Historia Del Mundo de WarCraft

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Historia del Mundo de WarCraft Prólogo Capítulo 1: Mitos Los Titanes y la Formación del Universo Sargeras y la Traición Los Dioses Antiguos y el Ordenamiento de Azeroth El encargo de los Dragones Alados El Despertar del Mundo y el Pozo de la Eternidad La Guerra de los Ancestros El Ocaso del Mundo El Monte Hyjal y la Ofrenda de Illidan El Árbol del Mundo y el Sueño Esmeralda Los Imperios Trolls y el Alma del Demonio Exilio de los Altos Elfos Los Centinelas y la Larga Vigilia Capítulo 2: El Nuevo Mundo La Fundación de Quel´thalas Arathor y las Guerras de los Trolls Los Guardianes de Tirisfal Ironforge – El despertar de los Enanos Los Siete Reinos Aegywnn y la Cacería del Dragón Guerra de los Tres Martillos El Último Guardián Capítulo 3: La perdición de Draenor Kil´jaeden y el Pacto de las Sombras Apogeo de la Horda El Concejo de las Sombras Los maestros de las fuerzas: Medivh y Blackhand La primera guerra de la ascensión de los orcos Capítulo 4: Alianza y Horda Crónicas de la Guerra en Azeroth Una breve historia sobre la caída de Azeroth El Portal Oscuro y la caída de Stormwind La Alianza de Lordaeron La Invasión de Draenor – Más allá del Portal Oscuro El Nacimiento del Rey Lich Icecrown y el Trono de Hielo Guerra de la Araña Capítulo 5: El Retorno de la Legión Ardiente Primera Parte: Las Secuelas de la Segunda Guerra La Batalla de Grim Batol – El Día del Dragón Kel’thuzad y el Culto de los Malditos Una nueva generación Letargo de los orcos Señor de los Clanes El regreso de la Sombra – Cisma de la Alianza De Sangre y Honor La visión de Thrall Segunda Parte: El Reino del Caos El Azote de Lordaeron El Ascenso de los Malditos El Pozo del Sol y la Caída de Silvermoon La Revelación Asedio y Destrucción de Dalaran En el Ojo del Maelstrom - El rescate de los Darkspear La Invasión de Kalimdor El Fin de la Eternidad La Batalla del Monte Hyjal Tercera Parte: El Trono de Hielo La Venganza del Traidor-El Despertar de los Naga Apogeo de los Elfos Sanguinarios Guerra Civil en las Tierras de la Plaga – La Rebelión de los Forsaken La Dama Oscura Una Sinfonía de Hielo y Fuego – La Ascensión – El Rey Lich Triunfante Viejos Odios – La Colonización de Kalimdor Epílogo: Una nueva Era se avecina… Glosario

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Historia del Mundo de WarCraft

Prólogo Capítulo 1: Mitos

Los Titanes y la Formación del Universo Sargeras y la Traición Los Dioses Antiguos y el Ordenamiento de Azeroth El encargo de los Dragones Alados El Despertar del Mundo y el Pozo de la Eternidad La Guerra de los Ancestros El Ocaso del Mundo El Monte Hyjal y la Ofrenda de Illidan El Árbol del Mundo y el Sueño Esmeralda Los Imperios Trolls y el Alma del Demonio Exilio de los Altos Elfos Los Centinelas y la Larga Vigilia

Capítulo 2: El Nuevo Mundo

La Fundación de Quel´thalas Arathor y las Guerras de los Trolls Los Guardianes de Tirisfal Ironforge – El despertar de los Enanos Los Siete Reinos Aegywnn y la Cacería del Dragón Guerra de los Tres Martillos El Último Guardián

Capítulo 3: La perdición de Draenor

Kil´jaeden y el Pacto de las Sombras Apogeo de la Horda El Concejo de las Sombras Los maestros de las fuerzas: Medivh y Blackhand La primera guerra de la ascensión de los orcos

Capítulo 4: Alianza y Horda

Crónicas de la Guerra en Azeroth Una breve historia sobre la caída de Azeroth El Portal Oscuro y la caída de Stormwind La Alianza de Lordaeron La Invasión de Draenor – Más allá del Portal Oscuro El Nacimiento del Rey Lich Icecrown y el Trono de Hielo Guerra de la Araña

Capítulo 5: El Retorno de la Legión Ardiente

Primera Parte: Las Secuelas de la Segunda Guerra La Batalla de Grim Batol – El Día del Dragón Kel’thuzad y el Culto de los Malditos Una nueva generación Letargo de los orcos Señor de los Clanes El regreso de la Sombra – Cisma de la Alianza De Sangre y Honor La visión de Thrall

Segunda Parte: El Reino del Caos El Azote de Lordaeron El Ascenso de los Malditos El Pozo del Sol y la Caída de Silvermoon La Revelación Asedio y Destrucción de Dalaran En el Ojo del Maelstrom - El rescate de los Darkspear La Invasión de Kalimdor El Fin de la Eternidad La Batalla del Monte Hyjal

Tercera Parte: El Trono de Hielo La Venganza del Traidor-El Despertar de los Naga Apogeo de los Elfos Sanguinarios Guerra Civil en las Tierras de la Plaga – La Rebelión de los Forsaken La Dama Oscura Una Sinfonía de Hielo y Fuego – La Ascensión – El Rey Lich Triunfante

Viejos Odios – La Colonización de Kalimdor

Epílogo: Una nueva Era se avecina… Glosario

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Prólogo

La vida en Azeroth es brutal, triste y, sobre todo, corta. Sin embargo, no siempre estuvo plagada por la guerra continua y arrastrada hacia el conflicto. Hubo un tiempo en que el mundo fue un sitio lleno de paz y vitalidad. Los pueblos vivían en paz y armonía con la naturaleza y sus inconmensurables fuerzas, y mágicas e impresionantes criaturas corrían sobre las planicies y surcaban los cielos sin oposición. ¿Cómo sé todas estas cosas, se preguntarán? Bueno, solamente diré que yo, Rhonin el mago, al que llaman el Inconforme, he visto estas y muchas más impresionantes cosas. Pues en esa eterna noche de los tiempos que se llama la Gran Oscuridad del Más Allá, mi maestro y tutor Krasus, me llevó hasta la oscura cueva donde, a través de las eras, Nozdormu el Imperecedero, el Gran Dragón de Bronce, guarda los inconmensurables caminos del tiempo. Nozdormu, el inmenso dragón de bronce, Señor del Tiempo y de las épocas, me ha mostrado lo que fue, lo que es y lo que será. El eterno conflicto que azota las vidas de todas las criaturas de este mundo, uno sus destinos en uno solo, al punto de que la extinción de una sola, puede significar la aniquilación de todas. He aquí, pues, el enigma que a muchos ha desvelado y que a todos maravilla: La verdadera historia del mundo de Azeroth.

Capítulo 1: Mitos

(Tradición oral entre los Kaldorei)

LOS TITANES Y LA FORMACIÓN DEL UNIVERSO

Nadie sabe exactamente cómo inició el Universo. Algunos teorizan que una catastrófica explosión cósmica envió al infinito una inmensidad de mundos desconocidos hacia la vastedad de la Gran Oscuridad del Más Allá – mundos que algún día albergarían una diversidad maravillosa y terrible de formas de vida. Otros creen que el Universo fue creado por una sola Todopoderosa Entidad benigna, cuya Sagrada Luz ilumina desde tiempos inmemoriales, las vidas de todos y cada uno de los seres del Universo. Aunque los orígenes del caótico Universo ciertamente son inciertos, está claro que una raza poderosa se encargó de estabilizar los varios mundos y asegurarse que a futuro esos mundos siguieran sus mismos pasos. Los Titanes, colosales dioses de piel metálica de las infinidades del cosmos, exploraron el naciente universo, y trabajaron en los mundos que iban encontrando. No está claro de dónde vinieron y por qué lo hacían, pero ordenaron los mundos levantando poderosas montañas y drenando vastos océanos. Rasgaron los cielos y atmósferas respirables surgieron. En cada lugar que encontraron, elaboraron un plan para darle orden al caos existente. Al mismo tiempo, le dieron poderes a razas primitivas para que trabajaran y mantuvieran la integridad de sus respectivos mundos. Regidos por una elite llamada El Panteón, cuyo Alto Padre, Aman’thul, gobernaba con justicia e igualdad, los Titanes le dieron orden a los cientos de millones de mundos que exploraron en la Gran Oscuridad del Más Allá durante las primeras eras de la creación. El benevolente Panteón, para salvaguardar las estructuras de estos mundos, siempre estuvo vigilante contra el ataque extradimensional de las viles razas del Torbellino del Vacío. El Torbellino, una dimensión etérea de magia caótica que conecta una miríada de mundos del universo, era el hogar de un número infinito y primigenio de maléficos demonios, cuyo único objetivo era destruir la vida y devorar las energías del universo viviente. Incapaces de concebir el mal o la extinción de cualquier forma de vida, los Titanes se vieron obligados a hallar una forma de terminar los constantes ataques de los demonios.

Sargeras y la Traición

Con el paso del tiempo, las entidades demoníacas encontraron la forma de penetrar en los mundos de los Titanes desde el Torbellino del Vacío, y el Panteón eligió a sus más grandes guerreros, Sargeras, para actuar como primera línea de defensa. El noble gigante de bronce bruñido, Sargeras, cumplió con sus deberes por interminables milenios, buscando y destruyendo demonios donde quiera que los encontrara. A través de los eones, Sargeras encontró dos poderosas razas demoníacas, ambas con ambición de ganar poder y dominio sobre el universo físico. Los Eredar, una insidiosa raza de hechiceros diabólicos, usaron sus embrujos mágicos para invadir y esclavizar un número de mundos. Las razas indígenas de estos mundos mutaron por los poderes malévolos de los Eredar y se volvieron demonios ellos mismos. Aunque los cercanamente ilimitados poderes de Sargeras eran más que suficientes para derrotar a los viles Eredar, el gigante encontró muchos problemas para detener la corrupción y envilecimiento de las criaturas. Incapaz de soportar tanta depravación, el gran Titán empezó caer en una gran depresión. A pesar de su creciente insatisfacción, Sargeras arrasó del Universo a los brujos atrapándolos en una esquina del Torbellino. Mientras su confusión y miseria se profundizaban, Sargeras se vio forzado a combatir otro grupo que intentaba romper el orden de los Titanes: los Nathrezim. Esta oscura raza de demonios-vampiro (también conocidos como Señores del Terror) conquistó un número de mundos poblados poseyendo a sus habitantes y volviéndolos hacia la sombra. Los nefastos y esquemáticos señores del terror tornaban a las naciones unas contra otras manipulándolas dentro de un odio irracional y perverso. Sargeras derrotó a los Nathrezim fácilmente, pero su corrupción lo afectó profundamente. Con sus sentidos obcecados y desesperados, Sargeras perdió toda conciencia no solo de su misión, sino también de la visión de los Titanes de un universo ordenado. Eventualmente, empezó a creer que el concepto de un universo ordenado era inútil, y que el caos y la depravación eran los únicos absolutos del oscuro y solitario universo. Sus compañeros Titanes trataron de persuadirlo de su error y calmar sus iracundas emociones, pero él había interpretado sus más optimistas creencias como desilusiones inútiles. Abandonando sus filas para siempre, Sargeras salió en busca de

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su propio lugar en el Universo. Aunque el Panteón lamentó profundamente su partida, los Titanes jamás pudieron predecir que tan lejos llegaría su hermano perdido. Con el tiempo, la locura de Sargeras habría consumido sus últimos vestigios de su valioso espíritu, creyendo que los Titanes eran los responsables del fracaso de la creación. Decidido, finalmente, a deshacer sus trabajos en todo el universo, decidió conformar un ejército imparable que consumiría al universo físico. Eventualmente la forma titánica de Sargeras se fue distorsionando por la corrupción que plagaba su una vez noble corazón. Sus ojos, cabello y barba eructaron en fuego, y su piel metálica broncínea se abrió revelando su nueva forma de odio infinito. En su furia, Sargeras liberó de sus prisiones a los Eredar y los Nathrezim. Estas astutas criaturas se postraron ante la vasta ira el oscuro Titán y ofrecieron servirle en cualquiera de sus maliciosos caminos. De las filas de los poderosos Eredar, Sargeras eligió dos campeones para comandar su demoníaco ejército de destrucción. Kil´jaeden el Embaucador fue elegido para escoger a las más oscuras razas del universo y reclutarlas dentro de las filas de Sargeras. El segundo campeón, Archimonde el Profanador, fue elegido para dirigir los enormes ejércitos en la batalla contra cualquiera de los que osaran resistir los deseos del Titán. El primer movimiento de Kil´jaeden fue esclavizar a los vampíricos señores del terror bajo su terrible poder. Los señores del terror le servirían como sus agentes personales en el universo, y ellos placenteramente localizarían razas primitivas para que su maestro las corrompiera y las exterminara. El primero entre los señores del terror era Tichondrius el Oscuro, quien servía a Kil´jaeden como el perfecto soldado y llevaría la ardiente voluntad de Sargeras a todas las oscuras esquinas del universo. El poderoso Archimonde también escogió temibles agentes para sí mismo. Llamando a los maléficos señores del foso y su barbárico líder, Mannoroth el Destructor, Archimonde esperaba establecer una élite luchadora que acabaría con cualquier creación de vida. Una vez que Sargeras vio que sus ejércitos fueron amasados y listos para seguir sus mandatos, lanzó sus coléricas fuerzas en la vastedad de la Gran Oscuridad. El bautizó a su creciente ejército como la LEGION ARDIENTE. Hasta la fecha, no está claro cuántos mundos han sido consumidos y quemados por la insana cruzada ardiente alrededor del universo.

Los Dioses Antiguos y el Ordenamiento de Azeroth

Sin conocer la misión destructiva de Sargeras sobre sus incontables trabajos, los Titanes continuaron moviéndose de mundo en mundo, dando forma y ordenando cada planeta como ellos creían. A lo largo de sus viajes repararon en un pequeño mundo al cual sus habitantes llamarían más tarde Azeroth. Cuando los Titanes hicieron su camino sobre la primitiva tierra, encontraron un número de hostiles “principios elementales”, que serían conocidos únicamente como los Dioses Antiguos, quienes querían echar a los Titanes de su mundo.

El Panteón, molesto por la inclinación de los Dioses Antiguos a hacer el mal, entabló una guerra contra los Elementales y sus oscuros maestros. Los ejércitos de los Dioses Antiguos eran dirigidos por cuatro poderosos lugartenientes: Ragnaros el Señor del Fuego, Therazane la Madre Roca, Al’Akir el Señor del Viento y Neptulon el Cazador de las Mareas (Los Cuatro Elementos). Sus caóticas fuerzas avanzaban por la faz de la tierra y chocaban con los colosales Titanes. Aunque los Elementales eran poderosos más allá de toda compresión mortal, sus fuerzas combinadas no pudieron detener a los poderosos Titanes. Uno por uno, Los Cuatro Elementos fueron cayendo y sus fuerzas fueron dispersadas. El Panteón asedió las ciudadelas de los Dioses Antiguos y encerraron a los cuatro malvados dioses bajo la superficie de la tierra. Sin los Dioses Antiguos para conducir sus iracundos espíritus sobre el mundo físico, los elementales pasaron a un plano abismal, donde ellos se contendrían uno al otro por toda la eternidad. Con la partida de los elementales, la Naturaleza se calmó y el mundo entró en una pacífica armonía. Los Titanes observaron que la lucha había sido contenida e iniciaron su trabajo. Crearon un número de razas para que les ayudaran a modelar el mundo. De las profundidades de las cavernas rocosas surgieron los Titánides, creados de la piedra viva. Para retirar los océanos y sacar la tierra firme, los Titanes crearon los inmensos pero gentiles Gigantes del Mar. Por muchas edades los Titanes modelaron la tierra, hasta que se formó un perfecto continente. En el centro del continente, crearon un lago de centelleantes energías primordiales. El lago, que sería llamado EL POZO DE LA ETERNIDAD, sería una fuente de vida para el mundo. Sus potentes energías conmoverían las raíces del mundo y la vida emergería sobre el fértil suelo. Con el tiempo, plantas, árboles y criaturas de toda especie empezarían a conquistar el continente. Cuando llegó el día final de sus labores, los Titanes nombraron al continente KALIMDOR, “La tierra de la eterna luz de las estrellas”.

El encargo de los Dragones Alados

Satisfechos de que el pequeño mundo estuviera ordenado y su trabajo concluido, los Titanes se prepararon para abandonar Azeroth. Sin embargo, antes de partir, encargaron a las especies más grandes del mundo con la misión de proteger Kalimdor contra cualquier fuerza que amenazara su perfecta tranquilidad. En esa época había muchos dragones voladores. Entonces ellos escogieron a cinco de los más poderosos para dominar a sus hermanos y apacentar el mundo. Los grandes miembros del Panteón les dieron una porción de su poder a cada uno de los líderes de los dragones. Los majestuosos dragones serían conocidos como los Grandes Aspectos. Aman'Thul, el Alto Padre del Panteón, otorgó parte de su poder cósmico sobre el gigantesco dragón de bronce, Nozdormu, para que protegiera el tiempo y las inconmensurables vías del destino. El estoico y honorable Nozdormu sería conocido como el Único Imperecedero. Eonar, el Titán patrón de toda vida, dio parte de su poder a Alexstrasza la Roja, la Protectora de la Vida, cuya misión sería salvaguardar toda vida que creciera en el mundo. Por su suprema visión e ilimitada compasión por todas las cosas vivas Alexstrasza fue coronada como Reina de los Dragones y se le dio dominio sobre toda su especie. Eonar también bendijo a la pequeña hermana de Alexstrasza, la luminosa dragona verde Ysera, con una porción de la influencia sobre la Naturaleza. Ysera caería en un trance eterno, y sería conocida como La Soñadora, velando por los salvajes bosques del mundo desde su verde reino, El Sueño Esmeralda.

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Norgannon, el Titán protector y maestro de las artes mágicas, le dio al dragón azul, Malygos, una porción de su vasto poder. Desde ese momento, Malygos sería conocido como el Tejedor de Hechizos, el guardián de la magia arcana oculta. Khaz'goroth, el Titán forjador del mundo, le dio parte de su vasto poder al poderoso dragón negro, Neltharion, conocido como el Guardián de la Tierra, y se le dio dominio sobre la tierra y los profundos lugares del mundo. El controlaría la fuerza del mundo y sería el gran soporte de Alexstrasza. Con estos poderes, los Cinco Aspectos se encargarían de la defensa del mundo en la ausencia de los Titanes. Con los Dragones preparados para salvaguardar su creación, los Titanes dejaron atrás Azeroth para siempre. Desafortunadamente, pasaría muy poco tiempo antes de que Sargeras conociera al pequeño mundo recién nacido.

El despertar del mundo y el Pozo de la Eternidad

Hace aproximadamente diez mil años antes de la Primera Guerra entre Orcos y Humanos, el mundo de Azeroth se constituía en un solo continente, rodeado por el mar. La masa de tierra, conocida como Kalimdor, era el hogar de un sinnúmero de razas y criaturas, todas luchando por sobrevivir sobre el salvaje mundo. En el oscuro centro del continente existía un misterioso lago de energías incandescentes. El lago, el cual más tarde sería llamado el Pozo de la Eternidad, era un verdadero corazón de magia y poder natural. Extrayendo sus energías desde la infinita Gran Oscuridad más allá del mundo, el Pozo actuaba como una fuente mística, enviando sus potentes energías a lo largo del mundo para que surgieran innumerables y maravillosas formas de vida.

Con el tiempo, una primitiva tribu de humanoides de costurmbres nocturnas precavidamente fue haciendo su camino hacia las riberas del lago encantado. Los nómadas humanoides, guiados por las extrañas energías del Pozo, construyeron sus hogares en las tranquilas riberas del lago. Con el tiempo, el cósmico poder del Pozo afectó a la tribu, haciéndola más fuerte, inteligente y virtualmente inmortal. La tribu adoptó el nombre Kaldorei, que significa “niños de las estrellas” en su lengua primitiva. Para celebrar su creciente sociedad, construyeron grandes palacios y templos alrededor del lago. Los Kaldorei, o ELFOS NOCTURNOS, como serían llamados más tarde, adoraban a Elune, la diosa de la Luna, y creían que ella dormía en la profundidad del Pozo durante las horas del día. Los tempranos sacerdotes elfos estudiaban el Pozo con insaciable curiosidad, tratando de conocer sus intangibles secretos y poderes. Conforme su sociedad crecía, los elfos nocturnos exploraban Kalimdor para desenvolver sus misterios. Las únicas criaturas que les dieron pausa fueron los ancestrales y poderosos dragones. Las grandes bestias a menudo se comportaban reclusivos, y los elfos nocturnos descubrieron que los dragones se habían constituido en los protectores del mundo, por lo que era mejor que sus secretos no fueran revelados. El Pozo de la Eternidad fue la llave del verdadero avance y conocimiento de los Kaldorei. Mientras estudiaban las poderosas energías del Pozo, los Kaldorei fueron imbuidos con su poder, volviéndose prácticamente inmortales e inmunes al paso de los años, por sobre todoas las criaturas de la tierra. Rápidamente aprendieron las energías del Pozo directamente. Habia comenzado el estudio de la magia arcana. Con el tiempo, la curiosidad de los elfos nocturnos los llevó a conocer a una serie de poderosas criaturas, pero la más interesante de todas fue CENARIUS, un poderoso semidios de los bosques primigenios. El valiente, noble y atrevido Cenarius se mostró complacido con los inquisitivos elfos nocturnos y ocupó una gran cantidad de tiempo en enseñarles acerca del mundo natural. Los tranquilos Kaldorei desarrollaron una fuerte empatía por los vivientes bosques de Kalimdor y el armonioso balance de la naturaleza. Algunos Kaldorei creían que el uso abusivo de las magia arcana del Pozo podrían traer serias consecuencias, pero sus precavidas palabras fueron ignoradas por el resto de sus hermanos, quienes habían penetrado profundamente en el estudio de la magia. Los grandes hechiceros y magos construyeron hermosas ciudades, elaboraron impresionantes artefactos mágicos, y apacentaron el mundo de acuerdo a sus propias necesidades. Una de las más poderosas de las hechiceras Kaldorei se llamaba Aszhara, una mujer altatmente dotada que ansiaba el conocimiento de la magia arcana mucho más que cualquier otra criatura viva. Su conocimiento llegó a ser tan basto, que eventualmente los Kaldorei la coronaron como Reina de Kalimdor, y un inmenso y vetusto palacio le fue construido en las orillas del Pozo de la Eternidad. Con el paso de las eras, la civilización de los elfos nocturnos se expandió territorial y culturalmente. Sus templos, caminos y lugares de estudio se expandieron por el oscuro continente. Azshara, la hermosa y generosa reina de los elfos nocturnos escogió a sus servidores favoritos para sus enjoyados salones. Sus servidores, conocidos como los Quel´dorei o “Bien Nacidos” (Highborne), fueron dotados de todo poder y se creyeron mejores que el resto de sus hermanos. Su líder, Dath’Remar, fue nombrado alto concejal de la reina y rápidamente se hizo con el control político de a nación. Aunque la Reina Azshara era igualmente amada por todo el pueblo, los Bien Nacidos eran secretamente envidiados por el resto de los elfos nocturnos. Aún así, los Bien Nacidos empezaron a venerar a su reina como una diosa, y llamaron “la encarnación misma de Elune”. Esto los llevó a tener serias disputas con las sacerdotisas de la diosa Elune, cuyo templo se levantaba en las afueras de los sagrados Claros de la Luna, cerca del Santuario de Cenarius, y en especial, con la joven e impulsiva Alta Sacerdotisa, Tyrande Whisperwind. Imitando la curiosidad de los sacerdotes sobre el Pozo de la Eternidad, Azshara ordenó a los Bien Nacidos desentrañar sus secretos y revelar su verdadero propósito sobre el mundo. Los Bien Nacidos se sumergieron en su trabajo y estudiaron el Pozo concienzudamente. Con el tiempo desarrollaron la habilidad de manipular y controlar las cósmicas energías del Pozo. Conforme sus experimentos progresaban, los Bien Nacidos descubrieron que podían usar sus nuevos poderes para crear o destruir a su placer. Los ignorantes Bien Nacidos habían descubierto la magia primitiva y estaban resueltos a dedicarse exclusivamente a desenvolver sus misterios. Sin pensar que la magia podía ser peligrosa si no se usaba responsablemente, Azshara y sus Bien Nacidos empezaron a practicar sus encantos con evidente abandono. Cenarius y muchos de los letrados elfos nocturnos advirtieron que solamente calamidades podrían resultar si se jugaba con las claramente volátiles artes de la magia. Eventualmente, Azshara y sus seguidores continuaron expandiendo sus crecientes poderes. Conforme sus poderes crecían, un cambio distintivo empezó a ocurrir en Azshara y los Bien Nacidos. La clase alta comenzó a tornarse cruel y despreciativa con sus compañeros elfos nocturnos. Una oscura palidez cubrió la anterior belleza de Azshara. Ella comenzó a apartarse de sus amados súbditos y rechazar la interacción con cualquiera que no fueran sus sacerdotes Bien Nacidos. Esta terrible comunión tendría un terrible precio que pagar. Un joven erudito llamado Malfurion Stormrage, quien había ocupado mucho de su tiempo en estudiar las primitivas artes del druidismo junto a

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Cenarius, comenzó a sospechar que un terrible poder había corrompido a los Bien Nacidos y a su amada reina. Aunque no podía concebir de donde provenía este mal, sabía que las vidas de los elfos nocturnos cambiarían para siempre...

La Guerra de los Ancestros

(Hace aproximadamente 10 000 años)

El irresponsable uso de la magia por parte de los Bien Nacidos, envió ondas de energía desde el Pozo de la Eternidad a través de la Gran Oscuridad del Más Allá. Las desordenadas ondas de energía fueron percibidas por terribles mentes alienígenas. Sargeras – el Gran Enemigo de toda vida, el Destructor de Mundos – percibió los poderes del Pozo y buscó el distante punto de origen. Espiando el primigenio mundo de Azeroth y sintiendo las energías ilimitadas del Pozo de la Eternidad, Sargeras fue consumido por un insaciable apetito. El gran dios oscuro resolvió destruir el joven mundo y reclaman sus energías para si mismo

Sargeras condujo a su vasta Legión Ardiente e hizo su camino hacia el inocente mundo de Azeroth. La Legión fue conformada por un millón de escandalosos demonios, recogidos de todos los rincones del universo, ansiosos por la conquista. Los tenientes de Sargeras, Archimonde el Profanador y Mannoroth el Destructor, prepararon sus infernales monstruos para el ataque. La Reina Azshara, obcecada por el terrible éxtasis mágico, cayó víctima del imparable poder de Sargeras, y le ofreció abrirle una entrada al mundo. Incluso sus Bien Nacidos, caídos bajo la inevitable corrupción mágica, convirtieron a Sargeras en su dios. Para demostrar su fidelidad a la Legión, los Bien Nacidos convencieron a su reina de abrir un portal mágico en el Pozo de la Eternidad.

Una vez que los preparativos estuvieron terminados, Sargeras comenzó su catastrófica invasión sobre Azeroth. El delgado velo que separa la realidad del mundo de las sombras finalmente fue roto. Los guerreros de la Legión Ardiente entraron en el mundo a través del Pozo de la Eternidad y comenzaron el asedio sobre las durmientes ciudades de los elfos nocturnos. Liderados por Archimonde y Mannoroth, la Legión marchó sobre las tierras de Kalimdor, dejando solo desolación y terror a su paso. Los brujos demoníacos Eredar invocaron a los Infernales, unos inmensos gigantes de piedra y fuego verde que cayeron del cielo en forma de meteoros sobre los templos. Una banda de ardientes y sanguinarios asesinos llamada la Guardia de la Perdición, dirigidos por el voraz Azzinoth, marchó sobre las tierras de Kalimdor, acabando con todo a su paso. Jaurías de salvajes Felhounds (sabuesos diabólicos) atacaron salvajemente sin oposición. Aunque los guerreros elfos defendieron su ancestral hogar, se vieron forzados a retroceder, pulgada a pulgada, ante el avance de la Legión.

Ante el terrible ataque, Malfurion Stormrage escapó para buscar ayuda para su gente. Su propio hermano gemelo, Illidan Stormrage, aunque no era parte de los Bien Nacidos, practicaba sus artes mágicas. Convenciendo a Illidan de olvidar su peligrosa obsesión, ambos escaparon al bosque para organizar la resistencia. La hermosa y joven sacerdotisa de la luna, Tyrande Whisperwind, se decidió a acompañarles en el nombre de Elune. Ambos hermanos profesaban un amor insaciable por la idealista sacerdotisa, pero el corazón de Tyrande suspiraba solamente por Malfurion. Illidan se sentía resentido por el naciente romance entre su hermano y Tyrande, pero su corazón roto no era nada comparado por el dolor que le producía su adicción a la magia. En efecto, el continuo contacto de Illidan con las magias arcanas del Pozo, lo había corrompido a tal punto de desarrollar en él la temible sed de magia que a su vez consumía a los Bien Nacidos. Illidan creyó que, utilizando las mismas energías malignas de los demonios contra ellos, podría lograr derrotarlos de una vez por todas, por lo cual él y algunos de sus seguidores más cercanos, formaron una secta secreta cuyo objetivo era erradicar a los demonios de Kalimdor. Estos guerreros, conocidos como los Cazadores de Demonios, se sacaban ritualmente los ojos, para de este modo, utilizar toda su energía mágica contra la Legión. Malfurion nunca le perdonaría esto, pero Illidan no combatiría por él: lo haría por amor a Tyrande.

Mientras tanto, Cenarius, quien se ocultaba en los sagrados Claros de la Luna en el distante Monte Hyjal, se comprometió a ayudar a los elfos nocturnos buscando a los ancestrales dragones y asegurándose su ayuda. Los dragones, liderados por la grandiosa Alexstrasza la Roja, atacaron desde el aire a los demonios y sus amos infernales. Cenarius mismo llamó a los espíritus de los bosques encantados, reclutando un ejército de Ancestros y Treants, los hombres-árbol, y los guió en un sorpresivo asalto sobre la Legión. Malfurion, Illidan y Tyrande, al mando de las fuerzas de los elfos, organizaron un valiente y feroz contraataque. El ágil y valiente Cazador de Demonios se habría paso a través de las fuerzas de la Legión, destrozando las filas de los demonios, mientras su cuerpo ardía en un incandescente aura mágica de fuego que había creado a su alrededor, dañando todo lo que tocaba. Fue así como se encontró cara a cara con el terrible Azzinoth, capitán de la Guardia de la Perdición, y una gran batalla se entabló entre ambos contendientes. Illidan, utilizando todos los poderes concebidos por su secta, logró derrotar a Azzinoth y se apoderó de sus espadas curvas, las cuales, con el transcurso del tiempo, logró dominar con tal habilidad, que se volvieron un rasgo distintivo de su personalidad y casi eran extensiones de sus brazos.

Las fuerzas aliadas a los elfos nocturnos convergieron sobre el templo de Azshara y el Pozo de la Eternidad. Conociendo la fuerza de sus nuevos aliados, Malfurion y sus colegas sabían que la Legión no sería derrotada solamente por la fuerza de las armas. Mientras la titánica batalla alrededor de la ciudad capital aumentaba, Azshara esperaba con ansiedad el arribo de Sargeras. El señor de la Legión preparaba su paso a través del Pozo de la Eternidad y su entrada en el mundo. Conforme su enorme sombra se acercaba a la superficie del Pozo, Azshara guió a los más poderosos de sus Bien Nacidos cerca de la superficie. Solamente enfocando sus poderes mágicos sobre el Pozo podrían abrir un portal lo suficientemente grande para que Sargeras penetrara. Mannoroth el Destructor en persona, el terrible Señor del Foso, General de los Ejércitos de la Legión, guardaba la entrada al Templo de Azshara. Cenarius invocó los altos poderes de los bosques y se enfrentó a Mannoroth, dándoles suficiente tiempo a Malfurion, Tyrande y sus guerreros de penetrar en el templo.

Mientras la batalla bramada sobre los ardientes campos de Kalimdor, un terrible evento volcaría la situación. Los detalles de tal evento se han perdido en el tiempo, pero es conocido que Neltharion, el Gran Dragón Negro de la Tierra, se volvió loco durante un crítico ataque de la Legión

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Ardiente. El empezó a lanzar flamas sin sentido y la ira hizo brotar su lado oscuro. Renombrándose asimismo Ala de la Muerte (Deathwing), el dragón traicionó a sus hermanos y dejó el campo de batalla. La traición sorpresiva de Neltharion fue tan destructiva que sus hermanos nunca se recobraron de ella. Avergonzada y aterrorizada, Alexstrazsa y los otros nobles dragones se vieron obligados a abandonar a sus aliados mortales. Malfurion y sus compañeros, ahora desesperanzados, temieron no sobrevivir el abandono de sus poderosos aliados.

Malfurion, convencido de que el Pozo de la Eternidad era el cordón umbilical que unía a los demonios con el mundo físico, insistía en que debía ser destruido. Sus compañeros elfos, conociendo que el Pozo era la fuente de su inmortalidad y sus poderes, se horrorizaron ante esta noción. Pero Tyrande creía en la teoría de Malfurion, y convenció a Cenarius y sus camaradas de atacar el templo de Azshara y encontrar el modo de destruir el Pozo para bien.

El Ocaso del Mundo

Malfurion y sus compañeros entraron en el corazón del templo de Azshara. Una vez en la cámara principal, encontraron a los Bien Nacidos en medio del final de su oscuro encantamiento. El comunal hechizo había creado un vórtex inestable de poder sobre las turbulentas aguas del Pozo. La voluminosa sombra de Sargeras se apresuraba a cruzar el portal hacia la superficie, por lo que Malfurion se decidió a atacar.

Pero Azshara estaba más que preparada para su arribo. Todos los aliados de Malfurion fueron capturados antes de que estos atacaran a la enloquecida reina. Tyrande, tratando de atacar a Azshara por detrás, fue detenida por la guardia personal de Bien Nacidos. Al luchar contra ellos, la hermosa sacerdotisa sufrió graves heridas en sus manos. Al ver la caída de su amada, Malfurion entró en una terrible cólera y se dispuso a acabar con la vida de la reina.

Para su sorpresa, Illidan apareció desde las sombras cerca de una de las orillas del lago. Conociendo que la destrucción del Pozo impediría que volviese a practicar la magia de nuevo, Illidan se convenció a si mismo de abandonar al grupo y prevenir a los Bien Nacidos del plan de su hermano. Debido a la locura secundaria a su adicción y al reciente romance de su hermano con su amada Tyrande, Illidan no sintió ningún remordimiento en traicionar a Malfurion y aliarse con Azshara y los suyos. Illidan estaba dispuesto a defender el Pozo por todos los medios necesarios. Portando unos frascos mágicos especialmente manufacturados para su propósito, Illidan los llenó con el agua procedente del Pozo. Convencido que los demonios destrozarían la civilización de los elfos nocturnos, planeó robar las sagradas aguas y tomar sus energías para sí mismo.

Azshara, habiendo recibido la advertencia de Illidan, entabló una terrible batalla con Malfurion, quien, con el corazón destrozado por la traición de su hermano, estaba dispuesto a vencer o morir. Pero el hechizo de los Bien Nacidos había entrado en un caos tremendo al ser atacados, y el inestable portal sobre las ondas del Pozo explotó en una catastrófica tormenta que llevaría al ocaso al mundo entero. La masiva explosión resquebrajó el templo hasta sus bases y una serie de estremecedores terremotos abrieron la torturada tierra. Como la terrorífica batalla entre la Legión y los Elfos Nocturnos se realizaba alrededor de la ruinosa ciudad capital, el Pozo de la Eternidad colapsó sobre todos ellos. Las ondas de choque de la implosión del Pozo rompieron las bases del mundo. Los mares bramaron e invadieron la tierra. Cerca del ochenta por ciento de la masa de Kalimdor fue consumida, separándose en continentes separados por un nuevo y embravecido océano. En el centro del nuevo mar, donde una vez estuvo el Pozo de la Eternidad, una tumultuosa tormenta de mareas enfurecidas y caóticas energías se formó. La terrible tormenta, conocida como el Maelstrom, nunca cesaría su furiosa vorágine. Se constituiría en el recuerdo de la terrible catástrofe… y la utópica era que se había perdido para siempre.

El Monte Hyjal y la Ofrenda de Illidan

En la nueva costa del destruido continente, dos cuerpos yacen inconscientes sobre la arena. Tyrande lentamente despierta, aún aturdida por la terrible explosión del Pozo de la Eternidad. Sobresaltada por la imagen de la muerte de su amado, se abalanza sobre el cuerpo de Malfurion quien, agotado por la lucha, se halla a su lado. Por la gracia de Elune habían sido salvados de la hecatombre. Sobre uno de los riscos de la costa, el semidios Cenarius le sonreía a la sorprendida sacerdotisa, quien aún no comprendía que su poderoso amigo les había rescatado de una muerte segura.

Los pocos elfos nocturnos que habían sobrevivido a la horrible explosión se habían reunido cerca de la costa. Los agotados héroes decidieron guiar a sus compañeros sobrevivientes para establecer un nuevo hogar para su pueblo. Aunque Sargeras y la Legión habían sido desterrados del mundo por la destrucción del Pozo, Malfurion y los suyos observaron el terrible costo de la victoria.

Entonces se dieron cuenta de que muchos de los Bien Nacidos habían sobrevivido al cataclismo. Ellos hicieron su camino por las riberas de la nueva tierra con los otros elfos nocturnos. Aunque Malfurion desconfiaba de las motivaciones de los Bien Nacidos, estaba seguro de que no serían una amenaza sin las energías del Pozo.

Para alegría de los elfos nocturnos, descubrieron que la montaña sagrada, Hyjal, había sobrevivido a la catástrofe. Buscando establecer un nuevo hogar para ellos mismos, Malfurion y los elfos nocturnos escalaron las faldas de Hyjal, hasta el valle allende el monte. Al descender al valle, entre los enormes picos de la montaña, encontraron un pequeño y tranquilo lago. En ese momento, uno de los Bien Nacidos se lanzó sobre las aguas con alegría indescriptible. Para horror de todos, las aguas del lago rebozaban de magia.

Illidan, que había sobrevivido al Ocaso, había llegado a Hyjal mucho antes que Malfurion y los elfos. En su locura por mantener fluyendo la magia en el mundo, Illidan había vaciado sus frascos con las preciosas aguas del Pozo de la Eternidad, en el lago de la montaña. Las potentes energías del

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agua rápidamente había formado un nuevo Pozo de la Eternidad. El exultante Illidan, creyendo que su nuevo Pozo era una ofrenda para las futuras generaciones, se vio contrariado cuando Malfurion le lanzó sobre el suelo. Malfurion le dijo a su hermano que la magia era innatamente caótica y que su uso inevitablemente llevaría a la corrupción y el sufrimiento. Sin embargo, Illidan se negó a abandonar sus poderes mágicos, y una vez más, el conflicto surgió entre los gemelos.

Sabiendo que la tendencia de Illidan a irrespetar los esquemas lo llevaría a romper las reglas, Malfurion decidió acabar de una vez por todas con la locura de poder de su hermano. Con la ayuda de Cenarius, Malfurion encerró a Illidan en una basta prisión bajo la superficie, las Tálamos Profundos, donde su apetito de poder se consumiría hasta el final de los tiempos. Para asegurar la prisión de su hermano, Malfurion encargó a una joven Guardiana, Maiev Shadowsong, para ser la carcelera personal de Illidan. Cenarius, a su vez, encomendó a uno de sus hijos, Califax el Guardián del Bosque, de asistir a la Guardiana en la custodia de Illidan durante las edades por venir. Considerando que la destrucción del nuevo Pozo podría provocar una nueva catástrofe, los elfos nocturnos resolvieron no tocarlo. Sin embargo, Malfurion declaró que nadie volvería nunca a practicar de nuevo las artes mágicas. Bajo el ojo vigilante de Cenarius, los elfos comenzaron a estudiar las antiguas artes del druidismo con el propósito de sanar la tierra y hacer crecer de nuevo sus amados bosques en las faldas del monte Hyjal.

El Árbol del Mundo y el Sueño Esmeralda

(9000 años antes de la Primera Guerra)

Por muchos años, los elfos nocturnos trabajaron ardorosamente en reconstruir su ancestral hogar. Con sus viviendas, templos y caminos hundidos, construyeron sus nuevos hogares entre los verdes árboles y las sombreadas colinas de las faldas del monte Hyjal, buscando siempre la armonía con la naturaleza. Con el tiempo, los dragones que habían sobrevivido al Ocaso surgieron de sus secretas guaridas. Alexstrasza la Roja, Ysera la Verde, Malygos el Azul y Nozdormu el Broncíneo descendieron sobre las tranquilas praderas de los druidas y observaron los frutos de los trabajos de los elfos nocturnos. Malfurion, quien con los años se había convertido en un Shan’do (archi-druida) de inmenso poder, recibió a los poderosos dragones y les habló sobre la creación del nuevo Pozo de la Eternidad. Los grandes dragones se vieron alarmados al escuchar las oscuras noticias y especularon que la presencia del Pozo a largo plazo podría motivar el regreso de la Legión. Malfurion y los tres dragones resolvieron hacer un pacto para asegurarse de que los agentes de la Legión Ardiente nunca regresaran al mundo. Los Cuatro Aspectos cedieron parte de su poder para crear un poderoso artefacto llamado Alma de Demonio (Demon Soul), cuyo poder podría controlar infligir daño a la Legión Ardiente en caso de un ataque. Neltharion, sin embargo, no cedió sus energías al Alma de Demonio, por lo que conservó su fuerza intacta y se convirtió en el más poderoso de los dragones. Secretamente, el enloquecido dragón negro hurdía un plan que asolaría nuevamente al mundo… Alexstrasza, la Protectora de la Vida, plantó una sencilla semilla encantada en el corazón del Pozo de la Eternidad. La semilla, activada por las potentes aguas mágicas, dio vida a un colosal árbol. Las poderosas raíces succionaron las aguas del Pozo, y la verde copa del árbol se abrió hacia los cielos. El inmenso árbol sería para siempre símbolo de la unión de los elfos nocturnos con la Naturaleza, y sus energías sanadoras se extenderían sobre el resto del mundo. Los elfos nocturnos llamaron a su Árbol del Mundo con el nombre de Nordrassil, que significa en su lengua “Corona de los Cielos”. Nozdormu, El Imperecedero, lanzó un encantamiento sobre el Árbol de Mundo para asegurarse que el inmenso árbol les diera a los elfos nocturnos la seguridad de que nunca envejecerían o padecerían de enfermedad. Ysera, La Soñadora, también lanzó un encantamiento sobre el Árbol del Mundo, uniéndolo a su propio reino, la dimensión etérea conocida como el Sueño Esmeralda. Este reino es un enorme mundo espiritual que existe únicamente en los sueños. Ysera regularía el flujo de la naturaleza y la evolución del mundo. Los druidas elfos nocturnos, incluido Malfurion mismo, deberían unirse al Sueño junto al Árbol del Mundo. Como parte de este pacto místico, los druidas deberían dormir por los siglos para que sus espíritus recorrieran los infinitos caminos del Sueño Esmeralda. Aunque los druidas fueron advertidos ante el prospecto de perder muchos años de su vida durante la hibernación, se mostraron satisfechos con unirse al sueño de Ysera. Pero el Sueño de Ysera tenía un terrible secreto que, en ese momento, no fue revelado por los dragones…

Los Imperios Trolls y El Alma del Demonio

A pesar del gran conocimiento y el amplio desarrollo de su civilización, los Kaldorei no conocieron hasta muy tardíamente, la existencia de otras culturas inteligentes. Muy hacia el este, en el otro extremo de Kalimdor, mucho tiempo antes del Ocaso del Mundo, otra raza había logrado forjar un inmenso imperio guerrero. Mil años antes de que la raza de los kaldorei naciera existían dos imperios trolls enfrentados: Gurubashi y Amani. Se cree que su origen se encuentra en lo que se conoce como el Valle de Strangletorn, donde impenetrables junglas evitaban el asedio a su ciudad principal y más antigua, Zul’gurub. Los Amani, que constituyeron su imperio en el norte, en lo que después fue Lordaeron, fundaron la gran ciudad de Zul’Aman. También había otro imperio en el norte, Gundrak, pero nunca se ganó la importancia de estas dos. Aunque constituían una misma raza, no se tenían en alta estima, pero estaban unidos para derrotar a unos terribles insectoides llamados Azi'Aqir, cuyo objetivo era destrozar todo aquello que no fuera insecto. Al final tuvieron éxito en su empresa y derrotaron los bastiones de Azjol-Nerub al norte y de Anh'Qirai al sur. Tras esto unos pocos trolls comenzaron a explorar el mundo y a evolucionar. Se toparon con el Pozo de la Eternidad y lo utilizaron para sus fines... Por eso puede ser que los Kaldorei o elfos nocturnos procedan de los trolls. Los elfos libraron varias guerras con los imperios trolls, hasta que al final lograron expulsarles por completo. Replegados hacia el este, permanecieron ignorantes de las subsecuentes actividades de los elfos hasta que ocurrió la implosión del Pozo. La catástrofe produjo la división del supercontinente de Kalimdor en cuatro grandes islas, por lo que las distintas tribus trolls quedaron definitivamente aisladas.

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Los trolls de la jungla adoraban a Hakkar el Devorador de Almas, un sanguinario dios que era seguido de manera absolutamente devota por una parte de ellos, los Atal'ai. Hakkar demandó las almas de los niños trolls para manifestarse en el mundo, por lo que los trolls se dieron cuenta de que era perverso y les conduciría a su propia destrucción, por lo que acordaron renunciar a él, causando la gran ira de Hakkar. Solamente los Atal'ai siguieron fieles al corrupto dios, por lo que los Gurubashi los expulsaron de Strangletorn, y emigraron hacia el Pantano de las Lamentaciones. Divididos por esta decisión, los Gurubashi iniciaron una terrible guerra tribal, donde dos prominentes tribus, Skullsplitter y Darkspear, luchaban por el predominio. Finalmente, cada uno tomó su propio camino y tierras. El poderío y superioridad de los Skullsplitter obligó a los Darkspear a abandonar para siempre el continente, y fueron exiliados a una isla del Gran Mar, la que han habitado desde entonces. Mientras tanto, los trolls Atal’ai continuaron tratado de invocar a su dios Hakkar. En el tiempo en que los Kaldorei empezaron a reconstruir sus ciudades en el norte del nuevo Kalimdor, los Atal’ai iniciaron una serie de cultos y sacrificios para lograr que Hakkar se materializara en el mundo físico. Ante el inminente peligro que significaba este hecho, Ysera La Soñadora envió a uno de sus hijos preferidos, Eranikus, a advertirles de la nueva e inminente catástrofe. Ante la insistencia de los profetas y brujos Atal’ai de continuar con el ritual, Ysera en persona llegó para combatirlos, y con sus inmensos poderes, hundió la ciudadela de los Atal’ai, formando lo que se llama la Fosa de las Lágrimas. Debido a esto, Hakkar en retribución, utilizó sus inmensos poderes para corromper a Ysera, por lo que los Grandes Aspectos, ante la conmoción que podría producir la pérdida de otro de sus hermanos, la dejaron encerrada para siempre en el etéreo mundo del Sueño Esmeralda. Para estabilizar los continuos poderes de Ysera y evitar que la corrupción acabara con el balance de la vida natural sobre Azeroth, los Grandes Aspectos acordaron con los druidas Kaldorei que ellos penetrarían en el Sueño Esmeralda y serían el soporte de Ysera a través de las generaciones, a cambio de hacer crecer el Arbol del Mundo. Neltharion, el maligno dragón negro, sin embargo, tenía otros planes para con sus hermanos los Grandes Aspectos. Corrompido profundamente por la terrible fuerza maligna de los poderes de la Legión, Neltharion desarrolló un malvado ardid para convercer a los otros dragones de ceder parte de sus poderes a un artefacto mágico llamado el Alma del Demonio. Hablando a sus hermanos, les dijo que ellos, los dragones, no vivirían por siempre, sino que llegaría el día en que, con su desaparición, las razas mortales dominarían el mundo, y nada las protegería de la Legión Ardiente. En un esfuerzo para pararse para esta época, Neltharion convenció a su hermano Malygos, el Dragón Azul Señor de la Magia, de imbuir sus poderes en el Alma del Demonio, con el objetivo de utilizarlo como arma ante una nueva invasión de la Legión Ardiente. Aunque los dragones alados no estaban muy seguros de confiar en Neltharion, la reciente batalla de Ysera con Hakkar y la Guerra de los Ancestros habían demostrado que sus esfuerzos no habían sido suficientes para contener a las fuerzas malignas. Recordando el encargo de los Titanes, decidieron aceptar la propuesta de Neltharion. Éste, sin embargo, no cedió sus poderes al artefacto. Su objetivo estaba claro: con todos sus poderes intactos, Neltharion se convertiría en el más fuerte de todos los dragones. Rompiendo su promesa, utilizó el Alma de Demonio para destruir a los dragones azules. Malygos quedó solo y sin herencia, por lo que viajó al helado Northrend para refugiarse y creó un gran cementerio para sus hijos, conocido como el Dragonbligth, donde pudieran descansar sus restos. Encargó a uno de sus sirvientes sobrevivientes, el poderoso Sapphiron, de proteger el Dragonblight por todas las edades. Conociendo las malvadas intenciones de Neltharion, Alexstrasza la Protectora de la Vida tómo el Alma de Demonio y la enterró profundamente en las vetustas montañas de Khaz Modan. Neltharion esperó el momento propicio para atacar…

Exilio de los Altos Elfos

(7300 años antes de la Primera Guerra)

Con el paso de los siglos, la sociedad de los elfos nocturnos creció de nuevo fuertemente y se expandió por el bosque que se llama Ashevale. Muchas de las criaturas y especies que abundaban antes del Gran Ocaso, como los furbolgs y los quilboars, reaparecieron y florecieron sobre la tierra. Bajo el liderazgo benevolente de los druidas, los elfos nocturnos disfrutaron de una era de improcedente paz y tranquilidad bajo las estrellas.

Sin embargo, mucho de los originales Bien Nacidos sobrevivientes vivían intranquilos. Como Illidan antes de ellos, cayeron víctimas de una depresión inmensa por la pérdida de sus poderes mágicos. Se veían constantemente tentados a tomar las energías del Pozo de la Eternidad y caer de nuevo en sus prácticas mágicas. Dath'Remar, el insolente líder de los Bien Nacidos, comenzó a hablar en contra de los druidas, acusándolos de cobardes por rehuir el uso de la magia que él decía les correspondía por derecho. Malfurion y los druidas minimizaron los argumentos de Dath´Remar y previnieron a los Bien Nacidos que cualquier uso de la magia sería castigado con la muerte. En un insolente y peligroso intento de convencer a los druidas de rescindir su ley, Dath´Remar y sus seguidores convocaron una terrible tormenta mágica sobre Ashenvale. Los druidas no podían arrojarse ellos mismos la culpa de llevar a la muerte a muchos de su propia raza, por lo que decidieron exiliar a los Bien Nacidos de sus tierras. Dath´Remar y sus seguidores, orgullosos de librarse de sus conservadores primos al fin, elaboraron una serie de barcos especiales y se hicieron a la mar. Aunque no sabían que les esperaba más allá de las rugientes aguas del Maelstrom, iban decididos a establecer su propia patria, donde pudieran practicar sus artes mágicas impunemente. Los Bien Nacidos, o Quel´dorei, como Azshara los bautizó en épocas pasadas, llegaron eventualmente a un tierra al este que los humanos llamarían más tarde Lordaeron. Allí fundarían su propio reino mágico, Quel’thalas, y renegarían de los preceptos de los elfos nocturnos sobre la actividad nocturna y los trabajos a la luz de la Luna. Por siempre, abrazarían el Sol y serían conocidos solamente como Altos Elfos.

Las Centinelas y la Larga Vigilia

Con la partida de sus altaneros primos, los elfos nocturnos volcaron su atención en la seguridad de su patria. Los Kaldorei realizaron un poderoso conjuro druídico sobre las fronteras de Ashenvale, cerrando la entrada a ese bosque en un eterno misterio. Allí, permanecerían ocultos por cientos de años, sin contacto con otras criaturas o razas.. Los druidas, sintiendo que el tiempo de su hibernación estaba cercano, se prepararon para el sueño y dejaron atrás sus amadas familias y esposas. Tyrande, que se había convertido en Alta Sacerdotisa de Elune, le pidió a su amado, Malfurion, que no la dejara por el Sueño Esmeralda de Ysera. Pero Malfurion, honrado por entrar en los encantados Caminos del Sueño, se despidió de la sacerdotisa y le dijo que nada podría apartarle verdaderamente de su gran amor.

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Sola para proteger Kalimdor de los peligros del nuevo mundo, Tyrande ensambló una poderosa fuerza entre sus hermanas elfas. Las mujeres guerreras, altamente entrenadas, sin miedo, se llamaron a si mismas las Centinelas. Su misión sería defender Kalimdor y patrullas los sombríos bosques de Ashenvale, y para esto contaban con numerosos aliados a quien llamar en tiempos de urgencia. Cenarius, el poderoso semidios, habitaba en los cercanos Prados de la Luna del Monte Hyjal. Sus hijos, los llamados Guardianes de los Bosques, se asentaron cerca de los elfos nocturnos y regularmente ayudaban a las Centinelas a mantener la paz en la tierra. Incluso las bellas hijas de Cenarius, las dríades, empezaron a aparecer en los claros con incrementada frecuencia. Con los largos siglos por venir, y sin Malfurion a su lado, Tyrande nunca dejó de temer una segunda invasión demoníaca. Nunca dejó de pensar que la Legión Ardiente seguía allí, más allá de la Gran Oscuridad del cielo, planeando su venganza sobre los elfos nocturnos y el mundo de Azeroth.

Capítulo 2: El Nuevo Mundo

La fundación de Quel´thalas

Según la biblioteca secreta de los Altos Elfos (6800 años antes de la Primera Guerra)

Los Altos Elfos, liderados por Dath´Remar, dejaron Kalimdor atrás y retaron las tormentas del Maelstrom. Sus flotas navegaron el ancho mundo por muchos años, y descubrieron misteriosos reinos perdidos a lo largo de su viaje. Dath´Remar, quien había tomado el nombre de Sunstrider (“El que camina de día”), buscaba lugares de gran poder sobre los cuales construir el nuevo hogar de su pueblo.

Su flota finalmente llegó a las playas de un continente que más tarde sería llamado Lordaeron. Desembarcando, los altos elfos fundaron un asentamiento en los tranquilos Claros de Tirisfal. Después de pocos años, muchos de ellos comenzaron a volverse locos. Los sacerdotes altos elfos teorizaron que algo maligno dormía en esta parte particular del mundo, pero los rumores nunca pudieron ser probados. Los Altos Elfos levantaron su campamento y se movilizaron hacia el norte, donde existía otra zona rica en energías.

Conforme los Altos Elfos cruzaban las ricas tierras montañosas de Lordaeron, su viaje se volvía cada vez más difícil. Desde que se cortó su relación con las energías del Pozo de la Eternidad, muchos de ellos cayeron por el frío clima o murieron de enfermedades. El más desconcertante cambio, sin embargo, fue el hecho de que ya no eran inmortales ni inmunes a los elementos. Se volvieron más pequeños de lo que eran, y su piel se volvió blanca, perdiendo el color púrpura característico de su raza, y su cabello se volvió rubio, como el sol. Para complicar sus trabajos, encontraron increíbles criaturas que nunca habían visto en Kalimdor. También encontraron una tribu primitiva de humanos que cazaba en los antiguos bosques. Sin embargo, el mayor reto fue enfrentarse a los voraces y astutos trolls de Zul’Aman.

Estos trolls habían formado un gran reino, el Imperio Amani, y tenían la capacidad de regenerar su piel y sus miembros ante las más terribles lesiones, pero probaron ser una raza barbárica y malvada, y demostraban ser hostiles a los extranjeros que traspasaban sus fronteras. Los elfos desarrollaron una profunda animadversión por los viciosos trolls y los mataron donde quiera que los encontraban. Por siglos, el Imperio Amani combatió a otros reinos trolls que se habían asentado en los continentes del sur, los Gurubashi de la Jungla de Strangletorn, pero la llegada de los Altos Elfos fue considerada un insulto para sus ancestros y sus dioses.

Después de muchos años, los Altos Elfos finalmente encontraron una tierra que era parte remanente del antiguo continente de Kalimdor. En las profundidades de los bosques del continente, fundaron el reino de Quel´thalas, y se abocaron a crear un poderoso imperio que superara el de sus primos Kaldorei. Desafortunadamente la ciudad fue fundada sobre los restos de un antiguo asentamiento que los trolls consideraban sagrado. Casi inmediatamente, los trolls comenzaron atacar los asentamientos elfos en masa. Los elfos, decididos a no abandonar su nueva tierra, utilizaron su magia para combatir a los salvajes trolls. Bajo el liderazgo de Dath’Remar, fueron hábiles para derrotar a las bandas guerreras de los Amani, que los superaban diez a uno. Algunos elfos, sin embargo, recordando las anteriores prevenciones de los Kaldorei, temieron que el uso de la magia pudiera llamar la atención de la derrotada Legión Ardiente. Por lo tanto, decidieron defender sus tierras con una barrera protectora que les permitiera realizar sus encantamientos. Construyeron una serie de monolíticas Runas en varios puntos alrededor de Quel´thalas que demarcaran las fronteras de la mágica barrera. Las Runas no solamente enmascaraban la magia elfa de ser detectada por otras dimensiones, sino que les ayudó a ahuyentar las supersticiosas bandas de trolls. Con el paso del tiempo, Quel´thalas se transformó en un monumento al progreso mágico de los Altos Elfos. Sus vetustos palacios fueron forjados con el mismo estilo estructural que los antiguos salones en Kalimdor, pero respetando la topografía de la tierra. Quel´thalas comenzó a brillas como la joya que los Altos Elfos siempre soñaron. El Concejo de Silvermoon fue fundado para regir el poder sobre Quel´thalas, pero la dinastía de los Sunstrider siempre mantendría un módico poder político sobre la ciudad. Compuesto por siete de los más grandes señores de los Altos Elfos, el Concejo trabajaba para asegurar la seguridad de las tierras elfas y su pueblo. Rodeados por su barrera protectora, los Altos Elfos olvidaron las advertencias de los Elfos Nocturnos y continuaron usando la magia en casi todos los aspectos de sus vidas. En el centro de Silvermoon, sobre una enorme isla al norte de Zul’Aman, crearon el Pozo del Sol, con aguas remanentes del Pozo de la Eternidad que habían traído desde Kalimdor. Casi por cuatro mil años los elfos nocturnos vivieron pacíficamente dentro de la seguridad de su reino. Sin embargo, los conflictivos trolls no eran fáciles de derrotar. Estos se escondían en la profundidad de los bosques y esperaban que el número de sus bandas creciera. Hasta que, finalmente, un poderoso ejército troll emergió de los sombríos bosques e inició el asedio de la brillante Quel´thalas.

La Edad del Hombre - Arathor y las Guerras de los Trolls. (2800 años antes de la Primera Guerra)

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Mientras los Altos Elfos peleaban por sus vidas contra el continuo asedio de los trolls, los primitivos y nómadas humanos de Lordaeron peleaban por consolidar sus propias tierras tribales. Las tribus de la temprana humanidad luchaban unas contra otras con muy poca identidad de unidad u honor. Hasta que una de las tribus, conocida como los Arathi, tomó conciencia que la amenaza troll era muy grande para ser ignorada. Los Arathi se dispusieron a unir todas las tribus bajo su égida y proveer un frente unificado contra los trolls. Durante el curso de los siguientes seis años, los astutos Arathi manipularon y derrotaron a las tribus rivales. Con cada victoria, los Arathi ofrecían paz e igualdad a los pueblos conquistados, con lo que se ganaban la lealtad del pueblo derrotado. Eventualmente, la tribu Arathi logró incorporar muchas tribus dispersas, y las filas de su ejército se volvieron enormes. Considerando necesario prevenir un inminente ataque de los trolls, e incluso a los reclusivos altos si fuese necesario, los altos señores Arathi decidieron construir una poderosa ciudad-fortaleza en la región sureste de Lordaeron. La ciudad-estado, llamada Strom, se convirtió en la capital de la nación Arathi, Arathor. Conforme Arathor prosperaba, humanos de todo el inmenso continente viajaron hacia el sur, hacia la seguridad de Strom. Unidos bajo un solo estandarte, las tribus humanas desarrollaron una fuerte y optimista cultura. Thoradin, rey de Arathor, tenía conocimiento de la existencia de los misteriosos elfos de las tierras del norte, y del constante asedio de estos por los trolls, pero él rehuía arriesgar la seguridad de su gente para defender a los reclusivos extranjeros. Muchos meses pasaron hasta que rumores acerca de la derrota de los elfos llegaron del norte. No fue sino hasta que los embajadores de Quel´thalas llegaron a Strom que Thoradin decidió enfrentar la amenaza troll. Los elfos informaron a Thoradin que los ejércitos troll eran inmensos y que una vez que los trolls destruyeran Quel´thalas, se volverían a atacar el sur. Los desesperados elfos, en su necesidad de ayuda militar, prometieron entrenar a un selecto grupo de humanos en la magia a cambio de la ayuda contra las bandas de guerra troll. Thoradin, sin conocer ninguna magia, decidió ayudar a los elfos. Casi inmediatamente, hechiceras elfas llegaron a Arathor y comenzaron la instrucción de los humanos en los caminos de la magia arcana. Los elfos descubrieron que algunos humanos tenían una capacidad innata para controlar la magia, y una afinidad natural hacia ella. Cien hombres fueron instruidos en los secretos mágicos básicos de los elfos: no más absolutamente de los necesarios para combatir a los trolls. Convencidos de que sus estudiantes humanos estaban listos para ayudarles, los elfos dejaron Strom y viajaron hacia el norte al lado de los poderosos ejércitos del rey Thoradin. Los ejércitos unidos de elfos y humanos irrumpieron fuertemente contra las bandas de trolls al pie de las Montañas Alterac. La batalla duró muchos días, pero los ejércitos de Arathor no se retiraron hasta que el último troll cayera. Los señores elfos dejaron caer todo el poder de su magia sobre los enemigos. Los cien magos humanos y una multitud de hechiceras elfas llamaron la furia de los cielos y la dejaron caer sobre los ejércitos trolls. Los fuegos elementales prevenían la regeneración de las heridas de los trolls y quemaban sus torturadas formas desde el interior. Con los ejércitos trolls derrotados y en retirada, los ejércitos de Thoradin embistieron a cada uno de sus soldados. Los trolls nunca se recobrarían de su derrota, y la historia nunca volvería a ver a los trolls como una nación unida de nuevo. Segura Quel´thalas de la destrucción, los elfos juraron lealtad y amistad a la nación humana de Arathor y a la línea real de Thoradin. Humanos y elfos tendrían relaciones pacíficas en las épocas venideras.

Los Guardianes de Tirisfal Según la biblioteca secreta de los Altos Elfos

(2700 años antes de la Primera Guerra)

Con la ausencia de los trolls de las tierras del norte, los elfos de Quel'Thalas se dedicaron a fortalecer su gloriosa patria. Los victoriosos ejércitos de Arathor volvieron a casa en la sureña Strom. La sociedad humana creció y prosperó, mientras que Thoradin, viendo como su reino se extendía, mantuvo a Strom como el centro del imperio arathoriano. Después de muchos pacíficos años de crecimiento y comercio, el poderoso Thoradin murió de vejez, dejando a la joven generación de Arathor libre para expandir el imperio más allá de las costas de Strom. Los cien magos originales, quienes fueron instruidos en los caminos de la magia por los elfos, estudiaron sus poderes y estudiaron las místicas disciplinas de hacer encantos con mucho más detalle. Estos magos, inicialmente escogidos por su fuerza y noble espíritu, siempre practicaron la magia con cuidado y responsabilidad. Sin embargo, pasaron sus secretos y poderes a una generación nueva que no tenía concepto de los rigores de la guerra o la necesidad por sobrevivir. Estos jóvenes magos empezaron a practicar la magia por gusto personal sin ninguna responsabilidad para con sus congéneres. Como el imperio se extendía hacia nuevas tierras, los jóvenes magos también viajaron hacia el sur. Usando sus poderes místicos, los magos protegían a sus hermanos de las criaturas salvajes de la tierra e hicieron posible la colonización en nuevas ciudades-estado construidas en las zonas salvajes. Sin embargo, como sus poderes crecían, los magos comenzaron a aislarse del resto de la sociedad. La segunda ciudad-estado arathoriana, DALARAN, fue fundada al norte de Strom. Muchos magos de todos los confines de Strom dejaron atrás la ciudad y viajaron a Dalaran, donde esperaban usar sus nuevos poderes con gran libertad. Estos magos elevaron una inmensa espiral encantada, la Ciudadela Violeta, en Dalaran, y se sumergieron en lo profundo de sus estudios. De esta forma, los magos humanos aprendieron a convocar las ventiscas y la lluvia, a tele-transportarse de un lugar a otro, a volverse invisibles, a metamorfosear a otros seres en animales, e inclusive, lograron liberar a los Elementales de Agua de su prisión, y utilizarlos en el combate como aliados. Los ciudadanos de Dalaran toleraban a los magos y constituyeron una fuerte economía bajo la protección de las artes mágicas de sus defensores. Pero un secreto poder acechaba a los despreocupados humanos. Los siniestros agentes de la Legión Ardiente, que habían sido expulsados con el estallido del Pozo de la Eternidad, fueron atraídos al mundo por los constantes hechizos de los magos de Dalaran, que había logrado romper el delgado hilo que separa la realidad de las dimensiones etéreas. Estos relativamente débiles demonios no aparecían como una fuerza peligrosa, pero causaban considerable confusión y caos en las calles de Dalaran. Muchos de estos demonios provocaron insólitos eventos, y los magos regidores de Dalaran decidieron ocultarlos del público. Los más poderosos magos fueron enviados a capturar a los elusivos demonios, pero a veces eran vencidos por algún solitario poderoso agente de Legión. Después de unos pocos meses, los supersticiosos campesinos empezaron a sospechar que sus magos les ocultaban una terrible verdad. Rumores de una revolución empezaron a recorrer las calles de Dalaran y los paranoicos ciudadanos dudaban acerca de las prácticas y motivos de los magos que una vez admiraron. Posesiones, apariciones de temibles criaturas demoníacas, asesinatos sin motivo alguno, empezaron a producir el pánico entre los habitantes de la ciudad. Los Magos, temiendo una rebelión por parte de los campesinos y que Strom tomara acción contra ellos, se volvieron al único grupo que entendería su particular problema: los Altos Elfos.

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Alarmados por las noticias de los Magos acerca de la actividad demoníaca en Dalaran, los elfos rápidamente a sus magos más poderosos a las tierras humanas. Los magos elfos estudiaron las energías en Dalaran, y elaboraron reportes detallados de actividad demoníaca en la ciudad. Concluyeron que eran debidas solamente a unos pocos demonios perdidos en el mundo, pero la Legión misma podría retornar si los humanos continuaban usando las fuerzas de la magia. Recordando el pecado de sus ancestros, el Concejo de Silvermoon, que regía los elfos de Quel'Thalas, hizo un pacto secreto con los Magos de Dalaran. Los elfos informaron a los Magos acerca de la ancestral historia de Kalimdor y la Legión Ardiente, una historia que había estremecido al mundo. Informaron a los humanos que, mientras más tiempo usaran la magia, tendrían que proteger a sus ciudadanos de los malvados agentes de la Legión. Los Magos propusieron la noción de dar poder a un simple campeón mortal, quien utilizaría sus poderes colectivos para pelear una infinita guerra secreta contra la Legión. Esto permitiría a la mayoría de la humanidad ignorar por completo la existencia de los Guardianes y su guerra contra la Legión, por temor a que el pueblo entrara en pánico y paranoia. Los elfos estuvieron de acuerdo y propusieron fundar una orden secreta para dedicarse a la elección del Guardián y ayudarle a combatir el caos en el mundo. Esta era la forma en que los Altos Elfos se redimirían de sus pasadas faltas… La sociedad estableció sus reuniones secretas en las sombrías Praderas de Tirisfal, donde primeramente desembarcaron los Altos Elfos en Lordaeron. Se llamaron a sí mismos como la secta secreta de los Guardianes de Tirisfal. Los campeones mortales serían escogidos para ser Guardianes y serían imbuidos por los poderes de los magos elfos y humanos. Solamente habría un Guardián a la vez, pero tendrían un vasto poder para derrotar a los agentes de la Legión donde quiera que los encontrara. El poder del Guardián era tan grande que solamente el Concilio de Tirisfal era capaz de elegir los potenciales sucesores del Guardián. Cuando un Guardián era muy viejo o débil en su guerra secreta contra el caos, el Concilio elegía un nuevo campeón, y bajo condiciones controladas, formalmente canalizar los poderes del Guardián en el nuevo agente. Con el paso de las generaciones, los Guardianes ha defendido a la humanidad en su guerra invisible contra la Legión Ardiente sobre las tierras de Arathor y Quel´thalas. Arathor crecía y prosperaba mientras el uso de la magia engrandecía su imperio. Mientras tanto, los Guardianes se encargaban de observar cualquier signo de actividad demoníaca.

Ironforge – El despertar de los Enanos Runas enanas de Ironforge

(2500 años antes de la Primera Guerra)

En tiempos ancestrales, después de que los Titanes partieron de Azeroth, sus hijos, los Titánides, continuaron su función de formar y guardar las profundidades abismales del mundo. Los Titánides no mostraron interés por los hechos de las razas que poblaban la superficie y solamente se inmiscuían en sus asuntos en las oscuras cavernas de la tierra. Cuando el mundo fue destruido por la implosión del Pozo de la Eternidad, los Titánides fueron profundamente afectados. Sufriendo el dolor mismo de la tierra, los Titánides perdieron mucho de su identidad y se fundieron con las rocas de donde habían sido creados. Uldaman, Uldum, Ulduar... estos fueron los nombres de las antiguas ciudades donde los Titánides primeramente tomaron forma. Profundamente dormidos en la profundidad de las cavernas, los Titánides descansaron en paz por cerca de ocho mil años. “No está claro por qué despertamos”- rezan las antiguas runas enanas. “Pero habíamos cambiado durante la hibernación. Nuestras rocosas formas se habían vuelto piel, y nuestros poderes sobre la piedra y la tierra habían desaparecido. Éramos criaturas mortales”. Los últimos Titánides dejaron atrás los salones de Uldaman y se aventuraron a caminar sobre la superficie. Nunca abandonaron la seguridad de las profundidades y las maravillas de las cavernas, por lo que fundaron un vasto reino bajo la más alta montaña de la tierra. Llamaron a su tierra, Khaz Modan. Construyeron un altar para su padre el Titán Khaz´goroth, y fundaron una poderosa forja en el corazón de la montaña. La ciudad que creció alrededor de la forja se llamó IRONFORGE. A partir de ese instante, se llamarían asimismo Enanos. Los enanos, por naturaleza fascinados con las gemas y la piedra, construyeron minas en las montañas circundantes para extraer ricos y preciosos metales. Felices con sus trabajos bajo la tierra, los enanos se despreocuparon de las ligerezas de sus vecinos de la superficie.

