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HIBRIDACIONES

Edmond Couchot

HIBRIDO. Dícese de un individuo que pro­viene del cruce de variedades, de especies diferentes. (Del latín híbrida, nacido de dos ramas diferentes o de padres pertenecientes a dos pueblos diferentes; del griego hyvris, idea de la «des-mesura», de donde derivan todos los excesos, orgullo, ultraje, se vicia y también violación. Se opone a sofrosyni, sentido de la mesura.)

LOS INSTRUMENTOS, NUESTROS ORGANOS DE MUTACION

G alileo fue condenado por la Iglesia por haber afirmado, por haberse empeñado en afirmar, que la Tierra giraba alrede­dor del Sol, lo que ya se sabía desde ha­

cía más de medio siglo por Copérnico. Pero que la Luna estaba erizada de montañas, que el Sol tenía manchas, que existían más de siete plane­tas, que no eran luminosos por sí mismos sino que recibían su luz del Sol, y que el cielo no te­nía fronteras, todo esto se ignoraba. Y el recha­zo a saberlo era mayor porque Galileo lo desve­laba directamente a la mirada, a través de una fabulosa máquina que había inventado, el teles­copio. Lo que no se perdonaba a Galileo, era ha­ber mostrado el Universo de otra manera, acer­cando simplemente el ojo al ocular de una lente, y haber obligado a sus contemporáneos a re­crearlo de otra manera. Era finalmente el haber cambiado, con la ayuda de algunas lentillas y de un tubo hueco de madera, no solamente la re­presentación que el hombre se hacía del Univer­so sino, sobre todo, haber cambiado al hombre mismo. La Iglesia, y el poder, presentían que ese inofensivo instrumento sería más peligroso que las armas más mortíferas. No constituía una simple prolongación del ojo (como el mosquete una prolongación balística del brazo), una ex­tensión periférica alrededor de un núcleo duro que sería el hombre, entidad permanente e inal­terable en su inmutable identidad. El instrumen­to, al injertarse en el ojo, daba origen a un «mu­tante» diabólico, ni hombre ni cosa, sino más poderoso que el hombre y la cosa. El siglo XVII asistía al nacimiento de un nuevo híbrido, fruto de dos «especies» diferentes: una especie ani­mal del género Hamo y una especie de objeto que Dios no había creado.

Más que prolongamientos de los sentidos o de los órganos motores -lo que también son-, las técnicas, incluso las más primitivas, son ver­daderas obligaciones que asocian íntimamente, y con frecuencia con la violencia del hyvris, dos especies, a la vez diferentes y cercanas que, de cualquier forma, están destinadas a no existir

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una sin otra. No hay hombre sin objetos técni­cos ( del mismo modo que no hay hombre sin lenguaje). Si existe un mono desnudo, no existe un «hombre desnudo». El «hombre desnudo» no es más que un cuerpo aislado, temporalmen­te, del universo de los instrumentos. La técnica, implicada en el ser del hombre, le es así «conna­tural». No solamente es un producto o una «se­creción» (1) del hombre, sino también, como lo ha dicho Michel Serres, «el origen del hombre,

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su perpetuación y su repetición» (2). Y yo añadi­ría, origen que no cesa de renacer y de despla­zarse, como la naturaleza del hombre que no ce­sa de desnaturalizarse.

REDES Y CONEXIONES

Las tecnologías son también más que «entor­nos», esa especie de decorados en dos dimensio­nes y artificiales, sobre el fondo del cual los in­dividuos evolucionarían y se destacarían, en su

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desnudez original. Cuando conduzco un coche, cuando golpeo el teclado de una máquina de es­cribir, cuando miro la televisión, cuando escu­cho la radio, cuando trabajo en cadena, cuando programo un ordenador, la tecnología cesa de ser un entorno. No está ya alrededor mío, en mis entornos, en el exterior de un perímetro que se­ría yo más acá y no-yo más allá, está en mí. Una red sutilmente organizada e invisible me coge en sus mallas, me disloca, me atraviesa y tam­bién me dispersa. Cuando utilizo una técnica, hago algo más que asirla, me conecto con una de las líneas de esa red, me convierto en quiasma, encrucijada, punto singular de la red. Una com­binación muy compleja de conexión y descone­xión modula cada una de mis actividades técni­cas. Pero, por muy variada que sea esa combina­ción, me devuelve cada vez a la red. Utilizar las técnicas se resuelve siempre en conmutarse so­bre una red donde se actualizan y se intercam­bian modos perceptivos y el saber hacer. Como las palabras que remiten a otras palabras a través de la red infinita del lenguaje, cada experiencia técnica singular remite al conjunto de la tecno­logía.

