Historia Pce 1960

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Historia del Partido Comunista de España Éditions Sociales, París 1960 Redactada por una comisión del Comité Central del Partido, formada por la camarada Dolores Ibárruri, que la ha presidido, y por los camaradas Manuel Azcárate, Luis Balaguer, Antonio Cordón, Irene Falcón y José Sandoval. La presente «Historia del Partido Comunista de España» es el resultado de la investigación y la redacción colectivas de una comisión del Comité Central, presidida por la camarada Dolores Ibárruri. En el estado en que se ofrece al lector debe considerarse como una primera versión, resumida, del trabajo efectuado por la comisión, que deberá ser completado y perfeccionado con nuevas investigaciones y con la ayuda de las observaciones críticas y las sugestiones que hagan los lectores. Pero ya en el estado en que aquí aparece, el trabajo de la comisión representa una notable aportación al análisis marxista de la trayectoria seguida por el Partido Comunista de España desde su fundación, en abril de 1920, hasta su VI Congreso, en enero de 1960 . A lo largo de estos cuarenta años el Partido ha luchado en las condiciones más diversas: bajo la precaria legalidad de que disponían las organizaciones obreras en los últimos años de la monarquía constitucional; reducido a la clandestinidad y perseguido durante los siete años de la dictadura militar de Primo de Rivera; con alternativas de legalidad y persecución en los cinco primeros años de la segunda República, para pasar a ser en sus tres últimos, en los años de la guerra civil, partido de gobierno y columna clave de la resistencia republicana; clandestino de nuevo, ferozmente acosado por un poder terrorista que hizo del exterminio de los comunistas la razón esencial de su existencia, durante los veinte años que dura ya la dictadura fascista de Franco. En resumen, más de treinta, de los cuarenta años que abarca hasta hoy la existencia del Partido, han sido años de duras persecuciones cuando no de terror sin paliativos. Pero también el Partido ha pasado por la experiencia del poder a través de su participación en los Gobiernos de la República de nuevo tipo creada por la revolución popular en el período de 1936-39. Monarquía, República, revolución popular, guerra civil, contra-revolución fascista, terror, repliegue, comienzo de un [6] nuevo auge... Paso a paso, a través de situaciones tan diversas, de avances y retrocesos, de éxitos y de errores, de victorias y derrotas, se ha ido forjando el partido marxista-leninista del proletariado español, pasando de las primeras débiles organizaciones, que en la práctica eran grupos de agitadores con muy poca posibilidad de dirección de las masas, a ser lo que hoy es: el partido político nacional, maduro, firme en los principios y flexible en la táctica, con gran audiencia no sólo en la clase obrera industrial y agrícola y en las masas de campesinos trabajadores –de las que es, indiscutiblemente, su partido– sino en amplios sectores de las capas medias, en la intelectualidad. La presente obra analiza paso a paso cómo ha tenido lugar ese proceso, cuáles han sido sus causas objetivas, enraizadas en la realidad española contemporánea, y cuáles sus aspectos subjetivos, fruto de la aplicación, cada vez más creadora, del marxismo-leninismo a los problemas de España. El estudio de esta multifacética experiencia ayudará a los militantes y simpatizantes del Partido, y en particular a las fuerzas jóvenes que en los últimos tiempos afluyen en buen número a nuestras filas, a comprender más profundamente la teoría y la política del Partido y a prepararse para aplicarlas con acierto en las nuevas situaciones que nos esperan. 1

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Historia del Partido Comunista de EspañaÉditions Sociales, París 1960

Redactada por una comisión del Comité Central del Partido, formada por la camarada Dolores Ibárruri, que la ha presidido, y por los camaradas Manuel Azcárate, Luis Balaguer, Antonio Cordón, Irene Falcón y José Sandoval.

La presente «Historia del Partido Comunista de España» es el resultado de la investigación y la redacción colectivas de una comisión del Comité Central, presidida por la camarada Dolores Ibárruri. En el estado en que se ofrece al lector debe considerarse como una primera versión, resumida, del trabajo efectuado por la comisión, que deberá ser completado y perfeccionado con nuevas investigaciones y con la ayuda de las observaciones críticas y las sugestiones que hagan los lectores.