Los Siete Reinos Archivos de Kirin Tor

(1200 años antes de la Primera Guerra)

Strom continuó actuando como capital de Arathor, pero al igual que Dalaran, muchas nuevas ciudades-estado aparecieron a lo largo del continente de Lordaeron. Gilneas, Alterac, y Kul Tiras fueron las primeras ciudades-estado en levantarse, y aunque tenían sus propios gobiernos y relaciones comerciales, seguían bajo la autoridad unificada de Strom. Bajo el ojo vigilante de la Orden de Tirisfal, Dalaran se convirtió en el corazón del aprendizaje para los magos de toda la tierra. Los Magos que regían Dalaran crearon el KIRIN TOR, una cámara especializada encargada de catalogar y registrar cada hechizo, artefacto y objeto mágico conocido por la humanidad a través del tiempo. Gilneas y Alterac se convirtieron en fuertes soportes militares de Strom y desarrollaron grandes ejércitos que exploraron las montañosas tierras de Khaz Modan. Fue durante este periodo que los humanos conocieron a la antigua raza de enanos y viajaron a la cavernosa ciudad subterránea de Ironforge. Los humanos y los enanos intercambiaron muchos secretos acerca de los usos del metal y la ingeniería y descubrieron una singular y mutua afinidad por las batallas y el relato de historias. La ciudad-estado de Kul Tiras, fundada sobre una gran isla al sur de Lordaeron, desarrolló una próspera economía basada en la pesca y el comercio mercante. Con el tiempo, Kul Tiras construyó una poderosa armada que exploró los mares y tierras conocidas en busca de bienes exóticos para comercial. Mientras la economía de Arathor florecía, sus fuertes componentes empezaron a desintegrarse. Con el tiempo, los señores de Strom decidieron movilizar sus estados a las fértiles tierras del norte de Lordaeron y dejar sus áridas tierras del sur. Los nietos del rey Thoradin, los últimos descendientes de la dinastía Arathi, argumentaron que Strom no debería ser abandonada, lo que incurrió en el descontento de los grandes ciudadanos, dispuestos a partir. Los señores de Strom, observando la pureza del intocado norte, decidieron dejar atrás su ancestral ciudad. Hacia el norte de Dalaran, los señores de Strom construyeron una nueva ciudad que llamaron LORDAERON. El continente

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entero tomó el nombre de esta ciudad. Lordaeron se convirtió en una meca religiosa y en refugio de paz y seguridad para todos los desvalidos Los descendientes de los Arathi, permanecieron fieles a los antiguos muros de Strom, decidieron viajar hacia el sur sobre las rocosas montañas de Khaz Modan. Su viaje finalmente terminó luego de muchas eras, y se asentaron en el norte del continente que luego se llamó AZEROTH. En un fértil valle fundaron el reino de Stormwind, el cual se convirtió en un poderoso reino. Los pocos guerreros que permanecieron en Strom decidieron guardar los ancestrales muros de la ciudad. Strom ya no era más el centro del imperio, pero se desarrolló en una nueva nación conocida como Stormgarde (La Guardia de Strom). Conforme cada ciudad prosperaba y crecía, el imperio arathoriano se vio efectivamente desintegrado. Cada nación desarrolló sus propias costumbres y creencias, y se fueron separando unas de otras. La visión del rey Thoradin de una humanidad unida había finalmente fracasado.

Aegywnn y la cacería del Dragón Según la biblioteca secreta de los Altos Elfos

(830 años antes de la Primera Guerra)

Como las rivalidades políticas y militares de las siete naciones humanas aumentaban y empeoraban, la línea de los Guardianes estaba en constante vigilancia contra el caos. Hubo muchos Guardianes a través de los años, pero solamente uno tenía los poderes mágicos de Tirisfal a la vez. Uno de los últimos Guardianes se distinguió como un poderoso guerrero contra la sombra. Magna Aegwynn, una bravía chica humana, ganó la aprobación de la Orden y se le dio el manto de los Guardianes. Aegwynn trabajaba vigorosamente en cazar y erradicar a los demonios donde quiera que los encontrara, pero a menudo cuestionaba la autoridad del Concilio de Tirisfal, dominado por hombres. Ella creía que los ancestrales elfos y los envejecidos magos que presidían el Concilio eran demasiado rígidos en sus pensamientos y no tenían la decisión suficiente de poner fin al conflictivo caos. Impaciente con las lentas discusiones y debates, decidió probarse a sí misma y a sus superiores, por lo que frecuentemente demostraba un valor más allá del entendimiento en situaciones cruciales. Como su dominio de poder cósmico de Tirisfal crecía, Aegwynn descubrió que un creciente número de poderosos demonios había aparecido en el congelado continente de Northrend. Viajando al distante norte, Aegwynn encontró a los demonios entre las montañas. Descubrió que estos demonios habían cazado a uno de los últimos dragones sobrevivientes y habían absorbido la magia innata de las ancestrales criaturas. Los poderosos dragones azules, hijos de Malygos el Forjador de Conjuros, con el aumento de las sociedades mortales sobre el mundo, decidieron enfrentarse ellos mismos a las oscuras artes mágicas de la Legión. Aegwynn confrontó a los demonios, y con ayuda de los nobles dragones, los vencieron. Sin embargo, tan pronto como el último demonio desapareció del mundo, una gran tormenta emergió desde el norte. Una enorme figura oscura apareció sobre el cielo de Northrend. Sargeras, el rey de los demonios y señor de la Legión Ardiente, apareció ante Aegwynn y la atacó con increíble energía. Le dijo a la joven Guardiana que el tiempo de Tirisfal estaba a punto de llegar a su fin y que el mundo pronto sería devorado por la Legión. La valiente Aegwynn, creyéndose suficientemente fuerte para pelear con el amenazante dios, lanzó sus poderes contra Sargeras. Con desconcertante facilidad, Aegwynn derrotó al demonio y logró matar su forma física. Creyendo que el espíritu de Sargeras había pasado al abismo, la noble Aegwynn llevó su ruinoso cuerpo a uno de los antiguos salones de Kalimdor que se encontraba cerca del centro del mar, donde colapsó el Pozo de la Eternidad. Aegwynn nunca sospechó que eso era exactamente lo que Sargeras había planeado...

Guerra de los Tres Martillos Runas enanas de Ironforge

(230 años antes de la Primera Guerra)

Los enanos de Ironforge vivieron en paz por muchas centurias. Sin embargo, su sociedad había crecido entre los confines de sus montañosas ciudades. Mientras el poderoso Alto Rey Enano, Modimus Anvilmar, regía sobre los enanos con justicia y visión, tres poderosas facciones se fortalecieron sobre la sociedad enana. El Clan Bronzebeard, regido por el Rey Madoran Bronzebearb, muy cercano al Alto Rey y tradicionalmente defensores de Ironforge. El Clan Wildhammer, regido por el Rey Khardros Wildhammer, habitaba los fuertes y minas cercanos a la base de la montaña y ganaba cada vez más control sobre la ciudad. La tercera facción, el Clan Dark Iron, estaba regido por el rey-hechicero Thaurissan. Los enanos de este clan habitaban las profundas sombras dentro de la montaña y conspiraban contra los Bronzebeards y Wildhammers. Por un tiempo las tres facciones mantuvieron la paz, pero las tensiones estallaron cuando el Alto Rey Anvilmar murió de avanzada edad. Los tres clanes en pugna estallaron en una guerra por el control de Ironforge. La guerra civil enana rugió bajo la tierra por muchos años. Eventualmente los Bronzebeards, con un ejército más grande y fuerte, expulsaron a los Dark Iron y a los Wiildhammers fuera de la montaña. Khardros y sus Wildhammers viajaron hacia el norte a través de las puertas de Dun Algaz, y fundaron su propio Reino en el distante pico de GRIM BATOL. Allí, los Wildhammers cavaron y reconstruyeron sus perdidos tesoros. Thaurissan y sus Dark Iron no tuvieron tanta suerte. Humillados y encolerizados por su derrota, deseaban venganza contra Ironforge. Guiando a su gente hacia el sur, Thaurissan fundó una ciudad (que llamó como el mismo) bajo las bellas Montañas Redridge. Prosperidad y el paso de los años no disminuyeron el rencor de los Dark Iron contra sus primos. Thaurissan y su esposa hechicera, Modgud, lanzaron dos prolongados asaltos contra Ironforge y Grim Batol. Los Dark Irons reclamaban Khaz´Modan para ellos solos. El ejército Dark Iron atacó los fuertes de sus primos y estuvieron cerca de tomar ambos reinos. Sin embargo, Madoran Bronzebearb lideró a su clan a la decisiva victoria sobre el ejército de brujos de Thaurissan. Este y sus sirvientes se retiraron a la seguridad de la ciudad, sin conocer la suerte del ejército de Modgud contra Khardros y sus guerreros Wildhammer. Conforme enfrentaba a sus enemigos, Modgud usaba sus poderes para sumir en miedo sus corazones. Las Sombras se movían a su mandato, y criaturas tenebrosas brotaban de la tierra para atacar a los Wildhammers en sus propios salones de Grim Batol. Eventualmente Modgud rompió las puertas de la ciudad y empezó el asedio del fuerte principal. Los Wildhammers pelearon desesperadamente, Khardros mismo tomó sus mazas y mató a la reina-bruja. Con su reina muerta, los Dark Irons sufrieron la furia de los Wildhammers, huyeron hacia la fortaleza de su rey, solamente

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para toparse con los ejércitos de Ironforge, que habían acudido en ayuda de Grim Batol. Atrapados entre los dos ejércitos, los últimos Dark Iron fueron destruidos. Los ejércitos unificados de Ironforge y Grim Batol se dirigieron al sur para destruir a Thaurissan y sus Dark Irons de una vez por todas. Este, desesperado en su furia, invocó un hechizo de proporciones cataclísmicas. Tratando de invocar un ser sobrenatural que le asegurara la victoria, Thaurissan convocó antiguos poderes durmientes bajo el mundo. En su estado de shock, y para su perdición, la criatura que emergió no podía ser más terrible que cualquier pesadilla que se pudo imaginar. Ragnaros el Señor del Fuego, el inmortal señor de los fuegos elementales, derrotado por los Titanes cuando el mundo era joven, emergió entre potentes llamaradas. Liberado por el llamado de Thaurissan, Ragnaros erupcionó de nuevo a la superficie. El renacimiento apocalíptico de Ragnaros en Azeroth resquebrajó las Montañas Redridge y creó un furioso e inmenso volcán en el centro de la devastación. El volcán, llamado Blackrock Spire, estaba limitado por la Costa Rugiente al norte, y las Estepas Ardientes al sur. Muerto Thaurissan por las fuerzas que el mismo liberó, sus hermanos sobrevivientes fueron esclavizados por Ragnaros y sus elementales de fuego. Él domina Blackrock Spire hasta el día de hoy. Observando la horrorifica devastación y los fuegos de las montañas del sur, los reyes Madoran y Khardros levantaron sus ejércitos y retornaron a la seguridad de sus reinos, eludiendo dar la cara a la ira de Ragnaros. Los Bronzebeards volvieron a Ironforge y reconstruyeron su gloriosa ciudad. Los Wildhammers retornaron a Grim Batol. Sin embargo, la muerte de Modgud había dejado en un terrible estado el fuerte, y los Wildhammers lo encontraron inhabitable. El Rey Bronzebearb ofreció a los Wildhammers un lugar para vivir dentro de las fronteras de Ironforge, pero los Wildhammers lo rechazaron. Khardros tomó a su pueblo y lo llevó hacia el norte, hacia las tierras de Lordaeron. Ingresando en los frondosos bosques de Hinterland, los Wildhammers construyeron una ciudad en Aerie Peak, donde los Wildhammers estuvieran en contacto con la naturaleza y eventualmente domaron a los grifos del área. Tratando de mantener relaciones de comercio con sus primos, los enanos de Ironforge construyeron dos grandes arcos, los Thandol Span, un puente entre Khaz Modan y Lordaeron. Interesados en el comercio mutuo, ambos reinos prosperaron. Luego de la muerte de los reyes Madoran y Khardros, sus hijos construyeron dos grandes estatuas en honor a sus padres. Las dos estatuas montan guardia sobre el paso de las tierras sureñas, que se volvieron volcánicas por la presencia de Ragnaros. Ellas servirían como advertencia a todo el que quisiera atacar los reinos enanos, y como un recuerdo del precio que los Dark Iron pagaron por sus crímenes Los dos reinos permanecieron aislados por algunos años, pero los Wildhammer cambiaron mucho por los horrores vividos en Grim Batol. Tomaron la decisión de de permanecer en la superficie, sobre las rocas de Aerie Peak, en lugar de cavar un vasto reino bajo la montaña. Las diferencias ideológicas entre ambos reinos enanos eventualmente los condujeron por caminos distintos.

El Último Guardián Según la biblioteca secreata de los Altos Elfos

(45 años antes de la Primera Guerra)

La Guardiana Aegwynn acrecentó sus poderes los años subsiguientes y las fuerzas de Tirisfal extendieron grandemente su vida. Creyendo que había derrotado a Sargeras para bien, continuó salvaguardando al mundo de las fuerzas diabólicas por cerca de novecientos años. Sin embargo, el Concilio de Tirisfal finalmente decretó que su tiempo había llegado a su fin. El Concilio ordenó a Aegwynn volver a Dalaran para que su sucesor fuera escogido. Pero Aegwynn difería del Concilio, y decidió escoger ella misma a su sucesor. Planeó dar a luz un hijo al cual le heredaría todo su poder. No tenía intención de que la Orden de Tirisfal manipulara a su sucesor como la había manipulado a ella. Viajando a la sureña nación de Azeroth, Aegwynn encontró al perfecto padre para su hijo: un astuto mago humano conocido como Nielas Aran. Aran era el mago de la corte del rey de Azeroth. Aegwynn sedujo al mago y concibió de él un hijo. La afinidad natural de Nielas por la magia marcó profundamente al niño no nacido y luego definiría los trágicos pasos que tomaría cuando fuese adulto. El poder de Tirisfal fue heredado al niño, pero este no se manifestaría hasta su madurez. Pasado un tiempo, Aegwynn dio a luz a un hijo varón. Llamándolo Medivh, que significa "guardián de los secretos" en la lengua de los altos elfos, Aegwynn creía que el niño, al llegar a la madurez, sería el próximo Guardián. Desafortunadamente no sabía la terrible verdad de los planes de Sargeras: el maligno espíritu del oscuro Titán se había ocultado en su interior después de su batalla con él, y había poseído al indefenso niño mientras este estaba en el vientre de su madre. Aegwynn no tenía idea que el próximo Guardián estaba realmente poseído por su más grande némesis. Asegurándose que su bebe creciera sano y fuerte, Aegwynn llevó al pequeño Medivh a la corte de Azeroth y lo dejó para que fuese criado por su padre mortal y su pueblo. Ella lo seguiría vigilando desde la sombra, preparándose para cederle su poder cuando estuviera listo. Medivh creció para convertirse en un muchacho fuerte, sin tener idea del gran poder que albergaba su espíritu. Sargeras esperó su momento para manifestar su poder en el joven. Con el tiempo, Medivh llegó a la edad de la adolescencia, y se había convertido en un joven apuesto y popular en Azeroth por la facilidad con que progresaba en los estudios mágicos con su padre, y por las aventuras con sus dos mejores amigos: Llane, príncipe de Azeroth, y Anduin Lothar, uno de los últimos descendientes de la línea sanguínea Arathi. Los tres muchachos constantemente hacían travesuras por todo el reino, pero eran amados por los ciudadanos en general. Cuando Medivh cumplió los 14 años, el poder cósmico dentro de el despertó e inició una lucha terrible con el invasor espíritu de Sargeras, combatiendo por su alma. Medivh entró en un estado catatónico que duró muchos años. Al despertar de su coma, se halló en la madurez, y sus amigos Llane y Anduin se habían convertido en los regentes de Azeroth. Aunque deseaba profundamente utilizar sus increíbles poderes para proteger su tierra, el oscuro espíritu de Sargeras trastornó sus emociones y pensamientos, para llevarlos a un terrible final. Sargeras había dominado el confundido corazón de Medivh, y ahora sus planes de una segunda invasión demoníaca sobre el mundo estaban casi completos. Y el último Guardián del mundo le ayudaría en sus oscuros propósitos.

Capítulo 3: La Perdición de Draenor

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Kil´jaeden y el Pacto de las Sombras Criptoglifos draenei.

Desde la eternidad de las sombras, en el Torbellino del Vacío, Kil´jaeden el Embaucador observa con perversa sonrisa un pequeño mundo que, inocente, flota en el espacio. El astuto demonio está planeando su silenciosa invasión. Una invasión de las conciencias. Kil'jaeden sabe que necesita despertar una nueva fuerza que destruya todo a su paso antes de que la Legión ponga el primer pie sobre el mundo. Igual que cientos de mundos antes, Draenor sería el siguiente objetivo de la Legión. Si las razas mortales se veían obligadas a combatir en una nueva guerra, deberían estar lo suficientemente débiles como para resistir cuando la verdadera invasión iniciara. Kil´jaeden había descubierto el pacífico mundo de Draenor, en la gran inmensidad de la oscuridad más allá. A diferencia de los violentos métodos de Archimonde y Mannoroth, Kil’jaeden era más sagaz y astuto, y prefería lograr la conquista de los mundos mediante el engaño. Su método era sencillo: descubrir las ambiciones y bajos instintos de sus víctimas, e inflamarlos para su beneficio. Draenor estaba habitado por varias razas tan distintas como impresionantes. Los draenei, una raza pacífica, habían desarrollado una civilización culturalmente más adelantada que el resto, con el descubrimiento de la agricultura y los rituales mortuorios. La otra raza, los orcos, creían firmemente en los principios elementales de la naturaleza, y su cultura se basaba en las enseñanzas del chamanismo, la cual prodigaba la comunión estrecha con los espíritus de la naturaleza. Los orcos estaban organizados en clanes, dirigidos por un jefe, que no es otro que el más fuerte de todos los guerreros, y un chamán, quien desde su juventud ha sido entrenado y educado por un maestro. Sus costumbres básicamente se basaban en la cacería y tenían un amplio sentido del honor. De las dos razas, Kil'jaeden escogió a los fuertes guerreros orcos porque sus espíritus simplemente eran más susceptibles al mal y la corrupción, y porque su biotipo favorecía la brutalidad de la guerra. Dicen las historias, no podemos a ciencia cierta saberlo, que el demonio habló al alma de un viejo chamán orco, llamado Ner’zhul, y le prometió la eternidad y amplios poderes más allá de su imaginación. Ambos hicieron un pacto de sangre. Bajo la dirección del astuto chamán, el demonio inflamaría la guerra en el corazón de los clanes orcos. Con el tiempo, la espiritual raza fue transformada en un pueblo sediento de sangre. Se construyeron arenas para gladiadores, y los orcos comenzaron a cazar a los draenei como si fueran animales. Solamente unos pocos draenei, bajo el mando de uno de sus chamanes, Akama, habían logrado sobrevivir dentro de algunas cuevas. Entonces, Kil'jaeden urgió a Ner'zhul y a su pueblo de tomar el ultimo paso: entregarse enteramente a la muerte y la guerra. Pero el viejo chamán, sintiendo que su gente sería esclavizada para siempre, resistió las órdenes del demonio. Frustrado por la resistencia de Ner'zhul, Kil'jaeden decidió buscar otro orco que llevara a su pueblo a las manos de la Legión. El persistente demonio finalmente encontró el discípulo ideal en el ambicioso aprendiz de Ner´zhul, Gul’dan. Kil'jaeden prometió a Gul'dan poder ilimitado si le era obediente. El joven orco, sediento de poder, se convirtió en un bravo estudiante de la magia diabólica, y se transformó en el más poderoso brujo conocido en la historia. Guiando a otros jóvenes orcos a olvidar las tradiciones chamanísticas y abrazar las artes mágicas, Gul´dan les mostró una nuevo tipo de magia a sus hermanos, un terrible poder que los llevaría a la perdición: la brujería y la nigromancia. Kil'jaeden, viendo que su trampa sobre los orcos había funcionado, ayudó a Gul'dan a fundar el Concejo de las Sombras, una secta secreta que manipulaba a los clanes y extendería el uso de la brujería en todo Draenor. Mientras más orcos practicaban las artes mágicas de los brujos, los gentiles campos de Draenor se volvieron negros e infestados. Con el tiempo, las vastas praderas de que fueron hogar de los orcos por generaciones, se convirtieron en barro y aceite. Las energías demoníacas lentamente habían matado al pequeño mundo.

Apogeo de la Horda.

Las historias de batallas y victorias siempre son recordadas, y en el pasado, se han levantado líderes que con cada asalto documentan el pasado. A pesar de ser líderes en guerra, estos jefes han demostrado poca acción con las palabras escritas. “Thok contar interesante historia. Ellos hicieron caer mi, pero mi bien. Mi encontrar muchas cosas buenas para comer. Nosotros encontrar villa. Nosotros matarlos y comer su comida. Thok detenerse ahora. Cabeza duele de escribir”. El hecho es que yo soy mitad orca, con linaje humano, lo que combinado con las habilidades y las enseñanzas que he adquirido durante mis viajes, me ha permitido adquirir este elevado puesto. Como jefe de intérpretes del Concejo de las Sombras, el deber de preservar los acontecimientos de nuestra conquista de este mundo y la eventual cruzada en la nueva tierra, ha caído sobre mis hombros. Yo, Garona, les escribo esta historia…

Nuestras reglas de vida son sencillas: solamente el más fuerte sobrevive. Una decisiva victoria en batalla eleva al comandante y a sus guerreros a un lugar de honor y control. Pero mientras más alta la distinción, más dura la caída. Nuestro destino concerniente a la dominación sobre estas tierras ha sido ampliamente predicho por los místicos de los clanes por cientos de años. Muchas eras han pasado bajo el asalto de nuestras fuerzas, causando dolor y oscuridad a nuestro paso. Escondiéndonos en bosques o entre las rocas que miran al mar, nuestros ejércitos han destruido la patética resistencia que nuestros enemigos pueden ofrecer. Sus tropas mueren con cada asalto y cubren los campos, porque nosotros no tomamos prisioneros. Usando los poderes de nuestros brujos y nigromantes, ni siquiera el más poderoso de nuestros rivales puede permanecer de pie ante nuestro asalto. Uno por uno nuestros enemigos caen, y nosotros somos más fuertes con cada victoria. Con el tiempo, subyugando a todo el que se oponga a nuestro poder, y esclavizando a las razas más débiles para usarlas a nuestro placer, conquistamos a la naturaleza y las criaturas, para alcanzar el pináculo de nuestro apogeo. Sin embargo, los orcos se volvían cada vez más agresivos bajo nuestro secreto control. Se construyeron masivas arenas donde saciaban sus deseos guerreros en ensayos de combate a muerte. Durante este periodo, unos pocos jefes de clanes hablaron en contra de la creciente depravación de su raza. Uno de estos jefes, Durotan del Clan de los Lobos de Hielo, advirtió que los orcos se destruirían a si mismos en una orgía de odio y furia. Sus palabras cayeron en oídos sordos, y jefes más fuertes como Grom Hellscream del Clan Warsong se elevaron como campeones de una nueva era de guerra y dominio. Pero las décadas de constantes luchas entre los clanes han servido para dividir nuestra raza contra nosotros mismos. Algunas facciones luchan por el dominio de los clanes. Sus insulsos argumentos se han vuelto un conflicto armado, y han tornado a los clanes en una guerra

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interna por la necesidad de destrucción que consume nuestra sangre. Si no existían tierras que tomar a los enemigos, entonces tomábamos las de nuestros hermanos. El único clan que ignoró estos juegos de poder fueron los brujos. Recluidos en sus torres, ellos decían que un peligro estaba presente. Aunque a los nigromantes complacían estas batallas fraticidas que poblaban la tierra y el inframundo con ríos de sangre, los brujos temían que ningún orco lograra sobrevivir. Ellos se ocupaban de mantener el delicado balance que mantenía el control de sus poderes y se dedicaban a trabajar en su magia. Para mantener este equilibrio, las hordas orcas necesitarían de nuevas batallas contra un enemigo común. Fue durante este breve periodo en que tuvimos noticia de la existencia de una pequeña hendidura interdimensional. Muchos años han pasado los brujos estudiando estos misterios. Son incontables los numerosos ensayos y pruebas para llegar a la conclusión de que este fenómeno puede funcionar como un portal si logra ser dominado. Los brujos orcos empezaron a experimentar en él, haciéndolo cada vez más estable. Eventualmente, fueron hábiles de crear un pequeño portal, suficientemente grande como para enviar a uno de sus clanes del otro lado. Las historias con que estos sujetos regresaron nos tenían casi convencidos de que la experiencia que habían dejado atrás los había enloquecido, pero las extrañas y desconocidas plantas que trajeron era evidencia segura de sus palabras. Esto motivó a la secta a convocar a los líderes más poderes de los divididos clanes y proponerles un cese de la guerra por un año. Al final de este tiempo, la secta les prometió el chance de reunirse para atacar un nuevo mundo. Al cabo de tres meses, se envió un pequeño destacamento de tropas sobre el nuevo mundo. Un círculo azul de energía, de la altura de dos orcos y medio, dibujado delicadamente sobre una colina, fue del agrado de los jefes de los clanes. Siete guerreros entraron en el portal y volvieron con reportes detallados de las tierras y las criaturas que encontraron del otro lado. Conforme los brujos empezaron sus encantamientos para agrandar el portal, un sonido empezó – lentamente al principio - a escucharse como el aullido de un lobo negro durante una noche de una luna sangrienta. Cuando el sonido era casi insoportable, los guerreros se colocaron sobre el círculo, ahora vivo con miles de colores brillando en una danza cósmica… El saqueo de la villa fue muy simple, es más difícil narrarlo. Un grupo de extraños e indefensos edificios fue el primer signo de que una verdadera oposición no sería encontrada. El cielo es luminoso y el sol de este mundo se eleva sobre las colinas. Es un disco amarillo luminoso dos veces más brillante que el nuestro, y hace los días extremadamente calientes. Ser una pequeña rata debe ser mucho más que pertenecer a la raza que domina este mundo. Pequeños, rosados y con músculos flácidos son estas criaturas. Los guerreros discuten entre ellos que, si estos son los defensores de este mundo, la victoria era solamente cosa de momentos. Saliendo de sus escondites, atacaron la villa y asesinaron todo lo que encontraron a su paso. Los machos ofrecieron alguna resistencia, pero las mujeres y los niños fueron fáciles de matar. Sus casas tenían pocas cosas de valor, pero estaban repletas de grano fresco, y además mostraron ser excelentes para dar de comer a las antorchas. Este nuevo mundo, vasto y extenso, con débiles protectores, probó ser una joya para adherir a la corona de los orcos. Con el tiempo, hemos aprendido mucho de este nuevo dominio, y de quienes los habitan. Aunque son difíciles de entender en muchas formas, ellos han probado tener algunas similitudes con nosotros. Un golpe fuerte en la cabeza resulta en muerte. Sin comida se extinguen. El dolor les afecta en la misma forma que a nuestros enemigos, y ha demostrado ser efectivo para obtener información. El nombre de este lugar es Azeroth, y sus habitantes son llamados “humanos”. Con el tiempo, más y más guerreros han cruzado el portal hacia Azeroth. Algunos han llamado a tomar el castillo cercano a la villa que destruimos, pero la presencia de unos seres de piel plateada y metálica llamados “caballeros” ha demostrado tener mayor resistencia a nuestros asaltos. Muchos han llamado a cerrar el portal, mientras que otras facciones pugnaban por hacer un ataque contra los humanos con todas nuestras fuerzas. Los clanes orcos estaban listos, pero se necesitaba una última prueba de lealtad ante nuestros oscuros amos. En secreto, el Concejo de las Sombras invocó a Mannoroth el Destructor, un poderoso demonio que encarna la destrucción y la ira. Nuestro gran líder brujo, Gul´dan, llamó a los jefes de los clanes y los convenció de beber la ira de la sangre de Mannoroth, con lo que se volverían invencibles. Liderados por Grom Hellscream, todos los jefes, excepto Durotan, bebieron y se convirtieron en esclavos de la Legión Ardiente. Con el poder de la ira de Mannoroth, los jefes extendieron su subyugación a sus hermanos. Han pasado 15 años desde que esta costosa decisión alteró el curso de nuestro destino. Consumidos por la maldición de su nueva sed de sangre, los orcos descargaron su furia contra todos los que se interpusieron en su camino. Sintiendo que su tiempo estaba cerca, Gul´dan unió a los clanes guerreros en una simple e imparable HORDA. Sin embargo, era conocido que varios jefes lucharían por la supremacía. Dentro de este caos, surgió un orco que con astucia se ha atraído algunos seguidores. Con carismáticas manipulaciones y el uso de palabras adecuadas ha hecho su voz más fuerte conforme el tiempo pasa. Después de deshacerse de sus oponentes, pocos pueden ofrecer oposición a sus planes, y la ley del Señor de la Guerra Blackhand el Destructor, líder del clan Blackrock, cayó sobre nuestra gente. Su crueldad y dominio en la batalla es solo superado por sus ansias de poder. Ha estudiado que los principios por los que se rigen las estrategias de los ejércitos humanos pueden ser derrotados. La culminación de sus planes envuelve la unificación de todos los clanes y ejércitos orcos, brujos y nigromantes en la eventual destrucción de la raza humana. La Horda está lista. Los orcos serán el gran arma de la Legión Ardiente. La Edad del Caos había llegado finalmente.

El Consejo de las Sombras

Como una fuerza elemental del caos y de la destrucción atravesamos como rayos las tierras de los Draenei devastando todo lo que nos encontrábamos al paso. No perdonamos una sola vida. Ningún edificio quedó en pie. Las únicas muestras de su existencia eran los campos empapados en sangre en que habían trabajado durante casi cinco mil años y el olor rancio y acre de las enormes hogueras victoriosas que acabaron con esos cuerpos jóvenes. Los Draenei eran tan débiles, que apenas merecían el esfuerzo de nuestra batida. Pero, en el fondo, incluso victorias tan simples como ésta sirven para poner en su sitio a los inferiores… Siempre ha sido así entre los de mi clase. Los poderosos pueden manipular fácilmente los instintos salvajes y brutales de las masas. El poder es la verdadera fuerza que dirige la gran máquina destructiva de la Horda. Aquellos que se creen en posesión de esta fuerza rodean a sus clanes con estandartes de violencia. Aunque sin un enemigo común, incluso los líderes de los clanes orcos se vuelven ciegamente unos contra otros. El hambre de destrucción prevalece entre los locos que dirigen la Horda; el poder y sólo el poder es lo único que se respeta sobre todas las cosas. Yo soy Gul’dan, el más grande de todos los brujos e iniciado en el séptimo círculo del Concejo Interior de las Sombras. Nadie conoce como yo la oscura fascinación del poder definitivo.

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En lo que se supone mi juventud, estudié las magias orcas con el chamán tribal de mi clan. Mi talento natural para encauzar las energías negativas y frías de la infla-dimensión oscura me situó de forma notable por delante del otros aprendices y sé que incluso Ner’zhul, el más grande de mis maestros, sintió celos de mí cuando mis habilidades crecieron. Mis aspiraciones fueron creciendo por encima de las de mis semejantes y maestros, ya que sabía que su visión estaba limitada por su devoción al avance de la Horda. A mi no me importaba en absoluto ni la Horda ni sus insignificantes dirigentes. No me importaba lo más mínimo este mundo que dominábamos por completo. Tan sólo tenía en mente la oportunidad de comprender los misterios laberínticos de la Gran oscuridad. Había comenzado a explorar en secreto las energías mucho más allá de lo que cualquiera de mis “tutores” podría comprender jamás. Fue entonces cuando descubrí la existencia de un inmenso poder: el demonio Kil’jaeden Me admiraba su furia sin corazón. Presenciar esta energía tan asombrosa era como ser engullido por un todo. En las fugaces y febriles pesadillas que me provocó, toqué la esencia de lo que había en el Más Allá. Se formó dentro de mí un ansia insondable, el deseo de manejar la furia de las etéreas tormentas y salir ileso del corazón yaciente de los soles. Bajo la tutela de Kil’jaeden, me di cuenta de lo limitado que había sido mi entendimiento. Se me revelaron historias inimaginables de antiguas razas de demonios y dimensiones mágicas esenciales. Comprendí que existían mundos infinitos, dispersos en la oscuridad más allá del cielo, mundos hacia los que dirigiría la Horda como sólo alguien de mi talento podía hacerlo. Aunque permanecí con mi gente en el mundo oscuro y rojo de los Draenei, pronto aprendí a proyectarme hacia las profundidades de la infla-dimensión oscura, volviéndome casi loco por el caos susurrante que contiene. Aunque podía significar mi muerte, me sentía irresistiblemente atraído a continuar con mi estado hasta que finalmente desligado de mi existencia corpórea, comprendí los susurros. Fue entonces cuando hablé por primera vez con los muertos… La devoción a los ancestros ha sido durante mucho tiempo el corazón de la religión orca. Casi toda la Horda creía que nuestros ancestros muertos nos observaban y guiaban desde las profundidades de algún reino perdido del caos. Yo pensaba que esta noción era sólo un producto del ritual y no de la realidad. En el interior de la infla-dimensión oscura descubrí que los espíritus de los muertos permanecían flotando en vientos astrales entre dos mundos. Entendí que vigilaban en silencio y por siempre a los clanes con la esperanza de encontrar algún medio de escape de ese tormento sin vida. Supe entonces que esos espíritus de la muerte podrían ser una herramienta muy útil para aquél que los sometiese a su voluntad.

Los años pasaron. Mi aprendizaje bajo Kil’jaeden me permitió convertirme en un de los brujos más poderosos de los últimos tiempos y era respetado como líder en la Horda, pero como siempre, empezaron a surgir tensiones entre los clanes. La destrucción de los Draenei no dejó nada con que alimentar a la gran bestia de la guerra. Después de siglos de violencia y guerras, habíamos conquistado finalmente todo nuestro mundo. Sin ningún enemigo más que aplastar y sin tierras que conquistar, los clanes cayeron en un estado de total anarquía. Disputas sin importancia entre los clanes terminaron en batallas en campo abierto y a derramamientos de sangre masivos. Aquellos líderes que intentaban asumir la posición de señores eran asesinados por las legiones hambrientas de la despiadada Horda. Supe que era el momento de reclamar el manto de poder que durante tanto tiempo se me había negado. Pronto reuní a los pocos brujos que habían mostrado una chispa de pasión y habían intentado acabar con las insignificantes peleas entre clanes. Les enseñé el significado de la muerte, guiándolos en rituales secretos y enseñándolos a comunicarse con los espíritus de la infla-dimensión oscura. Aquellos que fueron incapaces de canalizar la energía fueron destruidos. Tiempo después se forjó un pacto entre los miembros de nuestro círculo y aquellos espíritus oscuros cuya energía habíamos aprendido a invocar. Utilizaría mi posición entre los brujos para moldear los pensamientos de otros mientras que, cubiertos por un velo de secreto, ellos serían inmunes a los caprichos de las masas sedientas de sangre. Y fue así como se creo el Consejo de la sombra. Pocos meses después, el Consejo de la sombra tenía en sus manos todos los asuntos políticos de importancia dentro de la Horda. No ocurría nada en la Horda de lo que no estuviésemos al tanto y muchos acontecimientos tuvieron lugar por designio nuestro, realizados con tal astucia que ni los líderes de los clanes se daban cuenta de nuestras manipulaciones. Antes de medio año, habíamos asumido casi todo el control de los asuntos internos de la Horda. Pero más allá de nuestras secretas maquinaciones surgía amenazante la silenciosa y ominosa sombra del demonio Kil’jaeden. Con la intención de ampliar nuestros recursos mágicos abrí una escuela de disciplinas mágicas que se conoció como Nigromancia. Comenzamos a entrenar a jóvenes brujos en los misterios arcanos de la vida y la muerte. De nuevo y con el tiempo, bajo la mirada del demonio Kil’jaeden, estos nuevos necrólitas adquirieron, tras indagar en las artes oscuras, el poder para animar y controlar los cuerpos de muertos recientes. Cada victoria, cada éxito, me conducía a un vacío que no podía llenar. Empecé a darme cuenta que el Consejo de la sombra sólo servía para mis propósitos hasta cierto punto y que si quería convertirme en el verdadero heraldo de nuestro destino necesitaría un poder aún mayor.

Los maestros de las fuerzas: Medivh y Blackhand

Las cosas iban bien dentro de la Horda. Aunque el Consejo de la sombra pacificaba los clanes guerreros con la promesa de escapar del mundo de los muertos, sabía que este nuevo orden, como había ocurrido con la guerra contra los Draenei, sólo supondría un breve respiro si no encontrábamos nuevas tierras que conquistar. Mis pensamientos al respecto fueron interrumpidos una noche a altas horas cuando fui sorprendido por unos gritos que venían de la Torre de los brujos. Cuando llegué encontré a muchos aprendices sumidos en un profundo trance, sus rostros estaban desfigurados por máscaras de dolor. Los brujos, a quienes interrogué, sólo pudieron decirme que habían sentido una presencia inexplicable en sus sueños. Regresé a mi fortaleza intrigado profundamente; fuera lo que fuese, lo que había contactado con los brujos no había intentado alcanzarme. Busqué el consejo de Kil’jaeden sobre esta presencia. También él había sido alcanzado por esta energía, una energía que estaba más allá de cualquier experiencia que hubiese experimentado antes. Ya fuese porque la imagen de la fuerza era tan asombrosa que incluso podía asustar a este peligroso demonio o sólo por mi propia aprensión, me adentré sin ningún objetivo en la infla-dimensión oscura durante lo que me pareció una eternidad.

Fue durante este vuelo febril cuando la presencia entró finalmente en contacto conmigo. Irradiaba una energía impensable, pero carecía del frío control que ostentaba Kil’jaeden. Mis sentidos parecían haber dominado el temor que me había rodeado y empecé a razonar y a hacer cálculos. Sabía que si podía adivinar los deseos de esta fuerza, a pesar de su poder, podría utilizarla para mis propios fines. La presencia se presentó como Medivh, un hechicero de un mundo lejano y distante. No nos comunicamos mediante palabras sino mentalmente. Su mente parecía no estar atada a nada, pero sus pensamientos se movían tan rápidamente que era muy difícil aprender nada de él. Sabía que mientras tanto me estaba probando y cada vez conocía mejor a los orcos y nuestra magia. Nunca podría aprender de él lo que él de mí, así que rompí pronto el contacto.

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Busqué el consejo de Kil’jaeden, pero rehusó a contestar a mis preguntas. De alguna forma comprendí que había abandonado a sus discípulos porque estaba asustado del tal Medivh. Empecé a dudar de nuevo de mis habilidades. ¿Podía yo contener a un ser que podía intimidar a mi propio maestro? Seguí aventurándome en el interior de la infla-dimensión oscura durante varias semanas para olvidarme de todos los acontecimientos que me habían hecho dudar de mí. Entonces, una noche, Medivh se me apareció en sueños…

“Me temes porque no puedes comprenderme. Conoce mi mundo y entenderás tu miedo. Entonces no me temerás más”

No tenía poder para resistir lo que vino después:

…enormes páramos… …pantanos oscuros, hirvientes de vida… …campos interminables de hierba esmeralda… …bosques de árboles gigantescos… …tierras agrícolas con ricas cosechas… …pueblos de gente orgullosa y fuerte…

Las imágenes pasaban una tras otra, demasiado rápidas para poder comprenderlas. Y entonces… algo. Una imagen rápida despertó un ansia dentro de mi alma…

…enterrado en las profundidades del océano, en la oscuridad y hecho pedazos, pero respirando aún… …todavía con sangre de la misma tierra corriendo por sus venas… …una antigua energía… …milenaria y terrible…

Me desperté. Y mi conciencia supo que todo el sueño había sido real. Medivh me había mostrado las maravillas de su mundo, sabiendo que la Horda no se quedaría tranquila hasta que ese mundo fuese nuestro… Me reuní con los miembros del Consejo de la sombra para hablar de las visiones que había tenido. Aunque se debatió mucho sobre las verdaderas intenciones de Medivh, informé al Consejo que pronto dispondríamos de una forma de escapar de nuestro mundo. Buscaría la ayuda de Medivh para encontrar una forma de llegar a su mundo y entonces subyugaríamos su raza tal y como habíamos hecho con todas las demás que se habían interpuesto en nuestro camino. Aunque se había aparecido a muchos brujos con esas imágenes de un mundo nuevo y fértil acordamos mantener este enigmático mensaje en secreto. Aquellos brujos que no estaban en el Consejo y que habían tenido las visiones fueron asesinados, ya que si el secreto se hacía público antes de que estuviesen listos los preparativos, la Horda se dividiría. Pasaron semanas sin saber de Medivh. Mis intentos de contactar con él no dieron resultado. Era como si hubiese eliminado todo rastro de sí mismo en la infla-dimensión oscura. Algunos miembros del Consejo abandonaron toda esperanza en el regreso del hechicero.

…Entonces apareció la grieta…

Pasó mucho tiempo antes de que la grieta fuese lo suficientemente grande como para enviar un gran número de orcos. Los primeros exploradores regresaron casi locos por completo por lo que habían visto. Estos primeros fracasos no nos detuvieron, y tras posteriores expediciones quedó confirmado que el mundo que se abría tras la grieta era similar al retratado en nuestras visiones. Combinando los poderes de los brujos de los clanes con los del Consejo de la sombra conseguimos ampliar la misteriosa grieta hasta crear un portal. Enviamos a numerosos orcos a esa tierra desconocida a través del portal y se construyó rápidamente un puesto fronterizo al otro lado. Se encomendó a los exploradores orcos que inspeccionaran los alrededores. Los agentes del Consejo de la sombra informaron que los habitantes de ese mundo se llamaban humanos y que sus tierras se conocían por Azeroth. Descubrimos que esos humanos eran una raza débil que cultivaban las tierras y vivían pacíficamente. Temí que no fueran un desafío mayor que los Draenei, y que no aplacaran el hambre de la máquina de guerra orca por mucho tiempo. Los líderes de los clanes, fueron dominados rápidamente por su ansia de sangre y guerra y estuvieron de acuerdo en que había llegado la hora de dejar este mundo agonizante y reclamar los dominios de Azeroth. Mientras el Consejo de la sombra vigilaba de cerca los trabajos de la Horda, las masas veían a los líderes de sus clanes como grandes comandantes. Entre ellos sobresalían dos, respetados y temidos todos los clanes, Cho’gall, ogro del clan Twilight Hammer y miembro del Concejo de las Sombras, y Kilrogg Ojo Tuerto, del clan del Bleeding Hollow. Se esperaba que estos poderosos líderes dirigieran a la Horda a una rápida y salvaje victoria sobre los humanos. Así, mientras la Horda se trasladaba a Azeroth a través de la grieta, Cho’gall y Kilrogg comenzaron a planear su estrategia contra la fortaleza humana de Stormwind. El ataque a Stormwind fue catastrófico. Nuestro ejército, que no esperaba encontrarse mucha resistencia, atacó precipitadamente la fortaleza enemiga. Sorprendentemente, los soldados humanos mantuvieron a raya a nuestras fuerzas. Entonces sus indisciplinados guerreros montaron vigorosas bestias arrasando a nuestras tropas y forzándolas a retroceder hasta las ciénagas que había junto al puesto fronterizo, donde estaba el portal; sólo invocando un manto de niebla de la sombra fueron capaces de escapar. Esta decisiva y humillante derrota sembró el caos en la Horda. Cho’gall y Kilrogg se culpaban el uno al otro y los orcos se dividieron rápidamente en dos bandos, cada uno apoyando a un líder. El Consejo de la sombra buscó desesperadamente un remedio a la violencia que iba a desatarse, pero la inestable naturaleza de los orcos hizo difícil apelar a la razón o a la sabiduría. Me di cuenta de que la Horda necesitaba un líder fuerte que pudiera unificar los clanes bajo su control y mantenerlos a raya. Fue entonces cuando oí hablar por primera vez de Blackhand el Destructor… Blackhand, líder del joven clan de los Blackrock y guerrero del ejército de Sythegore, era respetado por la mayoría de los orcos de la Horda y más importante aún, era extremadamente codicioso, por lo que se le podía sobornar fácilmente. Con la ayuda del Consejo de la sombra puse al ávido Blackhand en el trono como Señor de la Guerra, y hay que reconocer que fue un dictador despiadado que supo ganarse el respeto y el temor de sus guerreros. Mientras la Horda se recobraba bajo su mando y los demás líderes consentían ser controlados por él, era yo el que dirigía todo

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sobornando y chantajeando a Blackhand. Con la ascensión de Blackhand a Señor de la Guerra, el orden se restauró en la Horda y el semblante de Medivh me visitó de nuevo. Parecía controlar mejor sus poderes, pero no su mente. Medivh me ofreció toda clase de tesoros y baratijas para que la Horda destruyera el reino de Azeroth y le convirtiese en jefe de los habitantes que sobreviviesen. Le aseguré que su mundo sería nuestro en cuanto quisiésemos y que no tenía nada que pudiese inducir a la Horda a seguir sus indicaciones. Con una mueca de desprecio en su rostro me mostró la imagen de una antigua tumba en la que estaba grabado el nombre del Señor de los infiernos, Sargeras. ¡La tumba de Sargeras! ¡El Señor de los infiernos que había instruido a mi propio mentor, Kil’jaeden, estaba encerrado es ese minúsculo y patético mundo! El destino me había elegido a mí y había puesto una mano sobre mi hombro. Kil’jaeden me había dicho que esa tumba perdida contenía el poder absoluto, el suficiente para que el que pudiese controlarlo se convirtiese en un semidiós. Medivh me prometió que me daría la localización de la tumba si la Horda destruía a sus enemigos… Y empezó la guerra contra el reino de Azeroth.

La primera guerra de la ascensión de los orcos

Nos quedamos con las tierras de Azeroth y arrasamos a todos los humanos con los que nos encontramos. Mi asesina privada, la medio orca Garona, ejecutó al rey Llane, líder de Azeroth, y me trajo su corazón. Aunque la horda dominaba Azeroth y a los patéticos gusanos que lo defendían, mis planes se encontraron con grandes impedimentos. Un pequeño grupo de guerreros humanos había irrumpido en la torre de Medivh y entablado combate abierto con el loco hechicero. Mientras su cuerpo estaba siendo atravesado y despedazado por las espadas de Azeroth, Medivh empezó a transmitir ondas traumáticas por el plano astral que hicieron añicos con facilidad mis formidables defensas. Intenté llegar a la mente del hechicero y robarle la localización de la tumba, pero no pude hacerme con ella. Medivh fue asesinado por los habitantes de Azeroth en ese momento y, al estar dentro de su mente en el instante de su muerte temporal, sufrí una sacudida psíquica y entré en estado catatónico.

Dormí durante semanas como si estuviese muerto, celosamente protegido por mis brujos fieles. Cuando finalmente me levanté, me informaron de los cambios que habían tenido lugar en las altas esferas de la Horda. Blackhand había sido asesinado. Sin mis magias y mi consejo para ayudarle, Blackhand cayó preso de un ataque sorpresa organizado por uno de sus generales más poderosos y de su mayor confianza, Orgrim Doomhammer. Orgrim consolidó rápidamente su poder dentro de la Horda, justificando el asesinato de Blackhand con falsos testimonios que le ayudaron a afirmar la incompetencia del Destructor como Señor de la Guerra.

Parecía que los designios del destino me habían asestado un duro golpe. Orgrim se propuso destapar las maquinaciones internas de la Horda, sin dejar piedra sin remover. Con el tiempo, sus espías capturaron a mi sirviente Garona y tras una intensa tortura, reveló agónica la existencia y localización del Consejo de la sombra. Resultó ser más débil de lo que esperaba.

Al sospechar que el Consejo de la sombra era una amenaza para el control de la Horda, Doomhammer dirigió a sus jinetes de lobos en un ataque sorpresa contra mi fortín cerca de las ruinas de la fortaleza de Stormwind. El asalto de Orgrim nos cogió desprevenidos, por lo que mantuvimos alejada a la Horda sólo hasta que duró la magia. Como no teníamos tiempo de reponer o completar las energías, caímos ante la furia de Orgrim, que se alzó victorioso. Los supervivientes fueron tachados de traidores a la Horda y las ejecuciones públicas debilitaron mucho mi posición, fortaleciendo la suya…

Me llevaron ante Orgrim y me interrogaron largamente sobre mi participación en el Consejo de la sombra. Como estaba muy debilitado por la sacudida de la muerte de Medivh y por las energías que había gastado durante la batalla, me di cuenta de que no podía ni amenazar ni dañar al Señor de la Guerra. Orgrim me dejó claro que la Horda estaba bajo su control y que él no era tan fácil de dominar como su antecesor. El brillo en sus ojos y el acero de su cinto me revelaron sus intenciones, pero no podía derrotarme tan fácilmente. Mientras levantaba su mano le recordé que con la muerte de los brujos yo era el último hechicero verdadero dentro de la Horda. Orgrim, imprudente tras la victoria, pensó que tal vez podía serle útil y accedió a dejarme con vida, debido a su magnánima gracia. Me prometí en silencio que un día se llevaría esas palabras a la tumba.

Aunque sus sospechas hacia mí nunca desaparecieron del todo, logré convencerle de que los guerreros estaban intentando unirse a los hijos de Blackhand con la idea de revelarse contra él. Aunque esto era falso, Orgrim ya sospechaba de Rend y Maim, así que desmanteló a los jinetes de lobos, enviándolos a diversas secciones de las fuerzas orcas. Para demostrarle mi “lealtad” hacia Orgrim y la Horda, le prometí crear una hueste de jinetes inmortales que le fueran completamente leales. Aunque Doomhammer no confiaba del todo en mí, la idea lo atrajo lo suficiente y me permitió recluirme para crear la nueva legión.

Incluso con la ayuda de mis nigromantes, fracasé repetidamente en el intento de conseguir esa fuerza inmortal. Fallos y debilidades fueron todo lo que esos subordinados podían ofrecerme hasta que sentí que, aunque sus espíritus eran poderosos, su carne era débil. Los convoqué en una gran construcción de madera de hierro y raíces negras donde mediante magia negra me apoderé de las vidas de cada uno de ellos. En el sangriento despertar de sus ejecuciones, los nigromantes fueron mi creación perfecta de sirvientes inmortales.

Utilizando los pocos recursos que aún controlaba dentro de la Horda conseguí muchos de los cuerpos de los caballeros de Azeroth que llevaban ya tiempo muertos. En estas formas retorcidas y decadentes instalé la esencia de los miembros más poderosos del Consejo de la sombra, que estaban deseando regresar al plano mortal para causar estragos y desatar el terror una vez más. Proporcioné a cada uno de los jinetes oscuros una vara enjoyada para que pudieran concentrar mejor los poderes infraterrenales que esgrimirían. En el interior de esas joyas anidaban la magia esencial y la nigromancia de los nigromantes recientemente asesinados. Así nacieron los Caballeros de la muerte.

Orgrim Doomhammer estaba complacido con esos Caballeros de la muerte, ya que aunque los espíritus del Consejo de la sombra me eran leales

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fingieron aliarse con el Señor de la Guerra. Orgrim estaba muy satisfecho con el resultado y me permitió continuar con mis propios asuntos.

Seré paciente y esperaré el momento oportuno, pretenderé ser un siervo fiel hasta que llegue la hora de enseñarle a ese presuntuoso y alborotador advenedizo quién es el más grande de los dos. Mi intención de descubrir la Tumba de Sargeras sigue en pie. Me he reunido con el clan de los Stormreaver para que me apoyen cuando llegue la hora de que Orgrim pague por sus insolentes crímenes contra mí…

Ese día está cerca y Doomhammer no sabe qué clase de terrores le aguardan,

…pues yo soy Gul’dan…

Soy la Oscuridad encarnada...

No seré repudiado.

Capítulo 4: Alianza y Horda

Crónicas de la Guerra en Azeroth

Yo soy Sir Anduin Lothar, hombre de armas de la Hermandad de los Caballos, y guerrero al servicio del Rey. Siento la necesidad de informarte acerca de los eventos que en este tiempo determinan este conflicto. La historia de nuestra batalla contra los orcos inicia cerca de cuarenta años en el pasado. Debo decirte que lo que vas a escuchar al principio te parecerá incomprensible, por la incomprensión misma de la naturaleza de nuestro enemigo. Como estudiante de la historia y de la guerra, lo único que sé es que entender nuestro pasado es determinante para tomar las decisiones de nuestro futuro.

559 Todo ha sido pacífico por muchas generaciones, y el reinado de Wrynn III es fuerte y próspero. Las constantes revueltas y luchas por el trono que han caracterizado a reyes anteriores no tienen lugar en la corte de Wrynn. El niño mago Medivh ha nacido de la unión del Conjurador de la Corte y una misteriosa viajera. Después de que el niño nació, la mujer desapareció, y el bebé ha sido admitido en la corte como hijo del reino.

564 El niño príncipe Llane ha nacido del Rey Wrynn y Lady Varia. Él es el primero y único hijo de ambos, pero su nacimiento permitirá la continuación de su línea real. Es un gran día para el reino, que se ha celebrado con fiestas y torneos. El Rey Wrynn ha declarado el día festivo para celebrase durante todo su reinado y para marcar la ocasión, le ha dado a cada ciudadano de Azeroth oro sobre su salario.

571 La celebración de la Edad de la Ascensión desde la niñez a la adultez es uno de los mayores acontecimientos de padres e hijos. A Medivh le ha llegado al momento en que se le dé el título de Aprendiz de Conjurador de la Corte. Al acercarse la celebración, el muchacho ha presentado problemas para dormir porque oscuros sueños y figuras aparecen en lo más profundo de sus sueños. Sudando frío, Medivh camina hacia la recámara de su padre. En el momento en que el Conjurador toca su frente buscando la fiebre, un ardiente fuego ha brotado de los ojos del niño. Este haz de luz ha sido observado en la lejana Abadía de Northshire, y un centenar de clérigos ha arribado al castillo. Solamente sus habilidades combinadas con los poderes del Conjurador pudieron contener a Medivh. Como estos poderes son demasiado elevados para él, el muchacho grita en un terrible dolor por las energías que son canalizadas a través suyo. Las horas pasan, quizás incluso días, durante los cuales han luchado para derrotar la furia. Entonces, tan simple como soplar una vela, padre e hijo caen sobre el suelo. El Conjurador yace muerto, drenada su vida, y Medivh ha caído en un profundo sueño – su corazón apenas late, y solamente un leve suspiro escapa de sus labios. Luego de una larga discusión, el Rey y el Abad de Northshire han decidido llevarlo a la Abadía, para seguridad de niño y reino.

577 Llane ha llegado a su Edad de la Ascensión, y el título completo de Príncipe de Azeroth ha sido investido en él. En su ceremonia, decenas de miles de devotos le han deseado soporte y larga vida. Durante la noche con su familia, y cerca del crono, un viento helado ha comenzado a soplar en el aire. Una gentil brisa al principio, crece luego en intensidad, hasta que las puertas del gran salón se han arrancado de sus bases. Tan pronto ha cesado el viento, una figura ha entrado, semejante a un gran cuervo. Las antorchas del gran salón se han reencendido con un halo azul y la figura de Medivh ha sido revelada. Como el se ha colocado en frente de la mesa del Rey, los guardas le han cerrado el paso. Un simple movimiento de su mano los ha detenido, congelados en sus puestos. El hechicero, hecho ahora un hombre, explica que sus años de sueño han finalizado. Los años de constantes oraciones de los clérigos de la Abadía de Northshire le han permitido tener control de sus poderes. Cuando su espíritu y su cuerpo estuvieron a tono, ha despertado, y ha salido hacia la Fortaleza de Stormwind. Medivh explica que ha venido a reparar el daño que le hizo a la corte y ha aprovechado la ocasión de la ceremonia de Ascensión del Príncipe Llane. De una bolsa que cuelga de su cinturón, ha sacado un cristal de obsidiana, con arenas blancas como la nieve. El joven príncipe lo ha mirado de cerca, pero las arenas se encuentran en constante flujo y nunca se acaban. Medivh clama que estas arenas representan al reino, y tanto tiempo como las arenas nunca se acaben, el reino del Rey Wrynn nunca caerá.

583 Seis años han pasado, y la tierra lentamente se ha secado. Los cultivos han muerto en los ricos suelos del reino. Los niños enferman y nunca se recuperan totalmente. Incluso los corazones de las personas de Azeroth se han vuelto oscuros. El invierno ha sido inexplicablemente más frío y más largo, y el sol del verano crea sequías en la tierra y los días son más oscuros de lo usual. Ningún clérigo o mago ha podido explicar cuál ha sido la causa de estos cambios. Más y más personas se sienten descorazonadas, y donde antes había optimismo, ahora solo hay incertidumbre.

Durante una oscura mañana, el Príncipe Llane acude al lado de su padre, cargando el cristal de las arenas. Durante la noche, las arenas han corrido

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hacia abajo, y están casi vacías. El Rey Wrynn toma el cristal entre sus manos. Tan pronto como las últimas arenas caen sobre la base del cristal, un sonido estrepitoso rompe las puertas de la ciudadela de Stormwind. Repentinamente, los salones se han llenado de criaturas horribles. Groseramente deformadas, un cruel reflejo de la humanidad, se lanzan sobre los guardias del Rey y los aniquilan. El rey Wrynn, Llane y lady Varia son escoltados por unos caballeros hacia la Abadía de Northshire, prometiendo que las agresivas bestias serán destruidas. Este día no ha llegado aún.

584 A la edad de veinte años, Llane ha sido pronunciado rey de Azeroth. Su misión es clara – raer de la tierra a estas criaturas. Los pocos que han sobrevivido a la batalla se refieren a si mismos como orcos. Cuando son interrogados, prefieren la muerte a dar información. Son crueles, sádicos y viles – no hacen distinción entre soldado o niño, guerrero o mujer. Matan a cualquiera que encuentran sin derecho a súplica. Los pocos humanos que no han muerto por la espada orca son tomados como esclavos y llevados al este, donde los orcos han hecho sus campamentos. Qué hacen con estas personas es aún desconocido, pero lo cierto es que ninguno ha vuelto.

593 Cerca de diez años de escaramuzas y luchas a lo largo de las fronteras ha tenido que resistir el pueblo de Azeroth, pero las hordas orcas siempre han sido rechazadas hacia los pantanos. El rey Llane ha descubierto que los orcos, además de increíblemente fuertes y viciosos, no están bien entrenados en combate, y siempre atacan desorganizados. Esta puede ser la llave para derrotarles, y es una debilidad que piensa utilizar en el futuro. El misterio al que ningún clérigo o mago ha podido encontrar respuesta es el origen de estas criaturas.

En el décimo año de su reinado, el rey Llane recibe la visita de una viajera misteriosa. Ella ha venido a advertir al Rey que la gran batalla contra su némesis esta cercana. También le dice que la unión entre el Conjurador del Rey y ella tenía la intención de crear un niño al cual ella pudiera transmitir sus conocimientos y poderes para bien. Pero no contaba con que fuerzas de otros mundos tratarían de dominar al niño. Ahora ha descubierto que los poderes que corren por sus venas han enloquecido a su hijo. Estos poderes han aumentado tanto que ni ella misma ha podido derrotarlo. La viajera también informa al Rey Llane que Medivh fue el responsable de la llegada de los orcos a Azeroth. Cuando niño, durante la batalla con su padre, había abierto un portal a un lugar al que los orcos, y muchas otras criaturas, llamaban hogar. Los orcos son discípulos del caos, y ni siquiera Medivh tiene control sobre ellos. Asimismo, la viajera advierte al rey que con el tiempo, Azeroth se verá obligado a luchar contra él y si no logran derrotarlo, ciertamente el mundo sufrirá.

Rumores de guerra llegan desde los pantanos. Los ataques sobre nuestros asentamientos, al principio pobremente ejecutados, ahora se han vuelto más organizados. El rey se ha visto en la necesidad de enviar soldados y arqueros a proteger los asentamientos de la Frontera. Rumores del advenimiento de un gran Señor de la Guerra Orco se han expandido por la tierra. Este se ha mostrado como un gran líder y ha unido a los orcos bajo un solo estandarte. Los espías y scouts del rey Llane lo han descrito como astuto y sanguinario. Esta temible criatura tiene por nombre Blackhand el Destructor y su control sobre la Horda orca se ha convertido en una maldición para Azeroth. El rey ha ordenado enlistar nuevos reclutas y entrenarlos en los rudimentos del combate, porque ha llegado el tiempo en que el pueblo de Azeroth deba prepararse para la guerra.

Una Breve Historia sobre la Caída de Azeroth Primera Guerra (narrada por la Matriarca de Tirisfal)

Mi nombre es Magna Aegwynn y por cerca de mil años he resguardado los reinos de este mundo y me he encargado de salvaguardar los pueblos de esta tierra contra los etéreos poderes de la Gran Oscuridad del Más Allá. He visto poderosos reinos levantarse y caer. He conocido las conspiraciones de la alta nobleza y los plebeyos para definir el destino de la humanidad.

Es solo recientemente que he tenido, con gran dolor, que involucrarme directamente en los asuntos de los hombres. Por incontables edades he tenido el cargo de mi Orden para servir y proteger a los hombres mortales de los misterios de la Gran Oscuridad, y de los palpables y reales maldades de los reinos del más allá. Para luchar contra las fuerzas de la Dimensión de la Nada he recibido considerables poderes y longevidad que rivalizan incluso con los de los ancestrales Elfos. Por estos poderes también recibí un severo mandato – El Guardián no debe interferir con las trivialidades de los hombres hasta que llegue el tiempo en que se escoja a su sucesor y el manto de los guardianes pase a otro.

Mas yo, Aegwyn, última Guardiana de la Orden de Tirisfal, he juzgado que mi tiempo ha llegado. Cuarenta y dos inviernos han pasado desde que por primera vez en el Reino de Azeroth fui en busca del Conjurador Nielas Aran. Nielas era excepcionalmente talentoso en los simples conjuros mágicos de los hombres, y creo que él podría ser el perfecto padre mortal para mi hijo… y lo es…

He tenido un niño y le he llamado Medivh – o “Guardián de los Secretos” en la Antigua lengua de los Elfos – en el otoño del año 559. Le he transferido mis conocimientos y mis poderes, que dormirán en él hasta manifestarse cuando llegue a su madurez física. Creyendo que mi trabajo en este mundo estaba hecho y viendo que mi hijo es amado por el pueblo de Nielas, he viajado a través de los campos del tiempo, preparándome para el paso.

Mi ojo vigilante a la distancia ha visto que mi hijo ha avanzado mucho para su joven vida. Me he asegurado que el profundo altruismo de Tirisfal le guié en sus estudios y pruebe su corazón y su mente para hacer de la Guardianía, su destino.

En la época en que cumplió su cumpleaños número veinte, el poder escondido dentro de mi hijo despertó. Incapaz de lidiar con las furiosas energías cósmicas que han surgido dentro de él, Medivh ha sufrido un masivo trauma psicológico. Ha sido pacificado por los buenos clérigos de Northshire. Lo han llevado a la sagrada Abadía y por seis años han atendido su comatoso cuerpo.

Eventualmente, Medivh despertó de su profundo sueño en complete control de sus facultades y poderes. Sin embargo, debajo de su confidente y

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casi arrogante figura, he conocido que mi hijo se ha vuelto malevolente y corrupto. La visión y el poder que a su nacimiento ha heredado han sido pervertidos por las distantes fuerzas de la Dimensión de la Nada, alterando la parte humana de su alma y marcándolo con su toque maligno para siempre.

No fue solamente hasta que la primera ola de estas fieras criaturas conocidas como los Orcos ha venido desde la oscuridad que me he dado cuenta de lo increíblemente peligroso que mi hijo puede ser….

El Portal Oscuro y la caída de Stormwind

En los oscuros salones de la Torre de los Guardianes, Medivh continúa luchando por su alma. El Rey Llane, noble monarca de Stormwind, temía por la oscuridad que había trastornado el espíritu de su viejo amigo. El rey comunicó sus temores a Anduin Lothar, el último descendiente de la dinastía Arathi, quien era general de sus ejércitos. Sin embargo, ninguno de los dos podría haber imaginado que el lento viaje de Medivh hacia la locura traería los horrores que verían después.

Como incentivo final, Sargeras prometió gran poder a Gul´dan si él lideraba a la Horda contra Azeroth. Usando a Medivh, Sargeras le dijo al brujo que él sería convertido en un dios viviente si encontraba la tumba submarina donde la Guardiana Aegwynn había colocado el cuerpo de Sargeras cerca de mil años antes. Gul´dan accedió y decidió que una vez que Azeroth estuviera vencido, saldría en busca de la legendaria tumba y de su premio. Seguro de que la Horda serviría a sus propósitos, Sargeras ordenó el inicio de la invasión.

Uniendo sus poderes, Medivh y los brujos del Concejo de las Sombras abrieron un pasaje dimensional conocido como EL PORTAL OSCURO. Este portal sería un puente entre Azeroth y Draenor, y era lo suficientemente grande como para que un poderoso ejército lo cruzara. Gul´dan envió scouts orcos a través del portal para explorar la nueva tierra que iban a conquistar. El retorno de los scouts ha asegurado al Concejo de las Sombras que Azeroth está listo para ser cosechado.

Convencido de que la corrupción de Gul´dan destruiría a su gente, un jefe orco se atrevió a hablar contra los brujos. Este bravo guerrero proclama que los brujos han destruido la pureza del espíritu orco y la invasión venidera sería su perdición. Gul´dan, incapaz de matar a un héroe tan popular, se vio forzado a expulsar a este jefe y a todo su clan dentro del nuevo mundo. Su nombre era Durotan, del Clan de los Lobos de Hielo.

Después del exilio de los Lobos de Hielo, solamente unos pocos clanes orcos lo siguieron. Estos rápidamente levantaron una base de operaciones cerca de Black Morass, una oscura y pantanosa área al este del reino de Stormwind, el Pantano de los Susurros. Allí, secretamente, el Clan de La Espada Ardiente, la primera fuerza de exploración, empezó a construir una fortaleza. Conforme los orcos empezaban a explorar las nuevas tierras, entraron en inmediato conflicto con los humanos defensores de Stormwind. Aunque estas escaramuzas finalizaban rápidamente, fueron útiles para aprender acerca de las debilidades de ambas razas. Llane y Lothar nunca conocieron datos confiables acerca del número real de orcos y no pudieron imaginar cuán grande era la fuerza que venía contra ellos. Después de unos pocos años la mayoría de la Horda había cruzado hacia Azeroth, y Gul´dan consideró que el tiempo del primer golpe contra la humanidad había llegado. La Horda lanzó su primer ataque contra el desprevenido reino de Stormwind. Al mando de Kilrogg Ojo Tuerto del clan Pozo Sangriento, y del ogro-mago Cho´gall del clan Martillo del Ocaso, inicio el asedio de la ciudad. El rey Llane contraatacó con sus caballeros, y ante la sorpresiva contraofensiva, la Horda se vio obligada a replegarse. Ante esto, Gul´dan decidió colocar un Señor de la Guerra para toda la Horda, a quien pudiera controlar, cargo que recayó sobre Blackhand el Destructor, del clan Stormreaver, quien era un líder particularmente astuto y despiadado. Esto provocó desazón entre algunos de los jefes de los otros clanes, a quienes los soldados veían como líderes más aptos, en especial los héroes orcos Grom Hellscream (al que se le ordenó quedarse en Draenor para organizar la defensa) y Orgrim Doomhammer (designado como uno de los generales de Blackhand en Azeroth).

Conforme las fuerzas de Azeroth y la Horda chocaban por todo el reino, los conflictos internos empezaron a afectar ambos ejércitos. El rey Llane, que creía que los bestiales orcos eran incapaces de conquistar Azeroth, decidió fortificar su posición en su capital de Stormwind. Sin embargo, Sir Lothar estaba convencido de que la batalla debería ser un ataque directo al enemigo, y se vio obligado a elegir entre sus propias convicciones y la lealtad a su rey. Escogiendo seguir sus instintos, Lothar partió hacia la torre-fortaleza de Medivh en Karazhan. Allí contó con la ayuda del joven aprendiz de Medivh, llamado Khadgar, quien también era espía del Kirin Tor. Ambos creían que derrotando al poseído Guardián, encontrarían una solución del conflicto. Luego de un asalto sorpresa, lograron darle muerte al cuerpo del Medivh y, sin saberlo, enviaron al espíritu de Sargeras hacia el Abismo. Como consecuencia, el puro y virtuoso espíritu de Medivh también fue liberado y pasó al plano astral…

Aunque Medivh había sido derrotado, la Horda continuó su asedio sobre Stormwind. Cuando la victoria de la Horda parecía cercana, Orgrim Doomhammer, jefe del clan Thunderlord, y uno de los más grandiosos jefes de guerra orco, hábil estratega, con decisivo liderazgo, audacia y valor, comenzó a observar la depravada corrupción en que se habían sumergido los clanes desde su tiempo en Draenor. Los orcos, consumidos por su sed de sangre, y guiados por un déspota, habían perdido totalmente su identidad. Secretamente, se reunió con su viejo camarada, Durotan, quien había regresado del exilio y le había advertido sobre los engaños de Gul´dan. En rápida retribución, los asesinos de Gul´dan mataron a Durotan y a su esposa Draka, dejando vivir únicamente a un pequeño niño orco…

Destrozado por la muerte de su amigo Durotan, Orgrim Doomhammer se decidió a liberar a la Horda de la corrupción demoníaca y asumir el rol de Señor de la Guerra y jefe del Clan Blackrock, asesinando al títere de Gul´dan, Blackhand el Destructor. En el momento en que Gul´dan cayó víctima del trance al morir Medivh, Orgrim asaltó la fortaleza del clan Diente Negro, de Rend y Maim, hijos de Blackhand, que tenían el propósito de vengar a su padre, y los envió de vuelta a Draenor. Capturando a Garona, la media orca, y la más letal de los asesinos de Gul’dan, mediante tortura la hizo confesar sus secretos. El Concejo de las Sombras fue descubierto y sus miembros ejecutados, a excepción de Gul’dan, quien al despertar ofreció a Doomhammer un trato que éste no podría rechazar: la formación de los Caballeros de la Muerte, para que hicieran frente a los Caballeros del Rey Llane. Doomhammer inició el ataque final sobre la ciudadela de Stormwind. El rey Llane había subestimado el poder de la Horda, e inició un desesperado intento de buscar ayuda contra los invasores pieles verdes. Sin embargo, fue asesinado por Garona, para que ésta demostrara así su

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lealtad a la Horda.

Lothar y sus guerreros, volviendo a casa desde Karazhan, no esperaban la muerte de su rey y la caída de su amada patria. Pero regresaron demasiado tarde y lo único que encontraron fue ruinas. La salvaje Horda había reclamado el país y todas sus tierras para sí misma. Forzados a ocultarse, Lothar y sus compañeros juraron salvar su patria cual fuera el costo.

La Alianza de Lordaeron – Mareas de Oscuridad Segunda Guerra

“Mareas de oscuridad braman sobre el reino de Lordaeron, querido amigo. La sombra vil, cual nube enfermiza de pestilencia, ha corrompido los campos de Stormwind y, voraz y violenta, arrasará a su paso toda noble visión de vida y de esperanza, sin temer a la espada ni a la Luz. Es hora de

que seamos lo que siempre fuimos: Una sola nación. Rápido, porque ya vienen”. Sir Lothar, de la Hermandad de los Caballos, a Lord Uther, de la Orden de la Mano de Plata

Archivos del Kirin Tor.

