Hijos de Un Dios Canibal - Juan Alcudia

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HIJO DE UN DIOSCANIBAL

y otros relatos de terror

Juan Alcudia 

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©Juan Alcudia, 2016

© Ediciones Kudelka, 2016© Toni Fejzula por la imagen de portada. Viñetperteneciente a la historia «S & D», incluida en volumen Tales from the end of the world (NormEditorial, 2013).

 Depósito Legal: CO 738-2016 Reservados todos los derechos. No se permite l

eproducción total o parcial de esta obra, ni sncorporación a un sistema informático, ni sransmisión en cualquier forma o por cualquier medielectrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otroin autorización previa y por escrito de los titulares d

copyright . La infracción de dichos derechos puedonstituir un delito contra la propiedad intelectual. [email protected]

 

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 a Claudi

que tardará mucho en saberl

a Cristin

que lo supo tard

a Lan

que nunca lo sabr

a Yak

que ya no está a mi lad

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CONTENIDOSobre el libro

CUENTOS DE LA CARNEPiel de membrilloEl círculo de la carne

A imagen y semejanzaLa casa azul

CUENTOS DEL ESPÍRITUCasa de campo

Espinas ceñirán tu frenteEntre el cielo y la tierra

MujōBONUS TRACK Sombras del metalPrólogo rezagado

Sobre el autor 

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Sobre el libro

 El presente libro se divide en dobloques. En Cuentos de la carne  e

error se manifiesta sin remilgosapegado al cuerpo y en oleadas dsangre. Los Cuentos del espíritu , por s

arte, se asoman a los miedos inasible

de la psique. Estos bloques no socompartimentos estancos sino vasocomunicantes: se sabe que Carne y spíritu fluyen por el mismo cauce y n

se separan hasta la muerte. De ello destimonio el poeta sufí cuand

escribe: «la verde pluma de la garza/la

blanca espalda de la duna/ el so

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herido por el pico».

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CUENTOS DE LACARNE

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Piel de membrillo

Era un verano abrasador. El caloapretaba las sienes y las chicharra

estallaban al sol. Yousef avanzaba entreolivos a la hora de la siesta. Estabmareado. Un regusto espeso y amargo shabía aposentado en su boca; Tenía e

abio partido. Hasta entonces se habíaimitado a golpearle en el estómago, lo

brazos y las piernas. Aquella tardfueron un poco más lejos.

En menos de tres meses se habíacostumbrado al corte invisible de lamiradas de soslayo y al susurro de la

enguas afiladas: «moro», «talibán»

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«terrorista», o el más sutil de todos, sfavorito, «piel de membrillo». Labuenas maneras y el ton

condescendiente de los adultos no lmpedían ver la verdad. Contaba sobrodo la actitud de los niños. A sus die

años, Yousef había aprendido que eodio es un veneno que nace de la raímás profunda y se transmite dgeneración en generación. Habí

aprendido también otra cosa no menomportante: en los niños está la verdad.Cuando su padre le dijo que habí

aceptado un puesto de cirujano en un

pequeña localidad al sur de España, nmaginó lo dura que le resultaría la vid

en aquel lugar. Sin tiempo que perder szambulló en sus queridos libros. Youse

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cifraba el mundo en su bibliotecaEstaba firmemente convencido de que eos libros se hallaban todas la

respuestas y que, valiéndose de ellospodía compensar las lagunas de su cortexperiencia vital. Siguiendo estrazonamiento, devoró todo lo quencontró relacionado con Al-AndalusAprendió que, a principios del siglo XAdb al-Rahmán II estableció el Califat

de Córdoba y se independizó dBagdad. Supo de las intrigas políticade Abu' Amir Muhammad ben Abi´Amial-Ma´afirí, conocido entre lo

cristianos como Almanzor, y de sucincuentaiséis razias en territoricristiano; siguió con especial interés lde Braga y Santiago de Compostela

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exótica de sus propias raíces. Lrealidad, sin embargo, fue bien distintaSu padre alquiló una vivienda a la

afueras del pueblo, alejada de todo y dodos; ni casas, ni vecinos, ni nadie co

quien hablar o compartir juegos. Desdsu llegada no había hecho ni un solamigo. Todo lo que había conseguidoera el trato respetuoso de sucompañeros de clase y de los adulto

sobre todo los adultos). Con loancianos, aquellos seres huesudoenvueltos en sudarios negros, habílegado a entablar alguna conversació

breve e insustancial. Eso era todo. Tenía impresión de que lo evitaban porqu

no sabían cómo tratarlo; por todo ello ssentía un extraño en tierra ajena.

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 Notó una punzada seguida de uviolento desgarro. El labio lo estabmatando. Cuando llegó a casa aplicó u

algodón empapado en agua oxigenada. Apesar del escozor, lo sostuvo entre loabios con fuerza para frenar l

hemorragia. Con un poco de suerte, lherida habría sanado ligeramente parcuando llegara su padre; solo restabnventar una excusa convincente. Subió

su dormitorio y tanteó unos segundodetrás de los libros del anaquel mábajo. Por fin sacó un cofrecillo dmadera de roble primorosament

abrado. En el interior había unfotografía gastada de su madre. Era lúnica que tenía. Su padre había hechdesaparecer el resto después de s

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muerte. También se había deshecho dodos los objetos que guardaban algun

relación con ella, como si quisier

borrar todo rastro de su existenciaColocó la foto sobre la mesa y se senta contemplarla. Había sido un dídifícil, necesitaba consuelo. Estuvo punto de derramar una lágrima perogró contenerse. Al cabo de uno

minutos devolvió la fotografía a s

escondite. A continuación dispuso loibros y las libretas sobre su escritorioDespués distribuyó metódicamente loápices, los bolígrafos, las gomas... Er

el pequeño ritual que precedía aestudio. Sin él era incapaz dconcentrarse. No hacer las cosas de esmodo significaba empezar con mal pie,

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Yousef necesitaba alimentar laranquilidad de su conciencia mediant

pequeños gestos como aquellos, ta

nsignificantes como íntimosntransferibles, nacidos de su ric

universo espiritual. Con todo, aquellarde le costó concentrarse más de l

habitual. La paliza se repetía en scabeza una y otra vez. Eran siempre lomismos: Juani y el Dientes, dos chico

mayores. El primero de catorce y esegundo de dieciséis. Tenían mala famen el pueblo. Juani vivía con su padreque había enviudado joven. Era grande

mpulsivo y ruidoso. Pegaba fuerte persin mucho tino. Por su parte el Dienteestaba al cuidado de su abuela. Supadres eran feriantes y pasaban la mayo

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parte del año trabajando fuera. Tenía lapaletas torcidas hacia afuera y de ahí lvenía el apodo. Era enjuto y nervioso

enía la nariz picuda. Fumaba todo eiempo. Últimamente se le veía un tant

aletargado, con la mirada ausenteManipulaba a Juani a su antojo. No tenísu fuerza, pero sabía cómo hacer dañcuando se lo proponía. A pesar de queninguno de los dos había tratado nunc

con Yousef, la habían tomado con édesde el primer día. Era como si lhubieran estado esperando. Todocomenzó a las dos semanas de llegar a

pueblo. Desde entonces las palizas svenían repitiendo de manerntermitente. Hasta ahora no habían sid

demasiado severos; algún empujón

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patadas, un par de escupitajos y unristra interminable de insultos. Peraquella tarde había sido distinto. S

habían empleado con más dureza de lhabitual. Por primera vez tuvo lmpresión de que iban en serio, de quenían intención de hacerle daño; y si

embargo, durante el tiempo que duró echaparrón de golpes, no percibió en suverdugos ni un ápice de odio, ni un sol

gramo de pasión en sus acciones. AYousef le parecieron máquinaprogramadas para ejecutar órdenes.

Caía la noche cuando su padr

legó a casa. —¿Qué te ha pasado en el labio? —Nada, un codazo jugando a

fútbol.

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Y eso fue todo. Su padre nonsistió. Le habría bastado con mirarle os ojos para desarmar aquella mentira

En lugar de eso soltó el maletín y fue abaño. Se lavó las manos y la carcuidadosamente. Se refrescó el cuelloazotado por el duro nervio del veranomientras lanzaba al aire un puñado dpreguntas triviales, casi retóricas, deipo: «¿Qué tal el colegio hoy?». Youse

contestaba con desgana y su padre fingíescuchar. En realidad daba igual. Desdque se instalaron en aquel lugar, aquellcadena de gestos vacíos se repetía noch

ras noche como los trazos de un dibujque lo abarcara todo: la casa, la nocheos olivos y también su propio destino

Poco importaban las ocupaciones, e

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cansancio o la enfermedad. Ninguno dellos había conseguido doblegar eférreo brazo de la rutina.

Cuando su padre entraba en ebaño, camisa abierta y arremangadoYousef se dirigía a su escritorio y traíaa Hoja. Colocaba cuidadosamente e

papel sobre el atril del estudio y, actseguido, cerraba puertas y ventanas apagaba las luces. Por toda iluminació

permanecía la que proporcionaban dovelas de cera de roble colocadasimétricamente junto al atril. EntonceYousef se sentaba frente a este y

esperaba. Su padre la había entregadaquel trozo de papel el día de su décimcumpleaños y desde entonces lo habíguardado con celo a pesar de qu

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desconocía su origen y finalidadConsistía en una sencilla cuartillplastificada. La singularidad residía e

o que había escrito en ella, undesconcertante combinación dQur'anical, el árabe clásico, y una seride extraños caracteres que le resultabadel todo indescifrables.

Desde el primer momento su padrhabía permanecido a su lado par

enseñarle la pronunciación exacta daquellos símbolos. Yousef desconocíasu significado, pero sabía que spresencia alteraba, no sólo l

pronunciación del alfabeto árabe, sinambién el significado de las palabra

que entraban en contacto con ellos. Dmodo que la palabra «roble» o l

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palabra «antiguo» en contacto con ellocambiaba su significado por otrcompletamente distinto. De est

resultaba un texto que era capaz de leepero no de comprender. Cuandopreguntó acerca del sentido de aquellaíneas, su padre le respondió que l

sabría en su debido momento y queaunque se lo explicara, sería incapaz dentenderlo por la simple razón de qu

ninguna lengua humana podía capturar econtenido de aquella cuartilla, sino quse trataba más bien de algo que debíser experimentado individualmente

Hasta que llegase ese día, añadió, simitaría a memorizar la pronunciación

que debía ser ejecutada con sumprecisión, ya que de otro modo e

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esfuerzo resultaría inútil.A menudo se había cuestionado

Yousef la utilidad de todo aquello, pero

nunca se había atrevido a formular lpregunta en voz alta por temor a unexplicación tan elusiva o tan abstractcomo la anterior. Se limitaba a seguias instrucciones de su padre, en quie

por otra parte confiaba ciegamenteTodas las noches sin excepción antes d

a cena trabajaban sobre el texto. Debípronunciarlo de memoria en un lapso diempo muy concreto. Necesitab

controlar el ritmo de su respiración

medir el tono de voz y proporcionar lentonación adecuada en cada momentoDebía orquestarlo todo bajo la atentmirada de su padre, que se mostrab

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mplacable con los deslices.Al principio los fallos se debía

más a su estupor ante la nueva situació

que a su falta de capacidad. No tardó eentender que debía seguir aquel extrañadiestramiento sin cuestionarlo. Lacató de forma natural, rozando lsumisión, y lo incorporó al resto de surutinas diarias como la más trivial de lacosas. Por lo demás, su prodigios

memoria y su talento innato para laenguas hicieron el resto.Aquella noche le resultó más difíci

de lo habitual. El dolor del labio n

erminaba de acallarse. Las pautas y lafórmulas se revolcaban en su cabeza coa imagen feroz de un puño voland

directo hacia él. Acusaba la presión d

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un punzón invisible en la parte posteriodel cráneo. En su cabeza se libraba unbatalla entre la emoción y la disciplina

entre el odio y la templanza. TitubeabaLas palabras tropezaban nada más salide su boca. Por un instante sconcentración amenazó con zozobrar. Asu vez, la vergüenza y el temor a la máque probable reprimenda paterna tirabaenérgicamente de él en direcció

opuesta. Este pensamiento le ayudó enderezarse y a alcanzar la serenidaque necesitaba. El temor, el odio y esentido del deber se entrelazaron en u

nudo indisoluble que creció y se irguisediento de luz desde algún abismoJusto en la base del cuello, allí dondcomienza la espina dorsal, sintió que e

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vientre, el pecho y las sienes se unían eun abrazo diminuto y macizo del tamañde un átomo. Le pareció que se activab

un interruptor en algún lugar de scuerpo; probablemente en todo émaginó una llave descorriendo u

cerrojo y, a continuación, percibió unfuerza de naturaleza incierta, blindadde aristas y completamentmpenetrable, despertando bajo el so

Tuvo entonces la impresión de que todoestaba en orden. Se sintió fuerte, segur confiado. Se esfumaron el miedo y la

dudas. Yousef acometió su lección como

amás lo había hecho. Su ejecuciódebió de ser perfecta, dedujo más tardeporque por primera vez su padre shabía sentado a escucharl

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completamente relajado, con las piernacruzadas y la mejilla acolchada en lpalma de la mano. Se había limitado

observarlo desarmado, embelesado perfectamente sereno, como quiedisfruta de una velada musical bajo ecielo de una noche de verano. Ni uncorrección. Ni el más mínimo matizCuando terminó, su padre permaneció esilencio. Se levantó de la silla, le dio u

beso en la frente y lo envolviemocionado entre sus brazos.Antes de dormir le habló de s

madre. A lo largo de los años su padre

había administrado la información arespecto con cuentagotas. Aquella nochfue directo y sencillo. No hubo rodeos neufemismos; tampoco hubo pregunta

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que el chico no se atreviera a hacer nrespuestas que no le fueran dadas. Sintique no le hablaba de padre a hijo sin

de hombre a hombre. Comprendió quhasta ese momento su madre había siduna completa desconocida para él. Poprimera vez la extrañó y todo se hizamargo. Su padre le recordó que habífallecido durante la ocupación de laropas israelís de Beirut oeste, cuando é

apenas levantaba unos palmos del sueloEl dato evocó en él una imagen afilada siniestra que fue a incrustarse en specho.

La secuencia se repitió los seidías siguientes. Primero llevaban a caba sesión y luego hablaban de su madre

Yousef se valió de aquella

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conversaciones para componer lmagen de una mujer a la que adornab

con todas la virtudes posibles. Por s

parte, su padre le anunció que cuando ecurso terminara harían ese viaje que lhabía prometido antes de abandonaBeirut. Primero irían a Córdoba. Queríobsequiarle con la visión del bosque dcolumnas que se yergue en las entrañade la Mezquita, último testimonio de

antiguo esplendor vencido por eiempo. Después Granada, para admirasobre la colina de al-Sabika el palacinfinito cuya piel no conoce el descanso

Por último viajarían a Toledo, dondOccidente conoció por primera vez loextos de Avicena, Averroes y tantos

otros, gracias a la labor sin sueño n

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recompensa de los traductores. Aquellcatarata de imágenes terminó poembriagar a Yousef, que no veía la hora

de emprender el viaje. Mientras llegabel día, se refugiaba en una vida paralelamaginaba que volvía a la infancia y qu

allí estaba su madre para darle todo ecariño y el consuelo que le habían sidnegados hasta entonces.

La víspera de la entrega de nota

legó Karim, un viejo amigo de su padr  el equivalente a un hermano mayopara Yousef. Había sido su tutoparticular hasta donde alcanzaban su

recuerdos. Primero en Beirut y luego unbreve temporada en Yemen. No era unsimple profesor de apoyo; no lnecesitaba. Era lingüista, u

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extraordinario políglota experto eenguas semíticas. De él habí

aprendido el árabe clásico, el hebreo, e

griego y el latín. No había duda de quKarim era una mente lúcida, siembargo, la precocidad intelectual dYousef no le iba a la zaga. Lo cierto eque este nunca había tenido demasiadclaro con qué objeto estudiaba aquellaenguas, sobre todo teniendo en cuent

que algunas de ellas estaban en desuso«Todo a su debido tiempo», lrespondía elusivo Karim; y tambiénenigmático, «el lenguaje es la llave qu

abre la puerta de todos los misterios»Había especulado mucho sobre everdadero sentido de aquellas palabraspero lo único que le venía a la cabez

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era la biblioteca en la que solíaranscurrir las lecciones. Visualizab

con una nitidez exhaustiva las altísima

paredes forradas de libros en cuyoomos resplandecían los títulos, escrito

en alfabetos indescifrables. —Ven aquí —dijo Karim, mientra

recibía a su antiguo alumno con ucálido abrazo—.¿Cómo está mi joveerudito?

 —Bien —respondió Yousef unanto apocado. —Eso no suena exactamente

«bien». Noto algo en el tono de tu voz...

Karim miró a Yousef directo a loojos. Por un momento este temió quaveriguara lo de las palizas. Sabía qupodía leer en él como en un libr

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abierto. —En absoluto —se apresuró

decir—. Al verte me he entristecido

Echo de menos nuestras lecciones...Fue una buena excusa, aunque l

cierto es que no mentía respecto aquello.

 —Yo ya no tengo nada quenseñarte, mi joven amigo. Serás tú eque un día me enseñe a mí.

Karim sabía que Yousef no serefería a las lecciones, sino al caudal dafecto robusto y sincero que había fluidentre ambos durante aquellos días

Decidió eludir el tema. El chico estabahora fuera de su alcance. Había sidelegido para un cometido superior quel propio Yousef desconocía aún. Sin

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saberlo, se disponía a ascender por unescalera cuyo acceso le estaba vedadal resto de los mortales. Nada podí

hacer Karim al respecto, exceptpermanecer frente al primer escalón observar cómo se alejaba su queridalumno, el más noble, puro y brillante dcuantos tuvo y tendría jamás.

 —Ahora sube a tu cuarto. Karim o tenemos asuntos que tratar —dijo s

padre. —Buenas noches, Yousef. Lamentoque mi visita sea tan breve. Subiré despedirme antes de irme —se excus

Karim.Ya en su habitación, Yousef fue

ncapaz de sustraerse al estudio; muchmenos de conciliar el sueño. Primer

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estaba la presencia de Karim, y luegaquella extraña sensación que latenazaba el cuello. Se descalzó y baj

sigilosamente la escalera hasta epasillo. La puerta del estudio estabentornada, de manera que podíescuchar la conversación entre loadultos con bastante nitidez. Comprobcon asombro que a pesar de qupercibía las palabras no entendía nad

de lo que decían. Sonaba a un extrañdialecto del árabe clásico, pero vibrabcon la sonoridad de la letanía escrita ea Hoja. En labios de Karim y de s

padre, aquella lengua adquiría unextura y una musicalidad embriagadora

A veces le parecía el viento acariciandouna rama en la soledad de la noche

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otras, el rugido de un felino acechanden las profundidades de una cueva; aunísono, el mar de dunas del desierto d

Yemen o el murmullo de los cedros deBosque del Señor. Logró cazar algunapalabras: «iniciación», «Yemen»«mañana», «madre», «prueba»«puerta», «peligroso», «elegido»«djin»... Yousef afinaba el oído sinrecompensa, temeroso y excitado

completamente embebido en lconversación. Tardó en reaccionacuando su padre abandonó el estudipara ir al baño y a punto estuvo d

descubrirlo. Por prudencia, decidiretirarse. Aquella noche soñó con smadre al igual que las cinco anteriores

o fue, sin embargo, un sueñ

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placentero. En el estudio lconversación se prolongó hasta bieentrada la madrugada. Karim partió co

as primeras luces.Era un verano atroz. El calo

atornillaba las sienes y los lagarto

acían aplastados sobre las piedrasYousef caminaba entre olivos a la horade la siesta. Llevaba el boletín de notaen la mano. No se había molestado e

mirarlo. Recordó que una semana antehabía hecho ese mismo camino a esmisma hora con el labio ensangrentado

ada de eso importaba ya. Tal vez, comotivo de las vacaciones, su padrpasaría por alto las sesiones durante unemporada. Tal vez, aprovechando e

descanso, volverían unos días a Beirut

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Echaba de menos su casa, sus amigos, Karim... Había algo más. Habídecidido que lo primero que haría a

regresar sería visitar la tumba de smadre. Ahora que, de alguna manerahabía vuelto con ellos, se había jurado sí mismo que no la dejaría marchar unsegunda vez, que mantendría su recuerdan vivo como si fuera de carne y hueso

Aquella cadena de ensoñaciones l

mpidió reparar en las dos sombras quse recortaban junto a un olivo seco. Vioa Juani plantado en mitad del camincon los puños apretados y los ojo

clavados en él. Por su parte, el Dienteenía la espalda apoyada contra eronco y las manos metidas en lo

bolsillos. Sostenía un cigarrill

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encendido entre los labios. Tenía loojos entornados. Parecía ausenteYousef sabía lo que seguía, pero esta

vez no se dejó vencer por el miedoPensaba en las vacaciones, en el viajeen el reencuentro... Había decidido quunos cuantos golpes no echarían poierra todo aquello.

 —¡Eh, piel de membrillo! ¿Por quraes esa cara? —le increpó Juani.

 —¿No vas a correr? Si te quedaahí nos lo vas a poner muy fácil. Andano seas cabrito y muévete —dijo eDientes sin despegarse del olivo, con l

mirada clavada en el suelo. —Venga, solo un poco, así no

cansamos y no te sacudimos tan fuerte. —¡Corre o te reviento! —concluy

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el Dientes, al tiempo que daba un pasal frente y hacía volar un escupitajcompacto y verde.

Yousef no se movió. Se plantó y lemantuvo la mirada, sereno y confiado.

El primer puñetazo voló directo arostro. Sintió un estallido en la mejillaSe tambaleó, pero en seguida afirmó lopies en el suelo y recuperó el equilibrio

Siguió un gancho seco al estómago

Esta vez se dobló de dolor. Se le fue eaire y por un instante creyó que sahogaba. Pero todo pasó rápidoRecuperó el aliento y con él la enterez

 la verticalidad. —¿Lo estás viendo? ¿Qué le pasa

éste hoy? No lloriquea, no se arrastrano corre... ¿Seguro que es el mismo?

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 —¡Venga, piel de membrilloquiero que te mees de miedo y qulames a tu mamá! —le gritó el Dientes

un palmo de la cara.Aquellas palabras sorprendieron

Yousef. Era la primera vez quemencionaban a su madre.

 —¿Por qué no llamas nunca a tmamá?

 —¡Eso, nunca la mientas! ¿Qu

pasa, es que no tienes, está muerta? —No, seguro que tiene. Lo qupasa es que es una puta... De esas que sfollan los camioneros en las cunetas.

 —¿Tu mamá es una putita? ¿Dóndrabaja? ¡Seguro que nos la chupa grati

si le decimos que vamos de tu parte! —Encima de piel de membrillo

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puta. Mi abuela dice que las moraienen bigote y que no se lavan nunca.

 —Entonces tendrá el chocho llen

de liendres. ¿Quién va a querer follarsa una puta con bigote y liendres en lraja?

 —¡Su padre! ¿Quién va a ser si no —¡Que llames a tu madre!Voló un tercer puñetazo

Envenenado. Rocoso. Macizo. Y fue

directo al labio. Y lo partió de nuevoYousef cayó al suelo. Un hilo de sangrcálida le humedeció lentamente lbarbilla. Notaba el labio abrasado,

punto de reventar. Sentía que algo ibmal aunque no sabía exactamente el quéUna imagen le sacudió la cabeza con lcontundencia de un martillazo. Vio a s

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madre bajo aquella misma lluvia dgolpes. La visualizó postrada en esuelo, indefensa, cubierta de sangre

saliva. Su rostro doliente activó algdentro de él, movió una palanca, abriuna compuerta. Fuera lo que fuesaquello, se puso en marcha y no paró yde crecer. Yousef sentía que sedesbordaba. Se incorporó como uresorte. Se enjugó la sangre y proyect

una mirada limpia y dura hacia suagresores. Esta vez no hubcondescendencia, sino odio y desafíoPor un momento, Juani y el Diente

quedaron paralizados, atónitos, sin sabecómo actuar ante aquella reacciónesperada. Pasado el estupor

avanzaron hacia él prestos y con pas

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firme, dispuestos a darle la paliza de svida. Pero ya era tarde. El dolor, eodio, la rabia y el desamparo hicieron e

resto. De forma natural, como si fuera lrespuesta lógica ante aquella situaciónYousef despegó los labios y comenzó arecitar el contenido de la Hoja. No tuvque esforzarse, muy al contrario, lbastó con buscar las palabras dentro dél. Aquellos signos eran ya carne de s

carne, sangre de su sangre. Y poprimera vez entendió.Primero se centró en Juani, el má

débil. Clavó los ojos en él. Como s

fuera un muñeco de trapo, una fuerznvisible lo elevó un par de metros de

suelo y le arrancó la cabeza de cuajoque voló por encima de los olivos. E

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cuerpo se desplomó como un fardo. Fuan rápido que no llegó a sufrir. Est

hecho irritó particularmente a Yousef

que se lamentó de no haber tenido loportunidad de devolverle todo el doloque le había causado multiplicado podiez.

Pero quedaba el Dientes.Yousef se detuvo a calibrar e

miedo que le aplastaba las pupilas d

roedor contra el rostro salpicado dsangre.El conjuro fluyó de sus labio

como el cauce de un río en llamas

Decidió que el Dientes sufriría por lodos. Le bastaba con visualizar la imagepara que esta se materializara. El chicaulló de dolor cuando un tirón seco

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preciso le desgarró la oreja derecha. Slevó las manos a la herida abierta

mirando a su alrededor con un

expresión a medio camino entre lbrutalidad y la idiotez. Algo le agarró lmano izquierda y la sostuvo en alto pesar de los esfuerzos del Dientes pozafarse. Las uñas se separaron de lcarne de una en una, vencidas por eempuje de una cuña invisible. Los grito

de dolor dieron paso al llanto y a lsúplica. Pero Yousef no se contuvo. Nsiquiera se le pasó por la cabeza. Acontinuación los dedos, ya sin uñas

comenzaron a combarse hacia atrásCuando el Dientes vio cómo la falangde su dedo índice se doblaba hasta tocael dorso de la mano, no reparó en e

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dolor, ni tan siquiera en el crujido qudelató la fractura. En lugar de eso sorinó encima y empezó a vomitar

Siguieron cuatro chasquidos. Uno pocada dedo. Viéndose indefenso cercado por la muerte, lanzó una miradde súplica a su verdugo. El gestsoliviantó a Yousef porque vio en él unaforma de recriminación encubierta. Ssintió desnudo y vulnerable de nuevo

Sin tiempo para el resuello, le hizestallar las cuencas de los ojos. Tiró dsu lengua con un garfio invisible que ldesgarró los músculos milímetro

milímetro hasta dejar las fibras adescubierto. Ciego y moribundo, eDientes notó en su columna el peso duna rodilla descomunal. Una fuerz

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monstruosa retorció sus extremidades e partió en mil pedazos la

articulaciones. Brazos y pierna

quedaron plegados sobre la espaldacomo si de un harpa humana se trataraDurante el tiempo que duró este últimsuplicio, el Dientes no paró de chillar.

Un chasquido a la altura de lacervicales puso fin a todo.

Era la primera vez que su padr

legaba antes que él a casa. Lo encontrsentado en el estudio. Casi no lo miró aentrar. Lo esperaba. Ni una palabrsobre las manchas de sangre en la ropaYousef entendió que las explicacioneno eran necesarias porque su padrhabía estado al tanto de todo desde e

principio. Este se limitó a señalarle un

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ofaina y una toalla sobre la mesaYousef se lavó con meticulosa demoracomo quien se entrega a la ablución

Cuando terminó, su padre le mostró ugrueso y viejo volumen que reposaba eel atril. Conocía de memoria todos loibros de la biblioteca excepto aquel. S

sorpresa aumentó cuando identificó lpágina por la que estaba abierto. Lescritura en ella era idéntica a la de l

Hoja. No había duda de que aquella era fuente original del texto. Su padre lhabía copiado de allí. Recorrió el librcon excitación. Examinó sus página

preñadas de símbolos, fórmulaseroglíficos... absolutamentndescifrables.

 —No te preocupes —le dijo—

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Con el tiempo serás capaz de entenderlodo, para eso has sido instruido —

concluyó mientras cerraba volumen—

Debes de estar hambriento. Vamos cenar, esta noche nos saltaremos lección.

Antes de dirigirse a la cocina echun último vistazo al libro. Una gastadcorrea de cuero lo rodeaba. Laesquinas estaban guarnecidas co

punteras de bronce. Yousef se deleitócon el hermoso guadamecí que forrabel volumen. Las incisiones reproducíaun mar de motivos vegetales

geométricos de efecto hipnótico. Amirarlos fijamente, entre el zarzal díneas y ondulaciones, parecía emerge

el espectáculo de un rostro inhumano

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descomunal. En el centro de la portadadestacaba una breve caligrafía erelieve labrada en marfil, de la que sól

fue capaz de leer la siguiente palabra«Necronomicon».

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El círculo de la carne

 —¡Harvey!Molly se agarró al pasamanos y s

ncorporó con dificultad. El empujón lhabía hecho rodar escaleras abajoHarvey subía los escalones de dos edos fuera de sí. Apretaba los dientes

sopesaba la dureza de sus puños. Lsangre latía bajo las palmas de sumanos y le azotaba las sienes como undescarga eléctrica. Una imagen inmens

  repugnante enturbiaba su juicio. Shabía apoderado de él con la violencide un huracán y gobernaba su recicuerpo desbordado por la ira.

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 —¡Harvey, por el amor de Diosqué vas a hacer!

Molly se aferró a la barandilla

rató de subir las escaleras. Cadpeldaño era un desafío. El esfuerzo lhacía chillar de dolor. Tenía la certezade que se había roto algo, pero no quisdetenerse a averiguar qué era. Tropezóun par de veces, vaciló y se cayó. Arañóel suelo tratando de incorporarse

Cuando las fuerzas le fallaron, sarrastró entre lágrimas. Arriba, Harveacababa de penetrar en el dormitorio dEllen y había cerrado de un portazo

Molly oyó la llave corriendo el cerrojdesde dentro.

 —¡Si le pones un dedo encima tmataré! ¿Me oyes? —gritó postrada e

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el suelo.Molly contuvo la respiración

guardó silencio. Durante unos segundo

no escuchó nada. Tuvo la impresión dque sobre su cabeza se alzaba uprofundo e impenetrable abismo. Oyó uímido sollozo ahogado por un bramido

que se elevó como el trueno que anuncia tormenta; y a continuación, e

estallido de un rayo y el chasquido de u

ronco al partirse en dos. Gritosamenazas, golpes, juramentos, quejidosmuebles siendo arrastrados y paredeque no dejaban de temblar.

Ellen pidió auxilio. Chillaba comsi la estuvieran despellejando vivaMolly pataleó, se desgañitó, se arañó lcara y se arrancó mechones de pelo y

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finalmente, suplicó. Durante todo esiempo, su hija no dejó de reclamarla.

Hubo silencio.

La puerta se abrió. Harvey estaben el umbral, resoplando y empapado esudor, similar a un boxeador despuédel combate. Sus ojos no miraban ninguna parte.

Detrás de él, el dormitorio parecíarrasado por un huracán. En el suelo, e

cuerpo magullado de Ellen buscabrefugio bajo la cama.Harvey no reparó en Molly a

bajar. Fue al salón e hizo alguna

lamadas. Al cabo de cinco minutoscogió su rifle, un par de sogas y una latde gasolina. Lo metió todo en lfurgoneta y se marchó.

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Horace, una anciana enlutada que teníos ojos más profundos que hubier

visto jamás, se interpuso en su camino

La mujer se limitó a mirarlo fijamenteHarvey se detuvo aturdido. Por unstante, los allí presentes y lo

contornos de la sala se difuminarohasta disolverse en un blanco cegadorSintió entonces un violento ardor en lplanta de los pies. El calor le subió po

as piernas, escaló las rodillas y lleghasta la ingle; giró suavemente hacia enterior y se deslizó entre los muslos

hacia arriba. Harvey se abrasaba per

era incapaz de moverse. La anciana, quhabía mantenido los ojos clavados en éodo este tiempo, dio media vuelta y s

fue. Harvey comprobó con alivio cóm

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descendía la temperatura de su cuerpoLa carne acudió de nuevo a rellenar lasiluetas y trajo consigo rostro

familiares, al tiempo que negras aristase dibujaban en el aire para restableceos colores y las formas de la estancia

Fue como si nada hubiera ocurrido.Fuera los periodistas se contaba

por decenas. Habían acudido de todo eestado para cubrir la noticia. Florenc

era una población pequeña y tranquilaaquel suceso había puesto patas arribsu pacífica existencia. La aparición dHarvey en la puerta del juzgado tuvo u

efecto similar al de un azucarillo en lboca de un hormiguero. En cuestión dsegundos se vio rodeado: «Señor Killen¿mató usted a Horace Edwards?»

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«Señor Killen, ¿es verdad que su hija Edwards mantenían una relación esecreto?»; «Señor Killen, ¿es uste

miembro de las Camelias Blancassimpatiza con el Ku Klux Klan?».

Harvey no contestó. Aguantó echaparrón mientras se abría paso entra nube de periodistas y el fuego

discreción de los flashes de las cámaras«Su mujer y su hija se han negado

estar presentes en el juicio para apoyasu versión de los hechos, ¿cómo expliceso?».

Tampoco contestó esta vez.

Alguien añadió: «¿Es cierto que fuusted, y no Horace Edwards, quien lcausó las heridas y contusionemúltiples a su hija cuando supo qu

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estaba embarazada de él?».Harvey se volvió como un resorte

agarró al periodista del cuello. L

contuvieron antes de que le lanzara upuñetazo directo al rostro.

 —¡Escuche, gusano! ¿Quiere sabeo que ocurrió? ¡Ese maldito negro l

dio una paliza a mi hija y después lvioló! ¡Pongo a Dios por testigo de quno hay más verdad que esa y de que tuv

o que se merecía!III

Los atletas se aproximaron al podio

Tommie Smith y John Carlos ibadescalzos. Llevaban las zapatillas en lmano. Tommie subió al escalón máalto. Le siguió Peter Norman y John fu

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el tercero. Tommie lucía un guante negroen la mano derecha; John tenía otro en lzquierda, llevaba el chándal abierto

dejaba ver un collar de abaloriosCuando sonó el himno americano, amboalzaron el puño enguantado y agacharoa cabeza. El público comenzó

abuchear. —¿Pero qué demonios hacen eso

monos...?

Una lata de cerveza vacía sestrelló contra el televisor. Harvebebía en el sofá en ropa interior. Junto él había cuatro hombres igualment

ebrios. Las latas se amontonaban sobra moqueta del salón. Había cáscaras d

cacahuete, vasos y platos sucioapilados por todas partes.

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 —¡Esos malditos negrosDeberían estarnos agradecidos po

dejarles representar a nuestro país! ¿Qu

demonios se han creído? —gritalguien.

 —Tranquilo —dijo otra voz—hablaremos con nuestros hermanos dCalifornia. El clan les hará una visita ecuanto regresen. Les recibiremos comse merecen, ¡sí señor!

Harvey miraba fijamente eelevisor. No parecía ser consciente do que ocurría a su alrededor. Su cabez

estaba en otro lugar.

Alguien le habló: —Harvey, deja de darle vueltas

Hiciste lo correcto. Sabes que no fuculpa de Ellen. Aquel maldito negro l

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hechizó y la obligó a acostarse con éYa sabes cómo son esos esclavos... Noreconocen a nuestro señor Jesucristo

Tienen su propia religión, sus propioritos. Sacrifican animales y se comen laplacentas de los recién nacidos; fabricamuñecos de trapo y les clavan agujas.vudú y toda esa mierda traída de África

La voz se tornó suave y sutil, comuna caricia, y fue tejiendo un mullid

velo de sueño en torno a Harvey, quuchaba por mantener los párpados lmás arriba posible.

 —Dentro de un tiempo —prosigui

—, cuando todo se haya tranquilizado upoco y esos malditos periodistas shayan largado, todo volverá a lnormalidad. Ellen y Molly regresarán

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un librito entre las manos. Todocantaban al unísono, como en una misal aire libre. Dos hombres de colo

rrumpieron en la escena. Por su ropaparecían deportistas. Iban descalzosSus manos relucían como el azabache sus dedos eran extremadamente largosLa emprendieron a golpes con lmultitud y no se detuvieron hastexpulsarlos a todos del santuario. Un

de ellos se inclinó hacia delante agarró del cabello a una chica que habíquedado en el suelo inconsciente. ErEllen. La tendieron boca abajo sobre u

ronco, le arrancaron las ropas y lposeyeron allí mismo.

Harvey despertó. Vio la carta dajuste en el televisor. Estaba solo. Miró

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el reloj. Era bastante tarde. Debían dhaberse ido todos a casa. Pensó erecoger un poco el salón, pero había ta

cantidad de porquería acumulada qucambió de idea. Mientras pensaba eello, le pareció escuchar un rumor quvenía de fuera. Era un sonido monótonpero rítmico, como una melodíapagada. Captó un destello a través da ventana. El sonido creció y se aclaró

Creyó distinguir un coro de voces. Ponverosímil que pareciera, había ugrupo de personas cantando ahí fuera altas horas de la madrugada. Corrió la

cortinas y echó un vistazo. Vio unprocesión de luces marchando eparalelo al linde del bosque. Se asomó otra ventana, orientada en sentid

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opuesto, y vio exactamente lo mismo. Eercer vistazo confirmó que un círcul

de antorchas rodeaba su casa en un radi

de cien metros.Fue en busca de su rifle y un

interna y salió al porche. Para entoncesas luces no eran más que diminutaenguas amarillas clareando entre e

follaje. Los cánticos habían enmudecidose habían esfumado como un mal sueño.

 —¿Qué queréis de mí? ¡Venid si oatrevéis! —tenso, avizor, guardósilencio y contuvo la respiraciómientras apuntaba a la noche.

 No hubo respuesta. Harvey estalló —¡Ese negro tuvo lo que s

merecía!Silencio. Sintió que la oscuridad l

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envolvía y quiso entrar de nuevo ecasa. Antes de girarse sobre sus talonesadvirtió un bulto blancuzco al pie de lo

escalones del porche. Alguien habídibujado una espiral con sal sobre ecésped y había clavado un muñeco drapo en el centro. Harvey lo arrancó o arrojó lejos. Una vez dentro, cerró l

puerta con llave y comprobó laventanas. Mientras subía al dormitorio

pensó en telefonear a casa de su cuñadaquería hablar con Molly y preguntarlcómo había ido lo de Ellen. Siembargo, decidió esperar a la mañan

siguiente, cuando estuviercompletamente sobrio.

IV

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El teléfono lo arrancó de un sueñsudoroso y plomizo. Se levantó de lcama desorientado. Tenía l

desagradable sensación de que la casse venía abajo. Bajó los escalonedando tumbos. Un peso invisible laplastaba las sienes. Las paredes dabavueltas. Sus tripas gemían. Por fialcanzó el auricular.

 —¿Señor Killen? —pregunt

alguien al otro lado. Era una voextraña. Su tono era neutro. Harvey nsupo decir si se trataba de un hombre de una mujer.

 —Ese soy yo —tardó en responder —Necesito que haga un trabaj

para mí. Una tubería se ha roto en esótano y lo ha inundado todo. El agua h

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subido medio metro. No consigo frenaa fuga —La voz administraba las frase

con calma, haciendo hincapié en l

pronunciación de cada una de lapalabras, como si hubiera memorizadodo aquel discurso sin entender s

significado—. Me han dicho —continu— que usted es el mejor fontanero de lciudad.

 —Le han informado bien —

apostilló Harvey. —¿Podría venir ahora? No hacfalta que le explique que se trata de unemergencia.

 —Deme la dirección y estaré allenseguida.

Tomó los datos y colgó. Preparó ucafé, se aseó y se puso en marcha. No l

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apetecía trabajar; de buena gana shabría quedado durmiendo la mona hastbien entrada la tarde. No obstante

Harvey gozaba de buena reputaciócomo fontanero y tenía intención dmantenerla.

Condujo hasta un barrio en laafueras en el que nunca había estado. Lblancas fachadas de las casas de estilcolonial reverberaban al sol de l

mañana.Se detuvo en la dirección anotadaApagó el motor de la furgoneta y esperóA pesar de que eran más de las diez no

había ni un alma en la calle. Observó lcasa en cuestión. La ventanas estabacerradas y las cortinas corridas. Lpareció ver una silueta enmarcada e

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una de las ventanas de la primera plantaSegundos después la puerta principal sabrió. Una mujer de edad media le hiz

un gesto con la mano para que entrara.Cogió la caja de herramientas

cruzó la calle y se detuvo en el porcheLa puerta estaba entornada pero nhabía nadie a la vista.

 —Por favor, pase —dijo una vofemenina.

Harvey asintió y cruzó el umbrao reparó en la placa que colgaba juntal bastidor izquierdo. Mostraba ucomplejo diagrama de líneas negra

sobre fondo blanco, un nudo de rectas curvas que formaban una extrañísimfigura geométrica.

 —¿Le importaría cerrar la puerta?

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 —Claro —respondió Harvey uanto desconcertado.

Cerró tras de sí. Nada más entrar

e pareció que todo se oscurecía drepente. Recorrió con la vista el amplirecibidor. Giró sobre sus talones un pade veces, pero no encontró ningúndicio de que hubiera nadie más allí. L

casa parecía deshabitada a pesar de quno presentaba los síntomas inequívoco

del abandono: muebles desvencijadoscortinas raídas, paredes descoloridas a inconfundible pátina de tiempo

olvido. Era mucho más sencillo

visceral, un sentimiento que tomabcuerpo a la altura del bajo vientreninguna presencia humana se dejabsentir entre aquellas paredes. Y, sin

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el fontanero... Me llamó esta mañanpara que arreglara una tubería¿recuerda?

 No hubo respuesta. Se asomó a lventana. Su furgoneta seguía allí. Lcalle permanecía desierta.

 —Está bien —gruñó—, ha de sabeque no me gustan las bromas, señoraMe voy.

Se dio la vuelta y agarró el pomo

Este se negó a girar. Aplicó sin muchoéxito toda la fuerza que su robustcuerpo le proporcionaba; la puertestaba cerrada con llave.

Harvey se impacientó. —¿Qué demonios significa esto

Abra esta maldita puerta ahora mismo a echaré abajo!

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Oyó unos pasos apresurados a lzquierda. Al asomarse, vio la silueta d

un hombre entrando en una habitación a

final de un pasillo. Al fondo, el sol sderramaba sobre el entarimado a travéde un ventanal.

 —¡Eh, usted!La puerta se cerró de golpe

Harvey corrió hacia ella y entró en lhabitación. Era un cuartucho estrecho

asfixiante. Consistía en un techo bajo cuatro paredes ciegas. No había nadidentro. Palpó cada una de las paredesDebía de haber una rendija, una tabl

suelta en alguna parte. Acababa dentrar un hombre; forzosamente tenía quseguir en aquella habitación a menos quhubiera una salida secreta. Continu

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examinando el suelo en busca de unrampilla. Al cabo de un rato se dio po

vencido. Cuando se disponía a salir, l

puerta se cerró delante de sus naricesLa línea de luz del umbral se borrentamente, de izquierda a derecha. U

mazazo de oscuridad cayó sobre él y latmósfera se volvió sofocante. Alguieo agarró del cuello y lo empujó contra pared. Harvey se revolvi

rápidamente pero no consiguió ver a sagresor. Agitó sin suerte las manos en evacío, esperando atraparlo. Recibió upuñetazo en la cara y otro en el hígado

Un tercero en la boca del estómago lhizo doblarse de dolor y una patada ea boca lo derribó; dos patadas má

estallaron contra sus costillas.

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Tendido, vio el haz de ludibujarse de nuevo a ras del suelo. Sncorporó a duras penas y se tambale

hacia la salida. En la penumbra sumanos reconocieron la puerta. Epicaporte cedió mansamente.

Corrió hacia el recibidor. La puertprincipal se negó abrirse por segundvez. Probó con una ventana y despuécon el resto; todas atascadas. Se l

ocurrió romperlas con una de suherramientas, pero al no encontrar scaja por ningún lado dedujo que la habíolvidado en la furgoneta. No halló ni u

solo objeto a su alrededor que pudierusar como proyectil. Hundió el rostrentre las manos y maldijo varias veces

o tenía ni idea de lo que estab

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pasando, pero tenía claro que debía salide aquella casa como fuera.

Pensó que tendría más suerte en l

planta de arriba; tal vez allí encontraríuna ventana abierta. Contempló lescalera. Impoluta, asombrosamentblanca, inmune al tiempo. Los peldañoeran anchos y espaciosos; el descansillgeneroso; los balaustresprimorosamente tallados. Apoyó l

mano sobre la esfera maciza qucoronaba la pilastra y subió despacio, aiempo que acariciaba el pasamanos co

el dorso. Al llegar arriba notó que la lu

del exterior se había vuelto mortecinaSe asomó a una ventana. Fueratardecía. Furgoneta aparcada, calldesierta. Bajo el sol menguante de

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atardecer, las fachadas coloniales lparecieron lápidas enjalbegadas, y ebarrio, un cementerio infinito.

 No tuvo suerte con la primerventana que intentó abrir. Hubo unsegunda, una tercera y así hasta unsexta. En ello estaba, cuando oyó esonido de un objeto metálico rayando larima. Se dirigió hacia él con cautela

había decidido que no lo cogería

desprevenido otra vez. Se asomó arellano. Nadie. De nuevo le llegó eamento de la madera arañada. Esta ve

venía de cerca. Se dejó guiar por él

Enfiló un corto pasillo, dobló un recod se encontró con una pared que puso fi

al trayecto abruptamente. Se detuvo examinarla. Dio un salto presa de

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pánico cuando escuchó el roce metálicusto detrás de él. Al girarse, vio domponentes siluetas armadas con senda

barras de hierro. No tuvo margen dreacción. Recibió un fuerte impacto ea cara. Por instinto se llevó las mano

al rostro. Un golpe seco en las rodillao derribó. Nada más caer, los hierro

se precipitaron sin piedad sobre scarne: costillas, cadera, hombros, pies

espalda... Fue una tormenta de golpemecánicos pero certeros, asépticos perdolorosos, libres de ira pero sedientode sangre.

Una respiración lenta y pesadaentrelazada con unos sollozoesforzados, se alternaba con el silbiddel metal cayendo en picado sobre s

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espalda. Harvey sintió que todo scuerpo no era más que un saco de hueso  que pronto quedaría reducido

papilla. Estaba convencido de que npararían hasta matarlo. Notaba loespasmos involuntarios de sus músculosque se estremecían con cada golpe. Edolor le mermó el conocimiento y nublsu vista. Y de pronto todo se fueapagando.

VAl anochecer recobró e

conocimiento. Un formidable escudo d

plata se alzaba en el cielo. La pureza deblanco le sugirió las túnicas de lHermandad. Los destellos metálicos deastro le devolvieron la imagen de un

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cruz de hierro. Evocó su tallo grácil, ssuperficie uniforme, su cuerpo sólido grave. Sólo una vez tuvo el honor d

portar una. Fue antes de prenderle fuegdelante de aquella iglesia en el guetsur. Harvey la había acomodadoamorosamente entre sus brazos, y la crureposaba sobre su hombro derecho. Lohermanos trazaban un cinturón dantorchas a su alrededor. Sus túnica

blancas oscilaban a luz de la luna comuna marea plateada. Harvey creypadecer el peso de aquella cruz sobre scuerpo en aquel preciso instante. L

sensación lo reconfortó y le devolviparcialmente el valor y la entereza.

Pensó en seguir con el planecesitaba encontrar el desván. Una ve

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en él, saldría por la buhardilla. Recordque, en aquel tipo de casas, el accessolía estar disimulado detrás de un

puerta un poco más estrecha de lnormal. Creía haber visto una en algunparte.

Tenía la costumbre de llevar unpequeña linterna con él. La encontró euno de sus bolsillos. Adelantó un pie ydespués otro mientras proyectaba el ha

de luz a su alrededor. Trató de no pensaen lo que había ocurrido hasta entonce, sobre todo, en lo que estaba polegar.