Pero ya en el estado en que aquí aparece, el trabajo de la comisión representa una notable aportación al análisis marxista de la trayectoria seguida por el Partido Comunista de España desde su fundación, en abril de 1920, hasta su VI Congreso, en enero de 1960. A lo largo de estos cuarenta años el Partido ha luchado en las condiciones más diversas: bajo la precaria legalidad de que disponían las organizaciones obreras en los últimos años de la monarquía constitucional; reducido a la clandestinidad y perseguido durante los siete años de la dictadura militar de Primo de Rivera; con alternativas de legalidad y persecución en los cinco primeros años de la segunda República, para pasar a ser en sus tres últimos, en los años de la guerra civil, partido de gobierno y columna clave de la resistencia republicana; clandestino de nuevo, ferozmente acosado por un poder terrorista que hizo del exterminio de los comunistas la razón esencial de su existencia, durante los veinte años que dura ya la dictadura fascista de Franco. En resumen, más de treinta, de los cuarenta años que abarca hasta hoy la existencia del Partido, han sido años de duras persecuciones cuando no de terror sin paliativos. Pero también el Partido ha pasado por la experiencia del poder a través de su participación en los Gobiernos de la República de nuevo tipo creada por la revolución popular en el período de 1936-39.

Monarquía, República, revolución popular, guerra civil, contra-revolución fascista, terror, repliegue, comienzo de un [6] nuevo auge... Paso a paso, a través de situaciones tan diversas, de avances y retrocesos, de éxitos y de errores, de victorias y derrotas, se ha ido forjando el partido marxista-leninista del proletariado español, pasando de las primeras débiles organizaciones, que en la práctica eran grupos de agitadores con muy poca posibilidad de dirección de las masas, a ser lo que hoy es: el partido político nacional, maduro, firme en los principios y flexible en la táctica, con gran audiencia no sólo en la clase obrera industrial y agrícola y en las masas de campesinos trabajadores –de las que es, indiscutiblemente, su partido– sino en amplios sectores de las capas medias, en la intelectualidad.

La presente obra analiza paso a paso cómo ha tenido lugar ese proceso, cuáles han sido sus causas objetivas, enraizadas en la realidad española contemporánea, y cuáles sus aspectos subjetivos, fruto de la aplicación, cada vez más creadora, del marxismo-leninismo a los problemas de España. El estudio de esta multifacética experiencia ayudará a los militantes y simpatizantes del Partido, y en particular a las fuerzas jóvenes que en los últimos tiempos afluyen en buen número a nuestras filas, a comprender más profundamente la teoría y la política del Partido y a prepararse para aplicarlas con acierto en las nuevas situaciones que nos esperan.

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Leyendo estas páginas, los amigos del Partido Comunista, sus aliados, y también aquellos de nuestros enemigos que no estén ofuscados por el fanatismo anticomunista, podrán conocernos mejor, según nuestra historia verdadera, nuestros fines y métodos auténticos, y no según los que durante veinte años nos ha atribuido una propaganda edificada sobre la calumnia y amparada en el monopolio de los medios de información.

De todos los lectores, y en particular de los militantes que hayan participado directamente en episodios y actividades importantes del Partido, así como de los especialistas en ciencias sociales, solicitamos su opinión crítica, sus sugerencias y ayuda, para colmar las lagunas y deficiencias que puedan existir en esta primera versión y preparar la futura, más completa y lograda.

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Índice

Preliminares 5

Capítulo I. El nacimiento del Partido Comunista y su lucha contra la monarquía

Cómo nació el Partido Comunista

Por el Frente Único de la clase obrera

Contra la dictadura primorriverista

Por la unidad ideológica

En vísperas de la crisis revolucionaria

La etapa del gobierno Berenguer

La caída de la Monarquía

Capítulo II. La República

La República de 1931 y sus gobernantes

En defensa de la democracia

La agudización de la crisis

El gran viraje

Frente al peligro fascista

El movimiento de Asturias

El Bloque Popular Antifascista

Por la unidad del proletariado

El VII Congreso de la Internacional Comunista

Hacia la victoria electoral

El desarrollo del Partido

Los Gobiernos republicanos de izquierda

La lucha por evitar la guerra civil

Capítulo III. La guerra nacional revolucionaria

La victoria inicial del pueblo

La guerra cambia de carácter

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Entrada del Partido Comunista en el Gobierno de Frente Popular. El 5º Regimiento

