Historia de España (Raymond Carr, Ed)

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    Raymond CarrHistoria de Espaa

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    TRADUCCIN DE JOS LUIS GIL ARISTU

    Raymond Carr, ed.Historia

    de Espaa

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    Ttulo original:Spain: A History

    Oxford University Press,2000

    Queda rigurosamente prohibida sin autorizacin por escritodel editor cualquier forma de reproduccin, distribucin,

    comunicacin pblica o transformacin de esta obra, que ser sometidaa las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

    (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos, www.cedro.org)si necesitan fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra

    (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).Todos los derechos reservados.

    Primera edicin en Pennsula: febrero de 2001

    Primera edicin en este formato: febrero de 2014

    de la traduccin del ingls: Jos Luis Gil Aristu, 2001

    de esta edicin: Grup Editorial 62, S.L.U.,2014Ediciones Pennsula

    Pedro i Pons9, 11 pta08034 [email protected]

    vctor igual fotocomposicin

    book print digital impresin

    depsito legal: b. 230-2014isbn: 978-84-9942-290-9

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    CONTENIDO

    Introduccin 7raymond carr

    1. Espaa prehistrica y romana 21a. t. fear

    2. Espaa visigtica, 409-711 49roger collins

    3. La alta Edad Media, 700-1250 71richard fletcher

    4. La baja Edad Media, 1250-1500 97angus mackay

    5. El imperio improbable 119felipe fernndez-armesto

    6. Vicisitudes de una potencia mundial, 1500-1700 155henry kamen

    7. Flujo y reflujo, 1700-1833 173richard herr

    8. Liberalismo y reaccin, 1833-1931 209

    raymond carr

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    9. Espaa desde 1931 hasta hoy 249sebastian balfour

    Bibliografa fundamental 293Cronologa 301ndice onomstico 319

    contenido

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    ESPAA PREHISTRICA Y ROMANApora. t. fear

    Aunque hoy en da sea casi un tpico, la afirmacin de RichardFord de que Espaa no es un pas sino varios podra repetirse consuficientes motivos. La geografa de la Pennsula Ibrica, al igual quela de la Grecia moderna, quiebra el territorio creando regiones dis-tintas y separadas. Por tanto, no es sorprendente que la Espaa an-tigua nos muestre un mosaico de culturas diversas. El lenguaje re-fleja a la perfeccin esa diversidad: en ella se hablaban no menos decinco idiomas que, por desgracia, siguen desafiando los esfuerzosrealizados por traducirlos; de ah que nuestra informacin proven-ga nicamente de fuentes clsicas que parten de poderosos prejui-cios (los habitantes de la llanura, por ejemplo, son consideradosnecesariamente ms civilizados que los de la montaa). No dispo-nemos de otros materiales con que interpretar nuestros datos ar-queolgicos y, aunque esas fuentes sean, pues, inestimables, es tam-bin importante recordar que con ellas vemos la antigua Iberia demanera imperfecta, a travs de un cristal.

    La historia humana comenz en la Pennsula muy pronto. Cer-

    ca de Burgos han sido desenterrados los huesos de uno de los pri-meros antepasados del ser humano, el Homo ancestor, que vivi hace800.000 aos; y el hombre de Neanderthal (c. 60.000 a.C.) podrahaber sido bautizado con justicia La Mujer de Gibraltar, pues elPen fue el lugar donde se hallaron los primeros neanderthales.En el Paleoltico superior (Edad de Piedra antigua tarda), Can-tabria y Asturias formaban parte de la cultura Magdaleniense(c. 16.000 a.C.), que nos leg unas espectaculares pinturas rupes-

    tres. Las mejor conocidas son las que se descubriran en Altamira,

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    cerca de Santander. Las pinturas son reproducciones realistas deanimales comestibles. No slo estn pintadas en color, sino que el

    relieve de la superficie rocosa se utiliz para crear un efecto tridi-mensional. Se han encontrado pinturas semejantes en el Levante,pero la mayor parte del arte rupestre hallado all data del Paleolti-co medio (c. 10.000 a.C.). Las pinturas levantinas, concentradas enla provincia de Castelln, son ms esquemticas que sus antecesorasdel norte y hacen mucho ms hincapi en la figura humana. Ade-ms de escenas de caza, encontramos imgenes de guerra, gruposde hombres y mujeres danzantes y hasta una ejecucin, lo que hacepensar en la aparicin de sociedades organizadas.

