarar

Mar.—Sí, así es. Es como si uno tuviera, de repente, mucha fie-

bre con desmayos frecuentes y se dijera a sí mismo: «No es unproblema mío. Me lo curaré yo solo porque soy fuerte», y esosin ser médico. ¿Qué pasaría entonces?

—¡Qué exagerada! —exclama mi hermana.—¿No crees que la depresión viene a ser algo así como si

uno se quedara sin ánimo, quiero decir, como si te amputaranun miembro del cuerpo?—Bueno, acepto la comparación.

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—Por lo menos eso es lo que pretendía que entendieras. Y aveces el mal físico proviene de un mal espiritual, por ejemplo,tu fiebre.

—Sí, sí, es verdad. Se llama psicosomático, ¿verdad?—Mar, deberías seguir estudiando, porque te interesan mu-

cho estos temas que hablamos.—Si hay intérpretes o un profesor que sepa la LSC, quizás sí

—contesta.—Mar, se acerca la hora de la despedida —aviso.—Sí, sí. Ya lo sé.Una vez que ella se ha ido a su trabajo, recojo la mesa.

Mientras friego los platos, voy acordándome de nuestra exten-sa e intensa charla y reflexiono sobre el tema. Haber superadouna crisis es fantástico pero también podría haberla evitado sino hubiera pasado este tipo de experiencias desagradables, conotra educación, con otra visión de la persona sorda, con máscultura.

¿Y los niños y niñas sordos que aún están construyendo sulenguaje? ¿Cómo sentirán, por ejemplo, el miedo, la vergüenzao la tristeza, si aún no conocen ni sus nombres? ¿Cómo viviránestos sentimientos sin poder nombrarlos? ¿Tendrán ellos algoparecido a estos sentimientos? ¿Cómo perciben un mundo sinpalabras? Yo me sentía muy desesperada sin saber qué me pa-saba. Conocía la existencia de la palabra depresión pero no la

relacionaba con mi malestar. Al adjudicar la palabra depresióna mi malestar, aunque me sorprendió al principio, pude actuarpara que desapareciera el dolor, acudí a un psicoananlista paraque me ayudara a superarlo.

Lo que me propongo es intentar explicarles con palabras, esdecir, con LSC, a los niños y niñas sordos el mundo que lesrodea. Les quiero dar la posibilidad de conocer diversos recur-

sos del lenguaje que les permitan formular preguntas, tratar deaveriguar, reflexionar, sentir... Intentaré que se sientan motiva-dos, que se interesen por lo que les rodea, procuraré entender-

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les y escuchar lo que les sucede para poder después poner pala-bras a sus sentimientos de manera que puedan tener seguridady tranquilidad. Todo menos enfadarme.

Seguiré consultando con otros profesionales sobre cómo ac-tuar ante distintas situaciones en el trabajo con los alumnossordos. También continuaré leyendo sobre la educación, sobrela infancia y la adolescencia para seguir aprendiendo, para sen-tirme más segura, más tranquila. Mi deseo más ferviente es in-tentar que estos niños y niñas sordos con los que me relacionono pasen por experiencias similares a las que tuvimos Mar y yoy puedan vivirlas de otra manera.

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El señor Calafell

He terminado por fin la carrera de magisterio. Ya he consegui-do el título de maestra que tanto ansiaba y he llegado a lameta deseada, a la que quise llegar desde muy pequeña. Re-cuerdo que me gustaba ser maestra desde que dije qué queríaser de mayor.

Ahora ha llegado el momento de buscar un trabajo comomaestra de niños y niñas sordos y, para ello, me apunto en mu-chos lugares y en distintas escuelas. Lo primero que comprue-bo es que ahora es un período difícil para conseguir un empleo.Cuando busco trabajo como maestra, todos me dicen que debotener el título de logopedia, si quiero dedicarme a la educaciónde personas sordas, por lo que me informo, con cierta apren-

sión, sobre un postgrado en esa materia. Mientras intento ma-tricularme, busco un trabajo diferente, un trabajo relacionadocon el mundo de las personas sordas.

Saco el papel del bolsillo de mi chaqueta para leer el núme-ro de la casa hacia la que me dirijo. Todavía me faltan bastan-tes números para llegar. Sigo caminando, hasta que veo unapuerta de cristal que permite divisar en el interior, desde la ca-

lle, a unas personas hablando con las manos.«Es aquí» me digo una vez que he visto el número que coin-cidía con la dirección que tenía en el papel.

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Entro y todas las caras se giran para observarme. Sientencuriosidad y yo también. No encuentro entre estas caras a lapersona que concuerde con los rasgos físicos que me dio lapersona sorda que me informó de esta asociación, que yo noconocía.

—Hola, buenas tardes. Soy sorda —suelo describirme deesta manera ante los sordos, además de hablar en LSC paraindicar que conozco esta lengua. Luego pregunto por el presi-dente de esta asociación

—Está aquí. Te acompaño —se ofrece amablemente una se-ñora de mediana edad.

Subimos por unas escaleras estrechas de madera, pegadas ala pared de la derecha. Al llegar arriba, giramos hacia la iz-quierda y al fondo diviso a un señor mayor. Lo que más meimpacta de él es su larga barba blanca... Me acerco con admi-ración hacia su figura. Es un hombre entrado en años, con unagran calva reluciente, delimitada por una abundante cabellera

blanca. Su presencia me asombra, me deslumbra. Parece unpatriarca. És el señor Angel Calafell i Pijoan, el presidente dedicha asociación, «La Mutua».

—¿Qué deseas? —me pregunta en LSC, después de que mehaya presentado.

—Busco un trabajo. Acabé los estudios como maestra y megustaría dar clases particulares a personas sordas o algún otro

trabajo.—¿Conoces a alguien de aquí? —me pregunta.—No. Un chico sordo, que ya no está aquí, me dio la direc-

ción. Se llama Antonio.—Sí, sí, le conozco. Es un buen chico. ¿Quieres que te ense-

ñe el local? —añade ante mi sonrisa silenciosa, arma de defen-sa ante una situación en la que no sé cómo continuar el diálo-

go.Acepto encantada. El local es muy distinto al que yo acudíatiempo atrás, el de la asociación CERECUSOR, que dejé por

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problemas económicos, ya que mi padre se encontraba en elparo mientras estudiábamos. «La Mutua» tiene otro estilo, meresulta un espacio como misterioso y austero.

Me presenta a unas personas sordas que son delegadas delas comisiones que tiene la asociación: la de deportes, la decultura y la de la mujer. También hablamos con algunos cargosdirectivos, como la secretaria, el vicepresidente, el tesorero.Después de este bombardeo de información, nueva para mí,nos despedimos y me comenta que me enviará una carta si al-gunos sordos se interesan por mi ofrecimiento.

Al cabo de unos días me llega a casa una carta del señorCalafell, ofreciéndome un empleo como auxiliar administrati-va por unos meses, con un horario de unas cuatro horas dia-rias. Me comenta que de momento no existen sordos interesa-dos en apuntarse a las clases. Él cree que es porque no meconocen y piensa que este empleo puede ser una manera paraque los sordos de la asociación y yo nos conozcamos. De todas

formas, lo acepto encantada porque necesito trabajar y porquedebo madurar y conocer otro mundo, el mundo laboral. Ade-más, me considero muy afortunada porque es un empleo en elámbito de las personas sordas.

Cuando comienzo a trabajar, me encuentro con otra chicaque es oyente, hija de padres sordos, que trabaja de adminis-trativa. Nos saludamos y hacemos las presentaciones pertinen-

tes. Una vez hechas, me instalo en una mesa que está enfrentede la del presidente. Él me explica lo que debo hacer y en quéconsiste mi trabajo. Debo realizar unos recados y, además, hede pasar cartas con una máquina de escribir. Cuando acabocon mi tarea o cuando me lo pide, el señor Calafell me explicasus vivencias del mundo de los sordos, su historia y su trayec-toria, a partir de su vasta experiencia. Yo le escucho asombra-

da y el tiempo pasa volando.Ha sido el fundador de no pocas asociaciones de sordos yuno de los fundadores de la Confederación Nacional de Sordos

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de España, además de la Federació de Sords de Catalunya (FE-SOCA). Ha impartido clases de lengua castellana, de formavoluntaria, a varios sordos. Ha vivido la guerra y me explicacómo vivían las personas sordas en ese tiempo, desde su perspec-tiva personal. Me explica también la organización del mundo delas personas sordas y en qué consiste: la confederación, las fede-raciones, las asociaciones, la junta directiva, los socios, los de-rechos y los deberes...

Mi paso por esta asociación me da la oportunidad de rela-cionarme con sordos de avanzada edad, que me explican suexperiencia durante la época de la guerra, cómo se desenvol-vían en muchos aspectos de su vida como, por ejemplo, tenerhijos sin los avances que hay hoy en día.

—Ataba una cuerda a la muñeca de la mano de mi bebé conla mía —me comenta un día una señora anciana sobre su expe-riencia como madre de una hija también sorda.

—¿Y cuándo alguien llamaba al timbre? ¿Cómo lo hacía?

—le pregunto dejando de lado la máquina de escribir.—Con una cuerda, desde la puerta de entrada hasta el co-

medor, en la que se colgaba un trapo. El que llamaba tiraba dela cuerda y el trapo se movía.

—¡Ah, sí! ¿Todos lo hacían igual?—No creo. Antiguamente lo normal era convivir con los

padres y los abuelos y las visitas a casa eran poco frecuentes.

Cuando comencé a trabajar en «La Mutua» ignoraba mu-chas cosas de este mundo, a pesar de haber estado asistiendo aotra asociación de sordos. Allí acudía para charlar, para diver-tirme, para quedar con los amigos, para asistir a las activida-des que se organizaban y casi todos eran personas de mi edado más jóvenes. No me interesaban las personas de más edad.No iba con ganas de informarme, conocer o saber más. He

descubierto otra faceta de nuestro mundo, así como su historiaa través de las palabras, de la LSC, del señor Calafell, mientrasestuve cada día sentada frente a él. En fin, que puedo conside-

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rar que las circunstancias me fueron favorables porque me hanempujado a descubrir nuevas realidades. A partir de entonces,he querido conocer en profundidad el mundo de las personassordas. Me informo de las conferencias que organizan la con-federación, las asociaciones o la FESOCA, para asistir, leo li-bros y revistas, asisto a diferentes actos y jornadas...

De la importancia de la información que me transmitía elseñor Calafell y de la que, posteriormente, recibí para desarro-llarme y vivir como persona sorda, vivir sin angustia, da cuen-ta este sencillo tributo que desde aquí le ofrezco. Nunca estarésuficientemente agradecida al señor Calafell por haberle cono-cido y por haber tenido la oportunidad de escucharle. Ademásme transmitió unos conocimientos que me han permitido pro-fundizar en el mundo de los sordos, así como adquirir una ma-durez y una base, lo suficientemente sólida, para desenvolver-me en la vida más facilmente. El señor Calafell ya no está aquí,entre nosotros, pero permanecen sus escritos y las semillas que

difundió se expandieron a muchas personas, entre la que mecuento.

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Los audífonos

Un día, paseando por una calle, me detengo ante un escaparatede audífonos. Hay unos carteles que anuncian con tono triun-fal y rimbombante: «Su excusa para no llevar audífonos final-mente ha terminado», «Oír mejor es cada vez más discreto.» Y

junto a los mensajes aparecen fotos de audífonos, más peque-ños que el mío, que se introducen dentro del oído. Mientrasmiro estos carteles pienso: «Quieren esconder la sordera. Quese vea debe ser algo desagradable, negativo.»

Ante esta visión me viene a la cabeza la escena de una pelí-cula, ambientada en el siglo pasado, donde un personaje, unachica, tenía problemas de visión y necesitaba llevar gafas. Los

chicos se burlaban de ella y la llamaban «cuatro ojos». Enaquella época llevar gafas era algo desagradable y poco acepta-do.

Luego, me viene a la memoria otro recuerdo de un cómicque leí hace mucho tiempo, donde aparecía una adolescenteenamorada de su profesor. Ella se decía a sí misma que si lleva-ba gafas tendría un aire de intelectual y que el profesor se fija-

ría más en ella y se enamoraría. Por eso, insistía a su madre enque necesitaba unas gafas. Mientras mis pensamientos siguensu curso, observo lo que ocurre a mi alrededor y veo a mucha

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gente que lleva gafas de diversos modelos, y hasta gafas de solsin que éste luzca. Los diseños son muy variados y atractivos y,en algunos casos, realzan la belleza. Muchas gafas no son másque adornos, que no sólo sirven para ver sino también paraembellecer el rostro.

Más tarde me viene a la mente una foto que vi en El PaísSemanal del pintor, sordo, David Hockney, que llevaba un au-dífono de color cereza. Entonces tuve una sensación extraña.Nunca antes había visto a una persona llevar un audífono decolores vivos. Yo misma no lo llevaría porque llamaría la aten-ción y no me gusta. El que yo tengo es de color beige porque esel único color que fabrican actualmente aquí, en España, y laidea de los fabricantes es que la sordera pase desapercibida.Cuando veo a otras personas con audífonos del mismo colorque el mío, que imitan el color de la piel, me parecen feos, peroaun así no me importa llevarlo, quizás porque estamos acos-tumbrados a ver estos audífonos.

¿Por qué no hay audífonos de colores aquí como el de Da-vid Hockney? ¿Los podríamos llevar como un adorno? ¿Porqué no? Parece que estemos en el siglo pasado, como sucedíacon las gafas. Hoy en día la sociedad considera la sorderacomo algo negativo, vergonzoso, que hay que esconder.

Sigo caminando y veo una óptica. Observo que tienen lenti-llas. Me había olvidado de que existían. Hay personas que por

diversas razones no desean mostrar que llevan gafas, mientrasque otras prefieren enseñarlas, aun viendo bien. Me alegra queexista esa libertad de elección. Me gustaría que los sordos dis-pusiéramos también de dicha libertad: a unos les gustaría lle-var el audífono, además de para oír, como adorno; otros, pre-ferirían no mostrarlo; otros, quizás sí, ¿por qué no?

Ando enfrascada en estas ideas, cuando llego a la consulta

del audioprotesista. Mientras espero mi turno, hojeo unasrevistas que hay a mi lado y me detengo ante unas fotos,donde aparecen varias personas con un objeto en forma de

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plato, introducido dentro del labio inferior, adquiriendo unaforma prominente. El reportaje contiene otras fotos de unasmujeres con el cuello repleto de anillos o de personas conbocio que les sobresale del cuello. Leo el texto que acompa-ña las fotos: «...incluso existen personas que consideran elbocio como belleza y no saben que es un síntoma de enfer-medad». Ante esta frase me sorprendo muchísimo y empiezoa preguntarme: «¿Qué es la belleza? ¿Puede una enfermedadser considerada como bella? ¿Existe un canon universal debelleza?»

Por el rabillo del ojo veo que se me acerca una persona. Le-vanto la cabeza de la revista para mirarla y me digo: «Ahora esmi turno». Una vez que nos hemos saludado, le pregunto porlos audífonos de colores.

—No, no existen —me comenta.—¿Por qué no los fabrican? ¿Cómo es que no tienen un di-

señador en su equipo? —propongo.

—Porque no habría personas interesadas, sólo algún casoaislado, especial.

—¿Como yo, por ejemplo?—Bueno, sí... —admite.—Se podría no ser especial, si hubiera otro tipo de publici-

dad —le digo.—Sí, pudiera ser.

Parece no estar muy convencido o bien es que me ve muyrara. Ahora mismo ya no me apetece continuar y, además, aho-ra tampoco tengo intención de comprarlo. ¿Y si lo tuvieran?,pienso. No sé, mejor dejarlo así. Me quedo callada.

El audioprotesista, ante mi silencio, me pregunta que porqué no llevo los dos audífonos, ya que con los dos oiría mejory, además, tendría una audición estereofónica. Le explico que

me siento mal cuando oigo por el oído izquierdo, cosa que nome sucede con el derecho.—Tienes casi las mismas curvas audiométricas en los dos

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oídos —me dice—. Ahora los audífonos son mejores. Tienenun control de compresión que baja el umbral de dolor y quelos anteriores no tenían. Pruébalo, no te costará nada.

Lo pruebo con el oído izquierdo.—No me gusta, me sigue molestando —le comento.—Es la falta de costumbre —me contesta el audioprotesis-

ta—. Cuando te adaptes, ya no querrás quitártelo.Me doy por vencida. Me pongo los dos audífonos y salgo a

la calle. Inmediatamente bajo el volumen del audífono izquier-do, pues no puedo soportar el ruido del tráfico, me irrita. Porfin, llego a casa y vuelvo a subir el volumen del izquierdo paraoír a mis padres y hermanos oyentes.

—¿Qué tal te ha ido? —me pregunta mi madre.Al oír su voz, vuelvo a bajar el volumen. Me ha costado se-

guir su lectura labial, oyendo con el audífono izquierdo. Medigo: «Aún no estoy acostumbrada. Trataré de oír solamentecon el derecho para comparar.»

—¿De dónde vienes? —pregunta mi padre.Le contesto que vengo del audioprotesista. Oigo igual y me

siento extraña. Recuerdo que cuando estaba en el gabinete au-dioprotético, me parecía oír mejor, la voz del audioprotesistaera más clara y podía captar más palabras sin leer los labios.Debe de haber algo en el gabinete que me permite oír mejor.

Han pasado casi tres años y he ido varias veces al audiopro-

tesista para explicarle mi problema. Después de ajustar variasveces el audífono, me dice que es falta de costumbre. Pero yo,la verdad, no consigo acostumbrarme por mucho que me diga.No puedo hacer la lectura labial, me entorpece la comprensióny no es nada agradable oír con el oído izquierdo ya que meproduce cierta irritación. Al final, decido dejarlo enterrado enun cajón, como repuesto del oído derecho, por si se estropea.

Después de un tiempo se me ocurre preguntarme: «¿Por quéaguanté tanto si me producía irritación? ¿Por qué tuve tantapaciencia? ¿Por qué no dejé antes el audífono si no podía so-

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portarlo? Tengo la sensación de que, consciente o inconsciente-mente, me han inculcado que no oír es peor que oír mal, que elsilencio es malo.»

Leo en una novela: «Huía del mundanal ruido de la ciudadpara encontrarse con el silencio y la paz del campo...» Anteesta frase, tengo una impresión de sorpresa y de descubrimien-to. Yo no tengo necesidad de trasladarme al campo para bus-car el silencio. Basta con desconectar mi audífono y puedo su-mirme en la ausencia de sonido, en la tranquilidad, y tener paz.Pero hay algo que me inquieta. El silencio, para mí, es algonegativo, algo que no sé vivir. Ante esta lectura, empiezo a pre-guntarme: «¿Por qué el silencio es negativo para mí mientrasque otros, como el personaje de la novela, lo buscan con an-sia?» Me vienen frases aisladas a la cabeza: «La sordera es ais-lamiento, inseguridad. Hay que llevar siempre los audífonos.Sin oír no se puede vivir...» Ahora lo entiendo. Durante muchotiempo, inconscientemente, la sociedad me ha transmitido que

hay que oír siempre y que no oír es desagradable. En definitiva,siento el silencio tal y como me lo han comunicado. A partir deahora voy a tratar de vivir el silencio de otra manera, como elpersonaje de la novela.

Salgo de mi casa. Nada más pisar la calle, oigo el ruido deltráfico. Desconecto el audífono e intento concentrarme y expe-rimentar el silencio, ahora, sin nervios. Siento un silencio dife-

rente que no es un silencio absoluto. Oigo de otra manera, sin-tiendo las vibraciones, y me produce una sensación nueva queexperimento gratamente. Me decido a bajar al metro y descien-do las escaleras de la primera boca que encuentro. Me fijo másen las personas que hay en los vagones. Mi percepción visualparece que va aumentando más. De pronto, se me acerca unapersona que conozco y rápidamente conecto el audífono. La

persona en cuestión está acostumbrada a relacionarse conmigocon el audífono abierto. Todavía no estoy acostumbrada a re-lacionarme con oyentes sin el audífono, como tampoco ellos

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conmigo. Una vez que nos hemos saludado y se ha ido estapersona, vuelvo a desconectarlo.

Poco a poco, voy descubriendo que el ruido del tráfico y delmetro, que normalmente soportaba, no es agradable, e inclusodiría que me irrita. Lo que sucedía antes era que desconocía elmotivo de mi irritación. Ahora he descubierto que puedo obte-ner el placer de la libertad de oír a partir de conectar y desco-nectar el audífono, según las situaciones en las que me encuen-tre como, por ejemplo, elegir entre soportar el ruido del tráficoo el silencio apacible.

Unas semanas más tarde visito al otorrino. El médico medice que no debo llevar el audífono hasta que me cure de laotitis que padezco. Al llegar a casa, aviso a mis padres y her-manos de que no llevo el audífono, para que se relacionen con-migo de otra manera, es decir, que me avisen con la mano, envez de por mi nombre, que vocalicen más, que se acompañende gestos. A veces, mis padres lo olvidan y se ponen nerviosos

cuando no respondo a su llamada y me dicen: «¿Es que te ha-ces la sorda o qué?» Esta frase la he tenido que oír muchasveces. Antes me entristecía mucho y no sabía qué responder.Pero hoy, después de muchos años, estoy más tranquila en esteaspecto porque he descubierto muchas cosas relacionadas conmi condición de sorda y conozco la existencia de diversos con-ceptos que comprende el término «sordera», que en la socie-

dad se utilizan como tópicos en las conversaciones. Afortuna-damente, ahora puedo hablar sobre este asunto con mis padrescon toda tranquilidad.

—Soy sorda. Sólo os pido que recordéis que no llevo el au-dífono. ¿No creéis que es curioso que me digáis que me hago lasorda cuando soy sorda? —contesto a mis padres.

Observo que se entristecen.

—No pasa nada. Es normal que os surjan estas frases es-pontáneamente. Muchas otras personas también me la dicen.Es como un cliché. A mí no me gusta que me la digan pero,

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afortunadamente, puedo expresarlo. Esta frase se aplica a laspersonas que deciden que no quieren oír, que no quieren escu-char. Hace poco leí en una revista para sordos una expresiónque decía: «No hay peor sordo que el que no quiere oír.» Bue-no, me gustaría saber qué pensáis; por qué se le dice a unapersona sorda: «No te hagas el sordo» —les digo.

Ahora, parece que mis padres me han comprendido y estánmás tranquilos. Se atreven a seguir con el tema. Mi padre meinforma que conoce otra expresión: «diálogo de sordos». Anteeste comentario sonrío. Me viene a la mente una polémica quetengo con algunas profesionales con las que trabajo en la es-cuela. La frase que apunta mi padre me permite descubrir elmotivo de la sorpresa, mejor dicho, el malestar de algunas demis compañeras, ante mi opinión sobre el objetivo de la edu-cación de los niños y niñas sordos. Les había comentado quehabía que formarles para ser adultos sordos. Ahora creo quesu sorpresa estaba motivada porque ellas pensaban que yo

quería que los niños llegasen a ser personas adultas que noescuchan. Es decir, ellas relacionaban «personas adultas sor-das» con «personas que no desean escuchar». A partir de estedescubrimiento, cambio el modo de expresar mi opinión y laplanteo así: «educar a niños y niñas sordos es formar personassordas con ganas de escuchar, de aprender, de conocer cosasnuevas y no de formarles como personas disfrazadas de oyen-

tes que no escuchan, que se desinteresan por el mundo que lesrodea».

Han pasado ya tres días sin llevar el audífono. Estoy encasa, sentada en el sofá, cambiando de canal en el televisor yveo que en uno dan un concierto. En ese momento empiezo asentirme inquieta, porque tengo ganas de oír la música. A míme encanta oír música. Intento distraerme de esta necesidad

haciendo otras cosas. Verdaderamente existen otras muchasactividades que me producen placer como pintar, leer, ver pelí-culas subtituladas, hacer excursiones, hablar con otras perso-

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nas sordas y oyentes. Pero, precisamente hoy, tengo ganas deoír música. Hacía tiempo que no sentía tanto deseo. Cuandollevaba el audífono podía pasar semanas o meses sin necesidadde oír música.

Le comunico mi inquietud a Mar. Ella me dice que detestaoír música con tonos agudos pero, sin embargo, le encanta elritmo. El concierto que dan por televisión no lo encuentra agra-dable y no siente necesidad de escucharlo.

Me pregunto: «¿Dónde está la diferencia entre el gusto y lanecesidad de oír música?» He crecido conociendo y disfrutan-do de la música, ya que mis restos auditivos me lo permitían,siempre con la ayuda del audífono. Sin embargo, Mar no sien-te el placer que da la música sino que, más bien, la detestacuando la oye con el audífono. Yo la comprendo porque a mítambién me pasa igual con el oído izquierdo, que siempre hasido «profundo». Y me asalta una nueva pregunta: «¿Oigo lamúsica como los oyentes?» Para mí es difícil contestar porque

desconozco cómo la perciben los oyentes. Nunca he sido oyen-te y, por lo tanto, no puedo comparar. Puedo pensar que oigoigual que ellos aunque no distinga entre las notas musicalescercanas. No saber cómo oyen la música los oyentes, no meproduce angustia, inquietud, ni necesidad, ya que me basta conla música que oigo. Me imagino que si estos oyentes, de golpe,fuesen sordos profundos o severos, con el audífono puesto no

sentirían el mismo placer que yo, se encontrarían inquietos alno poder oír como antes. Finalmente, llego a la conclusión deque cuando se conoce algo y se ha disfrutado, se siente necesi-dad de tenerlo, pero si se pierde, sin haberlo conocido, no.

Si yo no hubiera llevado nunca el audífono, quizás no ha-bría sentido necesidad de oír música. A este respecto, pienso enlos niños sordos profundos a los que se les obliga a llevar audí-

fono aunque no les guste. También pienso en los jóvenes sor-dos profundos que llevan audífonos desde pequeños. Ya adul-ta, algunas personas me llaman la atención cuando perciben

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que tengo el audífono desconectado, como si no pudiera tenerla libertad de tenerlo cerrado. Es difícil reflexionar sobre estehecho. Parece que tratan de crear una necesidad, es decir, queintentan crear en el niño sordo la necesidad de llevar el audífo-no aunque obtenga poco provecho y aunque el resultado seanulo, en lugar de enseñarles a vivir como personas sordas. Aveces pienso que no siempre es pernicioso crear la necesidad sies que la pueden aprovechar después, pero, a menudo, sucedeque se convierte en una imposición de la que no se disfruta.

Un día le comenté a un compañero mi opinión acerca de lalibertad de elegir entre oír u optar por el silencio. Me replicódiciendo que los oyentes siempre oían y que estaban acostum-brados. Le pregunté entonces si su opinión significaba que nodeberíamos tener esta libertad de elegir algo que los oyentes nopodían tener. Él me contestó que no se le había ocurrido. Aña-dí, sonriendo, que se podría inventar un audífono que amorti-guara o silenciara los ruidos molestos, evitando así la necesi-

dad de ir al campo en busca de la paz y del silencio. Siempreque me encuentro en situaciones como ésta, pienso en las mu-chas ventajas que tenemos los sordos respecto de los oyentes.

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La lectura labial

Acabo de despedirme de un grupo de sordos y decido caminarun rato para asistir después a una reunión. Mientras me concen-tro en la conversación que acabamos de mantener, de repenteme doy cuenta de que una moto se para a mi lado. Un chico alto,

joven y guapo se quita el casco y parece que se dirige hacia mí.Intuyo que me preguntará por algún lugar, alguna dirección,como suelen hacer algunas personas que me paran por la calle.

—...¿El Prat, por ahí... Plaza España...? —me pregunta.He acertado. Me pregunta si iba bien hacia la Plaza España

y que, después, se dirigía a El Prat. Le contesto que sí. Luego,me señala su asiento como invitándome a subir a la moto con

él. Me doy cuenta de que hay algo que no funciona; he falladoen la lectura labial. Rechazo su invitación, al mismo tiempoque le doy las gracias.

—Como te veía... —empieza a decirme, acompañando elhabla con un gesto de cansancio, imitando con su cuerpo miforma de andar cansina, con la pesada cartera que llevaba—como cansada y...

Me ha hecho gracia su imitación pero sigo rehusando suofrecimiento.—Gracias. Prefiero continuar a pie —insisto.

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El chico desiste, sube de nuevo a la moto y se va.Cuando desaparece de mi vista, me digo: «El chico quería

llevarme en su moto hasta Plaza España. Deduzco que me hapreguntado si yo iba hasta allí y, como él se dirigía a El Prat,me ofrecía ahorrarme el camino a pie, ya que él pasaba porahí». Lo cierto es que yo no iba a Plaza España sino que midestino quedaba a muy pocos metros. No le he dicho que erauna persona sorda porque no me apetecía decírselo. Era unapersona desconocida y se trataba sólo de un encuentro casual,breve y, además, tenía prisa.

Este encuentro me hace reflexionar sobre las situacionesque vivo cuando se me acerca una persona, un rostro, especial-mente, si me es desconocido. Lo primero que hago es escuchar-le, mirando concentrada sus labios y el resto de la cara, losojos incluidos. Los movimientos labiales son muy sutiles. Enesta tarea también colabora mi mente, un gran almacén de ar-chivos con sus frases y clichés acumulados. Si se trata de una

cara conocida, sin embargo, mi mente me dice: «Esta personaque se acerca me saludará y, más tarde, quizás me informe dealguna noticia nueva, como acostumbra a hacer.» Mi cerebroestá alerta, busca los archivos relacionados con los saludos quecoinciden con los movimientos labiales y con los sonidos tur-bios que me llegan al oído, a través del audífono. En estos ar-chivos también están guardados los movimientos labiales típi-

cos de esta persona, así como sus clichés propios. Cuandohablo de clichés, me refiero a una serie de frases que se utilizande forma reiterada cada vez que me encuentro con alguien endeterminadas situaciones. Por ejemplo: cuando se me acercauna persona conocida, normalmente la conversación comienzapor «hola, buenos días, ¿qué tal?, ¿cómo estás?, ¿qué haces?».Cuando se acerca alguien desconocido, los saludos son algo

diferentes, más formales, más breves.A veces me encuentro en situaciones en las que no entiendonada porque, quizás, no corresponden a los archivos que tenía

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preparados inconscientemente. O porque quizás sea una situa-ción totalmente nueva para mí y, por tanto, no se encuentraentre mis archivos. Lo que me acaba de suceder con el chicoque me invitaba a montarme en su moto es un ejemplo de si-tuación que no me esperaba. O, también, puede suceder queexistan en el mensaje palabras desconocidas por mí, que notenga almacenadas. Ante esta última situación pido al que mehabla que vocalice más o que me lo escriba, que es lo que, nor-malmente, hago cuando se trata de una palabra desconocida.O, si conoce la LSC, le pido que me lo traduzca...

Es decir, que no comprendo únicamente a las personasoyentes por la lectura labial sino que colabora el conocimientodel entorno, la deducción, el ánimo y el bagaje existente delenguaje oral en mi mente debido a las lecturas y las películassubtituladas así como, también, los sonidos que me transmitena través del audífono los restos auditivos que aún me quedanaunque no me lleguen nítidamente.

Con la lectura labial capto una parte del mensaje aunquecon cierta confusión. En esta tarea me ayudan los sonidos quellegan por el audífono aunque no sean nítidos y, sobre todo, elconocimiento del entorno. Si entendiera únicamente por lectu-ra labial, me confundiría constantemente.

Trataré de ilustrarlo con una imagen visual: entramos enuna habitación oscura iluminada solamente con un débil haz

de luz que sale de una linterna. Hay un objeto encima de lacama. Si nunca lo hemos visto, ¿podremos imaginar ese objetocuando lo ilumine la débil luz de la linterna, sin haberlo tocadopreviamente? Es difícil imaginarlo. Pero si conocemos previa-mente este objeto y topamos con él en la oscuridad, lo reconoce-ríamos aunque la luz sea muy débil y la habitación oscura. Esdecir, el objeto conocido previamente es la palabra escrita ya

leída, ya conocida y almacenada en la mente. El débil haz deluz sería la labiolectura o los sonidos que llegan del audífono ami cerebro.

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A veces, cuando hay demasiada luz quedamos deslumbra-dos, por eso no percibimos bien los objetos, como ocurre con losfogonazos de los flashes. Es decir, que a veces oigo demasiadocon el audífono y no percibo lo que me dicen, sobre todo sisuben el tono de voz. En resumen, en mi comprensión oral in-tervienen la lectura labial, la capacidad auditiva que tengo através del audífono, mis conocimientos del entorno, el conoci-miento del idioma, la capacidad de deducción y, también, nohay que olvidarlo, la afectividad, la motivación y el interés queme suscita la persona que me habla. Muchas veces, a pesar demi esfuerzo, me equivoco en mis deducciones. No es agradableconstatar que me he equivocado. Afortunadamente, puedo, sime apetece, informar al desconocido que soy sorda e indicarlela mejor manera de comunicarnos. Así, ambos estamos en me-jores condiciones para entendernos.

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La espera desesperante

Salgo de una caja de ahorros acompañada de un amigo. Heentrado a pedir información y nos dirigimos en coche hacia elsupermercado. Durante el camino, mi amigo me dice:

—Hay unas ofertas interesantes en el mercado.

—Gracias por informarme pero no suelo ir al mercado —lecontesto.

—¿Por qué? —me pregunta él.—Pues porque me pone muy nerviosa esperar en la cola,

mientras el vendedor y los clientes charlan entre ellos sin yoenterarme. Para matar el aburrimiento, leo algún libro que sue-lo llevar siempre en el bolso hasta que me toca el turno, pero

leer de pie no es muy cómodo. Además, todo el rato tengo queestar pendiente a mi alrededor por si alguien me pide el turno,antes de enfrascarme en la lectura. La espera, como puedes su-poner, no es agradable. Para otras personas ir al mercado pue-de ser muy agradable, porque es un lugar donde se puedencompartir experiencias, pero no es mi caso y, además, tengo lasensación de perder el tiempo. Por eso prefiero el supermerca-

do, porque allí puedo coger directamente las cosas que necesitosin tener que esperar ante el vacío, inútilmente.—Te entiendo, porque recuerdo que un día un camarero me

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explicó una experiencia similar a la tuya pero a la inversa. Es elcamarero que trabaja en el restaurante donde suelo comer cadadía y, ahora, somos amigos. Un día hablábamos sobre las per-sonas sordas... —empieza.

Cuando él inicia su relato, frenamos la marcha para que yopueda seguir mejor su conversación, si no sus movimientos la-biales parecen saltarse.

—Supongo que le explicarías cosas de mí... ¿no? —le inte-rrumpo sonriendo.

—Sí. No conozco a otros sordos, exceptuando a tu hermanay...

—Dime qué te contó el camarero —le animo a que siga conlo que me estaba contando.

—Pues que un día entró un grupo de sordos en el restauran-te. Entre ellos hablaban... el camarero decía, con las manos. Ledije que se llama Lengua de Signos, ¿no es así?

—Si se usa esta lengua en Cataluña se dice Lengua de Sig-

nos Catalana, pero bueno, ya está bien así ¿y qué sucediódespués?

—Él temía acercarse al grupo y se preguntaba cómo podríaentenderse con ellos. Tenía que atenderles porque era su fun-ción. Cuando se acercó, un sordo le pidió un papel y un bolí-grafo. Después de prestarles lo necesario para escribir, esperó aver qué deseaban tomar. Se sintió nervioso, porque entre ellos

hablaron durante un buen rato antes de apuntar el pedido en elpapel. No se enteraba de nada. Se sintió como un muñecoplantado allí. No soportó estar así durante más tiempo y se fuea atender a otra mesa, hasta que alguien del grupo levantó lamano con el papel y se lo entregó con todo lo que pedían —na-rra mi amigo.

—¿Quieres decir que el camarero se sintió nervioso porque

no podía seguir la conversación —concluyo.—Sí, como a ti te pasa cuando esperas el turno en el merca-do. Por eso te entiendo. A mí me pasaría lo mismo si estuviera

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en un grupo de personas que hablan una lengua desconocida,por ejemplo, el alemán. Me sentiría tonto, estúpido...

—Bueno, ya hemos llegado. Gracias por acompañarme.Dale recuerdos a Tamara de mi parte —le digo mientras nosdespedimos.

—De acuerdo, se los daré. Hasta pronto y cuídate.Una vez dentro del supermercado, mientras voy mirando las

distintas marcas de vinos que están distribuidos entre los estan-tes, me digo: «Esta situación me permite entender el motivo dela actitud de los niños sordos cuando esperan a que dos adul-tos oyentes terminen de conversar oralmente entre ellos. Losniños suelen ponerse nerviosos e insisten en que les atiendan.No soportan tener que esperar ante la nada, ante un lenguajevacío de sentido para ellos. Como le sucedía a este camarero,que confesaba estar nervioso y que no soportaba la situacióncuando varias personas hablaban entre sí sin conocer su len-gua. Se sentía como un muñeco. Como me pasa a mí cuando

espero mi turno en el mercado.»Algunos profesores suelen decir a los niños y niñas sordos

que tengan paciencia, que esperen a que terminen de hablar. Silos adultos hablaran la misma lengua que los niños sordos, és-tos no se sentirían ni tan desesperados, ni tan inquietos, ni secomportarían agresivamente, porque observando a algunos ni-ños oyentes, a menudo sucede que escuchan con interés las

conversaciones entre los adultos y olvidan, por unos momen-tos, que se les preste la atención que reclaman.

