Historia de la Farmacia

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VIERNES 14 DE JUNIO DE 1968 LA VANGUARDIA ESPAÑOLA HISTORIA BARCELONESA DEL BOTICARIO AL FARMACÉUTICO Sobreviven establecimientos del siglo XVI. — Eran artesanos. — La poesía de las viejas boticas. — Itinerario sentimental por las farmacias de Barcelo- na. — Hombres de ayer y de hoy, — Desaparecieron las tertulias. — Las afi- ciones de unos profesionales. — Evocación del Dr. Andreu El maestro dicta al aprendiz sus sabias recetas *LGUNOS de los establecimientos más A antiguos de Barcelona son las far- macias. De ninguna otra actividad so- breviven tiendas tan pretéritas. Es de sobra conocida la supervivencia-récord de dos farmacias; la una fundada a finales del siglo XVI y la otra en 1561. Se cree, sin embargo, que la fecha fundacional de esta última no es exac- ta y sus orígenes son más antiguos. La 'Farmacia actual —no el farmacéu- tico— se ha industrializado. La receta ha sido sustituida por el específico en- vasado, con toda suerte de indicaciones en el prospecto. Las viejas boticas han sido reemplazadas por los lujosos esta- blecimientos acristalados, claros y lu- minosos. En la rebotica no se celebran reunio- nes, ni mucho menos se conspira, pero por fortuna, aquí y fuera de aquí, toda- vía subsisten farmacéuticos poetas, hombres dados al libre juego del espí- ritu. En los pueblos, tanto en los de Cataluña como en los del resto de Es- paña, el farmacéutico es aún el repre- sentante más característico de la cien- cia y la intelectualidad, especialmente en las pequeñas poblaciones donde comparte el cetro de la sabiduría con el médico, el maestro y el juez. Re* cuerdo que el farmacéutico de Artes —Blancher— es un excelente poeta, ganador de innumerables premios en certámenes literarios. Y que Alexan- dre Deulofeu el autor de «La Mate- mática de la Historia», y de una audaz teoría sobre los orígenes d_el románico, también es un capacitadísimo doctor en. farmacia, establecido en su amada ciudad de Figueras. Desapareció el pintoresquismo Prácticamente el pintoresquismo del boticario, profesión casi tan antigua a excepción de algunas pocas, las far- macias eran modestas; unos botes de porcelana, con inscripciones latinas en letras góticas, llenas de substancias medicinales, unas balanzas, unas espá- tulas, gran abundancia de frascos en las estanterías, un mortero, un horni-" lio que permanecía encendido durante todo el santo día y seis palmos de mos- trador. Antes, y de ello no hace muchos años, las farmacias olían de manera intensa y peculiar, muy grata porque se trabajaban materiales frescos. El doctor Luis Nadal Delhom, con farma- cia en la Rambla, hijo y suponemos nieto también de farmacéuticos y pa- dre a la vez de un licenciado en su es- pecialidad, y cuyas informaciones nos han sido siempre muy preciosas, evoca algunos recuerdos de su juventud, pro- fesionalmente hablando: —La elaboración de fórmulas oficina- les era indispensable verificarlas en los laboratorios de las propias oficinas y así la obtención de las aguas destila- das, con los alambiques pertinentes, era cosa corriente y habitual. No era difícil conocer qué clase de agua destilada se obtenía en aquel mo- mento al entrar en alguna oficina. El olor resinoso de los leños con que se calentaban los alambiques nos decía, sin género de duda, se trataba simple- mente de agua destilada. El olor a azahar, ordinariamente en la época de la recolección de dicha flor, que se trataba de agua de azahar; el olor a melisa que era agua de esta especié, etcétera. Los azafranaros acostumbran vi- sitar las farmacias para ofrecer el azafrán en la época de la recolección del mismo y el olor de la oficina podía decirnos que se estaban elaborando fórmulas oficinales del «crocus sativus», ya tintura resultado de prensa, los resi- duos de su maceración o lixiviación