HEROES PTOCERES Y MARTIRES DE LA PROVINCIA DE NEIVA

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Un acercamiento a las circunstancias de nuestra independencia.

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BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA

HEROES PRÓCERES Y MARTIRES DE LA PROVINCIA DE

NEIVA

Por Leo Cabrera Guzmán Secretario General,

Miembro Numerario de la Academia Huilense de Historia.

Septiembre de 2010.

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BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA

HEROES PRÓCERES Y MARTIRES DE LA PROVINCIA DE NEIVA

Por Leo Cabrera Guzmán Secretario General,

Miembro Numerario de la Academia Huilense de Historia.

Este trabajo, mosaico de personajes, acontecimientos, circunstancias, debo reconocerlo

con profundo agradecimiento, ha abrevado en los textos y opiniones de estudiosos, que

merecen mi profunda admiración. Las charlas y erudición sobre lo regional de don Camilo;

las visiones de Gabino Charry en la “Corona Funebre”, ”Héroes y Mártires de la

Independencia” prolijamente publicado en 1919 y de Eduardo Unda Losada, en Proceres y

Mártires en la Independencia; los acertados comentarios de Delimiro Moreno Calderón en

sus disertaciones sobre el estado Soberano del Tolima, que nos dieron indicios sobre las

prohibiciones de intercambio comercial entre las colonias; el estudio de Reynel Salas

Vargas, Elsy Marulanda y Hernán Clavijo en el tomo III de Colombia País de Regiones;

Jorge Alirio Ríos en su reciente texto para Credencial Historia; el nariñense Vicente Pérez

Silva, la percepción de Enrique Pérez Arbeláez, los conceptos sobre educación escuchados

a Jairo Ramírez Bahamón lainformación documentada de Bárbara Yadira García de la

Universidad Francisco José de Caldas 2005, la rigurosidad de juicio del maestro Otto

Morales Benítez en Revolución y Caudillos de 1955 y de German Arciniegas en en la densa

redacción de Los Comuneros Biblioteca Ayacucho de 1922 y la Historiografía Colonial de

Bernardo Tovar Zambrano.

La Academia Huilense de Historia, ha llegado a los cien años de fructífera existencia al

servicio de nuestra región, gracias al tesón y denuedo de quienes como sus miembros,

dedicaron su interés de vida y perseverancia a la recuperación de la memoria de los

acontecimientos, personalidades y circunstancias que conformaron nuestra identidad, en

un proceso cuyas glorias y dolores, nos han llevado desde el aislamiento y la vida sencilla y

pastoril, el vivir inconforme bajo el yugo impuesto por la prepotencia ideológica y

atribución injustificada de derechos por quienes fueran nuestros opresores, hasta la

conciencia creciente de aspiraciones legítimas y condiciones humanas, que debieran

habernos proporcionado el camino a la democracia y la búsqueda del bienestar común.

Tales pioneros, Académicos correspondientes y de número, teóricos, investigadores,

literatos, ensayistas, cronistas empíricos o provenientes de diversas escuelas de

pensamiento, periodistas, sacerdotes, agnósticos, convencidos de la importancia de su

misión establecieron las bases para la instauración de nuevos enfoques metodológicos,

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recuperación, catalogación, y hermenéutica científica de los hechos, fenómenos

ideológicos, sociales, económicos de los cuales deberá nacer la historia imparcial,

prospectiva que nos prepare para nuevas conquistas y realizaciones.

No es fácil la tarea de fomentar el aprecio por estas materias: José María Vergara y Vergara, escritor costumbrista, periodista, diplomático y crítico literario, se refería, en tono de manifiesta recriminación, al hecho de que siempre que se había dirigido a los gobiernos sucedidos entre 1857 y 1866, en alguna diligencia para el fomento de nuestra historia, sólo había encontrado desapego, hostilidad y empeño para que tal cosa no se hiciera. Subrayaba la extraña paradoja de que los hombres que en la vida privada cultivaban las letras, al subir al poder rechazaban y aun perseguían "la inofensiva tarea del historiador, del anticuario y del literato”. Nuestra augusta institución, tras los alumbramientos difíciles de sus tres nacimientos, ha

crecido en madurez y en una evolución innegable ha adoptado criterios y exigencias de

rigurosidad para la enunciación de los trabajos de historiadores regionales, cada vez más

conscientes de la trascendencia, alcance y responsabilidad de su tarea de esclarecedores

objetivos de acontecimientos, que hasta época reciente se daban por supuestos.

