Historia Compostelana

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Historia Compostelana CAPITULO 110 De Pedro prior, sobrino del obispo; de Gundesindo su hermano, y de la conspiración de Compostela En fin, por consejo de los cónsules y príncipes, fue sancionada la alianza de paz, y restablecida la amistad en la forma anterior. Ínterin, algunos ciudadanos de los más influyentes que, como fije arriba, fomentaban ideas siniestras contra el obispo, al ver que sus primeros conatos no los habían podido llevar a efecto, por haber fracasado sus designios, vuelven a otra parte sus pensamientos. Así, pues, alborotando al pueblo, y conspirando contra el obispo, expulsan de la ciudad, consintiéndolo la reina, a ciertos deudos del obispo, es a saber: a Pedro, sobrino suyo, canónigo y prior de nuestra iglesia, y a Gundesindo su hermano 1 , diciendo que por consejo y sugestión de ellos se había separado el obispo de la reina, originándose de aquí la discordia en Galicia. A esto añadían que por causa de Gundesindo, que había sido vicario de la ciudad (villicus urbis ), sobrevinieron a esta muchos males. Expulsados, pues, los sobredichos para disminuir el poder del obispo, forman, por instigación de aquellos que he llamado enemigos domésticos del prelado, cierta conspiración a que dan el nombre de hermandad (germanitatem) . Para confirmar y consolidar esta conspiración, líganse todos mediante juramento, al objeto, se entiende, de ayudarse los unos a los otros contra cualesquiera hombres, de guardarse y defenderse unánimemente, y de que si alguno de ellos recibiese daño o agravio de algún poderoso, o de otro que no pertenezca a la liga, los demás cómplices le ayuden según su posibilidad. Otras muchas cosas añaden que me sería largo referir. Finalmente, después de tramar todo esto en daño del obispo y para quebrantar su poder, constituyeron a doña Urraca por reina y abadesa de la conspiración 2 . Empero ella los trató después según merecían, y dio a sus cómplices digna recompensa, como abajo se dirá. CAPÍTULO 111 De cómo la reina fue sitiada en Sobroso 1. Por este tiempo salió la reina de Compostela y se encaminó a Toroño 3 , donde estaba Gómez Núñez que favorecía al partido del niño rey y atacaba al de la reina, y se hacía fuerte por la situación y fortificación de los castillos y la multitud de gente que tenía, tanto de a pie como de a caballo. Allí, pues, donde la reina intentaba sitiar a los rebeldes, fue ella sitiada. Porque hallándose en el castro de Sobroso 4 , fueron a cercarla el conde Pedro, ayo del rey, y la infanta Teresa, hermana de la reina y señora de todo Portugal; pero la reina, llamando a su ejército, logró escaparse y volvió a Compostela. Antes de que aquí llegase, salen a encontrarla algunos compostelanos, diciéndole que el obispo era enemigo y pernicioso para la reina, que había violado el pacto celebrado con ella, etc., es decir, cuanto podía perjudicar al obispo. Todo era ficción e invento de los enemigos domésticos del obispo, por ver si lo que en principio no habían podido lograr, lo alcanzaban ahora. Pero la reina, al llegar a Compostela viendo que cuanto le habían contado era falso e inventado, túvolos por chismosos (nugigerulos) , y como a traidores jamás les dio crédito. Por último, deteniéndose poco en Compostela, partió para León. Las conspiraciones en Compostela 2. Entretanto los sobredichos conspiradores, asociándose a ellos gente del clero y del pueblo, bajo pretexto de defender la justicia, oprimen a unos, levantan a otros; renuevan leyes y plebiscitos 5 , asumen el poder (dominium) de toda la ciudad, destruyen palacios, llegan a amenazar de muerte a algunos. El obispo, contento con la sola apariencia del nombre, y cediendo de momento a las circunstancias, aunque no aprueba sus hechos ni sus 1

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CAPITULO 110De Pedro prior, sobrino del obispo; de Gundesindo su hermano, y de la conspiración de Compostela

En fin, por consejo de los cónsules y príncipes, fue sancionada la alianza de paz, y restablecida la amistad en la forma anterior. Ínterin, algunos ciudadanos de los más influyentes que, como fije arriba, fomentaban ideas siniestras contra el obispo, al ver que sus primeros conatos no los habían podido llevar a efecto, por haber fracasado sus designios, vuelven a otra parte sus pensamientos. Así, pues, alborotando al pueblo, y conspirando contra el obispo, expulsan de la ciudad, consintiéndolo la reina, a ciertos deudos del obispo, es a saber: a Pedro, sobrino suyo, canónigo y prior de nuestra iglesia, y a Gundesindo su hermano1 , diciendo que por consejo y sugestión de ellos se había separado el obispo de la reina, originándose de aquí la discordia en Galicia. A esto añadían que por causa de Gundesindo, que había sido vicario de la ciudad (villicus urbis), sobrevinieron a esta muchos males. Expulsados, pues, los sobredichos para disminuir el poder del obispo, forman, por instigación de aquellos que he llamado enemigos domésticos del prelado, cierta conspiración a que dan el nombre de hermandad (germanitatem). Para confirmar y consolidar esta conspiración, líganse todos mediante juramento, al objeto, se entiende, de ayudarse los unos a los otros contra cualesquiera hombres, de guardarse y defenderse unánimemente, y de que si alguno de ellos recibiese daño o agravio de algún poderoso, o de otro que no pertenezca a la liga, los demás cómplices le ayuden según su posibilidad. Otras muchas cosas añaden que me sería largo referir. Finalmente, después de tramar todo esto en daño del obispo y para quebrantar su poder, constituyeron a doña Urraca por reina y abadesa de la conspiración2. Empero ella los trató después según merecían, y dio a sus cómplices digna recompensa, como abajo se dirá.

CAPÍTULO 111De cómo la reina fue sitiada en Sobroso

1. Por este tiempo salió la reina de Compostela y se encaminó a Toroño3, donde estaba Gómez Núñez que favorecía al partido del niño rey y atacaba al de la reina, y se hacía fuerte por la situación y fortificación de los castillos y la multitud de gente que tenía, tanto de a pie como de a caballo. Allí, pues, donde la reina intentaba sitiar a los rebeldes, fue ella sitiada. Porque hallándose en el castro de Sobroso4, fueron a cercarla el conde Pedro, ayo del rey, y la infanta Teresa, hermana de la reina y señora de todo Portugal; pero la reina, llamando a su ejército, logró escaparse y volvió a Compostela. Antes de que aquí llegase, salen a encontrarla algunos compostelanos, diciéndole que el obispo era enemigo y pernicioso para la reina, que había violado el pacto celebrado con ella, etc., es decir, cuanto podía perjudicar al obispo. Todo era ficción e invento de los enemigos domésticos del obispo, por ver si lo que en principio no habían podido lograr, lo alcanzaban ahora. Pero la reina, al llegar a Compostela viendo que cuanto le habían contado era falso e inventado, túvolos por chismosos (nugigerulos), y como a traidores jamás les dio crédito. Por último, deteniéndose poco en Compostela, partió para León.

Las conspiraciones en Compostela2. Entretanto los sobredichos conspiradores, asociándose a ellos gente del clero y del pueblo, bajo pretexto de defender la justicia, oprimen a unos, levantan a otros; renuevan leyes y plebiscitos5, asumen el poder (dominium) de toda la ciudad, destruyen palacios, llegan a amenazar de muerte a algunos. El obispo, contento con la sola apariencia del nombre, y cediendo de momento a las circunstancias, aunque no aprueba sus hechos ni sus designios, tampoco los vitupera; bástale con que le llamen señor estos conspiradores y que le consulten sobre algunos asuntos. Solamente fuera de la ciudad conservaba el poder de costumbre. Por lo demás, ni el tiempo ni las circunstancias permitían ejercer la potestad dentro de la ciudad. ¡Tanto era lo que había prevalecido la conspiración de los traidores!, cuyos hechos y designios si quisiera exponerlos, antes se me acabaría el tiempo que la materia.

CAPÍTULO 114Motín de los conspiradores contra el obispo y la reina: incendio de la iglesia y demás cosas.

