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Para una comprensión de la revolución que se produjo en los meses que siguieron a abril de 1952 resulta imprescindible comprender el carácter de la sociedad y la economía bolivianas a mediados del siglo. Aunque conservaba todavía todos los rasgos clásicos de una economía subdesarrollada, a mediados del siglo XX Bolivia había experimentado cambios de relieve en su composición social. Entre 1900 y 1952 la población urbana (habitantes de ciudades o villas de más de 5.000 almas) había subido del 14.3 al 22.8% de la población total del país. Además, en cada uno de los departamentos los principales centros urbanos habían experimentado un crecimiento más rápido que el de la población global. El nivel de alfabetización y el número de niños que asistían a la escuela también habían aumentado durante el período mencionado, particularmente después de las sumas importantes destinadas a la educación después de la Guerra del Chaco. Así, entre 1900 y 1950 la población alfabeta subió del 17 al 31% de la población total, mientras que la población estudiantil preuniversitaria pasó de alrededor de 23.000 a 139.000, es decir de 1.3 a 4.6% de la población total. Con todo, en la cumbre los cambios fueron mucho menos sensibles: mientras que el número de universitarios en 1952 había llegado a 12.000, en todo el país aquel año sólo se habían graduado 132 personas.

Así pues, empezaban a surgir en las tendencias del siglo XX transforma-ciones fundamentales en el carácter de la población hacia un aumento más rápido de la población urbana y hacia un crecimiento importante de la población escolar y de los alfabetos. Ambas tendencias crecieron a un ritmo más rápido que el de la población global. Pero si hubiera que tipificar la Bolivia de 1950, ésta aparecería todavía como una sociedad predominantemente rural, en la que la mayoría de la población sólo estaba marginalmente integrada en la economía del país. Del total de la población activa registrada en el censo de 1950, un 72% se dedicaba a la agricultura e industrias dependientes; no obstante, esta fuerza de trabajo sólo producía alrededor del

* Este artículo corresponde al capítulo VIII de la Historia de Bolivia, de Herbert S. Klein (1991) (traducción castellana de Josep Barnadas), cuya versión revisada se publica con la autorización del autor y de Editorial Juventud.

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33% del producto nacional bruto, anomalía que pone claramente de manifiesto el grave retrazo económico de este sector.

No es difícil descubrir las causas de este atraso económico: con la constante expansión del sistema de hacienda de fines del siglo XIX y comienzos del XX, la situación del campo había llegado a ser una de las más injustas y antieconómicas de América Latina. El 6% de los hacendados, que poseían 1.000 o más Has. de tierra, controlaba el 92% de toda la tierra cultivada de la república. Además, estos latifundios estaban subexplotados, pues por término medio las haciendas de 1.000 o más Has. sólo cultivaban el 1.5% de su extensión. En el polo opuesto, el 60% de propietarios, con 5 o menos Has. –auténticos minifundios–, poseían apenas el 0.2% de toda la tierra en cuestión; en promedio cultivaban el 54% de sus posesiones.

Bolivia constituía un ejemplo clásico del sistema latifundista latinoamerica-no. La extremada desigualdad en el reparto de la tierra era imprescindible para el control de la mano de obra campesina. Gracias a su dominio apabullante los latifundistas controlaban con éxito el acceso a la totalidad de las tierras mejores de todas las regiones del país. De esta forma, conseguían mano de obra barata ofreciendo tierra a cambio de prestaciones laborales; a cambio de trabajo libre en el recinto de la hacienda, los obreros indios sin tierra obtenían el usufructo de parcelas de los latifundistas. Los indios habían de aportar semillas, herramientas y en algunos casos incluso los animales de labranza para su trabajo, que dejaba al propietario con escaso aporte de capital que invertir. Los indios incluso debían transportar la cosecha final.

Este sistema no implicaba el peonaje por deudas ni otros medios de coacción; los indios tendieron a entrar y salir de los latifundios sin ningún tipo de limitaciones; las crecientes presiones sobre la tierra en las zonas de comunidades libres, particularmente después de la última gran época de expansión de la hacienda, obligaron a los campesinos a adaptarse al sistema. Si bien los centros urbanos crecían, no lo hacían con bastante rapidez como para absorber la población rural en aumento. La progresiva parcelación de la tierra en las comunidades libres alcanzaba rápidamente niveles críticos y cada vez más hijos de comunarios se veían forzados a acudir a las haciendas para conseguir tierras que pudiera alimentarlos a ellos y a sus familias, o bien a trabajar como mano de obra barata en las minas y ciudades.

Además de las obligaciones laborales agropecuarias en la hacienda, el hacendado imponía obligaciones de servicio personal a él, a su familia y a las de sus capataces. El pongueaje a formado parte de las obligaciones de los indios de hacienda desde la época colonial, circunstancia que en manera alguna hacía menos onerosa estas obligaciones: no había cosa que los indios odiaran más universalmente que el servicio de pongo; exigía servir a la familia del hacendado incluso en la lejana residencia urbana, consumiendo grandes cantidades de tiempo y dedicación, todo ello a costa del campesino.