La casa reposaba sumergida esilencio y oscuridad. Cada recodo, cadpuerta, cada pasillo, se había convertiden una sospecha de violencia inminente

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en una posibilidad de sufrimientpalpable. Temeroso, con las manobañadas en sudor y el cuello y l

espalda agarrotados, atento a un nuevataque, atravesó la planta en busca de lsalida. En su deambular, no escuchó otrcosa que su propia respiración y eatido intenso, enloquecido, de la sangr

en sus sienes.Al girar una esquina divisó l

puerta. Ante él se extendía un largopasillo. No había luz alguna. Nventanas ni claraboyas que filtraran ebendito resplandor de la luna. El pasill

enjuto, escuálido; las parededevastadas, adornadas con cuadros qucolgaban torcidos sobre sus ejes. Lausencia de luz impedía ver las pintura

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que atesoraban. En la distancia, aamparo de la oscuridad, parecíansectos gigantes arrastrándose fuera d

sus marcos. La linterna reveló upuñado de lienzos roídos por lhumedad y el tiempo.

La puerta era un amasijo de tablacruzadas, ásperas al tacto y livianas aempuje. Los goznes giraron. Unescalerilla ascendente se perdía en un

masa de oscuridad. Incluso el airparecía pesar dentro de aquel cajón dparedes ciegas. Harvey apenas veía dos palmos de su cara.

La linterna lo condujo hasta eprimer escalón. Sintió un pesdescomunal sobre los hombros en cuantpuso el pie encima. El aire viciado

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grumoso, incrustaba pelotas de polvo angustia en su garganta.

Subió el segundo escalón; tambié

el tercero. A medida que ascendía laansiedad engordaba. A pesar de elloHarvey no permitió que sus fuerzaflaqueasen.

Su cabeza topó con un obstáculoEra la trampilla que accedía al desvánLa empujó sin éxito con una mano

Entonces algo se movió detrás de él. Esonido venía del pie de la escaleraAgudizó el oído. Sonaba tremendamentpesado y se arrastraba hacia arriba. S

detenía un segundo y luego reanudaba lmarcha. Primero se asemejaba a ungarra abriendo surcos en la maderadespués a una masa adiposa reptando

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De nuevo pausa, y un nuevo escalón.Harvey se apresuró. Esta vez n

escatimó esfuerzos y usó las dos manos

La trampilla cedió un par dcentímetros. Detrás, una respiracióronca, como surgida del fondo de upozo cuajado de negras agujas, se erguísobre la escalera, cada vez mápróxima.

Otro empujón. La trampilla salt

pero en seguida volvió a su posiciónicial. Algo la bloqueaba desde arribaPensó que, aplicando la cantidad dfuerza precisa, terminaría por ceder.

Los arañazos se dejaban sentir menos de un metro. Ya no se oían a rasdel suelo, sino sobre las paredes. Lrespiración pesada, por contra, vení

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abiertos junto a otros releídos hastacerar la memoria, retratos antepasado

poco gratoa, álbumes de fotos cubierto

de tristeza que ya no invitaban a sehojeados por nadie... Harvey nencontró nada de eso; ni siquiera unmísera bombilla para iluminar lestancia.

Los travesaños lucían blancos sólidos, como recién colocados

Observó que tampoco había telarañas nrastro de suciedad alguna. El lugar olía limpio. Mientras cavilaba al respectcaptó un resplandor afilado. Frente a é

estaba la salida, una buhardilla distones blancos en forma de cruz. Sobr

su cabeza, el escudo de plata, el hierrcandente de sus antepasados, l

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saludaba imponente desde efirmamento.

Harvey recobró el valor. Sólo

restaba romper la ventana y bajar por lubería del desagüe. Era peligroso per

no tenía otra opción. Lo primero quharía nada más salir de allí seríconvocar a los chicos. Vendrían y leprenderían fuego a la casa por los cuatrcostados. Después averiguarían quié

estaba detrás de aquello y le aplicaríael mismo correctivo que al bastardo dHorace. Eso les enseñaría a aquellomalditos monos a no provocar al clan.

Mientras trazaba un mapa mental dsus futuras acciones, se quitó una botaretrocedió unos pasos y tomó impulscon la intención de lanzarla contra e

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cristal. Justo antes de hacerlo, una nubnegra se interpuso entre él y la luna y ecuestión de segundos todo quedó sumid

en una oscuridad total.Algo lo frenó en seco en el últim

momento. Notó una masa carnosa caliente abrazándose a sus piernasSintió que le agarraban el brazo y dejcaer la bota. La masa se aferró a surodillas y trepó hasta la cintura. Harve

perdió el equilibrio y cayó al suelbocabajo. Un segundo cuerpo ejercipresión sobre su espalda; una mano lapresó el brazo derecho y otra hizo l

propio con el izquierdo. Harvey quedó merced. La masa se escurrió entre sungles a gran temperatura. Gritó. L

acalló un dedo gigantesco, duro

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húmedo que se introdujo en su boca y sdeslizó hacia la garganta. Quiso vomitarEl dedo retrocedió unos centímetros

entró de nuevo con ímpetu redobladoacompañado de otro aún más grueso. Loperación se repitió con embestidarítmicas y precisas. Mientras, la mascarnosa, humeante, superó las caderasel cinturón de cuero y resbaló podebajo del pantalón. Cada vez má

hirviente, rodó entre el canalillo de lanalgas y acarició el esfínter. Los dedosque ya eran cuatro, dilataban la boca coal violencia que rasgaron la comisur

de los labios. Harvey berreaba de dolorSintió una lengua húmeda y obesamiendo su oreja izquierda, al tiemp

que la masa irrumpía en el ano a un

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emperatura insoportable. Fue como uhierro recubierto de espinodesgarrando su cuerpo de arriba a abajo

Aquello fue solo el principio.VI

El teléfono lo arrancó de la cama

Despertó desorientado. Tenía ldesagradable sensación de que la casestaba en llamas. Bajó dando tumbos

Las paredes giraban y la cabeza le iba estallar. Descolgó el auricular, anotó ladirección y puso el café a calentarVeinte minutos después estaba frente a

a casa. No se parecía a ninguna de laanteriores, aunque tenía el mismdiagrama en el bastidor izquierdo quodas ellas. Como cada mañana, s

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detuvo un instante antes de salir de lfurgoneta. Intentó resistirse. Quiso poneel motor en marcha, volver a casa

meterse en la cama hasta el atardecerpero fue incapaz. Cuando la puerta sabrió, como por arte de magia, sintió lnecesidad de salir del vehículo, caja dherramientas en mano, y entrar.

Tampoco esta vez pudo hacer nadpor evitarlo. Muy a su pesar, puso un pi

en el porche y cruzó el umbral. Esonido de la puerta al cerrarse lrevolvió las tripas. Sintió la angustipesada y oscura alojada en el estómago

el frío en las vértebras y el flaquear das piernas. Era consciente de lo qu

venía a continuación: lo mismo que eaquella primera casa, y en las qu

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vinieron después, y en las que estabapor llegar.

Y así hasta el fin de los días.

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Hijo de un dios caníbal

Caí sobre la Tierra en un meteorito

disfrazado de bebé. Mis padres mencontraron llorando en la calle y sapiadaron de mí. Vengo de un planetahabitado por caníbales. Soy el últim

de mi especie.Tras meditar largo y tendido hlegado a la conclusión de que est

podría ser un buen comienzo para m

ibro. En él hablaré de mí y de todo lque ha acontecido en mi vida hasta edía de hoy.

En un principio pensaba titularl

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Soy un asesino en serie: confesiones dun caníbal . Es pomposo, lo admitopero también contundente. Creo qu

ayudaría al libro a auparse hasta loprimeros puestos de ventas. A la gente encanta este tipo de historias, relato

mediocres salpicados de sangre sin emenor atisbo de edificación moraComo alguien escribió: «Por lo generaas personas no muestran lo terribles qu

son. Son como una vaca pastandranquila que, de repente, levanta la col  descarga un latigazo sobre el tábano

Basta que se dé la ocasión para qu

muestren su horrenda naturaleza». Peresa es otra historia muy distinta, con lcual no guardo relación alguna.

En cualquier caso, he descartado e

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ítulo por faltar a la verdad. No soy uasesino en serie, en toda mi vida solo hmatado a una persona.

La primavera de 1981 yo estaba eParís. Mis padres habían pensado qusería una buena idea que me alejara d

Japón. Aunque yo siempre habídeseado vivir nuevas experiencias eOccidente, la verdad es que todaquello no fue sino una hábil cortina d

humo diseñada por mi padre para echaierra sobre «el incidente». S

desaparecía una larga temporadapensaba él, la gente dejaría de habladel asunto y al final caería en el olvidoTal vez, si las cosas no se hubieraorcido de la forma que lo hiciero

después, o si la providencia no s

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hubiera cruzado en mi camino adoptanda apariencia de René, mi padre s

habría salido con la suya, pero lo ciert

es que sucedió más bien lo contrario, que el tiro le salió por la culata, si se mpermite la expresión. Sea como fuerehice las maletas y puse rumbo a lciudad de la luz.

Recuerdo que una tarde dprincipios de mayo me encontrab

paseando a orillas del lago que hay en ebosque de Boulogne, situado a espaldade la Sorbona. Acababa de salir decineclub y había decidido pasear un rat

para meditar sobre la proyección, unpelícula titulada Porcile. En ella, edirector había desarrollado donarraciones paralelas. La primer

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ranscurría en un pasado remoto mostraba a un soldado que recorría sidescanso un paisaje volcánico, mientra

que la segunda, me pareció, consistía eun retrato grotesco de la clase burgueseuropea. En realidad, nada de aquellme entusiasmaba. Nunca he tenidnterés alguno por la política ni por es

que llaman «la lucha de clases». En efolleto de la programación s

mencionaba el canibalismo y esa, y notra, era la única razón por la que habíasistido a la sala aquella tarde. A pesade acudir con grandes expectativas, sal

completamente decepcionado. Edirector había usado el canibalismcomo un mero pretexto para aventar sufobias, todo lo demás era falso. Aunqu

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por aquel entonces aún no lo sabía cocerteza, la antropofagia era para mí unfilosofía vital, un modo de relacionarm

con el mundo, un fin en sí mismo y no umedio impostado de burda metáforcomo la que acababa de contemplar. Lcarne y los cartílagos son enteprovistos de sustancia. También lo soel hambre y el deseo de devorar a otrpersona. Nada hay de glamuroso ni d

glorioso en ello. Se trata de algo qusimplemente existe y hay que aceptarlcomo tal por terrible que nos puedparecer. Ya digo que en aquellos

iempos no era consciente de que estadeas se arrebujaban al calor de mi

entrañas, y tal vez por eso no entendí deodo el enfado que me causó aquell

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estúpida película.Tras la proyección caminé a lo

argo de la orilla del lago. El dosel de

bosque, bombardeado por los rayooblicuos del sol, me pareció la tupidadera de una montaña. Aquella image

distorsionada, combinada con lodestellos fugaces de la superficie deago, que se extendía con la gravedad d

un oscuro espejo en reposo, me record

a las laderas de Maizuru tal y como ladescribe Mizoguchi, el protagonista da novela de Mishima. En su conjunto

aquella visión —¿o debería deci

evocación?—, que se componía de ubosque y un lago, fue para mí eequivalente a lo que para el novicihabían sido las laderas de la regió

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natal de su padre: la revelación del ejespiritual alrededor del cual giraría svida hasta el día de su muerte. Si é

enía el Pabellón de Oro, yo tenía Saturno.

Aquella tarde me retiré con lcerteza de que volvería a aquel lugapara llevar a cabo un acto que cambiarími vida. ¿Le prendería fuego al bosque?

Debo decir que por aquel entonce

París y, por ende, Occidente, me parecíun mundo de gigantes. Me sentía comGulliver en la isla de BrobdingnagTodo quedaba fuera de mi alcance, todo

me parecía desmesurado. Por desgraciame veo ahora obligado a hablar de mnfancia para explicar este hecho

Rousseau, San Agustín y tantos hombre

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lustres ya lo hicieron en sus respectivaconfesiones, sin duda con el propósitde exponer al lector las experiencia

empranas que forjaron suexcepcionales caracteres. Me temo queal contrario que ellos, no soy un seexcepcional, no al menos en el sentiden que ellos lo fueron. Debo añadir quel lector se decepcionará si esperencontrar en estas confesiones e

miniatura que son las mías un hecho, ponsignificante que sea, que arroje upoco de luz sobre el hombre en que mhe convertido. Se trata de todo l

contrario, mi infancia fue sencilla feliz.

Fui un niño prematuro, sietemesinopara ser precisos. Desde que llegué

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este mundo pesa sobre mí la amenaza da muerte debido a mi débil constitución

de la que nunca he podid

desprenderme. Cuando veo fotografíamías de aquel periodo, me pregunto poqué mis padres no me aplastaroentonces. Tan débil e insignificante sme veía, que de haber estado en su lugao lo habría hecho sin dudar. De est

modo habrían librado a su hijo del dolo

que le deparaba la vida. Nací en el seno de una familiacomodada. Mi padre ocupaba un puestde directivo en una importante empres

ocal. Por su parte, mi madre era lípica esposa sumisa y diligente

siempre en segundo plano, sometida a lautoridad del cabeza de familia, tal

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como dicta la costumbre. Mi hermanKeiichi vino al mundo un año despuéque yo. Ambos fuimos educados en l

mesura, la disciplina y el cariño. «Díade clara felicidad» es la expresión quacude a mi mente cuando evoco aquelletapa de mi vida. A medida que nohacemos adultos y nos vemos obligadoa afrontar el infranqueable muro de lrealidad, más conscientes somos d

nuestras limitaciones y de que, al otrado, no nos espera otra cosa que lmuerte. Supongo que por eso muchoañoramos nuestra infancia, es una form

de parar el reloj e invertir el tiempoEstamos firmemente convencidos de quaquella fue la época más feliz de nuestrvida. En el fondo, todos añoramo

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volver a la protección del útermaterno.

Yo era un niño pequeño y débil. A

mi lado, mi hermano parecía muchmayor. Desde el primer día de mexistencia, fui sometido a una estrechvigilancia médica para supervisar msalud. Continuamente me veía superadpor mi fragilidad, que hacía que emundo me pareciera un lugar peligroso

nabarcable. Tal vez de ahí provenga mamor desmedido por los animales, pueme veía capaz de dominarlos y dsometerlos sin mucho esfuerzo. Creo qu

advierten mi debilidad y que se dejadominar más por compasión que poauténtico respeto o porque reconozcaen mí a un líder nato.

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Teníamos en casa un akita japonésblanco como la nieve, al qurónicamente llamábamos Kuro

Solíamos pasar las horas muertas lodos juntos, paseando y corriendo de uado a otro del jardín como amigonseparables. Yo le lanzaba una pelota

de béisbol y él me la traía una y otra vesin acusar el menor síntoma de fatigaYa desde entonces estaba convencido de

que si el resto de mi vida lo consagraba hacer el mal, Kuro seguirírayéndome la pelota y se sentaría a mado, confiado y dócil, sin juzgar m

persona ni mis actos. Fidelidad hasta lmuerte, así son los animales. Añodespués leía la siguiente declaración dRudolf Höss, el temible comandante d

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Auschwitz, acerca de su infancia: «Mponi era mi único confidente, sólo élcreía yo, estaba hecho par

comprenderme. El afecto familiar fraternal no estaba en mi naturaleza». Ymás adelante, cuando ya estaba inmersen la carnicería de los campos dexterminio, confesaba lo siguiente: «Poa noche, cuando la tristeza me invadía

me refugiaba junto a los caballos en l

cuadra».Entre los acontecimientos de aqueperiodo de mi vida, destaca un insólituego —así lo juzgo ahora, nad

sospechaba entonces— al que mhermano y yo solíamos jugar con mi típaterno, el cual era mucho más joveque mi padre y no tenía hijos aún. Aque

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se disfrazaba de pirata y nos metía a lodos dentro de una cuba de madera quhabía en la parte trasera del jardín. L

lenábamos de agua hasta la cintura fingíamos que era una olla hirviendo ea que íbamos a ser cocinados. Los tre

representábamos aquel teatrillo parregocijo del resto de la familia caddomingo. Entonces sucedió algo quvino a cambiarlo todo, aunque e

principio no guardara una relaciómanifiesta con lo que acabo ddescribir. Un domingo por la tarde mencontraba yo curioseando los estante

del despacho de mi padre. Pocasualidad, di con un grueso tomforrado en cuero dedicado a la pintureuropea. Estaba en inglés, así que n

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pude entender nada de lo que en él sdecía. Sin embargo, aquello no fuobstáculo para que recorriera su

áminas lleno de curiosidadAproximadamente a mitad del libro, unde ellas me obligó a detenerme. Srataba de una escena monstruosa en l

que un gigante desnudo de ojos saltoneagarraba a un hombre y engullía scabeza con su enorme boca. Supe má

arde que aquel cuadro llevaba por títulSaturno devorando a un hijo  y que sautor era Francisco de Goya, un pintoespañol del siglo XVIII. Creo que fue e

aquel momento cuando tomé consciencide la existencia de un acto llamadcanibalismo. Aún no sabía que este ersu nombre, pero desde aquel día tuve l

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certeza de que había hombres qudevoraban a sus semejantes.

Conozco todas las versiones de

mito clásico, pero ninguna ecomparable a la de Goya, ningunproduce en mí el mismo efecto. Lmueca de dolor del infante en la versióde Rubens es ciertamente angustiosapero la composición peca de uexcesivo simbolismo que le rest

credibilidad a la escena. La de GiovannBattista resulta afectada y carece dmpacto alguno, no hay en ella ni u

ápice de emoción. Con el tiempo, h

legado a interesarme por Goya. A pesade haber realizado otras obras en laque la descripción de la violencia y ldecadencia del hombre son retratada

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con gran crudeza y realismo, ninguna hlegado a causarme el impacto de s

Saturno. ¿Será que aquel cuadro no hiz

otra cosa que avivar la llama de ufuego que yacía agazapado en mnterior, esperando la mano que lo

despertara? ¿Era acaso yo un caníbal sisaberlo desde el día de mi nacimiento estaba predestinado a probar la carnhumana en contra de mi voluntad? Pued

que, después de todo, mi alma hayransmigrado verdaderamente hasta lTierra desde un planeta de caníbales.

Experimenté un cambio de la noch

a la mañana como consecuencia de lcontemplación de aquella lámina. Por uado, la imagen quedó asociada a

despacho de mi progenitor y, po

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extensión, a su universo. A mi modo dever, un sombrío cordón umbilical unía ambos, aunque la relación nunca llegó

establecerse con nitidez en mi cabezao veía a mi padre exactamente com

Saturno, ni tampoco a mí mismo como a víctima cuyo cráneo crujía entre su

mandíbulas. Era algo mucho más sutique no consigo identificar. Por otroado, las reglas del juego de los pirata

sufrieron un vuelco. Exigí cambianmediatamente los roles bajo amenazde abandonarlo. Desde aquel momentoo dejaba de ser el prisionero que s

ntroducía en la olla para ser cocinado  me convertía en el más cruel

despiadado de los piratas. Crerecordar que mi diversión se multiplic

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a raíz de aquel cambio, y que el juegadquirió un tono sombrío, con repuntede un tímido sadismo, en el que m

regocijaba.Hubo otro episodio íntimament

igado al de la lámina, aunque tardmucho en percibir la conexión. Uncalurosa tarde de verano volvía a casdespués de haber estado jugando comis primos. Contaba entonces con poc

más de once años. Recuerdo que el soera un cuerpo hinchado y rojizo, a puntde reventar, y que zozobraba detrás dehorizonte disparando sus rayos que, po

ser los últimos, siempre me parecían lomás intensos. Solía imaginar quaquellos destellos eran flechas ardienteque dibujaban una bóveda de fuego en e

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cielo y que, en su trayectoridescendente, incendiaban los árbolesos senderos, los tejados y la

empalizadas de los jardines. Absorto eaquellas fantasías, crucé el puente, que esas horas estaba desierto. Del otro ladvenía una figura igualmente solitaria. Amedida que nuestros caminos convergíafui capaz de reconocerla. Era Kimitakeun alumno del curso superior con fam

de delincuente. No se dejaba ver muchpor clase y, cuando lo hacía, era solopara causar problemas. Era altivo desafiante con todos, incluso con lo

profesores, razón por la cual se habíganado algún correctivo más que severoSin embargo, su carácter indomable llevaba de vuelta a las andadas

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Kimikate venía de nadar en el ríoLlevaba solamente un fino bañador dpescador enrollado alrededor de l

cintura y cruzado entre los muslos. Lucíel torso desnudo. Por lo demás, calzabunas viejas geta  que resonaban a cadpaso en la soledad del puente. Caminabcon el sol de espaldas de modo que, amirarle directamente al rostro, unaureola de rayos carmesí coronaba s

cabeza, que resplandecía con una luhiriente. Traía el rostro quemado por esol, con secciones rojizas y doradas. Lagotas aún perlaban sus hombros y s

deslizaban a lo largo de su torsoKimitake era alto y atlético y tenía urostro hermoso. Por sus ademanes, sforma de andar y de mover rítmicament

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os hombros y las piernas, me hacípensar en aquellos efebos de bellezcanalla que poblaban los relatos d

Mishima y de Jean Genet. La situacióme recordó a un episodio descrito por eprotagonista de Confesiones de unmáscara. Reparé en sus muslos, queran delgados pero musculosos. Estabaempapados en sudor, tostados por el solAl caminar, una delgada línea de carn

pálida quedaba al descubierto bajo lopliegues del bañador, como si dejara uoscuro y delicado secreto adescubierto. Kimitake no reparó en m

cuando pasó a mi lado. Siguió su caminhasta perderse de vista, semejante a udios que se dirigiera hacia el ocaso. Esmisma noche, en la intimidad de m

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dormitorio, aquella imagen me visitó eodo su esplendor mientras dormía. Ernsistente, como un martillo que m

machacara las sienes en la oscuridad, venía acompañada de una fuerterección. Yo no sabía cómo reaccionaante aquella realidad fisiológica. En mcasa el sexo era un tema tabú, nuncescuché a mis padres ni una palabra arespecto. Daba la impresión de qu

odos los que habitaban entre aquellaparedes eran seres asexuados. Lo ciertes que no sabía cómo masturbarme, asque mi ignorancia me llevó a hacer tod

ipo de extravagancias para sofocaaquellas explosiones de deseo. A vecehacía que Kuro me lamiera el miembroo me desnudaba y, colocándom

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bocabajo sobre la cama, me restregabcontra el colchón, frotando mi pene sicesar. Otras veces arrancaba un puñado

de hierba del jardín y me masajeaba coella entre las piernas. Reconozco quera muy torpe y que me llevó algún uiempo averiguar la forma idónea d

obtener placer de mi propio cuerpo.Poco después sucedió algo que y

nterpreto en retrospectiva como l

culminación —y el primer aviso— de uproceso natural de gestación, cuyoprimeros síntomas ni yo ni nadie de mentorno —fui un niño colmado de cariñ

pero huérfano de atención— fuimocapaces de advertir. Durante la clase dgimnasia, en la que solía rezagarme todo posible a la hora de cambiarme par

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evitar las odiosas comparaciones con eresto de mis compañeros, me fijé en lomuslos de una chica a la que no habí

prestado atención hasta aquel día. Nconservo el recuerdo exacto de cómpasó. Sólo sé que al verlos se mantojaron muy jugosos, y que tuve edeseo de morderlos para degustar ssabor. Aquel arrebato se vionmediatamente contrarrestado por u

ntenso dolor en el estómago, quprovocó en mí el rechazo inmediato da idea. Salí corriendo y vomité en u

rincón apartado. Aquella fue la primer

vez que sentí deseos de probar la carnhumana.

Dos directrices marcaron e

desarrollo de mi vida posterior hast

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que el incidente tuvo lugar. La primerfue la toma de conciencia, cada vez máclara y dolorosa, de mi condición física

A los veinte años me sentía tan frágil enfermizo como cuando tenía cinco. Mvida y mi percepción de mí mismo eese sentido no habían sufrido la menoalteración a los largo de los años; mseguía viendo como un monito indefenscon rostro y costumbres humanas. A la

pruebas me remito: apenas pasaba demetro cincuenta, y toda mi carne, mihuesos y mis vísceras colocadas sobruna balanza no pesaban más d

cincuenta y dos kilos. Era la vivcaricatura de un ser humano, usimulacro.

La segunda directriz es imposibl

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de advertir a simple vista. Consiste emi veneración por Occidente. Seré mápreciso, mi admiración masoquista —e

el sentido más fiel al espíritu originaes decir, a los textos de Sacher-Masoc— hacia las mujeres occidentalesAdoro sus cuerpos rotundos. El contornde sus glúteos, la solidez de sus pierna  la amplitud de sus caderas m

subyugan por completo. Por supuesto

soy consciente de que se trata de undealización, ya que en Occidente nodas las mujeres exhiben tan poderos

anatomía, también las hay delgadas

bajitas pero, en general, puede afirmarsque su físico es mucho más contundentque el de las japonesas. No negaré queparte de esta fascinación obedece e

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cierto modo a la imagen que mi pueblha tenido de los occidentales desde hacsiglos, sobre todo a raíz de la ocupació

americana tras la Segunda GuerrMundial. En mi adolescencia leí todipo de mangas donde los personajes

unos jóvenes de rasgos claramentcaucásicos, protagonizaban intrigas dépoca que transcurrían en suntuosocastillos europeos extraídos de la Rusi

de los zares o de la Francia versallescaAños más tarde cayó en mis manos pocasualidad —la misma, intuyo, que mhabía guiado hasta Saturno— un cómi

de Robert Crumb, y al instante quedfascinado por aquellos retratos dmujeres gigantescas, capaces destrangular a un hombre con la potenci

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de sus muslos titánicos o de aplastarlobajo el peso de sus traseros inmensosAquellos modelos de belleza femenin

alentaban como ningún otro mi libido ypor lo tanto —supe después—, mnstinto caníbal.

Lo que no podía sospechar es quuna de aquellas diosas de la abundanciba a irrumpir en mi vida encarnada ea forma de una mujer majestuosa y qu

aquel hecho, que en un primer momentuzgué anecdótico, iba desencadenar efamoso incidente.

Cuando cumplí veintidós años mrasladé a Tokyo para continuar mi

estudios. Era la primera vez que mseparaba de mis padres. Creo que no h

reflexionado en profundidad sobre l

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que este hecho supuso en aquella etapde mi vida, y si realmente tuvo algo quver con el dichoso incidente. A

situarme fuera del círculo de influencide mi familia, el control sobre mpersona, o debería decir sobre minstintos más ocultos, se debilitó, al n

verme ya en la necesidad de disimulamis tendencias por miedo a sedescubierto. Había dejado todo atrás

excepto la lámina de Saturno, quarranqué en secreto del libro de mpadre.

Por aquel entonces vivía en u

modesto bloque de apartamentos en eque se alojaban sobre todo estudiantesUna chica occidental ocupaba eapartamento de al lado. Por lo que pud

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física habrían causado la admiración depropio Rubens, pues parecía sacada duno de sus cuadros. En silencio, fu

dealizando a Martha y la doté de todaas virtudes occidentales que tanto m

obsesionaban. La adoraba hastextenuación, hasta el punto dconvertirla en un ser inalcanzable, máallá de mis posibilidades. Para mMartha era lo más parecido a una diosa

Superado por las circunstanciasconsciente de que el fin del semestre sacercaba y que Martha haría las maletapara alejarse definitivamente de mí, urd

un plan a la desesperada. Nuestroapartamentos comunicaban a través dun pequeño balcón dividido en dos pouna mampara de cristal opaco. El veran

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en Tokyo es caluroso y la gente sueldormir con las ventanas abiertas. Unnoche, armado con un paraguas

disfrazado con una máscara dFrankenstein —creo que la metáfora npodía ser más adecuada—, salté de ubalcón a otro y me colé en sdormitorio. La encontré durmiendo pierna suelta en la cama, bocabajocompletamente desarropada. Dormí

despreocupada, ajena a todo. Yo lacontemplaba en silencio, en cuclillasobre el alfeizar de la ventana como umurciélago. Recorrí su cuerpo con l

mirada. Me centré en sus muslosrecubiertos por una fina capa de piel quresplandecía bajo la luz de la lunaAquella suave lechosidad me hiz

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enloquecer. Cuando al fin tomé ldeterminación de actuar, bajé dealfeizar y apoyé el pie derecho en e

suelo, con tan mala suerte, que resbalé caí sobre su cuerpo, causando un graestrépito. Martha despertó al instante. Sprimera reacción fue encogerse contra lpared y cubrirse con las sábanas aiempo que gritaba. Entonces encendia luz y, viendo que la única amenaz

consistía en un ser débil y diminuto, sabalanzó sobre mí con todo su pesontenté huir hacia la puerta, pero e

cuestión de segundos me v

nmovilizado en el suelo. Se sentó sobrmi pecho y aprisionó mis muñecas couna sola mano. La otra le bastó pardesarmarme y arrancarme la máscara

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Mientras hacía todo esto, no paraba dgritar y de pedir ayuda en japonés y englés. Los gritos no tardaron en alerta

a los vecinos. La policía acudió corapidez. Por supuesto, no opusresistencia alguna, el episodio erbastante humillante de por sí. Fuconducido a comisaría y allí msometieron a un interrogatorio epresencia del abogado de mi padre. M

primer impulso fue confesar miverdaderas intenciones cuando saltdentro del dormitorio, pero pronto mdisuadí a mí mismo de hacerlo

consciente de que aquello no haría máque empeorar la situación, así que mimité a contestar que simplement

quería gastarle una broma y que por es

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levaba la careta puesta. Huelga decique nadie me creyó lo más mínimo. Para policía estaba claro que había sido u

ntento de violación, y así pensabareflejarlo en el informe; sin embargo, mpadre sacó partido de sus influencias yras mover algunos hilos, consiguió qua chica no presentara denuncia alguna,

cambio —imagino— de una jugoscantidad de dinero. El asunto fu

hábilmente silenciado y nada se supo dél hasta que años más tarde ocurriaquello por lo que me hice infaustamentfamoso. En cualquier caso, aquel suces

quedó bautizado para siempre como «encidente». Este era el eufemismo qu

mi padre y yo usamos para referirnos él las pocas veces que las circunstancia

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dieron lugar a ello. Echando la vistatrás, veo con claridad que aquel fue eprimer brote verdaderament

mportante, porque por primera vez minstintos se adueñaron de mi voluntad.

Después de mucho cavilar, mpadre tomó la decisión de enviarme Europa hasta que el asunto se enfriara upoco. He aquí la cortina de humo a lque me refería al principio. El motiv

que aludimos fue el de completar mestudios en el extranjero. Escogí Parícomo destino y me matriculé comalumno de Literatura Comparada en l

Universidad de la Sorbona. A finales deabril de 1981 me despedía de mipadres en el aeropuerto de Narita. Mmadre no paraba de llorar y mi padr

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enía cara de circunstancias. Mi hermanhabía preferido no acudir. Ereencuentro con mi familia, año

después, se produciría en circunstanciacompletamente distintas.

Todo lo que sabía de París y, po

ende, de Occidente, era escaso y sacadde los libros. No tenía ni la más remotdea de cómo sería mi vida allí, nampoco si sería capaz d

desenvolverme en aquella ciudad. Lque sí tenía era una imagen muy precisde cómo me gustaría que fuera mregreso: calurosamente recibido por mipadres y mi hermano, en compañía duna belleza caucásica de largas pierna, a ser posible, coronado con un

ridícula boina francesa à la Tezuka.

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La realidad, como suele sucederfue bien distinta. Mi vida comestudiante transcurrió sin pena ni gloria

Me instalé en un pequeño apartamenten el barrio latino, concretamente en lRue Saint-Sévenin. Disfrutaba, antodo, de mis largas y solitaria

caminatas. Pasear por aquellas calleera como descubrir un nuevo mundo, taes así que a veces tenía la impresión d

haber aterrizado en otro planeta. Mfascinaba y me intimidaba a la vez lmagnitud de todo. No sólo las personassino también los edificios, los espacio

  los objetos me parecían mucho mágrandes de lo que yo estabacostumbrado a ver en JapónDesbordado por aquellas dimensione

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ciclópeas, me sentí más “monito” qununca, completamente desprotegido eaquella tierra de gigantes. Supongo qu

fue aquel sentimiento de vulnerabilidao que me empujó a agenciarme un rifl

del calibre veintidós. Se trata de uarma ligera, ideal para la caza menudaque adquirí para mi protección personal

He de aclarar que tenía pocrelación con mis compañeros de clase

Había ciertos aspectos de mi personque me diferenciaban y me apartabaclaramente de ellos. El primero era mfísico, el segundo mi nacionalidad, y e

ercero mi edad, pues era mayor que eresto. Solía sentarme al fondo del aulaDesde allí seguía las lecciones deprofesor de turno al tiempo qu

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observaba sin miedo a ser descubiertas nucas de mis jóvenes compañeros

Fue así como reparé en René, un

estudiante belga del segundo cursoRené era alta, de cintura estrecha caderas anchas. Su pálida tecontrastaba fuertemente con soscurísimo pelo. En más de una lecciódediqué mi escaso talento a esbozar sperfil en mi libreta de apuntes. E

cuestión de semanas tenía retratos suyorepartidos por los rincones de mdiminuta habitación. Apenas unos mesedespués del incidente, otra muje

comenzaba a ejercer un hechizo sobrmí muy similar al de Martha.

Los martes por la tarde después d

as clases se reunía el club de literatura

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Yo no estaba interesado en este tipo deactividades, me parecían encuentrosuperfluos en los que un puñado d

chiquillos pretenciosos se reunía parhablar sin mucho método de libros coel propósito de hacerse pasar pontelectuales. Pese a lo dicho, no dud

en inscribirme en él en cuanto supe quRené acudía a aquellas reuniones. Fuasí como empecé a relacionarm

ímidamente con mis compañerosSiempre he sido un individuntrovertido, un verdadero solitario. N

soy la clase de persona que disfruta d

os placeres de una buena conversaciónni tampoco soy del tipo “oyente”, aqueque se caracteriza por ser capaz dpasarse las horas muertas escuchand

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os problemas de otra persona siperder detalle, para aconsejar continuación sabiamente a s

nterlocutor o para arrojar un poco duz sobre el problema que le acucia. H

de reconocer que carezco de empatíaSin embargo, René había despertado emí un interés tan fuerte, que estabdispuesto a soportar estoicamentaquellas estúpidas reuniones; cualquie

esfuerzo merecía la pena si me permitíestar cerca de ella.Una noche salimos los del club

cenar. Cuando tomamos asiento en e

restaurante, esperé en pie atentamentpara intentar adivinar el lugar quescogería René. Por suerte, pudanticiparme y me senté a su lado sin da

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a impresión de que lo había hechadrede, sino más bien como algo frutde la casualidad. Al principio apena

podía articular palabra. Mi cabeza dabvueltas sin parar tratando de encontraun tema con el que entablaconversación pero, a pesar de miesfuerzos, aquel se resistía. Probentonces a buscar un poco dcomplicidad entre ambos mediante l

comunicación no verbal. Si ella hacíalgún comentario, por insignificante qufuera, yo asentía el primero, estuviera no de acuerdo con lo que decía. S

sonreía por cualquier motivo, yo lmitaba. Si alargaba la mano en busca da botella de vino, allí estaba la mí

para alcanzársela. Y mientras tanto

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entre un lance y otro, hacía lo posiblpor cruzar mi mirada con la suya ebusca de algún gesto de aprobación po

su parte, por mínimo que fuera, que mabriera las puertas de su afecto. Mesfuerzo obtuvo al fin sus frutos, y a lopostres nos encontrábamos hablandanimadamente sobre literatura. Lconversación profundizaba en loautores europeos, materia en la que y

me encontraba en clara desventaja, poo que, en cuanto se presentaba la menooportunidad, la desviaba hacia mi país me extendía en las innumerable

excelencias de novelistas y poetas qupor aquel entonces era prácticamentdesconocidos en Occidente. La charla sprolongó un buen rato, agradable

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fluida. Después salimos del restaurant  nos fuimos a un local nocturno d

moda. René y yo seguimos bebiendo

hablando hasta bien entrada la nocheRecuerdo que incluso bailamos juntos, que aquel acercamiento físico, aquellntimidad, hizo de mí el hombre má

feliz de la tierra por unos minutos. Asentir la proximidad de su cuerpdurante el baile, nuestras insalvable

diferencias físicas se hicieron mápatentes que nunca. Yo era débil ensignificante, y ella hermosa nalcanzable. Yo era un monito, y ella e

árbol que generosamente me ofrecícobijo entre sus ramas. Yo era undespreciable trozo de arcilla, y ella ldiosa Gaia, de la que descendía

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Saturno y todos los caníbales deuniverso. Mientras rumiaba aquelladeas, sentí cómo el calor que s

magnífico cuerpo desprendía menvolvía por completo, y quise meter lcabeza bajo su axila y morir asfixiaden aquel preciso instante. Incluso ahoracuando lo recuerdo, siento que nada do que ocurrió después, por grave qu

fuera, podrá oscurecer jamás la bellez

de aquellos momentos.Entonces concebí un plan. Yo nohabía conseguido borrar de mi cabeza encidente y no quería por nada de

mundo que aquello se repitiera. Estabconvencido de que con René serídistinto, aunque sólo fuera por la simplrazón de que me había ganado s

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confianza. Usando un poema en alemácomo pretexto, la telefoneé y le pedí qupasara por mi apartamento par

ayudarme con la traducción. Sabía quella dominaba la lengua y queratándose de un asunto relacionado coa literatura, no se negaría. Al principioitubeó. Al parecer, no le gustab

demasiado la idea de que estuviéramoos dos solos, pero al final la convenc

con la promesa de invitarla a cenar esmisma noche. Mientras esperaba ldispuse todo metódicamente. Orienté eescritorio en el que habría de sentars

René hacia la pared, de espaldas a lventana. Sobre él coloqué el librabierto por el poema que habíescogido, «Pietá», de Rilke, y u

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magnetófono para grabar su voz mientraeía. Con esta distribución, m

aseguraba de que no pudiera verm

mientras traducía, ya que yo estarídetrás de ella, con total libertad dmovimientos.

René fue puntual a la cita. Llegvisiblemente nerviosa. Venía máabrigada de lo habitual para la épocdel año en la que estábamos. A pesar de

que le ofrecí el perchero para colgar schaqueta deportiva, insistió en dejárselpuesta. Hablamos durante un par dminutos de cosas insustanciales. S

alguien nos hubiera observado hurtadillas, habría notado sin dificultaque en nuestras cabezas se agitabapensamientos y emociones que nad

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enían que ver con el contenido daquella conversación. Como fuera quparecía un poco impaciente por empeza

—y con ello, terminar, por lo que dedujque no aceptaría la invitación a cenaque yo en ningún momento tuve lntención de mantener firme—, le mostr

el escritorio y la invité a sentarseMientras examinaba el poema, puse udisco, concretamente la Sinfoní

atética. Le hablé de Beethoven, lexpliqué que despertaba en mí unprofunda pasión y una gran admiracióporque, a pesar de haber sufrid

numerosas crisis nerviosas a lo largo dsu vida, había sido capaz dsobreponerse al dolor y transformarlo euna melodía tan hermosa como aquella

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La música, secundada por mis palabrasuvo un efecto relajante en René,

gracias a ello bajó la guardia. A

continuación encendí el magnetófono permanecí en pie a su lado mientras elleía en voz alta los primeros versos. Alegar al quinto, retrocedí lentamente si

quitarle el ojo de encima. Con la vistclavada en su nuca —llevaba el pelrecogido—, me acerqué al guardarrop

  abrí la cremallera con cuidadoDeslicé la mano dentro y extraje mrifle. René leía pausadamente, mientraa música mecía sus versos. Sopesé e

arma en mis manos, apoyé la culatcontra el hombro y alineé el ojo con lmirilla. Ella continuaba absortaatrapada en la telaraña que Rilke

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el vacío. Estaba muerta.Me acerqué a ella con cuidado. L

bajé de la silla y la tumbé en el suel

bocarriba. Mientras la desvestía, mamenté de no haber sido l

suficientemente persuasivo como parconvencerla de que se quitara algo dropa, ya que me habría ahorrado muchiempo; desvestir un cadáver exige u

gran esfuerzo. Por fin la tuve desnud

ante mí. En ese punto tomé mi cámara hice algunas fotografías. Después la hicrodar hasta colocarla bocabajo y repeta operación. Al contemplar su cuerpo

aciendo sobre la moqueta cuan largera, no pude evitar quedar fascinado posus glúteos, abundantes, redondos, decolor de la leche, tal y como los habí

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maginado. Le di un cachete a uno dellos y comprobé cómo se agitaba eoleadas de carne estremecida, como s

de la superficie de un lago se trataraPensé en penetrarla y satisfacer minecesidades con urgencia, pero aquellhabría apagado mi furor y eso me habrímpedido hacer lo que realment

ansiaba. El coito no me erdesconocido. Lo había probado co

prostitutas en numerosas ocasiones juntcon otras prácticas menos ortodoxaspero aquella había sido una satisfacciópoco duradera. Necesitaba algo más

sabía lo que era. Mi dios no dejaba dsusurrármelo al oído. Fue aquellprecisamente lo que buscaba en Marth  lo que ahora tenía a mi enter

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rato cortando jirones y devorándolocrudos hasta que me decidí a cocinarlosDebo decir que aquellos que asegura

que la carne humana tiene un sabosimilar a la del cerdo están en lo ciertoDespués de los glúteos probé con upecho, pero su sabor resultcompletamente anodino debido a quesa zona no contiene otra cosa qugrasa. Seccioné otras partes, entre ella

el otro pecho y los labios, y los fuguardando en bolsitas en la nevera. Eel transcurso de la actividad, realicfotografías para retratar las diferente

etapas que atravesó el cadáver. Hice eamor con René varias veces. Cuandestuve demasiado agotado para seguirme masturbé sobre ella. Dormí a su lad

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en el suelo y me alimenté de su cuerpdurante dos días. Decidí deshacerme dél en cuanto empezó a oler mal.

Aquellos dos días que permanecencerrado en el apartamento suscitaroen mí todo tipo de ideas y dreflexiones. Mientras comía, no dejabde pensar que la experiencia de TitoAndrónico debía de haber sido algo musimilar a aquello, y me pregunté si e

mismo Shakespeare no habría sido ucaníbal. También me interrogunútilmente acerca del motivo de m

conducta y de mi afición a devora

mujeres occidentales. Sopesé la idea dque lo hacía como una forma ddominación, de ejercer mi poder sobrun físico superior al mío. Pensé que si

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duda aquello obedecía a que yo estabacomplejado desde mi infancia por tamotivo, y que me resarcía de ell

cometiendo el acto definitivo de controsobre otra persona, que no era otro quasesinarla y devorar su cuerpo —quién sabe si también su alma—. Perpronto esta teoría me pareció falsa, poser enrevesada y demasiado sofisticada porque no explicaba el motivo de mi

erecciones. Pensé mucho en Saturno y eaquella lámina que siempre macompañaba, y me imaginé a mí mismadorándolo como a un dios, como e

oven efebo que monta desnudo a lomode un corcel y grita aquello d«¡Chinquel chanquel!». Después dmucho meditar no llegué a ningun

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conclusión. Terminé por desistir centrarme en lo verdaderamentmportaba en aquellos momentos

deshacerme del cadáver.Primero seccioné el cuerpo

encajé el torso y las extremidades esendas maletas. Todo lo demás quconsideraba aprovechable lo habíguardado en la nevera, pues aúesperaba sacar partido de su contendid

de diferentes formas, unas me daríaalimento y las otras alimentarían mifantasías. Lo cierto es que, a pesar dlevaba en París más de tres meses

apenas conocía la ciudad. El único lugaen el que pude pensar para deshacermdel cadáver fue el lago de BoulogneLlamé a un taxi a eso de las nueve. N

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A duras penas conseguí arrastraas maletas. Tenía que hacer parada

cada minuto o minuto y medio. Mi

miembros no eran lo suficientementrecios como para llevar todo aquel pesen vilo más allá de veinte o treintmetros. Al cabo de un ratocompletamente extenuado, me vobligado a detenerme y cambiar destrategia. Decidí alternar los trechos

pulso con otros en los que arrastraba lamaletas de una en una. Primerransportaba la más pesada —la qu

contenía el torso— con ambas mano

unos cuantos metros, y a continuacióvolvía a por la otra y repetía loperación hasta tenerlas de nuevo juntasGracias a mi tesón conseguí adentrarm

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o suficiente como para divisar el lagoEn la orilla había un anciano caminandde la mano con un niño que a dura

penas se tenía en pie. Este luchaba poenlazar un par de pasos firmes. Cuandos daba, sus rodillas comenzaban emblar y todo su cuerpo amenazaba co

perder el equilibrio y precipitarse dbruces sobre la hierba. Era entoncecuando intervenía el anciano, qu

ograba afirmar con su escasa fuerza ecuerpecito de su acompañante que, covisible esfuerzo, conseguía burlar la lede la gravedad y erguirse de nuevo par

repetir la operación. Los rayos deatardecer dotaban a la escena de unextraña aura de irrealidad. Sprecipitaban en picado como proyectile

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en llamas y estallaban en el lago, qurefulgía como una máscara doradrodeada por los pinos. Toda aquell

claridad cegadora bañaba la siluetemblorosa del niño y del anciano, e

continuo esfuerzo ambos por seguiadelante a pesar de sus limitaciones; unpugnaba por no caer y el otro por npermitir que el primero cayera. Lmagen despertó en mí un sentimiento d

empatía que me era totalmentdesconocido. Brotó de tal manera qume hizo experimentar una profundemoción de solidaridad, ternura

nocencia. Yo era aquel niño, y eanciano era el padre, el hermano y lesposa que nunca había tenido y quamás tendría. Alguien consciente de m

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debilidad y que como tal me aceptaraAlguien que velara por que aquellmisma debilidad no me consumiera,

que luchara día a día por hacer de mí user bondadoso y fuerte.

Permanecí en pie, conmovidoembargado por aquella catarata demociones dispares, mientras enjugabmi frente y mi rostro, empapados esudor. Supongo que por eso me olvid

de las maletas, de las que me habíalejado varios metros. En ese momentme pareció oír a alguien llamándomeMe di la vuelta y vi a un hombre d

mediana edad junto a ellas. Me preguntsi eran mías, a lo que instintivamentnegué con la cabeza. Entonces se inclinsobre una y la abrió de par en par. Acto

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seguido se llevó la mano a la boca parahogar un grito y dio un paso atrásVisiblemente aterrado, señaló con e

dedo un pie humano que sobresalía entrun revoltijo de ropa. Me alejé de allcorriendo, ¿qué otra cosa podría hacer?

Poco ha quedado en mi memoria das horas que siguieron. Permanecen tampenetrables como una hoja en blancoo conservo registro alguno de la

emociones, suponiendo que las hubieraque aquella acumulación frenética dhechos me produjo. Diría más bien qufue como una prolongada vigilia de l

que poco o nada se recuerda aamanecer. Vencido por la fatiga, unoconserva la impresión de dónde hestado pero no de lo que ha hech

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durante ese tiempo. Por contra, recuerdcon claridad el momento de mdetención. Fue la noche siguiente. Yo m

disponía a introducir la llave del portade mi apartamento. Desde hacía más duna hora tenía la impresión de que mseguían, pero lo atribuí más maginaciones mías que a una amenaz

real. Justo cuando giré la llave, undividuo mucho más alto que yo se m

acercó por la espalda y me rodeó cosus largos brazos. «Por fin me haatrapado», pensé. Una vez en lcomisaría, confesé mi crimen con tod

ujo de detalles, tanto fue así que msorprendí a mí mismo rememorando loaspectos más escabrosos sacudido pouna suave vibración de placer y d

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autocomplacencia, no tanto por lnaturaleza de los hechos, sino por lexcitación de ser escuchado. Lo ciert

es que me sentí aliviado cuando mdetuvieron. Finalmente, pudcomunicarme con alguien y explicacómo era mi verdadero yo, ese sobre eque mi familia había impuesto un vetde silencio como si no existiera desdque ocurrió el incidente, y que se había

empeñado en enterrar mediante ldistancia y el olvido.