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Emmanuelle Laborit o El grito de la gaviota 

Estoy en París, la ciudad de la luz, escenario y decorado detantas historias e ilusiones. He venido a unas Jornadas sobre laeducación bilingüe de los sordos. Me alojo en casa de unosamigos, Benoît y Arielle. El matrimonio tiene dos hijas peque-

ñas, que también son oyentes. Benoît es psicoanalista y trabajacon personas sordas.

Benoît me invita a ver una obra de teatro, en la que actúaEmmanuelle Laborit, una chica sorda a la que concedieron elpremio Moliere (equivalente al premio Max de las artes escéni-cas en España) a la revelación teatral el año 93, en Francia, porsu interpretación del papel de Sarah en la comedia Les Enfants

du silence. Se inspiraron en esta obra para hacer la películaque, en versión castellana, titularon Hijos de un Dios Menor.

Se levanta el telón y, en un extremo, aparece enfocada unapersona sentada en una silla, que habla en Lengua de SignosFrancesa (LSF). No he entendido nada. Me pregunto qué papeljuega en esta obra de teatro. Al otro lado del escenario, vanapareciendo los diferentes actores, usando en sus diálogos el

francés oral. «Ahora lo entiendo», me digo, «la chica sentadaen el extremo es la intérprete». A mí, personalmente, me cuestaseguir la interpretación, porque conozco muy poco la LSF, jus-

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to la que he aprendido a lo largo de la velada organizada porBenoît y Arielle, a la que asisten diversas personas interesadaspor el mundo de los sordos. Entre ellas, conozco a un sordofrancés, de origen turco, Levent Beskardes, que también es ac-tor de teatro, y que, casualmente, es codirector de esta obraque estamos viendo. Con Levent hablamos la mayor parte deltiempo en Sistema de Signos Internacional (SSI) y, durante laconversación, me enseña algunos signos de la LSF.

Por fin, aparece en escena Emmanuelle Laborit hablando enLSF, y la veo actuar. Trato de interpretar la trama de la obra, apartir del conocimiento previo de la historia, que me facilita lapelícula norteamericana en la que actuaba Marleen Matlin,una chica también sorda, y con unos rasgos físicos muy pareci-dos a los de Emmanuelle.

—¿Qué te ha parecido? —me pregunta Benoît una vez fina-lizada la obra.

—Si no llega a ser porque conocía previamente la historia,

no hubiera seguido nada —le manifiesto.Al día siguiente, compro el libro, recientemente publicado,

Le cri de la mouette, escrito por esta actriz sorda, EmmanuelleLaborit. Cuando llego a casa del matrimonio anfitrión, le digoa Benoît, a través de Sistema de Signos Internacional (SSI), quehe comprado el libro. Se alegra y me contesta en LSF que es unlibro excelente. La verdad es que tengo muchas ganas de leerlo.

Me instalo cómodamente en un sofá, bajo la luz de una lámpa-ra y abro la primera página. Voy leyendo muy despacio, con laayuda de un pequeño diccionario de bolsillo bilingüe francés-castellano que me he traído.

—¿Qué te parece el libro? —me pregunta Benoît, despuésde haber estado tocando durante un buen rato en un gran pia-no instalado en la misma sala donde yo estaba leyendo.

—He leído muy poco —digo señalando el número de pági-nas.—Pienso que tú también escribirás un libro —me comenta.

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—¿Yo? —me sorprende su opinión—. No lo sé, le respon-do.

En ese momento, me molestaba tener que escribir algo paraotros, me producía mucha aprensión. Un día, el señor Calafelltambién me dijo algo similar, cuando aún era muy joven, aun-que yo no pensaba que ello pudiera ocurrir. Años más tarde,algunas de mis compañeras logopedas también me lo sugirie-ron en alguna ocasión. Lo único que recuerdo es que, entonces,odiaba tanto tener que escribir...

Casi un año después de este viaje, un día me entero de queya se ha publicado en castellano el libro de Emmanuelle Labo-rit, El grito de la gaviota. Inmediatamente, voy a comprarlo auna librería. Cuando intenté leerlo en francés, no lo pude dis-frutar.

De hecho, me como el libro en dos tardes, con avidez, conpasión. Una vez finalizado, me digo: «Es fantástico, ameno, melo he pasado tan bien leyéndolo...» Después de cenar, decido

explicarme en un diario que hace pocos días empecé todo loque la lectura de este libro me ha provocado. Este hecho cam-biará mi relación con la práctica de la escritura:

«He leído el libro de Emmanuelle Laborit, El grito de la gaviota. Me ha gustado un montón cómo Emmanuelle lo haescrito. Ha sido capaz de describir la Lengua de Signos, lossentimientos como persona sorda... Para mí ha sido muy emo-

cionante. Está escrito en un estilo casi novelesco. Se trata de lasexperiencias vividas como persona sorda. Este libro permitedar un testimonio a los oyentes para que tengan interés en co-nocer otro mundo diferente. Es un libro que se lee como unanovela, que no está escrito en términos científicos que cansan yaburren al lector...»

A los pocos días de empezadas las vacaciones de verano,

una noche, después de cenar, me dirijo a mi estudio, donde estáel ordenador. Lo enciendo y clico sobre el icono Nuevo Docu-mento, que aparece en el programa Word. Comienzo a teclear

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sin saber lo que va a suceder, sin un plan preestablecido, sinninguna idea previa:

«Tenía 11 años. Estudiaba quinto de EGB. Una monja re- gordeta...»

Después de un tiempo en el que mis dedos se deslizan so-bre las teclas y los ojos sobre la pantalla, el relato llega a sufin. Releo por tercera vez la escena que acabo de escribir. Elresultado me ha gustado y sorprendido. No lo esperaba de mímisma. Ya sólo queda por elegir un título y decido que sea«Érase una vez». Miro la hora y veo que ya son las tres de lamadrugada:

«¿Tan rápido ha pasado el tiempo?», exclamo para mí. Bue-no, no me importa, como no tengo sueño y mañana por la maña-na no tengo ningún compromiso... Además, las noches son si-lenciosas, no me interrumpe nada ni nadie... Solamente estoyyo en esta noche, forjando con imágenes, una historia a travésde las letras, de las palabras que voy escribiendo...

No sé todavía si seguiré. Ha sido como una especie de prue-ba para ver qué es lo que pasaba por mis manos, tecleando, y,por mi mente, recordando. La noche siguiente, pruebo de nue-vo y pongo las manos sobre el teclado, después de clicar el bo-tón Nuevo Documento. Mis ojos permanecen fijos ante la pan-talla durante un buen rato, sin que ninguna letra aparezca sobreel fondo blanco. No se me ocurre nada. Me siento frustrada y

me digo que lo de ayer fue una inspiración casual. Decido irmea la cama y leer un rato. Mientras leo, comienzo a sentir comoun hormigueo, una nueva idea que se va desperezando en miinterior. Me levanto de la cama, enciendo de nuevo el ordena-dor y comienzo a teclear lo que podría ser la segunda escena:

«En el patio me aburría...»A medida que avanzo en la redacción de esta nueva escena

me voy conmoviendo, siento que una fuerte emoción me reco-rre de arriba a abajo. Me resulta difícil continuar escribiendoen el estado de inquietud en el que me encuentro. Decido dete-

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nerme antes de concluir la escena. Necesito dormir, ya que laintensa emoción me ha agotado, de manera que los ojos co-mienzan a pesarme y los párpados se me cierran.

Días más tarde, otra noche, consigo finalizar la escena ycontinúo con ganas de empezar otro relato. Entonces me doycuenta de que la inspiración no surge de manera milagrosacuando a una le apetece y que, cuando estás frente a la panta-lla, puede ocurrir algo, tu mente se puede poner de nuevo enmarcha o, por el contrario, te puedes quedar completamenteen blanco. Ha habido noches que no he conseguido escribir niuna línea porque tenía como una especie de bloqueo o, simple-mente, miedo de descubrir algo desagradable. Cuando puedosuperar ese obstáculo escribiendo, me siento como más limpia,libre. Muchas veces decido proseguir con la escritura porquehe descubierto sus virtudes como terapia personal. Cuandovuelvo de nuevo a la escuela, dejo de escribir porque necesitodormir para poder atender a mis alumnos, a los profesores, a

las familias, para estar con los amigos, con mi familia.Después de haber escrito varios relatos a lo largo de los úl-

timos veranos, decido leer de nuevo el libro de EmmanuelleLaborit.

Emmanuelle, sólo te conozco del día que te vi en París, en laobra de teatro y a través de la lectura de tu excelente libro. Porcierto, lo que más me llamó la atención fue que te pareces mu-

cho, físicamente, a Marleen Matlin, la actriz de la película nor-teamericana Hijos de un Dios Menor. Cuando he vuelto a leer-te, después de haber escrito yo misma varios relatos, me hedado cuenta de que tú y yo somos muy distintas. Tú relatas lasdificultades que tenías para que te comprendieran y yo cuentolas dificultades que tengo para entender lo que dicen los otroscon sus bocas cuando hablan. Tú eras una chica muy segura de

ti misma, rebelde, en una etapa en la que yo todavía me consi-deraba una chica inocente, en permanente angustia y tensiónante la vida, sobre todo en la relación con los oyentes. No sa-

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bía explicar lo que me pasaba hasta después de acabar la carre-ra. Tus circunstancias y las mías son muy distintas. Desarro-llaste una personalidad, unas experiencias, también distintas alas mías. Tu sordera y la mía también son diferentes. Pero apesar de todo esto, y aún siendo tan distintas, estoy encantadade que hayas escrito el libro. Ciertamente es un libro ameno,agradable y, sobre todo, ha sido como un impulso para que,finalmente, yo me decidiera a escribir. Al ser tú una personasorda, tu estilo de escribir han sido como el agua que ha hechobrotar en mí las semillas que llevaba en mi mundo interior. Tuejemplo ha significado para mí acabar, definitivamente, conmi resistencia para escribir y poder, así, plasmar por escritomis experiencias para compartirlas con otras personas. Siento,interiormente, como una ola de agradecimiento silenciosa, quesurge de las manos de las personas sordas que te hemos leído.Emmanuelle, gracias por haber escrito tu libro.

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Banquete de dioses

Una asociación de sordos, de la que soy socia, ha organizadouna barbacoa. La amiga que me informa añade, avisándome,que no me demore en hacer la reserva si no quiero quedarmesin plaza. Le agradezco su información y su aviso.

Llega el día de la cena y decido ir, aunque no he hecho lareserva. De todas formas, por si acaso, ceno un poco antes desalir de mi casa. Una vez preparada, voy muy pensativa por elcamino que conduce hasta el metro. Me cruzo con un matri-monio, ya mayor, que conozco del barrio, que me saludan conla mano cuando estamos a corta distancia:

—¡Ah! sois vosotros. Estaba pensativa —les saludo.

El matrimonio, que vocaliza bastante claro, me contesta:—Ya te veíamos. ¿Qué tal estás? ¿Ya estás de vacaciones?—Estoy bien. Sí, ya estoy de vacaciones.De repente, me fijo en el cabello de la mujer que ha cambia-

do de color.—Te queda muy bien —observo mientras señalo su cabello

casi blanco.

—Es... moda —me contesta ella.—Sí, es la moda —respondo.—No, dice que está más cómoda —me corrige el marido.

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Esta rectificación hace que no me sienta nada bien. Acabode cometer una torpeza. Y me surge una respuesta como parasalir del paso:

—Sí, además, también es moda. Hay personas que inclusose tiñen de blanco —intento disimular mi falta de compren-sión.

—Dice que también es la moda —le dice el marido a su mu-jer.

—Así no tengo que estar pendiente de ir a la peluqueríapara teñirme y me siento cómoda —me comenta la mujer.

Tengo ganas de acabar cuanto antes con la conversaciónporque no estoy contenta con mi actitud:

—Sí, además de cómodo, te queda muy bien. Bueno, metengo que ir —empiezo a despedirme.

—Vale, que te vaya bien —me contestan.—Gracias, y a vosotros también. Adiós.Mientras sigo mi camino hacia al metro me digo: «¡Qué

rabia! Estaba convencida de que lo había entendido perfecta-mente. Ellos saben que soy sorda y por eso vocalizan. Normal-mente les informo cuando no les entiendo porque no me gustaequivocarme. Pero, esta vez, estaba segura de haber compren-dido bien. No me gusta quedar en evidencia, ni que tengan queexplicarme algo que ya me han dicho».

Una vez ya instalada en un asiento del metro, miro por la

ventana y mis pensamientos siguen fluyendo por sí solos: «Pe-pita, no es para tanto. Los oyentes también se equivocan», medigo consolándome.

De repente, despierto de mis divagaciones y descubro queme he pasado de parada: «Bueno, no pasa nada porque notengo prisa. Me daré un paseo, ya que la zona es bonita, lanoche es fresca y, además, haré un poco de ejercicio. En fin, no

hay mal que por bien no venga...» Cuando estoy a punto dellegar, veo a una persona sorda que está mirando la cartelerade un cine cercano. Me acerco para saludarla. Ella, Lali, se gira

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y parece asustarse. La saludo y le pregunto de sopetón: «¿Quéhaces aquí? ¿Esperas a alguien? ¿Vas a cenar a la asociación?»Me parece que se ha sentido incómoda ante mi avalancha depreguntas y le digo:

—Tranquila, puedes no responderme. No te sientas obligadaa contestar, si no quieres. A mí no me gusta que me preguntentanto, porque parecen inmiscuirse en mi vida. Yo voy a la aso-ciación, aunque no he hecho reserva para la cena. Antes de salirde casa he cenado un poco, por si acaso. Si no quedan plazas ymás tarde tengo apetito, ya procuraré comer como sea.

Ella, después de escucharme, parece haberse tranquilizado yme dice:

—He venido con otros sordos. Pero, como no soy socia, noquiero que nadie me diga que no puedo entrar. Para evitar unasituación así, no entro.

—Te comprendo —le digo—. A mí tampoco me gustaríaque me lo dijeran y procuro evitarlo si puedo. Pero no creo que

hoy te impidan entrar porque es fiesta. Cualquier persona pue-de entrar, con la única diferencia de que los socios pagan me-nos por cenar. Es lógico, ¿no?

—Es normal, para eso pagan como socios —asiente Lali.—Pero si por cualquier motivo te dicen que no, por ejem-

plo, porque hay poco sitio para tanta gente, entonces puedesbuscar otras alternativas, como... quedar con alguien para ce-

nar fuera, o ir al cine... Supongo que habrá alguien. O bien,¿por qué no?, te puedes hacer socia, en ese mismo momento, yya está. Si es que te gusta la asociación, claro... ¿Por qué noentramos juntas y vemos qué sucede? ¿Quieres probarlo? —lepropongo.

Finalmente accede. Hay mucha gente pero no tanta comopara que no haya sitio. Después de haber saludado a algunas

personas allí presentes, nos separamos y cada una se dirige adiferentes grupos. Observo que están empezando a preparar labarbacoa y eso significa que todavía falta un buen rato para

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empezar a cenar. Pregunto a una persona de la organización dela cena si queda alguna plaza para mí y me responde amable-mente que está todo cubierto desde hace varios días. Así pues,empiezo a observar a distintos grupos que charlan. Una mujer,llamada Lourdes, acompañada de otra señora, cuyo nombre es

 Julia, me ha visto, me saluda y me pregunta:—Como eres maestra nos gustaría saber qué piensas. Está-

bamos hablando sobre las notas. ¿Es importante poner notas alos niños?

Me digo: «Es inevitable que me pregunten sobre temas rela-cionados con mi profesión. Me gustaría que hablaran de otrascosas que no tuvieran nada que ver con mi tarea docente.» Lesinformo que no soy una experta sino que trabajo como simplemaestra y que otras personas tendrán distintas opiniones.

—Vale, pero sólo queremos saber qué piensas tú.—Bien, pienso que con las notas los niños no disfrutan de lo

que están aprendiendo, porque sólo tratan de asimilar conteni-

dos para aprobar, es decir, solamente están pendientes de lanota, no de lo que aprenden. Los maestros hemos de esforzar-nos en motivar a los niños por el gusto del saber. No es fácilporque esto también depende de los padres, con quienes inten-tamos colaborar, y del entorno donde viven —contesto.

Después de escuchar mi comentario, Lourdes se dirige a suamiga Julia:

—Estoy de acuerdo con ella. Cuando pregunto las leccionesa mi hijo, siempre me dice que se ha olvidado. No recuerdanada de lo que ha estudiado. Me dice que estudia para aprobary luego olvida todo. Yo creo que no deberían ponerles notasporque no sirven más que para que pasen muchos nervios.

Espero a que termine y vuelva a dirigir su mirada hacia mí,porque quiero añadir algo sobre el mismo tema:

—Yo me refiero a los niños que cursan primaria. No sé loque es conveniente para los alumnos de secundaria o de bachi-llerato. No tengo mucha experiencia en este campo.

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—Tiene que haber un equilibrio. Los profesores tienen quemotivarles más... —comenta Julia.

—No es fácil si se tienen muchos alumnos por clase —inte-rrumpo—. Cada alumno tiene un interés distinto y al profesorle resulta difícil deducir qué es lo que motiva a cada alumno yestar al tanto para satisfacer a todos los alumnos al mismotiempo, en una misma clase no es fácil. Se supone que en se-cundaria los chicos y las chicas deberían haber adquirido unasnormas mínimas, como conocer y respetar los diversos intere-ses de cada compañero, respetar el turno, mantener la escuchay la atención... No sé... La época de la adolescencia es difícil,supone un paso complicado dejar el mundo infantil y entrar enel adulto... A veces, se les dice que todavía son niños y, otras,que son adultos... En fin, sólo puedo pensar que si el profesormuestra mucho interés en transmitir su materia a los alumnos,éstos se motivarán más que con otro que se siente obligado aimpartir una asignatura que no le interesa en absoluto. No so-

lamente son los niños quienes necesitan sentirse motivadospara aprender, los maestros también...

Ante la sensación de que me he alargado mucho en mi co-mentario hago una pausa.

—Es un tema complicado —dice Lourdes.—Sí, intervienen muchos factores en la educación de los chi-

cos y las chicas: la familia, maestros antiguos o nuevos, motiva-

dos o no, monótonos u obligados, el grupo-clase, las asignaturas,la estructura y el funcionamiento de la escuela, el nivel sociocul-tural y económico tanto de la familia como del entorno...

—¿Quieres decir que si los padres son ricos, tendrán mayorposibilidad de éxito escolar que si son de familia pobre? —in-terviene Julia.

—No siempre sucede así, ya que intervienen otros factores.

Por ejemplo: un chico, sintiéndose presionado u obligado a sa-car buenas notas por el hecho de que sus padres son ricos, pue-de terminar por desmotivarse y fracasar en sus estudios.

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Víctor, se acerca al grupo. Nuestras miradas se dirigen a él.Me pregunta:

—¿Quieres tomar algo? Te invito.Ante esta pregunta Lourdes y Julia se despiden, agradecien-

do mi opinión. Yo también les agradezco su interés en escu-charme y conocer lo que pienso. Una vez que se han marchado,Víctor me pregunta:

—¿Os he interrumpido?—No. Más o menos ya habíamos acabado —le digo.—¿Qué quieres tomar? —pregunta amable.—Una tónica —le contesto.Mientras Víctor va a buscar mi bebida, me dirijo a un grupo

donde está una señora mayor, llamada Celia, que tiene una ex-tensa familia de personas sordas. Cuando ve que me acerco asu grupo, Celia interrumpe su charla para saludarme. Yo salu-do a todo el grupo y me siento en una silla. Celia prosigue sucharla:

—Cuando era joven no me sentía marginada como ama decasa, cuidando a mis hijos mientras mi marido trabajaba. Pen-saba que era normal que la mujer estuviera en casa y los mari-dos trabajando fuera. No me arrepiento de mi vida.

—¿Y si volvieras a nacer, pensarías lo mismo? —intervieneotra persona.

—Depende de la época en la que naciera. Si ahora fuera jo-

ven y me casara, no creo que deseara ser ama de casa única-mente y tener muchos hijos, porque tengo otros intereses.

Observo de reojo que Víctor me trae la bebida. Le agradez-co su invitación. Me pregunta hasta cuándo tengo vacaciones yle contesto que hasta septiembre.

—¡Ah!, es verdad. Eres maestra y tienes dos meses de vaca-ciones. ¡Qué suerte tienes!

Sonrío ante el comentario:—Si quieres tener dos meses de vacaciones, hazte maestro yya está —le suelto.

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—¿Yo, maestro? Ni hablar. No tengo paciencia con los ni-ños.

—No sólo es cuestión de paciencia. Por ejemplo, tú que tie-nes coche, ¿te gusta conducir?

—Me apasiona —contesta.—Bien. Sabes que has de repostar gasolina cada vez que lo

necesita el coche, lo tienes que llevar al taller cada cierto tiem-po o cuando surge un problema, tienes que pagar un seguro,tienes que limpiarlo...

—Es normal —me interrumpe.—Esto es lo que quiero decir, sabes que es así y no conside-

ras que has de tener algo parecido a la paciencia, porque a ti elcoche te apasiona.

—¿Cómo? No te entiendo.—Quizás no me he explicado claro. Si una persona no co-

nociera lo que implica la tarea docente, le costaría trabajo, seangustiaría, porque no sabría qué hacer ante determinadas ac-

titudes de los niños. No tendría paciencia, porque no dominael tema.

—Dame un ejemplo —me pide Víctor.—Veamos, los niños son como son. Van a la escuela a

aprender. Y, ¿qué es lo que aprenden? Aprenden a interrelacio-narse con otros niños. A descubrir la existencia del otro, a res-petarlo, además de las diversas materias como matemáticas,

naturales, etc. para entender mejor el mundo en el que viven.No van a la escuela sabiendo de todo. Si fuera así, no sería ne-cesario ir a la escuela.

—Está claro.—Pues bien, los maestros hemos de colaborar a que los ni-

ños descubran, por ejemplo, la importancia de respetar el tur-no de palabra o que los otros pueden tener intereses distintos a

los suyos, ayudándoles poco a poco a salir de su natural egoís-mo. Antes de descubrir la importancia del respeto de sí mismoy del otro, pueden surgir diversos sentimientos. Los maestros

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consideran que estos sentimientos en los niños son algo natu-ral, propio del ser humano, que forma parte del aprendizaje.Cuando vemos que han alcanzado determinados objetivos nosproduce una gran satisfacción. Como creo que te sucede a ti,cuando llegas a tu destino después de conducir muchas horas,procurando no tener ningún percance —explico.

—A mí, conducir me divierte. No me resulta pesado.—Y a mí me apasiona descubrir cómo se forma o se desa-

rrolla el ser humano, cómo va aprendiendo el niño, cómo lu-chamos o nos animamos para conseguir un objetivo marcado.Yo aprendo también de los niños a través de sus actitudes, desu desarrollo.

—Pero es mucho trabajo intentar motivarles, preparar acti-vidades... Siempre pensando en lo que tienes que hacer paramañana. Eso me lo dijeron otras personas que son maestras.¿No te pasa que mientras estás en casa se te pase por la cabezalo que tienes que hacer al día siguiente? —me pregunta.

—Al principio me pasaba a menudo, pero ahora, afortuna-damente, me sucede con menor frecuencia y con menos angus-tia. Por eso tenemos dos meses de vacaciones en verano, pararecuperar las horas nocturnas —le digo, bromeando.

Celia, que ha seguido nuestra conversación, me pregunta sino me aburre tener dos meses seguidos de vacaciones.

—Bueno, si no se te ocurre hacer algo, puedes aburrirte.

—¿Te ha sucedido alguna vez? —sigue preguntando.—Aburrirme, sí. A veces, el aburrimiento puede convertirse

en un aprendizaje porque descubres cosas nuevas y, también,piensas con más facilidad.

—Pensar no es aburrirse.—Sí, es verdad. Y también, a veces, me he sentido aburrida

aun estando rodeada de personas.

—A mí también me ha pasado —corrobora Víctor.Me doy cuenta que Lali se acerca al grupo. Parece que quie-re informarme de algo. La miro y la invito a hablar:

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—Vamos a cenar fuera con otras cuatro personas, ¿quieresvenir? —me propone.

Acepto encantada. Me despido de los otros compañeroshasta después de cenar. Durante el trayecto, medio iluminadopor las débiles luces de las farolas, bromeamos sobre nuestrosnombres. A un chico, Ángel, le dicen:

—Tú has de ser el ángel de la guarda.—¿Y a quién debo cuidar?—A nosotros. Estamos solitos caminando por la oscura y

peligrosa noche. Tú has de vigilar que no nos pase nada.Entonces nos reímos a carcajadas.—He visto una película que se titula La ciudad de los Ánge-

les. Me he acordado por lo de tu nombre —le digo.—¿Y es interesante?—Es romántica. Os aconsejo que vayáis a verla. Es subtitu-

lada —les informo.—¿Por qué no me la resumes?

—Si te la explico pierde interés —contesto.—Es igual. Así veré otra película distinta.—¡Ah! no. Tienes que verla.—Venga, por favor, explícamela —suplica Ángel—. Quiero

ver cómo la has visto tú.—Pues peor para ti. No quiero, es como si evaluaras cómo

la cuento.

—No te evalúo. Para mí es un espectáculo ver cómo alguienexplica en LSC. Es como un teatro. Me encanta ver cómo cuen-tan historias los otros.

—Pues has de pagar si quieres ver una función de teatro—le propongo.

—De acuerdo, te pago una bebida —contesta él.—Es broma. No quiero explicarla. Tú, ve al cine y la ves

—concluyo.Por fin, llegamos a un bar pequeño y acogedor que estábastante concurrido. Al llegar al fondo del local, descubri-

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mos a otro grupo de sordos que acaban de cenar. Nos saluda-mos, charlamos brevemente, nos ceden la mesa y nos despedi-mos. Mientras esperamos a que venga el camarero, leemos lacarta que está encima de la mesa para elegir el menú. Un chi-co del grupo apunta en un papel lo que queremos cenar. Alcabo de un rato se presenta el camarero, le damos el papel yse va. A una de las chicas se le ocurre empezar a jugar con minombre:

—Ella se llama Pepita, como las semillas.—¡Ah, sí! Pepita de... girasol —continúa una segunda.—Cuando era pequeña un profesor de la escuela de sordos

me llamaba siempre «pepita de melón» —les sigo.—También, pepita de oro —tercia otra.—Mira, ¿queréis que os deposite una pepita en vuestro espí-

ritu? —les propongo.Ante la afirmación general, me dirijo a un chico:—¿Qué deseas, una pepita de girasol, de melón, de sandía

o...?Una chica le dice al que me he dirigido:—Pídele una pepita de oro.—Vale, aquí tienes la pepita de oro, que planto en tu espíri-

tu —digo solemne.—No, no, yo quiero una pepita de oro real, de verdad —si-

gue jugando el chico.

—¿No has oído decir nunca que una persona es valiosa yotra no? —le pregunto.

—Sí. Las hay que valen mucho, que son interesantes y otras,sin embargo, son baratas.

—Pues bien, ¿quieres que te dé la pepita de oro para crecercomo persona valiosa? —le digo.

Nos reímos a carcajadas.

Se presenta el camarero con nuestros bocadillos, patatas fri-tas y bebidas. Nos repartimos lo que toca a cada uno y comen-zamos a comer con apetito.

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—¡Qué bueno está todo! Este restaurante es barato y hacebocadillos buenísimos —opina una chica del grupo.

—Nunca había venido aquí. Ahora que lo conozco, infor-maré a mis amigos —les digo.

—Yo suelo cenar aquí, cuando voy a la asociación, porqueademás del precio, la comida es muy sabrosa —dice un tercero.

—Yo no suelo pedir hamburguesas. Vete a saber de qué es-tán hechas.

—Pues esta hamburguesa está hecha con carne de perro yestá buenísima. ¿Quieres probarla?

—No, tiene carne de rata de ciudad.—¿Ah, sí? No lo sabía. Pues es mejor que la de ternera. Po-

dríamos montar un negocio. Hay ratas por doquier y no nece-sitaríamos cuidarlas, se reproducen por sí solas... ¿qué os pare-ce la idea de montar nosotros un negocio? —continúo con labroma.

Nos reímos a carcajadas. Las lágrimas comienzan a brotar

abundantemente por mis ojos. Tengo todavía la boca cerradallena de cerveza, que no puedo tragar y estoy a punto de esta-llar. Los otros intentan apartarse de mí, por si les salpico. In-tento serenarme un poco para tragármela. Por fin, lo consigo yya puedo reírme libre y abiertamente con los demás.

Después de un buen rato entre risas y lágrimas, una chicainterviene:

—Me han dicho que en la China comen perros y gatos, ¿esverdad?

Al escuchar esta pregunta volvemos a reír con sonoro es-truendo. La que ha preguntado, con una sonrisa en sus labios,nos dice que su pregunta es seria, que quiere saber si es cierto.

—Sí. Además, comen otros tipos de animales que nosotrosno comemos. No recuerdo en qué otro país comen gusanos,

hormigas, saltamontes y, en otros, comen serpientes... y ratas,según creo —continúa.—¡Qué asco! —exclamamos al unísono.

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—¿Y si nacieras allí, en el país donde comen ratas? —le pre-gunto.

—Quizás las comería como algo normal.—E incluso las encontrarías ricas.De repente una chica pregunta:—Entonces, ¿quiénes somos?—¿Qué dices? —se sorprende un chico ante la súbita pre-

gunta.—¿Estás bromeando? —sigue riendo otra chica—. Tú eres

Isa. ¿O es que has olvidado tu nombre? Si es así, tendremosque llamar al hospital.

—Lo que me preguntaba era si lo que somos sólo dependede nosotros mismos —le replica Isa.

—No te entiendo.—Yo tampoco.—Sí, antes habíamos hablado sobre las costumbres de la

comida en cada país. Tú preguntabas que si hubiera nacido en

un país donde tienen la costumbre de comer gusanos, insectosy otros bichos parecidos no me importaría comerlos, ¿no? —intenta explicarse Isa.

—Sí, pero ¿qué tiene que ver con esto? —insisto.—No sé cómo explicarme...—Decías que si hubiéramos nacido en otro país, tendríamos

otras costumbres y...

—¡Ah, sí! Y también pensaríamos de otra forma, ¿no? —sele ocurre explicar por fin a Isa.

—Me parece que ya te entiendo. Quieres decir que lo quesomos depende de dónde hayamos nacido, ¿es así? —intentoayudarla.

—Sí. Nuestros gustos dependen de lo que nos hayan incul-cado los otros. Y nuestra manera de pensar también.

—¿Y nuestro carácter?—Supongo que el carácter de una persona será igual en to-dos los países —se atreve a opinar Ángel.

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—No creo. En este tema hay posturas distintas. A mí meparece, más bien, que la influencia de la cultura es mayor quela de los genes en la formación del carácter. Ahora bien, noexcluyo totalmente la importancia de lo biológico. Porque siuno come muy poco, ve el futuro y el mundo de distinta mane-ra que si come correctamente. En fin, tanto la naturaleza comola cultura se interfieren mutuamente —expongo.

—¿O sea, que lo que somos depende de la cultura en la quevivimos?

—También de la naturaleza.—Es decir, ¿el ser humano es naturaleza y cultura?—Más o menos a partes iguales, aunque cuando nacemos

no tenemos cultura vivida directamente, sino sólo naturaleza.Ha de ser un ser humano ya crecido, con lenguaje...

—O sea, el hombre, como se suele decir —añade Ángel.—Como la palabra «hombre» suena a machista, podemos

decir «el hombre y la mujer son naturaleza y cultura». ¿Qué te

parece la idea? —le propongo.—¿Y la sordera? ¿La sordera puede influir en la formación

del carácter? —se le ocurre preguntar a Susi.—También, pero no es el único factor. Hay otros muchos

—respondo.Un chico se da cuenta de que todos hemos terminado de

comer ya hace un buen rato y pregunta:

—¿Nos vamos ya?Nos levantamos y nos dirigimos a la caja a pagar. Ya en la

calle, Ángel nos propone contar un chiste sobre los sordos. To-dos asentimos.

—Puede que algunos ya lo conozcáis porque no es nuevo.Pero si lo conocéis, por favor, no digáis nada y dejadme termi-nar, ¿de acuerdo? —nos pide.

—Sí. Si lo conozco, no diré nada. Además me gustará vercómo lo explicas y saber si surgen detalles distintos.—Bien. En un vagón de un tren coinciden tres personas: un

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ruso, un cubano y un sordo. El ruso saca una botella de vodka,bebe un trago y ante la mirada ansiosa de los otros dos compa-ñeros de viaje les ofrece beber. Una vez que han bebido un tra-go cada uno, devuelven la botella al ruso. Éste la tira todavíallena por la ventana. Los otros dos se asombran y le preguntan:«¿Por qué tiras la botella si es de muy buena calidad?» El rusoles contesta: «En mi país nos sobra el vodka. Mirad mis male-tas llenas de botellas.» Al cabo de un rato, el cubano saca ungran puro de su chaqueta. Lo enciende y les ofrece uno a cadauno de sus compañeros. Cuando el cubano ha dado dos cala-das más lo arroja por la ventana. Los otros dos se sorprenden:«¿Por qué lo tiras si es muy caro?» A lo que el cubano les res-ponde: «En mi país nos sobran. Mirad mi chaqueta llena depuros.» Al cabo de un rato, pasa un revisor, que les pide el bi-llete. Cuando le toca el turno al sordo, coge al revisor y lo tirapor la ventana. Los otros dos, muy impresionados, le recrimi-nan: «Estás loco, ¿por qué lo has hecho?» El sordo les contes-

ta: «Porque en mi país nos sobran oyentes.»Al escuchar la última frase, todos se parten de risa durante

un buen rato.—¿Conocíais el chiste? —pregunta Ángel.—Yo no. Es un chiste muy bueno, muy gracioso.—Yo sí. Otros lo cuentan de diferente manera. Ya no re-

cuerdo cómo era. De todas formas lo has explicado muy bien y

me ha gustado.—Me pregunto qué puede pensar un oyente si se lo expli-

cas.—Les resulta gracioso porque yo lo he explicado varias ve-

ces durante los cursos de LSC —apunto.—¿Puede haber alguien que se moleste?—Si no le gusta, creo que es porque no se siente a gusto

consigo mismo —explico—. Ahora recuerdo que un oyente mecomentó que si los oyentes se consideraran un grupo margina-do, entonces les molestaría. Quiero decir que si en el chiste lo

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que se tira por la ventana es un sordo, un negro, un catalán, unespañol, un árabe... lo consideraría racista. Pero si quien loexplica pertenece a una minoría, para ella, es sinónimo de bue-na salud mental.

Hemos llegado a la asociación y aún no ha terminado lacena. De todas formas, me instalo en una silla que he encontra-do en otra sala, en un rincón de una mesa larga, donde estáncomiendo y charlando varios sordos. Algunos me saludan y mepreguntan si ya he cenado y yo les contesto que sí. Tengo cu-riosidad por saber de qué temas hablan. Mi mirada se deslizapor entre diversos grupos de charlas que se están desarrollandoen la misma mesa. En un grupo, comentan sobre los detergen-tes de limpieza del hogar. Me interesa participar en este temaporque soy bastante ignorante en el asunto y necesito infor-marme un poco más. Una vez satisfecha mi curiosidad, escu-cho a otro grupo que está en el otro extremo de la mesa. Apesar de que están alejados, puedo escuchar sin problemas su

lengua visual. Este grupo trata sobre las diferencias entre lasmujeres y los hombres.

—Yo, por lo que estoy viendo, pienso que las mujeres sonmás listas que los hombres —explica un chico alto y con bar-ba.

—Ahora son más listas porque han experimentado la mar-ginación, el dolor. Al poder acceder a los estudios igual que los

hombres, luchan más por alcanzar un nivel cultural que lespermita competir mejor con ellos. Las mujeres tienen más mo-tivos por los que luchar que los hombres. Pero cuando llegue elmomento en que se consideren totalmente iguales, ya veremos—le replica otra chica, que tiene el pelo cano, aunque no seamayor.

—¿Quieres decir que si llega un momento en que las muje-

res superen mayoritariamente a los hombres, éstos se sentiránmarginados? —pregunta el chico.—Si digo que ya veremos, es que todavía no lo sé. Creo que

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habrá un período de depresión generalizada en los hombres,como una especie de desgana. Un ejemplo es lo que estás di-ciendo ahora tú, que las mujeres son más listas que los hom-bres. Ha habido muchas mujeres que se sentían resignadas yestaban conformes con su condición. Pero las cosas puedencambiar. En fin, a veces sucede que cuando se siente el dolor selucha y, con la experiencia de la satisfacción, se vuelve uno máscómodo.

Un chico joven les pide que aclaren lo que están diciendo,con ejemplos, porque no les entiende.

—Eres joven. No sé si me vas a entender, si no lo has expe-rimentado.

—Eso lo dices porque no sabes explicarte —le replica.—De acuerdo. Lo intentaré. Por ejemplo, si uno ha tenido

problemas para poder comer, es decir, que si se ha tenido queluchar para conseguir alimento, el hambre hará que uno semueva para conseguir comida, ¿no?

