Herbert Spencer El Germen Ácrata de Borges

3
Herbert Spencer El germen ácrata de Borges Luis Diego Fernandez Se publica en el país El hombre contra el Estado, del filósofo británico Herbert Spenc er, un libro prácticamente inhallable en castellano, medular en la concepción anarqu ista de Jorge Luis Borges. Para el escritor argentino, el Estado opera como una suerte de entelequia que disciplina y obliga a mentir. Según su visión, el político es  quien mejor viste el disfraz hipócrita.  Quizá la palabra clave sea escepticismo. Cito: Mis convicciones en materia política s on harto conocidas; me he afiliado al Partido Conservador, lo cual es una forma de escepticismo, y nadie me ha tildado de comunista, de nacionalista, de antisem ita, de partidario de Hormiga Negra o de Rosas. Creo que con el tiempo merecerem os que no haya gobiernos. No he disimulado nunca mis opiniones, ni siquiera en l os años arduos, pero no he permitido que interfieran en mi obra literaria , escribe Jorge Luis Borges en el prólogo de El informe de Brodie (1970). Interrogar por el pensamiento político borgeano no es laberíntico ni una empresa condenada al dejo iróni co, ni mucho menos requiere menospreciar o minimizar su peso en su obra ficciona l o poética (donde hay notorias huellas de una auténtica filosofía política). La clave e s lo escéptico que señala el propio Borges. Esa no creencia, hoy más que nunca, va a c ontrapelo. Tal vez Borges escribió en momentos donde muchos creían (de un lado o del  otro) en políticas transformadoras y movimientistas; Borges, no. Pero la pregunta  de Borges iba más allá de las decisiones políticas y, desde luego, de la mera práctica política coyuntural a la que consideraba un ejercicio de la mentira y la corrupción sistemática, así lo dice desde diferentes intervenciones públicas, por caso, en las co nversaciones con Roberto Alifano tituladas El humor de Borges: La profesión de los políticos es mentir. El caso de un rey es distinto; un rey es alguien que recibe e se destino, y luego debe cumplirlo. Un político no; un político debe fingir todo el tiempo, debe sonreír, simular cortesía, debe someterse melancólicamente a los cócteles, a los actos oficiales, a las fechas patrias . Otra alusión, en sus diálogos con Ernest o Sabato (compilados por Orlando Barone): No. En primer lugar (los políticos) no so n hombres éticos; son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de soborn ar, el hábito de sonreír todo el tiempo, el hábito de quedar bien con todo el mundo, e l hábito de la popularidad. Creo que ningún político puede ser una persona totalmente sincera. Un político está buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga.  En el caso de un discurso político, los que opinan son los oyentes, más que el orad or. El orador es una especie de espejo o eco de lo que los demás piensan. Si no es  así, fracasa. Un diagnóstico claro, el de Borges: el político, en rigor, es un sometid o, un esclavo, la interfaz de una mecánica de la hipocresía, la doble moral y el res entimiento (categoría nuclear en Martínez Estrada). Según la lectura borgeana, el poder, y específicamente el Estado, opera como una sue rte de entelequia y elefante normativo que disciplina y obliga, por obliteración u  omisión, a mentir y a la cortesía fingida, al acto enmascarador y el disfraz delibe rado. En este sentido, aquí se pone en evidencia la fibra anarquista borgeana. La cuestión de la vida falsa es algo prototípico de la protesta de todo discurso anarquis ta, sea éste por izquierda y comunitarista (Bakunin, Proudhon) o por derecha e ind ividualista (Thoreau, Martínez Estrada, Onfray). La crítica política borgeana descansa  en lo falaz, de allí la mirada pirrónica, la sonrisa que opera como demolición y desa rma el entramado. La risa de Borges frente al poder estatal es la de Demócrito o e l pedido imperativo de Diógenes a Alejandro Magno: Córrete porque me tapas el sol. Alg o de esta pulsión libertaria encontrará Borges, de modo inevitable, en el texto del filósofo inglés Herbert Spencer que se reedita (vía la editorial libertaria Innisfree) , cuyo título es El hombre contra el Estado publicado en 1884. Es usual reconocer la autodefinición borgeana como anarquista spenceriano. Lo cierto  es que la lectura de ese texto fue un golpe y una dirección, pero su padre, Jorge  Guillermo Borges, no sólo le transfirió la ceguera sino el anarquismo de Herbert Sp encer. Para ser estrictos, la filosofía spenceriana esgrimida en El hombre contra el Estado parte de un precepto muy claro y sencillo: nadie debe ser forzado a co