Me temo que, una vez consumado ecrimen y capturado el culpable, el lectono encontrará lo que sigue demasiadnteresante pero, como parte de est

historia, me veo obligado a incluirlo

Los forenses me declararon demente

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prolongada, y en menos de dos añosgracias a los contactos —y a la fortun— de mi padre, fui puesto en libertad

comencé una nueva vida con otrdentidad.

Mientras mis padres vivieron mbeneficié de su dinero para llevar unvida licenciosa y colmada de caprichosA su muerte, reanudé mi actividad y noardé en dilapidar mi parte de l

herencia. En el transcurso de aquellodías de lujo y desenfreno, entablamistad con un par de jóvenes alemanaque viajaron por medio mundo gracias

a generosidad de mi bolsillo. Nuestrrelación nunca trascendió los límites da pura conveniencia. No hubo ningúipo de insinuaciones por mi parte n

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ampoco me dejé llevar por mifantasías, simplemente disfrutaba de scompañía del mismo modo que ellas l

hacían de mi dinero. Así pues, todoranscurría dentro de los límites de l

normalidad. Sin embargo, un dídesaparecieron sin motivo aparente y nvolví a saber de ellas. Supuse quhabían averiguado mi verdaderdentidad y se habían asustado. Aque

fue el punto de inflexión en el que minclinaciones dieron un giro de cientochenta grados. Por algún motivo —¿desengaño, decepción?— me olvidé d

as mujeres occidentales y comencé nteresarme por la belleza autóctona

Forré las paredes de mi dormitorio cofotos de estrellas de cine, cantantes

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modelos y actrices porno, todas ellacien por cien japonesas.

Viéndome sin dinero y privado d

una fuente regular de ingresos, acepté regañadientes algunas ofertas pocdecorosas de editores y productores siescrúpulos que pretendían explotar mhistoria. En un vídeo, aparecídevorando un gran trozo de carne crudmientras una voz en off   revelaba m

dentidad y la naturaleza de mi crimenA pesar de que la escena consistía en unplano fijo de unos cinco minutos en eque me limitaba a comer con las manos

el director me obligó a repetirla nmenos de una docena de veces. «Debeponer cara de caníbal», me insistía, pero no tenía ni idea de a qué se refería

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En otro vídeo aparecía en ropa interioren toda mi penosa desnudez. Ejecutabuna sucesión de pruebas para medir m

capacidad atlética, a cual más estúpida humillante. Me pesaban y medían, y actseguido realizaba una serie de juegoacrobáticos. La imagen que ofrecía npodía ser más lamentable, por eso fingíestar disfrutando, como sólo un demento un retrasado mental lo hubiera hecho

«Eso es, un demente o un retrasadmental», me decía. Si fingía que lo erme resultaría más fácil soportar ecalvario que suponía hacer toda

aquellas cosas por dinero. La gentpensaría «pobre idiota» o «está loco datar», «no me extraña que se comportde esa manera», «no es consciente de l

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que hace», etc. De este modo quedaríabsuelto del ridículo. La sociedad suelser piadosa y comprensiva con lo

arados siempre y cuando no tenga quconvivir con ellos bajo el mismo techo hacerse responsable de sus actos. Todomarchará como la seda mientras se laapañen para mantenerlos apartados eun oscuro rincón, como si habitaran euna dimensión paralela a la nuestra de l

que todo el mundo a oído hablar pero ea que nadie ha estado nunca. Con lmisma ligereza con que se exculpa aoco tiende a ser olvidado, por eso finj

ser uno de ellos, a pesar de que en efondo estoy convencido de que mconducta es más coherente que la de lmayoría de las personas que me rodean.

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De nuevo el dinero se agotaba, y haquí que alguien llamó a mi puerta couna extravagante propuesta. Era el edito

de una revista de manga para adultosSolían publicar material erogurohistorias de sexo enfermizo y violenciextrema para un público muy específicoVino a mí con la loca idea de quplasmara mis experiencias en viñetasQuería que fuera lo más explícit

posible y que no me ahorrara ningúdetalle. Aún siendo a todas lucedescabellada, acepté la oferta y afilmis lápices. Vi en aquel exceso un

oportunidad terapéutica de vaciarme pocompleto sin temor al reproche. Mhistoria no sería, como hasta ahoraobjeto de repudio, sino una experienci

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recreada –mediante la ficción– parsatisfacer una demanda auténticaConocía de sobra las necesidades d

aquellos lectores y pensaba colmarlasobradamente. Tenía por fin la coartadperfecta para contar mi historia comme placiera, a pecho descubiertoMientras unos asentirían en silencio aeerme, para otros no sería más que un

ola a la deriva en el inmenso mar de l

ocura.Tal y como el editor me rogó, nosólo no evité ningún aspecto podesagradable que fuera, sino qu

exageré cuanto pude muchos de ellosAtendiendo a las consideraciones dAristóteles, la verosimilitud del relatdebería haberse resentido, pero debid

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al hecho de que se trataba de un mang—y de la forma en la que el lectomedio se acerca a este tipo de arte—,

que la gente ya adornaba a priori esuceso con todo tipo de característicahorribles de cosecha propia por ehecho de tratarse de un acto dcanibalismo, di rienda suelta a mmaginación. Me retraté como un sátirnsaciable armado con un fal

monstruoso y también como un demoni—cuernos incluidos— sediento dsangre. No escatimé detalles en cuanto a carnicería, y fui todo lo grotesco

desagradable que mi imaginación mpermitió. Ni que decir tiene que meditor se mostró encantado con eresultado y que el manga, titulado Hij

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de un dios caníbal , fue el mayor éxitde ventas de la historia de la editorialMuy a mi pesar me convertí en un

pequeña celebridad. Me invitaron a upar de programas de televisión para qucontara mi historia. De nuevo, comprobcómo la gente deseaba contemplar emonstruo que ellos mismos habíacreado. Para reforzar aquella ilusiónaparecí en más de una ocasión ante la

cámaras con una máscara dFrankenstein, tal y como hice la nochdel incidente. Solía llevarla puestdurante las entrevistas. Había ensayad

un número que causaba gran sensaciónas luces del estudio se apagaban y yluminaba mi rostro, oculto bajo l

máscara, con una linterna colocada

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escasos centímetros de mi barbilla. Acontinuación narraba minuciosamente easesinato de René. Tras recrearme e

os aspectos más truculentos, rematabel número con una inquietante música dviolines, en la mejor tradición de laviejas películas de terror de serie B. Eel momento álgido, me quitaba lmáscara lentamente y mostraba mi rostrpálido, flotando en las tinieblas de

estudio.Recientemente he rodado variovídeos porno. He puesto de nuevo epráctica todas aquellas excentricidade

que solía hacer cuando frecuentaba lobarrios de prostitutas. La gran diferencies que ahora no tengo que pagar poello, más bien todo lo contrario

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ormalmente mandan una chica a casacompañada de un cámara. Pasamoveinticuatro horas encerrados

grabamos todo lo que hacemos en esntervalo. Después se monta y se edit

un vídeo de aproximadamente una horcon el material filmado, que saldirectamente en formato doméstico. Laactrices no conocen mi verdaderdentidad ni nada de mi pasado. Dud

mucho que accedieran a trabajaconmigo si estuvieran al tanto. Easpecto negativo del asunto reside eque, cada vez que me excito, se aviva e

mí ese viejo impulso que yacagazapado en algún rincón de mi cabez  que me incita a saborear la carn

humana. Gracias a la masturbación y a

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coito soy capaz de mantenerlo a rayapero temo que llegue el día en que nalcance la erección y sea incapaz d

aliviarme. Espero ser demasiado viejpara entonces. No obstante, es epresente lo que debe preocuparmeEstoy escribiendo mis memorias. Por eéxito del relato —y de las ventas—, mestoy esforzando por dotar, de cara a loectores, de una falsa coherencia a m

vida, de exponer con claridad y siambigüedades las causas que llevaron os efectos. La gente es así de estúpida

Con frecuencia me preguntan por qué l

hice y yo me limito a responder que no sé. Sin embargo, creo que si aport

esos porqués en mi biografía, pofraudulentos que sean, los lectore

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podrán encasillarme fácilmente experimentarán, de este modo, la ilusióransitoria de que entienden, no sólo a l

persona, sino también los motivos que lempujaron a actuar. Indagarán en mnfancia los hechos más singulares, qu

previamente yo me encargaré drecalcar, como los juegos con mi tío o lámina del libro de mi padre,

concluirán, ufanos, que han encontrad

a causa. «Ahora lo entiendo, si estniño no hubiera sufrido esto o si no lhubieran dicho aquello o acostumbrada lo otro, todo esto podría habers

evitado», sentenciarán llenos dmorbosa satisfacción. A continuación, sumbarán admirados a contemplar s

propia conclusión, acomodados en l

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creencia de que se puede evitar lnatural perversión de una conductmediante una educación adecuada.

La verdad, no obstante, es biedistinta. En este mundo nadie sabe poqué existe el mal. La única certeza eque detrás de cada esquina acecha ucaníbal.

Ahora rumio cuidadosamente eítulo de mi libro. He de decir que aú

no tengo demasiado claro cómo voy presentar los hechos al lector. Lo que she decidido es cómo voy a concluir erelato. Será como sigue:

 No sé quién soy ni qué significadiene mi vida. Sé que no estoy cuerdo y

que mi vida no mejorará. La muerte emi única esperanza. Quiero mori

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sufriendo. Que me despedacen poco oco mientras estoy vivo. Quiero qu

me mate una mujer hermosa.

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A imagen ysemejanza

Cuando los agentes del condad

derribaron la puerta lo encontraron todenvuelto en un silencio sepulcral.

La luz del atardecer bañaba ehorizonte en un rojo moribundo. Uncalma acuosa mecía la vieja cabañaDentro, una mosca del tamaño de uncanica zumbaba pesadamente de un

habitación a otra. Los cuatro pares dbotas esparcieron el polvo de la llanursobre el entablado. Registraron sin éxithasta el último rincón; el lugar estab

vacío.

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Los agentes se disponían a relajaos miembros y a levantar el dedo de

gatillo. Lo habrían hecho si un un rumo

subterráneo no los hubiera alertadoPrimero oyeron un eco que se ahogó emenos de un segundo. Fue como uresuello sucumbiendo bajo unalmohada de hormigón. Permanecieroquietos, sin atreverse a respirar. Vino ungemido; profundo, prolongado, agónico

Uno de los agentes se agachó y pegó eoído al suelo. El siguiente gemido losacó de dudas. Había alguien allí abajoUna mujer. Probablemente la misma qu

habían ido a buscar.Camuflada en el suelo descubriero

una trampilla que cedió suavementeHabía escalones y un poco de luz abajo

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Apuntando con sus armas hacia loscuridad que los aguardabadescendieron hasta un cubículo anegad

de aire viciado. Una lámpara de aceitluminaba parcialmente el escenario. L

calma era absoluta. Este hecho los pusde nuevo en guardia. En un ángulo de lhabitación vieron un horno cuadrado dcemento. En el interior encontraron umatraz esférico lleno de un líquido rojo

La inspección reveló también un viejfregadero de acero y una mesrectangular de chapa con ruedas bastantmaltrecha. De la pared sobresalía

varias repisas polvorientas repletas dretortas, matrices y tubos de ensaycolocados sin orden ni conciertoCuando se acercaron para examinar tod

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aquello, un nuevo gemido los alertó. Lainternas apuntaron allí donde n

alcanzaba la luz de la lámpara

descubrieron una cortina de lona que lecerraba el paso. Al descorrerlencontraron a Philip durmiendo en ucatre. Había una chica desnuda atada dmanos y pies a dos maderos cruzados eforma de aspa. Philip no la habíviolado, pero eso no se supo hast

mucho después. El cuerpo de la chicpresentaba pequeñas cicatrices, a modde incisiones, en los brazos y las pierna también en el vientre. A los pies tenía

una escudilla con restos de comida y uorinal repleto de heces.

Philip no opuso resistenciaCuando lo despertaron a punta de pistol

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evantó los brazos y se dejó esposar. Nose mostró sorprendido. No dijo ni unpalabra. No habría podido de haberl

querido. Philip era mudo.Philip Guggenheim pertenecía a l

primera generación nacida en Améric

de una familia de inmigrantes alemanesSus antepasados habían llegado dEuropa el siglo pasado, concretamenten 1848, como consecuencia de l

Primavera de las Naciones. Una colonide aquellos alemanes, entre ellos supadres y su abuelo paterno, se habíasentado en Tejas. Los «FortyEighters», como los bautizaron, scaracterizaban por su defensapasionada de los valores democráticos

razón por la cual se oponía

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abiertamente a la esclavitud. Este hechno los hacía demasiado populares poaquellos lares.

Los padres de Philip fallecieron eun incendio cuando este tenía quincaños. El chico pasó al cuidado de sabuelo, Teo Guggenheim, un viudosolitario que vivía en una cabañclavada en el corazón de una llanura ea que, a excepción de algunas pelota

de matojos barridas por el viento, nhabía absolutamente nada. Teo tenífama de huraño y misántropo. Hacíaños que no mantenía contacto co

nadie, ni siquiera con su propia familiaadie se explicaba en qué empleaba e

iempo en aquel lugar olvidado de lmano de Dios. A regañadientes, se hizo

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cargo de su nieto, un chico largo y enjutcon una mata de pelo rubio y ojoprofundamente claros que delataban l

sangre germana que corría por suvenas. El rasgo más sobresaliente de sfisonomía, no obstante, no era su rostrsino su mano izquierda. Unpoliomielitis temprana la había reducida un muñón carnoso. Los dedos habíaquedado soldados en dos salientes e

forma de paleta, carentes de movilidaalguna.Sobre el carácter de Philip podrí

decirse que era un chico apocado

discreto, sumido siempre en suensoñaciones. La muerte de sus padres su nueva vida con su taciturno abuelo nhicieron sino acentuar sus solitaria

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costumbres.A Teo se le podía ver de cuando en

cuando recorriendo la llanura a la altur

de la carretera comarcal. Iba descalzo con un cesto de mimbre repleto dobjetos difíciles de identificar qurecogía de aquí y de allá. En contadaocasiones aparecía por el pueblo. Surgíde la nada, como una reverberacióprovocada por el sol del desierto

Llegaba caminando, a pesar de lareinta millas que separaban su cabañde la tienda de suministros, comprabalgunos víveres y se esfumaba sin deci

esta boca es mía.A pesar de su carácter anecdótico

hay un dato que merece ser incluido eesta historia. En el pueblo corría un

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especie de leyenda negra sobre Teo. Lamalas lenguas afirmaban que las nochede luna llena recorría la llanur

desnudo, ataviado tan solo con una capde terciopelo negra, y que se embebía eextrañas ceremonias hasta el amanecerProbablemente no fueran más quhabladurías concebidas por menteociosas. Sea como fuere, aquel rumor ndejaba de alimentar la imagen ya de po

sí enigmática del viejo.A los seis meses de la llegada dsu nieto se le vio aparecer en compañíde este. Primero junto a la carretera

recogiendo del suelo dios sabe qué, uego en sus contadas visitas al puebloinguno de los dos hablaba. El primer

porque no quería y el segundo porque n

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podía. En realidad no lo necesitabancualquiera que hubiera dedicado unosegundos a contemplarlos furtivament

habría comprobado que a aquellos does bastaba cruzar una mirada pareerse el pensamiento.

Philip superaba la treintena cuandTeo falleció. De su abuelo heredó uncabaña que hacía temblar el viento, lmayoría de sus manías y toneladas d

soledad. Después de aquelldesapareció. Dejó de vérsele por lcarretera y por la tienda de suministrosUnos decían que había muerto, otros quse había largado. Lo cierto es que todose olvidaron de él. Su nombre habríseguido enterrado en el olvido de no se

por lo que ocurrió meses después. Lori

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una chica de apenas quince años, la hijdel alcalde, para más señas, no regresa casa a la hora de la cena. Era un

calurosa noche de verano y sus padrese sentaron en el porche a esperar. Sumadre mataba el tiempo haciendganchillo y su padre oteaba el horizontentre calada y calada a su pipa. Amedida que pasaban los minutos snquietud aumentaba. Su madre s

pinchó un par de veces mientras ealcalde mordía la boquilla cada vez comás fuerza. Al cabo de tres horas lpartió de un mordisco; se puso en pi

como un resorte, se metió en casrefunfuñando y agarró el teléfono. Llama la familia, conocidos, amigas de Lorvecinos; media hora después alertó a l

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Philip merodeando cerca de su casa lnoche que desapareció la dulce Lori. Lhabía visto saltar la valla de su jardín

«¡Bien sabe dios que era él! Yo estabaasomada a la ventana de mi dormitorio entonces lo vi. Caminaba con sigiloacechando como una bestia en busca dsu presa. ¡Philip tiene a Lori, él se llevó!». La verdad es que nadie di

mucho crédito a las palabras de Patty

«Philip está muerto», decían unos«Philip se largó cuando murió el viejo ahora está en Alemania con los nazis»dijeron otros. «La vieja empina e

codo», concluyó un tercero.Al atardecer dos coches patrulla s

acercaron a la cabaña de Philip parechar un vistazo. Nadie les abrió l

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puerta. Ante la duda, la derribaron.

* * *

La prisión de Huntsville era la máantigua del estado de Tejas. Casi cienaños contemplaban aquel monstruo dacero y hormigón que abarcaba un

superficie de veinte mil metrocuadrados. Diez módulos con capacidapara ciento cincuenta recluso

respectivamente se levantaban en el aloeste. En la este había otros cinco cocapacidad para setenta y cinco. A unorescientos metros de estos, escorado

a izquierda, un módulo de máximseguridad albergaba a cincuentreclusos. En la zona norte se extendíaos campos de ejercicio, el gimnasio, e

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nvernadero y los pabellones destinadoa los talleres. En el centro del complejse ubicaban las oficinas y los aposento

del alcaide. Por último, un edificianexo abarcaba la capilla y la sala dejecuciones.

Esta era, a grandes rasgos, lprisión de Huntsville.

Jeremiah Johnson tenía sesenta cuatro años. Era alto y estrecho

encogido por los costados y de hombropuntiagudos; tenía manos alargadacomo patas de araña y ganzúas en lugade dedos. En su juventud había sido uadrón de guante blanco que tuvo eaque a la policía durante más de un

década. El día que lo atraparon la le

cayó sobre él con todo su peso; cas

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podría decirse que lo aplastó. Desdentonces sólo había visto el soasomando por encima de los muros d

Huntsville. Con la certeza de qumoriría en aquel lugar, se había dejadocrecer una exuberante barba dnáufrago, blanca como la nieve; teníademás una melena fuerte y alborotadaEn conjunto, su apariencia era la de usalvaje, sin embargo, aquellos que l

frecuentaban sabían que era un tipeducado y tranquilo que no buscabproblemas. Jeremiah se había limitado buscarse un hueco en aquella jungl

tarde o temprano todos lo hacían squerían sobrevivir) y a dedicarsestrictamente a sus asuntos.

A primera hora de la mañana, justo

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antes de la apertura, un guardia spresentó su celda acompañado de uipo alto y escuálido. Iba embutido en e

uniforme penitenciario, pertrechado coun par de mantas y el lote higiénico qurecibía todo interno al ingresar eprisión.

En la cárcel las noticias vuelanJeremiah sabía que iban a destinar Philip a su celda. Sabía también que er

un violador de menores y que este heche causaría no pocos problemas. Lonfanticidas eran los criminales peo

considerados entre los reclusos. Todo

os despreciaban: los ladrones, loestafadores, los asesinos... Ocupaban eescalón más bajo de la pirámide decrimen; tendría suerte si no acababa co

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un destornillador clavado en el cuello.Jeremiah sabía que si no andab

con cuidado la porquería podrí

salpicarle, así que fue claro desde eprincipio:

 —Aclaremos las cosas, hijo. Squién eres y por qué estás aquí. Estamoobligados a compartir celda, pero eso eodo. Fuera de estos dos metro

cuadrados no te conozco ni tú a m

ampoco. Si quieres sobrevivir en estagujero, te daré un consejo: mantentalejado de todo y de todos. Te daré unsegundo consejo de propina: búscate un

ocupación, aquí los días sonsoportablemente largos.

El patio de la prisión era u

hervidero de tres a cinco de la tarde

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Philip se sentó en un rincón y observatentamente la distribución de loreclusos. A un lado estaban lo

afroamericanos. En otro los latinos. Poúltimo los blancos, que eran mayoría que, al contrario que los anteriores, nformaban un grupo homogéneo ocalizable a simple vista, sino qu

estaban dispersos por todo el patio; solos italoamericanos tenían su propi

comunidad.Había un puñado de desarraigadosalmas errantes que no pertenecían ningún grupo y que deambulaban de u

ado a otro. La mayoría eran inmigrantevenidos de países lejanos y exóticos qupor algún motivo habían terminado cosus huesos en la cárcel: brasileños

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filipinos, portugueses…El patio hervía. Había gent

corriendo en círculos a lo largo de

perímetro para ejercitarse. Otros smachacaban en los bancos de pesas hacían flexiones colgados de una barrcon el torso desnudo. Había corrillos dgente gritando y fumandcompulsivamente. Algunos jugaban a lodados o hacían carreras de cucarachas

otros, desafiantes, se cruzaban lamiradas mientras un coro de voces loazuzaba. Los guardias paseaban poparejas entre la multitud, con paso lent

 las manos cruzadas sobre la espalda.Philip contemplaba la escena desd

una amplia escalinata de piedra. Probó dar un paseo por el patio pero no tard

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en notar las miradas de los reclusoclavándose sobre él. Parecían decirle«Ándate con ojo».

Al atardecer deambulaba por epabellón sin mucha ocupación. Faltabaaún treinta minutos para la entrada en laceldas. Sin previo aviso, alguien máalto y fuerte que él se le acercó podetrás y lo agarró del brazo. Philip notun objeto afilado punzando sus riñones

«Déjate llevar. Si gritas o intentaescapar te abro en canal aquí mismo»La voz lo empujó hasta una habitacióapartada donde a veces cacheaban a lo

reclusos. Philip se sumergió en loscuridad y la puerta se cerró tras élDentro vio a cuatro tipos. A dos lorecordaba del patio, junto a los banco

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de pesas. El de en medio era alto gordo, barba espesa y dientes grandes relucientes; todo un osezno. Era el jefe

o apodaban la Mole. A su derechaestaba el Lagarto, un tipo flemático coun diente de oro; sopesaba una pequeñnavaja que arrojaba destellos aceradoen la penumbra. A la izquierda del osoestaba Einstein, era diminuto y llevabuna gafillas con montura dorada; tenía l

camisa abrochada hasta el último botónde manera que parecía que su cabezestuviera a punto de estallar. Por últimoestaba Old Man River, un viejo

septuagenario con las sienes nevadas a musculatura de un titán.

La Mole habló: —¿Sabes cuáles son los derecho

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de un violeta en la trena? Te los diréninguno. Aquí eres menos que unmierda. Nadie te echará en falta n

sentirá lástima por ti en este agujeroEntérate bien, a partir de ahora vas a senuestra putita. Tu culo es nuestroblanquito. Te usaremos de retretemearemos en tu boca hasta que la orine salga por las orejas y lo único que tú

dirás será «Gracias, señor, ¿dese

repetir?».Lo golpearon, lo inmovilizaron y lamordazaron.

Fue cosa de veinte minutos.

Entró en la celda justo antes de quse apagaran las luces y se tumbó en lcama. Jeremiah leía en su litera. Vio lamagulladuras y la camisa hecha jirones

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Después cerró el libro y esperó a que sapagaran las luces.

 —Escucha... Ya te lo dije el prime

día, necesitas emplear tu tiempo en algomantenerte ocupado y, de paso, quitartde en medio. Hazme caso, el viejJeremiah sabe lo que te conviene. ¿Qual se te dan las plantas? Es un trabaj

sencillo y bastante relajado. Envernadero es un buen sitio... —hiz

una pausa— ¿A quién demonios lhablo? Eres mudo, aunque quisieras npodrías decir nada. «El que callotorga», dicen. Tomaré tu silencio como

un sí. Mañana después del desayunvendrás conmigo al invernadero presentarás tu solicitud. No, no hacfalta que me lo agradezcas —apostill

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rónico—, déjalo todo en mis manos.El día siguiente se produjo u

ncidente en el comedor durante e

almuerzo. Un recluso inmenso y calvocon una cruz gamada grabada en senorme morrillo de buey, le puso lzancadilla a Philip cuando este hacícola. Una vez en el suelo, lo golpeó ea cara con su bandeja metálica y l

pateó las costillas, loco de ira

«¡Bastardo, los de tu clase mereceestar muertos! ¡Hijo de puta, qué clasde monstruo eres!».

El comedor jaleaba a Harvey e

Yunque mientras este sacudía a Philipcon todas sus fuerzas, que no eraescasas. Le habría reventado los riñonede no ser porque los guardias s

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decidieron a actuar ante la sombríperspectiva de tener que explicar unmuerte mientras estaban presentes.

Harvey se dejó llevar por earrebato de violencia que le subía por eestómago y ardía en su pecho. Le arreun puñetazo al primer guardia que se lacercó con la intención de reducirlo. Lreacción no se hizo esperar; el resto dguardias se abalanzaron sobre él

descargaron sus porras al unísono, sipiedad, hasta que Harvey se derrumbcomo un toro atravesado por unestocada mortal. Lo llevaron a la sala d

castigo y lo ataron a la silla drestricción, un instrumento de persuasióque sujeta a la víctima de brazos piernas mediante correas, y la obliga

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mantener la barbilla pegada al pechdurante horas. Comoquiera que Harveno paraba de berrear, patalear y lanza

nsultos, le atizaron en las costillas y lrociaron la cara con un espray dpimienta que le abrasó la cara. Cerraroa habitación, apagaron las luces y l

dejaron chillando de dolor. Aconsecuencia de aquello, Harvey perdia visión del ojo derecho.

Por su parte, Philip fue recluido ea celda de aislamiento dondpermaneció tres días sin luz ni airfresco.

La tercera noche apareció de nueven la puerta de la celda acompañado dun guardia. Jeremiah leía antes ddormir como de costumbre. Cuando s

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cierto es que se desenvolvía con solturdentro de aquel edén enrejado.

Al regresar a la celda Philip llen

de agua un vaso de plástico y puso en éuna rosa amarilla que había cogido denvernadero. Colocó la flor sobre e

escritorio y sacó una caja de zapatos ddebajo de la cama. Del interior extrajun pequeño crucifijo y lo colocó en lrepisa de escayola que había sobre e

escritorio, en la línea ascendentmaginaria que arrancaba desde la rosa.Por la noche Jeremiah sorprendi

de nuevo a Philip despierto. Esta ve

estaba sentado en el escritorigarabateando nerviosamente un dibujo a luz de una vela. Philip levantó unstante la vista del papel y le clavó

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Jeremiah una mirada como este no habívisto jamás. Este se estremeció en ecatre, se dio la vuelta e intentó dormir

aunque le resultó difícil conciliar esueño después de aquello. Decidió nvolver a abrir los ojos en toda la nocheno al menos en aquella dirección.

Philip se destapó como uexcelente jardinero. Se dedicaba coesmero y disciplina a las plantas. D

entre todas ellas, había un trío dbeleños blancos por el que sentípredilección. Pronto, el invernaderució más hermoso que nunca. Todo

pasaban por allí para ver el milagro quhabía obrado «el Mudito». Los rumorelegaron a oídos del alcaide, que fue e

persona a comprobar tales maravillas. A

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a mañana siguiente citó a Philip en sdespacho.

Detrás de los quevedos del alcaid

se atrincheraban unos ojos profundos enérgicos. Tenía la cara surcada darrugas y una fortísima mata de pelcano. Apretó la mano de Philip coconvicción. Era un hombre locuaz provisto del encanto y las habilidadesociales necesarios para meterse a l

gente en el bolsillo. Cuando lconsideraba conveniente, guardaba ladistancias, se sentaba en su mullidrono de cuero y dirigía la conversació

desde allí. Cuando la situación lrequería, se mostraba jovial y sacercaba física y emocionalmente a snterlocutor, le estrechaba la mano

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ceremoniosamente y le miraba a los ojosin tapujos, limpio y directo. Esta veoptó lo segundo. Trató a Philip con un

cordialidad inédita desde que llegara Hunstville. Había estado al tanto de toddesde el principio: las palizas, loabusos, el aislamiento... y no habímovido ni un solo dedo para impedirloSin embargo Philip tenía ahora algo que interesaba, así que fue directo a

grano: —Estoy seguro de que spreguntará por qué lo he hecho llamarEn primer lugar, me gustaría felicitarl

por el trabajo que está llevando a caben el invernadero. Francamente, no mo esperaba de usted; ha sido un

agradable sorpresa. No sé cómo se la

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apaña para hacer que las plantan crezcaan endiabladamente rápido. E

cualquier caso, enhorabuena —hizo un

pausa—. Lo segundo que tengo qudecirle está relacionado con lo primeroTengo una proposición que hacerle —ealcaide comenzó a andar por lhabitación alrededor de Philip copasos cortos e imprecisos—. Usted y ysabemos que la vida aquí no es nad

fácil para alguien condenado por udelito como el suyo. Está completamentndefenso, a merced de los demás. Si

amigos. Sin protección. Sinceramente

no es usted muy popular. Lo que yo lpropongo es acabar con eso. A partir deahora me encargaré de que no le pongani un dedo encima. No más palizas, n

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más abusos, no más... —dudó si debíerminar la frase— A cambio, soloendrá que seguir como hasta ahora, e

decir, haciendo que ese invernaderoparezca el mismísimo jardín del EdénDentro de tres semanas recibiremos lvisita de la comisión penitenciariaQuiero enseñarles el invernadero, seríuna prueba de que incluso las personacondenadas por delitos tan terrible

como el suyo pueden mejorar, que tieneuna salida. Usted será la evidencipalpable de que los programas drehabilitación son todo un éxito e

Huntsville. Estoy convencido de qucuando esos burócratas estirados de lcomisión vean lo que está haciendo aquse quedarán con la boca abierta. ¿Sab

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o que eso significa? Para nosotros, unbuena inyección económica. Para ustedciertos privilegios, tendrá lo qu

quiera... ¿entiende? Lo-que-quie-ra —ealcaide se quitó las gafas y mirdirectamente a los ojos a Philip—. Ybien, ¿qué me dice?

Durante las semanas que siguieron aquella conversación Philip se entregen cuerpo y alma al invernadero

Recibió un permiso especial para pasaallí todas las horas del día excepto lacorrespondientes a las comidas y asueño. Como siempre, los beleñoblancos recibían una mayor atención quel resto de las plantas. Lucían exultantes

Una tarde, al regresar a la celd

ras una larga jornada, escondió un vas

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de plástico lleno de un líquidblancuzco y espeso en la caja de zapato lo cubrió con un pañuelo. Permaneci

allí debajo varios días hasta quJeremiah empezó a quejarse de habíalgo podrido en la celda. Entonces slevó el vaso sin ser visto y vertió e

contenido en los beleños.El día señalado la comisión s

personó en Huntsville y recorrió e

complejo acompañada del alcaideVisitaron el invernadero, donde leesperaba Philip. Los comisarios lestrecharon la mano uno a uno. S

mostraron sorprendidos y complacidos partes iguales con lo que allí vieron. Sfelicitaron entre ellos por tener usistema legal y penitenciario capaz d

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convertir a un violador de niñas en uprimoroso jardinero. El alcaide sencargó de responder a las preguntas d

a comisión. Al cabo de veinte minutose marcharon con cara de satisfacciónseguidos del alcaide, visiblementemocionado.

La visita fue todo un éxito y ealcaide cumplió su palabra. Philipresentó una petición por escrito

cincuenta macetas semiesféricasestiércol de caballo y un saco dsemillas de solanáceas de diversaespecies. En el escrito manifestaba s

firme propósito de seguir trabajando eel invernadero con más ahínco si erposible y convertirlo en un símbolo deque toda la prisión se sintiera orgullosa

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Aquella breve nota inflamó los deliriodel alcaide, que veía en el asunto unestupenda oportunidad de promoción

Llevaba mucho tiempo detrás del puestde coordinador estatal penitenciario pensó que esta podría ser su graoportunidad.

En menos de dos semanas Philirecibió todo lo que había pedido. Con layuda de Jeremiah colocó las macetas

rellenó el estiércol y plantó las semillas —¡Caramba, chico, quién te hvisto y quién te ve! —le dijo— Hapasado de ser una especie en peligro d

extinción al niño mimado del alcaide.Philip dejó que la naturalez

siguiera su curso. Una tarde, antes dvolver al pabellón, se quedó en e

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nvernadero a solas para trabajar upoco más. Los guardias ya se habíado, Philip solía quedarse con las llave

  cerraba antes de irse; hasta tal punthabían llegado sus privilegios. Usó ufragmento afilado de una maceta rotpara cortarse el antebrazo y derramó ssangre sobre los beleños. Después svendó la herida, limpió las gotas quhabían caído al suelo y se fue

dormir.Esa misma noche hubo un eclipseLa luna era un huevo negro a punto declosionar. Parecía que en cualquie

momento una bestia gigantesca saldríde él y devoraría Huntsville. Fueramenazaba tormenta. Un vientendemoniado azotaba la llanura. De ve

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en cuando se dejaba sentir la violencide los truenos, cada vez más próximosamenazando los muros de la prisión

Jeremiah no lograba dormir, yacínquieto en el catre. Tras horas dnsomnio, soñó con una figurransparente del tamaño de un recié

nacido que se acercó a su cama parsusurrarle cosas al oído y acariciarle lbarba con dedos sucios y diminutos.

Lo primero que notó al despertar a mañana siguiente es que estaba sóloLo segundo le puso los pelos de puntaos barrotes de la celda estaba

doblados como si un elefante hubierpasado a través de ellos.

Philip se había fugado.

* * *

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La delegación estatal dnstituciones Penitenciarias envió unspector a Hunstville, un tipo seco co

fama de sabueso. Estuvo varios díanterrogando a todo el mundo. Jeremia

fue llamado a declarar. En vanoesperaron que les aclarara cómo habíconseguido escapar Philip. Sregistraron sin éxito las celdas. Hubnventario en los talleres. No faltaba n

una sola herramienta, no se echó en faltni el más insignificante tornillo. Todoestaba en orden. Por mucho que sestrujaran los sesos, no se explicaba

cómo había logrado doblar los barrotesSacaron a los perros. Tenían un

auría de sabuesos austriacos feroces robustos. Les hicieron restregar e

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hocico contra las sábanas de Philip odo lo que hubiera estado en contact

con su piel. Después salieron a camp

abierto a darle caza. Los canes ladrabacomo locos de un lado a otro. Cruzaroríos, subieron lomas y escarbaromadrigueras hasta dejarse las pezuñaen carne viva. La búsqueda se prolonghasta que no les quedó más remedio quabandonarla. Paralelamente, se alertó

as autoridades locales. Reforzaron lvigilancia en las carreteras y en laestaciones de trenes y autobuses de lapoblaciones más cercanas. Llegaro

ncluso a apostar un par de agentes junta la vieja cabaña en el valle con lesperanza de que tuviera la loca idea daparecer por allí.

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Mientras tanto, en Huntsville, lacosas no tardaron en volver a lnormalidad. El alcaide se retorcía en s

silla pensando en las consecuencias daquella fuga, entre ellas, el fin de susueños de ascenso. En cuanto a loreclusos, nadie lo echaría de menos, nsiquiera Jeremiah, que volvió recuperar su protagonismo en envernadero. Decidió que no se harí

cargo de las plantas de Philip. No lhabían gustado desde el primer día quas vio. Había algo en su incipient

exuberancia y en la caprichosidad de su

formas que le hacía recelar, así que laabandonó a su suerte; nadie se lreprocharía.

A pesar de ello, las solanácea

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florecieron con una fuerza y un ritmendiablados. Jeremiah recordaba habevisto esa misma reacción en el trío d

beleños cuando aún estaban al cuidadde Philip. La visión de las cincdecenas de solanáceas creciendo aunísono bajo el influjo de alguna fuerznvisible le inquietaba profundamente

Aquel hecho vino a asociarse en scabeza con algo que sucedió día

después de la fuga. Debajo de lalmohada de su antiguo compañero dcelda, encontró una hoja llena dgarabatos que le remitió a la noche qu

sorprendió a Philip dibujando a la luz duna vela. Pensó que podía tratarse de lmisma hoja. En el centro destacaba udibujo que representaba una criatur

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parecida a un niño, con la salvedad dque sus rasgos eran los de un adulto sus ojos ardían inyectados en sangre

Algunas partes de su cuerpo habían siddotadas de unas proporcionesuperlativas: los ojos, la boca, logenitales, los pies y, sobre todo, la manozquierda, que aparecía como una garr

descomunal.Jeremiah hizo trizas el dibujo.

Cinco meses después de la fuga, eYunque apareció muerto en su celda enel recuento de la mañana. Le habíaarrancado los ojos y la lengua. En sgarganta florecía incrustada una flornada menos que un beleño blancoHarvey disfrutaba del privilegio de un

celda individual, así que no hub

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estigos a los que interrogar. Lobarrotes estaban intactos y la cerradurno mostraba signos de haber sid

forzada. Es de esperar que cuando unpersona muere de una forma tan violentchille como un cerdo, sin embargo nadien la galería había oído nada durante lnoche, ni siquiera en las celdacontiguas.

Harvey era un miserable y por es

nadie lamentó su pérdida, ni siquiera spropia familia, la mitad de la cual habíenviado al otro barrio en una de sucrisis esquizofrénicas. No obstante, la

extrañas circunstancias de su muertpusieron en alerta a todos aquelloreclusos que tenían cuentas pendientesdeudas de dinero, favores po

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devolver... Nadie se fiaba de nadie. Eel patio, a plena luz del día, podíapreciarse perfectamente cómo l

psicosis se adueñaba de la situación ejía una telaraña de sospechas

recelos. Los vínculos entre lomiembros de las pandillas se hicieromás fuertes que nunca. Cerraron filas se comenzó el acopio de armas dfabricación casera: destornilladores

cuñas metálicas, bolígrafos, cucharas.Cualquier cosa podía servir llegado emomento dado. Se preparaban para unguerra contra un enemigo incierto.

Por su parte, Jeremiah asistía acrecimiento imparable de lasolanáceas. Su exuberancincrementaba por días; lascivas

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hermosas, amenazadoras. Aquellporción del invernadero se parecía cadvez más a un extraño jardín prehistóric

rebosante de plantas carnívoras.Una mañana entró al invernader

dispuesto a comenzar la jornada. Para ssorpresa, encontró dos de las macetas dPhilip hechas añicos en el suelo. Lo qumás le extrañó fue no encontrar laflores entre los fragmentos. Se limitó

recogerlo todo y tiró los restos a lbasura. Si decía algo seguramente lecharían la culpa; al fin y al cabo, él erel responsable del invernadero.

Al primer recuento del dísiguiente hubo otra sorpresa. Einstein Old Man River habían corrido la mismsuerte que Harvey. Ambos compartían

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celda. El primero había muerto poasfixia. Encontraron sus gafas encajadaen el esófago. Old Man había sufrid

una brutal hemorragia. Le habíadesagarrado el ano con un objetmetálico. En la escena del crimedestacaba un par de beleños blancocolocados en forma de cruz junto a locadáveres.

Los rumores se dispararon. Decía

que aquello era cosa del Mudito y questaba escondido en algún lugar dHuntsville. Dijeron también que salípor las noches para vengarse d

aquellos que habían abusado de él. Lnquietud, el miedo y, finalmente, e

pánico prendieron como la gasolina y sapoderaron de todos. De unos porqu

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recordaban que en algún momenthabían mirado mal a Philip; de otroporque lo habían insultado en público

habían jaleado a Harvey durante encidente del comedor. En un lapso d

dos semanas cayeron el Lagarto y lMole, además de otros tantos que habíadejado cuentas pendientes con PhilipCada una de las muertes trajo consiguna o dos macetas rotas en e

nvernadero y la desaparición de lcorrespondiente flor, que siempraparecía junto al cadáver.

Un enjambre de inspectores llegó

a prisión. Se dedicaron a hacepreguntas y a recoger pruebas. Se doblel personal laboral y se reforzaron lamedidas de seguridad. Hubo ataques d

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superpuesta sobre el anterior eclipsecuando Phillip estaba aún en aquellmisma celda, lo hizo estremecerse de l

cabeza a los pies. Se santiguó y se metien la cama en cuanto se apagaron lauces. Cerró los ojos y esperó a qu

sucediera lo peor.De madrugada sintió el peso de u

cuerpo a los pies de su cama. Al abrios ojos vio la silueta de un hombr

sentado. Entre sus brazos acunaba a unpequeña criatura. Tenía la apariencia dun niño aunque algunas partes de sfigura despuntaban con miembro

desmesurados. La silueta habló: —Yo no violé a Lori. No era eso

o que necesitaba de ella... pero ellos sentrometieron —hablaba mientra

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acariciaba la cabeza de aquel ser, quemitía unos quejidos a medio caminentre los balbuceos de un niño y lo

gemidos de un cachorro—. Tenía entrmanos algo... extraordinario —hizo unpausa, la criatura también guardsilencio—. Después de meditarlo, hdecidido terminar aquello que empecéPero antes tengo una cuenta pendientcon este lugar. He venido a advertirte

Sal de aquí mientras puedas.Jeremiah despertó. No había nadiallí excepto él. La puerta de la celdestaba abierta. Sin pensárselo dos vece

salió a la galería. Todo era silencio. Nrastro de los guardias. Los reclusodormían en sus celdas. Algún ronquidoalgún murmullo entre sueños, nada fuer

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de lo habitual. Bajó las escalerasrecorrió el pasillo y salió al exteriorFuera todo parecía normal. Los foco

estaban encendidos. Cruzó el patio pasó junto al invernadero. Tuvo upresentimiento y decidió echar uvistazo.

Encontró las macetas de Phillirotas en el suelo. Más de cuatro decenaen total. No quedaba ni una sola flor

Aquello no le gustó. Salió de allí a todprisa en dirección a la puerta principalLe pareció ver a alguien tumbado al pide una de las torres de vigilancia. L

figura yacía inmóvil. De pronto smovió, como si alguien la arrastrara poos pies, y desapareció detrás de u

bidón. Jeremiah apretó el paso. Cuand

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estaba a menos de cincuenta metros deportón de salida, este emitió un levchirrido y comenzó a abrirse. Poco

poco, las hojas despejaron la siluetnmóvil de un hombre en el umbral.

Entonces vio algo más. Aprincipio pensó que era una jauría dperros, pero lo descartó cuandcomprobó que aquellas criaturacaminaban erguidas sobre dos pata

como humanos en miniatura. Entrarocomo un río, por decenas; exactamentcinco. No superaban el medio metro daltura. Achaparrados, de piel oscura

desnudos; ojos y boca monumentalesambién los pies, los genitales, qu

colgaban como una bolsa de cuero viej  gastado, y la mano izquierda, u

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muñón afilado y nervudo rematado egarras. Escoltaban a Philip, que pasunto a Jeremiah sin reparar en él. S

dirigían al edificio principal, a loaposentos del alcaide. El reguero dseres se bifurcó. Una parte derribó lpuerta; por allí entró Philip. Otra rodeos costados hacia a la entrada trasera

una tercera facción escaló la fachada se coló por las ventanas de la primera

a segunda planta.Jeremiah corrió con todas sufuerzas. Dejó atrás los muros de lprisión y se hundió en la oscuridad de l

lanura; sólo quería alejarse.El alcaide despertó. Unos arañazo

al otro lado de la puerta lo habíaarrancado del sueño. Molesto, encendi

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a luz y se puso las gafas, dispuesto reprender a los guardias por habedejado que los perros entraran en e

edificio. Los arañazos crecieronFuertes. Intensos. Se lo pensó dos veceantes de abrir, aquello no sonabexactamente como un perro.

 —¿Quién anda ahí? —profirió.Los ruidos se detuvieron un instant

para volver con fuerza redoblada. Est

vez sonaban como zarpas arrancandvetas de la madera. —¿Quién anda ahí? —repiti

visiblemente asustado.

Sacó un revólver del cajón de sescritorio.

 —¡Le advierto que tengo un arma—dijo apuntando hacia la puerta.

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Los arañazos se multiplicaronEnfurecidos. Enloquecidos.

De repente cesaron.

Una voz se oyó al otro lado: —Alcaide, he venido a hablar co

usted. Tenemos una cuenta pendiente. —¿Quién es? —Su jardinero.Un martilleo de puños hizo vibra

as ventanas del dormitorio. El alcaid

vio con horror un sinnúmero de cabezadiminutas aplastadas contra locristales, clavando sobre él sus pupilaen llamas. La puerta se abrió co

suavidad. Philip estaba al otro ladoAsomó la cabeza y dijo:

 —Soy el Mudito, ¿me recuerda?Las ventanas saltaron en pedazos

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una marea incontenible de zarpas inunda habitación. Los alaridos del alcaid

quedaron sepultados bajo un tumulto d

gruñidos bestiales. Segundos despuésuna ola de un rojo intenso estalló contrel techo. La sangre descendientamente, lamiendo las paredes.

Jeremiah contempló Huntsville poúltima vez desde la cima de una colinaExhausto, con los nervios templados po

el esfuerzo de la huida, vio como efuego devoraba aquel monstruo de acer  hormigón mientras una columna d

humo negro se elevaba sobre ehorizonte.

Impulsado por una brisa suave quanunciaba el amanecer, un hedor a carn

quemada se extendió sobre la llanura.

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La casa azul

I

Se tocó la cara. No se reconoció e

el reflejo de la ventana. Apenas lquedaba pelo en la cabeza. Tenía unfranja negra debajo de cada ojo ronchas en la boca. Estaba muy delgadaSus hombros puntiagudos sobresalíapor encima de un vestido de tirantesApagado y viejo.

Miró a través del cristal. Fuerhabía un pozo y un patio. La hierbcrecía salvaje. La había visto allí abajmuchas veces. De noche. Con luz y un

pala. La boca del pozo era ancha. L

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suficiente como para que alguien cayeren él y no volviera a salir. Más allestaban la verja y los muros. Azules

Viejos. Rotos.Se buscó de nuevo en el reflejo. E

su lugar vio a un niño. Se giró. No habínadie. El niño se parecía a Pepito. Fual dormitorio. Cruzó el salón. El relode pared sonaba al fondo. El pasillestaba oscuro. No quiso mirar en l

cocina. Olía mal. A quemado y podridoApretó la mano derecha sin saber poqué. Tenía algo pequeño y duro en ebolsillo.

