Heilbroner Robert L y Doctrina de losgrandes Economistas · 2010-08-23 · Heilbroner Robert L Vida...

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pnmero ae lOS grandes economIstas: con Adam Smith. Pero nos es imposible. Adam Smith vivió en tiempos de la Revolución de lo~ Estados Unidos, y es indispensable que demos alguna explicación acerca del hecho conturbador de que hubiesen transcurrido seis mil años de historia documentada, sin que en todo ese tiempo sur- giese en escena un solo filósofo de lo material y mundano. He ahí un hecho sorprendente: el hombre venia luchando con los pro- blemas económicos desde mucho antes del tiempo de los faraones, y en el transcurso de todos esos siglos había producido veintenas de filósofos, de científicos, de pensadores políticos, de historiadores, así como había producido también artistils por gruesas y estadistas por centenares de docenas. ¿Cómo, pues, no había producido econo- mistas? Necesitaremos dedicar un capítulo a ponerlo eso en claro. Has- ta que no hayamos investigado a fondo en la naturaleza de un mundo anterior, que abarca un tiempo mucho más extenso que el nuestro-de un mundo en el que un economista habría sido no solo innecesario, sino imposible-, no podremos instalar el esce- nario en que los grandes economistas han de ocupar sus puestos. Nuestra mayor preocupación es el puñado de hombres que vivió en los dos últimos siglos; pero nos es indispensable conocer antes el mundo que precedió a su entrada en acción, y ver cómo aquel mundo anterior dio a luz a este otro mundo moderno-elmundo de los economistas-, en medio de toda la sangre y las angustias que cada una de las revoluciones ha conocido. Heilbroner Robert L Vida y Doctrina de los grandes Economistas Editorial Aguilar pp 9-33 II LA REVOLUCION ECONOMICA Desde que el hombre bajó de las ramas de los árboles, encaró el problema de la supervivencia, no como individuo, sino como miembro de un grupo social. El hecho de que continúe existien- do es testimonio de que ha logrado resolver ese problema; pero el hecho de que hasta en las naciones más ricas sigan existiendo nece- sidades y miserias, constituye una prueba palpable de que su solu- ción ha sido, en el mejor de los casos, solo parcial. Sin embargo, no hay que censurar con demasiada severidad al hombre porque haya fracasado en su intento de crear un paraíso en la tierra. Es tarea difícil la de arrancar lo necesario para la vida de la superficie de nuestro planeta. La imaginación queda des- lumbrada y atónita representándose los infinitos esfuerzos que han sido necesarios para domesticar a los animales, para descubrir la siembra de semillas, para las primeras transformaciones de los mine- rales encontrados a flor de tierra. La simple perpetuación de la especie humana se debe a que el hombre es un ser que coopera socialmente. Pero el hecho mismo de que tenga que depender de sus seme- jantes, ha convertido en cosa extraordinariamente difícil el problema de la supervivencia del hombre. El hombre no está dotado, como la hormiga, de un conjunto innato de instintos sociales apropiados. Es, por el contrario, y por encima de todo, un ser de caprichos pro- pios de fuego fatuo, de impulsos imprevisibles, de egoísmos. Vive tironeado entre su necesidad de gregarismo y las acometidas de su propia voracidad egoísta. 9

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pnmero ae lOS grandes economIstas: con Adam Smith. Pero nos esimposible. Adam Smith vivió en tiempos de la Revolución de lo~Estados Unidos, y es indispensable que demos alguna explicaciónacerca del hecho conturbador de que hubiesen transcurrido seismil años de historia documentada, sin que en todo ese tiempo sur-giese en escena un solo filósofo de lo material y mundano. Heahí un hecho sorprendente: el hombre venia luchando con los pro-blemas económicos desde mucho antes del tiempo de los faraones, yen el transcurso de todos esos siglos había producido veintenas defilósofos, de científicos, de pensadores políticos, de historiadores, asícomo había producido también artistils por gruesas y estadistas porcentenares de docenas. ¿Cómo, pues, no había producido econo-mistas?

Necesitaremos dedicar un capítulo a ponerlo eso en claro. Has-ta que no hayamos investigado a fondo en la naturaleza de unmundo anterior, que abarca un tiempo mucho más extenso queel nuestro-de un mundo en el que un economista habría sidono solo innecesario, sino imposible-, no podremos instalar el esce-nario en que los grandes economistas han de ocupar sus puestos.Nuestra mayor preocupación es el puñado de hombres que vivióen los dos últimos siglos; pero nos es indispensable conocer antesel mundo que precedió a su entrada en acción, y ver cómo aquelmundo anterior dio a luz a este otro mundo moderno-elmundode los economistas-, en medio de toda la sangre y las angustiasque cada una de las revoluciones ha conocido.

Heilbroner Robert LVida y Doctrina de los grandes EconomistasEditorial Aguilarpp 9-33

II

LA REVOLUCION ECONOMICA

Desde que el hombre bajó de las ramas de los árboles, encaróel problema de la supervivencia, no como individuo, sino comomiembro de un grupo social. El hecho de que continúe existien-do es testimonio de que ha logrado resolver ese problema; pero elhecho de que hasta en las naciones más ricas sigan existiendo nece-sidades y miserias, constituye una prueba palpable de que su solu-ción ha sido, en el mejor de los casos, solo parcial.

Sin embargo, no hay que censurar con demasiada severidad alhombre porque haya fracasado en su intento de crear un paraísoen la tierra. Es tarea difícil la de arrancar lo necesario para lavida de la superficie de nuestro planeta. La imaginación queda des-lumbrada y atónita representándose los infinitos esfuerzos que hansido necesarios para domesticar a los animales, para descubrir lasiembra de semillas, para las primeras transformaciones de los mine-rales encontrados a flor de tierra. La simple perpetuación de laespecie humana se debe a que el hombre es un ser que cooperasocialmente.

Pero el hecho mismo de que tenga que depender de sus seme-jantes, ha convertido en cosa extraordinariamente difícil el problemade la supervivencia del hombre. El hombre no está dotado, como lahormiga, de un conjunto innato de instintos sociales apropiados. Es,por el contrario, y por encima de todo, un ser de caprichos pro-pios de fuego fatuo, de impulsos imprevisibles, de egoísmos. Vivetironeado entre su necesidad de gregarismo y las acometidas de supropia voracidad egoísta.

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y el gregarismo se ve compensada por el ambiente y las condicio-nes de vida; cuando el espectro del hambre se encara todos losdías con la comunidad~cual ocurre con los esquimales y con lastribus cazadoras del Africa-, la simple necesidad de supervivenciaapremia a la sociedad a realizar cooperativamente sus tareas coti-dianas. Por el contrario, en una sociedad adelantada falta esa pre-sión del medio ambiente. En una sociedad en que la mitad o másde la población no toca jamás la tierra de labor, no entra en lasminas, ni cuida del ganado, ni construye con sus propias manos,la perpetuación del animal humano constituye una extraordinariahazaña social.

Tan extraordinaria es esa hazaña, que la existencia de la so-ciedad está pendiente de un cabello. La comunidad moderna se hallaa merced de mil peligros. Bastará que los campesinos no siembrenlo suficiente; que a los ferroviarios se les meta en la cabeza laidea de hacerse contadores, o que los contadores decidan hacerseferroviarios; bastará que escaseen los que se ofrecen para trabajaren las minas, en los altos hornos, o los que estudien ingeniería;en suma, bastará que deje de realizarse una de las mil tareas que sehallan ligadas entre sí por una mutua interdependencia, para quela vida industrial quede irremediablemente desorganizada. La co-munidad social se enfrenta todos los días con la posibilidad de underrumbe, que puede ser desencadenado, no por las fuerzas de lanaturaleza, sino por pura y simple imposibilidad de predecir lo quevan a hacer los hombres.

A lo largo de los siglos, solo tres maneras ha encontrado elhombre de precaverse contra semejante calamidad.