El «milagro» de Madrid

Una política de guerra

Forjando la resistencia

La República Democrática de nuevo tipo

Período de duras pruebas

Las consecuencias de Munich en España

La traición

Capítulo IV. La dictadura franquista

El terror

El repliegue

La política de Unión Nacional

Una gran esperanza

Progresos unitarios

Cambio de táctica

Nueva etapa

Un pacto de guerra

El V Congreso

Una victoria de la clase obrera

La política de Reconciliación Nacional

El XX Congreso del PCUS y la Conferencia de Moscú

El pleno de agosto

La Jornada de Reconciliación Nacional

La Huelga Nacional Pacífica

El VI Congreso

La historia continúa

Apéndices.

Mensaje del Partido Comunista de España a los intelectuales patriotas - abril 1954

Programa del Partido Comunista de España - V Congreso - septiembre 1954

Manifiesto a los universitarios madrileños - Madrid, 1º de febrero de 1956

Por la reconciliación nacional - junio 1956

Programa del Partido Comunista de España - VI Congreso - 28-31 de enero de 1960

[Página 3:]

Historia del Partido Comunista de España | (versión abreviada) | Éditions Sociales | 95-97

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Bd. de Sebastopol – París

[Página 4:]

Il a été tiré de cet ouvrage cinq-cents exemplaires hors-commerce, sur papier alfa mousse des papeteries navarre numérotés de un a cinq-cents. | Tous droits de reproduction, d'adaptation et de traduction réservés pour tous les pays. | Copyright 1960 by Editions Sociales, París

[Página 291:]

Fe de erratas [en las páginas 114 y 280], ya salvadas en esta edición digital

[Página 292:]

Achevé d'imprimer sur les presses de l'Imprimerie Hermel, 49, rue Hermel à Paris (18º) le six août mil neuf cent soixante | Dépôt légal: 3º trimestre 1960

[Contracubierta:]

Prix: 7 NF

Preliminares

La fundación del Partido Comunista de España ha sido una necesidad histórica de la sociedad española y, en primer término, del movimiento obrero, al alcanzar un determinado grado de su desarrollo.

En este breve análisis del proceso que ha llevado a la constitución del Partido Comunista, es ineludible recordar, aunque sea sucintamente, algunos antecedentes históricos.

Al comenzar el siglo XIX, España era un país económicamente atrasado respecto a otros Estados europeos; las relaciones feudales eran aún predominantes.

Con la guerra de independencia contra Napoleón, en 1808, se abrió en nuestro país el período de las revoluciones burguesas.

Esas revoluciones, que conmovieron a España a lo largo del siglo XIX, tenían como objetivo fundamental el cambio de las relaciones feudales, el establecimiento de la dominación burguesa. Las guerras civiles, los pronunciamientos militares y golpes de Estado, el constante tejer y destejer constituciones y alternar de períodos liberales y reaccionarios, los destronamientos y cambios de dinastía, eran expresiones de esa lucha.

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A diferencia de Francia, donde la burguesía combatió contra el feudalismo hasta la destrucción revolucionaria del Poder político feudal, en España la lucha no adquirió un carácter radical y se tradujo en un compromiso. Al lado de una burguesía débil y pusilánime, actuaba una casta feudal que, [10] si históricamente caduca, conservaba suficiente vitalidad para imponer su sello a la vida política, económica y social de nuestro país. Junto a este factor objetivo de la correlación de fuerzas entre la burguesía y la aristocracia feudal, en la conclusión de este compromiso influyó poderosamente la aparición en las barricadas de la Revolución de 1868 y más tarde en la I República de una fuerza nueva: la clase obrera.

Así se llegó a la formación del bloque terrateniente-burgués, base del sistema político y económico en que se apoyó la restauración monárquica en 1874, y que duró hasta la proclamación de la República en 1931.

Con las leyes desamortizadoras de 1835, la burguesía asestó un serio golpe al poder feudal de la Iglesia, pero no destruyó la propiedad latifundista de la aristocracia. Sin embargo, la desamortización fue el punto de arranque del capitalismo moderno en España.