1. Mientras tanto dirigiose la reina a Lobería, y al volver de allí fue recibida en Iria por el obispo. Regresa después a Compostela, llevando consigo un gran ejército de soldados; puesto que había deliberado con el obispo, con su hijo y con los magnates de Galicia, de qué modo vengaría las injurias de los traidores de Compostela y domaría su soberbia. Para esto había reunido grandes compañías (phalanges) de gente armada, parte de las cuales debía entrar con ella y con el obispo en Compostela, según lo habían prevenido, y parte permanecería con el hijo fuera de la ciudad: lo cual advertido por los compostelanos, se atemorizaron grandemente. Argúyales, en efecto, de culpa la conciencia, y veían acabarse ya su reinado; advierten por fin que tanto ellos como sus cosas se hallan en gran aprieto; están arrepentidos, aunque tarde, de lo que han hecho. ¿Qué más diré? De estos compañeros del infeliz Judas, unos refúgianse en la iglesia del Apóstol Santiago, otros en diversas iglesias, y muchos ocúltanse en sus escondrijos: hasta uno,

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que era de los príncipes de la traición, tomó fingidamente el hábito monacal en la iglesia de San Martín, para que lo librasen del peligro de muerte el abad y demás monjes, y así hecho monje, escapóse de las iras de la reina. Respecto de los refugiados en la iglesia de Santiago, llamó la reina al obispo y díjole: “Reverendo padre, dígnese vuestra santidad disponer que sean sacados de la iglesia esos perversísimos traidores, para darles el digno castigo que se merecen; sea removido del santo lugar el hedor de semejante traición y arrojado de allí el inmundo estercolero. A lo que contestó el obispo: “Reina, no es lícito extraer a nadie de la iglesia a que se haya refugiado, aunque sea ladrón, perjuro, traidor o criminal. Por lo demás, todos los bienes que tienen fuera de la iglesia sean entregados al saqueo y ocupados por los nuestros”. “Bien, replicó la reina; pero si en la iglesia tienen su refugio, y en ella están seguros ¡por qué retienen las armas dentro de la iglesia? Estando defendidos y fortificados por la misma iglesia ¿por qué se arman y fortifican con otras armas? No es justo que, hallándose suficientemente defendidos en la iglesia, tengan, además de ella, otra defensa. Mando, pues, que esto les sea entredicho, y que, o depuestas las armas, se den por seguros en la iglesia, como así debe ser; o, si continúan armados, que lo estén igualmente otros tantos o más de los nuestros, a fin de que no se atrevan aquellos a cometer algún exceso”.2. Agradó al obispo y a los demás que presentes estaban el parecer de la reina; pónese entredicho de tomar las armas dentro de la iglesia. Al saberlo aquellos traidores, bramaron de furor, y persiguiendo por la iglesia a los mensajeros del obispo y de la reina que les habían intimado la deposición de las armas, promueven un motín; huyen los legados a la parte alta del templo, vociferan los infames traidores con gritos de guerra, llegan sus clamores a los oídos de todos, revélase 6 en fin el ánimo de los conspiradores, y descubren lo que por tanto tiempo habían tramado. Atruena toda la ciudad, corren a las armas, apresúranse a la lucha. La fama, más veloz que todos los males 7, viene a insinuar que los soldados del obispo y de la reina acometieron a los compostelanos. Se interpusieron algunos canónigos y ciudadanos ajenos a esta nefanda insensatez para calmar semejante audacia de sus desaforados conciudadanos; pero ¿qué podían hacer unos pocos contra tantos millares? Corren al combate los cómplices de la traición, y atrayéndose a los amigos y conocidos, quieren acabar con la reina y el obispo, quienes habían querido (dicen) acabar con ellos. El obispo y la reina, que moraban en los palacios, cuando oyeron los clamores y el estrépito de la ciudad, y en qué grado los imitadores de Iscariote 8 habían incitado contra ellos a los ciudadanos, temieron; y tanto más cuanto que ven ir en aumento la osadía de los rebeldes y hacerse más violento el motín, y que la iglesia del Apóstol y los palacios del obispo hállanse sitiados por gente armada y son combatidos con más furia. No saben qué resolución tomar contra tan execrable audacia. La iglesia del Apóstol es frecuentemente asaltada; por encima del altar vuelan piedras, saetas, dardos; los traidores llevan a cabo sacrílegas peleas. ¿A qué no se atreverán manos malvadas? Pegan fuego a la iglesia de Santiago los perversísimos agresores, y por uno y otro lado la incendian, ya que gran parte de ella estaba cubierta con tablas y tamariscos 9. ¡Oh maldad! Una iglesia tan veneranda y tan digna de un Apóstol es quemada; y a tan precioso Patrono ningún honor se le da. ¡Oh dolor! Suben a lo alto las llamas en la iglesia apostólica, y por todas partes ofrece un horroroso espectáculo. Todos los temerosos de Dios que lo presencian, así hombres como mujeres, lloran y gimen, execran a los autores de tanto mal. ¡Oh! ¡y qué llanto el de los peregrinos que de diversas regiones habían venido a visitar el cuerpo del Apóstol!3. Así que el obispo y la reina vieron arder la iglesia, y que los sobredichos conjurados con tanta gente estaban prontos a toda maldad, no considerándose seguros en los palacios episcopales, refúgianse en la torre de las campanas (turrim signorum) con todo su séquito. Los compostelanos a su vez, subiendo a la parte alta de la apostólica iglesia, y pasando al palacio del obispo, corren, roban, arrojan vestidos y vasos de oro y plata con lo demás que al obispo y a la reina pertenecía; todo es arrebatado, repartido y hecho presa de los malvados enemigos. Suben por fin a la iglesia del bendito Apóstol, suben a la torre del palacio episcopal, y dispónense a asaltar la torre de las campanas, donde estaban refugiados el obispo con sus deudos y caballeros, y la reina con los suyos. Apostados algunos sobre la iglesia, colocados otros en las torres, y reunida otra parte abajo en el pavimento, atacan dicha torre; arrojan piedras y saetas, y amenazan de muerte al obispo, a la reina y a cuantos les acompañan. Pero con no menos vigor (dada la posición y desigualdad de las fuerzas) se defendían los que ocupaban la torre, rechazando al enemigo. Aquí fue donde más duró el combate. Viendo, en fin, los compostelanos que a tanta multitud resistían tan pocos, y que los sucesos del combate alternaban en pro y en contra, acuden de consuno al fuego; y parapetadas sus cabezas bajo los escudos unidos entre sí, logran introducir fuego por una ventana que había en la parte baja de la torre. Puesto el fuego, aglomeran también combustible que lo fomente. ¿A qué demorarme? Se propaga el fuego en la torre, yendo contra los que se hallan dentro. 4. Viendo el obispo que ni a él ni a la reina perdonaban, y que tanta muchedumbre intentaba su muerte, dice a la reina y a los que estaban en la torre: “Carísimos hermanos, ya estamos rodeados por una impía tropa de sediciosos; puestos ya en el extremo, no hay remedio. Sólo Dios, que es el amparo de los oprimidos y el consuelo de los atribulados, es nuestro refugio y alivio. Pongamos en Dios nuestra esperanza y nuestra confianza. El es quien puede sacarnos de las manos de los impíos, y librarnos de tan gran peligro; El, en efecto fue quien libró a Daniel del lago de los leones, y a los tres jóvenes, Sidrac, Misac y Abdénago, del horno de fuego encendido. Convirtámonos a Dios de todo corazón y El se convertirá a nosotros, pues dijo: convertíos a Mí, y yo me convertiré a vosotros 10 . Arrepintámonos de nuestros pecados, confesemos uno a otros nuestras culpas, y roguemos los unos por los otros, para que todos