—Sí.—Bien, pues para moverse se requiere un esfuerzo intelec-

tual, ejercitar la mente. Y así se termina por ser más listo queuno que no ha experimentado la necesidad de buscar comida.Bien, el hambre sería el dolor que hace que uno luche, se mue-va. Y la satisfacción no facilita que su mente se ejercite, puesno tiene necesidad ni motivos para moverse y, por tanto, termi-

na por no ser listo.—Mis padres lucharon por la comida y no tienen un nivel

cultural alto —le replica el chico con barba.—Ya, pero ésa es otra cuestión. Yo hablo de la comparación

en cuanto a la búsqueda de la comida. Supongo que tus padressaben más que un profesor a la hora de buscar comida. ¿Puedeser?

—Sí, puede ser, sí. Un día me enseñaron qué hacer en el casode que hubiera una guerra. Y me asombré de cuántos trucos seles ocurrían para poder sobrevivir.

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—Bien, otra cosa es si hablamos de por qué no tienen unnivel cultural alto.

—Me gustaría saber por qué no lo han alcanzado si hanexperimentado el dolor del hambre...

—Porque creo que si uno está pendiente de la comida notiene tiempo para estudiar. Necesita dedicar muchas horas detrabajo para conseguir dinero y comida que le permita sobrevi-vir. Su mente está ocupada pensando en estas necesidades. Conel tiempo, la mente sólo está estructurada para la superviven-cia.

—Pero ha habido personas pobres que han aumentado sunivel cultural.

—Sí, pero sólo cuando han tenido oportunidad de accedergratuitamente a los estudios. O bien, cuando descubren porboca de alguien, o por sí solos, el sabor agradable de la lectura,el placer de leer, permitiéndoles ensanchar su espíritu, su mun-do. O porque han sabido escuchar profundamente, ya que la

escucha les permite acceder a diversas maneras de pensar. Oincluso, al ser conscientes de su condición, desean superarla,buscando tiempo como sea para dedicarse a los estudios.

—Ahora lo entiendo. El hombre, en general, al no sentirsemarginado, es como si no sintiera hambre y, por tanto, no tie-ne necesidad de pensar y luchar por conseguir la comida. Encambio, la mujer lucha para satisfacer su hambre, es decir, para

salir de su marginación, cosa que le permite ejercitar la mente,y por eso es más lista. ¿Es así? —concluye el chico joven.

Mientras ellos siguen con su tema, yo pienso en mí misma:«Si yo fuera oyente, quizás no sentiría necesidad de estudiar yser maestra.» De pronto, siento el tacto de una mano en mihombro. Me giro y veo al chico con barba que me pregunta siquiero un licor. Acepto, encantada. Miro la hora y veo que es

muy tarde. Cambio de opinión y se lo digo al chico.—No te preocupes, yo te llevaré en coche —me dice—. ¿Otienes que levantarte temprano mañana?

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—No, gracias. Pero empiezo a tener sueño.—Cuando acabes el licor nos vamos, ¿vale? —me propone.—De acuerdo —acabo aceptando.Después, me pregunta si conozco la anécdota del teléfono

que les sucedió a unos sordos en Canadá. Ante mi negación,me cuenta:

—Un grupo de sordos estaban hablando en un bar. Habíaen el mismo local otro grupo de oyentes al otro lado de lasala. Los sordos se dieron cuenta de que se estaban burlandode ellos porque imitaban sus movimientos de las manos. A unsordo se le ocurrió una idea y se la comentó a los demás. Selevantó y se dirigió al teléfono. Descolgó el auricular y empe-zó a realizar movimientos con los dedos en el aparato. Des-pués de marcar los números, apoyó el teléfono en la pared.Cuando pasó un rato esperando, comenzó a hablar en LSCpero de forma exagerada y ostensible, casi como un mimo:«Qué pasa, es muy tarde, dijo señalando el reloj. Estamos

esperando, añadió señalando a las demás personas sordas.Vale. Te esperamos. Adiós.» Colgó el teléfono y se dirigió denuevo a la mesa donde estaban sus amigos. Allí les informóque dentro de poco vendría la persona que esperaban. Alcabo de un rato, uno del grupo de oyentes se levantó disimu-ladamente y se dirigió al teléfono. Cogió el auricular y lomiró extrañado. Entonces, los sordos se levantaron y se diri-

gieron al grupo de oyentes, burlándose de ellos y, luego, semarcharon.

—No entiendo muy bien —le digo.—Daba la casualidad de que ellos esperaban a una persona

que llegaría más tarde —me interrumpe—. Y por eso se le ocu-rrió la idea... Te puedes imaginar la cara que pusieron los oyen-tes al verla entrar por la puerta.

—Ahora lo entiendo. ¡Qué gracia!—Ocurrió realmente en Canadá.—¿Ah, sí?

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—Nos lo explicaron, cuando vinieron aquí, un grupo de ca-nadienses sordos.

—¿Venían de turismo?—No. Venían a participar en la Bienal Internacional del

Teatro de Sordos. Yo conocía a uno del grupo. Era amigo mío.Fue el que me lo contó.

—¿Cómo lo conociste?—En un curso de teatro para el Deaf Way I, que organiza-

ron en Washington, EEUU.—¡Ah! Hiciste teatro con un grupo de sordos allá ¡Qué in-

teresante! —exclamo.Decido volver a mi casa y se lo digo.—¿Por qué no te quedas un poco más? —me pide.—Son ya más de las dos de la madrugada. No soy un mur-

ciélago.El chico se ríe.—Si quieres quedarte más tiempo, por mí no te preocupes.

Puedo llamar a un taxi —le digo.—No, no. Ya te acompaño.—Gracias.Una vez en mi casa, empiezo a rememorar los diversos te-

mas que han ido surgiendo en una sola noche y me digo: «Estanoche he vivido como si hubiera asistido a un banquete de dio-ses, donde podía disfrutar diversos platos, cada uno con su

manjar de información, entre los cuales yo podía decidir, encada momento, el que me apetecía comer. Y he comido muchosy muy variados platos apetitosos que no engordan sino quealimentan al espíritu.» Y añado: «Aceptaré, también, gustosauna invitación que me han hecho unos amigos oyentes.»

Antes dudaba si aceptar esa invitación o no, porque cuandoestoy rodeada de oyentes sólo puedo visualizar su lengua oral

si me dirigen la palabra. Tengo la sensación de obligarles cons-tantemente a que lo hagan y no me gusta. Quiero que los oyen-tes se sientan libres como lo hacemos los sordos al hablar con

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nuestro grupo preferido. Yo me siento libre para decidir en quégrupo quiero participar según el tema de conversación cuandotodos hablan en LSC. Sin embargo, cuando estoy con oyentesno me sucede esto, porque no sé si cuentan chistes, si hablan defútbol, si comentan los problemas de los hijos, si hablan deltrabajo o de una película que vieron... Si decido participar enun grupo y descubro que tratan un tema que no es de mi inte-rés, he de inventarme una excusa para cambiar a otro grupodonde se trate otro tema. Y si empiezo hablando con un oyentey éste quiere comentarlo con otro oyente, yo me pierdo... pueslas palabras se esfuman, desaparecen ante mi vista y ya no séde qué hablan. Entonces necesito preguntar o bien proponerotro asunto para continuar participando o hacerles ver queparticipo... Y, así, continuamente. Cuando estoy sola con unapersona me siento la mar de bien, la conversación es fluida, eloyente me habla claro, pero cuando está con otras personas, deforma inconsciente, su manera de hablar se vuelve turbia y sus

mensajes orales desaparecen ante mis ojos. Acepto la invita-ción porque quiero demostrar mi estima hacia esta persona.Sólo atenderé cuando el oyente me dirija la palabra o cuandoquiera comentarle algún tema. Y si me dice que me he mostra-do silenciosa le explicaré el motivo. En fin, nadie es culpable deque no se consiga siempre una buena compenetración entresordos y oyentes. Cada uno de nosotros vivimos como sabe-

mos y podemos. No suelo ir a cenas donde todas las personasson oyentes o sólo en contadas ocasiones. Ha habido veces quealgún oyente se ha enfadado conmigo cuando he rechazadoasistir a este tipo de comidas pero, por fortuna, he ido adqui-riendo las palabras apropiadas para explicarle el motivo de minegativa. Las palabras no se crean por sí solas, se adquieren, seconstruyen y, muchas veces, con intensa emoción.

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Los intérpretes de LSC

«Quiero un intérprete para sentirme segura, ya que la LSC en-tra por mis ojos con todo su esplendor, mientras que la lenguaoral lo hace como a través de un cristal ahumado que se empa-ña de vaho cada vez que lo limpio con un paño. La LSC es un

ángel que me transmite los mensajes con claridad y con estalengua puedo dar una respuesta con seguridad.» Éste fue misentir, como en tantas otras ocasiones, el día que me invitarona participar en un acto público.

—Me gustaría que participaras en una mesa redonda queorganiza nuestra asociación —me pide Carmen, la presidentade dicha asociación.

—¿Sobre qué tema versará? —le pregunto.—Sobre lo que opinas de la educación de las personas sor-

das.—¿Y quiénes más estarán en la mesa?—Son logopedas de diferentes tendencias.—¿Cuánto tiempo he de intervenir? —continúo.—Un cuarto de hora.

Después de informarme de la hora, el día, el lugar y otrospormenores del acto, me despido de ella. Una vez en casa, medoy cuenta de que olvidé preguntarle quién sería el intérprete

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que traduciría mi charla en LSC. Para mí es importante saber-lo, porque si es un intérprete con quien no hemos mantenidouna charla o no me conoce en absoluto, puedo tener proble-mas, porque traducir de la LSC a la lengua catalana no es sen-cillo, y el nivel de profesionalidad de los intérpretes de enton-ces todavía no era muy alto. Los cursos se impartían en 500horas y aún no existían cursos universitarios de interpretaciónde LSC, ni diplomatura de profesor de LSC reconocida por launiversidad, ni cosas por el estilo, por lo que la profesionali-dad de los intérpretes dependía bastante de su motivación y desu voluntad de superación.

Llega el día señalado. La presidenta, por diversas razones,no ha podido saber quién era el intérprete hasta el último mo-mento. Finalmente, no es alguien que yo conozca, ni que meconozca a mí. Nunca le he visto interpretar en ningún acto pú-blico. Sólo me queda la esperanza de que me traducirá tan biencomo pueda y sepa.

Me llega el turno de palabra y comienzo mi charla. Obser-vo al intérprete para comprobar si voy demasiado rápido enmi discurso o no. Veo que el movimiento de sus labios sedetiene con cierta frecuencia y tengo la sensación de que dejamuchas lagunas en la traducción... Miro hacia el público yobservo unas manos alzadas al fondo de la sala. Son miscompañeros de trabajo que me quieren decir algo. Parece que

me informan que el intérprete no me está traduciendo bien.Vuelvo a fijarme en el intérprete, mientras expongo e intentoclarificar aún más mis ideas, pero parece que no lo consigo.Mis manos empiezan a temblar, comienzo a ponerme nervio-sa. El intérprete no parece decirme nada sobre si voy deprisao despacio. Creo que él también está nervioso ante la impo-tencia de no saber qué hacer. Quizás sea ésta su primera ex-

periencia en la traducción aunque me han informado, previa-mente, que era hijo de padres sordos y aparenta tener entre30 y 40 años, es decir, que no es joven y que debe tener cier-

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ta experiencia. Finalmente, opto por coger el micrófono yhago un tremendo esfuerzo por utilizar la voz de forma sere-na durante unos cinco minutos. Al acabar la charla, observoa un señor que se me acerca y me dice:

—Tienes la voz como los ángeles.Le conozco. Es el padre de un niño sordo profundo de naci-

miento. Me entristece mucho su comentario porque no sé si haescuchado lo que yo quería decir o, solamente, estaba interesa-do en ver cómo habla una chica sorda, como si deseara que suhijo llegara algún día a hablar como yo. No he sido sorda pro-funda desde el nacimiento ni soy como su hijo. He vivido, sinduda, en circunstancias distintas. Además, he continuado lacharla hablando, debido a unas circunstancias adversas del in-térprete, y no para mostrar mi voz sino para poder acabar deexponer lo que pensaba decir. Para mí, utilizar la voz en unaconferencia, es como exponerme a la evaluación constante delas logopedas, de los padres que tienen hijos sordos y de otros

profesionales. No quiero estar en un circo demostrando mishabilidades; sólo deseo que me escuchen. Para mí, usar la vozen público es muy angustioso porque me siento muy inseguraya que no puedo percibir bien mi voz. ¿Es que no está permiti-do mostrar mi voz en según qué contexto?

Por estos motivos, entre otros, he optado por que haya unintérprete que traduzca mi exposición para, de esta forma, po-

der acceder con mayor facilidad a las manifestaciones y opinio-nes del público ante mi charla, aun a costa de que la traduc-ción no sea excelente.

—Menos mal que has hablado, porque el intérprete ha he-cho bajar mucho el nivel de tu exposición y, además, no tradu-cía todo lo que decías. Espero que no te haya sabido mal que teavisáramos —me comenta una de mis amigas.

—No. Además, os lo agradezco porque así sabía a que meatenía... —le contesto.—¿No te habrás puesto nerviosa por eso?

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—Sí, pero no te preocupes, era necesario, porque de no sa-berlo sí me hubiera sentido ridícula.

—Pero, ¿por qué has utilizado intérprete, si hablas muybien?

Entonces me digo: «Si hablo en LSC es para que no se eva-lúe mi voz, que yo sólo percibo borrosamente.

Quiero expresar mis sentimientos.No quiero demostrar mis habilidades.Quiero que se me escuche.No quiero que se me evalúe.Quiero saber vuestra opinión sobre mis ideas expuestas.No quiero que se me halague por mi voz.Mi voz es mi voz.Sé que mi voz es inteligible porque los oyentes me respon-

den.Sólo la usaré cuando mis amigos deseen compartir conmigo

los sentimientos, las vivencias, las opiniones, las bromas, los

chistes...»Continuamos la conversación:—Pero el intérprete, ¿por qué se quedaba parado? —insiste

mi amiga.—No lo sé, no le conozco, ni he tenido ocasión de hablar

con él. Me han informado que es hijo de padres sordos, que noquería ser intérprete, y que sus amigos sordos le habían anima-

do a que se matriculase en el curso y que ya lleva un año depráctica.

—Si es hijo de padres sordos, debería conocer muy bien laLSC, ¿no? —pregunta sorprendida.

—Depende de sus estudios y del entorno. Si, además, el ca-talán que usan sus padres es dialectal y solamente se habla enun determinado pueblo...

—Ya te entiendo, ya... Además, me dijiste que algunos sor-dos usaban la voz con su hijo, aunque sea muy limitada, por-que piensan que les favorecerá el habla y que no se desarrollará

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intelectualmente si no la utilizan y que, además, es feo usar lamímica, tal como les inculcamos nosotras, las logopedas...—continúa irónica.

—No seas tan exagerada... —protesto.—Pero, ¿no podrías haberlo escogido tú? —se asombra.—La verdad es que no sé bien qué pasó. Supongo que la

intérprete que pedí no podía venir y, a última hora, llamaron aeste otro porque, quizás, los demás estaban ocupados...—aventuro.

—Yo podría haberte traducido mucho mejor que ese señor—bromea mi compañera.

—¿Y si fuera otra persona sorda, sabrías traducirle? —lepregunto.

—Ah, no. Solamente a ti, porque sé cómo piensas y conozcotu manera de hablar —contesta ella.

—Lo mismo le pudo haber sucedido a este intérprete. Ade-más, no le he dado previamente ningún escrito con la charla

para que supiera antes de qué trataba y pudiera sentirse algomás seguro. Realmente, fue una situación muy estresante paraeste señor, porque supongo que se sentía con demasiada res-ponsabilidad por el hecho de cobrar por el trabajo.

—Sigues siendo muy paciente.—Depende de las circunstancias. Quiero decir que si estu-

viera en otro lugar, donde todos estos temas estuvieran muy

avanzados, quizás protestaría muchísimo.—Sabes que conozco a una intérprete que dice que traduce

muy bien... —sigue mi amiga.—Pues si se pone medallas, confío poco en ella... —le co-

mento.—Ella me dice que los sordos la escogen siempre para ir al

médico, que...

—Quizás porque prevalece el afecto —la interrumpo, ysigo— o porque no han conocido a otra intérprete, o porque sehan habituado a su manera de hablar, como tú has dicho antes

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que te sucede conmigo, o porque sus padres sordos, durantetoda su infancia le han halagado una y mil veces con que era lamejor intérprete... ya sabes cómo son los padres, o bien por-que, por cortesía, no dicen que no es competente...

—Ya, ya...—O, quizás, sea cierto que es muy competente, pero, aun

así, confío poco en ella como intérprete. Tendría que verla paraopinar por mí misma. Al menos, me gustaría que fuera un pocomás modesta, es decir, que fuera consciente de que no se sabetodo, de que siendo modesto se está más abierto a descubrir yconocer novedades y a apreciarlas —continúo.

—Ya, a mí me pasó lo mismo antes de conocerte. Pensabaque ya conocía muy bien el tema de la educación de las perso-nas sordas y me di cuenta de que me quedaba un mundo pordescubrir. Era como sentirme desnuda en medio de una calle.

—Sí, me lo dijiste y no era nada agradable para ti sentirteasí.

—Lo pasé fatal, deprimida.—Pues bien, gracias a ti y a otras colegas como tú, he tenido

la oportunidad de conocer un poco mejor cómo funciona unser humano y yo misma he cambiado mi forma de pensar res-pecto a vosotras y a la educación... Gracias —le digo sincera-mente.

—¿Qué dices? Gracias a ti, por ser tan paciente.

—Bueno, nos lo agradecemos mutuamente y en paz, ¿deacuerdo? —concluyo.

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Charla en la universidad

Una profesora de la universidad, Esther, se pone en contactoconmigo para preguntarme si puedo dar una charla a sus alum-nos de segundo curso de magisterio. Es la segunda vez que meinvitan a dar una charla en esa universidad. Le recuerdo que

no me es fácil prepararla y, posteriormente, dar la charla. Ellame tranquiliza explicándome que se trata de una comunicaciónde carácter informal. Y me sigue comentando: «He pedido alos alumnos, en grupos, que elaboren las preguntas que quie-ran formular a una persona sorda. Cuando las tenga, las agru-paré por temas y después te las pasaré. ¿Qué te parece?» Acce-do a su petición y le comento que quiero disponer de un

intérprete, porque hablaré en LSC como el curso anterior. Ellame comenta que ya lo había pensado pero que en el Departa-mento no disponían de presupuesto para pagar a dos personaspor clase. Por mi parte, me conformo con cobrar la mitad y mecomprometo a preguntar a Estíbaliz, la intérprete, si tampocole importa a ella cobrar la mitad, como el año pasado.

El día de la conferencia, a la hora fijada, al entrar por la

puerta principal del vetusto edificio de la universidad, me en-cuentro con Esther y la intérprete, Estíbaliz, que ya me espe-ran. Todavía es pronto y decidimos ir al bar que hay en el sóta-

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no. Mientras tomo un batido de cacao, Esther, la profesora,nos comenta:

—Los alumnos tienen mucho interés en conocer a una per-sona sorda.

—¿Han tenido anteriormente alguna clase sobre las perso-nas sordas? —se me ocurre preguntar.

—Sí, yo misma les he explicado algo pero de forma muydescriptiva. Temas, como por ejemplo, anatomía y fisiología dela audición, tipos de sordera, etiología, distintas modalidadeseducativas: bilingüismo, oralismo. Me gustaría que explicarastu opinión sobre la educación, sobre la comunidad sorda ycómo vives tú ser profesora y persona sorda. Es muy distintoescuchar a una profesora oyente que a una sorda. Para ellos esmás interesante escuchar a una persona que es sorda —me res-ponde.

—Al acabar la carrera ¿cuántas horas de clase habrán re-cibido los alumnos sobre el mundo de los sordos y su educa-

ción? —pregunta Estíbaliz, que es hija de padres sordos, aEsther.

Esther permanece en silencio, mirándola como si estuvieracontando y le contesta:

—Me parece que unas 20 horas.—¿Cuándo obtengan el diploma, pueden considerarse pre-

parados para dar clases a los niños y niñas sordos? —continúa

preguntando Estíbaliz.—Preparados, no... —responde Esther.—Quiero decir que ¿con el título pueden entrar a trabajar

en una clase de niños sordos? —la interrumpe.—Ah, sí... Bueno, tendrán que estudiar después el postgra-

do de logopedia, que dura dos años, si es que desean trabajaren una escuela de sordos o atenderles a nivel logopédico, es

decir, enseñar el lenguaje o rehabilitar —explica Esther.—¿Y las demás asignaturas? ¿Quién enseñará matemáticas,naturales, historia...?

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—Me refiero a los que están estudiando ahora, es decir, aestos alumnos cuando acaben la carrera —contesta Esther.

—¿Con ese número de horas ya podrán trabajar con los ni-ños y niñas sordos? —pregunta sorprendida Estíbaliz.

—Bueno, no, exactamente no... La logopeda es quien daclases de refuerzo, a nivel individual, para las materias que nohan podido seguir o que no han entendido en las clases... Me-jor dicho, la logopeda hace un refuerzo, pero en los aspectos delenguaje... —intenta explicar Esther.

—Las clases que no han seguido ¿quién las imparte?—El mismo profesor que tienen los alumnos oyentes.Esther, como adivinando la posterior pregunta de Estíbaliz,

continúa explicando:—Sí. En principio, el profesor oyente no tiene ninguna for-

mación o experiencia con las personas sordas. La LISMI, quees la Ley de Integración Social del Minusválido, indica que losniños sordos tienen el «derecho a ser integrados» con los niños

oyentes.Estíbaliz, mientras la escucha, mira el reloj y la interrumpe:—Ya es la hora, ¡cómo ha pasado el tiempo!Nos levantamos para dirigirnos al aula. Durante el camino

mi corazón comienza a palpitar. Al llegar, veo algunos alumnoscharlando entre sí y otros que van llegando entran por la puer-ta. Aprovechamos estos momentos para buscar la manera de

situarnos la intérprete y yo. A mí me parece que lo mejor seríaque la intérprete se situara frente a mí pero también quiero quela cámara de vídeo pueda filmar a Estíbaliz cuando traduzcalas preguntas y los comentarios de los alumnos. Finalmente,acordamos que se sitúe a un lado del aula, entre los alumnos yyo, y de esta manera, la podré seguir cuando vea la grabación,además de ver mi charla en LSC.

De repente, caigo en la cuenta de que el color de mi blusa noes el adecuado porque puede cansar la vista a la intérprete. Lomás conveniente es que sea de un único color oscuro, como

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por ejemplo, azul marino, marrón, granate o verde oscuro...,en definitiva, un color que contraste con el de las manos y per-mita la visión relajada de quien escucha. Le comento a Estíba-liz mi descuido y ella me responde con humor:

—Se ve que lo que quieres es que mi vista se canse.Le contesto sonriendo que posiblemente sea cierto, que qui-

zás solamente pensaba en mí, que inconscientemente queríaestar guapa y que lo sentía mucho, que... Estíbaliz me inte-rrumpe y dice:

—Vale, sólo era una broma. No es para tanto, te veo bien.—¿Ah, sí? ¿De verdad? Menos mal, porque sufría mucho

por ti... Bueno, espero que los alumnos no sepan la LSC, por-que si no... ¿qué pensarán de nuestras tonterías? —continúobromeando.

—Vamos, que Esther nos está presentando —me interrumpeEstíbaliz.

Empiezo a mirar a Esther, después observo a los alumnos

expectantes que la escuchan y nos miran y, posteriormente, ob-servo la traducción de Estíbaliz. Una vez que nos ha presenta-do, comienzo a leer en LSC las preguntas que elaboraron losalumnos y la intérprete me va traduciendo. Una de las prime-ras preguntas es si la LSC es una lengua pobre.

—Bien, esta pregunta es interesante, porque diversas perso-nas me la han hecho no pocas veces. Depende de qué entenda-

mos por pobre. ¿En qué aspectos se considera pobre? ¿Quiéneslo dicen? ¿Las personas que conocen poco la LSC? ¿Por qué lodicen?... —respondo como puedo.

Me paro un poco para dar tiempo a que asimilen mi bateríade preguntas. Y añado:

—Como podéis ver son muchas las preguntas que se puedenhacer con respecto a la pobreza de la LSC. Para explicarme

mejor utilizaré el ejemplo de la lengua catalana. Durante laépoca de la dictadura franquista no se permitía el uso del cata-lán en las escuelas ni en los actos públicos. A pesar de esa pro-

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hibición, las personas seguían usándola, aunque sólo fuera encírculos privados y familiares. ¿Os suena la frase «habla encristiano», o bien, «el catalán es un dialecto del castellano»?

Me fijo en las expresiones de las caras de los alumnos. Mu-chos asienten. Continúo explicando:

—¿Qué podría suceder o, mejor dicho, qué ha sucedido conel catalán, después de mucho tiempo de prohibición, ademásdel constante desprestigio o perjuicio para la lengua catalana?

Hago de nuevo una pausa y espero las respuestas de losalumnos. Se miran unos a otros y nadie levanta la mano. Mepregunto: ¿Sigo o espero un poco más? ¿Quizás he hecho unapregunta demasiado directa, brusca, o precipitada, de maneraque ellos no han tenido tiempo de asimilarla? ¿Me habré expli-cado bien? ¿La intérprete habrá tenido dificultades para tradu-cirme? ¿Quizás he ido muy rápida? O bien, no desean opinarpor múltiples y diversas razones. Ante el silencio prolongado,decido continuar:

—Pues bien, tuve oportunidad de hablar con diversas perso-nas que comentaron sus experiencias con respecto al catalán.Una de ellas, cuya lengua materna es la catalana, me explicóque por el hecho de haber estudiado en la escuela siempre encastellano, le costaba dar conferencias en catalán, porque noestaba acostumbrada a utilizar el léxico o las expresiones detipo más formal que se requieren para estructurar y dar una

charla. En cambio, cuando estaba en círculos familiares, sesentía más a gusto expresándose en catalán, es decir, que sóloutilizaba el catalán a nivel coloquial, informal.

Me paro por si alguien desea replicarme o por si he dichoalgo sin darme cuenta que pueda contener algún perjuicio queatente a sus sentimientos. Hablar y opinar sobre las lenguassiempre implica remover sentimientos. Así lo pienso, porque

me ha sucedido a mí durante mucho tiempo con la LSC. Mefijo de nuevo en sus caras. Sus ojos parecen invitarme a seguir.Sin embargo, de pronto me doy cuenta, aunque me parece que

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algo tarde, de que Esther desea intervenir, por sus movimientoscorporales y le pregunto:

—¿Quieres decir algo?—Sí. Es sobre lo que explicabas de la lengua escolar en cas-

tellano y la lengua familiar en catalán. A mí me sucedió algosimilar y aún me pasa con las tablas de multiplicar. Todavía lasrecuerdo en castellano.

Este comentario me hace sonreír porque permite aclararmejor el sentido de mi exposición con una situación esclarece-dora. Ante mi forma de mirar para saber si desea añadir algomás, Esther me dice que ha terminado y que puedo continuar.

—¿Por dónde iba? —pregunto.—Te estabas preguntando qué es lo que pretendías decir

con el ejemplo sobre las consecuencias de la prohibición delcatalán —me contesta Esther.

—Ah, sí. Pues bien, ¿por qué explico todo esto? Porque veociertas similitudes con la LSC. La LSC ha sido prohibida y des-

prestigiada durante más de cien años. Solamente se usaba entrelos sordos y a escondidas. No se habían preocupado de estu-diarla porque no la consideraban una lengua. Si una lengua nopasa por la escuela se empobrece. La riqueza de una lenguadepende del nivel cultural que posean las personas que la usany al revés. Intentaré ilustrar mejor lo que acabo de explicar conuna comparación: las personas que viven en un pueblo aislado,

sin acceso a la lectura, sin radio ni televisión y que, además, novan a la escuela, tendrán un nivel de lenguaje diferente al de laspersonas que ven y oyen televisión y radio y que, además, acu-den a la escuela. ¿Me explico?

Hago una pausa y observo que Estíbaliz continúa hablando.Cuando se ha parado le pregunto si voy demasiado rápida. Estí-baliz me responde que sí, pero que al realizar la pausa que he

hecho le ha dado tiempo a acabar de traducir lo que explicaba.Al ver que algunas caras parecen asentir, me pregunto: ¿Y lasotras caras? ¿Habrán entendido? Puede suceder que no estén

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acostumbradas a aprobar constantemente con la cabeza cuandoentienden. O bien, cuando asienten, no significa siempre que loentiendan... Bueno, como no sé si voy a sacar algo en claro conmis pensamientos en forma de preguntas, decido continuar:

—Bien, en nuestra sociedad la LSC no ha sido fomentada,nadie se ha preocupado de enriquecerla, por desconocimientoo por otras razones.

Interrumpo mi intervención porque veo que, por fin, unamano se ha levantado al fondo del aula. Tengo mucho interésen saber qué querrá decir esta chica y la animo a intervenir.

—Estoy aprendiendo la LSC. Los profesores sordos me ma-rean porque cada uno cambia de signo según la palabra o lafrase —comenta una alumna.

Sonrío ante este comentario porque no es la primera vezque lo escucho. La comprendo, ya que cuando una persona seesfuerza por aprender y recordar un signo, si después viene elprofesor y le dice que ese signo no se utiliza así en tal situación,

sino de otra manera, o bien, que no se utiliza en esta comuni-dad catalana sino en otras, no resulta nada agradable, es comouna sensación de frustración constante. Cuando la alumna haacabado su intervención, los demás empiezan a hablar entre síy parece que se dirigen a ella para preguntarle algo. Le pido ala intérprete que me traduzca lo que hablan. Ella me contestaque no lo oye bien, que son como murmullos. Cuando parece

que la situación se ha calmado sigo mi charla.—Sí, muchas veces sucede. Los profesores somos conscien-

tes de nuestra actitud y no nos es fácil. Actualmente, la LSC notiene una academia de la lengua como el catalán o el castella-no. La historia de la LSC ha generado multitud de signos dife-rentes ante una misma expresión o concepto similar. De ahí laaparente contradicción, la paradoja que se produce cuando se

afirma que la LSC es pobre, como si no pudieran surgir variossignos distintos ante un mismo concepto.Me vuelvo a detener e intento recuperar el hilo de mi discur-

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so:—Pues bien, el uso de la LSC lleva más de cien años prohibi-

do. Esto ha facilitado la aparición de diversos «dialectos», yaque nadie enseñaba la LSC en las escuelas de sordos. Comocualquier otra lengua viva, la LSC ha ido evolucionando pordiferentes caminos, según la escuela donde estudiaron las perso-nas sordas, según la ciudad, según el país. En una asociación desordos se encuentran diversas lenguas de signos y, normalmente,las personas sordas se entienden sin grandes dificultades, a pesarde la diversidad de signos, debido a la necesidad de comunicarseentre ellas. Nosotros, los profesores de LSC, intentamos enseñartodos los signos existentes a los oyentes para que cuando se en-cuentren con sordos puedan entenderlos. Además, intentamosdar a conocer todos los signos posibles para un mismo concep-to. Y como la LSC no está todavía suficientemente estudiada, niinvestigada, nosotros nos esforzamos en hacerlo por nuestracuenta, sin ser lingüistas, y no nos resulta nada fácil. Necesita-

mos discutir en grupo, filmar a diferentes personas de diversasasociaciones para descubrir las múltiples estructuras visugestua-les de la LSC y tratar de aplicar la más adecuada para cada si-tuación. Aún actualmente, las administraciones públicas no re-conocen nuestra lengua visual ni nos apoyan suficientementeporque se requiere tiempo, dinero, compromiso político, forma-ción de profesores... Además, el desprecio constante hacia la

LSC durante la época de la prohibición ha hecho que esté conta-minada por la lengua oral. Es decir, que la estructura natural pro-pia de las lenguas de signos, que es visual, se descompone por laestructura de la lengua oral y esto lleva a confusiones. En fin, ¿quépodemos hacer para que los oyentes aprendan la LSC a gusto?

Me callo, pues me parece que me he enrollado durante de-masiado rato. Una mano se levanta:

—A mí me subvenciona la administración pública para queasista a un curso de LSC.—Es verdad. Subvencionan a algunas personas para que

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asistan a los cursos de LSC. Pero todavía hemos de seguir lu-chando para que lo hagan también con la formación de losprofesores de LSC, así como para crear un centro de estudioslingüísticos de la LSC —contesto.

Veo que se levanta otra mano.—Yo también asisto a los cursos... Perdón, pero estoy ner-

viosa —titubea—. Quiero decir, que los profesores de LSC danmuy bien las clases. Estoy muy contenta, porque he aprendidomucho.

—Me alegra que lo digas. Gracias. Aún así, somos cons-cientes de que necesitamos seguir formándonos y estudiarnuestra lengua más en profundidad. Yo misma, como profe-sora de niños sordos, desconozco muchos términos escolaresque no acostumbramos a utilizar en LSC. Los niños y niñassordos «crean» signos nuevos de forma natural a medida queaumenta su capacidad cultural. Es decir que, como ya he di-cho, el nivel cultural está íntimamente unido al nivel de cono-

cimiento del idioma. Espero que estos niños, cuando seanmayores, tengan una LSC más rica que la que manejamos enla actualidad.

Veo a muchas personas que asienten y me digo, esbozandouna sonrisa, «Quizás lo hacen para que no me repita y pase ala siguiente pregunta». Me dirijo a la intérprete:

—¿Todo va bien?

Ante su respuesta afirmativa, leo «en voz alta» la siguientepregunta:

—Si se enseña sólo la LSC a los niños y niñas sordos, ¿nece-sitarán siempre un intérprete para poder relacionarse con losoyentes?

Una vez leída la pregunta, me fijo en las caras de los alum-nos que parecen mostrar interés en conocer mi respuesta. Es

una pregunta y uno de los argumentos, si quitamos los signosde interrogación, que no pocos profesionales de orientaciónoral suelen utilizar para justificar la exclusión de la LSC de la

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educación. Comienzo a explicarles lo mejor que puedo:—Es una de las preguntas que se suelen hacer repetidas ve-

ces las familias, las logopedas y otros profesionales. Bien, antesde contestar, quisiera haceros algunas preguntas. ¿Qué enten-demos por necesidad? ¿Quién necesita a quién? ¿Los oyentesson todos imprescindibles?

Hago una breve pausa entre cada una de las preguntas paradarles tiempo a asimilarlas y continúo con otras preguntasmás, con las que quiero provocar y estimular su reflexión:

—¿Existimos los sordos? ¿Quiénes somos los sordos? ¿Quées la LSC? ¿Cómo surgió la LSC? ¿Por qué utilizamos la LSC?

Me doy cuenta de que las últimas preguntas me han surgidocomo un aluvión, demasiado atropelladas. De todas formas,me esfuerzo en permanecer callada durante un rato para dartiempo a los alumnos a que mediten sobre sus posibles respues-tas. Nadie levanta la mano. De repente, la intérprete me llamala atención y me dice:

—Una persona dice que los oyentes son la mayoría.Me dirijo al público y le pregunto:—¿Quién lo dice? ¿Puede levantar la mano la persona que

ha intervenido para ver quién es? —pregunto cortésmente.Una mano de las primeras filas se levanta. Le invito a que

siga con su comentario:—Gracias. Decías que los oyentes son la mayoría ¿y?

—Que los sordos tienen que acomodarse a la sociedad —prosigue.

—¿Quiénes forman parte de la sociedad? ¿Los sordos noformamos parte de la sociedad? —sigo preguntando.

Hago un esfuerzo por contenerme y no hacerle más pregun-tas y le animo a seguir con su opinión.

—Sí, claro, los sordos forman parte de la sociedad. Pero la

sociedad está formada mayoritariamente por oyentes —contes-ta.—¿Y?

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—Que los oyentes no saben LSC.Sigo callada invitándole a que continúe con su comentario.—Por lo tanto, si los sordos sólo saben LSC no se comuni-

carán con las personas oyentes, sólo lo harán entre ellos. Yaestá. No tengo nada más que decir —concluye.

—Bien, gracias por darnos tu opinión. Tengo otras pregun-tas a las que me gustaría reponder.

Me fijo en las caras sonrientes de los alumnos. Deduzco quesus sonrisas vienen motivadas por mis constantes preguntas.

—Os hago preguntas, porque deseo saber qué pensáis voso-tros como oyentes. Es decir, yo no sé cómo piensa una personaque ha vivido y crecido toda su vida como oyente y no ha teni-do ocasión de relacionarse con personas sordas. No sé lo quepensáis de nosotros, de los sordos. Las preguntas me ayudan aclarificar parcialmente vuestro pensamiento y, posteriormente,me permitirán daros mi punto de vista para que nos podamosentender. Me doy cuenta de que quizás, a veces, me voy por las

ramas pero, bueno, sigo con mis preguntas, si os parece —lespropongo—. ¿Por qué los oyentes no han tenido oportunidadde saber la LSC? ¿Las personas oyentes han de decidir pornuestra educación? ¿Quiénes viven en la sordera, en estado desordera, durante 24 horas al día?

Hago una nueva pausa para que Estíbaliz pueda traducir ycontinúo:

—Voy a retomar vuestra pregunta del principio. Los oyentesy los sordos también, claro, necesitamos de muchas cosas: de lalavadora, para no cansarnos físicamente y, de esta forma, tenertiempo para otras cosas; del teléfono, del móvil, de internetpara poder comunicarnos; del coche para poder desplazarnosen menos tiempo, aunque actualmente en las grandes ciudadeses más rápido el metro... También necesitamos de las informa-

ciones en la estación del tren o en los ayuntamientos; necesi-tamos de los médicos para que nos curen o de otras profesio-nes para poder comunicarse... y así podría seguir hasta

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aburriros —concluyo.Una mano se levanta. Es la misma persona que ha interveni-

do antes sobre el asunto de la mayoría.—Has hablado de la necesidad de comunicarse que tienen

las personas. Los sordos no se pueden comunicar con los oyen-tes porque éstos no saben LSC.