Transcript of Herbert Spencer El Germen Ácrata de Borges

Herbert Spencer El germen crata de BorgesLuis Diego FernandezSe publica en el pas El hombre contra el Estado, del filsofo britnico Herbert Spencer, un libro prcticamente inhallable en castellano, medular en la concepcin anarquista de Jorge Luis Borges. Para el escritor argentino, el Estado opera como una suerte de entelequia que disciplina y obliga a mentir. Segn su visin, el poltico es quien mejor viste el disfraz hipcrita. Quiz la palabra clave sea escepticismo. Cito: Mis convicciones en materia poltica son harto conocidas; me he afiliado al Partido Conservador, lo cual es una forma de escepticismo, y nadie me ha tildado de comunista, de nacionalista, de antisemita, de partidario de Hormiga Negra o de Rosas. Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos. No he disimulado nunca mis opiniones, ni siquiera en los aos arduos, pero no he permitido que interfieran en mi obra literaria, escribe Jorge Luis Borges en el prlogo de El informe de Brodie (1970). Interrogar por el pensamiento poltico borgeano no es laberntico ni una empresa condenada al dejo irnico, ni mucho menos requiere menospreciar o minimizar su peso en su obra ficcional o potica (donde hay notorias huellas de una autntica filosofa poltica). La clave es lo escptico que seala el propio Borges. Esa no creencia, hoy ms que nunca, va a contrapelo. Tal vez Borges escribi en momentos donde muchos crean (de un lado o del otro) en polticas transformadoras y movimientistas; Borges, no. Pero la pregunta de Borges iba ms all de las decisiones polticas y, desde luego, de la mera prctica poltica coyuntural a la que consideraba un ejercicio de la mentira y la corrupcin sistemtica, as lo dice desde diferentes intervenciones pblicas, por caso, en las conversaciones con Roberto Alifano tituladas El humor de Borges: La profesin de los polticos es mentir. El caso de un rey es distinto; un rey es alguien que recibe ese destino, y luego debe cumplirlo. Un poltico no; un poltico debe fingir todo el tiempo, debe sonrer, simular cortesa, debe someterse melanclicamente a los ccteles, a los actos oficiales, a las fechas patrias. Otra alusin, en sus dilogos con Ernesto Sabato (compilados por Orlando Barone): No. En primer lugar (los polticos) no son hombres ticos; son hombres que han contrado el hbito de mentir, el hbito de sobornar, el hbito de sonrer todo el tiempo, el hbito de quedar bien con todo el mundo, el hbito de la popularidad. Creo que ningn poltico puede ser una persona totalmente sincera. Un poltico est buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga. En el caso de un discurso poltico, los que opinan son los oyentes, ms que el orador. El orador es una especie de espejo o eco de lo que los dems piensan. Si no es as, fracasa. Un diagnstico claro, el de Borges: el poltico, en rigor, es un sometido, un esclavo, la interfaz de una mecnica de la hipocresa, la doble moral y el resentimiento (categora nuclear en Martnez Estrada).Segn la lectura borgeana, el poder, y especficamente el Estado, opera como una suerte de entelequia y elefante normativo que disciplina y obliga, por obliteracin u omisin, a mentir y a la cortesa fingida, al acto enmascarador y el disfraz deliberado. En este sentido, aqu se pone en evidencia la fibra anarquista borgeana. La cuestin de la vida falsa es algo prototpico de la protesta de todo discurso anarquista, sea ste por izquierda y comunitarista (Bakunin, Proudhon) o por derecha e individualista (Thoreau, Martnez Estrada, Onfray). La crtica poltica borgeana descansa en lo falaz, de all la mirada pirrnica, la sonrisa que opera como demolicin y desarma el entramado. La risa de Borges frente al poder estatal es la de Demcrito o el pedido imperativo de Digenes a Alejandro Magno: Crrete porque me tapas el sol. Algo de esta pulsin libertaria encontrar Borges, de modo inevitable, en el texto del filsofo ingls Herbert Spencer que se reedita (va la editorial libertaria Innisfree), cuyo ttulo es El hombre contra el Estado publicado en 1884.Es usual reconocer la autodefinicin borgeana como anarquista spenceriano. Lo cierto es que la lectura de ese texto fue un golpe y una direccin, pero su padre, Jorge Guillermo Borges, no slo le transfiri la ceguera sino el anarquismo de Herbert Spencer. Para