Tras la llegada a las costas de Lordaeron miles de refugiados de Azeroth, el rey Terenas de Lordaeron convocó un consejo de delegados de cada uno de los siete reinos que gobernaba. Con los terribles relatos de destrucción y matanzas provocadas por la invasión orca de Azeroth, Lord Anduin Lothar convenció al soberano de Lordaeron para que unieran sus fuerzas frente a semejante amenaza. Después de mucho debatir y sopesar, los lores accedieron a la propuesta de Lothar y Terenas, y acordaron unir sus ejércitos bajo el mando general del propio Lothar. Como las orillas de Lordaeron ya habían sido saqueadas por pequeñas bandas de ladrones orcos, Lothar encontró un fuerte aliado en su amigo de toda la vida, el

almirante Daelin Proudmoore del reino costero de Kul Tiras. Thoras Trollbane, Señor de Stromgarde, también ofreció rápidamente su apoyo a la Alianza recién forjada, saboreando la proximidad de gloriosas batallas. Pero estos guerreros no eran los únicos que se preparaban para la guerra...

Como el mandato real dictaba que se debían emplear todas las defensas en la guerra contra el mal, Alonso Faol, abad de la recién destruida abadía de Northshire, localizada al norte de Stormwind, convenció a los ministros eclesiásticos de Lordaeron para que equiparan igualmente a sus clérigos

y fieles con armas de guerra. De la misma manera en que los guardianes habían empuñado espadas de luz para defender los cielos, los hombres santos de la tierra debían prepararse para combatir contra las oscuras tinieblas que se acercaban amenazantes desde el sur. Uno de los clérigos, aprendiz del arzobispo Alonso Faol, fue testigo de la destrucción de la Abadía de Northshire en Azeroth por parte de la Horda durante la Primera Guerra. Este sacerdote, llamado Uther Lightbringer, ha comprendido que el esfuerzo que su Orden, la Iglesia de la Sagrada Luz, hizo durante la

Primera Guerra, no había sido suficiente para contener el poder de los orcos. Por esto, Uther ha viajado hasta el Lago Darrowmere, en el norte de Lordaeron, para cristianizar a los Caballeros de la Orden de la Mano de Plata y enlistarlos en las filas reales. Estos nobles y valientes caballeros han aceptado el Código de la Luz, y se han convertido en los primeros Paladines. Sin embargo, la Alianza ha recibido el primer golpe y no precisamente

de los orcos. Durante el viaje a Darrowmere, Uther fue atacado por piratas provenientes de la ciudad de Alterac. Con este hecho, Uther ha descubierto la conspiración Lord Perenolde, Señor de Alterac, que ha traicionado a la Alianza, haciendo un trato con Doomhammer, con el afán de apoderarse de sus ricas tierras. A pesar de esto, el primero de los Paladines no está dispuesto a dejar caer a su pueblo tan fácilmente. Bendecidos

en las Iglesias y los monasterios de Lordaeron, los Paladines se lanzan a la batalla con la fe como escudo y con el Martillo de la Luz como arma.

Así, Lothar no está solo. A su lado combaten Uther Lightbringer, Capitán de los Paladines de La Mano de Plata de Lordaeron; Daelin Proudmoore, Almirante de la Armada de Kul Tiras; Thoras Trollbane, Señor de Stromgarde; Genn Greymane, Señor de Gilneas; los poderosos magos de la

Ciudadela Violeta de Dalaran, enviados por el Kirin Tor, y Turalyon, uno de los más experimentados de sus lugartenientes. Pero Lothar ha sido también hábil para ganarse otros poderosos aliados. Por los antiguos pasadizos subterráneos de Khaz Modan, llegaron los estoicos enanos de Ironforge, al mando de Muradin Bronzebeard, hermano del rey Magni, anunciando que los orcos ya habían empezado a asaltar su reino en las

montañas. Los enanos ofrecieron su apoyo, armas e ingeniosas tecnologías. Los humanos, por su parte, les aseguraron que los orcos serían expulsados a toda costa. De Aerie Peak han descendido los Wildhammers, montando sus impresionantes grifos. De la tecno-ciudad de

Gnomeregan, los astutos gnomos, han enviado a sus hábiles pilotos e ingenieros en socorro de la Alianza, junto con sus poderosos tanques de vapor y autogiros. Los solitarios elfos de Silvermoon, al mando de la Ranger Alleria Windrunner, se aventuraron a salir desde los tupidos bosques de

Quel’thalas para ofrecer sus servicios. Sus magias, muy relacionadas con las fuerzas terrenales, mostraban que los orcos habían profanado las tierras de Lordaeron como parte de sus siniestros planes. Anasterian Sunstrider, regidor de Quel´thalas, ha enviado a sus arqueros, sacerdotes y

hechiceras. Estos, largamente desinteresados en el conflicto por venir, tienen una deuda de honor con Lothar porque es el único descendiente de los Arathi, que les habían ayudado en épocas pasadas. Se echó tierra a los prejuicios malignos que habían existido desde antaño entre las tres razas

y se creó un vínculo entre estos antiguos vecinos, vínculo conocido como “LA GRAN ALIANZA DE LORDAERON”.

Así, unidos por las armas frente a un mismo enemigo, la Alianza se erige por encima de las orillas del destino y espera la llegada de la Marea oscura.

La Horda, ahora liderada por Señor de la Guerra Orgrim Doomhammer, también ha hecho alianzas. Desde Draenor han llegado los gigantescos y brutales Ogros, bajo el liderazgo del ogro Cho’gall del clan Twilight Hammer, y los Trolls Amani del bosque de Silverpine, lanzadores de hachas y

acérrimos rivales de los Altos Elfos, han decidido pelear por la Horda, al mando de su líder Zul’jin, recientemente liberado de una prisión en Quel’thalas. Asimismo, los ambiciosos Goblins, siempre deseosos de poseer oro, se han aliado con la Horda, y la han provisto de maquinaria de

asedio, zeppelines y barcos. Una masiva campaña ha iniciado para tomar el reino Enano de Khaz Modan y las regiones sur de Lordaeron, y la Horda ha diezmado toda oposición.

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Las épicas batallas de la Segunda Guerra recuerdan grandes enfrentamientos navales y peleas aéreas masivas. En las profundas cavernas de Khaz Modan ha sido desenterrado un poderoso artefacto, conocido únicamente como Alma de Demonio. Gracias a este artefacto, los brujos orcos han

logrado a esclavizar a una gran dragona roja y a sus hijos. Amenazada con destruir sus preciosos huevos, la Horda ha forzado a Alexstrasza, la Protectora de la Vida, la Reina de los Dragones, a mandar a sus hijos a la guerra. Los nobles dragones rojos han sido forzados a pelear por la Horda

y se han enfrentado, apoyados por los zeppelines goblins, en gigantescas batallas contra los autogiros de los gnomos, los jinetes de grifos de los Wildhammers y los Rangers Elfos. Genn Greymane ha levantado un fenomenal muro defensivo alrededor de Gilneas, para retrasar lo máximo

posible el avance de la Horda, el famoso “Muro de Greymane”. La guerra ruge a través de los continentes de Khaz Modan, Lordaeron y Azeroth. La Horda ha incendiado las fronteras boscosas de Quel´thalas y ha realizado enormes ataques navales a las refinerías de aceite de Kul Tiras y a los puertos y ciudades costeras de Lordaeron. El Almirante Proudmoore

ha contraatacado con la Armada cañoneando las posiciones de los orcos sobre las costas del norte de Khaz Modan. Uther y los Paladines montan asedio a la ciudad de Alterac, pero gracias a una revuelta provocada por los propios campesinos, Lord Perenolde es depuesto, pero logra escapar. Las fuerzas de Turalyon chocan de frente contra los jinetes de lobos de la Horda. Las grandes ciudades y pueblos han sido arrasados y devastados

por el conflicto, y a pesar del ingente esfuerzo, Lord Lothar y los aliados se han visto obligados a retroceder hasta las murallas mismas de la Ciudad Capital.

Sin embargo, durante los días finales de la Segunda Guerra, cuando la victoria de la Horda sobre la Alianza parecía segura, una terrible disputa surgió entre los dos orcos más poderosos sobre Azeroth. En el momento de la muerte de Medivh, Gul´dan se encontraba conectado psíquicamente con el corrupto Guardián, por lo que había caído en un estado de shock que le permitió a Doomhammer tomar el control de la Horda. Al despertar,

se encontró con que el líder orco se había hecho con la Horda, y había matado a Blackhand y a todos los miembros del Concejo de la Sombra. Rencoroso, Gul´dan no guardaba ninguna lealtad hacia Orgrim, pero lo apoyó mientras llegaba el momento adecuado. Inclusive, para ganarse la

simpatía del nuevo Señor de la Guerra, capturó los cuerpos de varios caballeros de la Alianza caídos en la batalla, e invocando a los miembros asesinados del Concejo, logró que sus espíritus revivieran en los cuerpos de los caballeros, a quienes llamó Caballeros de la Muerte. Orgrim estaba complacido con los Caballeros de la Muerte, pues eran poderosos aliados en la batalla, pero no sabía que éstos eran fieles únicamente a Gul´dan.

Mientras Doomhammer prepara su asalto final sobre la Ciudad Capital de Lordaeron – un asalto que hubiera resquebrajado los últimos remanentes de la Alianza – Gul´dan y sus seguidores, los clanes Stormreaver y Twilight Hammer (con su líder el ogro Cho’gall a la cabeza), abandonaron sus

puestos y se hicieron a la mar. El irritado jefe Doomhammer, viendo reducidas sus fuerzas debido a los engaños de Gul´dan, ha tenido que abandonar su más grande oportunidad de victoria sobre la Alianza.

Mirando el costo de la traición de Gul´dan, Doomhammer envía sus fuerzas para asesinarlo y hacer volver a los renegados. Para su desgracia, Gul´dan ha desaparecido. Con su líder perdido, los clanes renegados cayeron fácilmente ante las legiones de Doomhammer. Con la rebelión acabada,

la Horda ha sido incapaz de recuperarse de sus pérdidas. La traición de Gul´dan no solo le ha dado esperanza a la Alianza, sino también tiempo para reagruparse y contraatacar.

Lord Lothar se ha dado cuenta de que la Horda se ha fracturado, ha reunido sus fuerzas y ha empujado, en un choque frontal directo, a Doomhammer hacia el sur, obligándolo a replegarse hacia el corazón de la destruida Stormwind. Allí, las fuerzas de la Alianza han arrinconado a la

Horda en retirada en el fuerte volcánico de Blackrock Spire, donde el clan del Señor de la Guerra tiene su base. En el fragor de la batalla, los dos bravos líderes se han encontrado. No se ha visto hasta ahora combate más bravío. Al final, Lord Lothar ha caído mortalmente herido:

Doomhammer logra derrotarlo, aunque el Señor de la Guerra tampoco ha salido ileso. Sin embargo, lejos de desalentarse, la muerte de Lothar no produce el efecto que Orgrim hubiera deseado. Perdido su líder, el lugarteniente Turalyon levanta el escudo de su comandante y dirige un

furibundo ataque suicida a la base, y a la undécima hora, la Horda ha retrocedido hasta el abismal Pantano de los Susurros, a los pies mismos del Portal Oscuro. Finalmente, Uther y los Paladines realizan un ataque temerario a la fortaleza del Clan de la Espada Ardiente, logrando abrir una

brecha hacia el Portal. Las fuerzas de Turalyon y Uther combinadas avanzan y destruyen el Portal Oscuro, la mística puerta que conecta a los orcos con su hogar en Draenor. Únicamente Kilrogg Ojo Tuerto ha logrado escapar hacia Draenor. Sin capacidad para recibir refuerzos y divididos durante

la batalla, la Horda finalmente ha caído ante el poder de la Alianza.

Los escasos clanes orcos que han sobrevivido han sido capturados y colocados en campos de internamiento. Aunque la Horda ha sido finalmente derrotada para bien, algunos aún están altamente escépticos de que por fin haya paz. Khadgar, ahora un archimago de algún renombre, ha convencido a la Alianza de construir el fuerte de Nethergarde para vigilar las ruinas del Portal Oscuro y asegurarse de que no haya futuras

invasiones desde Draenor.

La Invasión de Draenor – Más allá del Portal Oscuro Fragmentos del diario de un escudero humano. Archivos del Kirin Tor

Con los fuegos de la Segunda Guerra apagándose, la Alianza lleva a cabo reducidas misiones para acabar con los últimos vestigios de la Horda orca. Un gran número de campos de internamiento han sido construidos en el sur de Lordaeron, al este de Aerie Peak. La vieja fortaleza de Durnholde, elevada sobre una colina que observa todo el valle, fue elegida como guardiana de los campos de internamiento orcos. Lord Aedelas Blackmoore, uno de los generales más destacados durante la Segunda Guerra, ha sido designado patrón de Durnholde. A su vez, Danath Trollbane, un mercenario de la ciudad de Stormgarde que ha sido reconocido como héroe luego de asumir el mando de las fuerzas de su ciudad durante el asedio de la Horda, es designado como guardián de uno de los campos de internamiento donde los más fieros guerreros orcos fueron colocados. El mismo Señor de la Guerra, Orgrim Doomhammer, ha sido puesto preso y se ha constituido en un esclavo personal de mismo rey Terenas. Solamente un clan, los Bleeding Hollow de Kilrogg Ojo Tuerto, ha logrado escapar del control de la Alianza y se refugia en las montañas Redrigde.

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En el infernal mundo de Draenor, un nuevo ejército orco se prepara para golpear a la inadvertida Alianza. Ner´zhul, el antiguo mentor de Gul´dan, ha reunido los clanes sobrevivientes bajo su negro estandarte. Aliado con el clan Diente Negro de Rend y Maim (hijos de Blackhand el Destructor) y apoyado por su propio clan Shadowmoon, el viejo chamán planea abrir un número de portales sobre Draenor que conduzca a la Horda a nuevos e inexplorados mundos. Luego de abrir nuevamente el Portal Oscuro, Kilrogg y los Bleeding Hollow fueron aclamados como héroes. Algunos clanes, sin embargo, no confiaban del todo en los planes de Ner’zhul. Fenris el Cazador, capitán del ejército de Sythegore y jefe del clan Thunderlord, sugirió al viejo chamán continuar con la conquista iniciada por Doomhammer en Azeroth, pero Ner’zhul no compartía su visión. Secretamente, Fenris y todo el clan Thunderlord fueron destruidos por los Shadowmoon, el clan de Ner’zhul.

Conociendo que la Calavera de Gul’dan, su antiguo discípulo, había sido capturada por Tagar Spinebreaker del clan de orcos caníbales Bonechewers, Ner’zhul destruyó al clan y usurpó la Calavera. A su vez, pretendía robar más artefactos de Azeroth y usarlos para abrir los portales. La nueva Horda, liderada por el joven Grom Hellscream (del clan Warsong) y el veterano Kilrogg Ojo Tuerto, sorprendió las defensas de la Alianza e ingresó al país. Bajo los quirúrgicos mandatos de Ner´zhul, los orcos rápidamente obtuvieron los artefactos que necesitaban y volvieron a la seguridad de Draenor. Luego de robar el Bastón Enjoyado de Sargeras, la Horda batalló contra Alterac por el Libro de Medivh, y robó el Ojo de Dalaran de la reconstruida Isla de la Cruz.

Advertidos por el ataque repentino de los orcos, los magos del Kirin Tor convencen al rey Terenas de realizar una expedición hacia Draenor, más allá del Portal Oscuro, y acabar con la amenaza orca de una vez por todas. Las fuerzas de la Alianza, al mando del General Turalyon y del archimago Khadgar, salen de la fortaleza Nethergate, y marchan sobre Draenor e inmediatamente, en las terribles praderas de la Península del Infierno, entraron en combate con los clanes de Ner´zhul, los Warsong, los Bleeding Hollow y los Shatterend Hand, éste último al mando del jefe Bladefist. Dándose cuenta del catastrófico resultado que tendrá el hechizo del brujo orco, Khadgar en persona, junto a Turalyon, la Ranger elfa Alleria Windrunner, el veterano Danath Trollbane y el enano Kurdran Wildhammer (montado en su leal grifo Sky’ree), hacen un desesperado intento por detenerlo. A pesar de esto, Khadgar no fue capaz de prevenir que el chamán abriera los portales a otros mundos. Sin embargo, un terrible precio se tuvo que pagar por ello. Las tremendas energías de los portales provocaron que Draenor empezara a consumirse en una terrible espiral de destrucción. Mientras las fuerzas de Turalyon trataban desesperadamente de volver a Azeroth, el mundo de Draenor se comprimía sobre sí mismo. Grom Hellscream y Kilrogg Ojo Tuerto, viendo que la locura de Ner´zhul había traído la perdición a toda su raza, reunieron a los orcos remanentes y lograron escapar hacia la relativa seguridad de Azeroth.

En Draenor, Turalyon y Khadgar decidieron hacer un último sacrificio destruyendo el Portal Oscuro desde su lado. Aunque esto les costaría sus vidas y las de sus compañeros, sabían que era la única forma de asegurarse la supervivencia de Azeroth. Gracias a la ayuda del ogro Mogor, jefe del Clan de la Calavera, logran recuperar el Libro de Medivh y pasarlo al otro lado con unos pocos sobrevivientes. Inmediatamente que Hellscream y Ojo Tuerto luchaban su camino entre las filas humanas en un desesperado esfuerzo por la libertad, el Portal Oscuro explotaba detrás de ellos. No había regreso.

Ner´zhul y su leal clan Shadowmoon lograron pasar a través de uno de los portales más grandes. Rend y Maim y el Clan Diente Negro no pudieron escapar y quedaron atrapados en la caótica dimensión. Luego una masiva explosión separó los continentes de Draenor. Los océanos ardientes se abalanzaron sobre la tierra y el torturado mundo fue finalmente consumido en una masiva y apocalíptica implosión.

El Nacimiento del Rey Lich Leyendas alrededor de una fogata…

Ner'zhul y sus seguidores entraron en el Torbellino del Vacío, el plano etéreo que conecta todos los mundos que forman la Gran Oscuridad del Más Allá. Desafortunadamente, Kil'jaeden y sus demonios los esperaban. Kil´jaeden, quien deseaba vengarse por el estúpido desprecio de Ner'zhul, lentamente desmembró al viejo chamán, parte por parte. Kil´jaeden cuidó de que el espíritu del chamán continuara vivo e intacto, por lo que Ner´zhul observó dolorosamente cómo su cuerpo era desmembrado. Ner´zhul suplicó al demonio que dejara en paz su espíritu y le diera muerte, pero el demonio le replicó que el Pacto de Sangre que habían hecho hace mucho tiempo continuaba vigente y que todavía Ner'zhul tenía un propósito para el cual servir.

El fracaso de los orcos en conquistar el mundo para la Legión Ardiente había forzado a Kil'jaeden a crear un nuevo ejército que llevara el caos a los reinos de Azeroth. Este nuevo ejército no debería caer en las mismas pequeñas rivalidades y luchas internas que plagaron a la Horda. Debería ser inmisericorde y persistente en su misión. Esta vez, Kil'jaeden no admitiría errores.

Manteniendo en espíritu de Ner´zhul en éxtasis, Kil'jaeden le dio una última oportunidad de servir a la Legión o sufrir eterno tormento. Una vez más, Ner'zhul aceptó pactar con el demonio. Su espíritu fue colocado en un bloque de hielo y diamante especialmente diseñado de los lugares más lejanos del Torbellino del Vacío. Atrapado en este casco congelado, Ner´zhul sintió que su conciencia se expandía diez veces más. Transformado por los caóticos poderes del demonio, Ner´zhul se había vuelto una entidad espectral de inmenso poder. En ese momento, el orco conocido como Ner'zhul dejó de existir para siempre, y el Rey Lich había nacido. Los leales caballeros de la muerte de Ner'zhul y los chamanes del clan Shadowmoon también fueron transformados por las caóticas energías del demonio. Los perversos hechiceros fueron descuartizados y rearmados como liches esqueléticos. Los demonios se aseguraron que aún en la muerte, los seguidores de Ner´zhul le servirían incuestionablemente.

Cuando el tiempo fue el correcto, Kil'jaeden explicó la misión para la cual el Rey Lich había sido creado. Ner'zhul libraría una plaga de muerte y terror a lo largo de Azeroth que arrasaría la civilización humana para siempre. Todos aquellos que murieran por la plaga se levantarían de nuevo como muertos vivientes, y sus espíritus quedarían eternamente unidos a Ner'zhul. Kil´jaeden prometió a Ner´zhul que una vez que cumpliera su

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oscura misión de azotar la humanidad, le dejaría libre de su maldición y le daría un nuevo y sano cuerpo en el cual habitar.

Aunque Ner'zhul parecía ansioso de iniciar su parte, Kil´jaeden permanecía escéptico de sus débiles lealtades. La ausencia de cuerpo del Rey Lich y su prisión de hielo aseguraban su buena conducta por corto tiempo, pero el demonio sabía que debería colocar un ojo vigilante sobre él. Para este fin, Kil´jaeden asignó a su élite demoníaca, los vampíricos Señores del Terror, de vigilar a Ner'zhul y asegurarse de que cumpliera su cometido. Tichondrius, el más poderoso y astuto de los Señores del Terror, aceptó el reto; se encontraba fascinado por la severidad de la plaga y la potencial habilidad del Rey Lich para el genocidio

Icecrown y el Trono de Hielo

Kil'jaeden envío el casco de hielo con Ner'zhul de vuelta al mundo de Azeroth. El endurecido cristal cruzó el negro cielo y se estrelló en el desolado continente de Northrend, clavándose profundamente en el glaciar de Icecrown. El cristal congelado, moldeado y resquebrajado por el violento descenso, tomó la forma de un trono, y el vengativo espíritu de Ner'zhul pronto tomó conciencia de ello.

Desde los confines del Trono de Hielo, Ner'zhul comenzó a explorar con su vasta conciencia y tocó las mentes de los habitantes nativos de Northrend. Con poco esfuerzo, esclavizó las mentes de las muchas criaturas indígenas, incluyendo los trolls de hielo y los fieros wéndigos, y dirigió a sus malvados hermanos hacia la Sombra. Usando sus poderes casi ilimitados, creó un pequeño ejército que se albergó en los laberintos de Icecrown. Conforme del Rey Lich manejaba sus crecientes habilidades bajo la persistente vigilancia de los Señores del Terror, descubrió un remoto asentamiento humano en la costa de las vastas Ruinas del Dragón. Ner´zhul decidió probar sus poderes en los desprevenidos humanos.

Ner'zhul lanzó su plaga – la cual se había originado desde las profundidades del Trono de Hielo, en los desperdicios árticos. Controlando la plaga con su voluntad, atacó la villa humana. Al cabo de tres días, todos en el asentamiento habían muerto, pero casi inmediatamente, los habitantes muertos empezaron a levantarse como cuerpos zombificados. Ner'zhul podía sentir sus espíritus individuales como si fueran parte de él mismo. La inmensa cacofonía en su mente causó que Ner'zhul se hiciera más poderoso, sus espíritus le proveyeron de mucho más sustento. Descubrió que era juego de niños controlar a las acciones de los zombis y hacerlos cumplir sus deseos.

Durante los siguiente meses, Ner'zhul continuo experimentando con su plaga de muertes vivientes subyugando a cada humano habitante de Northrend. Con su ejército de muertos vivientes creciendo diariamente, supo que su verdadera prueba estaba cerca.

Guerra de la Araña Ruinas de Azjol-Nerub

Ner'zhul continuó consolidando su poder en su base de Northrend. Una gran ciudadela fue erigida en el glaciar Icecrown y fortificada por las crecientes legiones de los muertos. Pero, mientras el Rey Lich afirmaba sus fuerzas en Northrend, el Imperio subterráneo de Azjol-Nerub, el cual había sido fundado por una raza de siniestras arañas humanoides, envió a sus guardia de guerreros de élite contra Icecrown con el propósito de

acabar con el dominio del Rey Lich. Para mayor frustración, Ner´zhul comprobó que los malignos nerubian eran inmunes no solo a la plaga, sino a su dominación telepática también.

Los señores araña Nerubian, descendientes de los insectoides Azil’Aqir, comandaban inmensas fuerzas y sus vastas redes subterráneas estrechaban casi la mitad de la ciudadela de Northrend. Sus tácticas de guerrillas sobre las fortalezas del rey Lich iban esperanzadas en derrotarlo con el tiempo. La Guerra de la Araña se ganó por desgaste. Con la ayuda de los siniestros Señores del Terror y los innumerables guerreros muertos vivientes, el rey

Lich invadió Azjol-Nerub y destruyó los templos subterráneos, que cayeron sobre las cabezas de los señores araña Nerubian.

Aprovechando la existencia cercana del cementerio de los Dragones Azules, el Dragonblight, Ner’zhul utilizó sus poderes de nigromancia para animar los esqueletos de los Dragones, a los que llamó Wyrns de hielo, sus mascotas favoritas, y los lanzó en un inmenso ataque aéreo sobre Azjol-Nerub. Finalmente, montó un terrible asedio sobre la Fortaleza de Draktharon, donde el último de los Reyes Nerubian, Anub’Arak el Inmisericorde,

había atrincherado sus fuerzas. Durante el ataque, el gran Anub’Arak cayó mortalmente herido. Su cuerpo fue momificado y enterrado en un sarcófago bajo un ziggurat, según la tradición nerubian. Como los nerubian eran inmunes a la plaga, Ner´zhul utilizó sus poderes de nigromancia

para levantar los cuerpos de los guerreros araña y aliarlos a él. Estos serían conocidos como Demonios de la Cripta. Astutamente, el rey Lich levantó también al caído rey Anub’Arak, y lo designó general de su ejército.

Como testamento de su tenacidad y osadía, Ner´zhul adoptó el estilo arquitectónico distintivo de los nerubian para sus propias fortalezas y estructuras. Libre para liderar sin oposición su reino, el Rey Lich se preparó para su verdadera misión en el mundo. Explorando entre las tierras

humanas con su vasta conciencia, el Rey Lich llamó a cualquier alma oscura que estuviera dispuesta a escuchar…

Capítulo 5: El Retorno de la Legión Ardiente

Tercera guerra

“Nunca escuchamos las antiguas profecías.

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Como tontos, nos dejamos llevar por los viejos rencores. Y peleamos por muchas generaciones. Hasta el día que del cielo llovió fuego y un nuevo enemigo vino contra nosotros. Ahora, ha iniciado el círculo de la destrucción porque el Reino del Caos ha llegado finalmente…” La Profecía

Primera Parte: Las Secuelas de la Segunda Guerra

La Batalla de Grim Batol – El día del Dragón De una vieja canción enana.

En las vastas montañas de Khaz Modan hay una antigua ciudad enana llamada Grim Batol. Dicen algunos que una vez perteneció a uno de los altos reyes Wildhammers, pero que hubo una gran guerra contra una poderosa hechicera, y ahora la ciudadela y la fortaleza están embrujadas. Criaturas malignas de repulsivas formas se mueven entre los oscuros rincones de la abandonada ciudad. Sin embargo, sin conocerlo previamente la Alianza, una gran fuerza de orcos continúa merodeando libre entre las montañas. El clan Dragonmaw, liderado por un infame brujo orco llamado Nekros Triturador de Cráneos, uno de los pocos brujos orcos que no pertenecían al Concejo de las Sombras. Nekros se consideraba más un guerrero que un mago, pero la necesidad de deberse a su clan le había obligado a tomar el reto, más cuando durante la Segunda Guerra un caballero le cortó una pierna.

Durante la ocupación de Khaz Modan por la Horda, en medio de la Segunda Guerra, en la profundidad de una de las excavaciones de los enanos, los orcos encontraron un poderoso y ancestral artefacto mágico que tenía el poder de controlar a los dragones. Ante tal descubrimiento, Blackhand el Destructor encontró la manera de obligar a una enorme dragona roja a mandar a sus hijos a pelear por la Horda. Esta dragona no era otra que la ancestral Alexstrasza, la Protectora de la Vida, la Reina de los Dragones. Zuluhed, líder de los Dragonmaw, encomendó a Nekros la vigilancia de este artefacto, llamado Alma del Demonio, y de la dragona cautiva, en la abandonada – algunos llaman maldita - fortaleza de Grim Batol. Utilizando el Alma de Demonio, Nekros inflingía un profundo dolor a su prisionera cuando ésta no cooperaba, obligándola a poner huevos. Nekros continuamente abusaba de ella, mental y físicamente, especialmente luego de la Segunda Guerra, cuando la poderosa dragona se convirtió en la única arma verdadera de la Horda en contra de la Alianza. Ella se consolaba con el hecho de que, cuando muriera, sus niños ya no tendrían que obedecer al brujo. De esta manera, Nekros, luego de la derrota de la Horda y la muerte de su jefe Zuluhed, se disponía a crear un nuevo ejército con el cual barrer a los humanos.

Sin embargo, Korialstrasz, el legendario dragón rojo amante de Alexstrasza, hacía ingentes esfuerzos por liberar a su amada. Utilizando sus místicos poderes, el Dragón logró poseer el cuerpo de un noble humano llamado Krasus y se infiltró dentro del Kirin Tor, el enigmático concejo de magos que gobierna Dalaran, y continuamente usaba su posición para abogar por la liberación de su Reina. Finalmente, al finalizar la Segunda Guerra, el Kirin Tor decidió mandar a uno de sus agentes, el joven mago Rhonin, llamado el Inconforme, a una misión de exploración a Khaz Modan, pero Korialstrasz, aprovechándose de la situación, secretamente le dio otra misión a Rhonin: liberar a Alexstrasza. Rhonin era un mago que, durante la Segunda Guerra, accidentalmente asesinó a los guerreros que conformaban su escuadrón, al tratar de ejecutar un peligroso hechizo como parte de su misión. Por esta atrocidad, fue puesto a prueba por el Kirin Tor al enviarlo a Khaz Modan. Krasus, sin embargo, tenía otros planes para él. Enviándolo a Grim Batol, Korialstrasz ordenó a Rhonin liberar a la Reina de los Dragones. Para ayudarlo en su misión, el Dragón envió a Vereesa Windrunner, una Ranger alta elfa, hermana menor de la legendaria Alleria Windrunner, a escoltarlo hasta el puerto de Hasic.

Durante el trayecto, se encontraron con un grupo de paladines de la Orden de la Mano de Plata, liderados por Duncan Senturus, quien también había luchado en la Segunda Guerra. Prendado de la belleza de Vereesa, Senturus decidió escoltarlos hacia Hasic, sin embargo, fueron emboscados por dragones rojos controlados por los orcos. Duncan, mediante un ágil movimiento, logró subir al cuello de uno de los dragones, y luego de apuñalar al orco que lo montaba, entabló una feroz lucha con la bestia. Finalmente, logró matarlo, pero sus heridas eran tan graves que murió en el sitio.

Luego de honrar su memoria, los viajeros continuaron adelante. Vereesa tuvo que defender a Rhonin de las acusaciones de los paladines, que habían sido testigos del terrible “crimen” del mago. Al llegar a Hasic, el puerto entero había sido reducido a ruinas. El único defensor en sobrevivir fue Falstad Dragonreaver, un enano del Clan Wildhammer de Aerie Peak, quien era jinete de grifos. Muertos sus compañeros durante un combate con los dragones, decidió acompañar a Rhonin y Vereesa cuando estos decidieron cruzar el Gran Mar hacia Khaz Modan y dirigirse a Grim Batol. Sin embargo, había una historia oculta que Rhonin y Vereesa no conocían.

Neltharion el Dragón Negro, el Guardián de la Tierra, quien durante la Guerra de los Ancestros había enloquecido, era el verdadero instigador del conflicto. Diez mil años antes, durante la Batalla del Templo de Azshara, Neltharion se había corrompido por la magia maligna de la Legión Ardiente, y había abandonado a sus camaradas en plena batalla. Mediante un formidable engaño, Neltharion había logrado que los otros Cuatro Aspectos, los dragones protectores de Azeroth, cedieran parte de su poder al poderoso artefacto Alma de Demonio, como prevención para un

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futuro ataque de la Legión. Esto permitió que Ala de la Muerte (como se hacía llamar el Dragón Negro) fuera el más fuerte de todos los dragones, pues fue el único que conservó sus poderes intactos. Asimismo, Ala de la Muerte se aseguró que los orcos hallaran el Alma del Demonio, pues sabía que así podrían esclavizar a Alexstrasza. El malévolo plan del Dragón Negro era subyugar a la dragona para que esta empollara sus huevos y revivir a la extinta raza de dragones negros. Para esto, Ala de la Muerte juró lealtad a la Horda, y en retribución, los alquimistas goblin le hicieron una armadura de escamas de adamantium, con la que el dragón era prácticamente invencible. Incluso, construyó su propia ciudadela en la Península del Infierno, cerca del Portal Oscuro. Luego de la Segunda Guerra y la consecuente derrota de la Horda a manos de la Alianza, Ala de la Muerte se refugió en la volcánica Blackrock Spire junto a otros dragones rebeldes. Blackrock Spire se convirtió en un fortín impenetrable para los humanos.

Posteriormente, Neltharion, usando sus inmensos poderes, logró transmutarse en un humano que se hacía llamar Lord Prestor. Infiltrándose en la política de la Alianza, Lord Prestor logró apoderarse del trono de Alterac y penetrar dentro de la familia real de Lordaeron. Su plan era hacerse con el control de la ciudad estado de Alterac, la cual había quedado acéfala luego de la derrota de su malvado señor, el Baron Lord Perenolde, a manos de Uther Lightbringer. Utilizando sus inmensos poderes mentales, Lord Prestor había logrado ascender hasta los altos puestos de mando de la Alianza, pudiendo controlar incluso las decisiones del mismo Rey Terenas y del Kirin Tor, al punto que Terenas le prometió en matrimonio a su hija Calia Menethil, hermana mayor del joven Príncipe Arthas. Advertido por su sirviente, el oportunista goblin Kryll, logró enterarse del plan de Korialstrasz, por lo que, volviendo a su forma de dragón, salió en busca de Rhonin.

Mientras tanto, el noble enano Falstad transportaba a Rhonin y Vereesa a través del Gran Mar, sobre el lomo del grifo de Falstad, Molok. Durante el vuelo, fueron nuevamente atacados por los dragones rojos de los orcos. Sorpresivamente, fueron rescatados por Ala de la Muerte. Mediante sus artimañas y manipulaciones, Ala de la Muerte secuestró a Rhonin, pues planeaba utilizarlo para deshacerse de los orcos, y así, el podría atacar a la dragona fácilmente y robar sus huevos.

Vereesa y Falstad decidieron rescatar a Rhonin, pero fueron conducidos a una trampa elaborada por Kryll. Un trío de trolls, al mando del troll tuerto Shnel, emboscó a la elfa y al enano, pero para su fortuna, fueron rescatados por Rom y su banda de enanos, quienes habían sido enviados por Korialstrasz para ayudarlos en la batalla que se avecinaba. Entre tanto, Ala de la Muerte avisó a Nekros del inminente asalto de Rhonin y sus aliados, y lo convenció de movilizar a Alexstrasza y sus huevos hacia el despoblado, con el fin de apoderarse de ella más fácilmente. Justo en ese momento, Rhonin y sus compañeros iniciaban el ataque a Grim Batol. Aprovechando la confusión, Kryll, quien tenía sus propios planes para el Alma de Demonio, trató de robar el artefacto, sin embargo, no contaba con que Nekros había colocado a un enorme Golem de Fuego para vigilar el Alma de Demonio, y el desafortunado goblin fue incinerado.

Sin embargo, Neltharion no contaba con la astucia de Korialstrasz. El Dragón Rojo había recobrado su forma bestial, y había reunido a los otros Aspectos, Nozdormu y Malygos, para rescatar a Alexstrasza. Sin embargo, los Aspectos eran demasiado débiles comparados con Ala de la Muerte, debido a que el Dragón Negro tenía sus poderes intactos, y además portaba su armadura de adamantium.

Cuando todo parecía perdido, Rhonin logra derrotar a Nekros y a su Golem de Fuego utilizando un poderoso hechizo. Finalmente, el mago logra destruir el Alma de Demonio. Ahora, con sus poderes completos, los Aspectos logran derrotar a Ala de la Muerte. Alexstrasza, libre al fin, se reúne con su amado, y decide tomarse su revancha, reduciendo a cenizas la fortaleza de Grim Batol, con Nekros y su clan Dragonmaw dentro de ella. Los grandes planes de Nekros para reunificar la Horda bajo su mando han sido rotos. Los pocos dragones negros sobrevivientes, viendo a su líder perdido, se alejan hacia una distante tierra, al otro lado del mar, en busca de la más poderosa hija de Neltharion, Onixia... La derrota del clan Dragonmaw señala el fin de la Horda y de la furiosa sed de sangre de los orcos.

Kel’thuzad y el Culto de los Malditos

Muchos individuos deseosos de poder de todo el mundo acudieron al llamado mental del Rey Lich desde Northrend. El más notable de ellos fue sin embargo un archimago de Dalaran llamado Kel´thuzad, quién era uno de los miembros más destacados del Kirin Tor, el concejo que dirigía Dalaran. Era considerado un rebelde por años debido a su insistencia en estudiar las artes prohibidas de la necromancia. Decidido a aprender todo lo que pudiera del mundo mágico y sus maravillas sombrías, se encontraba frustrado por los preceptos faltos de imaginación de sus congéneres. A penas escuchó el poderoso llamado desde Northrend, el archimago hizo todo lo posible por entrar en comunión con la poderosa voz. Convencido de que el Kirin Tor era demasiado esquematizado para obtener el poder y conocimiento inherentes a las artes oscuras, se resignó a aprender lo que pudiera del inmensamente poderoso Rey Lich.

Dejando atrás su fortuna y prestigio político, Kel´thuzad abandonó el Kirin Tor y Dalaran para siempre. Guiado por la persistente voz del Rey Lich dentro de su cabeza, vendió sus vastas propiedades y gastó su fortuna. Viajando solo muchas leguas en mar y tierra, finalmente llegó a las heladas costas de Northrend. Con el propósito de llegar a Icecrown y ofrecer sus servicios al Rey Lich, el archimago pasó las salvajes y devastadas ruinas de Azjol-Nerub. Kel’Thuzad pudo observar la ferocidad del poder del Rey Lich. Empezó a pensar que aliarse con el misterioso poder del Rey Lich podría ser beneficioso y a la vez muy peligroso.

Luego de largos meses de viajar por las árticas y desoladas tierras, Kel´thuzad finalmente llegó al oscuro glaciar de Icecrown. Cuidadosamente se acercó a la ciudadela de Ner´zhul y se quedó asombrado al observar como los silenciosos guardias muertos vivientes le dejaron pasar. Kel´thuzad descendió profundamente en la fría tierra y encontró un camino hacia el corazón del glaciar. Allí, en la profunda caverna de hielo y sombras, se postró delante del Trono de Hielo y ofreció su alma al oscuro señor de los muertos. El Rey Lich estaba complacido con su último conscripto. Le prometió a Kel’Thuzad la inmortalidad y gran poder a cambio de su lealtad y su obediencia. Hambriento de conocimiento y poder, Kel’Thuzad aceptó su primera gran misión: regresar al mundo de los hombres y fundar una

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nueva religión que adoraría al Rey Lich como un dios. Para ayudar al archimago a cumplir su misión, Ner´zhul dejó la humanidad de Kel´thuzad intacta. Utilizaría el carisma del mago y lo cargaría con poderes de ilusión y persuasión, con los que esperaba convencer a las descomplacidas masas de Lordaeron. Entonces, una vez lograda su atención, les mostraría un nuevo modelo de sociedad y una nueva figura a la que llamar rey.

Kel´thuzad volvió a Lordaeron disfrazado, y durante el transcurso de tres años, usó su fortuna e intelecto para formar una hermandad clandestina de ilusos hombres y mujeres. La hermandad, a la cual llamó el Culto de los Condenados, prometió a sus acólitos igualdad social y vida eterna en Azeroth a cambio de su servicio y obediencia a Ner´zhul. Con el paso de los meses, Kel´thuzad encontró muchos ansiosos voluntarios por unirse a su nuevo culto, entre los sobre explotados trabajadores de Lordaeron. Fue sorprendentemente fácil para Kel´thuzad transferir la fe de sus ciudadanos en la Santa Luz en la oscura sombra de Ner´zhul.

Con el éxito de Kel´thuzad en Lordaeron, el Rey Lich empezó sus preparativos finales para su asalto contra la civilización humana. Colocando las energías de la plaga en un número de artefactos especiales, Ner´zhul ordenó a Kel´thuzad transportar estos artefactos a Lordaeron, donde los escondería en varias villa controladas por el Culto. Los artefactos, protegidos por los leales acólitos, actuarían como generadores de la plaga, diseminándola entre las desprevenidas granjas y ciudades del norte de Lordaeron.

El plan del Rey Lich trabajaba a la perfección. Muchos de los ciudadanos de las villas del norte se contaminaron casi en forma inmediata. Como en Northrend, los ciudadanos que contrajeron la plaga murieron y revivieron como esclavos del Rey Lich. Los acólitos a la orden de Kel’thuzad estaban ansiosos de morir y levantarse de nuevo al servicio de su oscuro señor. Les emocionaba el prospecto de la inmortalidad como muertos vivientes. Con la diseminación de la plaga, más y más feroces zombis se levantaban en las tierras del norte. Kel’thuzad observó al creciente ejército del Rey Lich y le llamó El Azote, el cual pronto marcharía sobre las puertas de Lordaeron y barrería a la humanidad de la faz del mundo.

Un heredero forzoso…

Mientras los Señores del Terror se encontraban complacidos con que la verdadera misión de Ner´zhul hubiera finalmente iniciado, el Rey Lich se conmovía dentro de los sombríos confines del Trono de Hielo. A pesar de sus enormes poderes psíquicos y completo dominio sobre los muertos vivientes, se daba cuenta de que era un prisionero en el bloque de hielo. Y, debido a sus grandes poderes, sabía que los demonios lo destruirían tan pronto completara su misión.

Sin embargo, aún le quedaba una esperanza de libertad, una posibilidad de escapar a su terrible maldición. Si encontrara un huésped apropiado, algún ingenuo que se debatiera entre la oscuridad y la luz, el podría poseer su cuerpo y escapar de los confines del Trono de Hielo para siempre.

Una vez más, el Rey Lich expandió su vasta conciencia y encontró el anfitrión perfecto…

Una nueva generación

Los años han pasado y una relativa paz se ha impuesto sobre Lordaeron. El Rey Terenas y el Arzobispo Alonsus Faol han trabajado concienzudamente en reconstruir el reino y mantener unida a las naciones restantes de la Alianza. El sureño reino de Azeroth ha crecido y prosperado nuevamente y ha restablecido su anterior poder militar bajo el liderazgo del joven y visionario Rey Varian Wrynn IV. Uther el Portador de la Luz, el comandante supremo de la Orden de los Paladines de la Santa Luz, mantiene la paz en Lordaeron acallando las disputas entre civiles y buscando la alianza de las otras razas semi-humanas del reino. El Almirante Proudmoore, cuyas poderosas flotas patrullas las líneas de comercio mercante cazando piratas y merodeadores, mantiene el orden sobre los mares. Pero una nueva generación de héroes ha capturado la imaginación del populacho.

El único hijo varón del Rey Terenas, Arthas Menethil, se ha convertido en un fuerte y apuesto joven. El Príncipe ha sido entrenado como un guerrero por Muradin Bronzebeard – hermano del rey Magni de Ironforge – y a pesar de su juventud, es considerado uno de los mejores espadachines de Lordaeron. Cerca de la edad de diecinueve años Arthas ha ingresado a la Orden de la Mano de Plata bajo el comando de Lord Uther. El poderoso Uther, quien ha sido como un hermano para el Rey Terenas por muchos años, considera al Príncipe más un nieto favorito que un pupilo. Aunque terco y algo arrogante, nadie podía disputar la tenacidad y valentía del Príncipe Arthas. Cuando las bandas de Trolls de Zul’Aman comenzaron a atacar de nuevo las fronteras de Quel´thalas, Arthas rápidamente se ha traído abajo las salvajes bandas y le ha puesto fin a su pillería.

A pesar de su heroísmo, los ciudadanos de Lordaeron se han obsesionado con la vida personal del joven príncipe. Rumores acerca de un creciente romance Arthas y Lady Jaina Proudmoore recorren la superficie del reino. Jaina es la joven hija del Almirante Proudmoore, una amiga de la infancia de Arthas. Sin embargo, la bella muchacha también es la pupila estrella del Kirin Tor – el Concejo de Magos de Dalaran. Bajo la tutoría del reverenciado Archimago Antonidas, Jaina es considerada un prodigio y una excelente estudiante de la magia y la investigación. Fuera del rigor de sus deberes, Arthas y Jaina mantienen una cercana relación. Debido a la deteriorada salud del Rey Terenas, los ciudadanos se encuentran complacidos con imaginar el casamiento del Príncipe, para continuar la línea real.

Hartos de la atención pública, Arthas y Jaina cuidan de mantener su relación lo más privada posible. Pero Jaina, comprometida por sus estudios en Dalaran, sabe que su romance no prosperará. Sabe que los caminos de la magia son su verdadero llamado y que su amor es el adquirir conocimiento – no los tramposos aposentos de un trono. Para frustración de los ciudadanos de Lordaeron, ambos amantes se han apartado para enfocarse en sus deberes.

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Letargo de los Orcos

Mientras tanto, en las tierras devastadas por la guerra, los últimos remanentes de la Horda peleaban por sobrevivir. Aunque Grom Hellscream y su clan Warsong habían logrado evadir su captura, Kilrogg Ojo Tuerto y el Clan Bleeding Hollow habían sido capturados y recluidos en los campos de internamiento de Lordaeron.

Los meses pasaron, y más orcos eran emboscados y colocados en los campos de internamiento. Cuando los campos empezaron a sobre-poblarse, la Alianza se vio forzada a construir nuevos campos en los planos del sur de las Montañas Alterac. Para mantener y suplir apropiadamente el creciente número de campos, el Rey Terenas impuso un nuevo impuesto a las naciones de la Alianza. Este impuesto, junto con las crecientes tensiones políticas sobre los bordes en disputa, creó un sentimiento de gran disconformidad. El frágil pacto que habían forjado las naciones humanas en su más oscura hora podría romperse en cualquier momento.

Además de esta división política, muchos de los guardias de los campos comenzaron a dar la noticia de que un cambio inexplicable se estaba dando en los orcos capturados. Los esfuerzos orcos por escapar de los campos o incluso sus deseos de pelear entre ellos iban decreciendo en frecuencia con el tiempo. Los orcos se estaban volviendo cada vez más somnolientos y letárgicos. Aunque pareciera difícil de creer, los orcos – una vez la raza más agresiva que jamás se viera sobre Azeroth – habían perdido completamente su deseo de luchar. El extraño letargo confundió a los líderes de la Alianza y decidieron estudiarla antes de que los orcos despertaran de nuevo.

Algunos especulaban que una extraña enfermedad, contraída solo por orcos, era la causa del creciente letargo. Pero el anciano Archimago Antonidas de Dalaran, líder del Kirin Tor, tenía una hipótesis distinta. Recogiendo lo poco que pudo encontrar acerca de la historia orca, Antonidas aprendió que los orcos habían caído bajo la terrible influencia del poder demoníaco por generaciones. Especuló que los orcos habían sido corrompidos por estos poderes mucho antes de su primera invasión sobre Azeroth. Claramente, los orcos habían contaminado la sangre orca, y los había convertido en los brutos con sobrenatural fuerza, dureza y agresión.

Antonidas pensaba que el letargo generalizado de los orcos no era una enfermedad, sino la consecuencia de la ausencia racial de las volátiles brujerías que los había convertido en osados guerreros sedientos de sangre. Aunque los síntomas eran claros, Antonidas fue incapaz de hallar una cura para la presente condición de los orcos. Además, muchos de sus camaradas magos, de acuerdo con algunos pocos líderes notables de la Alianza, argumentaron que hallar una cura para los orcos podría ser una aventura imprudente. La conclusión final de Antonidas fue que los orcos necesitaban una cura espiritual.

Señor de los Clanes

“Ellos te llaman monstruo.Pero ellos son los monstruos, no tú.” Taretha Foxton Prisión de Durnholde

El guardián en jefe de los campos de internamiento Aedelas Blackmoore, observa los orcos cautivos desde su prisión fortaleza de Durnholde. Orcos brutales, del tamaño de dos hombres uno sobre el otro, deformados, de brazos como troncos y afilados colmillos sobresalientes, de piel verde. Un orco en particular siempre ha despertado su interés (y de inmediato empieza a recordar): sobre los cuerpos ensangrentados de un orco y una orca, Aedelas Blackmoore ha encontrado un niño orco llorando…Han pasado casi diecinueve años desde aquel encuentro. Blackmoore ha levantado al joven macho como un esclavo favorecido, y le ha llamado Thrall. Aquel niño creció, y fue entrenado como gladiador, con todo el salvajismo de un orco, pero también le han enseñado táctica, filosofía y estrategia militar, con el intelecto propio de un erudito humano. Después de todo, el corrupto guardián lo ha modelado para usarlo como un arma para doblegar a toda la Alianza.

Fue entrenado y golpeado por muchos, pero una mujer humana, Taretha Foxton, concubina del general Blackmoore, se convirtió en su enfermera y su mejor amiga. Mientras Blackmoore lo torturaba dentro del ring, Taretha comenzó a escribirle cartas a su prisión, y él se las contestaba, pues ella le había enseñado, secretamente, a leer y escribir. Ella le enseño todo lo que Blackmoore le negaba: el amor, el respeto, y el honor. Thrall se convirtió en un erudito. Conocía historia del arte, poesía, literatura. La joven chica humana había desarrollado una fuerte empatía por aquel infante orco que había llegado luego de que su hermano recién nacido, Faralyn Foxton, había muerto por una terrible fiebre antes de la llegada de Thrall. Por esto, Taretha lo cuidaba compasivamente como si fuera su propio hermano.

Desconociendo su pasado, el joven Thrall ha crecido como un fuerte y hábil orco, y sabía, en su corazón, que la vida de esclavo no era para él. Conforme maduraba, se entera de la suerte que ha corrido su gente, los orcos, ha quienes jamás ha conocido: después de su derrota, muchos de ellos han sido colocados en campos de internamiento. Rumoran que el antiguo líder de los Orcos, Doomhammer, ha escapado de Lordaeron y se ha ocultado en las montañas. Solamente un solitario clan continúa sus operaciones en secreto, tratando de evadir los ojos vigilantes de la Alianza. Su maestro, Jaramin Skisson, estaba muy asombrado con la gran inteligencia que el joven orco demostraba, pero Lord Blackmoore la atribuía a que Thrall había crecido entre humanos, despreciando el gran potencial del orco. Blackmoore encargó a Sergeant, veterano soldado apostado en Durnholde, de entrenar a Thrall como gladiador. Sergeant enseñó a Thrall como balancear su propia fuerza y usarla apropiadamente contra el enemigo en la batalla.

La gota que derramaría el vaso, sin embargo, fue cuando Blackmoore, a pesar de las vehementes protestas de Sergeant, forzó a Thrall a un combate mortal contra un enorme ogro, que casi le cuesta la vida al joven orco. El hábil pero inexperto Thrall decide escapar del fuerte de Blackmoore y encontrar a otros de su clase, para lo cual recibe la ayuda de Taretha y de Sergeant, a espaldas del general. Durante su primer viaje, visitó los distintos campos de internamiento, y encontró que la una vez poderosa raza orca había caído en un extraño letargo. Al no encontrar los valerosos guerreros que esperaba descubrir, Thrall decide salir en búsqueda del único jefe orco que nunca ha sido derrotado, Grom Hellscream, y

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su fiel clan Warsong. Sin embargo, la guardiana del campo, Lady Remka, lo reconoce como el preferido de Blackmoore y de inmediato avisa al malvado Lord del escape de su gladiador. Ayudado por el anciano orco Kelgar y la esclava personal de Remka, Greekik, que crean una diversión, Thrall logra huir hacia las montañas. Esto le costará su puesto a Remka. En la inmensidad de las montañas Redrigde, una partida de orcos liderada por Rekshak encuentra a Thrall y lo lleva ante Grom. Rekshak nunca confió en Thrall hasta que el joven orco tomó la decisión de abandonar el campamento para proteger a los Warsong de la ira de Blackmoore.

Constantemente cazado por los humanos, Hellscream nunca abandonó la inquebrantable voluntad de pelear por la Horda. Ayudado solamente por su devoto clan Warsong, Hellscream ha continuado una guerra oculta contra la opresión de su gente, tratando de liberar a los orcos de los campos. Desafortunadamente, Hellscream nunca encontró la manera de liberar a los orcos capturados de su letargo. El impresionable Thrall, inspirado por el idealismo de Hellscream, desarrolla una fuerte empatía por la Horda y sus tradiciones guerreras.

Buscando la verdad de sus orígenes, Thrall viaja hacia el norte en busca del legendario Clan de los Lobos de Hielo. Thrall descubrió que los Lobos habían sido exiliados por Gul´dan durante los primeros días de la Primera Guerra. También se enteró de que era hijo del héroe orco Durotan, el verdadero jefe de los Lobos de Hielo, quien junto a su madre Draka, había sido asesinado salvajemente hace más de veinte años. Dirigidos por sus nuevos líderes, el venerable chamán Drek´thar, ciego de nacimiento, y por Nazgrel, un hábil guerrero que había tomado el mando luego de la muerte de Durotan, los Lobos de Hielo habían logrado sobrevivir ocultándose en las montañas.

Bajo el tutelaje Drek´tar, Thrall estudió la ancestral cultura chamanística de su pueblo, que había sido olvidada durante la malvada regencia de Gul´dan. Con el tiempo, Thrall aprendió a escuchar a los espíritus de las fuerzas de la naturaleza: ha tener comunión con la lluvia, el viento, la tierra, la tormenta, el fuego y los animales, y se convirtió en un poderoso chamán, tomando su lugar como jefe de los exiliados Lobos de Hielo. De Drek’tar, Thrall aprendió que era hijo de Draka, hija de Kelkar, y descendiente de uno de los más grandes guerreros de la historia orca, Rakhish. Fortalecido por los elementos y conducido por ellos mismos salió en busca de su destino. Salvado por su padre de la corrupción demoníaca al no beber éste la sangre de Mannoroth, ahora Thrall siente el deber de liberar a sus hermanos cautivos y sanar a su raza de la corrupción.

Bajo la enseñanza de Nazgrel y Rekshak, Thrall aprende a dominar el arte de montar lobos. Snowsong, una tierna y valiente loba blanca, es escogida para ser su compañera en las batallas, y desde ese momento, siempre le será fiel. Snowsong no solo será su montura, sino su amiga fiel.

A su regreso a Lordaeron, se entera de que Grom Hellscream ha hallado al anciano Señor de la Guerra de la Horda, Orgrim Doomhammer, quien ha vivido como ermitaño muchos años. Para probar al joven, Doomhammer lo reta a un duelo amistoso. Thrall logra vencer al anciano Orgrim y le arrebata su mazo de guerra. Doomhammer, quien era cercano amigo de Durotan, el padre de Thrall, decide seguir al joven y visionario orco, y ayudarlo en su cruzada para liberar a los orcos cautivos. Apoyado por muchos de los veteranos jefes, como Grom Hellscream, Doomhammer y Jubei’thos, Thrall finalmente logra revitalizar a la Horda y darle a su pueblo una nueva identidad espiritual.

Para simbolizar el renacimiento de su pueblo, Thrall ha regresado a la fortaleza de Blackmoore en Durnholde a ponerle fin a los planes de su antiguo amo mediante un asedio a los campos de internamiento. Su victoria tendrá un precio: durante la liberación de uno de los campos, Doomhammer cae en la batalla. Desde lo alto de la fortaleza, el ebrio Blackmoore lanza la cabeza cortada de Taretha Foxton. Aún con este terrible hecho, el noble orco le da una última oportunidad de defenderse antes de matarlo. Negándose a atacarlo cuando estaba desarmado y en el suelo, Thrall le propicia un arma a su antiguo amo, para luego acabar con él en un combate cuerpo a cuerpo.

Thrall toma el legendario Martillo de la Tormenta, el Doomhammer, y se coloca la armadura negra y plateada. Los jefes de clanes lo aclaman como nuevo Señor de la Guerra. Durante los siguientes meses, la pequeña pero volátil Horda de Thrall ataca los campos de internamiento y esquiva con sus astutas estrategias, los mejores esfuerzos de la Alianza por detenerlo. Respaldado por su mejor amigo y mentor, Grom Hellscream, Thrall está decidido a que su gente no vuelva a ser esclava: ni de los demonios ni de los humanos.

El regreso de la Sombra - Cisma de la Alianza

Han pasado cerca de quince años de paz, y rumores de guerra comienzan a circular nuevamente. Los agentes del Rey han reportado que un joven y astuto Señor de la Guerra ha levantado y guiado a los pocos clanes orcos remanentes dentro de una nueva fuerza combatiente. El joven Señor de la Guerra ha destruido los campos de internamiento y ha liberado a su pueblo. La “Nueva Horda”, a su paso, ha atacado la norteña ciudad de Stratholme en su intento por rescatar a varios guerreros capturados. La Horda incluso ha destruido Durnholde – el fuerte que se encargaba de la seguridad de los campos de internamiento – y ha asesinado al oficial mayor a su cargo. El Rey Terenas ha enviado a Uther y sus paladines en busca del Señor de la Guerra, pero los astutos orcos no han podido ser hallados. El joven Señor de la Guerra ha demostrado ser algo más que un genio táctico, y ha logrado evadir los esfuerzos de Uther por acorralarlo con sus ataques de guerrillas.

En los años siguientes a la derrota de la Horda, los líderes de varias naciones de la Alianza comenzaron a discutir acerca de asuntos territoriales y disminución de la influencia política. El Rey Terenas de Lordaeron, el patrón de la Alianza, comienza a sospechar que el frágil pacto que han forjado durante su hora más oscura no duraría por mucho más. Terenas ha convencido a los líderes de la Alianza de enviar dinero y trabajadores para ayudar a la reconstrucción de la ciudad de Stormwind, que fue destruida durante la ocupación orca de Azeroth. Estos impuestos, aunados al gran gasto de mantenimiento y operación de los campos de internamiento orco, llevaron a muchos líderes (en particular a Genn Greymane, de Gilneas) a creer que sus reinos estarían mejor fuera de la Alianza. Thoras Trollbane, por su parte, consideraba a los orcos demasiado peligrosos como para dejarlos vivos, por lo que propuso la ejecución masiva. Al negarse los otros líderes a tal solución, el Señor de Stromgarde decide retirar a la ciudad de la Alianza.

Para empeorar las cosas, los bruscos Altos Elfos de Silvermoon rescindieron su participación en la Alianza, argumentando que el pobre liderazgo de

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los humanos había llevado al incendio de sus bosques durante la Segunda Guerra. Aunque Terenas tácticamente les recordó a los elfos que nada de Quel’thalas hubiera quedado sin que cientos de valerosos humanos no hubieran dado su vida para defenderla, los elfos decidieron continuar su propio camino.

Aunque la Alianza se desintegraba, el Rey Terenas aún tenía aliados con los cuales contar. El Almirante Proudmoore de Kul Tiras y el joven Rey Varian Wrynn de Azeroth continuaron dentro de la Alianza. Así mismo, los magos del Kirin Tor, liderados por el Archimago Antonidas, plegaron a Dalaran a sostener las leyes de Terenas. El más fiel, sin embargo, fue el poderoso rey Magni Barba de Bronce, quien juró que los enanos de Ironforge tenían una deuda de honor con la Alianza por liberar Khaz Modan del control de la Horda.

Además de los ataques del nuevo líder orco, el Rey Terenas se encuentra perturbado por una nueva mala noticia desde el norte. Rumores de un número creciente de “cultos de la muerte” han llegado desde las provincias del norte. Los cultos han proliferado entre los descorazonados e insatisfechos ciudadanos de Lordaeron, ofreciéndoles la “vida eterna” sobre la tierra en lugar de servir al Rey. Después de muchos años de paz y quietud, el Rey Terenas reconoció que los problemas solamente inician en su tierra. Aún así, siente cierta tranquilidad al saber que cada vez que su tierra ha sido puesta a prueba, sus defensores, nuevos y viejos, han sabido mantenerla a salvo.

De Sangre y Honor

Mientras las fuerzas de la Alianza discutían acerca de los próximos pasos a tomar en contra de la naciente nueva Horda, la mayoría de los ciudadanos de Lordaeron se entregaban a una vida libre de las pestes de la guerra y la destrucción. Algunos soldados, famosos por sus hazañas durante las Guerras Orcas, fueron premiados con tierras o riqueza material. Uno de estos soldados fue Tirion Fordring, un paladín de la Mano de Plata que, por sus grandes actos al servicio de la Alianza, fue nombrado señor de la ciudadela de Mardenholde, en las afueras de Stratholme. Tirion llevaba una vida apacible y distendida a la par de su esposa, Karanda, y su hijo de cinco años, Taelan.

Un día que Tirion exploraba las afueras de Mardenholde, se encontró con un viejo orco que vivía como ermitaño. Los dos inmediatamente se lanzaron a la batalla, y en la intensidad de la misma, llegaron hasta una vieja torre abandonada. Mientras combatían, una parte de la torre se desplomó sobre Tirion y lo dejó inconsciente. Días después despertó para descubrirse durmiendo en su cama, y se enteró de que había sido encontrado inconsciente vagando sobre su caballo, Mirador, por su ambicioso segundo al mando, Bartilas. Tirion se sentía tremendamente confundido, porque después de valorar todas las posibilidades, el único que había podido subirlo de nuevo al caballo, era el orco. Sin embargo, durante su sueño, Bartilas había dado la advertencia de que los orcos se preparaban para golpear la cercana villa de Hearthglen.

Una vez repuesto, Tirion regresó a la torre abandonada, donde halló nuevamente al orco. Este dijo llamarse Eitrigg y le narró una impresionante e incompresible historia, en la cual los orcos, muchos años antes de invadir Azeroth, habían vivido en una sociedad noble basada en los principios del chamanismo. Durante la guerra, Eitrigg había desertado de la Horda al comprobar cuán viciosa y destructiva se había vuelto.

Para Tirion aquello era algo que estaba más allá de su imaginación. Sintiendo gran honor en el viejo orco, le prometió guardar en secreto su existencia. De regreso a Stratholme, Tirion informó al pueblo que no existía ninguna amenaza orca, pero Bartilas, aprovechando la situación llamó al patrón de Stratholme, Salden Dathroham, quien organizó una partida de cazadores y salieron en busca de los orcos. Al único que hallaron fue a Eitrigg.

Cuando Tirion observa la captura de Eitrigg, inmediatamente cae en una profunda depresión y a la vez enojo, por lo que atacó a los guardias de la Alianza. Bartilas inmediatamente lo acusó de traición. Tirion fue llamado a Stratholme para probar su lealtad.

A pesar de los ruegos de Karandra para que olvidara su honor y dijera lo que la corte quería oir, Tirion le dijo que era su deber de paladín decir la verdad y darle así un buen ejemplo a su hijo. Tirion narró a la corte los hechos tal como sucedieron. La corte decidió que, aunque sus intenciones eran justas, había atacado a soldados de la Alianza, por lo que, para evitar su ejecución, resolvieron expulsarlo de la Mano de Plata y condenarlo al exilio. Fue enviado a Lordaeron, donde Uther Lightbringer en persona le desnudó de sus poderes como paladín y le ordenó volver a Manderholde para prepararse para el exilio. Lo pero de todo era que la corte de Stratholme, a instancias del malvado Bartilas, había decidido que Eitrigg sería condenado a muerte por crímenes de guerra.

Esa noche, Tirion decidió cumplir con la promesa hecha a Eitrigg, por lo que, ensillando a Mirador, viajó a Stratholme decidido a salvar al orco. Mientras Eitrigg subía la escalinata donde sería colgado, sus verdugos se vieron repentinamente sorprendidos por el ataque del expaladín. En ese momento, la ciudad se vio repentinamente atacada por una enorme ola de orcos, que crearon tal confusión, que los guardias de la Alianza se vieron obligados a defenderla, lo que permitió a Tirion y a Eitrigg escapar.

Una vez a salvo en el bosque, Tirion se da cuenta que Eitrigg se encuentra mal herido y agonizante. Sin poder hacer mayor cosa, invoca el poder de la Luz para sanarlo, como una última esperanza. Sorpresivamente y a pesar de que sus poderes le habían sido arrebatados, la Luz, que conoce la bondad de los verdaderos corazones nobles, responde a su llamado y Eitrigg es salvado.

Casi de inmediato, ambos se ven rodeados por orcos. Uno en especial, montado sobre una hermosa loba blanca, portando una esplendorosa armadura negra y plateada, se acerca a Eitrigg y le ofrece reintegrarse a la Horda, que ha reiniciado un proceso de redescubrimiento de sus tradiciones chamanísticas. Eitrigg no duda en aceptar.

Entonces, Thrall, el nuevo Señor de la Guerra de la Horda, saluda a Tirion y los guerreros parten. Tirion, que bien pudo acabar muerto a manos de

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los orcos, regresa a Manderholde al lado de su familia. Su hijo Taelan, a la edad de veinte años, ingresará a la orden de la Mano de Plata como paladín. Tirion está feliz de saber que su hijo ha aprendido que su hijo, y él también, han aprendido una valiosa lección de sangre y honor.

La visión de Thrall

El sol cae lentamente sobre el ocaso. Sobre las tranquilas praderas la brisa mece los últimos remanentes de la hierba. Una voz, por centurias perdida, danza en el viento. “Las arenas del tiempo se han ido, hijo de Durotan”. De pronto, a lo lejos, una columna de humo, oscura, cual terrible incertidumbre de la desgracia, se eleva desde el horizonte, y al son de cientos de pasos que corren presurosos hacia la muerte, al son de los tambores de guerra que hace siglos hicieron retumbar los cimientos mismos de la tierra, corren las almas presurosas hacia su destino de sangre y fuego. Allí, bravía, inmensa, desafiante, como la soñaran los antiguos Señores de la Guerra, la fatal Horda marcha. “Los gritos de guerra de nuevo hacen eco en el viento. Los fantasmas del pasado recorren la tierra, y gimen una vez más por el conflicto”. Al horizonte la esperanza y la muerte se dan la mano y se transmutan en el grito de la amargura. Una espada maldita se levanta y blande el destino de los pueblos. Al son de trompetas, espadas, escudos, lanzas, estandartes, la Alianza se lanza desesperada a la lucha. “Héroes se levantarán para asumir el reto, y guiarán a los suyos a la batalla”. El cielo se ha enrojecido, y Thrall, de pie entre sus hermanos, mira como del cielo descienden en medio de llamas enormes meteoros que evocan un destino largamente olvidado. “Y mientras los ejércitos mortales se destruyen unos a otros, la Sombra Ardiente ha llegado para consumirnos a todos…” Bajo el cielo lluvioso, una figura se materializa, y señalando al jefe orco le ordena. “¡Tú deberás conducir a la Horda para cumplir con su destino!”. Repentinamente, todo es oscuridad. Y en la profundidad del inconsciente, la voz reclama: “Sígueme afuera”. Thrall ha despertado. Un sudor frío corre por su frente. Afuera de su cabaña, solo se escucha el chapoteo de la lluvia en la oscura noche…

Thrall despierta de su perturbadora visión para encontrar un cuervo afuera de su madriguera. Para su sorpresa, el cuervo se ha transformado en un hombre. Aún excitado, Thrall interroga al humano sobre sus propósitos. Éste le responde que fue humano hace mucho tiempo, pero que ahora es algo más. Ha proclamado ser un Profeta, quien ha de mostrarle el destino de la Horda. Dispuesto a seguirlo, el Profeta ha anunciado al líder orco el regreso de los demonios, y que Thrall debe conducir a la Horda hacia el oeste, cruzando el Gran Mar hacia las ancestrales tierras de un continente llamado Kalimdor. Solamente allí los orcos podrán prevenir la destrucción que se avecina. Aunque Thrall inicialmente desconfía de la misión, decide llevarla a cabo.

Tres días después, cerca de la costa de Lordaeron, los trabajadores de Thrall han construido un campamento temporal para recibir a los guerreros de los clanes. Sin embargo, se muestra turbado ante la reciente información que ha recibido. El clan Warsong y su invencible líder Grom Hellscream han sido capturados y se encuentran en una base humana de la Alianza cerca del puerto. Los humanos lo incitan a rendirse, pero las fuerzas de Thrall atacan la base. Destruyendo su resistencia, Thrall y Grom deciden robar los barcos humanos para viajar hacia el oeste. La Horda, luego de años sin un hogar, sale en busca de su destino.

Segunda Parte: El Reino del Caos

El Azote de Lordaeron

“La hoja no solo desgarra la carne, sino que carcome el alma. El que blanda la hoja, blandirá también una maldición”

El misterioso Profeta, volando en forma de cuervo, llega a los cuarteles generales de la Alianza en la Ciudad Capital de Lordaeron, donde el Rey Terenas y los embajadores de la Alianza discuten acerca de los recientes levantamientos orcos y la aparición de una extraña plaga en las tierras del norte. Allí, advierte sobre el peligro de la inminente invasión demoníaca y urge a la Alianza de viajar hacia el oeste, a Kalimdor, pero Terenas y el Concejo de la Alianza desacuerdan con él. Desilusionado, el Profeta parte en busca de algún otro que escuche la advertencia para salvar a la humanidad.

Varios días después, el Príncipe Arthas, hijo de Terenas y su heredero al trono de Lordaeron, llega cerca del sureño poblado de Strahnbrad, enviado para ayudar al legendario Uther el Portador de la Luz, su maestro, a prevenir el asalto de los Orcos del clan Blackrock sobre Strahnbrad. Luego de lidiar con los orcos en la villa, Arthas se entera de que estos han capturado algunos pobladores y los han ejecutado en una especie de ritual demoníaco.

Treinta minutos después, en la base de Uther, Arthas descubre que los negociadores de Uther han sido asesinados por los orcos, por lo que Uther lo asigna para dirigir el ataque sobre el campamento enemigo, mientras Uther contiene los contraataques. En su camino hacia la base orca, Arthas se encuentra con una banda de enanos dirigida por Feranor Steeltoe, una cazador de Dragones Negros, quien se encuentra tras la pista de un Draco llamado Searinox que habita cerca del área. El corazón de la bestia posee un encanto mágico que puede beneficiar a su armamento. Arthas decide matar al dragón y robar su corazón, con el cual Feranor elabora un poderoso orbe de fuego que mágicamente coloca en el martillo del paladín. Esta vez, Arthas lanza sus fuerzas contra el campamento Blackrock. Conforme Arthas se aproxima a la base, el Blademaster del clan Blackrock ejecuta a sus rehenes con el propósito de conjurar a sus amos demonios. Las fuerzas de la Alianza rápidamente se deshacen de los orcos, pero Arthas y Uther se encuentran profundamente preocupados por la ceremonia. Deciden regresar a la Ciudad Capital.