Ha asegurado su propia perpetuación organizando su sociedaden torno a la tradición, transmitiéndose de generación en genera-ción, de acuerdo con la costumbre y el uso, los distintos oficios yactividades necesarias: el hijo aprende del padre y transmite a suvez, conservándose de ese modo un conjunto de conocimientos ynormas. Adam Smith nos dice que en el antiguo Egipto ((un prin-cipio religioso ligaba a todo hombre a seguir el oficio de su padre,dándose por supuesto que cometería el más horrible de los sacri-legios si lo cambiaba por otro». De igual manera, y hasta hacepoco tiempo, en la India, determinados oficios se hallaban vincula-dos a una casta; y lo cierto es que en una gran parte del mundo no

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tiene ya señalado previamente.También suele proceder la sociedad de un modo distinto. Re-

curre al látigo de uná autoridad central que cuida de que seanrealizadas las tareas necesarias. Las pir:ímides del antiguo Egiptono fueron construidas porque algún contratista emprendedor sehubiese empeñado en levantarlas, ni los Planes Quinquena1es dela Unión Soviética se han realizado porque estaban de acuerdocon una determinada costumbre transmitida de una generación aotra, o porque respondiesen a un interés individual. Tanto Rusiacomo Egipto son sociedades autoritarias-política aparte-; han ase-gurado su supervivencia económica mediante el decreto de una ~uto-ridad y por los castigos que esa autoridad suprema cree convemente,imponer.

Durante incontables siglos li\ humanidad resolvió este proble-ma de la supervivencia recurriendo a uno u otro de esos sistemas.Mientras el problema de la supervivencia fue resolviéndose me-.diante la tradición o por medio de un mandato imperativo, losproblemas económicos no pudieron dar lugar a la creación ?e.ese' campo de estudios que se llama Economía. Aunque las SOC1e-.dades que vemos en la historia han dado muestras de la variedadmás asombrosa, aunque han exaltado a reyes y a comisarios, yhan empleado como dinero el bacalao seco y piedras inmobles,.aunque han distribuido sus riquezas siguiendo un sencillo sistemacomunista o de acuerdo con rituales complicadísimos, lo cierto,es que mientras se rigieron por la tradición o por un mandatono tuvieron necesidad de economistas que les explJcasen su alcan-ce. Necesitaron técnicos, estadistas, filósofos, historiadores, soció-lagos; pero, por muy extraño que parezca, no necesitaron econo-

mistas.La Economía esperaba que se inventase una tercera solución

al problema de la supervivencia. Esperaba el desarrollo ~c unjuego asombroso en el que la sociedad se as.egl~r~se su propJ~. su-pervivencia permitiendo a cada uno de sus Jndmduos que hlc~eralo que él creía más conveniente, a condición de que se atUVIesea una regla y norma central. A ese juego se le llamó ((el sistemade mercado», y la regla normativa era engañosamente sencilla:<:ada cual actuará de acuerdo con lo que es para él más ventajosomonetariamente. En este sistema es el señuelo de la ganancia, no el..

impulso de la tradición o el látigo de la autoridad, lo que encaminaa cada cual hacia su actividad. Pero, aunque cada cual goza 1:lelibertad para encaminarse hacia donde le lleva su olfato adquisi-tivo, la acción recíproca de unos hombres sobre otros trae comoconsecuencia que se realicen las tareas necesarias para la sa-ciedad.

Esta solución paradójica, sutil y difícil del problema de la su-pervivencia es la que dio lugar a que surgiesen los economistas.A diferencia del concepto sencillo de la costumbre y del mandato,no resultaba evidente, en modo alguno, que pudiese subsistir unasociedad en la que cada hombre mirase exclusivamente a su aa-b

nancia inmediata. No aparecía claro, en modo alguno, que, pres-cindiendo de la tradición y del mandato, se cumpliesen todas lastareas sociales, lo mismo las gratas que las ingratas. ¿Adóndeiría a parar la sociedad cuando no obedeciese a los mandatos deun hombre?

Fueron los economistas quienes se propusieron hallar la ex-plicación a semejante acertijo. Pero hasta que la idea del sistemade mercado no hubo ganado la aceptación general, no existía enig-ma alguno que explicar. Y hasta hace solo muy pocos siglos notuvieron los hombres la seguridad de que ese sistema de mercadono debiese ser visto con recelo, repugnancia y desconfianza. El'mundo se había venido desenvolviendo a lo largo de los siglospor la cómoda senda de la tradición y de la autoridad; fue pre-cisa casi una revolución para que abandonase aquella seguridady adoptase esta otra norma, dudosa y enmarañada, del sistemade mercado.

Fue, desde el punto de vista de la conformación de la so-d.edad moderna, la revolución más importante que jamás ha te-mdo lugar; fundamentalmente fue una revolución más perturba-dora, y con mucho, que la francesa, la norteamericana e inclusoque la rusa. Si queremos apreciar su magnitud, si queremos com-prender el. empuje violento que dio a la sociedad, será preciso quenos sumefJamos en aquel mundo primitivo y hace tiempo olvidadodel que, en última instancia, surgió nuestra sociedad. Solo enton-ces comprende.remos la razón de que los economistas tuvieran queesperar tanto tlempo.

Hagamos el primer alto: Francia, año 1305.Es una feria 10 que visitamos. Los mercaderes ambulantes han:

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llegado esta misma mañana con su escolta armada, han. montadosus tiendas de alegres franjas y están realizando transaCClOnes conla población de 1; localidad. Hay a la venta .mercancí~s exóticasde una gran variedad: ;:;edas y tafetanes, especJas y p;:n1Jn1;;s, cue-ros y pieles. Algunas mercancías han sido traídas desde Leva.nte,otras desde Escandinavia y otras de unos pocos centenares de mIllasde distancia. Los nobles y las damas de la ciudad concurren a lospuestos de venta, ansiando liberarse del ab~rrimicnto de sus vidasmonótonas, pesadas y aisladas; al mismo tlempo que compr~n r~-ras mercancías de países árabes, aprenden con verdadero ll1terespalabras nuevas de aquellas tierras increíblemente lejanas: diván,jarabe, alcachofas, espinacas, jarro, tarifas, etc.

Pero en el interior de las tiendas nos encontramos con un sor-prendente espectáculo. Los libros comerciales, abiertos encima del~ mesa, son poco más que cuadernos en los que se anotan lastransacciones; un ejemplo sacado de la anotación hecha por unmercader dice así: ((Desde la Pascua de Pentecostés me debe unhombre diez gulden. He olvidado su nombre.» Los cálculos se ha-cen, por lo general, en números romanos y las sumas están confrecuencia equivocadas; las divisiones largas son miradas como cosamisteriosa y no se comprende con claridad el uso del cero. A pesarde lo llamativo de los géneros exhibidos y de la animación de lasgentes, la feria no pasa de ser un pequeño acontecimi~nto. Conla totalidad de las mercancías que se introducen en Francla duranteun año, a través del paso de San Gotardo (por el primer puentecolgante que se conoce), no se llegaría a llenar un tren modernode carga; con la totalidad de las mercancías transportadas por todala flota veneciana no se llenaría un barco de carga moderno de

acero.Segundo alto: Alemania, año 1550 y tantos ..Andreas Ryff, mercader barbudo y envuelto en pleles, reg:esa

a su casa de Baden; ha visitado una treintena de mercados y Vlcneescocido de la silla de montar. Cada seis millas de camino, máso menos, tiene que detenerse para pagar un impuesto de peaje;entre Basi1ea y Colonia ha pagado treinta y una tasas.

No acaban ahí las cosas. Cada comunidad que visita tiene sumoneda propia, sus propias leyes y reglamentos, sus propias auto-ridades y orden social. Tan solo en la región qu~ circunda \l Ba?e.nrigen 112 medidas de longitud distintas, 92 medldas de superÍlCle

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Todo ello es falso, falso, falso, vocifera el sacerdote; buscar la~q.ueza por amor a la riqueza en sí, es caer en el pecado de ava-nCla.

Volvamos a Inglaterra y Francia.Una gran organización de mercaderes, denominada The Mer-

chan! Adventures Company, ha redactado, en Inglaterra, el regla-mento por el que habrá de regirse; hay en el articulado normasque deberán seguir los mercaderes que integran la compañía: «N"odeberán emplear un lenguaje indecoroso, no se suscitarán riñas entrelos asociados, no se jugará a los naipes,. estará prohibido tener perrosde caza. Ninguno de los mercaderes llevará por las calles bultos

.•diferentes, 65 medidas de áridos, 163 de cereales y 123 de líqui-dos, 63 medidas especiales para bebidas alcohólicas y 80 libras conpeso distinto.