Con una mano de obra gratuita, con semillas e incluso a veces herramientas gratis o a un costo mínimo, con unos mercados agrícolas protegidos, resultaban mínimos los incentivos para que los hacendados invirtieran capital en sus propiedades. De hecho la posición ausentista

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predominaba en todas las regiones rurales y la inmensa mayoría de hancendados vivía en centros urbanos y ejercía profesiones urbanas. El resultado del sistema era el empleo de una tecnología rudimentaria y de una semilla de baja calidad, lo que daba lugar a una producción sumamente baja de productos alimenticios. Así, el sector agrícola quedaba tan atrasado que no podía satisfacer las necesidades de la población en aumento de los centros urbanos y del conjunto del país. Mientras que en 1920 la importación de alimentos representaba el 10%, en 1950–1952 había subido al 19%; y cabe subrayar que una buen parte de estos alimentos importados eran tubérculos tradicionales andinos, producidos solamente en Bolivia y Perú. Ineficaz, improductivo, injusto y explotador en el peor grado, el sistema agrícola boliviano no sólo era incapaz de satisfacer la demanda alimenticia tradicional, sino que mantenía un gran porcentaje de la fuerza laboral nacional al margen del mercado, comprimiendo sus ingresos con un trabajo explotador y las obligaciones serviles. Esto, a su vez, restringía el mercado manufacturero a la pequeña minoría urbana y a los relativamente pocos centros agrícolas activos como el valle cochabambino.

Dado el carácter limitado de este mercado interno, no sorprende constatar que Bolivia sólo contaba con un sector industrial muy pequeño, que en 1950 sólo afectaba al 4% de la población económicamente activa. La industria básicamente consistía en algunas fábricas textiles y en plantas transformadoras de alimentos. Además, en 1950 se calculó que había habido pocas novedades en la estructura el capital de este sector y que la mayoría de las fábricas estaban envejecidas y presentaban una baja productividad para los niveles mundiales.

La misma falta de nuevos ingresos de capital que afectaba a la agricultura y a la industria, era todavía más evidente en la minería. A partir de fines de la década de los treinta parece que hubo pocas inversiones nuevas en el sector minero, precisamente cuando la mayoría de las minas comenzaron a ver agotados sus filones más ricos. Así pues, unas plantas envejecidas y la riqueza en decadencia de los minerales había de llegar necesariamente a una elevación de los costos hasta unos niveles que se estaban volviendo antieconómicos y fuera de competencia, fuera de los períodos de carestía bélica en los mercados mundiales. En 1950 Bolivia era el productor de estaño más caro del mercado mundial y hubo años en que apenas si cubría su costo. Los márgenes de ganancia eran sumamente estrechos, volviendo la industria todavía más vulnerable a las mínimas fluctuaciones en los precios mundiales. Fuera de ello, aun cuando los precios remontaban súbitamente la baja calidad del mineral disponible y la baja productividad de las minas significaban que para Bolivia era muy difícil aumentar la producción. Hasta 1952 el año de mayor producción estannífera seguía siendo 1929, en que el país exportó 47.000 Tm. de aquel metal. En realidad, aquella cifra sigue marcando la máxima cota hasta nuestros días.

Así pues, mientras la estructura social iba cambiando lentamente y el sistema político se iba desintegrando, la economía experimentaba un estancamiento y una descapitalización relativa en sectores clave. Así se

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entiende que resultara relativamente fácil llevar a cabo los cambios que el MNR iba a realizar como resultado de la Revolución de 1952. Las haciendas, propiedad de una clase ausentista en su mayoría y con poca inversión de capital, podían ser expropiadas sin una oposición notoria. Además, supuesta la movilización campesina, no podían ser mantenidas sin un apoyo pleno de los poderes policiales del estado. La expropiación por el estado del sector minero envejecido no chocaría con una oposición decidida de los barones del estaño si se les ofrecía una adecuada compensación. En resumen: las fuerzas de la élite económica se encontraban relativamente de capa caída en el momento de la revolución, de la misma forma que se había debilitado buena parte de su poder político.

Los nuevos dirigentes movimientistas se encontraron con el control político absoluto del país en un momento en que la élite era económicamente débil y no podía oponerse a las reformas sociales y económicas fundamentales. La larga y recia oposición de la oligarquía a su llegada al poder durante el Sexenio había terminado eliminando toda oposición política de consideración al MNR; incluso había puesto al ejército en una situación tal que éste prefirió autodestruirse que ver la victoria del MNR. Los tres días de lucha armada entre los civiles y mineros por un lado y el ejército por otro habían desembocado en el derrumbe de los militares. Este fue el acontecimiento realmente conmovedor de abril de 1952: en un momento quedó derrotado todo el aparato represivo del estado. La distribución generalizada de armamento a las masas populares, la creación de las milicias urbanas y campesinas y la neutralización de la policía, todo ello contribuyó a transformar la realidad política, económica y social boliviana mucho más allá de las esperanzas más optimistas de la dirección del MNR.

Pues Bolivia, típico estado racista en el que el campesinado indio de habla no castellana estaba controlado por una pequeña élite blanca de habla castellana, se basaba en último término en la violencia más que en el consenso o el pacto. Entre el tercio de la población que formaba parte de la cultura nacional hispánica y que intervenía en la "política" existía un consenso relativamente elaborado; pero sólo la violencia podía fraguar la unión entre aquel tercio y las masas indias. Una vez que fue neutralizada esa violencia institucional y que los campesinos consiguieron armas, todo el sistema quedaría patente. Además, una vez que los obreros con conciencia de clase también obtuvieron armas, fue una tarea difícil mantener los sistemas tradi-cionales incluso en las zonas urbanas.