Dos semanas después, en los jardines de la Ciudadela Violeta de Dalaran, el gran Archimago Antonidas intercambia argumentos con el Profeta. Al igual que el rey Terenas, Antonidas rechaza las advertencias del Profeta, pues no cree la historia de este. Luego de que el Profeta desaparece en su forma de cuervo, Jaina Proudmoore aparece y se disculpa por espiar a su maestro. Antonidas asigna a Jaina investigar acerca de la fuente de la

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plaga de las tierras del norte de Lordaeron, y le dice que le ha conseguido un aliado especial.

Tres días después, Arthas y sus hombres esperan en el cruzo de caminos de Alterac. Jaina aparece y lucha con un par de orcos mediante la invocación de un elemental de agua. Después de intercambiar saludos, ambos héroes acuerdan viajar hacia el norte a lo largo del Camino del Rey, buscando pistas del origen de la plaga. Llegan a la villa de Brill, donde son informados de la destrucción del puente que comunica con el otro lado del pueblo. Dando un rodeo por los vados del río, al norte, se enfrentan con algunos Murlocs de río y una banda de ladrones Bloodhills, y se dirigen hacia una fuente mística al oeste. Al acercarse a Brill, encuentran a algunos soldados luchando contra bandas de esqueletos vivientes. La villa entera ha enloquecido. Siguiendo hacia el sur, encuentran un granero infectado con la plaga, bajo el cual la tierra se ha ennegrecido y secado, como si estuviera muerta. Temiendo que el grano esté infectado, destruyen el granero y se adentran más en el pueblo, solamente para enfrentarse nuevamente con otros grupos de esqueletos. Ayudados por un par de sacerdotes Altos Elfos y un equipo mortero enano, se aproximan hasta el centro de Brill, donde se hallan con un extraño hechicero vestido de negro, ayudado por algunos acólitos, que se encuentran cerca de un almacén de granos infectado. Mientras el nigromante escapa, Arthas y Jaina se enfrentan a los voraces necrófagos, más guerreros esqueletos y una abominación. Vencidos y destruido el granero, Arthas y Jaina deciden seguir al hechicero hacia Andorhal y averiguar, de una vez por todas, el origen de la plaga.

Al aproximarse a Andorhal, al día siguiente, las tropas de Alianza descubren un campamento de muertos vivientes en las afueras de la ciudad, por lo que montan asedio al mismo. Una vez dentro de Andorhal, Arthas se encuentra nuevamente con el nigromante, que no es otro que Kel’thuzad, quien advierte a los jóvenes acerca del Azote y del Señor del Terror, Mal’Ganis, comandante del mismo, cuyo propósito es erradicar a todos los seres vivos de Lordaeron. Mal’Ganis tiene su base en la ciudad de Stratholme, y ha retado a Arthas a buscarlo y luchar con él. El grano plagado ha sido distribuido entre los pueblos del norte de Lordaeron. Siguiendo a Kel’thuzad hacia el exterior de la ciudad, Arthas finalmente logra matar a Kel’thuzad, quien sombríamente pronuncia el Azote de Lordaeron. Profundamente turbados, Arthas y Jaina se dirigen a Stratholme.

Temprano la mañana siguiente, se aproximana a la villa de Hearthglen, sobre el camino a Stratholme. Allí se enteran de que la marcha del Azote ha iniciado, y un vasto ejército de muertos vivientes se dirige a la ciudad. Arthas pide a Jaina que busque a Lord Uther mientras el defiende Hearthglen. Casi de inmedianto, enormes masas de muertos vivientes, necrófagos, zombis, abominaciones, nigromantes, dirigidos por escalofriantes liches esqueléticos. Para empeorar las cosas, una caravana del Azote, transportando grano con la plaga, ataca las diversas villas cercanas, aumentando las filas del ejército de muertos con cada golpe.

Después de brutales combates donde el poder de la Luz logra sostener la voluntad y fuerzas de las tropas de Arthas, Uther y Jaina llegan a Hearthglen, y con ellos, los Caballeros de la Orden de la Mano de Plata. Vencido el ejército de los malditos, Uther felicita a Arthas por su tenaz resistencia, pero el príncipe se encuentra encolerizado por los actos del Azote, y parte hacia Stratholme para enfrentarse a Mal’Ganis. Uther y Jaina parten tras el héroe, en parte para lidiar con el Azote, pero también para vigilar al rápidamente deteriorado paladín.

Horas después, sobre el camino a Stratholme, Arthas se topa con el Profeta, quien le implora que es su deber guiar a su pueblo hacia Kalimdor, ya que Lordaeron no puede ser salvado. Arthas acusa de locura al Profeta, y éste finalmente se va. Jaina, quien ha observado la escena desde la invisibilidad, se materializa y trata de convercer a Arthas acerca de la sensatez de las palabras del Profeta, pero Arthas se niega a abandonar su patria, y ambos parten hacia Stratholme.

A la mañana siguiente, en las afueras de la ciudad, bajo un oscuro cielo lluvioso, Arthas descubre que los habitantes de Stratholme ya se encuentran infectados por la plaga, y decide que la ciudad entera debe ser sometida a una purga. Uther y Jaina se horrorizan ante la sola idea de la masacre, y el noble paladin se niega a realizar tan vil acción. Furioso, Arthas acusa a Uther de traidor y le suspende de sus servicios como paladín. Jaina decide darle la espalda y partir con Uther, pues no puede observar a Arthas realizar la matanza. Mientras Arthas se prepara para ingresar a la ciudad, Mal’Ganis aparece y reta a Arthas, mientras transforma a los inocentes pobladores en muertos vivientes, engrosando cada vez más su ejército. Entre las horribles garras del demonio y la cólera del príncipe, los pobres ciudadanos de Stratholme hayan una muerte segura. Finalmente, ambos rivales se encuentran cara a cara, pero Mal’Ganis, lejos de enfrentarlo, lo reta a seguirlo a las heladas tierras de Northrend, donde hallará su verdadero destino. El Señor del Terror desaparece y Arthas jura perseguirlo hasta el fin del mundo.

Tres días después, entre las ruinas de Stratholme, Uther y Jaina descubren la horrible carnicería. Casi la totalidad de la población ha sido asesinada, y la ciudad arde en llamas. Uther demanda a Jaina el paradero de Arthas, y ella, luego de pensarlo un poco, revela los planes del Príncipe. Uther parte hacia Lordaeron a informar a Terenas de los actos de su hijo. Una vez que Jaina queda sola, el Profeta aparece nuevamente. Es a ella la que corresponde, ahora, tomar la vara de la esperanza para toda la humanidad y viajar hacia Kalimdor, donde podrá resistir el ataque de la Sombra que cae sobre el mundo.

Un mes después, en la helada costa de la Bahía Daggercap, en Northrend, las fuerzas de Arthas desembarcan sobre el frío continente. El príncipe ordena la movilización hacia el interior para establecer una base antes de iniciar la caza de Mal’Ganis.

Abriéndose camino entre los territorios de los trolls Gundrak de hielo, Arthas se encuentra con un grupo de enanos, la Hermandad de Exploradores de Ironforge, dirigida por su viejo amigo y maestro Muradin Bronzebearb. Artrapados en Northrend, el avance de las fuerzas del Azote ha dividido al grupo, por lo que Muradin acuerda con Arthas el rescate de sus camaradas, mientras el valiente enano el asistirá en el combate contra el Señor del Terror.

Las fuerzas de Arthas y Muradin combaten contra las bases del Azote y rescatan a los enanos. Aunque no encuentran rastro de Mal’Ganis, las tropas de la Alianza deciden establecer su base primaria en la zona. Muradin explica a su amigo Arthas que los enanos se encuentran en Northrend tras la pista de una legendaria espada conocida como Frostmourne, pero mientras más se acercaban a la gruta donde se oculta la espada, más muertos vivientes les salen al paso. Intrigado por la misteriosa arma, Arthas decide ayudar a Muradin en la búsqueda de Frostmourne.

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Unos pocos días después, mientras Arthas y Muradin se hallan en una misión de exploración, un emisario del Rey Terenas informa al capitán del campamento acerca de que el rey Terenas, a instancias a Lord Uther, ha decidido suspender la expedición. La flota tiene orden de regresar a Lordaeron. Sin embargo, los ejércitos de los muertos vivientes han tomado todos los caminos de regreso a la costa, por lo que las tropas, jubilosas por volvera a casa, tendrán que abrirse paso entre los bosques para llegar a sus barcos.

Enterado de la intromisión de Uther en sus planes, Arthas decide hundir los barcos antes de que sus hombres puedan hacerse a la mar. Aunque Muradin se sorprende de la pobre capacidad de juicio del príncipe, decide ayudar a su amigo en el sabotaje de las naves. Ayudados por un grupo de mercenarios trolls y ogros (contratado forzosamente contra el gusto del propio Arthas), se abren paso entre las tropas de los muertos vivientes y algunos puestos de guerra nerubians, para finalmente llegar a la costa y quemar los barcos de la Alianza. En ese momento, los hombres de Arthas llegan, pero el príncipe, aprovechando la situación, culpa a los mercenarios y ordena a sus hombres asesinarlos. Los mercenarios tienen un sangriento final, y Arthas ordena a sus hombres regresar a sus puestos: ninguno regresará a casa hasta que la misión esté completa.

Al día siguiente, Muradin reprocha a Arthas sus engaños y actitudes poco honorables, pero el príncipe justifica sus actos de venganza en la destrucción provocada por el Azote en Lordaeron. En ese momento, Mal’Ganis reaparece y reta a Arthas nuevamente. Las fuerzas del Azote han rodeado completamente el campamento y se preparan para atacar. Como un último esfuerzo, Arthas y Muradin se lanzan en búsqueda de Frostmourne, la única esperanza contra el poder de Mal’Ganis.

Mientras el Capitán defiende la base, Arthas y Muradin penetran en la oscuridad de la cueva. Luego de algunas vicisitudes, finalmente llegan a la Cámara de la Espada, donde un Guardián, un Revenante de hielo, protege la entrada. El Revenante advierte de la peligrosidad del arma, pero Arthas ignora la advertencia y destruye al Revenante. Con su último aliento, el Revenante le dice que lo estaba protegiendo a él de la espada.

Dentro de la Cámara, Arthas y Muradin hallan a Frostmourne, la cual flota en un bloque de hielo. El pedestal de la espada reza una antigua maldición: “La hoja no solo desgarra la carne, sino que carcome el espíritu”. A pesar de que Muradin trata de convencerlo de volver y dejar la espada, Arthas siente que no tiene elección. Invocando a los oscuros espíritus de la Cámara, rompe el bloque de hielo y libera a Frostmourne, lo cual que cuesta la vida a Muradin, atravesado por una estalactita durante la explosión. Arthas tira el martillo de la luz y toma la espada. Su destino se ha sellado finalmente.

Devuelta en el campamento, la situación es desesperada. Las fuerzas de los muertos vivientes casi han derrotado al Capitán y sus tropas, pero la llegada de Arthas con Frostmourne vuelca totalmente la situación. Las fuerzas de Arthas dejan una estela de destrucción a su paso hacia la Fortaleza de Draktharon. Destruida la última base de resistencia de Mal’Ganis, el Señor del Terror emerge y se encara con Arthas por última vez.

Mal’Ganis nota que Arthas tiene a Frostmourne a expensas de las vidas de sus camaradas. La voz del Rey Lich habla a su cabeza, y para sorpresa del Señor del Terror, el esclavizado Arthas lanza un golpe fatal sobre Mal’Ganis. Su venganza está consumada.

Atormentado por la enloquecedora voz de Ner’zhul, Arthas vaga por los helados parajes de Northrend, perdiendo los últimos vestigios de su cordura. Tiempo después, bajo la dirección de su nuevo amo, el Rey Lich, Arthas vuelve a la ciudad capítal de Lordaeron. Aunque los ciudadanos celebran el regreso de su héroe, Arthas penetra en la Cámara del trono, y en un acto vil y terrible, asesina a su propio padre. Ahora, como nuevo rey de Lordaeron, Arthas entrega su reino al Azote, y la caída final de la Alianza ha empezado.

El Ascenso de los Malditos

La plaga de muerte del Rey Lich ha arrasado la Ciudad Capital de Lordaeron y todas las ciudades circundantes. Aterrorizados y descorazonados por la muerte de su noble rey, las fuerzas de Lordaeron han sido barridas por los furiosos guerreros muertos vivientes del Azote. Ahora, Lordaeron es solamente una sombra de su anterior gloria – y el Príncipe Arthas no ha vuelto a ser visto…

Lord Uther el Portador de la Luz, destrozado por la muerte de rey (a quien amaba como un hermano) y por la traición de su hijo y pupilo, ha oficiado él mismo la incineración del cuerpo de Terenas, según la tradición, y se ha ofrecido como voluntario para cuidar de su tumba.

La noche es oscura, fría y lluviosa, misteriosa como un profundo enigma. El Príncipe Arthas, convertido ahora en el primer Caballero de la Muerte del Rey Lich, es materializado en las afueras de la villa de Vandermar, en el norte de Lordaeron. Monta ahora una cabalgadura infernal, Pesadilla, una terrible criatura como el esqueleto de un caballo, que bufa fuego por sus fauces. Frente a él, una figura conocida se materializa, en quien Arthas cree reconocer a Mal’Ganis. En el momento en que decide atacar, Tichodrius el Oscuro se presenta y le felicita por haber matado a su padre y entregar su tierra al Azote, ya que así ha aprobado la primera prueba del Rey Lich. Por primera y unica vez en su vida, Artha se da cuenta de que ha maldecido y destruido todo lo que una vez amó y defendió con todas sus fuerzas, sin sentir ningún remordimiento o pena. Ticondrius explica que esto se debe a Frostmourne, la cual ha sido forjada para robar almas, y la de Arthas fue la primera que tomó. A su vez, ordena al Caballero de la Muerte reunir nuevamente al Culto de los Malditos, cuyos miembros se han escondido entre el populacho, temerosos de ser descubiertos por los paladines.

Penetrando en la durmiente villa, Arthas va reuniendo uno a uno a los acólitos del Culto, y se reporta de nuevo con Ticondrius. Su siguiente misión será recobrar los restos mortales del fundador del Culto, el nigromante Kel’thuzad, enterrados en el cementerio de Andorhal.

Una vez en Andorhal, Arthas debe enfrentarse a la Mano de Plata, que ha convertido la ciudad en una fortaleza para protegerla de los ataques del

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Azote. El primero en caer es Gavinrad el Terrible, quien guarda la tumba de Kel’thuzad. Arthas descubre que el espíritu del nigromante puede comunicarse mentalmente con él, y a partir de ahora será su fiel consejero. Los restos del nigromante, sin embargo, están en un avanzado estado de putrefacción, y para poder conservarlos, Ticondrius instruye a Arthas en recobrar una urna mágica donde los restos podrán conservarse. Dicha urna, desgraciadamente, se encuentra en manos de los paladines.

Arthas ponde sitio a la ciudad, y uno a uno van cayendo sus defensores: Ballador el Luminoso y sus Campeones de la Paz, Sage Truthbearer y los Campeones de la Verdad, y finalmente, Uther Lightbringer, el antiguo maestro de Arthas. Uther reprocha al Caballero de la Muerte el hecho de que su padre, el noble Terenas, sostuviera a su pueblo por más de setenta años, mientras Arthas lo había destruído en un puñado de días. La urna, además, contiene los restos de su padre asesinado. Luego de un gran batalla entre ambos titanes, Uther finalmente cae ante el poder de Frostmourne. El héroe más grande de la historia humana ha muerto. Una vez seguros los despojos de Kel’thuzad, Arthas, por instigación de Ticondrius, parte hacia el mágico reino elfo de Quel’thalas. Solamente las potentes energías del Pozo del Sol podrán reencarnar al nigromante.

Mientras tanto, en los oscuros salones de la ciudadela del Torbellino del Vacío, Ticondrius y sus dos hermanos, Anetheron y Mephistroth, disciernen acerca de sus sospechas sobre los motivos ocultos del Rey Lich para su Caballero de la Muerte. Archimonde el Profanador no permitirá ningún error, pero Ticondrius asegura tener total control del Azote. Una duda, sin embargo, ha llenado su cabeza.

El Pozo del Sol – La Caída de Silvermoon

Seis días después, en las boscosas fronteras de Quel’thalas, el ejército de muertos vivientes de Arthas inicia el asalto sobre el reino de los Altos Elfos. El espíritu de Kel’thuzad le advierte de los grandes poderes de los elfos, pero el Príncipe minimiza el asunto y el ataque inicia. Luego de establecer su primera base, el Azote empieza a ser atacado por las fuerzas de los elfos, dirigidos por Sylvanas Windrunner, Ranger General de Silvermoon. Silvanas Windrunner, la menor de las heroicas hermanas Windrunner, Alleria y Veressa, y la única que les sobrevive. Más alta que sus compañeras Rangers, extremadamente audaz y valerosa, con un hermoso cabello rubio largo y brillante al sol, y un par de ojos de color verde esmeralda, los cuales despiden una bravura solamente comparable con su belleza.

La entrada a Silvermoon se encuentra resguardada por dos puertas: la Exterior, rodeada por enormes bases del ejército elfo, y la Interior, protegida por un encantamiento, que solamente puede abrirse con un artefacto mágico conocido como la Llave de las Tres Lunas. Constantes y brutales batallas se entablan entre ambos ejércitos, pero reiteradamente, Arthas logra hacer retroceder a Sylvanas, hasta que la Puerta Exterior cae.

Sylvanas, para dificultar el avance del Azote, destruye el único que puente que comunica directamente a la Puerta Interior. Valiéndose de algunos dirigibles Goblin abandonados durante el escape, Arthas logra pasar el río e inicia el asedio de los templos donde se ocultan las tres partes de la Llave de las Tres Lunas: la Piedra de Amatista de Hannalee, que abre el corazón del Guardián de la Puerta; el Cristal de la Luna Esmeralda del Ojo de Jennala, que abre la mente del Guardián de la Puerta, y el Cristal de la Luna de Zafiro del Cuerpo de Enulaia, que abre el alma del Guardián de la Puerta. Asistido por los demonios de la cripta, los cuerpos reanimados de los guerreros nerubian de Northrend, uno a uno los templos son destruidos, hasta que finalmente, la Llave de las Tres Lunas está completa. La Puerta Interior cae y el asalto final a Silvermoon es inminente.

Desesperada por la cercana caída de su patria, Sylvanas envía constantes mensajeros a Silvermoon pidiendo refuerzos, pero estos son fácil presa de las gárgolas que Arthas ha traído de Northrend. Las superiores fuerzas del Azote rodean y destruyen el último bastión de Sylvanas. La valiente elfa se prepara para enfrentar una muerte segura, pero Arthas tiene otros planes. Sabedor de que Sylvanas ha sido una contrincante formidable y a la vez útil, Arthas le lanza una herida mortal, pero a la vez, usando a Frostmourne, esclaviza su espíritu, que se transforma en una banshee, un alma eternamente atormentada.

Con esta nueva y poderosa adquisición a su ejército, Arthas se ha vuelto imparable. Con sus nuevos y horribles poderes, la que fue Silvanas Windrunner ha llamado a los espíritus de sus camaradas caídas, que retornan del oscuro Abismo convertidas en terribles y rencorosas banshees. Ansiosas por retomar su forma terrenal, las banshees se lanzan hacia Silvermoon, atormentando a los confundidos ciudadanos y sembrando el dolor y la confusión entre las tropas de los elfos. Algunas, incluso, se han posesionado de los caballeros y soldados más fuertes, que ahora, guiados por la oscura voluntad de la banshee, se vuelven contra sus compatriotas.

El Azote, encabezado por Arthas, se encuentra a las puertas de la ciudad. Miles de esqueletos vivientes y zombis caminan sobre las calles de Silvermoon, sembrando la muerte y la desolación. Silvermoon arde en llamas, y los pocos sobrevivientes huyen hacia los bosques y la costa. Muerte, cuerpos putrefactos y ríos de sangre corren por las calles. El Concejo de los Siete Altos Elfos ha abandonado la ciudad. Las tropas de Arthas avanzan hasta el Pozo del Sol.

El Santuario se halla defendido por cuatro grandes Golems de granito, creados mágicamente por los hechiceros para guardar el preciado tesoro. Aunque los Golems son realmente poderosos e inmunes a los hechizos, la superioridad numérica del Azote es evidente, y finalmente las criaturas son destruidas. Arthas ha llegado hasta el Pozo mismo. La potente energía que mana de él es realmente asombrosa.

Los restos del nigromante son colocados dentro del Pozo, mientras el fantasma de Kel’thuzad ingresa en las potentes aguas. La energía desplegada es formidable, pero el Pozo del Sol, corrompido por la negra magia de los muertos, se ha enrojecido como la sangre. Kel’thuzad ha emergido de la fuente, pero ahora, su cuerpo es el de un formidable y espeluznante esqueleto rodeado de una corrupta y voraz aura de maldad. El dolor, el frío, la misericordia, la incertidumbre, la ansiedad, la angustia, todas las vanas preocupaciones que apasionan y desbordan los corazones de los mortales, son polvo que lleva el viento para él.

La masacre y la destrucción del Azote ha llegado a su fin. Reforzado por gran cantidad de tropas por los muertos recientes, el ejército de Arthas se

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retira hacia el sur, tomando el camino hacia las montañas de Alterac. Silvermoon, y con ella toda la orgullosa y ancestral raza de los Altos Elfos, solamente son sombras del pasado...

La Revelación

Levantado ahora como un Lich, Kel´thuzad lleva al Caballero de la Muerte hacia las montañas Alterac, donde le explicará el verdadero propósito del Rey Lich y el Azote. Tres días después, en las heladas montañas Alterac, Kel´thuzad le explica a Arthas que el Rey Lich fue creado por los feroces señores de la Legión Ardiente para preparar el camino de la segunda invasión de Azeroth. Los Señores del Terror Nathrezim han sido enviados para observar que tal meta se lleve a cabo. La plaga de muertos vivientes que el Culto de los Malditos lanzó sobre Lordaeron e incluso la invasión de Quel´thalas fue ordenada para quitar del camino dos enemigos que pudieran resistir el regreso de la Legión. Esta era la primera fase del plan del Rey Lich. Arthas parece impresionado por la enormidad de los eventos por venir, pero Kel´thuzad le asegura que diez mil años antes sobre el mundo hubo una guerra que sería el preludio del caos que la Legión desataría sobre Azeroth.

Dada la presenta situación, Arthas y Kel´thuzad se acercan al campamento de orcos del clan Blackrock para ordenar la segunda fase del plan de Ner´zhul. El Azote debe destruir el campamento de los orcos Blackrock y tomar control de una puerta demoníaca que aún es funcional. Kel´thuzad usará la puerta para comunicarse con el demonio Arquimonde el Profanador, quien actualmente dirige el plan de invasión de la Legión.

Sin embargo, los orcos Blackrock no serán un rival fácil. Jubei´thos, el Maestro de las Espadas, quien se había enfrentado con Arthas cuando aún era paladín, ha logrado su propósito de invocar a los demonios, y el clan se encuentra fortalecido por poderosos brujos, ogros magos, esclavos goblins y fieros dragones rojos. El mismo Jubei´thos se ha transformado en un Orco del Caos. Ahora, erigido en nuevo líder del clan después de la derrota de Doomhammer, ha rechazado las enseñanzas chamanísticas del que considera hereje nuevo Señor de la Guerra y ha acogido la sed de sangre, condenando a todo su clan a ser esclavos eternamente.

Kel´thuzad le dice a Arthas que, hace mucho tiempo, los orcos fueron la primera arma de la Legión contra la humanidad. Estos reclaman ser los verdaderos sirvientes de la Legión Ardiente, y creen que sus amos les han enviado a los muertos para probarlos. Arthas ha decido matar a cada uno de los líderes del clan Blackrock para obtener poderosos artefactos mágicos que estos guardan.

Aunque poderosos, los orcos del Clan Blackrock no son rival para el ejército de Arthas, y el Caballero de la Muerte toma control rápidamente de la puerta. Jubei´thos muere por la espada del poderoso Caballero, dejando condenados a sus orcos a la esclavitud eterna. Kel´thuzad activa el portal y contacta a Arquimonde.

Asedio y Destrucción de Dalaran

“Tiemblen, mortales, y desesperen. El Apocalipsis ha llegado a este mundo”.

Archimonde el Profanador

Arquimonde ordena al lich encontrar el libro de hechizos perdido de Medivh, el Último Guardián, pues solamente los poderosos encantos de este libro pueden abrir un portal lo suficientemente grande para que la Legión regrese al mundo. El libro puede ser hallado en la ciudad mágica de Dalaran, hogar del Kirin Tor. Archimonde ordena que la invocación deba ser realizada máximo en tres días en las afueras de la ciudad. El Libro de Medivh, que fuera robado por las fuerzas orcas de Ner’zhul antes de la invasión de Draenor, fue el único de los objetos mágicos que pudo ser salvado por la Alianza antes de que aquel planeta implosionara.

A la mañana siguiente, en las puertas de Dalaran, Arthas ordena a los magos rendirse a la fuerza del Azote. El Archimago Antonidas, líder del Kirin Tor sale a su encuentro e, irónicamente, le pregunta por la salud de su noble padre. A su vez, le advierte de no entrar a la Ciudadela Violeta, pues los magos del Kirin Tor han erigido un aura mágica que destruirá a cualquier muerto viviente que intente ingresar a la ciudad. Arthas refuta sus amenazas, pero Antonidas de tele-transporta dentro de la ciudad. Kel´thuzad nota que son tres los magos que mantienen las auras, y si el Azote logra matarlos, el hechizo será roto y el Azote podrá arrasar la ciudad.

En Dalaran, los tres archimagos más poderosos del Kirin Tor (Shal Lightbringer, Conjurus Rex y el mismo Antonidas) elevan el encantamiento del aura para defender la Ciudadela Violeta. Aunque muchos muertos vivientes son destruidos por las poderosas auras, el grupo de Arthas logra penetrar en Dalaran. Uno por uno, los archimagos van cayendo, gracias a que Arthas ha logrado controlar a los poderosos Golems y Dragones Azules que los magos tenían encerrados en Dalaran para su estudio. Cuando Antonidas, el último mago, cae bajo el poder del Rey Lich, clama que su actual dolor caiga sobre la conciencia de Arthas, que luego le da muerte. El Caballero de la Muerte y el lich logran reclamar el libro de hechizos.

Una hora después, en una colina sobre Dalaran, Kel´thuzad y Arthas se preparan para invocar a Arquimonde. Kel´thuzad se da cuenta de que el conocimiento demoníaco del Medivh poseído está más allá de cualquier cosa que él hubiera visto. Ticondrius aparece y ordena el inicio de la invocación. Conforme el lich inicia la entonación de los hechizos para traer a Arquimonde a Azeroth, Arthas guía a sus guerreros muertos vivientes para defender al lich de las encolerizadas fuerzas de Dalaran, que preparan un último masivo ataque contra el Azote.

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Ola tras ola, las tropas del Clan de Magos y la Liga de los Hechiceros, bajo el mando de los magos Mannath Magesinger y Landazar, luchan por derrotar las defensas del Azote. Ambos bandos tienen grandes pérdidas, pero finalmente, Kel´thuzad abre el portal, y las fuerzas de la Legión Ardiente, lideradas por Arquimonde el Profanador, ingresan al mundo. Dando a Ticondrius y los señores de terror el poder del Azote, proclama que el rey Lich ya no le es necesario y se dirige hacia Dalaran para destruirla, como ejemplo para el resto de los habitantes de Azeroth. Sorprendido y encolerizado, Arthas pregunta a Kel´thuzad que pasará con ellos una vez que la Legión tome el control. El lich tranquiliza al Caballero de la Muerte, diciéndole que el Rey Lich ya había previsto esta situación y tiene un plan apropiado.

Mientras tanto, Archimonde realiza un terrible hechizo sobre Dalaran, y usando sus poderes mágicos, se trae la ciudad entera al suelo. La destrucción de Dalaran termina con el reinado del Kirin Tor, priva a Azeroth de una de sus defensas primarias contra la Legión, y sirve como telón de obertura para la Tercera Guerra. Después de diez mil años, la segunda invasión demoníaca sobre Azeroth había comenzado…

En el Ojo del Maelstrom - El rescate de los Darkspear

“Sobre el horizonte… hacia su destino”.

Los lugartenientes de Thrall le reportan que la mitad de la flota está perdida, y que la otra mitad está seriamente dañada. Thrall ordena construir una base en la isla, pues tomará cierto tiempo poner a punto la flota para continuar el viaje hacia Kalimdor. Uno de los chamanes de Thrall reporta que siente un extraño poder mágico alrededor del campamento. Usando su hechizo de Visión Lejana, Thrall descubre que Centinelas Guardianes han sido colocados alrededor de la zona donde la Horda ha desembarcado. En ese momento, un curandero troll de la isla llamado Sen´Jin, de la tribu Darkspear, aparece y advierte a Thrall de que unos invasores han establecido un puesto de observación al otro lado de la isla. Los Trolls han intentado vivir en paz, pero los invasores, humanos, los han cazado día y noche. Sin atenerse a esperar un ataque humano, Thrall ordena a una patrulla lidiar con cualquier tropa humana que se atreva a cruzar. Lo que Thrall y Sen´Jin no conocen es que estas tropas son marines reales de la nación marítima de la Alianza, Kul Tiras, al mando del Gran Almirante Daelin Proudmoore.

Los Darkspear, una tribu de trolls de la jungla, fueron exiliados en esta isla luego de entrar en conflicto con sus hermanos los Gurubashi, quienes gobiernan en las vastas junglas del Valle de Strangletorn, en Azeroth, después de que los Darkspear se negaran a adorar al sanguinario dios Hakkar el Devorador de Almas.

Después de ayudar a los Trolls a purificar una fuente de sanidad y defenderlos de los constantes ataques humanos, las fuerzas de Thrall inician el asedio del campamento de Kul Tiras. Mientras los humanos pelean valientemente, se ven sobrepasados por las fuerzas combinadas de orcos y trolls. Sin embargo, justo cuando la Horda está cerca de vencer a los humanos, ambos lados se ven atacados por un gran número de Murlocs acuáticos. Tomando a los humanos, orcos y trolls bajo su custodia, los Murlocs argumentan que la magia de Thrall no interferirá más con sus planes de “retomar la superficie”. Las criaturas acuáticas llevan a sus prisioneros a una red de cavernas profundas dentro de la isla.

Thrall se encuentra prisionero en una mazmorra subterránea, separado de sus compañeros. Como él se pregunta el propósito de los Murlocs en capturarlo, un troll que se encuentra aprisionado junto con Thrall le explica que los Murlocs usualmente eran pacíficos, pero recientemente empezaron a capturar humanos y trolls para usarlos en sacrificios para su líder: una Bruja del Mar que amenazó con destruir la isla si los Murlocs no obedecían. Thrall no se intimida y utiliza su Rayo Luminoso para matar a los guardias y escapar de su celda. El y el troll salen a rescatar a sus compañeros.

Después de abrirse camino a través de la prisión subterránea y recoger a todos los prisioneros que encuentran, Thrall y sus tropas finalmente llegan al salón del trono del hechicero Murloc que los ha aprisionado. Sin embargo, es demasiado tarde para salvar a Sen´Jin, que es brutalmente sacrificado por el hechicero como sacrificio para la Bruja del Mar. Consumido por su ira, Thrall derrota al hechicero y llega al lado del Sen´Jin moribundo.

Con su último aliento, Sen´Jin le ruega a Thrall que guíe a los trolls hacia Kalimdor junto con el resto de la Horda, pues nunca podrán volver a vivir en paz en esta isla. Él asiente y extiende la oferta a los restantes Trolls, quienes acceden a formar parte de la Horda.

En ese momento la voz de la Bruja del Mar hace eco dentro de la caverna, diciendo a los orcos que no escaparán tan fácilmente, luego de lo cual, las paredes de la caverna subterránea empiezan a colapsar, y los soldados de la Horda tiene que escapar hacia la superficie.

Conforme las tropas de la Horda salen de la cueva, la Bruja del Mar aparece y los ataca por haber matado a sus sirvientes y profanado su santuario. Como compensación, ella tomará las vidas de orcos y trolls. Thrall ordena a la Bruja regresar a las profundidades y dejar la isla en paz. Sin embargo, la Bruja no lo escucha y se prepara para golpear el campamento de la Horda con sus tropas.

Volviendo rápidamente a la base, Thrall pregunta por el estado de la reparación de los barcos. El capitán encargado del campo le dice que los barcos están casi terminados, pero en eso un volcán hace erupción y la isla completa empieza a hundirse. Thrall ordena defender los barcos a toda costa contra los Murlocs hasta que las reparaciones estén finalizadas y la Horda pueda continuar su viaje hacia Kalimdor.

Durante los siguientes minutos, los peones trabajan frenéticamente para reparar los barcos mientras los guerreros restantes batallan contra la Bruja del Mar y los Murlocs. Finalmente, la reparación se completa y la Horda rápidamente evacua la isla y desaparece entre las ondas del mar.

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Conforme navegan hacia Kalimdor, la voz de la Bruja del Mar hace eco entre las olas, profetizando la destrucción de los habitantes de la superficie en manos de la raza acuática conocida como los Naga…

La Invasión de Kalimdor

“- Thrall…perdóname… he sido un tonto. La furia de los demonios… se extingue mis venas. ¡Me he liberado a mí mismo! - No, amigo mío… nos has liberado a todos”.

La muerte de Hellscream. Leyenda orca.

Después de semanas de viajar por los mares embravecidos, la Horda ha desembarcado sobre las salvajes costas de Kalimdor. Con sus barcos robados quebrados y hundidos, los orcos precavidamente se aventuran tierra adentro, previniendo los posibles peligros desconocidos que habitan en la desolada tierra. Con sus barcos quemados y lentamente hundiéndose en el mar, Thrall pregunta por el resto de la Horda. No hay seguridad de haber llegado a Kalimdor, pero han viajada hacia el oeste más allá de toda tierra conocida. No hay rastros de Grom Hellscream o los Warsong, pues sus barcos fueron separados de la flota durante la tormenta, por lo que Thrall ordena iniciar la búsqueda para reagruparse.

Conforme viajan sobre la extraña y hermosa tierra, los orcos rescatan miembros de la Horda que han sido capturados por una extraña raza de criaturas semejantes a jabalíes. Grupo por grupo, los quillboars van cayendo ante el poder superior de la Horda. Explorando las distintas aldeas quemadas, presencian la lucha entre los Centauros y enormes seres como toros, las cuales caen ante la superioridad numérica de los Centauros, y Thrall presiente que la Horda ha llegado a un lugar con muchos más conflictos que los que dejó atrás en Lordaeron.

Eventualmente las fuerzas de la Horda tratan de ayudar a las criaturas toro, hasta que logran dar con su líder, Cairne Bloodhoof, jefe de los Tauren, el cual se encuentra intrigado por el estilo de pelea de los orcos y desea conocerlos más. Thrall le relata la historia de cómo la Horda vino a Kalimdor a hallar su destino, y Cairne sugiere que pueden hablar con el Oráculo que se encuentra más al norte. Thrall se resiste a viajar en esa dirección, pues un enorme ejército de centauros se mueve hacia allá. Cairne se alarma pues los centauros marchan hacia la aldea Bloodhoof, y debe retornar de inmediato. Deseoso de conocer más acerca del Oráculo y los Tauren, Thrall conduce a la Horda hacia la aldea de Cairne y lo asiste en su defensa.

Una vez en la aldea, la Horda y los Tauren resisten el asedio de constantes olas de Centauros. Eventualmente, el Campeón de los Centauros llegará a pelear y caerá ante las fuerzas unidas de ambos ejércitos. Su muerte motivará la retirada de los centauros.

Cairne agradece a Thrall su apoyo, pero el viejo jefe se encuentra desesperanzado, pues los centauros controlan toda la región, y los Tauren se ven obligados a viajar a las verdes praderas de Mulgore o si no morirán. Desafortunadamente, la velocidad de los centauros no tiene rival en los planos abiertos, y el líder de los Bloodhoof teme que su caravana será aniquilada durante el viaje. Thrall ofrece escoltar a los Tauren a Mulgore a cambio de la información del Oráculo que Cairne le informó. Cairne, intrigado por los orcos y los trolls, accede. La Horda y los Tauren planean una larga marcha a través de los planos del sureste de Kalimdor.

Dos días después, sobre las desoladas llanuras de los Barrenos, Thrall y Cairne intercambian información sobre cada una de sus culturas durante su viaje hacia Mulgore. Thrall nota que Kalimdor es muy similar al mundo destruido de los orcos, Draenor. Cairne relata a Thrall que los Tauren son hijos de la Madre Tierra, y que por ella tienen una cultura pacífica y un estilo de vida propios en esa tierra. En ese momento, varios scouts de la Horda reportan que una banda de arqueros y guerreros centauros se acerca para atacar la caravana. Thrall rápidamente ordena a las tropas que escolta a las bestias Kodo de los Tauren hacia una serie de oasis donde podrán reabastecerse. Cairne y los guerreros Tauren asistirán en la defensa del convoy.

Conforme los centauros continúan el asedio a la caravana durante su viaje, los guerreros orcos y tauren la defienden de las brutales bestias. Eventualmente la caravana logra llegar a Mulgore, pero los centauros casi se encuentran sobre ellos. Llamando al espíritu de la Madre Tierra, Cairne provoca un derrumbe de una formación rocosa, que obstruye el paso de los centauros hacia Mulgore.

Con el paso asegurado, Thrall pregunta a Cairne acerca del Oráculo. Cairne dice que las leyendas hablan de que el Oráculo conoce los caminos del destino y que es Hijo mismo de la Madre Tierra, y que solamente él podrá mostrarle a la Horda su verdadero destino. El Oráculo puede ser hallado en el norte, en lo más alto del Monte Stonetalon. Luego de mostrar agradecimiento por la asistencia de la Horda, Cairne envía sus más finas bestias Kodo para asistir a los orcos y trolls en su viaje. Thrall agradece a Cairne su generosidad y promete nunca olvidar al jefe Tauren. Cairne deja la Horda con una bendición de la Madre Tierra y los Tauren continúan su viaje sobre Mulgore.

Mientras tanto, de regreso en Lordaeron, la Legión inicia su invasión. Las villas humanas son arrasadas por la Guardia del Apocalipsis y los Infernales. Ticondrius aparece y conversa con Mannoroth el Destructor, el barbárico líder de los Señores del Foso. Mannoroth se encuentra disgustado por la facilidad con que los demonios han derrotado a los Humanos. Ticondrius aclara que esto es gracias al trabajo del Azote, el cual exitosamente derrotó a los humanos y Altos Elfos antes de la invasión, cosa que los orcos no pudieron realizar cuando hicieron el pacto de sangre con Mannoroth. A su vez, Ticondrius informa a Mannoroth que los orcos no se encuentran lejos, y que sus agentes los han hallado en Kalimdor, por lo que Mannoroth jura destruirlos por su traición. Sin embargo, Arquimonde, que aparece de la nada, le dice que los orcos aún pueden ser útiles a la Legión.

Cinco días después, cerca de las faldas del Monte Stonetalon, la Horda de Thrall continúa su viaje en busca del Oráculo. Sin embargo, hay desazón

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entre los miembros de la Horda por la falta de un buen combate. En ese momento, a lo lejos, divisan a Grom Hellscream y los Warsong luchado contra los defensores de un asentamiento humano. Sorprendidos de hallar humanos en Kalimdor, la Horda se une a la batalla. Con la base humana en ruinas, Thrall y Grom discuten la situación. Éste último le informa que los humanos se encuentra liderados por una joven, y han tomado el paso hacia el norte. Thrall ordena explorar el área, y ordena a Grom no atacar a los humanos hasta que sus posiciones estén listas.

Los scouts de Thrall informan que un grupo de Goblins tienen unos zeppelines hacia el norte, los cuales permiten pasar las fuerzas humanas sin tener que pelear con ellas. Sin embargo, la sed de sangre de Grom lo obliga a atacar a los humanos, con lo que las fuerzas de Thrall se ven obligadas a luchar contra ellos. Las fuerzas de la Alianza se encuentran comandadas por Agronnor el Poderoso, Thane de Ironforge al mando de las fuerzas de Gilneas, Buzan el Osado, paladín de la Mano de Plata, y Tann Flamecaster, mago sobreviviente de la destrucción de Dalaran. Todos caen en la batalla. Luego de neutralizar las bases humanas, Thrall confronta a Grom, pero este le responde que los humanos merecen morir, y que la sed de sangre hierve en sus venas, igual que antes, cuando los demonios estaban cerca. Furioso, Thrall envía a Grom y su clan hacia el norte, al bosque de Ashevale, para construir un nuevo asentamiento, mientras él se dirige hacia el Monte a buscar el Oráculo.

Dos días después, en las fronteras del Bosque de Ashenvale, los Warsong construyen un pequeño campamento donde se levantará el asentamiento de los orcos. Grom se encuentra disgustado por que sus bravos guerreros se ven obligados a realizar trabajos manuales. Algunos de sus soldados, entonces, empiezan a temer el bosque, debido a que escuchan extrañas voces en un idioma desconocido que hacen eco en los ancestrales árboles.

Unos momentos más tarde, un grupo de guerreras aparece y ataca a los Warsong, reclamando el irrespeto de los orcos hacia la vida. Grom Hellscream nota que estas se parecen a los Altos Elfos, pero su color de piel es púrpura y son más altas y salvajes. Constantemente, mientras exploran el área, los orcos son atacados por las guerreras, pero la superioridad de los orcos asegura el terreno. Grom, finalmente, halla una pequeña tienda Goblin, donde su dueño, el jovial Neeloc Greedyfingers, le ofrece dos aserradores mecánicos a cambio de matar a líder de una tribu de furbolgs, unos enormes y voraces hombres-oso que viven en lo profundo del bosque, a lo que Grom accede. Con ayuda de los aserradores, Grom logra levantar rápidamente el asentamiento para Thrall.

Mientras tanto, cerca de las Praderas de la Luna del semi-dios Cenarius, Mannoroth y Ticondrius discuten el plan de la Legión para los orcos. Como prevención, Archimonde demanda la muerte de Cenarius antes de invadir Kalimdor, para evitar que éste participe en la defensa. Mannoroth reconoce que Cenarius es extraordinariamente poderoso y le gustaría enfrentarlo en la batalla, pero el semi-dios raramente aparece en despoblado. Tichondrius y Archimonde creen que los orcos pueden matar a Cenarius por la Legión, solamente necesitan de un pequeño incentivo. Entonces, Mannoroth vierte su sangre ardiente en la fuente de Cenarius, con el objetivo de que los orcos la beban y reaviven la sed de sangre.

A la mañana siguiente, en Ashevale, los orcos han construido un nuevo asentamiento. En ese momento, Cenarius aparece y destruye el campamento, utilizando a sus treants y los elfos nocturnos, como retribución por la destrucción del bosque. Superados por las fuerzas enemigas, los orcos cruzan el río en retirada, y Cenarius hace crecer nuevamente, con sus poderes, los bosques. Buscando una manera de derrotar a Cenarius, Grom envía a un grupo a explorar la parte más profunda del bosque. Estos descubren una fuente que irradia un gran poder, resguardada por Sátiros, los cuales son rápidamente despachados por los orcos. Sin embargo, uno de los curanderos troll advierte a Grom que el poder que emana de la fuente es maligno, pero éste no le da importancia: está decidido a acabar con Cenarius bajo cualquier precio. Uno de sus soldados le dice que eso estaría en contra de todo lo que Thrall les ha enseñado, pero Grom bebe de las oscuras aguas, e inmediatamente, él y sus orcos se transforman en Orcos del Caos.

Movidos por la magia demoníaca, las fuerzas de los Warsong atacan el territorio de Cenarius. Con sus nuevos poderes infernales, los Warsong rápidamente derrotan a los Elfos Nocturnos y asesinan a Cenarius, cuya armadura divina es vulnerable a la magia de los demonios. Mientras agoniza, Cenarius dice a Grom que los demonios han hecho muy bien su trabajo al corromper a los orcos. Cuando Grom proclama que los orcos son libres del poder de la Legión, Cenarius le refuta diciendo que “no son mejores que la maligna bilis que corre por sus venas”. En este momento, Mannoroth aparece y le dice a Grom que los orcos son nuevamente propiedad de la Legión. Grom protesta diciendo que los orcos son libres, pero Mannoroth, burlándose, le dice que es su sangre la que le da poder a sus fuerzas y que a partir de ahora le servirá solo a él.

En ese mismo momento, en la base del monte Stonetalon, los scouts de Thrall informan al Señor de la Guerra que las fuerzas humanas se han posicionado cerca de la entrada al Oráculo. La Horda se ve obligada a atacar la base humana. En ese instante, los Tauren, con Cairne a la cabeza, llegan para asistir a sus aliados orcos. Dado que la base humana se encuentra en una alta planicie sobre las rocas, Cairne sugiere pedir ayuda a los Wyverns, una raza de criaturas voladoras, para atacar la base.

in embargo, los Wyverns han sido capturados por un grupo de Harpías, y la Horda tiene que rescatarlos primero. Una vez de su lado, los Wyverns realizan un ataque aéreo sobre la base humana y la toman. La joven hechicera humana y sus seguidores huyen a lo profundo de la caverna, y la Horda se prepara para perseguirlos.

Veinte minutos después, dentro de la cueva, Thrall y Cairne deciden separarse para explorar el laberinto. Thrall, liderando un grupo de orcos y trolls, tiene que enfrentarse a una serie de criaturas de ultratumba y monstruos ancestrales que se encuentran prisioneros en el laberinto, hasta que finalmente llega a un cruce que se encuentra resguardado por una estatua. Asombrosamente, la estatua comienza a hablar. Dice llamarse Aszune, una antigua princesa Elfa Nocturna que una maldición convirtió en piedra. Su estatua ahora resguarda el camino al Oráculo, y nadie podrá pasar hasta que su corazón le sea devuelto. Explorando las cavernas, los orcos hallan a un dragón rojo peleando con unas harpías. Thrall ordena unirse a la batalla y ambas fuerzas son derrotadas. Al morir el dragón, deja caer un extraño medallón con una gema que trae la efigie de Aszune. Thrall regresa su corazón a la estatua, que les cede el paso. Sin embargo, se encuentra con un río de lava que no pueden cruzar. En ese momento, Cairne y sus Tauren aparecen. Durante su búsqueda, encuentran otra gema, que al parecer encaja perfectamente en una abertura cerca de la estatua de Aszune. Al colocarla, un puente de energía se forma sobre el río de lava, permitiendo a los miembros de la Horda pasar hacia el otro lado.

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Thrall y Cairne llegan al salón del Oráculo, y se topan con los humanos y su joven hechicera, que no es otra que Jaina Proudmoore. Cuando ambas facciones se preparan para pelear, una poderosa voz les ordena respetar la solemnidad del lugar. Asombrado, Thrall reconoce al Profeta. Éste le presenta a Jaina Proudmoore, líder de los sobrevivientes de la Alianza de Lordaeron. Es cuando Thrall se entera de que la Legión Ardiente está arrasando Azeroth y que Lordaeron realmente ha caído. Los demonios se dirigen ahora hacia Kalimdor, y la Horda y la Alianza deben unirse para combatirlos, o todo estará perdido. Aunque ambos se resisten al principio, Thrall y Jaina entienden su deber, y acceden a unir sus fuerzas. Lamentablemente, el Profeta también advierte a Thrall que Grom ha caído bajo la maldición de la Legión, y que el destino de la Horda solamente podrá estar seguro si el Warsong es rescatado de la influencia demoníaca.

Tres días después, cerca de la entrada a los Barrenos, Thrall, Jaina y Cairne discuten cómo liberar a Hellscream y los Warsong del control de la Legión. Jaina le entrega a Thrall una esfera mágica, en la que éste deberá capturar a Grom. Una vez capturado, deben regresar a la base de Jaina, donde los sacerdotes Altos Elfos y los chamanes orcos lo liberarán de la corrupción. Thrall agradece a Jaina su asistencia y ella parte hacia su base.

Una vez que los héroes regresan a su propio campamento, Cairne nota que Thrall está turbado. El Señor de la Guerra está frustrado por tener que combatir a sus propios hermanos para salvarlos de la extinción a manos de la Legión.

Conforme la Horda y la Alianza van haciendo su camino hacia el campamento Warsong, el cielo se enrojece y enormes meteoros empiezan a caer: Los Infernales de la Legión han llegado. La Legión se ha enterado de los planes de Thrall y Jaina, y deben ser detenidos o todo se perderá. Muchos valientes guerreros caen ante las demoníacas fuerzas combinadas de los orcos Warsong y sus guardianes de la Legión, pero finalmente el camino a Grom logra abrirse. Thrall confronta a Hellscream directamente, tratando de persuadir a Grom de acompañarlo sin resistencia. Hellscream se niega, clamando que el destino de los orcos es servir a Mannoroth y la Legión. Thrall no conoce a Mannoroth y cree que Grom está alucinando, pero Hellscream le replica que Thrall solamente conoce la mitad de la historia. Cruelmente, le revela que los Jefes de los Clanes, para sellar su pacto con los demonios, bebieron por propia voluntad la sangre de Mannoroth, y que él, Grom Hellscream, fue el primero de todos. Thrall pierde el control ante la aplastante verdad y lucha con el Jefe Warsong hasta que logra encerrarlo en la esfera mágica, regresando rápidamente a la base de Jaina.

Después de muchos conjuros y oraciones por parte de los sacerdotes y los chamanes, el jefe Warsong es purificado y, avergonzado, solicita a Thrall su perdón por sus acciones, pero Thrall le dice que lo necesita para liberar a los orcos de la maldición de los demonios para siempre. Grom le dice que en el cañón cercano podrán enfrentarse cara a cara con Mannoroth en persona.

Ambos jefes ingresan precavidamente dentro del cañón. La risa burlona de Mannoroth hace eco entre los muros. El sabía que vendrían a buscarlo, pero ellos deben saber que la Horda nunca podrá librarse de la influencia de la Legión. El gigantesco Señor del Foso aparece detrás de los héroes orcos y comienza a ofenderlos. Thrall intenta herirlo con el Doomhammer, pero Mannoroth logra defenderse usando una de sus alas, y cargando contra los orcos, logra lanzar a Thrall hacia una de las paredes y dejarlo inconsciente. Mientras Grom trata de recuperarse del ataque, Mannoroth lo incita, diciéndole que, en lo profundo de su ser, Grom sabe que ambos, él y Mannoroth, son lo mismo. Con sus ojos enrojecidos por la furia, Grom lanza su grito de guerra y arremete contra Mannoroth. El Señor del Foso logra rechazar a Grom con su espada, pero el hacha del Warsong se ha clavado profundamente en el pecho del demonio. Mortalmente herido, Mannoroth colapsa, y estalla en una furiosa ola de fuego.

Con serias quemaduras, Grom cae y espera la muerte. Thrall, herido, se acerca a su amigo moribundo y escucha sus últimas palabras. Lentamente, sus ojos enrojecidos por la furia vuelven a tener su color normal, y Grom siente cómo la influencia demoníaca va extinguiéndose en su ser: se ha liberado a sí mismo. Por primera y última vez en su vida, Grom, el líder de los Warsong, el imbatible, el más violento de los guerreros de todas las guerras orcas, siente la tranquilidad de la paz, mientras se reúne con los espíritus de sus ancestros. Pero la muerte de Grom no sólo lo ha liberado a él: ha liberado a todos los orcos de la maldición de la sed de sangre.

El Fin de la Eternidad

Con el heroico sacrificio de Grom Hellscream, el Señor del Foso Mannoroth fue derrotado, y la maldición demoníaca que había esclavizado a los orcos llegó a su fin. Entonces, las fuerzas combinadas de orcos y humanos se adentran en el bosque de Ashenvale para construir una fortaleza donde ambas fuerzas puedan enfrentarse a la Legión, sin saber a ciencia cierta contra qué van a enfrentarse.

Sin saberlo, entre las sombras otro enemigo los acecha. Tyrande Whisperwind, la Sacerdotisa de la Luna, líder de las Centinelas Elfas Nocturnas durante más de diez mil años, cree que la presencia de los extranjeros solamente traerá dolor a su encantada patria. La arquera Shandris Feathermoon interrumpe a Tyrande mientras esta se encuentra en comunión con el bosque. La Sacerdotisa siente que algo oscuro se acerca, pero no se encuentra segura de su identidad. Shandris sugiere que pueden ser los pieles verdes que asesinaron a Cenarius, pero Tyrande cree que hay algo peor, por lo que convoca un búho invisible para explorar el área. El ave mágica vuela sobre el bosque y descubre la base de la Alianza y la Horda, donde los nuevos aliados planean talar los árboles para construir su fortaleza. Este hecho irrita a Tyrande, por lo que ordena a las Centinelas repeler cualquier intento de los extranjeros de penetrar en Ashenvale.

Conforme las tropas de Tyrande exploran el área, encuentran una tribu de furbolgs. El anciano chamán de la tribu se prepara para movilizar a su pueblo, debido a que siente que una malvada presencia se avecina sobre el bosque. Sin embargo, muchos de los miembros de su tribu se han extraviado en su viaje a la aldea, y el chamán solicita a la Sacerdotisa ayudarle a buscar a los fulborgs perdidos, a lo que Tyrande accede.

Durante su trayecto al asentamiento enemigo, Tyrande va liberando furbolgs cautivos, por lo que el chamán decide ayudarla en su combate

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enviándole a sus mejores guerreros. Con la aldea furbolg evacuada, Tyrande prepara su ataque contra los extranjeros, los cuales están comandados por el Duque Corazón de León, un paladín de Lordaeron que siguió a Jaina hacia Kalimdor. Mientras hay una encarnizada batalla entre las Centinelas y los extranjeros, repentinamente la base es atacada por una inmensa ola de muertos vivientes y demonios. Superados en número, Tyrande ordena a sus fuerzas replegarse en la profundidad del bosque.

Tres horas más tarde, en algún lugar en las faldas del Monte Hyjal, Tyrande y sus arqueras sobrevivientes escapan de las fuerzas de la Legión y el Azote, pero finalmente son acorraladas por la Guardia del Apocalipsis, y las arqueras son asesinadas. Archimonde y Tichondrius se materializan y confrontan a Tyrande, y ella se asombra de observar nuevamente a Archimonde después de diez mil años. El demonio proclama que la Legión ha vuelto para consumir Azeroth, y que esta vez, los Kaldorei no podrán detenerla. En el momento en que la Guardia del Apocalipsis se dispone a matar a Tyrande, ésta se fusiona con la sombra y desaparece de la vista. Archimonde, urioso, ordena a la Guardia encontrar a la Sacerdotisa antes de que escape de la zona. Tyrande, que reaparece una vez que se han marchado, comprende que éste es el día largamente temido por las Centinelas, en que la Legión reaparecería sobre el mundo. Rápidamente, se adentra en el bosque para advertir a sus hermanas.

Aprovechando la noche, Tyrande se escabulle por el bosque, eludiendo las patrullas de la Guardia del Apocalipsis y los puestos de observación de los muertos vivientes, hasta que finalmente, luego de cruzar el río, logra llegar a una base de las Centinelas, las Shadowleaves, la cual está seriamente dañada. Shandris, quien se encuentra a cargo de la base, le informa del sorpresivo ataque del Azote, pero Tyrande le advierte que el verdadero enemigo es la Legión Ardiente. Como última salida, Tyrande decide despertar a los druidas, quienes duermen el Sueño Esmeralda desde hace diez mil años.

Al día siguiente, en las afueras de los sagrados Claros de la Luna, las Centinelas se preparan para recuperar el Cuerno de Cenarius, un poderoso artefacto que es el único que puede despertar a los druidas de su profundo sueño. Sin embargo, los orcos, inadvertidamente, han construido una base cerca de donde descansa el Cuerno, por lo que las Elfas se ven obligadas a luchar con ellos para llegar al Cuerno. Para complicar las cosas, los muertos vivientes han empezado a deforestar el bosque para llegar al Túmulo donde descansa el druida más poderoso, que no es otro que Shan’do Malfurion Stormrage. Si el Azote llega antes de que él despierte, todo se habrá perdido.

El camino es largo y peligroso, pero finalmente, las Centinelas de Tyrande logran derrotar a los ancestrales Guardianes del Bosque, hijos de Cenarius que protegen el Cuerno, y recobrar a tiempo el precioso artefacto. Tyrande sopla el Cuerno, y Malfurion se levanta de su sueño. Inmediatamente, siente la cercana presencia de los muertos vivientes, e invoca un ejército de treants para derrotar a los invasores.

Dos días más tarde, en la profundidad del Valle de la Primavera y el Invierno, Malfurion agradece a Tyrande el haberlo despertado, pues él, en la profundidad del Sueño Esmeralda, podía sentir la corrupción de Kalimdor. Tyrande, sin embargo, se encuentra resentida con él por haberla dejado sola por diez mil años. Malfurion sospecha que Archimonde tratará de llegar a la cima del Monte Hyjal e intentará absorber los poderes mágicos del Árbol del Mundo. Si esto sucede, la fuente de la vida en Azeroth será destruida y el mundo estará condenado. Mientras discuten esto, una cercana batalla entre humanos y muertos vivientes capta su atención. Malfurion piensa que talvez los extranjeros podrían ser útiles aliados contra la Legión, pero Tyrande no confía en ellos. Los Elfos Nocturnos deciden establecer una nueva base y despertar a los Druidas de la Zarpa, los cuales duermen cerca del Valle.

Durante el camino, ejércitos de la Alianza y la Horda luchan contra los muertos vivientes, obligando a los elfos a movilizarse con cautela. Entonces, se encuentran con los furbolgs que Tyrande anteriormente había ayudado. Lamentablemente, estos no lograron escapar, pues al acercarse a una fuente a beber agua, ésta había sido corrompida, y los furbolgs se habían vuelto locos y violentos. Profundamente dolida, Tyrande se ve obligada a acabar con ellos. Para horror de los elfos, una parte del bosque lentamente ha caído bajo el influjo maligno de un oscuro espíritu, el cual deberá ser destruido para poder restaurar a los ancestrales espíritus del bosque. Finalmente, luego de destruir a un grupo de Ancestros corrompidos por los Sátiros de Ticondrius, Malfurion y Tyrande llegan al Valle, y usando el Cuerno de Cenarius, Stormrage despierta a los Druidas de la Zarpa.

A la mañana siguiente, en las cavernas de los Túmulos Profundos de Monte Hyjal, Malfurion y Tyrande buscan a los Druidas de la Garra. Malfurion previene a sus tropas, pues los Túmulos Profundos han estado sellados por casi tres mil años, por lo que no se sabe que oscuras criaturas habrán hecho su hogar en los perdidos túneles. Adicionalmente, Malfurion no sabe como los Druidas de la Garra responderán al ver a los otros Elfos Nocturnos por primera vez desde que entraron en el Sueño Esmeralda. Tyrande lo apresura, pues mientras más tiempo pase, más corromperá el poder de la Legión los bosques de la superficie.

Luego de luchar dentro del laberinto con una horda de arañas gigantescas, Tyrande y Malfurion se topan con una tribu de furbolgs. En ese momento, Tyrande observa que aquel chamán que había ayudado, había logrado escapar de la corrupción de sus hermanos, y que una pequeña parte de la tribu sobreviviente se había escondido en las cavernas. Sin embargo, el chamán había sido mordido por una araña venenosa. Para salvarlo, Tyrande busca una fuente mágica de la vida, cuyas aguas restauran la salud del chamán. Una vez más, en retribución, el chamán le otorga un poderoso Talismán de lo Salvaje, para que los Elfos invoquen la ayuda de los furbolgs siempre que la necesiten.

Continuando su viaje, en la parte más profunda de la caverna, encuentran una enorme puerta cerrada. Tyrande no recuerda qué se oculta tras la puerta, pero Malfurion le dice lo que ésta representa: la prisión de Illidan Stormrage, su hermano gemelo. Tyrande cree que Illidan sería un perfecto aliado contra los demonios y los muertos vivientes, pero Malfurion no concuerda, pues Illidan es demasiado peligroso como para traerlo de nuevo a la superficie del mundo. Tyrande, furiosa, declara que solamente Elune puede prohibirle cualquier cosa, y penetra a la prisión junto a sus Centinelas para liberar al Cazador de Demonios. Malfurion, resignado, continúa junto a sus druidas la búsqueda de sus hermanos.

Malfurion, finalmente, alcanza el corazón de los Túmulos, pero para penetrar debe luchar contra un grupo de Guardianes Wildkin, los cuales defienden a los “dioses oso”. Stormrage se preocupa por esto, dado que los druidas normalmente se presentan con su forma de elfo, y no como “dioses oso”. Más adelante, las fuerzas de Malfurion se enfrentan a un pequeño grupo de dragones negros que se ha refugiado en la oscuridad de

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las cavernas. Recordando la traición del Dragón Negro Neltharion en la Guerra de los Ancestros, Malfurion los destruye. Sin embargo, el siguiente descubrimiento del Shan’do es aún más terrorífico.

Los Druidas de la Garra habían estado en su forma de oso por tanto tiempo, que habían sucumbido a sus instintos animales y se habían vuelto feroces y poco inteligentes. El Cuerno de Cenarius los había despertado ya, pero Malfurion necesitaba encontrar un lugar para hacer sonar de nuevo el Cuerno y hacerlos entrar en razón. Los Druidas del Talón invocaron sus poderes de ciclón, con el objeto de neutralizar a los Druidas de la Garra sin hacerles daño. Pronto los druidas recapacitan y vuelven a su forma de elfo, disculpándose con Shan’do Stormrage. Rápidamente, todo el grupo vuelve a la superficie.

Mientras tanto, Tyrande y las Centinelas se adentraban en la prisión de Illidan, luchando contra las Guardianas, una élite especial de Elfas Nocturnas que hacen de carceleras. La prisión se encuentra fuertemente resguardada, pero la fría determinación de Tyrande de derrotar a la Legión la ayuda, y las Guardianas no son rival para las Centinelas. Pronto, Tyrande llega frente a la formidable celda de Illidan. Allí, debe enfrentarse a Califax, el poderoso Guardián del Bosque, hijo de Cenarius. Califax le advierte que no debe permitir la salida del traidor, sin embargo, Tyrande está decidida, y luego de una gran batalla con el Guardián, la Sacerdotisa logra vencerlo. Después de diez mil años prisionero bajo el subsuelo, la voz de Tyrande parece la de un ángel para Illidan. Él le pregunta porqué ha venido, y ella le responde que los demonios han regresado y que los Elfos Nocturnos, una vez más, necesitan a su gran campeón. Illidan acepta ayudar, pero lo hará para redimirse así mismo y no por los Kaldorei.

Una vez fuera de las cavernas, el grupo de Tyrande se encuentra con Malfurion y los druidas. El reencuentro de los dos hermanos no es nada alentador: Malfurion le recuerda a Illidan su traición, y éste le reprocha el haberlo aprisionado, a lo que Malfurion responde que fue consecuencia de sus propios crímenes. Illidan le recuerda que ambos lucharon juntos contra los demonios, pero solamente él fue encerrado. Tyrande interrumpe la discusión y arenga a los hermanos a reconciliarse para poder derrotar a la Legión, pero Malfurion no quiere tomar parte y se marcha con los druidas.

Al anochecer siguiente, en lo más profundo de los corrompidos bosques de Felwood, Illidan saborea su libertad. El Cazador de Demonios quiere probarle a su hermano que no es un villano, que los demonios ya no tienen control sobre él. En ese momento, sobre una cercana colina, aparece una tétrica figura: es Arthas, el Caballero de la Muerte. Ambos empiezan a luchar, pero conforme avanza la pelea, se dan cuenta que sus fuerzas están muy equiparadas y podrían seguir luchando por siempre, por lo que Illidan le pregunta a Arthas qué es lo que realmente busca, y el Caballero de la Muerte le explica que un Señor del Terror, llamado Tichondrius, tiene bajo su control un poderoso artefacto, que es el que corrompe el bosque. Este artefacto es nada menos que la Calavera de Gul’dan, el brujo orco, que Tichondrius ha rescatado del colapso de Draenor luego de que Ner´zhul abrió los portales. Arthas desea que Illidan robe este artefacto, pues la derrota de la Legión sería muy útil para “su Maestro”. Illidan le pregunta por qué ha de creerle, y Arthas le responde que su maestro sabe que la verdadera obsesión de Illidan es el poder. La Calavera de Gul’dan le dará al Cazador de Demonios verdadero poder, y todos sus enemigos serán derrotados. Una vez cumplida su misión, Arthas se aleja. Sucumbiendo a su antigua adicción a la magia y al poder de la que siempre fue esclavo, Illidan guía a sus fuerzas para atacar a los guardianes de la Calavera.

A pesar de poseer dos bases de Sátiros y Ancestros corruptos que protegen una puerta demoníaca, y estar reforzados por cientos de guerreros esqueletos, las fuerzas de la Legión no pueden detener el avance del Cazador de Demonios, quien barre con ellos como antaño lo hiciera, utilizando para ello las poderosas Espadas Curvas de Azzinoth. Derrotados los guardianes, Illidan se dispone a destruir la Calavera de Gul’dan. Sin embargo, su adicción le ataca una vez más. En lugar de destruir para siempre la Calavera, reclama su poder para sí. Al consumir sus oscuros poderes, Illidan sufre una monstruosa metamorfosis y se transforma en un híbrido de Elfo Nocturno y Demonio, con el suficiente poder para derrotar al mismo Tichondrius. Una nueva y terrible batalla a lo largo del bosque de Felwood se desarrolla entre Illidan y las fuerzas de Tichondrius.

Finalmente, luego de un enorme combate, Illidan encuentra al Nathrezim rodeado por su guardia personal. Tichondrius no reconoce a Illidan, y el Cazador de Demonios reta a Tichondrius a una batalla. Aunque el Señor del Terror tiene inmensos poderes, la combinación de los poderes demoníacos de Gul’dan y la magia elfa de Illidan ahora lo hacen un retador impresionante, y Tichondrius el Oscuro es finalmente derrotado.

Mientras Illidan se encuentra exultante por su victoria sobre el Señor del Terror y sus nuevos poderes, Tyrande y Malfurion llegan. El Shan’do pregunta al demonio qué ha hecho con su hermano y no le reconoce hasta que Illidan explica sus acciones. Entonces, ambos elfos se enfurecen al ver que Illidan sacrificó su alma para vencer a Ticondrius, y el Archidruida inmediatamente expulsa a Illidan de Kalimdor para siempre. Illidan se da media vuelta, y se adentra en el bosque, derribando los árboles a su paso.

La Batalla del Monte Hyjal

“…y ahora, es mi turno de menguar y tomar mi lugar entre las leyendas del pasado.”

Dos días después, en un tranquilo claro del Monte Hyjal, Tyrande y Malfurion discuten acerca de un sueño que el Shan’do tuvo la noche anterior. Malfurion soñó que un cuervo lo llamaba hacia ese claro. Tyrande se encuentra impaciente pues las preparaciones para el combate contra la Legión no pueden esperar. En ese momento, Thrall y Jaina Proudmoore llegan al claro, refiriendo que ellos fueron llamados a ese lugar también. Tyrande les deja claro que los orcos y los humanos no son bienvenidos en Ashenvale.

Justo en ese instante, un gran cuervo aparece entre los líderes y se metamorfosea en el Profeta. Una vez más, habla a los héroes sobre la unión de todos los ejércitos como única opción para salvar al mundo de los demonios. Cuando Malfurion pregunta al Profeta acerca de su identidad, el misterioso viajero finalmente revela sus secretos.

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Él es la razón del regreso de la Legión. Hace treinta y cuatro años, él abrió el Portal Oscuro y trajo a los orcos al mundo de Azeroth. En el proceso, inadvertidamente dejó pasar a los agentes de la Legión Ardiente a la realidad mortal. Por sus crímenes, fue asesinado por sus amigos. Luego de su muerte, la guerra devastó los reinos del este por muchos años, dejando muchas regiones desoladas Ahora, finalmente, ha regresado para redimirse de sus pecados y hacer lo que tenía que hacer desde el principio. El es Medivh, el Último Guardián de la Orden de Tirisfal, y ha venido para unir a las razas mortales contra los enemigos de todo lo que vive. Los héroes, paralizados por las grandes revelaciones, acuerdan rápidamente unir sus fuerzas contra Archimonde el Profanador y la Legión Ardiente.

A la mañana siguiente, cerca de la cima del Monte Hyjal, los Elfos Nocturnos, la Horda y la Alianza planean su defensa de la montaña. Jaina aparece en la reunión y porta terribles noticias. Archimonde, la Guardia del Apocalipsis, los Infernales, los Señores del Foso, los Señores del Terror, los Sabuesos del Infierno y el Azote se encaminan hacia el Árbol del Mundo, y llegarán a las bases de los aliados en cualquier momento. Malfurion revela que los Elfos Nocturnos derrotaron a la Legión hace diez mil años, y gracias al Árbol del Mundo, son inmortales. Ahora es el momento de devolverle ese poder al Árbol del Mundo para que él les pueda ayudar a repeler a Arquimonde y salvar Azeroth de la aniquilación. El Shan’do inmediatamente parte hacia la cima de Hyjal para planear la acción.

Mientras tanto, los otros acuerdan que los Centinelas de Tyrande proveerán soporte y ayuda a las bases de la Alianza y la Horda y las protegerán del avance de la Legión. Esto le dará a Malfurion tiempo suficiente para preparar las defensas de Nordrassil. Antes de que la reunión se deshaga, Tyrande se disculpa con Thrall y Jaina por mal juzgarlos y ella les da la bendición de Elune. Los cuatro líderes saben que muchos de sus valientes caerán ese día, pero si el plan de Shan’do Stormrage funciona, no morirán en vano.

En ese momento, Shandris alerta que Archimonde el Profanador ha dado la orden de ataque, y las fuerzas de élite de los demonios de la Legión junto a los guerreros del Azote asaltan la montaña. Ayudado por tres de sus más grandes lugartenientes, el temible Señor del Foso Azgalor, el Nathrezim Anetheroc y el Lich Jaina y sus humanos, altos elfos y enanos levantan una gran resistencia con sus torres y barricadas. Al final, la base de Jaina es la primera en caer, aunque las fuerzas de Arquimonde sufren grandes dificultades. Sobre las ruinas de las fortificaciones de lady Proudmoore, Arquimonde levanta una nueva base.

La Legión avanza hasta la base de la Horda, y luego de una gran defensa por parte de los orcos, los tauren y los trolls Darkspear, finalmente logran derrotarlos. Archimonde confronta a Thrall, amenazándolo con destruir a su raza por rebeldes, pero el joven orco le responde que ellos, al fin, son libres. Thrall finalmente es rescatado por Jaina. Una vez más, los defensores se ven obligados a retroceder ante el feroz ataque de los invasores. Ahora, únicamente la base de los Elfos Nocturnos de Tyrande resiste el ataque. Aun así, los ejércitos mortales logran infligir un gran daño a las fuerzas de Archimonde, y se ganan un poco de tiempo para que Shan’do Stormrage finalice la trampa.