Seguimos avanzando: estamos en Bastan, año 1644.Se está celebrando la vista de un proceso: cierto Robert Keane,

«viejo profesor del evangelio, hombre de eminentes cualidades, ricoy con solo un hijo, y que había venido al país por motivos deconciencia y para propagar el evangelioD, es acusado de un crimenhorrendo: ha realizado transacciones ganando más de seis peni-ques por chelin, lo que está considerado' como un abuso. El tribunaldiscute si ha de excomulgarlo por su pecado, pero, finalmente, ha-bida cuenta de su intachable pasado, se ablanda y se limita a impo-nerle una multa de doscientas libras. El pobre señor Keane se sientetan conmovido, que, ante los dignatarios de su Iglesia, «confiesa,con lágrimas en los ojos, que tiene un corazón avaro y corrompido».El ministro evangélico de Boston no puede resistirse a aprovecharla magnífica oportunidad que le brinda aquel caso vivo de unpecador descarriado, y toma el ejemplo de la avaricia de Keanepara fulminar, en su sermón domil1lcal, contra ciertos falsos prin-cipios comerciales. He aquí algunos:

d. Que una persona pueda vender todo lo más caro que lesea posible, y comprar lo más barato que tenga ocasión.

»11. Que un hombre que ha perdido géneros en un accidentemarítimo, etc., pueda elevar el precio de los que aún le quedan.

DIl1. Que pueda vender teniendo en cuenta el precip a quecompró, aun cuando hubiera pagado mucho más de lo que valíanlos artículos ... D

Quizá nos parezca cosa extraña la afirmación de que la ideade la ganancia es relativamente moderna; se nos ha enseñado acreer que el hombre es esencialmente un ser adquisitivo, y que,abandonado a sí mismo, se conduciría a la manera de cualquiernegociante respetable. Se nos viene diciendo constantemente que elmóvil del beneficio es tan viejo como el hombre.

Nada más lejos de la verdad. La idea de la ganancia por amora la ganancia en sí, no solo es ajena a una gran parte de la po-blación de nuestro mundo contemporáneo, sino que se ha hechonotar por su ausencia en el transcurso de la mayor parte de lahistoria de que tenemos constancia. Sir William Petty, desconcer-tante personaje del siglo XVII (que fue durante su vida mozo decámara, buhonero, vendedor de tejidos, médico, profesor de mú-

• sica y fundador de una escuela llamada ({Aritmética Política))), afir-maba que «cuando los salarios son elevados, apenas si se puede

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desagradables a la vista.» Parece, desde luego, una extraña firmacomercial, y suena más bien a logia fra terna!.

En Francia la industria de tejidos ha dado pruebas en los úl-timos tiempos de un exceso de iniciativa y Colbert ha promulgado,el año 1666, un reglamento para acabar con tendencia tan peli-grosa y divisoria. De entonces a acá, los tejidos de Dijon y deSelangey deberán tener 1.408 hilos, incluyendo los orillas, ni unomás ni uno menos. En Auxerre, Avalon y otras dos ciudades ma-nufactureras, el número de hilos será de 1.376; en CotiUon, 1.216.Cualquier pieza de tejido defectuosa será expuesta en la picota.Si las piezas de una fábrica son encontradas defectuosas tres veces,será el propio mercader quien subirá a la picota.

Hay algo de común en todos estos fragmentos de unos mundosque pertenecen al pasado: Primero, no ha echado raíces, todavía,la idea de que sea decoroso un sistema organizado sobre la basede la ganancia personal (y mucho menos, de que ese sistema seanecesario). Segundo, no se ha desprendido todavía de su contex-tura social un mundo económico separado y contenido en sí mis-mo. El mundo de los negocios prácticos se halla inextricablementemezclado con el mundo de la vida política, social y religiosa. Has-ta que esos dos mundos se separen no existirá nada que se parezcaal ritmo y al sentimiento de la vida moderna. Y para que se realiceesa separación serán precisas luchas enconadas.

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conseguir mano de obra, porque quienes trabajan solo para comer,o más bien, para beber, son gente por demás licenciosa». Y sirWilliam, al hablar de ese modo, no se limitaba a proclamar pre-juicios burgueses de su tiempo. Dejaba constancia de una realidadque puede observarse todavía entre los pueblos no industrializadosdel mundo: que una fuerza trabajadora, en bruto, desacostumbra-da del trabajo a jornal, que se siente incómoda con la vida de lafábrica, y a la que no le ha sido inculcada la idea de un nivel devida cada vez más elevado, no trabajará con mayor ahínco porquese le hayan subido los jornales; al contrario, se tomará mayoresdescansos. La idea de la ganancia, el concepto de que todo hombrepuede y, más aún, debe esforzarse constantemente por mejorar susbienes de fortuna, es completamente ajena a las capas bajas y me-dianas de las civilizaciones egipcia, griega, romana y medieval, ysolo fue propagándose en las épocas del Renacimiento y de la Re-forma, y estuvo en gran parte ausente en la mayoría de las civiliza-ciones orientales. Es un invento tan moderno como la imprenta.

La idea de la ganancia no solo está lejos de ser tan universalcomo a veces nos imaginamos, sino que la aprobación social dela ganancia es una secuela todavía más moderna y más restrin-gida. En los tiempos medievales, la Iglesia enseñaba que ((ningúncristiano debe ser mercader)), y detrás de esa sentencia terminantese ocultaba el pensamiento de que los mercaderes constituían unfermento perturbador de la levadura de la sociedad. En los tiem-pos de Shakcspcare, el objetivo que el ciudadano corriente, mejordicho, que todos los ciudadanos-salvo la nobleza-se proponían enla vida, era el de mantener su situación social, y no el de mejo-rarla. La doctrina de que la ganancia pudiera constituir una fina-lidad tolerable-e incluso útil~en la vida, les habría parecido a losantepasados de los norteamericanos, los (Peregrinos», una doctrinapoco menos que diabólica.

Como es natural, siempre existió la riqueza; y el afán de lucroes, cuando menos, tan antiguo como las narraciones bíblicas. Peroexiste una diferencia inmensa entre la envidia, inspirada por lariqueza de unos pocos personajes poderosos, y el forcejeo generalpor la conquista de riqueza, difundido. entre toda la sociedad. Mer-caderes aventureros han existido desde los tiempos de los navegan-tes fenicios, y se nos aparecen a lo largo de toda la historia, bajola forma de los especuladores de Roma, de los venecianos comer-

ciantes, de la Liga Hanseática, y de los grandes descubridores espa-fioles y portugueses que buscaban la ruta de las Indias, a la parque el hacerse ricos. Pero las aventuras de unos pocos son cosamuy distinta de toda una sociedad movida por el espíritu de aven-tura.

; Tomemos como ejemplo a la fabulosa familia de los Fuggers(los: Fúcares), grandes banqueros del siglo XVI. En el pináculo desu' fortuna, los Fuggers eran propietarios de minas de oro y deplata, poseían concesiones comerciales y tuvieron incluso derechoa acuñar su propia moneda; su crédito era muy superior al de lariqueza de los reyes y emperadores, cuyas guerras (y cuyos gastospalaciegos) financiaban ellos. Pero cuando falleció el viejo AntonFugger, su sobrino mayor, Hans Jacob, rehusó hacerse cargo deaquel imperio bancario. alegando que los negocios de la ciudady sus propios asuntos le daban ya demasiados quebraderos de ca-beza; Jorge, hermano de Hans Jacob, dijo que prefería vivir enpaz; un tercer sobrino, Christopher, se desentendió también. Porlo visto, ninguno de los herederos en p<JtenciJ de aquel imperiode riqueza juzgó que este merecía que ellos se tomasen algunamolestia.