—Hay oyentes que no la saben. Por cierto, ¿por qué creesque no la saben? —pregunto.

—No sé.—¿Quizás porque no quieren? —aventuro.—No, no. Pienso que es porque no están informados.—¿Y por qué no están informados?—Porque sois pocos —responde.—¿Y que seamos pocos es la razón por la que los oyentes

no deben conocer una lengua visual tan atractiva como la LSC?—continúo.

—Aunque se informaran no aprenderían la LSC porque no

se promociona suficiente.La intérprete me interrumpe para decirme:—Otro alumno está replicando que existen cursos de LSC

para los que deseen aprender.Le pido a los asistentes que levanten la mano si quieren to-

mar la palabra para saber quién habla. Agradezco la nuevaintervención que puede enriquecer el debate.

—Discúlpame —me dice el alumno.—No te preocupes —le tranquilizo—. Es, simplemente, fal-

ta de costumbre. Vosotros como oyentes quizás estáis acostum-brados a intervenir oralmente sin necesidad de levantar lamano. Cuando estéis un tiempo rodeados de sordos, os surgiráde forma automática porque vuestra capacidad visual se am-pliará. No os puedo pedir que sepáis todo lo que tenéis que

hacer en el mundo de los sordos. Yo tampoco sé muy bien quéhacer con los musulmanes, los ciegos, los norteamericanos...Para que nos podamos entender, afortunadamente, tenemos el

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lenguaje. Sin lenguaje surgirían muchos problemas, al no saberlo que queremos, y acabaríamos mal; aunque el lenguaje tam-bién genera conflictos, malentendidos...

Estíbaliz me llama y me dice:—Sólo quedan cinco minutos.¿Tan rápido ha pasado el tiempo? Todavía queda otra pre-

gunta y no habrá tiempo para contestarla. Decido acelerar misconclusiones para transmitirles, por lo menos, lo que tenía pre-parado.

—Veamos —continúo— la función de los intérpretes puedeconsiderarse como una paradoja, es decir, yo creo que nos fa-cilita cierta independencia porque, en la actualidad, las perso-nas sordas, ante la constante falta de información, necesitanmucho de la familia, hasta el punto de no saber decidir por símismas en algunos casos. La LSC es un instrumento para quelos sordos accedan a la información, día a día, desde muytemprana edad, desde que se sabe que el hijo es sordo. En fin,

se trata de conseguir que con la LSC los niños y niñas sordosconstruyan un lenguaje lo más sólido posible, porque el len-guaje nos permite que podamos decidir y nos da estabilidad.Porque el lenguaje es la casa del ser, el alma del cuerpo. Por-que el lenguaje es el instrumento que permite acceder a cual-quier otro aprendizaje, a otras lenguas. Sin un lenguaje accesi-ble, los niños y las niñas no pueden obtener unos aprendizajes

mínimos y permanecen dependientes de sus familiares o de lostutores que deciden qué hacer con sus vidas. Los intérpretesnos permiten que nos sintamos más independientes de nues-tros familiares. Los intérpretes nos facilitan el acceso a losaprendizajes que compartimos con los oyentes. Los intérpretesnos facilitan el acceso a los aprendizajes que compartimos conlos oyentes. Los intérpretes, con su trabajo, acercan dos orillas

que podrían parecer muy distantes.Miro la hora y decido dar la charla por concluida.—Gracias por escucharme y por ofrecerme vuestros comen-

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tarios —acabo diciendo.—Gracias a ti. Hemos aprendido mucho con todo lo que

nos dicho —me interpreta Estíbaliz de lo que comentan losalumnos.

Una vez que hemos salido fuera del edificio, Esther me co-menta:

—He notado que has cambiado el estilo de tu discurso. Ha-ces más preguntas.

—Sí. He descubierto que las preguntas, además de permitirsaber qué piensa el otro, también le facilita descubrir por sí mis-mo lo que sabe, lo que piensa. Aún tengo mucho que aprenderporque hago las preguntas de forma muy compulsiva y no faci-lito su asimilación. Pero todo se andará. Como decían en laantigüedad: «Conócete a ti mismo»... y, así, podrás conocer alos demás —añado.

Parece que la experiencia ha sido muy interesante para ellosy, desde luego, para mí. Nos despedimos y vuelvo a casa feliz,

con la satisfacción de quien ha sembrado en tierra fértil y sólotiene que esperar el dulce tiempo de la cosecha.

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Conquistar espacios para las minorías

Días después de la conferencia en la universidad, al volver a laescuela, me encuentro con un colega, con quien no mantengouna muy buena relación de trabajo, que me comenta irónica-mente:

—Algunos sordos no entienden al intérprete y, además, sihablas a mil kilómetros por hora es peligroso, podrías tener unaccidente.

Le digo que ya hablaremos del tema, que ahora tengo clase.La verdad es que no me apetece en absoluto debatir con estapersona, porque además no me cae bien. Si fuera otra personaque yo apreciara y que me comentara lo mismo que él, estaría

dispuesta a reflexionar conjuntamente sobre el tema porqueme sentiría escuchada cuando hablo y podríamos diálogar.

Al volver a casa, no me resisto a escribir en mi diario:«Kronos, otra vez he topado con este Simón, que disfruta

rebatiendo mis argumentos. A lo mejor quería conocer mi opi-nión pero no me sentía con fuerzas para debatir con él lo queme ha dicho y darle explicaciones. Son comentarios que me

cogen desprevenida, que no he podido reflexionar antes. Ade-más, él no es una persona con la que me sienta escuchada...Siempre que me he encontrado con él o con otras personas del

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mismo estilo, he tenido que justificar mis opiniones. Pero, ¿porqué tengo que argumentar siempre?... Bueno, voy a ver qué mesale a medida que te escribo. Tú eres paciente conmigo, no meinterrumpes mientras te escribo, dejas que mis pensamientosfluyan mientras te hablo, hasta encontrar la idea que busco, sies que la encuentro. Bien, Simón me dijo que algunos sordosno entienden al intérprete. Y ahora me pregunto si hay oyentesque no entienden a un físico o a un médico cuando dan unacharla sobre un tema de su especialidad. Las personas que nohan tenido contacto con los temas expuestos no entenderán lamayor parte de sus discursos. A los sordos les sucede lo mismoy si durante toda su escolaridad han sido marginados del usode la Lengua de Signos, imponiéndoles el uso exclusivo deloral con muchas limitaciones, es muy normal que les cuesteseguir una conferencia. Aun así, desean asistir a este tipo deactos para ir ampliando poco a poco sus conocimientos... Así pues, es sencillo refutarle este argumento... Y ahora quiero tra-

tar la otra afirmación, la de que si voy a mil kilómetros porhora es peligroso. Lo dije en la charla de la semana pasada,cuando trataba de explicar la relatividad del sentimiento delnivel de comprensión y lo comparaba con la velocidad de uncoche. Si nos situamos en otra época donde el coche era uninvento reciente, las personas de dicha época se sorprenderíande lo mucho que corría el coche que iba a 40 kilómetros por

hora. Pero si estas mismas personas, se acostumbraran a correren otro coche que fuera a 100 kilómetros por hora, cambiaríasu opinión respecto al que corría a 40, y dirían: “¡Pero si estecoche va muy lento!” Por lo que si una persona sorda no hatenido ocasión de disfrutar del nivel de comprensión que va a100 kilómetros por hora, dirá que entiende muy bien el que vaa 40 kilómetros por hora. Y cuando dije que, para mí, la Len-

 gua de Signos era como un coche a mil kilómetros por hora encomparación con el nivel de comprensión del lenguaje oral, medejé llevar por la emoción. Simón cogió esta frase al pie de la

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letra y no la interpretó desde el punto de vista de la relatividadde los sentimientos sino que la utilizó para disfrutar despresti- giando la L.S. Reconozco que cometí este error y pensaba queno era importante, ya que se trataba de una mera metáfora, pero me doy cuenta de que hay personas que utilizan lo quedigo para después atacar mis opiniones. Por lo que, cada vezmás, detesto participar en charlas ya que supone tener muchocuidado con todo lo que digo. Desde las diferentes perspectivasque se escuchen, siempre se puede encontrar algo que rebatir.Recuerdo otros comentarios del tipo:

—Si las personas sordas pueden opinar, aunque sea en Len- gua de Signos, es gracias a que recibieron una educación deorientación oral; si no, no lo podrían hacer —me dijo un díaotro profesional .

Lo que quiero decirte, Kronos, es que todo tiene un argu-mento contrario. La cuestión está en tener habilidad para ha-cerlo. Este argumento podría ser rebatido con este otro:

—Si los sordos hemos podido opinar es gracias a que hemosestado en contacto con otros sordos yendo a la asociación desordos, participando en reuniones donde todos discutíamos enLengua de Signos, permitiendo visualizar en todo momento el proceso de la discusión antes de intervenir y exponer nuestraopinión de forma razonada... Esto no podía ocurrir si asistía-mos a un grupo donde la mayor parte fueran oyentes. ¿Qué

sucede con muchos otros sordos que han recibido la mismaeducación, exclusivamente oral, que no pueden ni leer ni parti-cipar en reuniones con seguridad ni aportar opiniones sin mie-do?

Pero ¿por qué tengo que justificar y argumentar cada vez?¿Por qué no se preguntan por qué pienso o siento de esta ma-nera y no de otra? ¿Por qué no tratan de ver qué es lo que falta

en la educación escolar para mejorar la vida de una personasorda en vez de jugar a rebatir argumentos? Trato de escuchara los demás, de escucharme, de conocer otras opiniones para

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entenderme, para preguntarme qué me pasa, por qué sufro,cómo podría vivir de manera más libre, sin estar continuamen-te tan insegura y angustiada dentro del mundo de oyentes. ¿Esque lo que desean los oyentes, como Simón, es que no poda-mos decir lo que opinamos? O se puede pensar que el sistemaeducativo, de orientación exclusivamente oral, construido porlos dirigentes y los profesionales interesados en mantener estesistema está ideado para que los sordos crean que es lo mejor para ellos aunque ciertamente no sea así. En realidad, no de-sean cambiarlo aunque les digamos que sufrimos, que no esta-mos bien y les pidamos que reflexionen sobre este asunto paraque hagan las modificaciones oportunas para que cambie lasituación actual. Quizás prefieran que no opinemos tanto, que permanezcamos en la ignorancia constante, en la imposibilidadde acceder a la información, en desarrollar el conocimiento.

En fin, Kronos, es difícil para mí dar una charla sabiendoque existen personas como Simón, que hay tantas interpreta-

ciones para mi discurso, que muchas veces me quedo sin pala-bras o bien las rebusco tanto que no hay manera de que se meentienda. Entonces ¿debería rechazar las invitaciones que mehagan para dar charlas? Bueno, Kronos, me voy a descansarque ya es muy tarde y mañana quiero estar bien despierta parael trabajo. Pensándolo mejor no les daré ese gusto y seguiréhaciendo lo que pueda para que se valore social, política y

afectivamente nuestra querida Lengua de Signos.Tengo que seguir conquistando nuestro espacio con pala-

bras que salen de nuestro dolor.»

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TÓPICOS

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¿Todavía es sorda?

Un día, mis padres me comentan que quieren ir a visitar a unosfamiliares que hace mucho tiempo que no ven. Viven lejos y nohay buena combinación de transporte público para llegar hastasu domicilio, así que me piden que les lleve en coche. Mi madre

añade: «Sólo estaremos un rato.» Al escuchar esta última frase,me pongo muy contenta porque mi madre sabe que me aburrocuando vamos a visitarles. Accedo a su petición ya que ese díano tengo nada mejor que hacer.

Durante mucho tiempo hemos discutido sobre este tema, yaque a mis padres les cuesta comprender que me aburra estandoen familia. Piensan que les entiendo sin problemas y que dis-

fruto cuando estoy allí. Les explico que sólo comprendo nítida-mente los saludos y las conversaciones iniciales, porque siem-pre son similares, del tipo: «Hola, ¿qué tal? ¿Cómo van losestudios? ¿Dónde está tu hermana?, etc». Una vez pasados es-tos diálogos preliminares, los familiares hablan entre sí, rápi-damente, y es entonces cuando me pierdo. ¿Qué hago a partirde ese momento? Pues simulo que me distraigo. Hace unos

años, cuando mis primos eran pequeños jugaba con ellos, obien, hojeaba revistas que había en casa. De esta manera, misfamiliares y mis padres pensaban que me lo pasaba bien, ya

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que yo misma se lo hacía creer así porque no quería verles tris-tes.

Hasta que llega el día que me rebelo y me pregunto: «¿Porqué seguir mintiéndoles, al mismo tiempo que yo me sientomal?» Hablar de este tema con mis padres, más concretamen-te, con mi madre, no fue fácil. No fue agradable ni para ella nipara mí. Después de muchos años de darle a entender quecomprendía lo que se decía sin dificultad, el encuentro con ladura realidad, con la verdad de mi incomprensión en esas si-tuaciones, fue muy duro para ambas. Mi madre no creía lo queyo le estaba explicando. Descubrir que yo sufría, fue dolorosopara ella. Nos costó mucho tiempo asimilar la nueva situación.Parece que nos echábamos mutuamente la culpa y nadie eraculpable de nada. Las circunstancias nos llevaron a actuar deesta manera. Ahora me siento más contenta, más relajada, des-pués de hablar sobre algo que me producía tanto desasosiego.

Salimos de casa los tres, tomamos el coche y a los veinte

minutos llegamos a casa de estos parientes. Al vernos, empie-zan los saludos y las fórmulas de rigor tantas veces repetidas.Mi tía se sorprende al ver que llevo el audífono. Como tengo elpelo muy corto, el audífono es visible.

—¿Todavía es sorda? —le pregunta a mi madre.Mi primera reacción es de sorpresa, me quedo estupefacta:

no me esperaba este comentario. Me digo: «Los niños sordos,

si nunca han visto a personas sordas adultas, piensan quecuando sean mayores se volverán oyentes y no necesitarán au-dífonos, o bien, se morirán al ver que no hay personas sordasadultas en su entorno. A los oyentes que no están informadossobre la sordera les ocurre lo mismo. Ignoro qué pasa por lamente de alguien que desconoce el mundo de la sordera. Megustaría saberlo y sentirlo como oyente para poder compren-

derles mejor y, de esta manera, quizás, me entendería mejorcon ellos.»Días después de esta escena, estoy en casa y tengo que ir a

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hacer unas compras al supermercado. Ya hace días, también,que quiero pasar por una caja de ahorros para informarme so-bre las tarjetas de crédito, así que entro en la oficina más cerca-na que tengo, antes de hacer las compras. Cuando me toca elturno, saco de mi bolso un bloc de notas y apunto lo que deseopreguntar al empleado que me atiende. Añado a la nota:«Apúnteme, por favor, en este papel la respuesta.» Previamen-te había escrito que soy sorda. De pronto, noto que me tocanen el hombro y me giro:

—Hola, Pepita, ¿qué haces por aquí? —se trata de una per-sona conocida que me saluda.

Le digo que espere un momento, mientras le entrego la notaal cajero.

—Pues mira, tengo unas preguntas sobre las tarjetas de cré-dito —le contesto—. ¿Y tú?

—Vengo a ingresar un cheque. Como soy autónomo, mepagan en cheques —me responde.

Mientras le escucho, veo de reojo cómo el cajero coge otropapel y escribe la respuesta.

—¿No te lo ingresan directamente en caja? —le pregunto.—No, porque trabajo por horas. Y como no son horas fi-

jas...—Espera un momento —le interrumpo, y recojo la nota es-

crita por el cajero. La leo y le agradezco su atención.

—Sigue, me decías que tu trabajo...—¿Qué es lo que te ha dado? —me pregunta.—Lo que ha escrito es la respuesta a la pregunta que le he

hecho.—¿Cómo? No te entiendo.—En el papel he escrito las preguntas que tenía sobre las

tarjetas de crédito y él me las ha respondido, apuntándolas en

este papel —le explico.—Pero si hablas bien —me objeta.—Hay personas que no vocalizan suficientemente bien y

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para ahorrarnos el esfuerzo que supone para ambos le ruegoque escriba las respuestas. Además, así me siento más segura.Él y yo no tenemos dificultad para escribir.

—Ya, ya. Pero, ¿por qué? Tú hablas bien —insiste.—No olvides que soy sorda.—Y también entiendes bien.Escuchar este comentario me entristece pero procediendo de

una persona que aprecio le comento afectuosamente:—Hay personas que no vocalizan bien y no las entiendo.

Estas personas tienen el derecho a no saber vocalizar, por nohaber tenido oportunidad de aprenderlo o por otras razones.De todas formas, ¿es malo escribir?

—No, pero... este cajero pensará que no sabes hablar.—Pero sabe que sé escribir. De todas formas, ¿es malo que

lo piense?—No, pero no es verdad.—¿Y qué es la verdad? —le suelto—. Tengo derecho a sen-

tirme segura, ¿sí o no? —me doy cuenta de que me he puestomuy agresiva, por lo que enseguida cambio el tono de mis pa-labras—. Para sentirme segura prefiero que escriban porquemis ojos no tienen ninguna dificultad en entender las letras.

—Sí, pero... —me interrumpe.—Pero... ¿qué? —le animo a que siga.—Es que no pareces sorda.

—A veces aparento ser oyente aunque no entienda —le con-fieso.

—¿Es que a veces no me entiendes?—Sinceramente, al principio, simulaba que te entendía para

no hacerme pesada durante la conversación. Pero, posterior-mente, te he pedido en muchas ocasiones que me repitas lo queme acabas de decir y, alguna vez, que me lo escribas.

—Sí, ahora lo recuerdo...—Además, al principio, hablábamos poco para evitar tantoesfuerzo —continúo.

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—Sí. Y, ahora, no paramos de hablar.—¿Por qué crees que sucede esto? —le pregunto.—Porque vocalizo mejor. Cada vez que te veo cambio mi

manera de hablar, casi sin darme cuenta. Además, ahora, mue-vo más las manos. Es como un automatismo.

—¿Y bien?—Pues que no quiero que el cajero piense que no sabes ha-

blar —me suelta.—Me parece muy bien que expreses tu deseo. Supongo que

no significa una imposición ¿o me equivoco? —sonrío.—En absoluto. Eres libre de hacer lo que te parezca —se

apresura a contestar.—Bien, una cosa es hablar y, otra, muy diferente, oír —con-

tinúo—. Yo hablo y como deseo entender claramente, contranquilidad y con seguridad, le pido que me escriba, así evitoque nosotros dos estemos en tensión cuando la comunicaciónfalla.

—Ahora entiendo.—Es tu turno —le aviso.—Sí. ¿Adónde irás después? —me pregunta.—Voy al supermercado.—¡Qué casualidad! Yo voy por el mismo camino. ¿Me espe-

ras? Así podemos continuar con la charla hasta el súper y allípodemos despedirnos, ¿de acuerdo? —me propone.

—De acuerdo —acepto.Mientras le espero, siguen revoloteando en mi cabeza, como

pájaros atolondrados, algunas de estas frases que tantas veceshe tenido que soportar, como «¿todavía es sorda?» o «no pare-ces sorda», que martillean mi conciencia de persona sorda enlo más profundo de mi ser y de mi sentir.

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Me preocupo por ti

Estoy en casa leyendo Memoria de la ética de Emilio Lledó.De repente, a mi lado, se enciende la bombilla, que parpadeaal ritmo acompasado de la llamada del teléfono. Voy hasta mihabitación, donde se encuentran los aparatos para comuni-

carme con el exterior y me pregunto: «¿Cuál de los tres, tele-scrit, amper (son aparatos que se utilizan entre sordos paracomunicarse a distancia por línea telefónica) o fax, estará uti-lizando la persona que me llama?» Primero tomo el auriculardel teléfono y lo coloco en el telescrit, después enciendo lapantalla y pregunto tecleando: «¿Sí?», y al mismo tiempo ob-servo fijamente el ritmo de encendido de la señal que hay en

la parte superior izquierda de la pantalla. Por el ritmo de en-cendido, deduzco que se trata del fax y no del telescrit ni delamper. Lo pongo en marcha y mientras espero me digo:«¿Cuándo habrá un teléfono para sordos que sea compatiblecon todos los teléfonos del mundo, como el de los oyentes?»Cuando acaba de pasar el fax, corto el papel y leo. Es unapareja de amigos sordos que me preguntan si quiero pasar la

tarde en su casa, con otros amigos sordos y, después, cenar.Acepto su invitación, enviándoles la respuesta también porfax.

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Llegada la hora, cojo el coche y me dirijo a la casa de misamigos, que queda un poco distante de la mía. Llamo al timbrey se abre la puerta. Al entrar, observo que la luz todavía se ilu-mina por la llamada del timbre. Después de tres destellos másse para. Están todos los amigos. A algunos hace tiempo que noles veo. Nos saludamos efusivamente. Una vez instalados, unachica nos cuenta en LSC:

—La semana pasada, la logopeda que tuve cuando era pe-queña, llamó por teléfono a mi madre para decirle que no esconveniente que salga mucho con amigos sordos porque pue-de perjudicar mis progresos en lengua oral y hacer que dismi-nuya mi nivel cultural. Mi madre, además, insiste en que sal-ga con amigos oyentes. Estoy harta. Siempre con la mismacanción.

Al escuchar este comentario, asentimos con la cabeza, congran tristeza y comenzamos a intervenir, uno tras otro:

—A mí me pasó igual. Un día mi madre me comentó que

cuando era pequeña, las logopedas le decían que yo no deberíade tener mucho contacto con otros sordos, que sería mejor queme alejara de ellos.

—Pues a mí me han hecho creer que lo que soy se lo deboúnicamente a la logopeda y ésta tiene miedo de que su obra seestropee. Ella no está conmigo las 24 horas del día. Y lo peores que mi madre dice que está contenta de que la logopeda to-

davía se interese y se preocupe por mí. De esta manera, podrácontinuar metiéndose en mi vida.

—Me parece bien que se interese por nuestra vida pero en-trometerse ya no es lo mismo.

—¿Qué representa la amistad para los padres, las madres ylas logopedas? Sólo parece que estén pendientes de cómo ha-blo. No tienen en cuenta qué es para mí estar bien. Piensan que

sólo seré feliz si hablo mejor. Yo creo, más bien, que ellos pien-san más en sí mismos que en lo que yo sienta.—Yo creo que si quieren que vaya con oyentes es porque no

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les gusta que viva como persona sorda. A ellos les gustaría quefuera como los oyentes y que no se viera mi sordera.

—¿Sabéis qué se me ocurre? Cuando has comentado el mie-do de la logopeda a que su obra se estropee, he empezado apensar en la idea que nos hacemos de Dios. Dios ha creadotodo y parece ser que la logopeda, sin saberlo, se cree una dio-sa porque «nos da el habla» y piensa que debe velar por sucreación, por su criatura, acabar su obra y, luego, que no nossalgamos del buen camino. Por la manera de insistir, pareceque no quisiera dejar de hacer de diosa o, sencillamente, que sutrabajo no le hubiera salido muy bien.

Nos reímos mucho de la ocurrencia y, a continuación, inter-vengo yo:

—He leído en un diccionario de filosofía la relación entre lapalabra logos y los conceptos de pensamiento, habla y razón.Me irrita pensar que la palabra «logo-pedia» tenga algo quever con lo que las logopedas nos enseñan, con la forma de usar

la razón a través del habla. Algo así como que, sin las logope-das, no tendríamos razón y actuaríamos como los animales. Yde ahí que algunas logopedas puedan sentirse como diosas,porque nos «dotan de razón». Incluso, lo que ahora mismoestamos hablando, no sería utilizar la razón, según esas logo-pedas, ya que no entenderían nada de lo que decimos y, paracolmo de desgracias, no usamos la voz. Creo que, para ellas,

sin voz es algo así como...Un amigo me interrumpe y comenta:—¿Os acordáis cuando estuvimos en la escuela de la Purísi-

ma, lo que las monjas nos contaban sobre los milagros quehacía Jesús y que uno de ellos consistía en devolver la audicióny el habla a los sordos y a los mudos? Tengo la impresión deque la misión de las monjas era imitar a Jesús, dándonos el

habla —añado.—Existe otra interpretación. Hace poco tiempo entré enuna iglesia con un amigo oyente. Coincidió que estaban dicien-

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do la misa. El cura, en la homilía, citaba el mismo párrafo quetrata sobre el milagro de dar la voz y la audición a los sordos.El cura no se refería sólo a las personas sordas en sentido es-tricto sino a aquellas duras de corazón que no quieren oír y noquieren escuchar. Se estaba refiriendo a cerrar los oídos delcorazón, es decir, que las personas oyentes se hacen las sordasa las necesidades del prójimo. La misma frase bíblica puedeentenderse de diversas maneras.

—Es verdad, existe un dicho en castellano que dice: «Nohay peor sordo que el que no quiere oír» —concluyo.

—Me acuerdo de una persona oyente que me contó que ha-bía visto a una logopeda, ya retirada, que había escrito un li-bro sobre la educación de los sordos. Le comentó que los sor-dos son como animales cuando hablan con mímica y que, sihablan oralmente, son un poco menos animales.

—Hace muchísimos años, antes de nacer Jesucristo —em-piezo a explicar—, los filósofos griegos se planteaban la cues-

tión de cuál era la diferencia fundamental entre los seres huma-nos y los seres irracionales, ya que todos se reproducían,crecían, se alimentaban y morían. Decían que el ser humano sedistinguía del animal por su capacidad de hablar. Definían alhombre como «animal que habla», «animal que tiene logos».Logos es la manifestación del pensamiento, a través de los so-nidos articulados de una lengua. Fijémonos bien: «A través de

los sonidos articulados de una lengua.» Por tanto, si no haysonidos articulados no hay pensamiento.

Mientras continúa el debate, voy a buscar un libro que esta-ba leyendo esta mañana y que había guardado en el bolso.Además de hacerlo por placer, lo utilizo para leer cuando voyen el metro, en el autobús o cuando me aburro. Paso algunaspáginas del libro, porque tengo la sensación de que dice algo

relacionado con lo que estábamos hablando. Finalmente, loencuentro y les leo el texto: «La razón por la cual el hombre es,más que abeja o cualquier otro animal gregario, un animal so-

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cial es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hacenada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra(logos). La voz es signo de dolor y de placer y, por eso, la tie-nen también los demás animales, pues su naturaleza llega hastatener sensación de dolor y de placer y significársela unos aotros; pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lodañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre el tener,él solo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto,etcétera.»

Vuelvo a leer las dos frases que me han llamado la aten-ción: «La voz es signo de dolor y de placer, y por eso la tienentambién los demás animales..., pero la palabra... es exclusivadel hombre...» Estoy aturdida. Les comento a mis amigos queme gustaría volver a leer sobre este tema, porque tengo lasensación de que unas veces relacionan el habla con la voz y,sin embargo, ahora acabo de leer que no es la voz lo que nosdiferencia de los animales, sino la palabra. Y me pregunto:

«¿Qué es la palabra? ¿Es lo mismo que el habla? En nuestrasconversaciones hablamos utilizando LSC, pero, y el habla,¿qué es?»

De repente, el comedor se ilumina con destellos de ritmodesigual. Los anfitriones desaparecen del salón. El parpadeo dela luz ha cesado y, entonces, aparecen de nuevo los padres, conun bebé en brazos, diciendo: «Se ha despertado.»

—Son casi las nueve —dice uno de los amigos mirando lahora—, y empiezo a tener apetito, como este bebé —y señala ala niña que está en brazos de su madre. Nos reímos a carcaja-das.

—La cena ya está preparada —nos informa el padre paratranquilizarnos.

Mientras unos van a la cocina a buscar los platos y los vasos,

otros preparan el mantel y las sillas y la madre prepara un bibe-rón para su hija. Cuando el bebé se lo ha tomado, la madre seinstala en la mesa con la niña en el regazo, y los demás nos sen-

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tamos también. Una chica golpea, suavemente, con los nudillosde los dedos en la mesa. Todos a la vez nos asociamos en esegesto, imitándola. Es la forma de desearnos buen provecho.

Durante la cena, un chico, agita una mano en el aire paraatraer la mirada de los demás, ya que desea explicar algo.Unos le miran con la cuchara en la boca, otros con la servilletaen la mano y otros dejan la cuchara en el plato y le invitan ahablar.

—Me han contado un chiste muy bueno —empieza.—¿Sobre los sordos? —le pregunta una amiga.—Más concretamente, relacionado con los juegos de signos,

como con las palabras de los oyentes —completa confirmandola pregunta.

Los demás, encantados, le pedimos que nos lo cuente.—Un día se incendia una asociación de sordos. Los bombe-

ros acuden a sofocar el fuego y comienzan a averiguar las cau-sas. En un primer momento, no encuentran ninguna causa ex-

terna aparente, como un cortocircuito o algo similar. Despuésde preguntar a diversas personas sordas encuentran el motivo.¿Cuál creéis que fue?

Nosotros intentamos buscar los posibles motivos, movien-do las manos, es decir, realizando el signo del fuego, por si tie-ne algo que ver con la solución. Después de diversas tentativasjugando con múltiples configuraciones y movimientos de dife-

rentes signos, relacionados con el fuego y con la asociación desordos, nos rendimos y pedimos que nos dé la respuesta. Elchico contesta que el motivo del fuego fue por murmurar tanto(murmurar, en LSC, consiste en frotar entre si los dedos índi-ce).

Hay una carcajada general, tan sonora que el bebé se asustay está a punto de llorar, pero la madre le habla, le acaricia y le

explica el motivo de nuestra alegría. El bebé parece que se hatranquilizado.—Es un chiste muy bueno. Me ha encantado. ¿Conoces más

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chistes relacionados con el juego de los signos? —le preguntoal chico, después de tomar aliento.

El chico me dice que no y, después, se le ocurre preguntar:—Las personas oyentes, si tienen nociones de LSC o, al me-

nos, si conocen el signo «murmurar» ¿entenderían el chiste, yse reirían, es decir, lo encontrarían gracioso?

—No sé... —le contesta la madre—. Si además de conocerel signo, conocen la cultura, quizás sí. Es decir, si el oyente sabeque cada asociación de sordos tiene fama de algo, como porejemplo, en una tienen fama de ser orgullosos, en otra de mur-murar mucho..., quizás encontrarían gracioso el chiste.

—Podríamos probar explicándolo a las personas oyentesdurante los cursos de LSC y ver qué reacciones se producen enlos alumnos —añade el padre.

Los demás le contestan de forma simultánea: «Buena idea.»La madre nos avisa con la mano y nos dice que su hija tienesueño y que va a llevarla a la cuna. Todos, uno a uno, nos des-

pedimos dando las buenas noches al bebé. Cuando la madre seha ido a la otra habitación, el padre nos pregunta:

—¿Sabéis que se ha creado un Centro de Intermediación?La mayoría de nosotros desconocemos la existencia de este

centro y tampoco sabemos en qué consiste.—Es un centro que hace de mediación entre sordos y oyen-

tes y...

—Se ha dormido enseguida —interrumpe la madre, apare-ciendo de nuevo en la sala.

—Si el oyente no tiene telescrit, amper o fax llama al Centrode Intermediación y le da el número de fax o del telescrit de lapersona sorda —continúa el padre.

—¿El oyente tiene que dar el número de teléfono del sor-do?

—Sí, porque, si no, no podrían llamar al sordo para dejar elmensaje de la persona oyente.—Entiendo.

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—O a la inversa, si es el sordo quien llama a la personaoyente, también debe dar su número de teléfono.

—Primero, se debe decir a quién quieres enviar el mensaje,es decir, indicar el nombre y, junto al nombre, se escribe sunúmero de teléfono. Y también has de indicar quién lo envía,con su número de teléfono. Después se escribe lo que quierescomentar, preguntar, informar, etc.

—Sí, también puedes hablar por telescrit, que es más direc-to, porque puedes preguntar y recibir respuestas. En cambio,con el fax has de esperar la respuesta una vez que has enviadoel mensaje. Dependiendo de la respuesta vuelves a enviar denuevo el fax y, la verdad, resulta un poco pesado.

—Yo no tengo telescrit ni amper, sólo el fax. El Centro deIntermediación también servirá para comunicar entre sordos,para aquéllos que no tienen fax y tienen telescrit, o bien a lainversa, es decir, que no tienen telescrit y sí tienen fax.

—Una chica sorda me comentó hace poco una experiencia

que tuvo con el Centro de Intermediación —nos explica la ma-dre—. Escribió en el telescrit «ja, ja, ja», y tal cual lo transmi-tió al destinatario. A su amigo oyente le hizo mucha gracia oírla risa de un chico que actuaba de intermediario.

—Es decir, que el Centro de Intermediación lee lo que escri-bes. Me parece bien y puede resultar gracioso.

—Pero la comunicación pierde intimidad.

—Sí, es cierto, pero es mejor que nada hasta que no consi-gamos que todo el mundo tenga el mismo aparato para comu-nicarse. Al menos, así podemos pedir día y hora sin acudir a laconsulta médica o no depender de alguien para que nos inter-prete. Incluso podemos no mencionar el apellido si no nos ape-tece.

—¿Ah sí? ¿No hace falta indicar tampoco el DNI?

—Tampoco, a no ser que desees hablar con la policía y elloste lo pidan.Nos reímos. Ya habíamos comido el postre hacía un buen

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rato y algunos querían volver a su casa, ya que era muy tarde.La conversación es muy interesante pero llega la hora de mar-charse. Después de llevar a la cocina todo lo que había en lamesa, nos despedimos, agradeciendo a nuestros anfitriones to-das sus amabilidades.

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Has perdido la labiolectura

He terminado las clases con un grupo de niños sordos. Bajounas escaleras, recorro el pasillo y entro en una habitación quetiene una gran mesa de madera en el centro: es la sala dondenos reunimos y trabajamos a nivel personal mis compañeras

logopedas y yo. Sentada de espaldas a mí veo a una logopeda,una mujer madura, concentrada mientras escribe. La saludocuando me mira y dejo mis cosas encima de la mesa. Me sientoa un lado para acabar de redactar el plan de trabajo que teníaprevisto hacer. Al cabo de un rato, me doy cuenta de que ella selevanta. Dirijo mi vista hacia ella por si dice algo. Veo que seme acerca y comienza a decirme:

—El otro día, un alumno me dijo que... entonces... yo meenfadé, porque...

Tengo mucho interés en lo que le dijo su alumno pero no hepodido captar nítidamente lo que me dice y le aviso de mi in-comprensión.

—Has perdido la labiolectura. Mi alumno lee mejor los la-bios que tú —es su respuesta.

Al escuchar este comentario, siento como si me hubiera in-troducido bruscamente un puñal afilado en el corazón. Medigo: «¿Lo ha dicho con intención de hacerme daño? ¿Quiere

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poner a prueba mi nivel de lectura labial para después burlarsede mí? ¿Por qué me lo dirá?»

Observo su semblante tranquilo. Parece que no le da mayorimportancia a lo que me acaba de decir. Yo continúo pregun-tándome: «¿Está disimulando?, ¿Habla por hablar? Y yo, ¿quéactitud he de tomar?» Finalmente decido permanecer en silen-cio. Ella continúa con su comentario —yo ya casi ni la escuchoni me siento con ganas de seguir escuchándola— y simulo ha-cer como que la entiendo, hasta que la situación me sea favora-ble y me permita acabar la conversación con ella.

Una vez que se ha ido, comienzo a pensar en la lectura la-bial. Me pregunto: «¿He perdido realmente lectura labial?»Intento recordar cómo leía en los labios antes. Ahora lo com-prendo: mi actitud con respecto a la lectura labial ha cambia-do. Antes actuaba como si fuera una oyente, a costa de perdermucha información, y prefería que los demás pensaran que yoles entendía porque de esta manera parecían estar satisfechos y

yo, sin duda, gratificada por sentirme aceptada. Con esta acti-tud algunas logopedas reafirman su ideología de que nosotros,los sordos, con un entrenamiento podemos seguir la lecturalabial sin problemas.

Sin embargo, ahora mi actitud ha cambiado, tengo muchointerés en saber lo que dicen, de qué tema se habla y qué pala-bras o expresiones se utilizan en una conversación. Prefiero

infinitamente más saber qué se dice que pasar por oyente. Meda pena darme cuenta de que yo misma, con el autoengaño,reforzaba la ideología de las logopedas de orientación oral. Elautoengaño era inevitable. Después de mucho tiempo de ac-tuar como si oyese, para poder recibir las sonrisas y el apreciode los demás, y de esta forma evitar constantemente los repro-ches, las recriminaciones, llegué a encontrar un automatismo

para dar a entender que comprendía, sin yo saber si había cap-tado o no lo que me decían. Aunque yo les dijera que sí habíaentendido

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Ahora deseo mostrar que soy sorda porque es lo que soy.Por tanto, quiero escuchar lo que se me dice, aun a costa deperder información, antes que contentar a los que me rodean yrecibir alguna palabra elogiosa a cambio. Porque la informa-ción es sentirse una más segura, es poder comprender a losotros, es poder tener temas para hablar y compartir. Es no de-jarse engañar fácilmente, es perder la inocencia, es descubrir elmundo. En definitiva, la información es poder e integraciónpersonal.

