HERMANA (1) (2)
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Joyas centenarias de la literatura
Cuento Chino / Anónimo
Traducción / Frank Hung
Adaptación / Jesús Omar Uribe
Desarrollo y montaje digital / Elinor Carrillo
EDICIONES SEÑOR JOU
I.S.B.N: 980-6609-04-2PRIMERA EDICION / EDITORIAL LECTURAS FELICES
SEGUNDA EDICION / EDICIONES SEÑOR JOU
ILUSTRACIONES / PAULUS GEEVE
largoLa hermana menor del
cabello
L
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as gentes descendientes
de la antigua nación
de Los Dong, ocupan actualmen-
te las zonas más montañosas
del sur de China. Allí se cuenta
una leyenda en la que se men-
ciona, que detrás de la aldea, se
alzaba una impresionante mon-
taña de la cual brotaba un ma-
nantial de aguas dulces y crista-
linas, el cual, después de caer en
una mansa cascada brindaba a
las orillas una gran cantidad de
limo y abono que permitía obte-
ner cuatro cosechas al año.
El lugar era un paraíso donde la
vegetación era exuberante y los
majestuosos edificios daban fe
de la prosperidad reinante. Allí
no se conocía la pobreza y sí, la
generosidad de quien ayuda sin
pedir nada a cambio.
Allí donde el verde y el azul pare-
cían eternos, gracias a que el in-
vierno pasaba de largo sin dejar
hielos ni nieves, vivía una her-
mosa chiquilla a quien sus pa-
dres nunca le habían cortado el
pelo por considerar que era tan
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espléndido, brillante y vigoroso,
que sería un pecado hacerlo. Por
ello, éste le llegaba hasta el sue-
lo. El poeta había escrito:
Esta linda niña de cabellos sedosos,
es la flor de una tierra espléndida.
De su cabeza parecen brotar gozosas
fuentes de agua y luces encendidas.
En efecto, el eco de la hermosu-
ra de su pelo había atravesado
montañas, ríos y valles. Todos la
conocían como La Hermana Me-
nor del Largo Cabello. Ella se lo
peinaba tres veces al día arro-
dillada en la orilla del río que le
servía de espejo en sus tranqui-
las aguas.
No podría decirse que fuese va-
nidosa ni que por acicalarse ol-
vidara sus obligaciones. Cada
día iba por agua o recogía leña.
Cuidaba los cerdos, las gallinas
y los gansos; tampoco olvidaba
los cultivos de verduras. Mien-
tras trabajaba no dejaba de reír
y cantar. Era la primera en le-
vantarse y todos despertaban
placenteramente al oír sus can-
tos, por lo que nadie extrañaba
la ayuda de los gallos. La Herma-
na Menor del Largo Cabello era,
en definitiva, un regalo excep-
cional para sus vecinos. Todos
la adoraban y estarían dispues-
tos a dar la vida si de defender-
la se tratase, a pesar de que allí
no se vivía, por el momento, bajo
ninguna amenaza.
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Una mañana, inesperada-
mente, los manantiales
que alimentaban el río se
secaron. Ni los más viejos
recordaban que hubiese
ocurrido alguna vez una
sequía tan prolongada y
una tragedia semejan-
te. Los campos de culti-
vo debieron ser abando-
nados.
El agua quedó limitada a
la que proporcionaba un
arroyo situado a unos
cinco kilómetros de la al-
dea y hasta allí iban los
habitantes para abaste-
cerse con lo imprescin-
dible. Algunos animales
de granja debieron ser
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sacrificados y el temor a que la
sequía se prolongara, estreme-
cía al poblado.
La bella joven de los cabellos
larguísimos era la única que no
perdía las esperanzas e iba al
arroyo cuatro o cinco veces al
día; incluso, llenaba el cesto de
bambú con hierbas silvestres
para los dos cerdos que aún
conservaba en el corral de la
casa.