Así pues, por más limitados que fueron los objetivos de los jefes más moderados todavía en abril de 1952, la realidad del derrumbe del estado y el armamiento de las masas populares y de sus dirigentes significó que el producto final sería una revolución social masiva. Los "revolucionarios a regañadientes" como algunos los han llamado, se vieron así lenta e inexorablemente forzados a formular una reorganización total de la sociedad boliviana.

Al comienzo el régimen realizó varias medidas fundamentales que iban a contribuir a desencadenar nuevas presiones de reforma en un nivel todavía

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más básico. Uno de los primeros actos del nuevo régimen fue declarar el sufragio universal, eliminando los requisitos de alfabetización. De un solo golpe de pluma se emancipaban las masas campesinas indias; el censo electoral saltaba de unos 200.000 a poco menos de un millón. Acto seguido se redujo el ejército a su mínima expresión. El Colegio Militar fue clausurado temporalmente; unos 500 oficiales fueron destituidos de sus filas. Si bien se confió al propio ejército la tarea de su reorganización, éste se encontraba con tan poco poder y sus filas tan diezmadas que mucha gente creyó durante cierto tiempo que había dejado de existir. Por otro lado, las ni¡licias civiles del MNR pronto estuvieron mejor armadas que la policía y el ejército, haciéndose cargo de todas las funciones internas que tradicionalmente habían desempeñado aquellos dos cuerpos.

El MNR también se dedicó a reorganizar sus fuerzas con el fin de consolidar su propia base de poder. El régimen apoyó plenamente a los mineros cuando éstos crearon una nueva federación nacional obrera, la Central Obrera Boliviana, en los últimos días de abril. Si bien la COB proclamó su neutralidad política y permitió la representación del POR (Partido Obrero Revolucionario), del PIR (Partido de Izquierda Revolucionaria) y del nuevo PCB (Partido Comunista de Bolivia), en realidad se convirtió en un aliado poderoso del régimen y terminó nombrando tres ministros obreros para el nuevo gobierno. Lechín, secretario general de la FSTMB (Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia), se convirtió también en jefe de la COB y se hizo cargo asimismo del Ministerio de Minas y Petróleo. Por lo demás, fuere cual fuere el conservadurismo político de la mayoría de los dirigentes del MNR, la COB y la FSTMB encarnaban el ala revolucionaria radical y no necesitaron mucho tiempo para formular un programa revolucionario total. Entre los pri-meros actos de la COB figura la publicación de un bloque de demandas, entre las que había la nacionalización de las minas sin indeMNRación, la liquidación del ejército y su reemplazo por las milicias y un decreto de reforma agraria plena escala que aboliera el sistema latifundista y todas las formas de prestaciones laborales.

Durante los pocos meses siguientes la dirección del MNR, encabezada por el presidente Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo, empezó a reaccionar lentamente a la presión política y paramilitar de los obreros, aunque tratando de limitar sus reformas tanto como le fuera posible. Hasta julio el régimen no declaró monopolio estatal la exportación y venta de todos los minerales del país, que a partir de ahora pasaría a manos del Banco Minero, creado por Busch. Aunque se trata de un paso lógico incluso según los esquemas prerreformistas, se había necesitado de varios meses de intenso debate para llegar siquiera a ello. Pero los que en el partido deseaban quedarse ahí tuvieron que hacer frente a las crecientes demandas obreras de una expropiación sin indeMNRación.

Esta presión llegó a ser tan poderosa que la dirección acabó aprobando una nacionalización completa. A comienzos de octubre el gobierno creó una empresa estatal semiautónoma que debía administrar todas las minas de propiedad estatal: la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). Luego, el 31

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de octubre, nacionalizó las tres grandes compañías de Patiño, Hochschild y Aramayo. Con este acto pasaban a COMIBOL y al control estatal dos tercios de la industria minera del estaño.

Si bien los radicales obreros habían exigido la confiscación sin indeMNRa-ción, el MNR se preocupó de elaborar tal principio revolucionario y también deseó apaciguar los temores del gobierno de los Estados Unidos. Como el MNR había hecho cuanto estuvo en sus manos para suavizar estas relaciones (incluido el fin del boicot del estaño en unas condiciones que básicamente eran las del gobierno estadounidense), no deseaba enfrentarse con un aliado potencialmente peligroso. Encontrándose en pleno curso la guerra fría e interviniendo efectivamente Estados Unidos en Guatemala para eliminar un gobierno radical, el MNR, confió en poder evitar la etiqueta de régimen de inspiración comunista. Como en un comienzo Estados Unidos se había equivocado al considerar al MNR como un partido de orientación fascista y peronista (recordando su antiguo papel con Villarroel), se había mostrado más bien indiferente, cuando no tibiamente partidario del nuevo régimen. Así pues, el régimen no sólo prometió una indeMNRacion, sino que no dio ningún otro indicio de querer nacionalizar otras minas, entre las que se contaban varias compañías medianas no productoras de estaño de propiedad estadounidense.

Pero internamente el régimen fue forzado a aceptar el rumbo de la COB y de la FSTMB. Los obreros consiguieron dos de las siete carteras del Consejo de COMIBOL; los representantes obreros en cada mina obtuvieron poder de veto sobre las decisiones de la COMIBOL que tuvieran repercusiones sobre los obreros. En pocas palabras, el régimen puso en marcha lo que se llamó generalmente el "cogobierno” obrero en la administración de las minas. Este sistema de organización otorgó un poder importante a los obreros, los que presionaron tanto para que se aumentara la contratación como para que se crearan pulperías bien subvencionadas.