Textos poéticamente embellecidos por cierta retórica ennoblecedora, aplicada a

personajes, cuyas verdaderas acciones, dilemas e intenciones, merecen en honor a la

probidad de su conocimiento, ser rigurosamente investigados, documentados,

testificados y colocados, en contextos históricos reales, más allá del simple adorno

retórico y las anécdotas divertidas e intrascendentes.

Bernardo Tovar Zambrano en su estudio sobre la Historiografía Colonial recuerda las opiniones de Germán Arciniegas en 1940, quien habría de ser presidente de la Academia en los años ochenta ,y criticaba esa consagración de la Institución a la historia de protagonistas, los cuales eran presentados sin tacha, de tal manera que el "héroe peinado", se pudiera "llevar a nuestra casa sin rubor" y sentarlo "a manteles delante de las chicas sin el recelo de que cometa ninguna falta"

El punto central que planteaba Arciniegas en su crítica era la oposición entre la figura del héroe y el hecho social, entre el conductor y el hecho popular y multitudinario. Manifestaba que la gran preocupación de los historiadores era exaltar la figura de los héroes para que la historia nacional girara alrededor de unos cuantos nombres propios "Para colocar,por encima del hecho social mismo, del hecho popular y multitudinario, la figura de los conductores. Hay que ver si para dar idea de nacionalidad conviene que así sea la historia —aunque no haya sido así la vida— o si resulta mejor que los hombres se muevan como sujetos singulares dentro de un complejo social". Arciniegas advertía que en Colombia se estaba confundiendo la historia con la genealogía. Con cierto humor expresaba que de nueve millones de habitantes, más de ocho y medio quedarían por

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fuera de la tradición nacional por no tener abuelo conocido en la guerra de la Independencia. Tal tendencia al embellecimiento de la historia, preocupa también a Juan Friede, quien en la "Introducción" de su volumen sobre el Descubrimiento y la Conquista en la Historia Extensa de Colombia, señalaba los defectos de la historia heroica, la cual, entre otros aspectos, exageraba el papel jugado por los individuos; tendía a convertir la historia en una sucesión de biografías; obstaculizaba, por su insistencia en los elementos individuales, "la revelación de las leyes que gobiernan la evolución de la sociedad"; valoraba subjetivamente al héroe, especialmente cuando entre el historiador y el héroe existían vínculos de familia, militancia en el mismo partido, identidad de intereses o de ideología, etc., lo cual —decía— era muy frecuente en nuestro medio. Friede consideraba que la mayor deficiencia de la "historia heroica" era confinar al olvido al sector mayoritario, "al común del pueblo que también tiene una historia digna de ser investigada" . Dentro de las acciones, prerrogativas y obligaciones que justifican la existencia de la

Academia, de acuerdo a lo contemplado como finalidad por nuestros estatutos, la

celebración onomástica de las fechas relacionadas con sucesos memorables, triunfos

militares, la evocación ejemplarizante de lo realizado por nuestros Héroes, Próceres,

Mártires, Artistas, Talentos literarios, líderes políticos y de comunidad, gobernantes, es de

incuestionable importancia.

La sesión solemne de hoy, homenaje a los mártires, héroes y próceres de la Provincia de

Neiva, representa un acercamiento, a las circunstancias que generaron el contexto

ideológico, que sirvió como escenario hace dos siglos, a la insubordinación, la toma de

actitudes, las decisiones, el sacrificio familiar y martirio de hombres y mujeres, espoleados

por el anhelo de la libertad para que sus líderes y comunidades pudieran gobernar el país

que en el despertar de sus ideas consideraron como propio.

Es de notar que los dominadores ibéricos, la corona española, de acuerdo a lo expuesto por Otto Morales Benítez, los mismos residentes españoles, no tenían interés en que se engendrara lo que podríamos calificar de un "estilo americano” para afrontar los hechos más simples. Los regímenes imperialistas, para asegurar su influencia en este continente, han predicado invariablemente nuestra incapacidad para tener un destino, con una cultura y con unas manifestaciones propias. Se ha apelado a la peligrosa afirmación de que nuestra ascendencia aborigen nos impide desarrollar ciertas facultades. Después se ha recurrido al trópico para acomodarle todas las deficiencias y limitaciones de nuestra evolución técnica. En esa forma pretendían asegurar el vasallaje y la resignación de nuestros conglomerados sociales.