Pepito no estaba en el dormitorioSu colchón estaba de pie contra lpared. Como si no hubiera dormido eél. Oyó ruidos en el pasillo. Fue a ver

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De nuevo el olor a quemado y podridoRisas en la habitación de al ladoSeguramente Pepito. Se asomó. Al fondo

vio un armario abierto. Más risas. Earmario se cerró solo. Pepito estabugando al escondite. A veces lo hacían

Cuando Ella no estaba. Salía por lmañana y ya no volvía hasta la nocheEntonces tenían todo el día por delantpara jugar. Pepito y Teresa. Teresa y

Pepito.Entró en la habitación. Apretó lcosa en su bolsillo. Pequeña y duraCaliente. Caminó muy despacito hacia e

armario. Estaba pintado con coloresuaves. Muy finos y elegantes. Habídibujos de animales y de flores. Habíun sol con ojos. Alargó la mano hacia e

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irador. Apretó la cosa con fuerza. Abria puerta despacito. Después la otra

Pepito no estaba dentro. Se fijó en lo

vestidos. Eran muy bonitos. Sacó loque más le gustaron. También sacó unsombrero con plumas, unos pañuelobordados muy gustosos, un par dzapatos de tacón, un collar y muchasortijas. Posó con ellos delante deespejo. Por primera vez se vio d

cuerpo entero. Descalza. Las uñas sucia  rotas. Sin carne en las piernas. Larodillas negras. Los tobillos comcanicas. El sombrero se le calaba hast

os ojos. Le quitó una pluma y jugó coella. Se sentó en el suelo y se la paspor la cara. Después se acarició lobrazos y las piernas hasta quedars

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dormida.Un ruido la despertó. Venía de

fuera. Había oído su nombre. Pepito l

lamaba. Salió al pasillo. Quemado podrido. Pasó junto a la cocina. Lpuerta estaba entreabierta pero no quismirar. Apretó la cosa y cruzó podelante a toda prisa. Pepito la llamó otrvez. En el salón hacía frío. Ya no sonabel reloj. Al fondo vio un niño. Estab

oscuro. La llamaba por su nombre. ErPepito. Lo sabía por su forma de movea mano derecha y de encoger la piernzquierda. Estaba en la puerta de l

Habitación Negra. Nunca entraban allUna vez lo intentaron mientras Ellestaba fuera. Pero estaba cerrada colave. Ahora estaba abierta. Solo u

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poco. Apretó la cosa. Estaba heladaEmpujó la puerta. Dentro todo era negroEntró. No veía nada. Se acostumbró a l

oscuridad. En el centro había un bultgrande. Las paredes eran negrasEstaban llenas de letras y de dibujosHabía animales, niños, monstruosárboles. Había más en el sueloTriángulos, círculos, cuadradosestrellas. El bulto era una mesa cubiert

con una manta negra. Muy suave. Encimhabía velas y un saco. Lo levantó. Habíalgo dentro. Pesaba poco. Era la ropa dPepito. Estaba muy sucia. Tení

manchas secas. Metió la mano hasta efondo. Tocó algo duro y frío, como lcosa pero mucho más grande. Lo sacóEra un cuchillo. Parecía una serpiente

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Tenía la lengua helada. No le gustó. Lopuso dentro otra vez. La puerta se cerróntentó abrirla. No quería estar allí. Di

irones y patadas. Quería salir. Empujógritó, lloró. Solo quería salir. Se sentóen el suelo junto a la puerta y cerró loojos. No quería pensar en nada. Ni eas paredes. Ni en el saco. Ni en Pepitoi en las estrellas. En nada. Ni en e

pozo. Ni en los Caballos. Ni en lo

monstruos. Ni en Ella. En nada. Nsiquiera en el cuchillo y la ropa. Solquería salir de allí. Se hizo la dormidaEstuvo así un buen rato. Algo le rozó l

cabeza. Como un mosquito pero mágrande. Teresa no se movió. Cerró cofuerza los ojos y apretó los dientes. Sencogió todo lo que pudo. Intent

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desaparecer. Otro roce. Esta vez suaveBajó por el hombro. Le acarició ebrazo. Llegó hasta la mano y la apret

con fuerza. Teresa conocía aquel roce«Levántate», dijo una voz. Teresa sagarró a una mano y se levantó. «Si nabres ojos será como si no existiera»Pepito estaba delante de ella. DesnudoTenía sangre en el cuello y en la barrigaEstaba muy delgado. Se le veían la

costillas. Tenía la piel muy blancaApenas le quedaba pelo en la cabezaComo a ella. Tenía ronchas cardenales. Igual que ella. No estab

riste ni contento. «Tienes que escaparHazlo por mí y por los demás. Cuéntalodo». Teresa no sabía quiénes eran “lo

demás”. Solo sabía que si se iba n

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volverían a jugar juntos. Pepito Teresa. Teresa y Pepito. Aquello laentristeció. Le dio un beso en la mejill

  lo abrazó. Miró por encima dehombro de Pepito. Había más niños eel fondo de la habitación. No llevabaropa. Como Pepito. Todos sangrabanComo Pepito. Y la miraban. Ni tristes nalegres. Quiso abrazarlos a todos.

La puerta se abrió. Estaba sola

Salió de la Habitación Negra y pasunto a la cocina. Estaba abierta de paen par. No quería mirar. Pero se detuvoEl suelo estaba lleno de cristale

diminutos. Sacó la cosa del bolsillo. Erun cristal diminuto también. Vio a lMujer empujando a Pepito contra lmesa de la cocina. Pepito chillaba

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mordía, daba patadas. Algo brillaba esu mano. Era puntiagudo y cortaba eaire. Ella agarró un cuchillo duro y frí

con forma de pájaro y se lo clavóPrimero en la barriga y después en ecuello. Pepito no paraba de mover lobrazos y las piernas. No podía chillarEchaba sangre por la boca. Le dio umanotazo a una botella que había en lmesa. El suelo se llenó de cristales. Un

de ellos rebotó hasta el fondo depasillo y llegó hasta el pie de TeresaEra de tarde. Se había levantado porquel ruido no la dejaba dormir. Por l

noche oía gritos parecidos. Venían de laorre. Nunca de la cocina. Lo vio tod

desde allí. Ella no la vio mientras lhacía aquellas cosas a Pepito. Pepit

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dejó de moverse. Teresa dio un pasoatrás. Iba descalza. Se clavó algo en epie. Pequeño y duro. Era un cristal. Frío

Se lo metió en el bolsillo y se fue a lcama. Se hizo la dormida toda la noche.

Corrió hacia salida. Tiró, empujópateó. Tenía que salir de allí antes dque Ella volviera. Golpeó, embistióarañó. La puerta estaba cerrada. Volvióal salón. Los globos de cristal s

encendieron. Probó las ventanas. Unados, tres, cuatro. También cerradas. Ereloj se puso otra vez en marcha. Ndejaba nada abierto cuando salía. E

balcón estaba siempre cerrado con ucandado. Los cristales de las ventanaempezaron a temblar. Esta vez olvidóponerlo. Estaba tirado en el suelo. Sali

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al balcón. Al pozo, a los muros, a lverja. Había una enredadera que llegabhasta el suelo. Trepó por la barandilla

se agarró a ella. Dentro las luces sencendían y se apagaban como si shubieran vuelto locas. Se deslizó cocuidado. Bajaba rápido. Se quemaba lamanos. Apretó un pie contra otro. Tenímiedo de caerse. Por un momento pensen volver. No sabía qué hacer. Quiso

lorar. Las ventanas se abrieron dgolpe. Los cristales reventaron. Algunocayeron sobre ella. Se metieron en svestido. Se enredaron en su pelo

Agachó la cabeza. Vio que no estabmuy alto. Se soltó y cayó al suelo. Casno le dolió. Miró alrededor. Esperó que pasara algo. Echó a correr hacia l

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verja. Las ventanas no paraban dabrirse y de cerrarse y de escupicristales. Hacían mucho ruido. Cuand

pasó junto al pozo quiso pararse y miradentro pero tenía miedo de quaparecieran los Caballos. Los habívisto al otro lado. Venían a por Ella poa noche y la traían por la mañana. Lleg

hasta la verja, se coló entre los barrote  siguió sin mirar atrás. Quería olvida

el Pozo y el Cuchillo y los Muros y lCasa. Pensó en Pepito, en los niños, esu madre y en su padre, y chilló de rabimientras corría bajo el cielo abierto.

Un rumor de cascos se aproximaben la distancia.

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II

14 de Febrero de 1883 Nombre: Enriqueta Martí Ripoll.Edad: quince. Natural de: Sant Felíu d

Llobregat.Estado civil: soltera (vive con su

padres).

Domicilio: Calle PicalquéBarcelona).

22 de Mayo de 1887 Transcripción parcial del inform

incluido íntegro en el expediente) sobrEnriqueta Martí:

 Los señores M. han prescindido dsus servicios como sirvient

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ranscurridas solo dos semanas desdsu contratación. Su escaso rendimiento  su afición á la holganza han sid

motivos más que suficientes. Erivado, un miembro del servicio

admite que hay una razón oculta dmayor peso, á saber, que han llegado áoídos de la señora rumores sobreciertos tejemanejes que Enriqueta srae cuando no está de servicio. Esta

rregularidades han obligado á loseñores a indagar las referenciasacreditadas en su día por la susodicharesultando estas completamente falsas

en vista de lo cual el despido no se hhecho esperar. Se ha optado por no da

arte á las autoridades con el fin devitar el escándalo y que no se vier

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dañada la reputación de la familia.

19 de Mayo de 1888Enriqueta ejerce la prostitución e

a zona portuaria de Puerta de SantMadrona. Sus servicios son requeridoexcepcionalmente en domicilio

particulares. La clientela no deja dhacerse lenguas de sus prácticaamatorias poco corrientes.

Se adjunta testimonio de un cliente

13 de Febrero de 1890 Nombre: Enriqueta Martí Ripoll.Edad: veintidós.

 Natural de: Sant Felíu dLlobregat.Estado civil: casada. Nombre del marido: Joan Pujaló.

Hijos: ninguno.

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Domicilio: Calle de los TallereBarcelona).

Transcripción parcial del inform

incluido íntegro en el expediente) sobrJoan Pujaló:

Cuarenta y dos años. Natural darcelona […]. Sus padres fallecieron

siendo él aún joven […]. Probó fortunacomo pintor durante siete años […]

edícase actualmente a l

compraventa de muebles de lance […]os vecinos lo describen com«hombre introvertido y discreto, si biecortés». Reputa de ser naturista y afí

á las ideas de Lerroux, con quienmantiene estrechos lazos de amistad[…]. Circula en la vecindad ciertorumor acerca de su persona: se dic

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que se alimenta exclusivamente dalpiste […]. Ningún indicio hac

ensar que esté al tanto de los asunto

de su esposa.25 de Noviembre de 1895 Nombre: Enriqueta Martí Ripoll.

Edad: veinte y siete. Natural de: Sant Felíu dLlobregat.

Estado civil: divorciada.

Hijos: ninguno.Domicilio: Calle de Ponen

Barcelona).Enriqueta Martí y Joan Pujal

ponen punto final a su vida conyugal eveinte de Noviembre del año quranscurre. En el punto cuatro de hecho

de la demanda de divorcio, en que s

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exponen los motivos de la separaciónfigura un escueto: «Incompatibilidad».

Todo apunta á que ha sido la dobl

vida de Enriqueta la causante de lruptura.

Se adjunta copia de la demandconsensual de divorcio.

10 de Septiembre de 1905Enriqueta arrienda una vivienda e

a tercera planta del número veinte de l

Calle Minerva. La renta asciende cincuenta pesetas semanales. Enmueble consta de cuatro habitaciones

En la primera ejerce una prostituta hemos sabido que su edad aparecfalseada en la cartilla sanitaria–; en lsegunda y en la tercera se alojan sendo

menores, una niña de trece años y u

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niño de once respectivamente; amboson huérfanos recogidos de la calle.

El número total de visitas á día d

hoy asciende á ciento cincuenta y trescon una media de cuatro diarias. Loclientes pertenecen en su mayoría á lalta sociedad barcelonesa. Acudeambién viajantes que permanecen po

asuntos de negocios unos días en lciudad. El señor R., un prósper

empresario textil con quien Enriquetmantiene una relación amorosa, lproporciona los contactos.

Se adjunta copia del contrato d

arrendamiento.14 de Febrero de 1906 Enriqueta ejerce la mendicida

desde hace cuatro meses.

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Del informe:Cada mañana se disfraza d

ordiosera. Se viste desordenada y

rota, con aspecto de la más sórdidandigencia, y acude á la barriada má

empobrecida de la ciudad, el DistritoV. Allí recorre las casas de caridad, lasalcaldías de barrio y las rectorías das parroquias en busca de rancho yimosna, á menudo acompañada d

niños á los que hace pasar por suropios hijos. Muchos de estomenores son obligados á prostituirseen la vivienda de la Calle Minerva.

En paralelo: Por la noche viste con ostentació

 acude á los lugares de reunión de laalta sociedad barcelonesa como son e

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iceo Políglota o el casino de lrrabasada. Allí alterna co

celebridades y personas influyentes

que la tratan con familiaridad.14 de Julio de 1907La policía, alertada por una not

anónima, descubre el prostíbulo de lCalle Minerva. En el momento deregistro se encontraban en la viviendEnriqueta juntamente con cuatro menore

  un cliente, el señorito J., hijo de uhombre de posición muy desahogada de gran influencia en la ciudad.

Tras un interrogatorio de treintminutos en la comisaría de Poble Nouel señorito J. resulta en libertad y sicargos.

Se adjunta transcripción de

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nterrogatorio.

8 de Septiembre de 1908Enriqueta arrienda una casa en e

número ciento cincuenta y cinco de lCalle de los Juegos Florales. El edificiconsta de dos plantas, un ático y u

orreón; en el barrio se la conoce coma “Casa Azul”. Todo el terreno estrodeado de muros viejos y rotos. Lrenta asciende á veinte peseta

semanales. Lo reducido del preciobedece al pésimo estado en que shalla el inmueble.

Se reproduce a continuación undescripción de la casa, tomada de uartículo aparecido en el número ocho da revista Mundo Gráfico a propósito d

casas abandonadas en Barcelona:

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habitaciones de que consta el piso sosucias, malolientes y descuidadasConforme se entra hay un largo pasillo

bastante ancho y que recibe la luz pouna claraboya de cristales biselados. Aa izquierda de la puerta de entrad

vemos una alcoba. En el mismo pasillhay otros dos cuartos.

»Una estrecha escalera de caracocon ojo comunica con la planta superior

en la que encontramos una amplia cocin  un salón que sorprende por lsuntuosidad y lujo de su mueblaje; lomuebles y los aparatos para e

alumbrado son de gran coste y dexquisito gusto. Este salón parece sendependiente del resto de la

habitaciones y estar reservado par

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personas que no acostumbran á residirrespira a través de un amplio balcóorientado al patio, en el que descoll

una baranda de hierro ornada comotivos florales. Por lo demás, lfachada carece de interés, a excepcióde dos amplios ventanales que resaltan ambos lados del balcón. Anexo aedificio, en el costado este, despunta uorreón cuya cúspide sobrepasa e

varios metros el tejado de la casa. Srata del vestigio de una construcción duna época anterior, mucho más antiguaSólida, enjalbegada de la base al tejado

con dos estrechísimas ventanas ojivalepor toda ventilación. En el interior unportezuela hábilmente disimuladconduce a una bodega subterránea.

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material: una serie de fotografías de laallí tomadas muestra a mujeresemidesnudas posando en actitu

asciva; otra está compuesta de estampapornográficas en las que participaadultos y menores. El material salclandestinamente de la ciudad á travédel puerto; desde allí sigue una doblvía, la de Europa y la del Atlántico. Estcomercio les reporta á Enriqueta y á s

amante pingües beneficios.Se adjunta fotografías.

24 de Junio de 1909Se ha producido un desafortunad

—aún así previsible— incidente en lCasa Azul la pasada noche: un impúbefalleció de resultas de asfixia durante e

coito.

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Estimamos que es el momentoportuno para ponernos en contacto coEnriqueta.

Esperamos instrucciones.25 de Junio de 1909Esta noche se consumó el encuentr

en la Nueva Enoch. Fue una entrevistbreve. Enriqueta se avino pronto y siitubeos a los términos de la propuesta.

27 de Junio de 1909

La hermana Lámek visitó anoche lCasa Azul. Instruyó a Enriqueta según eprotocolo. Adecuó la habitación negr

para las ceremonias e hizo lo propio coa parte superior del torreón. Le hizentrega de los libros, el dinero y la dag volvió con los órganos.

Ahora que ha sido iniciada sól

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nos queda esperar que tome la iniciativpor cuenta propia. Su naturaleza eavariciosa y su afecto por el dinero y e

ujo, incontenible. Preocupa, empero, sdisposición mental, propensa á loarrebatos histéricos y a ímpetudelirantes. No obstante, como afirmó eTercer Gran Maestro, «la Naturaleza hde revelarnos sus secretos aunque parello debamos torturarla».

Se adjunta recibo del pago por loservicios de Enriqueta.Se adjunta inventario de órganos.

13 de Enero de 1910A fecha de hoy el total d

sacrificios asciende á cinco.Enriqueta abastece a la Socieda

con regularidad y discreción.

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25 de Octubre de 1911Con el de ayer se cuentan por trec

os sacrificios.

Enriqueta despacha los despojosegún le conviene: ora los entierra en epatio, ora los empareda en la bodega deorreón; otras veces cruza la verja a lntemperie y bien entrada la madrugada

portando un capazo cubierto con udelantal y con cuidado de no ser vista.

4 de Enero de 1912Contamos hasta la present

dieciséis sacrificios.Le hemos hecho saber a Enriquet

que debe poner fin a su actividad hastnuevo aviso. La ciudad vive agitada poos tumultos y las refriegas; la opinió

pública y los ciudadanos presionan á la

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autoridades para que ahonden en ladesapariciones de los menores. El casde Teresa Guitart se ha convertido en

causa sensacional en Barcelona y hevantado gran revuelo entre l

población.Un artículo publicado en la prens

recientemente reza lo siguiente:«En el asunto está interesada tod

Barcelona, y se ha hablado en mucha

partes de ejercer la acción popular».27 de Febrero de 1912Enriqueta ha sido arrestada est

mañana; se ha sabido que retenía Teresa Guitart en la Casa Azul. La niñaaprovechó un descuido de aquella parescapar.

2 de Marzo de 1912

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Tras minucioso registro, la policíha hallado el cuaderno y los pergaminosEn la edición de ayer de La Vanguardia

puede leerse:«Al juzgado han sido llevados lo

ibros que se hallaban en casa de lprocesada Enriqueta, entre los cualeparece que hay uno lleno de recetas dcurandero para toda clase denfermedades. Estas recetas so

manuscritas, hechas con hermosa letra ysegún afirma un confidente, redactadaen clave».

También ha aparecido la daga y u

paquete con ropas ensangrentadas:«Hemos oído asegurar que e

uzgado ha reconocido un paquete dropas que fué hallado en el piso. Cas

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odas las prendas en él están empapadade sangre. Encontróse además ucuchillo de grandes dimensione

manchado también de sangre […]Parece que antiguos vecinos hamanifestado que hará un par de mesenotaron un fuerte hedor que salía de lcasa habitada por Enriqueta, que dieroconocimiento á las autoridades para quos funcionarios de Sanidad practicara

una inspección, y que, no saben por qucausa, la inspección no se hizoDespués, el hedor fue desapareciendpoco á poco, y á los quince días ya n

notaron nada».5 de Marzo de 1912La policía ha descubierto el acces

á la bodega. Practicado el registro, s

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hallaron los restos de varios cuerpos:«Se había deshecho esta obra d

albañilería y quedado al descubierto u

hueco en el que se encontraron docráneos y buen número de huesos dniños, al parecer de un añpróximamente. Con los cráneos y estohuesos se hallaron un cuero cabelludounos zapatos de criatura y calcetinesmedio destruidos por la acción de

iempo, tres llaves y algunos trapos».6 de Marzo de 1912Han aparecido más huesos en e

pozo y en el patio. La prensa hbautizado a Enriqueta como “Lsecuestradora de niños”:

«Son encontrados varios resto

humanos. Practicaron el reconocimient

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os arquitectos señores S. y Mauxiliados por el inspector de policíseñor S., agente señor Alcaide, do

albañiles y tres bomberos. En el mismagujero donde anteanoche se hizo ehallazgo macabro y entre la tierra que ahacer el reconocimiento quedó suelthan sido encontrados los siguienterestos humanos: medio cráneo relleno dierra; otro medio cráneo; otro igual co

cabello rubio; una piedra grande cocuero cabelludo adherido; bastantehuesos muy fraccionados; un trozo dcuero cabelludo con cabello algo largo

negro, y varias falanges, al parecer, dniño».

8 de Marzo de 1912

Transcribo parcialmente el artículo

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publicado en la edición de hoy de LVanguardia:

«Parece que las responsabilidade

hasta ahora deducidas contra EnriquetMartí alcanzan también á varias otrapersonas de las que ni remotamentpodía sospecharse, que se haencontrado indicios gravísimos y que, no tardar, el público tendrá grandesorpresas».

9 de Marzo de 1912 Nuestro confidente en el cuerp

policial nos ha alertado del hallazgo duna lista camuflada en un jergón de lcasa de Enriqueta; dicha lista consistiríen una relación de nombres y ddirecciones. De ser cierta la existenci

de tan preciada prueba, la Sociedad s

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vería seriamente comprometida.

10 de Marzo de 1912Esta mañana los diarios se hacía

eco de la lista. Transcribo un fragmentodel texto aparecida en La Vanguardia:

«Parece que ha sido hallada en e

domicilio de Enriqueta Martí una listmisteriosa en la que figuran iniciales dnumerosas personas, con sus domiciliorespectivos, situados todos ellos en e

paseo de Gracia, Rambla de Cataluña San Gervasio.

»La expectación es inmensa eBarcelona y será difícil que cedmientras no aparezca claramentconfirmado ó desmentido lo mucho gravísimo que se sospecha, se susurra

se teme, estando interesada en que tod

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se esclarezca Barcelona entera, sidistinción de clases».

Se prepara una agitación en la call

para exigir que los nombres salgan á lvindicta pública.

Es nuestro firme propósitapoderarnos de la lista.

20 de Marzo de 1912La lista ha pasado a mejore

manos.

***

Con fecha veinte y uno de marzo deaño mil novecientos doce, Enriqueta h

sido conducida en coche celular a lprisión Reina Amalia.

A pesar de negarse estoicamente colaborar con las autoridades desde qu

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fuera arrestada, razones de peso nonclinan a pensar que terminar

confesándolo todo, que nos veremo

fatalmente implicados en el caso, y quello acarreará consecuencias funestapara nuestros intereses y para lculminación del Plan.

Es por ello que solicitamos aConsejo autorización para actuar con lmayor premura.

Confiamos en la providencia del Anguípedo yen la restitución de la Aceldama.

S.C.A. Juan Agrícola y Erfurt.

E*C**J***

***

Diario La Vanguardia , 13 de May

de 1912:

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y III«Necedad sería declarar impecables, por l

fortuna ó por el nacimiento, á cuantos forman una cap

ocial determinada; pero también entraña un terriblofisma, un equívoco grosero y sin conciencia declaranmunes á las unas y podridas y pecadoras á las otran bloque y por contraste. La realidad social es much

más homogénea y la difusión del crimen y del vici

ntre las clases bastante más uniforme de lo qupregonan con mala fe los aduladores de las masas os sentimentales del obrerismo.

»Hay héroes y virtudes abajo, como los haarriba y en medio. Hay monstruos arriba, como los han las demás capas de la sociedad. Puede existixisten sin duda degenerados que envilecen su nombr  posición con apetitos infames; pero hay tambié

muchas madres que ofrecen la mercancía y se presta

á la suplantación. Las abominaciones de este génerno son, además, patrimonio exclusivo de las cumbreociales. Dígalo Pedrín, el niño arrojado por el pastoátiro al barranco del Escorial; díganlo las niña

atropelladas y asesinadas por el mendigo en Arbucia

dígalo el espantoso aquelarre de Gádor. En nada d

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sto intervinieron títulos de Castilla, que sepamos».Sobre el caso de Enriqueta Martí Ripoll en L

Vanguardia, el 10 de Marzo de 1912.

Emergió de las sombras apresurad  febril; joven, escuálido, desnudo pálido. Traía el miembro encogido y loojos desorbitados.

 —¡Venga deprisa, no sé qué lpasa!

Enriqueta se mecía en el ángulmás apagado del salón, alejada de la lude los globos; dormitaba al compás depéndulo del reloj de pared. Aún tardóunos segundos en reaccionar, como si e

bronce de sus párpados se alzara poprimera vez en siglos y descosierpenosamente el velo del tiempo y eespacio. Primero vio una hilera d

esferas luminosas adosadas a la pare

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que no paraban de acuchillarle lapupilas, y después, frente a ella, uespigón carnoso con rostro humano

desvaído, sudoroso, ingrávidoAvanzaba entre tiritones y gemía covoz humana; sus facciones eran viles rebosaban repugnancia; sus dedos largo  afilados, del color de la cera. Desd

algún lugar, le llegó una voz: —¡No se mueve, no se mueve!

Dejó su asiento y se dirigió a lhabitación negra, seguida muy de cercpor aquel hombre. Le bastó una miradpara saber que el niño estaba muerto. L

estampa era caótica y sucia, pero retenía belleza que emana de los cuerpos qu

han sufrido una muerte violenta. Nadquedaba ya de los espasmos ni de lo

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sudores fríos, de los miembros forzado de la carne sometida por la fusta; sól

reposo y silencio, y la docilidad de u

rostro dormido. Yacía bocabajo sobre lcama. Los pies y las manos atados couna soga, cual animal indefenso. Lensión aún latente en sus miembros

visiblemente agarrotados. Locardenales tachonaban su pieametrallada por los golpes. Todo e

rostro estaba transfigurado por el dolorEl pelo revuelto, los ojos ausentes, lodientes apretados, mordiendo el aire codesesperación. La espuma asomaba po

a comisura de sus labios. Un círculo dhumedad se dibujaba bajo el cuerpo, a altura de la ingle.

«Ayúdeme a quitarlo de en medio

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más tarde me desharé de él»Envolvieron el cuerpo en una sábana o arrumbaron en una habitació

desnuda.Amanecía. Las sombras s

descolgaban de las fachadas y sescurrían bajo las piedras. Enriqueta spreparó para su rutina matinal. Rescatun hatillo de harapos del fondo de uarmario y se cubrió con ellos

Camuflada como una mendiga, abandona casa por la verja del patio trasero.El Distrito V era un bullir continu

de rostros salvajes y niños puercos, d

buhoneros de quincalla y mercachiflede cupletistas desarropadas y putaadolescentes, de madres maullando epos de la vianda y jaurías d

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rinxeraires, de ciegos sin lazarillo, dmúsicos gitanos, de tullidos llorosos, dabernas fétidas y plazoletas renegridas

de obreros en procesión, de rostroraídos y manos raídas, de canallasprenderos y bellacos; de navajas aguardiente; de chulos y pistoleros; dmujeres mendicantes y niños huérfanosde ríos de morfina; de caridad siesperanza y bocanadas de salitr

adheridas al hormigón y a la carne, apárpado y los labios.Enriqueta conocía al detalle lo

tinerarios y los lugares más favorables

Mendigaba en los comedores, en lacasas de caridad, en las iglesias y en loconventos. Registraba en su cabeza cadpormenor cuidadosamente: el trasieg

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de personas, el baile de movimientosos horarios y, sobre todo, los niños. Lo

estudiaba todo en busca de una flaqueza

de un desliz, de una brecha por la qucolar la mano y agarrar lo que ansiaba.

Pasó la mañana y buena parte de larde rondando las calles sin tregua. A

anochecer renunció y emprendió ecamino de vuelta. De regreso, a travéde una maraña de callejones a cual má

negro y apretado, reclinado sobre lefigie de bronce de una fuente dabastecimiento, vio algo. Tenía nuevaños y desparpajo en los ademanes. La

rodillas despellejadas, la cara sucia os ojos avizores. Vestía harapos

rezumaba vitalidad. No vio nadialrededor. Las fachadas y el cielo

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nocturno reposaban en una extrañcalma. Pensó que nadie lo echaría efalta. Mentalmente, anticipó la forma d

ganarse su confianza. El niño respondíal nombre de Pepito y aquella nochdurmió por primera vez en la Casa Azul

La noche siguiente Enriqueta sdetuvo a contemplar el armario dedormitorio antes de abrirlo. Una espiraaqueada danzaba en los tiradores, d

os que arrancaba un frondoso arabescoLa tracería describía una elipsis sobra que rodaba un mar de roleos agitados

Bajo el ala de aquella brotaban varia

figuras talladas. En la parte inferioderecha, un roble perforado por unanza; en la izquierda, un manzan

colmado de frutos. La parte superio

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mostraba un ciervo en trance de muerteel animal doblaba el lomo y tocabierra con el hocico, las patas delantera

cedían y la boca dibujaba una muecnsoportable de dolor; un venabl

sobresalía incrustado en el costado. Lotra imagen describía una escena nmenos inquietante: un caballermedieval cabalgaba a lomos de un rocíhuesudo, devorado por las llagas; e

animal avanzaba con el hocico vencidoEl jinete tenía alzada la visera decasco, de modo que su miradextraviada y sus labios entreabierto

quedaban al descubierto; contemplabun punto indeterminado del cielo. Smano izquierda sostenía las riendas cosuavidad, mientras la derech

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brotaba un espumoso manantial del qubebían todos los niños del mundo. Saproximaban a ella en procesión

vestidos con blancas túnicas y en actituorante, y bebían el néctar de su cuerpen un cuenco de madera. Pronto, edeleite inagotable daba paso al espantsin límites. Sus ojos acudían entonces aenigmático rostro solar que surgía entras montañas. Su inmensidad l

proporcionaba sosiego, le infundía lcerteza de que, tras la muerte, el almascendía a un lugar cálido y rebosantde luz donde no permanecía memori

alguna del ciervo ni del venablhomicida.

Abrió el armario y escogió siitubeos. Un traje de noche de estil

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parisino, un sobretodo de gasa, usombrero de terciopelo marrón, un bolsde lamé con cordón de seda y u

abanico de plumas de avestruz. De ucofrecillo sacó un brazalete labrado eplata con incrustaciones en nácar y ucollar doble de perlas blancas y azules.

En la habitación contigua Pepitdormía bajo llave. Enriqueta teníntención de iniciar el adiestramiento e

breve. A juzgar por el temperamento dechico, preveía un proceso penoso áspero.

Acudió como de costumbre a

Liceo, donde los miembros de la altsociedad barcelonesa se congregabapara asistir a la función en boga demomento. Era la noche del estreno de E

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holandés errante. Wagner era un automuy apreciado por los liceístas.

Por encima el jolgorio de

vestíbulo, alrededor de las columnas dmármol, gallardamente acodados sobra balaustrada de la escalinata

Enriqueta reconoció a muchos daquellos rostros galantes. La mayoríeran clientes habituales. En la intimidadaquellas celebridades de alta cuna co

remilgos de monóculo y boquilla dplata, con gravedad de bigote imperialse destapaban como depredadoresexuales, sádicos inmisericordes

artistas de la depravación, violadorecompulsivos y demás ralenconfesable. Nada de aquello, n

obstante, debía salir a la luz. Enriquet

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es proporcionaba el objeto y eescenario para materializar sus fantasíamás salvajes; ellos compraban su

servicios y su complicidad a precio doro; a cambio, la protegían de todeventualidad, como ocurrió con eburdel de la calle Minerva tres añoatrás. Sin duda, encarnaban la simbiosiperfecta.

Se acercó a uno de los cochero

que esperaban en la entrada del teatro e susurró al oído: «Nueve años. VarónOjos marrones. Fuerte. Brioso». Nobtuvo respuesta. Conocía a casi todo

os cocheros y a sus respectivos amosProbó suerte con otro: «Nueve añosVarón…». «Vuelve dentro de unasemana», fue la respuesta. Cuando s

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espejo de mano, mientras sostenía unmanzana. Tenía las mejillas hundidapor el hambre y los pechos arrugados,

un enjambre de serpientes se retorcía esu cabeza. Junto a ella había un felincon alas de bronce y un cuerno retorciden la testa que la miraba fijamente. En ehorizonte, las llamas consumían lJerusalén Celeste.

Oyó pasos arriba. La primer

planta presentaba una distribuciósimilar a la anterior. Vio una puertentornada a su izquierda y se acercó. Enterior estaba oscuro. El aire al otr

ado era pesado, impregnado de sudor de otros fluidos igualmentdesagradables. Gemidos y lamentos lalcanzaron desde el fondo de l

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nerte, pero las embestidas rítmicas dotro cuerpo mayor lo hacían agitarscomo si aún estuviera vivo. Alguien l

cogió de la mano y la devolvió a la ludel corredor. Al salir la débil claridadde los candelabros la cegó unosegundos. La mano la condujo hasta unpuerta de bronce en la que destacaba unbalanza con dos águilas cinceladas eplata. Al empujar la hoja vio un

pequeña estancia bañada en sombrasDentro había hombre sentado en usillón de terciopelo rojo. Vestía unacapa medieval con capucha y ocultab

su identidad bajo una máscara negra dpico de ave.

 —Adelante.Enriqueta guardó silencio. Ant

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aquella presencia, entendió sin esfuerzque no había sido convocada para hacepreguntas, sino para recibi

nstrucciones. Tuvo la certeza de quaquel hombre tenía todas las respuestas

 —Hemos sabido del incidente en lCasa Azul hace tres noches. Llevamoiempo observándote, desde e

principio; aunque no se trata de esprincipio que tienes en mente, sino d

otro mucho más remoto. Te queremos nuestro lado, necesitamos tus serviciosTe recompensaremos holgadamenteMañana por la noche enviaremos a un

persona de confianza. Ella te explicaro que necesitas saber.

Andaba en filos la medianoch

cuando el carruaje se detuvo delante d

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a verja del patio y una mujer vestida dnegro descendió de él. Cubría su rostrcon un velo bajo el que se escurría

argos mechones blancos. Erextremadamente alta, como unaparición, y muy delgada, a juzgar poos pliegues del vestido. Caminab

despacio pero con firmeza. Llevaba ugrueso hatillo asegurado con un cordórojo bajo el brazo izquierdo. Se anunci

con un escueto «Mi señor me manda»Pidió ver las habitaciones de la casaodas y cada una de ellas, hasta el rincó

más mugriento y apartado

«Necesitaremos dos», informó.Primero escogió la habitació

negra. Hizo que Enriqueta mudara todoos muebles a otro lugar. Despué

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desplegó el hatillo en el suelo. Habíres cuadernos forrados en piel. A

abrirse revelaron un manojo de página

amarillentas, repletas de caracterediminutos trazados con nervio precisión, como si fueran insectoclavados contra la superficie del papeHabía también un tarro con tinta roja, upar de pinceles, tiza, velas, un objetredondo envuelto en un pañuelo, y u

pergamino lacrado en cuyo selldestacaban la iniciales «E.C.J.».La mujer cerró ventanas y postigos

arrancó las cortinas, pidió un martillo

clavos y tablas. Enriqueta esperó fuerde la habitación mientras trabajabencerrada. No le llegó mucho del otrado por más que arrimó el oído a l

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puerta. Primero una batería dmartillazos secos, después el silencio, por último una letanía interminable d

susurros.Al cabo de unas horas la puerta s

abrió. Una mano enguantada emergió da oscuridad, requiriendo su presencia

un candelabro. Enriqueta pudo al fientrar. Las ventanas habían sidoapiadas. Las paredes estaban cubierta

de símbolos. Una selva de motivoflorales arrancaba del suelo y ascendíhasta el techo. Revestía las superficieuna danza de figuras frenéticas qu

parecían latir al son de una melodímperceptible: en un extremo, u

pelícano se abría el vientre con spropio pico; en el otro, un hombr

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desnudo con un cuerno en la frentblandía una quijada; y entre ambosescuadrones de objetos puntiagudos

corros de orates arrodillados, bestiaaullando al firmamento, tentáculodescollando entre las olas, sacrificios emasa, y un prado consagrado a cópulaprohibidas, sobre el que se alzabaenvuelto en destellos, un ser con cabezde gallo y serpientes en lugar de piernas

El suelo, por el contrario, habísido decorado con una forma de bellezmás calculada. Decenas de figurageométricas se agrupaban en círculo

concéntricos, perfectamente ajustadosLa distribución era rigurosa, dejandclaros en las esquinas y estrechándose medida que se aproximaba al núcleo, e

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el que convergía todo. Todas lasuperficies, todos los vértices y todoos ángulos orbitaban alrededor de u

círculo divido en dos mitades por undiagonal, situado en el centro exacto da habitación. Sobre él colocó una mes

rectangular. La rodeó de velas y lcubrió con un manto de terciopelo negrcon ribetes plateados al que añadió unalmohada recubierta del mismo materia

Situó una mesita junto a la pared ysobre ella, una vela más pequeña que laanteriores y un cráneo diminuto.

«Trae el cuerpo». Enriqueta colocó

el cadáver sobre la mesa. Lo contemplensimismada unos segundos. La espumen los labios se había secado. Lodientes habían relajado el bocado. L

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rigidez de los miembros habídesaparecido y el tono de los cardenalese había aclarado. Extendido sobre e

erciopelo, parecía una criatura ereposo tras la extenuación de una largcaminata. La mujer cerró la puerta«Presta atención». Encendió las velaalrededor de la mesa en orden alterno después hizo lo propio con la que habíen la mesita. Bajo la luz temblorosa, e

cráneo adquirió un resplandor acuosontrodujo la mano entre los pliegues devestido y sacó una daga. La empuñadurera de hueso labrado. Una cabeza de av

remataba el pomo. El arriaz culminaben dos quites puntiagudos semejantes colmillos, dando a la empuñadura easpecto de una boca de serpiente a punt

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de morder. La hoja tenía tres filos que sretorcían como un cuerno. Levantó ebrazo derecho del cadáver, aplicó l

punta en la axila y sajó la carne cosuavidad. Después siguió otra maniobrgualmente delicada. Aplicó el cuchillo

en el costado y, lentamente, describióuna curva hacia el vientre, por debajdel ombligo, hasta que las vísceraquedaron al descubierto. Con paciencia

asegurándose de que Enriqueta nperdía detalle mediante gestos y algunpalabra ocasional, separó las grasas dos órganos vitales y los guardó po

separado en tarros de cristal.En la parte más alta del torreó

dispusieron un modesto laboratorio. Lelevó un par de horas reunir lo necesari

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  poner el ingenio en funcionamientoUna vez trasladado el cadáverprocedieron a la segunda parte. La muje

e enseñó la forma de descuartizar ucuerpo, evitando los tendones seccionando los huesos con precisiónTambién le enseñó a descarnar, limpia pulir los huesos, y a deshacerse de la

sobras sin dejar rastro.El amanecer las sorprendi

enfrascadas en la tarea. Un relincho selevó por encima de la verja. Locaballos se impacientaban. La mujecolocó los frascos en un mantel

mprovisó un hato. Le entregó locuadernos junto con el pergamino y unbolsa con treinta monedas de plata«Ahora ya sabes cómo se hace». E

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carruaje se escabulló entre las calleantes de que los primeros rayos de sol ldieran caza.

Enriqueta pasó los días siguienteestudiando cuidadosamente aquellocuadernos. El primero mostrabmediante ilustraciones cómo desangracadáveres y extraer las vísceras. Esegundo contenía las claves pardescifrar el contenido del terce

cuaderno y del pergamino. Este, a svez, describía minuciosamente el rituaque debía llevarse a cabo en lhabitación negra y también la naturalez

  el significado de los dibujos qucubrían las paredes y el techo.

Enriqueta no había decidido aún lsuerte de Pepito. Su primer impulso fu

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cada una de ellas lo redujo por la fuerzacosa que no le resultó difícil debido a lfragilidad de su estado, y le aplicó u

violento correctivo. La octavasimplemente subió los escalones y spaseó por la casa en silencio. Enriquetsupo que el chico estaba listo.

La mañana siguiente Pepito sreencontró con la luz después de variasemanas de encierro subterráneo

Abatido, errante, azorado, el mundo lpareció un lugar novedoso e inagotableUna claridad impenetrable abrumaba suojos cada vez que se posaban sobre u

objeto o un nombre. Todo quedaba yfuera del alcance de su entendimientorreversiblemente mermado

embrutecido. Aquel día acompañó po

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primera vez a su dueña en la consabidruta de mendicidad por el Distrito V.

Por su parte, Enriqueta se mantuv

fiel a sí misma y buscó a otros qucorrieran la suerte de la daga. No sarrepintió de aquella decisión, muy acontrario, con el tiempo Pepito sconvirtió en un formidable reclamoAcudían en manada de todas partes paraalquilar sus servicios. Una vez privad

de su alma, su cuerpo ya no lpertenecía, no era más que moneda dcambio sobre la que cometer todo tipde excesos sin experimentar el meno

remordimiento; el objeto de deseo dodo libertino. Mientras, otras carnegualmente florecientes eran raptadas eas calles, encerradas bajo tierra

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víctima y su redentora, como a un sesupremo venido de otro plano, más allde la angustia y del furor que consumía

a Enriqueta desde la infancia. Aquelldea la atravesó de pecho a espalda

penetró todo su cuerpo, y desde entonceno conoció el sosiego ni dejó dagitarse, presa de los ardores de lpasión. Aquel rostro se había grabado fuego en su espíritu y la reclamaba com

su esclava.Una mañana, tras una noche agitad  sin reposo, salió en su busca

Recordaba perfectamente el lugar dond

a había visto por primera vez. Acudióallí y permaneció durante horasrondando con empeño, dispuesta encontrarla, mas tuvo que desistir a

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anochecer. Volvió varias veces sinéxito. Cuando se había resignado perderla, se le apareció en un sueño y l

dijo que la buscara en una plazoletdonde una efigie de bronce abastecíuna fuente de piedra. Fue exactamentallí donde meses antes había encontrada Pepito. Enriqueta se dejó guiar poaquella visión y acudió al lugar. La niñestaba sentada en un banco, rodeada d

palomas que picoteaban en su mano. AEnriqueta no le costó convencerla dque la siguiera, era como si la hubierestado esperando. Se dejó coger de l

mano y la acompañó dócil todo ecamino, pero cuando divisaron la verjde la Casa Azul, algo se apoderó de ell comenzó a llorar y a patalear presa de

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pánico. Enriqueta tuvo que reducirlbajo su capa y arrastrarla el tramo final

En ningún momento tuvo l

ntención de someter a Teresa aadiestramiento. A excepción de algúnepisodio aislado de histeria como el qusufrió el primer día, la niña resultexquisitamente sumisa y obedienteTanto era así que a veces tenía lextraña impresión de que se dejab

dominar con un propósito ocultoAquella docilidad teñida de inocenciaaquella casta resignación de mártir, quEnriqueta identificó con la devoción y e

sometimiento más absoluto, como si duna ofrenda a su persona se trataraencendía su imaginación y la espoleaba poner en práctica todas la

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humillaciones que su cabeza era capade abocetar. En ocasiones, durante lanterminables sesiones a puerta cerrad

bajo la luz de las velas, entre el resuellde la fusta y la espuela, entre el sudor, lsaliva y la sangre, creía ver en aquelloojos azules estrangulados por la agoníuna mirada adulta de piedad y cariñoimpia de reproches; parecía conocer s

propio destino y acatarlo con humildad

sin acusaciones hacia su captoraCuando Teresa la escrutaba en silencioEnriqueta sentía que desnudaba su alm que ningún secreto, por recóndito qu

fuera, quedaba fuera de su alcance. Unempestad de imágenes lastradas por e

remordimiento flagelaba su concienciao importaba cuán profunda fuera l

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Entonces sucedió algo. Por primervez en muchas semanas tuvo un clientePepito era ya un animal manso

resistente al dolor. Se trataba de uhabitual. Adelantó el pago y se encerróen una habitación con el chico.

Enriqueta se acomodó en unmecedora situada en una esquina desalón, junto al reloj de pared. A la lude una lámpara de aceite repasab

metódicamente los cuadernos. En algúmomento se quedó dormida. Su calmfue breve. El cliente no tardó en salicon el rostro desfigurado por el dolor

Sin dejar de gritar, sostenía en alto lmano, convertida en un surtidor dsangre. El dedo índice colgabdescuajado de la falange.

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Encerró a Pepito bajo llave y siiempo que perder le procuró auxilio a

herido. Mientras se lamentaba y l

ofrecía mil y una disculpas, le lavó lherida, le vendó el dedo y le exhortó que acudiera a un médico sin demora

ada más deshacerse de él, irrumpió ea habitación y descubrió a Pepit

parapetado como un gato salvaje tras lobarrotes del cabecero de la cama. S

primer impulso fue agarrarlo del pelo estrellarle la cara contra la pared. Couna mano le aprisionó las muñecas y coa otra lo golpeó repetidamente hast

que la sangre le asomó por la nariz. Echico gruñía, pataleaba y se retorcía. Eun descuido de su captora, consiguizafarse y le mordió la muñeca. Enriquet

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chilló y aflojó la mano, y Pepitaprovechó para huir hacia el pasillo refugiarse en la cocina. Enriqueta fu

ras él. Lo encontró en un rincón con upequeño cuchillo de pelar patatas entras manos. Ella exhibió ufana la dag

ante el chico. Este tembló de la cabeza os pies y se orinó encima. A pesar de

miedo, se las compuso para mantener eodo momento la punta del cuchill

erecta, apuntando hacia Enriqueta; smirada salvaje delataba que habíoptado por la huida hacia delante sireparar en las consecuencias. Enriquet

se acercó cauta pero con enterezarecortando el espacio entre ambos hastacorralarlo. En la cercanía, pudo sentia respiración acelerada de su presa

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Estiró el brazo para atraparlo, al tiempque el otro lanzaba un tajo ciego qupasó lamiéndole el dorso de la mano

Sacando partido del desconciertoPepito intentó escabullirse hacia lpuerta, pero Enriqueta lo agarró dnuevo por los pelos y le golpeó lcabeza contra el canto de la mesa. A ladesesperada, el chico lanzó otro cortperdido al aire; el cuchillo describi

una curva que tropezó contra una botell  el suelo se llenó de cristalesEnriqueta le hundió la daga en eestómago. Pepito abrió el puño y dej

caer el cuchillo. La hoja lo atravesó posegunda vez; penetró por el cuello alcanzó el esternón. Pepito sestremecía, todo su cuerpo vibraba; l

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sangre le inundaba la gargantaEnriqueta lo empujó contra la mesaratando de controlar los espasmos; la

piernas vibrando alocadas, los ojogirando ciegos.

Por fin dejó de moverse.Enriqueta necesitó unos minuto

para recuperarse. Fue a comprobar quTeresa dormía. Después comenzó lopreparativos sin tiempo que perder. L

noche se presentaba larga.En más de una ocasión necesitEnriqueta lavarse las manos y la cardurante la faena. Una diminuta manch

de sangre entre la base de su cuello y lespalda resistió heroicamente lapastillas de jabón, las embestidas decepillo y el agua a raudales. Por má

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que lo intentó, no pudo deshacerse daquella marca que se aferraba a su piecon la entereza de un estigma.

Adelantándose al amanecer, ecoche de caballos aguardaba al otrado de los muros. Enriqueta se desliz

por la verja del patio con discreción subió en él. Mientras se alejaba, samentó de no haber tenido tiempo d

dejarlo todo resuelto, y confió en qu

Teresa no causara problemas durante sausencia.Caía la tarde cuando volvió a l

Casa Azul. Había tenido tiempo d

pensar. Había decidido al fin la suertde la niña.

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CUENTOS DELESPÍRITU

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Casa de campo

«El alma de los dioses está ligada a suimágenes», Flaubert, La tentación de San Antoni

20 de marzoLa casa es negra y hostil. Llev

reinta años deshabitada. Iria l

abandonó en cuanto supo que estabembarazada. Por aquel entonces unmadre soltera era motivo de escándaloespecialmente si no se sabía quién era epadre. Fue una mudanza liviana. Habíquedado huérfana siendo aún muy jovenasí que no dejó gran cosa atrás cuand

se marchó a la ciudad; nada digno d

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conservar ni tampoco de añorar, tan solun pasado que se empeñó en enterracomo si le fuera la vida en ello. Olg

vino al mundo poco después. Durante snfancia, Iria nunca mencionó a su padre  su hija aceptó aquel anonimato com

algo natural. Le habló, en cambiomuchas veces de la casa. Fue emotiva eel recuerdo y enigmática en el tonoAlimentó en la niña una lánguid

nostalgia de prados verdes y tardes dluvia bajo un pórtico de piedra. Siembargo, cuando años más tarde Olgnsistió en visitarla, Iria aludió mi

pretextos para no hacerlo.Con el tiempo, Olga se alejó de s

madre. Abandonó su tierra y terminó poolvidar la casa. Fue entonces cuando no

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conocimos y decidimos emprender unvida juntos. En todos estos años, nuncmencionó aquel lugar. No supe de s

existencia hasta hace un par de semanasSe trata de un pazo señorial cuyo

orígenes se remontan al siglo XVI. Apesar de su noble abolengo, es uedificio venido a menos. La mayoría dos pazos de la zona constan de varia

viviendas, así como de zona boscosa

ardín, estanque, granero, palomarhórreo e incluso una capilla. Nada deso se conserva aquí, aunque por lovestigios, escasos y en ruinas, se deduc

que en tiempos debió de ser una richacienda.