al- cohólica con las pequeñas prensas de mano, o bien por el olor- típico del láudano, etcétera. Antiguos alambiques para la obtención de aguas medicinales como el arte de intentar curar, finali- za hacia mediados del siglo XIX. Los boticarios del siglo XVIII —nos dicen los que han ahondado en la materia— eran sencillamente unos artesanos agremiados, o colegiados si se quiere, pertenecientes al grupo de los indus- triales. Algunos poseían cierta cultura, que en muchos de ellos llegaba hasta la erudición, y desde luego, todos con un completo conocimiento de las prác- ticas de su profesión; sin embargo, por estar considerados como artesanos, no tenían derecho a beneficiarse de una enseñanza pública común y por lo tan- to no eran considerados como «hombres de carrera». La lucha entre los botica- rios profesionales y las nuevas mane- ras de la farmacia —según las «Notas para la Historia de la Farmacia cata- lana»— culmina y cesa en 1843 con la creación de la Facultad y su agrega- ción a la Universidad. A mediados del pasado siglo todavía, El cornezuelo de centeno era vendi- do directamente a Jos farmacéuticos en la época que este honguillo del cen- teno se recolectaba, preparándose con él tinturas, bálsamos, extractos fluidos y blandos. La farmacia del doctor José Massó Arumí, de la Rambla de Canaletas, hoy del doctor Nadal, fue fundada en el año 1850. Esta antigüedad, tratán- dose de establecimientos así, no es ra- ro encontrarla en Barcelona donde, abundan oficinas farmacéuticas más que centenarias, como ya hemos dicho. Los Bofill de lo Plaza de Sant Aqustí Vell En la Plaza de Sant Agustí Vell, existe una farmacia que fundaron los Bofill hace más de siglo y medio, aho- ra de otro propietario. En 1854 regen- taba la farmacia Jacinto Bofill, hijo del famoso «herbolad de Viladrau», un ilustre botánico del pasado siglo. Bo- fill era abuelo del comediógrafo, escri- tor y abogado Conrado Roure y asi- mismo bisabuelo del escritor barcelo- nés y crítico literario Jaime Bofill y Ferro. El famoso doctor Carulla, más tarde marqués de Garulla, fue dependiente de la farmacia. Su fundador era un ciudadano excepcional, progresista, li- beral, romántico y admirador acérrimo de don Baldomero Espartero. Murió al atender a los apestados de la terrible epidemia de cólera del año 1854. To- davía las pequeñas crónicas de la ciu- dad recogen conmovidas la figura de aquel farmacéutico insigne que murió satisfecho por haber cumplido con su deber ciudadano. Perdura, oculto en unas dependen- cias estatales y castrenses, parte del antiguo claustro gótico del convento de San Agustín, detrás de la plaza de su nombre, en la calle del Comercio, El boticario medieval prepara sus brebajes curativos dependencias ocupadas por la Farma- cia Militar de la IV Región. En este sector de Barcelona, y no muy lejos ciertamente de la evocativa plaza de Sant Agustí Vell —existe en la ciudad otra plaza de San Agustín— se encuentra la antigua farmacia «Bo- tica Padrell». Está situada en un anti- quísimo caserón de la calle Baja de San Pedro, número 50. En el frontis- picio de la vidriera de entrada, de tipo modernista, se lee la fecha de su fun- dación: 1561. Por las referencias histó- ricas que se poseen de la botica, pare- ce que su fundación es muy anterior a la indicada fecha. En la vivienda vecina a la botica, en el número 52, nació el pintor Isidre Nonell, como así consta en una lápida colocada hace unos pocos años. Con sólo andar unos pocos pasos, desde la antiquísima botica podemos trasladarnos a la calle Barra de Fe- rro, en cuya esquina con la de Mont- eada, y frente al palacio Aguilar, que cobija el Museo Picasso, se abre la an- tigua farmacia Benessat, fundada a finales del siglo XVI, pocos años des- pués de la de Padrell. No conserva nada de su época fundacional, ni sus dueños actuales tienen nada que ver con la