El científico Enrique Pérez Arbeláez hace un epítome afortunado de dicho sistema: "El arma más efectiva usada por los imperialistas para retener sus colonias, ha sido mantener

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en los pueblos la convicción de su incapacidad: Incapacidad intelectual para resolver sus problemas vitales, incapacidad de su medio para sostener hombres altivos, suposición de peligros en el derecho a nacer, ayuda técnica que amortece el vigor investigativo propio. Y lo peor es que este sentimiento esclavizante tuvo en nuestros países una poderosa quinta columna empeñada en devaluar y coartar la ideología, las costumbres, el ambiente y los derechos a disfrutar la vida criolla. Así el desconocimiento del trópico, su vilipendio, ha conducido al desprecio de los que en él nacimos".

Los juicios se dirimían desde España, y cuando llegaban las sentencias, muchos de los litigios habían sido olvidados. No se puede alegar falta de legislación. Al contrario. Ella fue abundante y exageradamente detallista. El protocolo legal, era uno de los dones de creación de esa España imperialista. Existió un minucioso reglamento sobre cada aspecto social. Podría componerse un panegírico sobre la preocupación de la corona, en favor de las colonias y sus naturales, si nos basamos en los contenidos de las medidas reales. La verdad, el papel contenía la norma, que era burlada. Conducta que se convirtió, en un estilo, en un sistema de vida criolla: escamotear la regla jurídica, eludir su contenido, tergiversar su sentido. "Se obedece pero no se cumple", que parece ser una conducta que subsistiera aún en gobernantes y gobernados.

La "Legislación de Indias", llegó a tener más de seis mil reglas sobre justicia, culto, administración, economía, higiene, educación, letras, arte. Pero a cada nuevo decreto el conquistador, el virrey, el regente, el alcabalero, hallaban la manera de ocultar su sentido recóndito. Le creaban una nueva formulación. Le daban una interpretación jurisprudencial que concordara con su interés. Cuando era indispensable, pues, se apelaba a nuevos factores y descubrimientos o mandatos sobre el alma. O se buscaba, a través del concepto de la racionalidad, si era factible detener la ventaja para el natural. Al fin y al cabo nuestro señor el rey a quien no conocemos personalmente, está al otro lado del mar…

Eran tantas las acciones, tan agudos los problemas, tan agobiadores los métodos de expoliación económica y política y tan prolijas sus reglamentaciones legales, que hoy mismo, a pesar de las exhaustivas investigaciones históricas, apenas se conocen parcialmente. España, siguiendo el pensamiento que impulsa a los países imperialistas de su tiempo, consideraba que las colonias debían dar el mayor rendimiento, entregar el más amplio margen de aprovechamiento a sus usufructuarios. Lo esencial era lo que producían. No lo que ellas pudieran reclamar o anhelar.

La posibilidad de comerciar fue monopolizada por la política española. Lo que se extrajese—el cacao, el tabaco, los metales precioso o utilitarios, las perlas, la cochinilla, las pieles— era exportado a España bajo condiciones usurarias. Únicamente podía comprarse lo que la península vendía. Como no elaboraba suficientes géneros, lo que se introducía tenía un primer recargo.

Castilla poseía el monopolio de este comercio, pero la despoblación de su territorio, el exceso de burocracia y el peso de los impuestos arruinaron las industrias pañeras, de la

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seda, de cuchillería, que resultaban insuficientes. Para proveer a América, España necesitó comprar al extranjero los artículos que debía vender luego: tejidos, papel, libros litúrgicos, naipes. Castilla paso a ser un intermediario. Los mercaderes portugueses, holandeses, genoveses, franceses y hanseáticos se establecieron en Sevilla y efectuaron directamente sus negocios. La mercadería, tampoco podía transportarse libremente: sólo se permitía su movimiento a los barcos españoles. El envío sólo era aceptado a través de nueve puertos específicamente señalados, que más tarde se limitaron Sevilla y Cádiz. A América sólo arribaban por Vera Cruz y Panamá: se debía pagar impuesto de aduana al salir y otro al desembarcar. Luego, la alcabala se encargaba de elevar el precio, por el impuesto que se debería pagar cada vez que se realizara una operación sobre la mercadería.