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seamos salvos. Invoquemos la misericordia de Dios, para que perdone nuestras culpas y se digne concedernos su gracia: El que vive por los siglos de los siglos”. A estas palabras prorrumpe en lágrimas la reina y los demás presentes, poniéndose a las órdenes del obispo. 5. Volviéndose después la reina al prelado, díjole: “Sal de aquí, padre, sal de este incendio, para que puedo yo salir contigo; porque a ti, como a su patrono, obispo y señor, perdonarán”. Replicóle el obispo: “No es este buen consejo, porque a mí y a mis deudos tienen por enemigos, y nuestra muerte es lo que principalmente desean”. En esto clamaban los de afuera: “Salga la reina si quiere; solo a ella le damos permiso para salir y facultad de vivir; los demás perezcan a hierro y fuego”. Oído esto, como el fuego había tomado incremento en la torre, la reina estimulada por el obispo, y obtenida seguridad de los de afuera, abandonó la torre. Pero luego que la turba vio que salía, arremeten contra ella, la cogen y arrójanla al suelo en un lodazal: arrebátanla como lobos, hacen jirones sus vestidos, hasta tal punto que de pechos abajo quedó en el suelo por mucho tiempo con el cuerpo vergonzosamente desnudo y a vista de todos. Intentaron también muchos cubrirla de piedras, y entre ellos una vieja compostelana con una piedra hirióla gravemente en la mejilla. 6. Entretanto el obispo permanecía orando dentro de la torre y el fuego continuaba subiendo más alto. Llegóse a aquel el abad de San Martín, llevando consigo un crucifijo, y habiéndose confesado, sale de la torre como para entregarse al martirio: y dejando su manto (pallio), y tomando de no se quién una vilísima capa (capa), puesto ante sus ojos el crucifijo ¡cosa admirable! atraviesa por entre la tropa que peleaba, por las filas de sus más encarnizados enemigos, en medio de las armas de los perversísimos traidores (más de tres mil en número), sin ser conocido más que por uno solo. Llegó al lugar donde yacía la reina en el fango, pisoteada por las turbas de agresores; y viéndola tan feamente desnuda y postrada, transido de dolor pasó de largo, y atravesando por la iglesia del glorioso Santiago, llegó a la de Santa María 11, acompañado de un canónigo llamado Miguel González, que en adelante fue su compañero en las adversidades. Allí recibió inmediatamente el cuerpo y la sangre del Señor12 y descansó algo más seguro.

1 Gundesindo era hermano, no de Pedro, sino de Gelmírez, como consta claramente del cap 114, n.8, donde aparece “Gundesindo Gelmírez, hermano del obispo”, muerto por la turba amotinada de Compostela, el cual no parece ser otro que éste, villicus urbis. Por lo demás, en el texto latino se dice, refiriéndose al obispo, que Pedro era sobrino suyo (eius) y Gundesino hermano suyo (eius), es decir, ambos lo eran de Gelmírez: cfr. S. Porte la Pazos, Decanologio de la S.A.M. Iglesia Catedral de Santiago, Santiago, 1944 p. 57, nota 2.2 “Abbatissam”; esto es, madre o directora de la liga o hermandad3 Fl.216 “Toraniam”; “alias Toroniam”, anádese en nota. Efectivamente en los tres códices compostelanos unánimemente se lee “Toroniam”. Trátase indudablemente de Toroño, donde Gómez Núñez, contra quien iba la reina, era por aquel entonces, y continuó después en tiempos de Alfonso VII, señor de la tierra, como consta de la Chronica anónima del Emperador, lib. I, n.29 (Flórez,, t.XXI, p. 348). Toroño era una comarca bastante extensa de señorío laical, con los mismos límites aproximadamente que tiene hoy la diócesis de Tuy, con exclusión de esta ciudad donde el señorío correspondía al obispo: cfr. Galindo Romeo, Tuy en la baja edad media, siglos XII-XV, Zaragoza-Madrid, 1923, p. 28ss.Suberoso: era un castillo sito entre Puenteareas y Mondariz, prov. De Pontevedra, no lejos de la frontera portuguesa, dentro del condado de Toroño que gobernaba Gómez Núñez. De aquel castillo se conservan todavía restos notables.4 Suberoso: era un castillo sito entre Puenteareas y Mondariz, prov. De Pontevedra, no lejos de la frontera portuguesa, dentro del condado de Toroño que gobernaba Gómez Núñez. De aquel castillo se conservan todavía restos notables.5 “Renovant leges et plebiscita”. Por leyes se entienden aquí los decretos dados por el obispo como señor temporal, como v. gr. Los contenidos en el cap. 96, pp.171 ss. Plebiscitos eran los acuerdos de la asamblea popular, principalmente sobre asuntos de carácter administrativo, en que tenían derecho a intervenir todos los vecinos de condición libres: cfr. Institutiones Iustiniani, lib. I, tit. 2 1. 4. Aquí aparecen las primeras noticias sobre la actuación del concejo compostelano, sobre la cual debe consultarse principalmente L. Ferreiro, Fueros, t.I, pp.30 ss.6 FL. 229 “rebellatur”: errata evidente, en vez de “revelatur” como lo exige el sentido de la frase y se halla en los tres códices compostelanos.7 Virgilio, Eneida, lib. IV, v. 175: “Fama, malum quo non aliud velocius ullum”8 Es decir, de Judas, príncipe de los traidores, uno de los doce Apóstoles, que traicionó a Cristo.9 Esta “gran parte” de la catedral cubierta con tablas y tamariscos o paja, era tal vez la que estaba sin terminar, o sea la obra de Santiago, como se le llama en esta Historia, (v. gr. P. 206). Años más tarde estaba toda la basílica “teolis et plumbo optimo cooperta”, cubierta con planchas de pizarra y plomo, según se lee en el Códice Calixtino, ed. 1944, p. 382, e interpretación de L. Ferr., T. III, pp. 140-14110 Zach. I, 3.11 Santa María de la Corticela, que entonces estaba separada de la catedral. Entre ambas iglesias mediaba el terreno que ocupan hoy la capilla de San Andrés a la izquierda, la del Espíritu Santo a la derecha. La puerta actual del Espíritu Santo era una de las puertas menores de la basílica, que se llamaba Puerta de Santa María. Por ella salió Gelmírez de la catedral a refugiarse en la Corticela.12 Comulgó, según se ve, bajo las dos especies.