En la década del 40 al 50 del siglo XIX, la técnica manufacturera fue dejando su puesto a la máquina; las manufacturas se convertían en fábricas. Este proceso fue particularmente rápido en la industria textil de Cataluña. Al mismo tiempo se levantaron factorías metalúrgicas y algunas empresas de construcción de maquinaria en Barcelona, Valencia, Málaga, Asturias y Santander; se sentaron las bases de la industria siderometalúrgica en el País Vasco; inicióse el desarrollo de la red ferroviaria española; surgieron compañías de seguros y Bancos; el capital bancario comenzó a desempeñar un papel cada vez más importante.

Esta revolución industrial iniciada en España y la existencia de ricos yacimientos mineros apenas explotados despertaron el interés del capital extranjero, que se concentró fundamentalmente en la industria extractiva y en la construcción de ferrocarriles. Se destacó, a partir de ese momento, como otra de las particularidades del desarrollo capitalista de España, la tendencia de la burguesía española a facilitar la penetración del capital extranjero, con desdén u olvido de los intereses nacionales.

La desamortización puso en venta, al mismo tiempo que las tierras de la Iglesia, tierras comunales y de propios, cuyo [11] usufructo había constituido el principal medio de vida de grandes masas campesinas. La burguesía española, lejos de dar la tierra a los campesinos, les despojó de ella. Con este acto se privaba de un aliado importantísimo para la lucha contra la reacción feudal.

Se comprobaba en España la afirmación marxista de que el camino del desarrollo capitalista pasa, en todas partes, a través del empobrecimiento y de la miseria de los campesinos y de los trabajadores en general.

La desamortización provocó el éxodo de los campesinos hacia las zonas mineras e industriales y fue, por ello, un factor impulsor del aumento numérico del proletariado.

El crecimiento de la clase obrera y su concentración dio origen, en la década del 40 al 50, a un hecho de extraordinaria importancia: el surgimiento de Asociaciones Obreras, que fueron el primer paso hacia el movimiento obrero organizado en España.

La primera de ellas fue la Asociación de Tejedores a Mano, fundada en 1840, en Barcelona, por el obrero tejedor José Munts. En 1854, esta asociación se unificó con otras similares de Cataluña en la primera federación de Sociedades Obreras, que adoptó el título de Unión de Clases.

Los intentos del Gobierno y de la burguesía, tendentes a impedir el desarrollo del movimiento societario obrero, fueron inútiles. A la suspensión de la Unión de Clases, respondió el

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proletariado de Barcelona, el 2 de julio de 1855, con una huelga general, en la que participaron más de 40.000 obreros, y que fue la primera que registra la historia de nuestro país.

Al mismo tiempo que surgían las primeras sociedades obreras de defensa, empezaron a extenderse por España las ideas del socialismo utópico: en Andalucía y Madrid, las de Fourier; las de Cabet, en Cataluña.

Los primeros difusores de las doctrinas de Fourier fueron Joaquín Abreu, Sixto Cámara y Fernando Garrido, el cual, en 1846, fundó en Madrid una revista, «La Atracción», primera publicación socialista de España. Entre los adeptos más destacados de las doctrinas de Cabet, figuraron [12] Aldón Terradas y Monturiol, quienes en 1847 editaron en Barcelona el semanario socialista «La Fraternidad», en cuyas páginas se publicó la conocida obra de Cabet «Viaje a lcaria».

Sin embargo, las organizaciones obreras constituidas para la defensa de los intereses económicos de los trabajadores no abarcaban más que un aspecto de su lucha y de sus crecientes aspiraciones. En el frente político, la clase obrera y los asalariados en general luchaban bajo una bandera que no era la suya; actuaban bajo la influencia ideológica de la burguesía.

Para intervenir en la lucha política como una clase independiente, el proletariado necesitaba tener una ideología auténticamente revolucionaria que, científicamente, mostrase su misión histórica como enterrador del capitalismo y de toda forma de explotación del hombre por el hombre.

Esta ideología no podía ser la de los socialistas utópicos, los cuales no comprendían las leyes que determinan el desarrollo de la sociedad ni podían, por tanto, indicar el camino de la liberación del proletariado de la esclavitud capitalista. Estos criticaban a la sociedad capitalista, pero se limitaban a ofrecer soluciones ideales, que, si estimables por la intención, eran prácticamente irrealizables.