España conoció el intervencionismo de Estado en todas las formas. No para racionalizar y distribuir la producción sino, para impedirla y señalar las fuentes a las cuales se debía apelar. El monopolio fue su sistema comercial: Compañías privilegiadas, que tenían a la vez ayuda en la Casa de Contratación de Sevilla, eran las que usufructuaban los mercados. El precio lo señalaban con tal severidad que no permitía siquiera esperar nuevas oportunidades. El comercio era cerrado, sólo para las sociedades que gozaban del privilegio económico de la Corona. La competencia era desconocida.

Se prohibió el cultivo y la exportación desde las colonias de aquello que produjera España. No se consentía sembrar la vid ni el olivo. Cuando los textiles criollos pudieron competir con los españoles, se reprimió su envío. La consigna era una y sola: comprar barato y vender caro, para el americano. Limitar toda probabilidad de desarrollo económico de las colonias, que pudiese disminuir siquiera la más leve gabela de los peninsulares. La política podía ser la indicada para acaparar gangas fiscales y económicas, pero en ningún momento indicaba una posición propicia al desenvolvimiento de nuestras regiones.

El sistema fiscal de España fue excesivamente riguroso. Todo estaba gravado. Existía una vigilante persecución del tributo. La autoridad parecía instituida para reclamar el pago de todas las cargas fiscales, con minuciosa delectación. José M. Samper, en su libro "Ensayos sobre las Revoluciones Políticas", enuncia las siguientes imposiciones:

"Las Aduanas, sometidas al régimen del monopolio semioficial y de la exclusión de toda importación no española; "Las Alcabalas, o derechos sobre toda clase de compras o ventas; "Los impuestos sobre las sucesiones, en cuotas diversas según la naturaleza de los herederos; "Los derechos de almotacén, basados en el uso forzoso para todas las transacciones, de los pesos, pesas y medidas oficiales; "Los quintos de fundición, enorme impuesto que pesaba sobre la producción de oro y plata; "El tributo, que, bajo la odiosa forma de capitación, abrumaba a los indígenas; "Los diezmos y primicias, impuestos crueles, exorbitantes, que gravaban la totalidad del producido agrícola y pecuario, es decir, capital, trabajo y renta, y muchas veces gravaban la pérdida en vez de la utilidad; prestándose, por otra parte, a los abusos más odiosos y funestos; "Los derechos de

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registros y anotaciones; "Los derechos por razón de oficios o industrias, títulos profesionales, títulos de minas y tierras, títulos de empleos, etc.; "El papel sellado, obligatorio para todos los actos oficiales y la mayor parte de los contratos o actos privados, con una escala de precios muy subidos; "Los derechos de consumo, que gravaban la vida en sus más imperiosas necesidades; "Los peajes y pontazgos, sobre caminos y puentes, construídos gracias al trabajo personal, forzado y gratuito de ciudadanos y los indios; "Los proventos de multas, ventas de empleos, sisas de todo género; más o menos inmorales y odiosas, y otras menudencias; "El monopolio del cultivo y venta de tabaco; "El de la fabricación y venta de naipes; "El de la propiedad de minas de plata, esmeraldas, azogue y otras materias; "El de todo servicio de correos; "La renta proveniente de la amonedación, de la venta de tierras baldías, de los bienes mostrencos; un enjambre de impuestos municipales de diversas formas, tales como: "Los propios, derechos sobre tiendas, puertas, ventanas, mercados a cielo raso, etc.; "El impuesto directo para apertura de caminos, sobre los vecinos pudientes; "El trabajo personal subsidiario, especie de corvea o serna, exigido a los proletarios, sin indemnización alguna, para atender a los mismos caminos; Los derechos de puertos, tránsito, pasaportes, licencias para fiestas, bailes y mil cosas.

"No acabaríamos al querer continuar la nomenclatura".