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7. Al mismo tiempo llegan allí algunos canónigos noticiosos de la fuga del obispo y, como espiando, preguntan si el obispo se había librado del peligro del fuego y de las armas, o si se había quedado, dispuesto a perecer en la torre. Empero el obispo, escarmentado de otras traiciones, insinúa al sobredicho Miguel y a otros que estaban con él junto al altar como para defenderlo, que alejan a aquellos de allí; pero, no habiendo quien de allí los arrancase sin que antes les enterasen de la liberación e incolumidad del obispo, prometen con juramento no propalar nada sobre el particular; y bajo esta condición les contaron cuanto había sucedido al obispo, y se fueron. Por fin la reina, con los cabellos desgreñados, el cuerpo desnudo y envuelto en el lodo, logró escaparse y llegó a la misma iglesia donde estaba oculto el obispo, pero sin saber nada de él. 8. Los que se habían quedado en la torre, al ver subir las llamas hasta más allá de la cumbre, unos se precipitaron de lo alto, y así se libraron; otros se arrojaron en medio e la tropa armada. Pedro, prior de la iglesia de Santiago y sobrino del obispo, de quien ya hemos hecho mención arriba, salvóse por su agilidad saltando por medio de los armados enemigos, y así otros muchos. Gundesindo Gelmírez, hermano del obispo, lanzándose en medio de aquellos, fue traspasado con lanzas y sables. Rodrigo Oduáriz, mayordomo (maiordomus) del obispo, Ramiro su dapífero (dapifer) y Diego el Bizco (Strabo), vicario (villicus) de la ciudad, fueron muertos allí mismo. Otros escaparon heridos, despojados, medio muertos. A la reina que estaba en la iglesia de Santa María, llevóle un mensajero, que secretamente le mandó el obispo, la noticia de cómo él se había librado del incendio, y estaba escondido en aquella misma iglesia. Sabido lo cual, aunque llorando por su propio deshonor y pena, se alegró no poco de hallarse a salvo el obispo; pero, temiendo viniese esto en conocimiento de los perseguidores, disimuló su alegría.9. Después de lo dicho, preséntanse los compostelanos a la reina en la misma iglesia, y congratulándose de su liberación, le hacen guardia, y para defenderla llenan de armas la iglesia. La reina, por una parte, temerosa de aquella gente, y por otra recelando que no se llegase a barruntar algo de la presencia del obispo, aréngales de esta manera: “Andad, perversísimos; id, malvados, a la torre donde está pereciendo a hierro y fuego vuestro obispo. Arrancadlo cuanto antes del peligro; no seais para la posteridad un escándalo de maldad y de infamia. Id, repito, rebeldes e incrédulos, y evitad que se consuma tan horrendo crimen”; lo cual decía por apartarlos de allí y para que no se dieran cuenta de la presencia del obispo. A estas voces, vanse las turbas que allí habían acudido, y llegan hasta la torre; repelen a lo que, arma en mano, seguían todavía combatiendo la torre y suministrando combustible al fuego. Piden todos agua, arrójanla dentro y apagan el fuego en cuanto pueden; en fin, hacen todos los esfuerzos para librar al obispo. Llóranlo ya muchos de los canónigos, las viudas, los pupilos, los pobres, gran parte de la ciudad; por cuanto el fuego se había elevado tanto en la torre, que si el obispo hubiese permanecido en ella, quedaría reducido a pavesas; como que la torre, las vigas y los tablados requemaron, y las campanas (signa) que pesaban mil quinientas libras de bronce, se abrasaron y cayeron. 10. Después que la reina echó las tropas de la iglesia de Santa María al modo dicho, salióse también ella, huyendo a la iglesia de San Martín para estar allí mas segura. El obispo, saliendo también de dicha iglesia sin ser advertido por la mucha afluencia de gente, acompañado del sobredicho Miguel y de otros dos franceses, y encaramándose por paredes y tejados, penetró por una ventana en la casa de un tal Maurino, y con él sus compañeros. En un rincón de esta casa escondiese el obispo con Miguel, cubierto con paños y otros objetos de esta clase.13 Así ocultados, he aquí que se presentan cuatro hombres armados, los cuales de parte de los enemigos lo buscaban, y preguntan: “¿Quién está aquí escondido? ¿Qué se hace aquí? ¿Habéis visto al que buscamos, al obispo?” Oyendo esto se ocultó el obispo y Miguel entre la multitud de los paños y vestidos; que si no se escondieran, al punto el obispo hubiera sido traspasado. Pero los dos franceses, al llegar aquellos, levántanse y les dicen que acababan de venir de la refriega y que rendidos de la fatiga estaban descansando. En esto llega la matrona de la casa, sabedora de que allí se escondía el obispo; y dando gritos e increpándolos como a salteadores y exploradores de su casa, oblígalos a marcharse; y a fin de que lo hiciesen mas pronto, y de que el obispo no fuese descubierto, salieron también con ellos los franceses. ¡Qué piedad la del omnipotente e inefable Dios en librar al prelado de tan inminente peligro y arrancarlo de las mismas manos de aquellos perversísimos hombres!Salidos ellos, entra Gonzalo, yerno de dicha matrona, diciendo: “Padre y señor, huye de aquí cuanto antes, escóndete: mira que la infame tropa de rebeldes, teñida con la sangre de los ya muertos, pero sedienta todavía de la tuya, te busca por todas partes; los he visto con espadas y palos correr hacia aquí. Huye luego; no te pares un momento, que poderoso es Dios para librarte de las manos de los impíos, de las fauces de los que ansían tragarte”. A estas palabras levantóse el obispo, y abierto un boquete por el mismo Gonzalo en el tabique (tabulato) de la casa contigua, y tras éste otro, y después un tercero, llegaron al interior de la casa de Froilán Rosende, sita en medio de la ciudad. La dueña de la casa comenzó a gritar que los ladrones le destruían y asaltaban la casa. Sosególa Miguel, diciéndole que un conocido y amigo de su marido, llamado Froilán Menéndez, mayordomo (villicus) de la reina, habiéndose salvado de la sedición intestina y revueltas de la guerra, venía refugiarse en su casa.No tardó mucho tiempo en llegar el dueño de la casa Froilán Rosende, quien al saber que estaba allí el obispo, corrió hacia él, diciéndole bañado en lágrimas: “Gracias a Dios, padre carísimo, que te ha librado

13 Esta casa y las contiguas debían de estar sobre las escaleras de la actual plaza de la Quintana. Conjetura L. Ferreiro, t. III, p. 477, que el dueño de la casa era comerciante de paños y telas, entre cuyos fardos pudo ocultarse perfectamente el obispo con su compañero.

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de tantos peligros, y te ha conducido aquí salvo. Sin embargo, es de temer un asalto de los enemigos, y que, yendo ellos de una a otra parte, te hallen, y hallándote, te maten; porque a todo mal están prontos. Ven, pues, conmigo”. Dijo, y lo introdujo con Miguel en una despensa subterránea oscurísima, donde por mucho tiempo no cesan de derramar lágrimas.11. Mientras tanto los ya mencionados franceses preparan cuatro velocísimos corceles para el obispo, con intención de que a la caída del sol, pasándose a la otra parte de la calle (vici) y de allí por los agros de San Martín, montasen en ellos él, Miguel y demás14, y así huyeran. Pero muy de otra manera sucedió: porque hechos estos preparativos, llega el abad de San Pelayo con un monje suyo, llamado Pelayo Díaz, y el prior de los canónigos sobrino del mismo obispo, con esta embajada, diciendo: “Nosotros, enviados por clero y pueblo de toda la ciudad, venimos a decirte que están arrepentidos de haberse portado mal contigo; que te aman como a su obispo y señor, dispuestos a darte satisfacción; mil o quinientos entre clérigos y laicos te aguardan en el claustro de San Pelayo, quienes en nombre de todos los demás te prestarán juramento de amor y fidelidad, y solicitan tu presencia. Sal, pues, de estos escondrijos, y ven a reconciliarte con ellos; jamás los has tenido mas sumisos que hoy para contigo, si nos haces caso”. Todo esto inventaron los traidores para engañar a los candorosos mensajeros, y de este modo poder a lo menos dar con el obispo y, una vez hallado, acabar con él. Y como los mensajeros instaban al obispo a que saliese y le increpaban bastante, él, que conocía el engaño y las intenciones de los rebeldes, dijo a los mensajeros: “Id a esos mil o quinientos que decís, y hacedles saber que estoy sano y salvo; pero a nadie digáis donde estoy; y, si es así como contáis, que sólo ciento de ellos os hagan por todos los demás el juramento que decís, y yo mañana me pre4sentaré a ellos”. ¡Oh1 ¡qué prudencia la de este varón, que con la gracia de Dios previó lo que y como habían dispuesto aquellos malignos! Con esto vanse los mensajeros, y no hallan uno que quiera confirmar (con juramento) las promesas hechas al obispo. Entonces por fin descubrieron el artificio del fraude y de la traición. Que si el obispo les hubiera hecho caso, por su imprudente consejo habría caído en manos de los enemigos, quienes tal vez le hubieran dado muerte. El prior, visto el engaño y la felonía, quedó pasmado y por seguridad quedóse en la iglesia.12. El abad vuelve con el sobredicho monje al obispo, y cuéntale el engaño y mentira de los traidores y cuán bien había él previsto sus maquinaciones. Entonces, llegado ya el crepúsculo de la noche, el abad y monje llevan ocultamente al obispo y a Miguel a su iglesia, es decir, a la iglesia de San Pelayo, y lo acomodan en el tesoro de la misma, sin saber nada los monjes, excepto el tesorero. Dijo entonces el abad al obispo: “Confórtate, padre, y ten buen ánimo; toma alimento para recobrar las fuerzas”; porque es de saber que aún estaba en ayunas el obispo. A lo cual respondió él: “No está bien que quebrante el ayuno, habiendo de morir mañana degollado por mis adversarios. Solamente la piedad y misericordia de Dios, que me ha librado hoy de tantos y tan graves peligros, lo hará también mañana, si fuere su voluntad”. Condescendiendo no obstante a los muchos ruegos del abad, gustó un poco de pan y vino, y con esto descansó. Es evidente que en aquella noche no dio el obispo mucho reposo al cuerpo, sino que su consuelo fueron salmos y oraciones. Cuando se levantaron los monjes para maitines, también se levantó él, y por una ventana que había en el tesoro oyó el oficio matutino de los monjes.13. Por fin al amanecer el día, que era domingo, reúnense los cómplices de la traición en la canónica, asociándose a ellos clero y pueblo, parte con amenazas parte con dádivas. Creían que su malvada conspiración había dado resultado, y ejercían como reyes al mando de todo. Presidíales un hombre sobremanera impío y perversísimo que durante todo el tiempo de la conspiración había morado en Compostela, y como jefe de los traidores conjurados había incitado a muchos a rebelarse; alimentaba la esperanza de obtener el mando de la iglesia de santiago y a esto aspiraba con todo su corazón. Porque ya desde entonces los agentes del negocio habían repartido todo el señorío de Santiago y determinado qué y cuánto había de obtener cada uno. Habiéndose, pues, reunido en la canónica, exhortóles el sobredicho impío con afluencia de palabras a tener hermandad (germanitas) entre sí, a mantenerla firme y a estar unidos; a fortificar con muro y vallado su ciudad y arrojar de ella a los enemigos, si hubiesen quedado algunos. Toman asimismo resolución de reconciliarse con la reina, y de hacer con ella firmísimo alianza de amistad, dándole satisfacción por el oprobio externo y molestias que le habían inferido. Envían a la reina, que por miedo a ellos estaba oculta en la iglesia de San Martín, quienes traten con ella estos puntos, pero haciendo antes mención del obispo, sobre si se había salvado, o donde se ocultaría, o que gustaría el pueblo hacer de él. Se levantó cierto individuo, a la verdad querido y educado por el obispo, en quien éste confiaba mucho, y dirigiéndose a todos expone y declara: “Hasta ahora, hermanos, hemos soportado sobre nosotros un señor y obispo, el cual desde ahora no es justo que nos domine ni gobierne (episcopari), pues él es quien disminuyó la dignidad de nuestra iglesia, y os oprimió pesadamente con el yugo de su dominación. Y para que nadie de vosotros lo pida por señor u obispo, yo, por mi parte, declaro ante Dios y santiago y delante de vosotros, que desde este momento ni señor ni obispo mío será; porque dispuesto estoy a probar que bien merecido tiene cuánto le ha acaecido, y que debe ser privado de toda la dignidad que hasta aquí ha tenido”. A este pésimo hombre habíalo educado desde niño el obispo en su palacio, y le había concedido cargo en la iglesia de Santiago; mas adelante, ya adulto, habíalo enviado a Francia a estudiar gramática, dándole no poco dinero. Después, cuando volvió, hízolo su familiar y muy íntimo amigo, y distinguiéndole con paternas afecto, entrególe, como a amo de su casa, dineros en abundancia. En suma, sin que de él recibiese casi obsequio alguno, habíale dado también un buen préstamo (bonum