La Alianza, la Horda y los Elfos Nocturnos hacen su defensa final en base de los Kaldorei, y la batalla llega a su punto álgido. Archimonde, minimizando la gran resistencia de los ejércitos mortales, desata toda la furia de la Legión y el Azote. Olas de muertos vivientes y Guardianes del Apocalipsis chocan contra los defensores del campamento de Tyrande y luchan contra los venerables Ancestros y treants. Sabuesos del Infierno atacan a los poderosos magos humanos, chamanes orcos y druidas elfos nocturnos, y Dragones de Hielo y Gárgolas atacan desde los cielos, mientras las Centinelas les lanzan cientos de flechas y los Wyvern, Grifos y Quimeras luchan por sacarlos del espacio aéreo. Iracundos guerreros esqueletos, necrófagos, zombis y abominaciones se enfrentan a las disciplinadas fuerzas de los paladines, los fusileros enanos, los hechiceros altos elfos, los guerreros orcos, los poderosos tauren, los trolls Darkspear y las cazadoras elfas nocturnas de Shandris. Los furbolgs, bajo el mando de su chamán, en retribución a la ayuda que tantas veces recibieron de Tyrande, se han unido a la batalla. Los Trolls Oscuros, cuyas tribus pueblan Ashenvale, han comprendido que la única salvación de su raza es aliarse con Tyrande y los suyos, aunque sea como mercenarios. Heridos, disminuidos, los defensores se retiran hasta el Árbol del Mundo. Shandris Feathermoon ha caído heroicamente defendiendo Nordrassil. Archimonde, sintiendo la victoria al alcance de la mano, arrasa la montaña, derribando al suelo las estructuras de los Elfos Nocturnos. Seguro de su triunfo sobre las razas mortales, el Eredar inicia el ascenso de Nordrassil y se prepara para drenar su poder.

Sin embargo, Malfurion informa a sus aliados que las defensas están completas y que Arquimonde camina directamente a la trampa del Shan’do.

Tomando el Cuerno de Cenarius en sus manos, Malfurion lanza un largo sonido que no se escuchaba desde la Guerra de los Ancestros. Uno por uno, los Espíritus del Bosque dejan los árboles de Ashenvale y comienzan a rodear el Árbol del Mundo y a Archimonde. El demonio se da cuenta de lo que ocurre, pero es tarde. Los poderes combinados de Nordrassil y los Espíritus de Ashenvale son superiores al Señor de los Demonios, y la energía es tan poderosa, que finalmente, Archimonde se consume.

Con su último aliento de agonía, Archimonde explota y envía una onda de fuego de arrasa con el bosque. Cientos de acres son quemados, y Nordrassil sufre severas quemaduras. El Líder de la Legión Ardiente es destruido. Asombrados y confundidos, los demonios huyen hacia los bosques, donde más tarde serán cazados y muertos.

Medivh observa como los ejércitos de las razas mortales celebran su victoria. Miles de vidas se han perdido y el mundo de Azeroth ha sido severamente dañado. Sin embargo, si los humanos, los orcos y los elfos nocturnos pudieron dejar atrás los viejos rencores y unirse, talvez el mundo aún tiene esperanzas.

Su tarea está completa. Medivh se prepara para dejar Azeroth para siempre y tomar su lugar entre las leyendas del pasado.

Tercera Parte: El Trono de Hielo

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La Venganza del Traidor-El Despertar de los Naga

“Traidor… en verdad, fui yo quien fue traicionado… ahora, mis ojos pueden ver aquello que se oculta a los ojos de los otros. Hay momentos en que la mano del destino debe ser forzada… Ahora vayan… Suman al mundo en las mareas de la perdición”.

Sobre las costas de Kalimdor, una siniestra figura emerge en medio de una naciente tormenta. Enormes alas de murciélago y cuernos de demonio, sin embargo, la oscura figura no es otro que Illidan Stormrage, el traidor Elfo nocturno. Ahora, al absorver los poderes de la Calavera de Gul’dan, ha entrado en conocimiento de profundos secretos que otros, por muchos milenios, han desconocido. Invocando las oscuras fuerzas de la profundidad de los mares, Illidan prepara un ejército para asolar nuevamente a la superficie del mundo.

En la profundidad de los corrompidos bosques de Ashenvale, la Guardiana Maiev Shadowsong continúa su cacería del traidor Illidan Stormrage. El Cazador de Demonios, para salvar al bosque de la creciente corrupción de la Legión Ardiente, consumió los ocultos poderes de la Calavera de Gul´dan, el malvado brujo orco. Despreciado por los suyos, el ahora mitad elfo mitad demonio se oculta entre las sombras del oscuro bosque, mientras su Guardiana intenta regresarlo nuevamente a la profundidad de la oscura prisión de los Tálamos Oscuros. Sus fuerzas, conocidas como los Vigilantes, al mando de su segunda de confianza, Naisha, exploran las ruinas de un destruido asentamiento de los Elfos Nocturnos en la costa este de Kalimdor. En este momento, unas repulsivas criaturas, con aspecto de serpiente marina y piel escamosa, les atacan. Estas desconocidas, llamados Naga, al parecer han plegado su lealtad a Illidan. Éste, mientras las fuerzas de Maiev combaten con los Naga, escapa a través del mar en un barco. La Guardiana ordena la persecución.

La flota de Maiev persigue a Illidan a través del Gran Mar. Al cabo de unos días, llegan a las tempestuosas aguas del Maelstrom. Maiev y sus Vigilantes desembarcan en un archipiélago desconocido, el cual no figura en ninguno de los mapas. Este archipiélago corresponde a las Islas Abruptas, que Gul´dan, con la ayuda de sus clanes aliados, hizo emerger del fondo del océano durante la Segunda Guerra entre la Horda y la Alianza. Es allí donde se encuentra la legendaria Tumba de Sargeras, donde Aegwynn colocó el cuerpo del Señor de la Oscuridad luego de derrotarlo en Northrend.

Los Elfos Nocturnos erigen una base en la costa de la isla mayor e inicia la exploración del archipiélago. Observando las antiguas ruinas de la isla, Maiev se sorprende, pues empieza a reconocer las estructuras como las que pertenecieron a destruido Imperio de Aszhara. Sorpresivamente, hallan a un viejo brujo orco llamado Drak´tul, quien les narra que él fue uno de los brujos del clan Stormreaver que acompañó a Gul´dan en su aventura en las Islas Abruptas. Muerto Gul´dan por los demonios guardianes de la tumba, los clanes rebeldes fueron arrasados por las encolerizadas fuerzas de Orgrim Doomhammer, siendo Drak’tul el único sobreviviente. Desde esa época, el orco ha vivido como un ermitaño en las olvidadas islas por veinte largos años. Drak’tul vive atormentado por los espíritus de los orcos caídos, por lo que ruega a Maiev le ayude a calmar a los confundidos fantasmas. Luego de luchar contra los esqueletos orcos, Maiev destruye los antiguos ziggurats por donde los espíritus regresan al mundo de los vivos. El viejo Drak’tul, perdonado por la Guardiana, se introduce en su tienda a esperar el final de sus días.

Conforme se acercan a la Tumba, Maiev y las Vigilantes tienen que luchar contra las bases que los Naga han construido alrededor de la entrada. Adentrándose en la tumba, Maiev encuentra unas antiguas runas encantadas, colocadas en las columnas por Gul’dan, donde el brujo narra su desastroso viaje en busca del Ojo de Sargeras, un poderoso artefacto mágico que le daría los poderes de un dios. Emboscado por los demonios que guardan la tumba, Gul’dan muere sin alcanzar su ansiado premio. Maiev penetra profundamente en el laberinto, hallando a las horribles criaturas que mataron a Gul’dan, así como una estatua de Aszhara, la hermosa y caída reina de los elfos. Pero esta estatua es diferente. Se asemeja a un naga…

Finalmente, Maiev se enfrenta a Illidan y a sus monstruosos Naga. Al absorber los poderes de la Calavera, Illidan también adquirió la memoria de Gul’dan, por lo que conocía la localización exacta de la tumba y sus maléficos poderes ocultos. Illidan ha hallado el Ojo de Sargeras, y para demostrar sus nuevos poderes, inicia un terremoto para colapsar la tumba sobre Maiev y sus Vigilantes. La Guardiana logra escapar, gracias a sus poderes, pero Naisha y sus compañeras quedan atrapadas dentro de la tumba y son aplastadas por el derrumbe. Jurando vengar a las Vigilantes, Maiev envía un mensajero hacia Kalimdor, para informar a Shan’do Stormrage de los planes de su hermano gemelo.

Mientras tanto, en la base del Árbol del Mundo Nordrassil, Malfurion Stormrage y Tyrande Whisperwind se encuentran organizando las labores para sanar su dañada tierra. A pesar de haber derrotado y expulsado a la Legión Ardiente, su corrupción aún carcome a los bosques de Ashenvale. Mientras discuten las implicaciones de su nuevo hogar, la mensajera de la Guardiana Shadowsong con el terrible reporte. Reuniendo todas las fuerzas que pueden, los dos parten hacia las Islas Abruptas.

En las Islas, Maiev y las pocas fuerzas que sobreviven libran una desesperada resistencia contra los Naga de Illidan. La llegada de Malfurion y Tyrande inicia una fiera batalla contra las fuerzas del traidor, pero finalmente, la base de Illidan es destruida. Sin embargo, el Cazador de Demonios logra escapar nuevamente, dirigiendo a su flota cada vez más al este.

Desembarcando en el arrasado reino de Lordaeron, Malfurion decide penetrar en el bosque y comulgar con los espíritus de la naturaleza, encargando a Maiev y a Tyrande la búsqueda de su hermano. La joven Guardiana tiene resentimiento hacia la Sacerdotisa, pues la culpa, en primera instancia, de haber liberado a Illidan. Mientras exploran el destruido continente, se encuentran con un grupo de Altos Elfos sobrevivientes.

Liderados nada menos que por el joven príncipe Kael´thas Sunstrider, el último de la dinastía de Dath´Remar, estos Altos Elfos han jurado venganza por la muerte de sus hermanos y la destrucción de su reino encantado, Quel’thalas, por parte del Azote. Por esta razón, se hacen llamar Elfos Sanguinarios. Sin embargo, para mantener su palabra de honor, Kael ha decidido que sus elfos sigan siendo fieles a la Alianza. Kael era miembro del

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Concejo de los Altos Elfos, y fue uno de los pocos magos del Concejo que logró escapar de la destrucción de Silvermoon por parte del Azote.

Kael solicita a las elfas nocturnas que les ayuden a trasladar sus fuerzas hacia una zona más segura, la villa Pyrewood, controlada por los humanos, al otro lado del río Arevass. A pesar de las protestas de Maiev, quien insiste en continuar la cacería de Illidan, Tyrande accede a ayudar al príncipe elfo. Escoltando su convoy con suplementos y refuerzos, los Elfos Nocturnos y los Elfos Sanguinarios se adentran en los peligrosos territorios controlados por el Azote. Tyrande previene al príncipe acerca de los peligros de la venganza y la ira, y sus desagradables consecuencias. Al principio, atacados por pequeños comandos de los muertos vivientes, la caravana logra llegar hasta un puente. Al otro lado, las fuerzas de la Alianza han logrado detener el avance del Azote, y es seguro por el momento. Sin embargo, al cruzar el puente, son atacados por una enorme ola de muertos vivientes. Sabiendo que la caravana no resistirá el ataque, la Sacerdotisa de la Luna ordena a los elfos replegarse al otro lado del río, mientras ella retrasa, invocando los poderes de Elune, al masivo ejército. Aunque la Sacerdotisa, asombrosamente, logra detener el avance de los muertos, el inmenso poder desplegado hace colapsar al puente, y Tyrande cae hacia las turbulentas aguas del río. A pesar de las protestas de Kael, quien trata de salvar a la Sacerdotisa, Maiev decide que Tyrande está perdida y ordena continuar la búsqueda de Illidan.

Mientras tanto, en las profundidades del bosque de Silverpine, Malfurion inicia su comunicación con los espíritus, quienes le advierten que su hermano planea utilizar los vastos poderes del Ojo de Sargeras para destruir la base de un glaciar en el helado continente de Northrend. Sin conocer bien los motivos de Illidan, pero sabiendo que esto podría provocar la destrucción de todo el planeta, Malfurion parte para encontrarse con sus aliados.

Extrañado de no encontrar a Tyrande, Malfurion pregunta por el paradero de su amada. Maiev, sabe que, si le cuenta la verdad al Shan’do, este partirá de inmediato a buscar a la Sacerdotisa, y la cacería de Illidan sufriría una nueva demora, por lo que le dice que ella personalmente vio cuando Tyrande era asesinada por los muertos vivientes y que la única manera de vengar a la sacerdotisa es hallando al Cazador de Demonios. Aterrorizado y con el corazón roto por la supuesta pérdida de su amada, Malfurion decide acabar con Illidan sin importar cual sea el costo.

Las fuerzas aliadas de Elfos Nocturnos y Elfos Sanguinarios viajan hacia las ruinas de la ciudad de Dalaran, donde los hechiceros naga de Illidan invocan los oscuros poderes del Ojo de Sargeras, mientras constantes terremotos empiezan a resquebrajar la integridad de los continentes. Ambas naciones elfas se unen para resistir y contraatacar a los Naga de Illidan. Durante uno de los ataques a la base naga, los elfos encuentran a Magroth, un Paladín de la Orden de la Mano de Plata, quien había sido capturado por los Naga. Ayudados por los poderes divinos de Magroth, los elfos logran penetrar en la fortaleza de los Naga, y Malfurion en persona confronta a su hermano y destruye el Ojo de Sargeras. Mientras que Illidan lamenta que sus esfuerzos para derrotar a “nuestro enemigo común” hayan fracasado, Malfurion logra capturarlo con las enredaderas de un árbol. La Guardiana Maiev Shadowsong rápidamente lo sentencia a muerte por sus crímenes, incluyendo la muerte de Tyrande, pero en el momento en que se apresta a ejecutarlo, el príncipe Kael le dice al Shan’do que la sacerdotisa aún puede estar viva. Malfurion, decepcionado y enfadado por el engaño de Maiev, la captura también en una enredadera. Illidan, al escuchar el predicamento de su eterna amada, inmediatamente pone a disposición de su hermano a sus naga, para ayudar en el rescate de Tyrande. Superando más de diez mil años de odios y rivalidades, por fin, los dos hermanos Stormrage se unen nuevamente en busca de un mismo objetivo.

En ese momento, Tyrande y un reducido grupo de Centinelas luchan con todas sus fuerzas contra el ataque del Azote. Las fuerzas combinadas de los Elfos Nocturnos, los Elfos Sanguinarios y los Naga, sin embargo, logran arrasar la base de los muertos y replegar a los enemigos, hasta que finalmente, Illidan en persona rescata a la Sacerdotisa, quien se asombra de ver quién es su salvador. Con todos a salvo, finalmente Malfurion e Illidan arreglan sus diferencias y se reconcilian definitivamente, pero Illidan decide dejar Azeroth para evitar la cólera de “su nuevo maestro”. Abriendo un portal interdimensional, el Cazador de Demonios pasa a otra dimensión. Maiev y los Vigilantes, sin embargo, encolerizados por la huída del hechicero, rápidamente lo persigue a través del portal, en un intento de ajusticiar a Stormrage. Shan’do y Tyrande, finalmente, deciden abandonar el ruinoso Lordaeron y volver a sus amadas tierras de Kalimdor.

Apogeo de los Elfos Sanguinarios

“Los pocos que quedamos de nosotros, nos hacemos llamar Elfos Sanguinarios, en homenaje a nuestros amados caídos”.

Misma raza: los amados Bien Nacidos de la reina Aszhara. Aunque desconfía de los Naga por haber luchado contra ellos, Kael no tiene más remedio que aceptar la ayuda de las serpientes, y cruza el lago.

Una vez en la isla, los Elfos Sanguinarios se ven obligados a enfrentarse a algunas fuerzas del Azote que han acampado al otro lado de la isla. Para colmo, frente al segundo observatorio, los Trolls Amani, los acérrimos y ancestrales archirivales de los Altos Elfos, han construido una aldea. Luego de una tremenda lucha contra ambas fuerzas, Kael finalmente logra su objetivo.

El tercer observatorio, localizado en la costa opuesta del lago, se encuentra defendido por el último y más poderoso jefe Gnoll, quien planta gran resistencia al asalto de los Elfos. Luego de enfrentarse personalmente con Hooger, Kael completa su misión.

Al día siguiente, en la base de la Alianza, Kael y sus elfos se encuentran listos para movilizarse. En ese momento, llega un emisario de Garithos, quien informa que un enorme ejército del Azote se aproxima sobre la base de los Altos Elfos. Sin embargo, Garithos necesita a todas las fuerzas disponibles en el frente, por lo que ordena que todos los humanos se dirijan hacia su base. Esto deja prácticamente indefenso a Kael y sus hermanos. En el momento de atacar los muertos vivientes, nuevamente Vashj y los Naga aparecen y ofrecen su ayuda al joven Príncipe. Una vez que los muertos han sido derrotados, Garithos llega a la base de Kael justo en el momento en que Vashj y sus Naga dejan el combate. Enfurecido, el

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Gran Mariscal acusa a Kael de traición y envía a encerrar a todos los elfos en las prisiones mágicas de Dalaran.

Kael´thas y sus elfos sanguinarios languidecen su prisión en las mágicas mazmorras de Dalaran, aguardando su inevitable ejecución a mano de Garithos. Lady Vashj y sus naga logran infiltrarse en los acueductos de la ciudad y liberan al príncipe elfo. Kael les dice que su gente está empezando a enloquecer debido a la gran ausencia de magia a la cual se ven expuestos desde la destrucción del Pozo del Sol, entonces Vashj le ofrece una nueva fuente de poder mágico bajo la sombría mano de su maestro, Illidan Stormrage, quien puede saciar las necesidades de magia de los elfos sanguinarios. Kael cae en una encrucijada: morir ejecutado por los humanos o entregarse a la voluntad del semi-demonio. Los elfos sanguinarios deciden dejar atrás Lordaeron y aceptan la oferta de Vashj.

En la profundidad de los laberintos de Dalaran, Kael y Vashj deben enfrentarse a las fuerzas de Garithos, a la vez que liberan a los elfos sanguinarios prisioneros. Al llegar a la gran biblioteca, Kael percibe la energía de los fantasmas de los archimagos asesinados por Arthas durante el asedio de la Ciudadela Violeta, los cuales continúan luchando después de muertos, reviviendo su última batalla. Después de darles paz a sus espíritus, Kael debe enfrentarse al carcelero de Dalaran, un viejo amigo suyo, quien está dispuesto a no dejarlos escapar, por lo que Kael tiene que matarlo. Finalmente, al salir a la superficie, Vashj informa a Kael que el antiguo portal que el Lich Kel´thuzad utilizó para que Archimonde entrara en Azeroth continúa abierto, y es por allí donde van a escapar.

Mientras los ingenieros elfos levantan una serie de torres alrededor del portal, Kael y Vashj luchan contra las fuerzas humanas de Garithos que intentan evitar el escape. Finalmente todos los elfos sanguinarios han logrado pasar a través del portal, dejando atrás para siempre, la tierra que los cobijó por diez mil años.

El nuevo mundo es una dimensión caótica, rocosa, seca y rojiza, de retorcida vegetación. Esta nueva dimensión se llama Outland, y corresponde al remanente de lo que fue el antiguo Draenor, el hogar original de los orcos, destruido por los múltiples portales de Ner’zhul. Después de muchos días de buscar a Illidan, las fuerzas de Vashj y Kael finalmente dan, asombrados, con un campamento de elfos nocturnos. En él, la Guardiana Maiev Shadowsong finalmente ha logrado capturar al antiguo Cazador de Demonios, y enjaulándolo en una celda especial, se dispone a volver a Ashenvale para ajusticiar al traidor. Una tremenda batalla se da entre ambas fuerzas. Maiev, recordando la imprudencia de Kael cuando la delató ante Malfurion, y viendo que el príncipe elfo se ha aliado con la Naga, pone feroz resistencia al ataque. Luego del fiero combate, Maiev es mortalmente herida por una flecha de Vashj, y derrotada, pierde a su presa. Illidan es finalmente liberado. La Guardiana, aunque aún vive, escapa junto a sus Vigilantes en la incertidumbre del rojo mundo.

Kael e Illidan son presentados. El Cazador de Demonios le revela al joven príncipe que tanto los naga como los altos elfos una vez fueron una sola raza, los ilustres Bien Nacidos, los favoritos de Aszhara, la enloquecida reina de los Elfos Nocturnos. Cuando Illidan fue liberado por Tyrande de la prisión de los Tálamos Profundos, secretamente fue contactado por nada menos que Kil’jaeden el Embaucador, quien le reveló la existencia del Rey Lich Ner’zhul, encerrado en el Trono de Hielo en Northrend. Kil’jaeden sabe que el Rey Lich planea liberarse a toda costa de su prisión, y se ha enterado de la traición de Arthas, quien informó al mismo Illidan de la existencia de la Calavera de Gul’dan, que a la postre le costó la victoria a la Legión Ardiente. Ahora, temiendo que el Rey Lich llegue a ser demasiado poderoso si logra liberarse, Kil’jaeden promete a Illidan poder infinito por destruir el Trono de Hielo. Esa es la razón de que Illidan robara el Ojo de Sargeras en primer término, con el propósito de crear un gran cataclismo que destruyera Northrend y al Rey Lich. Ahora que ha fracasado gracias a la intervención de Malfurion y Tyrande, Illidan teme que Kil’jaeden derrame su furia sobre él, por lo que ha decidido ocultarse en Outland.

Para asegurarse el dominio del destruido mundo, Illidan decide destruir la Ciudadela Negra, una fortaleza que está regida por Magtheridon, un Señor del Foso subordinado a Mannoroth el Destructor, quien ejerce su brutal poder sobre Outland en nombre de la Legión Ardiente. Illidan sabe que para vencer a Magtheridon, primero necesita destruir tres portales mágicos remanentes de los construidos por Ner’zhul, de donde el Señor del Foso obtiene refuerzos provenientes del Torbellino de la Nada.

Luego de asediar y destruir el primer portal, las fuerzas de Illidan se encuentran con Orcos del Caos, sobrevivientes del colapso de Draenor que han sido esclavizados por Magtheridon y reclutados en el ejército de la Legión. Estos Orcos del Caos, corrompidos por el maligno poder de la Legión, se encuentran dirigidos por Rend y Main, los hijos de Blackhand el Destructor, Señor de la Guerra durante la Primera Guerra contra los humanos. Convertidos ahora en despiadados orcos del caos, Rend y Main se opondrán a todos los planes de Illidan. Para su fortuna, éste encuentra a Akama, el último chamán de los draenei, quien resiste el asalto de las fuerzas de los orcos en una pequeña ciudad mortuoria, el último vestigio de su agonizante civilización. Illidan ofrece a los draenei ayudarles a derrotar a los orcos si estos les ayudan en la guerra contra Magtheridon.

Destruidos los tres portales, Illidan y los suyos inician el asedio de la formidable fortaleza de la Ciudadela Negra. Gracias a los poderes de camuflaje de los draenei, Akama logra penetrar dentro de la fortaleza, y destruye las torres y sistemas de seguridad, permitiendo el asalto de Illidan, los naga y los elfos sanguinarios. Kael y Vashj se encargan de matar a los lugartenientes de Magtheridon, la diabólica demonesa Sucubus, la Dama de los Tormentos, y el Señor de la Destrucción, un voraz demonio de la Guardia de la Perdición, y tras asesinar a Rend y Main, finalmente Illidan enfrenta a Magtheridon. Este cree que Illidan es un agente de la Legión que viene a probarlo, pero Illidan lo despacha rápidamente y reclama Outland para él.

Aún no ha terminado de saborear su victoria, cuando una enorme nube de energía caótica se forma en el horizonte. Kil’jaeden el Embaucador aparece frente a Illidan y sus seguidores. Le reclama su estupidez al pretender ocultarse de él en Outland, y le ofrece a Illidan una última oportunidad para destruir el Trono de Hielo para escapar de su rabia. Temeroso, Illidan accede. Vashj y los Naga, y Kael y los Elfos Sanguinarios juran lealtad a Illidan y viajan con él a Northrend, mientras que Akama y los draenei asegurarán las fuerzas del Cazador de Demonios en Outland.

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Guerra Civil en las Tierras de la Plaga – La Rebelión de los Forsaken

“Desde hoy en adelante, solamente seremos los Forsaken”.

En los arruinados jardines de la Ciudad Capital de Lordaeron, los Señores del Terror Nathrezim, los generales de Arquimonde, discuten acerca de sus futuros planes para la Legión, mientras son secretamente observados por el lich Kel’thuzad y la banshee Sylvanas Windrunner, la antigua Ranger elfa. Los tres Señores del Terror, Balnazzar, Detheroc y Varimathras, no han tenido noticias de Archimonde desde hace meses y comienzan a sentirse ansiosos. Detheroc y Varimathras argumentan abandonar al Azote y volver al Torbellino del Vacío, pero Balnazzar, el mayor y más poderoso de los tres, piensa que Archimonde los contactará, por lo que deben mantener sus posiciones. Cuando la reunión está a punto de terminar, súbitamente las puertas de los jardines son derribadas, y Arthas aparece.

Agradeciéndoles por cuidar de su reino, el Caballero de la Muerte ordena a los Nathrezim abandonar inmediatamente Lordaeron o sufrir su furia. Balnazzar lo refuta y los tres Señores del Terror desaparecen fuera de su alcance. Kel’thuzad y Sylvanas se acercan y congratulan al príncipe. Arthas se nombra a sí mismo como Rey de Lordaeron, y decide terminar de erradicar a la humanidad de sus tierras. Los tres generales del Azote se separan y se dirigen a destruir a los últimos refugiados humanos de Lordaeron. Mientras luchan por asesinar a todos los humanos sobrevivientes, Arthas sorpresivamente se encuentra con dos paladines de la Orden de la Mano de Plata, quienes se disponen a resistir al Azote y permitir el escape de los humanos. Dagren el Cazador de Orcos y Magroth, quien ayudara a Malfurion y Tyrande en su batalla con Illidan, han organizado un grupo de resistencia entre los remanentes de la Alianza de Lordaeron, y resisten el embate del Azote. Finalmente, Arthas, Kel’thuzad y Sylvanas logran derrotarlos y asesinarlos. Lordaeron ha dejado de ser un reino humano.

Todavía Arthas no acaba de celebrar su naciente victoria, cuando es repentinamente atacado por una convulsión psíquica, proveniente del Rey Lich. Ner’zhul advierte al Caballero que la ciudadela de Icecrown se encuentra bajo inminente ataque, e inmediatamente le ordena volver a Northrend para defender el Trono de Hielo. Para empeorar las cosas, los grandes poderes del Rey Lich cada vez van menguando continuamente. El Caballero de la Muerte suspende la cacería y regresa a la Ciudad Capital junto a Kel’thuzad para hacer los preparativos del viaje a Northrend.

Mientras tanto, en la oscuridad de los remotos bosques de los Claros de Tirisfal, Sylvanas Windrunner se reune en un mitting secreto con los tres señores del terror Nathrezim. Con el debilitamiento del Rey Lich, la banshee ciertamente ha recuperado el control sobre sí misma y sus acciones, y se ha independizado del poder de Ner’zhul. Silvanas desea desesperadamente tomar venganza por su condición de muerto viviente y por la destrucción de su amada Quel’thalas. Los Nathrezim han confirmado la derrota de la Legión Ardiente a manos de los ejércitos mortales, y desean tomar el control del Azote destruyendo a Arthas y a Kel’thuzad. Silvanas acuerda con ellos destruir al Caballero, pero se niega a revelar sus métodos. La reunión se disuelve, y los Señores del Terror se preparan para la rebelión.

De vuelta en el destruido palacio de Terenas, Arthas y Kel’thuzad discuten acerca de las posibles causas de la debilidad del Rey Lich y sus consecuencias para el Azote. En ese momento, Balnazzar, Detheroc y Varimathras aparecen, y toman control mental de los guerreros del Azote. Arthas y Kel’thuzad son separados, y el Caballero de la Muerte se ve obligado a combatir, con fuerza y astucia, a sus anteriores fieles guerreros.

Una vez fuera de la capital, aparecen las banshees de Silvanas, que ayudan a Arthas a escapar y lo conducen a él y sus tropas a un desolado claro en medio del bosque, en las afueas. Allí, las banshees destruyen a las tropas de Arthas, y Silvanas aparece, lanzando una flecha envenenada al Caballero de la Muerte. Prometiendo darle una muerte tortuosa y horrible, Silvanas se dispone a acabar con Arthas, pero en ese momento, aparece Kel’thuzad con fuerzas leales, y las banshee huyen en medio de la oscuridad. Satisfechos de haber ahuyentado a las fuerzas rebeldes, los dos líderes de los muertos vivientes se dirigen hacia los muelles. Arthas deja el Azote en manos de su fiel Kel’thuzad y parte con su flota hacia Northrend.

La Dama Oscura

Mientras tanto, en las Tierras devastadas por la Plaga, Silvanas y los muertos vivientes que han logrado liberarse del control mental del Rey Lich, discuten acerca de su futuro. Silvanas se encuentra profundamente enfadada con Arthas por haberla condenado a la eterna maldición de la no-muerte. Varimathras aparece y le ofrece unirse al nuevo orden de los Señores del Terror de Lordaeron, pero ella refuta vehementemente y responde que solamente odia a Arthas un poco más de lo que odia a los Nathrezim. Varimathras promete venganza por la insolencia y desaparece.

Ante el inminente ataque del Señor del Terror, Silvanas ordena a sus banshees buscar fuerzas suficientemente fuertes para combatir. Las banshees poseen a varias tribus de Gnolls, ogros y bandidos humanos que se encuentran ocultos entre los bosques. Con la ayuda de estas poderosas fuerzas, Silvanas logra vencer a Varimathras y arrasar su base. Cuando la Ranger oscura se prepara para despachar al Señor del Terror, Varimathras ofrece hacer un trato con ella a cambio de su vida: Varimathras le ayudará a derrotar a sus dos hermanos, Detheroc y Balnazzar. Aunque Silvanas sospecha de las verdaderas razones de la alianza con el Señor del Terror, acepta el trato.

Las fuerzas de Silvanas y Varimathras se preparan para asaltar la base de Detheroc en el este de la Ciudad Capital. Detheroc, para fortalecer sus fuerzas, ha controlado mentalmente a un general de la Alianza, que no es otro que el despreciable Mariscal Garithos, por lo que las inmensas fuerzas del Mariscal están al servicio de Detheroc. Utilizando la habilidad de sus banshees para poseer a los soldados de Garithos, Silvanas y Varimathras penetran en la ciudad y rápidamente empiezan a despachar a las fuerzas de Detheroc. Muerto el Señor del Terror, Garithos ha recobrado la conciencia. Con Balnazzar fuertemente atrincherado en la Ciudad Capital, Silvanas ofrece una alianza a Garithos. Aunque éste desacuerda unirse con los repulsivos muertos vivientes, Silvanas le ofrece entregarle nuevamente la Ciudad Capital una vez que Balnazzar sea destruido. Ante la inminente oportunidad de alcanzar gloria y fama, el Mariscal acepta, pero secretamente, Silvanas confiesa a Varimathras el engaño.

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El asedio de ambos ejércitos sobre Lordaeron es impresionante, dada la gran resistencia de Balnazzar, y muchos soldados caen en la batalla, pero finalmente, el último Señor del Terror es acorralado. Como examen final para su lealtad, la Dama Oscura ordena a Varimathras asesinar a Balnazzar, pero es prohibido para un Nathrezim matar a otro Nathrezim. Ante la insistencia de la Ranger oscura, Varimathras ejecuta a Balnazzar. Garithos reclama la Ciudad Capital para los humanos, pero Silvanas muestra sus verdaderas intenciones y ordena a Varimathras matar a Garithos, lo que este hace con placer. Finalmente, Silvanas proclama que Lordaeron es suyo, y que ahora en adelante, ella y sus muertos vivientes solamente serán conocidos como los Forsaken.

Una Sinfonía de Hielo y Fuego – La Ascensión – El Rey Lich Triunfante

Mientras Silvanas se hacía con el poder en Lordaeron, la flota de Arthas desembarcaba en Northrend. En el momento en que sus tropas se encuentran desembarcando en la Bahía Daggercap, son repentinamente atacados por jinetes halcones de los Elfos Sanguinarios. Sorprendido de ver elfos en esas desoladas tierras, Arthas ordena sus muertes. Durante la batalla, la tierra empieza a temblar, y de las profundidades de un profundo abismo, una gigantesca criatura semejante a un escarabajo emerge a la superficie y acaba con los elfos. El guerrero se identifica como Anub’Arak, el último rey de los nerubians, ahora transformado en un Señor de la Cripta por los grandes poderes nigromantes de Neru’zhul. Será su guardaespaldas durante la travesía hasta Icecrown. En ese momento, aparece una figura en medio del campamento: es Kael’thas, el príncipe de los Elfos Sanguinarios. En efecto, Kael informa a Arthas de la cercana destrucción del Rey Lich al mando de las fuerzas combinadas de elfos y naga al mando de Illidan, y Arthas no podrá hacer nada. Es la venganza de los Altos Elfos por la destrucción de Quel’thalas y otros insultos.

Kael desaparece, y las fuerzas del Azote penetran en Northrend. Anub’Arak propone cortar camino penetrando en el oscuro reino subterráneo de Azjol-Nerub, y Arthas acepta, pero para llegar a la entrada de las catacumbas, deben vencer a una enorme fuerza de guerreros naga que guarda la entrada. Ante la constante debilidad del Caballero de la Muerte, Anub’Arak y Arthas deciden atacar a un dragón azul que vive cerca de la zona, que no es otro que el poderoso Sapphiron, el sirviente de Malygos, que durante milenios ha defendido el ancestral cementerio de los dragones, el Dragonbligth. Tras una gran batalla con Sapphiron, finalmente el dragón cae, y Arthas, utilizando los poderes nigromantes de Frostmourne, lo anima como un Wyrm de hielo. Con la ayuda de Sapphiron, Arthas y Anub’Arak se abren paso entre las fuerzas de los naga, y finalmente penetran en el cañón que lleva a las catacumbas de Azjol-Nerub.

En la entrada hallan otra sorpresa. Una banda de enanos les cierra el paso. Son los enanos de Muradin Bronzebearb, a quien Arthas traicionara cuando ambos fueron en la búsqueda de Frostmourne. Los enanos han permanecido en Northrend desde entonces, al mando de Baelgun, primer lugarteniente de Muradin, con el objetivo de vengar a su camarada. Sin embargo, durante su estadía en Northrend, los enanos han despertado un profundo y terrible mal que duerme bajo la tierra. Arthas y Anub’Arak, con la ayuda de Sapphiron, derrotan a los enanos y penetran en las catacumbas.

Una vez dentro de la gruta, Baelgun ordena dinamitar un valioso puente hacia el interior del Viejo Reino nerubian. Arthas y Anub’Arak deben dar un gran rodeo por el llamado Reino Inferior, enfrentándose a los enanos de Baelgun a cada paso y a las ocultas trampas colocadas antaño por los nerubians durante la Guerra de la Araña. Derrotado Baelgun por el poder de los héroes muertos vivientes, inician el ascenso hacia el Reino Superior, donde las fuerzas rebeldes de los nerubians sobrevivientes se oponen al paso de su antiguo señor. Durante el ascenso, se encuentran con el peligro que tanto temían los enanos: los Sin Rostro (Faceless One). Estas monstruosas criaturas con enormes tentáculos, levantadas en lo profundo de la oscuridad de Azjol-Nerub, se constituyen un gran adversario para Arthas y Anub’Arak.

Luego de muchas vicisitudes, se enfrentan con el líder de los Sin Rostro, el Olvidado (Forgottem One), una enorme criatura con miles de tentáculos, gigantesca como una montaña. Arthas y Anub’Arak luchan con todas sus fuerzas, hasta que logran derrotarlo.

Una vez en el Reino Superior, un tremendo terremoto produce un derrumbe y ambos héroes son separados. Arthas, solo, trata de escapar hacia la superficie, perseguido por los malvados Sin Rostro, que añoran venganza, y cruzando un enorme laberinto de túneles. Finalmente, se encuentra con Anub’Arak y salen a la superficie, justo en la base de Icecrown.

Horas después, el Azote ha colocado sus bases cerca del Trono de Hielo. El Rey Lich se comunica mentalmente con Arthas de nuevo, y le explica que Frostmourne una vez fue parte del Trono de Hielo, pero que él ordenó retirar la espada con el objetivo de que Arthas la encontrara y eventualmente le condujera a Icecrown. El hueco dejado por Frostmourne ha drenado su poder desde ese momento.

Cuatro inmensos obeliscos rodean Icecrown, y los cuatro deben estar activados para abrir la cámara que conduce al Trono de Hielo. Del otro lado del glaciar, Illidan y sus fuerzas, los Naga y Elfos Sanguinarios, se preparan para el ataque final. Illidan promete que este será el día en que el temible Azote llega a su fin, mientras Arthas decide que Illidan ya se ha entrometido suficiente en sus planes. Una tremenda batalla entre las fuerzas de Illidan y el Azote se entabla alrededor de Icecrown. Continuamente, el control de los obeliscos cambia de manos, pero finalmente, el Rey Lich concentra todos sus poderes en su campeón, y el Azote resulta vencedor.

En un último y desesperado intento por evitar que Arthas ingrese a la cámara del Trono de Hielo, Illidan se enfrenta cara a cara con el Caballero. Los dos guerreros más poderes de la historia de Azeroth, frente a frente, luego de muchas eras. Las Espadas Curvas de Azzinoth y la poderosa Frostmourne relumbran con cada golpe, pero Arthas, utilizando todas sus fuerzas, logra herir mortalmente en el estómago a Illidan, que cae sobre la nieve y rápidamente se desangra.

Con su enemigo vencido, Arthas procede a ingresar a la cámara. Conforma asciende la congelada escalinata hacia el Trono de Hielo, la cámara se va destruyendo y cae a su alrededor. Las voces de sus antiguos amigos y amados, el Rey Terenas, Uther Lightbringer, Muradin Bronzebearb y el archimago Antonidas, que él ha destruido en nombre del Rey Lich, acosan su cabeza. Una vez en la cima, la temible armadura de Ner’zhul, donde

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su espíritu maligno se halla encerrado, lo conmina a romper el bloque de hielo y completar el círculo. Con un último grito de desesperación, Arthas incrusta a Frostmourne en el bloque de hielo, que se rompe en mil pedazos y libera la armadura. Tomando el yelmo de Ner’zhul, que ha caído a sus pies, Arthas se lo coloca, cual corona, sobre su cabeza. En la profundidad de la gruta, la tenebrosa voz del Rey Lich resuena como una profecía y una maldición: “Ahora, somos uno.”

Los destinos de Arthas y del Rey Lich se han fundido. Sentado sobre el Trono de Hielo, triunfante, el Señor del Azote, el ser más poderoso jamás visto sobre Azeroth, maquina su siguiente golpe sobre el mundo…

Viejos Odios – La Colonización de Kalimdor

“No, ustedes nunca cambiarán. ¡Y yo nunca dejaré de combatirlos!”

Ignorantes de los terribles eventos que han acontecido en Lordaeron y Northrendo, los ejércitos mortales que lucharon contra la Legión Ardiente en la Batalla del Monte Hyjal, se han asentado en las inhóspitas y maravillosas tierras de Kalimdor. Thrall, el noble jefe de la nueva Horda, ha guiado a los orcos hacia la costa donde primeramente desembarcaron, al Este de los Barrens. Asegurándole una nueva nación donde los orcos puedan vivir en paz e iniciar el proceso de reconciliación con los espíritus de la Naturaleza, Thrall ha nombrado a esta tierra Durotar, en honor a su heróico padre. En un gran cañón cerca de la costa, la gran ciudad guerrera de Orgrimmar (nombrada así en honor al legendario Orgrimm Dommhammer) ha empezado a ser erigida, para que los orcos, después de muchas penurias, por fin tengan un lugar al que llamar hogar.

En las abruptas fronteras salvajes de Durotar, cerca de la ciudad de Orgrimmar, un Mok’Nathal, conocido como Rexxar, se lamenta por las continuas guerras en las llamadas “razas civilizadas” de Azeroth. No está claro cómo Rexxar llegó a Kalimdor, pero por años, este noble medio orco-medio ogro ha vivido solitario, con la única compañía de su fiel oso Misha, por lo cual a desarrollado una fuerte empatía con las fuerzas animales del mundo. Al oir los ruidos cercanos de una batalla, Rexxar acude prontamente para descubrir el origen de la misma.

Cerca de un despoblado, Mogrim, un orco explorador de Orgrimmar, ha sido atacado por varios quillboars, los salvajes hombres-jabalí, y lo han herido mortalmente. Rexxar acude en su socorro y despacha a los quillboars. Mogrim, en su agonía, se lamenta de no poder llevar su importante reporte a Thrall, por lo que su honor se verá manchado. Prometiendo llevar el mensaje para honrar al moribundo, Rexxar parte hacia Orgrimmar, mientras Mogrim entrega su espíritu a sus ancestros.

Una vez entregado el reporte a Thrall, el Señor de la Guerra ofrece la hospitalidad de Orgrimmar a Rexxar. Éste agradece la oferta, pero desea asistir, a modo de agradecimiento, a los orcos en la construcción de su nación. Para asistir a Rexxar, Thrall asigna a Rokhan, un Cazador de Sombras, uno de los líderes de la tribu troll de los Darkspear.

La primera tarea de Rexxar le es asignada por el viejo chamán Drek’thar, quien necesita crear una poción que pueda sanar a los guerreros de la Horda en la batalla, pero tal poción requiere muchas muestras de una planta conocida como shimmerweed. Esta planta, desafortunadamente, solamente crece en la region de Thunder Ridge, una peligrosa zona habitada por peligrosos Lagartos del Trueno. Thunder Ridge es una maravilla ecológica, pero extrañamente, los lagartos se han vuelto repentinamente más agresivos de lo acostumbrado. Dirigiéndose hacia Thunder Ridge, Rexxar y Rokhan logran recolectar los especímenes necesarios para la poción, pero no logra dilucidar la causa de la violencia de las bestias.

Nazgrel, en fiel lugarteniente de Thrall, ha sido nombrado jefe de seguridad, y envía a Rexxar y Rokhan a combatir a una banda de Harpías que ataca continuamente las caravanas de suplementos de la Horda, y recomienda eliminar a la líder de las Harpías, una sanguinaria criatura llamada Bloodfeather. Combinando sus amplios conocimientos de las bestias acerca de la cacería, Rexxar y Rokhan localizan a Bloodfeather y la matan.

Dirigiéndose hacia el sureste, Gazlowe, el jefe de ingenieros Goblin de Orgrimmar, ha localizado una fuente de agua fresca para los acueductos de la ciudad, sin embargo, han penetrado profundamente en los túneles dominados por los Kobolds, siniestras bestias rata, que han saboteado los acueductos. Con la ayuda de Rexxar y Rokhan, la amenaza Kobold es contenida.

Completadas estas simples tareas de exploración, Thrall desea que Rexxar viaje hacia un puesto de observación orco hacia el este. El líder orco ha recibido informes acerca de inusual actividad humana en la costa de Durotar. En el puesto de observación, Gar’thok, lugarteniente de Nazgrel, informa a Rexxar que no ha recibido informes acerca de actividad humana, pero el Observatorio de la Horda ha sido atacado por un grupo rebelde de Quillboars. Rexxar y Rokhan se encargan de las bestias. Sin embargo, descubren que, efectivamente, los humanos han iniciado los preparativos para una invasión a Durotar.

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De regreso en Orgrimmar, Drek’thar ha descubierto la causa de la violencia de los lagartos trueno: los humanos han construido un aserradero en Thunder Rinde y han deforestado el bosque. Abrumado por las noticias acerca de la posible hostilidad humana, Thrall no puede cree que Jaina Proudmoore, la líder de los humanos en Kalimdor, haya roto su pacto de no agresión. De regreso en el puesto de Gar’thok, Rexxar descubre que los humanos han arrasado con el campamento orco, por lo que decide contraatacar y acabar con los humanos.

Una vez en Orgrimmar, Rokhan demuestra su preocupación por la suerte de sus hermanos, los trolls Darkspear, que han ocupado las islas Echo frente a Durotar. Rexxar y Rokhan viajan a las islas, donde encuentran a Vol’jin, hijo de Sen’jin, nuevo líder de los Darkspear. Allí, se ven obligados a combatir el bloque que la flota humana a puesto a las islas trolls. En efecto, Rexxar ha comprobado que el enemigo corresponde a la poderosa Armada de Kul Tiras, la nación marítima de la Alianza.

Los Darkspear son evacuados al continente, y Rexxar regresa con Thrall. El líder orco se entera de que los humanos portan un estandarte cuyo símbolo es un ancla. Thrall no recuerda dónde había observado antes ese símbolo, pero dice a Rexxar que ha pactado una reunión secreta con Jaina para discutir la situación. Sospechando una trampa, Rexxar viaja hacia Razor Hill en lugar de Thrall y, efectivamente, comprueba la emboscada. Derrotados los asesinos, Rexxar informa a Thrall de la situación.

Thrall decide enviar a Rexxar hacia la ciudad de Jaina, Theramore, donde los sobrevivientes de Lordaeron han fundado su nuevo hogar. Cerca de la nueva aldea Darkspear en la costa de Durotar, Vol´jin ofrece a Rexxar la ayuda de Samuro, un hábil maestro de las espadas, quien se infiltra en la cercana base humana, y colocando varios explosivos, logra hacer que Rexxar y Rokhan tomen un barco a Theramore.

Una vez en la ciudad, Rexxar confronta a Jaina Proudmoore y le reprocha sus actos contra la Horda. Jaina, sin embargo, se sorprende ante los cuestionamientos de Rexxar y deciden averiguar el meollo del asunto. De vuelta en tierra firma, descubren que el campamento humano ha sido arrasado por una tremenda fuerza de guerreros naga. Luego de acabar con los naga, un soldado moribundo informa a Jaina de que su padre, el Gran Almirante Daelin Proudmoore, ha logrado encontrarla luego de muchos viajes por el Gran Mar. El Almirante, luego de la destrucción de Lordaeron por el Azote, ha navegado por el océano con el objetivo de hallar signos de sobrevivientes humanos y de su hija. Sorprendida al oir noticias de su padre, Jaina y sus aliados de la Horda regresan a Theramore.

Una vez en el salón principal del palacio, son inmediatamente interrumpidos por la llegada de cientos de marinos de Kul Tiras, dirigidos por el Almirante en persona. El Almirante es reconocido como un gran héroe de la Segunda Guerra contra los orcos, y se alegra de encontrar a su hija. Sin embargo, al observar a las bestias que la acompañan, ordena asesinarlas. Jaina se opone vehementemente, y su padre cree que ha enloquecido, pero Jaina trata de explicarle la nueva situación con respecto a la Horda. El Almirante, sin embargo, no puede perdonar los salvajes actos de los orcos durante las Guerras, e igualmente continuará adelante la operación: no puede arriesgarse a que los orcos vivan y vuelvan a amenazar a la humanidad.

Rexxar y Rokhan pelean su libertad ante el ataque de los marinos, y astutamente, se ocultan entre las calles y canales de Theramore, hasta que logran escapar y vuelven a la seguridad de Durotar. Vol’jin los espera en la villa Darkspear y les recomienda viajar hacia las praderas de Mulgore, donde los Tauren de Cairne Bloodhoff se han asentado y han construido la ciudad de Thunder Bluff. Asegurándose la alianza de los poderosos Tauren, la Horda tendrá una oportunidad contra la Alianza.

Rexxar halla a Cairne hundido en una profunda depresión. El anciano jefe lamenta la captura de su hijo Baine a manos de los Centauros, por lo que Rexxar se compromete rescatar al joven Bloodhoff. Con la ayuda del lugarteniente de Cairne, el poderoso Tauren Tagar Windtotem, Rexxar rescata a Baine, y Cairne decide acompañarlos de vuelta a la aldea Darkspear.

Allí, Vol’jin a dado asistencia a un ogro herido. Éste dice pertenecer al clan Stonemaul, el cual ha caído bajo el poder de un malvado jefe llamado Kol’garr, que lo está llevando a la autodestrucción. Pensando que los ogros pueden ser útiles en la batalla que se avecina, Rexxar parte hacia la aldea de los Stonemaul, donde solicita a Kol’garr su ingreso al clan, por ser él medio ogro. Kol’garr lo obliga a pasar por el Guantelete, un enorme cañón lleno de bestias, como prueba para ingresar al clan. Pasada la prueba, Rexxar incita a Kol’garr a ayudar a los orcos contra la Alianza, pero Kol’garr se niega por considerar inferiores a los orcos. Como miembro del clan Stonemaul, Rexxar reta a Kol’garr por el poder del clan, y luego de un gran batalla contra el monstruo, lo vence. Como nuevo líder de los Stonemaul, Rexxar ordena asistir a la Horda en la batalla.

Thrall agradece a Rexxar el haber incorporado a la Horda nuevamente a sus antiguos aliados. Una vez reunidos varios ingredientes para consagrar el estandarte chamanístico de la Nueva Horda, Thrall solicita a Rexxar que sea su General durante la batalla.

Las fuerzas combinadas de orcos, tauren, trolls y ogros, asaltan el campamento humano en la costa de Durotar, expulsándolos de la tierra firme. Sabedor de que el Almirante nunca se detendrá hasta acabar con los orcos, Thrall ordena la invasión a Theramore. A intancias de Jaina, promete respetar a las fuerzas de la Guardia que le son leales a la hechicera. Luego, un asalto sobre el puerto Goblin frente a Theramore les permite hacerse con varios buques de guerra, con los cuales rompen el bloqueo de la marina de Kul Tiras.

La Horda desembarca en Theramore y aplasta a las fuerzas del Almirante, rememorando las viejas batallas de la Segunda Guerra. Rexxar se enfrenta cara a cara con Proudmoore. A pesar de que Rexxar trata de convercer al Almirante de que la Horda ya no constituye una amenaza para los humanos, Proudmoore está convencido de que los orcos nunca cambiarán y por eso no pueden ser perdonados. Los viejos odios florecen como la hierba nuevamente. Después de una salvaje batalla contra la guardia de élite del Almirante, finalmente Daelin Proudmoore, el último héroe de la Alianza vivo luego de la Segunda Guerra, cae ante el hacha de Rexxar. Perdido su líder, las tropas de Kul Tiras abandonan la batalla.

Jaina cae ante el cuerpo inerte de su padre, sin oportunidad de reconciliarse con él. Thrall, Rexxar y la Horda respetan el dolor de la maga y abandonan Theramore. Una vez en la costa orca, Thrall ofrece a Rexxar un lugar entre los orcos, pero el Mok’nathal rechaza la oferta y regresa a las

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montañas, no sin antes asegurar a Thrall que él siempre será parte de la Horda y vendrá a ella cuando se le necesite. Rexxar parte de nuevo hacia las salvajes tierras de Kalimdor, dejando a Durotar seguro, y a Theramore, tumultuosa. Las puertas de un nuevo conflicto entre la Horda y la Alianza han sido abiertas.

Epilogo

Una nueva era se avecina…

Cuatro años han pasado desde que las razas mortales lucharon juntas contra el poder de la Legión Ardiente. Ahora, la frágil tregua entre la Horda y la Alianza casi se ha evaporado por completo. Los tambores de guerra resuenan nuevamente entre los vientos…

Los Humanos

Los nobles humanos de Stormwind son una raza orgullosa y tenaz. Han luchado valientemente contra la Horda por generaciones como los patrones de la Gran Alianza. Justo cuando pensaban que por fin la paz se había asentado en sus reinos torturados por la guerra, una nueva sombra desciende sobre el mundo. El Azote de los muertos vivientes esparció una terrible plaga de muerte sobre la humanidad que destruyó por completo el norteño reino humano de Lordaeron. Los pocos humanos que sobrevivieron viajaron hacia el sur, hacia la protección de la reconstruida ciudad de Stormwind. No se habían repuesto del ataque del Azote cuando la Legión Ardiente inició una cataclísmica invasión sobre el mundo. Los guerreros de la humanidad lucharon valientemente contra las fuerzas de la Legión y ayudaron a salvar el mundo de la inminente destrucción.

Cerca de cuatro años después, los defensores de Stormwind permanecen vigilantes contra cualquiera que pretenda perturbar la santidad de sus tierras. Situados en las afueras del Bosque de Elwynn, la ciudad de Stormwind es uno de los últimos bastiones del poder humano en el mundo. Reconstruida luego de la Segunda Guerra, Stormwind es una maravilla del ingenio humano. Sus guardias protegen y conservan la paz dentro de los muros de la ciudad, y su joven rey, Anduin Wrynn, gobierna desde su poderosa fortaleza. El Distrito del Comercio bulle con mercancías de todos los continentes, mientras que aventureros de todas las razas pueden encontrarse en las calles del Pueblo Viejo. Intacta por los salvajes estragos del Azote en el norte, Stormwind se dispone a poner frente a todas las amenazas, vengan de donde vengan.

El Rey Anduin es el gobernante de Stormwind, un joven rey niño de diez años de edad. Recientemente, su padre, el rey Varian Wrynn, ha desaparecido bajo sospechosas circunstancias mientras se encontraba en ruta a una misión diplomática a la isla de Theramore. Bajo la supervisión de la concejera real, Lady Prestor, el joven Anduin recibió la corona con la orden de preservar el reino de Stormwind. Mientras los ciudadanos temen que su verdadero rey ha desaparecido por mucho tiempo, Anduin hace su mejor esfuerzo por calmar sus temores. Algún día, el niño crecerá y se convertirá en un gran líder.

En Theramore, Jaina Proudmoore, la más poderosa hechicera humana viva y única sobreviviente del extinto Kirin Tor, gobierna con justicia y equidad en una tierra salvaje y desconocida. Luego de luchar contra la Legión Ardiente al lado de la Horda y los Kaldorei, guió a los humanos sobrevivientes de Lordaeron en Kalimdor, y fundó la ciudad portuaria de Theramore. Allí, gobierna sobre los remanentes de la Alianza con la esperanza de reunir los distantes reinos humanos una vez más.

Los Enanos

Los estóicos enanos de Ironforge por continuas generaciones han explorado y extraído grandiosos tesoros de la profundidad de la tierra. Seguros en su impenetrable fortaleza de Ironforge, raramente se aventuraban más allá de los helados picos de Dun Morogh. Sin embargo, cuando los orcos invadieron Azeroth y amenazaron con conquistar las tierras humanas, elfas y enanas, los enanos ofrecieron su ayuda a la Gran Alianza. Los ingeniosos enanos probaron ser extremadamente útiles para las fuerzas de la Alianza.

Recientemente, los enanos han desenterrado una serie de ruinas que han podrían ser la llave para hallar los secretos de su perdida herencia. Dirigidos para descubrir la verdad acerca de su pueblo, el Rey Magni Bronzebearb ordenó que los enanos cambiarían sus actividades de industria y minería por la arqueología. Magni, junto con sus hermanos Brann y Muradin (asesinado misteriosamente en el helado Northrend), crearon la Hermandad de los Enanos Exploradores de Ironforge, un grupo altamente devoto en averiguar los secretos del ancestral mundo y la verdad acerca de la existencia de su raza.

Muchos enanos cayeron durante la Segunda Guerra, pero la poderosa ciudad de Ironforge, anidada en los nevados picos de Dun Morogh, nunca logró ser tomada por la Horda invasora. Una maravilla de roca y piedra del ingenio de los enanos, Ironforge fue construida en el corazón de la montaña misma: una expansiva ciudad subterránea de exploradores, mineros y guerreros. Mientras la Alianza ha sido debilitada por los acontecimientos recientes, los enanos de Ironforge, liderados por el Rey Magni, forjan un nuevo futuro en el mundo.

Los Gnomos

Los excéntricos y brillantes gnomos son una de las razas más peculiares de todo el mundo. Con su obsesión por desarrollar radicales nuevas tecnologías han construido maravillas de la ingeniería, por lo que es maravilloso que muchos hayan logrado sobrevivir y proliferar. Durante años, los gnomos han contribuido con sus ingeniosas armas a la Gran Alianza en los feroces campos de batalla contra la Horda.

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Ocultos en su grandiosa Tecno-Ciudad de Gnomeregan, los gnomos han utilizado por generaciones los recursos de los arbolados picos de Dun Morogh, en conjunto con sus primos los enanos. Sin embargo, recientemente, con el descubrimiento de la ancestral ciudad de Uldaman, una barbárica raza, los Troggs, surgió de las entrañas de la tierra e invadió Gnomeregan, asesinando a cada gnomo que hallaban a su paso. Como el resto de la Alianza se encontraba luchando contra la invasión de la Legión Ardiente, los gnomos decidieron enfrentar solos el problema, no sin antes mandar sus ingeniosas armas con los enanos.

Bajo el comando de su líder, el Alto Chapucero Gelbin Mekkatorque, los gnomos abrieron las válvulas de presión de sus gigantescas máquinas y una espesa neblina de radiación tóxica por toda la ciudad. Aunque la radiación mataba a los troggs, los gnomos descubrieron que también asesinaba a su propio pueblo mucho más rápido. Cerca del ochenta por ciento de la población murió en pocos días. Gnomeregan fue evacuada, y los gnomos sobrevivientes se alojaron bajo la protección de los enanos de Ironforge.

Últimamente, Mekkatorque ha realizado radicales estrategias con el fin de retomar su amada ciudad. Mientras tanto, los gnomos, para mostrar su buena voluntad con el resto de los miembros de la Alianza, construyeron el Deepum Tram, un inmenso tranvía subterráneo que une las ciudades de Ironforge y Stormwind.

Los Elfos Nocturnos

Por más de diez mil años, los inmortales Kaldorei cultivaron una sociedad druídica entre las sombras misteriosas del bosque de Ashenvale, hasta que la catastrófica invasión de la Legión Ardiente acabó con la tranquilidad de su ancestral civilización. Liderados por el archidruida Malfurion Stormrage y la Sacerdotisa Tyrande Whisperwind, los poderosos Kaldorei retaron el poder de los terribles demonios. Ayudados por el reciente arribo de los orcos y los humanos, los elfos nocturnos lograron derrotar a la Legión y acabar con su amo, el Señor Demonio Archimonde el Profanador. Aunque victoriosos, los elfos nocturnos se vieron obligados a sacrificar su inmortalidad y ver arder sus amados bosques.

En la subsiguiente posguerra, Malfurion y Tyrande ayudaron a su pueblo a reconstruir sus destruidas aldeas. Lentamente, los elfos nocturnos empezaron a aceptar su mortal existencia. Tal aceptación se encontraba lejos de ser fácil, y algunos elfos no se acostumbraron al ciclo vital de envejecer, enfermarse y morir. Buscando recobrar su inmortalidad, un número de druidas conspiró para plantar un nuevo Arbol del Mundo que restableciera sus vínculos entre sus espíritus y el mundo. Cuando Malfurion escuchó acerca de este plan, advirtió que tal árbol no estaría bendecido por la naturaleza. Extrañamente, poco después, el espìritu de Malfurion se perdió entre los infinitos pasajes del Sueño Esmeralda. Los druidas, liderados por el nuevo archidruida Fandal Staghelm, plataron el nuevo Arbol, Teldrassil, cerca de las tormentosas costas del norte de Kalimdor. Bajo su cuidado, el Arbol creció hasta las nubes, y entre sus enormes ramas, construyeron la maravillosa ciudad de Darnassus, donde construyeron el Templo de la Luna y el Salón de la Justicia, donde las Centinelas velan por la seguridad de su tierra.

Sin embargo, el Arbol no estaba consagrado por la naturaleza, por lo que rápidamente cayó presa de la creciente corrupción de la Legión Ardiente. Ahora, bajo el liderazgo de Tyrande, los Elfos Nocturnos deben luchar para asegurarse la existencia de su gloriosa raza y evitar la destrucción de los hijos de la naturaleza a manos de la corrupción de la Legión Ardiente.

Los Orcos

Hace mucho tiempo, la noble raza orca fue corrompida por la Legión Ardiente y transformada en una inmisericorde y destructiva Horda. Invadiendo el mundo de Azeroth, los orcos se vieron forzados a hacer la guerra a los reinos humanos de Stormwind y Lordaeron. Aunque la Horda estuvo cerca de aniquilar a toda la humanidad, finalmente cayó devorada por sus propios conflictos internos y colapsó. Los orcos, derrotados, fueron colocados por muchos años en campos de internamiento, sin ninguna oportunidad de volver a hacer la guerra y buscar conquistas. Después de muchos años, un visionario joven Señor de la Guerra liberó a su gente en su más oscura hora. Bajo su régimen, los orcos lograron liberarse por fín de la corrupción demoníaca y abrazar nuevamente sus costumbres chamanísticas.

Por la palabra de un extraño profeta, Thrall lideró a su pueblo a las ancestrales tierras de Kalimdor. Allí, Thrall y la Horda se enfrentaron cara a cara con su antiguo opresor, la Legión Ardiente. Con la ayuda de los humanos y los elfos nocturnos, los orcos derrotaron a la Legión y se abrieron su propio camino en su nuevo mundo adoptivo. Los orcos llamaron a su nueva tierra Durotar y edificaron, en lo alto de un cañón, la ciudad guerrera de Orgrimmar, llamada así en honor al legendario Orgrimm Doomhammer, que se levanta como una de las ciudades guerreras más poderosas del mundo.

Ahora con una tierra para llamarla suya, y bajo el notable liderazgo de Thrall, los orcos luchan por asegurarse un brillante futuro para su pueblo. Aunque lejos de sus anteriores sueños de conquista, se encuentran listos para destruir a cualquier pueblo que ose retar su soberanía o supremacía.

Thrall, hijo de Durotan, es quizá el más poderoso guerrero orco vivo. Armado con el poderoso Doomhammer, Thrall es un osado guerrero y poderoso chamán. Se ha erigido como Señor de la Guerra sobre toda la Horda, extendiendo su dominio a los trolls Darkspear y las tribus Tauren por igual. Su honor, astucia y compasión le han ganado muchos aliados, incluso entre los humanos y elfos nocturnos. Thrall vive para defender la libertad de su pueblo y asegurarse la seguridad de la enorme Horda.

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Los Tauren

Por incontables generaciones, los Tauren han vagado por las praderas de los Barrens, cazando a los poderosos kodos, bajo la mirada vigilante de su diosa eterna, la Madre Tierra. A lo largo y ancho de la tierra, las tribus se han unido solamente por su común odio hacia su más enconado enemigo, los malvados Centauros. Buscando ayuda contra los Centauros, el anciano jefe Cairne Bloodhoof entabló amistad con el Señor de la Guerra Thrall y sus orcos, quienes recientemente habían viajado a Kalimdor.

Con la ayuda de los orcos, Cairne y su tribu Bloodhoof pudieron expulsar a los Centauros y reclamar los ricos pastizales de Mulgore. Por primera vez en cientos de años, los Tauren tenían una tierra para llamarla suya. Sobre las altas mesetas de Thunder Bluff, Cairne construyó un refugio para su gente, donde todos los tauren de diversas tribus sean bienvenidos. Con el tiempo, las dispersas tribus tauren se unieron bajo el liderazgo de Cairne. Aún así, algunas tribus desacuerdan con la dirección que está tomando la nueva nación (en especial el clan GrimTotem y su jefa Magatha).

Aunque los nobles tauren son pacíficos por naturaleza, los rituales de la Gran Caza son venerados como el corazón de su cultura espiritual. Cada Tauren, guerrero o de otra clase, se siente identificado como un cazador y un hijo de la Madre Tierra.

Cairne se ha dedicado a servir y salvaguardar a su pueblo de un cada vez más oscuro mundo. Un destacado guerrero, es considerado una de las criaturas vivas más peligrosas que existe. Además de su fuerza y valor, es un alma gentil que desea solamente la paz y la tranquilidad de las llanuras abiertas. Se rumora que podría delegar sus responsabilidad en algún otro jefe, pero muchos esperan que sea su hijo Baine quien reemplaze algún día a su padre.

Los Trolls

Los viciosos trolls que pueblan las numerosas islas de las Mares del Sur son reconocidos por su crueldad y oscuro misticismo. Bárbaros y supersticiosos, odian a todas las razas. Bajo la égida del Imperio Gurubashi, los trolls de la jungla han extendido su dominio de las Junglas de Strangletorn en Azeroth, a las islas Echo de Kalimdor. Sin embargo, en el ápice de su poder, el pueblo Gurubashi se sumió en una serie de guerras internas. Solamente una tribu, los Darkspear, fue exiliada de sus tierras y obligada a subsistir por sí misma contra las peligrosas razas de la Jungla de Strangletorn.

Por generaciones fueron sometidos a esclavitud por otras tribus menos honorables, encarando su posible extinción. Aunque sus guerreros se encuentran entre los más bravos jamás nacidos, las incesantes políticas de las tribus Gurubashi llevaban a los Darkspear a una segura desaparición. Para empeorar las cosas, los humanos empezaron a erigir fortalezas en Strangletorn también. Fue durante este tiempo que en que conocieron a Thrall y la Horda.

Los Darkspear, liderados por el anciano Sen’jin, apelaron a Thrall contra los humanos invasores. Unidos, los trolls y los orcos los vencieron, pero probó ser una corta victoria. Los murlocs de las islas los capturaron y prepararon para ser sacrificados. Los Darkspear y los orcos lucharon valientemente, pero Sen’jin murió en la batalla.

En honor a su sacrificio, Thrall ofreció a los Darkspear un lugar entre la Horda. Vol’jin, hijo de Sen’jiin, tomó control de la tribu y siguió a Thrall. Formaron su hogar en las islas Echo, en la quebrada costa de Durotar. Allí, sin embargo, fueron traicionados por uno de los suyos, un enloquecido brujo llamado Zalazane. Forzados a abandonar las islas, construyeron la villa Sen’jin en la costa de Durotar. Desde esta villa, los Darkspear y sus aliados luchan por expulsar a Zalazane de las islas Echo, determinados a reclamar su jungla a cualquier costo.

Los Forsaken

Liderados por la banshee Silvanas Windrunner, un grupo de muertos vivientes rompió sus relaciones con el Azote y quedaron libres del dominio del Rey Lich. Estos renegados se llamaron a sí mismos Los Forsaken. Ellos luchan una batalla constante por su libertad del Azote, pero también están dispuestos a exterminar a aquellos que los miran como monstruos.

Con Silvanas como su reina banshee, los Forsaken construyeron su fortaleza entre las ruinas de Lordaeron, la oculta Undercity, la cual forma un laberinto interminable bajo los malditos bosques abandonados de los Claros de Tirisfal. Desde su bastión, los Forsaken preparan un nuevo combate contra el Azote y contra los humanos que persisten en reclamar sus tierras. Aunque la mayoría de la tierra está maldita, los cesudos humanos de la Cruzada Escarlata se han obsesionado con erradicar a los muertos vivientes y retomar su una vez bella patria.

Convencidos de que las primitivas razas de la Horda puede ayudarles a obtener la victoria sobre sus enemigos, los Forsaken han entrado en una alianza de conveniencia conn los salvajes orcos y los orgullosos tauren, sin guardar una verdadera lealtad hacia sus aliados.

Silvanas y Varimathras, el Señor del Terror, planean secretamente, mediante el Gran Apotecario Faranell, una segunda plaga más terrorífica que la del Rey Lich. Su objetivo: tomar venganza contra Arthas y hallar por fin, la libertad para su pueblo maldito.

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Sangre de Nuestros Padres – E. Daniel Arey

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Sangre de Nuestros Padres

E. Daniel Arey Sangre de Nuestros Padres – E. Daniel Arey

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Algo despertó al Rey Varian Wrynn de su profundo sueño. Mientras éste se encontraba de pie, inmóvil en la penumbra, el débil sonido de un goteo distante hacía eco en las murallas del Castillo de Ventormenta. Un sentimiento de temor inundó al monarca, pues era un ruido que había escuchado antes. Varian avanzó con cuidado hacia la puerta y acercó una oreja al roble bruñido. Nada, ni movimiento, ni pisadas. Luego, como si viniera de muy lejos, el apagado murmullo de una multitud vitoreando fuera del castillo, en alguna parte. ¿Acaso no me levanté para la ceremonia del día de hoy? Una vez más hizo acto de presencia el extraño goteo. Esta vez retumbaba en el piso helado, de modo claro y húmedo. Varian abrió la puerta con lentitud y se asomó al corredor; oscuridad y silencio. Aún las antorchas parecían titilar con luz fría, que se apagaba tan pronto surgía. Para ser un hombre que se permitía pocas emociones, Varian sintió algo agitarse en su interior, algo viejo, joven, quizá olvidado por largo tiempo. Era casi como el sentimiento infantil del… ¿miedo? Descartó tal noción de inmediato. Él era Lo’Gosh, el Lobo Fantasma. El gladiador que provocaba terror en los corazones de amigos y enemigos por igual. Aun así no podía sacudirse esa sensación primigenia de inquietud y peligro que invadía su cuerpo. Al salir al corredor, Varian notó que sus guaridas no se encontraban en sus puestos habituales. ¿Están todos ocupados con el Día de Remembranza, o hay algún trasfondo siniestro? Caminó con cautela por la negrura del pasillo hasta llegar al enorme y familiar salón del trono del Castillo de Ventormenta. Sin embargo, sus imponentes muros se veían distintos; más altos, más oscuros y vacíos. Del elevado techo de piedra colgaban banderas —cuya apariencia era similar a la de estridentes telarañas— que tenían estampado el rostro dorado de un león; emblema que indicaba el orgullo y la fuerza de la gran nación de Ventormenta. En la penumbra, Varian escuchó un grito ahogado y una súbita escaramuza. Posó la vista en el suelo, donde un sendero de sangre conducía claramente al centro de la habitación. Ahí, entre la oscuridad, apenas notó dos siluetas en frenética lucha. Conforme sus ojos se ajustaron, pudo ver un hombre de rodillas, herido y sangrante. Frente a él se encontraba una tosca e imponente figura femenina. Varian la conocía a la perfección. Su silueta distorsionada revelaba la torcida naturaleza de su cuerpo y alma. Era Garona Halforcen, mitad draenei, mitad orco. La asesina creada por la enferma mente de Gul’dan. Mientras Varian permanecía inmóvil sin poder creer a sus ojos, sangre fresca escurría por el filo de la hoja de la medio orco. El líquido llegaba a la punta y goteaba… caía… hasta tornarse en un pétalo de rosa carmesí en el piso de mármol. Los recuerdos, cual avalancha, arrollaron a Varian cuando reconoció al hombre que se encontraba en el suelo. La armadura, los atavíos reales; era su padre, el rey Llane. Garona miró a Varian, mostrando una espantosa sonrisita en su rostro surcado de lágrimas antes de descargar una cuchillada. El destello del acero cortó la oscuridad y se clavó profundamente en el pecho del rey, quien se encontraba de rodillas. —¡No! —Gritó Varian mientras se abalanzaba, gateando por el suelo manchado de sangre para llegar a su padre. Levantó el cuerpo lánguido del rey y lo abrazó mientras el rostro de la medio orco se fundía con la oscuridad. —Padre, —suplicó Varian, meciéndole en sus brazos. La boca de Llane temblaba a causa del dolor y luego se abrió, dejando escapar una línea de sangre. Con un hediondo siseo, el viejo rey logró formar unas cuantas palabras. —Así es como siempre termina… para los reyes Wrynn. Con eso, los ojos de Llane se pusieron en blanco y su quijada se abrió, dando a su rostro una terrible expresión. De las profundidades de su garganta surgió una vibración quitinosa. Varian quería arrancarse los ojos, pero descubrió que le era imposible. Algo se movía en la sombra de la boca abierta de su padre, serpenteaba brillante en el crepúsculo evanescente. De las fauces del rey muerto surgieron súbitamente infinidad de gusanos. Miles y miles de estas criaturas consumieron el rostro cenizo de Llane. Varian intentó alejarse, pero los gusanos se lanzaron sobre él, gorjeando y devorando su cuerpo al son de un último grito de agonía. *** Varian se enderezó en su silla de inmediato, el terrible grito todavía un eco en sus oídos. Estaba sentado frente a su mesa de mapas en los aposentos privados superiores del Castillo de Ventormenta. La cálida luz del sol, junto con el rugido de una multitud alegre, se colaba al interior de la habitación a través de una de las ventanas elevadas. La celebración del Día de Remembranza se encuentra en curso. Sostenía un relicario de plata sin lustre, el cual se encontraba cerrado con llave. Varian intentó abrirlo de modo instintivo, como había hecho ya mil veces, pero lo encontró inexorablemente sellado. La puerta se abrió de golpe y el comandante supremo de la defensa de Ventormenta entró con presura. El rostro del general Marcus Jonathan presentaba un semblante de gran preocupación. —¿Ocurre algo, su alteza? Escuchamos un grito. Varian guardó el relicario rápidamente y se incorporó. —Todo bien, Marcus. —El rey intentó acomodarse la armadura y se quitó un mechón de cabello que obstruía sus ojos cansados. Los dedos del monarca sintieron las profundas líneas de preocupación y falta de sueño de los últimos meses; un periodo de semanas borrosas dedicadas a responder a las múltiples emergencias que dejó el súbito ataque de Alamuerte contra la ciudad y el mundo. Tanto él como el general se encontraban vestidos de gala para la festividad y a Jonathan, con su estatura y facciones afiladas, le quedaba el papel mejor que a la mayoría. —La ceremonia de honor se celebrará en tres horas, su alteza, —dijo Jonathan. —¿Está listo su discurso? Varian miró el pergamino en blanco que reposaba sobre la mesa. —Aún estoy trabajando en él, Jonathan. Y no encuentro las palabras adecuadas. El comandante supremo lo estudió y Varian cambió el tema con presteza. —¿Ha llegado mi hijo? El general Jonathan negó con la cabeza. —Nadie ha visto al príncipe Anduin, su alteza. En un intento por ocultar su decepción, Varian miró por las ventanas del castillo hacia el atrio que se extendía abajo. Era un mar de gente, con banderas y serpentinas ondeando en el aire, niños vestidos como sus héroes de antaño favoritos y comida y bebida que fluia al son de las risas. El Día de Remembranza era parte en memoria de los caídos y parte celebración, sin embargo, Varian nunca hallaba regocijo en este evento. Mientras miraba, la multitud avanzaba lentamente hacia el Valle de los Héroes, donde las estatuas de los grandes campeones de la humanidad vigilaban la entrada de Ventormenta. El escenario para la Ceremonia de Honor había sido colocado a la sombra de estos famosos líderes, a quienes se les reconocería hoy con reverencia y agradecimiento por sus increíbles hazañas. Jonathan prosiguió. —Señor, cuando esté listo, el arzobispo le espera afuera para informarle de las reparaciones de la ciudad y el cuidado de los heridos. —Sí, sí, en un momento. —Varian hizo un ademán para que le dejase solo. Jonathan inclinó la cabeza y dejó la habitación sin hacer ruido, cerrando la puerta tras de sí. El monarca se sacudió las telarañas de su mente y sacó el delicado relicario una vez más, examinando su arrugado reflejo en la superficie metálica. El mundo ha cambiado, pero he de mantenerme firme.

