Historia de la fealdad eco introducción

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HISTORIA 3ELA FEALDAD ACAIÍCODC UMBERTO

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HISTORIA3ELAFEALDADACAIÍCODC

UMBERTO

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introducción

Pítale Plciuo,Mujirqui lien, 1937,Londr«,T«tiG»ll»ry

A lo largo de los siglos, filósofos y artistas han ido proporcionandodefiniciones de lo bello,y gracias a sus testimonios se ha podido reconstruiruna historia de las ¡deas estéticas a través de los tiempos. No ha ocurrido lomismo con lo feo, que casi siempre se ha definido por oposición a lo belloy a lo que casi nunca se han dedicado estudios extensos, sino más bienalusiones parentéticas y marginales. Por consiguiente, si la historia dela belleza puede valerse de una extensa serie de testimonios teóricos(de los que puede deducirse el gusto de una época determinada), lahistoria de la fealdad por lo general deberá ir a buscar los documentos enlas representaciones visuales o verbales de cosas o personas consideradasen cierto modo «feas».No obstante, la historia de la fealdad tiene algunos rasgos en común con lahistoria de la belleza. Ante todo, tan solo podemos suponer que los gustosde las personas corrientes se correspondieran de algún modo con losgustos de los artistas de su época. Si un visitante llegado del espacioacudiera a una galería de arte contemporáneo, viera rostros femeninospintados por Picasso y oyera que los visitantes los consideran «bellos»,podría creer erróneamente que en la realidad cotidiana los hombres denuestro tiempo consideran bellas y deseables a las criaturas femeninas conun rostro similar al representado por el pintor. No obstante, el visitante delespacio podría corregir su opinión acudiendo a un desfile de moda o a unconcurso de Miss Universo, donde vería celebrados otros modelos debelleza. A nosotros, en cambio, no nos es posible; al visitar épocas yaremotas, no podemos hacer ninguna comprobación, ni en relación con lobello ni en relación con lo feo, ya que solo conservamos testimoniosartísticos de aquellas épocas. Otra característica común a la historia de lafealdad y a la de la belleza es que hay que limitarse a registrar las

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Máscara para la danza,Ekoi (este de Nigeria),s.d, Nueva York,Tishman Collection

vicisitudes de estos dos v.llon". ni l.i ( ivillAK ion 0(( idcnl.il. I n el (,iso ( l i -las civilizaciones arcaicas y de los pueblos ll.im.idos primitivos, disponemosde restos artísticos pero no de textos teóricos que nos indiquen si estabandestinados a provocar placer estético, terror sagrado o hilaridad.A un occidental, una máscara ritual africana le parecería horripilante,mientras que para el nativo podría representar una divinidad benévola. Porel contrario, al seguidor de una religión no occidental le podría parecerdesagradable la imagen de un Cristo flagelado, ensangrentado y humillado,cuya aparente fealdad corporal inspiraría simpatía y emoción a un cristiano.En el caso de otras culturas, ricas en textos poéticos y filosóficos (como,por ejemplo, la india, la japonesa o la china), vemos imágenes y formaspero, al traducir textos literarios o filosóficos, casi siempre resulta difícilestablecer hasta qué punto ciertos conceptos pueden ser identificables conlos nuestros, aunque la tradición nos ha inducido a traducirlos a términosoccidentales como «bello» o «feo». Y aunque se tomaran en consideraciónlas traducciones, no bastaría saber que en una cultura determinada seconsidera bella una cosa dotada, por ejemplo, de proporción y armonía.¿Qué significan, en realidad, estos dos términos? Su sentido también hacambiado a lo largo de la historia occidental. Solo comparandoafirmaciones teóricas con un cuadro o una construcción arquitectónica dela época nos damos cuenta de que lo que se consideraba proporcionadoen un siglo ya no lo era en el otro; cuando un filósofo medieval hablaba deproporción, por ejemplo, estaba pensando en las dimensiones y en la formade una catedral gótica, mientras que un teórico renacentista pensaba en untemplo del siglo xvi, cuyas partes estaban reguladas por la sección áurea,y a los renacentistas les parecían bárbaras y, justamente, «góticas», lasproporciones de las catedrales.Los conceptos de bello y de feo están en relación con los distintos períodoshistóricos o las distintas culturas y, citando a Jenófanes de Colofón (segúnClemente de Alejandría, Srromofa,V, 110), «si los bueyes, los caballos y losleones tuviesen manos, o pudiesen dibujar con las manos, y hacer obrascomo las que hacen los hombres, semejantes a los caballos el caballorepresentaría a los dioses, y semejantes a los bueyes, el buey, y les daríancuerpos como los que tiene cada uno de ellos».En la Edad Media, Giacomo da Vitry (Libro dúo, quorum prior Orientalis, siveHierosolymitanae, alter Occidentalis historiae), al ensalzar la belleza de toda laobra divina, admitía que «probablemente los cíclopes, que tienen un soloojo, se sorprenden de los que tienen dos, como nosotros nos maravillamosde aquellas criaturas con tres ojos... Consideramos feos a los etíopes negros,pero para ellos el más negro es el más bello». Siglos más tarde, se hará ecoVoltaire (en el Diccionario filosófico): «Preguntad a un sapo qué es la belleza,el ideal de lo bello, lo fo/cotón. Os responderá que la belleza la encarna lahembra de su especie, con sus hermosos ojos redondos que resaltan de supequeña cabeza, boca ancha y aplastada, vientre amarillo y dorso oscuro.Preguntad a un negro de Guinea: para él la belleza consiste en la piel negra