Entretanto, durante la segunda mitad de 1952 y primera mitad de 1953 la sociedad rural comenzó a derrumbarse, a pesar de todos los esfuerzos del régimen por controlar la situación. Habiendo perdido el ejército toda eficacia, llegando con rapidez las armas al campo y desarrollando su prédica los jóvenes radicales políticos, se había producido un sistemático ataque campesino contra todo el sistema latifundista. De una forma muy parecida al movimiento campesino que se conoce como el "gran miedo" de la Revolución Francesa, el período que va desde fines de 1952 hasta comienzos de 1953 contempló la destrucción de los libros de cuentas en las zonas rurales, el asesinato o expulsión de los mayordomos y propietarios y la toma violenta de tierras. Simultáneamente, los campesinos, recurriendo a sus organizaciones comunarias tradicionales, comenzaron a organizar sindicatos campesinos con el estímulo de la COB, a recibir armas y a crear milicias formales. Aunque el campo había permanecido relativamente indiferente y poco afectado por los grandes conflictos de abril de 1952, a fines de este año se había convertido en el escenario de una violencia y de una destrucción tremendas.

Por más reacio que el nuevo régimen hubiera sido a enfrentar con seriedad el problema de la hacienda, la movilización masiva de los campesinos

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(ahora, el electorado mayoritario) y la destrucción sistemática del sistema de propiedad de la tierra obligó al régimen a actuar. En enero de 1953 se creó una Comisión de Reforma Agraria de amplia base, en la que figuraban miembros del POR y del PIR además de los funcionarios del MNR; el 3 de agosto de 1953 fue promulgado un decreto radical de Reforma Agraria. En él se intentaba salvar en lo posible el sector moderno con uso intenso de capital que subsistiera en el campo. Estipulaba una indeMNRación formal a los terratenientes en forma de bonos de Reforma Agraria amortizables en el plazo máximo de 25 años; concedía las tierras de las exhaciendas a los obreros indígenas a través de sus sindicatos y comunidades, con la condición de que tales tierras no podían ser vendidas a título individual. Si bien se exigía de los indios una indeMNRación por las tierras ocupadas, en realidad todos los matices recogidos por la Comisión quedaron en letra muerta.

En todas las zonas de predominio indio fueron ocupadas casi la totalidad de las tierras y los indios pronto dejaron de pagar la indeMNRación ordenada legalmente; en la realidad de los hechos las tierras fueron confiscadas. Las únicas excepciones fueron la región cruceña, relativamente despoblada, y las regiones meridionales con haciendas medianas como Monteagudo, que poseían una agricultura modesta con el uso intenso de capital y carecían de poblaciones indias residentes; o la región vitícola de pequeñas propiedades del valle de Cinti. En el resto del país se abolió la hacienda, se destruyó la clase hacendada y surgió una nueva clase de propietarios campesinos comunarios. Al mismo tiempo y en buena parte gracias al esfuerzo de la COB, las comunidades fueron organizadas en sindicatos; un representante de la COB incluso ocupó el cargo por primera vez de Ministro de Asuntos Campesinos. Pero esta tutela de las organizaciones indias por los obreros urbanos y mineros pronto se acabó y surgieron los líderes campesinos como poderes importantes de las zonas rurales. Aunque había numerosos grupos y asociaciones compe-tidores entre los indios, la comunidad de Achacachi junto al lago Titicaca y el pueblo de Ucureña en el valle de Cochabamba se convirtieron en los centros más importantes de liderazgo político campesino. El primero fue el centro de la organización campesina aymara, mientras que el segundo lo fue de los kechuas. Aunque con frecuencia actuaron en pugna recíproca y no cesaron de sufrir el soborno de los regímenes de turno, los campesinos mantuvieron el control total de sus propios sindicatos y han llegado a ser fuentes decisivas de fuerza política nacional desde 1952 hasta nuestros días.

Con la eliminación de los odiados hacendados y de muchos de sus intermediarios cholos y la concesión de títulos de propiedad, los indios se convirtieron en una fuerza política relativamente conservadora en el país; en realidad se fueron haciendo indiferentes, sino hostiles, a sus antiguos colegas obreros urbanos. La insatisfacción de su hambre de tierras volcó a los indios hacia adentro y durante las dos generaciones siguientes la preocupación prioritaria de las comunidades y de sus sindicatos fue la recepción de instalaciones modernas de salud y educación y la intangibilídad de sus títulos de propiedad de la tierra. Por lo demás, se mostraron receptivos a la política reformista e incluso conservadora de los centros urbanos. El genio de Paz Estenssoro consistió en darse cuenta de la importancia de esta fuerza absolu-

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tamente nueva y totalmente conservadora del escenario nacional. Al declinar su poder entre sus antiguos partidarios de la clase media y al crecer su dependencia de los grupos radicales de la COB y de los obreros, cayó en la cuenta de que había de crear una base de poder enteramente nueva para las alas del centro y de la derecha de su partido con el campesinado. Fue tan feliz en los resultados de esta táctica, que durante el próximo cuarto de siglo el campesinado se convirtió en el bastión de los elementos conservadores del gobierno central. Una vez sellada, esta alianza sobreviviría a la destrucción inicial del MNR y aun a la vuelta de los régimenes militares derechistas.