familia de sus fundadores. Las recetas pretéritas En la Plaza de la Lana existe otra farmacia fundada hacia el año 1848. La farmacia la creó Teodoro Aviñó y después la usufructuaron sus descen- dientes, todos doctores éh farmacia. José Cases Montserrat, que prosiguió con el establecimiento, era un hombre ilustre, creador de algunos productos farmacéuticos que obtuvieron ias ape- tecidas medallas en la Exposición Uni- versal de 1888 y fundó la Academia y Laboratorio de Ciencias Médicas de Cataluña. Su sucesor, el doctor Cases Puchades, es una institución muy que- rida en el barrio. Entre otras cosas cu- riosas el farmacéutico de la Plaza de la Lana guarda una farmacopea que perteneció a su abuelo. Es del año 1865. Leo una fórmula: «Cógense dos onzas de alacranes vivos y ahóganse en agua tibia...». De los alacranes a la penici- lina. ¡Todo un mundo! El doctor Nadal guarda, a su vez, el recetario de la firma antecesora de su oficina. La mayoría son recetarios encuadernados en pergamino, en don- de se pueden leer fórmulas antiquísi- mas, aún prescritas con signos medici- nales, granos, escrúpulos, araonas, on- zas, libras, etcétera. Antiguas, casi históricas, eran las farmacias de los doctores Botta, esta- blecida primero en la calle de la Pla- tería y trasladada después a la Rambla de Cataluña; Raurich, en la plaza del Pedro, fundada en 1836; la de Guerra, creadla por el farmacéutico-médico marqués de la Retama, en 1851; las de los doctores Trenar, Duran y España, Genové, Sastre Marqués... Algunas de tales farmacias no pertenecen a sus descendientes y han pasado a otras manos, pero en ciertos casos conser- van su antigua denominación. 858 colegiados sólo en la ciudad Siempre al azar, citamos nombres, rememoramos historias y explicamos anécdotas, ya que es imposible hablar de todos los farmacéuticos, si se tiene en cuenta que en nuestra ciudad hay 858 con establecimiento abierto y 518 en el resto de la región. El historial acaso más vivo y que se ha dejado sin escribir, es el de las viejas farmacias desaparecidas. Serían muchas las cosas que podría contar la ya inexistente farmacia de «El Glo- bo», del doctor Padró, de la Plaza Real, que después pasó a ser propiedad de don Ramón Gavaldá Ribas. Todos re- cordamos los estupendísimos escapara- tes de aquella ochocentista botica; los anuncios de un poderoso capilar que le permitían al hombre del anuncio alzar una enorme piedra o peso sin otros medios que sus largos y espesos bigotes tratados con aquel mágico es- pecifico. En la calis Nueva de la Rambla, «el doctor Félix Giró tenía tertulia abierta Entre los doctores en farmacia, ca- be señalar —y perdón de antemano por las muchas e inevitables omisio- nes—: a los doctores Agell y Agell, Sanmartín, Raurich, Cusí, Cardús, Bo- los —de la insigne familia de los Bo- los, de Olot— Rius, que fue presiden- te del «Orfeó de Sants» y Rafael Mas- clans, dado a las letras y a la filoso- fía, que si no recuerdo mal, también fue presidente del simpático orfeón que hoy dirige el sensible y experto maestro Enrique Ribo. Anotemos aún los nombres ilustres de los doctores Jesús Isamat Vilá. Zenón Puig —direc- tor de una sugestiva revista—; José Luis G. Caamaño, catedrático; R. Jor- di González... El profesor Luis Miravit- Ues, que tanto aparece en la TVE. y ha sabido conquistarse un público, es far- macéutico, como el profesor villar Pa- lasi, catedrático de nuestra Universi- dad y teniente de alcalde. Y también es farmacéutico, y hace años fue ofi- cial de Secretaría de la Facultad, el hasta ahora Decano de los Periodistas de Barcelona, don Luis Bonet. Tam- bién, según las referencias de una en- ciclopedia, que no siempre acierta, era farmacéutico el escritor y filósofo bar- celonés, Pompeyo Gener; farmacéuti- co, médico... y abogado. Farmacéuticos son asimismo el di- rector de nuestro remozado Zoo —hoy en día