ser estrictos, la filosofa spenceriana esgrimida en El hombre contra el Estado parte de un precepto muy claro y sencillo: nadie debe ser forzado a cooperar con otros individuos bajo ninguna circunstancia; toda forma de cooperacin debe ser voluntaria sentando las bases del principio de no agresin. Toda intervencin del Estado sobre el individuo comn, a los ojos de Spencer, era considerada inmoral. La nica coercin aceptada, en este sentido, reposaba en la obligacin de hacer cumplir los contratos entre pares iguales. Formado por cuatro ensayos, El hombre contra el Estado se constituye en la piedra basal del liberalismo britnico y el antecedente ms potente del anarcocapitalismo norteamericano del siglo XX. Algunos crticos han visto en Spencer cierto darwinismo social al desmantelar toda pretensin de imponer la solidaridad a punta de pistola. Quiz la aniquilacin ms fuerte por parte de Spencer reposa en la victimizacin de todo colectivismo a fin de otorgar mayor grado de accin al individuo y el emprendimiento.La gentica crata hace que el propio Borges expanda su visin en materia poltica en las entrevistas con Vicente Zito Lema o en la clebre, televisada innumerables veces (1980), con Joaqun Soler Serrano, donde seala: Soy anarquista. Siempre he credo fervorosamente en el anarquismo. Y en esto sigo las ideas de mi padre. Es decir, estoy en contra de los gobiernos, ms an cuando son dictaduras, y de los Estados. La definicin merece ser explicitada, mxime en su coyuntura. El discurso libertario de Borges era pacifista (lejano, desde luego, de incendiarios como Errico Malatesta o Severino di Giovanni), all puede entrar la figura de anarquista de derecha (habra otra expresin posible en 1980? Y hoy?). En estos tiempos, es posible arriesgar que esa posicin borgeana encuentre opciones en el discurso del liberalismo libertario del siglo XX, recreado a travs de pensadores como Friedrich A. von Hayek, Ludwig von Mises o Robert Nozick, en el anarcocapitalismo de Murray Rothbard, o quiz mediante la expresin contracultural del posanarquismo de Michel Onfray (que no est en contra de la propiedad privada y aboga por espacios de microrresistencia).Borges comprenda perfectamente la cuestin semntica sobre el anarquismo, vale decir, ausencia de arch (fundamento, en griego), y cuya bsqueda muy lejos est del desorden o el caos. En ese sentido, al emplear esa categora poltica, el escritor expresaba su rechazo a la autoridad y a ser gobernado. Un anarquista, en los hechos, es alguien que se gobierna a s mismo y que se niega a servir, as ya lo vemos en la raz de El discurso sobre la servidumbre voluntaria, de Etienne de la Botie, texto del siglo XVI, piedra inaugural del libertarismo. Un anarquista es alguien extremadamente responsable, sistemtico y riguroso consigo mismo: la ausencia de patrn, dominador, amo y dios lo pone como un individuo solar, piedra angular del mundo, que se da su propia forma, un cristal que debe transmutar esas figuras dentro de s. Y esto en Borges resulta una afirmacin de evidencia palmaria. Lo cual no quita que su pensamiento haya pasado por ciertos clivajes en materia poltica: desde la composicin de aquellos poemas que integraran un libro nunca editado, titulado Los salmos rojos, donde se da cuenta de una poca bolchevique, de un comunismo pacifista, ledo en clave de hermandad universal, de cuo whitmaniano.Sin embargo, este humanismo que inspir a Borges desaparece hacia 1920, tal como dice una carta a Maurice Abramowicz, fechada el 12 de enero de 1920: Soy de tu opinin en lo concerniente al bolcheviquismo. Es una sucia chusma de arribistas que arribarn y harn de la vida una vileza moral mediocre y montona. Del mismo modo, tambin se puede detectar un breve destello yrigoyenista en sus poemas de El cuaderno San Martn (1929), donde ejerce un fraseo ms criollista (tpico del caudillo radical) como puerta para luego partir hacia la dimensin universalista. Finalmente, se afirmar su posicin anarquista, y su afiliacin, ya citada, al Partido Conservador como gesto de desencanto de la poltica partidaria, democrtica y representativa.La pregunta por la poltica borgeana debera ser realizada, tal vez, y hoy ms que nunca, por resultar a contracorriente y extempornea; una cifra ms que necesaria de volver a ser pensada con rigor y seriedad. A veces desechada con rapidez excesiva, lo cual revela cierta pereza intelectual para problematizar algo por fuera de la superficie. Esta