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y aceitoso, los ojos hundidos, la nari/ th.itd. Preguntádselo al diablo: os diráque la bolle/a consiste en un par de cuernos, cuatro garras, y una cola».Hegel, en su Estética, observa que «ocurre que, si no todo marido a su mujer,al menos todo novio encuentra bella, y bella de una manera exclusiva, a sunovia; y si el gusto subjetivo por esta belleza no tiene ninguna regla fija, sepuede considerar una suerte para ambas partes... Se oye decir con muchafrecuencia que una belleza europea desagradaría a un chino o hasta a unhotentote, porque el chino tiene un concepto de la belleza completamentediferente al del negro... Y ciertamente, si consideramos las obras de arte deesos pueblos no europeos, por ejemplo las imágenes de sus dioses, quehan surgido de su fantasía dignas de veneración y sublimes, a nosotros nospueden parecer los ídolos más monstruosos, del mismo modo que sumúsica puede resultar sumamente detestable a nuestros oídos. A su vez,esos pueblos considerarán insignificantes o feas nuestras esculturas,pinturas y músicas».A menudo la atribución de belleza o de fealdad se ha hecho atendiendo noa criterios estéticos, sino a criterios políticos y sociales. En un pasaje de Marx(Manuscritos económicos y filosóficos de 1844) se recuerda que la posesiónde dinero puede suplir la fealdad: «El dinero, en la medida en que posee lapropiedad de comprarlo todo, de apropiarse de todos los objetos, es elobjeto por excelencia... Mi fuerza es tan grande como lo sea la fuerza deldinero... Lo que soy y lo que puedo no está determinado en modo algunopor mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprarme la mujer más bella.Por tanto, no soy feo, porque el efecto de la fealdad, su fuerza ahuyentadora,queda anulado por el dinero. Según mi individualidad, soy tullido, pero eldinero me procura veinticuatro piernas: luego, no soy tullido... ¿Acaso notransforma mi dinero todas mis carencias en su contrario?». Basta, pues,aplicar esta reflexión sobre el dinero al poder en general y se entenderánalgunos retratos de monarcas de siglos pasados, cuyas facciones fuerondevotamente inmortalizadas por pintores cortesanos, que desde luegono pretendían destacar demasiado sus defectos, y hasta hicieron todo loposible por refinar sus rasgos. No cab'e duda de que estos personajes nosparecen bastante feos (y probablemente también lo eran en su tiempo),pero era tal su carisma y la fascinación que les otorgaba su omnipotenciaque sus subditos los contemplaban con ojos de adoración.Por último, basta leer uno de los relatos más hermosos de la ciencia ficcióncontemporánea, El centinela de Fredric Brown, para ver que la relación entrelo normal y lo monstruoso, lo aceptable y lo horripilante, puede invertirsesegún la mirada vaya de nosotros al monstruo del espacio o del monstruodel espacio a nosotros: «Estaba completamente empapado y cubierto debarro; tenía hambre y frío y se hallaba a ciento cincuenta mil años luz de sucasa. Un sol extranjero le iluminaba con una gélida luz azul y la gravedad,dos veces mayor de lo habitual, convertía cada movimiento en una agoníade (.ins.iiu io.,.1 < > ' . de l.i .ivi.ii ion lo tiMií.m fácil, con sus ,ioron,ivos