Permanece tan solo una casa de doplantas de diseño rectangular. L

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nferior alberga las dependenciaauxiliares: el lagar, la bodega, unamplia cocina dotada de lareira 

fregadero de piedra, un granero numerosos desvanes destinados aalmacenamiento. En la planta noble sencuentran los dormitorios, un espaciosestudio biblioteca, una sala de reunionecon chimenea, dos baños y una pequeñcocina moderna para uso diario.

El mobiliario, aunque maltratadpor la humedad y el tiempo, retiene lbelleza de lo antiguo. El artesonado, lavigas descubiertas y la escalera qu

comunica las dos plantas son de maderde nogal.

Por fuera el edificio tiene un airsombrío. Es un macizo bloque de piedr

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viva impenetrable a la luz. Las ventanason mezquinas, apenas una angosthendidura vertical. La cubierta es d

pizarra rematada con teja árabe. En lfachada este, a la altura de la línemaginaria que separa las dos plantas e

horizontal, destaca un blasón esculpiden piedra, vestigio del ilustre linaje quen tiempos habitó el lugar. El escudorepresenta un caballo rampante dotad

de una frondosa cornamenta semejante a de un ciervo. Bajo la imagen de lbestia se aprecian unas desdibujadaetras en relieve, de las que a dura

penas se intuye la palabra «epona».A unos quinientos metros al nort

hay un establo. Por lo demás, el pazestá enclavado en el corazón de un vall

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al que se accede a través de una tortuoscarretera de tierra que se anega con laprimeras lluvias. El recinto comprend

cinco hectáreas rodeadas por un murdel que apenas quedan algunas piedraen pie.

Iria ha estado viniendo las doúltimas semanas desde la ciudad parenerlo todo listo y en su sitio. Querí

que la casa fuera un lugar habitable

acogedor cuando llegásemos. Nada mácruzar el umbral se percibe spresencia. La multitud de adornos quembellecen el interior la delatan. N

sólo se advierte su toque en los aspectomás evidentes de la decoración, sinque otros signos más sutiles se revelan medida que intentamos hacer nuestr

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esta vivienda en la que por ahora somounos extraños. Hay guirnaldas y motivovegetales sobre las paredes, un cest

rebosante de uvas, granadas, mazorcas frutas de todo tipo en la mesa de lcocina, que haría palidecer amismísimo cuerno de la abundanciavelas blancas perfumadas en la cocina el baño, conejitos de madera en larepisas, huevos pintados en los cajone

del escritorio y tirabuzones de vivocolores colgados del artesonado dedormitorio. A nuestra llegada, la camadecorada con un edredón de triángulo

amarillos y rojos, estaba cubierta dpétalos. Cada uno de estos pequeñogestos se integra a la perfección en unred invisible de formas, colores

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aromas que penetra hasta el últimrecoveco de la casa y nos envuelve pocompleto. No estoy seguro de que m

guste la idea, pero puede que, comrecibimiento, ayude a Olga a remontar eánimo; en este momento es justo lo qunecesita.

 No sabíamos que lo mejor estabpor llegar. Hemos descubierto una cajdecorada con un lazo púrpura en e

armario del dormitorio. Olga ha tiradde un extremo sin dudar y la caja se habierto como una flor. Dentro había ugatito de color negro hecho un ovillo. A

despertar, sus ojos verdes han refulgidocomo llamas en la penumbra dearmario. Olga le ha tendido los brazos o ha acunado en su regazo, enterrándol

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en caricias. En ese instante, todo ldemás ha dejado de existir para ella.

21 de marzoTal y como imaginábamos, se trat

de un lugar apartado. No hay vecinos evarios kilómetros a la redonda. A Olg

e vendrá bien. Está agotada física mentalmente y necesita reposo. Todo edemasiado reciente.

 No tenemos prisa por volver, l

baja es indefinida; no se reincorporarhasta que se haya recuperado pocompleto. De paso, podrá retomar aqueproyecto que había abandonado por faltde tiempo. Puede que esa distracción layude a olvidar o, al menos, a atenuar edolor y a emborronar los malo

recuerdos. En la ciudad era imposible

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Toda la casa había terminado poconvertirse en un nido. Allí dondposaba la vista una ausencia l

reclamaba. La culpa la estrangulaba. Ncomía, no dormía; a todas horas llorabsin un atisbo de consuelo. Entoncelegó la llamada de Iria, después dantos años sin hablar con su hija, com

si por arte de magia presintiera lo questaba pasando. Tuvimos reparos, sobr

odo yo, pero Olga me hizo ver queníamos que intentarlo, que la casa se lcaía encima y que ya no aguantaba máentre aquellas paredes. Abandonamo

odo y buscamos refugio en estestructura de piedra y madera varada eun mar de hierba. Empiezo a pensar qufue una buena idea. En cualquier caso

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odo sea por Olga; no hay nada de lo quarrepentirse.

Mientras pasamos aquí un

emporada me dedicaré a poner epráctica algunas ideas que tengo emente. Ahora que la ciudad queda lejome gustaría arriesgarme con algo nuevoQuiero romper con todo lo que he hechhasta ahora. El entorno me ayudará.

22 de marzo

He examinado la bodega y la cocinde la planta baja. He descartado ambasLa primera por la distribución deespacio y la segunda por ser demasiadoscura. Finalmente me he decidido poel establo. Mañana trasladaré ematerial y las herramientas y me pondr

manos a la obra.

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23 de marzoLlevo años trabajando el meta

ada hay de novedoso en el hecho d

que la materia condiciona la forma: lométodos, los resultados, incluso epropio pensamiento. Este cambio mbrinda la oportunidad de hacer tabulrasa. Quiero distanciarme del pasado partir de la nada; retroceder hasta lprimordial, nutrirme de lo recóndito. E

mi manera de lidiar con todo estasunto. Las personas suelen hablar parvaciarse, en cambio yo necesitrabajar. No encuentro mejor forma d

expresar mi dolor. He de ponerlo sobrel torno y afrontarlo.

Antes de venir pasé un algúiempo estudiando libros de escultur

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primitiva. He sacado un puñado dbuenas ideas, tengo algunas directricesVoy a trabajar el barro. Voy a dejar que

sean mis manos las que me guíen eugar de la cabeza. Obviaré los paso

previos. Ni bocetos, ni armazón, nampoco diseños. Debo desterrar de m

mente a los críticos y a las galeríasecesito concebir un ser cuy

paternidad solo yo pueda reclamar. H

de modelar como si fuera el últimhombre en la tierra y nadie más fuera contemplar mi obra.

2 dabril

Hasta ahora solo he cosechadfracasos.

Me siento frente al torno

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contemplo idiotizado el barro duranthoras. Mis dedos juguetean con la paletmientras me evado en busca de un

magen. Camino en círculos alrededode la mesa, sobre la que cuelga unbombilla escuálida. Por fin, me levantagotado y abandono el establo con lamanos inmaculadas y la cabeza vacía.

Me desborda la rabia.

3 de abril 

Iria nos ha visitado. Es una mujeelegante, sobrada de belleza a pesar da edad. Viste de blanco, con el largo

cabello suelto, de un amarillo fuegoTiene una mirada franca y penetranteque a veces cautiva y otras atraviesa locuerpos como si fueran de cristal.

 Nos ha traído un canasto repleto d

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frutas, verduras y exóticas hierbas cuynombre desconozco. Las ha dispuestsobre la mesa de la cocina como si d

un muestrario se tratara y nos hlustrado con sus virtudes. A

continuación ha anunciado que iba componer un puchero con ellasMientras la escuchaba, he reparado esu colgante: un disco plateado en cuycentro trotaba, sobre un fondo de línea

onduladas, la silueta de un caballo.Mientras cocinaba, hemodisfrutado de una botella de vino de lierra. El alcohol ha animado las lengua

  con ellas la conversación. Iria le hregalado a Olga un hermoso pañuelo dcolor rojo sangre. Mientras se lanudaba al cuello, le ha hecho saber l

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mucho que se alegra de tenerla a su laddespués de tantos años. Subraya que evínculo entre madre e hija no se quiebr

nunca, a pesar de la distancia o dposibles disputas pasadas; evirtualmente indestructible. No debeexistir secretos entre ambas, añade. Smuestra feliz porque haya vuelto anorte, a sus raíces. Ha puesto especiaénfasis en esta última frase par

hacerme sentir culpable. Hace ochaños su hija lo abandonó todo y se vinconmigo al sur. Iria no me lo hperdonado. Dudo que algún día lo haga

Está convencida de que le arrebaté a shija. La realidad es bien distinta. Olgnecesitaba alejarse a toda costa. Sasfixiaba bajo la sombra alargada de s

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madre, de sus manías y de suexcentricidades. Cuando nos conocimose aferró a mí como el náufrago a l

abla; eso y el amor hicieron el restoPor supuesto, nunca ha tenido la valentíde ser del todo sincera con su madre eeste aspecto, y por ello me lamento esilencio.

Me he apresurado a aclarar qunuestra estancia aquí es temporal, y qu

nos marcharemos tan pronto como Olgse recupere. Iria lo sabe de sobra, perha preferido ignorarme.

Después del almuerzo me h

encerrado en el establo para trabajar urato; ha sido inútil.

Tras la cena nos hemos acomodadoen el salón. Olga no ha parado de bebe

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un mejunje de hierbas que le hpreparado su madre. Yo he preferidoapurar la botella de vino en solitario

Después de unas copas la conversacióha adquirido un tono edulcorado. Sreconocer cuándo estoy de más. Las hdejado a solas y he escrito estas líneaantes de dormir.

4 de abril Olga dormía a mi lado cuand

desperté. El coche de Iria no estabfuera. Probablemente ha pasado la nochen el dormitorio de invitados y se hmarchado temprano. Cuando me dirigícon paso resuelto al establo me hdetenido en seco. Me he visualizado mí mismo en el interior, frente al torno

  el ánimo que creía renovado con e

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nuevo día me ha abandonado en cuestióde segundos. Me he sentido impotentecarente de entusiasmo e iniciativa

oprimido por no sé qué extrañremordimiento.

En lugar de encerrarme, hpreferido dar un paseo por la finca pardespejarme. A pesar de llevar aquí unpar de semanas apenas si conozco lcasa y el establo. He caminado si

rumbo. Mis piernas me han conducidhacia el norte, en dirección opuesta a lentrada del recinto. Después daproximadamente un kilómetro en líne

recta el terreno inicia un leve repechoAquí los arbustos menudean y loárboles desaparecen; asoman las rocadesnudas y los montículos coronados d

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musgo. La subida culmina en una lomno demasiado alta, pero lsuficientemente escarpada como par

exigir cierta precaución; en más de unocasión me he visto obligado a usar lamanos para escalar. Desde la cima sdivisa una extensa llanura en la qusobresale una formación rocosa. No soun experto, pero recuerdo algunas fotoque Olga me enseñó antes de venir, dirí

que se trata de los restos de un castrcelta. La forma circular del asentamientnduce a pensar en un poblado más bie

pequeño. Aquí y allá perviven muro

que no superan el medio metro de alturaUn poco más lejos, como a medikilómetro, hay un segundemplazamiento. La distribución de la

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rocas es diferente en este lugar. No scorresponde con la del castro ni conada que haya visto antes, parece alg

mucho más antiguo; primitivo, sería lpalabra correcta. La formación scompone de media docena de piedraalargadas de unos dos metros ddiámetro, semejantes a lascas gigantesdispuestas de forma irregular. Sobre lsuperficie se distinguen con nitide

figuras geométricas esculpidas erelieve. Se trata de espiraleconcéntricas que se expanden como eoleaje de un mar de piedra. Algo s

agitaba al viento sobre una de ellas. Erun pañuelo blanco, muy viejo y raídoatrapado bajo un triángulo de piedrpulida. No deja de intrigarme cómo h

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legado hasta aquel lugar. En cualquiecaso, una certeza instintiva me hadvertido que, aunque escapara a m

comprensión, estaba allí por una buenrazón, y que haría bien en no tocarloCon los ojos cerrados, he permaneciden pie en el centro de la formación. Haranscurrido segundos que me ha

parecido edades. He percibido la brisarrullando los prados, el gorjeo de u

pájaro oculto y el murmullo de las olasUn rumor lejano, cavernoso, me halcanzado. Las primeras gotas de lluvihan estallado contra mi frente. He vuelt

sobre mis pasos con el cuerpo aterido a cabeza en llamas. Me he refugiado e

el establo y he trabajado hasta eanochecer.

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17 de abril Olga está de mejor humor. Se pas

el día jugando con Hemingway (as

hemos bautizado al gato). Nunca antehabía convivido con una mascota. Aveces tengo la impresión de que advierta debilidad de su ama y que por es

motivo le dedica tantos arrumacos. Sfrota con ella perezosamente y ronronede placer con los ojos entornados. Dice

que los animales son una buena terapipara superar una crisis; ofrecen cariñopero sobre todo lo generan. He pensadque si Olga le abre las puertas de s

afecto a Hemingway, tal vez lo acabhaciendo conmigo.

25 de abril 

Trabajo sin descanso, irreductible a

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ahora no he conseguido ver más allá develo de las apariencias. He de rasgarlpara abrir una nueva etapa en m

carrera. Sale la forma, entra la materiasale la idea, entra el absoluto. Adiósconceptos; hola, Forma Única.

1 de mayoIria nos visitó ayer tarde. Por unvez vino despojada de su habituablanco. Lucía un fino vestido verde co

onos violeta en las mangas y alrededodel cuello. Traía consigo un abultadobolso de tela del que sacó algunavarillas de incienso. Al anochecer, nopidió que las distribuyéramos por lahabitaciones y las encendiéramomientras ella preparaba la cena. E

cuestión de minutos la casa se impregn

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de un dulce olor a manzana. Esta vez Irinos sorprendió con un delicioso guisaromático; una receta homeopática

según nos dijo. Tampoco faltaron laespecias, las hierbas y los zumos parOlga. La noche se anunciaba fríaDespués de la cena aticé el fuego continuamos la velada en el salónArrimado a la chimenea bebí sin treguaajeno a la conversación. Sintiéndome y

muy pesado, apuré la botella y las dejé solas. Una agradable languidez moscurecía la vista y resbalaba sobre mcuerpo como una caricia. Ya no

dominaba mis miembros ni el engranajde mis párpados; imposible trabajar asMe precipité en un sueño sin fondoDesperté en mitad de la noche

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Adormecido, alargué la mano a tientasOlga no estaba a mi lado. Un truenreventó en la distancia. Abrí los ojos y

a vi: de pie junto a la ventana abiertadesnuda y rígida, con los brazoextendidos en cruz. Me mirabfijamente, como en trance. Fuera lluvia desbordada los campos. N

respondió cuando la llamé por snombre. Le tendí la man

nstintivamente. Sin descomponer srigidez, adelantó un pie y después otrohasta situarse al borde de la cama. Sumanos se hundieron en el colchón

gateó hacía mí con la elasticidad de ufelino. Hundió sus dedos en mi barba después los clavó en mi cráneo. Acercócon delicadeza mi boca a la suya

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Deslizó su diminuta lengua hacia fuera me lamió los labios hasta humedecerlopor completo. Después la introdujo e

mi boca y, mientras apretaba mis siene tiraba de mis cabellos con furia haci

ella, sentí que algo explotaba dentro dmí y que una violenta sacudida mrompía los huesos.

Hemos dormido hasta bien entrada tarde.

20 de JunioLas mejillas de Olga parecen en flor

Su mejoría desde que llegamos enotable. Atrás quedaron los vómitos, losudores fríos y las noches a la derivdel insomnio. Ha recuperado la salud, eánimo y su maltrecha belleza, que luc

más robusta que nunca. Se ha vuelto má

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comunicativa, sonríe, ha recuperado eapetito y da largos paseos por el camponcluso ha retomado su novela. Y po

supuesto está Hemingway. Campa a suanchas por la casa, aunque la mayoparte del tiempo permanece al lado dOlga, que no escatima en carantoñas. Amenudo duermen la siesta en el sofá da biblioteca, acurrucados el uno junto a

otro.

22 de junioAnoche trabajé hasta tarde. Par

compensar, me he rezagado en la camun poco más de lo habitual. Mientralenaba la bañera, he ventilado l

habitación y he hecho la cama. Debajde la almohada de Olga he encontrad

una pequeña piedra pulida. Es de colo

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negro y está decorada con relieveondulados, muy parecidos a los que ven el castro. La he devuelto a su sitio si

hacer preguntas.23 de junioTrabajaba en el establo como cad

mañana antes del desayuno cuando ueco lejano ha roto mi concentración. Hcreído escuchar un rumor de cascoaproximándose. Me he asomado fuera

he divisado un caballo negro alejándosen el horizonte. Hasta donde sé no hagranjas en muchos kilómetros a lredonda. He subido al coche y hseguido al animal a una distanciprudente para no espantarlo. Al cabo dunos minutos hemos llegado al poblad

celta por un camino que desconocía

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Hemos dejado atrás las lascas y despuénos hemos adentrado en el valle. Ecaballo ha desaparecido en una arboled

negra y compacta. A partir de aquí heseguido a pie. Lo he perdido de vista me he orientado por el repicar de locascos, que se infiltraba en la enramadaLa espesura ha venido a morir en upronunciado declive. Más abajo unroca obstruía la entrada a una gruta. Si

saber por qué, me he visto sometido poa imperiosa necesidad de entrar en ellaCon el frío clavado en las sienes y lamanos hirviendo, he vuelto al coche

por una barra de hierro y, haciendopalanca, he conseguido mover la roca lsuficiente como para deslizarme dcostado. Me he adentrado, linterna e

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mano. El pasadizo descendía, estrecho resbaladizo. El techo era bajo y laparedes rezumaban humedad. Tra

recorrer una distancia equivalente unos cien metros he llegado al final. Allhe descubierto un lago de aguas somerade no más de diez metros de diámetroHe inspeccionado las paredes con ayudde la linterna. El haz de luz se ha posadsobre una extraña mancha que h

resultado ser un dibujo. Me resultdifícil describirlo. Me pareció uhombre con cuernos sentado. Tenía lobrazos extendidos en cruz y sostenía u

objeto largo y ondulado en cada manoal vez serpientes; imposible saberlo

Después he escrutado la superficie deago. Su escasa profundidad me h

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permitido extraer con facilidad el barrque se acumulaba en el fondo. Hastahora he usado la clásica mezcla d

arcilla para modelar, pero tengoentendido que el barro naturaproporciona una pasta muy singular quno puede reproducirse mediantcompuestos químicos. He estudiado sextura bajo el foco; lo he sopesado e

mis manos y he contemplado cómo s

escurría entre mis dedos. Aquellsustancia me ha hablado con voz propiaHabía en ella algo novedoso, insólitorrepetible; el ingrediente definitiv

para mi obra. Sin pensármelo dos veceshe vuelto al coche y he pasado la tardcargando en cubetas todo el barro que hsido capaz de extraer.

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A la vuelta, Olga me esperaba en lpuerta, acariciando a Hemingway baja luz de la luna.

1 de julioMientras amasaba el barro se h

posado sobre mi conciencia e

convencimiento de que he cometido udeterminado número de errores, y nprecisamente menores. Me preocupa ehecho de que hasta ahora no haya hech

otra cosa que malgastar mi tiempo y qumi trabajo hasta la fecha haya sido evano. Creo no obstante que la figura quhe modelado me brindará la oportunidade empezar de nuevo partiendo de scadáver. Será un sacrificio necesariopara dar paso a otra vida más joven

potente.

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He introducido uno de lovaciadores por la parte inferior cuaargo era. He extraído el barro desd

dentro hacia fuera, como si manejara urastrillo con puntas de acero. Ahacerlo, todo lo que había dentro hquedado inservible y yermo. He raspadmás profundo, desgarrando las paredenteriores sin detenerme a pensar

Después he recurrido al alambre y a

devastador para reducir los pechos y evolumen de las caderas. Veo que sobracasi todo, y que sobre estos cimientoemergerá un nuevo ser, débil pero

mpregnado de misterio. Será mágicodotado de un soplo divino y de uaspecto primitivo.

Ya imagino sus latidos.

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7 de julioOlga lleva varios días encerrada e

a biblioteca. Últimamente la not

cambiada; tiene el gesto torcido y no mmira a la cara cuando me habla. Algo lpesa. Pasa las horas muertas entribros, inclinada sobre su manuscrito

Me dice que lleva bastante avanzada lnovela. Le he dicho que me parece unbuena noticia. He sido absolutament

sincero en esto, es la manera en la quse entrega a ella lo que me preocupa.Cuando no escribe, pasa la mayo

parte del tiempo con el gato, que parec

desafiarme cada vez que se atrinchera esu regazo. A veces me visita ahurtadillas mientras trabajo. Lo hdescubierto más de una vez asomad

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entre las rendijas del establo, o en algúrincón oscuro, recostado sobre una balde paja. Tengo la impresión de que m

vigila.18 de julioTrabajo de la noche al amanecer. No

pruebo bocado. No he visto a Olga eodo el día.Comienza a tomar forma, a cobra

sentido. Tal vez no me guste e

resultado. Temo estar liberando algoque no pueda controlar. En cualquiecaso, ya es tarde para lamentarse.

21 de julioUnos gritos me han despertado. Edía despuntaba cuando me asomé a lventana. Olga estaba fuera, caminand

frenéticamente en círculos mientra

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hablaba por teléfono; deduzco que cosu madre. Parecía muy enfadada. Siduda discutían por algo. No llegué

escuchar gran cosa pero creo que eracerca de la casa. Justo en ese momentse giró y me vio en la ventana. Turbadabajó la voz y se alejó hasta desaparecede mi campo de visión.

Más tarde el rugido de un motorrumpió en la finca. Iria salía del coch

dando un portazo. Se dirigía a la casrechistando entre dientes y con pasigero, visiblemente enfadada. Olga l

esperaba en la puerta.

Al cabo de unas horas he hecho unpausa para cenar. Olga y su madrhablaban en la cocina. Un silenciforzado se impuso en cuanto advirtiero

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mi presencia. La cena ha transcurrido esilencio, con algún comentario superflusobre la comida o la inestabilidad de

iempo. Era evidente que mi presencias incomodaba, así que he optado po

retirarme antes del postre.Algo pasa y no quieren contármelo

22 de julioEl viento y la lluvia me ha

desvelado. Olga no estaba a mi lado. N

siquiera se había acostado. La encontrdurmiendo en el sofá de la bibliotecaabrazada al gato, que abrió los ojos ecuanto crucé el umbral. Me limité contemplar la estampa en silencio. Lquietud de Olga no dejaba dfascinarme. A pesar de que su pecho s

contraía con el movimiento respiratorio

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era el sosiego de la muerte lo que spercibía en su cuerpo. Me pareció quel tiempo se detenía y que en aquell

magen estaba grabado nuestro destinodeterminado en contra de nuestrvoluntad antes de nuestro nacimiento. Egato no dejaba de mirarme. Las ventanabatían con violencia. Fuera el viento y lluvia lo despedazaban todo. Uno

colmillos alumbraron la penumbra. ¿M

amenazaba? Recorrí la casa a oscuras, ientas como un ciego. Ni rastro de Iria.

2 de agostoTrabajo. Ocasionalmente duermo. A

veces como. Trabajo. El gato me espíao veo a Olga. El viento hace vibrar la

vigas. La lluvia aporrea las tablas. Cre

oír el motor de un coche que viene o ta

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vez va. El mundo es un lugar que quedejos. La noche se estira y me arropa. E

cuando mejor trabajo. Voy a casa para

avarme y llevarme algo a la boca. Olgno está. Mientras, mi criatura creceFuerte. Recia. Inaudita. Como un antigudios dormido en una caverna. Smprobable anatomía lo hace má

formidable si cabe. Me da miedmirarte, ¿estabas dentro de mí? ¿Te ha

dado forma mis manos? Eres gloriosoi siquiera en mis fantasías másalvajes he concebido algo remotamentsimilar. Tú ya estabas aquí mucho ante

de que yo llegara, ¿no es así? En eviento, en la brizna, en la roca, en eárbol. Seguirás aquí cuando yo me haydo, aunque una parte de mí sobrevivir

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en ti. No he de morir nunca.Hasta ahora mi vida y mi obra ha

sido un desperdicio. Todo empieza hoy

En este preciso instante.5 de agostoMe dirigía al establo esta mañan

para dar los últimos retoques. Nparaba de llover. La tranca estabpartida y las puertas abiertas de par epar. Alguien las había forzado desde

dentro. En el interior todo estaba eorden excepto por la escultura, quhabía desaparecido. Unas huellas sdirigían a la casa y entraban en lcocina. La lluvia las había borrado caspor completo, pero se me antojaron máanchas y profundas de lo normal. Ta

vez un hombre corpulento y calzado co

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botas cargara con la escultura hasta allíEs demasiado pesada para Olga o Iria ncluso las dos juntas.

En la casa, un rastro de barro subíhasta la planta superior y se dirigía siitubeos hacia la biblioteca, cuya puert

estaba abierta. Olga no estaba dentroHabía indicios de violencia en lhabitación. No me molesté en seguibuscando. No la encontraría ya entr

aquellos muros. Sobre el escritorihabía una libreta de cuero abierta. Hsido una sorpresa descubrir que Olgiene un diario. Ha sido a él al que h

consagrado tantas horas en lugar de a snovela. He ido directo a las últimapáginas. Necesitaba respuestas:

21 de julio

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 Discuto con mamá por teléfono  primera hora de la mañana. Hablatropellada, está muy nerviosa

tanto que casi no la entiendo. Dicque algo ha ido mal y que n

 puede protegerme. Me suplica quabandone la casa antes de que setarde y que me aleje de Marcos

 Le acusa de ser el causante dtodo. Según ella, ha liberado alg

terrible y nos ha puesto a todos e peligro. Creo que entiendo susverdaderas intenciones, quiereapartarme de él a toda costa

 Hasta ahora he accedido a su juegos esotéricos, en parte porquestaba desesperada y en part

 porque los consideraba

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inofensivos, pero el asunto haadquirido un cariz que no mesperaba. Los viejos fantasma

 salen a la luz de nuevo, mácrueles que nunca. Me vienen d

 golpe a la cabeza los motivos qume empujaron lejos de ella y desta tierra maldita. Llamarldespués de tantos años fue uerror. Ella interpretó que por fin

daba mi brazo a torcer, y el hechode que yo no opusiera resistenciaalguna solo contribuyó a reforza

 su autoridad. Desde entonces h

explotado sin pudor mi debilidadSe ha valido de mi desesperació

 para arrastrarme hasta aquí ymanejarme a su antojo. Una sol

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idea llenaba mi cabeza cuandhablamos por teléfono la primervez. Hasta tal punto m

obsesionaba, que le dije questaba dispuesta a intentacualquier cosa por descabelladque fuera. Ahora veo que h

 pagado un precio demasiado altohe sacrificado mi libertad: comhija, como esposa y como madre.

3 de agosto He tenido una pesadilla

 Estaba desnuda sobre un viejocamastro, coronado por un dosede madera negra. Me rodeaba pocompleto un velo de seda blanca

 Más allá de él todo eran tinieblas

 El lecho era blanco y algodonos

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 y olía a tierra mojada. Algo sagitó en la oscuridad. Avanzaba aras del suelo y hacía crujir la

tablas bajo su peso. Emitía u sonido gelatinoso, como dchapoteo en el barro. Se detuvo alos pies de la cama. Tenía tantomiedo que no me atrevía a mirar

 Desperté.

4 de agosto

 Estaba de nuevo en la cama Primero todo era silencio y, derepente, un sonido seco y copioso

 parecido a un galopar de cascosenturbió el espacio. Resonaba mi izquierda, después a laderecha, volvía a resonar detrás

de mí y por último en todas partes

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como si un animal salvaje rondarala cama. A través del veldistinguí la silueta de un hombr

montado a caballo. Parecíahumano, pero de su cabezaemergía una cornamenta que selevaba y se ramificaba hasta einfinito. La figura elevó los brazo

 y los extendió en cruz. Do sombras alargadas se retorcían en

 sus manos como culebras. Ubramido cavernoso y bestial hiztemblar la cama. El velo sdescorrió…

Mi lectura se vio interrumpida poun sonido familiar. Un caballorelinchaba a la intemperie como si fuer

el fin de los tiempos. Subí en el coche

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o seguí. Sabía adónde me guiaba. Tavez allí encontraría a Olga.

 Nada había cambiado en el castro

con una salvedad: junto al pañuelblanco había otro de color sangre quondeaba al viento con el aroma de OlgaPor fin llegué a la cueva. La entradestaba obstruida por una roca el doblde grande que la anterior. Me fumposible moverla. Resignado, pegué e

oído contra ella y cerré los ojos: un caode relinchos, bramidos y, muy al fondoahogado, un gemido semihumano.

Mientras conducía de vuelta trat

de poner en orden mis pensamientosHabía luz en la biblioteca cuandregresé a la casa. Balanceando su colcomo un péndulo, el gato me observab

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desde la balaustrada del balcón.He visto con claridad la forma d

enmendar mi error. No me ha costado

decidirme. He sacado una manta demaletero y he subido las escaleras siiempo que perder. Hemingway m

esperaba junto al fuego. Al verlo hcomprendido que no se trataba de ugato vulgar. Debí haberlo notado antesAunque así lo parezca, no son los de u

felino esos ojos como tampoco lo soas orejas: pertenecen a Iria. Ella lo hplaneado todo, tan evidente resultahora. Necesito que venga urgentement

  la forma más rápida y eficaz dhacérselo saber es a través de smensajero. Le he dado un recado que npodrá ignorar. Ha sido rápido y limpio

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Le he arrojado la manta encima. Bajo ealgodón, he sentido sus garras arañandel vacío y sus colmillos en busca de m

carne. He palpado a ciegas hasta dar coel pescuezo. He puesto fin a su vida coun simple giro. El animal ha muerto siemitir un quejido. Sin tiempo que perdehe cogido un puñado de yesca y hbajado al establo. He embadurnado dbarro los pañuelos que encontré en e

valle y los he colocado sobre el tornocomo si fuera un altar. Solo espero qufuncione. Cuando Él acuda le propondrun intercambio: blanco por rojo, viej

por nuevo, maldad por bondad, el Norta cambio del Sur. Sé que aceptará. Yoo creé, le abrí las puertas de est

mundo. Es mi hijo. Me lo debe. Iria n

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volverá a inmiscuirse en nuestras vidas.Escribo en la biblioteca d

espaldas al fuego. Hace diez minuto

escuché un eco prolongado en ldistancia. Provenía del norte. Mpareció un relincho, después ubramido. Se aproximaba a todvelocidad remontando las lomas desgarrando la noche. Al pocoenmudeció. Después un chapote

pesado, como de pezuñas sobre maderase dejó sentir en varios puntos de lcasa. Primero fuera, bajo el pórtico dpiedra; después en la planta baja, junto

a cocina; por último en la bodega. Justahora los peldaños de la escalera crujebajo el peso de un cuerpo que se adivinnmenso. Me llega un hedor a gras

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animal y a efluvios de barro desde eotro lado de la puerta, que permanecentornada.

Veo el establo en llamas desde laventana. El motor de un coche ronroneno muy lejos. La puerta gime, se abrdespacio. Una forma imposible sdesliza dentro.

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Espinas ceñirán tufrente

Todo lo envuelve la niebla. No e

osible ver más allá de un palmo. Es evacío más puro. Una ausencia

igantesca colma el tiempo y eespacio. En su interior fluye la muerte

a intuición atrapa destellos de unnaturaleza sublime, inalcanzable

raña con uñas de plata el grillete qu

aprisiona la niebla. Perdido en lainieblas un atolón se alza sobre unocéano de aguas negras. Un círculo duz se derrama sobre él desde la

alturas. La oscuridad lo asedia si

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enetrarlo. Dorff sabe que debalcanzarlo aunque le cueste la vidaSolo allí estará a salvo. Pero el propio

orff se resiste a admitirlo: todo loque quiere es poner tierra de pomedio, desaparecer y marchitarse en e

ozo más profundo.En lugar de eso, se acomoda en e

asiento de madera y apoya la frentcontra el cristal. Abre los ojos a s

pesar, como quien abandona un largo placentero sueño. El traqueteo del treno le ha dejado dormir ni un minutdesde que partió. Su vista recorre co

desgana el paisaje agreste, repetitivo somnoliento. Por un instante el terrense eleva y sobre una loma divisa lsilueta escasa de una iglesia rematad

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por una cruz. Un viejo templo dmadera, tan común en aquella regiónpiensa. La locomotora silba. Asoman la

duras líneas de la estación. Lejos quedsu casa bañada por el sol y un jardín quno se marchita; la reluciente cuberteríde plata, los sombreros de vivopenachos de su madre y la misa de lodomingos; la pipa con boquilla de marfide su padre, las partidas de cartas baj

el almendro y los paseos a orillas derío. Quedan también, soterrados, lvergüenza y el miedo; el deseo de huir yal mismo tiempo, de confesar.

Dorff recuerda un texto grabado fuego en su memoria, releído mil veces:

«Mi único recurso estriba en huide quienes amo, en salvarles de m

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mismo. Como esos pobres tuberculosoque se niegan a besar a sus serequeridos».

Lo esgrime como un cuchillo contrsí mismo y se deleita en la heridabierta. Dorff no sabe aún que el odicontra todo es la primera pasión de ladolescencia.

Sebastian Dorff tenía catorce añocuando fue enviado a uno de lo

nternados más prestigiosos de BavieraEn Garmisch se formaban las futurapersonalidades del país, destinadas ocupar puestos clave en los círculos dpoder: políticos, banqueros, juecesdiplomáticos…

El internado era un solemn

edificio del siglo XVIII enclavado en e

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corazón de la campiña. Dorff lo vio poprimera vez desde el asiento del cochde caballos que lo recogió en l

estación. Era una sólida construcción dpiedra y vidrio, de contornorectilíneos, perfectamente delimitadosYa dentro, comprobó que las galeríaeran amplias y luminosas y los techos dgran altura. No tardó en sentirsarropado por aquella sensación de orde

  de rectitud que imperaba en el lugarTal fue así que olvidó pronto el marago del viaje.

 —¿Te gustaría saber lo que hay allíDorff se giró. A su lado había un

chico notablemente más alto que éOjos claros, ensortijados cabello

rubios y porte atlético. Destilaba vigo

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por los cuatro costados pero, al mismiempo, transmitía una sensación d

seguridad, de serena superioridad, que

ncomodaba a Dorff. La clase dgimnasia transcurría en un pequeñcampo a espaldas del edificio principalEl terreno, de no más de doscientometros cuadrados, limitaba con ufrondoso bosque que se extendía haciel norte. Dorff se había detenido

contemplar un caserón semiderruido quasomaba en lontananza, por encima das copas de los árboles. Al mirar a sunesperado interlocutor, reparó en l

cicatriz que le asomaba por debajo decuello de la camisa. El joven, que siduda advirtió este hecho, señaló edirección al viejo edificio y reiteró l

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pregunta: —¿Te gustaría? —¿A qué te refieres? —respondió

—. Está abandonado. No hay nada dparticular en él.

 —Te equivocas —replicó el otrocon la vista clavada en el horizonte—

o es más que un antiguo edificio dbaños. Pero no me habría acercado a tpara contarte algo tan obvio. Se trata d

algo más inusual. —Veo que te gusta hacerte enteresante.

 —Allí vive el Rey Blanco.

 —¿El «Rey Blanco»? —Al menos eso dicen. —¿Te burlas de mí? —Por supuesto que no. Lo qu

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cuentan sucedió hace cuatro años, doantes de que yo llegara aquí. Por lvisto, un estudiante secuestró a u

compañero de clase y lo tuvencadenado en aquellos baños sicomida ni bebida durante días. Diceque lo hizo por despecho, ya que el otro había rechazado cuando le declaró s

amor. Por más que lo castigara orturase, no consiguió hacerle cambia

sus sentimientos hacia él. Al finaldesesperado, le abrió el cráneo con umartillo y se suicidó arrojándose desdel tejado. El cadáver de la víctima nunc

fue encontrado. De noche puede oírse eruido de las cadenas al ser arrastradapor el pobre infeliz, al que bautizaronsin que nadie sepa muy bien el motivo

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el «Rey Blanco». —Todo eso suena a folletín barato

o me creo ni una sola palabra de lo

que acabas de contar. —¡Pues claro! Es solo una estúpid

eyenda local, pero apostaría a que tuganas de visitar aquel lugar se hamultiplicado, ¿no es así? Ya teavisaremos —dijo mientras echaba andar—. Mi nombre es Nauhaus.

 Nauhaus se alejó. Dorff lo siguicon la mirada. En el otro extremo decampo lo esperaba un grupo de alumnosAl acercarse, formaron un corro a s

alrededor. Todos escuchabanatentamente las palabras de aqueenigmático joven que se comportabcomo su líder natural. Mientras hablaba

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algunos volvían la cabeza hacia DorffTanto Nauhaus como sus compañeroestaban dos cursos por encima del suyo

Dorff se sentó frente al escritorio dsu dormitorio una vez concluidas laclases. Consideró que una semana era u

plazo más que suficiente para acumulaexperiencias, sensaciones e impulsodignos de ser relatados. Las cartas erael único vínculo con el mundo que habí

dejado atrás. Al volver los ojos dealma, se le presentaba, como en unfotografía, la estampa de sus padredesbordada por el verdor y la luz: eepítome del orden perfecto. Aquellmagen, que hasta entonces habí

permanecido enraizada en el núcleo d

su conciencia como un eje, era a la qu

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recurría en momentos de indefensión, dnseguridad y de miedo. Era su amulet  su refugio, su bálsamo y consuelo. S

el cielo se abriera aquella misma noch el mundo amenazase con derrumbarse

sus padres acudirían para rescatarlo da muerte. Aquel respaldo incondicionanmutable, le había reconfortado en tod

momento; sin embargo, sentía que ya ncontaba con él. Desde hacía algú

iempo tenía la certeza de que detrás da cristalina sonrisa de su madre y de lacálidas manos de su padre algo sagazapaba a la espera: entre la tetera d

porcelana inglesa y los floridoarrones, bajo la cómoda de cerezo de

estudio, confundido entre los volúmenede la biblioteca, bajo el papel pintad

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de las paredes... Era otra cosa, dnaturaleza esquiva, oscuracontaminante… Era algo que s

presentía pero que en ningún momentse dejaba ver y que mancillaba todcuanto rozaba con su aliento.

Frente a la cuartilla en blancoentendió que el mundo de los objetonmaculados había quedado muy atrás,

que los días en que la apariencia y l

naturaleza de las cosas se correspondíahabían llegado a su fin. De ahora eadelante no podría tener nada por ciertoa que todo se le presentaba cubiert

por un velo. Dorff era plenamentconsciente de que él era la principarazón de aquel cambio fatal. Supo qua no escribiría ninguna carta y s

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evantó. Abrió su maleta y levantó edoble fondo que él mismo había ideadoOculto en él había un libr

descuadernado. Las tapas y el lomo, ascomo la guarda y las sucesivas portadahabían sido arrancados con el fin de qufuera imposible adivinar el título o eautor. A simple vista no era más que unfajo amarillento de cuadernillos cosidoentre sí. Las páginas estaban repletas d

anotaciones escritas con letra menuda pulcra. Muchos párrafos habían sidsubrayados.

Se sentó al borde de la cama y ley

as primeras líneas a la luz de lámpara:

«¿Me atreveré a escribirlo? ¿Cuáserá la reacción de quien lea esta

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íneas? ¿Asco? ¿Burla? Me siento taplenamente consciente de la ignominide mi vicio que jamás tendré valor par

ranscribir su nombre sobre el papel».Cerró el libro y lo camufl

cuidadosamente en el fondo del arcóque había junto a la cama, bajo logruesos volúmenes de la GramáticAlemana y el Atlas de GeografíUniversal.

La puerta del dormitorio cedióDorff dormía profundamente. Un rochelado sobre la mejilla lo despertóTardó unos segundos en ubicarse ycuando lo hizo, se sobresaltó areconocer una figura junto a su camaUna mano le tapó rápidamente la boca.

 —No te alarmes. Nauhaus quier

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verte.En la penumbra identificó el rostr

del intruso: era uno de los que hacía

corro en el campo de ejercicios lmañana anterior, un chico bajito menudo. Sin encender la luz, palpó hastdar con la ropa y se vistió con manodubitativas mientras examinabmentalmente la situación: reunirse emitad de la noche, infringiendo varia

reglas de conducta, acarrearía graveconsecuencias si llegaba a descubrirse.Sin mucha convicción, ofreció u

conato de resistencia:

 —¿Es que no puede esperar hastmañana?

 —Él te lo explicará todo. No debepreocuparte. Por favor, apresúrate, no

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enemos toda la noche. No había luz en la galería

Tampoco en el rellano de la escalera

que bajó a tientas con pasos cortosdeslizando la mano sobre la balaustradde piedra. Los surcos irregularesdiversos en forma y profundidad, lproducían un incómodo hormigueo baja palma de la mano. Al final de lo

escalones le esperaba una corona d

cabezas. En el centro estaba NauhausTodos alzaron la vista hacia Dorff, quen seguida notó el peso sofocante daquellas miradas sobre su persona

auhaus lo agarró de la muñeca y lcondujo al hueco que había entre lescalera y la pared. Allí había una viejpuerta de madera cerrada con candado

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auhaus extrajo una llave de hierrforjado del bolsillo de su chaqueta entró con Dorff, seguido de los demás

La escasa luz fue devorada de súbitcuando la puerta se cerróPermanecieron en silenciocompletamente inmóviles, sumidos eaquella oscuridad. A pesar de que Dorfera capaz de sentir, o mejor dicho, dntuir, la presencia de otras personas e

a habitación, no escuchaba otrrespiración que la suya, que se elevabhacia el techo, entrecortada y ansiosaAlguien susurró su nombre. No parecí

una voz humana, sino más bien unestridencia metálica resonando en evacío. Una llama blanca ahuyentó lainieblas. La lámpara de aceite reveló u

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cuartucho estrecho y alto. El suelo doza retenía el frío y las parede

rezumaban humedad. Nauhaus estaba e

el centro, con la lámpara en la mano, escasos centímetros de Dorff. El restode cara a la pared, formaban un círculalrededor de ellos, de modo que solveía sus nucas.

 —Dorff, ayer no te conté toda lverdad. Me refiero a los baños y al Re

Blanco. —No es más que una leyendacomo tú mismo apuntaste. ¿Me haraído aquí en mitad de la noche par

decirme eso? Debes estar fuera de tucabales.

 —No se trata de eso en absolutoEfectivamente, en aquel lugar pas

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algo… —dudó antes de escoger lpalabra— anómalo, podría decirseQueremos que sepas en qué consist

exactamente, que llegues a conocerlo epersona. Debes entender que es usecreto muy valioso, mucho más de lque imaginas. No lo compartimos cocualquiera. Pero, para hacerlo, primerdebes formas parte de nuestra sociedad.

 —Todo lo que cuentas suen

bastante ridículo. No estoy seguro dentenderte, ¿qué es eso de la sociedad? —Es una sociedad secreta, mu

selecta, a la que solo unos pocos puede

acceder. Hemos estado deliberandodesde que llegaste. Hemos llegado a lconclusión de que serás un estupendmiembro. Estamos convencidos de qu

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ienes mucho que aportarnos y de qunosotros podemos hacer lo mismo por ti

 —¿Por qué debería interesarm

formar parte de vuestra sociedad? —Créeme, aunque ahora no l

entiendas, entrar en nuestro círculo srevelará con el tiempo como algo muprovechoso. Podemoayudarte…

 —¿Ayudarme? Sigo sin entender

Tanto misterio me aburre. Con vuestropermiso, vuelvo a mi dormitorio. Nada más girar sobre sus talone

en dirección a la puerta, Nauhaus l

puso la mano en el hombro y le dijo: —¿Acaso no quieres ver co

claridad de nuevo?Dorff contuvo la respiración

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auhaus se acercó aún más: —Eres incapaz de atravesar l

niebla y has olvidado cómo volver a l

sla, ¿no es cierto?Intranquilo, Dorff se revolvió. —No es bueno que cargues con t

culpa en silencio —añadió Nauhaus—osotros te enseñaremos a despejar tu

dudas. Es bien sencillo.Dorff relajó los hombros y co

ellos la guardia. Una mirada bastó parque Nauhaus entendiera que daba sconformidad.

 —Para entrar en la sociedad debe

pasar una serie de pruebas. Exactamentres. Se trata de ritos inofensivos per

que requieren un gran despliegue dcoraje y, sobre todo, de confianza en lo

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que a partir de hoy serán tus nuevohermanos. Celebraremos la primerprueba aquí y ahora.

 Nauhaus entregó la lámpara a unde los estudiantes, que sobresalía entros demás por su elevada estatura. S

había girado hacia ellos y permanecía epie con los ojos cerrados y el brazderecho extendido en alto. Nauhaus mira Dorff fijamente mientras deslizaba la

manos sobre la solapa de su chaquetaEste sintió el tacto suave y uniforme dos dedos a través de la tela

acariciando su piel, erizando su vello

Las manos treparon hasta el cuello y sdetuvieron en la garganta. Los dedocomenzaron a cerrarse. Dorff sintió unsuave presión sobre la nuez, y not

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cómo esta se retraía, incrustándosentamente bajo la piel. Lanzó un

mirada de espanto a Nauhaus, exigiend

una explicación, pero este siguiapretando con ritmo uniforme. Intentzafarse, pero Nauhaus le advirtió con lmirada, al tiempo que parecía decirle«Recuerda, has de confiar en mí, formparte de la prueba». Dorff desterrentonces cualquier idea de resistencia

se resignó y dejó su voluntad a lderiva. A medida que la presiónaumentaba, acusaba la falta de oxígenoLa llama de la lámpara decrecía y l

oscuridad ganaba terreno. Pronto, ebrazo que sostenía la lámpara y lámpara misma dejaron de existir

Envuelto en la más pura ausencia de luz

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flotaba el rostro de Nauhaus, separadde su cuerpo, enmarcado por sus rubiocabellos. Sus ojos parecían salirse de l

cara y proyectarse sobre él. Dorff losintió dentro de sí, abrasándole la frenteexprimiendo su cerebro. En ese precisnstante sus rodillas cedieron.

Recuperó la consciencia sobre efrío suelo de loza. La puerta decuartillo estaba entornada, de modo qu

una fina línea de claridad seccionaba loscuridad. Ya fuera, su mano tanteó enbusca de la textura rugosa de lbalaustrada. Volvió al dormitorio y se

metió en la cama sin desvestir.Dorff ocupó el asiento más apartad

del comedor durante el almuerzo. Comí

en silencio sin levantar la vista de

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plato. Tenía miedo de que alguiecruzara la mirada con él y adivinara encidente del cuartillo. En el centro de l

sala se sentaba el grupo de NauhausAquel sitio privilegiado parecípertenecerles por derecho natural. Solos integrantes de la sociedad s

sentaban en aquella mesa. Aún cuandoestaba vacía, el resto de alumnosncluidos los del último curso, l

evitaban; todos sabían a quiépertenecía.Desde hacía semanas vení

observando el comportamiento de

grupo en público. Tenía la impresión dque los alumnos rehuían el trato coellos. Cuando Nauhaus caminaba por lopasillos acompañado de sus consortes

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un halo protector, un cinturón repelentde cuerpos extraños, se desplegaba a salrededor. A su paso, todos interrumpía

sus respectivas conversaciones, sgiraban discretamente y fingían nverlos. Tras aquella falsa serenidad spercibía un estado de pánico latentesusceptible de estallar en cualquiemomento. Dorff ignoraba si aquecomportamiento se debía a un profund

respeto, casi reverencial, o a un miedcerval; probablemente era una mezcla dambos. En cualquier caso, era evidentque Nauhaus y los suyos disfrutaban d

privilegios tácitos. El hecho de que, ea férrea estructura social del internado

ellos ocuparan la cúspide, no dejaba dnquietarle.