Aparte de los reyes (de los reyes solventes) y de unas cuantasfamilias como la de los Fuggers, los primitivos capitalistas no eranlas columnas de la sociedad, sino los desarraigados y los parias.Aquí y allí surgía un mozo emprendedor como S1.Godric de Finchale,que inciaba su vida de limpíaplayas, reunía mercaderías suficien-tes, recogidas entre los restos de las naves náufragas, para poderconvertirse en comerciante; ahorraba dinero y conseguía finalmentecomprarse un barco para comerciar entre dos puntos tan distantescemo Escocia y Flandes. Pero esa clase de hombres eran raros.Mientras se sobrepuso a todas las demás la idea de que la vidadeÍ 'hombre sobre la tierra no era sino un preámbulo de pruebapara la vida eterna, no hubo estímulo para el espíritu de los nego-cios, ni este pudo encontrar estímulo espontáneo. Los reyes nece-sitaban un tesoro, y para conseguirlo guerreaban; la nobleza queríatierras, y como ningún noble que se respetara a sí mismo vendíade buen grado sus posesiones ancestraJes, la consecuencia eran lasguerras de conquista. Pero eran muchísimos-siervos, artesanos dealdea y basta maestros de los gremios manufactureros-los que de-

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18 VIDA Y DOCTRINA DE LOS GRANDES ECON~ISTAS n.-LA REVOLUCION ECONOMICA 19

seaban que se les dejase vivir como habían vivido sus padres y como,en su día, iban a vivir a la vez sus hijos.

La ausencia de la idea de ganancia-más aún, el auténtico vili-pendio en que esa idea era tenida por la Iglesia-establece, unadiferencia enorme entre el extraño mundo de los siglos X al XVI

y el mundo que, uno o dos siglos antes de Adam Smith, empezó aparecerse al nuestro. Pero existe una diferencia que es todavía másfundamental. La idea de «crearse un medio de vidaD aún no habíahecho su aparición. La vida económica y la vida social eran unasola y misma cosa. El trabajo no era todavía un medio para con-seguir un fin ... , un fin que es el dinero y las cosas que con eldinero se compran. Era el trabajo un fin en sí mismo, que abardlba,como es natural, el dinero y las cosas necesarias ° útiles; pero alque uno se consagraba porque constituía parte de una tradicióny una forma natural de vivir. En una palabra, aún estaba por rea-lizarse el gran descubrimiento social: «el mercado».

La existencia de los mercados se remonta hasta los oríaenesb

mismos de la historia. Las tablillas de Te11 el Amarna nos revelanque existía una corriente comercial muy animada entre los fa-raones y los reyes de Levante; allá por el año 1400 a. de c.: se in-tercambiaban esclavos y caballos por oro y carros de guerra. Laidea del trueque-lo mismo que la de ganancia-debe de ser casi tanantigua como el hombre, pero no debemos caer en el error de creerque el mundo entero está poseído de la propensión al trueque quepueda experimentar un muchacho norteamericano del siglo xx. Cuén-tase, a modo de ejemplo curioso, que a los maorís de Nueva Zelan-d:'l no se les puede preguntar qué cantidad de aliment'J,) vale unanzuelo para pescar bonito, porque esa pregunta les parecería unaridiculez, ya que nunca se hacen trueques de esa clase. Sin embargo,y como contra prueba, resulta perfectamente legítimo en algunos pue-blos africanos el preguntar cuántos bueyes vale una mujer; truequeeste último que resulta para nosotros tan incongruente como paralos maorís el de cambiar alimentos por anzuelos de pesca (aun-que quizá la delicada costumbre nuestra de dar dote a las hijasreduzca bastante la distancia que nos separa en ese punto de lossalvajes).

Pero los mercados, 10 mismo si están destinados a Ilevar a cabolos trueques entre tribus primitivas-que dejan caer al suelo, como

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por descuido, los objetos que quieren cambiar-que si se trata delas bulliciosas ferias de mercaderes ambulantes del Medievo, soncosas distintas del sistema de mercado. Porque el sistema de mercadono es únicamente un medio para el intercambio de productos, sinoque constituye el mecanismo destinado a sostener y mantener toda lasociedad.

Esa clase de mecanismo estaba muy lejos de ser comprendidopor los cerebros del mundo medieval. Ya hemos visto que el con-ce.pto de una gran ganancia era cosa que sonaba a blasfemia. Puesbien, esa otra idea, más amplia, de que un forcejeo general en per-secución de la ganancia constituye el medio eficaz para unir verda-deramente a toda la comunidad, habría parecido entonces poco menosque locura.

Existía razón para esta ceguera. El Medievo, el Renacimiento,la Reforma, mejor dicho, el mundo todo, hasta los siglos XVI yXVII, se hallaba en la imposibilidad de pensar en el sistema demercado, por la sólida razón de que los agentes básicos de la pro-ducción, que el sistema del mercado distribuye-tierra, trabajo ycapital-, no existían todavía. Naturalmente que la tierra, el trabajoy el capital, en el sentido de suelo, seres humanos y herramientas,han coexistido siempre con la sociedad. Pero la idea de tierra o detrabajo, en abstracto, no se presentó de inmediato a la inteligenciahumana, como tampoco se le presentó la de energía o materia enabstracto. La tierra, el trabajo y el capital, como «agentes» de pro-ducción, como entes económicos deshumanizados, son inventos tanmodernos como el cálculo, o, a lo sumo, un poco más antiguos.

Tomemos, por ejemplo, la tierra. Hasta los siglos XIV y XV noexistía la tierra, cuando menos en el sentido moderno de un bienpropio, libremente vendible o transferible, que fuese propiedad pro-ductora de renta. Había tierras, desde luego-estados, casas sola-riegas y principados-, pero no existían fincas que podían vendersey comprarse conforme conviniese a cada cual. Aquella clase detierras ¡;onstituían la entraña de la vida social, formaban la basedel prestigio y de la posición, y en ellas se fundamentaba la organi-zación militar, judicial y administrativa de la sociedad. Aunque,bajo ,ciertas: condiciones, la tierra podía venderse (yeso con mu-~has restricciones), no era, en términos generales, un bien que estaba(1: la venta.' Un noble medieval cuya situación fuese sólida, habría

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estado t<ln lejos de pensar en vender sus tierras, como lo estafÍahoy una sociedad respetable y puramente honoraria o un club demiembros selectos en vender el derecho a ser socio del uno y de laotra. Todas las sociedades colocan determinados objetos de valorfuera de la órbita de las transacciones materiales; para la del Me-dievo, uno de esos objetos fue la tierra.

y lo mismo puede decirse del trabajo. Cuando hablamos hoyde la bolsa de trabajo, nos referimos al interminable proceso deofertas y demandas mediante el cual los individuos venden sus ser-vicios a quien mejor se los paga. En el mundo precapitalista noexistía semejante sistema. Existía solo un inmenso revoltillo de sier-vos, aprendices y peones que trabajaban, pero la mayor parte deesta mano de obra no salía nunca al mercado para ser compraday vendida. En el campo, el labrador vivía ligado a la gleba de suseñor; cocía su pan en el horno de su señor; molía su trigo en elmolino de su señor; labraba los campos de su señor, y servía a esteen la guerra; pero nunca, o muy raras veces, le eran pagados losservicios que prestaba, porque se trataba de obligaciones que teníacomo siervo, y no de «trabajaD que podía contratar como agentelibre. En las poblaciones, el aprendiz entraba a servir a un maestro;el gremio tenía reglamentado el tiempo que había de durar el apren-dizaje, el número de aprendices, el tipo de salario, las horas detrabajo y hasta los métodos que había que emplear en este. Entreamos y criados apenas si había regateos, salvo algunas huelgas espo-rádicas cuando las condiciones de vida se hacían insoportables. A esono se le puede llamar bolsa de trabajo, como no se le puede llamartampoco al procedimiento que se sigue para proveer de internos aun hospital.