uno de los mejores de Europa— doctor Antonio Jonch. Posee esta ca- rrera el doctor Orusaíont Peyró, cate- drático e insigne figura mundial den- tro de la paleontología. Entre los far- macéuticos ha habido —y hay— exce- lentes aficionados a la música, por ejemplo Enrique Vilaseca, amigo de Toldrá y gran wagneriano. Un eficaz y entusiasta animador de la vida filar- mónica barcelonesa es Luis Prats, miembro directivo de Juventudes Mu- sicales y uno de los aficionados que más batalla para que tengamos una mayor referencia de la obra de Schu- bert que conocemos fragmentariamen- te. Prats es farmacéutico, y para qué seguir... El sello del antiguo Colegio de Boticarios de Barcelona en su botica, un verdadero parnasillo, frecuentado por los hombres que hi- cieron posible la «Renaixenca» literaria catalana, tertulia precursora del Ate- neo Barcelonés, albergado en su pri- mera etapa al lado del Teatro Princi- pal, no muy lejos de la famosa e ilus- trada botica del doctor Giró. Nombres actuales Las farmacias ya no tienen tertulias. El comprador ha substituido al conver- sador. Pero entre los colegiados exis- ten figuras notables dadas a la ciencia y a la intelectualidad. —Hemos tenido periodistas —nos di- ce el doctor Nadal—, músicos, escrito- res, médicos, cultivadores de las Cien- cias, de las Artes, de las Letras, articu- listas y traductores, caricaturistas, e incluso, poetas. Los ha habido aficiona- dos a diferentes deportes y los hay también con diferentes «chifladuras», como son filatélicos discretos, grandes coleccionistas de postales, muy expertos fotógrafos de fantasía con laboratorios curiosísimos y costosos, apreciados lati- nistas, etcétera. Ciertamente, el doctor Nadal tiene razón. Algunos farmacéuticos son doc- tores, otros, ejercen la enseñanza de su profesión o se dedican a especialida- des propias de su carrera, que no aca- ba ni estriba únicamente en tener una farmacia. El modernismo se quedó aquí En Barcelona los establecimientos de farmacia u oficinas farmacéuticas siempre han tenido gran carácter, por ejemplo la del doctor Boatella, en las Ramblas. Mas las típicas van desapa- reciendo. La antigüedad estriba única- mente en la fecha de fundación del negocio. De todas maneras, el estilo modernista sobrevive en infinidad de farmacias que han sido ya registradas por los estudiosos y eruditos de este período arquitectónico y artístico que aquí tuvo su máximo auge y es cono- cido con el nombre, siempre joven, de «Estilo Modernista». Con el viejo carácter desaparecieron asimismo dos antiguos y famosos botes de farmacia. Se encuentran aún algu- nos hermosos modelos —an el estable- cimiento del doctor Vilardell, por ejem- plo— pero escasean mucho. Son piezas notables que han ido a engrosar las co- lecciones de los museos o las series par- ticulares. «Els pots catalans» de farma- cia van muy buscados. Un erudito de este tipo de recipiente cerámico es pre- cisamente un farmacéutico, don Ángel Orbañanos Hugué, de Sants. Los botes más notables se encuen- tran, como ya hemos dicho, en nues- tros museos: en la farmacia del Pue- blo Español, regalo del doctor Andreu, y en el centro de específicos de su fir- ma, y en la Academia de Farmacia, sita en el recinto gótico del antiguo Hospital de la Santa Cruz y San Pablo, ubicada, más o menos, en el mismo lu- gar donde había la antigua botica del Hospital. Los hombres recordados En la toponimia urbana se encuen- tran algunas calles con nombres de farmacéuticos o cosas y hombres vin- culados a esta especialidad científica. Existe la calle del Farmacéutico Car- bonell y la Avenida del doctor An- dreu verdadero padre de los colegia- dos a los cuales jamás regateó su ayu- da, de la misma manera que soñó en una gran Barcelona, que acaso nada tenga que ver con esa Gran Barcelona que planean y de la cual tanto hablan nuestros ediles. ARTURO LLOPIS