    A partir de c. 3800 a.C., la proliferacin de construcciones me-galticas en el norte de Europa afect tambin a una gran parte dela Pennsula. Los megalitos ibricos estn distribuidos en herradu-ra, siguiendo una lnea que corre a lo largo de las costas atlntica ymeridional, pero no aparecen en Levante ni en la Meseta. En sugran mayora son tumbas y las ms espectaculares son las de Ante-quera, en Andaluca. Su complejidad dio pie a la formulacin de teo-ras segn las cuales habran sido construidas por colonos micni-cos llegados de Grecia y no por habitantes naturales de la regin.En realidad, la datacin por carbono 14 demuestra que las tumbasson considerablemente anteriores al mundo micnico.

    En torno al 2600 a.C. aparecieron en Los Millares (Almera) yen el valle del Tajo en Portugal culturas que utilizaban el cobre. Apesar de su complejidad (Los Millares contaba con una conduccinde agua tallada en la roca y estaba defendido por tres murallas ci-clpeas provistas de bastiones), parecen haberse extinguido en tor-

    no al 1800 a.C. y su influencia en creaciones ms tardas fue escasa.Lo mismo puede decirse de la posterior cultura agrica de Almera(c. 1700-1400 a.C.), fundamentada en la minera y que caus en elvalle del Agar una densidad de poblacin que no sera igualada has-ta el siglo xix, y de la cultura de Motilla, en la Mancha (c. 1600-1300 a.C.), desarrollada en torno a pequeas torres fortificadas. Loque condujo a la aparicin de una cultura ibrica de larga duracinfue la interaccin con pueblos llegados de fuera. Esta interaccin

    comenz en pocas tempranas. Se han encontrado en la Pennsula

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    fragmentos de cermica micnica que se remontan al 1200 a.C.,aproximadamente, aunque sigue siendo un misterio saber por

    cuntas manos pasaron tras dejar su lugar de manufactura y cul fuela regularidad con que llegaron.En la Antigedad clsica se dio el nombre de beros al pueblo

    ms avanzado existente en la Pennsula en periodo histrico y quese poda encontrar a lo largo de las costas del Mediterrneo y delAtlntico meridional. El origen de los beros es oscuro. Pudieronhaber estado emparentados con los bereberes y ser, por tanto, in-migrantes del norte de frica, pero la idea predominante hoy enda es que eran nativos peninsulares. Fueran cuales fuesen sus or-genes, los beros parecen haber hablado dos lenguas relacionadas,aunque distintas, de origen no indoeuropeo y que estn todava pordescifrar. El norte y el oeste de la Pennsula eran dominio exclusivode pueblos celtas, aunque tambin se encontraran enclaves celtasen comarcas tan meridionales como el Algarve y Andaluca. Los Pi-rineos occidentales son una excepcin, pues estaban ya ocupadospor los vascos. El vasco, como el bero, es una lengua no indoeuro-pea, pero los intentos de descifrar el bero como una forma de pro-tovasco y considerar, por tanto, a los vascos como una periferia ib-rica no se han sostenido.

    En las llanuras de la meseta, entre los celtas y los beros, encon-tramos a los celtberos que hablaban, como los celtas, una lengua in-doeuropea y cuyo hijo ms famoso es el poeta latino Marcial, naturalde Blbilis, la actual Calatayud. Por desgracia, nuestras fuentes clsi-cas no emplean los etnimos con precisin, pero parece razonablever en los celtberos una mezcla de poblaciones beras y celtas.

    Tambin los griegos clsicos se interesaron por Espaa. La ciu-dad griega de Marsella, colonia a su vez de Focea, fund en torno al575 a.C. en Catalua un asentamiento a modo de dependencia co-mercial al que se dio el apropiado nombre de Emporion, palabragriega que significa mercado. Emporion, la actual Ampurias, pros-per y fue uno de los principales centros de produccin de alfareragriega para la Pennsula. Pronto le sigui otra colonia prxima,Rhode, la actual Rosas. Sin embargo, estos asentamientos marcan el

    lmite de la presencia griega en la Pennsula. Otros supuestos yaci-

    espaa prehistrica y romana

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    mientos griegos han resultado ser en realidad fenicios o, simple-mente, hitos para navegantes. La batalla naval de Alalia, en aguas de

    Sicilia, en torno al 535 a.C., en la que los foceos fueron derrotadospor una fuerza conjunta cartaginesa y etrusca, detuvo eficazmentela expansin griega en la zona.