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Varian posó la vista en el retrato del rey Llane que se encontraba sobre la chimenea. Hoy más que nunca, el líder de la humanidad, rey de Ventormenta, roca de la Alianza, debe presentar lo mejor de sí; su padre no esperaría menos.

*** El arzobispo Benedictus se encontraba ataviado con sus togas y accesorios más finos, en representación de la cultura de Ventormenta este magno día. Junto a él se encontraba un hombre pequeño y sucio que cargaba un considerable bulto de pergaminos arrugados. Benedictus miró con avidez cuando el rey salió de sus aposentos. —La Luz lo bendiga, rey Varian. —Dijo con una sonrisa en tanto que el monarca descendía por la escalinata. —Igualmente, Padre, —respondió Varian. —Parece estar vestido para una audiencia con su creador. Benedictus hizo un ademán con su bastón, un gesto solemne y bien practicado. —En estos tiempos, debemos estar listos para reunirnos con la Luz en cualquier momento. Al lado del arzobispo, el hombre pequeño, un tanto nervioso también, revisaba una y otra vez su enorme bulto de papeles y diagramas de la ciudad. De súbito, Varian cayó en la cuenta de que se trataba de Baros Alexston, el arquitecto de la ciudad. Apenas le reconoció entre la gran cantidad de lodo que cubría su rostro y ropa. Varian indicó con la mano que le siguieran y comenzó a descender las escaleras. ¿Cómo van las reparaciones de la ciudad, Baros? —Tan bien como uno pudiera esperar, majestad. —Asintió éste, luchando por no tirar sus pergaminos. Benedicutus le dio unas palmaditas en la espalda al arquitecto. —Baros está siendo muy modesto, alteza. Ha hecho milagros en la restauración de Ventormenta; sin mencionar varias mejoras notables. Varian sintió algo de alivio. Era bueno ver que sus consejeros recuperaban algo de su optimismo. —¿Qué es lo más urgente? El arquitecto asintió y, nervioso, procedió a desenrollar uno de sus tantos pergaminos mientras caminaba. Esto provocó que al menos otros tres escaparan de entre sus dedos y cayeran al suelo. —Mil disculpas, señor… sí, aquí está. —Baros señaló un punto en el mapa, dejando marcas de lodo con sus dedos sucios en el proceso. —Hemos investigado el daño causado a las dos torres primarias en la entrada de la ciudad. —El arquitecto sacudió la cabeza y emitió un silbido. —Ese dragón negro debe ser aún más pesado de lo que sugiere su tamaño; posiblemente sea por la armadura de elementio oscuro. Hemos efectuado algunas excavaciones, los cimientos se encuentran en condiciones deplorables. Baros examinó más diagramas mientras hablaba. —Lo mismo sucede con el ala este del castillo aquí… y aquí, así como algunos de los edificios de mayor tamaño en el muelle; incluyendo lo que queda de… —El arquitecto hizo una pausa, al parecer demasiado dolido como para completar la lista. Benedictus intervino. —Por supuesto, lo que queda del Antiguo Cuartel y el terrible cráter donde alguna vez existió el parque. Que la Luz bendiga sus almas. El rostro de Baros denotaba tristeza detrás de las manchas de lodo. —Me temo que será necesario efectuar reparaciones extensas y será costoso. Los ojos de Varian se posaron en el arquitecto, dolores enterrados por largo tiempo que salían a la superficie. ¿Habla de dinero? ¿En estos tiempos? Ni Benedictus ni Baros parecieron darse cuenta de su reacción y Varian apretó el paso para sofocar el nudo de ira que crecía en su estómago. En el rellano siguiente, el rey se detuvo para inspeccionar parte del daño que sufrió su castillo. La escalinata estaba cubierta de escombros donde un enorme boquete permitía ver el cielo y la ciudad abajo. Conforme Varian examinaba el área, Baros revisó sus papeles. —Ya requisamos piedra a la cantera para reemplazar esto, su alteza. —Posteriormente hizo el intento de aligerar la situación. —Estará listo antes de lo que canta un gallo. Los castillos tienen suficientes corrientes de aire aún cuando no les faltan muros enteros, ¿verdad? Varian lo ignoró mientras tocaba ensimismado las rocas irregulares con su mano enguantada. Arrancadas de la torre como si le hubieran dado una fuerte mordida, cosa que no distaba mucho de la realidad. El guante del rey entró en contacto con algo puntiagudo, una astilla de color obsidiana y con forma de daga que sobresalía de la pared dañada. Era un fragmento de la armadura de elementio del dragón —una esquirla negra como la noche— de casi dos manos de longitud y muy filosa. El trozo de armadura se encontraba profundamente clavado en la roca, pero Varian logró extraerlo con algo de esfuerzo. La mostró para que los hombres la vieran. —Esta criatura vil, este… Alamuerte… no es la primera amenaza que pone en peligro las murallas de Ventormenta. —La mirada del monarca perforó el cráneo del arquitecto. —Vamos a reconstruir y a mantenernos firmes como siempre hemos hecho, cueste lo que cueste. ¡Nos aseguraremos de que esa bestia oscura pague mil veces el precio! El rey miró su ciudad dañada a través del agujero irregular. Su guante de placas crujió al apretar el fragmento de la armadura del dragón en furia silenciosa. Abajo, el gran muelle de Ventormenta era un gran bosque poblado de mástiles de embarcaciones. El puerto estaba repleto de navíos de todos colores, tamaños y formas. El Día de Remembranza siempre contaba con gran cantidad de peregrinos para honrar y celebrar a los héroes de la humanidad, sin embargo, nunca había visto tal concurrencia en años previos. En ese instante, otro barco ingresó al puerto y tiró anclas. Era un gran barco kaldorei con filigrana plateada y velas perfumadas de color morado. Varian guardó el fragmento de la armadura de Alamuerte en su cinturón y se volvió hacia sus consejeros. —¿Habrán venido este año por el honor del pasado, o por temor del futuro? Benedictus posó su vista en la congregación de buques. —Ciertamente muchos buscan refugio de la amenaza que presenta el dragón negro, su majestad. Algunos incluso proclaman que es augurio del fin de los tiempos. Varian gruñó. —Perdería poco aliento, Padre, y aún menos sueño sobre las cavilaciones insanas de unos cuantos cultistas del Martillo Crepuscular, ¿a menos de que considere útil tal palabrería durante sus exaltados sermones en la catedral? —El rey ofreció una irónica sonrisa al arzobispo. —Lo que sea que haga que la gente crea… y actúe… —Benedictus sonrió de vuelta. —Sin duda, la gente de Ventormenta necesita esperanza pero, más que eso, es imperativo que exista un plan. Confío que nuestro soberano proporcionará a los presentes algo en que creer cuando hable en la Ceremonia de Honor más tarde. Varian pensó en su discurso del Día de Remembranza. ¿Qué podría decir para aliviar las profundas heridas que había sufrido el mundo? El general Jonathan se aproximó e hizo una cortés reverencia frente al arzobispo antes de volverse hacia el rey. —Disculpe, su alteza, pero me pidieron recordarle que la Delegación de Honor aguarda su presencia en el salón del trono. —Jonathan intentó sonreír con la esperanza de hacer las noticias más digeribles. El monarca frunció el ceño. Odiaba las obligaciones del cargo, en particular la pompa y labia de las festividades. Preferiría estar en otro lado, desempeñando eso que los guerreros hacen mejor, luchar contra dragones en sus guaridas o destazar océanos de demonios; en lugar de lidiar con una delegación de diplomáticos insufribles. Eso último es más perjudicial para la salud.

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Varian suspiró resignado. —Muy bien general, terminemos con esto de una buena vez.

*** Jaina Proudmoore se encontraba en la sala del trono observando la ecléctica reunión de nobles, políticos y otros delegados. El gran salón del Castillo de Ventormenta era amplio, sin embargo, la perfumada multitud de dignatarios llenaba el espacio y enrarecía el ambiente. El arcoiris de luminarias se extendía a través del gran arco hasta perderse de vista. Como líder de la Isla de Theramore, Jaina era parte de la Delegación de Honor que fue seleccionada para estar de pie detrás del rey durante su discurso en memoria de los caídos. Con la Alianza bajo presión en frentes aún más peligrosos, muchos habían venido a ver que planes tenía el gran líder de Ventormenta con respecto a la reciente crisis mundial. Genn Greymane estaba cerca, sus ojos examinaban a la multitud con la misma intensidad que ella. Jaina echó un vistazo por la habitación con la esperanza de hallar el rostro de Anduin entre la muchedumbre, no obstante, quién sabe dónde se encontraba el príncipe. Se preguntó si Varian y el joven príncipe habrían resuelto su altercado más reciente, el cual separó a Anduin de su padre y lo condujo hacia la sabiduría de Velen, el profeta draenei. Sin embargo, consciente de la rigidez de Varian, Jaina sabía que éste sólo enterraba hachas en los cráneos de sus enemigos. No, la ausencia del príncipe indicaba claramente que la brecha permanecía. Greymane suspiró con impaciencia. Los presentes habían estado esperando un buen rato, deseosos de ver la sede de poder de Ventormenta y el Asiento del León, el gran trono afiligranado de los reyes Wrynn. Jaina miró los enormes felinos que adornaban la tarima, cada uno alerta y feroz como si su misión fuese salvaguardar la totalidad de Azeroth. Ella se preguntó qué tan profundamente quedó arraigado ese ideal en Varian cuando niño y qué tanta de esa presión afectó su modo de pensar. Crecer en la sombra de héroes debe haber sido difícil y creer que un solo hombre puede cargar tal peso es absurdo. Jaina alguna vez amó a un hombre que se quebró bajo una carga igualmente imposible. Poco después centró su atención en la multitud inquieta y analizó la escena. Tenía el don envidiable de poder leer a la gente con facilidad, sin embargo, el día de hoy no era necesario tener mucho talento para sentir el miedo y la frustración que permeaban el entorno; en breve ubicó una fuente de descontento entre la muchedumbre. Provenía de un grupo de nobles y delegados en torno a un hombre con complexión de oso, cuyo rostro enrojecido radiaba descontento. Lord Aldous Lescovar, hijo del traidor Gregor Lescovar, rumiaba por todo y estaba infectando a los presentes en la habitación. Los nobles habían bebido lo suficiente como para aflojar sus lenguas y, mientras Jaina escuchaba discretamente, el nombre del rey Wrynn hizo acto de presencia en la conversación una y otra vez; escupido como si fuera un amargo veneno. Jaina sabía que existía verdad en algunas de las cosas que decían los hombres. Varian era difícil en ocasiones y su intensidad era tan dura para sus amigos como para sus enemigos. No obstante, también conocía al rey lo suficiente como para saber donde se encontraba su corazón. Con gusto daría la vida para salvar a su gente. Varian se regía por preceptos antiguos que pocos entendían en la actualidad; un código de conducta que exigía más de sus líderes. Este malentendido separó gradualmente al rey de su pueblo, e incluso de su propio hijo, y sus enemigos se aprovecharon de ello con propósitos siniestros. Jaina siempre había sido aliada del rey Wrynn, sino es que su partidaria incondicional. Bien sabe la Luz que Varian no hace fácil que alguien sea su aliado, mucho menos su consejero cercano o amigo. Al tratar al Lobo Fantasma, Jaina sabía que era mejor aproximarse a su corazón en lugar de a sus colmillos. Ella misma vino para intentar disuadir al rey de su inflexible postura con respecto a la Horda, pero los delegados ebrios que rodeaban al impetuoso barón podrían descarrilar sus objetivos. Con una sonrisa forzada se aproximó al barón Lescovar y a su gentuza. —Recuerden bien, —Jaina hizo una reverencia frente a todos ellos, empleando el saludo tradicional de la festividad. —Recuerda bien, Jaina Proudmoore. —La mirada del barón se posó en sus aliados y luego de regreso en ella, incapaz de dilucidar si la llegada de la hechicera era una señal de apoyo o peligro. Jaina sintió el modo en que la vista del hombre la manoseó como sólo un joven barón se atrevería. Tenía cara de bruto y, pese a los abrigos caros y la seda, sus ojos ásperos traicionaban cualquier semblante de elegancia que sus atavíos intentasen crear. El barón estaba alerta, con mente vacilante al igual que su cuerpo. —¿Qué te trae de este lado del océano mientras arde tu propia tierra? Jaina notó que el barón estaba más ebrio de lo que había pensado e ignoró su pregunta. —Al igual que usted, vengo a presentar mis respetos a los héroes de antaño, pero también en busca de un plan que se ajuste a los nuevos peligros que enfrenta actualmente la Alianza. El barón gesticuló con la mano para señalar a todos sus compatriotas. —En efecto, estos nuevos peligros nos afectan a todos de igual manera. Ricos y pobres, mercaderes y chusma. ¿Cómo sucedió esto, maga? ¿A quién hemos de culpar? Jaina mantuvo un rostro serio, imposible de leer, y respondió al cabo de una cuidadosa pausa. —El liderazgo de la Alianza ha enfrentado infinidad de desafíos en fechas recientes. Sí, han existido errores de juicio y se han aprendido muchas lecciones, pero también ha habido grandes victorias. Un noble viejo y nervudo se abrió paso entre la gente, sacudiendo la cabeza con frustración. —Estamos hartos de las guerras de la Alianza que consumen nuestro oro y sangre. Las aventuras imprudentes y las venganzas personales sólo sirven para socavar las oportunidades de paz y prosperidad. Jaina alzó una mano para tranquilizar la atmósfera. —Muchos han expresado inquietudes similares. Por ejemplo, la agresión mal encausada hacia la Horda. Personalmente considero que es difícil conseguir buenos aliados en estas épocas, particularmente cuando nuestros enemigos parecen multiplicarse de modo infinito. El barón colocó su grueso brazo sobre el hombro de Jaina, cuya piel se erizó con el contacto. —Muchachos, creo que tenemos aquí a una amante de orcos. —Las risas que siguieron apestaban a cerveza rancia y el barón se aproximó a ella, demasiado cerca, su aliento caliente y burlón. —¿O quizá te inclinas por los hediondos tauren? Con gracia, ella se soltó del agarre del barón y presentó una máscara de simpatía con respecto a sus preocupaciones. En estas épocas, la Alianza no podía darse el lujo de permitir que más fisuras la debilitasen. Azeroth había revelado sus fracturas ocultas que, literalmente, partieron al mundo. Jaina intentó sonreír y el barón le devolvió el gesto, cosa que sólo sirvió para destacar los rasgos porcinos de su rostro. Él le guiñó un ojo. —Sabemos que tú y el rey son cercanos. Necesitamos que razones con él, convéncelo de buscar la paz donde exista tal posibilidad y de lidiar con ese maldito dragón antes de que no quede ciudad con la que podamos comerciar. —Entiendo sus inquietudes, comparto muchas de ellas. —Entonces haz tu deber y utiliza tu influencia, no hay ganadores con la guerra ciega. Los planes actuales del rey son…

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—¿Son qué? —Preguntó una voz profunda detrás del barón. Todos se volvieron para ver al rey Wrynn en el umbral. El murmullo se apagó cuando Varian entró al salón. —Por favor, barón Lescovar, ilumínenos. Díganos qué traerán mis planes. —La mirada de Varian un relámpago que se clavó en los ojos de Lescovar. Éste retrocedió a modo de sumisión. —Mil disculpas, su alteza. —El barón hizo una reverencia. —Sólo teníamos un animado debate con la estimada líder de Theramore. Varian caminó hasta el barón y sólo se detuvo una vez que se encontró dentro del espacio vital del noble; casi nariz con nariz. El rey habló suavemente, pero su gruñido retumbó fuerte y claro. —Mientras eras un cachorro en el fétido cubil de tu familia, yo guiaba a los ejércitos de Ventormenta a la victoria. —Echó una mirada a todos los presentes para ver si alguien se atrevía a desafiarle. —Nos he conducido a través del océano hasta el gélido Rasganorte, así como a las profanas profundidades de Entrañas; victoria tras victoria. Sin embargo, muchos de ustedes aún dudan. Los dignatarios se encontraban incómodos, pero nadie emitió palabra alguna. Jaina se encontraba fuera de sí por la rabia que sentía internamente. Lo bueno es que íbamos a mantener los colmillos del rey fuera de esto. Varian observó los rostros de los presentes. —¿Qué hacen aquí hoy? ¿Vinieron a hacerme perder el tiempo? ¿A exigir que escuche sus insignificantes quejas sobre mis esfuerzos por proteger este mundo? ¿¡Por protegerlos a ustedes!? Silencio. El fuego del Lobo Fantasma ardía en sus ojos. Un fulgor que se mantenía firme en la noche y obligaba a las sombras a retroceder. —¿O vinieron a ver a Lo’Gosh con sus propios ojos? A contemplar a aquel que hace la guerra con el mismo deleite que sus enemigos. Muchos empezaron a dejar el lugar, pero Varian no había terminado. —¡Hay quienes dicen que no soy mejor que nuestros enemigos, que yo soy el monstruo! Bueno, si es así, ¡soy el monstruo que necesitan! ¡Aquel que cuenta con la ferocidad suficiente como para infundir terror en el corazón de la oscuridad! ¡Alguien con el valor para hacer lo que sea necesario para defender a la humanidad del abismo! Al concluir su diatriba, Varian miró a su alrededor y se encontró con el familiar rostro de Anduin observándole fijamente desde el fondo de la sala del trono. Su hijo llegó en algún punto de su sermón. A juzgar por la cara de horror que mostraba el príncipe, quedaba claro que nada había cambiado desde que se separaron en pésimos términos. Los ojos de Anduin mostraban miedo y sorpresa; Varian sintió como el alma se le caía hasta los pies. ¿Me he convertido en tal extraño para mi propio hijo? Intentó relajar sus facciones, pero aún podía sentir su furia quemándole la piel. Anduin retrocedió y dejó la habitación. Con ello, la furia del rey escapó como agua de una presa rota, dejando sólo un vacío. Varian se sentó en su trono e hizo un gesto cansado indicando a los presentes que se fueran. Sorprendidos, los presentes salieron lentamente en fila india, temerosos del futuro y del líder de la humanidad. Sólo Jaina y el arzobispo permanecieron, mirando a Varian de reojo. Sin pensarlo, el rey deslizó la mano bajo su túnica y tocó el relicario de plata en su bolsillo. La fría superficie metálica calmó un poco el propósito que le hervía en la sangre. Varian sabía que nadie comprendía lo que debía hacer; o ser. Nadie lo comprendía y nadie lo comprendería jamás. *** Jaina y Benedictus observaban en silencio como Varian iba de un lado al otro de la habitación cual fiera enjaulada. El rey daba vueltas al relicario de plata una y otra vez, la brillante cadena tensándose con la misma furia que consumía al rey. Tanto Jaina como Benedictus se sentían impotentes, e intentaban hallar un puerto seguro en la tormenta. —El príncipe entenderá algún día, su alteza. —Dijo Benedictus. —Posee un alma iluminada. —El arzobispo le lanzó una mirada a Jaina en busca de apoyo pero, antes de que pudiera decir algo, Varian gruñó. —Nunca debí permitir que partiera. El deber de Anduin se encuentra aquí con su pueblo, no con los draenei. —Pero aún es joven, —dijo Jaina. —Anduin todavía busca su lugar en el círculo. Se encuentra en una misión para descubrir quién es en realidad. Varian se detuvo y le lanzó una mirada iracunda. —Es el heredero del trono de Ventormenta, Jaina, y casi un hombre. ¡A su edad yo ya había dominado la espada y estaba listo para luchar contra los enemigos de la Alianza! Jaina se estremeció. ¿Acaso la valía de un hombre sólo se mide según lo pronto que mata, Varian? —Ella intentó regresarle una mirada con la misma ferocidad. —¿Acaso no puedes ver que Anduin ha elegido un camino distinto? Varian hizo una pausa. —He… aceptado las decisiones de Anduin, pero temo que aún carece de la fuerza necesaria para gobernar. Son tiempos difíciles como ha puntualizado, arzobispo. —De cierto que el mundo se tambalea. —El arzobispo intentó cuidadosamente dar forma a las palabras con sus manos. —Pero la Luz muestra un camino distinto para cada uno de nosotros, hasta llegar al final escrito. —¡Basta de sermones, Benedictus! El mundo real no es tan indulgente como su iglesia. Ser rey es una tarea peligrosa. ¡Un mal paso y la gente muere! Benedictus dio un paso al frente y colocó una mano sobre el hombro del rey. —En el Día de Remembranza, más que en cualquier otro, se que se considera responsable por muchas cosas; particularmente lo que hemos perdido… —Prosiguió con cuidado. —Lo que usted ha perdido. El rey apretó el relicario de plata, su mente perdida en una madeja de pensamientos y preocupaciones. —Si Anduin no está listo, si tiene alguna flaqueza, todo será… —Varian se detuvo de súbito e intentó sacudirse esa idea. Jaina intervino para disipar el temor. —Anduin tiene una fuerza distinta que dar a este mundo, Varian. Eligió el sacerdocio por algo, es un sanador y se encuentra armonizado con la Luz. Varian asintió. —Lo que dices es cierto, Jaina. Anduin nunca ha sido… como yo. —Con un suspiro, el rey se dejó caer sobre el trono. —Como dijo antes, majestad —enunció Benedictus—, los tiempos han cambiado y queda claro que debemos adaptarnos. La época en que los corazones como el de Lothar eran la única manera de sobrevivir está por terminar. El mundo parece desear algo nuevo. Varian lo miró, su mente plagada de incertidumbre. Los cimientos de Azeroth habían sido sacudidos hasta su centro y muchas de sus piezas de desprendieron o perdieron para siempre. Sus creencias alguna vez firmes se tornaron endebles. Benedictus y Jaina se encaminaron hacia la salida, pero el arzobispo tenía una última petición. —En cuanto a la renovación, su alteza. Tengo un obsequio para usted en este Día de Remembranza, de hecho, tanto para usted como para el príncipe. El rey suspiró. —Me temo que sólo yo podré recibir su generosidad hoy día, Padre. Queda claro que mi hijo no tiene deseos de estar cerca de mí. Benedictus sonrió. —No permita que su corazón se acongoje. La Luz siempre brilla, incluso en las noches más oscuras. ¿Podría reunirse conmigo más tarde? Me parece que servirá para remediar muchos de sus problemas.

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Varian no estaba convencido de ello. —¿Dónde y cuándo, Padre? Como sabe, tengo un día muy ocupado. El arzobispo se inclinó y le susurró la ubicación al rey. El rostro de Varian se endureció al escuchar el lugar de reunión pero, al cabo de un momento, asintió de mala gana. Mientras Jaina y el arzobispo dejaban la habitación, Varian formuló una última pregunta para Benedictus. —Dígame, arzobispo. ¿Cree que Anduin llegará a ser un buen rey? Éste se volvió y asintió con autoridad. —Por supuesto, señor. Si sobrevive al crisol de nuestros tiempos. Los días de tribulación tienden a eliminar todas las impurezas, dejando únicamente el acero más fuerte. Los reyes Wrynn siempre han demostrado su valía, su alteza. —Hizo una reverencia y salió junto con Jaina, dejando a Varian solo en la sala del trono, en compañía del peso del mando que le era tan familiar al rey.

*** Cuando Varian entró al cementerio de la ciudad, el sol comenzaba su lento descenso por el horizonte, proyectando rayos cálidos de color siena sobre los enormes capiteles de la catedral y las silenciosas tumbas. La tristeza inundó al rey cuando pasó cerca de las lápidas que conocía tan bien, un sendero que había recorrido en previos Días de Remembranza. El incisivo y dulce aroma de las violetas frescas llegó a su nariz y conjuró recuerdos del maravilloso perfume de su esposa Tiffin, su alegre risa, su amable sonrisa. Se aproximó a los leones de piedra que montaban guardia sobre la tumba de su esposa y pareció entrar en algún tipo de trance mientras los recuerdos perdidos formaban un torrente en sus pensamientos. Rayos de luz dorada se reflejaban en la placa de bronce de la tumba. Varian leyó la última línea de la inscripción —pues nuestro mundo se torna frío en tu ausencia— y sintió como una amarga ola de verdad inundaba su corazón. Tú y Anduin son lo único que me ha dado calidez en este mundo, Tiffin. El monarca se volvió al escuchar pasos detrás de él. Con sorpresa vio como se aproximaban Benedictus y su hijo. La emoción de ver al príncipe se apagó rápidamente al notar el shock en su rostro, así como el modo en que clavó la vista en el arzobispo. A Varian le sorprendió ver lo mucho que Anduin había crecido y se preguntó si sólo era una ilusión óptica. Frustrado, el príncipe acomodó su arco y carcaj, lanzándole una mirada fulminante al sacerdote. —Cuando me pidió que le acompañase, arzobispo, olvidó mencionar que mi padre estaba invitado. Benedictus le sonrió al joven. —En ocasiones, mi estimado príncipe, es necesario guardar ciertos secretos si hemos de sanar al mundo. Varian sintió que regresaba al rol de padre. Quería decirle al muchacho que dejara de actuar como tonto y que madurara. Deseaba ordenarle a Anduin que permaneciera en Ventormenta y cumpliera con sus deberes como príncipe y heredero al trono. Sin embargo, sabía que esto tendría el mismo resultado que la vez pasada. Mientras más severo se portaba con Anduin, más lo alejaba. —¿Es éste su obsequio del Día de Remembranza? —El rey Wrynn intentó suavizar su tono. —¿Una reunión familiar sorpresa? De manera inconsciente, sus ojos se posaron sobre la tumba de Tiffin. El arzobispo los miró a ambos y parecía satisfecho. —En parte, pero hay más. ¿Recuerda la misión que me encomendó hace mucho tiempo? ¿Justo después de que la bienamada Tiffin murió? El rey pensó por un momento. Había pasado tanto tiempo e infinidad de cosas desde la muerte de su esposa. Muchos cambios, gran parte de él había cambiado. ¿Podría Tiffin amar al hombre en el que me he convertido? Benedictus le extendió a Varian una reluciente llave de plata y al rey el impresionó el peso del objeto que ahora sostenía en la palma de su mano. Anduin supo de inmediato lo que era, —la llave del relicario de mamá. Varian se quedó sin palabras y buscó algo qué decir. —¡Lo encontró! ¿Cómo? —Sí señor, tal como ordenó. Siento que haya tomado tanto tiempo, pero consideré que hoy sería un buen día como para regresarles a ambos los recuerdos. —Benedictus dio al príncipe un par de palmaditas en la cabeza. El rey sintió como una fibra sensible se movía en su interior. —Gracias Benedictus, eres un buen hombre. No quisiera pensar que haría sin ti. El arzobispo inclinó la cabeza. —Por favor, permitan que los deje a solas. —Hizo un gesto con la mano mientras se volvía para retirarse. —La paz sea con ambos, —dijo antes de internarse en la arboleda. Varian daba vueltas a la llave de plata una y otra vez, intentando comprender la extraña despedida del arzobispo. Finalmente notó que Anduin lo observaba. Todas las cosas severas que deseaba decirle a su hijo carecían de trascendencia. Se dio cuenta de que sólo una cosa era cierta. Anduin era más importante que todo eso; le quedaba claro. El príncipe se volvió para mirar la tumba de su madre, absorto en sus pensamientos. Varian rompió el silencio. —Es bueno verte, hijo, creo que has crecido al menos una cabeza, o más, desde… —Se detuvo. —¿Asumo que la comida draenei te sienta bien? —El maestro Velen dice que crezco en todas direcciones, —respondió Anduin sin retirar la vista de la tumba de su madre. —Velen siempre me recuerda que “debemos crecer en todas direcciones cada día”. —Consejo sabio y valioso, —dijo Varian. —En especial para un rey… o futuro rey. —Anduin frunció el ceño y miró a su padre, sus ojos azul profundo brillaban. —¿Está muriendo el mundo, padre? La simple intensidad de la pregunta tomó desprevenido a Varian, recordándole las interrogantes inocentes, si complejas, que Anduin planteaba cuando era un niño pequeño. Incluso entonces la sabiduría del muchacho había sido evidente. Varian trató de responder con cuidado. —No estoy muy versado en tales cosas, pero conozco los ciclos del mundo, al igual que las estaciones. Todo tiene su tiempo y tal devenir es necesario en el círculo de la renovación. —Pensó como podría describirlo mejor y desenvainó su espada. —De igual modo que una gran arma, hijo, es necesario renovar el filo de cuando en cuando si deseas que conserve todo su poder. —Así habla Velen también, dice que la muerte y el renacimiento son parte de la misma rueda estelar y que su gente ha presenciado la larga marcha del tiempo como nadie más. —Entonces de seguro sabe que los reyes y reinos van y vienen, pero que la verdad, el honor y el deber son para siempre. —Y el amor, —dijo Anduin sin mirar a su padre. El rey meditó un poco al respecto y asintió. —Sí, el amor. Anduin continuó. —Considero que el amor perdura aun encima de todas las cosas. De súbito, Varian supo qué debía hacer. Tenía el relicario de plata en la mano y hablaba incluso antes de saber lo que iba a decir. —He conservado el relicario de tu madre todos estos años como recordatorio de mis obligaciones como rey. Para recordar que toda acción tiene consecuencias y que un líder debe vivir con sus decisiones, buenas y malas, porque todo mundo cuenta con ellos.

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Varian le extendió el relicario a Anduin. —Quiero que tú… —El rey guardó silencio. —Es decir, pensé que quizá te gustaría tenerlo. Anduin asintió y Varian colocó el relicario de Tiffin alrededor del cuello de su hijo. El príncipe lo tomó y pasó sus dedos sobre los grabados, del mismo modo en que Varian había hecho por ya tantos años. Luego, Varian le dio la llave de plata y el tiempo se detuvo. Aun la brisa del cementerio pareció contener el aliento como señal de respeto por lo que ocurría. Varian sintió como si estuviera pasando algún tipo de antorcha, un sentimiento de pertenencia; un poderoso símbolo de crecimiento y adultez que de algún modo ayudaría a su hijo en el futuro. —Ahora te pertenece —dijo—, puedes abrirlo cuando estés listo. Anduin pensó por un momento y luego guardó la llave en su bolsa. Encontraría el tiempo hacer la paz con el pasado en sus propios términos. —Ella adoraba ese relicario, Anduin. —Dijo Varian. —Amaba la belleza y a la gente de Ventormenta… pero lo que más amaba en el mundo era a ti. En la luz vespertina, los ojos de Anduin se humedecieron y Varian miró a su hijo, notando más cosas que nunca antes. —He sido un tanto… ciego… al no ver el hombre en el que te has convertido. Con eso, las lágrimas del muchacho se desbordaron junto con las palabras que siempre había querido decir. —Desearía ser más como tú, padre. Quiero ser un gran rey pero… no soy tan fuerte… —El príncipe se limpió las lágrimas con rabia, como si fueran una señal de debilidad. Varian colocó su brazo alrededor de su hijo. —No, Anduin. Tienes más valor que yo y surge desde un lugar profundo en tu corazón. ¿Recuerdas lo que decía tu tío Magni? “La fuerza se manifiesta de muchas formas…” Ambos repitieron la última parte al unísono. “...tanto grandes como pequeñas”. Anduin sonrió ante el cálido recuerdo y Varian prosiguió. —Yo permanezco rígido e inflexible ante la tormenta, pero tu sientes el viento, te mueves con él y lo haces tuyo; cosa que te vuelve irrompible. Varian se volvió hacia el monumento a Tiffin. —Tu madre tenía esas mismas cualidades. Ella perfeccionó el arte de la persuasión gentil y su amor movía al mundo. El príncipe fijó la mirada en el sitio donde descansaba su madre, intentando controlar las lágrimas que manaban. Varian decía las cosas sin pensar, no como el rey de Ventormenta, sino como un padre a su hijo. —Es bueno que puedas llorar frente a ella, Anduin. Yo nunca tuve esa… fuerza. —Ambos guardaron silencio por un momento, mirando la tumba de la persona cuyo amor mutuo era su conexión más profunda; incluso más que la sangre. —La extraño, —dijo Anduin al fin. —Sé que no era más que un bebé, pero aún puedo sentir su presencia. —Y por eso serás el mejor de los reyes Wrynn, —dijo Varian, dándole palmaditas en la espalda a su hijo. Deseaba que el momento pudiese durar para siempre, pero sabía que eso no era posible. —Dime, ¿por dónde crees que vendrá la emboscada? Anduin se secó las lágrimas. —Llevan rato observándonos, ¿quiénes crees que sean? —Lo más seguro es que sean asesinos, —murmuró Varian. —Posiblemente decidieron aprovechar las distracciones a causa de las festividades, momento en que los líderes de Ventormenta estarían juntos en público. En fin, ¿cuál es tu plan? El príncipe miró a su alrededor sin ser obvio. —Nos atacarán desde el este, intentando cubrir la salida principal. Será un ataque de fuerza bruta, no de astucia. Si usamos el muro que se encuentra al oeste para cubrir nuestras espaldas podremos equilibrar la balanza. Varian no pudo contener su sonrisa. —Impresionante, escuchabas mientras te daba todas esas aburridas lecciones. —Me has enseñado más de lo que crees, padre. Varian asintió y Anduin respondió con una sonrisa. Algo tácito pasó entre ambos y no necesitaba palabra alguna. El estruendo de fuegos artificiales rompió el silencio. Del Valle de los Héroes surgieron misiles mágicos que ascendieron hasta llegar a gran altura donde estallaron, dejando escapar una cascada fulgurante de colores y formas. La ceremonia de clausura del Día de Remembranza había comenzado. No obstante, los fuegos artificiales también sirvieron como señal para otra cosa. De entre las sombras surgió un grupo de hombres con apariencia peligrosa. Todos iban armados y sus rostros denotaban intenciones asesinas. Varian se volvió hacia su hijo, casi disfrutando el momento. —Parece que voy a llegar un poco tarde a dar mi discurso. Los atacantes convergieron en los dos hombres y Varian contó diez, no hay problema, pensó el rey. Sin embargo, Anduin señaló hacia la retaguardia, donde un hombre surgió de atrás de un árbol. Era un poderoso hechicero. Su toga de color morado oscuro fulguraba con protecciones mágicas, en tanto que runas ardientes de energía oscilaban alrededor de su bastón torcido. —No me gusta la apariencia de ése, —dijo Varian mientras desenvainaba su espada. Anduin asintió, tomó su arco y preparó una flecha. El hechicero trazó un óvalo brillante en el aire y comenzó a entonar una invocación. Más fuegos artificiales partieron el cielo y los atacantes cargaron contra el rey y el príncipe. Los estruendos ahogaron los gritos de batalla de los asesinos mientras, del otro lado del Lago de Ventormenta, las voces de padre e hijo entonaron al unísono y con orgullo. —¡Por la Alianza!

*** Un caleidoscopio de gente rodeaba las enormes estatuas en el puente que cruzaba el Valle de los Héroes. La multitud aplaudió con desenfreno al ver los fuegos artificiales mágicos, cuyas explosiones reverberaban por las murallas hasta llegar al foso. Sastres, herreros, cocineros, vendedores y soldados se encontraban hombro a hombro en el puente; la fila se extendía por el camino hacia Villa Dorada. Todos se la estaban pasando de maravilla, enganchados por el espectáculo. Sin embargo, en el escenario, el contingente de la Delegación de Honor no mostraba tal entusiasmo. Seguía el discurso del rey Wrynn y todos desconocían su paradero. Jaina y Mathias Shaw intercambiaron miradas mientras el mariscal de campo Afrasiabi saludaba al público desde el podio. Sería el gran honor de éste presentar al rey Wrynn antes de su discurso, no obstante, al concluir el espectáculo de fuegos artificiales, el monarca de Ventormenta aún no aparecía. La ceremonia estaba fuera de curso y a Afrasiabi no le agradaba cuando los planes se salían de curso. El mariscal de campo se volvió y gruñó. —¡Maldición! ¿Dónde está? Los presentes en el escenario se encogieron de hombros y Afrasiabi ofreció una breve sonrisa a la audiencia antes de aproximarse a los delegados y jefes de estado. La delegación misma se encontraba en caos, discutiendo toda posibilidad y contingencia. Algunos de los nobles querían que la ceremonia continuara, rey o no rey. Otros insistían que era necesario esperar a su líder sin importar qué tanto tomara. El general Jonathan, siempre el estratega, tenía un plan B. —Mariscal de campo, sugiero que inicie acción evasiva con fintas y distracción. Mantenga la línea mientras vamos en busca del rey. —Jaina y Mathias asintieron. Esa nueva estrategia desagradó aún más al mariscal de campo.

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—General, soy un comandante de los ejércitos del rey, no un cirquero. —Miró a los presentes con cara de pocos amigos, pero se topó con un conjunto de rostros desesperados. Cada uno de ellos le imploraba que hiciera el sacrificio por el equipo. —¡No tengo nada preparado! —Protestó el mariscal de campo. —Improvise, distráigalos, manténgalos entretenidos. —Dijeron varias voces a coro. El público gruñía ansioso a sus espaldas y, al final, Afrasiabi aceptó con un suspiro. Refunfuñando se volvió para encarar a la veleidosa multitud. —Malditos espectáculos de gnomos y ponis… El supremo comandante de Ventormenta ofreció una sonrisa forzada que brilló aún más que todas las medallas que adornaban su armadura. Luego comenzó a deleitar a la audiencia con uno de sus temas favoritos: la fascinante historia, así como los poco conocidos fastidios, de las tácticas usadas en las máquinas de asedio impulsadas por vapor. *** Varian Wrynn se desplazaba como elemental de viento, saltando y girando en todas direcciones para proteger a su hijo a toda costa. Un instante cargaba hacia la izquierda, lanzando amplios tajos con su espada para obligar a una fila de atacantes a retroceder. El siguiente, interceptaba a otro grupo que se aproximaba hacia Anduin desde el otro lado, descargando brutales ataques con su salvaje espada Shalamayne. Mantuvieron el muro de piedra a sus espaldas e intentaron repeler a los atacantes, pero, pese a sus mejores esfuerzos, ni el príncipe ni el rey podían avanzar hacia el hechicero. En la retaguardia, el mago estaba invocando algo a Ventormenta y el tamaño del portal aumentaba con cada minuto. Varian detuvo el hacha de uno de sus atacantes y luego seccionó el brazo del asesino con un terrible ataque con su espada. Varian saltó hacia el frente, intentando aprovechar el momento. No obstante, cada vez que ganaba terreno, sus adversarios se valían del temor por la vida de su hijo y se aproximaban al muchacho. Le quedó claro al rey que los asesinos sólo jugaban con él y que eso duraría hasta que algo saliera del portal; aunque Varian no podía imaginar qué. El monarca lanzó una breve mirada hacia su hijo y se llenó de orgullo. El príncipe permanecía firme, disparando flecha tras flecha contra el enemigo. De los cuerpos de los asesinos sobresalían múltiples saetas emplumadas, sin embargo, sólo tres habían muerto. Había magia oscura de por medio. Anduin evadió una daga arrojadiza y quedó más cerca de Varian. —Están protegidos, padre. ¡Ten cuidado! Varian se volvió hacia su hijo. —Mantente cerca, ¡debemos alcanzar al hechicero antes de que termine su invocación. El príncipe asintió y levantó las manos. —Dos pueden jugar el juego de protección. —Murmuró una oración y enunció la palabra de poder “Escudo”, ésta hizo eco en los cielos como un trueno. Varian sintió como se erizaron los vellos en la parte posterior de su cuello al materializarse un escudo de energía divina a su alrededor. Éste le sonrió a su hijo de modo rapaz y luego se volvió para encarar a dos pícaros que se encontraban en mal lugar y en el momento equivocado. —¡Veamos si están protegidos contra esto! —Rugió Varian. El monarca dio un salto heroico y lanzó un brutal ataque con su espada al descender. El orbe fulgurante de Shalamayne dejó un destello de luz borrosa mientras la hoja partía al sorpendido asesino de cabeza a estómago. El torso sin vida cayó en dos pedazos y Lo’Gosh, aún antes de que el cadáver seccionado tocase el suelo, ya iba en pos de su próxima víctima; descargando un feroz tajo y acabándole igual de rápido. Anduin le apoyaba disparando flechas, cubriendo los flancos de su padre. Las dos coronas de Ventormenta se movían como uno, cortando con y perforando con flechas mientras se abrían paso por la línea defensiva en dirección a un hechicero que parecía estar cada vez más desesperado. El rey y el príncipe eran el equipo perfecto. Varian atacaba con fuerza bruta ilimitada y Anduin descargaba un aluvión de filosas saetas hacia puntos donde causarían el mayor daño posible. El hechicero maligno cayó en la cuenta de que su oportunidad de tener éxito disminuía y redobló esfuerzos, canalizando más energía hacia el campo brillante. Con esto, algo grande y terrible comenzó a tomar forma en el interior del portal.

*** —No se encuentra dentro del castillo, he revisado en todos lados. —Dijo el general Jonathan, aún sin aliento por la búsqueda. Jaina miró a Mathias y frunció el ceño. —Esto no es típico de él. —¿Dónde puede estar? ¿Dónde está el príncipe? Ante tales palabras, el general quedó aún más alarmado. —¿Desconocemos el paradero del rey y del príncipe? ¡Esto es un desastre! Shaw sacudió la cabeza. —Amplíen el área de búsqueda, general, yo movilizaré a SI:7. —Yo revisaré el puerto, —dijo Jaina mientras desaparecía con un destello de luz blanca. Consternado, Jonathan se encaminó hacia la salida. —General —dijo Shaw preocupado en tanto que detenía a Jonathan por el brazo—, prepárese para sonar la alarma, temo que haya algo siniestro en marcha. *** El rey era un feroz lobo, enfrentando a cada defensor en su camino; hasta dos o tres al unísono. Sus ojos denotaban sed de sangre mientras se abría paso hacia el hechicero. Luego de un aluvión de ataques, sólo tres enemigos lo separaban de su presa. Anduin disparaba flechas con movimientos fluidos que denotaban maestría. Las saetas silbantes alcanzaron a uno de los últimos defensores con precisión perfecta, clavándose profundamente. El pícaro cayó al suelo y Anduin parpadeó sorprendido. Era obvio que el hechizo de escudo se había disipado y el hechicero estaba demasiado concentrado en canalizar hasta la última gota de su maná en el portal; no en la protección para sus camaradas. Los últimos dos asesinos miraron consternados al hechicero y Varian aprovechó la oportunidad. Con una veloz carga recorrió la distancia que los separaba y cruzó acero con ambos pícaros al mismo tiempo, proyectándolos hacia atrás con su furioso embate. Tal acción los dejó aturdidos y desprotegidos, un instante, pero eso era todo lo que Varian necesitaba. Al son de un grito de guerra que pareció surgir de las profundidades de la Vorágine, Varian descargó un torbellino de acero afilado, hendiendo armadura y decapitando a ambos asesinos al mismo tiempo; la expresión de horror y sorpresa quedó congelada en sus rostros mientras dos cabezas se precipitaban hacia el suelo. Jadeando, Varian se detuvo y miró al hechicero que se encontraba tan solo a unos pasos. Éste mostró sus dientes amarillos en una sonrisa de triunfo. —¡Demasiado tarde! ¡Tu perdición es…! Antes de que el taumaturgo pudiese terminar, Varian cargó de nuevo, lanzando un tajo con su espada en tanto que Anduin descargaba una flecha por encima del hombro de su padre. Para sorpresa de ambos, el hechicero ni siquiera intentó defenderse; la flecha le perforó el cuello, seguida de la espada de Varian atravesándole el pecho. Sú única preocupación había sido completar el hechizo del portal, aun a costo de su propia vida.

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El hechicero presentaba una sonrisa de triunfo mientras se desplomaba. Con el portal finalizado, era posible percibir la silueta oscura y voluminosa de una criatura aproximándose. —¡Atrás Anduin! —Gritó Varian. Con un destello de luz, surgió una enorme figura del portal. Anduin dejó escapar un grito ahogado de asombro mientras Varian adoptaba una postura defensiva. Frente a ellos se encontraba el dracónido más grande que jamás habían visto. El enorme monstruo mitad dragón, mitad humano, estaba ataviado de cola a cabeza con una colosal armadura púrpura que ostentaba las marcas del culto del Martillo Crepuscular. Sus gruesas placas refulgían con hechizos de protección. El dracónido desenvainó dos gigantescas hachas que llevaba a la espalda y rugió un desafío que sacudió los árboles y le heló la espina dorsal a Anduin. Varian se colocó entre el monstruo y su hijo, a quien miró de reojo poco después. —Sin importar lo que pase, permanece detrás de mí, Anduin. ¿Entiendes? No te acerques, esta criatura… esta cosa… es algo distinto. El príncipe ni siquiera tuvo la oportunidad de asentir antes de que el dracónido aullara con furia y se abalanzara contra el muchacho.

*** —Entonces, con el advenimiento del cigüeñal de vapor transversal de Gnomeregan —prosiguió el mariscal de campo, mirando sobre su hombro con la esperansa de que el rey hubiese llegado ya—, ah… con este nuevo engranar de rueda dentada, y gracias al sistema de presión mejorado, la máquina de asedio podía lanzar proyectiles de más de 300 kilogramos; incluso en el gélido clima de Corona de Hielo. El mariscal de campo Afrasiabi hizo una pausa, esperando que la multitud quedara tan impresionada con ese dato como él. En efecto, la gente de Ventormenta se encontraba impactada, tanto que no emitían sonido alguno. En el fondo se escuchó la caída de un abalorio. El mariscal de campo se volvió y se encogió de hombros, dándose por vencido. Los nobles de la ciudad se encontraban fuera de sí y uno de ellos espetó, —alguien haga algo. ¡Esto es un desastre! ¿Dónde está el rey? Todos los delegados comenzaron a hablar al unísono. Habían estado vociferando y cuchicheando por un buen rato ya, pero por fin alcanzaron un consenso. Se volvieron hacia Benedictus. —Hemos decidido que el arzobispo debe hablar en lugar del rey. Benedictus hizo un ademán. —No, no. Me halagan, pero no me corresponde. Esperemos a ver qué ocurrió con nuestro rey. La multitud abucheaba y silbaba. El mariscal de campo Afrasiabi abandonó su puesto en el podio y se sentó disgustado. —Hmmph… ¡Yo gano batallas, no corazones! Un creciente sentimiento de preocupación se diseminaba entre el público. La gente comenzaba a percibir que algo estaba mal. Breves comentarios de ansiosa insatisfacción alcanzaron las gradas conforme el muro de voces de la multitud se hizo más fuerte. —Los estamos perdiendo, Padre. Haga algo. —Suplicó uno de los nobles. —Por favor, el pueblo le adora. Benedictus miró a los miembros de la delegación y finalmente aceptó. —Muy bien, será mi gran y humilde honor decir unas cuantas palabras como tributo al día de hoy. La multitud murmuró satisfecha cuando el arzobispo Benedictus avanzó hacia el podio, su presencia tranquilizadora pareció llenar el vacío del valle. El escándalo se tranquilizó y se apagó, la gente se encontraba deseosa de escuchar a su líder espiritual. El arzobispo hizo una pausa y luego levantó las manos. Hubo una ovación y Benedictus comenzó a hablar.

*** Sangre brillante manaba de heridas recientes mientras Varian aguantaba un poderoso golpe de la enorme hacha del dracónido. La gigantesca criatura avanzó y descargó un ataque con su segunda hacha. Esto hizo que Varian se tambaleara, ya que su espada apenas y absorbió el aplastante impacto. El monarca notó una oportunidad y, con gran destreza, lanzó un tajo contra el abdomen de la criatura. No obstante, su espada rebotó en la armadura con una lluvia de chispas. El dracónido miró hacia abajo y soltó una risa gutural, caminando en círculos lentos alrededor del guerrero cansado; jugando con él. Anduin disparó su última flecha contra la bestia, pero era inútil; como mosquitos frente a un gnoll. Varian continuó su lucha, intentando mantener la atención de la criatura alejada de su hijo. Conforme caía golpe tras golpe sobre el rey, Anduin sólo podía ver angustiado como su padre intentaba desviar la increíble fuerza del monstruo. De súbito, el dracónido giró, moviéndose más rápido de lo que su tamaño pudiese sugerir. Varian logró detener las hachas, pero la cola con púas de la criatura alcanzó de lleno al rey en el pecho y lo derribó. Varian aterrizó violentamente, rodó hasta detenerse y quedó inmóvil. Anduin miró asustado el cuerpo inerte de su padre. Todo parecía ser una pesadilla de la que no podía despertar. —¡Padre! —Gritó Anduin, pero Varian permaneció inmóvil, cubierto de polvo y sangre. El príncipe caminó hacia el rey, pero luego sintió la tierra temblar bajo sus pies. Levantó la mirada justo a tiempo para ver al dracónido lanzarse contra él cual toro enardecido; gigantesco y sin piedad. Una de sus hachas masivas ya estaba rebanando el aire con dirección al puente de la nariz del muchacho. Anduin cayó de espaldas, sosteniendo su arco cual pluma en un huracán. El hacha del dracónido se impactó contra el arma, despedazándola y enviando al joven al suelo. Estaba boca abajo en el lodo, sus brazos y pecho entumecidos por el impacto. Hizo el intento de incorporarse, pero su cuerpo aturdido se negó a cooperar. Todo lo que podía hacer era rodar, lo que fue suficiente para salvar su vida. Instantes después, la segunda hacha cayó con gran fuerza en el sitio donde había estado la cabeza de Anduin. Tierra y guijarros salieron despedidos a causa del tremendo golpe, forzando al muchacho a entrecerrar los ojos. El príncipe se colapsó jadeando, su mente una avalancha de pensamientos. Anduin miró el cuerpo inerte de su padre y luego se obligó a mirar al enorme dracónido que se encontraba al frente, intentando mostrar la ausencia de miedo y el orgullo que corresponde al príncipe de Ventormenta; tal como su padre haría. Clavó la vista en los fríos ojos azules de la criatura y sintió como lo envolvía una extraña calma. El ser mitad dragón levantó sus hachas y se mofó, sus colmidos retorcidos goteaban con sed de sangre. Anduin murmuró una breve oración, consciente de que todo terminaría pronto. Las hachas silbaron con júbilo salvaje… De súbito, una ráfaga de colores azul y dorado se encontraba sobre él. Su padre estaba ahí, sangrando y tambaléandose, y había detenido el ataque del dracónido con su espada. Al son de un agudo chirrido de metal contra metal, el hacha del hombre dragón y el arma de Varian cayeron al suelo… pero el dracónido descargó un feroz tajo con su segunda hacha. Varian sintió como la mordida de la hoja partió su armadura y se incrustó profundamente en su tórax. El violento impacto sembró al rey en el suelo, pero sus ojos nunca se despegaron de Anduin. Quería asegurarse de que su hijo no estaba herido.

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Sus miradas se cruzaron y los ojos de Varian adquirieron un matiz más suave, aliviado de que su hijo estaba ileso. Sin embargo, al asentarse el polvo, la mirada de Anduin denotó gran horror ante lo que veía. Varian se encontraba en el suelo, con el hacha del dracónido clavada en el pecho. Anduin gimió con angustia durante ese instante que parecía extenderse como si fuera una eternidad. El monarca miró a su hijo a los ojos y le dijo que todo estaba bien. Así termina siempre para los reyes Wrynn… El dracónido se encontraba cerca, riendo mientras Varian tosía y le suplicaba con la mirada a Anduin que le concediese un último favor. —Corre… —Susurró Varian en tanto que una fresca y gentil negrura le envolvía lentamente. Déjame ser el último que pague este precio. La criatura se burló del rey, arrancando el hacha de su pecho, un tirón extrañamente sordo. Ya no había dolor ni tristeza, Varian sabía que moriría tal como había vivido. La criatura alzó la hoja mojada, su superficie metálica, marcada y ensangrentada, brillaba con el sol del ocaso. Qué pacífico es este sitio, Tiffin… Varian sintió que el mundo se alejaba… pero luego percibió que alguien se encontraba de rodillas junto a él, orando y permaneciendo firme ante el temible dracónido. El monarca luchó por mantener la consciencia y vio que su hijo tenía los brazos extendidos; sus palabras y oraciones le protegían y mantenían a raya a la criatura. Anduin se incorporó y alzó sus brazos hacia el cielo. Una nova dorada de energía divina obligó al monstruo a retroceder mientras el príncipe avanzaba, fuerte y sin temor. ¡Como un rey! Cuando Anduin entonó la palabra de poder “Barrera”, el cementerio pareció tornarse borroso y fulgurante en torno al rey y al príncipe. Confundido, el dracónido descargó su hacha contra el muchacho, pero la imponente hoja rebotó sin causar daño al son de un timbre celestial. Varian observó maravillado mientras Anduin perseveraba. El dracónido, listo para atacar, caminaba en círculos alrededor de Anduin, quien sólo tenía su fe como arma. Varian trató de alcanzar su espada, pero ésta se encontraba muy lejos. Cayó nuevamente de espaldas sintiendo gran dolor. No podía respirar bien, mucho menos moverse. Anduin se mantuvo erguido como una roca, valiente y resuelto, aun cuando el dracónido preparaba una última carga. Varian rodó pese al terrible dolor e intentó levantarse, tenía que hacer algo. De pronto, sintió el pesado fragmento de la armadura del dragón negro en su cinturón. Al cabo de varios intentos, el rey logró sacar la filosa púa. Al cargar el dracónido, el muchacho no se inmutó, rodeado por un aura de Luz Sagrada. Abrió sus palmas y entonó las palabras para disipar magia. La tierra se cimbró a causa de la energía, sacudiendo las lápidas y enviando una onda por la superficie del lago. Un destello de fuego surgió del cielo y golpeó al dracónido mientras éste se aproximaba. El infierno cegó a la bestia y ésta trastabilló en dirección a la serena silueta de Anduin; aullando de rabia y dolor. Al desplomarse el dracónido, su armadura adquirió rápidamente un color gris sin brillo; libre de la protección de magias oscuras. En el último instante, Varian arremetió contra la bestia con toda la fuerza que le quedaba en el cuerpo, alzando la punta hambrienta del fragmento de armadura de Alamuerte. El choque con el dracónido fue como una tremenda avalancha mientras éste cayó encima de Varian. El filoso fragmento perforó la armadura del monstruo y se hundió en su pecho. En algún lugar de su mente, Varian escuchó algo que parecía ser mitad grito de batalla y mitad grito de agonía, pero no estaba seguro si lo emitió él o la criatura. Luego, por fortuna, todo se volvió negro. En algún punto muy distante, Varian sabía que Anduin estaba ahí. Abrió los ojos para ver que su hijo le abrazaba, las lágrimas del muchacho mezclándose con el charco de sangre que se extendía bajo el rey. Jaina y Jonathan entraron corriendo al cementerio acompañados por un contingente de guardias. El general frunció el ceño e indicó a sus hombres que revisaran los cadáveres de los asesinos. Jaina se arrodilló junto al príncipe. Al ver la terrible herida de Varian, ella dirigió una mirada a Anduin y sacudió la cabeza. Varian miró a Anduin con calidez y admiración. —Tenías razón… —dijo con una mueca de dolor—, el amor sobrevive a todo. Anduin limpió la sangre y tierra de los ojos de su padre, pero Varian apenas y podía sentirlo. Su cuerpo estaba tan frío; el mundo parecía derretirse. El sol brillaba de color rojo sangre en el horizonte, bañando el cementerio en un tono carmesí oscuro. El rey cerró los ojos y dejó que la Luz hiciera lo suyo. Mientras la guardia de honor de Ventormenta se reunía alrededor de su moribundo rey, la respiración entrecortada de Varian se tornaba cada vez más débil y menos frecuente. —Lo siento mucho, padre, —dijo Anduin entre sollozos. Varian abrió los ojos e intentó sonreír. —No, soy yo quien lo siente… por no haber visto antes lo que eras… lo que siempre has sido. Estoy muy orgulloso… de que tú eres mi hijo. —Varian levantó su mano ensangrentada para tocar la mejilla del muchacho. —No llores por mí, Anduin. Éste siempre ha sido mi destino… no permitas que se convierta en el tuyo. Con eso, el brazo de Varian cayó inerte. Anduin se quedó ahí, paralizado por un instante que pareció una eternidad; su cuerpo entumecido mientras su vida se desplomaba en espiral frente a sus ojos. Jonathan se inclinó para ayudar al joven a incorporarse. —Ven Anduin, es necesario que te llevemos a la seguridad del castillo. El heredero al trono debe ser protegido. Anduin se quedó inmóvil. No había escuchado ninguna de las palabras del general, sólo miraba el bulto moribundo que era su padre sin poder creerlo. —Dejemos este lugar, —suplicó Jaina, extendiéndole un brazo. Pero el príncipe los apartó y se limpió los ojos con súbita furia. —¡No! ¡Esto no termina así! —El joven sacudió el cuerpo del rey. —¿¡Me escuchas padre!? —¡Un príncipe Wrynn jamás volverá a ver a un ser amado morir frente a sus ojos! ¡Éste no es nuestro destino! —Anduin gritó hacia el cielo y las nubes parecieron abrirse a modo de respuesta. Los presentes miraron con asombro cuando el príncipe cerró los ojos y comenzó a murmurar lentamente un ensalmo. En un principio el sonido era suave y gentil, pero conforme aumentó el crescendo de su voz, se convirtió en una bella y poderosa canción. Al surgir las palabras, las manos del joven comenzaron a brillar con luz tenue. Gradualmente, dicho brillo se intensificó hasta rivalizar con el sol del ocaso, inundando el cementerio con luz similar a la del mediodía. La canción alcanzó su ápice y el joven sacerdote alzó sus ojos y voz hacia los cielos, suplicando al corazón del cosmos que le proporcionase una fuente de poder divino. De súbito, rayos líquidos más radiantes que mil soles surgieron de las puntas de los dedos de Anduin, penetrando el cuerpo del rey y pintándolo todo con un resplandor amarillo brillante. Los guardias exhalaron con asombro y retrocedieron. El cuerpo de Varian estaba siendo sacudido por un influjo de luz pura y en el centro de todo ello se encontraba Anduin, manteniendo a su padre cerca mientras una vorágine de infinita belleza danzaba entre ellos.

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Luego, en agudo contraste con las intensas espirales de energía que giraban por doquier, el príncipe colocó sus manos en la frente del rey inerte y comenzó a hablar con voz melodiosa y gentil; orando de modo pacífico.

***

Benedictus estaba en su elemento y la multitud aplaudía todo lo que decía. La gente de Ventormenta algún día se daría cuenta de que este día había sido inevitable, que a través de él, el mundo finalmente sería purificado por estos importantes acontecimientos. Extendió un brazo hacia la muchedumbre que seguía con atención cada una de sus palabras. —En estos momentos enfrentamos tiempos terribles. El mundo y sus cimientos han sido hendidos por completo. ¡Azeroth está siendo purificado por fuego divino y siempre recordaremos estos días de tribulación como el crisol que dio origen a una nueva era! La multitud aplaudió sin saber por qué y Benedictus sonrió para sí mismo, cerrando los ojos con satisfacción. De pronto, la multitud vitoreó nuevamente, con mucho más fuerza que antes. Sorprendido, Benedictus abrió los ojos. Otro rugido, mucho más fuerte que el previo, y el arzobispo se volvió para ver cual era el objeto de las ovaciones de la multitud. Cojeando, maltrechos y cubiertos de sangre, el rey Varian y el príncipe Anduin entraron en escena, avanzando trabajosamente a causa de la fatiga. Conforme el público notó el estado en el que se encontraban, surgieron murmullos de preocupación, pero Varian alzó una mano para calmarlos y el silencio se hizo presente. Benedictus no tenía palabras; hizo una reverencia y le cedió el escenario al rey de Ventormenta. Varian cojeó hasta el podio. Anduin le ayudaba a mantenerse firme en su estado de debilidad. El monarca le dio a su hijo una palmadita en el hombro y asintió a modo de agradecimiento. Anduin regresó con Jaina y los demás delegados. Varian cayó en la cuenta de que nunca tuvo tiempo para preparar su discurso del Día de Remembranza. El rey hizo una pausa breve, intentando sonreír pese al dolor que sentía y supo perfectamente qué era lo que tenía que decir. Señaló las enormes estatuas que los rodeaban. —¡Escúchenme ciudadanos de Ventormenta! Su rey se encuentra frente a ustedes y su corazón aún palpita! Un tambor que cada día resuena con más fuerza al ver la determinación que han mostrado para reconstruir después de la tragedia. Del mismo modo en que estas estatuas siguen de pie, Ventormenta también; ¡hoy y siempre! Como si los primeros rayos de la mañana hubieran surgido en el horizonte, la multitud estalló con la ovación más brillante que jamás se había escuchado ante las puertas de la gran ciudad humana. —Estamos aquí reunidos este Día de Remembranza para honrar a aquellos héroes que nos han mostrado el camino con la luz de sus vidas y la gloria de sus obras. La multitud respondió con aplausos de entusiasmo. —¡Uther Lightbringer! Los aplausos se convirtieron en un rugido salvaje. —¡Anduin Lothar! La ovación ahogó todo sonido por largo tiempo y Varian aguardó pacientemente a que concluyera. Rebosaba de orgullo por su gente y su ciudad, sin embargo, su tono se volvió más sombrío. —Una vez más enfrentamos una nueva y terrible amenaza. —El rey señaló las torres dañadas. —Aun ahora, llevamos cicatrices recientes provocadas por fuerzas oscuras que buscan nuestra destrucción. —Varian levantó la voz para que todos escucharan. —¡Pero la humanidad no se encoge de miedo tan fácilmente! ¡Estamos de pie en la brecha y mantenemos la línea! ¡Nunca seremos esclavos del miedo! La multitud aplaudió con desenfreno. Los delegados que se encontraban en el escenario detrás del rey aplaudieron como uno, sus diferencias y quejas perdidas con el momento. Conforme la muchedumbre gritaba jubilosa, Varian echó una mirada a Jaina y Anduin, quienes luchaban contra sus propias emociones. Cuando habló de nuevo, su voz era más suave y paternal, algo que la gente de Ventormenta no había escuchado antes. —El día de hoy debemos recordar no sólo lo bueno, sino también lo malo, ya que nos hacemos mejores con la adversidad ylos tropiezos. Yo he sido… un rey ausente, dando a caza a nuestros enemigos hasta el corazón del inframundo. La seguridad de todos ustedes es mi responsabilidad principal y que gocen de una buena vida es mi primera y única vocación. Porque no es la gente la que sirve al rey, ¡sino que el rey quien sirve a su gente! La audiencia aplaudió una vez más. Volaron rosas al escenario y buenos deseos surgieron de todos los rincones de la multitud. Quedaba claro que a la gente le importaba mucho más de lo que el rey sabía y esto le llegó al corazón.—No siempre he sido el mejor líder… o padre… o esposo. —Los ojos de Varian se tornaron vidriosos a causa de los recuerdos. Se volvió y asintió, mirando a su hijo. —Un hombre sabio dijo, “cada uno de nosotros debe crecer en todas direcciones cada día”. Bueno, mis huesos aún pueden crecer un poco más y detrás de mí veo una ciudad que resurge del desastre, ¡con renovadas esperanzas y capiteles fulgurantes! Las ovaciones de los arquitectos y mamposteros fueron las más sonoras de todas. Varian alzó una mano para continuar. —Sí, hoy honramos al pasado, ¡pero con los ojos puestos en un futuro más brillante! Uno que forjaremos juntos, ¡para nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos! El rugido resultante fue la combinación de amor y esperanza. Varian miró a la multitud y notó muchos rostros jóvenes con los ojos fijos en él, niños que pronto emprenderían sus propias misiones y que, de modo muy particular, harían del mundo un mejor lugar. —Cada generación está destinada a lograr su gran promesa. Es seguro que cada una enfrentará un conjunto único de pruebas y tribulaciones; habrá algunas que estarán convencidas de que el fin se acerca. Pero no hay verdad en la mentira repetida hasta la saciedad en las tabernas. Esa que dice que los “buenos viejos tiempos” se encuentran para siempre detrás de nosotros. ¡No! ¡Cada día que despertamos con vida es un gran día! ¡Y cada generación encuentra el modo de convertirse en la mejor generación que ha vivido! En tanto que la multitud aclamaba, el rey echó una mirada a la delegación de honor. Jaina sonreía y Anduin aplaudía con más fuerza que nadie, el relicario de su madre danzaba en su cadena. El rostro del joven estaba lleno de orgullo y algo más: amor. Varian ya no se sentía solo en su lucha para proteger el mundo. La sangre de sus padres corría por sus venas y, de igual modo, por las de Anduin. Varian sintió como la calidez y el consuelo de sus ancestros se extendía, incluso, más allá de la Gran División. Eso le dio fuerza para ser rey y algún

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día le daría a Anduin el poder para cumplir su propio destino. Varian le sonrió a su hijo y luego se volvió hacia el público. Ahora contaba con una seguridad que llenaba los espacios vacíos, los cuales se habían enconado por largo tiempo en su corazón. —En el pasado hemos dependido de la fuerza y del acero para forjar nuestro camino. Protegemos lo que podemos y destruimos lo que debemos. Pero esa no es la única vía. Si hemos de restaurar este mundo, llegará el día en que los líderes de Azeroth ya no sean guerreros, ¡sino sanadores! Aquellos que curen en lugar de romper. Sólo entonces podremos remediar nuestros males profundos y alcanzar paz duradera. La multitud rugió su aprobación unánime. Incluso el barón Lescovar y su grupo de nobles se encontraban de pie y aplaudiendo, conmovidos por el poder y el orgullo de la visión de su rey. Varian Wrynn alzó ambas manos para que la audiencia guardara silencio por última vez y señaló de nuevo a las majestuosas estatuas. —¡Miren hacia arriba! Los héroes de antaño aún se mantienen firmes y los honramos y recordamos el día de hoy. ¡Ahora miren a su lado! ¡Junto a ustedes se encuentran todos los héroes del mañana! Tú… y tú… y tú. Cada uno de ustedes jugará un papel; cada uno marcará la diferencia. ¡Con el tiempo, algunos serán honrados este día por proezas mucho más grandes de lo que podríamos imaginar! Las generaciones más jóvenes de la multitud agregaron sus voces al rugido, ojos inocentes encendidos con la promesa y emoción de las fantásticas aventuras del porvenir. Aun el brusco mariscal de campo Afrasiabi pretendió tener una basurita en el ojo en lugar de una lágrima. —Entonces, ¡pueblo de Ventormenta! Unámonos este día, renovemos nuestra promesa de mantener y proteger la Luz. Juntos vamos a enfrentar esta nueva tormenta de oscuridad y nos mantendremos firmes ante ella; como siempre ha hecho la humanidad… ¡y como siempre hará! La multitud guardó sus rugidos más sonoros para el final. Un coro de ¡Larga vida al Rey Varian! ¡Larga vida al rey Varian! Ascendió hacia el cielo con vigor y convicción. Las ovaciones no tenían fin y hacían eco en el bosque de Elwynn; llegando débilmente hasta los picos distantes de las Montañas Crestagrana. Mientras Varian se deleitaba con la calidez de su pueblo, se sintió verdaderamente en casa por primera vez en muchos años. Apreciaba la gran fortuna de ser padre, el increíble honor de ser el rey de Ventormenta y, no por primera ni última vez, el rey Varian Wrynn se sintió muy orgulloso de ser humano.