Lo mismo podemos decir del capital. Este existía ya, desde lue-go, en el mundo precapitalista, en el sentido de riqueza privada.Pero, aunque existían los fondos, no existía, en cambio, el impulsode invertirlos en actividades nuevas y agresivas. En lugar del riesgoy la mutación, la consigna era la seguridad ante todo. La técnicade producción preferida no era la más breve y la más eficaz, sino lamás larga y que mayor suma de trabajo consumía. Estaba prohi-bida la publicidad, y la sola idea de que un maestro pertenecientea un grellÚo determinado pudiera producir artículos mejores quesus colegas, era considerada como un traición. Cuando en Inglaterradurante el siglo XVI, la fabricación en serie, en el ramo de~tejidos:

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levantó su repugnante cabeza, los gremios elevaron sus pr?testasal soberano. En vista de ello, su majestad prescribió aquel tIpO ~efábrica maravillosa de doscientos telares y el personal necesanopara su funcionamiento, en el que estaban i~cluidos. ~os carnicerosy panaderos que habían de atender a la ahmentaCl.~n de a.quellafuerza trabajadora. Semejante eficiencia y concentraclOn de nquezahabría consti tuido un mal precedcnte.

Vemos, pues, cómo el mundo medieval era incapaz de conce-bir el sistema de mercado, por la razón plausible y suficiente deque aún no había concebido los elementos abstractos de !a pro-ducción misma. Al faltarle al Medievo la tierra, el trabajO y elcapital, tenía que faltar1c el mercado (aunque tuviese sus pinto-rescos mercados y ferias ambulantes); y, al faltarle el mercado,la sociedad se guiaba por la costumbre y la tradición. Los seiloresdaban órdenes, y. en consecuencia. la producción aumentaba o dis-minuÍa; y allí donde no se daban órdenes. la vida seguía sus caucesya establecidos. De haber vivido Adam Smith en una época ante-rior al 1400 no habría sentido la necesidad de crear una teoríade la economía política. No cxistia misterio alguno que penetrarpara comprender por qué razón la sociedad medieval se soste~ía,ni tampoco velo que rasgar para descubrir un orden y una fll1a-lidad. En la Etica y en la política, sí, pues era mucho lo que habíaque poner en claro y que racionalizar en las cuestiones de lasrelaciones de la nobleza inferior con la alta nobleza, y en las deesta con los reyes, como también era mucho lo que había quedesenmarañar en el contraste entre las doctrinas de la Iglesia y lastendencias incorregibles de la clase mercantil. Pero nada de Eco-nomía. ¿Quién iba a ponerse a indagar las le~es abst~actas de I~oferta y la demanda, del costo y del valor, SI se tema la explI-cación del mundo, igual que en un libro abierto, en las leyes delmanor feudal, en las de la Iglesia y en las costumbres de toda lavida? Quizá Adam Smilh hubiera sido un gran filósofo moralistaen aquella remota época, pero no habría podido ser, en f?rma al-guna, un gran economista; nada había que hacer para el en ese

terreno.Nada que desarrollar existió para el economista durante varios

siglos. hasta que este mundo nuestra, que se basta a. ,sí mismo ~se reproduce a sí mismo. irrumpió como una erupclOn en el .SI-glo XVlII, ajetreado, precipitado de sarracina y batalla general. QUIzá

VIDA Y DOCTRINA DE LOS GRANDES ECONOMISTAS

'"la palabra «erupción» parezca demasiado dramática, pues ese cam-bio no tuvo lugar en un solo estallido, sino a lo largo de variossiglos. Pero, por muy largo que haya sido el proceso de ese cambio,este no se re.alizó en forma de evolución pacífica, sino que fue enuna convulsión angustiosa de la sociedad, constituyendo una revo-lución.

La simple comercialización de la tierra-el convertir la base dela jerarquía de las relaciones sociales en a terrenos» y «solares» y«sitios ventajosos»-exigió nada menos que el desarraigo de unamanera de vivir que se había parapetado fuertemente. El transfor-mar en <ctrabajadores» a los siervos y aprendices, considerados comode la casa-por grande que fuese la explotación que se ocultababajo la capa del paterna1ismo-, exigió la creación de un elementodesorientado y temeroso que se llamó proletariado. El convertir alos maestros de gremio en capitalistas significó que era precisoaleccionar en las leyes de la selva a los tímidos moradores del corral.

Ninguna perspectiva pacífica podía ofrecer todo eso. Nadie de-seaba semejante comercialización de la vida. Para ver la enconadaresistencia que se le hizo, será preciso que retrocedamos una últimavez y observemos la realización de la revolución económica.

De regreso en Francia: año 1666.Los capitalistas de esa época tiencn que haeer frente a una per-

turbadora dificultad, que el mecanismo cada vez mayor de! mercadoha traído en forma inevitable: el cambio.

Se ha presentado el problema de si se puede permitir que unmaestro del gremio de tejedores introduzca una innovación en elproducto que fabrica. He aquí el veredicto: aSi un tejedor de pa-ños trata de fabricarlos, siguiendo un sistema de su propia inven-ción, deberá abstenerse de instalar este en el telar, si no ha ob-tenido previamente de los jueces de la ciudad un permiso paraemplear e! número y largura de hilos que él desea, y aun esodespués que el problema haya sido estudiado por cuatro de losmercaderes más antiguos y cuatro de los tejedores más veteranosdel gremio.» Puede imaginarse cualquiera que no serían muchaslas propuestas de cambio que se hiciesen.

Poco después de haberse resuelto el anterior problema de lostejedores de paños, el gremio de los fabricantes de botones dejaoír un clamoreo de gente ofendida; los sastres han empezado a

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fabricar botones de paño, cosa inaudita. Indignado el gobierno anteaquella innovación que amenaza a una industria establecida firme-mente, castiga con multas a quienes fabriean botones de paño, eincluso a quienes los usan. No quedan satisfechos con eso los guar-dianes del gremio de botoneros. Piden el derecho a registrar lascasas y los guardarropas de los particulares, y el de arrestar en lacalle a quienes lleven en sus trajes tales artículos subversivos.

Ese miedo a todo cambio e innovación no se limita a la có-mica resistencia de unos cuantos mercaderes asustados. El capitallucha aterrorizado contra todo cambio, y no hay medio al que norecurra contra toda innovación. En Inglaterra, en el año 1623, nosolamente se deniega una patente revolucionaria para un telarde medias, sino que también el Consejo Privado ordena que aquelpeligroso artilugio sea destruido. La importación de percales es-tampados amenaza en Francia con socavar la industria textil. Secorta esa amenaza con medidas que cuestan la vida a dieciséismil personas. En una ocasión y solamente en Valence, 77 personasfueron condenadas a la horca, 58 sometidas al potro, 631 envia-das a galeras, y solo fue absuelto un afortunado individuo, todoello porque habian cometido el crimen de comerciar con percal esprohibidos.

Pero no es el capital el único agente de la producción que seesfuerza con frenesí por evitar los peligros del sistema de mercado.Lo que le ocurre, mientras tanto, al trabajo es algo todavía másatroz.

Regresemos a Inglaterra.Estamos a finales del siglo XVI, en la cumbre del período de

las grandes expansiones y aventuras inglesas. La reina Isabel hahecho una gira triunfal por su reino, pero regresa dolida por ullacosa extraña que le hace exclamar: a iNo he visto sino pobre~por todas partes! D Es una observación extraña, porque un sigloantes, las provincias de Inglaterra estaban habitadas en su mayorparte por campesinos propietarios que labraban sus tierras; es de-cir, por los yeomen, el orgullo de Inglaterra, la clase social másnumerosa del mundo de ciudadanos independientes, libres y prós-peros. En cambio ahora, cri pobres por todas partes! D ¿Qué ha ocu-rrido en ese intervalo de tiempo?

Lo que ha ocurrido ha sido un movimiento enorme de expropia-ciones. La lana ha llegado a ser un artículo nuevo y provechoso, y

.••,. VlUA X UUCTKINA DE LOS GRANDES ECONOMISTAS

"'-la lana exige campos de pastoreo para el que se dedica a produ-cirla. Los campos de pastoreo se forman cercando las tierras comu-nales. La colcha de retazos múltiples, formada por las pequeñas par-celas desparramadas-que carecen de cercas, pudiendo distinguirsesolo la propiedad de un labrador de la de su vecino merced a unárbol o piedra que sirven de mojones-y las tierras comunales, alas que todos tienen derecho a llevar a pastar su ganado vacuno, orecoger en ellas turba para el fuego, son, de pronto, declaradaspropiedad del señor del manar, y todos los habitantes de la parro-quia se ven así privados de su aprovechamiento. Allí donde hastaentonces existía una especie de comunidad de propietarios, solo que-da ya la propiedad privada. Un tal John Hales escribió el año 1549;rr ••• en unas tierras en las que se ganaban la vida cuarenta per-sonas, vive ahora un solo hombre con su rebaño ... Sí, son estasovejas las causantes de tanta desgracia, porque ellas han ahuyen-tado de los campos a los labradores, encareciendo con esto los ali-mentos, y no dejándonos otra cosa que ovejas y más ovejas.»