relucientes y sus supcrarmas; pero cuando se llega al momento crucial,

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I leí u i pie belle/.i y fealdad son conceptos relacionados con las épocas ycon las culturas (o incluso con los planetas) no significa que no se hayaintentado siempre definirlos en relación con un modeo estable.So podría incluso sugerir, como hizo Nietzsche en el Oepúsculo de los ídolos,(|iie «en lo bello el hombre se pone a sí mismo como medida de laperfección» y «se adora en ello... El hombre en el fondo se mira en el espejode las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen... Lok'o se entiende como señal y síntoma de degeneración...Todo indicio deagotamiento, de pesadez, de senilidad, de fatiga, toda especie de faltado libertad, en forma de convulsión o parálisis, sobre todo el olor,el color,1.1 lniin.i do l,i disolución, de la descomposición...todo esto provoca unareacción idéntica, el juicio de valor "feo".. ¿A quién odia aquí el hombre?No h<iy duda: odia la decadencia de su f/po».I 1 argumento de Nietzsche es narcisísticamente antropomorfo, pero nosdice precisamente que belleza y fealdad están definidas en relación conun modelo «específico» -y la noción de especie se puede extender de loshombres a todos los entes, como hacía Platón en la República, al aceptarque se considerara bella una olla fabricada según las reglas artesanalescorrectas, o Tomás de Aquino (Suma teológica, 1,39,8), para quien los1 1 imponentes de la belleza eran, además de una proporción correcta, laluminosidad o claridad y la integridad-, es decir, que una cosa (ya sea unc uorpo humano, un árbol, una vasija) había de presentar todas lascaracterísticas que su forma debía haber impuesto a la materia. En estesentido, no solo se consideraba fea una cosa desproporcionada, como unsor humano con una cabeza enorme y unas piernas muy cortas, sino quetambién se consideraban feos los seres que Tomás definía como turpi enoí sentido de «disminuidos» o -como dirá Guillermo de Auvernia '(Tratadodel bien y del mal)- aquellos a los que les falta un miembro, que tienen un