Cada vez le correspondía ascen-
der más alto a donde las nubes
dejaban una leve humedad que
favorecía el nacimiento de al-
gunas plantas aisladas que ella
retiraba con su azadilla. Una
soleada mañana cuando ella se
hallaba en la cima de la monta-
ña quedó boquiabierta al descu-
brir un haz de hojas verdes bajo
las cuales se asomaba un nabo
silvestre que emergía en lo alto
de una pared escarpada. Pen-
só en lo benefactora que sería
aquella planta para todos y se
propuso trepar para tomarla
aunque estaba descalza y aque-
lla roca era muy resbaladiza.
La esperanza era mayor que el
cansancio y el riesgo a caerse.
Trepó como si fuera una cabra
montesa y allí llegó. Se dio un
tiempo para recobrar el aliento
y tiro de las hojas del nabo va-
rias veces hasta que al fin, muy
agotada, obtuvo el premio desea-
do… ¡Y algo más!
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Al terminar de sacar el nabo,
vio, con gran asombro, que había
abierto un manantial con aguas
cristalinas, las cuales borbo-
teando se iban a deslizar, veloz-
mente, montaña abajo en medio
de un cantar de felicidad.
No obstante, el nabo escapó de
las manos de la muchacha como
si tuviese vida propia, como si
fuese un pájaro rebelde y luego
de varias vueltas en el aire, ter-
minó incrustándose en la boca
del manantial para impedir que
el agua siguiera manando de allí.
La joven estaba angustiadísma
por aquello y para colmo se de-
sató una tormenta con unos tor-
bellinos tan impresionantes que
uno de ellos la atrapó. En medio
de aquel tobogán siniestro ter-
minó cayendo en una oscura ca-
verna.
No se hizo daño; sin embargo, te-
mía lo peor. De pronto, se vio fren-
te al Demonio de la Montaña, un
gigante semidesnudo con barba
rubia, grandes aros colgando de
sus orejas, una cabeza calva con
prominentes cuernos, unos pies
cubiertos por una densa nube
pestilente y, lo peor, blandía en-
tre sus manos un alfanje desco-
munal cuya punta colocó a esca-
sos centímetros de su cuello.
Con voz ronca como si provinie-
ra de otra caverna el Demonio
de la Montaña dijo: -Si cuentas
a alguien el secreto del manan-
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tial… ¡Te cortaré la cabeza, niña!
Y agregó: - ¡Nunca, nunca… debis-
te arrancar ese nabo, niña im-
prudente! ¿Me has oído?
La niña, asustada, no pudo res-
ponder porque estaba paraliza-
da y sólo quería escapar de allí.
Se imaginaba prisionera, pues
había visto una puerta custo-
diada por dos guardianes. Por
ello, cuando el Demonio de la
Montaña le dijo que podía par-
tir, salió corriendo sin saber a
dónde se dirigía. En realidad
la había ayudado a escapar un
fuerte viento que la acompañó
hasta el valle.
Nada más llegó a su casa debió
mentir para justificar su larga
ausencia. Sufría mucho porque
las desgracias que pesaban so-
bre su familia y el pueblo de los
Dong eran muchas. La sequía se
incrementaba implacable y así
como la tierra se resecaba y se
tornaba amarillenta, así cam-
biaba el color de su cabello y, ade-
más, no dejaba de adelgazar.
¡Se consideraba culpable! Ella co-
nocía el secreto del manantial
y pensaba que si se lo contara
a la gente, todos juntos, pudie-
ran enfrentar al Demonio de la
Montaña. No obstante, el mie-
do la paralizaba. Con el tiempo
su pesar se fue intensificando.
Le costaba respirar, sus ojos se
quedaron sin brillo y su cabello
encaneció por completo.
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Una tarde, la joven triste vio pa-
sar al viejo padre de Xioaoyong.
Iba cargado con dos cubos lle-
nos de agua colgados de una
pértiga que descansaba sobre
sus hombros, cuando de pronto
resbaló sobre una piedra cayen-
do al piso, perdiendo toda la va-
liosa carga y sufriendo numero-
sas heridas.
La muchacha corrió a socorrer-
lo y rasgando un vestido impro-
visó unas vendas para curarlo.