La aparición en la arena política, coincidiendo con la revolución de 1848, del socialismo científico, cuya esencia fue expuesta en el «Manifiesto del Partido Comunista» de Marx y Engels, dotó a la clase obrera de la ideología que necesitaba para convertirse en una fuerza política decisiva.

El marxismo daba a los trabajadores una concepción del mundo coherente y científica, inconciliable con toda superstición; demostraba que el régimen burgués, como los que le antecedieron en el curso de la historia, es sólo un régimen transitorio, un paso hacia un nuevo sistema social más elevado, el comunismo.

Esta doctrina se abría camino en la conciencia de los trabajadores; se extendía por el mundo, despertando a la lucha a las masas oprimidas y explotadas; se transformaba en una fuerza material indestructible; sentaba las bases de la revolución proletaria. [13]

El «Manifiesto del Partido Comunista» fue traducido al español y publicado en 1872 en el periódico «La Emancipación» de Madrid, dirigido por José Mesa, y encontró amplio eco en los núcleos más avanzados de la clase obrera y de la intelectualidad, desplazando las ideas del socialismo utópico, hasta entonces en boga.

En 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores, cuyos estatutos generales se asentaban sobre las teorías marxistas del «Manifiesto del Partido Comunista».

La primera organización española de la Asociación Internacional de los Trabajadores se fundó en Madrid el 21 de diciembre de 1868, después de la visita del diputado italiano José Fanelli, enviado para dar a conocer en nuestro país los objetivos de la Primera Internacional. Los hombres que integraron el grupo inicial fueron, entre otros, Angel Mora, Anselmo Lorenzo,

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Francisco Oliva, Manuel Cano, Enrique Simancas y Francisco Mora. Este grupo puede considerarse como el iniciador del movimiento político proletario español. Algo más tarde, se constituía en Barcelona otro grupo de internacionalistas y, en junio de 1870, se celebraba en esta última ciudad el congreso de los partidarios de la Internacional, que fue el primer Congreso Nacional de la clase obrera española. En él se constituyó la Federación Regional Española de la Primera Internacional.

Un nuevo sentimiento se desarrollaba en la conciencia de las masas explotadas: el de la solidaridad proletaria. La clase obrera española ya no se sentía aislada detrás de los Pirineos, sino integrada en el gran movimiento del proletariado internacional.

El desarrollo del movimiento obrero no transcurrió en España llanamente, sino con una intensa lucha interna, que tuvo su expresión principal en el choque entre el socialismo y el anarquismo.

Refutadas todas las teorías socialistas anteriores por la irrebatible lógica marxista que el desarrollo capitalista confirmaba cada día, las viejas ideas pequeño-burguesas del periodo artesanal se resistían a desaparecer. [14]

Apoyándose en esas ideas, el anarquista ruso Miguel Bakunin organizó, en el seno mismo de la Internacional, la lucha contra el marxismo, utilizando para ello una fraseología demagógica en la que destacaba como dogma básico el de la «liquidación social», que debía consistir en un golpe fulminante que destruyera a la vez el capitalismo y el Estado para levantar sobre sus escombros la «anarquía jurídica y política».

Siguiendo las instrucciones de Bakunin, Fanelli, al mismo tiempo que ayudó a constituir las secciones de la Internacional en España, introdujo en ellas la manzana de la discordia, creando en su interior grupos secretos bakuninistas. El primero, fundado en Barcelona a mediados de 1869, se transformó rápidamente en el centro de propaganda anarquista en el país.

Estos grupos realizaron una labor disgregadora y antisocialista en el interior de las organizaciones de la Internacional y sobre ellos recae la responsabilidad de la división del movimiento obrero, al que causaron desde el primer momento de su actuación graves daños. Abusando de la buena fe de los trabajadores, a los que ocultaban los verdaderos fines de la actividad bakuninista, consiguieron alistar en sus grupos secretos incluso a los hombres más honestos y más fieles a la Internacional y apoderarse de los puestos dirigentes de la Federación Regional Española.

Pero no hay que buscar en estos hechos las causas principales de la influencia del anarquismo entre la clase obrera y los campesinos españoles, ni menos atribuir esa influencia al supuesto «poder de captación» del anarquista italiano Fanelli, o al presunto «individualismo español». Las causas son eminentemente económicas y sociales, y la perpetuación en España de las ideas anarquistas, cuando éstas no ejercían ya influencia en ninguno de los países capitalistas más avanzados, tiene su causa fundamental en el lento desarrollo industrial del país.