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Al margen de la incuestionablfigura de Nauhaus, otros tres miembrodel grupo le seguían en jerarquía

Dannehl era lo más parecido a lsombra de aquel. Se le veía siempre a sado. Era de estatura corta

extremadamente delgado. Sus ojobrillaban con una rara inteligencia de lque era mejor mantenerse alejadoGöring era el polo opuesto: un gigante

el alumno más corpulento de la escuelcon diferencia. Era silencioso reservado hasta el punto de que nrecordaba haber oído nunca su voz. A

pesar de eso, los que le rodeabaacataban sus escuetas órdenes sirechistar. Por su parte, Lehmann erapuesto y elegante. Dorff lo habí

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apodado el «encantador de serpientesporque era imposible negarse a ningunde sus peticiones una vez qu

desplegaba sus habilidades de oradorFue este último quien se levantó de lmesa y cruzó el comedor hasta dondestaba Dorff.

 —Te hemos reservado un asientoo empezaremos hasta que te unas

nosotros. Vamos, sería de mala

educación hacernos esperar, ¿no estáde acuerdo?Dorff no respondió. Ni siquier

uvo el valor de mirarlo a la cara. En s

nterior la ira se mezclaba con lconfusión. Lehmann permaneció en piunos segundos, esperando una respuestaHubo un pronunciado silencio al otr

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ado del comedor. Siguió un levmurmullo de agitación y el estrépito das sillas al ser arrastradas. Nauhaus s

puso en pie y se dirigió hacia la mesa dDorff seguido de los demás. Ocuparoos asientos a su alrededor sin hacer e

menor ruido, poniendo en ello el mayocuidado posible.

 —«Tres noches pasé colgado deárbol bajo la nieve. Costóme un ojo

ambién la vida, ganéme fortaleza sabiduría». ¿La conoces? —preguntauhaus—.

Dorff callaba.

 —Es una vieja canción germana —prosiguió—. Wagner la cita en uno desus ensayos más recientes. Está en lcierto cuando dice que debemos apela

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al pasado para recuperar el verdadersentido de la vida y del arte. Vivimos eiempos sometidos por los mecanismo

de la lógica. Hemos descartado lntuición como vía de conocimiento

cuando en realidad es la únicverdadera.

 Nauhaus hizo una pausa. Agachó lcabeza y posó la mirada en la mesaPensativo, tamborileó suavemente co

os dedos sobre la superficie de maderaAl cabo de unos segundos se detuvo cobrusquedad y dijo, sin alzar la miradaen un tono sereno, inquisitivo :

 —Se me ocurre que estáconvencido de que lo que ocurrió la otrnoche fue una agresión en toda reglaque te tendimos una trampa y no

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aprovechamos de nuestra superioridapara abusar de ti y reírnos a tu costa, que tal vez por eso no depones tu actitu

 nos niegas el saludo desde hace días.Dorff no contestó. —Entiendo —continuó Nauhaus

ras lo cual respiró hondo y miró a salrededor—. Decidme, ¿cómo podemoconvencer a nuestro desconfiado amigde que no fue algo personal, sino u

rámite indispensable para formar partde la sociedad? ¿Cómo le haremoentender que nuestras acciones y las questán por venir no persiguen otra cos

que su bien? Nauhaus alargó la mano y levant

a barbilla de Dorff hasta que sumiradas se encontraron.

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 —Dorff, debes confiar en nosotroal y como hiciste anoche al dejar t

vida en nuestras manos. Al tiempo lo

entenderás, y entonces estarás preparadpara conocer al Maestro.

Aquellas últimas palabradespertaron la curiosidad en Dorff, quse vio delatado por la expresión de srostro.

 —Ajá, veo que al fin tengo t

atención. Todos hemos atravesado emismo camino antes que tú y sabemos lduro que resulta, pero créenos, mereca pena. Es la única forma de sacudirt

ese peso que te abruma y que te no tdeja dormir, el mismo que te impidcoger la pluma para escribirle unsencilla carta a tus padres.

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Dorff abrió los ojos de par en parauhaus alargó los brazos por encim

de la mesa y tomó delicadamente su

manos. De uno en uno, los demácolocaron las suyas encima, hastformar una corona de brazosSobresaliendo bajo las mangas de louniformes, Dorff distinguió variacicatrices a la altura de las muñecas.

Una tarde encontró un fardo envuelt

en un pañuelo rojo sobre su cama. Shabía entretenido unos minutos en lbiblioteca después de la última lecciónasí que supuso que alguien habíaprovechado la ocasión para dejarlo allsin ser visto. Deshizo el nudo comprobó el contenido. Era una viej

edición de los Eddas. En la portad

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aparecía Odín el tuerto caracterizadcomo un vagabundo de barbas plateadaunto al manantial de Mimir. Era una d

esas estampas típicamente románticaque tanto detestaba. Había anotacioneen casi todas las páginas. Era evidentque el libro había pasado por muchamanos antes de llegar a las suyas. Useparador de terciopelo lo condujo hastel siguiente poema:

Sé que colguéEn un árbol mecido por el viento Nueve largas noches,Herido con una lanzaY dedicado a Odín,Yo ofrecido a mí mismo,En aquel árbol del cual nadie

Conoce el origen de sus raíces.

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 No me dieron pan, Ni de beber de un cuerno,

Miré hacia lo hondo,Tomé las runas,Las tomé entre gritos,Luego me desplomé a la tierra.

Recordó la conversación sobrWagner en el comedor. Con todo, egesto le pareció tan enigmático com

estéril. ¿Qué intentaba decirle Nauhaus?Durante la clase de religión eprofesor leyó en voz alta los siguienteversículos: «Lávame más y más de m

maldad / Y límpiame de mi pecado./ Heaquí, en maldad he sido formado / Y hehecho lo malo delante de tus ojos».

Al escucharlos Dorff sintió como s

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una mano trasteara en sus entrañas hastdar con el estómago. Allí pellizcó corabia e hizo que se retorciera de dolo

en el pupitre. Empapado en sudor fríopálido, esperó que el profesor terminara lectura y pidió permiso para salir. Ya

en los aseos, se arrodilló y vomitó.Aquella noche intentó escribir d

nuevo. La correspondencia samontonaba en el cajón. No había tenid

hasta el momento el aplomo necesaripara abrir aquellas cartas. Imaginaba eellas la voz clara de su madre y lpenetrante mirada de su padre. Lo

remordimientos se enroscaban en sestómago, previniéndole contra econtenido de aquellas páginas. Nobstante, era consciente de que debí

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escribir una respuesta, por breve questa fuera, porque de lo contrario lnquietud habría cundido en sus padres

así que se limitó a tomar la pluma redactó un par de cuartillas llenas dexpresiones comunes y reflexiones de lmás insulsas, en las que fingía scomplacencia y contento con la vida eel internado. Expresaba su deseo dverlos pronto —y en ello era totalment

sincero—, aunque dudó si escribir estúltimo ante la perspectiva de recibir unvisita por sorpresa de sus padres. Lsola idea le aterraba, no sólo por temo

a que descubrieran todo lo que pasabpor su cabeza, sino porque además tenía convicción de que la virtud de la qu

eran portadores podía verse mancillad

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de alguna forma imprevisible y extrañpor la oscuridad que anidaba entraquellos muros.

Cerró la carta con un par de frasecargadas de fingido afecto y e intentdormir; sin embargo fue incapaz: scarga seguía ahí, hasta el último gramo.

Bien entrada la noche seguía siconciliar el sueño. Se giró sobre ecolchón y abrió los ojos. Había un

sombra junto a la cama. Permanecínmóvil, como una sólida aparición

Dorff se sobresaltó. —No te asustes —le dijo Danneh

—. Vístete. Te esperan fuera. —¿Se trata de otra prueba? ¿Vais

meterme de nuevo…?

 —Esta vez será distinto.

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 —¿De qué se trata entonces? —No puedo decirte más. Rápido

afuera se impacientan.

Lo condujo a través de las galeríaspor angostos pasillos y largocorredores cuya existencia desconocíaAl final dieron con una puerta camufladque accedía al exterior, concretamental campo de ejercicios. Nauhaus y lodemás esperaban. Nada más verl

echaron a andar en dirección al bosqueSe adentraron en la espesura caminaron durante una hora en completsilencio. Por fin alcanzaron un claro e

el que se alzaba un gran árbol negroSituaron a Dorff frente al tronco formaron un corro a su alrededor

auhaus entró en el círculo.

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 —¿Recuerdas la vieja canción da que te hablé el otro día?

Los demás repitieron en voz alta:

«Tres noches pasé colgado,Del árbol bajo la nieve.Costóme un ojo y también la vida,Ganéme fortaleza y sabiduría».Göring le quitó la chaqueta

Lehmann llevaba una estructura dalambres soldados, similar a una percha

a la que se había dotado de tiraelásticas. Nauhaus la cogió y le hizpasar a Dorff los brazos a través de lagomas, de modo que se acomodaran a s

cuerpo y los alambres sobresalieran poencima de los hombros en forma dhorquilla. Después pasaron el extremde una soga por la rama más baja, qu

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estaba a unos cinco metros del suelo. Eotro extremo terminaba en un nudcorredizo.

 —No entiendo… ¿qué juego eeste? —musitó Dorff visiblementnervioso.

 —No es ningún juego. Esta es lsegunda prueba. La soga se ata a estestructura que llevas ajustada al cuerpoSe trata de un falso ahorcamiento. No e

más que un simulacro. Te vendaremoos ojos y te colgaremos durante unahoras. Antes del amanecer alguievendrá a descolgarte. Eso es todo.

Dorff miró a Nauhaus codesconfianza. Después se volvióEstudió cuidadosamente cada uno daquellos rostros en busca del má

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mínimo resquicio que los delatara, perno lo halló. Permanecían todos serenossosegados, en la más absoluta calma

Por más que la azuzó, su voluntad no lofreció ningún motivo de peso parnegarse.

 —Vamos, el Maestro te espera.Tal y como Nauhaus le habí

explicado, le vendaron los ojosanudaron la soga a la percha y l

pusieron de nuevo la chaqueta. Dorfnotó la tensión de la soga sobre scabeza. Una fuerza invisible tiró de éhacia arriba. Primero levemente de lo

hombros, después reciamente, pocentuplicado. Envuelto en la oscuridadsu cuerpo se elevó. Notó cómo sus pieperdían contacto con el suelo. Ascendió

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durante un tiempo que fue incapaz dcalcular hasta que la soga se paró eseco. A continuación le llegó el rumo

de unas pisadas sobre la hojarascretirándose. Aquello le extrañó: a pesade que no menos de diez personas lhabían acompañado hasta el bosque, lopasos que escuchaba correspondían una sola.

Finalmente quedó a solas en e

corazón del bosque, suspendido entre ecielo y la tierra.

El día siguiente transcurrió como uobjeto envuelto en la niebla. Unpresencia que se presentía pero que nera del todo cierta y que amenazaba codisiparse con la primera bocanada d

aire frío del amanecer. Todo flotaba a s

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alrededor cubierto por un levísimo velde irrealidad. Para Dorff, era como snunca hubiera vivido aquel día.

Aquella noche escribió lo siguienten su diario:

«Floto en el vacío. He siddesposeído de mi cuerpo. No existen ladirecciones. Simplemente cuelgo y notque mi cuerpo se expande. Nada me edado a conocer. No puedo ver, ni tocar

ni escuchar y, sin embargo, sé que eespacio a mi alrededor está lleno dpresencias. Basta con alargar el brazoEs un segundo espacio que gravit

alrededor del que veo a diario bajo ldudosa luz del día. Lo imita como unsombra proyectada pero es mucho máprofundo y no parece tener límites. N

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puedo decir hasta dónde se extiendesolo que es inagotable. Creo que nuncpodré penetrarlo a pie. Debe hacerse d

otra forma, prescindiendo de los mapa de los caminos trazados. Puede que ravés de la vigilia o del mismo sueñontuyo que es un paisaje que pocos ha

vislumbrado y menos aún recorridoDudo que mis padres fueran capaces dentender todo esto».

El domingo se levantó soleado. Ecalor aplastaba las piedras y hacía demundo un lugar endurecido y áspero. Egrupo decidió pasar la mañana junto un lago cercano al internado. NauhausDorff y los demás acamparon junto a lorilla y se desvistieron para bañarse

Dorff observó con disimulo la

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cicatrices que decoraban los cuerpos dos chicos. A las que ya había visto en e

cuello de Nauhaus y en las muñecas d

algunos de ellos se añadieron otras dformas y localizaciones variadas: en lespalda, en la cara interna de lomuslos, en el abdomen… No obstantehabía entre ellos un cuerpo inmaculadoibre de marcas.

Disfrutaron del baño hasta e

mediodía. Después tomaron un bocadigero. Uno de los chicos jugaba con uextraño insecto en su mano.

 —  Phasmatodea Leptynia  —dij

Dannehl. —Ese es un nombre falso —

replicó Lehmann. —Es el nombre que aparece en lo

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manuales, ¿cómo podría ser falso? —continuó Dannehl.

 —Es solo una taxonomía. Quien l

creó estaba convencido de que el mundobedece a unas leyes mecánicas ocultaque no pueden ser transgredidas. Se noobliga a creer en algo que no existe, ¿nes así? —expuso Lehmann.

 —Pero el conocimiento debe seordenado de alguna madera —terci

Dorff—. Es como una caja dherramientas. Necesitamos saber dóndestá colocada cada una de ellas parenerla a mano cuando la necesitemos.

 —Dorff, ¿has olvidado ya lo qupasó el otro día? —intervino Nauhau—. Colgado allí durante horas, ¿qué fuo que sentiste? Sabemos lo que viste

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Por «ver», no me refiero a los ojos deentendimiento, sino de la intuición¿Crees que habrías percibido es

«segundo espacio» en circunstancianormales? Por supuesto que no. Fue lntuición la que te permitió hacerlo. Lntuición es una forma de conocimient

mucho más profunda que la razónalcanza simas de verdad que aquelldesconoce. Vivimos en la necesidad d

racionalizarlo todo. ¿Acaso puede lrazón dar cuenta de la silenciosa viddel polvo? Claro que no, porque lamotas de polvo viven en la sombra

mientras la razón es la luz que desbaratsu baile sobre los rayos de sol.

De una cesta de mimbre Görinsacó un pequeño bulto envuelto en u

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pañuelo rojo. El bulto se estiró sobre lhierba y la cabecita de un gato asomentre los pliegues. Nauhaus lo acunó e

su regazo y lo acarició mientrahablaba:

 —Tu primer impulso al ver estanimal indefenso es acurrucarloprotegerlo a toda costa de la crueldadel mundo. Una vez bajo tu protecciónentiendes que esta criatura se encuentr

a tu merced y que nada ni nadie puedmpedir que hagas con ella lo que tplazca, cualquier cosa que se te pase poa cabeza por terrible que sea. Un

hilera de imágenes violentas cruzan eese momento tu mente, y tu impulso eaplastar a este ser débil simplementporque puedes. Intuyes el resultado, y e

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en ese punto donde te frenas. Pruebas experimentar la culpabilidad posteriormaginas mil situaciones en las que lo

remordimientos te invaden, y he aquque te detienes. Pero el Maestro dice«El que se detiene no cruza la niebla. Lque ahora ves es solo la punta de unflor que aún no se ha abierto. Cuando lhaga contemplarás un verdadero milagrque nadie excepto tú entenderá. No ha

margen para el remordimiento. Lacción es la única respuesta». Nauhaus hizo una pausa par

examinar al gato y continuó:

 —Nuestro emperador Federico II«el breve» es como este animalitopequeño y débil. El viejo Bismarck lestrangularía con sus propias manos s

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pudiera, pero no le queda más remedique esperar a que el cáncer haga erabajo sucio por él. El futuro de nuestr

patria no es muy halagüeño. El próximen la línea de sucesión es su hijGuillermo, un completo inepto, comodo el mundo sabe. Estamos en mano

de incompetentes. Hay que darles lespalda y volver a nuestras raícesdebemos jurar fidelidad a la tierra

Sometiéndonos al pensamiento racionanegamos nuestro glorioso pasado. Dim—dijo señalando hacia el horizonte—¿qué ves allí?

 —Aquellos son los Alpes —respondió Dorff.

 —¿Ves la montaña que despuntentre las demás?

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 —El Zugspitze. —Exacto. De entre todos él es e

más alto. Pues bien, nosotros somos e

Zugspitze. No nos cuestionamos cómhemos llegado allí o por qué destacamoentre los demás. Simplemente estamos actuamos de acuerdo con nuestrnaturaleza; sin dudar, sin segundopensamientos, sin remordimientos. Nodejamos llevar por el latido de nuestr

nstinto. Dorff, para salvarnos y salvar os que amamos debemos ser durosnamovibles, inconmovibles y,

menudo, crueles. Recuerda el dicho

«hay que estar acostumbrado a vivir eas montañas».

 Nauhaus tomó al animal en sumanos, ahuecadas en forma de cáliz, y s

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o ofreció a Dorff: —Dorff, sé el Zugspitze, actú

como tal.

Los demás se pusieron en pie repitieron al unísono, con vocecrecientes:

 —¡Actúa! —«Tres noches pasé colgado…» —¡Actúa! —«De un árbol bajo la nieve».

 —¡Actúa! —«Costóme un ojo y también lvida…»

 —¡Actúa!

 —«Ganéme fortaleza…»Dorff retrocedió a gatas sobre l

hierba, agarró su ropa y huyó.Tardó unas horas en recuperarse d

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a impresión. Por más que pensara en locurrido no llegaba a ningunconclusión satisfactoria. Verse en aque

callejón sin salida lo inquietaba y lenfurecía. Se sentía impotente, presa dedesasosiego, muy lejos de la calma.

Al caer la tarde rescató el libro defondo del arcón y se recostó en la campara leer el siguiente párrafo:

«Me pregunto si mi padre, cuand

era niño, conoció la escuela bajo emismo ángulo que a mí me está sienddado a conocer. Quisiera saber snuestras costumbres se han corrompid

an rápidamente, o si ya arrancabadesde su generación. Porque si ellos yhabían conocido el estado de cosas qume tocó conocer, entonces fuero

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erriblemente culpables, y mcorresponde a mí, a quien ellocondenarían si supieran de mi secreto

de mi vergüenza, el derecho de pedirlecuentas».

Dorff fue raptado aquella mism

noche. Los golpes llovieron sobre scuerpo mientras dormía, y aquello ldejó escaso margen de reacción. Lamordazaron y le ataron las manos a l

espalda. Con paso rápido cruzaron ebosque hasta los baños abandonados. Aacercarse, Dorff comprobó que una cruremataba el tejado. Comprendió anstante que había sido aquel edificio

no una iglesia medieval lo que habídivisado desde el tren el día de s

legada.

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Cuatro pilares de maderorientados hacia los puntos cardinales unidos entre sí por una caden

delimitaban el recinto. Una cruz circulade madera hecha de ramas destacaba ea entrada. Sobre el dintel del portón

escrito en gruesas letras blancas, podíeerse «Ultima Thule». Por dentro l

construcción era de madera con soleríde piedra. Los tabiques habían sid

derrumbados en su mayoría, de modque el interior consistía en una únicgran sala.

Se detuvieron en el centro y l

desataron. Nauhaus le quitó la mordaza. —¡Qué significa esto! —Tú mismo dijiste que quería

saber lo que pasa aquí, ¿recuerdas? —

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respondió Nauhaus. —¡Os advierto que…! —Espera... A pesar de que aye

fallaste en tu última prueba, hemodecidido traerte aquí. El Maestro quierverte.

 —¡Estoy harto de vuestros juegosde vuestras burlas y mentiras!

Justo en ese momento un estrépitde hierros se dejó oír en un extremo d

a sala. Dorff se giró exigiendo unrespuesta.Todos enmudecieron.Dorff se dirigió al lugar de dond

procedían los ruidos. Al acercarspercibió el roce de unas cadenas a radel suelo. Vio un bulto de proporcioneconsiderables deslizarse entre la

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sombras. Se detuvo y giró la cabezaauhaus y los demás lo observaba

mpasibles en la distancia. Se volvi

hacia aquella silueta desdibujadaamorfa, que quedaba ya a escasometros de él. Las cadenas se agitaron dnuevo. Un cuerpo diminuto y pálidomoteado de puntos negros, emergió de loscuridad. Dorff tardó unos segundos ereconocer una mano. Era de un blanc

enfermizo y terminaba en unas uñaargas y blandas, roídas por la suciedadLa luz reveló una finísima muñecseguida de un brazo fantasmagórico

Siguió la otra extremidad y después erostro: una sucia bestia pasmada con esemblante de un niño. En sus ojoanidaban la estupidez y el miedo

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Costras y heridas tatuaban lransparencia de su piel desnuda

surcada por finísimas venas azulada

que culebreaban por todo su cuerpo. Arespirar, los afilados ángulos de su cajorácica emergían lentamente, como s

una jaula de huesos incrustada en epecho estuviera a punto de desgarrarla piel.

 —¡He aquí al Maestro! —

proclamó Dannehl a voz en grito con unridícula reverencia, como si anunciara presencia de un rey.

Los demás estallaron en un

algarabía de cánticos, gritos acrobacias. Bailaron en círculos a la paque producían una música estridente coflautas de madera y pequeños tambores.

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 —Es inofensivo —señaló Nauhau—. Probablemente se ha escapado dunos de esos orfanatos que tant

proliferan en la región o de algúcorreccional. No hemos conseguidaveriguarlo. Tampoco él ha podidoaclararnos gran cosa porque es incapade decir ni una sola palabra, es mudoPor otro lado, dudo mucho que nadieche en falta a este infeliz; en vista de l

cual, en un gesto sin precedentes dgenerosidad por nuestra parte, hemodecidido adoptarlo. Es nuestro. Nopertenece.

 —¿Con qué derecho lo retenéiaquí?

 —¿Retener? Nosotros nretenemos a nadie.

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 —¿Pretendes que crea que…? —Así es, está aquí por su propi

voluntad. Observa.

Liberaron al Maestro de sucadenas y este se puso en pie codificultad. Se movía penosamente, cocierto aire de autómata. Parecía ejecutaun proceso antiguo, aprehendidonteriorizado y repetido hasta l

saciedad. Caminó hasta detenerse sobr

una manta que habían desplegado ecentro de la sala. Abrieron una botellde vino, repartieron vasos de acero y ssentaron frente al Maestro, listos par

presenciar el espectáculo. Dorff nentendía. Dannehl se levantó, se quitó lchaqueta y se arremangó la camisa. Actoseguido agarró una vara de abedul

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comenzó a descargar golpes a cual máduro y potente sobre la espalda deMaestro, que no tardó en sangrar. Lejo

de intentar librarse de los azotes, este sarrodilló y arqueó la espalda, dejandas costillas en relieve para qu

disfrutara la fusta de una mayosuperficie sobre la que morder. Lonúmeros se sucedieron: breves ntensos, lánguidos e interminables. Po

aquel guiñol de tortura pasaron todos cada uno de ellos con su propirepresentación. Hubo juegos con orina heces, estrangulamientos con manos

soga, actuaciones con cera derretida ncluso contacto carnal. A todos ellos se

sometió sin emitir un lamento aquemaniquí de carne. Todo lo presenció

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Dorff entre el temor y el asombrodesposeído de cualquier sentido consecuencia de realidad.

Cuando se sentó frente a la cuartillen blanco aquella tarde sabíexactamente lo que iba a escribir. Lohizo sin dudar, manejando la pluma cofluidez y serenidad. Redactó punto popunto todo lo que había ocurrido desdsu llegada a Garmisch. No se ahorró n

una sola de las impresiones que habíacumulado hasta el momento. Describiminuciosamente el incidente de lobaños. Cuando puso el punto y fina

continuó escribiendo mentalmenteHabía omitido aquello que no habípodido o querido plasmar en el papelSe dejó llevar por el flujo de su

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pensamientos y recreó el escenario ideaen el que los exponía con soltura y sireservas. Se imaginó sentado con su

padres en el jardín al mediodía, todeñido de un blanco cegador. Le

confesaba que no podía enviarleaquella carta por el mismo motivo quampoco podía contarle a nadie lo qu

estaba sucediendo. Era realmente difíciexplicar cómo se había visto envuelto e

aquel desagradable asunto. Puede que ne creyeran o que le señalasen también él como uno de los culpables. Lo ciertes que no se sentía investido de l

autoridad moral suficiente como pardenunciarlo. Ante los ojos de loprofesores, del director y, sobre todode sus padres, se sentía sucio

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manchado, indigno de ser portador de lverdad. Había decidido solucionar lacosas de otro modo, y para hacerlo no l

quedaba más remedio que guardasilencio durante un tiempo con gradolor. Habría deseado alzar la voz contar al mundo lo que estabocurriendo, pero en beneficio del éxitde su plan elegió cargar con aquepesado secreto hasta que todo s

resolviera, a pesar de que la culpa ldevoraba por dentro.Como tantas otras veces acudió a

ibro en busca de consuelo

autocompasión:«¿Es posible que los niños, todo

nuestros niños, al llegar a la pubertaden la edad en que se despiertan en ello

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fuerzas de una violencia y de un valonimaginables, capaces de hacer de ello

monstruos o santos, sean abandonado

untos en sus tinieblas, en su curiosidaangustiada, reducidos a ilustrarse entrsí, a confrontar sus conocimientoembrionarios, sus experiencias, a buscaa tientas, a ciegas, penosamentesuciamente, cruelmente, la luz de lverdad?»

La frecuencia de las visitas a lobaños variaba. Se sucedían varianoches, del mismo modo que sespaciaban días o incluso semanasDorff nunca sabía de antemano cuándsería la próxima. A veces le pasabanuna nota durante una lección, otras se l

acercaba alguien por la espalda en lo

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pasillos y le susurraba al oído; lanzabaguijarros contra el cristal de su ventanen mitad de la noche o entraban en s

habitación mientras dormía.Las escenas que ya contemplara e

su primera visita se repitieron con piconesperados de violencia en los qu

nunca tomó parte activa. La excitacióponía a prueba la creatividad de loorturadores, que diseñaba

espectáculos cada vez más siniestros desbocados sin otro freno que su propimaginación. A menudo se desafiaban

entre sí para ver quién era capaz d

concebir el martirio más refinado, máaudaz o más delirante. Aquellacompeticiones se prolongaban duranthoras sin que el Maestro emitiera má

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gemidos que los estrictamentnecesarios para mantener la excitacióen alza.

Al contemplar aquellos cuadros dabuso y terror, Dorff se preguntaba poqué aquella pobre bestia no hacía emínimo intento de huir. Supuso questaba tan aterrorizado y superado por emiedo que le resultaba imposible. Dorfasistía a todo aquello con ciert

desagrado, aunque no en la proporcióque hubiera deseado. Este hecho lsorprendió y le incomodó al mismiempo, porque evidenciaba que habí

una parte de sí mismo que desconocíaRechazaba de pleno todas aquellaprácticas, pero se debía más a uautomatismo moral que a un

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repugnancia instintiva, innata, similar a que se produce cuando un olo

desagradable penetra de repente po

nuestras fosas nasales y nos provocarcadas. Dorff despreciaba aquella idea

o dejaba de pensar en el episodio degato. Le preocupaba sobremanera quuna cierta indiferencia, o tal vez serímás preciso decir indolencia, se hubierapoderado de su alma hasta el punto d

que le hiciera insensible a laemociones más básicas y elementalescomo por ejemplo el dolor ajeno.

 —Todo esto empieza a aburrirm

—fingió en una ocasión—. ¿En quconsiste la sociedad, en torturar a uncriatura indefensa?

 —Aún queda un último paso —

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apuntó Nauhaus—. Pero ya tendráiempo de verlo por ti mismo. Disfrut

del momento.

Dorff no terminó de entendeaquellas palabras. Tal vez por eso pensque Nauhaus se refería a lo que ocurridías más tarde. Los chicos prepararouna cacería en la que el Maestro sería lpresa. Al amanecer lo condujeron fuerde los baños, maniatado y con los ojo

vendados, hasta el mismo árbol dondmeses atrás habían colgado a Dorff. Allo liberaron, le dieron treinta minutos d

ventaja y se distribuyeron en pareja

para cazarlo. Fue Dorff quien lencontró cuando caía la tardeacurrucado sobre sí mismo en laentrañas de una zarza. La piel lechos

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del Maestro lanzaba destellos a travédel follaje. La sangre y los arañazocubrían su cuerpo. Dorff vio el miedo

a súplica en aquellos ojos enmarcadopor las espinas. Pensó en dejarlo ir, efingir que no lo había visto, pero justcuando se giró para alejarse, Göringque era su compañero de cacería, hundiel brazo en el arbusto y arrastró aMaestro hacia afuera con violencia

provocándole cortes y desgarros.De este modo concluyó el episodide la cacería. Dorff se lamentó de nhaber podido resolverlo de una mejo

manera. Más que nunca, deseaba qulegara su oportunidad de redimirse.

El siguiente fin de semana enternado quedó prácticamente desierto

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El lunes y el martes eran festivos, asque la mayoría de los estudiantes habíaaprovechado para pasar unos días co

sus respectivas familias. Dorff escribia casa aludiendo motivos de estudiopara no viajar, y prometió no faltar lpróxima ocasión.

El lugar quedó muerto: los pasilloenmudecidos, el campo de ejercicioabandonado, el comedor vacío…Tal

como había previsto, Nauhaus y el restse habían marchado, lo que le dejaba víibre para actuar.

La noche del sábado salió sin se

visto y se dirigió a los baños. Encontral Maestro hecho un ovillo en un rincónPor primera vez, Dorff se admiró de sdesnudez. Su piel refulgía bajo la lun

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como una llama blanca. Ni las heridas nas cicatrices ocultaban el hecho de qu

en otro tiempo aquel había sido u

cuerpo hermoso, dotado de una suavpiel y delicados miembros, de uncualidad casi femenina. Lcontemplación de aquella bellezmaltrecha avivó algo en su interior. Uescalofrío recorrió su espalda y articuluna extraña sensación dentro de é

Sentía su cuerpo más ligero que nuncaacariciado por unos dedos largos afilados.

 Nada más verlo, el Maestro s

puso en pie y se dirigió al centro de lsala a la espera de su ración habitual ddolor.

 —No he venido a…

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Dorff se acercó y trató de hacerlentender.

 —Siéntate.

Lo asió de los hombros codelicadeza y lo sentó. Después sacó upequeño martillo y un cincel del bolsillde la chaqueta y los aplicó al grilletque le apresaba el tobillo. El Maestrno se inmutó. Observó la operación siel menor signo de alarma. Cuando al fi

consiguió quitarle el grillete lo ayudó evantarse. Lo cogió de la mano y lcondujo hasta la salida, pero al llegar aumbral el Maestro se negó a avanzar.

 —Nauhaus y los demás nvolverán hasta dentro de unos díasToma —dijo alargándole un hatillo—aquí tienes comida. También te he traído

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esta manta. Es un poco vieja pero tabrigará. Ahí fuera las noches son frías.

El Maestro posó la mirada atónit

sobre aquellos obsequios. —Es todo lo que puedo hacer po

i, ¿entiendes? Ahora debes irte.Ante su alarmante pasividad, Dorf

o agarró del brazo y lo arrastró máallá del umbral, pero el otro, lejos dhuir, tiró hacia dentro. Dorff reaccionó

o sujetó con violencia. El Maestrovisiblemente asustado, contrarrestó cootro movimiento brusco; consiguizafarse y huyó hacia el rincón má

alejado de la sala. Dorff no se dio povencido. Volvió sobre sus pasos confuerzas redobladas y lo persiguió hastacorralarlo en una esquina.

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 —¿No lo entiendes? —le gritentre aspavientos—. ¡No quiero hacertdaño, hago esto por tu bien!

Visiblemente aterrado, al borde delanto, el Maestro emitía gemido

guturales y se apretaba contra la paredcomo si quisiera fundirse con ella desaparecer.

 —¡Te estoy liberando de tsufrimiento! Huye de aquí. Cuando ello

vuelvan será demasiado tarde. ¡Nhabrá otra oportunidad!Dorff se abalanzó sobre é

dispuesto a sacarlo a rastras. El Maestr

saltó como un felino y lo derribó, perDorff logró atraparlo antes de quhuyera de nuevo. Fuera la angustia o emiedo lo que se apoderó de aquell

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criatura, se revolvió y lanzó a ldesesperada una batería de puñetazos arañazos sobre el rostro de Dorff. L

sangre no tardó en brotar de sus mejilladespellejadas. No veía más allá daquellas uñas enrojecidas cayendo comcuchillas sobre él, lacerando cadmilímetro de su piel. Por encima dellas refulgían como ascuas los ojos da bestia. Por instinto, Dorff alargó l

mano izquierda mientras se protegía coa derecha. Alcanzó algo duro y loestrelló contra la sien del Maestro. Poun momento Dorff se contuvo

visiblemente aturdido, pero no tardó ereanudar el golpeo. No reparaba ya enada de lo que hacía, no buscaba otrcosa que terminar con aquella situació

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cuanto antes. Descargó un segundgolpe. El Maestro cayó al suelbocarriba con los ojos abiertos de pa

en par, arañando mecánicamente el aireDorff sintió que el calor se apoderabde él y que nada podía aliviarloReanudó con furia su ataque hasta qudejó de sentir las manos.

Tardó unos segundos en volver esí. Cuando lo hizo vagó sin rumbo por l

sala con el martillo en la mano. Poodas partes miraba sin ver y oía siescuchar. Estaba muy lejos de allí, máallá de aquellas paredes. Unas escalera

orcidas y estrechas lo condujeron hastel tejado. Desde arriba, encaramado a lcruz, observó la cadena que rodeaba eedificio, la cruz circular de la entrada y

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despuntando por encima del frondosdosel del bosque, el torreón qucoronaba Garmisch. Donde ya n

alcanzaba la vista intuyó los raíles deferrocarril, que pronto bañarían laprimeras luces, y los imaginproyectándose hacia el infinito.

Cerró los ojos para retener aquellúltima imagen. Dejó resbalar el martilloseguido de su cuerpo.

Abrió los ojos. No veía nada máallá de un palmo. Pasados unosegundos reconoció el entramado deecho de los baños. Su espalda y s

cabeza descansaban sobre una superficiblanda. Una manta lo cubría de cinturpara abajo. En su campo de visió

penetró un rostro y después otro y aú

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otro más. En uno de ellos reconoció auhaus. Aún no era dueño de s

cuerpo. Notaba que había algo diferent

en su interior aunque no sabía precisaqué era. Algo le arañaba dentro depecho. Veía aquellos labios moversepero no entendía nada de lo que decíanPara sus oídos, no emitían más quzumbidos sordos. Varias manos sedeslizaron bajo su cuello y elevaro

entamente su torso hasta que formó uángulo recto con las piernas. Dos líneaparalelas de puntos luminosos sproyectaban frente a él hasta un

distancia que le pareció irreal. Aentornar los ojos vio que se trataba ddos hileras de velas encendidas. A sualrededor se agitaban Nauhaus y lo

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demás. Dorff percibía sus movimientoextremadamente pesados, como sestuvieran sumergidos bajo el agua

Alguien lo llamó por su nombre«Sebastian». Aquella voz parecía salidel fondo de la tierra. «Levántate»añadió. Dorff se incorporó sin esfuerzoUna figura menuda y blanca se adivinaballá donde confluían las llamasMientras caminaba hacia ella notó un

fuente de calor extremo vibrando creciendo en la parte superior de scráneo y en el cuello. Observó que tenía pechera y las mangas cubiertas d

sangre reseca y halló también restos esu cabeza, justo allí donde el calor ermás intenso. A medida que saproximaba, la voz, salpicada d

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estridencias metálicas, ganaba pureza, os contornos de la imagen se volvía

más precisos. Continuó caminando hast

que por fin lo tuvo ante sí: rodeado dvelas, sentado sobre un tocón podridose hallaba el Rey Blanco; desnudo cuademacrado y bello era, coronado couna guirnalda de hojas amarillasrefulgiendo como una llama plateadaReconoció al instante aquellos ojos d

bestia, aquella piel lastimada por lvara, aquella carne en llagas. Descubria brecha en el cráneo abierta por s

mano a golpe de martillo. El Rey Blanc

se puso en pie y le habló así: «SebastiaDorff, míranos cara a cara. SomoHiperbóreos. Conocemos el valor de lacosas prohibidas. Sabemos hasta qu

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punto vives aparte. Ni la culpa ni eremordimiento han de atormentarte dnuevo. Serás el más libre y lúcido de lo

hombres. En el futuro tomarádecisiones que pocos entenderán y quafectarán a naciones enteras. Algunos lodisfrazarán de maldad, pero tú, y todoos que en ti habitamos, sabemos qu

persigues la más noble y elevada de lametas: el Bien. Será esa tu carga d

ahora en adelante: actuar sin secomprendido, vivir para ser repudiadoVe y extiende la palabra. Desde hoyhasta el fin de tus días, las espina

ceñirán tu frente».***

Queridos padres,

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dentro de dos semanas estaré dnuevo en casa para pasar el verano. Nveo el momento de reunirme con

vosotros. Confieso que ha sido un añodifícil. Cuando vuelvo la vista atrás, nreconozco al Sebastian que llegó aquí

o hay duda de que se parecía a míhablaba como yo, vestía como yo, smovía como yo e incluso tenía el mismnombre; no obstante, era alguien

completamente distinto. Sé que edifícil de entender y que el contenidde esta carta os parecerá un tantoenigmático, sin embargo, no lo es en

absoluto. Han sucedido muchas cosadesde mi llegada. Algunas las relaté enmis cartas, mientras que otras prefermantenerlas en secreto El conjunto d

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esas experiencias me ha ayudado madurar, ha forjado en mí un nuevocarácter. El Sebastian que vistei

artir no guarda relación alguna conel que escribe estas líneas. El nuevSebastian, y debéis perdonarme ssueno arrogante, ha alcanzado lamadurez moral y espiritual: es segurode sí mismo pero sin rayar en lasoberbia; escéptico pero nunca

descreído; emprendedor pero jamásemerario; sereno pero en absolutoasivo. He subido una escalera, h

cruzado un puente, he caminado sobr

una cuerda cual funámbulo…Cualquiera de estas metáforas eválida y a la vez insuficiente parexplicarlo.

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 Llegué a Garmisch apenado yconfuso, en mitad de una tempestad quazotaba mi corazón. Estaba en luch

con el mundo. Rebosaba odio haciodo en general y hacia mí mismo earticular. Con el tiempo he alcanzadoa calma que tanto necesitaba y co

ella el equilibrio: he conocido lmistad.

 No temáis si también vosotro

ercibís este cambio drástico del quos hablo. No receléis de mí si, llegadoel momento, hiciera o dijera cosampropias de mi edad o de m

condición. Aunque en ese instante nsea el hijo que recordabais, aquel queugaba con vosotros a las cartas bajo

el almendro o en cuya compañía

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aseasteis tantas veces a orillas derío, tened siempre presente que, enodo este tiempo, solo una cosa en m

no ha decrecido ni un ápice: mi amoor vosotros.

Siempre vuestro,Sebastian.

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Entre el cielo y latierra

 Dicen que el árbol lo plantó u

udío húngaro en 1775. Se sabe conexactitud porque aquel fue el año decaso Damiens. Robert Francoi

amiens trabajaba como sirviente ea corte cuando intentó asesinar a LuiV, tras lo cual fue apresado y

uzgado. El proceso comenzó el 12 d

ebrero y la sentencia fue ejecutada e29 de marzo. Como castigo, Damienue condenado a ser «conducido en un

carreta desnudo hasta un cadalso

dispuesto a tal fin en la plaza de Grév

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, una vez allí, le serán atenazadas laetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y

su mano derecha, asido en ésta e

cuchillo con que intentó el delito deque se le acusa, quemada con azufre, ysobre las partes atenazadas se lverterá plomo derretido, aceithirviendo, pez, resina ardiente, cera yazufre fundidos juntamente, y acontinuación, su cuerpo estirado y

desmembrado por cuatro caballos y sumiembros y tronco consumidos en euego, reducidos a cenizas y su

cenizas arrojadas al viento». Giacomo

Casanova, que se encontraba entre loque asistieron a la plaza de Grévaquel día, comenta en sus memorias«Estremecidos, vivament

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mpresionados, presenciamos esuplicio de aquel infeliz por un tiempno inferior a las cuatro horas. No

ueron pocas las ocasiones en que mvi obligado a apartar vista y taparmos oídos con todas mis fuerzas, antos alaridos que profería el condenado

después de que la mitad de su cuerpo lhubiera sido separada y siguiera estaún con vida y consciente de todo l

que ocurría». El 9 de abril, un funcionario de lcorte se personó en la casa natal d

amiens, en Thieuloye, una població

de menos de doscientos habitantesituada en el Paso de Calais, junto a lrontera belga. La vivienda fu

demolida y los restos quemados; s

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rohibió asimismo edificar sobre eerreno. Por su parte, la mujer y el hijo

de Damiens fueron desterrados.

 Las crónicas de la época registranun eclipse solar el 5 de mayo de esmismo año. Un vendedor ambulantapareció en Thieuloye aquel día y sdirigió al lugar donde antes estuviera casa del traidor. Era un hombre

corpulento de tez cetrina, cubierto d

harapos. Marchaba erguido, conademanes distinguidos, y tiraba siesfuerzo aparente de un carro de dosruedas repleto de chatarra. Al llegar a

ugar sacó un objeto diminuto de unbolsita de cuero y lo enterró entre losescombros. A continuación hizo sonauna campanilla de plata y danzó e

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círculos bajo la negra luz del eclipsel cabo de la hora se marchó y nunca

más se le volvió a ver, aunque rumores

sobre la presencia en otras ciudades deun vagabundo judío cuya descripciócoincidía con la suya recorrieron ereino de un extremo a otro los añossiguientes. Otros acontecimientos pococomunes tuvieron lugar aquella mismanoche, la mayoría relacionados con

delitos de sangre: en un hospital duan, un enfermero pasó a cuchillo aos pacientes que estaban a su cargo

en París una mujer estranguló y cocin

a su hijo de dos meses; en Champtocéas reses de un granjero enloquecieron se precipitaron al Loira.

 El primer brote verde no tardó en

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asomar entre los escombros. En menosde cinco años el árbol alcanzó loveinte metros de altura y los tres de

diámetro. Un temor indeciblembargaba a los lugareños al verlo; taes así que muchos hacían lo posibl

or evitarlo en su itinerario. Cuandor fuerza tenían que pasar junto a é

agachaban la cabeza, apretaban easo y se hacían de cruces con frenesí.

 A principios del siglo XIX, ebotánico Frédéric Luviers, animador los rumores de la existencia de un

árbol cuya variedad nadie acertaba

catalogar, se desplazó hasta Thieuloyeara comprobar in situ la veracidad dos mismos. Luviers estudió durant

días el árbol sin alcanzar resultado

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concluyentes. El origen de su especise le presentaba como un enigmandescifrable. Finalmente, airado, opt

or falsear la verdad antes qureconocer su derrota: proclamó que serataba de una variedad del tilo d

hoja ancha, una especie muy común ea región.

 Justo después de esta visitcomenzó la época más negra d

Thieuloye: en 1813 se declaró unepidemia de cólera que diezmconsiderablemente la población. E1856 llovió durante cinco días y cuatro

noches. El río se desbordó y arrasó unercio de las casas, y con ellas se llevóa vida de treinta personas e hizo

desaparecer a otras diez. A pesar de la

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violencia de la crecida, el árbol resultóndemne. En 1893 se produjo un

suicidio colectivo por ingesta d

veneno; doce personas fallecieron. En1911 se construyó el Museo dCiencias y Religión de Palais de

orte. El centro del recinto lo ocupabaun jardín de estilo versallesco

residido por el árbol, que furespetado por deseo expreso de

ropietario, Maurice Nagar. En mayode 1940 la ofensiva alemana cruzó lrontera norte y bombardeó la regiónos aviones enemigos redujeron a

escombros el museo. Solo el árbol ssalvó. El terreno permaneciódesocupado durante años. En la décadde los sesenta Thieuloye se convirtió e

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un satélite de Lille. Coincidiendo coel auge industrial de la zona, sconstruyeron edificios de viviendas d

rotección social para albergar a lasamilias de los obreros que serasladaban a la región. El aumento doblación tuvo una incidenci

directamente proporcional sobre ladelincuencia: robos, agresioneshomicidios, violaciones, prostitución…

l punto álgido llegó con el secuestro yasesinato de un niño de diez años cuycuerpo fue hallado en un vertedero

unque nunca llegó a confirmarse

cobró fuerza la teoría de que habísido víctima de un ritual satánico

uchos abandonaron Thieuloydespués de aquel episodio.

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 Los inmigrantes llegaron con edeclive de la industria a finales de loochenta. De nuevo surgen lo

conflictos, esta vez entre aquellos quviven allí desde hace más de dodécadas y los recién llegados, que noson bien recibidos por los primerosTodo cambia cuando en 1989 unncendio se cobra numerosas víctima

en ambos bandos. A pesar de los grave

daños, el árbol se mantiene intactoas familias abandonan el lugar yThieuloye permanece en el olvido hastque en 2007 un consorcio compra lo

errenos para edificar unaurbanización de lujo, un ambicios

royecto que contempla la creación demil viviendas con campo de golf, zona

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de ocio, hotel spa, centro comercialhospital y un colegio. Se acuerdaambién la construcción de una parad

ara el tren de cercanías queconectará Thieuloye con Lille en menode diez minutos. Una vez comenzadasas obras no deberán prolongarse má

de dos años. Transcurrido el primeroroblemas financieros paralizan eroyecto. Carencias en las

nfraestructuras y la falta de servicioúblicos hacen desistir a locompradores que no acababan ddecidirse. Por el contrario, aquello

que ya habían invertido todo scapital, los menos, se ven obligados nstalarse allí. La urbanización, u

mastodóntico proyecto inconcluso

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ermanece en su mayoría desierta. Ajeno a los siglos y a la

catástrofes, algo más antiguo que toda

as piedras del lugar duerme en ecorazón de aquella selva de acero yhormigón: el Árbol.

Mujer ahorcada bajo la nieveEl árbol reposaba en silencio bajo l

nieve, plateado y negro. Olivier habí

contemplado árboles magníficos en suviajes a lo largo y ancho del mundoPerú, India, China, Brasil… perninguno le había impresionado tant

como aquel. Parecía tener un poco dodos ellos y a la vez algo muparticular que lo distinguía del restoCalculó que medía diez metros d

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diámetro y al menos cuarenta de alturaLa corteza exhibía unas raras curvas quo surcaban desde la raíz hasta las rama

más altas. La copa se ofrecía al cielofrondosa y preñada de sombras. Eejido de ramas era tan musculoso

denso que los rayos del sol no tocabaa hierba. Bajo el pórtico del ramaje, u

disco de oscuridad absoluta circundabel tronco. Este se bifurcaba en do

ramas principales que, a su vez, ssubdividían hasta el infinito. Estas doramas maestras se desplegaban combrazos suplicantes de modo que, en e

conjunto que formaban con el tronco y lcopa, se asemejaban al torso de uhombre crucificado. A Olivier leconmovió la soledad que rodeaba

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De camino a la parada del autobúse cruzó con una mujer. Bajo su abrigose adivinaba un vestido de color vin

con estampado de rombos. La cascadde su melena negra ocultaba su rostroHablaba por teléfono. Caminabacelerada, visiblemente irritada, y sdeshacía en bruscos ademanes. El tipde discusión que se tiene con una parejapensó Olivier.