Al verle llorando comprendió
que no podía seguir silenciando
el secreto del manantial. ¡Debo
contarlo todo aunque el Demo-
nio de la Montaña me quite la vi-
da! Entonces se vio asaltada por
una gran decisión y como una
heroína salió corriendo por la
aldea pidiendo que la siguieran
y gritaba: ¡Vayamos a la cima de
la montaña, allí hay un manan-
tial de aguas cristalinas! Lo he
visto con mis propios ojos. ¡Sólo
tendremos que extraer un gran
nabo y habrá agua para todos!
Las gentes fueron en busca de
grandes recipientes, azadones
y otras herramientas y acome-
tieron al nabo hasta quedó he-
cho añicos y comenzó a brotar
el manantial montaña abajo.
Las gentes se arrodillaban lle-
nas de alegría, riendo y corrien-
do al compás del agua. Cuando
creían estar al borde la muerte
y allí estaba la vida. Mientras
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la algarabía contagiaba a todos
nadie se dio cuenta que La Her-
mana Menor del Largo Cabello
acaba de ser atrapada por un
torbellino de viento que la elevó
por los cielos… ¡Además, fue sor-
prendida, por lo tanto no pudo
gritar pidiendo auxilio! De esta
manera la joven volvió a caer en
lóbrega caverna del Demonio de
la Montaña.
-¡Cómo no has respetado la pro-
hibición que te impuse, ahora
mismo te daré muerte! - Rugió
lleno de ira, al mismo tiempo que
levantaba el alfanje. -¡Nadie mori-
rá tan dichosa como yo, porque
he conseguido que las gentes de
mi aldea sean felices! - Exclamó
ella con gran serenidad.
Al escuchar estas palabras, el
Demonio de la Montaña, echan-
do azufre por la boca, dijo: - ¡De
acuerdo, ya que los has hecho
tan felices con el agua, que esta
sea tu tortura! ¡Morirás bajo el
peso del agua!
Acto seguido actuaron los de-
monios lacayos y la llevaron
hasta donde nacía el manantial.
Allí quedó sujeta y el agua de es-
te caía sobre su cuerpo. Aquel
vital líquido que era la dicha de
su pueblo, al golpear su cuerpo,
la fue debilitando y la muerte se
convirtió en planta trepadora
que iba posesionándose de ella.
Cuando los aldeanos regresaron
a sus casas, sin abandonar la co-
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lectiva euforia, cayeron en cuen-
ta que faltaba la persona más
importante: ¡La Hermana Menor
del Largo Cabello, su salvadora! A
partir de entonces, todos, o por
grupos, a diversas horas, inclu-
so de noche, recorrían toda la zo-
na buscando a la muchacha. Por
cierto, pasaban cerca de donde
estaba pero la cortina de agua
no permitía que la vieran.
Al final, llegaron a la conclusión
que pudo haber caído por un des-
peñadero y ser víctima de los ani-
males carroñeros. Por lo tanto,
la búsqueda perdió intensidad.
Sin embargo, el joven Xiaoyong,
que había sido su compañero de
infancia, no había perdido la es-
peranza; por ese motivo se arro-
dilló frente a un árbol milenario
y preguntó: - Abuelo de la natura-
leza, ¿quién ha sido el infame que
ha raptado a nuestra salvadora?
Conmovido por la tragedia, el
anciano árbol respondió: -¡Ha si-
do el Demonio de la Montaña! ¡Un
engendro tan cruel que ha he-
cho probar las hieles de la vida
a quien era un ángel de bondad!
Búscala en el primer salto del
manantial.
Xiaoyong corrió hasta donde el
viejo árbol le había indicado; le
costó ver entre el agua y cuando
la vio, debió retroceder estreme-
cido y con lágrimas en los ojos.
¡Ella había sido transformada en
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un estatua de piedra! Por horas, en vano, inten-
tó desprenderla de la roca.
Antes del anochecer volvió donde el milenario
árbol y de rodillas le imploró ayuda.
¡Tendrás que afrontar una peligrosa empresa!
– dijo el árbol –Después de atravesar noventa y
nueve montañas, encontrarás la Cordillera del
Hongo de la Inmortalidad. Allí le pedirás al hada
del Hongo que Devuelve la Vida, que te preste su
flauta, porque sólo con ella podrás vencer al De-
monio de la Montaña!
El joven superó todas las dificultades de aquél
casi imposible trayecto y cuando comprobó que
había atravesado la última montaña, divisó al ha-
da que sobre una roca estaba tocando la flauta.