Esta red de finas mallas se extiende sobre el cuerpo todo de la sociedad que cubre como un forro. Entre lo orgánico y lo mecánico, paralelo pero no exterior, no funciona como otra socie­dad, sojuzgada o dominante, sino como un do­ble polimo,fo con el cual cada individuo compo­ne innumerables y temporales hibridaciones. A mi alrededor, los instrumentos, las máquinas, los medios de comunicación, los transportes, las herramientas, los objetos, los libros, las panta­llas, los juegos, innumerables dispositivos tejen las mallas de otro cuerpo, disperso y sin límites, con el cual combinan, en el curso del tiempo y según las ocasiones, incesantes y múltiples hi­bridaciones. Cada técnica es en potencia no so­lamente otra manera de hacer, sino también otra manera de ser, una combinación de acciones y percepciones. Al dejar el sílex por el taladro, el taladro por el propulsor, al dejar el volante de un automóvil para tomar el índice en los agujeros del teléfono, el hombre, prehistórico o contem­poráneo, pasa en cada cambio de técnica de una hibridación a otra.

El cuerpo-red de la tecnología hace del hom­bre un híbrido permanente y de la hibridación, una constante Hibridación, como lo recuerda el origen griego de la palabra, que no puede ser si­no violenta, pues debe hacer fusionar seres y co­sas de especies diferentes.

EL MINIMO COMUN DIVISOR, EL BIT

Cada tecnocultura engendra formas específi­cas de hibridación. La aceleración del desarrollo industrial produjo en el siglo pasado hibridacio­nes más o menos teratológicas contra el efecto de las cuales la sociedad intentó, de modo sim­bólico, reaccionar. La subjetividad dolorosa del

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romanticismo lno fue acaso una respuesta a la fragmentación y a la dispersión tecnológicas de la identidad, fundada sobre la afirmación exacer­bada del yo? Desde el siglo XIX, las técnicas y las condiciones de hibridación han seguido evo­lucionando. Para algunos, habrían empeorado, el hombre sería cada vez más dependiente de la tecnología; para otros, habrían mejorado. Lo que es seguro, en todos los casos, es que la apa­rición de las nuevas tecnologías está acelerando muy fuertemente, y de una manera inesperada, los fenómenos de hibridación hombre/máquina. Estas tecnologías están ligadas a la informática y se extienden cada día a sectores en los cuales parecían, ayer, inaplicables. Todo ocurre como si la informática se convirtiese en la técnica de las técnicas. Pero lo que cambia con la informá­tica,. es que no es una técnica como otra. La in­formática ha llevado al límite extremo la frag­mentación de los procesos operatorios.

El ordenador ya no es una máquina que pro­duce energía o transforma materiales, sino una máquina informática que procesa datos, redu­ciéndolos a su más pequeña «expresión» lógica: números, también binarios y traducidos en mi­cro-impulsos electrónicos. El bit, la más peque­ña unidad de información concebible, es la partícula elemental que asegura la coherencia de esas operaciones. El ordenador es él mismo el resultado de una hibridación compleja entre di­ferentes técnicas: cálculo automático, máquinas lógicas, electrónica. Es sobre todo una máquina para hibridar extremadamente eficaz. Ha hecho posible la hibridación más extraordinaria: la del soft y la del hard, del lenguaje y de la máquina, del pensamiento simbólico y del pensamiento técnico. El ordenador es en efecto la primera máquina que «funciona» con el lenguaje. Con él, el signo, dice André Robinet, ha penetrado . en el corazón de la máquina (3). Quizás no se pueda hablar realmente de hibridación sino a partir solamente de ese momento preciso en el que los elementos que se hibridan, humanos y mecánicos, han encontrado esa especie de míni­mo común divisor (el bit); en cualquier caso, se trata de un estado de hibridación completamen­te diferente, sin comparación posible con el es­tado precedente.

LA IMAGEN NUMERICA

Este poder de hibridación se desarrolla al má­ximo en las técnicas numéricas de la imagen.