El autobús lo dejó en la estaciónAllí tomó el cercanías en dirección Lille. En una semana la exposicióestaría lista. A pesar de que ansiaba ve

su obra expuesta, no veía el momento derminar. Había pasado los últimos

años trabajando como fotógrafndependiente. Había cubiert

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prácticamente de todo, pero los trabajoque más fama y prestigio le habíaproporcionado eran aquellos realizado

en zonas de conflicto armado. Un amighabía convencido al dueño de ungalería de arte en Lille para organizauna muestra con sus mejores fotografíasSi funcionaba, harían una segundexposición itinerante por el norte dFrancia que culminaría en París, y de ah

se proponían dar el salto al circuitnternacional. Cuando Olivier escuchaquella propuesta de labios de su amigno le pareció mala idea. Había vivid

os últimos cinco años a caballo entrvarios países, de un continente a otronavegando océanos, remontando ríossobrevolando cordilleras, acudiendo

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os lugares más inhóspitos y peligrosodel planeta. A sus treinta y cinco añosestaba en el momento en el que un

persona hace balance de su vida y splantea lo que quiere hacer con ella eiempo que le queda por delante. S

amigo le ofreció su propia casa paralojarse, pero Olivier le confesó qudespués de tanto tiempo fuera se habíacostumbrado a la soledad. Necesitab

espacio y silencio para asimilar muchacosas. En el fondo, siempre habírehuido el contacto con otras personas, esta fue una de las principales razone

por las que decidió coger la mochila argarse al fin del mundo, quería poneierra de por medio entre él y tod

aquello que conocía y le resultab

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familiar. En vista de aquello, su amigoe ofreció un piso a estrenar en un

urbanización de lujo a treinta minutos d

Lille en tren. La había comprado hacícuatro años con la intención de mudarsél mismo, pero las obras se habíaparalizado. A excepción de algunovecinos, el lugar estaba vacío; era esitio idóneo para el solitario Olivier.

El día se apagaba cuando bajó de

autobús. Antes de volver al apartamentodecidió dar un paseo. A esas horascuando la luz natural desfallecía y lartificial se preparaba para iluminar la

avenidas desérticas, la urbanización ero más parecido a una ciudad fantasmao asomaba el menor rastro de vida e

sus calles. Por todos lados se veía

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estructuras a medio terminar. En lavenida principal, las grúas salían aencuentro de los transeúntes com

negros animales prehistóricos. El vientamía las entrañas de acero y hormigó

de los edificios más altos. A un lado, ecolegio inacabado y los estantes vacíodel supermercado; al otro, marquesinareventadas, papeleras rodando sobre easfalto y el bizqueo infatigable de la

farolas. Al fondo el hospital, un edificiode amplias cristaleras sobre el quespejeaba la tarde, y frente a este ecentro comercial, una mole rectangula

de cristal ahumado. Más adelante loestilos se confundían. Los dúpleadosados con cúpulas redondas soponían a las casas unifamiliares co

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porches de madera y jardines cofuentes de piedra. El vidrio desnudo salternaba con fachadas barrocas

perfiles angulosos con aspiracioneminimalistas. La puerta entreabierta dun patio revelaba una piscina cubiertde verdina y hojas secas, acorralada poa crecida de un césped salvaje bajo e

que se presentía el bullicio de laalimañas.

Se detuvo frente un parque infanti tomó su cámara.

 FOTO: el parque está precintadoa valla de mallazo que rodea el cajón

de arena ha sido cortada en cincountos distintos. Las brechas oscilan

entre los siete y los quince centímetros

ay una hebra de alambre duro de la

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cinco columpios, solo uno permanecntacto. Hay una rampa, un castillo d

madera, un armatoste de tubos d

hierro pintado de colores chillonesuna tirolina y un elefante paramecerse. Una plataforma giratoriace en el suelo a varios metros d

distancia de su eje. Junto a esta, hay ucharco de agua turbia de unos sesentacentímetros de diámetro en cuyo centro

lota un balón de reglamentodesinflado.

Podía ver el árbol desde la ventandel salón. Ocupaba el centro de uardín con forma de rueda de carro

Ocho senderos de grava simétricoconfluían en el árbol, que hacía la

veces de eje. La luz del atardecer s

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filtraba entre las junturas de loedificios y proyectaba la monumentacopa sobre la fachada de Olivier

Asomado al rectángulo de vidrio aluminio, creyó ver algo distinto en eárbol, aunque no supo precisar el qué

o le pareció el mismo que habícontemplado por la mañana, soñandbajo la nieve. Apagó la luz del salón observó unos segundos, sumergido en l

oscuridad, esperando que sucedieralgo. Vio una ventana encendida en ebloque de enfrente. Hasta entonces nhabía visto a nadie entrar en aque

edificio. Estaba convencido de questaba deshabitado. Una silueta cruzó lventana. Una segunda apareció y sperdió en la misma dirección. Alguie

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apareció de nuevo y se detuvo; era unmujer. Acto seguido un hombre entró enescena y la agarró de un brazo, pero ell

consiguió zafarse. Discutían. Lomovimientos de ambos se endurecieronOlivier tomó su cámara y apuntó a lventana. Aplicó el zum y reconoció a lmujer: la había visto horas antes caminde la estación. Llevaba el vestidestampado de rombos. El hombre, cuy

rostro no acertaba a encuadrar, parecíoven. La amenazaba con el puñcerrado. De repente la violencia crecióElla se protegió el rostro; él se contuvo

giró sobre sus pies y miró por lventana, una amplia cristalera qualcanzaba desde el suelo hasta el techoen dirección a Olivier. Con las luce

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apagadas y desde aquella distancia, ermposible que supiera que estaba all

pensó. La luz se apagó de súbito y l

pareja, y toda la escena con ella, sdesvaneció. Olivier tuvo la impresióde que nada de lo que había visto erreal.

Fue a las cuatro de la mañanaUnos golpes secos y contundentes larrebataron el sueño. Venían del piso de

al lado. Retumbaban con mayor fuerzen su dormitorio. Primero impactorítmicos, breves, acompasadosnterrumpidos por gritos. Una vo

masculina lanzaba reprimendas amenazas; una mujer daba la réplicadesafiante. Después un portazo, seguidde muebles siendo arrastrados y objeto

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arrojados contra el suelo y las paredesMás voces. Más altas. De nuevo lamenaza y, a continuación, la súplica. E

estallido de un cristal. Un nuevo gritoSilencio. Ruido. Una embestidsacudiendo la pared. Otro gritodesgarrador ya; esta vez de socorroOlivier dudó. Su primer impulso fusalir y averiguar qué estaba pasandoPero, al anticipar mentalmente l

situación, se vio a sí mismprotagonizando distintos desenlacesninguno de los cuales le animaba omar la iniciativa. Pensó que n

abrirían la puerta, o que tal vez ehombre estuviera armado y le atacara que, en el hipotética caso de que lograrentrar, no sabría cómo actuar. ¿Reduci

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al agresor? ¿Socorrer a la mujer¿Llamar a la policía? Tuvo que desistide esto último al ver que la cobertur

fallaba. Al otro lado el estrépitocontinuaba. Se le ocurrió alertar a lovecinos pero, hasta donde sabía, nadimás vivía en el edificio; de hecho, hastesa misma noche no tenía conocimientde que hubiera una pareja en el piso dal lado. El estruendo era ya tal qu

parecía que el tabique se fuera a veniabajo; todo retumbaba a su alrededorOlivier no aguantó más y salió apasillo. Nada más hacerlo, los gritos

os golpes se detuvieron. La puerta de aado estaba entornada. El timbre no son

cuando presionó el interruptor. Empujóa puerta tímidamente. «¿Oiga, oiga, ha

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alguien?», preguntó sin elevademasiado la voz. El apartamento estabvacío. Recorrió cada una de la

habitaciones, todas ellas desnudas. Baja luz de la luna, que entraba por la

ventanas abiertas y empapaba con unuz acuosa las paredes, el luga

presentaba un aspecto desoladorrezumaba tristeza. Una puerta gimióunos pies descalzos corrieron hacia l

salida. Olivier volvió al pasillexterior. Vio a alguien entrar en eapartamento que estaba en el otrextremo y cerrar de golpe. Se dirigi

hacia allí con cautela, conteniendo coemor la respiración en cada paso qu

avanzaba. Cuando estaba a escasometros, la puerta del apartamento haci

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el que se encaminaba se abrió de par epar y los golpes y los gritos explotarode nuevo; las luces del pasillo s

apagaron y la oscuridad lo atrapóOlivier se derrumbó sobre sus rodillasapretó los dientes y hundió la cabezentre los brazos. El estruendo pareciahogarse y por unos segundos reinó dnuevo el silencio. Por el rabillo del ojpercibió un destello. Los tubo

fluorescentes comenzaron a encenderspor tramos desde el fondo del pasillhacia donde estaba él. La luz fuganando espacio. Olivier no se movió

Se limitó a ver cómo la claridad labrazaba todo y arrinconaba lasombras. Cuando el tubo que habísobre su cabeza se iluminó, se gir

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esperando encontrar la puerta deapartamento abierta; en su lugar vio lopies desnudos de una mujer que colgab

del techo. El cuerpo se balanceaba escasos centímetros de su rostro. Olivieretrocedió a gatas, se arrastró y arañó esuelo con todas sus fuerzas. Ya con econtrol de sus extremidades, sncorporó y siguió corriendo sin mira

atrás. Entró en su apartamento y cerr

con llave. Las piernas le fallaron y sdesplomó. Encogido y tiritando en esuelo, cerró los ojos. Una imagen salió su encuentro de la nada: conocía a l

mujer del pasillo, era la misma quhabía visto esa noche en el edificio denfrente; tenía el vestido estampado drombos que llevaba Therese la últim

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vez que la vio. Pero Olivier sabía quno podía ser la misma persona: Theresestaba muerta.

Simpathy for the devil

Su relación con Therese seguía unrayectoria muy sencilla en su cabeza: e

octubre de 2004 se conocieron; en enerde 2005 comenzaron una vida juntos; efebrero tuvieron su primera discusió

mportante; en marzo la golpeó poprimera vez; en mayo la tiró al suelo y ldio una patada en el estómago; en juniTherese recibió la primera paliza; hub

otras en agosto, octubre y diciembresolo en la última necesitó asistencimédica, si bien leve; en enero de 200Therese lo dejó; en diciembre de es

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mismo año se reencontraron; en enero d2007 volvieron juntos; en marzo srasladaron a Ecuador por motivo

profesionales de Olivier; el 27 de Julide 2007 le dio la primera paliza tras lreconciliación y la última de su vida; e1 de agosto, al volver de un viaje de tredías por las islas Galápagos, encontró Therese ahorcada en el dormitorio.

Eran las siete de la mañana cuand

se calzó las deportivas. La iluminacióen las calles era cuando menomortecina. Aprovechaba aquellasalidas para recorrer al trote las zona

de la urbanización que aún le eradesconocidas. Era como visitar unciudad que hubiera sido abandonada posus habitantes de la noche a la mañana

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En cierto modo, la sensación erplacentera, sentía que tenía toda aquellpequeña urbe a su disposición. Podí

penetrar en los edificios de lujo, subias escaleras, correr por lonterminables pasillos, conquistar la

azoteas, tumbarse en los jardines entrar confiado en cualquiera daquellos exclusivos apartamentodeshabitados. Se suponía que había u

otal de doscientas personas viviendo eel complejo, pero Olivier no había vista ninguna de ellas a plena luz del sol; o sumo, alguna ventana encendida d

noche en un bloque distante, lodestellos de las luces de un vehículcruzando la avenida a altas horas de lmadrugada, el eco lejano de la melodí

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de un móvil ilocalizable… Por ldemás, estaba completamente solo.

Solía escuchar música clásica par

amenizar el recorrido. Mientras corríaenía la impresión de que el tiempo fluí

más despacio y que su cuerpo quedabsuspendido en algún lugar imaginario, euna dimensión remota al margen de lrealidad. Sus brazos, sus hombros, sumuslos… se acompasaban a la cadenci

mientras la música transfiguraba emundo. El paisaje se le presentabeñido de un gran misterio, de un

profunda tristeza y, al mismo tiempo, d

una belleza asimétrica cautivadora. Lque en circunstancias normales lproducía rechazo, ahora lproporcionaba un raro deleite a

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contemplar la arquitectura irregular, edesorden, el abandono, ldescomposición y el derrumbe

Embelesado por los violines de Mahlerse deleitaba con la belleza de lmonstruoso emergiendo en la noche. Smente se transportaba a otro lugar, sucuerpo se aligeraba, y la muerte lparecía relativamente aceptable y dulce

 FOTO: una larga avenida hasta la

donde la vista alcanza. Un banco dniebla oculta el horizonte. Las flechade las grúas torre perforan el espesoblanco. Destacan las luces rojas demástil de las cabinas. A la derecha hayun centro comercial. Es un edificio

untiagudo y rectangular de colo

negro a medio construir. En paralelo, a

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a izquierda, despunta sobre unromontorio el hospital, una

construcción cúbica de fachada

ranslúcidas. Los rayos del amanecenciden sobre los amplios ventanales y

rebotan en ángulos de noventa gradosn la distancia, el edificio arroja

destellos cegadores.Había pasado el día en Lill

ultimando los detalles de la exposición

Las grúas lo saludaron por encima de lniebla a su regreso. Antes de volver aapartamento se detuvo frente al árboDe nuevo creyó ver algo distinto en ési bien era incapaz de identificar ematiz. La copa hendía la niebla y sperdía en ella. Por encima de l

espesura blanca no parecía haber nada

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ni cielo, ni otro mundo, ni resurreccióni esperanza. La nada más implacablemaginó.

Apoyada sobre el tronco había unbicicleta roja. Por el tamaño parecía lde un niño. Olivier se acercó. Miralrededor sin encontrar a nadie. Una voo sorprendió mientras intenta localiza

al propietario: «¿Te gusta?». Venía dearriba, por encima de su cabeza. Habí

un niño de unos diez años subido a unrama. Vestía un mono vaquero conirantes y una camiseta blanca de mang

corta. Tenía unos auriculares colgado

del cuello y se veía muy atareadmanoseando los botones de uvoluminoso walkman. Olivier intentrecordar cuándo había visto por últim

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vez uno de aquellos trastos. «¿Tgusta?», preguntó de nuevo sin apartar lvista de los ecualizadores. Era un chic

pelirrojo, de tez pálida y complexiódébil. Una manzana de un rojo ardientasomaba por el bolsillo de la pecherdel mono.

 —Hacía mucho que no veía uno desos, ¿es de tu padre?

 —¡Claro que no! Mi padre escuch

música en su tocadiscos. Este me lregalaron por mi cumpleaños. —Mola, pero no es muy práctico

¿no preferirías un MP3 o algo así?

 —¿Qué es eso? —Ya sabes, uno de esos…El chico apartó la vista de

walkman y miró a lo lejos. Bajó co

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destreza del árbol y se montó en lbicicleta.

 —¡Tengo que irme, mi madre m

lama, adiós! —¡Adiós!

Al atardecer Olivier vio un

furgoneta blanca cruzando las calles da urbanización. Imposible ver aconductor a través de los cristalebiselados. En uno de los laterales u

rótulo anunciaba: «Fumigacionesdesratizaciones y desinsectaciones».

Esa noche notó algo al pie deárbol desde su ventana. Las cuatrfarolas situadas en las esquinas de lplaza multiplicaban su sombra sobre lhierba. Un bulto se movió a ras de

suelo, como si emergiera de la tierra

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ntentó fijar la vista en él para ver coclaridad de qué se trataba, pero todo se hacía borroso. Pensó que era fruto de

cansancio. Parpadeó y se frotó los ojoun par de veces. Cuando miró de nuevvio a un hombre con un traje amarillo una máscara de gas; un fumigadordedujo. Llevaba un depósito ajustado a espalda y rociaba el césped con un

pistola. Hizo una pausa en su labor

alzó la vista. Giró la cabeza de un lado otro hasta que se detuvo a la altura de lventana de Olivier. Se quedó parado unsegundo, inmóvil, con el cuerpo y lo

brazos rígidos. Olivier tuvo lmpresión de que el fumigador l

observaba. Se apartó de la ventana apagó la luz.

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Estuvo hasta bien entrada la nochrevisando las fotografías para ecatálogo de la exposición. Estaba en e

salón, sentado en el suelo junto a lventana. Llevaba ya bastantes horaestudiando cada imagen minuciosament el cansancio hacía mella en él. Oyó e

sonido de un motor carburando en lnoche. Al asomarse vio al chico dewalkman  cruzando la plaza a tod

velocidad sobre su bicicleta; volvía lcabeza cada dos por tres, era una huiden toda regla. A escasos metroapareció la furgoneta de fumigación

enseguida le dio alcance. Se interpusen su trayectoria y la bicicleta voló poos aires. La puerta lateral del vehícul

se abrió y dos fumigadores s

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abalanzaron sobre el chico. Uno lcubrió la cabeza con un saco mientras eotro le ataba las manos a la espalda. E

chico no dejaba de dar patadas al aireLo metieron en la furgoneta desaparecieron. Olivier no sabía a quiéacudir. Para cuando la policía llegara nohabría forma de localizarlos. Resolvicalzarse las zapatillas y bajó a la plazaPensó en seguir el rastro del vehículo

pie, pero cambió de opinión cuando via bicicleta sobre el césped. No tardó en dejar atrás la plaza e

su nueva montura. Era una noche cerrad

  la luz adelgazaba a medida que sadentraba en la urbanizaciónFinalmente, la oscuridad terminó podevorarlo. Solo el piloto delantero de l

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bicicleta arrojaba una tenue claridasobre el asfalto, pero pronto comenzó parpadear y se apagó. Continuó e

pedaleo en línea recta, incrustándose ea más absoluta negrura. A vece

percibía formas a los lados: contornoondulados, duras siluetas, un tejado poallí, una empalizada a la izquierda, ecuello de jirafa de una farolparpadeando o un recuadro de lu

luminando el rostro de la nocheTambién le llegaban sonidos: un rumode aguas turbulentas, gotas de lluvia qununca llegaban a tocarle reventand

sobre el asfalto, gruñidos a su espalda sobre su cabeza, gemidos mecánicos, dmaquinaria industrial, y a veces tambiéuna respiración entrecortada, como s

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corrieran a su lado. Algo se posó sobrsu hombro; notó un peso ejercido atráscomo si un viajero misterioso se hubier

sentado en la parte trasera de lbicicleta. Apretó el paso y pedaleó cofuria; gritó para espantar el miedoOlivier no dejó de avanzar. Tuvo lampresión de que flotaba sobre el vací que de un momento a otro caería en e

fondo de un abismo insondable. Tener l

nada bajo sus pies fue lo más aterradode todo. El hecho le parecínconcebible, burlaba su cordura. Pens

en arrojarse de la bicicleta en marcha

Entonces lo vio: un par de lucehoradando la oscuridad. Pedaleó márápido que nunca. El piloto se iluminóDe nuevo se dibujó la avenida bajo e

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resplandor de las farolas. En la lejaníaa furgoneta remontaba un repecho. En l

gigantesca mole angulosa reconoció e

hospital. El vehículo subió la rampa dentrada y se perdió en los bajos deedificio. Al doblar una esquina loencontró aparcado en la entrada traseraEstaba vacío. Olivier decidió adentrarsa pie en el hospital. Avanzó condificultad, la claridad de la luna a travé

de las ventanas era insuficiente. Alegar a una encrucijada se detuvoHabía perdido el rastro y no sabía qucamino tomar. Encontró una zapatill

irada en el suelo, que dedujo del chico decidió seguir aquella pista. Enfiló u

pasillo estrecho y de techo bajo. Un pade metros más adelante giraba a l

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derecha y después a la izquierda, y asvarias veces. Justo cuando estaba punto de volver sobre sus pasos oyó un

voz y continuó avanzando en aquelldirección. La voz se hizo más fuerteahora sonaba como un cántico; su tono ntensidad variaban. Una segunda vo

vino a sumarse a la primera y despuéotra, y aún otra más. Pronto, todo ucoro cantaba al unísono una especie d

himno religioso. El pasillo desembocen una puerta de chapa abollada. Al otroado, una escalera de peldaños estrecho

se hundía en la oscuridad. Los cántico

eran ahora nítidos. Descendió entrcrujidos de madera vieja hasta el últimescalón. Al fondo percibió la tenulama de unas velas y un corro de figura

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encapuchadas que oraban. En el centrodos de ellos inmovilizaban en el suelo achico de la bicicleta. A su lado, otro

encapuchado que sobresalía por sestatura sostenía un objeto alargado puntiagudo. Se arrodilló y alzó lobrazos, a punto de descargar un golpsobre la víctima. El movimiento hizresbalar la capucha, dejando su rostro adescubierto. Olivier no vio más que un

masa negra en forma de cabeza y funcapaz de reprimir un grito de terror. Everdugo se detuvo, tras lo cual lodemás descubrieron sus rostros, qu

ambién eran manchas borrosas, y sabalanzaron sobre él entre aullidosOlivier remontó a toda prisa la escalerapero un encapuchado le cortó el pas

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antes de alcanzar la puerta. Unas manoo agarraron por los tobillos y l

arrastraron hacia abajo. Notó el peso d

varios cuerpos arrojándose sobre esuyo; sintió el tacto frío y áspero decemento contra su mejilla, la falta doxígeno, y después el abismo.

El sonido de un motor lo espabilóEstaba tumbado en el sofá, cubierto dfotografías. El despertar fue confuso

pesado y vino acompañado de un fuertdolor de cabeza. Hizo acopio de fuerza se tambaleó hasta la ventana. El árbo

se bañaba en el oro del mediodíampasible, inmutable, diríase qu

complacido.Se convenció de que todo habí

sido un mal sueño.

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La fiesta

Eva tenía sesenta y nueve años y uacento extraño. Sebastian aparentaba nmás de sesenta, pero en realidad rozabos ochenta; su acento también er

extraño. Ellos mismos se encargaron d

aclarar que eran austriacos, marido mujer, para más señas. Olivier loencontró frente a su puerta. Había estaden el hospital y lo había recorrido d

arriba abajo a plena luz del día. Nhabía encontrando la furgoneta ni rastralguno de la ceremonia de la nochanterior. Nada de lo que recordaba tenía consistencia de lo real, como tampoca imagen de Therese ahorcada en e

pasillo. Al volver vio un camión d

mudanzas aparcado en el portal. Habí

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un gran trasiego de operarios portandmuebles. Eva y Sebastian estabadelante de su apartamento, hieráticos

nmóviles por completo. Se acercó ellos con expectación. Supo quacababan de mudarse y que celebrabauna pequeña fiesta de inauguración esmisma noche a la que estaba invitadoAntes de aceptar, Olivier los examinómentalmente: Sebastian era alto

espigado; de pelo ralo y rostro enjuto sufrido; una afilada nuez descollaba esu garganta. Sus dedos eraanormalmente largos y delgados y moví

as manos y los brazos con rigidemecánica. Su semblante permanecímperturbable, independientemente deono de la conversación. Llevaba un

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pajarita de rombos, una impecablcamisa blanca y unos pantalones a rayassujetos por unos tirantes rojo sangre qu

e dejaban la pernera por encima de loobillos. Por su parte, Eva er

voluminosa y risueña. Le alcanzaba Sebastian a la altura del pecho. Unaguedejas plateadas que se derramabasobre sus mejillas enmarcaban sumofletes cárdenos. Con su peinado, er

a viva imagen de aquellas muñecas desiglo pasado que adornaban loescaparates de las tiendas dantigüedades. Llevaba un vestid

estampado de cuadros, lleno de encaje  de volantes de colores claros

calcetines de punto blancos y zapatos dcharol con hebilla dorada.

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Mientras Olivier asimilaba todaquella información, los operarios ndejaban de desfilar hacia el final de

pasillo, donde se había instalado lpareja. Tuvo un breve atisbo de lomuebles que portaban: antiguallas dmadera, pomposas y rancias. Al fiaceptó la invitación. Eva y Sebastian sdespidieron y Olivier volvió a smundo: tenía mucho trabajo por delante

el catálogo para la exposición debíestar en la imprenta esa misma tarde.Presionó el timbre a las nueve. E

bullicio al otro lado de la puerta s

apagó de inmediato. Unos pasos sacercaron con parsimonia. Algo se agitódetrás de la mirilla y no pasó naddurante unos segundos. La puerta s

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abrió. La luz del recibidor estabapagada. Una figura alta lo invitó entrar: «Kommen sie». Una vez dentro

omó a Olivier del brazo con delicadez  lo condujo a través de un oscur

pasillo. Caminaron durante un tiempque le pareció una eternidad. Por fin urecuadro de luz asomó en el otrextremo. Pronto le llegó la algarabía das voces conversando animadamente e

una lengua que no entendía; supuso qualemán. Lo alcanzaron las luces, lmúsica y el repicar de las copas. Lonvitados estaban en un enorme salón

Debía de haber unas quince personadistribuidas en grupos de dos y de tresReconoció a Eva y a Sebastian, caduno conversando en una punta de l

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habitación. Los muebles decoraban lestancia; vetustos y de color caobaUnas cortinas de terciopelo rojo cubría

as ventanas. El centro lo ocupaba unmesa redonda repleta de aperitivossobre la que había botellas de champá hermosos vasos de cristal tallado. U

canario revoloteaba en una jaula doradsituada en un rincón. En otro ugramófono amenizaba la velada con s

música. Era algo antigua, aunque muanimada; tal vez un charlestón, pensOlivier, que no sabía a ciencia ciertcómo debía sonar un charlestón.

La habitación le pareció uncápsula del tiempo, creyó haberetrocedido al menos un siglo. Ningunde los presentes tenía menos de sesent

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años. Destacaba en los hombres ehecho de que todos sin excepciólevaban al menos una prenda roja, y

fueran tirantes, una pajarita, un pañueloa camisa o los calcetines. La mayorí

fumaba puros y bebía en copaovaladas. A su vez, las mujeres fumabanen boquilla de marfil y calzaban taconealtos. Muchas tenían el pelo teñido dcolores fuertes como el rojo, cobre

azul metálico. Gruesas perlas nacaradacolgaban de sus cuellos. Horquilladoradas, pamelas o abanicos de plumaeran los complementos más usados.

Eva tomó a Olivier del brazo y lfue presentando a los invitados. Este sesforzó por integrarse en el simulacro dfiesta, pero a duras penas lograb

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formar parte de ninguna de aquellaconversaciones, que oscilaban entre loarreones del francés y la fluidez de

alemán. No le quedó otra opción qumpostar una sonrisa cada vez qu

alguien estallaba en carcajadas.Justo cuando acariciaba la idea d

abandonar la reunión, Eva y Sebastiase situaron en el centro del salón parreclamar la atención de los invitados. A

nstante todos guardaron silencio. Evpronunció unas palabras; en el tono dsu voz se adivinaba una profundemoción. A continuación, la más anciana

de las presentes apareció con una tartde cumpleaños y la dejó sobre la mesaEva encendió las velas mientras lodemás se ajustaban unos ridículo

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sombreros rojos de papel. Cuando todaas velas estuvieron encendidas, lauces se apagaron. La habitación s

sumió entonces en un solemne silencio nadie osó moverse. Un chirrido delatuna puerta abriéndose en algún lugar deapartamento. Unas pisadas ligeras saproximaron desde el fondo del pasilloDe la penumbra surgieron un par de ojofelinos. Un formidable gato pers

apareció en el umbral. Todocontuvieron la respiración al verlo; lesperaban. El animal penetró en lhabitación con paso elástico

majestuoso. Al llegar junto a la mesa, ssubió de un brinco a una silla en la quhabía un mullido cojín rojo colocadpara la ocasión. La enorme cabez

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quedó a la altura de la tarta. Alguieexclamó: «¡Alles Gute zum GeburtstagBlondi!», y seguidamente soplaron la

velas. Las luces se encendieron y todorepitieron con gran entusiasmo: «¡AlleGute zum Geburtstag, Blondi!». Hubaplausos y confeti y el berrido de lomatasuegras.

Eva avanzó hacia la mesa con unbandeja plateada cubierta. La deposit

frente al animal y descubrió econtenido. Sobre el disco de plata yacíestirada una rata. El gato clavó los ojoen el cadáver, alargó la pezuña y lo

palpó para comprobar que estabmuerto. Después acercó el hocico y lolfateó, y por último comenzó a lamerlcon su diminuta lengua rasposa. En es

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momento la música inundó la habitaciónUna polka. Todos parecían animados dsúbito por una euforia incontenible; la

risas, los ademanes, las miradas y eenguaje de los cuerpos se volviero

histriónicos.Un par de hombres se acercaron

Olivier. Uno llevaba un monóculo y lraya del peinado le partía el cráneo edos, como un tejado a dos aguas. El otr

ucía un imponente bigote prusiancuyos flecos le ocultaban los labios. Sdirigían a Olivier con una efusividad una confianza desproporcionadas, com

si los uniera una vieja amistadHablaban en alemán y, al hacerlo, tapronto gesticulaban enérgicamentealzando el tono de voz, como lo hacía

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descender hasta el susurro; estabaexultantes, pletóricos. Dos mujeres sunieron al grupo. Vestían de rojo y negr

respectivamente; crespones largos abios de color sangre. Recorrían

Olivier con la miraba de arriba abajo no dejaban de sonreír. Un brillo lascivoardía en sus ojos. La de negro deslizó smano enguantada por debajo devientre; comenzó a acariciarse la ingl

por encima del vestido sin dejar dmirar a Olivier. El hombre demonóculo acercó los labios al oído daquella y le susurró algo. Al oírlo, su

mejillas se encendieron. Mientras, ehombre del bigote posó su mano sobrel hombro de su camarada y le acariciel brazo con delicadeza. Su otra man

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anteaba con descaro a la mujer de rojpor debajo de la cintura. La de negrestalló en carcajadas cuando s

dentadura postiza se desprendió y fue parar al fondo de su copa de champánAl hacerlo, dejó al descubierto unaencías negras y sanguinolentas. Todoexcepto Olivier rompieron a reírSebastian lo tomó del brazo posorpresa y lo sacó del salón. Dejaro

atrás el compás repetitivo y machacóde la polka. Al final de un oscuropasillo había una puerta entornadaOlivier no podía ver gran cosa. Dentr

ntuyó un bulto postrado sobre una camaLa escasa luz reveló los brillonacarados de la piel de Eva, que yacídesnuda bocabajo, con la cara hundid

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en la almohada y los puños apretadosUn cuerpo peludo y alargado snclinaba sobre ella: era un monstruos

pastor alemán. Desbordado por lrepugnancia, Olivier empujó a Sebastia  volvió al salón. La escena qu

presenció allí fue bien distinta, aunqugualmente terrible: la música habí

enmudecido y los invitados mostrabasus carnes arrugadas y resecas en tod

su desnudez. Por toda vestimenta lohombres llevaban un sombrero y botamilitares; las mujeres solo conservabaas joyas. Un brazalete con la cru

gamada adornaba los brazos. Egramófono se puso en marcha. Alguiehablaba en alemán, parecía un discursoenérgico, apasionado. La voz se elev

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enfurecida, enaltecida, triunfal. Dfondo, la multitud aplaudía y rugía«¡Heilt!». Los invitados alzaron lo

brazos y repitieron: «¡Heilt!». Acontinuación apoyaron el cañón de unpistola sobre sus respectivas sienes abrieron fuego. Olivier huyó hacia lsalida, alcanzó el pasillo y se refugió esu apartamento. Permaneció en silenciunos segundos, expectante, arrecido po

el miedo. De la nada irrumpió unormenta de golpes que hizo temblar laparedes. Tronaban rugidos de locura de muerte y la puerta amenazaba co

derrumbarse. Apoyó el hombro contrellá y trató de contener el empuje. Evendaval se acrecentó, los goznevibraron a punto de saltar; gritos

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carcajadas salvajes, alaridos bestiales.Embestían la puerta con toda la fuerzdel mundo.

En algún momento todo murióOlivier no pudo decir exactamentcuándo, se desmayó mucho antes.

La bestia que gritó amor en elcorazón del mundo

Había reunido el valor suficient

para llegar hasta la puerta. La viabierta al salir al pasillo. La nochhabía sido turbulenta; los recuerdos da fiesta magnificados por el alcohol l

habían provocado mareos, sudores frío vómitos. Al levantarse sintió la cabez

martilleada, devastada, toda eescombros. Necesitaba aire puro y u

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espacio abierto a plena luz del día. Solcorrer calmaría el malestar. Se puso echándal y se calzó las zapatillas. Mir

de reojo al fondo del pasillo. Nescuchó ruidos ni signos de actividaalguna. Escrutó en la distancia, respirhondo y asomó la cabeza: «¿Hola?». Nhubo respuesta. Apoyó el dedo índice empujó. La puerta se abrió. Atravesó evestíbulo y salió a la luz del salón

Estaba vacío. El viento mecía lacortinas de las ventanas abiertas. En esuelo había confeti, matasuegrascristales y restos de comida pisoteados

Sobre la pared más blanca, iluminadpor el amanecer, destacaba el estallidode la sangre reseca. Recorrió eapartamento, libre ya del miedo. En un

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habitación encontró un mechón de pelnegro. De las paredes emanaba un caloque ascendía hasta el techo. Todo e

ugar era como un enorme horno reciéapagado que apestara a carne quemadaA pesar de estar vacío, el lugar bullía dactividad, de intensidad física, como snvisibles, los invitados siguieran aú

entre aquellas paredes en pleno frenesAbandonó el lugar sobrecogido, a

borde de las lágrimas. No veía emomento de bañarse en la luz del sol. No fue hasta pasados unos minuto

que sus ojos pudieron ver con claridad

Era como si hubiera pasado una largemporada bajo tierra. Los rayos del so

herían sus pupilas como lanzas. El airfrío de la mañana desgarraba s

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garganta. Su cuerpo tardó eacomodarse al trote moderado de lcarrera. Cuando todo se volvió al fi

nítido y diáfano, sintió que el mundestaba en orden, en armonía perfecta cosu respiración y los movimientos de scuerpo. Fue entonces cuando lo vio: echico de la bicicleta, cuyo secuestro asesinato creía haber presenciado hacíun par de noches; el chico inexistente s

balanceaba en un columpio. Olivier sfrenó en seco. El chico se levantóOlivier se acercó; él retrocedió. Aquecorrió, el otro emprendió la huida. Fu

una carrera igualada. El perseguido y eperseguidor iban a la misma velocidadcorrían sincronizados. El brazo derechdel chico se elevaba a la misma altur

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que el de Olivier; sus piernas hendían eviento con la misma velocidad; sus piese impulsaban sobre el asfalto a

unísono. Si alguien los hubiera visto podetrás, habría apreciado solamente lespalda de Olivier, superpuesta sobre ldel chico. Era como si persiguiera spropia sombra proyectada varios metropor delante de él. Olivier sdesesperaba, empezaba a pensar qu

nunca lo alcanzaría. El chico se parunto a una alcantarilla abierta desapareció por ella. Olivier descendipor la escalerilla de hierro sin dudar; n

estaba dispuesto a dejarlo ir. Al tocasuelo sus pies se hundieron en ucharco. Al fondo resonaban las pisadadel fugitivo. Confió en su oído y fue e

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aquella dirección. Una hilera de pilotoadosados al techo iluminaba con undelgada luz rojiza la galería subterránea

El chico dobló una esquina y se perdióOlivier lo siguió. Hubo más girosrequiebros y fintas. Sabía que tendríserios problemas para encontrar ecamino de vuelta, pero apartó de umanotazo aquel pensamiento de smente: lo único que importaba era darl

alcance como fuera. El chico enfiló otrgalería. A medida que se adentraban enella los muros se estrechaban. Oliviecontinuó avanzando. Un objeto diminut

e golpeó la cara. Sintió lo mismo posegunda vez en el cuello y en las manosDe pronto el aire se llenó de zumbidosUna nube de insectos furiosos inundab

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el espacio. Tuvo que cerrar la boca aparse los ojos. Su pie derecho se trab

con algo y cayó al suelo. Era una raíz

gruesa, maciza, oscura. Venía del fondode allí donde resonaban las pisadascada vez más lejanas. A duras penacruzó la tormenta de insectos y continua persecución. Llegó a una bifurcació

donde el techo se elevaba un par dmetros y el aire se volvía respirable

Gruesas, negras raíces asomaban comenguas por todas y cada una de lagalerías que desembocaban en lencrucijada. En una de ellas se percibí

algo de luz, incluso creyó sentir unbocanada de aire viniendo de aquelldirección. Nada más tomar el desvicomprobó que allí dentro las raíces s

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multiplicaban y ganaban grosor. Tuvoque agacharse y arrastrarse y saltar repar para continuar. El hecho de qu

no dejara de oír las pisadas lreafirmaba en su propósito, tan segurcomo estaba que terminaría por alcanzaal chico. Por fin vio una salida. Tardóunos segundos en abarcarlo todo con lvista: ante él se elevaba una bóvedcavernosa de varios metros de altura

Había un lago de aguas negras del qubebían todas las raíces, algunas de lacuales superaban el metro de diámetroEn el centro exacto, las raíces s

renzaban en un solo cuerpo descomunaque se alzaba hasta el techo. Olivier nuvo ninguna duda de que aquellas eraas entrañas del árbol, y que este s

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erguía en la superficie, muy por encimde su cabeza. Justo a media altura de lmaraña vegetal había un nicho abiert

del tamaño de una persona. En él salojaba un hombre desnudo. Sus ojos sipupilas lo contemplaban desde laalturas, como un antiguo y olvidado diopagano. El hombre dijo algo, y el eco dsus palabras resonó en espacicavernoso. Un líquido negro y viscos

brotó de los orificios de su cuerpodesbordaba sus ojos, manaba de sboca, salpicaba sus orejas, goteaba dsu ano y fluía de su pene. El hombr

extendió los brazos y dejó adescubierto sendas cicatrices a la alturde los hombros y de las ingles. Sosteníun cuchillo en la mano derecha. Por e

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aire se le aproximaron cuatro raíceafiladas y negras. Cada una asió unextremidad y tiró de ella hasta que e

cuerpo quedó suspendido en el aireAlcanzada su tensión máxima, laextremidades se desgarraron entralaridos de agonía: lentos, profundosnsondables. El torso mutilado cayó aago pesadamente.

Olivier notó que algo tiraba de s

pierna y al bajar la vista descubrió unraíz enroscada en su tobillo. Se libró della antes de que una segunda le agarrarel otro pie. Trató de huir por el mismo

únel que le había conducido hasta allecesitó un esfuerzo sobrehumano par

evitar las raíces y burlar de nuevo lnube insectos. Tras conseguirlo vagó

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por las galerías en busca de una salidaLas dos primeras estaban cerradas; lercera cedió sin dificultad: resultó se

a que estaba junto al árbol.Al regresar a casa encontró u

paquete en la puerta de su apartamentoSupo al instante lo que era. Nada máentrar se asomó a la ventana del salón estuvo contemplando el árbol unominutos. El sol doraba su copa. El árbo

odo calma y quietud, arrojaba unsombra amplia y fresca sobre el céspedLlenó la bañera y se desnudó. Ya dentrocon el agua hasta el cuello, trató d

reconstruir lo que había pasado. Intentvisualizarlo detalladamente: la cúpulael lago, el hombre, la agonía… El gotedel grifo le ayudó a relajarse y su

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músculos se rindieron. Cerró los ojos os cubrió con una manopla húmeda odo se diluyó en el olvido. Cuand

despertó la bañera estaba vacíaTiritaba de frío y le ardían las sienes. Senvolvió en un albornoz y salió debaño. Fue al salón y abrió el paqueteEra el catálogo de la exposición. Ssentó en el sofá y lo colocó sobre sumuslos. Se recreó en los detalles de l

edición: la portada, la cubierta, el lomoCerró los ojos y hundió la nariz entre lapáginas: olía a nuevo, a imprentaDespués leyó el prólogo que ta

cuidadosamente había redactado samigo. Era un repaso a su trayectoriprofesional: los países donde habírabajado, los conflictos que habí

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cubierto y los premios que habírecibido. Toda una vida comprimida ediez años. El texto era una suerte d

hagiografía exaltada. A Olivier no lencomodó en absoluto. Fue directo a l

primera fotografía. Esperaba encontraun chico de doce años vestido con euniforme de la guerrilla y armado con ufusil. Había tomado aquella foto finales de los ochenta en El Salvador

fue uno de sus primeros trabajos; echico se llamaba Fernando. En su lugarhabía una foto de Therese posando junta una balaustrada de piedra. La habí

hecho el día que se conocieron en Lyon¿Cómo había llegado allí? ¿La habíentregado por descuido con el resto? Eese caso, ¿cómo es que el editor no s

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había dado cuenta del error? Una imagecomo esa desentonaba a todas luces coel resto del catálogo, ¿por qué nadie l

había llamado para asegurarse? Fue a lsiguiente página: la fotografía mostraba Therese enterrada en un campo damapolas, al fondo asomaba la cabezde un pastor alemán. Pasó la páginansioso: un retrato de Therese en blanc  negro con el labio roto. Aquel dí

uvieron una fuerte discusión, Olivieperdió los nervios… Nunca hizo aquellfoto, no debería estar allí; simplementno existía. Otra página: Therese con u

ojo morado; Therese gritando, tirándosde los pelos; el rostro aterrado dTherese bajo la cama; Therese con lcabeza hundida entre las manos; Theres

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haciendo las maletas el día que smarchó; Therese y Olivier besándosras la reconciliación; Therese desnuda

Therese y Olivier haciendo el amocomo gatos en celo; Therese acariciandel pene de Olivier con la punta de lengua; el rostro de Therese salpicad

de semen; Therese y Olivier desnudosobre la cama, dormidos plácidamentea cabeza de él apoyada sobre el pech

de ella; Therese y Olivier discutiendacaloradamente; Olivier agarrando decuello a Therese; Therese magullada desnuda en el suelo; Therese ahorcada

con el vestido estampado de rombos.Al llegar a la última imagen arrojó eibro al suelo. Se puso en pie

retrocedió. Lo revivió todo horrorizado

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Sintió repugnancia de sí mismo, sconsideró indigno de estar vivo. A suado, Therese no había conocido otr

cosa que sufrimiento. Sus largos días dormento nunca se viero

recompensados. Al final solo encontróa muerte, el absurdo, la nada; l

oscuridad más absoluta. Pero él seguívivo, igual que tantos otros quviolaban, torturaban y asesinaban. Habí

convivido con ellos, había capturado sucrímenes en una instantánea para lposteridad. Se ganaba la vidcomerciando con el dolor ajeno

Aquellas personas no dejaban dfabricar muerte, campaban a sus anchacomo si fueran intocables. Ningún diovengativo bajaría de los cielos par

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ajusticiarlos.Llegó a la conclusión de que e

mundo estaba enfermo y lo imagin

como un inmenso animal, viejo moribundo, al que era necesarisacrificar. Sonrió con ironía porqucomprendió que aquella sed de justiciaaquel razonamiento ridículamentdramático y la consiguiente invocación una hipotética divinidad capaz d

conmoverse con el dolor de lohombres, resultaban de lo más pueril; lsuya era la pataleta de un adulto incapade aceptar la realidad y de asumir la

consecuencias de sus propios actos.Fue entonces cuando salió de aque

rance para darse cuenta de que era dnoche a pesar de que el reloj marcab

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as doce del mediodía. Lo que vio aasomarse a la ventana no le horrorizómuy al contrario, le ayudó a entender

Había un gran tumulto alrededor deárbol: un grupo de soldados alemanepasaba a bayoneta a unos prisioneros; otros los despachaban con un tiro en lcabeza o azuzaban a sus perros contrellos para que los despedazaran. Aquí yallá había hogueras encendida

alrededor de las cuales danzabaencapuchados locos. En una de ellas unmujer ardía viva mientras que un reciénacido era arrojado en otra. Había gent

desnuda haciendo el amor sin distincióde sexo ni edad. De las ramas del árbose balanceaban negros enjambres dahorcados mientras fetos recubiertos d

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vísceras yacían a sus pies. En un lado da plaza, dos verdugos vestidos derciopelo aplicaban objetos afilados

vertían líquidos hirviendo sobre ecuerpo de un hombre atado a un potro dortura; detrás de ellos, un

muchedumbre asistía al espectáculentre el asco y el regocijo.

De pronto, un zumbido sordo selevó imperial sobre el caos. U

ejército de cruces cubrió el cielo y shizo la luz al caer las primeras bombasPor encima del árbol, presidiendo todaas ceremonias, un eclipse se agigantab

sobre el horizonte.Olivier supo lo que debía hacer

Aquel árbol era un eje de dolor y dmuerte que había atraído y retenido l

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desgracia durante siglos. El Mal anidaben sus raíces y propagaba sus ondacomo un gigantesco transmisor a travé

de su copa, de cada una de sus ramasdel más fino nervio de la más diminutde las hojas. Más que ninguna otra cosaOlivier ansiaba que la maldad sextendiera sobre la Tierra y lo devastarodo. Era la oportunidad que anhelaba

su redención, la expiación de su terribl

pecado. También él perecería, peroaquel era un precio pequeño por desatael más justo de los apocalipsis. Lohombres resurgirían de sus cenizas

Tendrían una segunda oportunidadcuando se arrastraran de nuevo fuera dsus cuevas para saludar al sol. Todoaquello estaba en su mano.

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Avanzó hacia el árbol. Atravesóas hordas de homicidas, pedófilos

heresiarcas, sádicos, verdugos

parricidas, sátiros, estafadoresndolentes, hipócritas… Sus rugido

nada podían contra él; sus miradas no lherían; era inmune a su violencia. Logritos se elevaron, las hogueras savivaron, el horror se disparó y con éa masacre; el cielo y la tierra se tiñero

de sangre. Tomó un madero ardiendo duna hoguera y lo arrojó contra el árboLas llamas no tardaron en elevarse comun animal fabuloso. Pronto alcanzaron l

copa, que adquirió la apariencia de usol ardiendo en la noche. Olivieretrocedió para contemplar en toda smagnitud las llamas del astr

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purificador. Hubo un temblor y la tierrse abrió y los cielos vomitaron fuegoOlivier vaciló y se encogió asustado

Sintió entonces el roce suave y cálido dunos dedos recorriendo la palma de smano. Supo que Therese estaba a sado, y ya no tuvo miedo.

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Mujō

«Todo va a desvanecerse», Sutra Petavatth

«Lo que se hace en la oscuridad sale a la luz Hōgen Monogata

 Durante un breve periodo, eescritor Shohei Ooka trabajó com

reportero para el Sanyo Shimbun. Eartículo titulado “La tierra de loniños deformes” apareció en la edicióndel 6 de Agosto de 1940 con su firma

n él puede leerse lo siguiente: «Unde cada cincuenta niños en la llanurde Kaita sufre una malformidad

congénita. Las patologías son diversas

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ausencia o tamaño desproporcionadode las extremidades, protuberancias ena espalda y en el rostro, macrocefalia

ceguera, anomalía en la caja torácica un sinnúmero de singularidades paraas que no existen términos médicorecisos. Se ignoran las causas deenómeno, que en pleno siglo XX tien

en jaque a la comunidad científica. Sha especulado mucho sobre la calidad

de las aguas fluviales y de los índicede contaminación atmosféricaumerosas muestras han sido tomadaara su análisis, pero lo cierto es que a

día de hoy sigue sin hallarse unexplicación. Los habitantes de lregión, campesinos humildes yanalfabetos en su mayoría, lo atribuye

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a una maldición que se remonta aeriodo Juei. No se han encontrad

referencias en las crónicas de la época

ni en leyendas locales al respecto. Enovelista Junichiro Tanizaki, quededicó unas breves líneas a la aldea d

aita en su novela La flecha del tiempoampoco menciona nada».

A pesar de que se sabe poco dKiyomori Yorinaga, el protagonista de

esta historia, tres episodios de su vidse tienen por ciertos.