14 Sería, tal vez, entre otros, los dos franceses.5

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praestimonium), es a saber, Artois, la mitad de Serantes, Cée, mitad de Santa Cristina de Noya15 y mucho más. ¡Oh pérfida fidelidad de Galicia! Con paternal cariño había educado el obispo a este malvado, habíalo amado y colmado de honores y beneficios; y él, como olvidado de todo, volviendo mal por bien, procuraba la ruina y muerte del obispo.Luego que el tal puso fin a su declaración, una parte del clero y del pueblo, imbuída en su mismo veneno, aprobó sus dichos, juzgando no poder ser las cosas de otro modo. Los que no formaban parte de aquella traición, ni habían conspirado contra el obispo y la reina, y que odiaban tales resoluciones, aunque les desagradaba tanta maldad y tenían distinto parecer acerca del obispo y de otras cosas, no se atrevieron, sin embargo, a contradecirles, ni aun a decir palabra; porque si de entre tantos compañeros de Judas presumiesen hacer o decir algo contra sus voluntades, al punto sus casas se convertirían en escombros, serían depredados sus bienes, y ellos mismos sepultados quizá bajo un montón de piedras. Mas, como dice Salomón, hay tiempo de hablar y tiempo de callar.16

14. Entonces los malvados traidores, de acuerdo con sus cómplices, y muy imbuídos en maldad, envían astuta y arteramente a la reina Urraca unos mensajeros infames en esta conspiración y alevosía que le hablen de esta manera: “Reina, ingenuamente confesamos que nosotros en un arrebato de ira te hemos causado deshonor y oprobio; que hemos osado hacer con la iglesia de Santiago y contigo cosas a lasque nadie debiera atreverse. De esto nos dolemos sumamente; y por eso venimos a darte satisfacción por nosotros y por los demás compañeros nuestros. Perdónanos, por tanto, y todo lo tuyo restituirlo hemos. Queremos también que hagas paz con nosotros, y que por ambas partes se hagan juramentos de firmísimo reconciliación”.Oído esto la reina, que al verlos llegar quedó espantada, cual oveja entre manada de lobos, alegróse con disimulo y buen juicio, y respondióles con suma, bien que fingida, benignidad, diciendo: “Mucho me agrada lo que decía y si en algo me habéis ofendido, yo por mi parte os lo perdono todo. Pláceme también hacer con vosotros pactos de paz, y olvidar los males pasados”. Entonces añadieron los legados: “En todo se hará fácil la paz y la concordia entre nosotros; sólo una cosa exceptuamos: no queremos a Diego por obispo, y le somos enteramente contrarios; porque hasta ahora nos ha oprimido, y ha aniquilado la dignidad de nuestra iglesia y ciudad. Por eso todos le odiamos, y no queremos que ejerza poder sobre nosotros.” Dijo entonces la reina: “¿Qué tengo yo con vuestro obispo? Juzgadlo vosotros como queráis; todo cuanto a vosotros agrade sobre este particular, me agradará también a mí; a quienquiera que me propongáis, a ése propongo yo; desde ahora ninguna cosa discrepo de vosotros”. Todo esto decía para, siquiera así, librarse de sus manos. Oyendo esto los mensajeros, volviéronse a sus compinches, refiriéndoles lo que habían oído de boca de la reina, y mucho más. Alégranse los compañeros de la infame conspiración, y congratúlanse de que la misma reina no rechaza sus fraudulentas maquinaciones. Pero este gozo se volverá en tristeza.17

15. Cierto malvado, que tiempo atrás había tomado el hábito monacal, así que oyó decir que reinaban sus cómplices, que el obispo había sido expulsado, y que la reina estaba reconciliada con ellos, colgando los hábitos, salióse apóstata del monasterio; porque, así como había sido socio en la conspiración, quiso ser participante del reino; pero le salieron fallidas sus esperanzas. En cambio algunos cardenales y canónigos de la iglesia de Santiago, cuando oyeron que la reina se había reconciliado con los compostelanos, y que éstos le habían manifestado que todos odiaban al obispo, y que ya no era digno del obispado, dirígense a la reina, dispuestos a no ocultar la verdad, ni aun por miedo a la muerte, estando prontos a resistir al partido de los traidores, antes que abandonar al obispo. Díganle, pues, así: “Reina, aun cuando los