    Las manufacturas griegas circularon de hecho por la Pennsula,y Emporion tuvo una funcin clave en esa actividad comercial. Unainscripcin del siglo vi nos muestra los tratos entre un comerciantegriego de la ciudad y otro bero de Saguntum, la actual Sagunto. Sinembargo, la mayora de los productos griegos llegaban a su destinofinal a travs de intermediarios fenicios, segn podemos ver por lasinscripciones pnicas encontradas a menudo sobre cermica griegaen Espaa. Un testimonio elocuente del equilibrio de influencias esel hecho de que, en torno al 290 a.C., los griegos de Emporion cam-biaran su sistema de pesos y medidas para adoptar la norma carta-ginesa.

    Entre los pueblos extranjeros, los fenicios fueron quienes ejer-cieron una influencia ms prolongada sobre la cultura ibrica. Sullegada fue anterior a la de los griegos y abarc un territorio ms ex-tenso. Cdiz, cuyo nombre deriva de la palabra fenicia que significaplaza fuerte, reivindicaba un origen que se remontaba al 1100 a.C.,aunque los restos arqueolgicos retrotraen la historia de la ciudadnicamente al siglo ix a.C. La ciudad fue un modelo para los pri-meros asentamientos pnicos en Espaa. Su situacin, sobre unaisla unida actualmente al continente, junto a la desembocadura delro Guadalete, era tpica de los emplazamientos preferidos por losfenicios. Pronto le siguieron otros a lo largo de la costa sur del Me-

    diterrneo. Las nuevas fundaciones se establecieron, al igual queCdiz, sobre promontorios contiguos a desembocaduras fluviales oen islas frente a la costa. Es importante observar que esos asenta-mientos no invadan el territorio de los pueblos nativos. Aunque an-teriormente se pens que su localizacin indicaba que las comuni-dades pnicas eran meros establecimientos comerciales, trabajosarqueolgicos ms recientes han revelado su carcter de asenta-mientos permanentes. La profundidad de la influencia fenicia en

    esta regin de Espaa se puede deducir de las observaciones de

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    Agripa, general del emperador Augusto, quien, al levantar un mapade la zona a finales del siglo i a.C., coment que aquella costa tena

    un aspecto completamente pnico.La interaccin entre los cartagineses y la poblacin local, que pa-rece haber sido totalmente pacfica, probablemente porque los asen-tamientos fenicios no tenan ambiciones territoriales, dio lugar auna vigorosa fecundacin cruzada de culturas orientales e ibricasque generaron la llamada cultura tartsica. Tartessos debe su nom-bre y su aparicin en la historia a Herdoto, quien habla de un avis-tamiento accidental de tierra realizado en torno al 640 a.C. por elfoceo Coleo en un reino fabulosamente rico gobernado por un mo-narca de una vida tambin milagrosamente longeva llamado Argan-tonio (el nombre, cuyo probable origen es elocuentemente celta,significa Hombre de la montaa de plata). Para los antiguos grie-gos, Tartessos acab siendo sinnimo de un El Dorado occidental; yaunque el relato de Herdoto es cierto en algn sentido, sus detallesse han de tomar con cautela. La bsqueda de una ciudad de Tartes-sos ha resultado infructuosa; a pesar de haberse localizado ms detrescientos yacimientos tartsicos, ninguno de ellos encaja con ladescripcin de una capital del reino, y en la actualidad Tartessos seconsidera como una mera descripcin til para designar una cultu-ra particular situada en torno a un eje que corra desde Huelva, en laparte baja del valle del ro Tinto, hasta Sevilla, en el del Guadalqui-vir. Sin embargo, en su momento de apogeo, la influencia tartesia seextenda no slo aguas arriba del Guadalquivir, que constitua unava natural de comunicacin, sino tambin hasta Extremadura, alotro lado de Sierra Morena, segn puede verse por los dioses sepul-

    crales de oro del cementerio de Aliseda, en la provincia de Cceres.(En algunos casos se crey que las referencias del Antiguo Testa-mento a Tarsis, destino previsto por Jons, y a sus naves aludan aTartessos, pero parece mucho ms probable que se refirieran a Tar-so o, incluso a la India, segn se pens en la Antigedad tarda.)