La mejor síntesis de esa tributación la da don Salvador Camacho Roldán en frases de intención literaria, que denuncia todo un criterio de gobierno: "Todo está gravado: el capital y la renta, la industria y el suelo, la vida y la muerte, el pan y el hambre, la alegría y el duelo. Monstruo multiforme, verdadero Proteo, el fisco lo invade todo, en todas partes se encuentra, y ora toma la forma enruanada del guarda de aguardiente, el rostro colérico del asentista, el tono grosero del cobrador de peaje, la sucia sotana del cura avaro, los anteojos del escribano, la figura impasible del alcalde armado de vara, la insolencia brutal del rematador del diezmo, o la cara aritmética del administrador de aduana".

Todo esto era lo que se iba volviendo rumor encolerizado entre los criollos. El común, tenía razones más que suficientes, al rebosar la inmoralidad de tanta argucia que le privaba de toda posibilidad de producir para el propio beneficio.

Se producían cambios en la educación: Se solicita sean creadas, las escuelas de primeras letras para las gentes del común, en Zipaquirá, Cali, Girón, Ubaté, Cúcutá, San GilSuatá, los jesuitas quienes regentaron desde 1605 el Colegio Seminario de San Bartolomé para impartir enseñanza superior a los hijos de españoles, fundaron el Colegio Máximo situado en una de las esquinas de la Plaza Mayor y en 1621 la Universidad de San Francisco Javier o Javeriana. La compañía de Jesus, fue expulsada por Pragmática de Carlos Tercero en 1767…

Los dominicos abrieron en 1580 la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino para Artes y Filosofía, En 1653 fray Cristóbal de Torres fundó el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. En 1783 se inició la primera comunidad educativa y la primera escuela

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para la educación de la mujer en la Nueva Granada: el colegio de La Enseñanza, de la comunidad de María. Desde ese momento, se iniciaron las lecciones escolares para las mujeres, derecho que hasta entonces estaba reservado a los varones.

A principios del siglo XVIII, se insinúan cambios en la mentalidad de los pueblos americanos: antes de la instauración del pensamiento de la ilustración y como producto de inconformidades procedentes del sur del continente, el pueblo mestizo principia a dar forma a un potente mensaje de inconformidad. Su actitud se va extendiendo, haciendo de América gran telón de fondo, para su impetuosidad y su lucha. En 1723, en el Paraguay, la gente del común asume actitudes contra los jesuitas. En 1765 en Cali y en Quito hay voces inquietantes. En noviembre de 1780 José Gabriel Condorcanqui Noguera, Tupac Amaru II cacique de Surimana, Pampamarca y Tungasuca con sus indios y sus criollos, inició una gran rebelión anticolonial ejecutando al corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga. Fue descuartizado en 1782, entre cuatro caballos, luego de ver ejecutar a su familia.

En los Llanos venezolanos los pobladores hacen suya la misma conjura. En 1781 en nuestras aldeas se reunieron arrieros, mineros, agricultores, para exigir su reivindicación económica por intermedio de consignas de beligerancia contra el dominio español, afirmando la obligación de que la jerarquía llegue a las manos ávidas de gobierno de los americanos. Los nacionales han advertido que su posibilidad de dirigir se está perdiendo entre sílabas que no se escuchan; entre juicios que enuncian y no se aceptan; entre la sumisión económica, que le obliga a estar totalmente sumergido en la producción para sostener imposiciones fiscales que no le traen ninguna ventaja, alegría ni consuelo. Comenzaron a insinuarse inconformidades contra el nuevo régimen de impuestos ordenado por Carlos III. Para imponerlo en el Nuevo Reino se envió al visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres en 1777. Éste estableció el estanco del tabaco, prohibió su cultivo en determinadas regiones, como el Socorro y Chiriquí, erigió las rentas estancadas de naipes y el aguardiente, organizó la Dirección General de Rentas, creó las aduanas en Cartagena y Santafé y finalmente, el 12 de octubre de 1780, publicó la Instrucción de nuevos gravámenes, por la que se subía dos reales la libra de tabaco y otros dos el azumbre del aguardiente. A los diez días, como consecuencia nació el movimiento comunero en Simacota, que se extendió de acuerdo a Germán Arciniegas, luego al Socorro, San Gil, Charalá, Chima, Oiba, Vélez, Simacota, Sutamarchán, Sesquilé, Girón. En el Socorro, el día 16 de marzo de 1781 Manuela Beltrán, a la cabeza de los amotinados, arranca y destruye el Edicto que se había fijado en una tabla con las armas reales, a un lado de la puerta de la Recaudación de Alcabala, contigua al portal de la residencia del Alcalde ordinario.