Es imposible imaginarse la extensión y las consecuencias deeste proceso de cierre de campos. La mayor parte de los campesi-nos independientes, los yeoman, quedó convertida, en el trans-curso de un solo siglo, en muchedumbre desmoralizada de pobresde solemnidad que luego pasaría a ser como un espectro amena-zador durante dos siglos. Estallaron motines; solamente en uno deesos levantamientos, ocurrido a mediados del siglo XVI, fueron muer-tos 3.500 alborotadores y ahorcado su jefe, Robert Kett. En otrocaso, una tal duquesa de Sutherland despojó a 15.000 arrendata-rios de 794.000 acres de tierra y metió en su lugar 131.000 ovejas,y, como compensación, le arrendó a cada una de las familias expul-sadas dos acres de tierras submarginales. iY esto ocurrió el año 1820.al final mismo del movimiento de vallado de tierras; es decir, casicincuenta años después de la Revolución norteamericana!

Pero no hay que fijar únicamente la atención en esa rebatiñaal por mayor de tierras. Lo trágico es lo que ocurrió al hacend1doacomodado. Arrojado de la tierra, se encontró sin saber qué hacer.No podía convertirse en asalariado-en el sentido moderno de lapalabra-, porque no existían fábricas donde lograra encontrar tra-bajo. ni nada parecido a la industria 'en gran escala que pudieraabsorberlo. Privado de sus tierras el hacendado independiente, seconvirtió en ladrón, mendigo, vagabundo, pobre de solemnidad. mi-

n.-LA REVOLUCION ECONOMICA

serable peón de labranza o arrendatario. El Parlamento de Inglate-rra, aterrado ante aquella oleada de indigencia que inundaba elpaís, trató de resolver el problema cercándolo. Impuso a los po-bres la residencia forzosa cn sus parroquias, obligando a estas ap'agarles una mísera ayuda. y castigó a los vagabundos con la penade azotes, la marca a fuego y la mutilación. Un reformador socialde los tiempos de Adam Smith propuso, muy serio, que se re-cluyese a los pobres que emigraban de sus parroquias en institucio-nes, a las que sugirió ingenuamente que se les diese el nombre de«casas de terrorD. Lo peor de todo fue que las medidas mismasque el país adoptó para protegerse contra el indigente-ligándoloa su parroquia, donde podría mantenerse con vida, merced a lalimosna-hicieron imposible la única solución que el problema te-nía. No es que las clases gobernantes de Inglaterra fuesen comple-tamente inhumanas y crueles. Lo que les faltó fue inteligencia paracomprender lo que significaba una fuerza laboral fluida y móvil,capaz de buscarse trabajo allí donde podría encontrarse. de acuerdocon las exigencias del mercado. La comercialización del trabajo, lomismo que la del capital, provocó temores. y fue combatida y malinterpretada.

El sistema de mercado, con sus elementos esenciales de tierra.trabajo y capital, nació entre las mayores angustias .... unas angus-tias que empezaron en el siglo XIIl y no acabaron hasta bien avan-zado el siglo XIX. No hubo jamás una revolución peor comprendida,peor acogida, menos planeada. Pero no era posible cerrar el pasoa las grandes fuerzas que concurrían a la formación del mercado.Imidiosamente, fueron rompiendo los moldes de la costumbre yrasgaron con insolencia los usos de la tradición. A pesar del griteríode los fabricantes de botones. los que fabricaban telas salieron triun-fantes. A pesar de las medidas del Consejo Privado, el telar paramedias demostró ser tan beneficioso, que setenta años más tardeese mismo Consejo Privado acabaría prohibiendo su exportación.A pesar de todas las desarticulaciones prod ucidas en los cuerpossometidos a la tortura del potro, el comercio de percales fue siem-pre en aumento. Por encima de la última trinchera de oposiciónen que se defendió la (¡vieja guardia D, el factor económico tierra sur-gió de las fincas ancestrales, y, con los aprendices sin empleo y loslabradores desposeídos, surgió el factor económico trabajo, pasando

sobre los chillidos de protesta de los amos y de los empleados con-juntamente.

El gran carro de la sociedad, que durante tan largas épocas sehabía movido únicamente por la fuerza de la gravedad en el suavedeclive de la tradición, encontróse ahora dotado de una máquina decombustión interna. Transacciones y ganancias, transacciones y ga-nancias, transacciones y más ganancias, proporcionaron, de allí enadelante, una fucrza impulsara nueva de potencía sorprendente.

¿Qué fuerzas pudieron tener una potencia suficiente para des-trozar un mundo cómodo y firmemente asentado, sustituyéndolo poresta otra sociedad nueva e indeseada?

No existió una causa única y maciza. La nueva vida se des-arrolló dentro de la vieja, lo mismo que una mariposa dentro de lacrisálida, y cuando el ímpetu de vida fue ya suficientemente fuerte,hizo saltar en pedazos la vieja estructura. La revolución económicano fue obra degrandes acontecimientos, de leyes concretas, de aven-turas únicas, ni de personalidades poderosas. Fue un proceso de cre-cimiento interno.

En primer lugar, fueron surgiendo gradualmente en Europa lasunidades políticas nacionales. La existencia aislada, propia del pri-mitivo feudalismo, dejó paso a las monarquías centralizadas, porefecto de los golpes de las guerras campesinas y de las conquistasde los reyes. Con las monarquías se produjo el desarroIlo del espíritunacional, lo que trajo, a su vez, la protección real para las indus-trias favorecidas, como, por ejemplo, las grandes fábricas de tapicesde Francia y el desarroIlo de los ejércitos de mar y tierra con todaslas industrias satélites indispensables. El número infinito de normasy de reglamentos que habían constituido una molestia constante paraAndreas Ryff y para los mercaderes ambulantes del siglo XVI, ce-dieron el paso a unas leyes comunes, a unas medidas comunes ya unas monedas comunes.

Un aspecto del cambio político que estaba revolucionando a Eu-ropa lo tenemos en el estímulo dado a los que se lanzaban a aven-turas y exploraciones fuera del país. Los hermanos Polo, en el si-glo XIII, partieron, sin protección, en calidad de mercaderes parallevar a cabo su fabuloso viaje a las tierras del gran Kan; Colón,en el siglo XV, se hizo a la mar creyendo que Ilegaría a esas mis-mas tierras, pero lo hizo bajo los reales auspicios de Isabel la Cató-

lica. Ese cambio en las exploraciones transformándose de cosa indi-vidual a cosa nacional no fue sino una parte y detaIle del cambiode la propia vida particular en vida nacional. Y, a su vez, las gran-des empresas nacionales de aventura realizadas por los marinoscapitalistas ingleses, españoles y portugueses, trajeron a su regresoa Europa grandes tesoros, a la par que la conciencia de que en lastierras descubiertas existían grandes teeoros. Cristóbal Colón habíadicho: «Cosa maraviIlosa es el oro. Aquel que lo posee es señor(le todo lo que desea. Con el oro se puede, incluso, llevar almasal cielo. J) Los sentimientos de Cristóbal Colón eran los de toda unaépoca y apresuraron el advenimiento de una sociedad orientada haciala ganancia y el riesgo, y estimulada por la caza del dinero. Diga-mos, de paso, que los tesoros de Oriente eran en verdad fabulosos.La reina Isabel, de Inglaterra. con la parte que recibió como accio-nista en la expedición realizada por sir Francis Drake, en la GoldenHynd, pagó todas las deudas exteriores, niveló su presupuesto y co-locó en el extranjero una suma de dinero que, a un interés com-puesto, equivaldría moderadamente a toda la riqueza que la GranBretaña poseía en el exterior el ai'ío 1930.