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VIERNES 14 DE JUNIO DE 1968 LA VANGUARDIA ESPAÑOLA

HISTORIA BARCELONESA

DEL BOTICARIOAL FARMACÉUTICOSobreviven establecimientos del siglo XVI. — Eran artesanos. — La poesíade las viejas boticas. — Itinerario sentimental por las farmacias de Barcelo-na. — Hombres de ayer y de hoy, — Desaparecieron las tertulias. — Las afi-

ciones de unos profesionales. — Evocación del Dr. Andreu

El maestro dicta al aprendiz sus sabias recetas

*LGUNOS de los establecimientos másA antiguos de Barcelona son las far-macias. De ninguna otra actividad so-breviven tiendas tan pretéritas. Es desobra conocida la supervivencia-récordde dos farmacias; la una fundada afinales del siglo XVI y la otra en 1561.Se cree, sin embargo, que la fechafundacional de esta última no es exac-ta y sus orígenes son más antiguos.

La 'Farmacia actual —no el farmacéu-tico— se ha industrializado. La recetaha sido sustituida por el específico en-vasado, con toda suerte de indicacionesen el prospecto. Las viejas boticas hansido reemplazadas por los lujosos esta-blecimientos acristalados, claros y lu-minosos.

En la rebotica no se celebran reunio-nes, ni mucho menos se conspira, peropor fortuna, aquí y fuera de aquí, toda-vía subsisten farmacéuticos poetas,hombres dados al libre juego del espí-ritu. En los pueblos, tanto en los deCataluña como en los del resto de Es-paña, el farmacéutico es aún el repre-sentante más característico de la cien-cia y la intelectualidad, especialmenteen las pequeñas poblaciones dondecomparte el cetro de la sabiduría conel médico, el maestro y el juez. Re*cuerdo que el farmacéutico de Artes—Blancher— es un excelente poeta,ganador de innumerables premios encertámenes literarios. Y que Alexan-dre Deulofeu el autor de «La Mate-mática de la Historia», y de una audazteoría sobre los orígenes d_el románico,también es un capacitadísimo doctoren. farmacia, establecido en su amadaciudad de Figueras.

Desaparecióel pintoresquismo

Prácticamente el pintoresquismo delboticario, profesión casi tan antigua

a excepción de algunas pocas, las far-macias eran modestas; unos botes deporcelana, con inscripciones latinas enletras góticas, llenas de substanciasmedicinales, unas balanzas, unas espá-tulas, gran abundancia de frascos enlas estanterías, un mortero, un horni-"lio que permanecía encendido durantetodo el santo día y seis palmos de mos-trador.

Antes, y de ello no hace muchosaños, las farmacias olían de maneraintensa y peculiar, muy grata porquese trabajaban materiales frescos. Eldoctor Luis Nadal Delhom, con farma-cia en la Rambla, hijo y suponemosnieto también de farmacéuticos y pa-dre a la vez de un licenciado en su es-pecialidad, y cuyas informaciones noshan sido siempre muy preciosas, evocaalgunos recuerdos de su juventud, pro-fesionalmente hablando:

—La elaboración de fórmulas oficina-les era indispensable verificarlas en loslaboratorios de las propias oficinas yasí la obtención de las aguas destila-das, con los alambiques pertinentes,era cosa corriente y habitual.

No era difícil conocer qué clase deagua destilada se obtenía en aquel mo-mento al entrar en alguna oficina. Elolor resinoso de los leños con que secalentaban los alambiques nos decía,sin género de duda, se trataba simple-mente de agua destilada. El olor aazahar, ordinariamente en la época dela recolección de dicha flor, que setrataba de agua de azahar; el olor amelisa que era agua de esta especié,etcétera.

Los azafranaros acostumbran vi-sitar las farmacias para ofrecer elazafrán en la época de la recoleccióndel mismo y el olor de la oficina podíadecirnos que se estaban elaborandofórmulas oficinales del «crocus sativus»,ya tintura resultado de prensa, los resi-duos de su maceración o lixiviación al-cohólica con las pequeñas prensas demano, o bien por el olor- típico delláudano, etcétera.