La rebelión se consolidó en el Socorro con participación de mestizos, criollos e indios. Reunió casi veinte mil hombres que se dirigieron hacia la capital para pedir la derogación de los nuevos impuestos. En cabeza de la turba de los comuneros en El Socorro (Santander, Colombia), marchan el zarco Ardila, Roque Cristancho, Manuela Beltrán y Miguel de Uribe. Hartos de los impuesto, los guardas, los estancos y los maltratos para el cobro de dichos tributos. Es nombrado como general Juan Francisco Berbeo, un rico

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residente del lugar. Le nombran como capitanes a ricos lugareños como Salvador Plata, Joaquín de Vega, Diego Ardila, José Antonio Estévez y don Antonio Monsalve. conocidos

con el nombre de los Magnates de la Plazuela o los plazoleros . Como secretario actúa Josef Ignacio de Ardila. Berbeo, nombra a Isidro Molina, su favorito, Capitán de Volantes. En Santafé imperaba mientras tanto el vacío de poder, pues el virrey don Manuel de Flores había marchado a Cartagena para defenderla de un supuesto ataque inglés, El visitador Gutiérrez de Piñeres huyó hacia el río Magdalena para llegar a honda esperando escapar por Cartagena, ante la agresividad comunera contra su persona.

El movimiento comunero en el Nuevo Reino de Granada, fue una reacción popular armada: primero los Comuneros de la Provincia de Neiva y luego los del Socorro, quienes llegaron en Zipaquirá a establecer con el arzobispo Antonio Caballero y Góngora quien conformo comisión con el oidor Juan Francisco Pey y el alcalde Eustaquio Galavis a quienes la audiencia recurrió en la emergencia, unas capitulaciones, redactadas por Juan Bautista de Vargas y el peruano Don Agustín Justo de Medina, residentes en Tunja, las cuales daban la razón a los sublevados, bajo la condición de no invadir con sus tropas a Santafé. El General del Común, Juan Francisco Berbeo presentó sus reivindicaciones en forma de 35 demandas, que en síntesis exigían la derogación de los nuevos impuestos y la disminución de los antiguos. Empezaron a discutirse una por una pero, ante el temor de que el pueblo se cansara de la espera y marchara sobre Bogotá, el Arzobispo aconsejó a los oidores aceptarlas todas. Así se hizo, por lo que se procedió a jurar el acuerdo ante los evangelios. Tras esto, se ofició una misa solemne, celebrada por el propio Caballero, y los comuneros volvieron a sus pueblos convencidos de que la autoridad del arzobispo respondería del acuerdo. No fue así, pues, una vez en Bogotá, los oidores, el virrey Flores que había regresado a Santafé y Caballero y Góngora desconocieron el tratado, el cual declararon nulo por haber sido arrancado mediante coacción. Los líderes comuneros fueron capturados, decapitados y descuartizados. Se nombró virrey a Juan de Torrezar Díaz Pimienta, antiguo gobernador de Cartagena. Se dirigió hacia la capital y tomó posesión del cargo, pero falleció el 11 de junio de 1782. Fue abierto el "Pliego de mortaja", que llevaba todo funcionario designando su sucesor en caso de muerte, y se supo que el nuevo virrey era el propio arzobispo Caballero y Góngora. Esta lamentable traición aplaudida y premiada por la corona con la designación de Caballero y Góngora Como Virrey, sirvió para que el pueblo entendiera que no podía confiar en promesas o muestras de buena voluntad de sus opresores. Se iniciaba el camino hacia la Independencia.

El levantamiento comunero no fue el primero de su género en la Nueva Granada. Levantamientos anteriores en la Nueva Granada, de negros, mestizos e indios contra el Estado colonial, los hubo, como el levantamiento del rey negro Domingo Biohó en la costa Atlántica (1599), el levantamiento de los cimarrones (1634), el alzamiento de 1732 donde al mestizo Luis García se le nombró Libertador del Darién e incluso, el movimiento comunero de Neiva en 1767. Al menos, otras tres asonadas se presentaron a lo largo del siglo XVIII: En 1738, los habitantes de la población de Honda, provocaron una revuelta como respuesta al establecimiento del impuesto del estanco. A comienzos de 1752, los indígenas de la región de Tuta, se negaron a destruir los recipientes de barro donde