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solo ojo (o tres, porque se puede adolecer de falta de integridad tambiénpor exceso). Por consiguiente, se consideraban feos sin piedad alguna losadefesios, que los artistas han representado a menudo de formadespiadada, y en el mundo animal los híbridos, que fundían de formaviolenta los aspectos formales de dos especies distintas.¿Podrá, pues, definirse simplemente lo feo como lo contrario de lo bello, uncontrario que también se transforma cuando cambia la idea de su opuesto?¿La historia de la fealdad puede ser el contrapunto simétrico de la historiade la belleza?La primera y más completa Estética de lo feo, la que elaboró en 1853 KarlRosenkranz, establece una analogía entre lo feo y el mal moral. Del mismomodo que el mal y el pecado se oponen al bien, y son su infierno, asítambién lo feo es «el infierno de lo bello». Rosenkranz retoma la ideatradicional de que lo feo es lo contrario de lo bello, una especie de posibleerror que lo bello contiene en sí, de modo que cualquier estética, comociencia de la belleza, está obligada a abordar también el concepto defealdad. Pero justamente cuando pasa de las definiciones abstractas a unafenomenología de las distintas encarnaciones de lo feo es cuando nos dejaentrever una especie de «autonomía de lo feo», que lo convierte en algomucho más rico y complejo que una simple serie de negaciones de lasdistintas formas de belleza.Rosenkranz analiza minuciosamente la fealdad natural, la fealdad espiritual,la fealdad en el arte (y las distintas formas de imperfección artística), laausencia de forma, la asimetría, la falta de armonía, la desfiguración yla deformación (lo mezquino, lo débil, lo vil, lo banal, lo casual y lo arbitrario,lo tosco), y las distintas formas de lo repugnante (lo grosero, lo muertoy lo vacío, lo horrendo, lo insulso, lo nauseabundo, lo criminal, lo espectral,lo demoníaco, lo hechicero y lo satánico). Demasiadas cosas para seguirdiciendo que lo feo es simplemente lo opuesto de lo bello entendido comoarmonía, proporción o integridad.Si se examinan los sinónimos de «bello» y «feo», se ve que se considerabello lo que es bonito, gracioso, placentero, atractivo, agradable, agraciado,delicioso, fascinante, armónico, maravilloso, delicado, gentil, encantador,magnífico, estupendo, excelso, excepcional, fabuloso, prodigioso, fantástico,mágico, admirable, valioso, espectacular, espléndido, sublime, soberbio,mientras que feo es lo repelente, horrendo, asqueroso, desagradable,grotesco, abominable, odioso, indecente, inmundo, sucio, obsceno,repugnante, espantoso, abyecto, monstruoso, horrible, hórrido, horripilante,sucio, terrible, terrorífico, tremendo, angustioso, repulsivo, execrable, penoso,nauseabundo, fétido, innoble, aterrador, desgraciado, lamentable, enojoso,indecente, deforme, disforme, desfigurado (por no hablar de cómo el horrorpuede aparecer también en terrenos como el de lo fabuloso, lo fantástico,lo mágico y lo sublime, asignados tradicionalmente a lo bello).La sensibilidad del hablante común percibe que, si bien en todoslos sinónimos de bello se podría observar una reacción de apreciación

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desinteresada, en casi todos les de feo a (a rece Impcada un. reaccí «'>n idisgusto, cuando no de violenta repulsió», horror o:error.I n MI oliM sobro / a expresión ie las emocones en loíuninial^sy en el XiónDiiiwin observaba que lo quearovoca digusto en una déte minada culino lo provoca en otra, y viceversa, pero concluía quesin emfc>a'go «p.^recque los distintos m:)vimicntosdcscritos orno expreión de d?spre?c¡ <z> y idisgusto son idénticos en una gran partedel mundo>.( oiioi rmos sin clud.i algunas descarada:manifesta:ioncs d c.iprob» T C ió.inte ,il<)o que nos parece bello porque e físicamene desea tle; b>as«r apens.ii en I.) hioin. de1 mal cju»to <)l pasode una muer guaro* o en 1 TSinconvenientes manifestacionjs de alegra del glotón ante s ucornid ^apiefend.i.l n estos uisos, sin embargo, ncse trata taitode LI na ex pr<|o( e c',ieti( o como de algo parecido a les gruñidosde satisf ¿cc¡6 nincluso a los eructos que se eniten en alqunas civili;aciones para exel ,ii|i.ido de un alimento (aunque en esa ocasione: se trata de uri,i f oí ido etiqueta). En general, parece que la experiencia de lo bell o pro\/oc= a leque Kant (Critica del juicio) def nía como <placer sin ¡iteres»: s biennosotros quisiéramos poseer todo aquell» que nos parece agradafol& oparticipar en todo lo que nos parece bueno, la expresión de agrad o s* ntela visión de una flor proporciona un placer del que e;tá exclLj ido c ua I «quiii ipci de deseo do posesión o ds consumoEn este sentido,algunos filósofos se han preguntados! se pu ede pro*—lunun juicio estético de fealdad, puesto que la fealdad provoca reaccionéisp.ision.ilos tomo el disgusto descrito porDarwin.A lo largo de nuestra historia deberemos distinguir realmente entre la "tf^ealcen sí misma (un excremento, una carroña en descomposición, un ser cu ibieiile II.K|,is que despide un olor nauseabundo) y la fealdad formal, comodesequilibrio en la relación orgánica entre las partes de un tod o. Imagi»—lemque vemos por la calle a una persona con la boca desdentada : lo que r—nosmolesta no es la forma de los labios o de los pocos dientes qui e que-da mr\,sino el hecho de que los dientes supervivientes no estén acompañado >sde los otros que deberían estar allí, en aquella boca. No conocemos ai-., i peí son,), esa fealdad no nos implica pasionalmente y sin embargoante la incoherencia o la no completud de aquel conjunto- nos senti mnos