Una imagen numérica es una imagen reduci­da a una matriz de números. El ordenador trata esos números de formas diferentes y visualiza los resultados sobre una pantalla vídeo o una impresora. Es pues posible generar una imagen solamente a partir de la manipulación de núme­ros. Es decir, sintetizarla. No es necesario refe­rirse a un modelo, a un objeto real. Pero nada impide, si se quiere, reproducir numéricamente un objeto suministrando al ordenador los datos

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(dimensiones, colores, pos1c10nes, etc.) que le caracterizan. A partir de estos datos, el ordena­dor puede reestituir casi una infinidad de imáge­nes diferentes de ese objeto, y según el sistema de representación escogido. En suma, a la «vi­sión» de un solo objeto corresponde una infini­dad de «representaciones». La imagen de sínte­sis no es ya una proyección en un solo ejemplar, un doble más o menos fiel de un modelo, un duplicado óptico-químico como la fotografía,

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una reproducción; es una imagen de potenciali­dades infinitas: una imagen elevada a la poten­cia imagen.

Y en sentido inverso, es posible actuar direc­tamente sobre una imagen numerizada y modi­ficar su matriz correspondiente. La imagen ya no se muestra entonces como un espacio cerra­do y fijado, circunscrita en el interior de un perí­metro infranqueable. Se ha convertido en un universo abierto en el interior del cual el que

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mira tiene el placer de penetrar y de dejar su huella. Actuando sobre varios instrumentos, puede, sin cálculos ni programas que concebir él mismo, «interpelar» la imagen y pedirle modifi­caciones, respuestas. Puede conversar con la imagen. El modo convencional, o «interactivo», es uno de los caracteres más destacables de la imagen numérica. Confiere a la imagen cierta «responsabilidad», una capacidad para respon­der y dialogar -evidentemente definida por los programas que la generan- que hace de ella más que una imagen, un objeto dotado de autono­mía, capaz de emitir a su vez un mensaje.

META-MORFOSIS

Así se comprende que las técnicas numéricas inviten a hibridaciones muy complejas. Autori­zan la mezcla de fuentes icónicas extremada­mente variadas: pintura, dibujos, fotografías, ra­diografías, electrografías, vídeos, cine, trazados manuales, formas totalmente sintéticas, etc. To­das las asociaciones, todas las mezclas, todos los «collages» o «asamblajes» son posibles. Pero lo que cambia esencialmente con estas últimas téc­nicas que se remontan a los papiers col/és de Braque y de Picasso -y que han contribuido mucho a emancipar la mirada de las reglas de la perspectiva-, es que el ordenador ha reducido a su más sencilla expresión física y lógica los ele­mentos constitutivos de la imagen. Collages y ensamblajes trabajan en un nivel tan «atómico» -el del pixel ( 4) plano visual y el del bit planodel cálculo- y con especies tan diferentes quehay que hablar más bien, de nuevo, de hibrida­ción. En efecto, la combinatoria de los compo­nentes formales de la imagen no se funda ya enla inclusión de figuras diversas (o de formas) enun espacio figurativo de apropiación cerrado einmutable, sino en la capacidad de los elemen­tos para interactuar entre ellos y para modificar­se bajo el efecto de diversos impulsos, particu­larmente bajo la interpelación de quien mira.

La noción estricta de forma -en el sentido de «gestalt»- deja lugar a la noción de transforma­ción. El artista se interesa más por lo que pasa entre las formas que por las formas en sí mis­mas, más por su devenir que por sus estados es­tables. La imagen ya no se queda «en lugar de su modelo», en el plano de la representación del cuadro perspectivista o de la fotografía, o en el plano de presentación y de apropiación del espa­cio figurativo postperspectivista; ya no es metá­fora (transporte de la forma del modelo a su imagen); es «metamorfosis», paso no de una forma a otra, sino paso entre dos formas que no son ni orígenes ni términos. La Imagen se ha hi­bridado con el Tiempo. No remite ya al pasado por el efecto de la representación, ni al presente por el efecto de la presentación o de inclusión, sino a un tiempo potencial, que flota entre lo cierto y lo probable.

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MATRIZ-IMAGEN

Por su lado, el que mira, ve su relación con la imagen -esa imagen con la cual tiene ahora el placer de interactuar- transformarse completa­mente.