Ella, que solía adelantarse a los acontecimien-
tos sabía el porqué de la visita, le dijo: -¡Bienveni-
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do seas a mi celestial morada. Te
entregaré la flauta que has venido
a buscar, pero no olvides que sólo
lograrás derrotar al Demonio de la
Montaña temporalmente. Su derro-
ta total sólo se logrará con la ayu-
da de todos y cada uno de los habi-
tantes de la aldea.
De repente El Hada movió uno de
sus abanicos y de él surgió un ca-
rro de nubes rosadas que se colo-
caron bajo los pies del joven para
transportarlo de inmediato a la
aldea. De seguidas se reunió con
los aldeanos y contó su historia.
Uno de los habitantes dijo: - Hace
varios años fui un escultor. Con la
ayuda de todos podemos esculpir
una estatua idéntica y sustituir la
de nuestra salvadora, si ustedes
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están de acuerdo. Todos acepta-
ron la idea y se pusieron manos
a la obra.
Llevaron la estatua ante el gran
portón de lúgubre palacio del
Demonio de la Montaña y como
eran tantos los que allí se en-
contraban, no tuvieron miedo.
Xiaoyong comenzó a tocar la
flauta y a pesar que para los
oídos humanos era una bella
melodía, para las enormes ore-
jas del Demonio de la Montaña
aquellos sonidos eran horribles
e insoportables. Se tapó los oí-
dos pero la melodía penetraba
a su cerebro y desesperado es-
capó por los aires temiendo en-
loquecer. Sus compinches, los
diablos verdes, corrieron peor
suerte.
Al verse libres, de los peligrosos
rivales, los aldeanos se dirigie-
ron a la primera caída del ma-
nantial. Cuando la divisaron, se
estremecieron, porque era difícil
reconocerla ya que ha había to-
mado el color blanquecino de la
piedra a la que estaba adherida.
Había llegado el gran momento y
Xiaoyong tocó La Flauta del Ha-
da, esta vez con una melodía dis-
tinta. Pronto se dieron cuenta
que la dulce melodía se enlazaba
con la cascada y abría una espe-
cie de puerta en la cascada y vie-
ron como la estatua iba mutan-
do su color gris a bellos tonos
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rosados que en pocos minutos
fueron los de la piel; la sorpresa
fue mayor cuando se abrieron
los ojos de La Hermana Menor
del Largo Cabello.
-¡Que pesadilla tan extraña he te-
nido…! - susurró la hermosísima
joven al resucitar. ¡Su pelo volvía
a ser negro y brillante como an-
tes! Dijo: -¡Sé que os lo debo a vo-
sotros, mis amigos!
Aún le quedaba otro sacrificio.
Cortarse el cabello, para que,
cuando Demonio de la Montaña
regresara sufriese un engaño
total y no tuviera dudas sobre
la estatua que habían colocado
en su lugar cuando los aldeanos
la liberaron.
Cuando los aldeanos celebra-
ban la liberación de la joven se
dieron cuenta que ella se ras-
caba la cabeza insistentemen-
te y que, comenzaba a brotarle
una nueva cabellera tan sedo-
sa y negra como la de antes. En
unos segundos fue tan largo y
abundante que llegaba a tocar
el suelo. Esto supuso que llega-
ba el final de los tormentos de
la heroína.
Seguidamente, el campesino más
viejo dijo: - Jovencita, tú nos pro-
porcionaste el manantial crista-
lino que terminó con la sequía
que nos había arruinado. Lo hi-
ciste a costa de tu propia vida,
lo que nosotros Los Dong jamás
olvidaremos.
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En efecto, en la región de Los Dong
hoy en día hay un manantial que
sigue manando aguas cristalinas
desde hace más de mil años y se le
conoce con el nombre de La Herma-
na Menor del Largo Cabello. Tam-
bién hay muchas jovencitas que lu-
cen el más hermoso cabello negro
de toda China, aunque no lo llevan
tan largo como su antepasada.
Para concluir esta historia con una
nota feliz, les diremos que ella se
casó con Xiaoyong, con el que vivió
feliz para siempre.
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