Otra gran corriente productora de cambios fue la lenta decadenciadel espíritu religioso, bajo los golpes de las ideas escépticas, delafán investigador y del humanismo del Renacimiento italiano. Estemundo, el terrenal, apartó con el codo al mundo del más allá, y aladquirir mayor importancia la vida sobre la tierra, la adquirierontambién las normas de lo material y las comodidades ordinarias.Detrás de ese cambio hacia la tolerancia religiosa estaba el augedel protestantismo, que aceleró la creación de una actitud nuevafrente al trabajo y a la riqueza. La Iglesia de Roma había miradosiempre al mercader con ojos recelosos, y no había vacilado encondenar la usura como pecado. Pero fue preciso revaluar la fun-<:ión del mercader, ahora que este iba subiendo día a día en cate-goría social, ahora que ya no era un simple apéndice útil, sino unaparte integral del nuevo mundo que se estaba creando. Los dirigen-tes protes,tantes prepararon el camino para amalgamar la vida espi-ritual y la vida temporal. Lejos de elogiar la vida de pobreza y decontemplación espiritual, a diferencia de la vida mundana, seña-,laron a la piedad positiva la misión de hacer que los talentos queDios ha dado a cada cual rindan el máximo en las tareas diariasde la vipa. La apetencia adquisitiva fue reconocida como una vir-

ft¡'

.•.t~d". cu~ndo no se empleaba exclusivamente para el disfrute par-tIcular, SIno para la mayor gloria de Dios. De ahí a identificara las riquezas con la superioridad espiritual y a los ricos con lossantos, solo había un paso.

Una leyenda popular del siglo XII cuenta que cierto usureroque ib,a a ~ontraer matrimonio fue aplastado po~ una estatua quele cayo enCIma al entrar en la iglesia. Al examinar la estatua, vie-ron que era también la de un usurero, habiendo de ese modo ma-n!festado Dios cuánto le repugnaban quienes negociaban con eldlDero. Recordemos también que a mediados del año 1600, el pobreRobert Keane fue a dar de cabeza contra las autoridades religiosaspuri.tanas, debido a sus normas de negocio. No resultaba fácil queel ,slstema de n;ercado se expansionase en medio de semejante at-mosfera. De ahl, pues, que la aceptación gradual, por los dirifl:entesreligiosos, de la innocuidad, y, claro es, de los beneficios del si~temade mercado, fuese esencial para el pleno desarrollo del sistema.

Otra profunda corriente se oculta también en los lentos cambiossociales que hicieron posible el sistema de mercado. Estamos acos-tum?rados a pensar en la Edad Media como en una época de estan-c~mIento ! de falta de progreso, Sin embargo, en el espacio de qui-n.lentos anos, los hombres del Medievo dieron vida a un millar decIUdades (lo, que constituye una realización inmensa), y las unie-r~n por medIO de carreteras rudimentarias, pero utilizables; mante-menda a sus habitantes con alimentos llevados a ellas desde el cam-po. Todo esto fue familiarizando a la gente con el dinero y con losmercados, acostumbrándola a una vida de compras y ventas.

El progreso no consistió únicamente en esa lenta urbanizaciónpues ta:nbién se llevaron a cabo adelantos técnicos de enorme im~port,anela. No podía iniciarse la revolución comercial hasta que sehublese des~rrollado alguna forma racional de contabilidad. Aunqueya e~ el, SIglo XII empleaban los venecianos ciertas complicadasco:nblDaCI~~es de contabilidad, los mercaderes de Europa eran pocomas, que n~nos de escuela en la cuestión de cuentas. Tuvo que trans-~urnr e,l tl,empo para que se extendiese la convicción de que eralmp:csclDd¡ble que todos los mercaderes llevasen sus libros; hastael SIglo XVII no llegó a ser norma corriente el llevarlos por parti-da d?~le. No fueron, pues, posibles los negocios en gran escala,con eXHo, l?asta que las gentes aprendieron a contabilizar racional-mente su dInero.

Quizá el factor más importante de todos, por la extensión cons-tante de sus efectos, fue cierta elevación en el nivel de la curiosidadcientífica.

Aunque el mundo habría de esperar a la época de AdamSmitb para el estallido de cataciismo de la técnica, no habría podi-do tener lugar la revolución industrial si el terreno no hubiese sidopreparado de antemano por una sucesión de descubrimientos bási-cos subindustriales. La era prccapitalista fue testigo del descubri-miento de la prensa de imprimir, del papel, del molino de viento,del reloj mecánico, de los mapas y de una multitud de inventosde toda clase. Prendió en las inteligencias la idea misma de inven-tar; por primera vez fueron vistas con simpatía la experimentacióny la innovación.

Ninguna de estas corrientes, actuando por sí solas, habría podidodar a la soÓedad una vuelta tan completa, poniendo lo de abajoarriba. A decir verdad, quizá muchas de ellas fueron causa, tantocomo efecto, de la gran convulsión que tuvo lugar en la organiza-ción humana. La Historia no rcaliza zigzas bruscos, y el conjuntode ese mismo cataclismo abarcó mucho tiempo. Aparecieron ciertasrealidades propias del sistema de mercado, junto a las de otros mo-dos de vida más antiguos y tradiclOnales; y los restos de la épocaanterior persistieron mucho después que el mercado, desde el puntode vista práctico, había ya arraigado como principio rector de laorganización económica. Y así vemos que hasta el año 1790 no fue-ron abolidos definitivamente en Francia los gremios y los privilegiosfeudales. Y por 10 que respecta a Inglaterra, no fue abolido has-ta 1813 el Estatuto de Artesanos, por el cual se regían los regla-mentos y prácticas de los gremios.

Sin embargo, allá por 1700, es decir, veintitrés años antes que na-ciese Adam Smitb, el mundo que había procesado a Robert Kcane, quehabía prohibido a los mercaderes el transportar fardos desagradables a]a vista, que se había preocupado acerca de los precios «justOSD, quehabía luchado por seguir caminando por la huella de sus padres, esta-ba en el ocaso. La socied3.d había empezado a seguir una nueva seriede máximas «(evidentes por sí mismasD. Algunas ,de ellas son:

«El hombre busca naturalmente el lucro.D«No hay leyes que puedan matar el afán de ganancia. D«La ganancia es el centro del círculo del comercio.D

28 VIDA Y DOCTRINA DE LOS GRANDES ECONOMISTAS

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30 VIDA Y DOCTRINA DE LOS GRANDES ECONc1ltI:ISTAS.•.

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Un concepto nuevo ha nacido a la vida: el de! «hombre econó-micoD; es decir, un pálido espectro que marcha hacia cuantos lugareslo guía el cerebro de su máquina de sumar. Los libros empezaránpronto a hablar de los Robinson Crusoe en islas desiertas, que or-ganizarán sus propios asuntos cual si fuesen otros tantos tenderosde ultramarinos de la esquina.

En ese mundo de los negocios, Europa se siente acometida porla fiebre de riqueza y de especulación. Un aventurero escocés llamadoJohn Law organizó en Francia, el año 1718, una aventura miríficaconocida con el nombre de «Compañía del MisisipíD, que vendía ac-ciones de una empresa que explotlfía las montañas de oro de América.Hombres y mujeres se peleaban en las calles para tener el privilegiode comprar acciones, cometiéronse asesinatos y se hicieron fortu-nas de la noche a la mañana. Un camarero de hotel consiguió unafortuna de treinta millones de libras. Cuando la compañía estabaa punto de derrumbarse, el Gobierno reunió a un millar de mendigosy los hizo desfilar por las calles de París armados de picos y palas,como si fuesen una partida de mineros que iban a embarcars'~ parael país de El Dorado. El artilugio aquel se vino abajo, como es na-tural. Pero j qué cambio desde los tímidos capitalistas de cien aÚosatrás hasta estas muchedumbres ansiosas de hacerse pronto ricas, quese zarandeaban en la rue de Quincampoix! i Qué hambre de dineroprecisaba tener aquel público para engullir un fraude tan evidente!