El primero consiste en unanécdota que sucedió cuando aún ermpúber. Estando junto al estanque de

castillo, oyó una risa femeninproveniente de los aposentos de s

padre. A su edad, era consciente de l

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existencia de las concubinas, con las quel señor de Yorinaga pasaba no pocasornadas en el pabellón que tení

destinado a tal fin; sin embargo, era lprimera vez de la que tuviera constancique a una de ellas se le permitía accedea la alcoba. Kiyomori se acercprocurando hacer el menor ruido y sasomó por una rendija que ofrecía unvista furtiva del interior de la estancia

Todo lo que vio fue la franja verde dun kimono que cubría una porcióndefinida del cuerpo de una mujer

Lentamente, la seda se deslizó, y e

oven tuvo la impresión de estaobservando la superficie de un macuyas olas se retrajeran. Al retirarse, laaguas revelaron una fracción de pie

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bronceada y elástica, libre dmpurezas. A medida que el kimono

resbalaba, una figura quedaba a

descubierto: primero los finísimosensos, hilos de una red, y en el centro

una formidable araña que resplandecícon brillos irisados. Por un instanteKiyomori olvidó que aquel prodigio nera más que un hábil tatuaje, y ssobrecogió con tan temible imagen, qu

parecía agitarse con vida propia. Queddeslumbrado por su extraña mezcla dfealdad y belleza, por la robustez de sorso aterciopelado y la delicadeza d

sus menudas patas. Contemplensimismado los filamentos de la redque abrazaban la espalda de lconcubina como si envolvieran e

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universo entero.Kiyomori tenía nueve años l

mañana que se asomó a la ventana de s

dormitorio alertado por unos gritosDesde allí vio a su padre en compañíde varios soldados en el patio de armasRodeaban a un hombre al que golpeabasin piedad. Kiyomori supo después quse trataba de un prisionero de guerra. Spadre agarró su sable y desenroll

entamente el cordón que aseguraba lvaina al cinto. Cuando lo hubdesplegado por completo, se acercó aprisionero y lo enrolló con brí

alrededor de su cuerpo. Mediantmovimientos enérgicos y precisos, ldeslizó entre sus piernas, le ató lamanos a la espalda y concluyó con u

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ajustado lazo alrededor del cuello, dmanera que el prisionero quednmovilizado en el suelo, a merced d

sus captores. Su padre se inclinó sobrél para comprobar la tensión del cordó este vibró como la cuerda de un arcondefenso y humillado, aquel hombre era viva imagen de una bestia atrapada ea red de un cazador a la que estuviera

a punto de degollar. A Kiyomori le

pareció que su padre disfrutaba coaquella situación. Este no dejó dgolpear con saña al prisionero con usable de madera, y no se detuvo hast

conseguir que todo su cuerpo hirviera ddolor. Al cabo de un rato hizo un altopara recuperar el aliento y enjugarse esudor que le empapaba las sienes. A

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continuación, entre burlas, se colocó horcajadas sobre él, como si fuera smontura y, deslizando el lado romo de

sable por debajo de su cuello, tiró haciarriba con ambas manos con la intencióde estrangularlo.

Al cumplir cinco años, Kiyomoracompañó a su padre y a los cortesanoen su visita anual al santuario de AkiDe regreso, se descuidó de la mano d

su nodriza y se alejó de la procesión sique nadie lo advirtiera. Kiyomori vagpor los campos cazando libélulas persiguiendo liebres. Al caer la noch

se sintió solo y rompió a llorar. Unmelodía que venía de algún lugapróximo detuvo sus lágrimas y avivó scuriosidad. Las notas lo guiaron hasta u

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orii[1] que se alzaba en el linde de ubosque. En cada uno de los pilares dearco destacaban sendas sogas del groso

de un brazo. Kiyomori atravesó eumbral y se adentró en la espesuraatraído por el fluir de la música. Haquí lo que vio: en un claro, bañada poa luna, yacía una mujer aparentement

sin vida, abrasada por completo. Junto ella un monje sentado tocaba el biwa[2]

ada más verlo, este se puso en pie y sdirigió hacia Kiyomori. Sin mediapalabra lo cogió de la mano y lcondujo de nuevo hasta el torii. Just

allí se detuvo y le entregó un objetpequeño que extrajo de su zurrón. Emonje retrocedió lentamente, caminandde espaldas, mientras Kiyomori hacia l

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propio en sentido opuesto. Cuando lhubo perdido de vista, fuera ya de lomárgenes del bosque, reparó en lo qu

enía en la mano. Era una caja de madersin talla ni inscripción alguna. Tenía uncuerda atada alrededor, jalonada dntrincados nudos. Intrigado por e

contenido, comenzó a desatarlopacientemente. Mientras se entregaba a labor olvidó por completo dónd

estaba. No acusó el frío nocturno ni lsoledad. Tampoco recordaba lo quhabía sucedido minutos antes. Era comsi el tiempo y el espacio se hubiera

desvanecido y con ellos su memoriaSolo una cosa ocupaba su mente, abrir lcaja. Rozando el alba logró deshacer eúltimo nudo. Sus dedos acariciaron l

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apa y esta cedió delicadamenteenmudecida. Atardecía cuandoencontraron a Kiyomori a las puertas de

castillo. Nuestro protagonista tuvo un

nfancia solitaria y carente de afecto. S

madre muere al darle a luz, por lo quanto su cuidado como su educacióquedan a cargo de las nodrizas decastillo. Su padre, un severo samurái d

carácter distante, pasa largos periodode tiempo ausente, de contienda econtienda. Se trata de un hombre rudohecho a la guerra, que a duras penaogra desenvolverse fuera del campo d

batalla. Rara vez se deja distraer poalgo que no sean sus deberes marciales

Durante las breves temporadas qu

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permanece en el castillo de Kaita, econtacto con su hijo se reduce exigentes entrenamientos en los que l

nstruye el manejo del sable, el tiro coarco y la monta. El vínculo entre ambose limita a una recta y desapasionadrelación entre alumno y maestro en lque no tiene cabida el amopaternofilial. Padre e hijo no se ven eresto del tiempo. El segundo lo pas

entre nodrizas, mientras que el primerse entrega a turbios juegos sexuales eel pabellón de las concubinas, hecho deque su hijo es plenamente consciente

Pese a todo, la huella dejada en este poaquel estricto samurái es tan profundque será el único espejo en el quKiyomori se mire a lo largo de su vida.

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El señor de Yorinaga fallece en labatalla de Kyoto. Corre el séptimo medel primer año de la era Hōgen

Kiyomori tiene entonces quince añoso habiendo conocido hasta entonce

otra cosa que los rigores deentrenamiento marcial, decide seguir eejemplo de su padre. El verano de esmismo año viaja hasta la corte parponerse al servicio del emperado

Sutoku. Kiyomori Yorinaga teníadieciséis años y ocho meses cuandentró en combate por primera vezDescubre entonces, como si de un

revelación se tratara, que eadiestramiento recibido tiene unfinalidad práctica. De la noche a lmañana todo adquiere sentido. Kiyomor

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se desenvuelve en el campo de batallcon la seguridad y la confianza deguerrero avezado. Tanto su cuerpo como

su mente se aclimatan con destreza a lavicisitudes del combate por duras peligrosas que estas se presenten. Eplacer sale a su encuentro cuandmaneja las armas y hace correr la sangrdel enemigo. Experimenta en la lucha uestado de plácida lucidez desconocid

por él hasta entonces. En su interior todse ajusta, todo se acompasa, todo fluye.A los veinte años supera en fama

su difunto padre. Es venerado por su

camaradas y temido por sus enemigos.Kiyomori resulta herido en liza y s

ve obligado a regresar a Kaita. Nobstante, el joven samurái se resiste

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permanecer inactivo. Su cuerpo, hecho a cadencia del combate, lo incita

vestir la armadura y a partir de nuevo

En más de una ocasión a punto está dhacerlo de no ser por la insistencia dos médicos. Hambriento de acción y d

violencia, guiado por un extrañmpulso, visita una tarde el pabellón das concubinas. Kiyomori no er

proclive a los excesos de su padre. A

contrario que él, distaba de ser udepredador sexual. Por lo demásclasificaba a las mujeres en docategorías bien diferenciadas: la

nodrizas y las concubinas.Kiyomori se hunde en el pabellón

Pasa largas horas entre aquellas mujeresin encontrar lo que busca. El placer de

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coito no tarda en desvanecerse y al cabde unos días entiende que por escamino no hallará la satisfacción qu

ansía. Comprende que es un tipo dhombre distinto a su padre, y llega a lconclusión de que toda actividad que ne acerque al vértigo del campo d

batalla será estéril. Siguiendo estrazonamiento, idea una serie dperversiones en las que encuentr

momentáneamente solaz. Las prácticason diversas: a veces azota a suconcubinas hasta hacerlas sangrar, otracubre su desnudez con reptiles

nsectos y deja que penetren por loorificios de sus cuerpos. En una ocasióentierra a una de ellas hasta el cuello orina sobre su rostro. De nuevo, l

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novedad y la excitación se diluyen coel tiempo. Hastiado de la vidntramuros, no ve el momento d

regresar al combate. Entonces ocurralgo, una sirvienta es sorprendidrobando en la cocina. El hecho, eprincipio irrelevante, llega a sus oídosKiyomori era consciente de que uncidente de tan escasa importancia ne concernía, sin embargo, cuand

decidió intervenir, lo hizo por una razónque se guardó para sí. Una noche citó a sirvienta en cuestión en sus aposento

para interrogarla. Nada más entrar l

oven, le ordenó que se desnudara y sumbara en el suelo bocabajo. Est

obedeció sin rechistar. Estando ypostrada, le vendó los ojos con u

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presión sobre la blanca piel y volvícárdenas las zonas en contacto con laspereza de la cuerda. Aquella visión d

belleza herida suscitó en Kiyomori uestado de euforia superlativacompañado de una voluptuosidadesbordante. Se sentó a horcajadasobre la sirvienta y, ávido de violenciaemblando de excitación, apretó su fin

garganta entre las manos. Kiyomor

sintió que sus sienes vibraban y que locontornos de los objetos sdesdibujaban. Le pareció que el mundentero moría entre sus manos. Al tiempo

que sus dedos formaban un candadalrededor de la nuez, incrementó lpresión, ciego ya de luz. Notó que ldelicada cabeza se desmadejaba, que e

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cuello se vencía, y que entre sus piernano quedaba otra cosa que una carcasa dpiel vacía.

Por motivos meramente estratégicosKiyomori contrae matrimonio a la edade veintiún años. La elegida es Tomoe

hija mayor del señor de Kumano. Ematrimonio no sólo fortalecía lovínculos entre ambos clanes, sino quambién garantizaba la alianza en cas

de sufrir el ataque de un clan enemigo.Kiyomori no sentía el menor afect

por su nueva esposa quien, a su vez, eruna mujer distante y dada a las intrigasSu único afán consistía en concebir lantes posible un hijo del señor dYorinaga. Después de varios mese

Tomoe quedó al fin en cinta. La

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consecuencias, no obstante, fueronefastas: dio a luz un niño deforme qupereció al cabo de las horas entr

sufrimientos indecibles. Debido apadecimiento del parto, la madre quedmpedida para tener hijos de por vida.

La relación entre marido y esposaque hasta entonces se había sostenidsobre el frágil hilo de un interés comúnse derrumbó por completo tras aque

ncidente. Kiyomori ordena entonceconstruir bajo secreto un pabellón en eque se propone retomar sus juegosexuales. El edificio es ubicado próxim

a un bosquecillo en cuyos márgenes salza un centenario torii.

 Junichiro Tanizaki publica en 1925

una novela corta titulada La flecha de

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iempo. A medio camino entre el librode viajes y el relato histórico, el autonarra su periplo por la provincia d

ki, en la prefectura de Hiroshimamientras repasa algunos de los eventohistóricos de pequeña magnituocurridos en la región que, podiversos motivos, no fueron registradoen las crónicas de la época. En scamino hacia Saka, trasnocha en Kaita

e aquí lo que observa: «Kaita es unaldea pequeña. De su pasado solo sconserva una fortaleza medieval eruinas […]. El cansancio del viaje e

al que me impide conciliar el sueñoe salido a pasear de madrugada,

sabiendas de que mis párpados ncederían en toda la noche. Un sendero

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este lugar. Por un momento, tuve lampresión de que un dios vengativo

estaba a punto de emerger de aque

oscuro océano de arena. La sola ideame estremeció y me apresuré a la

osada en busca de refugio, con eirme propósito de recabar toda lanformación que me fuera posible sobr

aquel lugar a la mañana siguiente».

Kiyomori había perdido la cuenta d

as mujeres que habían pasado por epabellón. Tenía un par de sirvienteeales, sordomudos de nacimiento, quas conseguían para él. En su mayorí

eran prostitutas compradas en burdelede provincias lejanasExcepcionalmente, campesina

secuestradas o indigentes que hallaba

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en las encrucijadas. Kiyomori acudícada noche al pabellón y allí sentregaba a la soga y al nudo. Al cabo

de las semanas, las víctimas fallecíana fuera de extenuación, ya porqu

perdiera el control de sí mismo y sdejara llevar por sus feroces instintos.

El décimo segundo mes del primeaño de la era Heiji, Kiyomori partió Kyoto para combatir a las órdenes de

general Yoshimoto. La guerra lomantuvo alejado de Kaita nueve mesesal cabo de los cuales regresó tras undura campaña que se saldó co

ncontables pérdidas en ambos bandos.Destacaba el disco perfecto de l

una cuando Kiyomori, que cabalgaba d

vuelta al castillo confundido entre su

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soldados, creyó oír una melodía eontananza. Más allá de los arrozale

divisó un templo coronando una loma

De inmediato dio el alto y cabalgó esolitario hacia el lugar. Pronto tuvo antsí un edificio en ruinas en cuya entradhabía un torii. Desmontó su caballodejó a un lado el arco y la espada cruzó el umbral. Para entonces lmelodía había adquirido textura

cuerpo y se había hecho reconocible ea voz de una mujer. Puso un pie en lescalinata de piedra y penetró en eemplo guiado por aquella voz. Justo e

el centro del salón sagrado, bañada poos rayos de luna que se filtraban entras vigas carcomidas del techo, vio un

mujer arrodillada. Vestía un kimono

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ceremonial y hacía girar una rueca. Antaquella inesperada visión de purezaKiyomori contuvo la respiración

emiendo que se desvaneciera en el aireCuando se convenció de que se tratabde una mujer real en lugar de unaparición destinada a burlar susentidos, dio un paso al frente y se hizvisible ante los ojos de la sacerdotisaAl verlo, esta dejó de cantar y la ruec

se detuvo.Desde el primer momento se ldispensó a la sacerdotisa un tratdiferente del que se le había dado a la

anteriores inquilinas del pabellónKiyomori tenía la impresión de quaquella mujer estaba ligada a su futuro ambién a su pasado, como una finísim

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e imperceptible tela de insecto adherida su piel. Le llevó un tiempo atreverse aplicar la cuerda sobre aquel cuerp

virgen y, cuando al fin lo hizo, fue con emayor de los respetos, invistiendo eacto de una solemnidad mórbida. Poemor a dejar marcas indelebles e

aquella piel celestial, usó las cuerdamás finas que pudo hallar.

Aguijoneado por una angustia si

nombre, acudía al pabellón cada nochePracticaba sus juegos con delicadezreverencial. A veces, un deseohomicida, de destrucción de la belleza

se apoderaba de él, pero nunca con lsuficiente vehemencia como para llegaa consumarlo. Kiyomori era conscientde que tenía al alcance de su man

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aquello por lo que los hombres luchan matan a lo largo del ciclo de lareencarnaciones, y que él, el má

afortunado de todos, solo tenía qudescifrarlo.

Para su desgracia, la insatisfaccióhizo mella en él. A lo largo dencontables noches, había conseguid

memorizar con precisión cada ángulocada recta y cada curva de aquel cuerpo

sin embargo, llegó a un punto en quaquello no le bastó, y por ello investiga manera de obtener una visió

novedosa del objeto. Con tal fin, pas

una soga por encima de una viga deecho y la ató alrededor de los brazosos pies y la cintura de la sacerdotisa

Acto seguido, tiró cuidadosamente de

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otro extremo hasta tenerla suspendida varios pies de altura por encima de scabeza. Aseguró la cuerda a u

ravesaño y apagó todas las velas quardían en la sala excepto cuatro. Estafueron colocadas justo debajo de lmujer, de forma que alumbraran uretazo de su cuerpo. Kiyomori agitevemente la soga y la sacerdotis

comenzó a oscilar con suavidad, or

dentro, ora fuera de haz de luz, de modque una fracción diferente de su piel sluminaba a cada vaivén.

Aquella superficie lechosa qu

emergía para sumergirse de nuevo en loscuridad lamida por las llamas, lpareció a Kiyomori la puerta a lomisterios de este mundo: la ausencia d

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a madre que nunca conoció, lseveridad de un padre siempre distantea visión sobrecogedora de los campo

eñidos con la sangre del enemigo, y emiedo atroz a abandonar este mundoKiyomori creyó ver en aquella parcelde luz el paraíso y la promesa de unvida que no terminaba nunca: futuropresente y pasado; vida, perpetuación muerte en un solo nudo.

Al llegar la primavera la sacerdotisquedó encinta, para sorpresa y discretregocijo de Kiyomori. Dos mesedespués, este partió al frente sisospechar que uno de los sirvientesordomudos espiaba para su esposa, que esta sabía, no solo de la existenci

del pabellón, sino también del futur

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hijo concebido en concubinato. Ecuanto Kiyomori se ausentó, Tomoomó cartas en el asunto. Sabiendo qu

nadie se interpondría, ordenó a su espíncendiar el pabellón. La sacerdotis

estuvo a punto de perecer, de no ser poa intervención del segundo sirviente

que aún le era leal a su señor. Este lguió a través de una salida secreta antede que las llamas lo consumieran todo

ncluida a su propia vida. En su huida, lsacerdotisa sufrió quemaduras fatalesYa en el exterior, notó que le faltaba larespiración y que las fuerzas l

abandonaban. Continuó hasta el linddel bosque que quedaba próximo apabellón. Allí oyó unas notas quprovenían de la espesura. Al acercarse

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comprobó con alivio que se trataba dun monje errante que tocaba el biwa. Asu lado había un niño, sostenía una cajit

entre las manos y la miraba fijamenteLa sacerdotisa creyó reconocer aquerostro, pero no pudo recordar dónde ncuándo lo había visto. Entonces se sintidesfallecer y sufrió un desmayoMinutos después despertó con unsensación de humedad en los labios. E

monje arrimaba a su boca un cuenco dagua tibia. El niño ya no estaba con él.Antes de marcharse, el monje l

ndicó una senda que penetraba en e

bosque. Muy al fondo, asomando entrel ramaje, se intuían destellos plateadoarañando la oscuridad. La sacerdotissiguió aquel camino y llegó a un calver

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en el que se alzaba un torii  adornadcon recias sogas. Le pareció extrañencontrar una puerta sagrada en un luga

an recóndito como aquel. Corta daliento y fuerzas, pasó bajo el arco

ada más hacerlo, vio frente a ella lefigie de una diosa vengativa, no mudiferente de las que custodian la entradde los templos. Se abrazó a ella entrágrimas y cerró los ojos, consciente d

que su tiempo se agotaba. Un rumoascendente la distrajo de suamentaciones. Al abrir los ojo

comprobó que ya no estaba en e

bosque, sino en una llanura desértica epleno día. En la distancia vislumbró unmajestuosa ciudad coronada por las máaltas y extrañas torres que hubiera vist

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amás. La sacerdotisa pensó que aquedebía de ser el reino de los ogros y quse encontraba a las puertas del infierno

A pesar de que ni una sola nuboscurecía el sol, un trueno retumbsobre su cabeza. Al levantar la vista, via silueta negra y puntiaguda de u

pájaro gigantesco surcando el cielo edirección a la urbe. Hubo silencio y euniverso pareció detenerse. Una ráfag

de luz la obligó a cerrar los ojos. Comsalida de un sueño, una gran columna dhumo se elevó pausadamente sobre laorres de la ciudad. Seguidamente un

onda de luz anaranjada comenzó expandirse en todas las direccionesdevastándolo todo a su paso. Muchantes de que la alcanzara, la sacerdotis

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notó una brisa caliente quemándole lamejillas. Arrodillada ante la diosaformuló un último deseo: «¡Oh, diose

de la muerte, permitid que el círculo das reencarnaciones devuelva a mi hijo

este mundo para reclamar venganza!».Esa misma noche un sueño perturb

el descanso de Kiyomori. En él vio a laconcubinas emergiendo de la fosa debosque donde estaban enterradas

Durante todas y cada una de las nocheque duró la contienda, que a la postrsería la última, el sueño se repitió, cadvez más vívido, como si se aproximara

su conciencia para reclamarle algoAquella fue la primera vez quKiyomori Yorinaga experimentó unsentimiento cercano al remordimiento.

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Después de la última batallregresó a Kaita y no volvió a sufriaquellas pesadillas.

Al contrario que su padre, Kiyomoralcanzó la vejez lejos del campo dbatalla. Poco a poco le fue abandonand

el vigor guerrero. De su pasión por lacuerdas había renegado tras el incendidel pabellón y la desaparición de lsacerdotisa, a la que había dado po

muerta. Durante mucho tiempo considera idea de asesinar a Tomoe, pero con eranscurso de las estaciones aque

rencor se atenuó, y Kiyomori llegó a lconclusión de que nunca había sentido emenor afecto por la sacerdotisa. Aevocar la noche de su primer encuentr

en el templo en ruinas, vio con clarida

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que, desde el principio, lo único que lhabía preocupado era encontrar unverdad inmutable que alejara de él e

miedo a la muerte. Todas aquellacosas, por dolorosas que fueran, habíaquedado atrás.

Una mañana, cuando los primerorayos de sol herían las tejas del castilloun clamor de multitudes lo arrancó deecho. Al asomarse vio a los aldeano

apretándose contra el portón de entradaVarias columnas de humo se elevaban eel horizonte, por encima del bosque. Poextraño que pareciera, estaban siend

atacados.Después de muchos años vistió d

nuevo su armadura, que reposabcubierta de sombras en el salón d

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armas. Reunió a los hombres, montó omos de su caballo y salió al encuentr

del enemigo. Dejar atrás los muros de

castillo y encarar el espanto fue todo unmisma cosa. Lo que encontraron alegar a la aldea escapaba a s

comprensión: cabañas aplastadas, resedescuartizadas, árboles en llamas cuerpos abrasándose aún con vidaKiyomori se estremeció al imaginar qu

clase de fuerza había causado semejantmatanza. De pronto, el suelo tembló bajsus pies y los caballos, encabritadosrelincharon sobre sus patas traseras. L

ierra se sacudió con espasmoregulares, monstruosos. En un instante esol se apagó y la noche cubrió a loguerreros y a las bestias. Un gruñid

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nterminable, como el lamento de udios herido, los obligó a girarseKiyomori sintió que lo invadían lo

alacranes del miedo cuando contemplen toda su gloria al causante de aquellmasacre. A muchos metros de altura seerguía un monstruo de carne purulentformado por incontables cadáveresKiyomori derramó lágrimas de miedo de emoción al reconocer aquellos torso

 aquellos rostros. En ellos identificó sus concubinas. Trastornado por ehorror y el delirio sexual, reprodujcada uno de los nudos, cada una de la

marcas, cada uno de los cuerpoestrangulados. Los recordó todos siexcepción, los revivió todos al unísonoAl hacerlo, todo su ser se transfiguró e

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una enorme llaga que palpitaba dplacer. Por encima de aquella montañde carne que arrojaba rayos de fuego

cañonazos de luz hirviente por todos suporos abiertos, distinguió el cuerpranslúcido de un nonato que, en postur

fetal, con los ojos dulcemente cerradosflotaba envuelto en una burbuja azuladacomo si tuviera el control absoluto daquella bestia del remordimiento. L

criatura abrió los ojos y Kiyomorcomprendió al instante que se trataba dehijo que nunca llegó a tener, pero quhabía anhelado en secreto desde el dí

que dio por perdida a la sacerdotisaAquella certeza absoluta, salvífica, sdesplegó ante su alma en todo sesplendor. Kiyomori Yorinaga sintió

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que su cuerpo ya no tenía peso alguno eeste mundo, vio una sombra interminablcernirse sobre él, apagarse la luz de l

existencia y, en silencio, rogó a lodioses que en la próxima vida lpermitieran reencarnarse en una arañde brillos irisados.

 E l Hōgen Monogatari  es uncrónica militar que relata la guerracivil librada en Japón por la sucesió

del trono durante el periodo Heian(794-1185). En el capítulo cinco de lasegunda parte se describen losiguientes hechos: «Tadamachi decidióomar el camino de Aki a pesar de qu

esto le supondría un retraso de amenos un día. Lo hizo porque quería

comprobar si los rumores eran ciertos

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l sol alcanzaba su cenit cuandascendió por la colina desde la que scontempla la llanura de Kaita. E

comandante esperaba divisar lortaleza de Kiyomori desde la ciman lugar de eso, lo que encontró fue u

nmenso escorial que se extendía haciel norte. Al verlo, supo que los rumoreeran fundados. Descendió al frente dsu ejército y se adentró en la llanura

o se tenía noticia de ningúenfrentamiento en la provincia. Eataque por sorpresa estaba descartadoa que solo una compañía numerosa y

bien armada habría podido causaales estragos; semejante fuerza nodría desplazarse por el territorio si

ser descubierta a las primeras d

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cambio por los espías del clan. Easalto, por tanto, quedaba descartado

ero lo que sus ojos contemplaban

contradecía tal conclusión. Lacabañas próximas al castillo estabaaplastadas como si una montaña shubiera desplomado sobre ellas

uchos cuerpos yacían calcinadosmientras otros habían sidosalvajemente mutilados sin distinció

de género ni edad. De aquellahorrenda visión, fue ver el castilloreducido a escombros lo que másmpresionó a Tadamachi. Hacia la

mitad del muro norte del perímetro, seabría una brecha lo suficientementamplia como para permitir que uejército a caballo pasara con holgura

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usto en el centro del recinto, alldonde debían levantarse los aposentode Kiyomori y su esposa, un gra

agujero se abría paso hacia laentrañas de la tierra. Todo en derredorestaba abrasado. En torno a los bordede la abertura, los rayos del sol sestrellaban contra rocas ennegrecidasque brillaban como cristales negros. S

iyomori había perecido en aque

ataque o había conseguido escaparera imposible de adivinar».

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 BONUS TRACK 

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Sombras del metal

 —Si cruzas esa puerta, disparo.Ben estaba de pie en un extrem

del recibidor. Su pie izquierdo safirmaba medio metro por delante dederecho. Flexionaba ligeramente larodillas. Apretaba la culata de s

escopeta de caza contra el hombrderecho. Su dedo índice acariciaba egatillo mientras su mano izquierdapuntaba el cañón hacia el umbral. Un

figura alta y robusta se recortaba al otrado de la puerta, de espaldas al so

erguida cuan larga era bajo el porche.Fuera las chicharras hervían al sol

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 —¡Caray, Ben, soy yo, Alan! ¡Solohe venido a pedirte la maldita escalera!

Ben siguió apuntando. Dejó pasa

unos segundos y comenzó a hablar cocalma.

 —Alan… nos conocemoprácticamente de toda la vida, ¿no easí? Hemos crecido juntos. No seríexagerado decir que somos comhermanos, ¿cierto?

 —Cierto… pero, no entiendo… —Hasta hace poco habría puesto lmano en el fuego por ti sin dudarloncluso si el mundo entero se pusiera e

u contra, yo estaría dispuesto a apostami cuello por el bueno de Alan, el Alande toda la vida…

 —No sé qué mosca te ha picado

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Ben, soy el mismo de siempre. —No lo eres. Algo ha cambiado e

i, demasiado sutil como par

explicarlo. De hecho, soy incapaz dhacerlo, pero puedo sentirlo, Alan. Teconozco mejor que nadie y sé que haalgo distinto en ti desde aquella noche.

 —Ben, no tengo la más remota idede lo que hablas ¿Te importaríexplicarte mejor?

 —Hablo de la noche del meteorito¿recuerdas? Estábamos en tu porchbebiendo cerveza cuando aquella coscayó del cielo. Lo metimos en tu graner

  desde entonces lo guardas bajo llavcomo si te fuera la vida en ello. Ndejas que nadie se acerque allí, nsiquiera a mí

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 —Vamos… es solo poprecaución. Podría ser radioactivo. Yasabes, Hiroshima y todas esas cosa

horribles que pasaron cuando tiramos lbomba. No quisiera por nada del mundque alguien saliera herido por mi culpapor eso no dejo que nadie se acerquallí, es mi responsabilidad.

 —Dime entonces por qué dejaentrar a tus nuevos amigos.

 —Mi único amigo en varias millaa la redonda eres tú, lo sabes de sobra.. —Yo no estaría tan seguro. ¿Qu

hay del viejo Kirby? Lo he visto entra

allí varias veces. Nunca pensé qulegaría el día en que hicieras amista

con él. Vive en el pantano cazandopájaros y perros salvajes. En el puebl

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o evitan. Está loco de atar, todo emundo lo sabe. ¿Qué demonios hacecon él?

 —Sé que la gente no lo mira bienpero puedo asegurarte que no es maipo, si le dieras…

 —¿Una oportunidad? ¿A eschalado? ¿Lo dices en serio...? Y quéme dices de ese forastero que viene visitarte cada dos semanas. Nadie l

conoce por aquí. ¿Quién demonios esotro de tus amigos? Bien sabe Dios quhay algo siniestro en ese tipo que mrevuelve las tripas.

 —En serio, Ben, no hay nada malen esos hombres. Nuestra relación es dpura conveniencia, tenemos un pequeñnegocio entre manos.

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 —¿Te burlas de mí? ¿Qué clase dnegocio?

 —Me temo que no lo entenderías.

 —¿Tiene ese misterioso negocioalgo que ver con la antena que estáconstruyendo en el altillo de tu granero?

 —Ya te lo he dicho varias veceshe recuperado mi vieja afición por lradio.

 —¿Me tomas por idiota? U

radioaficionado no necesita una antenan condenadamente grande como esaMientes, Alan. Os he visto dmadrugada, a ti, al viejo y al forastero

mirando al cielo con un telescopio. Hvisto ese aparato lleno de luceamarillas y rojas que tienes en egranero…

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 —¿Nos has estado espiando? ¡Poel amor de Dios, Ben!

 —No sé qué demonios hacéis all

arriba, pero estoy seguro de que estáiesperando una señal, y que cuandlegue…

 —Escucha, todo tiene unexplicación.

Alan adoptó un tono conciliadorAprovechó que Ben había relajado lo

brazos para dar un paso adelante. Lpunta de su bota derecha emergió de lasombras y cruzó el umbral sin posarsen el suelo, mientras el resto de s

cuerpo permanecía a contraluz. —¡Atrás o disparo, lo juro, Alan!Alan retrocedió.Hubo silencio. Durante un par d

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segundos, Ben percibió un zumbidagudo y distante, pero enseguida fuacallado por el canto rabioso de la

chicharras.Hacía calor. Notó el sudor rodando

sobre su piel. Miró de reojo por unventana. Fuera reinaba el sol y todo erfuego y silencio.

Trató de concentrarse. —Alan, he estado haciend

memoria… Han caído dos meteoritomás en la región después de aquellnoche. Lo dijeron los periódicos.

 —No sabía nada de eso. E

cualquier caso, no es más que uncoincidencia, ¿a dónde quieres llegar?

 —Verás… eso hace un total deres. El primero fue el tuyo, hace nuev

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meses. Después hubo otro, hacaproximadamente seis. Un par dsemanas después de aquello el viej

Kirby comenzó a frecuentar tu granjaHace tres meses cayó el terceroentonces apareció el forastero…

Ben se detuvo. Esperaba algún tipde reacción por parte de Alan antaquella revelación, pero no la huboRespiró hondo y trató de relajar lo

miembros. —Alan, ¿recuerdas el sermón deDomingo de Pascua? Probablemente noEs igual, te lo resumiré. El reverend

habló de la grandeza de Dios NuestrSeñor y de su inmenso poder. Afirmóque es tan grande y que su bondad es taque no debíamos descartar que e

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cosa, si apartas la morralla y tomas lnformación valiosa de esos libros y l

pones junta, es probable que llegues

una conclusión bastante incómodaSupongamos por un momento que sóluna centésima parte de esas historiadisparatadas contuviera un gramo, uátomo de verdad. ¿Alguien se ha parada pensarlo?

 —¿Hablas en serio?

 —¿Has oído hablar de LucrecioUn tipo listo. Vivió hace mucho tiempoantes que tú y que yo; antes que ereverendo y que todas esas novelucha

como tú las llamas fueran escritas; antencluso que el mismísimo Jesucristo

Pues bien, he memorizado un pasaje dsu libro. Sabes que siempre h

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presumido de tener buena memoria, nme ha costado mucho... Escuchatentamente lo que el bueno de Lucreci

escribió: «Sabido es que el espacivacío se extiende sin límite en todadirecciones y que innumerables semillarecorren un número infinito drayectorias a través de un universnsondable. Es altamente improbabl

que esta tierra y este cielo sean lo

únicos y que todas esas partículas nhayan dado sus frutos en algún otrugar. Nuestro mundo ha sido creado

partir de colisiones espontáneas

casuales, y de las más variopintaaccidental, azarosa y casuacongregación de átomos, de cuyacombinaciones repentinas habría

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surgido la tierra, el cielo y los serevivos. Por lo cual, fuerza es reconoceque hay en otras partes otra

combinaciones de materia semejantes este mundo».

 —¿Te estás oyendo, Ben? Esermón, las novelas y ahora esto… Nadde lo que dices tiene sentido.

Ben hizo oídos sordos, continualzando la voz, enfebrecido, como s

hablara para una audiencia invisible. —Y ahora… Supongamos por umomento que efectivamente existeseres inteligentes en algún planet

ejano… Supongamos que en lugar dser bondadosos y venir en son de paz sactitud es bien distinta. Al fin y al cabonosotros nos comportamos de es

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manera con otras formas de vidnferiores. Las perseguimos, la

cazamos, las sometemos, la

devoramos… incluso las matamos podiversión. ¿Qué valor tienen parnosotros esas vidas? Están en estmundo para servirnos, podemoomarlas cuándo y cómo queramos si

sentir por ello el menor remordimientoAhora dime, ¿qué ocurriría si ellos no

vieran exactamente igual, como una raznferior, como bestias salvajes? —Suabios se aceleraron, las palabra

brotaban en tropel; temblaba de arrib

abajo y su tono sonaba cada vez máalto y desesperado— ¿Y si por una vefuéramos nosotros los cazados vinieran a nuestro planeta desde algú

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rincón del universo solo paraplastarnos como a insectos? ¡Como nsectos! ¿Qué puede hacer una hormig

contra un gigante, Alan, qué podemohacer? —Ben gritaba fuera de sí, en eparoxismo de la agitación, transfiguradpor el miedo— ¡Nada, absolutamentnada, nos barreréis de la faz de la Tierren un abrir y cerrar de ojos!

Jadeaba. Se detuvo. Notó el sudo

empapando cada centímetro de scuerpo. Escuchó de nuevo el brevzumbido metálico. Se había vuelto máagudo.

Fuera continuaba la agonía de lachicharras.

 —Ben… escúchame… no sé cómdecirte esto… no sé lo que te pasa, per

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es evidente que no estás bien… tavez… tal vez te vendría bien un cambide aires… ¿Has hablado de esto co

Mary? —Por suerte Mary y las niñas n

están aquí. Las envié a casa de misuegros esta mañana a primera hora. Lehe hecho prometer que no volverán hastque yo las avise.

 —¿Por qué diantres has hecho eso

ecesitas a tu familia ahora más qununca.Ben esbozó una sonrisa. Record

que ella no se había presentado a la cit

a mañana anterior. No lo había hechodesde que se recuperó, a pesar de que lhabía dejado varias notas en el huecdel roble junto al cruce de caminos

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Estuvo esperando en el sitio de siempra la hora de siempre. Tenían mucho do que hablar. Finalmente no acudió

Resignado, volvió a casa por el senderdel arroyo como solía hacer. Ella venícaminando descalza en sentidcontrario. Al pasar a su lado, Ben sdetuvo. Esperaba una explicación o undisculpa o ambas cosas, pero no lauvo. Ni siquiera le miró a los ojo

cuando se cruzó con él, actuó como sfueran desconocidos. —Harvey, ¿cómo está Maggie? —Mejor... gracias por preguntar.

 —¿No te parece un poco extrañoEstaba completamente desahuciada. Llevaste a los mejores médicos. Gastast

una fortuna. Todos te dijeron lo mismo

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que la metástasis estaba muy avanzada que apenas le quedaban unos meses dvida. Y sin embargo mírala ahora, fresc

como una rosa. Ha pasado de no podeevantarse de la cama a dar largos por e

campo por su propio pie. —Los mismos doctores no se l

explican. Ha sido un milagro, Ben. Aveces estas cosas pasan. En cualquiecaso, mi mujer está bien y eso es l

único que importa. No sé qué lo hhecho posible, simplemente le doy lagracias a Dios.

Ben miró de nuevo por la ventana

Sobre la línea del horizonte vio Maggie vestida de blanco, tocada con usombrero de paja. Paseaba a pleno soprobablemente iba descalza. Conocí

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cada milímetro de aquellos delicados hermosos pies. Por un instantrememoró su tacto suave, su arom

fresco. Siempre había pensado que spiel olía a bebé. Recordó los cardenaleproducidos por los golpes y también laágrimas y el consuelo. «Bastardo, no ta mereces», murmuró para sí.

El zumbido lo pilló desprevenidoLlegó raudo y afilado como un

puñalada. El dolor lo hizo doblarse. Slevó la mano al oído. La bota derechde Alan crujió sobre el entablado. Bese enderezó y le apuntó a la cabeza

Alan reculó lentamente y volvió a lasombras.

 —El domingo por la noche te venterrando algo detrás del granero

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Fuera lo que llevases en aquel sacdebía de ser muy pesado por cómo larrastrabas...

Alan callaba. —Fue más o menos por aque

entonces cuando Maggie comenzó recuperarse milagrosamente. Aprincipio no entendía nada, perentonces recordé algo importante¿Sabes lo que pasó hace dos semanas?

 —¿Cómo voy a saberlo? Hace dosemanas pasaron muchas cosas… —Deja de hacerte el tonto. Hac

dos semanas cayó un meteorito, e

cuarto, a un par de millas de aquí, justen el linde de tu granja con el río.

 —Ben, lo que enterré aquellnoche fue Abby. Estaba muy enferma, e

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pobre animal sufría mucho...Harvey… no sigas… Anoche m

colé en tu granja. No fue el cadáver d

u perra lo que desenterré, sino el dMaggie.

Hubo silencio. —Ben… pobre Ben… has perdid

el juicio por completo... Maggie está ahfuera, acabas de verla paseando. Llamaré para que venga y hable contigo

así puedas convencerte… —No te molestes. Los dos sabemoque esa de ahí fuera no es Maggie. Alansé a qué has venido. La maldita escaler

e importa un bledo. Se la presté Ernest hace un mes y todavía no me la hdevuelto. Tú mismo le dejaste tfurgoneta para que se la llevara porqu

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su camioneta estaba en el mecánicaquel día, ¿recuerdas? Ahora voy a sali quiero que te apartes de mi camino. Ir

al pueblo y le contaré a todo el mundo lque está pasando. Llamaré a la prensa, a radio… —Ben se dejaba llevar por l

excitación— ¡Pronto lo sabrá todo epaís, hasta el mismísimo Eisenhower—la escopeta temblaba en sus manos—Os desenmascaremos, os mandaremo

de vuelta…!Ben avanzó hacia la puerta sidejar de apuntar a Alan.

 —Sé razonable, Ben, nadie t

creerá —dijo mientras daba un pasatrás.

Al llegar al centro del recibidordistinguió una sombra recortándos

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detrás de Alan. Le pareció ver undelicada mano posada sobre su hombrderecho. Unas largas uñas refulgía

como llamas rojas en la penumbra deporche. La esbelta figura emergió detrádel macizo cuerpo de Alan y avanzó copies desnudos hasta la línea invisibldel umbral. Maggie no llevaba ropa. Fua magnética serenidad que irradiaba

sus ojos lo que captó la atención de Be

por encima de todo lo demás. Los labiocarmesí se abrieron como una floextraña y carnosa, pero Ben fue incapade oír lo que decían. Comenzó a nota

una cadena de aire caliente rodeando scuerpo y atenazando sus miembrosMaggie cruzó el umbral en toda sdesnudez, majestuosa, sensual, elástica

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  dejó que la cascada de luz demediodía que horadaba las ventanabañara su cuerpo en fuego. Recortó e

reducido espacio que los separabmientras Ben permanecía paralizadocon la escopeta en vilo. Sin detenerseMaggie alargó sus blancos y delicadobrazos hacia su cuello. Cegado por erelumbre nacarado de su piel, Ben nacertó a ver la marca de nacimiento qu

debía estar un par de centímetros podebajo del ombligo y cuya forma tantanoches había evocado sin descansoApenas fue un instante de duda, l

suficiente para afirmar la culata contrel hombro y disparar a la cabeza dMaggie.

Fuera las chicharras enmudecieron

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Un zumbido pesado, macizo nsistente se aposentó en la atmósfera e machacó las sienes. Ante sus ojos, l

silueta de Maggie pareció combarssuavemente hacia un lado y crecevarios centímetros en todas direcciones

otó que el sol del mediodía se apagab que una mancha acuosa de color negr

se extendía por el techo, justo sobre scabeza, y se derramaba por las paredes

El aire se volvió irrespirable. Besudaba a mares. Se sofocaba. Pensó quuna nube pasajera acababa de posarssobre la casa y que la luz no tardaría e

volver.Se equivocaba.

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Prólogo rezagado

 Piel de membrillo  fue concebido como uómic de ocho páginas pero la idea fue pront

descartada por no adecuarse al formato. Tras un uargo periodo de letargo terminó por perfilarse como uelato; no sólo fue el primero de este libro sino tambiél primero que escribí, hace ahora más de un lustro

De él sería justo decir que marca el inicio de maventura literaria.

 El círculo de la carne es un relato de casancantadas que se desvía ligeramente del tratamientlásico; hay no poca influencia de la película El ent

(1982) en él. Hijo de un dios caníbal se basa en la histori

de Issei Sagawa, que a principios de los ochenta shizo célebre por cometer un acto de asesinato anibalismo. A pesar de lo descabellado de algunaituaciones, lo expuesto en el relato se ajusta co

bastante fidelidad a lo ocurrido, siendo el testimonio d

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propio Sagawa la fuente de información mámportante y también la más veraz de las consultadan la construcción de esta narración. El autor se h

permitido pocas licencias en lo externo, aunque h

desarrollado con mayor libertad el aspecto interno, que concierne exclusivamente a la psique maltrechdel protagonista-narrador. El texto es un relato derror de pura cepa: pertenece a esa rara clase d

horrores cuya amenaza no se desvanece con laprimeras luces del amanecer sino que permanecólida, desafiante, bajo el inmenso sol y a la vista dodos. Es sencillamente algo que puede suceder eualquier época y en cualquier lugar, y es ahí dond

adica su naturaleza terrorífica: en la convicción de sprobabilidad. A imagen y semejanza  es un relato sobr

alquimia y homúnculos que revisa y amplía la trama dun cómic de ocho páginas dibujado por Karles Sellés

que, con el título de «Crepúsculo», fue publicado en levista Cthulhu.

 La casa azul  es un calco del caso de EnriquetMartí, apodada “la vampira de Barcelona”, que fuacusada y condenada por secuestrar, prostituir

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asesinar menores en la ciudad condal a principios diglo pasado. Las sombras que oscurecen la historia a figura de Enriqueta son numerosísimas, y resultuando menos arduo separar la leyenda de la crónic

negra. Todo el asunto está salpicado de especulacionesotéricas (cobró fuerza el rumor de que Enriquet

vendía los órganos de sus víctimas para fabricaungüentos curativos para la aristocracia barcelonesa que formaba parte de una secta) que, si bien sntrometen en el esforzado camino de los hecho

dilucidados, espolean como ninguna otra musa la ya dpor sí febril imaginación del escritor de género, pues posibilidades que se le ofrecen son poco menos qu

nfinitas. El relato se divide en tres partes biediferenciadas: la primera, tomada de los labios de unniña secuestrada por Enriqueta, está escrita en ustilo sencillo rayano en la simpleza y narrada com

una historia de fantasmas; la segunda, compuesta d

etazos de informes que una sociedad secreta elaborobre Enriqueta, recurre a un estilo más elaborado qul anterior aunque sin renunciar a la sobriedad; po

último la tercera, contada en la clásica tercera persone vale de una prosa abigarrada y un tanto afectad

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para sumergirse con ciertas garantías en la desquiciadmente de Enriqueta. Cada parte aporta informacióque complementa la ofrecida en las otras dos, como eun rompecabezas, de modo que solo encajando las tre

podrá el lector componerse una imagen global definitiva de la historia.

Casa de campo nace de la pasión por el terroural o folk horror , en concreto en su vertientinematográfica, tal y como queda definido en títuloomo Robin redbreast  (1970), Dead of night (1972

o  El hombre de mimbre (1973)   entre otros.  Loguiones de Nigel Kneale han sido sin lugar a dudas lnfluencia que más ha pesado en la gestación del texto

Siendo un subgénero esencialmente británico eniendo el empeño de trasladarlo a nuestra penínsulno encontré mejor escenario para establecer mhistoria que en tierras gallegas, ya que guardan npocos puntos en común en lo relativo al tema co

nuestros vecinos norteños. Espinas ceñirán tu frente  no es otra cosa qu

una Bildungsroman en clave de terror. La inspiraciónace de Las tribulaciones del estudiante Törless, dRobert Mussil, así como de un relato de Clive Barke

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que transcurre en un reformatorio, cuyo título ubicación la pereza me impiden rastrear. La historioquetea con el interés que Adolf Hitler mantuvo pol esoterismo y su relación con la Sociedad Thule, y

partir de ahí no deja de fantasear de espaldas al rigohistórico. Los fragmentos del libro que el protagonistee a escondidas no son de invención propia sino qu

pertenecen a La máscara de carne (1958), novedel francés Maxence van der Meersch que retrata lhomosexualidad como una conducta viciosa deplorable.

 Entre el cielo y la tierra nace del deseo dontar una historia sobre un árbol maldito y de l

fascinación por las ciudades de construcción recientque la crisis inmobiliaria mantiene desiertas. Para oncepto del árbol me inspiré en el Árbol de la Muert

de los Qlifot, el reverso negativo del Árbol de la Vidabalístico. La película La centinela (1977)  fu

decisiva en la escritura de determinadas escenas. Mujō es el texto más personal de todo el libro

Estaba destinado a formar parte una antología delatos Kaiju eiga que nunca vio la luz. En él inserto rato de tejer con cierta torpeza no pocas de m

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obsesiones importadas de la cultura nipona. El títulstá tomado de una película del mismo nombre dirigid

por Akio Jissoji a principios de los setenta y haceferencia al concepto de impermanencia, tan querid

al budismo. Los cinéfilos también intuirán una escenplagiada de Trono de sangre (1957).   Asimismo, elato se inspira en La historia secreta del seño

usashi,  novela corta de Junichiro Tanizaki quspero (y desespero) adaptar al cómic algún día. Otrlemento importante es el shibari , el arte japonés de l

atadura erótica. Mujō es, además, un relato de ciencificción, concretamente de viajes en el tiempo, quncierra una clara alusión al holocausto nuclear. E

armazón del texto es complejo ya que juguetea con loaltos y las paradojas temporales. En cierto modo, gual que la telaraña, la rueca y otros símbolos afinencluidos en la narración, la estructura imita l

morfología de esos nudos que tan fundamentales so

para la compresión de la historia. Si la ambición ha sidoronada con los laureles del éxito o si, por ontrario, el autor ha fracasado en su empeño, es alg

que dejo al juicio del lector (no apresurado).Sombras de metal   es un relato deudor de l

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dad dorada del cine norteamericano de ciencificción, concretamente de una escena de Vinieron deespacio exterior (1953). Mi propósito era construuna historia breve con la mayor economía posible e

érminos de acción, tiempo, espacio y personajes. Elemento vertebrador debía ser un diálogo, a través dual la tensión escalaría hasta alcanzar el clímax fina

El resultado no es del todo malo. El texto ya habíaparecido en la Antología I concurso de relato cortde suspense y misterio de Zonaereader . La presentversión difiere del original en el final.

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