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Es sordo pero escucha

Acabo de dar clase a un grupo de sordos adolescentes que estáncursando ESO (Educación Secundaria Obligatoria). Cuandovoy por las escaleras, me encuentro con una compañera, llama-da Lisa, que me pregunta si quiero ir a tomar un café con ella.

Acepto encantada y, una vez instaladas en la mesa ante las tazashumeantes recién traídas, Lisa comienza a explicarme:

—Un profesor me comentó hace poco que en su clase teníaun chico sordo y que estaba maravillado por cómo escuchaba.«Es sordo pero escucha. Parece mentira que escuche tanto»,me dijo.

El comentario me decepciona y le pregunto:

—¿Es que por ser sordo no es normal que escuche?—¿Cómo? —Lisa parece sorprendida de mi pregunta—.

Claro que escucha, pero este profesor no lo decía con mala in-tención...

Me da la impresión de que mi pregunta le ha chocado y laha digerido mal. Intento aclararme como puedo:

—Te pregunto sobre si al decir «pero», en medio de la fra-

se, «Es sordo pero escucha», es como si la palabra «sordo»,sin el «pero», significara que es alguien que no escucha. Yusando el «pero» es como una advertencia, como si se dijera:

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es sordo, pero cuidado que éste escucha. Sin el «pero», la pa-labra sordo viene a ser algo inherente a no escuchar. En defi-nitiva, ser sordo es igual a no escuchar. ¿Me explico?

—Me parece que te entiendo algo. Pero este profesor no lodecía con mala intención —repite Lisa.

—No pretendía opinar sobre la intención del profesor. Pre-tendía explicar cómo nosotros, la sociedad, usamos las pala-bras, cómo las dotamos de significados, a lo largo de la histo-ria. Y como ejemplo he elegido la palabra sordo, sacada delcomentario del profesor. Veamos otro ejemplo. Para ti ¿quésignifica la frase: «diálogo de sordos»?

—Es no escucharse mutuamente.—¿O sea que la palabra «sordo» significa «no escuchar» en

esta frase?—Ahora te entiendo.—Bien. Este comentario me ayuda a comprender uno de los

posibles motivos de las resistencias, de algunos padres y de

bastantes profesionales de la educación, cuando algunos de no-sotros defendemos la importancia de educar a los niños sordospara que lleguen a ser adultos sordos —continúo añadiendo—.Es como si pretendiéramos que los niños se convirtieran enadultos que no escuchan. ¿Me explico?

—Sí, ¿y?—Pues que este hecho me hace ver la necesidad de fijarnos

en el lenguaje que usamos. De esta manera podremos entender-nos un poco mejor. Al descubrir uno de los conceptos de lapalabra «sordo», me veo obligada a moldear de otro modo midiscurso. Por ejemplo, en la frase anterior «educar a los niñossordos para que lleguen a ser adultos sordos» habría que aña-dir «con afán de escuchar a través de los ojos, es decir, atendercon ganas de saber sobre el mundo que les rodea». ¿Qué te

parece? —le consulto.—No se pueden cambiar tan fácilmente los conceptos de laspalabras. Escuchar está relacionado con la audición.

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—Sí, es cierto. No pretendo cambiar, sólo quiero conocerqué acepciones diferentes puede contener cada una de las pala-bras que decimos. De esta manera, me ayudará a fijarme másen las palabras que salen de mi boca o de mis manos y obser-var la reacción del que recoge mis palabras...

—¡Qué gracia!—¿Por qué? —le pregunto sorprendida.—Se nota que tu pensamiento es visual. «Ver salir las pala-

bras de tu boca...»—¿Así lo he dicho?—Más a menos.—Me sorprende porque no lo he dicho intencionadamente.

Ahora que lo dices, cuando veo hablar a una persona es comosi viera salir letras de su boca, o bien, en mi mente se formanletras visuales. Cuando desconozco una palabra, no veo las le-tras formadas por los movimientos labiales, es como un vacío.Necesito previamente que me lo escriban en un papel y, cuando

vuelve a aparecer la misma palabra emitida por la boca, salenlas letras conjuntamente.

—¡Qué interesante!—A mí me sorprende también. Si no llego a hablar contigo,

no se me hubiera ocurrido. Al decir tú «pensamiento visual»,me he fijado mejor en lo que hago...

—Bueno, ya es hora de volver al trabajo —me interrumpe.

—Es verdad. ¡Cómo pasa el tiempo!—Otro día continuaremos con el tema, ¿de acuerdo? —me

dice a modo de invitación.—Si nos acordamos, sí. Bueno, hasta el próximo miércoles

—me despido.Ella vuelve a su clase, mientras yo me dirijo hacia la para-

da del autobús para ir a otra escuela. Por el camino me digo:

«¿Cómo desvincular el contenido peyorativo de la palabrasordo, como el que no escucha, si está tan arraigado en lasociedad actual? ¿Cómo transmitir a nuestra sociedad que la

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persona sorda es aquélla que escucha y entiende a través de lavista? ¿Qué otra palabra o expresión se podría usar cuandodos personas, sean oyentes o no, no se escuchan mutuamen-te? En lugar de decir “diálogo de sordos” ¿se podría decir,por ejemplo, diálogos opacos, diálogos navajeros o diálogosde cloaca? Se abren las apuestas.»

El autobús aún no ha llegado. Abro el diario y empiezo ahojearlo mientras llego a mi destino. Entre los titulares, tro-piezo con esta expresión: «diálogo de sordos». Y me digo:«Otra vez. Sí, la prensa es uno de los medios en que veo másfrecuentemente esta expresión favoreciendo, así, a su arraigoentre la sociedad. Algunos periodistas no se han informado yusan determinadas palabras sin pensar en sus consecuencias,creando opinión y contribuyendo a la desinformación de lagente. Lo que se me ocurre es que deberíamos informarles ypedirles que usen otras palabras cuando dos personas no quie-ren escucharse, sean sordas u oyentes. ¿No será que los oyen-

tes, al ver comunicarse a los sordos en Lengua de Signos y noentender lo que ellos se dicen, les atribuyen su propia incapa-cidad de comprender? Pero, claro, es más cómodo decir “lossordos no se entienden entre sí cuando se hablan con las ma-nos” que “yo no los entiendo”. La verdad es que debe serbastante incómodo y es preferible echarle la responsabilidadde la incomunicación entre oyentes a los sordos. Por eso me

molesta tanto esa desgraciada y manida expresión de “diálogode sordos”. Creo que aún hay mucho trabajo por delante paradesenredar la madeja.»

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Tienes la voz bonita

Un día, cuando estudiaba bachillerato en el instituto, el profe-sor nos informa que la clase ha finalizado. Salgo con un grupode chicas oyentes y durante el camino ellas hablan entre sí. Yocontemplo a mi alrededor y de vez en cuando me dirijo hacia

las compañeras. Advierto que sus miradas se cruzan con la míay pienso que están hablando de mí. Les interrogo con la mira-da y con un leve movimiento de la cabeza. Una se adelanta yme dice:

—Estamos diciendo que tú eres muda.Este comentario lo siento como un insulto. No me gusta

pero, al mismo tiempo, estoy muy asombrada. Les digo que no

es cierto y les explico, como puedo, que yo hablo, que mudo esaquel que no puede emitir sonidos y que tiene problemas en lascuerdas vocales, y yo no los tengo. La chica me comenta:

—Tú no hablas como nosotras, hablas diferente, por esodecimos que eres muda.

Insisto en que una persona es muda cuando tiene problemasen la garganta y lo que a mí me pasa es que hablo diferente, por-

que soy sorda y por eso no puedo oír bien mi voz. Ante esta ex-plicación, me da la impresión de que ella no parece muy conven-cida.

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Nos despedimos y mientras yo sigo mi camino pienso: «¿Tanmal hablo?» Cerca de mi casa, veo a una niña pequeña que seha caído de la bicicleta. Acudo a socorrerla y, una vez que ya seha levantado, le pregunto:

—¿Te has hecho daño?Se queda silenciosa. Me mira con los ojos muy abiertos y

pienso que no me ha oído bien. Levanto un poco más la voz yle repito:

—¿Te duele? ¿Te has hecho daño?Presto mucha atención a lo que puede decirme:—_ _ __ _ _ _ _ _ _ _ _ _.No he entendido nada. Esperaba con antelación que sus po-

sibles respuestas fueran del tipo: «Sí; un poco; no; nada; gra-cias» o algo por el estilo, pero no he conseguido leer en sus la-bios lo que me decía. Finalmente, pienso que su respuesta notiene nada que ver con lo que esperaba. Intento concentrarmeal máximo en lo que va a decir, preguntándole: «¿Qué?»

—¿Te duele la garganta? —es su respuesta.Le digo un «sí» convencional y me despido. No me apetece

darle más explicaciones por varias razones: porque es pequeña yno me conoce; porque ignora todo sobre el mundo de los sordosy porque su dicción no me permite leerle bien los labios. Sé quemi voz es algo diferente a la de los oyentes. Sé que el motivo esque yo no percibo claramente mi voz y, por eso, no puedo regu-

larla pero hay algo que me hace sentir mal y no sé qué es.Llego a mi casa y después de los saludos habituales, mi ma-

dre me dice:—Este sábado hay una excursión que organiza el colegio de

sordos. La monja me ha llamado esta tarde para preguntarte siquieres ir.

Le digo que sí, encantada. Cuando llega el sábado, me dirijo

al lugar de la cita y observo que hay monjas que no conozco,que son nuevas para mí. Una de ellas se dirige hacia mí y mepregunta vocalizando:

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—¿Tú quién eres?Le digo mi nombre, por respuesta.—No te conozco. ¿Eres nueva en este colegio? —continúa

preguntándome.Muevo la cabeza negativamente y le explico:—Antes estuve en este colegio pero ahora voy a otro, de

oyentes.—Hablas muy bien —me dice la monja.Este comentario me recuerda otros semejantes, cada vez que

hablo oralmente con una logopeda nueva o con familias deniños sordos. Suelen decir las mismas palabras y yo no sé quédecirles; solamente les doy las gracias. Sin embargo, hay algoen mí que hace que me sienta molesta ante estas situaciones yno sé de qué se trata.

Me encuentro, por fin, con un grupo de sordos y me pongocontentísima de volver a encontrármelos. Hacía mucho tiempoque no nos veíamos. Hoy se celebra la despedida de los alum-

nos sordos que dejan la escuela. Subimos a un autocar que nosllevará a la playa.

Mi compañera de viaje y yo nos acomodamos en nuestrosasientos, de manera que podemos ver hablar a las personas queestán en los asientos detrás de nosotras. Después de charlar devarios temas, un chico sordo nos dice:

—Yo hablo muy bien.

Escuchar este comentario me asombra pero como a mí nome lo parece, se lo digo. Él me contesta furioso:

—La monja y mis padres me dicen que yo hablo muy bien.Asiento y cambio de tema ya que no quiero irritarle más.

No sé cómo explicárselo. Con los años me he encontrado va-rias veces con situaciones parecidas, es decir, sordos que pien-san que hablan muy bien, mientras que mi sensación es la con-

traria.Unos meses después de la excursión, vuelvo a tener unaconversación sobre el mismo tema. Me encuentro con la logo-

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peda de una chica sorda, que manifiesta que habla muy bien, yle pregunto:

—¿Cómo habla ella? ¿Cómo es su voz?—Habla bien. Tiene una bonita voz —me comenta la logo-

peda.—¿Habla como los oyentes? —insisto.—No —me responde.—¿Habla mejor que yo? —le pregunto.—No. Tú hablas mejor que ella —contesta.Oír este comentario me enorgullece; hace que me sienta

contenta. Me gusta que me lo digan. Después de hablar unrato más, nos despedimos. Me dirijo al metro y a la salida meencuentro con un cobrador joven al que he visto varias vecesy con el que, también, hemos intercambiado algunas pala-bras, aunque brevemente. Él vocaliza bastante bien. Hacemucho tiempo que no coincidimos. Un día le dije que era sordapero tengo la impresión de que lo ha olvidado. Ahora ya no

trabaja en la taquilla. Durante el camino me pregunta: «¿Adónde vas?» He entendido su pregunta porque, además, se re-pite muchas veces después del saludo: es como un cliché. Micabeza está llena de clichés preparados para cada situación.Le contesto que voy a la universidad y entonces él me pregun-ta:

—¿Qué estudias?

—Magisterio —acierto a decir.Procuro no hablar mucho, para después no tener que esfor-

zarme en escucharle, pero tampoco quiero quedar mal, ni quetenga la sensación de que rechazo su presencia, aunque yo loque deseo es que se vaya.

—Eres muy simpática —continúa diciendo.Yo permanezco en silencio.

—¿Eres francesa? —prosigue.—¿Eres sudamericana? —pregunta ante mi negativa a laprimera pregunta.

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Sigo negando con la cabeza. Él continúa hablando pero nosoy capaz de entenderle. Observo que ha parado de hablar yme doy cuenta de que está esperando mi respuesta o mi reac-ción. Ante mi silencio, me pregunta:

—¿Tienes vergüenza de hablar?Me siento muy tensa y no sé qué decirle. Ese día no me ape-

tece entrar en detalles y explicaciones. Quizás el motivo de mibloqueo sean sus preguntas o que, simplemente, es un chico.Llegamos a un cruce, él tiene que ir hacia la izquierda y yo ha-cia la derecha: separarnos es un gran alivio para mí. Me haceun gesto para que me espere y me pregunta:

—¿Cómo te llamas?Le digo mi nombre y él me dice el suyo sin yo preguntarle.

La verdad es que no lo he percibido y tampoco tengo interés ensaberlo. Hago el gesto de mirar el reloj y le digo:

—Tengo prisa. Adiós.El chico se me queda mirando de arriba a abajo. Parece du-

bitativo.—Tengo prisa. Adiós —insisto.Sigo mi camino y, al cabo de un rato, me giro y observo que

él también ha continuado su camino. Me siento aliviada.Unos años después, la Confederación Nacional de Sordos

Españoles organiza en Madrid una conferencia sobre la Identi-dad Sorda. Cuando me llega la noticia, me alegro mucho pues

me interesa mucho participar. El conferenciante alemán, du-rante su charla, nos explica mediante el Sistema de Signos In-ternacional (SSI), una anécdota: «Tengo un amigo oyente, queconsidero íntimo amigo mío, que habla la Lengua de SignosAlemana muy bien. Un día me pide: “Me gustaría oírte unpoco. Dime algo con voz. Me dijiste un día que tú utilizabas eloral.” Le digo que no quiero y él insiste: “Sólo una palabra,

por favor.” Me lo pide un buen rato y al final le pregunto:“¿Tú le pedirías a un ciego que se quite las gafas oscuras paraver cómo son sus ojos?” Durante unos segundos la reacción de

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mi amigo es de mutismo y, después, me dice que comprendepor qué yo no quiero hablar y me pide disculpas. Yo le com-prendo porque él es oyente. Su mundo es el sonido, de la mis-ma forma que el mío es la visión. Por ser oyente tiene necesi-dad de oír. Y yo no.»

Al escuchar esta conferencia, percibo una ráfaga de luz. Hedescubierto por qué me sentía molesta cuando alguien me de-cía que hablaba bien. Me sentía observada, evaluada, sentíaque no escuchaban lo que yo quería comentar, sino que se fija-ban en cómo hablaba. Entonces me pregunto: «¿Por qué algu-nos sordos se ponen furiosos cuando les comentas que tienenuna voz diferente? ¿Por qué yo me enorgullezco cuando al-guien me dice que tengo mejor voz que otra persona sorda?»Además, me entristece saber que no hablo como los oyentesporque me encuentro con personas que me dicen lo contrario.Parece que nos gusta que nos alaben aun sabiendo que es men-tira. Hay como un acuerdo tácito entre las logopedas y noso-

tras, las personas sordas, una especie de mentira consensuada,sutilmente tejida pero consistente, duradera.

Empiezan a surgir en mi mente frases sueltas, tópicos y lu-gares comunes, de uso muy frecuente: «Éste es tonto porqueno sabe hablar. No sabe nada; es un burro; no habla.» Me pa-rece que empiezo a comprender: se relaciona el habla con lainteligencia. Si alguien dice que otro no habla bien es como

decirle que es tonto, que es burro. Y por eso se ponen, nos po-nemos, furiosos. Hay papagayos que imitan la voz humana,¿tienen inteligencia por hacerlo? ¿Y los ingleses que no sabenhablar el castellano son tontos? Hay sordos que imitan bien alos oyentes pero actúan como papagayos. Sin embargo, otraspersonas sordas no desean imitar la voz porque son conscien-tes de que no es «bonita» o no es inteligible y no quieren mos-

trarla porque están constantemente en tensión o porque noconsiguen hablar bien después de tanto tiempo y de constantes,costosos y dolorosos esfuerzos... A estas personas las considero

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muy inteligentes, porque puedo ver su inteligencia a través dela lengua visual. Las personas que no conocen la lengua visual,es decir, la Lengua de Signos, no pueden acceder a los pensa-mientos que manifestamos las personas sordas como yo tam-poco podría hacerlo con otras lenguas desconocidas.

* * *Es verano y estamos de vacaciones. Mi hermana Mar me hainvitado a pasar el día en su casa. Después de comer, empeza-mos a hablar de las escenas que escribo, que ella ha ido leyen-do, para darme su opinión. Mar me dice:

—Me acuerdo de lo que me explicaste sobre el papel de re-galo. La voz es como el papel que envuelve el regalo.

—Sí, un día, en una asociación de sordos, un psicólogo uti-lizó esta metáfora cuando salió el tema de la voz en un grupode sordos... —le aclaro.

—Esto es. Recuerdo cuando estaba trabajando en una em-

presa en la que había dos personas sordas que siempre utiliza-ban la voz cuando hablaban en LSC.

—Sí. Un día me atreví a preguntar a una mujer madura sordapor qué utilizaba siempre la voz si éramos sordas. Yo podía per-cibir su fuerte voz a través del audífono. Ella me explicó que enla escuela siempre le habían exigido que utilizara la voz y, a partirde entonces, se había automatizado. No sabía cómo acallar su

voz, le salía siempre sin querer. También me dijo que su hijo seenfadaba porque hablaba muy fuerte y se avergonzaba de ella.

—Sí, es lo que quería decirte —continúa Mar—. En la em-presa, los oyentes se habían acostumbrado a la voz de algunaspersonas sordas. Pues bien, un día, un grupo de personas sor-das y oyentes salimos juntas del trabajo a comprar algo. Unachica sorda, se adelantó a preguntar a una persona de la calle

dónde estaba situada una tienda que buscaban. En el momentoque preguntaba, vi como los oyentes se alejaban del grupo desordos. Subí al máximo el volumen de mi audífono para captar

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la voz de la chica sorda. Era fuerte y causaba una impresióndesagradable.

—En efecto, como no percibimos nuestra propia voz, nossale una voz bitonal, estridente, tensa, en fin, muy fea y des-agradable al oído de los oyentes —preciso.

—Te decía que las personas oyentes se alejaban como sin-tiéndose incómodas y no querían formar parte del grupo.

—¿Por qué crees que no le explicaban a la chica sorda quesi se iban era a causa de su voz? —le pregunto.

—No se atrevían. Si se lo hubieran dicho, es como... no sécómo decirlo...

—...como si no quisieran creer que tienen una voz desagra-dable. Para ellas es muy duro descubrir que su voz no es agra-dable. ¿Qué crees que se podría hacer? —le ayudo.

—Que no les hagan creer durante toda su vida que su voz esinteligible o bonita, como dices en el título de la escena.

—Me ha pasado dos o tres veces que los alumnos sordos me

han preguntado si tenían una voz igual que los oyentes. Lesrespondo como buenamente puedo.

—¿Qué les explicas? —se interesa Mar.—Les digo que por el hecho de ser sordos profundos es nor-

mal que les salga una voz diferente e ininteligible para muchosoyentes que no están acostumbrados. Que sus familias y laslogopedas están habituadas pero que los demás no y que puede

llegar a desagradar. Les digo, en fin, la cruda realidad —le ex-plico.

—Mejor que sepan que tienen una voz desagradable paraasí poder reaccionar de forma adecuada. Es peor no saberloporque acaban ridiculizándose. Yo misma, muchas veces, ha-blo sin voz acompañándome de gestos. Los oyentes me entien-den como pueden y tienen interés en comunicarse conmigo. No

me gusta que huyan de mí o que me aguanten a causa de mivoz. Yo sé que tengo una voz rara y no quiero andar haciendodemostraciones.

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—Por eso me has dicho antes lo del papel del regalo... —ledigo.

—Sí, esta metáfora me ayudó a entender mejor la reacciónnatural de los oyentes, como humanos que son. A mí, si mehacen un regalo con un papel manchado de aceite, sucio oarrugado, mi primera reacción es de sorpresa y desagrado. Nole doy mucho valor al envoltorio porque lo importante, lo quevale, es el objeto que se regala, lo que hay dentro.

—Es decir, que habiéndolo experimentado en ti misma, en-tiendes mejor la reacción de los oyentes ante la voz.

—Así es. Hay personas a las que no les importa mostrar suvoz desagradable. Pasa como con los ciegos: unos quieren lle-var gafas oscuras y otros no. Es una opción que tenemos cadauno de nosotros. Para mí, es mucho mejor que se sepa a que seignore. Si no lo sabes, es como decir que eres alta cuando, enrealidad, eres baja. O que eres morena, cuando eres rubia...

Mar se ríe y añade:

—Soy morena.—No. Eres rubia y blanca. Yo soy la morena —le contesto.—Mentira, mis padres me han dicho que soy morena —si-

gue mi hermana con la broma.—Mírate en el espejo. Tienes el pelo rizado, rubio y eres

blanca.—¡Ah, sí! Pensaba que era morena —dice mirándose en el

espejo. Y hace ver que se pone a llorar—. Quiero ser morena...Y nos reímos a carcajadas. Cuando nos hemos tranquiliza-

do, Mar añade:—Si no pudiera verme en el espejo, seguiría pensando que

soy morena.—Así es, a no ser que aparezca alguien que diga lo contra-

rio. Si pasas toda tu vida pensando que eres morena y luego

llega alguien que te dice que no, que eres rubia, es muy duro.—Si estoy convencida de que soy morena, cuando en reali-dad soy rubia, los que me vean se reirán de mí, aunque no lo

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harán en mi presencia, sino que me dirán: «Sí, hablas muybien, sí».

—¿Qué dices? —le pregunto.—Me he equivocado, quería decir: «Sí, eres morena, sí.» Y

luego se irán pensando en lo loca que estoy o en lo pobrecitaque soy... o bien, se quedarán mirando para ver cómo actúo,como si fuera un número de circo.

—Bueno, Mar, me tengo que ir. Si quieres nos volvemos aver mañana y continuamos hablando —le propongo.

—De acuerdo. Anda, dame un beso y hasta mañana.

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Los sordos no opinan como tú

Es jueves por la tarde. Lleva lloviendo todo el día y la jornadalaboral todavía me demanda algunas energías suplementarias.Me encuentro en el despacho de un profesional contrastando ydebatiendo nuestras opiniones en torno a la educación de las

personas sordas. Después de escuchar mi opinión, el profesio-nal me replica:

—No todos los sordos piensan como tú.Este comentario me ha cogido desprevenida, no me lo espe-

raba. En realidad, ni se me había ocurrido y no sé cómo con-testarle. Intento explicarme:

—Sí, es cierto. ¿Todos los oyentes, incluidas las logopedas,

piensan como tú? —le digo.—Es verdad que, entre nosotros, no todos pensamos igual

pero respecto a que no te encontrabas bien cuando estabas enla escuela de oyentes, he hablado con otros sordos y me handicho lo contrario, es decir, que no tenían problemas de inte-gración.

No se me ocurre nada más que añadir y acabo comentándo-

le: —Sí, he hablado con algunos sordos que decían que no te-nían problemas.

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Después de esta conversación, nos despedimos y me voy auna reunión. Hay algo en mí que no sé cómo explicar y que mesigue dando vueltas por la cabeza. Yo misma, antes, tenía otraopinión sobre éste y otros temas. Mientras voy caminando porlas aceras mojadas, pasan por mi mente escenas de diálogosque he mantenido con varios sordos.

Recuerdo una chica sorda que me decía:«Tendría unos doce años cuando mis padres me matricu-

laron en una escuela de sordos porque veían que yo no avan-zaba en la escuela de oyentes. Al principio, yo quería volvera la escuela de oyentes porque allí todos eran buenos alum-nos y en la escuela de sordos, no. Más tarde, me di cuenta deque los oyentes me daban un trato caritativo pero yo no lohabía notado, no me había dado cuenta, y me gustaba por-que me resultaba una situación cómoda. Me gustaba porqueme mimaban, aunque no entendía nada de lo que decían, niera consciente de que perdía mucha información. Cuando es-

taba entre los sordos podía seguir todo lo que decían y, aveces, hablaban de mí y no era nada agradable. No me mi-maban. Si hubiera seguido en la escuela de oyentes, conti-nuaría siendo inocente como un animalito. Los primeros me-ses en la escuela de sordos lo pasé fatal. Tuve que espabilarmepero poco a poco la relación con ellos fue más agradable,más intensa y más rica. Ahora, con la perspectiva del tiempo

que ha pasado, pienso que mis padres hicieron bien al cam-biarme de escuela.»

Otro chico sordo me dijo en cierta ocasión:«Cuando lo pienso creo que no lo pasé tan mal en la escue-

la de oyentes. Allí tenía amigos pero, si pudiera volver atrás,quizás me sentiría peor después de haber conocido y vivido enel mundo de los sordos. Entonces, cuando estaba en la escuela

de oyentes, ignoraba que con las personas sordas podía haberun nivel de comunicación importante. En aquella época, meconformaba y no me sentía mal pero desde que he descubierto

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otra forma de comunicación, otra forma de relacionarme conlos amigos, no me siento a gusto cuando estoy con un grupode oyentes. Me aburro, me cansa seguir sus diálogos que re-quieren un esfuerzo constante por mi parte para comprender-los y que, a pesar del esfuerzo que hago, se me escapa muchode lo que dicen y esto es algo que me frustra enormemente.»

Recuerdo, también, estas palabras de una chica sorda:«Cuando entré por primera vez en una asociación de sor-

dos, la primera impresión que tuve es que había muchas manosmoviéndose. Y yo no entendía nada. Así que preferí seguir fre-cuentando a los oyentes, ya que a ellos les entendía mejor.Años más tarde, conocí a un chico sordo que sabía lenguajeoral. Él me enseñó poco a poco la LSC y, a partir de entonces,me atreví a entrar de nuevo en la asociación de sordos. Ahoraya no veo sólo manos moviéndose sino conversaciones. Des-pués de unos años de practicar y hablar con los sordos, he des-cubierto que no puedo pasar mucho tiempo sin hablar con

ellas. Me sigo relacionando con amigos oyentes pero no mesiento igual que cuando voy con sordos; es una sensación dife-rente, como más relajada. Con los oyentes tengo que esforzar-me para seguir la conversación y con los sordos, no.»

Una estudiante universitaria me comenta un día:«Lo que echo de menos, entre los sordos, es la cultura. Hay

pocas personas sordas que lean. A veces tengo que elegir entre

dos mundos: el del oyente y el del sordo. Si voy con personasoyentes, a las que les gusta leer, tengo que hacer un esfuerzopara pescar lo que dicen. Muchas veces, se me escapan detallesde las conversaciones y, entonces, me pregunto de qué me sirveir con este grupo de oyentes cultos, si pierdo tanta informa-ción. Prefiero ir solamente con un oyente, pues la comunica-ción es mejor aunque, en otras ocasiones, me gustaría estar en

un grupo, con los sordos, porque me relaja y me enriquece.Cuando, ocasionalmente, encuentro sordos a los que tambiénles gusta leer, me encuentro en la situación ideal. Pero como las

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personas sordas somos tan pocas, tengo la sensación de quenos vemos obligados a estar juntos, sin tener posibilidad deelegir amigos. A menudo, me sucede que prefiero ir con perso-nas sordas que no sean universitarias por su carácter. Por ejem-plo, hay quienes piensan que saben mucho porque tienen untítulo y en realidad me parece que tienen la cabeza hueca. Sinembargo, otros sordos que no tienen títulos quieren saber co-sas nuevas y, con frecuencia, me asombra observar que sabenmás y son más inteligentes que los que tienen títulos universita-rios. Estoy convencida de que si estos sordos hubieran adquiri-do una enseñanza bilingüe estarían mejor posicionados quedonde están, serían más cultos. Estos sordos acuden a muchasconferencias y yo también, por supuesto, donde hay intérpretesde LSC y asisten, también, a unas clases que da un profesorsordo en LSC para el aprendizaje de la lengua escrita. Si nohubiera tenido ocasión de conocer este mundo quizás mi au-toestima sería baja y no tendría ocasión de poder elegir entre

las cosas positivas que tienen ambos mundos: el de los sordosy el de los oyentes. El hecho de conocerlos me ha permitidoenriquecerme mucho y saber mejor qué es lo que me pasa,qué es lo que quiero y qué es lo que no. Y, sinceramente, mesiento orgullosa de lo que me pasa. Puedo pedir con mástranquilidad a los oyentes que vocalicen más si no les entien-do, etc.»

Ahora me doy cuenta de que cuando estaba en la escuelapara oyentes y me relacionaba con personas sordas, descubríun nivel elevado de comunicación. Y seguí teniendo este tipode comunicación con otros sordos a pesar de estar en la escue-la para oyentes. Por este motivo, cambiar de un nivel de comu-nicación —el que tenía con los sordos— a otro nivel —como elque tenía con los oyentes— era para mí bajar de golpe muchos

escalones y esto me producía malestar. Era más exigente y pre-guntaba mucho. Quería recibir lo mismo que con los sordos.Quería saber más porque sabía que se podía conseguir más. El

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constatar que no podía conseguir lo que deseaba, me producíatristeza, malestar y frustración. Algunos sordos me han comen-tado que les pasó lo mismo cuando entró en vigor la ley de in-tegración. No se encontraban bien y perdieron una comunica-ción rica, además de relajada y sin esfuerzos, como la quetenían antes. Incluso las mismas logopedas de orientación ex-clusivamente oral lo manifestaban, diciendo que los sordos seintegraban mejor si lo hacían desde muy pequeños que cuandoeran ya mayores.

En definitiva, cada persona opina según la experiencia queha tenido. Es como si, por ejemplo, compara la habitación de lacasa donde vive con aquella en la que vivió cuando era peque-ño. Valorará la casa donde vive en relación a las casas dondeha vivido o visitado. Ocurre igual cuando no se ha tenido unordenador ni se desea tenerlo: no se le echa de menos. Mien-tras que otra persona que lo ha tenido siempre, que le gusta ylo considera como algo muy útil, sí que estará inquieto, nervio-

so, incómodo, cuando se queda sin él.El comentario que me ha hecho el profesional de la educa-

ción antes de venir aquí, me resulta ahora algo desagradableporque no he tenido argumentos para expresarme y esto me hacausado inquietud, molestia y, lo diré, furia.

El verano ya ha llegado. Los días, el sol, vencen en su particu-lar batalla a la oscuridad de la noche. Es el día de San Juan.Hace mucho calor y sólo me apetece charlar a la sombra en com-pañía de una pareja de amigos. Estoy con Tania, Fabián —sumarido— y yo. Los tres somos sordos. Es la hora de la sobre-mesa. Se me ocurre preguntarles si les apetece que yo escribadirectamente en el ordenador sobre la experiencia de ser una

persona sorda mientras ellos charlan. Ellos saben que estoy in-tentando escribir sobre el tema y acceden gustosamente a com-partir conmigo sus vivencias y opiniones con el lector interesa-

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do. Una vez que su hijo, Pol, ya está en su cuna durmiendo lasiesta, vamos al salón donde está el ordenador.

Para iniciar la conversación, que voy a transcribir, uso lasformas convencionales de una entrevista:

—Hola, Fabián. ¿Cómo estás? —le pregunto.—Hola. Bien, aquí esperando tus preguntas.Sonrío.—Como te he comentado antes, me gustaría saber cómo

viviste tu primera experiencia al encontrarte con otras perso-nas sordas.

—Mi recuerdo de entonces es que tenía mucha curiosidad,aun teniendo una hermana sorda. Para mí todo aquello eranuevo —empieza Fabián.

—¿Qué era lo nuevo para ti?—Pues todo: descubrir qué era ser sordo y lo que eso signi-

ficaba, la Lengua de Signos, la actitud, la personalidad, la cul-tura y, sobre todo, la enorme información que recibía.

—¿Eso significa que antes no recibías suficiente informa-ción o no eras consciente de que recibías poca? Quiero decir,¿pensabas que tener poca información era lo correcto? —lepregunto.

—Pues la verdad, es una pregunta difícil de contestar. Ahoramismo ni sé cómo responder. Es algo complicado, me cuestadar una respuesta clara. No se trata de más o menos informa-

ción, simplemente, es diferente. Quizás más adelante, con laentrevista, lo iremos aclarando.

—Bien. Cuando eras niño, antes de conocer a otras perso-nas sordas, ¿cómo seguías las clases? —le pregunto.

—Estas preguntas me hacen pensar y rebuscar en los archi-vos de mi memoria. Además, ahora, mientras hablamos oigolos petardos que tira la gente por la fiesta de san Juan y eso

distrae mis pensamientos. En fin, creo que aprendía más encasa y en clases particulares que en la escuela —contesta Fa-bián.

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—¿Iba un profesor a tu casa a darte clases particulares?¿Por qué? —le pregunta Tania.

—Cada vez iba más atrasado en todas las asignaturas y parano quedarme descolgado me pusieron un profesor particular. Leestaba contando a Tania, mientras escribías la pregunta, queademás de este profesor, también me daban clase unos chicosjóvenes de la misma escuela que sabían bastante. Aun ahora,recuerdo sus caras, eran formidables, tenían mucha pacienciaconmigo, disfruté muchísimo... y aprobé —nos explica Fabián.

—¿Con las clases de los profesores particulares podías se-guir las clases de la escuela?

—Gracias a ellos conseguí la motivación que me faltaba ypude reunir los ánimos suficientes. Si no hubiera sido así, qui-zás hubiera aprendido todo de manera robotizada.

—Cuando dices que conseguiste la motivación, ¿significaque podías seguir las clases del profesor de la escuela? Y otrapregunta, ¿qué quieres decir con la frase «de manera robotiza-

da»? —continúo.—¡No, qué va! Era sólo como si me hubieran puesto un

poco de gasolina, pues al cabo de un tiempo volvía a estar enlo mismo, con dificultades y problemas de comunicación. Lode manera robotizada es como aprender, pero algo vacío pordentro, sin saber el porqué, sin razonamiento, sin pensar —ex-plica Fabián.

—Esto mismo pienso yo cuando suelo decir «aprendercomo loros». ¿Qué opinas de esto?

Interviene Tania, y añade:—Es como hacer una fotocopia, memorizar textos, vomitar

en los papeles, vaciar en la memoria. Es como llevar a la escue-la un cesto repleto de manzanas y dejarlas allí para volver acasa con el cesto vacío, es decir, el cesto sería el cerebro, y las

manzanas, las letras, el texto que aprendes de memoria. Es vol-ver de la escuela vacío otra vez, sin asimilar, sin reflexionarsobre lo aprendido.

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De repente se encienden, de forma intermitente, las luces detoda la casa. Es Pol que acaba de despertarse.

—Podríamos llamarlo así —acepta Fabián—. Si me permi-tes, mi deber de padre me llama. Mi hijo Pol reclama la papi-lla. Gustosamente continuamos después, ¿te parece bien?

Aparece Tania con Pol en brazos.—Sí —acepto encantada.Fabián se va a preparar la papilla y, mientras, me dirijo a

Pol en LSC:—¿Cómo estás Pol? ¿Has dormido bien? Ahora tu padre te

preparará una papilla muy rica...Fabián aparece con un plato de colores, una cucharita, un

babero y se los da a su mujer. A continuación, se sienta a milado.

—¿Seguimos? —le pregunto.Fabián asiente.—Te estaba preguntando, si cuando ibas a la escuela apren-

días como los loros y otras metáforas parecidas. ¿Qué dices deesto?

Fabián, antes de contestar, consulta lo que habíamos escri-to.

—Pues sí, también es eso. Cada uno lo dirá e interpretará deuna manera diferente. Para mí, sinceramente, resultó algo muyrutinario, insignificante. Lo viví de una manera tan natural

que, para bien o para mal, lo fui haciendo sin percatarme de loduro que llegaba a ser. Cuando Tania me contaba sus experien-cias con el cambio de escuela, de la de sordos a la de oyentes,me parecía que ella podía ver, comparar y sentir las diferenciasentre una escuela y otra. Yo, sin embargo, no.

Escribo en el ordenador: «Si una persona es hija de escla-vos, nace y crece esclava y no sentirá... Ahora estoy pensando

en “voz alta”...» Fabián, cuando lee la frase «voz alta», acercasu oído hacía mí y me dice:—No se te oye nada.

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Nos reímos los dos de su ocurrencia. Fabián vuelve a leer loescrito más arriba y prosigue:

—Me llama la atención la palabra «esclavo»... La consideromuy fuerte. Es como si compararas mi vida anterior con la es-clavitud, algo que no sentí en absoluto. Mis padres me dabantoda la libertad, me concedían muchas cosas. He conocido aotras personas a quienes les han prohibido el uso de la LSC,pero a mí no. La desconocía y no sentía necesidad de reclamar-la. Si la hubiera conocido, quizás hubiera reclamado... Digoquizás porque nunca sé qué es lo que podría haber sucedido.No estaba informado.