    Sea cual fuere su condicin histrica, el nombre de Argantonioalude a la mercanca ms buscada por los colonos extranjeros: laplata. A cambio de ella, los fenicios ofrecan a los tartesios aceite y

    vino. Las nforas fenicias para estos productos, as como otros ar-

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    tculos de lujo elaborados con metales preciosos y marfil, son ha-llazgos corrientes en sus yacimientos. La interaccin entre ambas

    culturas (conocida a menudo como periodo orientalizante de laprehistoria de Espaa) no fue meramente comercial; de una a otra,se transmitieron asimismo ideas religiosas. Un idolillo de Astart enbronce, dedicado por los hermanos fenicios Baalyaton y Abdibaal yhallado en Sevilla, se remonta al siglo viii a.C. Las espectaculares es-tatuas funerarias de la Dama de Baza y la Dama de Elche, que datandel periodo medio de la cultura ibrica, en el siglo iv a.C., tuvieronsus antecedentes en las representaciones de la diosa pnica Tanit;podemos ver un ejemplo de ella en una imagen de alabastro entro-nizada, tallada en el siglo vii pero enterrada en una sepultura ibri-ca en Galera, en la provincia de Granada, en torno al 530 a.C. Mu-chas ofrendas votivas encontradas en santuarios situados en cimasde colinas, como los de Sierra Morena, imitan el modelo de los dio-ses cartagineses de la guerra, Hadad y Reshef. La tumba de PozoMoro, en la provincia de Albacete, fechada en torno al 500 a.C., consus complejos relieves mitolgicos, muestra tambin fuertes in-fluencias pnicas. La forma de la tumba es un reflejo de la de lastumbas en torre del Oriente Prximo sirio; y muchas de las caracte-rsticas de los relieves, como el Seor de los animales y el rbolde la vida, tienen tambin paralelismos en el Prximo Oriente. Losleones rugientes o los lobos que custodian su base llegaran a ser unrasgo comn de la escultura ibrica.

    Los hallazgos del yacimiento tartesio de El Carambolo, en lasafueras de Sevilla, ilustran otro importante legado fenicio: el de ladestreza para la metalurgia. El tesoro encontrado en l incluye vein-

    tin joyas de oro de veinticuatro quilates. Estos objetos no son sim-ples fragmentos toscos de metal; su delicada artesana muestra quelos tartesios haban aprendido de sus vecinos las tcnicas del traba-jo de granulacin y filigrana. Otros ejemplos de esa habilidad sepueden ver en los hallazgos de sepulturas situadas aguas arriba delvalle del Guadalquivir y en la provincia de Huelva. Joyas igualmenterefinadas se han hallado en la periferia de la zona de influencia tar-tesia, en la provincia de Alicante.

    Los fenicios trajeron tambin consigo la escritura. Por esas fe-

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    chas hace su aparicin una escritura tartsica semisilbica basadaen el alfabeto fenicio. Es curioso, sin embargo, que la mayora de las

    inscripciones de esta escritura indescifrada hasta el momento noaparecen en el corazn del pas fenicio sino ms lejos, hacia el su-doeste, en el Algarve. La mayora se encuentran sobre estelas sepul-crales ornamentadas, donde enmarcan representaciones de guerre-ros presentados normalmente con su armamento, incluidos carros.En el margen mismo del rea de distribucin de las estelas conoci-das, en Luna, en la provincia de Zaragoza, una lpida muestra unalira cuyos parecidos ms prximos son ciertos instrumentos feni-cios. El gegrafo griego Estrabn dice que los turdetanos de Anda-luca tenan tradiciones orales que se remontaban a 6.000 aos atrs,y aunque se trata claramente de una exageracin, su descripcinmuestra que en esa afirmacin hay, tal vez, algo de verdad.