No cabe duda alguna, la tarca estaba terminada y el sistema demercado había nacido. En adelame, no serían ni la costumbre nila autoridad quienes solucionasen el problema de la supervivenciadel género humano, sino la libre actividad de los hombres en buscade la ganancia y ligados únicameme por el mercado mismo. El sis-tema se llamaría capitalismo. La idea de la ganancia, en que el sis-tema se funda, estaba tan firmemente arraigada, que los hombres notardarían ya en afirmar, con la mayor energía, que esa actitud suyaera eterna y omnipresente.

La idea necesitaba una mosofía.El animal humano, se ha repetido muchas veces, es un ente so-

cial. Pero, una vez que ha montado su colmena, no se da por satis-fecho con dejar que las cosas sigan su curso; necesita convencersea sí mismo de que la colmena en que vive es la mejor de todas lasposibles y que la disposición interior de la misma refleja, en peque-

ño. el orden que la Providencia ha establecido fuera de ella; poresa razón, cada época tiene sus filósofos, apologistas, críticos y re-formadores.

Pero los problemas que preocuparon a los primeros filósofos dela colmena enfocaban el lado político, más bien que el lado econó-miCC}de la vida. Mientras el mundo estuvo regido por la costumbrey por la autoridad, el problema de la riqueza y de la pobreza nodespertó, apenas, la atención de los filósofos, como no fuese paradejar escapar un suspiro o una burla, tomándolo como una señal másde la íntima futilidad del hombre. Puesto que entre los hombres, aligual que entre las abejas, algunos nacen para zánganos, nadie sepreocupaba demasiado de la razón de que hubiera trabajadores po-bres. Los antojos de las reinas eran problemas infinitamente más ele-vados y emocionantes.

«Desde e! momento mismo de nacer-escribía Aristótelcs-, unosestán destinados a servir y otros a mandar.n Este comentario resumela despreocupación, más bien que el desprecio, con que los primerosfilósofos miraban al mundo de los nabajadores. Se daba por cosanatural la existencia de una inmensa capa social trabajadora; y losproblemas del dinero y del mercado no eran solamente demasiadodifíciles, sino que-para que un caballero o un hombre docto ocu-pase en ellos su atención-eran, también, demasiado vulgares. Loque proporcionaba el palenque para las pugnas de ideas eran losproblemas de los derechos de los reyes, fuesen o no de origen divi-no, y las cuestiones del poder temporal y del poder espiritual, yno las pretensiones de los ajetreados comerciantes. Aunque a lasriquezas fabulosas les estaba reservado un papel en l.a tarea dehacer que el mundo siguiese marchando, no había necesidad de unafilosofía de la riqueza mientras la lucha por enriquecerse no sehiciera general, no se manifestase en todo y no fuese evidentementevital para la sociedad.

Cabía, sin embargo, el no darse por enterado, durante algún tiem-po, de la fealdad de la lucha en aquel mundo de plaza de mercado, yluego fulminar contra él. Por último, cuando ya la realidad se me-tió hasta en el refugio sagrado de los propios filósofos, resultó prefe-rible preguntarse si 110 se ocultaría, incluso allí, algún designio magní-fico. A este objeto, durante doscientos años antes de Adam Smith, losfilósofos fueron h.ilando sus teorías acerca de la vida corriente.

32 VIDA Y DOCTRINA DE LOS GRANDES ECONCM"ISTAS...

n.-LA REVOLUCION ECONOMICA 33

j En qué serie sucesiva de extraños moldes fundieron el mundo,cuando trataron de penetrar en sus ocultas finalidades!

La malhadada lucha por la existencia encontró al principio surazón de ser y su finalidad en la acumulación de oro. CristóbalColón y Francis Drake no eran únicamente aventureros del Estado' ,se les tuvo, asimismo, por agentes del pro;;reso económico. Para los«metalistas», nombre que se daban a sí mismos los filósofos de lomaterial en los siglos XVI y XVII, resultaba evidente que el oro cons-tituía el manantial básico y la finaJjdad apropiada de todos losnegocios materiales. Era la suya una filosofía de grandes flotas deguerra, y de aventuras, de riqueza del rey y miseria nacional, y,por encima de todo, de la creencia de que si la búsqueda de tesorostenía éxito, la nación no podría menos de prosperar.

Sin embargo, al llegar el siglo XVIII, se consideraba ya a los«metalistas» como un poco ingenuos. Había surgido una nueva es-cuela-la de la Aritmética Política-; y para los aritmeticopolíticosel gran principio unificador de la sociedad no eran los metales, sinoel comercio mismo. Por esa causa, la cuestión filosófica que ellos seplanteaban no era la de cómo dominar el mercado del oro, sino dequé manera podrían crear una riqueza cada vez mayor ayudando ala clase mercantil, en auge, al desarrollo de sus actividades.

Esta nueva filosofía trajo consigo un nuevo problema social:el de cómo había que hacer PJ.ra que los pobres siguiesen siendopobres. Se admitía como concepto corriente que si los pobres noseguían en su pobreza, era imposible esperar que siguiesen reali-zando una honrada jornada de trabajo, sin pedir por eIJa jornalesexorbitantes. En el allO 1723, uno de los más destacados moralistasescribió: «Para que la sociedad se1 feliz, es indispensable que hayaun gran número de personas desdichadas y pobres.» Por esa razón,los aritmeticopolíticos contemplaban el espectáculo del trabajo aorí-

.. b

cola e mdustflal barato, que ofrecía Inglaterra, y lo· aprobaban congraves movimientos afirmativos de cabeza.

Pero ,no eran, en r.n0do alguno, el oro y el comercio los quesuperponran una espeCle de orden en el caos de la vida cotidiana.Incontables libelistas, clérigos, maniáticos y san turrones buscabanla justificación-o la condenación-de la sociedad en una docenade campos distintos. Lo malo era que todos los moldes resultabancompletamente insatisfactorios. Uno afirmaba, como cosa evidente,que la nación no debía comprar más de lo que vende, mientras que

otro sostenía, con el mayor aplomo, que aquella salía beneficiada re-cibiendo más de lo que ella entregaba. Insistían unos en que era elcomercio lo que enriquecía a una nación, y ensalzaban al mercader,mientras que otros afirmaban que el comercio no era sino un pará-sito que vivía sobre el sólido cuerpo del agricultor. Decían unos queDios había querido que los pobres fuesen pobres y que, aun en elcaso de no ser eso cierto, su pobreza era cosa esencial para la riquezade la nación; otros, en cambio. veían en la indigencia un mal social,y no comprendían cómo la pobreza podía crear riqueza.

Solo una cosa emergía clara en todo ese zafarrancho de razona-mientos contradictorios: el hombre se empeñaba en descubrir algunaespecie de orden intelectual que le ayudase a comprender el mundoen que vivía. El mundo económico se le iba apareciendo a distancia,áspero, aunque cada vez más importante. No hay que admirarse deque el propio doctor Samuel Johnson dijese: «No hay nada que tengatanta necesidad de ser explicado como el comercio. D En una palabra,había llegado la hora de los economistas.

De esa mélée surgió también un filósofo de alcance asombroso.El año 1776 publicó Adam Sl11ith su l/1\'estigacioncs sobre la natu-raleza v las callsas de las riquezas de las naciones, aportando deese mod.o un segundo hecho revolucionario a aquel año prellado deporvenir. A una orilla del Océano había surgido una nueva democra-cia política; a la otra orilla se desplegaba un plan económico. Notoda Europa siguió la pauta política marcada por Norteamérica;pero todo el mundo occidental se convirtió en el mundo de AdamSmith, cuando este hubo expuesto el primer mapa auténtico de lasociedad moderna, y su visión vino a ser la receta de las gafas através de las cuales habían de verIo las generaciones. Adam Smithjamás se había considerado a sí mismo un revolucionario; se limi-taba a explicar algo que él veía con claridad, algo que le parecíarazonable y conservador. Pero le había dado al mundo la Imagenque este andaba buscando. Después de publica?o La riqueza delas naciones, los hombres empezaron a ver con oJos nuevos el mun-do que los rodeaba, vieron de qué manera encajaban en el conjuntode la sociedad las tareas que ellos realizaban, y cómo la sociedad, enconjunto, avanzaba con paso majestuoso hacia un objetivo lejano.pero claramente visible.

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