Antiguos alambiques para la obtención de aguas medicinales

como el arte de intentar curar, finali-za hacia mediados del siglo XIX. Losboticarios del siglo XVIII —nos dicenlos que han ahondado en la materia—eran sencillamente unos artesanosagremiados, o colegiados si se quiere,pertenecientes al grupo de los indus-triales. Algunos poseían cierta cultura,que en muchos de ellos llegaba hastala erudición, y desde luego, todos conun completo conocimiento de las prác-ticas de su profesión; sin embargo, porestar considerados como artesanos, notenían derecho a beneficiarse de unaenseñanza pública común y por lo tan-to no eran considerados como «hombresde carrera». La lucha entre los botica-rios profesionales y las nuevas mane-ras de la farmacia —según las «Notaspara la Historia de la Farmacia cata-lana»— culmina y cesa en 1843 con lacreación de la Facultad y su agrega-ción a la Universidad.

A mediados del pasado siglo todavía,

El cornezuelo de centeno era vendi-do directamente a Jos farmacéuticosen la época que este honguillo del cen-teno se recolectaba, preparándose conél tinturas, bálsamos, extractos fluidosy blandos.

La farmacia del doctor José MassóArumí, de la Rambla de Canaletas,hoy del doctor Nadal, fue fundada enel año 1850. Esta antigüedad, tratán-dose de establecimientos así, no es ra-ro encontrarla en Barcelona donde,abundan oficinas farmacéuticas másque centenarias, como ya hemos dicho.

Los Bofill de lo Plazade Sant Aqustí Vell

En la Plaza de Sant Agustí Vell,existe una farmacia que fundaron losBofill hace más de siglo y medio, aho-

ra de otro propietario. En 1854 regen-taba la farmacia Jacinto Bofill, hijodel famoso «herbolad de Viladrau», unilustre botánico del pasado siglo. Bo-fill era abuelo del comediógrafo, escri-tor y abogado Conrado Roure y asi-mismo bisabuelo del escritor barcelo-nés y crítico literario Jaime Bofill yFerro.

El famoso doctor Carulla, más tardemarqués de Garulla, fue dependientede la farmacia. Su fundador era unciudadano excepcional, progresista, li-beral, romántico y admirador acérrimode don Baldomero Espartero. Murió alatender a los apestados de la terribleepidemia de cólera del año 1854. To-davía las pequeñas crónicas de la ciu-dad recogen conmovidas la figura deaquel farmacéutico insigne que muriósatisfecho por haber cumplido con sudeber ciudadano.

Perdura, oculto en unas dependen-cias estatales y castrenses, parte delantiguo claustro gótico del conventode San Agustín, detrás de la plaza desu nombre, en la calle del Comercio,

El boticario medieval prepara susbrebajes curativos

dependencias ocupadas por la Farma-cia Militar de la IV Región.

En este sector de Barcelona, y nomuy lejos ciertamente de la evocativaplaza de Sant Agustí Vell —existe enla ciudad otra plaza de San Agustín—se encuentra la antigua farmacia «Bo-tica Padrell». Está situada en un anti-quísimo caserón de la calle Baja deSan Pedro, número 50. En el frontis-picio de la vidriera de entrada, de tipomodernista, se lee la fecha de su fun-dación: 1561. Por las referencias histó-ricas que se poseen de la botica, pare-ce que su fundación es muy anteriora la indicada fecha.

En la vivienda vecina a la botica, enel número 52, nació el pintor IsidreNonell, como así consta en una lápidacolocada hace unos pocos años.

Con sólo andar unos pocos pasos,desde la antiquísima botica podemostrasladarnos a la calle Barra de Fe-rro, en cuya esquina con la de Mont-eada, y frente al palacio Aguilar, quecobija el Museo Picasso, se abre la an-tigua farmacia Benessat, fundada afinales del siglo XVI, pocos años des-pués de la de Padrell. No conserva nadade su época fundacional, ni sus dueñosactuales tienen nada que ver con lafamilia de sus fundadores.