    La leyenda de Argantonio ha dado pie a la creencia generaliza-da de que en la cultura tartsica haba un gobernante nico. Apar-te del relato de Herdoto, algunos fragmentos de lo que parecenser mitos ibricos genuinos conservados por el historiador romanotardo Justino sobre los reyes Grgoris, Habis y Gerin, han reforza-do esta creencia. No podemos estar seguros de que sea as, pero laposterior tradicin ibrica monrquica hace altamente plausible lahiptesis. La cultura tartsica se desvaneci hacia finales del siglo via.C. La razn de su eclipse sigue siendo un misterio, pero su princi-pal consecuencia parece haber sido la diseminacin del poder pol-tico en unidades mucho menores.

    El hundimiento de Tartessos parece haber ejercido un pode-roso efecto sobre las colonias fenicias, con las que haba mantenido

    una existencia mutuamente beneficiosa. El nmero de estas colo-nias disminuy, pero las que sobrevivieron aumentaron de tamao.Las supervivientes entraron cada vez ms en el mbito de influenciadel asentamiento fenicio ms importante del Mediterrneo occi-dental: Cartago. Segn una tradicin conservada en los autores tar-dorromanos Macrobio y Justino, un intento nativo de asaltar Cdizal mando de un rey llamado Thern (el hombre fiera)quepudo ser un signo de la decadencia de Tartessosacab en derrota

    en torno al 550 a.C. con la ayuda de Cartago.

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    La cultura ibrica sobrevivi al hundimiento de Tartessos y, enrealidad, floreci, aunque no parece haber conseguido la unidad

    poltica. Lo que vemos, en cambio, es una proliferacin de ciudadesconstruidas sobre colinas. Su densidad es mayor en el sudeste de laPennsula, pero se extienden a lo largo de toda la costa mediterr-nea espaola y penetran incluso hasta la actual Francia. El casomejor conocido es el de Ullastret, en Catalua. Las ciudades seconstruyeron en posiciones defensivas, fortificadas a menudo pode-rosamente con construcciones ciclpeas; pero, aunque se atienena un plan ordenado, con calles de casas rectangulares, no pareceque albergaran edificios pblicos de importancia. Las formas decontrol poltico variaban. En general, el poder parece haber estadoen manos de reyezuelos, o reguli, segn la denominacin con que serefieren a ellos las fuentes latinas. Pero, al igual que entre los celtasde la Galia, los reyes dieron paso en algunas zonas a elites aristocr-ticas gobernantes. Tito Livio describe la existencia de una de esasasambleas oligrquicas entre los volcianos en el 218 a.C.

    No obstante, la unidad poltica no debera confundirse con unavance cultural; en realidad, este periodo fue testigo del momentoculminante de la cultura ibrica, cuya faceta ms llamativa es su es-cultura. Las piezas ms espectaculares, la Dama de Baza y la Damade Elche, del siglo iv a.C., son de carcter funerario, y ambas es-tatuas tienen en la parte posterior un nicho para recibir una urnacineraria. En Baza, todo el enterramiento estaba al descubierto,muestra de que se trataba de la tumba de un guerrero. Las escultu-ras deben de ser, por tanto, de una diosa relacionada, quiz, con lacartaginesa Tanit (la Dama de Baza sostiene una paloma, emblema

    de esa diosa). Restos fragmentarios de fecha similar y probable-mente de una tumba importante, hallados en la provincia de Jan,representan diversas escenas mitolgicas; en muchas de ellas apare-cen guerreros que portan una armadura compleja coincidente condescripciones literarias del armamento lusitano. Aunque en estasesculturas hay cierta influencia griega, se trata de algo mnimo. Lasteoras difusionistas acerca de un maestro foceo que trabajaba en lazona se pueden refutar, sin ms, observando las piezas, pues su es-

    ttica es casi completamente ibrica. Tambin muestran alguna in-

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    desde ese flanco fue, probablemente, lo que llev a Roma a firmaren el 225 a.C. un tratado con Cartago que sealaba el ro Iber,

    casi con toda probabilidad el Ebro, como el non plus ultrade las ar-mas cartaginesas en la Pennsula.Tras la muerte de Asdrbal, el mando de las fuerzas cartaginesas