A medida que la izquierda iba creciendo y el nuevo poder campesino se robustecía, el MNR contempló la pérdida de sus núcleos de apoyo más fundamentales y tradicionales: la clase media urbana. El derrumbe del estado, la consiguiente nacionalización de las grandes minas y la destrucción del sistema de hacienda, junto con la asignación masiva de los recursos gubernamentales para los programas de bienestar social, todo contribuyó a crear un caos en la economía nacional y en la renta nacional. La expropiación de las minas sustrajo sumas enormes de las arcas del estado; la reforma agraria disminuyó drásticamente el abastecimiento agrícola de las ciudades, lo que obligó a efectuar masivas importaciones de alimentos para evitar la inanición. La única forma de resolver todos estos problemas fue incrementar la circulación monetaria interna. El resultado de este recurso fue una de las marcas inflacionarias más altas del mundo entre 1952 y 1956. En este lapso el costo de vida aumentó veinte veces, con unas tasas anuales de inflación de más del.900%.

Con la decisión de financiar la revolución por medio de la espectacular devaluación de la moneda nacional el MNR, en realidad, hacía pagar a la clase media una parte de la revolución. Las rentas fijas se evaporaron y los valores de los bienes inmuebles urbanos desaparecieron de la noche a la mañana. De repente la clase media vio atacados sus intereses más fundamentales. La eliminación de una parte importante de sus ingresos provocó su instantánea hostilidad contra el régimen. La clase media urbana, hasta entonces el corazón del partido y su partidario más decidido desertó del MNR en gran escala. Descartando el PIR y el PCB como alternativas viables canalizó su lealtad hacia Falange Socialista Boliviana, hasta entonces un partido minoritario.

Partido católico conservador con adherencias fascistas, FSB nació en el exilio chileno, en la Universidad Católica de Santiago, en los años treinta. Partido relativamente minoritario en sus fases iniciales, como el POR, los falangistas gozaron del poderoso apoyo de la iglesia y adoptaron una posición nacionalista moderada. Pero dadas sus declaraciones, entró en competencia con los grupos de centro y de derecha que apoyaban al MNR en el período anterior a 1952; su querencia clerical le enajenaba la mayoría de seguidores, a causa de la débil posición de la iglesia en la sociedad urbana. Pero cuando, después de 1952, el MNR atacó la base económica de la clase media y, en realidad, desvió violentamente sus ahorros hacia las clases más populares, olvidaron el clericalismo de FSB, que surgió como el partido más poderoso de los centros urbanos. La nueva fuerza de FSB se puso de manifiesto en las

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elecciones intermedias del primer período de Paz Estenssoro y todavía con mayor claridad en las elecciones presidenciales de 1956, en las que FSB realmente ganó en las ciudades, captando la mayoría de los tradicionales partidarios del MNR antes de 1952.

Pero por entonces la coalición de los radicales urbanos (incondicionales del partido y funcionarios del gobierno) y el campesinado se había transformado en la principal coalición del MNR. Gracias a los obreros y campesinos podía aceptar la pérdida del antiguo electorado y todavía salir de las urnas con triunfos apabullantes. Pero a pesar de sus pérdidas por la derecha y de su dependencia de la izquierda, el MNR se negó a lanzarse por entero a una revolución socialista. No cesó de subrayar su legitimidad y su vinculación con el antiguo orden: mientras nacionalizaba las tres grandes compañías mineras, hizo cuanto pudo para atraer nuevos capitales extranje^ ros y para proteger la propiedad privada. Con la reforma agraria se sacrificó la propiedad en una medida importante, aunque todavía se intentó mantener la zona de Santa Cruz como principal reserva para la expansión de la inversión privada. Por fin, si bien la creación de YPFB (Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos), que databa ya de los años treinta, y de COMIBOL convirtió al gobierno en el mayor productor particular de la economía nacional y creó un "capitalismo de estado" en la economía. La Corporación Boliviana de Fomento invirtió grandes sumas para proporcionar capital de operación al sector industrial privado.

La aparente divergencia entre las políticas derechista e izquierdista del gobierno de Paz Estenssoro desembocó en una polarización mayormente derechista en los últimos años de su primer gobierno. Enfrentado a la bancarrota económica, a la incapacidad del régimen incluso para alimentar a su gente y a la falta de capitales para emprender todos los ambiciosos programas de bienestar y reforma que se habían planteado, el partido decidió inclinarse hacia la derecha, en busca de la ayuda financiera de los Estados Unidos. Ya en junio de 1953, bajo la intensa presión estadounidense y la negativa de las fundidoras Williams Harvey, de Patiño, a refinar su estaño, el gobierno se avino a indemnizar a Patiño, Hoclischild y Aramayo. Al mes siguiente Estados Unidos firmaba un convenio de compra de mineral y anunciaba también tanto el doblamiento del anterior programa de ayuda como el envío inmediato de alimentos por valor de cinco millones de dólares, dentro de la Ley Pública 480. Bolivia fue el primer país latinoamericano en recibir tal donación de alimentos exportados. Al cabo de una década de ayuda masiva Bolivia había obtenido el privilegio extraordinario de conseguir 100 millones de dólares en ayuda estadounidense, convirtiéndose con ella en el mayor receptor individual de la ayuda externa de Estados Unidos a América Latina y en el mayor per capita del mundo. Bolivia devino tan dependiente de esta ayuda que en 1958 con estos fondos estadounidenses se pagaba un tercio de su presupuesto.