cuestin implica, adems, una pregunta a posteriori en relacin con la nocin de libre albedro, para lo cual es ms que destacable el artculo del economista Martn Krause titulado La filosofa poltica de Jorge Luis Borges, donde se analiza en detalle este tema. Borges, que era escptico en materia poltica y agnstico en trminos religiosos, tambin era un maestro de la sospecha con respecto al libre albedro. De todos modos, si bien dudaba, lo cierto es que aquello no implicaba caer en el determinismo. Su postura podra expresarse de la siguiente forma: el hombre no tiene entidad por fuera de las relaciones causa-efecto; est determinado, pero le resulta imposible conocer las causas de tal determinacin. Este argumento es una constante en el universo ficcional borgeano, particularmente en cuentos como El sur o El jardn de senderos que se bifurcan. El destino cifrado, la determinacin evidente, opaca siempre el causante de las acciones finales, de la muerte, de la valenta o la cobarda. El agnosticismo en esta materia le da coherencia a la tesis: quiz Dios s exista, pero nunca lo sabremos.El spencerismo de Borges (que tambin lo fue de Sarmiento, as lo testimonia el libro de su lecho de muerte en el Paraguay) se permite ver, de nuevo, en este dilogo con Osvaldo Ferrari: Para m, el Estado es el enemigo comn ahora; yo querra eso lo he dicho muchas veces un mnimo de Estado y un mximo de individuo. Pero quiz sea preciso esperar no s si algunos decenios o algunos siglos lo cual histricamente no es nada, aunque yo, ciertamente no llegar a ese mundo sin Estados. Para eso se necesitara una humanidad tica y, adems, una humanidad intelectualmente ms fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir. En la afirmacin borgeana se ponen en juego dos valores anarquistas irrenunciables: conducta y conocimiento. Pocos movimientos menos antiintelectuales y prointelectuales que el libertario: poltica del libro, la biblioteca y el estudio que colocaba la ignorancia de los pueblos como un enemigo igual de rapaz que el Estado. Todo anarquismo seala lo mismo: no hay cambio posible sin erradicacin de la ignorancia, verdadero factor causante de la dependencia. Este es el problema, entonces, que tambin seala Borges; por ende, la biblioteca como solucin; la educacin, la formacin personal y sin fin. Materia siempre bien comprendida por todos los grandes pensadores libertarios argentinos, como Martnez Estrada o Juan Jos Sebreli, ejemplos descomunales del autodidactismo.La filosofa poltica pone a Borges a contracorriente, y cumple el rol del aguafiestas, de quien seala el muerto en el placar y aviva a los dormidos de la inocencia perdida: un Estado engordado o bulmico y la inmensa mayora que espera aun salvar sus ropas a partir de su teta. Pero el anarquismo borgeano revela algo ms hondo y complejo que no todos vieron, o no quieren mostrar por ignorancia o conveniencia, as lo dice en Evaristo Carriego: El argentino hallara su smbolo en el gaucho y no en el militar, porque el valor cifrado en aqul por las tradiciones orales no est al servicio de una causa y es puro. El gaucho y el compadre son imaginados como rebeldes; el argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstraccin; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. Este individualismo argentino que marca Borges, y va de suyo con el gaucho y el malevo como modelos de rebelda, dice ms bien algo del problema de la articulacin de lo colectivo y del populismo que de la ciudadana: la opcin de la filosofa poltica borgeana tiene hilachas a ser repensadas e incrustadas con la contundencia de una marca con antecedentes. Si la poltica argentina del siglo XIX se escribi desde la figura del libro y los presidentes intelectuales, Lugones represent esa imposibilidad en el siglo XX al intentar revivir un sarmientismo imposible. Borges, y tambin Martnez Estrada, alcanzaron a ver que esa empresa estaba condenada al fracaso: Alpargatas, s; libros, no. El intelectual se aleja de lo pblico y construye su fortaleza, su jardn epicreo, su mito personal. En esta amalgama que se solidific durante aos, podemos detectar esquirlas del anarquismo borgeano como una forma de resistencia, que aparece con ms virulencia en momentos en que el Estado adquiere dimensiones desaforadas y peligrosas. Espacio que hoy est vacante. Casillero del intelectual privado: aguijn que no por pequeo es dbil, si no recordemos que El Aleph se encontraba en una casa de la calle Garay.