Los procedimientos tradicionales de represen­tación fundados en una cierta concepción del espacio -la perspectiva lineal de proyección central de la que la pintura se deshizo parcial­mente a principios de siglo, pero que todavía es­tá en curso en la fotografía, el cine y la televi­sión- daban al que miraba, cuyo ojo ocupa la ci­ma de la famosa pirámide visual, una posición privilegiada y confortable. Ofrecía el interés de confirmar al que está «ahí», la certeza topológica de su identidad y de su permanencia. De modo que atenuaba los efectos de fragmentación del universo tecnológico que comenzaba a indus­trializarse y a automatizarse. El «cogito» carte­siano, donde el sujeto se capta a sí mismo en su propio cono perceptivo como Sujeto pensante y afirma su ser, era una recaída filosófica desde el «punto de vista» de los pintores perspectivistas del Quattrocento.

Sin embargo, delante de la imagen numérica, más particularmente cuando está asociada a mo­dos conversacionales, la situación de quien mi­ra, o del Sujeto frente a la Imagen, se ha trans­formado completamente.

La Imagen, primero, no tiene ya una cara, si­no una infinidad de caras posibles. Y a no es una proyección única, una representación, sino una totalidad cambiante que el Sujeto ya no puede dominar con un punto de vista único y privile­giado y que le es imposible asir en su conjunto (postura «vertical»).

La Imagen desplaza al Sujeto de su conforta­ble y tranquilizador observatorio epistémico. Al «punto de vista» único, lo sustituye por una infi­nidad de puntos de vista y de acercamiento; sus­tituye las formas estables por metamorfosis. Pe­ro esta imagen, al transformarse en una red me­taestable de pixels, de números, de impulsos electrónicos, de códigos, se ha transformado también en un nuevo objeto, híbrido extraño de lenguajes y de formas: una matriz en la cual el Sujeto penetra hasta el corazón y por todos los lados, que alcanza cualquiera de sus elementos.

La Imagen ya no es para el Sujeto ese plano sobre el cual el Sujeto se proyecta y que le man­tiene a distancia; eso, gracias a lo cual, funda su identidad de Sujeto. Se ha transformado en la ocasión de nuevas e incesantes hibridaciones con la máquina (y más allá de los diversos dispo­sitivos tecnológicos). En la medida en que la imagen es ella misma un modelo que se impone en nuestra tecnocultura, hay que esperar que la matriz numérica se convierta en el modelo ge­neral de nuestra «modernidad».

La situación actual de quien mira o, si se quiere generalizar, del Sujeto (en relación con la Imagen) evoca la situación del escéptico que

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Galileo invitaba a mirar en su telescopio. Es li­bre para declarar que lo que se ve a través del te­lescopio de la pantalla del ordenador, es una realidad ' truncada, peor que una representación, una simulación. Es libre para rechazar toda hibri­dación. Tanto más cuanto que, hay que recono­cerlo no sabemos realmente lo que perdemos o lo qu'e ganamos en esta historia. Es pues libre de escoger; pero quizás ya es demasiado tarde. To­da una generación ha pegado ya con fascinación su ojo asombrado al ocular de la nueva lente. Si escoge -aceptación o rechazo-, tendrá que de­cirse que su postura de Sujeto, por otro lado ya muy quebrantada, no será ya nunca lo que era. Ni tampoco la Imagen. Ni el Objeto, a �fin de cuentas: nuestra convención de ,�lo Real. �

NOTAS

(1) Como lo ha mostrado André Leroi-Gourban a pro­pósito del Anthropos, el objeto técnico (el instrumento) es una secreción orgánica de los huesos, los músculos y el sis­tema nervioso, mucho más que una simple prolongación de la mano. El instrumento en un «hecho zoológico».

(2) Serres Michel, L'Interférence, Ed. de Minuit, París,1972, p. 172.

(3) Robinet André, Le défi cybernétique, Gallimard,1973, p. 134: «Las máquinas de conocimiento se diferencian de las máquinas de potencia porque no tienen como finali­dad transformar energía. Los autómatas cibernéticos actúan sobre lo cualificativo de la energía: las leyes formales de su distribución. Operan sobre estructuras cuyo orden modifi­can. Tienen como alimento signos, no fuerzas.»

(4) El pixel es el elemento más pequeño delimitable ycuantificado de la imagen. Gran parte de las investigaciones del arte contemporáneo se ha fundado sobre la noción de inclusión -préstamo de la realidad- expresada por el músi­co John Cage en su Theory of Jnclusion.