—No pretendía decir que te han esclavizado. Intentaba ex-plicarme acerca de la relatividad de las cosas, de los sentimien-tos...

Entra Tania a sentarse con nosotros y nos dice que Pol, des-pués de haber comido la papilla, ha estado jugando un rato yse ha vuelto a dormir de nuevo. Lee lo que hemos escrito y me

pregunta:—¿Qué significa «relatividad»?—Tania, no me es fácil explicarme... Lo intentaré. Por ejem-

plo, ¿esta mesa, para ti, qué es, grande o pequeña? Si la pone-mos al lado de otra mesa más pequeña, diremos que es grande, ysi la colocamos junto a una más grande, entonces la considera-remos pequeña... Es decir, la mesa, en sí misma, no la podemos

calificar si no la comparamos con otros objetos. Se necesitaríacomparar con otros objetos para dar un valor a las cosas. ¿Meexplico?

Los dos asienten y Tania continúa preguntándome:—¿Y la relatividad de los sentimientos?—Pretendía explicárselo a Fabián con el ejemplo de la es-

clavitud. Los esclavos, si son hijos de esclavos, nacen y crecen

como esclavos, y si la sociedad considera la esclavitud comoalgo normal, inherente, necesario, sagrado, que forma partede la condición de determinados grupos de seres humanos...

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De hecho, es algo que sucedió, según indican los libros de his-toria de la época griega clásica y de la época romana... Estosesclavos quizás no consideraban como dura, o dolorosa, sucondición, dependiendo del trato que recibieran. Es decir, ellosopinarían sobre su estado de bienestar en comparación acómo vivían o eran tratados otros esclavos. Si les hubieraninformado de que podían ser libres, que la esclavitud debía serabolida, que era inadmisible, al principio quizás se habríansorprendido. Algunos se rebelarían e intentarían luchar paraser libres. Otros se resignarían y sufrirían en silencio. Puede,incluso, que otros no quisieran ser libres, porque no sabríanqué hacer con su libertad o tendrían miedo a ser libres. La li-bertad es algo que se aprende, que se conquista... Me pareceque me estoy saliendo del cauce del río... —les digo al ver suscaras.

—Dices que, a pesar de haberse informado, los esclavos po-drían conformarse con su condición... Yo me rebelaría y lucha-

ría —apunta Fabián.—Tú sí, porque estás acostumbrado a la libertad, la conoces

y has aprendido a usarla, es decir, sabes qué hacer con la liber-tad. Si te esclavizaran, habiendo paladeado la libertad, te rebe-larías... —continúo—. ¿Sabes qué? Estoy pensando que la in-formación es poder. Sería mejor que no se les informara, quierodecir, que los sordos no descubrieran otra manera de vivir, que

no disfrutaran de la LSC, que no conocieran a otros sordos,que siguieran siendo ignorantes, porque de esta manera no su-frirían. O bien, les puedo bombardear con que la LSC es po-bre, que el contacto con otros sordos baja el nivel cultural, queperjudica el aprendizaje de la lengua oral y cosas por el estilo.De esta manera, las personas sordas no intentarían aprender laLSC, o bien, buscarían únicamente aspectos negativos de dicha

lengua, de la comunidad sorda y podrían llegar a detestar elcontacto con otros sordos... ¿Qué piensas de esto?Silencio prolongado.

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—Me produce una mezcla de tristeza y rabia pensar en esteasunto —acierta a decir Fabián.

—Imaginemos que estos sordos están desinformados y en-tran en una asociación de sordos, ¿cómo les verán los demás?¿Qué les dirán? —empieza Tania.

—Les dirán estúpidos, cabezas huecas, que no saben nada,que están vacíos. O bien, se irritarán y lucharán para que lossordos alienados se despierten, y descubran el mundo —opinaFabián.

—Y los sordos considerados por nosotros como cabezashuecas, ¿cómo verán a los otros sordos miembros de una aso-ciación? —pregunto.

—No lo sé... ¡Ah! Ahora recuerdo. He visto a algunos deestos sordos que nos acusaban de que teníamos un nivel cultu-ral bajo porque nos expresábamos en Lengua de Signos y nohablábamos como los oyentes, mientras que ellos sí lo hacían.También he visto a otros sordos oralistas que comentaban que

la asociación no les ayudaba nada —interviene Tania.—Quiero cambiar de tema, porque si no, nos alargaremos

demasiado. Tania, decías antes que los sordos no ayudaban...¿A qué te referías?

—Las personas sordas oralistas, cuando van las primerasveces a una asociación comentan que sus miembros no les ayu-dan a aprender la LSC, que no tienen paciencia... Esto es lo

que pasa, según ellos —empieza mi amiga.—¿Y tú qué opinas de esto? ¿La asociación debe ayudar?

¿Para qué sirve la asociación? —pregunto.—Las personas sordas que son miembros de una asociación,

no están para enseñar la Lengua de Signos, van a la asociaciónpara pasárselo bien, para poder escuchar lo que se dice, paradebatir y charlar a sus anchas a través de la LSC, para compar-

tir sus experiencias, para preparar ellos mismos las actividadesque crean oportuno, en fin, para relajarse y enriquecerse comu-nicándose en LSC, después de haber pasado tanto tiempo con

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una comunicación limitada y con la tensión que les produce,en muchos casos, expresarse en lengua oral y entender lo quedicen los oyentes —dice Tania.

—Y si desean solucionar algunos de sus problemas, comoquerer conocer a otras personas sordas para no sentirse solas,hay diversos lugares que se dedican a atender estas demandas.Por ejemplo, si quieren aprender LSC, existen cursos. Por cier-to, a mí la palabra «ayuda» me produce una irritación cierta,porque he visto utilizar miles de veces este término a padres yprofesionales e, incluso, a personas sordas cuando se trata de«ayudar» al sordo —opino.

—¿Por qué? —pregunta Tania.—Porque esta palabra tiene unas connotaciones de falsa ca-

ridad, de que el otro es un pobrecito sordo al que hay queayudar porque se le considera como si fuera un ser inferior.

—A veces, las logopedas dicen que las personas sordas he-mos de estarles agradecidas porque nos han ayudado a apren-

der a hablar —suelta ella.—Recuerdo que en una ocasión una compañera de trabajo

equiparaba el trabajo de una logopeda que, según ella, «ayuda-ba» mucho a los sordos de diferentes maneras, con el que hacíayo. Le contesté que yo no ayudaba a los sordos. Que yo hacíami función de profesora, que para eso me pagaban y que, ade-más, realizaba un trabajo que me gustaba. «Cobro y tengo una

profesión que me encanta: es fantástico. Es como estar en lagloria», le dije.

De repente, se encienden todas las luces de la casa avisandode que Pol se ha despertado. Miro la hora. Es tarde. El tiempose me ha pasado volando. Nos despedimos hasta la próximavez para seguir hablando.

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¿Las personas sordas son desconfiadas?

Cruzamos la ciudad en el coche de un compañero de trabajo,Néstor, oyente, y con otra sorda, Vera. Mientras él conduce, leexplico a Vera, en LSC, una anécdota:

—Una compañera me explicó que un niño sordo le había

dicho que quería casarse con su monitora.Vera se ríe. De repente, Néstor me pregunta:—Pepita, ¿qué le has explicado a Vera para que se ría tanto?—Le explicaba una anécdota.—¿Qué anécdota? ¿Algo sobre mí?—No, qué va. Hablábamos de un niño de la escuela que se

llama Félix. Tiene 4 años. ¿Sabes quién es?

—Sí, ¿y?—Le decía que Félix quería casarse con su monitora —le

explico.—¿Ah, sí? ¿Qué monitora es? ¿Sabe LSC? —me pregunta.—Se llama Mandisa. Es muy dulce. Tiene buen nivel de

LSC. Félix está enamoradísimo de ella.Néstor se ríe mientras conduce. Una vez satisfecha su curio-

sidad, me vuelvo hacia Vera, y se me ocurre preguntarle si re-cuerda cuándo será la próxima reunión de la Federación deSordos y qué temas se tratarán.

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—Será el próximo viernes. Hablaremos de cómo distri-buir los grupos y sobre cuestiones económicas —me infor-ma.

—¿De qué estáis hablando? —vuelve a preguntarme Néstor.—Nada, hablábamos de nuestras cosas —le contesto.—¿Qué cosas? —insiste Néstor.—Sobre la reunión que tendremos próximamente en la Fe-

deración.—¡Ah! Vale. Es que estando al volante no me puedo fijar en

lo que habláis —trata de justificarse.—Como hace tiempo que no nos vemos, estamos aprove-

chando este poco rato para hablar de nuestras cosas, antes deque Vera se baje del coche. ¿Me dejas que siga hablando conella sin que tú te enteres? —le pido.

—Bueno —dice Néstor a regañadientes.—¿Estás enfadado? —le pregunto.—Es que no me gusta no enterarme de lo que habláis.

—¿Piensas que podríamos hablar de ti?—Bueno, no. Sólo digo que me gusta participar en la con-

versación.—Sólo será un rato, ¿es posible?—Bueno, ¿qué le voy a hacer? —acepta con desgana.—Di que sí —sonrío.—De acuerdo.

Le agradezco su comprensión y sigo preguntándole a Verapor sus hijos.

—La mayor es muy graciosa. Cuando vienen mis amigos acasa les dice que el bebé es suyo, que no es de los otros.

Me río a carcajadas.—¿La mayor ya tiene tres años? —le pregunto cuando con-

sigo por fin tranquilizarme.

—Sí, los cumplió el mes pasado.Hemos llegado al lugar donde se dirigía Vera. Se baja delcoche, nos despedimos y quedamos para vernos el próximo

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viernes. Néstor y yo seguimos nuestro camino. Al cabo de unrato de silencio, Néstor me pregunta:

—¿Qué te ha dicho Vera, antes de bajar del coche, para quete rías tan ruidosamente?

—Me explicaba una anécdota de sus hijos que me ha hechomucha gracia.

—¡Ah!—¿Pensabas que era por otro motivo? —le pregunto.—Creía que estabais hablando de mí.—No, Néstor, si fueras una persona sorda serías muy des-

confiada —digo sonriendo.—¿Sabes qué pienso? —empieza Néstor—, que la descon-

fianza es inherente al ser humano. Es decir, si una persona sor-da no desconfía de nada no sería un ser humano, sería comolos animales, como los perros que acompañan al amo. Si losperros desconfiaran, el amo les pegaría, o bien, éste no loscompraría.

—Pues bien, nosotros los sordos hemos tenido que oír hastala saciedad que la desconfianza es inherente a la sordera —lecomento.

—Pues no estoy de acuerdo. Son las situaciones las que ge-neran desconfianza —protesta Néstor.

—Por ejemplo, tú, en la situación anterior, cuando estába-mos hablando Vera y yo —le digo.

—Eso es lo que quería decir, que si dos personas se ríen yuna tercera persona que está presente no sabe el porqué, esnormal que se genere desconfianza si no se le informa. Me ima-gino que a los sordos os suceden a menudo situaciones de estetipo, como lo que me ha pasado a mí, y tenéis que soportarlas.Si no se os dice lo que ocurre es normal que desconfiéis.

—Recuerdo una experiencia desagradable. Participaba en

una reunión con familias, profesionales oyentes y personas sor-das, para diseñar un proyecto de creación de una asociación...En la reunión no había intérprete porque no había dinero... y,

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cuando hablaban los oyentes entre sí, les pedía que me infor-maran del desarrollo de la reunión. Había una persona que,cuando yo le preguntaba, me decía que confiara en ellos, quedespués ya me informarían. Pero yo lo que quiero es participaren la reunión y no tener que esperar a que acabe —le explico.

—Ellos piensan que no tenéis nada que aportar.—Aunque no tuviera nada que aportar, por lo menos, quie-

ro saber qué argumentos utilizan para defenderse y discrepardel otro si es necesario. A partir de esos argumentos, quizáspodría posteriormente crearlos yo... Pero siguieron insistiendoen que confiara en ellos. Finalmente decidí irme de allí.

—No deberías haberte ido —opina Néstor.—Yo, en aquel momento, no sabía cómo explicárselo. No

tenía argumentos. Necesitaba reflexionar para poder dar expli-caciones. Me sentía sometida a una tensión constante y noquería sufrir durante más tiempo... En ese lugar no había fuen-tes de alimentación, no me aportaban más que comentarios

desagradables. Entonces, ¿cómo podía yo aportar algo, si mimente no estaba suficientemente amueblada? No soy una per-sona que disfrute con el dolor ni que acepte el apaleamientomoral continuo —concluyo.

—Entiendo —me dice Néstor.Llegamos al lugar donde he de bajar del coche.—Néstor, me ha encantado charlar contigo —le digo.

—A mí también —contesta agradecido.Abro la puerta del coche, bajo a la acera y nos despedimos.

Las luces de las farolas de la calle iluminan débilmente los por-tales de las casas. Algunos cubos de basura, demasiado llenos,no han podido resistir el envite de los perros y desparraman sucontenido sobre la calzada. El cielo está cubierto de nubes yamenaza tormenta. Quizás mañana tenga que tomar el para-

guas.

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¿El signo mata la palabra?

Estoy en una época de plena ebullición intelectual: leo incesante-mente, no dejo pasar ninguna actividad relacionada con el mun-do de la sordera. Hoy asisto a una conferencia, la tercera estemes, que trata el tema de la educación de las personas sordas.

Escucho lo que expone una de las ponentes, a través del intérpre-te de LSC. La ponente explica: «Hay que evitar que el niño sordoutilice los signos, porque el signo mata la palabra.» Me digo:«Otra vez el dichoso eslogan publicitario, maléfico, de la co-rriente oralista con “el signo mata la palabra”.» Ha sido utilizadaya desde el siglo pasado, más concretamente, desde 1880 cuandose organizó un congreso de educadores de sordos, donde se pro-

clamó el oralismo puro y duro, aboliendo la Lengua de Signos.Unas de las razones que se adujeron en este congreso fue esa des-dichada frase: «el signo mata la palabra». Desde entonces, y aúnhoy en día, se sigue utilizando como argumento para no usar laLSC en la educación de los sordos. Cuando llegue a mi casa,pienso consultar lo que significa exactamente la palabra y el sig-no, así como también, de dónde proceden estos términos.

Una vez en mi estudio, me voy directamente al Diccionariode uso del español, de María Moliner. Empiezo a buscar la pa-labra «palabra». Me hace mucha gracia la frase que acabo de

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citar y no puedo por menos que reír ante mi ocurrencia. Aquíestá, por fin. Lo primero que observo es que la acepción de estetérmino es muy largo, más de una página. Me llama la aten-ción que según la frase que se utilice, el término «palabra»tiene un significado diferente, como por ejemplo: ahorrar pala-bras, bajo palabra, beberse las palabras de alguien, coger lapalabra a alguien, comerse las palabras, cuatro palabras, daralguien su palabra, en una palabra, faltar alguien a su palabra,no dejar escapar palabra, no dirigir la palabra a alguien, notener más que una palabra y muchas expresiones más.

Busco alguno de los diversos significados que pueden tenerrelación con la cantilena oralista:

palabra. (Del lat. <parábola>, pasando por el ant. <parabla>; v.

B... L parábola, <parlar>) 1. «Término. Vocablo. Voz.» Conjunto

de letras o sonidos que forman la menor unidad de lenguaje con

significado. (Otra raíz, <log->...) *«DICCIÓN, EXPRESIÓN,

TÉRMINO, VOCABLO, VOZ. * ORAL, VERBAL.» *... 11. (teo-logía). «Verbo.» Segunda persona de la Santísima Trinidad.

Sigo recorriendo el diccionario, hasta dar con el término«verbo»:

verbo. (Del lat. <verbum> palabra; v.: «adverbio, deverbal, pro-

verbio, postverbal, verbigratia.») 1. (liter.) Lenguaje.

Procedo de la misma manera con la palabra «lenguaje»:

lenguaje. 1. «Habla.» Facultad de emplear sonidos articulados

para expresarse, propia del hombre. Emisión de esos sonidos, que

se califica, especifica o caracteriza en general de alguna manera:

«Lenguaje culto (poético). Hablaba un lenguaje que yo no enten-día...» 2. Cualquier manera de expresarse: «El lenguaje de los ges-

tos (de los ojos, de los animales)» (T., «IDIOMA.»)

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Sigo buscando palabras que tengan que ver con en discorayado que usan los oralistas, porque me gustaría conocer lasdiversas acepciones que existen de un mismo término. Así llegohasta la palabra «voz»:

voz. Õ *Sonido producido por el hombre o los animales al hacer

pasar el aire expelido por la garganta a través de las cuerdas voca-

les y otras partes de la boca voluntariamente colocadas en forma

adecuada.

 (fig.). Cualquier manera de *expresarse una colectividad o una

cosa que no habla: «La voz del pueblo [de la conciencia, de la

sangre].»

Después de consultar este diccionario me pregunto qué opi-nión se tiene en general con respecto a estos términos. Me doycuenta de que una misma palabra contiene diferentes acepcio-nes, y los distintos términos consultados, «palabra», «lengua-

je», «verbo» y «voz», otros sinónimos. Cuando alguien diceuna palabra no sé qué significado tiene para él, porque las pa-labras no son unívocas, y comprendo mejor por qué dos perso-nas discuten y no se entienden. Se debe a que las dos tienen ensu mente acepciones diferentes y están utilizando las mismaspalabras. Es como si hablara cada una de ellas un lenguaje di-ferente a pesar de que utilicen el mismo idioma.

Pienso que para situarme mejor y conocer las acepcionesposibles debería volver a consultar otros libros dedicados allenguaje, a la logopedia, a la lingüística, a la filosofía, a otrasciencias. No obstante, me doy cuenta de que cuanto más leo,más dudas razonables tengo y me viene a la cabeza Sócrates,cuando dijo: «Sólo sé que no sé nada.»

Saber no me produce tranquilidad sino que me genera du-

das. Y aunque parezca paradójico, cuando leo tengo una sen-sación de duda, a pesar de sentirme más segura de mí misma.Ahora comprendo lo que quieren decir con la frase: «Dudar es

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cosa de sabios.» Cuando tuve la ocasión de leer esta frase, miprimera reacción fue de no entender. No comprendía su signi-ficado porque era sorda. Más tarde, descubrí que los oyentestampoco la comprendían y, alguna vez, me han dicho que esoera una tontería. Poco a poco, fui rompiendo la relación entreel no entender y la sordera; fui sustituyendo la sordera por laexperiencia como causa de la incomprensión. Y ahora me digo:a medida que leo más, me doy cuenta de cuántas cosas ignoroaún. Cada nueva lectura es un gran descubrimiento y un retopara seguir leyendo.

Antes, cuando descubría que no sabía tanto, que ignorabamuchas cosas, me sentía muy triste.

Era como un jarro de agua fría en la cabeza.Era como descubrir que no existen los reyes magos.Era como pinchar un globo inflado.Era como romper las ilusiones.Pero, con el tiempo, según leía, he podido tener una visión

más amplia de la vida y comprender mejor a los demás. Ade-más he descubierto que:

Leer es un placer.Es conocer a un amigo.Es una aventura.Es adentrarse en nuevos lugares desconocidos.Es emocionarse ante los nuevos descubrimientos.

Es ir en un barco con marea alta.Es deleitarse con la vida.En definitiva, leer es vivir.Pero volvamos a la cacareada frase de «el signo mata la pa-

labra». Por lo que he leído, el término «palabra», tiene variasacepciones de las que escojo una, que es la que se relaciona conel lenguaje. Es decir, el término «palabra» como sinónimo de

lenguaje. Bien, si partimos de este significado dentro de la frasecitada anteriormente, la puedo transformar en la siguiente ex-presión: «El signo mata el lenguaje.» Podemos considerar que

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el lenguaje es lo que nos permite construirnos como seres hu-manos, lo que nos diferencia de los seres irracionales. Tambiénpodemos decir que el signo mata al ser humano. Considerandoque la Lengua de Signos es una lengua natural para las perso-nas sordas, quiero decir, que dicha lengua se adquiere de mane-ra natural en relación con otros, tal como lo hacen los oyentescon su lengua oral, su lengua natural, me parece que dicha fra-se es contradictoria. Para mí, el signo sería el que favorece lapalabra, el lenguaje, el ser humano, más que matar. Si una per-sona sorda profunda no adquiere la Lengua de Signos, puedecorrer el riesgo de permanecer en estado «infantil» permanen-temente. Si el niño sordo está en un ambiente que no es naturalpara él, es decir, sólo oral, puede quedarse marginado. Por loque podemos transformar la frase de la siguiente manera: «Eloralismo puro mata la palabra.» Después de haberlo escrito,me detengo, y pienso: «No me gusta esta frase, la considerohorrible.» Pero he llegado hasta aquí después de reflexionar

sobre la repercusión que ha tenido esta ideología en nuestrasvidas.

Voy a seguir considerando otras acepciones para ver porqué caminos se guían mis pensamientos. Si relacionamos eltérmino «palabra» con el significado de «voz», podemos obte-ner otra nueva frase, algo así como: «El signo mata la voz.» Yla palabra «voz», a su vez, también contiene diversas acepcio-

nes. Cada acepción que escoja me conducirá por diversos ca-minos. Escojo uno, siguiendo el diccionario: «Sonido produci-do por el hombre o los animales al hacer pasar el aire expelidopor la garganta a través de las cuerdas vocales y otras partesde la boca voluntariamente colocadas en forma adecuada.»No puedo por menos que echarme a reír, porque la LSC noproduce sonidos, nada más que imágenes visuales. Me río ade-

más, porque la voz también la emiten los animales. En fin, merío de mi juego con las palabras, de mis ocurrencias, me río demí misma.

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Intento serenarme para poder seguir. La última frase: «El sig-no mata la voz», la podemos considerar falsa, porque cualquierniño sordo, si sus cuerdas vocales están intactas, puede emitirvoz sin dificultad, aunque sea diferente de la que emiten losoyentes. Ahora bien, podemos relacionar el término «palabra»con el concepto de lengua «sonora» que utilizan los oyentes,con sus cuerdas vocales intactas, los que no tienen alguna le-sión en el cerebro que les impida emitir voz o los que no pade-cen angustia al hablar con voz por diversas y múltiples razo-nes. Si partimos de este concepto, podemos entender que losniños sordos intenten imitar la lengua sonora de los oyentes. Y,junto con la machacona frase ya mencionada más arriba, sedice que si los niños sordos utilizan la Lengua de Signos deja-rán de aprender la lengua de los oyentes.

Puede suceder que si se introduce la Lengua de Signos en laeducación y en el ambiente donde viven los niños sordos parafavorecer su desarrollo como seres humanos, estos niños pue-

dan detestar el uso de la voz por representarles un esfuerzocostoso, lento, pesado, poco gratificante. Para que el niño sor-do utilice la lengua sonora, habiendo adquirido previamenteun lenguaje a través de la Lengua de Signos, se requiere uncambio de actitud por parte del profesional. El profesional hade mirar al niño sordo de otra forma, como un ser de lenguaje,como un ser humano. Porque enseñar una lengua obligatoria-

mente, sin respetar su condición humana, es detestable. Requie-re que el profesional seduzca, motive y anime al niño sordo aprobar a jugar imitando a los oyentes. Si el niño no consigueimitar lo que desea el profesional, no debe ser consideradocomo algo reprochable, ya que puede no desear lo que el pro-fesional de orientación oralista le exige. ¿O es que prefierenque no conozcan la Lengua de Signos para obligarles a que se

esfuercen en imitar, aun a costa de perder información de loque les rodea o, mejor dicho, a permanecer en un estado dondesus capacidades intelectuales y afectivas queden mermadas du-

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rante mucho tiempo, incluso, arriesgándose a permanecer enese estado hasta la muerte?

Sin embargo, he conocido otras profesionales que me hanexplicado que la Lengua de Signos también puede facilitar eldesarrollo del lenguaje oral, porque se le enseña a una personaque ya posee lenguaje. Esto le permite a la logopeda conocerqué es lo que sabe, sus dudas, y ser comprendida por el niñocuando le da consignas para que responda. En fin, esto facilitaque la logopeda pueda relacionarse con el niño sordo como serhumano, con lenguaje, con una lengua conocida y de fácil ac-ceso para él.

También los niños sordos pueden detestar el aprendizajeoral cuando descubren que su voz no es agradable al oído depersonas oyentes que desconocen el mundo de los sordos. Pue-den rechazarlo cuando alguien no les respeta tal cómo son, esdecir, sordos. Pueden aborrecerlo, porque tienen lenguaje ypueden manifestar su sentimiento. Este rechazo, esta repulsa,

este aborrecimiento es una reacción legítima ante la imposicióndolorosa que se les hace. Pero también podrán amar el lengua-je oral, cuando descubran que les respetan tal como son ellos.Podrán desear profundizar su conocimiento, porque tendrán elbagaje cognitivo que les permita realizarlo. Podrán apreciar lalengua escrita, porque habrán percibido que los cuentos estánen los libros, así como las historias románticas, las noticias, las

reflexiones sobre la naturaleza que les rodea y, en fin, descubri-rán que los libros son la puerta que les abre el mundo, porquealguien se los habrá leído, desde su más temprana edad, a tra-vés de la Lengua de Signos. Lo que quiero decir, en definitiva,es que el signo, los signos, la Lengua de Signos... DAN VIDA ALA PALABRA.

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¿Una imagen vale más que mil palabras?

Un día, antes de entrar en la clase de primaria para preguntaral grupo de niños sordos el motivo por el que no iban a miclase, se me acerca una maestra y me pegunta si no me habíainformado la logopeda con anterioridad.

—No, no nos hemos visto en todo el día —le comento.—No irán a tu clase porque tienen que terminar hoy un tra-

bajo.—De acuerdo. ¿Puedo estar con ellos para informarles de lo

que van a hacer? —le pregunto.—No hace falta. Es muy fácil. Cortaremos —me responde

secamente.

Mientras ella habla, voy traduciendo en Lengua de Signos alos niños sordos que me están escuchando con interés. De re-pente, una niña sorda, Neus, me llama y me pregunta en LSC:

—Dile a la profesora que quiero hacer otro dibujo y luegocortarlo.

Aún no sé qué es lo que tienen que hacer pero, a pesar deeso, le informo a la maestra de lo que la niña me ha dicho.

—No, no ha de dibujar. Cortaremos —responde la maestra.—No quiero recortar este dibujo, quiero hacer otro —insis-te Neus.

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Se lo traduzco a la maestra.—Si quieres, haces un dibujo en casa y luego lo cortas. Aquí

no —sigue la maestra.Sigo sin entender nada de esta conversación y se lo pregun-

to:—¿En qué consiste la actividad? ¿Qué cortaréis?—Tranquila. Ellos saben de qué se trata. Es muy fácil, sólo

tienen que mirarme. Son muy listos —me explica.Los niños me preguntan. Ellos no han quitado ojo de lo que

estábamos hablando.—Dice que ya sabéis vosotros de qué se trata —les explico.—Pero ¿qué hacemos? —me pregunta uno de ellos.—Me dice que os fijéis en lo que hace y que, como vosotros

sois listos, ya deduciréis en qué consiste la actividad. Yo memarcho ya —contesto un poco harta.

Me despido y me alejo por el pasillo malhumorada. Me hesentido tensa por no saber en qué consistía la actividad. Y creo

que los niños han percibido mi tensión porque la logopeda deeste grupo, al día siguiente, me pregunta:

—¿Qué pasó ayer? La maestra está muy enfadada, harta deque los niños sordos estén siempre protegidos.

—Yo también salí angustiada. Creo que Neus percibió mitensión. No sé si se quedó triste, o enfadada, porque no lespude explicar previamente en qué consistía la actividad.

—Sí. Neus me explicó que no estaba enfadada, que se habíaquedado triste, porque te había visto discutir con la maestra.Pero, ¿qué pasó exactamente?

—Pues que quería explicarles a los niños en qué consistía laactividad y la maestra no me dejó porque decía que ellos eranmuy listos y que no hacía falta que les explicara nada.

—La actividad era fácil. Me dijo que ella está harta de que

necesiten un intermediario ya que ella piensa que son muy lis-tos y que pueden espabilarse solos.—Me alegra que considere a los chicos listos. Pienso que si

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lo dice, para ser consecuente, no tendría que utilizar para nadala voz, como los oyentes, y servirse sólo del cuerpo y mostrarla actividad... —empiezo a notar que me voy encendiendo pocoa poco e intento tranquilizarme—. Quiero decir, que me moles-ta que por el hecho de ser listos, de deducir constantemente loque sucede a su alrededor, no tengan la oportunidad de contac-tar con el lenguaje, que es lo que acompaña constantemente acualquier actividad, algo que los oyentes siempre tienen a sudisposición. Las personas sordas no tienen este intermediarioporque creen que viendo ya es suficiente. Y así no permitimosque desarrollen sus capacidades de comprensión. Si les consi-deramos listos, les hacemos perder esa oportunidad, ya quepara enriquecer su mundo se requiere que cualquier imagenvenga acompañada constantemente del lenguaje. Por cierto,hace poco tiempo leí un libro que tiene relación con el tema.

—¿Qué libro es?—Se titula Homo videns, de Giovanni Sartori —contesto.

—¿Homo videns?—Sí, algo así como el «hombre visual» en latín. Habla del

paso del Homo sapiens al Homo videns... —empiezo.—¿Tienes el libro? —me pregunta.—Sí, te lo dejaré, si quieres.—Antes, cuéntame de qué va.—No todo el libro trata del tema que hablamos. Uno de los

capítulos explica que actualmente, con el bombardeo de imá-genes visuales que van acompañadas de un lenguaje incom-prensible, críptico, oscuro, confuso y que, además, no facilitala interacción, se termina formando adultos sordos funciona-les.

—¿Adultos sordos?—Sí, en el sentido peyorativo de la palabra sordo. Adultos

que no saben expresar con palabras lo que ven, adultos que nopiensan. También dice que no es cierto que una imagen valgamás que mil palabras... Que la imagen se agranda o se percibe

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más intensamente cuando se acompaña o interviene el lengua-je. Esto es lo que he entendido yo del libro —continúo.

—¿Por qué no le regalas este libro a la maestra? Así ellatendrá oportunidad de entender mejor lo que quieres explicar.

—¡Qué buena idea me has dado! Gracias. Ahora sólo he debuscar un motivo para regalárselo.

—Mejor se lo regalo yo, porque me ha tocado de amigo in-visible.

—¡Qué bien! Te lo agradezco de corazón —le digo.—Eres una exagerada. Soy yo quien debería agradecerte la

idea del libro, porque no sabía qué regalarle. Gracias.Me siento contenta y relajada por la conversación que he

tenido con mi compañera y se lo comento.—De nada. Aunque no te guste, quiero darte las gracias por

escucharme, ya que me siento mejor y permites que mi relacióncon la maestra no se vuelva tensa. Ya es la hora de la reuniónde ciclo.

—¿A qué ciclo vas ahora?—Al superior. Si no nos vemos a la salida de la escuela, has-

ta mañana —me despido.Mientras me dirijo a la sala donde nos vamos a reunir,

divago para mis adentros: «Sí, los niños tienen que deducirsiempre lo que tienen que hacer sin tener el lenguaje a sudisposición. Y, después, a la hora de explicarles una actividad,

les cuesta entender porque no ha habido una buena transmi-sión, como se hace con los oyentes. Los oyentes tienen acom-pañantes del lenguaje, maestros, durante todo el día, y losniños sordos no. Tienen que espabilarse, si no se consideraque son unos protegidos. No quiero que estos niños sordospierdan esta oportunidad. Un proyecto de educación conjuntapasa porque los niños sordos puedan acceder a los mismos

conocimientos que los niños oyentes. Si a los niños oyentesles llega la información lingüística de cualquier actividad, losniños sordos también han de tener la misma oportunidad.

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Cuanto más nivel de conocimientos tengan, mejor compren-derán lo que sucede a su alrededor, y su relación con los de-más será más enriquecedora, porque mostrarán una actitudde respeto, es decir, se sentirán más respetados porque tienenalgo que aportar.»

—¿Qué te pasa? —me pregunta Noelia, una maestra, delan-te de mis narices, cuando literalmente me ha parado con supresencia física.

—¡Ah! Nada, ¿por qué me lo preguntas?—Te veo como muy seria, como si estuvieras enfadada por

algo. Desde lejos te he saludado y no me hacías ni caso.—Perdón, estaba pensando.—Ya me lo imaginaba.—Bien, ¿de qué tema hablaremos hoy en el ciclo? —pregun-

to para cambiar de tema.—De la educación conjunta. Debemos debatir algunos pun-

tos antes de presentarlos al Claustro.

—Ya, ya me acuerdo, sí. Gracias.Entro en la sala y me dirijo a una compañera que está senta-

da:—¿Puedes cambiarme tu lugar para poder ver mejor a la

intérprete? —le pregunto.—Pero si sentándote ahí puedes ver a la intérprete —me

dice señalando una silla desocupada.

—Prefiero que la ventana esté a mis espaldas para evitar elcontraluz. Así, además de poder ver bien a la intérprete, mepermite ver a las demás compañeras y...

—Ya, ya recuerdo. Me lo dijiste otra vez. Perdona —se dis-culpa la compañera.

—No te preocupes. Pensaba que quizás no te había infor-mado.

—Bien —comienza hablando la coordinadora del ciclo—hoy, como ya sabéis, vamos a hablar de la necesidad o no deacompañar a los especialistas.

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Levanto la mano para informarle de que quiero intervenir.La coordinadora me invita a ello.

—Antes quisiera saber quién será la moderadora.La coordinadora elige a una maestra.—Ella será la que apunte los nombres por orden de inter-

vención.—Bien, quisiera decir previamente que la palabra acompa-

ñar no me gusta —empiezo.—¿Por qué?—Porque parece que no saben ir solos.—Pero tú ya sabes de qué se trata, ¿no?—Lo sé, pero si en el papel escribimos «acompañar», la gente

de fuera no lo entenderá bien y pensará que los niños sordos noson autónomos. ¿Es posible que busquemos otra palabra?

—¿Cuál te gusta más?—Ahora mismo no se me ocurre una más apropiada. Por

ejemplo: intermediario, mediador, intérprete... Aunque intér-

prete no, porque las logopedas no lo son todavía y, además, silo fueran no actuarían como intérpretes sino que... Tendría queconsultar un diccionario para ver qué significa cada uno deestos términos.

—No es para tanto —opina la coordinadora.—De momento pon «mediador», pues creo que expresa me-

jor que acompañar, hasta que consulte el diccionario, ¿es posi-

ble? —propongo.—De acuerdo. Sigo con el tema. ¿Pensáis que es necesario

acompañar a los especialistas?No interrumpo más, así a ella le resulta más cómodo dar su

punto de vista y a mí me permite, también, poder escuchar loqué dicen las otras compañeras y compañeros.

—No creo que sea necesario porque tanto la educación físi-

ca como la plástica es muy visual. Los niños pueden seguir laasignatura con tal de que imiten a sus compañeros —opinauna maestra.

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—Estoy de acuerdo porque, si no, no sabrían espabilarse—propone otra.

Mi corazón palpita ante estos comentarios y me digo: «Pe-pita, intenta relajarte, respira hondo y sigue escuchando. Quésuerte tienes de haber hablado antes con una colega de estetema.»

—Es verdad, son muy listos, son capaces de imitar muybien. Si tuviéramos que acompañarles siempre, no sabrían de-fenderse al dejar la escuela —dice un maestro.

Antes de que se convierta en mayoritaria esta opinión, le-vanto la mano:

—Te toca hablar —me indica la moderadora.—A ver cómo consigo transmitiros lo que pienso —mi cora-

zón sigue palpitando aceleradamente—. Los niños sordos imi-tan, sí. Imitan lo que hacen los oyentes, de acuerdo. Si el oyen-te salta dentro de un círculo señalado, el sordo salta igual. Encambio, si les digo en LSC que salten en un círculo sin yo mo-

ver el cuerpo, no saltan. ¿Por qué? Porque no han relacionadoel signo «saltar dentro del círculo» con el hecho de saltar conel cuerpo. Entonces, ¿qué es lo que enseñan los especialistas?Enseñan a relacionar las palabras con la acción del cuerpo,además de ejercitar el propio cuerpo. O, en el caso de la educa-ción plástica, enseñan a relacionar la palabra «círculo» con eldibujo.

—¿Puedes enseñarles en tus clases de Lengua de Signos?—me preguntan.

—Sí. Les enseño como puedo. Soy una persona que usa laLengua de Signos, pero no soy la Lengua de Signos. Me gusta-ría que pudieran generalizar en diversas situaciones lo queaprenden en las clases de Lengua de Signos. ¿Por qué no lohacen? Es difícil y, además, yo no soy especialista en educación

física, ni en plástica. No puedo asumir todas las asignaturas entan sólo dos sesiones de Lengua de Signos. No creo que lasclases de lengua catalana suplan las otras asignaturas. Los

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oyentes tienen la oportunidad de aprender a usar un vocabula-rio específico en cada asignatura, enriqueciendo así su propialengua, y permitiéndoles aumentar la capacidad de pensar. Losniños sordos, si imitan, además de bajar su propia autoestima,pues tienen que imitar a sus compañeros oyentes, y no a la in-versa, pierden la oportunidad de asimilar nuevas expresionesante cualquier nueva actividad, situación, movimiento, dibu-jo... No sé si me he explicado bien —concluyo.