    en Iberia recay en el hijo de Amlcar, Anbal, casado tambin conuna princesa nativa, Imilce, de Castulo. En el 218 a.C., Anbal habaavanzado atravesando la meseta hasta llegar a Salamanca y alcanzar,posiblemente, el valle del Ebro. Los cartagineses no se limitaban aconquistar, sino que establecan tambin colonias. Cartagena crecirpidamente hasta tener 30.000 habitantes, muchos de los cualesprovenan de una nueva oleada de emigrantes de habla fenicia, losblastofenicios, llegados del norte de frica tras los pasos de las con-quistas de los brcidas. Por desgracia no se han conservado huellasde la Cartagena brcida, pero la Puerta de Sevilla, en la muralla dela ciudad de Carmona, en Andaluca, se remonta a ese periodo. Alos brcidas se debe tambin el desarrollo de la minera a gran es-cala en Espaa. Diodoro Sculo ofrece un extenso relato de sus acti-vidades. Se deca que una sola mina, la de Baebelo, proporcionabaa Anbal 135 kilos de plata diarios. Tambin se deca que el dominiocartagins era duro (supuestamente, Amlcar habra torturado, ce-gado y luego crucificado a Indortes, un gobernante nativo). No obs-tante, dado que algunas ciudades ibricas se mantuvieron leales alos brcidas hasta la muerte y que nuestras fuentes clsicas no abor-dan este asunto con imparcialidad, debemos tener mucho cuidadoen dar por supuesto que el gobierno pnico fue necesariamentepeor que el que le seguira.

    A pesar del tratado de Asdrbal, era imposible que la coexisten-cia pacfica entre Roma y Cartago pudiera durar. El casus bellide laSegunda Guerra Pnica sera la ciudad espaola de Sagunto. Trasuna lucha entre facciones dentro de la ciudad, Anbal intervino enapoyo de los partidarios de Cartago. La respuesta inmediata deRoma fue apelar a una antigua alianza con Sagunto y ordenar a An-bal que no interviniera bajo amenaza de guerra. Si el Iber del tra-tado de Asdrbal era el Ebro, como es probable, resulta que Sagun-

    to se hallaba a unos 145 kilmetros al sur del ro. Anbal se vio en

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    una situacin intolerable: se enfrentaba a tener que optar por laguerra contra Roma o sentar un precedente que permitira a cual-

    quier otra ciudad ibrica reivindicar una antigua alianza con Roma,viendo as cmo iba mermando progresivamente su poder en Espa-a. Y opt por la guerra.

    Mientras Anbal avanzaba atravesando Francia y los Alpes parahacer la guerra en Italia, Espaa sigui siendo un campo de opera-ciones fundamental. En el 218 a.C., Cneo Cornelio Escipin desem-barc en Ampurias con una fuerza de dos legiones y 15.000 aliados,estableciendo en la Pennsula una presencia de Roma que habra dedurar ms de seis siglos, y construy rpidamente una base en Tarra-co, la actual Tarragona, las murallas de cuya fortaleza, levantadas conel esfuerzo y las tcnicas ibricas, son visibles todava. Publio, herma-no de Escipin, no tard en unrsele. Bajo su mando, la lucha entrelas fuerzas romanas y cartaginesas pas por fases de recrudecimientoy atenuacin en toda la Pennsula durante los primeros seis aos deguerra llegando, posiblemente, hacia el sur hasta el valle del Gua-dalquivir. La poblacin nativa aparece luchando en ambos bandos.La guerra se representa en nuestras fuentes clsicas como un choqueentre dos superpotencias, pero debemos recordar que los beros ha-bran visto las cosas, muy posiblemente, de diferente manera y quelas acusaciones relativas al carcter traicionero de los hispanos estn,sencillamente, fuera de lugar. El deseo de los beros era la retiradade ambos bandos o, quiz, simplemente, poder implicar a aquellosejrcitos extranjeros en sus disputas locales.

    La guerra peninsular dio un giro significativo tras la muerte delos dos Escipiones, en el 211 a.C., y el posterior nombramiento para

    el mando en Hispania de su joven y brillante pariente, Publio Cor-nelio Escipin, conocido histricamente como Escipin el Africa-no. En vez de hacer campaa en el interior de Iberia, Escipin lan-z un ataque con todos sus medios contra Cartagena. Tras su rpidacaptura, la resistencia pnica en Espaa comenz a desmoronarse,y para el 206 a.C. los cartagineses haban sido arrojados de la Pe-nnsula. Su poder en Espaa haba concluido, pero la cultura pni-ca sigui siendo una caracterstica de la zona hasta el final de la ocu-

    pacin romana, unos seiscientos aos despus.

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