Las recetas pretéritasEn la Plaza de la Lana existe otra

farmacia fundada hacia el año 1848.La farmacia la creó Teodoro Aviñó ydespués la usufructuaron sus descen-dientes, todos doctores éh farmacia.José Cases Montserrat, que prosiguiócon el establecimiento, era un hombreilustre, creador de algunos productosfarmacéuticos que obtuvieron ias ape-tecidas medallas en la Exposición Uni-versal de 1888 y fundó la Academia yLaboratorio de Ciencias Médicas deCataluña. Su sucesor, el doctor CasesPuchades, es una institución muy que-rida en el barrio. Entre otras cosas cu-riosas el farmacéutico de la Plaza dela Lana guarda una farmacopea queperteneció a su abuelo. Es del año 1865.Leo una fórmula: «Cógense dos onzasde alacranes vivos y ahóganse en aguatibia...». De los alacranes a la penici-lina. ¡Todo un mundo!

El doctor Nadal guarda, a su vez,el recetario de la firma antecesora desu oficina. La mayoría son recetariosencuadernados en pergamino, en don-de se pueden leer fórmulas antiquísi-

mas, aún prescritas con signos medici-nales, granos, escrúpulos, araonas, on-zas, libras, etcétera.

Antiguas, casi históricas, eran lasfarmacias de los doctores Botta, esta-blecida primero en la calle de la Pla-tería y trasladada después a la Ramblade Cataluña; Raurich, en la plaza delPedro, fundada en 1836; la de Guerra,creadla por el farmacéutico-médicomarqués de la Retama, en 1851; las delos doctores Trenar, Duran y España,Genové, Sastre Marqués... Algunas detales farmacias no pertenecen a susdescendientes y han pasado a otrasmanos, pero en ciertos casos conser-van su antigua denominación.

858 colegiadossólo en la ciudad

Siempre al azar, citamos nombres,rememoramos historias y explicamosanécdotas, ya que es imposible hablarde todos los farmacéuticos, si se tieneen cuenta que en nuestra ciudad hay858 con establecimiento abierto y 518en el resto de la región.

El historial acaso más vivo y que seha dejado sin escribir, es el de lasviejas farmacias desaparecidas. Seríanmuchas las cosas que podría contarla ya inexistente farmacia de «El Glo-bo», del doctor Padró, de la Plaza Real,que después pasó a ser propiedad dedon Ramón Gavaldá Ribas. Todos re-cordamos los estupendísimos escapara-tes de aquella ochocentista botica; losanuncios de un poderoso capilar quele permitían al hombre del anuncioalzar una enorme piedra o peso sinotros medios que sus largos y espesosbigotes tratados con aquel mágico es-pecifico.

En la calis Nueva de la Rambla, «eldoctor Félix Giró tenía tertulia abierta

Entre los doctores en farmacia, ca-be señalar —y perdón de antemanopor las muchas e inevitables omisio-nes—: a los doctores Agell y Agell,Sanmartín, Raurich, Cusí, Cardús, Bo-los —de la insigne familia de los Bo-los, de Olot— Rius, que fue presiden-te del «Orfeó de Sants» y Rafael Mas-clans, dado a las letras y a la filoso-fía, que si no recuerdo mal, tambiénfue presidente del simpático orfeónque hoy dirige el sensible y expertomaestro Enrique Ribo. Anotemos aúnlos nombres ilustres de los doctoresJesús Isamat Vilá. Zenón Puig —direc-tor de una sugestiva revista—; JoséLuis G. Caamaño, catedrático; R. Jor-di González... El profesor Luis Miravit-Ues, que tanto aparece en la TVE. y hasabido conquistarse un público, es far-macéutico, como el profesor villar Pa-lasi, catedrático de nuestra Universi-dad y teniente de alcalde. Y tambiénes farmacéutico, y hace años fue ofi-cial de Secretaría de la Facultad, elhasta ahora Decano de los Periodistasde Barcelona, don Luis Bonet. Tam-bién, según las referencias de una en-ciclopedia, que no siempre acierta, erafarmacéutico el escritor y filósofo bar-celonés, Pompeyo Gener; farmacéuti-co, médico... y abogado.