Para Estados Unidos la decisión de ayudar a Bolivia fue extremadamente paradójica, pues tuvo lugar bajo el régimen tan conservador y de guerra fría del secretario de estado John F. Dulles y el presidente Eisenhower. Hostil a los

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regímenes revolucionarios, la administración republicana de los Estados Unidos parecía que había de ser la menos receptiva a las peticiones bolivianas de ayuda. Pero la reciente aparición de los regímenes radicales en Guatemala y Guayana había provocado un temor extraordinario en Estados Unidos de perder el control del hemisferio occidental, convenciéndose de que Bolivia seguiría rápidamente esta dirección. Enfrentada con el primer desafío de la guerra fría a su hegemonía absoluta sobre su esfera de influencia latinoamericana, la administración Eisenhower creyó que el apoyo a los "fascistas" del MNR era la única forma de evitar que la revolución cayera en manos comunistas.

Juntamente con estas grandes preocupaciones internacionales, había también el hecho de que el conflicto a causa de las compras de estaño por la Reconstrucción Finance Coporation estadounidense en realidad había debilitado al régimen militar y ayudado a la rebelión movimientista, lo que provocó un sentimiento de culpa en la administración de Washington. Además, Bolivia había sido de hecho una zona modélica para el primero de los grandes programas de ayuda latinoamericana y su modesta ayuda del Punto IV, con Truman, había logrado resultados considerables. Así, pues, en la embajada estadonunidense local había un importante grupo de expertos que impulsó la continuación de la ayuda a Bolivia y aceptó la línea de Paz Estenssoro, en el sentido de que él y su régimen eran los únicos factores que impedían la toma del poder por los comunistas. Por fin, dada la pequeña cantidad de las inver-siones de Estados Unidos en las compañías mineras bolivianas y en las tierras agrícolas, ninguno de los decretos de expropiación había afectado gravemente a las compañías estadounidenses, de manera que el Departamento de Estado no se encontraba bajo la presión de oponerse al régimen.

La ayuda masiva que manó sobre Bolivia resultó decisiva para la seguridad y el crecimiento económico de Bolivia. Los envíos de alimentos en virtud de la Ley Pública 480 proporcionaron a Bolivia los víveres decisivos para atravesar el período de grave desbarajuste agrícola de los primeros años que siguieron a la Reforma Agraria. Esta ayuda sin duda dio al gobierno la serenidad para ocuparse de los campesinos, que en caso contrario acaso no lo habría podido hacer, si en las ciudades hubiera reinado realmente la carestía. También trajo los fondos para trazar un moderno sistema vial, tan vital para la integración de la sociedad nacional. La ayuda de Estados Unidos fue también crucial para el desarrollo de toda la región cruceña, al presente tan importante para la economía boliviana. Inversiones masivas de capital en la salud y la educación también permitieron desarrollar los atrasados servicios sociales de Bolivia, hacia un sistema más moderno. Por fin, el financiamiento tan crucial de las operaciones directas gubernamentales, junto con los programas alimenti-cios, proporcionaron la paz social que no habría podido existir si el régimen no hubiera recibido aquella ayuda. Dada la necesidad de dinero para hacer flotar al régimen y para alimentar y vestir a la población, la ausencia de aquel financiamiento sin lugar a duda habría llevado a una historia social más sangrienta de la que vivió Bolivia después de 1952.

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Pero esta ayuda tuvo también su precio, pues el gobierno de Estados Unidos, a pesar de todas las opiniones en sentido contrario, se negó a separar su política de las compañías privadas estadounidenses que funcionaban en el exterior. Esto significó que, junto con las incesantes peticiones de reducir el poder de la COB y de acabar con el cogobierno obrero en las minas, el Departamento de Estado también exigió un cambio en la política económica boliviana en lo que se refería a las inversiones de Estados Unidos. Entre tales concesiones figuran desde el pago de los bonos defraudados je los años veinte hasta los nuevos códigos de inversiones y petrolífero, favorables a los intereses estadounidenses.

Así, si por un lado Estados Unidos abocaba su ayuda a cada uno de los sectores de la economía boliviana, por otro se resistía a todos los esfuerzos de los bolivianos por financiar YPFB, a pesar de su éxito reciente por desarrollar una nueva producción petrolífera. Quedó claro para Bolivia que las nuevas inversiones en el sector petrolífero sólo llegarían con un nuevo código petrolífero que volviera a permitir las inversiones privadas directas estadounidenses en los yacimientos bolivianos. Así pues, en octubre de 1953 se aprobó un nuevo código petrolífero, con ayuda técnica estadounidense; a fines de aquella década unas diez compañías de Estados Unidos funcionaban en Bolivia, de las que la más importante era la Gulf 0¡] Company, que inició sus trabajos en 1955. Además, cuando la compañía petrolífera estatal brasileña, Petrobras, propuso al gobierno boliviano que le asignara concesiones de explotación en virtud tanto de los tratados preexistentes como del nuevo código tan liberal, el gobierno de Bolivia se negó en banda.