15 “Asnoios, medium de Sarantes, Ceiam, medium de S. Christinae de Noia”. Arnois (S. Julián) es parr. del arciprest. de Tabeirós, en el ayunt. y part. jud. de La Estrada (Pontevedra). Serantes puede ser la parr. de S. Julián de Serantes, ayunt. de Oleiros, part. jud. de La Coruña, o bien la homónima de Santa María en el ayuntamiento de Carballo, o la de Santa Eulalia en el ayunt. de Santiso (Lugo), o en fin la de S. Salvador, ayunt. del part. jud. de El Ferrol. Teniendo en cuenta que el obispo había dado en préstamo (praestimonium) estos territorios, es preciso que Serantes (como los demás) perteneciesen al juro del Sr. Gelmírez, y por tanto habrá que excluir aquellos que conste eran de otro dueño, v. gr. del conde de Traba; por eso dudamos mucho que se trate de S. Salvador de Serantes. En cuanto a Ceia, cierto es que pertenecía al obispo media porción de S. Pedro de Cea, según se vió arriba, p. 185, pero no con el nombre latino de Ceia, como aquí, sino con el de Sena. Más bien sospechamos que se trata de Cée (Sta. María), villa y parr. del arciprest. de Nemancos (Corcubión), que en bula de Alejandro III, 20 de marzo 1178, se cuenta entre las posesiones de Santiago, “Ceia in Nemancis” (L. Ferr., t. IV, Ap. LII, p. 130). Finalmente, la parr. de Santa Cristina de Barro, próxima a la villa de Noya, había sido adquirida anteriormente por Gelmírez, como consta en el cap. 32, p. 81. 16 Eccles. III, 7.17 En los códices B 143 y C 144 r. antes del párrafo siguiente, hay este título, que falta en el Fl. 240: “Qualiter Arias Muniz apostatauit”. En el cod. A 91 v a, se halla también este título, pero falta el apellido Muniz. No sabemos si será el mismo que tomó el hábito monacal para huir del castigo; vide supra, p. 219. Lopez Ferreiro, t. III, p. 472, los identifica. Es de advertir que también se llamaba Arias aquel revoltoso que logró violentamente un arcedianato de manos de Gelmírez, p. 212, y que en 1140, muerto ya Gelmírez, había un arcediano en Santiago con el nombre y apellido de Arias Muniz, entre las inscripciones de cierto documento que publica L. Ferr., t. IV, Ap. IX, p. 32.

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cómplices de esta conjuración, que tú conoces, te han hablado mal de nuestro obispo, y aunque te han dicho que es indignísimo de la dignidad episcopal, no debe dárseles fe. Ellos quieren reinar, pero traidoramente; quieren mandar, mas por la violencia. Nosotros estamos dispuestos a responder a cuantas acusaciones se presenten contra él, y aparejados a defender su causa. Pues, ¿qué ha hecho para que se le destituya? ¿en qué se extralimitó,18 para privarlo del cargo (honore)? Por eso, si alguien acusa al obispo, prontos estamos a responderle, aunque sea en su ausencia. En suma, como en todo mienten contra él, no debe creérseles temerariamente”. Con estas palabras congratulóse la reina, y dio muchas gracias a los mensajeros, porque permanecían fieles al obispo. A la verdad, ninguna razón tenían los conspiradores para privar de su cargo al obispo, si no es la violencia que entonces imperaba.

CAPÍTULO 115De cómo la reina se salió de Compostela

1. Entretanto supo el obispo, escondido en la iglesia de San Pelayo, que rehacían paces entre la reina y los compostelanos; y sabido esto, envía un monje, Pelayo Díaz, a la reina para que ella misma le informe de todo, especialmente de qué modo y bajo qué condiciones habían hecho las paces. La reina, después de haber preguntado reservadamente a dicho monje por la situación del obispo, díjole estas palabras: “Sal pronto de aquí, fiel mensajero, y di al obispo de mi parte que cuanto antes pueda, si es que puede, haga la paz con los compostelanos, y salga de la ciudad; que si por esta vía no pudiere salir, procure al menos huir ocultamente en el silencio de la noche, y escaparse de las manos de los impíos. Yo, cuanto antes pudiere, abandonaré Compostela, y volveré mal por mal a los traidores, como ellos mismos se lo tienen merecido. Pero para librarme de sus manos, hago con ellos unos como pactos de paz y reconciliación, en confirmación de lo cual daré pronto fiadores juramentados, a quienes haré reos de perjurio, ya que de otro modo no puedo librarme, ni salir de la ciudad”. Oído esto, vuélvese el monje al obispo, y cuéntaselo todo; de lo cual éste se alegró. En aquel mismo día, que era domingo, los compostelanos, llenos todavía de frenético entusiasmo, preséntanse después de la comida a la reina en la iglesia de San Martín, exigiéndole que confirme mediante juramento el pacto y la paz celebrada por ambas partes. Piden se les den los juramentos de parte de la reina y que su pacto se ponga por escrito. Ya había instituído su vicario (villicum suum) en la ciudad, si bien con consejo de la reina, para que les ayudase hasta cierto tiempo, empero de tal modo que todo lo ordenase y dispusiese según el parecer de ellos mismos. De igual modo habían designado a uno para prior, a otro para prepósito de la canónica, a otro para señor del altar,19 y por el estilo a los demás. 2. La respuesta que les dió la reina, dícese que fue ésta: “¿Por qué hemos de estar mas así desunidos? Recibid ya el juramento de paz y de reconciliación que entre mí y vosotros va a ser firmada y ha de ser conservada; que os presten juramento de mi parte Fernando y Bermudo, hijos del conde Pedro, y Fernando Yánez; después os daré a los que principalmente deseáis que intervengan en este juramento, a saber, mi hijo y el mismo Pedro y a los demás cónsules y príncipes de Galicia, los cuales, no atreviéndose a entrar aquí por los disturbios de esta disensión, se mantiene fuera de la ciudad”. Es de advertir que el hijo de la reina con el conde Pedro y su ayo y demás magnates de Galicia estaban cerca de la ciudad con mucha caballería, observando si se libraba la reina; y habiendo oído que entre ella y los compostelanos se había hecho una especie de paz, con más preocupación permanecían allí, esperándola. Entonces Fernando, Bermudo y el otro Fernando, es decir, los designados para jurar, que habían huído de la iglesia con la reina, juraron a los compostelanos que se había de estar a lo acordado entre la reina y ellos sobre la paz y la reconciliación. Pero el objeto de este juramento era salvar a la reina, quedando ellos por perjuros; así, en efecto, lo habían acordado en una conferencia secreta con la reina. Alegres los compostelanos, y logrados, a su parecer, sus deseos, reciben el juramento y dan libertad a la reina y a los suyos para salir de la ciudad, con objeto deque procuren que su hijo, el conde pedro y los demás juren y sancionen el pacto ajustado. ¡Oh necia audacia la de estos traidores! ¡Oh ciega locura la de tales conspiradores! Persuádanse que tanta y tan horrenda maldad ha de quedar impune, y piensan que el mal que hicieron,20 alzándose en reyes, ha de quedar sin castigo. Sale por fin la reina de la ciudad; líbrase de las redes de los traidores; huye la paloma de las uñas del gavilán, la oveja de la boca del lobo. Acompáñala hasta el soto21 cierto individuo necio e insensato, y con él algunos compostelanos, cómplices suyos. Pero luego que, distante la reina de la ciudad, oyeron y

18 “Quid foris fecit…?” “¿Qué mal, o qué daño ha hecho, en qué ha delinquido…? Es terminología medieval, forisfacere; cfr Hinojosa, El elemento germánico en el derecho español, Madrid, 1915, p. 47, nota: Du Cange-Henschel, Glossarium mediae et infimae latinitatis, t. III, París, 1844, p. 359.19 Esto es, según interpreta L. Ferreiro, t. III, p. 482, recaudador de las limosnas del altar de Santiago. No aparece claramente la distinción entre prior y prepósito de la canónica; tal vez el primero era presidente del cabildo; el segundo jefe de la administración del edificio, sede de los canónigos.20 Fl. 242 “et quod male fecerunt, se impune laturos esse opinantur, quod est regem esse”; cod. A, 92 v, b, y cod. B, 144 v “et que male fecerunt impugne laturos etc.”; el sentido de la frase un tanto oscura, parece ser el que damos en la traducción.21 “Usque ad saltum”. Qué soto fuese éste, no lo expresa el autor, pero L. Ferreiro, t. III, p. 485, opina que sería el de S. Lorenzo, porque hacia esta parte se hallaba el rey don Alfonso.

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supieron que no volvería ella a Compostela, ni mantendría paz con los compostelanos, regresaron apresuradamente. La reina preséntase a su hijo y a sus próceres, y ya segura refiéreles cuanto acaba de sucederle. Manda asimismo que de parte suya sea intimado el desafío22 a los compostelanos, para que se provean, se fortifiquen y preparen para la guerra; “pues (díceles) tanto crimen como habéis cometido no puede quedar impune”. Al oír esto los compostelanos quedan como desmayados y llenos de un terror espantoso, viéndose en el último aprieto, ni confianza ni consejo les queda; ven que está para dar comienzo la venganza de su maldad y se desalientan. Sin embargo, refúgianse en la iglesia y transportan a ella todo lo más precioso que tienen.