Farmacéuticos son asimismo el di-rector de nuestro remozado Zoo —hoyen día uno de los mejores de Europa—doctor Antonio Jonch. Posee esta ca-rrera el doctor Orusaíont Peyró, cate-drático e insigne figura mundial den-tro de la paleontología. Entre los far-macéuticos ha habido —y hay— exce-lentes aficionados a la música, porejemplo Enrique Vilaseca, amigo deToldrá y gran wagneriano. Un eficaz yentusiasta animador de la vida filar-mónica barcelonesa es Luis Prats,miembro directivo de Juventudes Mu-sicales y uno de los aficionados quemás batalla para que tengamos unamayor referencia de la obra de Schu-bert que conocemos fragmentariamen-te. Prats es farmacéutico, y para quéseguir...

El sello del antiguo Colegio deBoticarios de Barcelona

en su botica, un verdadero parnasillo,frecuentado por los hombres que hi-cieron posible la «Renaixenca» literariacatalana, tertulia precursora del Ate-neo Barcelonés, albergado en su pri-mera etapa al lado del Teatro Princi-pal, no muy lejos de la famosa e ilus-trada botica del doctor Giró.

Nombres actualesLas farmacias ya no tienen tertulias.

El comprador ha substituido al conver-sador. Pero entre los colegiados exis-ten figuras notables dadas a la cienciay a la intelectualidad.

—Hemos tenido periodistas —nos di-ce el doctor Nadal—, músicos, escrito-res, médicos, cultivadores de las Cien-cias, de las Artes, de las Letras, articu-listas y traductores, caricaturistas, eincluso, poetas. Los ha habido aficiona-dos a diferentes deportes y los haytambién con diferentes «chifladuras»,como son filatélicos discretos, grandescoleccionistas de postales, muy expertosfotógrafos de fantasía con laboratorioscuriosísimos y costosos, apreciados lati-nistas, etcétera.

Ciertamente, el doctor Nadal tienerazón. Algunos farmacéuticos son doc-tores, otros, ejercen la enseñanza de suprofesión o se dedican a especialida-des propias de su carrera, que no aca-ba ni estriba únicamente en tener unafarmacia.

El modernismose quedó aquí

En Barcelona los establecimientos defarmacia u oficinas farmacéuticassiempre han tenido gran carácter, porejemplo la del doctor Boatella, en lasRamblas. Mas las típicas van desapa-reciendo. La antigüedad estriba única-mente en la fecha de fundación delnegocio. De todas maneras, el estilomodernista sobrevive en infinidad defarmacias que han sido ya registradaspor los estudiosos y eruditos de esteperíodo arquitectónico y artístico queaquí tuvo su máximo auge y es cono-cido con el nombre, siempre joven, de«Estilo Modernista».

Con el viejo carácter desaparecieronasimismo dos antiguos y famosos botesde farmacia. Se encuentran aún algu-nos hermosos modelos —an el estable-cimiento del doctor Vilardell, por ejem-plo— pero escasean mucho. Son piezasnotables que han ido a engrosar las co-lecciones de los museos o las series par-ticulares. «Els pots catalans» de farma-cia van muy buscados. Un erudito deeste tipo de recipiente cerámico es pre-cisamente un farmacéutico, don ÁngelOrbañanos Hugué, de Sants.

Los botes más notables se encuen-tran, como ya hemos dicho, en nues-tros museos: en la farmacia del Pue-blo Español, regalo del doctor Andreu,y en el centro de específicos de su fir-ma, y en la Academia de Farmacia,sita en el recinto gótico del antiguoHospital de la Santa Cruz y San Pablo,ubicada, más o menos, en el mismo lu-gar donde había la antigua botica delHospital.

Los hombres recordadosEn la toponimia urbana se encuen-

tran algunas calles con nombres defarmacéuticos o cosas y hombres vin-culados a esta especialidad científica.Existe la calle del Farmacéutico Car-bonell y la Avenida del doctor An-dreu verdadero padre de los colegia-dos a los cuales jamás regateó su ayu-da, de la misma manera que soñó enuna gran Barcelona, que acaso nadatenga que ver con esa Gran Barcelonaque planean y de la cual tanto hablannuestros ediles.

ARTURO LLOPIS