Hubo en una Universidad de un país derruido un profesor de Literatura que había viajado a otro país

reconstruido de unas ruinas, a aprender de un viejo discípulo de mefistófeles el fino arte de ese

descarriado hijo de los dioses el alado Hérmes. Sentado en una mesa de madera sobre la chamusquina

del malévolo hizo un pacto del que nadie se enteró, se levantó, y salió de aquel país reconstruido a su

país destruido para ver la manera en la que podía no arruinarlo más.

Hubo en esa Universidad eregida sobre los despojos de aquél país un discípulo que siguió los pasos del

profesor pero no pudo salir jamás del país porque la ruina lo tiznó, sin talento ni otra cosa qué ofrecer

siguió las huellas del profesor sin haber hecho pacto alguno ni tener conocimientos ni nada que lo

sustentara excepto la inercia de seguir la dorada imagen de aquel profesor.

Un día el profesor se encontró de frente con el destino cruel y umbrío el cual encaró como lo hubiera

hecho frente al macabro y en el cuicacalli dejó el tesoro azteca en manos de los criollos para ser

repartido entre los indios que labraban aquellos despojos. Llegado a la entrada de los eternos campos

elíseos el guardián de las doradas puertas le espetó que no había nada de valor en él puesto que incluso

con el innombrable había tratado.

Mirando hacia abajo el profesor buscó algún discípulo digno de hacerle meritorio un pase a la

biblioteca cíclica de la que tanto había escrito un ciego que muchas cosas podía ver. El guardián

aguardaba mientras el literato hijo del oficio de Hérmes buscaba con afán y ahínco algún escolapio

digno sin encontrar alguno.

Mira que de ellos el que éstas líneas escribe es el menos digno de haber aprendido lo que de Hérmes es

sabido por pacto con el caído. Media vuelta dio derrotado y cayó a lo más profundo del primer círculo

del purgatorio a donde yo le he mandado por ser hijo indigno de una Universidad en un país en

escombros que sigo arruinando por no haber aprendido que al lugar a donde vamos a ir a dar no tiene

libros sino una eternidad de pantallas mostrando imágenes de un paraiso perdido.

A Sergio René Lira Coronado, a quien tanto admiraba.

Diego Mendoza.

Segunda Edición.

24 de Octubre de 2015.