A continuación vino la presión de Estados Unidos para proseguir el pago de los préstamos estadounidenses desde los años veinte, interrumpidos por Bolivia en 1931. Estos préstamos por valor de 56 millones de dólares la administración Roosvelt ya los había declarado fraudulentos en 1943 y nunca habían constituido un obstáculo para las relaciones entre ambos gobiernos. Pero ahora el Departamento de Estado exigió su pago total, además de los intereses devengados por estos bonos, ahora absolutamente imaginarios. El resultado de esta presión fue que Bolivia se vio obligada a pagar a partir de 1957.

Se hacía evidente que Estados Unidos quería ejercer enormes presiones sobre los bolivianos para satisfacer a los intereses económicos privados norteamericanos. Dado el pleno apoyo estadounidense al régimen y el hecho de que la mayoría de las exigencias norteamericanas implicaban posibles sanciones y el apoyo en la guerra fría, las decisiones del MNR aceptando el dictado de Estados Unidos en estos terrenos no afectó demasiado a la revolución misma. Pero la decisión de obligar a Bolivia a aceptar la estabilización monetaria fue un asunto completamente diferente, pues la decisión de restringir sus gastos y cesar la emisión de numerario iba a tener un impacto espectacular en la estrategia política, económica y social del régimen.

Para comprender la voluntad de los bolivianos de aceptar el programa de ayuda del Fondo Monetario Internacional de mediados de los años cincuenta, que implicaba una estabilización total, hay que remontarse a las luchas

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internas dentro del propio régimen movimientista. Desde el comienzo el MNR había surgido con dos grandes bloques: un ala de centro derecha y de clase media representada por Siles Zuazo y un ala izquierda, de coalición obrera, dirigida por Lechín y la COB. Favoreciendo ahora a una, ahora a otra ala, Paz Estenssoro jugaba el papel de jefe neutral entre ambas facciones. La extrema derecha del partido había sido destruida en un intento temprano de golpe abortado; la mayoría de los moderados habían acabado aceptando las reformas. Pero estos moderados seguían presionanado al régimen para que mantuviera su base de clase media; esta ala moderada del partido exigía una modernización de la economía, incluso a costo de algunos de los objetivos so-ciales de la revolución. Supuesto el fin de la etapa destructora inicial de la revolución y la ininterrumpida pesadez de la economía nacional, era probablemente inevitable que los elementos conservadores moderados llegaran a dominar, con el apoyo de la derecha.

Pero por más que los dos grupos se dividieran ideológicamente, resultaba indiscutible que ambos lados actuaban estrechamente unidos. Así, cuando Paz iba a dejar la presidencia, se llegó al acuerdo de que Siles se presentaría como candidato, quedando reservada a Lechín la postulación a la tercera presidencia, en 1960. Para sellar el acuerdo Síles aceptó como compañero de fórmula a Ñuflo Chávez Ortiz, Ministro de Trabajo que también atendía los asuntos campesinos.

En las elecciones de junio de 1956 se puso en evidencia que el MNR podía movilizar fácilmente su coalición poderosa de campesinos y obreros, consiguiendo una cómoda mayoría, con unos 790.000 votos; pero también quedó clara la erosión de las clases medias, con los 130.000 votos (mayoritariamente blancos y urbanos) de FSB, que la convertían en el segundo partido en importancia.

Como un intento tanto de reconquistar esta base de clase media sumamente hostil e inquieta, como de hacer avanzar sus ideas sobre el desarrollo, el régimen de Siles decidió aceptar los dictados de] FMI. Además, dada la situación cada vez más difícil de la economía nacional y la total incapacidad del régimen para sobrevivir sin ayuda directa estadounidense, resultaban inevitables ciertas concesiones. Estas eran particularmente necesarias desde el momento en que Estados Unidos dejó de apoyar la industria del estaño mediante los convenios de compra de minerales y los precios internacionales siguieron bajando, contribuyendo así a reducir todavía más la capacidad de maniobra del gobierno.

En aquel momento el régimen sólo contaba con tres opciones: generar el capital requerido socializando totalmente su economía, lo que no quería hacer por razones ideológicas; seguir con el programa inflacionario hasta que se produjera el derrumbe total o una revuleta falangista acabara con el régimen o ambas cosas a la vez; aceptar las condiciones de Estados Unidos, consiguiendo la mayor ayuda posible para hacerlo con el mínimo costo para sus programas sociales. Siles optó por esta tercera vía.

Con Siles Estados Unidos elaboró su "Plan de Estabilización" a fines de 1956; Bolivia lo aceptó bajo el patrocinio del FMI en enero de 1957.

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El Plan exigía que Bolivia equilibrara su presupuesto, pusiera fin a la subvensión alimenticia de los mineros, redujera los aumentos salariales, estableciera un solo tipo de cambio de divisas y aprobara una serie de medidas colaterales que limitaban la iniciativa y el gasto públicos. Incluso dentro de las normas del FMI, el plan boliviano era extremado, tratando de crear una moneda estable, con una tasa de inflación cercana al cero dentro del plazo de uno o dos años.

No se puede negar que el estricto plan del FMI tuvo un éxito relativo. Se estabilizó la moneda, se redujeron los déficits del gobierno y la COMIBOL logró un presupuesto más equilibrado. De hecho a comienzos de los años sesenta Bolivia pudo por fin prescindir de los subsidios presupuestarios directos de Estados Unidos. En forma de préstamos e inversiones, ahora también ingresó una gran cantidad de capital privado y, sobre todo, gubernamental. Por fin, aumentó la productividad de las minas y se comenzó a lograr la estabilidad económica que se requería para el ahorro interno y la inversión.