autorizados a manifestar desapasionadamente que aquel rost ro es Feo _ .Por esto, una cosa es reaccionar pasionalmente al disgusto que nos pr~*ovoun insecto viscoso o un fruto podrido y otra es decir que una persona esdesproporcionada o que un retrato es feo en el sentido de qu e está m lalhecho (la fealdad artística es una fealdad formal). Y respecto a lia feald-^sdartística, recordemos que en casi todas las teorías estéticas, al menos cBiesdGrecia hasta nuestros días, se ha reconocido que cualquier for rma de f^^ealdpuede ser redimida por una representación artística fiiel y eficaz.Ari stc»-)tele(Poética, 1448b) habla de la posibilidad de realizar lo toello imí-tando> cci»Dnmaestría lo que es repelente, y Plutarco (De audiendis ,poef/s) r» os dice cz iqueen la representación artística lo feo imitadlo sigue sierndo feo, pxero reci Kbe

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(h Füssli,th consulta'¡clon de unai armada, 1783,

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i ni IK i u n. i ifvciliri.x ion de hcllc/.i | )i ()«'(!('lile de l.i m.irslii.i del .ulisl.i.Hornos idcntifkcido, pues, tres fenómenos distintos: la fealdad en si misma,la fealdad formal y la representación artística de ambas. Lo que hay quetener presente al hojear las páginas de este libro es que por lo general soloa partir del tercer tipo de fealdad se podrá inferir lo que eran en una culturadeterminada los dos primeros tipos.Al hacerlo, nos exponemos a muchos equívocos. En la Edad Media,Buenaventura de Bagnoregio nos decía que la imagen del diablo se vuelvebella si representa bien su fealdad; pero ¿realmente era esto lo quepensaban los fieles que contemplaban escenas de inauditos tormentosinfernales en los portales o en los frescos de las iglesias? ¿No reaccionabantal vez con terror y angustia, como si hubiesen visto una fealdad del primertipo, horripilante y repugnante como sería para nosotros la visión de unreptil que nos amenaza?Los teóricos muchas veces no tienen en cuenta numerosas variablesindividuales, idiosincrasias y comportamientos desviados. Si bien es ciertoque la experiencia de la belleza implica una contemplación desinteresada,un adolescente alterado puede experimentar una reacción pasionalincluso ante la Venus de Milo. Lo mismo cabe decir respecto a lo feo:de noche, un niño puede soñar aterrorizado con la bruja que ha vistoen un libro de cuentos, que para otros niños de su edad no sería másque una imagen divertida. Probablemente muchos contemporáneosde Rembrandt, además de apreciar la maestría con que el artistarepresentaba un cadáver diseccionado sobre la mesa de anatomía,podían experimentar reacciones de horror como si el cadáver fuese real,del mismo modo que el que ha padecido un bombardeo tal vez no puedemirar el Guernica de Picasso de una forma estéticamente desinteresada,y revive el terror de su antigua experiencia.De ahí la prudencia con que debemos disponernos a seguir esta historiade la fealdad, en sus variedades, en sus múltiples articulaciones, en ladiversidad de reacciones que sus distintas formas suscitan, en los maticesconductuales con que se reacciona. Considerando en cada ocasión si, yhasta qué punto, tenían razón las brujas que en el primer acto de Macbethgritan: «Lo bello es feo y lo feo es bello...».

Los nombres o palabras que aparecen en negrita en el interior de los capítulos remiten a los

frai/mt-ntrnantolóí/km.