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fermentaban la chicha y el guarapo. Según las autoridades españolas, esta práctica contribuía al vicio de la embriaguez. Entre 1765 y 1766, los mulatos que poblaron la regiones de Cauca y Chocó, atacaron en repetidas ocasiones los estancos donde las autoridades coloniales almacenaban el aguardiente. Por 1780 se decretó el establecimiento de estanquillos de aguardiente en Aipe, Villavieja. Fortalecillas, Los Volcancitos y Pirabante y Otas, que se proveían en el estanco de Neiva, en el de Timaná, los del Naranjal, el Pital, La Jagua, La Honda, Valle del Suaza. Laboyos, Potrerillos (Gigante), paso de La Guaira (El Hato, y Tambo de El Salero (Paicol)

Si bien los obeliscos y placas conmemoratorias, de la gesta comunera, recuerdan en el

Huila los nombres de algunos de quienes murieron por sus ideas, la lista de, nativos de

nuestro territorio que fueron expoliados, ejecutados durante las retaliaciones,

reconquista y pacificación o muertos en los campos de batalla durante el complejo

transcurso de la Independencia, es sobradamente extensa – alcanza a varios centenares -

e incluye los nombres de personajes anónimos, y otros de cierto protagonismo, pero que

poco nos dicen, aparte del reconocimiento de apellidos, que hoy perviven en familias de

varias de las localidades de la Provincia de Neiva. Consigna orgullosa la historia, a quienes

aquí, nuestros comuneros, por primera vez en nuestro territorio enarbolaron como armas

horquetas, machetes y lanzas en protesta ante los abusos del dominio colonial.

Demos la Palabra a don Gabino Charry quien en Frutos de Mi tierra consigna pormenores al respecto: “Neiva respondió al llamamiento hecho en 1781 por Galán, Alcantuz, Molina y demás jefes de la revolución de los Comuneros, porque común era la causa. Y Pedro León Perdomo, si de humilde cuna , se levantó el primero para constituirse caudillo de los neivanos y caguaneses con quienes marchó al sur hasta los Volcancitos o Pirabante, donde destruyó los estanquillos de aguardiente y tabaco. A la sazón había invadido a Neiva, el diecinueve de junio pasado medio día, la fuerza organizada en Aipe y Villavieja por Toribio Zapata, a quien secundaban Gerardo Cardoso, Jacinto Rojas, Vicente Nava, Pascual Castañeda, Salvador Herrera, Francisco de Charres, Juana Gutiérrez de Celis Teresa Olaya, Ventura Celis, y Francisco González. Esta fuerza había destruido el estanquillo de Fortalecillas, donde pernoctó.” “Intentó el Gobernador don Policarpo Fernández, sofocar la rebelión; y al intimarle a Zapata que rindiese las armas éste lo alanceó por un costado dejándole muerto en el acto. Acudió al punto, el Capitán Pedro López, de la guardia del gobernador, quien mató de un pistoletazo a Zapata y un escopetazo a uno de sus tenientes.. Sinembargo, el estanco fue destruido y la rebelión subió de punto. Así que hubo regresado Pedro León Perdomo se encaminó a Aipe y Villavieja, y de acuerdo con los comuneros de alla quedó de hecho encargado de la Jefatura”.

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Decían de Perdomo los Alcaldes Ordinarios de Neiva, en el Informe rendido a la Audiencia “…Y que igualmente, además de lo que constare judicialmente informemos lo que tuviéremos por conveniente, en cuya observancia exponemos, cómo Pedro León Perdomo siendo el que se singularizó de Capitanejo conmoviendo los ánimos de las gentes de esta jurisdicción a que se sublevasen a la extirpación de los dos ramos de aguardiente y tabaco…” Dentro de sus hijos próceres sacrificados por los españoles, figuran entre otros los hermanos Benito y Fernando Salas Vargas héroes quienes combatieron en la campaña del sur y luego al mando de 600 hombres en las acciones de El Palo La Cuchilla del Tambo y La Plata, sentenciados por el Tribunal de Purificación presidido por el Teniente Coronel Ruperto Delgado, comandante del batallón primero del Regimiento Numancia, oficial español, tristemente célebre por sus ejecuciones de mujeres: las mártires Mercedes Loaiza, María del Rosario Devia, Rosaura Rivera, Dolores Salas, Marta Tello, Antonia Moreno y Luisa Trilleras. Las capacidades de nuestros héroes y próceres para la batalla –Muchos de ellos entregaron su vida en tierras extranjeras- se pueden apreciar en que la mayor parte de ellos, ostentaron oficialías y funciones de comando.