—Sí, estoy de acuerdo con ella —comenta el especialista deeducación plástica—. Un niño sordo me enseña un dibujosuyo. Ha hecho un dibujo muy bonito pero no era el dibujoque yo le pedía. Si me pregunto qué es lo que tengo que eva-luar, no sé si debo valorar la relación entre mi consigna y eldibujo que él ha hecho o que ha hecho un dibujo muy bonito.Si el niño sordo no me ha entendido y le pido que imite a sucompañero, no puedo saber si relaciona la consigna que les hedado con el dibujo que ha realizado.

—¿Quieres decir que necesitarás un acompañante? —le pre-gunta la coordinadora.

Asiente y añade:—Creo que en todas las asignaturas debería de haberlo.—Pero depende de la disponibilidad horaria de las logope-

das —dice la coordinadora.Intervengo:

—¿Qué os parece si hacemos constar por escrito que en to-das las asignaturas se requiere un intérprete o, mejor aún, uncoespecialista, pero que, dados los recursos humanos existen-tes, no podemos cubrirlo todo? Estaría bien, además, recogerlos argumentos o razones que nos parezcan oportunas.

—Buena idea. Lo apunto —me dice la coordinadora, y aña-de—: pero ¿por qué dices coespecialista?

—Porque es preferible que sea especialista en la materia, yaque las logopedas no estamos formadas en todas las especiali-dades.

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—No te entiendo.—Pues que cada especialista se ha formado, se ha especiali-

zado en una asignatura, se ha preocupado de buscar los recur-sos didácticos adecuados para impartir clases de su materia, haasistido a seminarios relacionados con esa asignatura, en fin,tendrá más recursos para enseñar la materia específica que laslogopedas. Por eso prefiero que sean los especialistas quienesden las clases de la materia en la que están formados.

Me siento aliviada, porque he logrado expresarme sin tan-tos nervios, sin cortarme tanto.

—Pero es que no sabemos la Lengua de Signos —apuntauna maestra.

—Ya lo sé, pero sería lo ideal. Además, aun sabiendo laLengua de Signos, una sola persona no puede hablar dos len-guas a la vez. Serían necesarios dos especialistas, uno para cadalengua —explico.

—Para eso está la escuela específica de sordos.

—Por ahora, en la escuela específica de sordos, todos losprofesores son logopedas, a no ser que algunos de ellos se ha-yan formado para cada asignatura. Yo, por ejemplo, me heformado para ser maestra de educación especial y de lenguaje.No me he formado para ser especialista de educación física.

El debate continúa un buen rato más, aunque ya no se ha-cen nuevas aportaciones interesantes. Cuando nos despedimos

y salgo de la escuela, ya en la calle, sigo dándole vueltas a losmismos temas. Sólo se me ocurre pensar, sentir apenas, que estanto el trabajo que queda por hacer que cuanto mayores seanlos obstáculos, se me redoblan las energías, las fuerzas paraluchar. Vuelvo a casa cansada pero contenta.

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¿El lenguaje oral es una tortura?

Leyendo un día un artículo de prensa sobre pruebas nucleares, mepuse a pensar en la necesidad de buscar argumentos, de ponerpalabras a lo que siento con respecto a la educación de los sordos.Voy a intentarlo.

Yo solía decir, hace ya algunos años, que el lenguaje oral era unatortura, y muchas personas sordas así me lo manifestaron. Pero,poco a poco, fui dándome cuenta de que el problema no era tantoel lenguaje oral en sí mismo sino cómo nos llegaba a los sordos:

– Recibimos diferentes formas de desprecio cuando no entende-mos algo.

– Pasamos muy malos ratos con profesionales oralistas cuandonos machacan sin piedad.

– No entendemos por qué nos encontramos mal y ellos no nosdan una explicación aceptable.

– Nos culpabilizamos constantemente cuando no comprende-mos algo, o todo, de lo que se nos dice.

– Cuando la autoestima está por los suelos y no hay un gesto de

ternura.– Cuando sentimos la inseguridad constante al relacionarnoscon los oyentes.

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– Cuando nos hace tambalear el miedo a no comprender.– Cuando percibimos que nos transmiten que la sordera es sinó-

nimo de algo malo.– Que nadie nos explique qué es lo que nos está pasando. Los

oyentes son así: oyen, se enteran de lo que pasa y nosotros nonos enteramos: somos sordos.

– Sólo les importa que sepamos leer en sus labios.– No les importa que perdamos información. Sólo se trata de

captar palabras, frases, sin importarles si comprendemos elsignificado.

– Parece que no les interesa lo que pensamos o cómo lo pense-mos.

– Por encima de todo se ha de conseguir el difícil arte de leer ensus labios y hacer felices a esas logopedas cuando les dices quelas comprendes.

– No se preocupan de que adquiramos más conocimientos.– No se preocupan de que la casa de nuestro ser sea grande, só-

lida, confortable.

Si un día mostraba que sabía algo que las logopedas no seesperaban, sus comentarios eran: «¡Sabes demasiado!» Era unaforma de decirme que ya había llegado a la meta que ellas sehabían marcado y no debía seguir aprendiendo más, que no de-bía saber más, que no era normal que supiera más que esas logo-

pedas oralistas.Se ha de tener en cuenta que para un sordo profundo es di-

fícil, por no decir imposible, que lea en los labios con soltura yde manera relajada. Normalmente perderá mucha informaciónque se transmite cuando se habla, si no busca otros mediosapropiados para poder compensarlo. Yo sé que se me escapainformación porque soy sorda y no porque sea tonta.

Por lo tanto, se requiere buscar otros medios que nos permi-tan adquirir conocimientos como, por ejemplo, la lectura delibros, de prensa, de intérpretes, las películas subtituladas...

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Necesitamos recursos que faciliten ampliar lo que sabemos,que no podemos conseguir con la labiolectura. En definitiva,que nos dejen vivir como sordos y que no nos digan lo que de-bemos hacer siendo ya adultos. Sólo exijo que nadie nos repro-che nada por ser sordos.

¿Podrán pensar alguna vez las logopedas oralistas el efectoexplosivo, devastador, que pueden producir sus enseñanzas, laforma de transmitir conocimientos en los niños sordos?

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DOS COMUNIDADESBAJO EL MISMO TECHO

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Entre madres

Me encuentro en casa charlando con Mar. De repente, se en-cienden las luces de manera intermitente. Eso significa que al-guien ha tocado el timbre del interfono. Cuando Mar ve queparpadea el piloto anaranjado, enciende la pantalla del moni-tor y va a abrir la puerta. Me dice que ha llegado Noelia, la

madre de una niña sorda. Después de saludarnos las tres, pasa-mos al comedor. Noelia nos pregunta:

—¿Dónde está Pau?—Ha ido con su padre al supermercado —le contesta Mar.—¿Y su hija? —le pregunto.—Está en casa de una amiga sorda. A ellas les encanta estar

juntas. No paran de hablar.

—Como nosotras dos —le digo—. Mis padres apagaban lasluces del dormitorio, porque si no, estábamos charlando hastaaltas horas de la madrugada.

Nos reímos. Después, Mar le pregunta:—¿Cómo te van las clases de LSC?—Bien. ¿Sabéis que he estado de vacaciones en Holanda y

he descubierto que me comunico mejor con personas que ha-

blan otras lenguas, es decir, que la Lengua de Signos me hapermitido ampliar mis recursos para comunicarme con losoyentes extranjeros?

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—En un chat alguien me comentó que la Lengua de Signosdebería ser como una especie de esperanto para todos —inter-vengo.

—Pues sí, estoy de acuerdo. Así, tanto las personas sordascomo las oyentes, se entenderían en cualquier país del mundo.¿Por qué no? Por cierto, ¿conoces a ese chico? —me preguntaNoelia.

—Ah, no. Es uno de esos internautas desconocidos conquien, a veces, paso un rato hablando.

—¿Usas frecuentemente el chat?—Al principio lo utilizaba con cierta frecuencia porque me

di cuenta de que me permitía visualizar el diálogo entre losoyentes. Así podía ver cómo piensan ellos, de qué temas suelenhablar. También exploraba nuevas maneras de comunicar entrelos oyentes aunque fuera de forma virtual. Ahora sólo utilizo elchat algunas veces, cuando tengo necesidad de hablar con al-guien, es decir, más o menos una vez al mes —le explico.

—¿Les dices que eres sorda?—A todos no, porque no quiero tener que explicar, una y

otra vez, todo lo que es y comporta ser sordo.Mar interviene:—Me explicaste que una vez probaste decirle a un oyente

que eras sorda para ver qué pasaba y observar su reacción.—Ah, sí, es verdad. Un día tuve curiosidad por ver cómo

reaccionaba un oyente cuando le informas que eres sorda.Quería saber qué piensan los oyentes o qué información tienenactualmente sobre el mundo de lo sordos.

—Ah, ¿sí? Explícame, tengo mucho interés en saber lo quepasó.

—Pues a dos les dije, de entrada, que era sorda y a los otros,mucho más tarde. El primero, se cortó enseguida. El segundo,

me dijo que era triste ser sordo o algo por estilo, no recuerdomuy bien, y también se quedó chafado después de una brevecharla... En fin, que si desde un principio les hablo de mi sor-

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dera, se sorprenden. Es comprensible. A mí, quizás, me pasaríalo mismo ante situaciones que desconozco, porque para losoyentes la sordera es un mundo desconocido que les provocainseguridad, y no saben cómo reaccionar, les produce inquie-tud y desconectan. Para los internautas que frecuentan loschats es normal, cuando alguien no te cae simpático o te pareceun pelmazo, cortas el diálogo sin tantos miramientos. Comono nos conocemos físicamente es más fácil.

—Y, ¿los otros?—Los otros no se cortan sino que más bien alargan el diálo-

go. Tienen curiosidad por saber algunas cosas del mundo delsordo. Algunos me han llegado a decir que yo escuchaba másque algunos oyentes y eso les sorprende gratamente.

—¡Qué gracia! —exclama Noelia.—Cuando les digo que soy sorda, después de haber mante-

nido varias charlas, lo primero que se produce es como unaespecie de aturdimiento. Pero luego, al preguntarle a esa perso-

na cómo se encuentra, se tranquiliza y comienza a bombar-dearme a preguntas sobre los sordos, la LSC...

—¿Cómo les informas?—Pues procuro que ellos descubran por sí solos mi sordera.—¿Cómo?—Les hablo de mi profesión de maestra de niños sordos. Es

curioso, pero cuando digo que soy maestra, la mayoría me pre-

gunta si también soy sorda.—Ah, ¿sí? Sois muy pocas las que trabajáis en la educación

de las personas sordas y creo, además, que eres la única perso-na sorda que trabaja en la escuela —apunta Noelia.

—Pues así parecen pensar los internautas: creen que todoslos profesores que trabajan con los niños sordos son tambiénsordos.

Se encienden las luces del comedor. Deducimos que Carlos yPau vuelven del supermercado. Al levantarse Mar del sofá apa-recen ellos dos por la puerta del comedor. Después de saludar-

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nos, el padre se dirige hacia la cadena musical y la pone enmarcha.

—Se oye una música suave. ¿Oís la música tan baja? —nospregunta sorprendida Noelia.

Mar le contesta que no, pero que ha puesto ese volumenporque se lo ha sugerido una amiga oyente. Mar quiere ponermúsica, porque Pau es oyente, y quiere que la escuche y laaprecie, además de tener la oportunidad de conocer lo que esser sordo.

—No sé cómo decirte. Me parece sorprendente —dice Noelia.—¿Por qué? —le pregunta mi hermana.—No sé...—¿Quizás estés pensando en tu hija sorda? —la animo a

encontrar las palabras que quiere decir.—Sí. Es como si oír música... No sé, es como si por escu-

char música yo le faltara al respeto a mi hija. Eso es, para mí escomo faltar al respeto porque yo puedo disfrutar de la música,

pero ella no puede —explica Noelia.—¿Eso es lo que piensas?—Sí, por eso me sorprende que pongas música cuando tú

no oyes. Es impresionante para mí. No sé como decírtelo deotra manera, es algo emocionante...

—¿Quieres decir que no sueles poner música cuando está tuhija delante? —le pregunto.

—Ahora me doy cuenta de que no pongo música ni he com-prado un solo disco desde que descubrí la sordera de mi hija.

—Ah, ¿sí? A mí no me parece que sea ninguna falta de respe-to, ya que es algo de lo que pueden disfrutar los oyentes, mien-tras que los sordos, no. No sé lo que pensarán otras personassordas. Las personas sordas podemos disfrutar de otras muchascosas —le digo.

—Sí, por eso les compramos muchos materiales para quedibujen nuestros hijos. Su hermano es oyente. Incluso contra-tamos a un profesor para que les enseñara a dibujar.

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—¿Pero su hermano tampoco escucha música? —preguntoasombrada.

—Tampoco. Me encanta la música y me doy cuenta de queno he disfrutado durante los tres últimos años. Es como si, depronto, me hubiera cambiado el chip en la cabeza y me dedica-ra a otras cosas, como las artes plásticas, sin darme cuenta —responde Noelia.

—Es curioso.—¿Qué le digo a mi hija cuando ponga música?—Infórmala. Que sepa que existe música en su entorno.

Que te gusta. Y tu hija puede preguntarte qué es la música ocómo la percibes —le sugiero.

—Me resulta difícil imaginar describirle cómo percibo lamúsica.

—Puedes acercar su mano y percibirá las vibraciones rítmi-cas... Describe la música con movimientos corporales, comopuedas, así —y se lo muestro moviendo el cuerpo y las ma-

nos— de manera lenta, suave, rápida, brusca, rítmica. Ahorabien, otra cosa diferente sería insistirle constantemente queexiste la música, que no sabe lo que se pierde...

—¿Qué quieres decir?—Sí, hay personas que me han dicho con cierta insistencia,

algo así como: «¡No sabes lo que te pierdes. Con lo bonita quees la música y no puedes disfrutar de ella!» —le explico.

—Ah, ¿sí?—Sí, es como si por el hecho de no poder oír música, tuvie-

ra que estar triste o sufrir por esa pérdida. Sabemos que existela música, que para muchos oyentes es un placer... Pero comono la conozco de la misma manera que la oyen los oyentes, nosufro. Me gusta tal y cómo percibo la música, es decir, la queme llega a través del audífono y por las vibraciones táctiles.

—O las vibraciones rítmicas cuando voy a la discoteca—añade Mar.—Por cierto, hay días que tengo curiosidad por saber cómo

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perciben la música los oyentes. Es simple curiosidad. Es comosi sintiera curiosidad por saber qué se siente volando con alaspropias...

—Entiendo, entiendo...—Cuando se ha podido disfrutar de la música siendo oyen-

te, sí que se debe sentir una gran pérdida al constatar que ya nola puedes volver a escuchar —intervengo.

—Yo sí que no sabría cómo vivir si me quedara sorda derepente... —dice Noelia.

—Aún estarías más desesperada si, además de no oír, te di-jeran algo así como: «Pobrecita, es muy triste no poder oír, yame imagino lo que debes sufrir sin oír...» En fin, insistiendo enesa falta, como si no se pudiéramos vivir sin oír...

—Es verdad. Es como si lo que se pierde fuera lo más im-portante en el mundo, algo sin lo que no se pudiera vivir, y elmundo se te derrumbara. ¿Cómo transmitirías lo que se sientecuando alguien se queda sordo?

—Lo explicaría, más o menos, así: «Vas a percibir un mun-do distinto, tendrás una percepción visual más amplia. Tendrásunas sensaciones diferentes. Conocerás un mundo diferente...»En fin, se trata de transmitir lo que puedes tener y no, sola-mente, lo que te falta. Enseñar a adaptarse a otra forma de vi-vir, a disfrutar y profundizar en otras sensaciones. ¿Has oídohablar del dicho: «Los hombres son animales de costumbres»?

Es decir, que nosotros, con el tiempo, nos adaptamos a las nue-vas circunstancias —le explico.

—Entiendo. Yo sí que he conocido un mundo nuevo. Mihija me ha permitido que me relacione con ella de forma dife-rente, que me relacione con ella como jamás hubiera pensadoy quererla como es. Es como si viviera el mundo de otra for-ma, más intensamente, con una visión más amplia de la reali-

dad. Gracias por darme vuestra opinión. Me siento más tran-quila en la relación con mi hija sorda. Quiero que crezca feliz—acaba Noelia.

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Mar, al ver a Pau, recién bañado, en brazos de su padre, selevanta a buscar la papilla. Carlos le dice que ya le dará él decomer para que ella continúe participando en la conversación.

—Decías... ¿crecer feliz? —le pregunto a Noelia.—Sí, ¿por qué lo preguntas?—Porque la felicidad es un concepto relativo. ¿Qué significa

para ti la felicidad? No, mejor te hago otra pregunta ¿eres felizsiendo oyente?

—Ya te entiendo. Quería decir que quiero que crezca sa-biendo lo que desea, cómo desenvolverse con cierta seguridaden el mundo que la rodea, en fin, saber vivir...

—Sí, saber vivir es un arte —recalco.—Hay libros que hablan de este tema. Recuerdo haber visto

uno que se titula así, El arte de vivir, de Fernando Savater. Aúnno lo he leído pero pienso comprarlo.

Aparece Carlos y nos dice que Pau se ha dormido durante lacena y está en la cuna. Le pregunta a Noelia si quiere que apa-

gue la música.—A mí me gusta. Es una música agradable, suave.—Bueno, pues la dejo tal y como está. Te lo pregunto por si

te molesta oír música durante mucho rato —comenta Carlos.—No, no es una música que canse. Es apacible, placentera.—¿Y si pusieran música durante todo el día?—Depende del tipo de música de que se trate.

—¡Qué bonito! —exclama Mar.—¿Qué sucede? —le pregunta Noelia.—Tú haces preguntas sobre tu hija, sobre el mundo de los

sordos, y nosotros te preguntamos sobre nuestro hijo oyente.Es decir, que intercambiamos experiencias, y esto me ha pare-cido bonito.

—Es verdad. No se me había ocurrido que vosotros tam-

bién os hacéis preguntas sobre el mundo de los oyentes.De repente, Noelia mira el reloj.—¡Cómo ha pasado el tiempo! —exclama—. He quedado

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en ir a buscar a mi hija sobre las ocho y media de la tarde. ¡Yya son más de las ocho!

Nos despedimos. Hemos pasado una tarde maravillosa, ha-blando e intercambiando vivencias, contándonos nuestros sen-timientos cotidianos. Dos mundos en contacto, cercanos. Aúnse debe andar mucho camino para un encuentro real: dos co-munidades bajo el mismo techo.

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Hermanas y hermanos

Una pausa necesaria entre tanta actividad. Realmente las Jor-nadas están siendo agotadoras, tienen un programa muy densoque se desarrolla en muy poco tiempo. De todas maneras,siempre he pensado que en actos de este tipo, los mejores mo-

mentos, los que más nos enriquecen, son estos descansos y es-pacios informales donde se disfruta también haciendo unapausa a la hora del almuerzo. Entramos en una gran sala don-de se han instalado varias filas de mesas largas. Frente a mimesa hay otros padres que me cuentan experiencias y viven-cias, problemas y dificultades, anécdotas sobre sus hijos oyen-tes:

—Mi hijo mayor se enfada mucho porque, siempre que pue-do, voy a conferencias. Me dice: «Mamá, siempre estás fuerahaciendo cosas, conferencias, cursos, todo por mi hermanosordo.»

—¿Eso te ha dicho? —le pregunto.—Sí. Estoy preocupada.—Pues yo encuentro que es fantástico que lo pueda expre-

sar —le digo.—Pues a mí no me lo parece —se sorprende ante mi comen-tario.

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—¿Qué edad tiene ahora?—Nueve años, ¿por qué?—Simple curiosidad. De verdad, es estupendo que lo expre-

se. Así él y tú podéis hablar del tema. Podéis contar, si queréis,con algún profesional en este tema para que colabore en vues-tro diálogo.

—El chico va al psicólogo —manifiesta.—¿Y tú?—Sí, pero para hablar de mi hijo.—¿Qué te parece si le explicas tus preocupaciones?—No se me había ocurrido. Nunca le había hablado de mí,

sólo de mi hijo.—¿Puede el psicólogo escucharos a los dos, a ti y a tu hijo?

—le digo con interés.—No lo sé. Creo que sí. Pero bueno, ¿me dirás por qué

crees que es estupendo? Me sorprende que lo digas. A mí mepreocupa, es como si me dijera que no le atiendo lo suficiente.

—¿Y qué crees?—Es que mi hijo oyente lo tiene todo. La sociedad está he-

cha a la medida de mi hijo oyente. Y sin embargo, el otro no.—¿Tu hijo oyente lo tiene todo? —le pregunto.—Bueno, sigue al profesor, pues no tiene problemas de com-

prensión, al compartir la misma lengua. Sigue las conversacio-nes familiares, juega con sus amigos oyentes...

—¿Te basas en lo que tiene él, que es oyente, como modelo,en relación a lo que no tiene su hermano sordo?

—Sí, es verdad —acepta ella.—Parece ser que al comparar lo que tiene uno con lo que le

falta al otro, el hermano oyente lo tuviera todo. ¿Es así? —pro-pongo.

Asiente.

—¿Tú, como madre oyente, lo tienes todo? —prosigo.—No te entiendo, ¿qué quieres decir? —parece sorprendidaante mi pregunta.

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—Amor, riqueza, salud... —le doy ejemplos para aclarar mipregunta.

—Pues no, no lo tengo todo... Ojalá, tuviera el amor eterno,la fuerza física... —empieza a enumerar.

—Si lo tuvieras todo, ¿qué pasaría? ¿Cómo te sentirías?—Supongo que muy feliz.—¿Sí? ¿Has oído hablar de que cuando se llega a la cumbre

viene el aburrimiento o la muerte?—Sí. Pero, ¿qué tiene que ver eso con lo de mi hijo? —res-

ponde sorprendida.—Pues que el tenerlo todo puede conducir a muchos cami-

nos y uno sería el que te he mencionado antes, es decir, que élpuede sentir aburrimiento al decirle constantemente que lo tie-ne todo. Otro camino posible es que si al niño le hacemos creerque lo tiene todo, puede llegar un momento que no quieraaprender, porque para aprender es necesario darse cuenta deque te falta algo. Y como le has transmitido que lo tiene todo,

entonces rechaza aprender, reconocer que le falta algo...—¿Y los otros caminos?—Puede ser que el niño se sienta abandonado, porque «el-

ser-niño» necesita cariño, necesita que se preocupen por él, porsu bienestar, por su salud... Si no tuvieras un hijo sordo, ¿cómoactuarías con tu hijo oyente? —le interrogo.

—Ya le mimo.

—Habla con tu hijo.—Pero, ¿cómo?—Pues diciéndole algo así como: «Gracias por decírmelo.

Así sé lo que te pasa. ¿Qué te gustaría? ¿Qué podríamos hacerjuntos?» —le sugiero.

—Es una buena idea —sonríe.Una chica sorda, Valeria, se me acerca, y con un gesto de la

mano, me pregunta:—¿Tomamos el café en otro lugar?Le digo que sí, y cuando termino de tomar el postre, infor-

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mo a la madre con la que estaba hablando de que me voy fueracon Valeria y me despido de ella:

—Encantada de hablar contigo.—Yo también —responde la madre.Me apetece dejar por un momento el recinto en el que es-

tamos durante toda la jornada. Ya en el bar, Valeria me co-menta:

—He visto cómo hablabas con una madre sobre su hijo.—¿Y bien?—Yo he tenido una hermana y nunca nos hemos llevado

bien —me dice.—¿Por qué?—Porque no me quería. Siempre me rechazaba, me abando-

naba. Era muy mala.—¿Por qué crees que te rechazaba?—No lo sé.—¿Crees que ella tenía que quererte a la fuerza?

—No, pero es mi hermana. Me ha hecho mucho daño —meconfiesa.

—¿Cómo, por ejemplo? —le pregunto.—Me hacía chantaje. Si la necesitaba para hablar con un

amigo a través del teléfono, me decía que yo tenía que fregarlos platos por ella, si no, no telefoneaba.

—¿No teníais teléfono específico para sordos?

—No sabíamos que existía y, además, nuestra situación eco-nómica no nos lo permitía.

—Bien, ¿y tus padres no podían llamar?—Estaban muy ocupados. Mis padres decían que lo hiciera

mi hermana —me responde.—¿Siempre era tu hermana la que tenía que hacer las cosas

por ti?

—Sí, y también salir juntas. Ella siempre estaba enfadadaconmigo. Y yo nunca le había hecho nada malo —se quejaamargamente.

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—¿Por qué crees que siempre estaba enfadada contigo?—sigo preguntando.

—No lo sé. Era muy mala.—¿Sabes qué pienso? Que tu hermana se sentía responsable

de ti por obligación. Vete a saber las cosas que le dirían tus pa-dres a tu hermana. Quizás me consideres muy dura. Tú y yo so-mos sordas y no podemos saber siempre qué es lo que les dicenlos padres a los hermanos. Puede suceder que le dijeran una yotra vez algo así como: «Tienes de todo. No te falta nada y tuhermana es sorda», o incluso, obligándola: «Tienes que ayudarla,si no te castigaremos.» Yo preferiría que los hermanos se enfa-daran con nosotros, antes de considerarnos desgraciados... paraque espabiláramos. Si producimos tanta lástima, creceremoscreyendo que tenemos el derecho a que siempre nos concedanayuda. En vez de pedir a los hermanos que nos hagan de telefo-nista, hemos de pedir que nos instalen el fax o lo que sea. En lu-gar de salir con los hermanos, buscar otros compañeros y com-

pañeras de nuestra edad. En fin, que no nos consideren comoseres desvalidos. Si tu hermana te pedía que fregaras los platos,estaba considerando que podías ser útil, que podías hacer algo,ofrecer algo, aunque lo hiciera como un chantaje. Sería preferi-ble compartir y no hacer chantajes. Pero creo que tu hermana,por sus circunstancias personales, no sabía cómo expresar deotra manera que no fuera el chantaje, ni tampoco por qué estaba

enfadada. Bueno, me paro que me he enrollado.—Sigue, sigue... Es interesante —me anima Valeria.—Ya está. Pienso que si hablas con tu hermana sobre el pa-

sado aclararéis algunas cosas.—Apenas nos hablamos.—Bueno, no conozco a tu hermana, solamente a ti. Eres tú

quien debe decidir —concluyo.

Una chica sorda, Cloé, se acerca, nos saluda y añade:—Estaba en un grupo comiendo, he ido al lavabo y al saliros he visto por el movimiento de las manos.

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—¿Dónde estáis? —le pregunto.—Estamos atrás. ¿Ves este pasillo? Pues al fondo del come-

dor.—Vale. ¿Y qué tal estás? —le pregunta Valeria.—Bien, ¿os interrumpo?—No. Estábamos hablando de los hermanos oyentes.—Esperad, voy a avisar a los demás que me quedo a tomar

café con vosotras dos.—¿No se sentirán molestos? —pregunta Valeria.—No lo creo, porque es un grupo que nos hemos juntado al

salir de la conferencia, es decir, que no somos amigos. Nos he-mos reunido para no estar solos comiendo, cada uno por sulado.

—Entiendo.Al volver con nosotras nos pregunta:—¿Qué hablabais de los hermanos?—Que los padres responsabilizan a los hijos oyentes para que

atiendan a sus hermanos sordos, como por ejemplo, para llamarpor teléfono, para salir y jugar juntos, para cuidarles...

—También comentábamos que con esta actitud se corre elpeligro de volverse dependiente y de crecer exigiendo que nosatiendan creyendo que es un derecho nuestro y un deber porparte de la sociedad.

—Sí, hay algunos de nosotros que demuestran esa actitud.

Cuando era más joven, un día, le pedí a mi madre que me com-prara un telescrit y ella me preguntó que para qué lo quería sino había ningún problema, porque ella podía llamar y tradu-cirme.

Ya se acerca el momento de volver a la sala para escuchar lasiguiente conferencia. Las conversaciones que hemos manteni-do en este pequeño oasis me producen una agradable sensación

de alivio y siento, una vez más, que mi ser crece.

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El conflicto de la independencia

Mi cabeza bulle con mil ideas, excitadas mis neuronas por lacantidad de información que estoy recibiendo. Afortunada-mente, entre conferencia y conferencia, tenemos una brevepausa para poder digerir todo lo que se nos dice..., o para se-

guir acumulando estímulos, a partir de renovadas charlas, de-bates y discusiones. De repente, alguien me saluda:

—Hola, ¿estabas en la conferencia esta mañana?Asiento.—No te he visto. ¿Dónde estabas sentada? —me pregunta

un chico alto y rubio, que se llama Quim.—Hacia la derecha y casi en las últimas filas, ¿y tú?

—Yo en la segunda fila, así veo mejor al intérprete. Y tú, ¿leves bien?

—Hay una pantalla en medio de la sala para que podamosver los de las últimas filas —le informo.

—¿Ah, sí? No me he fijado.—Cuando lleguemos a la sala te la enseñaré.—Vale. Cuando te he visto caminabas muy seria —me co-

menta Quim.—Estaría pensando.—¿En qué pensabas? —me pregunta el chico.

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—En el libro de Oliver Sacks... —empiezo.—¿El de Veo una voz?—No. ¿Viste la película Despertares?Responde afirmativamente con la cabeza.—Pues la película se ha hecho a partir de un libro que ha

escrito Oliver Sacks, que tiene el mismo título, Despertares —le digo.

—¡Ah, bien! ¿Y qué sucede con el libro?—Pues que estaba pensando en una escena que aparece en

el libro..., no, es en la película, y entonces me interrumpistecon tu saludo.

—¡Ah! Perdona.—No, no es necesario que te disculpes.—Como decías que te he interrumpido...—Pues me he explicado mal. Quería decir que mis pensa-

mientos se interrumpen cuando algo me llama la atención, yasea un saludo, o un perro que pasa por medio, o un niño que

juega con su madre, o unas hojas que caen de los árboles, o dospersonas sordas hablando...

—Ya, entendido. Tengo curiosidad, ¿qué andabas pensan-do? —pregunta Quim.

—Pues en la escena donde la madre se enfurece, porque suhijo se va con la chica.

—¡Ah, sí! Lo recuerdo. Es cuando el chico mejora durante

un tiempo, con el tratamiento de dopamina, y le dice a su ma-dre que ya no es necesario que le cuide y que se puede ir a ha-cer lo que quiera, ¿es así?

—Sí. Pues resulta que esa madre se había acostumbrado avivir cuidando a su hijo. En fin, se había construido un tipo devida y se había acomodado. Y cuando el hijo le dice que sevaya a hacer lo que quiera, ella se enfada —le completo.

—No recuerdo por qué se enfadaba. La madre se deberíaalegrar de que su hijo mejorara y que ella pudiera hacer lo quequisiera.

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—Las conoces. También son socios de nuestra asociación.Se llaman Elisabeth y Víctor.

—¡Ah! Muy bien.Cuando nos encontramos los cuatro nos dirigimos hacia el

metro. Por el camino Quim me cuenta:—He hablado con ellos sobre la película Despertares.—Quim me ha explicado lo de que la madre que se enfada

con su hijo cuando quiere independizarse de ella —intervieneElisabeth—. Me ha pasado algo parecido. Cuando hace pocole pedí a mi madre que me comprara un telescrit, un aparatotelefónico para sordos, se enfadó mucho.

Al escuchar este comentario, no puedo contener la risa.—¿Por qué te ríes? —me pregunta entre sorprendida y enfa-

dada.—Perdona, es que antes de encontrarme con Quim, estaba

hablando con otras personas sordas de este mismo tema.—¿Antes de que te viera y me dijeras que estabas pensando

en el libro de Oliver Sacks? —se asegura Quim.—Así es. Por eso me he reído, por la coincidencia. Bueno,

por favor, Elisabeth, sigue con el tema. Decías que tu madre seha enfadado mucho, ¿y?

—Pues me dijo que no hacía falta comprar ese aparato, queella podía llamar por mí, que era una tontería, un capricho. Yole dije que era por una cuestión de intimidad. ¡Qué fui a decir!

Al oír la palabra intimidad se enfadó muchísimo. Me dijo queno debía guardar secretos, que era peligroso.

—A partir de esta experiencia que me cuentas y las deotras personas, me surgió lo de la escena de la película quehemos comentado antes —prosigo—. Nuestras madres se hanacostumbrado a que dependamos de ellas. Perder esa depen-dencia para ellas es dejar de saber cómo viven y cómo se

desenvuelven sus hijos. Parece contradictorio. La meta desea-da de los padres es que sus hijos, el día de mañana, sean lomás independientes posible y lo que ocurre realmente, des-

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pués de haber convivido juntos, día a día, no coincide con eldeseo inicial. Les cuesta mucho porque supone cambiar, cons-truir y acomodarse a otro tipo de vida. Ellos sienten que pier-den algo —divago— y siempre se pierde algo cuando se quie-re alcanzar otra forma de vivir. —Intento coger de nuevo elhilo de lo que estaba diciendo—. Pero, si no se ha cultivadootro camino, una se siente vacía al perder lo único que tenía,en este caso, la dependencia de los hijos, que significa dejarde ser partícipe del mundo que viven... Me he ido por lasramas, ¿por qué digo todo esto?

—Explicabas lo de la dependencia. Dejemos el tema. Mimadre es muy tozuda. No me entiende —concluye Elisabeth.

—Hemos de ayudarles a que se independicen de nosotros.—¿Cómo?—Hablando con ellos. Por ejemplo, preguntando algo así

como: «¿Queréis que me independice? ¿Estaríais contentos sifuera independiente?» O lo que se te ocurra. En un solo día no

se soluciona. Requiere tiempo, como tú cuando aprendiste amanejar el ordenador o, más fácil aún, la lavadora, que al prin-cipio necesitabas tiempo para aprender y asimilar su funciona-miento —propongo.

Quim ríe y comenta:—A mí todavía me cuesta poner en marcha la lavadora. Mis

padres, cada vez que se van fuera, me lo explican. Luego, me

acuerdo cómo funciona durante unas dos semanas pero cuan-do vuelven, rápidamente, se me olvida.

—Sin embargo, te manejas muy bien con el ordenador —in-terviene Elisabeth.

—Por eso me he reído, porque no sé manejar lo sencillo y encambio soy un as con el ordenador.

Elisabeth me mira y me dice:

—Ojalá pudiera comunicar bien con mis padres. Ellos nosaben LSC.—Claro, claro... ¿Qué crees que se podría hacer?

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—Nada. Ellos se resisten a aprender la LSC, porque dicenque ya son viejos.

—Sí, son de aquellas personas que se aferran al refrán «bu-rro viejo no aprende lenguaje». Ojalá atendieran a otro refrán,el de «más vale tarde que nunca». ¡Ah! Por qué no hablas conlos de la FESOCA, allí hay un servicio de atención a la familia.Ellos, con la presencia del intérprete, se lo podrían explicar...—le propongo.

—No creo que quieran ir —me interrumpe.—Ahora recuerdo que se abre el plazo para solicitar teles-

crit de forma gratuita. Podrías rellenar el impreso y enviarlo.Supongo que una vez que tengas el telescrit tus padres no diránnada, ¿no?

—Creo que se enfadarán por el gasto que supone hablar porteléfono.

—Cuando tuve por primera vez el telescrit, me pasaba lar-gas horas tecleando sin darme cuenta... y cuando llegó la factu-

ra mis padres me la enseñaron —interviene Quim—. A partirde entonces procuré hablar solamente lo necesario. Si quieroenrollarme, voy a la asociación de sordos o a casa de alguien.Uso el telescrit solamente para quedar con la gente, para pre-guntar algo importante o para algún recordatorio.

Llegamos, por fin, a la asociación. Nuestra conversaciónacaba, momentáneamente. Yo sigo pensando para mis aden-

tros en esta etapa de la vida por la que todos pasamos en algúnmomento y en todo lo que supone de conflicto, de esfuerzo, deaprendizaje y de mutua comprensión. ¡Qué importante es laescucha mutua!

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El malestar adolescente

Un viernes por la tarde, al acabar de comer, mi hermana mayor,Toni, mis padres y yo, al mismo tiempo, miramos una películasubtitulada. Su marido está fuera por motivos laborales y David,su hijo, se dedica a dibujar y pintar para adornar la casa, en el

cuarto que hay al lado, separado del salón por una pared decristal, que antes había sido un balcón. Cuando interrumpen lapelícula para dar paso a publicidad, iniciamos un diálogo:

—Qué tranquilos estamos, ¿verdad? Ya no hay peleas paraque me expliquéis de qué va la película —le comento a mi her-mana Toni.

—Sí. Antes no nos enterábamos de nada. Papá la explicaba

a su manera, sin entender la película. Oía una frase y nos decíalo que le parecía que podría ser la continuación. Nadie se ente-raba de nada. Y yo os pedía: «Callaos vosotras. A papá no lepreguntéis nada, porque lo que os explica no concuerda en ab-soluto con la película.» Entonces yo veía la película, y en loscortes para publicidad os explicaba lo que pasaba porque, si-multáneamente, no podía hacerlo, porque si no tampoco me

enteraba yo.—Papá, y tú, ¿qué dices? —le pregunto.—¿Qué iba a hacer? Me preguntabais, «¿qué dice?», «¿qué

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dice?», todo el rato sin cesar, y yo os explicaba lo que podía.¿Es eso malo? —responde mi padre.