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Truncado – Cameron Dayton

BLIZZARD ENTERTAINMENT

Gelbin Mekkatorque: Truncado

Cameron Dayton Truncado – Cameron Dayton

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—Efectuamos una revisión de seguridad en los pisos superiores del sector 17, señor. El lugar parece no haber sido tocado desde nuestra, um, salida. Claro que todo hiede a trogg… —Hmmm, sí. Esa fabulosa mezcla de moho, sarna y chango agrio. Le quita a uno el apetito, lo sé. El capitán Herk Vincarresorte de los Engranes frunció el ceño, palideciendo ante la descripción de su comandante. El hedor ciertamente estaba causando estragos en la moral. —¿Y su equipo cuenta con la versión más reciente de mis Sanitizadores Nasales de Alta Velocidad? —Sí señor. El aroma… bueno, uno puede saborearlo, señor. No importa qué tan limpias se encuentren sus fosas nasales. —Vincarresorte echó la cabeza hacia atrás, mostrando unas enormes y apuestas fosas nasales gnomas que, en efecto, se encontraban relucientes. —Dos de los miembros de mi escuadrón solicitaron su transferencia a la Patrulla Trol en Yunquemar y mi médico quiere saber si ofrecemos vacaciones por hedor. El Manitas Mayor Gelbin Mekkatorque suspiró, se colocó los lentes sobre la frente y deslizó sus dedos índice y pulgar por los costados de su prominente nariz. Las gafas nuevas le lastimaban y ajustarlas era el primer inciso de una lista de miles de tareas que planeaba llevar a cabo cuando terminase el combate. No había dormido la noche anterior y la piel de su nariz se encontraba enrojecida y le dolía. Recuperar Gnomeregan se estaba tornando en algo más que una simple operación militar. Consideremos el hedor, por ejemplo. Uno de los problemas que presenta una vasta ciudad mecanizada subterránea —mejor dicho, uno de cientos— era la ventilación. Operando a máxima capacidad, la red de ventiladores, ventilas y filtros requería un equipo de quince técnicos trabajando las veinticuatro horas para mantener el aire de Gnomeregan fresco y limpio. Años de pestilencia trogg sin sanitizar se habían coagulado en capas de suciedad impenetrable con aroma a almizcle, que era más difícil de eliminar que los invasores mismos. —No se preocupe, capitán. Tengo a los genios del Cuerpo de Alquimia creando un prototipo de mis Cañones Deodorizantes Quitapeste. Eso deberá ayudar a expulsar ese asqueroso hedor de nuestros corredores. ¿Por qué no se toma el resto del día junto con su escuadrón? Vayan por unas pintas a la Cervecería Trueno. El otro gnomo sonrió, saludó y asintió con presteza. Mekkatorque se volvió hacia los planos extendidos en la mesa que se encontraba detrás de él y se acomodó de nuevo los lentes con un gesto de dolor. Aunque algunas secciones de Gnomeregan seguían en brutal conflicto, otras fueron recuperadas con facilidad sorprendente. Por supuesto, la ayuda de la Alianza había sido un catalizador en ese aspecto, pero Gelbin no estaba tan seguro. La Cámara de Engranajes parecía… abandonada. No era común que su antiguo enemigo cediera territorio tan fácilmente. Gelbin, luego de ser interrumpido por alguien aclarándose la garganta, se volvió de nuevo. El capitán de los Engranes seguía ahí, moviendo nerviosamente las manos. —Disculpe, ¿hay algo más, capitán? —Bueno, sí, Manitas Mayor; señor. Si no le molesta que pregunte… —En absoluto, hable. —Bien, señor. Es sólo que algunos de los muchachos se preguntaban, y yo también, por qué fuimos enviados a efectuar reconocimiento de ese sector. Vaya, no se encuentra cerca de las líneas frontales y no parece tener recursos; ni valor estratégico alguno. Parece ser la biblioteca de un viejo loco, señor. —¿La biblioteca de un viejo loco dice usted? El capitán Vincarresorte sonrió con aire de complicidad. —Je, esa es la impresión que me dio, señor. Pilas de libros antiguos, papeles arrugados y algo similar a una madriguera de conejo construida con moldes de hojalata para pay. —Vaya, supongo que la maqueta a escala del Tren Subterráneo tiene cierto parecido con eso… —El… ¿Señor? —Esos eran mis aposentos, capitán. —Sus… sus aposentos, ¿señor? Oh. Oh. Mil disculpas Manitas Mayor, no pretendía… —No es lo que esperaría de alguien que cuenta con mi exaltada posición, ¿eh? —Gelbin rió y le dio unas palmaditas en el hombro al nervioso capitán. —No se preocupe, Vincarresorte. Puede que tenga un puesto importante en la Corte Manitas pero todo mi trabajo real, como pensar e inventar, lo llevé a cabo en esa biblioteca de viejo loco. Ahora, mientras va de salida, ¿podría decirle al sargento Pernocobre que estoy listo para examinar el área? Gracias por su excelente trabajo, capitán. … Gelbin aguardó hasta que su equipo de seguridad desapareció alrededor de la esquina antes de permitir que la sonrisa abandonara su rostro. Sus hombros cayeron al son de una exhalación entrecortada, la cual era tanto un suspiro como una maldición. Era difícil regresar a su estudio, su rincón. Éste era el sitio que imaginaba siempre que escuchaba la palabra hogar, aún después de tantos años. Años viviendo de la caridad y la tolerancia de aliados quienes, pese a sus nobles sentimientos, todavía le veían con lástima. La lástima… ah, esa era la parte más dura. Para una raza de individuos con grandes aspiraciones, cuyas vidas se veían validadas a través del dominio magistral de las leyes científicas del universo, era intolerable que otros sintieran lástima por ellos. Ser víctimas de la lástima era un insulto. A Gelbin le irritaba la simpatía y sabía que su gente se sentía igual. Como líder aprendió que era sabio pensar un poco en sus propias emociones, ya que por lo general reflejaban lo que los demás gnomos sentían; al menos de cierto modo. Pero la lástima no era todo, al menos para el Manitas Mayor. Tener que conservar la sonrisa, el valeroso ánimo y el ingenio gnomo frente a su gente. Verse en la necesidad de proyectar confianza constante sin interrupciones en la apretada zona que constituía la Antigua Ciudad Manitas, cuando todo lo que deseaba era tirarse al suelo y… y… Gelbin respiró entrecortadamente y trastabilló hacia un lado. Su hombro chocó contra la pared metálica, emitiendo un sonido débil. Tantos muertos. ¡Tantos! Armándose de valor, apretó los puños y exhaló. Se puso a contar números primos hasta que esos sentimientos se replegaron, una vez más, a ese rincón distante de su mente. Números primos seguros y confiables, siempre podías depender de ellos; confiar en ellos. Gelbin sabía que tendría que regresar y lidiar con esos sentimientos algún día, pero no había tiempo ahora; nada de tiempo. Los gnomos necesitaban a su Manitas Mayor en su mejor forma para recuperar su tierra natal. El mostrar fruslerías como vergüenza y pesar sólo parecería debilidad. Un pueblo de caminantes que se encontraba al borde de la extinción no podía tener un líder que mostrara debilidad. Al menos no otra vez. Sacudiéndose ese pensamiento de la cabeza, Gelbin avanzó y comenzó el análisis de la condición de su otrora hogar. A diferencia de sus iguales en la Alianza, el Manitas Mayor evitaba los recintos extravagantes a cambio de una morada práctica. ¿De qué servía un trono cuando pensabas mejor

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de pie? La gastada red de corredores en el sector 17 era una representación física del proceso creativo de Gelbin: biblioteca conectada a la habitación para crear prototipos, conectada a su vez a una fundición simple y a una cámara de ensamblaje. Investigación, imaginación, creación, ingeniería. Fue aquí donde convocó a los números, los juntó con hierro y les hizo marchar hacia adelante; literalmente. En este sitio Gelbin concibió el primer mecazancudo, lo que permitió a su diminuto pueblo mantener el paso con los imponentes corceles humanos. Esa creación lanzó al joven gnomo a la fama y lo colocó en la senda hacia el liderazgo. El micro-ajustor giromático, el robot de reparaciones, el Tren Subterráneo, incluso el prototipo de la máquina de asedio enana; todos ellos comenzaron como bocetos y sueños en este estudio. Todos fueron creados en el caldo primigenio que constituía la imaginación de Gelbin; para beneficio de todos los gnomos. —Lo que ruega la interrogante —murmuró—, ¿pueden cien inventos brillantes sufragar un error terrible? La oscuridad sostuvo sus palabras y las juntó con el dolor. Mientras esperaba una respuesta que ya sabía, el Manitas Mayor notó algo que le hizo sonreír. Estaba hablando consigo mismo, algo que no hacía desde… vaya, cuando todavía habitaba estos túneles. ¿Quizá el retorno de la neurosis era una buena señal? Gelbin se rascó su bien cuidada barba. —Si encuentro esperanzas en una recaída psicótica, las cosas realmente están mal. Al avanzar por la cámara de ensamblaje, pasó un dedo sobre la polvosa banca y chasqueó la lengua. Los años no habían sido amables. Aún bajo la luz parpadeante —el hecho de que la iluminación aún funcionara era testimonio de la ingeniería gnoma— Gelbin sabía que su otrora inmaculado estudio necesitaría una sanitización seria y a conciencia. Echó un vistazo a su vitrina de trofeos en la pared lejana. Era algo que el Manitas Mayor pidió que instalaran bajo solicitud de sus aprendices y únicamente porque necesitaba un sitio para colocar todos esos reconocimientos inútiles. Al igual que todo lo demás, se encontraba cubierto por una capa de polvo. En la parte central se encontraba su primer prototipo funcional del mecazancudo, orgulloso y desgarbado entre varias medallas y listones. Gelbin sonrió al notar que aún los modelos de alta velocidad más avanzados y recién salidos de Forjaz, todavía contaban con el bamboleo de ave y la forma de tetera de su opus original. Lo que era más, sus agentes en Rasganorte reportaron que los enigmáticos mecagnomos adoptaron su invento para sus misteriosos propósitos. ¿Qué puede ser más halagador que el hecho de que una raza de máquinas utilice tu máquina para desplazarse? Aunque el mecazancudo había sido el primero (y posiblemente el más popular) de sus inventos, el flujo constante de creaciones únicas, poderosas y prácticas que surgió de estas cámaras fortaleció a su gente y demostró que los gnomos eran un componente vital en la Alianza de enanos, humanos y elfos. Fue aquí donde Gelbin Mekkatorque paso de mero inventor a Manitas Mayor de los gnomos. Fue aquí donde Gelbin Mekkatorque alcanzó su nivel de comprensión más elevado, creó sus inventos más brillantes y recibió los mayores galardones por parte de un pueblo que consideraba que la creatividad y la creación eran lo más importante. Y fue aquí donde Gelbin Mekkatorque confió estúpidamente en el consejo de alguien a quien consideraba un amigo. Fue aquí donde Gelbin Mekkatorque dio la orden que mató a la mayoría de su gente, dejó a los sobrevivientes sin tierra natal y los lanzó a mendigar y al oprobio. Descargó un golpe contra la pared, levantando una nube de polvo. Las luces parpadearon como eco visual de su frustración. El Manitas Mayor temblaba mientras abría y cerraba los puños. Luego… decidió que quizá era mejor caminar un poco. Fue de la cámara de ensamblaje hasta la fundición y luego a la habitación de creación de prototipos. Ahí se detuvo y se dio cuenta, con cierto grado de sorpresa, que acababa de mostrar su primera señal concreta de ira; años después de la traición. Tal acto poco característico se sintió bien. Tal vez algo del modo de ser de los enanos se le había pegado, o quizá al estar de nuevo en casa —más allá de los ojos de ciudadanos preocupados y de benefactores que le veían con lástima— sentía como si las cortinas estuviesen descorridas; ya no tenía que ser el Manitas Mayor. Aquí podía, finalmente, ser Gelbin y Gelbin podía sentirse triste; Gelbin podía sentirse traicionado y Gelbin podía estar furioso y con el corazón hecho trizas a causa de la maldita injusticia de todo lo acaecido. Gruñó y volvió a golpear la pared, disfrutando del dolor en sus nudillos y del satisfactorio sonido que reverberó a través de los corredores metálicos que le rodeaban. Pasar tiempo con los enanos fortaleció a su gente y permitió que se sintieran más cómodos con su habilidad física; como nunca antes en la historia académica de los gnomos. Los enanos habían dominado el poco delicado arte del combate cuerpo a cuerpo en un mundo repleto de seres que les doblaban en tamaño, mientras que los gnomos, por lo general, se concentraban en huir del conflicto. Sin embargo, los años de tribulaciones y sobrevivencia entre sus más robustos aliados había, para bien o para mal, proporcionado a los gnomos cierta ventaja en combate. En estos días, Gelbin veía cada vez más gnomos blandiendo armas, portando armaduras y poniéndose al tú por tú con los Grandotes. —Bueno —murmuró—, la parte del tú por tú no ha sido algo muy benéfico para nuestros números en declive. El sonido de su violento asalto contra la pared aún hacía eco por la habitación y el Manitas Mayor se detuvo en medio de sus pensamientos. Eso no sonaba bien. Gelbin ladeó la cabeza y retrocedió un paso. El Sector 17 había sido edificado en una zona sólida en el noroeste de Dun Morogh, debajo de una cadena montañosa nevada constituida principalmente de granito y pizarra. Los pasillos acorazados en esta ala de Gnomeregan no debían responder a la percusión con tal resonancia. ¿Le estaría fallando la memoria? Gelbin dio unos golpecitos a la pared con los nudillos, sus ojos cerrados. El sonido continuaba con un tono similar al de una campana. Sin quitar los ojos de la pared, Gelbin retrocedió hasta el centro de su habitación. Su antigua silla trol, una construcción deliciosamente primitiva de hueso y piel de raptor, seguía en su sitio. La silla era un recuerdo de la primera vez que los gnomos ayudaron a la Alianza en una incursión contra un campamento de la Horda durante la Segunda Guerra. Gelbin conservó la cosa con apariencia feroz como recordatorio de dos puntos importantes. Primero, que sus enemigos vivían en un mundo formado con hueso y piel de monstruos. Segundo, que incluso los salvajes con colmillos y piel musgosa necesitaban algo cómodo para sentarse de cuando en cuando. Pese a que el Manitas Mayor generalmente no se sentaba mientras trabajaba en sus inventos, había usado la silla como catre provisional después de muy largas noches de devanarse los sesos. Como había sido diseñada para el relativamente sustancial trasero trol, su poca altura y cuero suave proporcionaban un sitio para la siesta gnoma perfecta. Se dejó caer en la suavidad de su silla con un suspiro de preocupación. ¿Hubo construcción nueva en esta zona desde el éxodo? Las sospechas de Gelbin habían aumentado. Examinó la habitación para crear prototipos en busca de cualquier señal de sabotaje: cables sueltos, paneles mal colocados, o huellas desconocidas en el polvo. Su gente más capaz inspeccionó el sector entero, pero Mekkatorque sabía que no debía confiar ciegamente, en particular cuando Termochufe se encontraba involucrado. Sicco Termochufe. El nombre aún traía un frío opresivo a su estómago, una tensión que no era posible eliminar a través de la racionalización. Gelbin finalmente acuñó un término para esa extraña sensación, algo que le era severa y terroríficamente desconocido; confusión. En este caso particular, el Manitas Mayor Gelbin Mekkatorque seguía muy, muy confundido. ¿Cómo pudo haber pasado?

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Un gnomo de Gnomeregan actuando en contra de los suyos era una imposibilidad, una casualidad, una aberración inconcebible. A diferencia de los enanos, los gnomos no tenían historia previa de violencia intestina. Su pasado se encontraba libre de señores de guerra y de facciones violentas. En general, gnomos no peleaban contra gnomos. En un mundo de leones, tigres, furbolgs y Grandotes, los integrantes de su pueblo tenían que depender unos de otros; ni siquiera había que decirlo. Por esta razón, los gnomos no necesitaban la primogenitura primitiva que había sido causa de mucha de la sangre derramada entre las demás razas de Azeroth. Además, dejaron la monarquía siglos atrás. Los gnomos elegían a sus líderes por consentimiento común, con base en los méritos de su trabajo. Mérito que era totalmente cuantificable con respecto a los beneficios que aportaba a la raza gnoma. Actuar de modo dañino contra la especie, desear poder pese al costo que eso conllevase al pueblo; eran cosas que harían los enanos o los orcos. Sin duda era una cualidad humana. ¿Cómo podía un gnomo ser el responsable de la cuasi extinción de los gnomos? Sicco dijo haber efectuado pruebas de los niveles de radiación del gas. Afirmó tener evidencia de su efecto terminal en los troggs y mostró a Gelbin números falsificados en cuanto a su densidad y peso volumétrico. El gas debió permanecer en las zonas de cuarentena en las secciones bajas de Gnomeregan, envenenando a los invasores conforme surgían de las profundidades; mientras los gnomos aguardaban sanos y salvos en los túneles urbanos superiores. En ese entonces parecía ser la única manera de combatir la invasión imprevista y no requeriría ayuda de la Alianza, que se encontraba ocupada. Los gnomos resolverían los asuntos de los gnomos. Termochufe parecía tener plena confianza de que esto sería la solución. Sin embargo, la mayoría de los troggs simplemente se abrieron paso a través del gas, volviéndose incluso más salvajes al ser irradiados. Además, el gas permeó Gnomeregan. Éste pasó por los aclamados Filtros Domicílicos Viento Leempio de Termochufe y mató a los gnomos que aguardaban en sus hogares; asfixiados por repugnantes nubes verdes detrás de puertas que los mantendrían a salvo, según prometió el Manitas Mayor. Gnomeregan murió ese día. Murió porque Gelbin Mekkatorque confió en que un amigo sería un amigo, o al menos un gnomo. Gelbin se reclinó y cerró los ojos. La presión en su pecho era casi dolorosa y por millonésima vez se preguntó si debería renunciar a su título y dejar que alguien más asumiese el puesto. Alguien menos confundido, alguien que no cometería un error estúpido que terminaría matando a tantos… Esta vez no existía la posibilidad de contener la desesperación, ni la densa nube de pesar que surgía desde la prisión donde estuvo encerrada durante mucho tiempo. Gelbin respiró profundo un par de veces, contó números primos, se agarró con fuerza del asiento de su silla, pero no había manera de detenerla. La pena se abrió paso a través de sus defensas y escapó de su pecho como un sollozo entrecortado y gutural. Solo en el oscuro silencio de su estudio abandonado, el Manitas Mayor Gelbin Mekkatorque lloró al fin. … Una vez que las lágrimas se secaron, los temblores cesaron y la calma regresó a la habitación, Gelbin exhaló entrecortadamente y se enderezó. Se sentía vacío… de modo limpio y hueco. No era exactamente un sentimiento agradable pero sí uno muy necesario. Era tiempo de regresar a la superficie, a su gente. Ya se estaba sintiendo egoísta por tomarse tanto tiempo con sus propios problemas. Se recargó en el apoyabrazos para levantarse. E hizo una pausa. Al sentir algo frío bajo su mano, Gelbin abrió los ojos y echó un vistazo. En el apoyabrazos de la silla se encontraban sus espejuelos favoritos. Esos simples lentes con armazón de mithril que recibió como regalo al graduarse de la Universidad Engranaje. Resistentes, confiables y reconfortantes. Habían permanecido en su rostro por décadas desde entonces, algo que se vio interrumpido por la invasión trogg y el precipitado éxodo de los gnomos. Gelbin se las arregló con un nuevo par de lentes, algo que armó en Forjaz durante su tiempo libre; mientras atendía asuntos en Ciudad Manitas y el trono de Barbabronce. Fue una hazaña que su pobre nariz lamentaba desde entonces. Sonriendo, el Manitas Mayor se inclinó para recuperar sus lentes perdidos. —Ahora puedo volver a ser yo de nue… Los lentes dejaron la silla con cierto grado de tensión extraña y Gelbin se quedó inmóvil. Un recuerdo helado se deslizó desde la parte posterior de sus pensamientos: las gafas fueron un regalo de graduación. Un obsequio de su amigo y compañero de estudios Sicco Termochufe. Gelbin jamás hubiera dejado sus lentes en la silla. Cuando notó un alambre delgado atado alrededor del puente de los lentes, ya era demasiado tarde. Éste descendía por la silla hasta un pequeño agujero en el mosaico; un hilo metálico casi invisible. Veraplata, increíblemente ligera, pero más fuerte que el acero. Gelbin sintió un suave tirón del lado opuesto del alambre —el movimiento de un resorte que se suelta— y levantó la mirada justo a tiempo para ver como una pesada puerta se cerraba en la entrada. Hubo un sonido metálico similar en el corredor de salida detrás de él. ¿Nueva construcción en el sector 17? Parecía que sí. Alguien había dejado una trampa para el Manitas Mayor y éste había caído redondito. ¿Quién sino Gelbin se sentaría en esta silla? ¿Quién tocaría los lentes del Manitas Mayor? Conforme engranes ocultos gruñían detrás de las paredes huecas, Gelbin se preguntó si el capitán Vincaresorte había sido sobornado, o si su equipo simplemente no se dio cuenta del sabotaje. Hubo un sonido de estática crepitante al activarse una bocina eléctrica, seguido de una voz que había estado presente en los sueños del Manitas Mayor por años ya. —¿Sabes, mi estimado Gelbin? Me preguntaba si esta trampa sería demasiado obvia para ti. Casi no lo creí cuando sonó la alarma. Parece que siempre podré depender de que tu encantadora inocencia supere tu intelecto. Gelbin se incorporó de un salto, limpiándose los ojos. Por un momento tuvo la infantil preocupación de que quizá Sicco le vio llorar, sin embargo, la hizo de lado rápidamente. El sentimiento de vacío que tenía hace algunos instantes fue reemplazado con algo más frío: miedo y vergüenza. Éstos hacían eco en dolorosa armonía junto con su confusión. Apretando los dientes, Gelbin buscó en la argolla de su cinturón, donde por lo general se encontraba su confiable Llavecalibur. Nada, en su prisa por ver su viejo estudio había venido sin armas. Esto era otra cosa que no hacía nunca, ni siquiera al caminar por Forjaz. ¿Estaba enloqueciendo? Confusión, olvido y ahora esto. De modo irónico, Termochufe tenía razón. El Manitas Mayor sospechó que podría haber una trampa acá abajo, ya que consideraba que fue muy sencillo tomar la zona. Sin embargo, ¿cómo era posible que Sicco desperdiciara tal cantidad de tiempo y recursos sólo para matar a un gnomo? En especial cuando la totalidad de la Alianza se encontraba a su puerta. De nuevo, confuso. —¡Maldición, concéntrate! —Se dijo Gelbin a sí mismo. Moriría acá abajo si no se ponía las pilas. El Manitas Mayor nunca se había sentido tan confundido pero, si deseaba sobrevivir, no podía permitir que su viejo amigo se enterara. Quizá un duelo verbal mantendría ocupada la famosa mente obsesiva de Sicco mientras Gelbin hallaba la forma de salir de ahí. Éste se aclaró la garganta. —Obviamente te di mucho crédito como estratega, Sicco. No cabe duda por qué mis fuerzas han logrado avanzar tanto contra tu ejército atrincherado, una multitud que nos supera en número tres a uno. Has desperdiciado tu tiempo en inútiles juegos de venganza. Mientras examinaba con presteza la habitación, Gelbin luchaba por mantener su concentración. Si Termochufe decidía inundar el lugar con el mismo gas tóxico que utilizó contra su gente, no habría manera de escapar. Gelbin sabía eso porque conocía perfectamente la habitación; sólo contaba con dos puertas y ambas estaban selladas. Se acercó al rostro la parte frontal de su túnica en busca de las señales que revelaban la

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presencia de la mortal neblina verde. Quizá podría mantener la respiración el tiempo suficiente como para salir por cualquiera que fuere la ventila que su enemigo utilizase para descargar la repugnante sustancia. Sicco Termochufe reía. —¿Inútiles juegos de venganza? Gelbin, ¿tienes idea de lo que tu muerte provocará entre los gnomos? Te mantuvieron a la cabeza pese a todo lo que hice para desprestigiarte. Los pequeños tontos adoran a su Manitas Mayor. Tu muerte les despedazará el corazón. La respuesta de Gelbin fue interrumpida por el clic de un switch. Silencio total seguido de un gemido mecánico, el sonido de pesados cables de hierro y discos impulsados por resortes. La pared frente a él, la misma que golpeó antes, comenzó a subir hacia el techo. Una ráfaga de aire caliente y húmedo se coló al recinto; Gelbin comprendió entonces el modo de su asesinato. Olía a moho, sarna y chango agrio. El trogg salió de entre las sombras con un rugido húmedo. Su complexión era robusta, con brazos musculosos que casi tocaban el suelo y su andar mostraba la arrogancia de un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria. El Manitas Mayor dirigió escaramuzas contra estas bestias, pero nunca había estado tan cerca de una. Su equipo de seguridad nunca lo permitiría (un equipo al que imprudentemente ordenó que le esperara fuera del sector). El trogg doblaba a Gelbin en tamaño y tenía una red de cicatrices a lo largo de la pedregosa piel de su pecho. Afiladas protuberancias huesudas surgían de los hombros y codos de la criatura; crecimientos deformes que eran testimonio de su rocosa herencia. Gelbin escuchó rumores de que los troggs eran una rama torcida de la raza enana. Aunque nunca diría tal cosa frente a sus gentiles anfitriones, notaba las similitudes: barba greñuda, complexión robusta y gruesas tiras de músculo que parecían haber sido talladas de granito. Sin embargo, ahí terminaba el parecido. El trogg tenía una postura encorvada, similar a la de un simio, el ceño tosco y los caninos pronunciados de un depredador. Gelbin recordó su entrenamiento de combate. Un trogg usualmente era equivalente a cuatro o cinco gnomos, asumiendo que éstos se encontraran armados y contaran con experiencia en combate subterráneo. Como estratega comprobado, Mekkatorque sabía que podía dar batalla incluso sin armadura impulsada por vapor, ni Llavecalibur a su lado. El gnomo dio un paso hacia adelante y examinó la habitación. Quizá si lograba llegar al otro lado del estudio con la rapidez suficiente, habría un banco que podría convertirse en un arma provisional. Si conseguía mantener al trogg a distancia, quizá le sería posible escapar a través de la abertura por la que entró. Era arriesgado pero era la mejor… Dos troggs más aparecieron en escena. El primero gruñó órdenes guturales a los otros y éstos flanquearon a la presa con una rapidez feral que no dejaba traslucir su tamaño. La pared se cerró detrás de ellos con un ominoso clang y Gelbin comprendió la triste realidad: iba a morir acá abajo. No había modo de escapar de la trampa de Termochufe. Sicco estaba terminando la labor que inició en los pasillos de Gnomeregan años antes. La ciudad finalmente, y sin duda alguna, pertenecería al monstruo que pretendía ser un gnomo. Gelbin se tiró de rodillas y cerró los ojos. Termi… nado. Estaba harto de la lástima, fastidiado de los recordatorios diarios de que había perdido su reino sólo porque era un gnomo. Cansado de la maldita confusión. Los pasos de los troggs eran más próximos y Gelbin Mekkatorque susurró su despedida a su amada Gnomeregan y a su gente. “Los pequeños tontos adoran a su Manitas Mayor” Después de todo lo ocurrido, adoran a su Manitas Mayor. Gelbin abrió los ojos y miró hacia abajo. Vio que aún sostenía sus lentes y también el alambre de Veraplata, delgado cual navaja, que se extendía hacia el suelo. Casi de modo instintivo, su mente de ingeniero se adueñó de la situación y planos imaginarios se desplegaron por su campo de visión. El alambre obviamente conducía a un disparador con peso, activado por resortes. Éste se encontraba conectado a un eje pesado, cuyo contrapeso eran los cables que levantaron la pared con ayuda de algo que sonó como un par de bisagras de hierro oxidado; Sicco siempre había sido descuidado en sus creaciones. El resto era ingeniería simple y a Gelbin le pareció irónico que incluso Sicco, el no-gnomo, empleaba tecnología gnoma para sus oscuros fines. Tecnología que Gelbin adaptó, que Gelbin innovó y que Gelbin dominó para la protección y salvación de su gente. Gelbin Mekkatorque era un gnomo en sus fallos y triunfos, por eso su gente le amaba. Esa era la razón por la que aún era el Manitas Mayor y por la cual seguía luchando por los gnomos, aún después de tanta vergüenza, oscuridad y confusión. De súbito, ya no se encontraba confundido. El puño del primer trogg se aproximaba velozmente y Gelbin rodó hacia un lado para evadirlo. Los rocosos nudillos de la criatura partieron el mosaico del suelo y varios fragmentos pasaron rozándole. Gelbin se puso de pie al instante y corrió hacia la parte posterior del estudio. Un plan se formaba en su mente. —Entonces dime, Sicco. Si mi muerte te daría una ventaja tan obvia, ¿por qué esperaste hasta ahora? ¿No habría sido mucho más fácil matarme cuando todavía confiaba en ti? Era difícil hablar y correr al mismo tiempo, pero Gelbin sabía que tenía que mantener distraído a Termochufe para que su plan funcionara. Creyendo que su presa se acercaba a una ruta de escape oculta, los dos troggs a sus costados cargaron para cerrarle el paso. Gelbin anticipó ese movimiento y aprovechó los pocos segundos que esto le concedió para enrollar el resto del alambre de veraplata alrededor de sus lentes. El primer trogg estaba nuevamente casi encima de él y Gelbin se volvió para correr directamente hacia la bestia aullante. Fue algo inesperado y la criatura embistió aire en tanto que Gelbin se agachó, se deslizó entre las piernas del monstruo, rodó hasta quedar de pie y siguió corriendo. Rugiendo, el trogg se volvió y corrió pesadamente tras él. Los otros dos, emocionados por el escándalo de su hermano, dejaron escapar un aullido y comenzaron a rodear la zona. No eran animales estúpidos y Gelbin lo sabía. Estaban contentos de permitir que el primer trogg lo cansara para luego aprovecharse de la cena fácil. —¿Cómo? ¿Aún no mueres? —Farfulló Sicco. Gelbin sonrió mientras corría. Su oponente acababa de revelar que, aunque tenía la capacidad de escuchar lo que ocurría dentro de la habitación, no podía ver nada. El trogg enojado era rápido, mucho más de lo que Gelbin hubiera imaginado, y el gnomo podía sentir su horrible aliento en su cuello. El mismo Gelbin jadeaba y se concentró en la mesa de prototipos que se encontraba a un par de metros al frente. Más cerca, más cerca. Con un súbito aullido, el trogg fue enviado al suelo por una fuerza invisible. El alambre de veraplata que Gelbin amarró alrededor del tobillo de la criatura llegó a su límite y, al tirar de los resistentes lentes de mithril con tal peso y velocidad, le cercenó el pie al trogg. Un rugido de angustia, parte gemido y parte grito, estremeció el aire. El trogg levantó un muñón irregular que chorreaba y bramó de nuevo, golpeando el suelo con uno

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de sus puños. Mekkatorque le lanzó un guiño de disculpa y se escurrió hacia la mesa de prototipos que se encontraba justo adelante. Uno de los troggs se acercó a la criatura caída, más por curiosidad que por preocupación, mientras el otro continuaba rondando en torno a Gelbin. Surgieron palabras entre dientes de la bocina oculta en el techo. —Tienes razón Gelbin, debí matarte en aquellos días, pero necesitaba un chivo expiatorio; un objeto de odio que me permitiera juntar a los gnomos mientras me elegían el nuevo Manitas Mayor. ¿Tienes idea de todo el tiempo que pasé tramando el plan para arruinar tu buen nombre? ¡Matarte hubiera sido fácil! Gelbin llegó a la mesa y comenzó a buscar frenéticamente en los cajones. Disfrazó sus acciones con un tono cuasi familiar. —¿Y cuándo empieza la parte en la que juntas a los gnomos y te conviertes en el Manitas Mayor? ¿Se suponía que eso iba a ocurrir antes o después del genocidio? Sicco gruñó, maldijo y se escuchó el peculiar sonido de una llave de tuercas rebotando en una pared. Gelbin estaba sacándole de quicio. —¡Cualquier idiota puede sonar sabio a posteriori! El gas resultó ser más… efectivo de lo que esperaba. Mis cálculos mostraban un índice de mortalidad de treinta por ciento, un número significativo de cadáveres estadísticamente hablando; todos a tus pies. Eso, seguido de mi impresionante eliminación de los troggs hubiera asegurado un presto golpe de estado. Gelbin vio su oportunidad. —Hubiera es la frase operativa aquí… Otro sonido de impacto, ésta vez sólo pudo ser un puño contra el micrófono. —¿Quién hubiera calculado que los gnomos aún te seguirían después de que prácticamente pinté tus manos con su sangre? Que tirarían la lógica por la ventana y actuarían como un montón de elfos de la noche llorones y emotivos. ¡Qué bueno que el gas hizo lo que hizo, los gnomos necesitaban esa purga! El siguiente sonido fue similar al previo, sólo que más fuerte y seguido del rugir de estática; luego silencio. Al parecer Sicco Termochufe no había considerado el daño cuerpo a cuerpo en la plantilla de durabilidad de su micrófono. Gelbin levantó la vista y asintió. —Qué genio. Acabas de perder la capacidad de regodearte a larga distancia, amigo mío. Se agachó y regresó a su trabajo. Por suerte, Termochufe había tenido cuidado de no alterar la mayor parte del estudio para evitar alarmar a los especialistas del Manitas Mayor. De hecho, Gelbin sospechaba que la construcción de casi toda la trampa se había llevado a cabo en otro sitio, para posteriormente ser instalada detrás de las paredes y bajo el suelo. La única intrusión detectable era el maldito alambre. Y el maldito alambre redujo sus problemas en 33.3 por ciento (que se repite, por supuesto). Gelbin encontró lo que buscaba en el fondo del último cajón. Un pequeño estuche de cuero con herramientas que sus ayudantes utilizaban para dar mantenimiento a los relojes del estudio. La puntualidad nunca fue su fuerte, pero le gustaba saber qué tan tarde iba a llegar. El gnomo se volvió para ver dónde andaban sus atacantes y evadió otro brutal golpe. Uno de los troggs intentó tomarle desprevenido; su puño despedazó la mesa como si ésta se encontrase hecha de palillos. Siempre sospechó que estas criaturas tenían minerales pesados en su fisiología y el daño que causaron al suelo y a los muebles en los últimos minutos confirmaba tal hipótesis. Nuevamente, la velocidad del gnomo era su ventaja y se alejó de la bestia con el estuche en la mano. El trogg rugió con furia y se volvió para gruñir órdenes a sus hermanos. Uno de los monstruos se estaba desangrando sobre el mosaico, pero el otro resopló afirmativamente y avanzó con lentitud por la habitación. Iban a cerrarle el paso a Gelbin y luego descargar el golpe mortal. El Manitas Mayor no podía correr para siempre. Sólo era cuestión de tiempo y estaban conscientes de ello. El gnomo regresó al centro de la habitación. Su silla yacía en el suelo, volcada sobre uno de sus costados. El trogg moribundo había jalado el alambre con toda la fuerza de su pesado cuerpo, sumado a la velocidad que llevaba, arrancando la caja que albergaba el disparador; la cual había sido colocada bajo los mosaicos donde generalmente se encontraba la silla. Era una caja cuadrada de metal del tamaño de un plato. Si Sicco Termochufe empleó el mismo tipo de ingeniería goblin-esca descuidada que Gelbin le había visto usar antes, el resorte, eje y contrapesos principales estarían justo debajo de dicha caja. Gelbin empujó la silla y abrió el estuche. Una llave de tuercas, un martillo de hierro, una lima y un frasco blanco de aceite de bocanegra para lubricar resortes. Todo en miniatura, del tamaño justo para trabajar con relojes; o sabotear un sabotaje. Levantó la vista y calculó el tiempo que tomaría a los troggs llegar hasta él. Quizá veinte segundos, necesitaría treinta. Después de destapar el frasco, Gelbin regó su contenido sobre el mosaico y lo hizo rodar hacia el trogg más cercano. El líquido trazó una línea brillante. La criatura miró el pequeño contenedor, dejó escapar un sonido simiesco que indicaba que le causaba algo de gracia y levantó la mirada para ver un gnomo que sostenía una diminuta llave de tuercas en una mano y una lima en la otra. Con un rápido movimiento, Gelbin frotó el borde de la llave con la lima. Una fulgurante línea de chispas trazó un arco hacia el suelo y cayó sobre el camino de aceite, el cual ardió serpenteando hacia el frasco que se encontraba a los pies del trogg. Sucedió tan rápido que la criatura apenas tuvo tiempo de girar mientras una bola de fuego surgía debajo. Su barba greñuda se incendió y el trogg comenzó a golpearla frenéticamente con sus huesudos nudillos. Esto sólo sirvió para avivar las llamas. Satisfecho, Gelbin se volvió hacia el alambre, el mosaico roto y la caja expuesta que contenía el disparador. El otro trogg aún estaba del otro lado de la habitación y se movía con mayor cautela ahora que un gnomo sin armas le había dado fuego a su compañero. —Treinta segundos ahora —murmuró el Manitas Mayor— quizá cuarenta. Utilizó la llave de tuercas para abrir la caja que contenía el disparador y ubicó el mecanismo en la base del carrete de veraplata. En efecto, Sicco había sido descuidado. Un buen saboteador se hubiera asegurado de que el disparador fuese de construcción de única ocasión, empleando materiales de un solo uso, o resortes de baja tensión. El resorte del carrete aún contaba con tensión suficiente para un par de usos más y Gelbin adjuntó rápidamente el disparador al interruptor de contrapeso —una combinación rectangular de engranes que permitía a la pared falsa subir y bajar gracias a los cables conectados a un resorte masivo; que se encontraba enrollado alrededor de un eje ubicado justo bajo sus pies. Con el disparador sujeto, colocó el interruptor a un lado y metió la mano en el sitio donde residía la caja que contenía el disparador. La llave de tuercas fulguró mientras Gelbin quitaba rápidamente los tornillos que mantenían el eje en su lugar. Había, en total, cuatro tornillos oxidados y desatornillar tres de ellos le tomó a Gelbin el tiempo restante. El metal gruñó porque el peso masivo de un armazón completo ahora descansaba en un solo tornillo corroído. Gelbin se incorporaba justo cuando el trogg lo agarró y lo levantó. Examinó a Mekkatorque de cerca y mostró una sonrisa irregular; su paciencia había rendido frutos. El Manitas Mayor se encontraba a centímetros de una hilera de dientes rocosos agrietados, los cuales aún tenían trozos de la última pobre criatura que estuvo así de cerca. Gelbin se encogió frunciendo el ceño. —Vincarresorte tenía razón. Puedo saborear ese hedor.

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El trogg rugió y saliva salpicó al Manitas Mayor. Entonces, Gelbin descargó su puño contra la boca del trogg, destrozando sus dientes frontales y lanzando fragmentos de hueso hacia la parte posterior de su garganta. El trogg lo soltó y trastabilló hacia atrás, al son de un gemido ahogado. Gelbin se sacudió la sangre de su mano y luego la abrió para revelar el martillo de hierro. —Un consejo, mi amigo. Nunca dejes que un gnomo se acerque a tus dientes. El trogg se limpió la sangre de la boca y se volvió cuando llegó el otro, que tenía ampollas en su piel quemada. Ambas criaturas estaban furiosas y Gelbin sabía que se encontraba a unos cuantos segundos de que le despedazaran. Retrocedió un paso y presionó el disparador que construyó apresuradamente. Las pesas subterráneas cambiaron de sitio, los cables se tensaron y un tornillo oxidado cedió bajo la presión. Los mosaicos bajo los pies de los troggs estallaron al son de una erupción de roca y metal, mientras un eje jalado por un cable perforaba el suelo. Esto lanzó a las dos bestias contra el escritorio destrozado y, al mismo tiempo, levantó la pared falsa que se encontraba detrás del Manitas Mayor. Sus oponentes estaban en el suelo y la salida se encontraba libre, era hora de dejar el lugar. Gelbin guardó las herramientas en su cinturón y se detuvo un instante, considerando regresar por sus viejos lentes. Podía verlos del otro lado del cuarto, aún sujetos al grotesco remanente del pie de un trogg por el alambre. Riendo ante tal idea, se volvió para irse. Sin embargo, esperó demasiado. Se aproximaban más troggs por la salida, gran cantidad de ellos. Éstos se apiñaron por la abertura y rodearon a Gelbin, gruñendo y lamiéndose sus dientes irregulares. Se le habían agotado las ideas y dudaba que los troggs fueran tan amables como para levantarle, junto con su martillo ensangrentado, a la altura de sus rostros. Pero los troggs no avanzaban, aguardaban. —Supongo que te debo una disculpa, Gelbin. Subestimé tu valentía, debí mandar cuatro troggs. La aguda risa que siguió era desconcertante. Al parecer, Sicco Termochufe había descendido aún más por los abismos de la locura en compañía de estos monstruos. Se escuchó un sonido metálico, el siseo de un motor de vapor y Sicco entró en escena. El mekigeniero había creado un nuevo traje de batalla. Durante los últimos años, Gelbin escuchó reportes de Sicco piloteando una cosa enorme con forma de caldero por las entrañas de Gnomeregan, sin embargo, esto era completamente distinto; un ágil artilugio. El constructo de tamaño humano pasó emitiendo un sonido de vapor caliente junto a los troggs que aguardaban. Creado de metales maleables y decorativos, era similar a las armaduras humanas usadas en los desfiles y para presumir frente a los plebeyos. Sólo la cabeza pequeña y arrugada de Sicco sobresalía del cuello del aparato. Los años no habían sido amables con el gnomo demente y Gelbin apenas reconoció a su viejo amigo. Mejillas huecas, delgadas líneas de cabello ralo y la enfermiza coloración verde que indicaba radiación y locura. Sicco notó la mirada de lástima de Gelbin y la tomó como reconocimiento. Sonriente, hizo un giro y una reverencia con ademán elegante. —Una impresionante pieza de ingeniería, ¿no crees? ¿Sabes? Llevé a cabo varias pruebas con un prototipo de campo más práctico, pero era demasiado voluminoso y susceptible a explosiones. Este traje es mucho más estable, además de ser más adecuado para mi posición. —¿Tu posición? —Claro, lo apropiado es que el rey de los gnomos pueda ver a los ojos a los demás gobernantes del reino. Concepto difícil de entender para un fracasado insignificante como tú, lo sé. Gelbin frunció el ceño. —El rey de los gnomos, ¿eh? Supongo que ya dejaste de lado la idea de ganar una elección. Considero que es lo mejor, ya que al electorado puede serle difícil votar por un candidato que no es un gnomo. Sicco pareció sorprenderse y hubo un siseo. El Manitas Mayor no estaba seguro si el sonido surgió del motor de vapor en la región abdominal del traje de Sicco, o si fue una respuesta reptiliana del aspirante a usurpador. Sin embargo, el ruido se adecuaba a la expresión de Termochufe. —Creo que rogar por las sobras en la mesa de los enanos te ha vuelto un poco loco, Gelbin. “¿Que no es un gnomo?” ¡Soy diez veces más gnomo de lo que tú jamás serás! Mientras estabas echado en tus laureles debido a tu ‘genio’ impredecible y falso, yo me vi en la necesidad de trabajar para obtener reconocimiento. ¿Quién pasó semanas diseñando todos los mecanismos balísticos de tus máquinas de asedio? ¡Convertí tu enorme camión de rábanos en un cañón móvil! Eso cimentó nuestra alianza con los enanos pero, ¿recibí algún tipo de agradecimiento por ello? Gelbin suspiró. —Sicco, eras uno de los gnomos más brillantes en Dun Morogh y pareces olvidar que siempre expresé mi gratitud por tu trabajo. Tenías ideas creativas, geniales incluso, pero eras demasiado descuidado. Había muchos aproximados en tus cálculos y no dedicabas el tiempo suficiente a refinarlos. Te asigné el diseño de artillería con la esperanza de que te pondrías a la altura de la situación, pero tus cálculos balísticos habrían detonado mis máquinas de asedio al momento de recargar. Pasé muchas horas revisando tus cifras antes de enviarlas a Forjaz. —¿Qué? ¡Mentira! Si mi trabajo era de tan mala calidad, ¿por qué dejarme tomar el crédito por los cañones? —Porque —dijo Gelbin— eras mi amigo. Sicco Termochufe dio un paso hacia atrás, sus ojos muy abiertos. Su rostro se suavizó momentáneamente, revelando cierto parecido con el brillante joven gnomo con el que Gelbin entabló amistad hace tantos años ya. El gnomo al que ayudó a graduarse de la escuela, a quien le dio empleo en su fundición y le otorgó un papel importante en la Corte Manitas pese a su desempeño preocupante y cada vez más errado. Sicco parpadeó varias veces y levantó una mano metálica para frotarse la frente. —Gelbin, yo… yo… Y luego notó la mano, los poderosos dedos dorados que él solo había creado. Formó un puño y el rostro de Sicco se contorsionó, mostrando una sonrisa enloquecida. El amigo de Gelbin ya no existía más. —Bueno, esa enorme debilidad es exactamente el por qué decidí arrebatarte las riendas. Los gnomos deberíamos dominar la tierra con nuestras armas imparables, no vendérselas a nuestros imbéciles aliados. ¡Eso es cosa de goblins! El Manitas Mayor sacudió la cabeza. —Nunca lo entendiste, ¿verdad? Es la lealtad hacia nuestros amigos lo que nos proporciona nuestra mayor fuerza. Esto es lo que nos separa de ogros, troggs, e incluso goblins. Es por esto que los enanos nos ayudaron cuando estábamos cerca de extinguirnos y nos cedieron una parte de sus recintos sagrados para que tuviéramos algo que pudiéramos llamar hogar. Esa es la razón por la cual hay enanos, humanos, draenei y elfos de la noche muriendo junto con nosotros en los túneles circundantes para recuperar una ciudad que nunca fue suya. Están aquí porque son nuestros amigos, Sicco. Mis amigos. Es un poder con el que los números no pueden competir. El mekigeniero siseó —esta vez, Gelbin estaba seguro de que el sonido surgió de la boca arrugada del gnomo— y avanzó. —¿Por qué no cierras los ojos y me dejas poner fin a esta vergüenza? Al detenerse frente al Manitas Mayor, Sicco sacudió la cabeza y se despidió agitando una mano. Ésta emitió un sonido mecánico, efectuó una rotación completa y se desvaneció en el interior de la muñeca de acero del blindaje del traje de batalla. Termochufe rio y extendió el brazo. Con

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otro impulso de vapor, surgió una navaja afilada, la cual comenzó a brillar en rojo gracias a calor generado mecánicamente. Gelbin retrocedió trastabillando hacia el eje y sintió el resorte tenso contra su espina dorsal. Aún tenía la llave de tuercas en su cinturón y la levantó para bloquear la navaja de Sicco. Esto provocó otra risa. —Caray, te ves precioso allá abajo. ¿Así te enseñaron a pelear los enanos? —No —dijo Gelbin haciendo girar la llave de tuercas entre sus dedos— así es como lucha un gnomo. Cuidado con la cabeza. Se volvió y golpeó el seguro que mantenía el resorte en su sitio, un seguro sostenido por la infraestructura inferior. Éste se deslizó hacia abajo con un sonido metálico, permitiendo que el resorte latigueara para soltarse del eje, un borroso relámpago de acero afilado que silbó por toda la habitación mientras una reserva masiva de energía acumulada se descargaba en cuestión de segundos. Gelbin sintió una tremenda ráfaga pasar sobre su cabeza y luego… calma. Giró y miró hacia atrás. Los troggs seguían de pie, babeando. Sicco dejó escapar otra risita. Tres cabellos solitarios que crecían en la corona de la cabeza de Gelbin cayeron lentamente frente a sus ojos. Seguidos de las cabezas de todos los troggs en la habitación. Y finalmente por el torso bisecado del traje de batalla de Sicco Termochufe. Con un chorro de vapor caliente, la parte superior se deslizó y cayó al suelo justo frente a Gelbin, deteniéndose boca arriba contra su pierna. El ocupante tragó saliva y parpadeó repetidamente. Sicco estaba sorprendido. Sicco estaba… confundido. —M-mis piernas están en esa mitad, —dijo Sicco, apuntando hacia la porción del traje que aún se encontraba de pie. El Manitas Mayor Gelbin Mekkatorque asintió y se inclinó para darle unas palmaditas en su hombro mecanizado. —En efecto, amigo mío. Gracias al corte relámpago del resorte y a la cauterización por vapor debido a la ruptura del motor, el sangrado probablemente es mínimo. Me quedaría a ver si las ratas te encuentran antes que tus esbirros trogg, pero ya vi suficiente de ellos por un día. —¿Vas a… vas a dejarme aquí? —No mereces una muerte rápida Sicco. Mereces una existencia larga y miserable en un agujero oscuro rodeado de monstruos asquerosos. Gelbin dio un paso hacia atrás con una sonrisa triste en su rostro. Extendió los brazos para abarcar la totalidad de Gnomeregan. —De hecho, creaste tu propia prisión aquí mismo. Mejor que cualquiera que yo pudiese construir para ti. Ciertamente me superaste en esta ocasión, felicidades. Sicco Termochufe parpadeó. Tartamudeó. Gelbin disfrutó la rara oportunidad de mirar a su enemigo con aire de superioridad. Podía escuchar el sonido de más troggs aproximándose por la abertura y sabía que era tiempo de marcharse. —Además, si sobrevives, no puedo pensar en alguien mejor para dirigir a estas bestias que uno de los suyos. —Se inclinó y olfateó la parte superior de la cabeza de Sicco, frunciendo la nariz con disgusto. —Disfruta tu tiempo en prisión, amigo mío. Tu sentencia ya casi termina. Con eso, Gelbin dejó su estudio para dirigirse a Nueva Ciudad Manitas, dejando a Sicco solo, indefenso y perfectamente bisecado en la oscuridad. La infestación continuaba y limpiarla iba a tomar tiempo y esfuerzo. Había aumentado la prioridad de un exhaustivo trabajo de sanitización en estos apestosos pasillos y el Manitas Mayor ya estaba considerando planos para una distribución mucho más abierta. Era tiempo de efectuar una remodelación en este “agujero oscuro” —una que ni los titanes podrían imaginar— no sólo para regresar a la ciudad a su previa gloria, sino para convertirla en algo mucho mejor, más brillante; más adecuado para los gnomos de Azeroth. Gelbin se quitó sus nuevos lentes y suspiró, tocando los costados de su nariz. Unas cuantas actualizaciones, unas cuantas mejoras; podría acostumbrarse después de todo.

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Universo Expandido

El Encargo de los Aspectos

Matt Burns

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He asesinado a uno de los míos.

El pensamiento azotó a Nozdormu el Atemporal en el momento en el que observó el dragón Bronce disecado. Zirion se había marchitado y se había convertido en una cáscara cuyo tamaño era la mitad del original. Las heridas cubrían su cuerpo desde la cabeza hasta la cola. En lugar de sangre, arena dorada manaba de las heridas en corrientes interminables sobre las que resplandecían imágenes fantasmagóricas de su vida que aún no habían acontecido. Su futuro se escaba a borbotones como desangrándose.

Nozdormu dio varias zancadas a través de uno de los solitarios picos del Monte Hyjal para aproximarse a Zirion, y cada momento de la historia se arremolinaba entre las escamas refulgentes del Atemporal. Mientras se acercaba al dragón moribundo, una profunda sensación de impotencia lo inundó por completo. Un velo impenetrable había descendido sobre los portales del tiempo, uno que ni siquiera él, el Aspecto del Vuelo Bronce y el Guardián del Tiempo, podía penetrar. El pasado y el futuro, elementos que otrora reconocía con claridad, aparecían sumidos en la confusión.

―¿Dónde essstán los otrosss? ―Nozdormu estiró su gran cuello hacia Tick, que se encontraba a su lado. La leal dragona había transportado a Zirion sobre su lomo desde la guarida del Vuelo Bronce en las Cavernas del Tiempo a la mayor de las velocidades, una hazaña solo posible gracias al estado marchito de su pasajero.

La respiración de Tick aún era entrecortada, debido al esfuerzo. —Volvió solo.

—¿Cómo es posible? ―Nozdormu gruñó lleno de frustración―. He enviado a doce al pasado. ¡A doce!

Había encargado a sus agentes que investigasen el inquietante estado de los portales del tiempo, pero ahora no podía evitar tener la sensación de que les había enviado a la muerte. Se suponía que tras volver al tiempo presente, los dragones debían encontrarse con el Atemporal en la cima del Hyjal exactamente a mediodía. Hacía ya tiempo que había pasado ese momento cuando Tick, que no fue enviada a los portales del tiempo, había llegado con Zirion a su espalda.

—¿Qué vissste, Zirion? ―Nozdormu realizó la pregunta mientras comenzaba a entrelazar hechizos para revertir la huida de las arenas del tiempo del cuerpo del otro dragón.

—Temo que haya perdido la fuerza para hablar —afirmó Tick.

El Atemporal apenas la había escuchado. Estaba ocurriendo lo imposible: su magia no surtía efecto alguno. Sus acciones habían sido predichas y contrarrestadas por una hechicería igual de poderosa. Un único ser en todo el plano material poseía la previsión y la capacidad para vencer al Aspecto del Vuelo Bronce en el reino del tiempo...

—Cuando volvió por primera vez de los portales del tiempo —prosiguió Tick, vacilante—, contó lo que vio. Independientemente de a dónde quisieran viajar en la historia, siempre acababan en el mismo punto del futuro… la Hora del Crepúsculo.

Nozdormu bajó la cabeza y cerró con fuerza los ojos. Era justo lo que se temía. Las hebras del tiempo se habían unido y se habían visto arrastradas hacia el apocalipsis. En ese oscuro e inerte futuro, incluso el Atemporal encontraría su final. Al menos, eso era lo que él creía. Hacía varias eras, cuando el titán Aman'Thul le otorgó el dominio sobre el tiempo, Nozdormu también tomó conciencia de su propia desaparición.

—¿Quién le ha provocado essstas heridas? —El Atemporal conocía la respuesta, pero deseaba estar equivocado y quería creer que lo que había visto no fuese más que una anomalía.

—Ha sido el Vuelo Infinito y su… líder —Tick apartó su mirada de la de Nozdormu.

He asesinado a uno de los míos. Esas palabras acusatorias retumbaban en la mente del Aspecto.

En otro tiempo pensaba que el Vuelo Infinito no era más que un síntoma del comportamiento errático del tiempo. Sin embargo, y pese a resultar inconcebible, se había percatado de que él y sus dragones Bronce acabarían abandonando su deber sagrado, proteger la integridad del tiempo, y se afanarían por subvertirla.

Nozdormu meditó sobre los acontecimientos de las semanas anteriores mientras luchaba por controlar su ira. Había estado atrapado en los portales del tiempo hasta hacía poco, cuando el mortal Thrall le recordó la primera lección: vivir en el momento presente es mucho más importante que preocuparse por el pasado o el futuro. El Aspecto Bronce había abandonado su cautividad con una nueva comprensión del tiempo... para acabar teniendo que enfrentarse a sus peores temores.

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—Perdóname —susurró Nozdormu a Zirion, sin saber si su apreciado sirviente todavía conservaba la vista o el oído. El dragón Bronce herido desplazó la cabeza hacia un lado como signo de apreciación. Llevó su mirada de un lado a otro hasta posar sus pálidos y nublados ojos sobre Nozdormu.

—Perdóname —repitió el Atemporal. La boca de Zirion se ensanchó mientras su cuerpo se estremecía. Casi parecía que estuviese riéndose, pero Nozdormu se dio cuenta rápidamente de que estaba sollozando.

Mientras los últimos rastros del futuro de Zirion manaban de su cuerpo, este utilizó las fuerzas que le quedaban para apartarse de Nozdormu con el terror reflejado en los ojos.

****

El Monte Hyjal retumbaba con los sonidos del festejo.

Tras varios retrasos, los dragones Aspectos Alexstrasza, Ysera, Nozdormu y Kalecgos habían combinado sus magias con las de los chamanes de El Anillo de la Tierra y los druidas del Círculo Cenarion para reparar el antiguo Árbol del Mundo, Nordrassil. Más recientemente, había llegado la noticia de que Ragnaros, el señor elemental del Fuego, cuyos esbirros habían pretendido reducir Nordrassil a cenizas, había caído a manos de mortales.

Sin embargo, desde donde estaba Ysera la Despierta, en el Refugio Cenarion, situado en la base del Árbol del Mundo, el júbilo no era más que un lejano susurro. El Aspecto del Vuelo Verde sólo escuchaba una trágica historia.

Iba a reunirse con sus compañeros Aspectos para debatir sobre las siguientes acciones contra Alamuerte, el perturbado líder del Vuelo Negro, responsable de la devastación del mundo durante el Cataclismo. Aunque los defensores de Azeroth habían triunfado recientemente en Hyjal y otras regiones, el torturado Aspecto aún pretendía propiciar la llegada la Hora del Crepúsculo. Mientras viviese no dejaría de intentar cumplir sus oscuros planes.

Sin embargo, en vez de discutir sobre estrategias, Nozdormu había relatado la muerte de Zirion y el último ataque del Vuelo Infinito sobre los portales del tiempo. El terso rostro de elfo noble del Atemporal se llenó de arrugas. Al igual que sus hermanos, había adoptado su forma mortal, algo que los Aspectos hacían siempre que se encontraban cerca de las efímeras razas que poblaban los alrededores de Nordrassil.

—Fue asssesinado por mi magia... Por mí —murmuró Nozdormu. Ysera mantuvo su mirada fija, inquieta. A pesar del horrible aprieto en el que se encontraba el Atemporal, no podía evitar fijarse en lo distante que se sentía de todo lo que la rodeaba. Se encontraba flotando entre el mundo de los despiertos y el reino de los sueños, pero sin estar anclada a ninguno de ellos.

—Debo volver al lugar de encuentro. —El Aspecto Bronce retorcía sus manos de manera ansiosa y se movía inquieto—. Puede que el resto de mis agentes regresen todavía, pero no lo sé con certeza. Solo me queda la esperanza.

Mientras Nozdormu se daba la vuelta para marcharse, Ysera trató desesperadamente de encontrar palabras de alivio que lo confortasen. Estaba claro que se había resignado a su suerte. Aman'Thul le había encargado mantener la pureza del tiempo independientemente de los terribles sucesos que hubiesen tenido lugar o llegasen a ocurrir. De alguna manera, a Ysera le parecía que la carga que el Atemporal soportaba era injusta, pero ella no era quién para cuestionar sus obligaciones.

¿Qué se le puede decir a un ser que haría cualquier cosa por proteger a los dragones de su Vuelo, y que ahora se siente responsable de una de sus muertes?, se preguntó. Su mente era una tormenta de ideas fragmentadas. Era como si estuviese en el interior de una enorme biblioteca destrozada por un huracán. Páginas rebosantes de ideas e imágenes se arremolinaban frente a sus ojos, pero todas eran partes de libros diferentes.

Antes de que la Despierta pudiera traer a colación algo con sentido, Nozdormu ya se había ido. Un silencio espeluznante prosiguió a su marcha. Los elfos de la noche que normalmente habitaban el retiro druídico eran lo suficientemente amables como para dejarlo libre durante las reuniones de los Aspectos, pero la ausencia de vida bulliciosa dotaba al lugar de una atmósfera fría y apagada.

—Poco importa que el Vuelo Infinito esté actuando coordinadamente con Alamuerte —dijo finalmente Alexstrasza la Protectora, reina de los dragones de su especie y Aspecto del Vuelo Rojo—. La razón por la que todos hemos acordado quedarnos en Hyjal es plantear la mejor estrategia para hacerle frente. El interrogante de los portales del tiempo no es más que una prueba aún mayor de que debemos actuar con rapidez. Kalecgos, ¿tu Vuelo ha proseguido su investigación?

—Así es. —El Aspecto del Vuelo Azul se aclaró la garganta e irguió la espalda. La actitud amistosa de Kalec se había convertido en extrañamente formal en los últimos tiempos. Él era el más joven de entre los Aspectos, y se le había elegido recientemente para liderar su Vuelo después del fallecimiento de su antiguo líder, Malygos. Ysera supuso que Kalec estaba intentando probar su valía frente a sus compañeros Aspectos, cuando en realidad ellos ya le veían como un igual.

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Kalec movió la mano en el aire y una serie de runas luminiscentes aparecieron de la nada, cada una de ellas detallaba los experimentos que había realizado su Vuelo. Los dragones del Vuelo Azul habían registrado las antiguas arcas de conocimiento almacenadas en su guarida, El Nexo, con el fin de investigar las debilidades de Alamuerte. Los dragones de Kalec eran los administradores de la magia, y si había una respuesta oculta en lo Arcano, ellos la encontrarían.

—Hemos recuperado partes de la sangre de Alamuerte proveniente del reino elemental de Infralar, donde se escondió durante muchos años. Las muestras eran pequeñas, pero suficientes para nuestras pruebas.

—¿Y cuáles son los resultados por el momento? —La voz de Alexstrasza sonaba enérgica por las expectativas. Ysera no había visto así de esperanzada a su hermana en ninguno de esos encuentros estériles.

—Al imbuir de magia Arcana la sangre en una cantidad suficiente para destrozar a cualquier otro ser, lo único que conseguimos fue enfurecer a las muestras. La sangre se divide y hierve, pero en última instancia se reagrupa de nuevo.

—Ni siquiera la magia Arcana surte efecto. —La Protectora se encorvó ligeramente.

—No obstante, esto no es más que el comienzo de nuestros experimentos —añadió rápidamente Kalec—. Creo que debemos contar con algún tipo de instrumento cuando nos enfrentemos a Alamuerte. Los números, por muy buenos que sean, no son de gran ayuda. Necesitamos un arma. Un arma como no se ha hecho jamás. Mi Vuelo no descansará hasta que solucione esta situación.

—Gracias. —Alexstrasza se volvió a Ysera—. ¿Has tenido alguna visión mínimamente reseñable?

—No, al menos de momento —contestó, ligeramente avergonzada. Durante estas reuniones, la Despierta solía sentirse como una observadora que pasa desapercibida. El titán Eonar le había otorgado el dominio sobre la naturaleza y la exuberante selva virgen conocida como el Sueño Esmeralda. Durante milenios vivió allí como Ysera la Soñadora. Justo antes del Cataclismo, despertó de su sueño. De ahí que ahora recibiera el nombre de Ysera la Despierta. Sus ojos se abrieron tras un largo período en el que habían permanecido cerrados, pero ella se preguntaba qué se suponía que debía ver.

—Infórmanos si se te pasa algo por la mente. —La Protectora sonrió, pero Ysera percibía su ansiedad—. Nos volveremos a reunir el día de mañana.

Con esas palabras, la reunión terminó del mismo modo en que había comenzado: sin respuestas.

A la mañana siguiente, Ysera se estuvo paseando por los campamentos diseminados en la base de Nordrassil. El gran Árbol del Mundo se alzaba sobre ella, con su copa escondida tras una capa de nubes. En uno y otro lado, los chamanes de El Anillo de la Tierra y los druidas del Círculo Cenarion meditaban pacíficamente. Después de sanar a Nordrassil, Ysera había mostrado a los druidas cómo unir sus espíritus con las raíces del árbol para ayudarlas a extenderse por el subsuelo. Los chamanes, mientras, trabajaban para tranquilizar a los elementales de tierra, proporcionando a las raíces un conducto seguro según iban adentrándose en las profundidades de Azeroth. La empresa constituía una unión sin precedentes de dos grupos de mortales distintos. Y sin embargo, por mucho que esto dotase de esperanza a Ysera, ella sabía que sus nobles esfuerzos serían en vano si Alamuerte seguía libre para continuar con sus planes.

La Despierta prosiguió su camino hasta un aislado anillo de árboles, al nordeste del Árbol del Mundo. Cuando accedió a un claro en la arboleda, Thrall ya la esperaba sumido en una profunda meditación. Ysera sentía un profundo respeto por el chamán orco, probablemente mayor del que este imaginaba. Hacía algunas semanas, Alamuerte y sus aliados habían lanzado un ataque contra los Aspectos de los Vuelos Verde, Rojo, Azul y Bronce que habría acabado con ellos de no ser por la intervención de Thrall. Él prestó su ayuda para reunir a los líderes dragones, y fue él quien les recordó su propósito de defender Azeroth. Los Aspectos estaban más unidos ahora de lo que lo habían estado en los últimos diez mil años.

—Thrall —la Despierta hablaba suavemente. La naturaleza se agitaba ante su voz. El viento tiró de las largas y morenas trenzas del orco. La hierba crujió bajo su toga. Pero el chamán no abrió los ojos.

Le asombró su nivel de concentración, pero sabía que no le había sido fácil conseguirlo. Durante el primer intento de curación de Nordrassil, los siervos de Alamuerte tendieron una emboscada a Thrall y dividieron su mente, cuerpo y espíritu en los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Thrall se salvó gracias al esfuerzo de su compañera, Aggra, y un héroe mortal. Desde ese momento, Thrall mostró una conexión recién descubierta con la tierra que iba más allá de la mera comunicación con los elementos. Sentía Azeroth como si fuese parte de él mismo, en una milagrosa conjunción con el mundo. Ysera creía que durante el proceso de recreación de su espíritu la esencia de Azeroth se había introducido en él.

—Thrall. —Ysera colocó cuidadosamente su mano sobre el brazo del chamán.

El orco finalmente salió de su meditación y se puso en pie. —Lady Ysera, he comenzado sin ti. Acepta mis disculpas.

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—Solo estoy aquí para ayudarte cuando sea necesario —aseguró el Aspecto Verde.

—Si se me permite preguntar, ¿qué tal ha ido la reunión?

—Hemos hecho avances —se forzó a sí misma a decir antes de cambiar el tema de conversación—. ¿Podemos comenzar?

—Sí. —Thrall se sentó e Ysera hizo lo propio. Hace mucho que había aprendido que el mejor método de enseñanza era la demostración. Mientras el espíritu de Thrall se fundía con el de la tierra, ella se enlazaba a las raíces de Nordrassil. Las magias eran distintas, pero los principios de la concentración no diferían tanto.

—¿Has tenido los mismos problemas últimamente? —preguntó Ysera. Thrall había hablado de su fracaso a la hora de conectar con la tierra de más allá de Hyjal como si algún tipo de barrera mental bloquease su espíritu. El orco estaba decidido a comprender sus nuevas facultades, pero parecía reacio a adentrarse demasiado en Azeroth.

—Así es. —Thrall frunció el ceño, frustrado—. Me siento como arrastrado por la marea en un gran océano. Cuanto más penetro en sus profundidades, más alejado me siento de la costa…

—Thrall —dijo Ysera mientras recogía un puñado de tierra y lo ponía en la mano izquierda del orco—. Esto es Azeroth. Si tu espíritu puede adentrarse en esta tierra, puede hacerlo en cualquier sitio. Hyjal no es un ancla mágica; es la misma tierra que yace bajo las calles de Orgrimmar o las selvas de Tuercespina. Este mundo es un solo ente.

—Un solo ente… —El orco dirigió su mirada al suelo y comenzó a reír a carcajadas—. Muchas veces, los problemas más complejos se resuelven con las respuestas más sencillas: las que tenemos ante nuestros propios ojos. Mi viejo tutor, Drek'Thar, me dijo esto mismo hace ya muchos años. Te pareces mucho a él. Tan sabia y paciente… Sea cual sea el obstáculo al que me enfrento, siempre sabes cómo sortearlo.

Ysera quiso sonreír al sentir la gran ironía que encerraban las palabras de Thrall.

—Esto será mi ancla. —El chamán cerró el puño con la tierra dentro.

Thrall cerró los ojos y respiró profundamente. Ysera hizo lo propio, para después comenzar a hablar. —Abandona tus pensamientos. Separa tu espíritu de tu cuerpo y siente la tierra que nos rodea. Sé consciente de que las rocas que hay bajo tu ser son las mismas que bajo el mío. Sé consciente de que si puedes dar un paso, también puedes dar el siguiente.

Ysera siguió sus propias instrucciones: su espíritu procedió a unirse con una de las enormes raíces del Árbol del Mundo. Thrall nunca había creído que estuviese predestinado a poseer ese poder ahora floreciente; para él, era solo fruto de la casualidad. La realidad era totalmente opuesta. Su propósito era claro, incluso aunque él no fuese consciente de ello. Todos sus años de dedicación como chamán le habían llevado a conseguir esta extraordinaria capacidad de unirse con la tierra. La Despierta anhelaba poder sentir una plenitud similar.

Sus pensamientos se desplazaron hasta las reuniones con los otros Aspectos. Se concentró en cada detalle, preguntándose si podía existir una respuesta sencilla escondida entre interminables discusiones. La atención de la Despierta se trasladó a Kalec. Algo que el joven Aspecto había mencionado le martilleaba la cabeza.

Un arma. Un arma como ninguna otra.

Esas palabras tenían cierto poder; un significado que iba más allá de su entendimiento.

Un arma…

... como ninguna otra. No puede ser como ninguna otra. Una voz familiar resonaba en su cabeza. Tan abrumadora como un maremoto, que barrió por completo las millones de ideas inconexas que circulaban en su conciencia.

Ysera abrió los ojos de golpe, pero ya no estaba en Hyjal.

Se encontraba flotando en una oscura y cavernosa estancia que reconoció como la Cámara de los Aspectos, el consagrado dominio de los cinco Vuelos. Bajo ella podía verse una reunión de dragones. Ysera (una versión de su pasado) estaba entre ellos, junto con Alexstrasza; Soridormi, consorte principal de Nozdormu; Malygos, último dragón Aspecto Azul, y… Alamuerte.

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No, no la horrible criatura llena de cicatrices del presente. Era Neltharion, el Guardián de la Tierra, otrora orgulloso Aspecto del Vuelo Negro. Pese a que sus compañeros lo desconocían, ya había sido corrompido por los malignos dioses antiguos, unos seres de poder insondable, hermanos de la locura, encerrados en la tierra por los titanes; y había abandonado su deber de proteger Azeroth.

Ysera distinguió el momento de inmediato. Sucedió hace más de diez mil años, durante el transcurso de la Guerra de los Ancestros. La demoníaca Legión Ardiente había invadido Azeroth, y los Aspectos se habían reunido para llevar a cabo una ceremonia que, esperaban, salvaría al mundo de la aniquilación. Estaban reunidos alrededor de un disco dorado sin rasgo distintivo alguno que se encontraba suspendido en el aire.

A primera vista parecía una simple baratija. Sin embargo, se trataba del arma que haría añicos la unidad de los Vuelos. El arma que acabaría con la vida de innumerables dragones del Vuelo Azul y llevaría a Malygos a un retiro milenario. El Alma de dragón.

Ysera contempló aterrorizada el final del ritual. Cada uno de los Aspectos, excepto Neltharion, había permitido que se sacrificase una porción de su esencia, con la que dotaban de mayor poder al artefacto. Los dragones habían aceptado esa drástica renuncia con el convencimiento de que el disco se utilizaría para expulsar a la Legión de Azeroth.

—Está hecho… —declaró Neltharion—. Todos han entregado lo que se debe entregar. En este momento sello el Alma de dragón para toda la eternidad, para que lo que se ha logrado no se pierda jamás.

Un siniestro brillo negro envolvió al Guardián de la Tierra y al artefacto, lo que supuso un sutil indicio sobre su verdadera naturaleza.

—¿Es lo único que podemos hacer? —preguntó de manera discreta la Ysera del pasado.

—Es lo que debemos hacer —respondió Neltharion, casi sin ocultar su posición desafiante.

—Es un arma como ninguna otra. No debe parecerse a ninguna otra —añadió Malygos.

Las paredes de la cámara comenzaron a fracturarse y cayeron como fragmentos de cristal después de la intervención de Malygos, dejando al descubierto el tono esmeralda del terreno del claro. Thrall permanecía en su estado de meditación, ajeno a la visión de Ysera. Ella apenas dirigió su mirada hacia el orco mientras se incorporaba, e intentaba reconstruir lo que había visto. ¿Es un error pensar que el Alma de dragón pueda ser la salvación de Azeroth, después de todo el sufrimiento y muerte que ha desatado?