CAPÍTULO 116De qué modo se libró el obispo de las manos de los traidores.

1. En el mismo día, domingo, a la caída del sol, estando el obispo en el tesoro de San Pelayo pensando, qué haría, cómo podría fugarse, por qué parte saldría, he aquí que una multitud de amotinados todos armados, penetran corriendo en el claustro de San Pelayo buscando al obispo. No hallándolo allí, entran23

en la iglesia prontos a consumar el sacrilegio. Búscanlo por los rincones del templo, detrás de los altares y aun bajo los manteles (velamina) que los cubrían, con ánimo de quitarle la vida, si lo hallasen. Entonces el monje tesorero que estaba con el obispo, vuelto a él, díjole: “¿No ves, padre, a los traidores corriendo de una a otra parte?” “¿Qué?”, dijo el obispo. “Que te buscan, contestó el monje, en la iglesia y fuera de la iglesia, sedientos de tu sangre. Van a llegar aquí, guárdate, no sea que te hallen y despedacen en este mismo lugar. Mira cuánta gente entra y con qué prisa”. Entonces el obispo, volviéndose a su compañero: “Huyamos, dijo, Miguel; salgamos de aquí cuanto antes, Tú ponte este manto (pallio); yo me cubro con esta vilísima capa (capa); y por entre esos que van corriendo, corramos también nosotros, vayamos a prisa con los que caminan apresurados, y entre los que entran y salen salgamos nosotros. Sólo Dios, si quiere, puede salvarnos”. 2. Sale, pues, el obispo con Miguel por entre la muerte y la vida, y pasando por entre la muerte y la vida, y pasando por entre la gran muchedumbre que lo buscaba, entró en el cuarto del mismo monasterio; de éste pasó a otro claustro; y hallándose rodeado de una y otra parte, saltó por un muro próximo a la iglesia de Santiago por la parte que da al altar de San Pedro,24 y de este modo reptando por los tejados (per tegulata) llegó en compañía del sobredicho Miguel al dormitorio de nuestros canónigos, donde descansó un poco. Después, abriendo la puerta del dormitorio salió a la quintana del palacio que está ante el refectorio. Había una luna esplendorosa, que alumbraba perfectamente a todos los que acudían a la iglesia del Apóstol y transportaban allí sus cosas; por cuanto toda la ciudad estaba aterrada por temor a los asaltos del ejército de la reina, y estimulados por la conciencia del crimen cometido, noche y día acudían a la iglesia.25 Esto no obstante, el obispo, pasando como uno de tantos por medio de ellos, llegó a la casa de Pedro Gundesíndez,26 canónigo cardenal de la iglesia de Santiago, quien, a pesar de tantas y tan furiosas borrascas, no se apartó un punto del servicio de su obispo, ni del sendero de la justicia.Llamó Miguel a la puerta, ocultándose detrás (pone) el obispo, a causa de la claridad de la luna y de las frecuentes idas y venidas de la gente. Abierta la puerta pasó el obispo a las habitaciones de dicho cardenal, donde permaneció oculto hasta que salieron unos canónigos, a quienes el cardenal había convidado a cenar y que no eran de la confianza del obispo. Pero luego que éstos se marcharon, obispo, cardenal y Miguel pasaron, por la casa del mismo cardenal, a la otra parte de la calle (vici). Dijo entonces al obispo; “Padre, bien será que te armes, y a sí pases por entre los centinelas que andan por aquí y entre las trincheras (vallum), como si fueras uno de ellos”. “No permita Dios, respondió el obispo, que yo me vista de otras armas que de las de Cristo, las cuales tengo conmigo. Pues protegido ayer con las armas de Cristo, me libre del incendio y me salvé de no menos formidables peligros, ahora, guarnecido con ellas, atravesaré con la ayuda y protección de Dios por medio de mis adversarios. Si embargo, dame dos hombres armados, en cuya compañía pasaré por entre los centinelas como uno de ellos. ¡Vamos! no hay que detenerse; porque por ahí andan los enemigos que nos persiguen y tienen sed de nuestra sangre”.Sin tardanza puso en ejecución su consejo el cardenal, y escoltó al obispo con dos hombres armados; y armado también Miguel con la lanza de uno, pónense en marcha. Al pasar por entre la calle Fajera (vicum

22 “Renuntiari ex parte sua compostellanis diffidationem”; “intimara los compostelanos al desafío” o ruptura de relaciones pacíficas con ellos, si no daban condigna satisfacción por los agravios. Era la diffidatio, según el derecho germánico, un acto por el cual la persona agraviada u ofendida acusaba al delincuente declarándolo reo de enemistad, como requisito previo para poder tomar venganza de él, si no daba satisfacción del agravio; cfr. E. de Hinojosa, l. c., p. 37 ss.23 Fl. 243 “egrediuntur ecclesiam”; errata, en vez de “ingrediuntur ecclesiam”, como lo pide el contexto, y se halla en todos los códices compostelanos.24 Esto es, la capilla absidal más próxima a la central de S. Salvador, a su lado derecho o de la epístola.25 Por el privilegio de asilo o refugio, de que gozaba, a tenor del derecho eclesiástico; véase el cap. 96, n. I, p. 171; cap. 101, nº 1º p.187.Por el privilegio de asilo o refugio, de que gozaba, a tenor del derecho eclesiástico; véase el cap. 96, n. I, p. 171; cap. 101, nº 1º p.187.26 De éste se trató en el cap. 90, n. 4, p. 165.