Francisco Lopez, Jose Maria Lopez, Luis Jose Garcia, Manuel Ascencio Tello, Mariano

Vasquez Posse Y Galavis, El Poeta Guerrero Jose Maria Tello, Juan Antonio Samper,

Antonio Piedrahita, Hermogenes Céspedes, Ambrosio Ortiz, Hipólito Perdomo, Miguel

Cuellar, Jose Oliveros, Juan Ignacio Vanegas, Jose Ignacio Lopez, Carlos Agustín Quintero,

Jose Gutierrez, Juan Vicente Duran, Manuel Garcia y el presbítero Jose Joaquin Buendía,

entre los oficiales, fuera de los soldados que se incorporaron a la campaña del sur. José

Miguel Montalvo, Diego Barreiro Gómez, Evaristo Borrero Ordóñez, Fulgencio Calderón, el

sacerdote y masón José Joaquin Cardozo y Sánchez, el cacique Agustín Calambás, el

Capitán Antonio Casanova, el giganteño Pedro José Rafael Cuervo Rivera, José Joaquín

Chacón, el aipuno Heliodoro Durán, Secundino Fuentes, el timanense José Tomás de

Hermida, Pedro de Iriarte, José Joaquín Langaray, cura de Suaza, el presbítero Manuel

Logas, de Tesalia, el sacerdote Andrés Ordóñes y Cifuentes, el presbítero de El Hato, hoy

Tarqui, José María Tello Salas, Francisco Felix Serrano, los yaguareños Francisco y José

María López Villafañe, Zenón Orozco, de Campoalegre, el agraduno Salvador Pastrana, el

campoalegruno Manuel Buendía, Ramón Antonio Bernaza, Fulgencio Bernate, Angel María

Chaparro, Tomás Chinchilla, José Tadeo Durán, León Durán, Joaquín Devia, Domingo

Ducuara, Bautista Díaz, José Galindo, el paicoleño Mariano Gálvez, Luis García, Mariano

Herrera, Agustín Jeraldino, Anastacio Leiton, Juan Manuel Lara, Domingo Navarro, Justo

Olave, Silvestre Ortiz, Juan José Perdomo, el tarqueño Manuel Pinzón, Victor Perdomo,

Luis Perdomo, José Luis Perdomo, Andres Paredes, el palermuno Fulgencio Paredes,

Nicolás Parga, Santiago Parga, Juan de la Cruz Polanía, Antonio Peláez, José Antonio

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Revilla, Justo Rubiano, Celedonio Silva, de Garzón, Pedro Antonio Serrano, Torcuato Salas,

el campoalegruno, Pedro Antonio Solano, Antonio Santoyo, Pantaleón Sanabria, Sinforoso

Tello, Mariano Tello, Antonio Tafur, Polo Trilleras, Siervo Támara, Leoncio Trujillo, Pablo

Trujillo, Juan José Támara, Rafael Villanova, Hermenegildo Valencia, Julián Valdez, Alberto

Yepes, José Antonio Barreiro y Losada, coronel Diego Barreiro, el campoalegruno Dionisio

Losada, Salvador Pastrana, Francisco Bermeo, Lorenzo Ivito, Dámasó Girón, el presbítero

Pedro José María Borda, Juan Agusto Gerardino, capitán José María Rivera, Juan de Dios

Ortiz Durán, Evaristo Borrero, Camilo González, el cura Andrés Ordóñez y Cifuentes y

Emigdio Garay, de la Plata.

El Consejo Revisor Electoral de Neiva declaró la Independencia Absoluta en la Provincia de Neiva, el 8 de febrero de 1814. Fueron firmantes del Acta: don Diego Miguel Dussán, Miguel María Ortíz y Duran, Benito Salas Vargas, Manuel Tello, José Antonio Amézquita, Nicolás de Pombo, José Manuel de Silva, José Rafael Cabrera Cuellar y Francisco Ramón Parra.