—Pero te lo inventabas todo —le replica Toni.—¿Es verdad lo que dice Toni? —le pregunto para invitarle

a que me explique más detalles.—Pero, te explicaba, ¿no? —se defiende mi padre.—Sí que me explicabas, claro. Y, además, te lo agradezco.

Pero ahora tengo una curiosidad, ¿te inventabas o no las expli-caciones?

—Bueno, un poco, sí. Como me exigías, ¿qué iba a hacer?Hacía lo que podía —confiesa mi padre.

—Podías haber dejado a los demás escuchar la película,¿no? —le contesta Toni.

—Tranquilos, no vayamos a discutir ahora. Hoy en día yahacen películas subtituladas, aunque para llegar al 100% de laprogramación, todavía tienen que subtitular más programas.Sólo quería manifestar lo tranquilos que estamos ahora. Ade-

más nadie es perfecto. Por ejemplo, en tu caso, Toni, yo tam-poco me sentiría satisfecha si tuviera que esperar hasta la pau-sa para que me explicaras un resumen de la película, ya quequerría saber con qué palabras se dirige un personaje a otrocuando se enfada, cuando se enamora, y con el resumen...

—Es que no se puede. Al menos así te resumía y podías sa-ber de qué iba la película, si no, no nos enterábamos de nada...

—me dice mi hermana.—Tranquila Toni, lo que pretendo decir es que a pesar de las

buenas intenciones nunca es suficiente. Tú misma te rebelaríassi de golpe, en televisión, todo lo emitieran en LSC y yo tuvieraque resumirte después, en cada pausa. ¿Cómo te sentirías?

—Si me lo resumes, encantada.—¿Y si durante 24 horas al día y 365 días al año sólo emi-

tieran en LSC?—Pues aprendería rápido la LSC —me dice, cuando espera-ba que dijera lo mismo que yo sentía.

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—Vale, pero imaginemos que por los motivos que sea no losabes.

—Pues protestaría y propondría que emitieran la voz en off—contesta.

Unos días después de esta escena familiar, durante unas cla-ses con adolescentes sordos en un instituto de educación secun-daria, un chico de unos quince años, me comenta su enfadocon sus padres porque no le explican completamente lo quesucede en las películas que ven juntos.

—¿Crees que tus padres pueden explicar todo lo que sucedeen la película? —le pregunto, dirigiéndome también a los otrosadolescentes que están en la clase.

—Pero, quería saber de qué iba la película —me contesta.Le explico como puedo que los padres no son robots, que

no son seres perfectos, que tienen sus propios límites y que nopueden repetir literalmente todo lo que dicen los personajes, yaque su memoria es limitada, que tienen sentimientos y que

también se cansan. En fin, que son como nosotros y que tene-mos que buscar otras alternativas.

—Que aparezca un intérprete de LSC en la pantalla —se leocurre a un alumno sordo.

—Conseguir que haya subtítulos en todo momento —pro-pone otra chica.

—Prefiero el intérprete porque no entiendo bien si todo está

subtitulado. O que los actores usen la LSC. Sí, mejor esto—opina un tercero.

—Y yo quiero saber qué palabras utiliza un personaje cuan-do está enamorado de otro —dice una chica.

Cuando el chico que lo propone manifiesta con insistenciaque prefiere al intérprete, intervengo:

—¿Y por qué no las dos cosas? Tanto en una lengua como

en la otra tendríais oportunidad de conocer más formas de ex-presar la LSC, además de las otras dos lenguas, el catalán y elcastellano.

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—Pero ya hay muchas cosas escritas, libros, periódicos, re-vistas, en catalán y en castellano. Y la LSC, ¿qué? No haynada. Yo quiero saber mejor la LSC, porque un día quiero lle-gar a ser actor —proclama solemne el alumno.

—¡Qué gracia! Estoy de acuerdo contigo, es un derecho le-gítimo y también lo es para los que prefieren los subtítulos—opino.

—¿Tú qué lengua prefieres? —me pregunta la chica queproponía los subtítulos.

—Las dos lenguas —contesto—. Son distintas e interesantesy, cada una, da satisfacciones. Bien, ahora, ¿qué se os ocurre quepodríamos hacer para que aparezca tanto la LSC como los sub-títulos en televisión? —les animo a que busquen propuestas paraconseguir lo que reivindicamos como un derecho.

—Enviar cartas, faxes, e-mails a la televisión —contestanlos alumnos.

—Buena idea. ¿Sabéis la dirección? ¿Y el número de fax? ¿Y

la dirección electrónica? —les pregunto.—A través del teletexto lo podemos averiguar...—Como ya llega la hora de acabar la clase, ¿qué os parece si

para el próximo día traéis el número de fax, la dirección electró-nica, la dirección de las distintas cadenas televisivas y, entre to-dos, redactamos un mensaje y lo enviamos? —les propongo.

Estoy contenta de que algunos adolescentes no anden culpa-

bilizando constantemente a sus padres por no poder compla-cerles y que empiecen a tener conciencia de que los oyentes sonseres humanos también, es decir, que tienen sus propios límites.También estoy satisfecha de que, por sí solos, busquen o descu-bran otras alternativas para conseguir sus deseos o sus dere-chos, respetando a los demás. Clase tras clase, voy aprendien-do cosas nuevas de estos adolescentes, que me ayudan a

reflexionar. Sus preguntas, peticiones, protestas, aportan mu-chas ideas a mi propia experiencia.

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El patito feo

La última conferencia a la que hemos asistido ha sido muy es-timulante. El tema tratado, no por recurrente me ha parecidomenos interesante: identidad y diferencia. Somos diferentes,somos iguales. Esta frase me recuerda el eslogan de una cam-

paña. Al acabar la sesión de la mañana salimos a la calle.Mientras un grupo de personas nos dirigimos al restaurante, lamadre de una niña sorda me explica:

—Mi padre no acaba de entender por qué es importante lapresencia de referentes adultos sordos para mi hija. Se lo heexplicado como he podido, pero me dice que sigue sin com-prender. No sé cómo decírselo de otra manera. ¿Cómo se lo

explicarías tú?Sonrío ante la pregunta y le confieso:—En este momento no se me ocurre. A mí tampoco me resul-

taría fácil explicarlo, si de repente alguien me lo preguntara.—Un día diste una explicación que me gustó. Era algo rela-

cionado con la mayoría de hombres... —empieza.—Ah, sí, ahora lo recuerdo. Puse como ejemplo una com-

paración entre las mujeres y los hombres y era... como deciencia-ficción. Se trataba de una sociedad compuesta en sumayoría por hombres. En esa sociedad, había un grupo de

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hombres en el que sólo vivía una mujer. Ser mujer, en ese con-texto, era considerado como una enfermedad y decidieron quedebían operarla para que fuera igual que el hombre... No, me-jor se me ocurre otra idea: ¿es tu padre quién quiere entender,no?

—Sí.—Bien, supongamos que la mayoría de esa sociedad la for-

man las personas jóvenes. Este grupo tiene unas determinadascapacidades que no tienen las personas mayores: vitalidad,más fuerza física, capacidad de aprendizaje... (aunque puedesuceder al revés, pero supongamos que sea así). Imaginemosque entre los jóvenes sólo vive una persona mayor. Los quetrabajan en la televisión son todos jóvenes, emiten constante-mente programas relacionados con la juventud y ninguno tratade las personas mayores. Los temas que suelen hablar entre losjóvenes giran alrededor de la belleza, la fuerza física, la moda,la vida rápida... ¿Cómo se sentirá esa persona mayor que vive

sola y escucha día a día estos temas sin tener ninguna relacióncon otras personas como ella? ¿Qué pasará cuando esa perso-na mayor encuentre alguien igual? ¿No tendrán derecho a sen-tirse mejor contándose sus problemas?

—Me gusta tu ejemplo.—A lo mejor, si a esa persona sólo le explican las capacida-

des de las personas jóvenes se entristecerá. Pero intenta expli-

cárselo también a la inversa, es decir, que imagine una sociedadcompuesta mayoritariamente por personas mayores, y dondelos programas de televisión emiten constantemente las cualida-des positivas de las personas mayores y los temas preferidospor esta población. Y donde a la juventud apenas la tratan porser minoría. La fuerza física de los jóvenes no se consideracomo una cualidad y si, alguna vez, se trata el tema de la ju-

ventud se hace como algo inferior, que no posee las aptitudespropias de las personas mayores... ¿Cómo se sentirá entoncesel único joven que vive entre las personas mayores? ¿No se

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sentirá a gusto cuando encuentre a su igual y comparta los mis-mos problemas?

—O sea, que todos tenemos nuestras aptitudes e imperfec-ciones con respecto a otros —añade la madre—. Nadie es per-fecto. La presencia de seres iguales a nosotros nos permite de-sarrollar nuestra personalidad.

—Así es. Pero creo que es imprescindible también que hayapersonas diferentes a nosotros —respondo—. Las diferenciasnos permiten ver lo insignificantes que somos y que no somoscompletos. Con esta conciencia seremos más tolerantes connosotros mismos y con los demás. Por cierto, ¿conoces el cuen-to del patito feo?

—Sí. No me acuerdo cuando lo leí... Volveré a leerlo denuevo, porque fue hace mucho tiempo y, además, ahora loharé con otra visión, con más interés, especialmente desde quenació mi hija sorda. ¡Ah, qué buena idea se me ocurre! Cuandomi padre me pregunte qué le puede regalar a mi hija para su

cumpleaños, le diré que le compre ese cuento y así lo leeremoslos tres, mi padre, mi hija y yo.

Llegamos al restaurante. El intenso ir y venir de personas ycamareros, el movimiento frenético, la actividad y las múltiplescharlas de aquel local, nos obligan a interrumpir momentánea-mente nuestro diálogo. Yo sigo pensando en la riqueza y laclaridad que tienen los cuentos infantiles para poder explicar la

realidad cotidiana de nuestras vidas.

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Ser maestra, se hace

Es mi segundo año de trabajo como maestra en una escuela.Mis alumnos, que se encuentran dispersados en distintos cen-tros, se agrupan dos días por semana en un espacio que nosconcede una escuela. Ante la experiencia de estos encuentros y

la evolución que observamos, las logopedas y yo decidimosbuscar una escuela que disponga de unos recursos mínimos yque acepte matricular a todos los alumnos sordos en una mis-ma clase.

Además de este grupo, también atiendo a otro formado porchicos y chicas, de entre 14 y 16 años, que han estado juntosdesde pequeños en la misma escuela, o sea, que a ellos no se les

ha aplicado la LISMI (Ley de Integración Social del Minusváli-do). Ésta ley dice que hay que fomentar la integración de losalumnos minusválidos en las escuelas de su propio barrio, fa-voreciendo la dispersión, es decir, que hace todo lo posiblepara que los chicos sordos no se vean, no se frecuenten, no seagrupen.

Había dado ya varias clases a estos adolescentes. Son un

total de nueve alumnos, todos ellos educados oralmente desdepequeños. Durante la hora del recreo se comunican entre sí enla Lengua de Signos propia de la escuela y, desde hace dos años

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aproximadamente, las logopedas también utilizan los signosque han aprendido durante las clases. Existen diversos nivelesde conocimiento de la Lengua de Signos en el grupo cuandonos comunicamos. Los primeros días noto una cierta curiosi-dad e interés por parte de ellos ante mi presencia como profe-sora sorda. Pero hoy observo que su atención no es duradera,se distraen con mucha facilidad. Si mis ojos se dirigen a unalumno, éste me escucha, pero los demás desconectan con faci-lidad, hablando entre ellos, hasta que mi mirada se posa enotros ojos. Sólo escuchan cuando les miro. Parecen no estaracostumbrados a escuchar si no les miro. Es distinto trabajarcon un alumno que con un grupo. No sé cómo llamarles laatención, no tengo ojos para todos, y sólo me veo capaz de di-rigirme a cada uno, individualmente. Hago un esfuerzo paraque mi exposición en Lengua de Signos sea clara y atractiva. Aratos, me escuchan todos pero no estoy satisfecha. A veces,actúo imponiendo la atención como me enseñaron de pequeña.

No tengo más instrumentos para interesarles. No me gusta loque hago, necesito que alguien me aconseje. Pero, ¿a quiénacudo para que me enseñe cómo trabajar con estos chicos ychicas?

Es difícil pedir ayuda a alguien, cuando se me considera ca-paz de enseñar a alumnos sordos y cuando varias veces mi ta-rea docente ha sido elogiada. También he tenido que oír en

ocasiones que como soy una persona sorda desde pequeña y heestado en escuelas diferentes, la específica y la de «integra-ción», debería saber trabajar con los alumnos sordos. Es comosi la experiencia que te da ser sorda te obligara a saber todo lorelacionado con el mundo del sordo. A través de estos constan-tes comentarios y elogios, he ido alimentado mi autoestima,creyéndome capaz de todo. Pero, paradójicamente, al afrontar

a este grupo me siento incapaz.Continúo con mis clases como puedo, hasta que un día es-cucho a una logopeda, a través de la traducción de otra com-

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pañera, que comenta ante de un grupo de personas algo sobrela profesionalidad de un maestro de niños oyentes:

—Cuando he entrado a su clase me he quedado asombrada.Yo no sabría afrontar a un grupo numeroso de niños oyentescomo lo hace él. Es un gran profesional que consigue la aten-ción y la motivación de los niños para aprender. Teníais quever lo contentos que estaban sus alumnos.

El maestro aludido la interrumpe:—No siempre consigo motivarles. Hay niños que no me ha-

cen caso. El entrar tú con la cámara de vídeo era una novedadpara los chavales y querían comportarse bien para salir guaposen la tele.

Todos nos reímos. Este tipo de comentarios, me animanpara que hable con Ramiro. Él me dice que hasta ahora desco-nocía el planeta de los sordos. Después de hablar varias vecescon él, me parece una persona diferente de los demás compa-ñeros. Sí, es muy diferente, porque no tiene los prejuicios que

tienen otros sobre los sordos. No hace críticas punzantes comohacen otros compañeros cuando doy mis opiniones sobre laeducación escolar que hemos recibido. Si alguno de mis com-pañeros me pregunta algo, parece estar preparando el martillopara machacarme ante las repuestas que se me ocurren. Rami-ro no actúa así, se interesa, simplemente, en conocer mis opi-niones, me escucha de diferente manera y no me pone tantas

objeciones. Me anima a que diga lo que pienso, a manifestarmis opiniones, sin tener en cuenta si son verídicas, razonableso no. Por todo esto, es a él a quien confío mi desesperación, midificultad para desarrollar la tarea docente con el grupo deadolescentes sordos.

Con el tiempo he ido aprendiendo muchas cosas nuevas queme han permitido ampliar mi visión del mundo. Me siento

muy agradecida de haber conocido personas que me han per-mitido descubrir que yo soy un ser humano como cualquierotro, que no soy más de lo que soy, como llegué a pensar de mí

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misma. Y que ser maestra requiere un aprendizaje como cual-quier otra profesión. De esta manera me siento más libre.

El comentario de la logopeda sobre el maestro fue el puntode partida para descubrir que haber nacido y crecido comooyente no significa estar ya preparado o tener la habilidad dedar clases a los niños oyentes. Ser maestro requiere aprendizajey experiencia. Es decir, cualquier persona, por ejemplo, unainglesa, que haya nacido y crecido en Gran Bretaña, no quieredecir que esté preparada para impartir clases de inglés por estehecho. Sin embargo, esta persona estaría más dispuesta a esta-blecer una relación con los niños ingleses, así como a entender-los por su lengua y por su cultura, que otras que desconocen elinglés, siempre y cuando todas ellas hayan recibido la forma-ción pedagógica.

Yo sabía algunas cosas sobre el mundo del sordo porque crecí yvivo como persona sorda. Me he relacionado y me relaciono condiversas personas sordas, me he encontrado y me encuentro con

diversas actitudes de los oyentes en relación con mi persona. Perotodo eso no ha significado que sepa ser maestra, aunque me elo-gien. He necesitado aprender, a pesar de haber estudiado en launiversidad. Y he ido aprendiendo al consultar libros, comentán-dolos con Ramiro y con otras personas, asistiendo a conferen-cias... Y aún continúo aprendiendo. Por ejemplo, en el caso delgrupo de adolescentes, él me pregunta si ellos se sienten escucha-

dos. Le contesto que no me he fijado. Incluso le ruego que asista amis clases, aunque no sepa la Lengua de Signos. Si uno de los chi-cos quiere decir algo, les pide a los demás que le escuchen. Yoprocuro hablar poco y escuchar más para transmitirles el interéspor ser escuchado y, posteriormente, hacer surgir deseos de escu-char al otro. También yo aprendo a escuchar de otra manera.Quiero conocer cuáles son sus intereses como adolescentes. Busco

libros que traten sobre la adolescencia para que me ayuden a en-tender los problemas que surgen, comprenderles un poco más y,posteriormente, programar las actividades de otra manera.

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Años más tarde doy clases a un grupo de niños sordos deeducación infantil, de 3 a 5 años. Los niños tienen unos intere-ses y perciben una visión del mundo distinta a la de los adoles-centes. Ya soy capaz de manifestar a mis compañeros que es unmundo que desconozco, que necesito que me enseñen a traba-jar con los niños pequeños. Pido a los maestros de educacióninfantil que me ayuden y me expliquen su experiencia, es decir,cómo motivar a los niños pequeños, conocer un poco sus inte-reses, y esto me sirve de ayuda a la hora de programar las acti-vidades. Estoy contenta porque me siento más libre, más rela-jada trabajando y puedo transmitir mi tranquilidad, alegría yseguridad a los niños sordos.

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EPÍLOGO

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Crónicas telepáticas

Ahora quiero contar el cuento del Mundo al Revés.Había una vez un planeta en el que vivían unos seres huma-

nos similares a nosotros pero con la peculiaridad de que secomunicaban entre ellos en silencio, a través de la mente. Eran

seres Telepáticos, seres Normales. Existía otro grupo de perso-nas que no podían comunicarse entre sí y usaban la boca y eloído para poder intercambiar ideas, sentimientos, afectos, etc.Eran los Oyentes. Los Telepáticos consideraban discapacitadosa los Oyentes. Más aún, los consideraban semejantes a los ani-males porque utilizaban el mismo órgano para maullar, paraladrar, para mugir, para graznar...

Un día, al ponerse el sol, un Normal, llamado Marcos, en-tró en el bar de una ciudad perdida y pidió mentalmente alcamarero una infusión. De repente, oyó ruidos y se giró parabuscar de dónde provenían, pensando que sería un grupo deanimales que había entrado y, para su sorpresa, se dio cuentade que se trataba de un grupo de personas Oyentes y no deanimales. Marcos no había visto nunca a tantos Oyentes jun-

tos hablando con la boca. Pensó para sus adentros: «Tengocuriosidad por saber cómo actúan ellos.» Les observaba disi-muladamente y, al cabo de un rato, se dijo: «Se comportan

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como nosotros, con la única diferencia de que emiten ruidoscomo los animales. Quiero saber cómo son, pero ¿cómo mecomunicaré con ellos? Voy a observar cómo se comunican conel camarero.» El camarero se acercó al grupo de Oyentes yemitió unos ruidos.

«Parece ser que conoce un poco su manera de hablar —pen-só Marcos—. Tengo ganas de saber de qué hablan. Moviendosolamente las cuerdas vocales, la lengua y los labios no se po-drán expresar de muchas maneras. Quizás sean deficientes ensu humanidad. Le preguntaré al camarero.»

Mientras Marcos le preguntaba telepáticamente al camare-ro, un Oyente del grupo comentó a los otros:

—Este tío no para de observarnos.Ricky, un chico que tenía el pelo castaño y los ojos azules, le

tranquilizó:—Mira, está hablando con el camarero. Quizás le esté pre-

guntando quiénes somos.

Nerea, una chica rubia, de pelo rizado, intervino:—Sí, parece que muestra interés por nosotros. Pero, ¿tene-

mos que explicar siempre, a cada Telepático, cómo es nuestromundo?

Penélope, de ojos verdes, Telepática, e hija de padres Oyen-tes, le respondió:

—¿Qué os parece si la televisión informara de vuestra exis-

tencia, de vuestra lengua oral? De esta manera, los Telepáticosestarían informados y...

Thais, alta y delgada, la interrumpió:—Ya lo hemos intentado, pero varios padres de niños Oyen-

tes y algunos profesionales han puesto trabas para que se emitael programa televisivo.

—¿Por qué? —preguntó Penélope.

—¿No lo sabes? —dijo Thais, y añadió—: Los padres noquieren que sus hijos se comuniquen con sonidos y quieren quese esfuercen en comunicarse como ellos, a través de la mente.

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Dicen que pueden conseguirlo con mucha paciencia, mucho es-fuerzo y mucho tiempo. Es decir, que para ellos no deberíaexistir la lengua oral en el mundo.

 Jonás, el más joven del grupo, que estaba aprendiendo lalengua oral, se atrevió a decir:

—Sí. A mí me dijeron lo mismo.—¿Cómo te educaron? —le preguntó Penélope.

 Jonás, cuando hablaba se sentía inseguro porque no estabaacostumbrado a participar en una conversación de grupo.

—Me integraron con otros niños Telepáticos. —contestó. Jonás, se detuvo. Thais, que conocía la situación de las per-

sonas Oyentes integradas, porque a ella también le hicieron lomismo años atrás, le animó a seguir:

—¿Tú eras el único niño Oyente?—No. Había dos personas más pero eran de cursos diferen-

tes.—¿Te relacionabas con estas dos personas? —siguió ani-

mándole.—No, no nos dejaban usar el lenguaje oral. Una de las dos

personas era medio telepática. Parecía estar integrada. A mí medespreciaba —continuó Jonás.

—¿Por qué? —le preguntó Penélope.—No lo sé. A lo mejor era porque no conseguía comunicar-

me como los demás. Muchas veces me llamaban tonto.

—Sí, a nosotros también, cuando usábamos la voz los pro-fesionales se enfadaban y nos llamaban una y otra vez «ton-tos» y «burros». Y cuando te llamaban tonto, ¿tú qué hacías?—dijo Thais.

—Simulaba que les entendía. Así parecía que se quedabansatisfechos y evitaba que me llamaran, además, burro.

—¿Por qué no les decías que eras Oyente? ¿O es que prefe-

rías que te llamaran tonto?—No sé. Pienso que ser oyente es horrible. Es mejor ser ton-to que oyente...

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—¿Y cómo estás ahora?—Ahora vivo como si mi mente se ensanchara por tener

palabras para decir lo que pienso y lo que siento. Suerte que oshe encontrado y que sois Oyentes como yo.

De repente, Jonás vio cómo Marcos, el Telepático, se acer-caba al grupo.

—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ —dijo Marcos men-talmente.

Thais le interrumpió alzando la mano y preguntó a Penélo-pe:

—¿Qué dice este Telepático?Penélope se dirigió a Marcos mentalmente:—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ .Marcos pareció disculparse y dijo:—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ .

Penélope, antes de traducir, le contestó:—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ —y luego, di-

rigiéndose a su grupo les explicó: este señor se llama Marcos yquiere saber si vuestros ruidos se utilizan de la misma forma entodo el mundo, si son universales. También me ha preguntadosi yo soy Telepática y le he dicho que sí y que mis padres sonOyentes.

—Dile que nuestra manera de comunicarnos no se llamaruido, sino lenguaje oral, como ellos tienen el lenguaje telepáti-co —contestó Thais sonriendo.

—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ —se disculpóMarcos.

—Dice que le disculpemos su ignorancia. Que no deseaofender a nadie, sino conocer un poco más vuestro mundo

—interpretó Penélope.—Es normal que lo pregunte, lo hacen muchas personascuando ignoran algo. Bien, nuestra lengua no es universal.

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Existen diferentes lenguas en cada nación y hasta en una mis-ma región pueden existir varias lenguas, dependiendo de la es-cuela especial donde hayan estudiado los Oyentes —contestóThais.

—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ —intervino Marcos.

—Dice que tu lengua oral es maravillosa, que su sonido esagradable al oído. Antes no se había fijado en lo bonito queera hablar con voz porque para él todos los sonidos eran igua-les —le tradujo Penélope.

Mientras Marcos continuaba hablando telepáticamente, Jo-nás comentó en voz baja con Thais:

—Los profesionales me decían que emitir sonidos era horri-ble, no como dice este hombre. Me siento orgulloso de usar lalengua oral.

 Jonás, después de hablar con Thais, seguía escuchando aMarcos, a través de Penélope que interpretaba:

—...quiere saber cómo es posible que haya tantas lenguasorales que usen sólo la boca y pregunta si no sería preferibleque vuestra lengua oral fuera universal.

—La lengua oral tiene muchas posibilidades para expresar-se según el lugar, la cultura, etc. Para vosotros, todos los soni-dos se parecen porque vuestros oídos no se han acostumbrado.En los cursos de lengua oral se hacen unos ejercicios previos

que os pueden ayudar a discriminar poco a poco la diferenciasutil entre un sonido y otro —le contestó Thais pacientemente.

Thais se detuvo porque se dio cuenta de que Marcos queríaintervenir y le invitó a que hablara:

—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __ _ _ _ _ —comentó Marcos.

—Dice que se siente como un intruso, porque cree que esta-bais charlando entre vosotros y, de repente, él os ha interrum-pido —interpretó Penélope.

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Thais, mientras le dirigía una sonrisa a Marcos, le comentó:—No te preocupes, si deseas informarte con más detalle so-

bre nuestra lengua oral o sobre nuestra cultura puedes dirigirtea la Federación de Oyentes.

Marcos asintió y dijo:—_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __ _ _ _ _ .

—Dice que agradece mucho vuestro interés por las explica-ciones que le habéis dado y que le gustaría que le informára-mos sobre dónde puede aprender la lengua oral —continuótraduciendo Penélope.

Mientras Penélope traducía, Jonás llamó a Ricky para co-mentarle en privado:

—Este hombre es amable.—¿Creías que todos los Telepáticos eran desagradables?

—le preguntó Ricky.

—Sí. Pensaba que todos eran iguales.—Pues ya ves, no todos son iguales. Lo curioso es que las

personas que desconocen nuestro mundo suelen ser más agra-dables que los profesionales y los padres.

Thais, que oyó la respuesta de Ricky, intervino:—No opino lo mismo que tú. Hay de todo, como entre no-

sotros. No todos los profesionales ni todos los padres son igua-

les.Marcos se despidió de los Oyentes, pagó su consumición y

salió a la calle. Pensó para sí: «Hoy tengo el día libre, voy a ira la dirección que me han dado. No está lejos.» Llegó al lugarseñalado y se encontró perdido entre tantos Oyentes, con aque-lla lengua oral resonando en sus oídos, ya que no estaba acos-tumbrado al sonido. No supo a quién dirigirse y, por fin, se

atrevió a preguntarle a la primera persona que le sonrió. Ella leacompañó hacia el despacho donde se encontraban las admi-nistrativas Telepáticas y le dijo a una de ellas:

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—Creo que esta persona es Telepática y quiere preguntartealgo.

—¿Qué desea? —le preguntó la administrativa mentalmen-te.

—¡Ah! Eres telepática. ¡Qué bien! ¿Cómo se llama la chicaOyente que me ha acompañado?

—Se llama Mary.—¿Cómo se dice en lengua oral?—«Mary».—¿«Begi»? —balbuceó Marcos.La administrativa sonrió y repitió despacio: «Mmm-aaa-rrr-

yyy».—«Maaggggi» —dijo Marcos.—Bueno, más o menos, es así .—Gracias. Y tú ¿cómo te llamas?—Yo, Juana.—Vale, Juana. Quería informarme de los cursos de lengua

oral .—Espere un momento, que llamo a Mary, que es la respon-

sable.Mientras Juana fue a buscar a Mary, Marcos miró a su alre-

dedor e intentó adivinar quiénes eran los Telepáticos y quiéneseran los Oyentes: «Parece que todos son Oyentes —piensa—nadie utiliza el lenguaje telepático. ¡Ah! No. Allá hay dos Tele-

 páticos que usan mi lenguaje.» Intentó escucharles: «Pareceque se trata de una madre que tiene un hijo no Telepático.» Ysiguió prestando atención a lo que decía esta mujer:

—No sé qué hacer con mi hijo —explicaba la madre pre-ocupada—. He consultado a muchos especialistas en rehabili-tación telepática. Mi hijo ya es mayor y debería ser autónomo,valerse por sí mismo, tener amigos...

La intérprete Telepática le tradujo a una Oyente las pala-bras de la madre. Mientras la Oyente le preguntaba a la madreTelepática, la intérprete le iba traduciendo:

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—¿Su hijo oyente conoce la lengua oral?—No, no la conoce.—¿Quiere que la aprenda su hijo?—¿Es que sería necesario? —Sí.—Me han dicho que la lengua oral perjudicaría el aprendi-

zaje del lenguaje.—¿Y cómo está ahora su hijo?—No está bien.—Y, entonces, ¿qué desea?—Yo lo que quiero es que conozca a otras personas que

sean Oyentes como él para tener amigos y hacer vida social  —prosiguió la madre.

—Las personas como él utilizan la lengua oral para podercomunicarse, decidir por sí mismos y...

La atención que estaba prestando Marcos a la conversaciónquedó interrumpida porque Marcos sintió que alguien le toca-

ba en el hombro. Era Juana. Le dijo:—Le estaba llamando y no me escuchaba.—Es que como aquí hay mucho ruido, estaba esforzándome

 para escuchar la conversación telepática de estas dos personas,que me ha parecido muy interesante... —se disculpó Marcos.

Mary sonrió y le comentó oralmente, mientras Juana le tra-ducía:

—Juana me ha explicado que deseabas información sobrelos cursos de lengua oral, ¿es así?

—Así es.—Bien, hay varios niveles. Cada nivel se estudia en un año

escolar.—¿Se precisan varios años para aprender la lengua oral? 

—le interrumpió Marcos.

—Sí, ¿por qué? —le contestó Mary.—Pensaba que la lengua oral era fácil y se podría aprenderen poco tiempo. Ahora recuerdo que me contaron en el bar

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que la lengua oral tiene muchas posibilidades para expresar-se... Me gustaría aprenderla.

Marcos había acudido ya a algunas sesiones de Lengua Oral.Estaba un poco perplejo porque cada vez que el profesor se diri-gía a los alumnos para saludarles, lo hacía de diversas maneras:«¡Hola!», «Buenos días a todos», «¿Qué tal?», «¿Qué tal es-táis?», «¿Cómo estáis?», «¿Todo va bien?», «¿Qué hay?». AMarcos le costaba asimilar todas las maneras de saludar y seatrevió a preguntar escribiendo en un papel: «¿Por qué no existeuna sola manera de saludar? ¿Cuál es la manera más correcta?»El profesor Oyente le comentó que el próximo día, con la ayudadel intérprete, lo explicaría, porque los alumnos todavía no co-nocían suficientemente la Lengua Oral...

Llegado el día, el profesor Oyente acudió a la clase acompa-ñado de un intérprete. Después de saludar en lengua oral, ex-plicó:

—Aprovecho la presencia del intérprete para poder contes-

tar a vuestras preguntas. El otro día, un alumno se interesabapor el motivo de las diversas formas de saludar y decía que es-taba perplejo. Bien, la historia de la prohibición del uso de lalengua oral durante más de cien años ha generado lenguas ora-les distintas según la escuela especial donde hayan estudiadolos Oyentes. A ver si me explico: a pesar de la prohibición deluso de la lengua oral durante las clases, entre los Oyentes la

hablaban durante el recreo, los que sabían usar la lengua oral,por ser hijos de padres también Oyentes, enseñaban a los máspequeños y a los nuevos alumnos, por lo que la lengua oral seaprendía y se usaba entre los alumnos y no a través de los pro-fesores. Y eso fomentaba que en cada escuela especial de Oyen-tes se usara una lengua oral algo distinta. Por ejemplo, en unaescuela se acostumbra a saludar de la siguiente manera: «Bue-

nos días» o «¿Cómo estás?» En la otra, suelen saludar de estaotra forma: «Hola ¿qué tal?» Y en la tercera: «¿Todo va bien?»Cuando los niños Oyentes se hacen adultos y acuden a las aso-

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ciaciones para Oyentes descubren que hay diversas maneras desaludar y no tienen problemas para asimilar lo nuevo, porqueestán deseosos de ampliar sus conocimientos. Bien, a la horade enseñar nos encontramos con estas diversidades. Discuti-mos entre nosotros sobre cuál es la mejor manera de enseñar yacordamos que ninguna escuela es mejor que otra, por lo quedecidimos enseñar a los Telepáticos interesados todas las for-mas existentes de saludar como formas de respeto y de trans-misión de nuestra cultura.

Un alumno levantó la mano y le preguntó telepáticamente,con la traducción del intérprete:

—Podrían enseñar la gramática de vuestra lengua en las es-cuelas especiales y así todos aprenderían de la misma manera.

El profesor asintió y le explicó:—Eso sería posible si la administración pública reconociera

nuestra existencia y nuestra lengua. Quiero decir que actual-mente no existe un instituto de estudios lingüísticos de la len-

gua oral que nos permita estudiar nuestra lengua, investigarla,analizarla y escribirla. Con esta lengua se podría enseñar en lasescuelas que acepten el uso de la lengua oral en la educación delos Oyentes. Pero lo cierto es que no existe y ¿qué podemoshacer? ¿Esperar que se reconozca primero la lengua oral y secree el Instituto de Estudios Lingüísticos de la Lengua Oral an-tes de enseñar la lengua a los Telepáticos interesados?

—No, no. Podemos conseguir aprender vuestra lengua ycon ella comunicarnos sin problemas porque, sin darnos cuen-ta, ampliamos el conocimiento y la visión del mundo, al utili-zar diversos canales de comunicación —añadió el alumno.

—Nos encantaría que se creara este instituto, porque facili-taría nuestra profesión, ya que los profesores estamos constan-temente en tensión, en un mar de dudas, de discusiones entre

nosotros.—¿Por qué no lucháis para que vuestra lengua sea reconoci-da?

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—Ya lo hacemos. Pero necesitamos más personas que nosapoyen.

—Yo te apoyo —dijo un alumno Telepático.—Y yo también —añadió otro.—Y yo —aclamaron los demás.El profesor, emocionado, les agradeció su apoyo y comentó:—Necesitamos personas que nos animen como vosotros,

porque existen algunos profesionales y padres que no conside-ran la lengua oral como una lengua. Dicen que los hijos Oyen-tes pueden comunicarse telepáticamente con esfuerzo y pacien-cia. Y dicen que si utilizan la lengua oral no se esforzarán enhablar telepáticamente. No se preocupan de que adquieran co-nocimientos sólidos, de tener su propia personalidad y una au-toestima suficiente. La única obsesión de algunos padres es quesus hijos hablen como ellos.

Este cuento, a modo de conclusión, quiere mostrar mi percep-ción de cómo se vive desde mi lugar de persona Sorda entreuna mayoría de Oyentes.

Tenemos que disfrutar con nuestra Lengua de Signos yluchar por ella, para que no nos la quiten, ni nos marginen,ni nos anulen. Me gustaría que tú, lector, que me has acom-pañado hasta aquí, consideres esta lengua como un patri-

monio de la humanidad de la misma forma que todas éstasotras:

aeta, aimara, alemán, algarabía, aljamía, árabe, arameo, arauca-

no, asirio, azteca, bable, bengalí, bisayo, bohemio, borgoñón,

bretón, búlgaro, caldeo, caribe, castellano, catalán, celta, chaima,

checo, chibcha, chino, cimbro, coa, comanche, copto, croata, cu-

managoto, danés [dinamarqués], dórico, egipcio, eólico, escocés,

eslavo, español, esperanto, estonio, etrusco, éuscaro [éusquero],finés [finlandés], flamenco, francés, frisón, gabacho, gaelico, ga-

lés, gallego, galo, germano, gótico, grecolatino, griego, guaraní,

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guipuzcoano, haitiano, hebreo, holandés, húngaro, igorrote, in-

glés, irlandés, iroqués, islandés, italiano, japonés, javanés, jónico,

ladino, languedociano, lapón, latín, latiniparla, latino, lemosín,

lengua de oc, lengua de oil, leonés, letón, lituano, lunfardo, ma-

giar, malabar, malayo, mallorquín, mandarín, mejicano, náguatl

[náhuatl], neerlandés, noruego, osco, pali, panocho, papiamento,

parsi, pelvi, persa, polaco, portugués, prácrito, provenzal, que-

chua, quiché, quichua, rético, retorromano, romaico, romance,

romanche, romano, rumano, ruso, ruteno, sabino, sánscrito, sar-

do, servio, siamés, sirio, sueco, tagalo, taino, tamanaco, teutóni-

co, tibetano, tolteca, toscano, tupi, turanio, turco, ucranio, ugro-

finés, válaco, valenciano, valón, vasco, vascuence, védico, vizcaíno,

volapuk, yiddish, yucateco, zendo...

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Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9A modo de introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

CUANDO ERA PEQUEÑA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Érase una vez... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17En el patio  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22¿Mentir o decir la verdad?  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26El %  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30De museos  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36Aludes de ideas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41El placer de leer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

El paraíso  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56Un sueño con historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60¿Todo sigue igual? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

EL OTRO MUNDO  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69La voz y la mirada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71Vislumbrando una realidad diferente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

Sin vista y con tacto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82El destino con regalo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

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