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Fagarium) y la rúa del Villar (vallem Miliorum), viéronlos los centinelas, que estaban tendidos a uno y otro lado, y dícenles, gritando: “¿quiénes sois? ¿Adónde vais? ¿Qué buscáis?”. A estas preguntas uno de los que acompañaban al obispo, por indicación de éste, respondió: “Vamos a las afueras a explorar y proveer, no sea que los enemigos asalten de improviso la ciudad. Tiempo es éste es que debéis estar despiertos y vigilar; es hora de moverse de una a otra parte; vosotros ¿qué hacéis ahí quietos? ¿Cómo os entregáis al descanso? ¡Levantaos, andad y velad con más cuidado!”. Mientras van diciendo esto pasan y saltan la trinchera. Empero cuántos y cuán grandes trabajos pasó el obispo esta noche y por qué lugares anduvo a pie, largo trabajo sería para mí el referirlo: requiere una obra aparte.3. Por fin llegó el obispo a la Fuente de Roble,27 que está en el camino de Padrón (in via Patroni), fatigado del trabajo de caminar y acompañado de Miguel y de bastantes más; de los cuales envió dos a un mayordomo suyo (villicum suum) que habitaba cerca, para que viniese junto a él y le llevase cabalgaduras. Conducidas éstas, montó el obispo con los de su comitiva, y ya escoltada con no pequeña tropa de caballeros, llegó a Iria, donde, como si viniera huyendo de un cautiverio, o resucitado de entre los muertos, fue recibido de sus amigos.En cuanto al cardenal, por cuya casa había pasado el obispo, y por quien se había salvado, fue preso por los rebeldes, quienes se apoderaron de todos sus bienes. Al día siguiente, sácanle en público urgiéndole a que, o devuelva al obispo o sufra pena de muerte; pero el omnipotente Dios, juez justo y fuerte, le libró de las manos de sus enemigos.El obispo, después de dar noticia de su libertad a la reina desde Iria, fulminó la excomunión contra todos los moradores de Compostela, excluyéndoles de la entrada en la Santa Iglesia, hecho que hirió a los compostelanos en la médula de sus huesos, y los desanimó por completo. Inmediatamente convoca a todo el ejército, tanto de pie como de a caballo de la provincia de Santiago, y accediendo a los encarecidos ruegos de la reina, se apresura a poner cerco a los compostelanos. Asimismo la reina envía por todas partes mensajeros, mandando a todos, así cónsules y príncipes, como caballeros y peones, que acudan al sitio y destrucción de Compostela. Ponen, pues, sitio a la ciudad, por la parte del monte Pedroso (montis Petrosi) Alfonso, hijo de la reina, con no poca tropa de caballería e infantería; acompáñanle su ayo el conde Pedro y los hijos de éste, Fernando, Bermudo y Rodrigo con sus cuñados Gutierre y Gómez Núñez, y demás próceres. Por la parte de Iria se aproxima el obispo con gran ejército de caballeros e infinito número de peones. Por la parte del Pico Sacro (montis Sacri) viene el conde Alfonso con el ejército de los de Limia (Limianorum) y los agregados de Castela,28 Deza y otros muchos. Por la parte del monasterio de San Pedro29 apriétala el conde Munio con toda su gente. Finalmente, por la parte de Penelas30 rodéala el conde Rodrigo con numerosísima tropa. 4. Amanece el día, y disípase la arrogancia de los compostelanos, de una parte acosados por la multitud de los sitiadores y de sus frecuentes acometidas; y de otra heridos con la espada del anatema. Porque, si bien la infame turba de los conspiradores animaba a los demás compostelanos a que no acatasen la sentencia del obispo, ni lo tuviesen por tal; otros, sin embargo, tanto canónigos como ciudadanos, observando la justicia y adoptando mejor acuerdo, obedécenle como a obispo y se someten a su excomunión.Los traidores (Scariotides) van de una a otra parte; fortificase la ciudad con trincheras, setos, montones de piedras, baluartes de madera; animan y exhortan al pueblo, pero en vano. Porque, luego que gran parte de los compostelanos, no contagiados con la infame conspiración, ven la ciudad asediada por todas partes, cortados los árboles, segadas las mieses, que son truncadas cabezas, manos y pies, 31 y los cadáveres insepultos; viendo asimismo que cada día aumenta el ejército de la reina, y el de la ciudad disminuye, tiene por conveniente mudar de consejo. Pues es de advertir que cada noche desertaba gran número de compostelanos, temiendo que la ciudad fuese totalmente arrasada y que sus habitantes recibiesen lo que tenían bien merecido. Ya comienzan a ser aborrecidos los traidores, ya no se hace caso de sus determinaciones; les cargan de maldiciones, como autores que fueron de tanta maldad, y como conspiradores contra el obispo y la reina, porque, privados los moradores de Compostela de todo apoyo y protección, están viendo que la ciudad va a ser fácilmente tomada, si la baten; que los ejércitos están ansiosos de batirla por todas partes. En efecto, ¿quién no se lanzaría con avidez sobre aquellos traidores? ¿Quién no desearía acabar con aquellos infames conspiradores contra su obispo? ¿Quién no querría destruir a los que intentaron arruinar el reino y el sacerdocio? ¿Quién no abrasaría a los incendiarios violadores de la iglesia del Apóstol? Galicia entera tiene por enemigos a los autores de tanto crimen; toda Galicia pide su sangre.

27 “Ad fontem quercus”, que, según cree L. Ferreiro, t. III, p. 489, debe ser el sitio denominado Carballo, que está no lejos de Calo, en la carretera de Santiago a Padrón.28 “castellanis”; eran, según el P. Flórez, p. 246, nota, los de la comarca de Orense llamada Castela, que comprendía las regiones del Avia y de Orcellón. Les mandaba don Alfonso Muñiz; conde de Limia.29 S. Pedro de Afora, en la rúa de San Pedro.30 Penelas, cerca del barrio de Vite, al N. de la ciudad, según L. Ferr., t. III, p. 491, si bien hoy, que sepamos, no se conserva por allí ese topónimo, y sí en la parroquia de S. Simón de Cacheiras, ayunt. de Teo, al S. de Santiago unos 8 kms.31 De algunos compostelanos, tal vez ajusticiados.

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5. En fin, sin hacer caso del parecer de los rebeldes y de la loca conjuración, algunos canónigos, con varios ciudadanos que no habían tomado parte de aquélla ni habían podido estorbarla, salen a encontrarse con el obispo al objeto de suplicarle y alcanzar de él la misericordia. Dícenle: “Reverendísimo padre, venimos a la fuente de tu clemencia; suplicamos a tu solicita piedad nos abra los brazos de la misericordia; extiende hacia nosotros tu mano auxiliadora. Toda la ciudad, excepto los traidores, te suplica que cortes y arrojes la parte gangrenada, para que los demás puedan vivir. Perdona, padre, perdona a tus hijos, y no quieras herir con espada hostil a los que solías regalar en el seno de tu piedad y misericordia. Compadécete de nosotros, y sé nuestra protección, ya que a ti acudimos como a nuestro padre, como a nuestro obispo”. Rindióse el obispo a estos ruegos, y, como padre que se apiada de sus hijos, fuése a la reina y a su hijo, refiriéndoles la súplica de los compostelanos y su apelación de misericordia. La reina que tal oyó:”No permita Dios, dijo, que se perdone a los traidores, que tales y tantas maldades ha cometido. Grabada tengo en mí esta sentencia: A fuego o a hierro perecerán todos los traidores y facinerosos de Compostela; así como ellos no perdonaron la iglesia de Santiago, ni a ti ni a mí, tampoco habrá perdón para ellos. Pido se les castigue según merecen, y que sean borrados del libro de la vida. Y tú, padre, también debes hacer porque desaparezcan; pues a ti toca abominar y castigar tanto mal”. Viendo el obispo que con ningunas súplicas podía rendirse el ánimo de la reina, decidido a la venganza, convoca al rey niño, al conde Pedro su ayo, a los Condes Rodrigo, Munio y a los demás prudentes de Galicia, y suplícales que ablanden con sus ruegos el corazón de la reina, a fin de que se compadezca de la ciudad del Apóstol, y que, castigando a los sediciosos, perdone a los demás.Ellos entonces preséntanse a la reina y con muchos y eficaces ruegos procuran inclinarla a la misericordia. Llora ella al ver que no puede vengarse a su gusto de los conspiradores, ni extirpar radicalmente a los traidores y a su parentela. Finalmente, consiente casi forzada a que se haga un pacto de conciliación con los compostelanos. Estos, pues, mediante juramento estipulan, en primer lugar, disolver completamente su hermandad (germanitem), es decir, la conspiración, cuya escritura (chirographum) entregan al obispo para que la destruya; prometen asimismo entregar mil cien marcos de plata32 (32) y restituir al obispo, a la reina y a los dependientes de ambos cuanto les había quitado; y convienen también en que los traidores, tanto canónigos como ciudadanos, sean proscritos, esto es, desterrados y privados de sus heredades, casas y demás beneficios. Con esto fueron proscritos y desterrados unos cien entre todos.Desterrados éstos y proscritos, preséntanse a los demás canónigos y ciudadanos a la reina en Santa Susana (Alterium pullorum), depuestas ya las armas, levantada también la excomunión, sanciona de alianza de paz, posesionados los caballeros del obispo de la iglesia y de las torres, y, finalmente, dados en rehenes por la plata y demás bienes cincuenta hijos de las familias más nobles de Compostela; preséntanse, repito, y jurar fidelidad y obediencia al obispo y a la reina, y que no acogerán a los proscritos, si no es por orden del uno o de la otra. Les es condonada la pena de participación y consentimiento en la conspiración y maldad, y alcanzan la misericordia del obispo, de la reina y de todos los príncipes de Galicia. Entra el obispo en Compostela y es recibido con sumo regocijo; toma posesión de la cumbre de su honor, y expulsado el odio de los conspiradores, siéntase tranquilamente en su solio. Manda luego restaurar la quemada iglesia de Santiago, y renovar las campanas derretidas, y reconstruir sus palacios. Últimamente los compostelanos pagan el dinero estipulado, y restituyen al obispo y a la reina cuanto les habían quitado.

32 Unas 44.000 pesetas de buena ley, suponiendo con L. Ferr., Fueros, t. I, p. 82, nota 3, que cada marco de plata equivaldría a ocho onzas del mismo metal, y por tanto a 40 ptas. Según J. Botet y Sisó, Las monedas catalanas, t. II, Barcelona, 1909, p. 28, desde 1174 a 1179 aproximadamente el peso del marco de plata era de 234,2743 gramos, o sea algo más de media libra castellana.

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