Pero el precio pagado fue alto. Estados Unidos insistió en que se ejecutara el programa sin tener en cuenta sus consecuencias políticas. La izquierda acabó viéndose forzada a una dura oposición al régimen de Síles. El vicepresidente Chávez Ortiz dimitió y Lechín dirigió una serie de grandes huelgas mineras. Siles trató de mediar entre la izquierda movimientista y Estados Unidos, pero el descenso en el precio mundial del estaño y la incesante presión estadounidense le impidieron imponer su baza. Tras muchas huelgas, fueron clausuradas las pulperías subvencionadas de las minas; pero por entonces se había producido un grave agrietamiento en el partido; también por entonces Estados Unidos se hizo la ilusión de poder aislar y destruir a Lechín, que se había convertido para Estados Unidos en el enemigo número uno.

Así como Siles nunca recurrió a la fuerza contra los mineros y logró casi todas las concesiones de la COB por medio de sus propias huelgas de hambre y amenazas de dimisión, tampoco rechazó nunca seriamente a la izquierda del partido. A pesar de mantener que la estabilización y la austeridad eran las únicas medidas que podían asegurar la victoria de la izquierda y eliminar la ascendente ala derecha y Falange, no descartó la idea de que Lechín y la COB le sucedieran en 1960. Pero la incesante presión de Estados Unidos, influida ahora por una serie de liberales de la guerra fría que ocuparon embajadas con los regímenes demócratas, seguía oponiéndose a Lechín y a la izquierda. Esperando reducir esta hostilidad y preparar el camino a la izquierda, Lechín y Siles se pusieron de acuerdo en una plataforma de compromiso para el tercer período presidencial. Paz había de volver a dirigir el partido y Lechín sería su vicepresidente. Esperando poder influir en la opinión pública estadounidense demostrando su moderación, el nuevo vicepresidente del segundo período de Paz intentó mostrar su absoluta aceptación de Estados Unidos. Viajó a Washington; incluso fue a Formosa para encontrarse con los dirigentes nacionalistas, aceptando así simbólicamente las peores posiciones estadounidenses de la guerra fría. También dio su aprobación al fin del cogobierno obrero en la minas cuando éste fue el precio exigido para una

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considerable inyección de inversiones alemanas y norteamericanas en COMIBOL (el llamado Plan Triangular).

Pero a pesar de todas estas concesiones Lechín no pudo sacarse de encima la hostilidad de Estados Unidos, que remontaba a los primeros días de la Revolución. Fue esta intransigencia de Estados Unidos que Paz Estenssoro decidió aprovechar para romper su dependencia de la izquierda del partido. Si bien Siles se había opuesto a la izquierda por motivos de política gubernamental, Paz Estenssoro se opuso implacablemente al poder subsistente de la COB y de los mineros en su régimen. La hostilidad impenitente de Estados Unidos contra Lechín y la izquierda dio a Paz el apoyo decisivo que necesitaba para intentar una reorganización total del partido y una prolongación de su gobierno en el poder. En la estrategia del segundo período presidencial de Paz (1960–1964) se percibe con evidencia el plan de un ataque contra Lechín.

Pero el debilitamiento temporal de Lechín no quebró el poder de la izquierda. Paz comenzó a rearmar a fondo al ejército, no cesando de justificar tal medida ante los Estados Unidos como un medio para evitar la subversión comunista. Además, ahora el ejército estadounidense se infiltró en la estructura de mando boliviana; la mayoría de los oficiales de las Fuerzas Armadas recibieron formación avanzada fuera de Bolivia, en una base militar estadounidense (Panamá).

La "subversión interna" se convirtió en un aspecto importante de la forma-ción que Estados Unidos daba al ejército; la contrainsurgencia fue una estrategia básica. Además, el régimen impidió que las milicias actualizaran su armamento, haciendo cuanto estuvo en sus manos para que la balanza del poder militar volviera al ejercito, lejos de las milicias civiles y obreras.

Creyendo que esta política era perfectamente viable y que Paz la podría llevar a cabo hasta su fin, Estados Unidos dio su pleno apoyo a la baza de Paz Estenssoro, de cara a un tercer período presidencial. Pero en este momento Siles y Lechín unieron sus fuerzas y rompieron con el partido, destruyendo temporalmente el MNR. Encontrándose con sólo el ejército y los campesinos como sus principales partidarios, Paz escogió al general René Barrientos para que le acompañara en su candidatura.

Las elecciones de 1964, supuesto el control de Paz sobre el campesinado –ahora pasivo–, estaban previamente decididas. Pero encontrándose el centro y la izquierda del MNR en total rebelión, siendo Falange todavía un enemigo implacable y su dependencia de los militares completa, resultaba inevitable que el ejército se animara a derrocarlo. En efecto, en noviembre de 1964, pocos meses después de las elecciones y el triunfo de Paz Estenssoro, los militares prescindieron de él en un golpe relativamente poco sangriento; pusieron el gobierno en manos de una Junta encabezada por el vicepresidente Barrientos. El ejército volvía a la política nacional y quedaría en ella como la fuerza predominante del gobierno nacional desde 1964 hasta 1982.

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Busch y un grupo de sus colaboradores; Paz Estensoro y Walter Guevara Arce

entre ellos (Fuente: Álbum de la Revolución)