La Despierta salió rauda de la arboleda en busca de Kalec y Alexstrasza. El resto de los Aspectos pensarán que estoy loca cuando les proponga utilizarla para nuestros propios fines. A pesar de sus temores, un único pensamiento le hacía avanzar: La tiranía de Alamuerte ha de terminar tal y como empezó.

****

La tierra no era un objeto en la mano de Thrall. Era, tal y como se dio cuenta, parte de él, al igual que sus dedos eran parte de su mano, únicos en sí y entre sí, pero partes de un todo más amplio.

El espíritu del orco descendió a la tierra que se encontraba bajo él y a continuación a las profundidades de Hyjal. Sintió cada roca y cada grano de arena como si fueran una extensión de sí mismo. Los caóticos elementales de tierra, a quienes había intentado calmar durante tanto tiempo, lo acogieron, lo recibieron como uno de los suyos.

La montaña mantenía una actividad febril. Los chamanes, Aggra entre ellos, susurraban a la tierra en un coro armonioso que tranquilizó tanto el espíritu de Thrall tal como a los elementos. En otro lugar, los druidas dirigían las raíces de Nordrassil cada vez más hacia las profundidades de Azeroth. La esencia del orco se movía a su lado, en un lugar en el que rocas serradas y trozos de granito se habían reducido a tierra blanda para que el Árbol del Mundo se pudiese nutrir y a su vez reforzase la tierra. Se dejó llevar por el ciclo curativo, y se sintió vivificado.

El espíritu de Thrall llegó a la falda de la montaña. Era lo más lejos que hasta ese momento se había atrevido a ir. La conciencia sobre su cuerpo físico era tan lejana como lo había sido en los intentos anteriores. El orco se centró en la tenue sensación de la tierra en su mano mientras repetía la sabia lección de Ysera. —Esto es Azeroth. Este mundo es un solo ente.

Envalentonado por esas palabras, Thrall puso fin a todas las reservas de su corazón y se sumergió en Azeroth. Su esencia discurrió precipitadamente a través de la gran extensión de tierra que se desplegaba a su alrededor. Se desplazó por la tierra templada por el sol de Durotar y después por las embarradas orillas del Pantano de las Penas. Todas las zonas, independientemente de su lejanía o singularidad, estaban conectadas de un modo que nunca había alcanzado a comprender.

Aparte de las áreas que conocía, Thrall encontró otras zonas y particularidades de Azeroth de las cuales no tenía ningún conocimiento.

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En alguna parte del Mare Magnum existía una misteriosa isla envuelta en bruma...

Bajo los Reinos del Este, una presencia se agitaba en las montañas de Khaz Modan. Su espíritu era poderoso, pero no era un elemental. Era, por extraño que pareciese, similar a Thrall: un mortal que había trascendido los límites de la carne. El desconocido ser patrullaba la antigua tierra de la región como si estuviera manteniendo una vigilancia silenciosa sobre el territorio. Hablaba con un acento enano que retumbaba por todo Azeroth.

—Puesto que somos terráneos y pertenecemos a la tierra. Su alma es nuestra alma; su dolor, nuestro dolor; su latido, nuestro latido...

Thrall también observó que los lugares más profundos del mundo estaban repletos de lesiones causadas por la lava y otras heridas.

En ningún otro lugar halló tanto sosiego como en las inmensas cavernas, frías y de apariencia poco natural, esparcidas por todo el globo. Eran bolsones sin vida a los que incluso los elementales de tierra eran reacios a acercarse.

Uno de los vacíos se encontraba muy por debajo del Monte Hyjal. Thrall dirigió su espíritu hacia el hueco subterráneo. A diferencia del resto de Azeroth, su vista no podía introducirse en el interior de la caverna. A medida se iba acercando, una voz surgió del interior de la cámara, encrespándose con un poder inconmensurable.

—Chamán.

Resonaba en el espíritu del orco como si Azeroth mismo le estuviese hablando.

—Ven.

Thrall fue arrastrado hacia el origen de la voz; forzado a buscarla. Su esencia rodeó el exterior de la cámara hasta que encontró una entrada en las aparentemente impenetrables paredes de la caverna. Mientras empujaba a su espíritu hacia el vacío, rocas y tierra le acompañaron. Los escombros se unieron para formar unas piernas, un torso, brazos y una cabeza; dos polifacéticos cristales hicieron de ojos. Su nueva forma imitaba a su cuerpo físico salvo por el hecho de que estaba formada de tierra.

—¿Quién eres? —gritó Thrall con un agudo estrépito que sonó más a piedras triturándose que a un idioma coherente.

La única iluminación de la estancia provenía de unas fuentes de turbulento magma. Las paredes y el suelo estaban cubiertos con una recia sustancia cristalina tan negra que parecía consumir toda la luz que había a su alrededor.

—Aquí —la respuesta provino del centro del vacío subterráneo—. Aquí reside la verdad del mundo.

Thrall avanzó con dificultad hacia el interior de la cámara, seducido por la autoridad que destilaban esas palabras. Su conexión con el resto de Azeroth y con su cuerpo en Hyjal se reducía con cada paso que daba. En el centro de la caverna se encontraba una figura humanoide, con las facciones ocultas tras una extraña oscuridad, casi tangible.

Caminó pesadamente hacia ella, hasta que dos ojos se abrieron en ese ser escultural, que ardían con el color de la roca líquida.

Thrall dio un salto hacia atrás mientras las sombras que escondían la figura se desvanecían y revelaban un grotesco ser humano. Una enorme pieza de metal con forma de mandíbula se encontraba atornillada a su pálido rostro. Cuernos dentados se enroscaban alrededor de sus hombros, y sus dedos acababan en garras similares a dagas. Vetas de magma recorrían su pecho.

El orco no reconoció al humano, pero sintió su identidad: Alamuerte en su apariencia mortal.

—La arrogancia de los chamanes nunca deja de sorprenderme —la voz del Aspecto Negro retumbó, como si dos inmensos pedruscos se hiciesen añicos el uno contra el otro —. Pretendes dominar un poder que no tienes derecho a alcanzar... Un poder más allá de tu entendimiento.

Thrall se dirigió como una flecha hacia la pared por la que había entrado a la caverna. Varias placas de cristal negro se desprendieron del suelo y golpearon la tierra desprotegida. El orco golpeó la barrera con el hombro, y suplicó a los espíritus elementales que se apartasen. La malévola sustancia no accedió a sus peticiones tal y como ocurría con el resto de elementales de tierra de Azeroth.

—Interesante, ¿verdad? —gruñó Alamuerte tras él—. La sangre de los dioses antiguos no responde a tus caprichos, puesto que no proceden de este mundo. Solo los elegidos pueden dominarla.

Thrall se giró hacia el Aspecto esperando un ataque, pero Alamuerte no había avanzado.

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—He estado esperando tu llegada; he observado cómo tu espíritu se tropezaba a ciegas contra las laderas de Hyjal —dijo Alamuerte—. Había supuesto que te faltaba valor para aventurarte más allá de la montaña, pero tu progreso prueba lo que sospechaba. El resto de los Aspectos quieren otorgarte mis poderes. Desean reemplazarme por un mortal.

Thrall no entendió esas palabras. Pese a que había mejorado sus habilidades, Ysera y sus compañeros le habían dicho que nunca se convertiría en un Aspecto o, por extensión, en el Guardián de la Tierra.

—Ellos no me han otorgado estos poderes. —Thrall bordeó la pared de la caverna, buscando a tientas un resquicio o una debilidad entre las placas de sangre de los dioses antiguos—. Y la decisión de utilizarlos fue exclusivamente mía.

La cámara tembló con la risa de Alamuerte. —Eso es lo que te han hecho creer. Tengo ojos en muchos lugares, chamán. Sé que el resto de los Aspectos han permanecido en Hyjal para trazar una estrategia y que tú estás con ellos. Como cobardes, te han atraído hasta este destino sin tu conocimiento para intentar que mi maldición se convierta en la tuya.

—Lo que se te otorgó fue un don, no una maldición —dijo Thrall. En tiempos recientes había aprendido mucho sobre los titanes y los Aspectos. Hace mucho tiempo, el titán Khaz'goroth había otorgado a Alamuerte el mando sobre toda la extensión terrenal del mundo, y le encomendó la tarea de protegerla frente a cualquier daño. Sin embargo, esta tarea le había hecho susceptible a la influencia de los dioses antiguos constreñida en Azeroth. Las pruebas y tribulaciones que habían aquejado a los Aspectos a lo largo de la historia, desde la traición de Alamuerte hasta la inminente Hora del Crepúsculo, eran parte de la gran estrategia de los dioses antiguos destinada a acabar con la vida en el mundo.

—¿Un don? —dijo gruñendo Alamuerte—. Te equivocas, al igual que el resto de Aspectos, y eres demasiado necio como para reconocer que las cargas que se nos imponen no son más que prisiones.

—Los titanes te otorgaron un propósito —replicó Thrall. Su conexión con Hyjal era más lejana que nunca. Sentía que la tierra que tenía en su mano física a varias lenguas de distancia se le caía entre los dedos.

—No hay propósito en lo que ellos hacen. —Alamuerte dio varios pasos hacia Thrall, cada uno de ellos hice retumbar la cámara —. Azeroth era un experimento para los titanes. Un juguete. Cuando se cansaron de él nos volvieron la espalda a todos y se mostraron indiferentes frente al mundo fracturado que dejaron atrás.

—¡Está fracturado por lo que has hecho, porque abandonaste tu don! —Thrall rugió.

—¡No es un don! —El cuerpo de Alamuerte temblaba con ira.

Thrall notó que sus palabras estaban teniendo efecto. Continuó incitando al Aspecto, con la esperanza de que acabase revelando algún tipo de debilidad. —Era un don que no fuiste capaz de soportar; te faltó fortaleza. El don…

—¡Silencio! —ordenó Alamuerte—. Si quieres llamarlo don, que así sea. Ahora sabrás qué se siente al ser yo; qué se siente al recibir este grandioso don… qué se siente al percibir el ardiente corazón de este mundo como propio…

El dolor estalló en lo más profundo del térreo pecho de Thrall. Las incesantes llamas que rugían en el núcleo de Azeroth se revolvían ahora en su espíritu. Su pétrea piel siseaba y humeaba mostrando un rojo oscuro y violento.

—Ahora sabrás lo que es sentir el peso de este mundo agonizante sobre tus hombros.

Las piernas de Thrall temblaron mientras sentía cómo todas las rocas de Azeroth imponían su presión sobre él. Su cuerpo se astillaba; se quebraba. Se encontraba más allá de la agonía física. Su espíritu se deshacía, asfixiado por la inconmensurable carga.

—¿Y bien? ¿El don es tan agradable como pensabas? —preguntó Alamuerte con gran regocijo—. Esto es lo que quieren los otros Aspectos: encadenarte a este mundo, como han hecho conmigo. Condenarte a una vida de tormento eterno.

Al sentir un dolor tan insoportable, Thrall comprendió que ahora poseía un poder increíble. El peso de Azeroth se encontraba a su servicio. ¿Acaso Alamuerte era tan arrogante como para proporcionarle semejante ventaja?

El orco no cuestionó su intuición; este era el error de juicio que había estado esperando en su oponente. Con un rápido movimiento, Thrall canalizó la carga de Azeroth a su puño y se abalanzó sobre Alamuerte. El poder era absolutamente embriagador. Sentía que podía romper una montaña en dos.

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El Aspecto Negro permaneció inmóvil mientras Thrall se acercaba. Un instante antes de que su puño se estrellase contra el pecho de Alamuerte, el peso de Azeroth, junto con todo su poder, le fue arrebatado.

Su mano golpeó la forma humana del Aspecto, y el brazo de Thrall se desintegró en miles de pedazos hasta la altura del codo. Cayó de rodillas, hundido, y lanzó un alarido lleno de agonía mientras el magma salía a borbotones de su extremidad.

En la lejanía, cerca de su cuerpo físico en Hyjal, sintió cómo la tierra se partía en dos.

****

Había magos mortales, incluso miembros del Vuelo Azul, que afirmaban que las reglas de la magia Arcana eran absolutas. Incluso donde se percibían límites, Kalec solo vislumbraba potencial para nuevos descubrimientos. Para él, la magia no era un sistema rígido de fría lógica. Era el elemento vital del cosmos. Era infinita en sus posibilidades. Lo más parecido a la encarnación de la belleza que conocía.

Cuando Ysera fue a verle para hablar con emoción sobre el Alma de dragón y el papel que podría desempeñar, el desafío de superar lo imposible le consumió de inmediato. A diferencia del resto de Aspectos, Alamuerte no había imbuido su esencia en el arma. La cuestión de cómo podría emplearse eso en su contra era realmente complicada. También generaba una gran preocupación la creencia de que cualquier dragón que utilizase el artefacto en su estado original acabaría irremisiblemente dañado por su poder. El Alma de dragón había destrozado el cuerpo de Alamuerte, lo que le forzó a unir su forma encolerizada con la ayuda de placas de metal.

A pesar de los desafíos que implicaba, Kalec concibió el artefacto como una oportunidad de refrendar su lugar frente al resto de Aspectos, seres a los que siempre había recurrido en busca de inspiración. Se había convertido en Administrador de la Magia en un momento en el que los dragones del Vuelo Azul, Verde, Bronce y Rojo se encontraban en peligro de extinción. Los milagrosos poderes que le habían sido otorgados a su anterior líder, Malygos, por el titán Norgannon, estaban ahora a su disposición. Los dragones del Vuelo Azul, el mismísimo corazón del Vuelo, le habían elegido a él; habían puesto su fe en él. No los decepcionaría.

—No se puede utilizar el Alma de dragón contra Alamuerte, puesto que no contiene su esencia —dijo Alexstrasza, aunque se percibía cierto tono de incertidumbre en su voz. Después de que Ysera informara a Kalec de su descubrimiento, los dos Aspectos se habían citado con la Protectora en su lugar de reunión en el Refugio Cenarion para discutir el plan.

—Cierto —balbuceó el Aspecto Azul. Sintió cómo las miradas de los otros Aspectos le taladraban, como si pretendiesen juzgar cada palabra que pronunciase—. Necesitaríamos su esencia. Desgraciadamente, las muestras de sangre que conseguimos, pese a que no dejan de tener valor, no contienen lo que buscamos. Aunque con la suficiente magia Arcana, podríamos alterar las propiedades del Alma de dragón para que pudiera afectarlo… Al menos en teoría.

—En teoría —repitió la Protectora.

Kalec se estremeció en su interior. El artefacto era, objetivamente, un riesgo. Mucho de lo que sabía sobre cómo funcionaba lo había tomado de los escritos de los magos del Kirin Tor, en concreto del humano Rhonin. Él había manejado el arma y había adivinado parte de sus características, y su tratado sobre el tema constituía una fuente de información incalculable para Kalec. Sin embargo, muy poco de aquello se había demostrado.

—No tenemos otra opción. —Ysera dio un paso al frente, para alivio de Kalec—. Sé que te duele, pero parece lo mejor. Esta arma fue la que comenzó todo... La que nos hizo pedazos. Esta oscura era en nuestras vidas debe terminar tal y como empezó.

Alexstrasza bajó la mirada. Kalec percibió cómo la confusión iba haciendo mella en ellos. A decir verdad, había estado preocupado por cuál sería la reacción de la Protectora frente al ardid. Estaba al corriente de la sórdida historia del artefacto. Al finalizar la Guerra de los Ancestros, los Aspectos Azul, Verde, Bronce y Rojo habían encontrado y encantado un arma para que ni Alamuerte ni ningún otro dragón pudiesen volver a blandirla. Milenios después había caído en las manos de los orcos Faucedraco, quienes la utilizaron para esclavizar a la Protectora y a su prole. Muchos dragones del Vuelo Rojo se habían visto forzados a actuar como monturas de guerra durante esos ignominiosos tiempos.

—Esta es la respuesta que aguardábamos, Lady Alexstrasza —aseguró Kalec.

—Lo sé... —la voz de la Protectora sonaba desolada—. Partiré para informar a Nozdormu. Continúa con tu investigación. Todo dependía del Atemporal. Aunque Kalec encontrase algún modo de modificar el artefacto, los Aspectos necesitarían pedir ayuda a Nozdormu para hacerse con él a través de los portales del tiempo. El Alma de dragón ya no existía en el presente. En su mayor parte había sido destruida por Rhonin, hacía más de una década. Después, la dragona del Vuelo Negro Sinestra se había hecho con los fragmentos restantes, que prácticamente no poseían poder alguno, y los utilizó para sus propios fines. Esos últimos fragmentos del Alma de dragón también se habían destruido. Pedir que el Atemporal recuperara el artefacto era una tarea imposible, pero Kalec, Ysera y Alexstrasza sabían que debían hacerlo.

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Después de que la Protectora se marchase, Kalec volvió hasta una pequeña mesa en el Refugio Cenarion. Sobre su superficie había varios orbes de visión esparcidos, los cuales utilizaba para comunicarse con sus agentes en El Nexo. Cogió uno de los dispositivos y lo hizo rotar en su mano, mientras reflexionaba sobre los obstáculos que suponía el Alma de dragón.

Ysera caminó hacia Kalec, y cuando abrió la boca para hablar, la tierra se retorció, lo que estuvo a punto de derribarlos a ambos. Comenzaron a llegar gritos procedentes de Nordrassil, donde El Anillo de la Tierra y el Círculo Cenarion se encontraban acampados. El Aspecto Azul intercambió una mirada cautelosa con Ysera. Los temblores habían sido algo frecuente desde el Cataclismo, pero este se dejó sentir como si se hubiese originado justo bajo sus pies.

La tierra volvió a convulsionar, esta vez con más violencia que antes.

—No puede ser… —Los ojos de Ysera se abrieron mientras se apoyaba contra una de las paredes de madera de una estructura druídica. La mezcla de temor y comprensión en su voz hizo que Kalec se sintiese inquieto.

—¿Es Alamuerte? —Un escalofrío de terror subió por su espalda—. ¿Está aquí?

El Aspecto Verde salió corriendo del edificio sin siquiera contestar. Kalec siguió sus pasos mientras ella corría hacia la base de Nordrassil.

Numerosas fisuras se habían abierto alrededor del Árbol del Mundo. Allí, los chamanes y los druidas se afanaban en llevar a un lugar seguro a los compañeros que habían caído en las simas. Ysera, sin embargo, no se detuvo. Para confusión de Kalec, prosiguió su camino más allá del Árbol del Mundo hacia una hilera de árboles que rodeaban un tranquilo claro. Sentado en el centro estaba Thrall, absorto en su meditación, o al menos eso es lo que parecía. Su compañera, Aggra, se encontraba a su lado, y se afanaba en sacudir los hombros del orco.

La hembra de piel marrón se volvió hacia Kalec e Ysera cuando los dos Aspectos llegaron al claro.

—Algo le pasa a Go'el —dijo, utilizando el nombre de nacimiento del orco—. Fui en su busca cuando comenzaron los terremotos, y me lo encontré así. No parece poder salir de este estado. ¿Qué ha pasado?

Ysera se arrodilló junto a Thrall. El orco parecía estar sufriendo una agonía extrema, su rostro se retorcía de dolor, pero no había ninguna herida visible en su cuerpo. —Entonces es él… —dijo el Aspecto Verde.

La Despierta examinó la mano izquierda de Thrall. Por lo que Kalec pudo ver, estaba vacía. Esto hizo que el Aspecto Verde se detuviera. Rápidamente, cogió un puñado de tierra y lo depositó sobre la palma del orco.

—¿Existe algún tipo de conexión entre Thrall y los terremotos? —preguntó Kalec.

—Ha entrado en comunión con la tierra como ningún otro chamán lo ha conseguido antes. La tierra es parte de él y él es parte de ella. Algo ha atrapado su espíritu. Estas grietas… son sus heridas.

—Tiene que haber algún modo de liberarlo —rogó Aggra.

—Si su espíritu no ha viajado demasiado lejos de Hyjal, existe alguna posibilidad. —Ysera se levantó y se acercó a Aggra—. Debemos reunir a los chamanes y a los druidas. Nos queda mucho trabajo por delante.

La compañera de Thrall se mostró dubitativa. —No puedo dejarle así…

—Si deseas salvarle debes confiar en mí. —La voz de Ysera no era más que un susurro, pero hizo que Kalec sintiese una apremio irrefrenable.

Aggra también debió de sentir algo similar. Lentamente, siguió al Aspecto Verde.

—Lady Ysera, ¿hay algo que pueda hacer? —Kalec se sintió penosamente fuera de sitio. El problema de Thrall tenía que ver con el reino de los elementos, un dominio en el que el Aspecto Azul no tenía poder alguno.

—Permanece a su lado y, pase lo que pase, asegúrate de que siempre haya tierra en su mano.

Tras eso, Ysera y Aggra se marcharon; mientras lo hacían, Aggra miraba hacia atrás por encima del hombro, visiblemente preocupada.

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No era la respuesta que Kalec esperaba, pero accedió. Durante unos breves instantes dudó si Ysera le había encomendado una tarea tan exigua porque no le consideraba suficientemente importante, pero sabía que la Despierta no juzgaba al resto de esa manera. No había ningún doble significado en sus palabras. Se le necesitaba allí. Nada más.

Mientras se sentaba junto a Thrall, Kalec se dio cuenta de que quizás había estado demasiado concentrado en encontrar un modo de derrotar a Alamuerte él mismo, lo que le habría hecho desdeñar otras soluciones más viables. Si Thrall realmente había conseguido combinar su esencia con la de la tierra y viceversa, ¿significaba que este mortal poseía una porción de Azeroth en su espíritu, al igual que Alamuerte?

El Aspecto Azul sacó un orbe de visión de una bolsa que tenía al lado. Tras un instante, la turbia bruma del interior del artefacto se disipó y reveló el rostro de Narygos, un miembro de su Vuelo.

—Kalecgos. —El otro dragón inclinó su cabeza.

El Aspecto Azul devolvió el gesto antes de comenzar a hablar. —Existió un ser de breve existencia que empuñó el Alma de dragón contra el Vuelo Rojo, ¿no es así?

—El orco llamado Nekros Aplastacráneos —respondió Narygos—. Una criatura de lo más despreciable.

—Sí, cierto. Fue él. ¿Hasta qué punto le dañó el artefacto?

—Según lo que documentó Rhonin sobre el asunto, no recibió daño alguno —afirmó Narygos—. El Alma de dragón no afecta de manera negativa a las razas de existencia breve del mismo modo en que nos afecta a nosotros. De hecho, en ese sentido se podría decir que es único.

—Gracias, amigo mío. Eso es todo. —Kalec devolvió el orbe a su bolsa.

Thrall, un mortal que ha accedido a la esencia de la tierra, reflexionó el Aspecto Azul. No hacía demasiado tiempo, el orco había ayudado a Kalec, Ysera, Nozdormu y Alexstrasza a entrar en comunión con la tierra, lo que les permitió combinar sus poderes y evitar un ataque por parte de los siervos de Alamuerte. En ese momento, el chamán había actuado como mero conducto hacia Azeroth. Ahora, sin embargo, era mucho más que eso. Él era la respuesta… el fulcro a través del cual el Alma de dragón se podía emplear contra su hacedor.

Kalecgos puso algo de tierra en la palma de Thrall y observó el rostro del orco retorcido por el dolor. Temía que la única esperanza que los Aspectos tenían para completar su empresa estuviese a punto de perderse para siempre.

****

Alamuerte pasó sus garras por el pecho de Thrall, lo que causó otro corte en la térrea piel del orco. El cuerpo del chamán estaba plagado de grietas, pero ninguno de los ataques de su enemigo había sido mortal.

El Aspecto Negro anhelaba acabar con la voluntad de Thrall, transformarlo en un agente de los propios designios del dragón. Era la única explicación que el orco podía encontrar a por qué su adversario no había acabado aún con él.

Alamuerte estaba a punto de conseguirlo. Atrapado en la caverna, el espíritu de Thrall se había vuelto insensible a Azeroth, salvo por su dolor. Si se hubiese encontrado en esta situación sólo unas semanas atrás, cuando las dudas, los temores y la rabia anidaban en su corazón, se habría entregado. Se habría perdido a sí mismo en esta jaula de aislamiento. Y sin embargo, nunca antes se había sentido más seguro de su propósito como chamán.

—Los titanes creían que tendrías la fortaleza suficiente como para aguantar —dijo Thrall. Su poder no era nada comparado con el del Aspecto, así que el orco utilizó las únicas armas a su disposición: las palabras—. Creían en ti. ¿Qué fue lo que provocó que fracasases y te aliases con los seres que buscan poner fin a todo tipo de vida en Azeroth? ¿El miedo? ¿Las dudas?

—Tus lealtades están equivocadas, chamán. Si así lo quisieran, los titanes exterminarían a los de tu credo y al resto de razas menores sin siquiera pensárselo dos veces. Los dioses antiguos conocen la inutilidad de los trabajos de los titanes. Se han comprometido a acabar con los grilletes de mi carga. Cuando ese día llegue, purgaré cualquier resto de la presencia de los titanes y reinaré sobre este mundo desde la cima. Azeroth renacerá.

Alamuerte lanzó su rodilla contra el pecho de Thrall, lo que envió al orco contra la pared de la caverna. El chamán estaba luchando por levantarse, cuando escuchó una serie de voces que reverberaban a través de la tierra del exterior de la cámara. Era el Anillo de la Tierra: Muln Furiatierra, Nobundo y… Aggra.

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Los chamanes estaban buscándole a través de los espíritus de los elementales. Thrall intentó alcanzar su cuerpo físico y, para su sorpresa, sintió un fresco y húmedo montón de tierra en su mano. Su comunión con la enorme extensión de tierra entre Hyjal y la caverna volvió a la vida. El orco hizo uso de toda su concentración para realizar mentalmente un grito de respuesta a los elementales situados justo en el exterior de la cámara.

A continuación, se hizo el silencio.

Estaba preparándose para realizar otra llamada cuando su energía aumentó de manera inesperada y su cuerpo térreo comenzó a sanarse. En ese momento se percató de que los chamanes también estaban sellando las simas en Hyjal. Según iban avanzando, sus heridas se iban curando. El orco se puso en pie de un salto; se sintió totalmente revitalizado.

—No has respondido a mi pregunta —dijo Thrall—. ¿Fracasaste por el miedo y las dudas?

Los ojos de Alamuerte ardieron con un tono carmesí. Se lanzó hacia adelante y cogió a Thrall por el cuello, y lo zarandeó en el aire. El Aspecto Negro pasó una de sus salvajes garras sobre el estómago del orco.

—En un sistema absolutamente imperfecto, el único fracaso es negarse a ver la realidad. La cantidad de desdichados seres que consigáis engañar tú y el resto de los Aspectos con vuestra inútil causa es absolutamente irrelevante. La victoria seguirá estando fuera de vuestro alcance mientras continuéis malgastando vuestras vidas por un futuro sin ningún tipo de esperanza.

La pétrea piel de Thrall se derretía por el lugar en el que el Aspecto Negro le agarraba el cuello. Alamuerte apretó con más fuerza, sus dedos se hundieron en la garganta del orco. Su conexión con Hyjal volvía a flaquear.

—No… —dijo gruñendo el orco mientras se retorcía contra Alamuerte—. Venceremos… porque nos enfrentamos a los desafíos… juntos. ¡Tú fracasaste… porque decidiste… soportar tu carga… solo!

La tierra que rodeaba la caverna comenzó a temblar, lo que Thrall atribuyó a una manifestación de la ira de Alamuerte. Y sin embargo, en lugar de apretar aún con mayor fuerza, el Aspecto Negro lo arrojó a un lado.

Alamuerte extendió sus garras y rugió completamente lleno de ira. Rocas enormes de sangre de los dioses antiguos se desprendieron del suelo de la caverna y se desplazaron hasta una esquina superior de la cámara, formando una gruesa barrera de sustancia cristalina. Thrall tardó un rato en comprender el origen de los temblores. Las raíces de Nordrassil se precipitaban hacia la cámara, y se abrían paso a través de las rocas y la tierra a una velocidad inverosímil.

El Anillo de la Tierra y, por lo que parecía, el Círculo Cenarion, lo habían encontrado.

Thrall cargó y se estrelló contra el Aspecto. Consiguió derribarlo e interrumpir su hechizo. Alamuerte se puso en pie, la sangre le hervía. Su cuerpo palpitaba y remolinos de lava se deslizaban por entre las grietas de su coraza. El dragón Negro comenzó a moverse hacia Thrall, cuando una de las raíces de Nordrassil explotó atravesando la pared de la caverna y provocando una lluvia de fragmentos de cristal.

Alamuerte aferró sus pies al suelo mientras la raíz del Árbol del Mundo se abalanzaba contra él. Durante un breve período de tiempo mantuvo su posición ante el ariete viviente, cuya anchura era superior a la envergadura de un kodo. Otras tres raíces se unieron poco después; irrumpieron en la caverna y llevaron al Aspecto Negro hasta el fondo de la cámara.

Una quinta raíz entró lentamente en el hueco. Se enroscó alrededor de la cintura de Thrall y le expulsó de aquel vacío. Una vez fuera, la comunión del orco con su cuerpo físico cobró fuerza. Sintió la tierra tal y como era, como debía ser, sin la influencia de los dioses antiguos. Todo el dolor y la agonía que había experimentado, los sentimientos que desgarraban el espíritu y constituían la completa existencia de Alamuerte, se desvanecieron.

****Alexstrasza halló al Atemporal esperando.

Permanecía inmóvil en la cima de la montaña. Lejos como estaba de los campamentos de chamanes y druidas, la Protectora había asumido su forma de dragón. Era reconfortante poder estirar de nuevo sus alas después de pasar tanto tiempo en su cuerpo élfico. Tras aterrizar junto al escamoso Aspecto Bronce, le contó el plan de Ysera y Kalec respecto al Alma de dragón y el papel que él tendría que asumir. La Protectora había supuesto que Nozdormu la rechazaría, y ella no habría preguntado por qué. Sin embargo, mostró un estado de ánimo mucho más contenido de lo que ella esperaba.

—El Alma de dragón… —dijo Nozdormu—. Ha habido vecesss en las que he pensado en volver y reparar lo que sucedió ese día. Salvar el Vuelo de Malygo… alejarnos a todosss de ese horrible destino.

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El Atemporal lanzó un gran suspiro sin dejar en ningún momento de dirigir su mirada hacia el horizonte. —Y si hiciera eso, no me diferenciaría en nada del Vuelo Infinito y de… mi futuro yo.

—Te diferenciarías más de lo que te imaginas —respondió Alexstrasza—. Eonar me encomendó la tarea de proteger la vida. Cuando se abordó el asunto del Alma de dragón, me pregunté a mi misma cómo podía compatibilizar mi deber con el hecho de recuperar el arma más destructiva que jamás se haya forjado.

—Y, a pesar de todo, pretendes hacerlo —respondió Nozdormu.

—Sí. Porque para proteger la vida, en ocasiones debemos destruir aquello que pretende destruirla.

La Protectora había estado pensando largo tiempo acerca del Alma de dragón y el indescriptible sufrimiento que había causado no solo a ella misma y a su Vuelo, sino también a otros seres vivos a lo largo de la historia. En última instancia, había llegado a una dura conclusión: ningún coste sería demasiado alto si implicaba preservar el mundo.

—No puedo obligarte a hacer algo que no creas que es lo correcto —dijo Alexstrasza—. Pero hazte esta pregunta: ¿Acaso Aman'Thul te concedió el dominio sobre el tiempo solo para que pudieses contemplar la muerte de este mundo?

—Ese futuro habitado por el Vuelo Infinito… Si tuviese que viajar allí… —Nozdormu se fue apagando. La aprensión y el temor se dibujaron en la expresión del Atemporal. La Protectora sintió que algo relacionado con el apocalipsis, más allá del estado de los portales del tiempo, inquietaba al Aspecto Bronce. Sin embargo, ya había pedido demasiado a Nozdormu; si no deseaba hablar sobre sus preocupaciones, era su decisión.

Alexstrasza inclinó su cabeza hacia Nozdormu y habló con suavidad. —A cada uno de vosotros se os ha dado un don…

—A cada uno de vosotros ssse os ha impuesto una obligación. —El Atemporal completó la antigua frase sin dudarlo. Era la última orden que los titanes dieron a los Aspectos; se trataba de un recordatorio de que, si bien cada uno de ellos era único, sus poderes y conocimientos nunca se debían entender como separados. Formaban un todo.

—El tiempo es tu responsabilidad, del mismo modo que la vida es la mía, ¿pero cuál es nuestro deber? —dijo Alexstrasza.

—Preservar essste mundo… cueste lo que cueste. Evitar la Hora del Crepúsculo —susurró Nozdormu.

El Atemporal se detuvo justo después. La Protectora alzó la mirada al cielo y la pena invadió su corazón. —¿Ha vuelto algún otro de tus agentes?

—No. Ninguno lo hará. Pero seguiré esperando. Una vez essstuve perdido en el tiempo hasta que Thrall me ayudó. Ahora essstoy perdido fuera de él. —Para sorpresa de Alexstrasza, el Aspecto Bronce soltó una leve risa sombría.

El Atemporal alejó por fin la mirada del horizonte y llevó su mirada a Alexstrasza. —Me he mostrado demasiado rígido durante demasssiado tiempo. Tienes razón. El tiempo de la espera ha terminado…

****

Los cuatro dragones Aspectos y Thrall se habían reunido en el retiro druídico situado a los pies de Nordrassil. Una representación etérea del Alma de dragón planeaba en el aire entre ellos. A Alexstrasza estar allí le ponía la carne de gallina. De alguna manera, le recordaba a la ceremonia que se llevó a cabo milenios atrás para dotar de poder al artefacto.

A pesar de ser una réplica Arcana invocada por Kalecgos, el arma tenía poder. Inmersos en la tenue luz violeta que emitía la imagen del Alma de dragón, los Aspectos notaron que sus sombras oscilaban entre sus formas mortales de ese momento y sus auténticos cuerpos de dragón.

—Si tenemos que conseguir el Alma de dragón, debemos primero viajar al futuro que he previsto: el propio Fin de los días —dijo Nozdormu—. Al destruir al Vuelo Infinito y a su líder, quien reina en el apocalipsis, los portales del tiempo se volverán a abrir, lo que nosss permitirá adentrarnos en el pasado y recuperar el Alma de dragón.

—¿Cómo proseguirá la historia si de repente cogemos el artefacto mediante los portales del tiempo? —preguntó Thrall. El orco había permanecido en silencio entre los Aspectos. Ya les había proporcionado una gran ayuda. La Protectora quería que disfrutase de cierta paz, pero necesitaba que volviese a poner su vida en peligro una vez más por la seguridad de Azeroth.

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—El tiempo, a diferencia de lo que algunos puedan pensar, no esss lineal. Mi Vuelo detendrá el flujo de la historia para negar el impacto que tuvimos en el pasado. Pero solo podemos garantizar la integridad de los portalesss del tiempo lo estrictamente necesario. Una vez realicemos nuestra tarea devolveremos el Alma de dragón al lugar al que pertenece…

—En lo que respecta al lugar al que pertenece —dijo Kalecgos —, existen muchos puntos en el tiempo en los que podríamos obtener el artefacto. Sus propiedades, sin embargo, sufrieron alteraciones a lo largo de la historia. Si queremos que nuestro plan tenga éxito, debemos utilizar el arma en su forma más pura. Una vez que Nozdormu haya abierto los portales del tiempo, cogeremos el Alma de dragón en la época en la que fue creada: la Guerra de los Ancestros.

—Entonces ya solo nos resta saber quién la empuñará —dijo Alexstrasza, e hizo un gesto a Thrall.

—Mi amigo. —Kalecgos posó su mano sobre el hombro de Thrall—. Por lo que he descubierto, el artefacto fue construido de tal manera que los dragones que lo empuñan acaban destrozados por sus energías. Hace que nos invada un dolor que lleva a la locura. Sin embargo, los seres cuya existencia es corta, debido a su naturaleza, pueden utilizarlo sin sufrir daños en su cuerpo.

—Lo que te pedimos entraña un gran riesgo, Thrall. —La musical voz de Ysera se desplazó a lo largo de la estancia—. Después de que traigamos el Alma de dragón al presente, deberás llevarla al Templo del Reposo del Dragón. Se trata de un lugar con un gran poder, en comunión con la Cámara de los Aspectos, donde originariamente se imbuyó el artefacto. El Alma de dragón ya tendrá poder, pero nosotros le introduciremos nuestras esencias de nuevo, lo cual hará que sea más potente que nunca… y potencialmente más inestable. Debes saber que si Alamuerte está al tanto de nuestras intenciones, es más que probable que tanto él como sus esbirros se dirijan al templo para detenerte a toda costa.

—No pretendo cuestionar tu sabiduría —dijo humildemente Thrall —, pero otras razas a lo ancho y largo de Azeroth también han sufrido la ira de Alamuerte. Podríamos reunir un ejército de mortales como ningún otro para acabar con el Aspecto Negro. ¿No sería un plan más sencillo?

—Incluso aunque todos los mortales se enfrentaran a Alamuerte, no valdría de nada —dijo Alexstrasza—. Las oscuras energías de los dioses antiguos lo han transformado. Ningún ataque físico, por grande que sea, puede destruirlo. Hay que… acabar con él. Debemos destruir su misma esencia, y solo el Alma de dragón tiene el poder para hacerlo.

—Pero solo si nos acompañas —añadió Kalec—. El artefacto fue imbuido con la esencia de los cuatro Aspectos, pero Alamuerte nunca introdujo la suya en él. Si vamos a utilizar esta arma para derrotarlo, tenemos que infundir al artefacto el poder del Guardián de la Tierra. Tú, Thrall, posees una porción, aunque sea pequeña, de eso mismo: la esencia de la misma Azeroth.

—A nosotros nos resulta imposible utilizar el Alma de dragón —dijo Alexstrasza a Thrall—. Es tu responsabilidad… si así lo eliges. Esto es mucho más de lo que hubiera deseado pedirte, especialmente después de haber arriesgado ya tu vida para ayudarnos.

—Para mí es un honor el que solicitéis mi ayuda —dijo Thrall—. Solo tengo una petición. Las razas de breve existencia acabaron con Ragnaros, y antes de él con el Rey Exánime e innumerables amenazas más. Una y otra vez, hemos sido fundamentales a la hora de salvaguardar Azeroth. Estamos tan involucrados en esa causa como vosotros. Con todo el debido respeto, creo que este plan, noble como es, solo puede salir adelante con su ayuda.

No había ninguna duda de que Thrall estaba en lo cierto. Alexstrasza había puesto sus esperanzas en evitar arrastrar a más mortales a esta peligrosa empresa.

—Si así lo desean, son bienvenidos. —Siempre hay gente que da un paso al frente. —El orco sonrió—. Realizaré el llamamiento.

Tras la marcha de Thrall, los Aspectos se quedaron en silencio.

—Hay una cuestión a la que no dejo de darle vueltas —dijo Kalec—. Si detener la Hora del Crepúsculo es nuestro propósito. Si por ese motivo nos crearon los titanes, entonces ¿qué nos sucederá cuando lo consigamos?

Una fría brisa se adentró silenciosamente en el Refugio Cenarion, como si quisiera resaltar las palabras de Kalec. Los Aspectos se mostraron inquietos y se miraron de reojo los unos a los otros. Todos habían reflexionado sobre ese preocupante misterio.

—Sssí… Si cumplimos con nuestro deber, ¿qué valor tendremos después? —meditó Nozdormu—. Con los portales del tiempo profanados, ni siquiera yo puedo ver lo que nos deparará el futuro…

—¿Nuestras acciones resultarán en una pérdida… o un logro? —reflexionó Ysera.

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—Obviamente, los titanes tenían un plan para nosotros —argumentó Kalec—. Magia, tiempo, vida, naturaleza… Todo eso existirá siempre. La lógica nos dice que nosotros deberíamos salvaguardarlo para toda la eternidad.

Alexstrasza se quedó observando mientras Ysera, Kalec y Nozdormu comenzaron una discusión en la que afloraron sus esperanzas y preocupaciones. El camino que debían seguir era recto, pero más allá de la Hora del Crepúsculo se hallaba envuelto en una niebla de incertidumbre. La Protectora mantuvo sus propios temores bien encerrados dentro de sí misma. Ella era la reina de los dragones, y si había existido un momento en el que sus compañeros la necesitaban como guía, era este.

—Ninguno de nosotros lo sabe a ciencia cierta —dijo Alexstrasza, llamando la atención del resto—. Y si lo supiésemos ¿realmente importaría? Por esto es por lo que los titanes nos encomendaron nuestra tarea. Los maravillosos dones que nos concedieron son los que ahora debemos utilizar.

La Protectora agarró las manos de los dos Aspectos que estaban más cerca de ella, Ysera y Kalecgos. Ellos, a su vez, hicieron lo mismo con Nozdormu. Sus magias se entremezclaron, fluyendo a través de cada uno de los dragones. Las tranquilizadoras energías calmaron sus nervios y se sintieron envueltos por una sensación de férrea determinación.

—Nos adentraremos en lo desconocido como uno solo —dijo Alexstrasza—. Como debió ser siempre.

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Universo Expandido

Camino a la Perdición

por Evelyn Fredericksen

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—Me estoy cansando de este acoso continuo. Estaba en pleno estudio de delicada magia que requiere semanas de preparación y diversos rituales —Kel’Thuzad se vio obligado a esperar durante horas, exasperado por haber sido insultado, antes de que se le permitiera la mínima cortesía de explicarse ante sus acusadores. Los supuestos portavoces del grupo, Drenden y Modera, habían sido desde hace tiempo sus críticos más fragorosos. No obstante, no habrían pronunciado esta última acusación sin el apoyo de Antonidas, que aparecería tarde o temprano. ¿Qué traería por aquí al anciano?

Drenden resopló. —Es la primera vez que oigo llamar “delicada” a ese tipo de magia.

—Una opinión ignorante de un hombre ignorante —dijo Kel’Thuzad con fría precisión.

Entonces, una voz distante le habló, una voz amiga. Sus comentarios le resultaban ya tan familiares que los consideraba como propios. Te temen y envidian. Al fin y al cabo, gracias a estos nuevos estudios, seguirás adquiriendo nuevos conocimientos y poder.

De repente, hubo un destello, y un archimago de pelo gris con cara de pocos amigos apareció en la entrada. Bajo el brazo llevaba un pequeño cofre de madera. —De no haberlo visto por mí mismo, no lo habría creído. Una vez más, has vuelto a abusar de nuestra paciencia, Kel’Thuzad.

—El venerable Antonidas por fin nos deleita con su presencia. Empezaba a pensar que habrías enfermado.

—Te asusta la vejez, ¿no es cierto? —interrumpió Antonidas—. Un día te darás cuenta de que es inexorable.

Si eso le consuela, deja que opine así…

Como para tranquilizarlo, Antonidas añadió: —En cuanto a mi salud se refiere, no hay de qué preocuparse. Tan solo andaba ocupado en otros asuntos.

—¿Acaso buscando pruebas de magia prohibida entre mis estancias? Deberías encontrar mejores recursos.

—Cierto, pues tus estancias no albergan evidencia alguna. Aunque esos almacenes que posees en las tierras del norte… —Antonidas le miró con repugnancia.

¡Maldito! Menudo fisgón pretencioso. —No tenías ningún derecho a…

Antonidas golpeó su bastón contra el suelo para hacerlo callar, y se volvió hacia los otros magos. —Ha convertido los edificios en laboratorios para realizar una serie de sucios experimentos. Vedlo vosotros mismos, compañeros. Contemplad el fruto de su trabajo —abrió el cofre y lo inclinó para que todos pudieran verlo bien.

Restos de rata en estado de descomposición. Dos seguían escarbando torpemente a los lados del cofre en un vano intento de escapar. Varios magos se apartaron, en una ola de consternación. Incluso el elfo noble de pelo dorado, sentado al final de la sala, parecía sobresaltado, pues la edad del Príncipe Kael’thas descartaba la posibilidad de que fuera capaz de realizar una hazaña como ésa.

Volviendo la mirada hacia las ratas cautivas, Kel’Thuzad apreció que éstas yacían ahora inmóviles. Más fallos, aparentemente. No importaba. Algún día crearía un espécimen estable e inmortal. Tendría una buena razón que justificara tantas horas de trabajo… Tan solo era cuestión de tiempo.

El hechizo que te silencia tiene varios cabos sueltos. ¿Quieres que te muestre cómo terminar de deshacerlos?

El tiempo y su aliado desconocido, cuya enigmática voz oía en ocasiones, le ayudarían a avanzar un paso más hacia su objetivo. ”Muéstrame cómo“, pensó.

De repente, apareció un destello, tras el que se descubrió una mujer joven. Cuando se acercó a Antonidas, los ojos del elfo noble la siguieron con mirada a la vez desazonada y amenazadora. Pero Lady Jaina Valiente no le prestó atención: estaba completamente concentrada en su labor. El apuesto príncipe no tenía ninguna posibilidad.

Sus intensos ojos azules dedicaron una mirada curiosa a Kel’Thuzad. Tomó la caja de las manos de Antonidas, que explicó: —Mi aprendiz podrá apreciar que el cofre y su contenido han sido incinerados.

La mujer inclinó la cabeza y se teletransportó, saliendo de la estancia. Al otro lado, el elfo noble miraba el espacio ahora vacío con el ceño fruncido. Bajo otras circunstancias, a Kel’Thuzad esta escenita de teatro mudo le habría parecido divertida. Sin poder defenderse, Antonidas proseguía con su diatriba. Conteniendo su furia en absoluto silencio, Kel’Thuzad, se esforzó una vez más por liberarse.

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—Ya hemos permitido que la situación llegue demasiado lejos. Le hemos reprendido a menudo por sus más que cuestionables propensiones. Intentamos guiarlo, y ahora nos enteramos de que ha estado practicando la magia oscura. Los habitantes del Kirin Tor comienzan a pronunciar su nombre como si de una palabra maldita se tratase.

—¡Mientes! —exclamó Kel’Thuzad con todas sus fuerzas, y captó la atención de algunos de los magos, que esperaban oír una explicación—. Los campesinos recuerdan la Segunda Guerra tan bien como yo. Di lo que te plazca sobre los orcos, pero sus brujos ostentaban gran poder, un poder contra el que poco podíamos defendernos. Tenemos una obligación: debemos aprender a manejar y hacer frente a este tipo de magia solos.

—¿Para formar un ejército de ratas muertas, cuya existencia sobrenatural tenga las horas contadas? —replicó Antonidas con brusquedad—. Sí, hijo, también encontré tus diarios. Has guardado un registro muy detallado sobre esta empresa abominable. No puedes pretender utilizar estas criaturas patéticas contra los orcos. Asumiendo, por supuesto, que los orcos emerjan algún día de su letargo, escapen de los campos de reclusión, y de alguna manera, consigan volver a convertirse en una amenaza.

—Por ser un poco más joven que tú no creo que puedas calificarme de niño —replicó Kel’Thuzad—. En cuanto a las ratas, me sirven para hacerme una idea de mis progresos. Se trata de una técnica experimental básica.

Antonidas suspiró. —Me consta que últimamente pasas la mayor parte del tiempo en el norte. Tus ausencias, cada vez más prolongadas, fueron lo que primero llamó mi atención. Seguro que ha llegado a tus oídos que el nuevo impuesto del rey ha levantado el descontento del pueblo. Tu egoísta búsqueda de poder podría incitar la revuelta de los campesinos. Lordaeron podría verse envuelto en una guerra civil.

No sabía nada de ese impuesto, Antonidas debía de estar exagerando. Además, un verdadero mago se centraría en asuntos de mayor envergadura. —Seré más discreto —ofreció, apretando los dientes.

—Ni toda la discreción del mundo podría esconder un secreto de tal calibre —afirmó Drenden.

Modera añadió: —Sabes que siempre hemos actuado con precaución para proteger a los nuestros sin convertirnos nosotros mismos en un peligro. No osamos sacrificar nuestra humanidad, al menos no nuestra apariencia humana y mucho menos nuestra esencia. Tus métodos podrían, en el mejor de los casos, condenarnos como herejes.

Era el colmo. —Se nos ha tachado de herejes durante siglos. La Iglesia no ha apreciado nunca nuestros métodos. No obstante, esos sentimientos aún perduran.

Ella asintió. —Porque evitamos la práctica de magia oscura, que conduce a la corrupción y a la catástrofe.

—¡Porque somos necesarios!

—Basta. —Antonidas parecía cansado, y dirigiéndose a Modera y a Drenden, añadió: —Si las palabras hubiesen bastado para hacerle entrar en razón, ya lo habría hecho.

—He escuchado lo que teníais que decir —respondió Kel’Thuzad exasperado—. Por todos los dioses, ¡os he escuchado hasta hartarme! Vosotros sois quienes no queréis escucharme a mí, ni olvidaros de vuestras ideas anticua…

—No comprendes cuál es nuestro propósito hoy —interrumpió Antonidas—, esto no es un debate. En este momento, se están investigando tus propiedades con perfecta minuciosidad. Todos los objetos manchados con magia negra serán confiscados y, tras ser identificados, con gran satisfacción por nuestra parte, serán destruidos.

Su aliado anónimo le advirtió que esto podría ocurrir, pero Kel’Thuzad no le creyó. Qué raro. Incluso se sintió aliviado por que la situación llegara hasta este punto. Tanto secretismo había limitado el alcance de su trabajo y entorpecido su progreso.

—En vista de la evidencia —dijo Antonidas pesadamente—, el rey Terenas está de acuerdo con nuestro criterio. Si no abandonas esta locura, se te despojará de tu rango y propiedades, y serás exiliado de Dalaran… y de todo Lordaeron.

Con ese pensamiento rondando en su mente, Kel’Thuzad se inclinó y abandonó la estancia. Sin duda, el Kirin Tor mantendría en secreto su supuesta desvergüenza, temiendo las repercusiones que sus actos tendrían de hacerse pública. Por una vez, esa cobardía actuaría en su favor. Su riqueza nunca llenaría los cofres del rey. Una manada de lobos siguió a Kel’Thuzad durante varios kilómetros, lo suficientemente apartados como para quedar fuera del alcance de sus hechizos, hasta que quedaron atrás. Mirando con recelo por encima del hombro, los vio gruñir y bajar las orejas antes de desaparecer. Afortunadamente, los vientos árticos también amainaban. A lo lejos pudo avistar la cumbre, una inhóspita cima, con cierta sensación de triunfo, con una corazonada. Lo más alto de la Corona de Hielo. Pocos exploradores se habían aventurado en el glaciar, e incluso menos habían sobrevivido para contarlo. Pero él, Kel’Thuzad, escalaría sus cumbres solo y miraría hacia abajo al resto del mundo.

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Por desgracia, apenas existían mapas del gélido continente de Rasganorte, y los encontró inútiles, como todas las provisiones que con tanto orgullo había preparado para su viaje. Con dudas acerca del camino a seguir y sobre su destino final, no podía arriesgarse a teletransportarse. Culpándose a sí mismo, se tambaleó hacia delante. Había perdido la pista sobre cuánto tiempo llevaba caminando. A pesar de su pelliza, temblaba de manera incontrolable. Sus piernas eran como pilares de piedra, extrañas y entumecidas. Su cuerpo comenzaba a perecer. Si no encontraba cobijo pronto, moriría ahí mismo.

Por fin, un destello apareció: se trataba de un obelisco de piedra grabado con símbolos mágicos y, detrás, una ciudadela. ¡Por fin! Pasando apresuradamente el obelisco, cruzó un puente de, lo que parecía, energía pura. Las puertas de la ciudadela se abrieron cuando se acercó, pero se detuvo en seco.

La entrada estaba protegida por dos grotescas criaturas que parecían arañas gigantes de cintura para abajo. Seis delgadas patas soportaban el peso de cada criatura; las otras dos extremidades estaban sujetas como brazos a un torso apenas humanoide. Algo, si cabe, más sorprendente que las criaturas en sí, era su estado. Sus cuerpos presentaban todo tipo de heridas, de las cuales la más grave estaba toscamente vendada. Los brazos de uno de los guardias estaban vendados en ángulos casi imposibles. De la mandíbula sarnosa del otro guardia rezumaba icor, pero no mostró intención alguna de limpiárselo.

A pesar del olor putrefacto a no-muerto, los guardias no mostraban señales de confusión, contrariamente a las ratas de Kel’Thuzad. Las criaturas de aspecto arácnido debían de haber conservado su fuerza y coordinación innatas. De no ser así, serían guardias mediocres. Su creador era, sin duda, un nigromante cualificado.

Para su sorpresa, se apartaron para dejarle pasar. Ignorando la razón de su buena fortuna, y sin replicarla, entró de buena gana a la ciudadela, mucho más calurosa. En la entrada, más adelante, se batía una estatua de una de las criaturas semiarácnidas. El edificio mismo era reciente, pero la estatua era bastante antigua. Ahora que lo pensaba, ya había visto estatuas parecidas a ésta en las antiguas ruinas que atravesó en su camino hacia el norte. El frío estaba minando su ingenio

Suponía que el nigromante había conquistado un reino de estos seres parecidos a las arañas, convirtiéndolas con éxito en no-muertos, apoderándose de sus tesoros como botín de guerra. La alegría lo colmó. Seguro que aquí aprendería grandes lecciones.

Al final de la entrada advirtió una criatura gigante: una grotesca mezcla entre escarabajo y araña. Se le acercó con paso decidido y Kel’Thuzad observó que su imponente figura mostraba incluso más heridas y vendajes. Al igual que los guardias, era un no-muerto, pero su accidentada masa corporal le asustaba más que impresionaba. Dudó que pudiera tener la habilidad suficiente para vencer a un monstruo así, y mucho menos resucitarlo.

La criatura le saludó con una voz baja y profunda que resonaba desde su voluminoso cuerpo. Aunque hablaba perfecta y comprensible lengua común, el sonido le daba frío. Extraños zumbidos y chasquidos sostenían sus palabras. —El maestro te ha estado esperando, archimago. Yo soy Anub’arak.

Ese ser tenía tanto la inteligencia como las habilidades motoras necesarias para el lenguaje… ¡Increíble! —Sí. Deseo convertirme en su aprendiz.

La enorme criatura lo miró. Seguramente se estaba preguntando si sería sabroso como aperitivo.

Se aclaró la garganta con nerviosismo. —¿Puedo verle?

—Todo a su debido tiempo —contestó Anub’arak con voz estridente —. Hasta ahora has dedicado tu vida a la obtención de conocimiento, una excelente meta. Sin embargo, tu experiencia como mago no es aún suficiente para servir al maestro.

¿Qué podría haber inspirado tales palabras? ¿Acaso consideraba el mayordomo a Kel’Thuzad como rival? Aquella era una idea errónea que habría que disipar lo antes posible. —Como antiguo miembro del Kirin Tor, domino más magia de la que podrías imaginar. Estoy más que preparado para cualquier tarea que el maestro me quiera adjudicar. —Eso está por ver.

Anub’arak lo condujo a través de una serie de túneles que llevaban más allá de la tierra. Por fin, Kel’Thuzad y su guía aparecieron dentro de un enorme zigurat cuyo nombre, según dijo Anub’arak, era Naxxramas. Por su arquitectura, el edificio debía de ser también producto de las criaturas semiarácnidas. De hecho, las primeras cámaras que Anub’arak le mostró estaban pobladas de cosas no-muertas, que vertiginosamente perdían su frescura. Arañas reales también deambulaban por los rincones entre los no-muertos, ocupadas tejiendo telarañas y poniendo huevos.

Kel’Thuzad evitó expresar su repugnancia. No daría esa gran satisfacción al enorme mayordomo. Refiriéndose a uno de los seres arácnidos, dijo: —Tenéis cierto parecido. ¿Pertenecéis todos a la misma raza?

—A la raza nerubiana, sí. Entonces llegó el maestro. A medida que su influencia se extendía, guerreamos contra él, creyendo ingenuamente que teníamos oportunidad de vencer. Muchos fuimos asesinados y resucitados como no-muertos. En vida yo era rey, ahora soy señor de la cripta.

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—A cambio de ser inmortal, diste tu acuerdo para servirlo —Kel’Thuzad pensó en voz alta—. Extraordinario.

—Dar su acuerdo implica elegir.

Lo que significaba que el nigromante podría imponer la obediencia de los no-muertos. Kel’Thuzad era, quizás, el único ser vivo en ir hasta allí por voluntad propia. Ligeramente nervioso, cambió de tema. —Este lugar está lleno de los de tu raza. Supongo que eres quien manda aquí.

—Después de mi muerte, guié a mis hermanos para conquistar este zigurat para nuestro nuevo maestro. También supervisé su remodelación para que tuviera su diseño actual. Sin embargo, Naxxramas no caerá bajo mi autoridad. Tampoco lo harán mis hermanos, sus únicos habitantes. Ésta es solo una de sus cuatro alas.

—En ese caso, continúa la visita, señor de la cripta. Muéstrame el resto. La segunda ala era todo lo que Kel’Thuzad había esperado. Artefactos mágicos, instrumentos de laboratorio, y otros suministros que dejaban en evidencia sus viejos laboratorios. Salas inmensas que podrían albergar todo un ejército de ayudantes. Bestias no-muertas que fueron sagazmente cosidas a partir de un batiburrillo de animales para luego renacer. O incluso unos pocos humanoides compuestos de diversos cuerpos humanos. Las partes humanas no mostraban heridas. Contrariamente a los nerubianos, los humanos no habían luchado contra su destino. El nigromante debía de haber adquirido los cuerpos de algún cementerio cercano. Prudente, para evitar ser descubierto. El Kirin Tor habría actuado sin demora.

Por desgracia, la tercera ala del edificio resultaba menos interesante. Anub’arak le mostró armas y una zona para entrenamiento al combate. A continuación, el señor de la cripta lo guió a través de cámaras plagadas con cientos, no, miles de barriles sellados y de embalajes. ¿Para qué necesitarían en Naxxramas tantos suministros? Bueno, la pirámide estaría bien aprovisionada en caso de asedio.

Al final, él y Anub’arak alcanzaron la última ala. Unos champiñones gigantes crecían en un área ajardinada y despedían vapores nocivos que le revolvieron el estómago a Kel’Thuzad. El suelo entre cada hongo tenía un aspecto malsano, posiblemente enfermo. Al acercarse para observarlo, pisó algo que ahí chapoteaba entre el fango: una criatura de baja talla semejante a un gusano.

Se estremeció y, apresuradamente, continuó. La siguiente sala contenía algunos calderos llenos de un líquido verdoso en ebullición. Con curiosidad, y a pesar del olor hediondo, Kel’Thuzad avanzó un paso, pero, de repente, una enorme garra le bloqueó el paso.

—El maestro desea que permanezcas entre los vivos. Tu hora no ha llegado aún.

Contuvo la respiración. —¿Esa cosa me habría matado?

—Hay muchos que no servirían al maestro estando en vida. El fluido resuelve ese problema—. Ante la mirada en blanco de Kel’Thuzad, el señor de la cripta dijo: —Ven. Te lo mostraré.

Anub’arak lo llevó hasta la celda de dos prisioneros. A juzgar por la sencillez de sus ropas, debían de ser aldeanos. El hombre acunaba en sus brazos a la mujer. Ésta estaba pálida como la cera y bañada en sudor. Ambos vivos, aunque, sin lugar a dudas, la mujer estaba enferma. Kel’Thuzad miró al señor de la cripta con cierta aprensión.

Sus ojos, vidriosos y llenos de desesperación, se encontraron con los de Kel’Thuzad y se iluminaron. —¡Piedad, mi señor! Mi cuerpo no responde. He visto lo que ocurrirá después. Una descarga de llamas es lo que pido de usted. Permítame descansar en paz.

Tenía miedo de convertirse en la esclava del nigromante. Según Anub’arak, no tenía opción. Kel’Thuzad apartó la mirada con inquietud. Después de todo, la mujer no seguiría viva mucho tiempo.

Ésta se zafó de los brazos del hombre y se colgó de las barras. —¡¡Por piedad!! ¡Si no me ayuda, al menos ponga a salvo a mi marido! —rogó llorando desconsolada.

—Tranquila, cariño —le murmuró el hombre detrás. —No te dejaré.

—¡Haz que se calle! —Kel’Thuzad murmuró a Anub’arak con brusquedad.

—¿El ruido te molesta? —Con un fugaz movimiento, Anub’arak lanzó una uña a través de las barras y pinzó a la mujer atravesándole el corazón. Después, el señor de la cripta sacudió el cuerpo, echándolo al suelo.

El marido gritó con agonía. Sintiéndose culpable pero algo aliviado, Kel’Thuzad comenzó a darse la vuelta, pero se detuvo al ver que el cuerpo comenzaba a retorcerse y arquearse contra el suelo de piedra. El hombre, boquiabierto de la impresión, se quedó en silencio.

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La piel de la mujer muerta estaba cambiando de color hacia un gris verdoso. Progresivamente, los espasmos cesaron y, con cierta inestabilidad, se puso en pie. Giró la cabeza hacia un lado, y le entró un escalofrío al ver a su marido. —Guardias, saquen a este hombre de aquí —dijo irritada.

Los guardias no se movieron. Con un gruñido, pasó los dedos por su pelo castaño y enredado y Kel’Thuzad observó su rostro con atención. Sus venas se oscurecían bajo su piel, y sus ojos parecían salvajes, como enloquecidos.

Su marido preguntó vacilante —Amor… ¿estás bien?

Una risotada escapó de la mujer, convirtiéndose en un gruñido cuando él dio un paso con vacilación hacia ella. —No te acerques más.

El hombre ignoró su protesta y se acercó a ella, pero ella lo repelió con suficiente fuerza como para mandarlo volando, golpeando las barras de la celda y deslizándose hacia el suelo, aturdido.

—Atrás —sus palabras se estaban volviendo más guturales. —Herirte —se agarró los hombros abrazándose a sí misma y retrocedió hasta chocar contra la otra pared de la celda. —Herirte, herirte —gimió, y algo en sus palabras daba a entender que algo no iba bien.

Sin entender muy bien lo que ocurría, Kel’Thuzad observó cómo levantaba una mano lenta y bruscamente hacia el agujero en su pecho. Se tambaleó, hizo una mueca, trayéndose los dedos a la boca, chupándolos. Después, con un movimiento impreciso, se abalanzó sobre su marido, golpeándolo y enseñando los dientes.

El hombre chilló, y la sangre corrió por el suelo de la celda. Kel’Thuzad se estremeció, pero el hecho de cerrar los ojos no ayudaba… aún podía oír sonidos atroces. Desgarros, descuajos, mordiscos. Un lamento suave de desdicha le hizo temer que la mujer no-muerta era consciente de sus actos hasta cierto punto, pero incapaz de contenerse.

Enfermo y horrorizado, se teletransportó muy lejos de Naxxramas y se alejó un poco, dando tumbos, y vomitó. Tras encontrar un poco de nieve virgen, tomó de ésta a manos llenas y se frotó con insistencia boca y rostro. Sentía como si ya nunca se sintiera limpio. ¿En qué se había metido?

Uno a uno, fue ordenando los dispersos pensamientos dentro de su mente. Al nigromante no solo le interesaba estudiar una especialidad mágica académica y ampliamente condenada, y tampoco iba a cesar de fortalecer a los suyos contra el ataque. Estaba produciendo un fluido en masa que convertía a la gente en zombis. Naxxramas también contaba con un abastecimiento enorme de suministros, armas, armaduras y campos de entrenamiento…

Éstas no eran medidas defensivas, sino preparativos de guerra.

Un aire repentino lo azotó con un grito sobrenatural, y un grupo de fríos espectros surgió ante sus ojos. Ya había leído acerca de ellos años atrás en la Ciudadela Violeta. La vaga descripción de sus figuras nubosas y traslúcidas no mencionaba nada sobre la frígida malicia de sus ojos incandescentes.

Uno de los espectros se acercó y preguntó: —¿Pensándotelo mejor? Como puedes ver, tu pequeño truco no te servirá de nada. No puedes escapar al maestro. En cualquier caso, ¿Qué esperarías lograr? ¿Adónde irías? Es más, ¿quién te creería?

Luchar o huir… esas habrían sido las dos decisiones más heroicas. Heroicas, pero sin sentido. Su muerte no habría servido de nada. Al aceptar convertirse en el aprendiz del nigromante, Kel’Thuzad tendría tiempo para aprender más. Con el entrenamiento suficiente, podría superarlo o pillarle desprevenido.

Asintió con la cabeza al espectro. —Muy bien. Llévame hasta él.

Los espectros lo teletransportaron de vuelta a la ciudadela y lo guiaron hacia abajo por una serie de pasillos y habitaciones que Kel’Thuzad sabía no podría recordar después. Por fin, en las profundidades de la tierra, él y los espectros entraron en una enorme cueva cuyo frío húmedo se metía hasta los huesos. En el centro de la cueva se encontraba una alta aguja de roca que mareaba al mirarla. Cubiertas por la nieve, unas escaleras de caracol subían hacia la aguja.

Él y los espectros comenzaron el ascenso. Su corazón albergaba emoción y temor a la vez. Cuando se dio cuenta de que sus pasos se hacían más lentos, apretó el paso, pero su resolución no duró mucho. Sentía como si un peso tirara de él. Cierto era que el viaje a través de Rasganorte le había fatigado mucho más de lo que imaginaba.

En la distancia y por encima de él, en lo alto de la aguja, apenas pudo apreciar un enorme fragmento de cristal. Limpio de nieve y de un leve brillo azulado. No había señal del nigromante.

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Uno de los espectros utilizaba una gélida ráfaga de viento para empujarlo. Su paso volvía a aminorar. Irritado, dio un tirón de su capa, apretándola contra él y se forzó a continuar subiendo, a pesar de respirar con dificultad.

El tiempo pasaba, y una ráfaga de aguanieve lo devolvió a la realidad. Se había parado en mitad de las escaleras para apoyarse sobre su bastón. El aire era fétido y sofocante, y jadeando, consiguió decir: —Un momento, por favor.

Uno de los espectros detrás de él dijo: —Nosotros no podemos descansar, ¿por qué deberías hacerlo tú?

Descorazonado, Kel’Thuzad continuó subiendo, intentando ignorar su agotamiento, cada vez mayor. Esforzándose, levantó la cabeza y vio que el tenue cristal se iba acercando. A esta distancia, parecía un trono de forma serrada, con figuras difusas y oscuras en el interior. Alrededor de él podía palparse cierta aura de amenaza.

Los espectros pasaron junto a él rozándolo mientras aullaban. Ecos de aquel sonido resonaron por la cueva. Kel’Thuzad se abrigó con fuerza bajo su capa con manos temblorosas y ateridas. Su respiración se asfixiaba al fondo de su garganta, y sintió la repentina necesidad de salir corriendo. —¿Dónde está el maestro? —preguntó con voz alta y temblorosa.

No obtuvo respuesta, solo una tormenta de granizo que le dio un latigazo cruel. Se tambaleó y recobró el equilibrio. Con cada paso, el trono cercano sobre él transmitía cada vez más opresión, empujando su cabeza hacia abajo, doblando su espalda. Apenas podía caminar erguido. Poco después cayó al suelo de rodillas.

El nigromante se dirigió directamente a Kel’Thuzad con un tono que no resultaba ni remotamente amable. Que ésta sea tu primera lección. No siento afecto alguno por ti ni por tu gente. Más bien al contrario, pretendo purgar de Humanidad a este planeta, y no cometer ningún error… y poseo el poder necesario para ello.

Los espectros, implacables, no le permitieron detenerse. A pesar de la humillación, dejó su bastón a un lado y comenzó a arrastrarse. La maldad del nigromante le apretó aún más, hundiéndolo más en la nieve. Kel’Thuzad temblaba aterido, pero… qué equivocación había cometido… qué estúpida e inmensa estupidez. Ya no sentía fatiga, sino miedo… un miedo sobrecogedor.

Nunca me cogerás desprevenido, pues nunca duermo, y como ya habrás averiguado, puedo leer el pensamiento tan fácilmente como un libro. No esperes vencerme. Tu mente endeble es incapaz de manejar la energía que yo manipulo a mi antojo.

Ya hacía tiempo que las ropas de Kel’Thuzad estaban desgarradas, y sus leotardos eran inútiles contra los toscos peldaños de piedra helada. Sus manos y rodillas dejaban marcas de sangre tras él a medida que avanzaba penosamente por la última espiral. El trono irradiaba un frío que se metía hasta los huesos y había niebla alrededor. No era un trono de cristal, sino de hielo.

La inmortalidad puede ser una gran ventaja. También puede ser agonizante, cuyo gusto no has aprendido aún a apreciar. Desafíame, y te enseñaré todo lo que he aprendido del miedo. Vas a suplicar la muerte.

Se acercó unos pocos pasos al trono y ya no pudo avanzar más, clavado sin remedio bajo el aura abrumadora de esa cosa de poder inhumano y odio. Un poder oculto ejercía fuerza sobre él y aplastaba su rostro contra la dura piedra. —Por favor —se oyó a sí mismo sollozando. —¡¡Por favor!! —suplicó dejando escapar estas palabras.

Por fin la presión cesó. Los espectros se fueron volando, pero sabía que levantarse no era la mejor idea. Dudaba, en cualquier caso, que pudiera hacerlo. No obstante, su mirada buscaba a su torturador.

Un conjunto de armadura pesada se encontraba sentada en el interior del trono, más que sobre él. Kel’Thuzad llegó a pensar que la armadura sería negra, pero, forzando la vista, vio que la luz no se reflejaba en su superficie. De hecho, cuanto más miraba, parecía que devoraba más luz, esperanza y cordura.

El casco, adornado con pinchos, servía de corona. Tenía una gema azul incrustada y, al igual que el resto de la armadura, parecía vacío. En un guantelete, la figura blandía una espada maciza cuyo filo había sido grabado con runas. Aquí yacía el poder… aquí yacía la perdición.

Como mi aprendiz, adquirirás el conocimiento y la magia que sobrepasará tus sueños más ambiciosos. Pero a cambio, vivo o muerto, serás mi servidor el resto de tus días. Si me traicionas, te arrebataré la consciencia y continuarás a mi servicio.

Servir a este ser espectral, o a este Rey Exánime, como Kel’Thuzad había empezado a considerarlo, le otorgaría sin duda gran poder… y maldición para toda la eternidad. Pero esa información la había adquirido demasiado tarde. Además, la perdición no suponía mucho sin la perspectiva de una muerte certera.

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—Te pertenezco, lo juro —aseveró con voz ronca.

A modo de respuesta, el Rey Exánime le envió una visión de Naxxramas. Pequeñas figuras vestidas de negro formaban un ancho círculo fuera del glaciar. Sus brazos, visiblemente rodeados de magia oscura, se elevaban y descendían al son de un canto monótono que Kel’Thuzad no podía comprender. La tierra tembló bajo sus pies, pero continuaron lanzando hechizos.

Vas a salir ahí fuera y vas a testimoniar mi poder. Serás mi embajador entre los vivos y reunirás un grupo de seres similares para ejecutar mi plan. Mediante la ilusión, la persuasión, la enfermedad y la fuerza, establecerás mi dominio en Azeroth.

Para sorpresa de Kel’Thuzad, el hielo se desplazó y crujió, y la punta del zigurat perforó el terreno helado. Un edificio surgía del suelo. Mientras las figuras vestidas redoblaban sus esfuerzos, la vasta pirámide proseguía su emergencia imposible. Pedazos de tierra y hielo saltaron por los aires con una fuerza explosiva. Pronto la estructura entera se había despojado del abrazo de la tierra. Lenta, pero segura, Naxxramas se elevó en el aire.

Y ésta será tu embarcación.