En el periodo de desarrollo industrial, cuando las máquinas desplazan la pequeña producción artesanal y el capitalismo desaloja a los campesinos de sus parcelas de tierra, cientos de miles de artesanos y de pequeños propietarios ya [15] no pueden seguir viviendo como antes, se ven obligados a ir a trabajar a la fábrica, a ganar un salario, a convertirse en proletarios. La mentalidad de estos hombres, sin embargo, no es proletaria, es pequeño-burguesa. El desarrollo rápido de la gran industria va modificando esta mentalidad. En cambio, un desarrollo industrial lento y débil, y la multiplicidad de pequeñas fábricas y talleres, como era el caso de España, contribuyen a hacer perdurar ese modo de pensar.

El artesano o el campesino convertido en proletario en estas condiciones, son propensos a aceptar cualquier doctrina que les permita mantener la esperanza de que aún pueden recobrar

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su antigua posición, restablecer sus antiguos modos de vida, trabajar en su taller artesanal o en su parcela de tierra. Odian la fábrica que les arruinó; odian al Estado que les despojó de las tierras que eran su sustento. Su rebeldía nace de su empobrecimiento. Su origen de clase, su individualismo, es el terreno abonado en el que prende fácilmente la semilla de las ideas pequeño-burguesas anarquistas.

Las teorías anarquistas no arrancan del conocimiento de las leyes objetivas del desarrollo social sino de principios abstractos, como la «libertad», la «igualdad» y la «justicia»: conceptos genéricos y eclécticos, que admiten toda clase de interpretaciones, en dependencia de quiénes son los encargados de aplicarlos. De aquí que en la lucha por esa revolución social a que aspiran, los anarquistas desvíen la energía y la actividad de las masas que siguen sus inspiraciones hacia una lucha estéril, sin perspectivas de victoria, atacando no las causas del régimen injusto que ellos quisieran suprimir, sino los efectos exteriores y visibles de esas causas.

En nuestro país, la vida patentizó la inanidad de estas tesis anarquistas. Con su intervención en el movimiento cantonalista de 1873, los anarquistas dieron un ejemplo insuperable, según la conocida frase de Engels, «de cómo no debe hacerse la revolución».

En el curso de aquellos sucesos, todos los principios anarquistas se vinieron al suelo al choque con la realidad. Los anarquistas infringieron primero el dogma del abstencionismo electoral; luego, el de la abstención en revoluciones que no persiguieran la inmediata emancipación proletaria, [16] puesto que participaron en un movimiento, como el cantonalista, de carácter burgués; seguidamente le tocó el turno al dogma de la abolición del Estado, pues en vez de abolirlo en los cantones donde triunfaron, levantaron en cada uno de ellos un pequeño Estado y participaron incluso en las Juntas gubernamentales de los cantones.

El anarquismo en España –descontando la abnegación y espíritu de sacrificio de las masas obreras y campesinas que creían en él apasionadamente, que le sacrificaban la libertad y la vida–, ha sido una escuela de derrotas. Después de 1911, en que se constituyó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y durante algún tiempo, el movimiento anarcosindicalista recibió en sus filas a lo más combativo de los obreros y campesinos, que, por reacción contra el oportunismo socialdemócrata, se orientaban hacia los anarquistas.

En luchas huelguísticas de envergadura nacional, fracasadas todas a pesar de la combatividad obrera, el anarquismo demostró, repetidas veces, que ni sus principios ni su táctica hacen avanzar un solo paso a las masas trabajadoras en el camino de su emancipación.

Pese a la indudable influencia que el anarquismo alcanzó en España en aquellos momentos iniciales del movimiento obrero organizado, queda en pie un hecho que no puede ser negado por nadie: las primeras asociaciones obreras de tipo internacionalista, independientes de los partidos burgueses, se constituyeron en España, por la propia voluntad y decisión de los trabajadores, inspirándose en los principios del marxismo, en los principios del comunismo, expuestos por Marx y Engels en el «Manifiesto del Partido Comunista».

Estas ideas fueron las que impulsaron la constitución del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de la organización sindical obrera, la Unión General de Trabajadores (UGT).

El Partido Socialista fue fundado en mayo de 1879 por un grupo de internacionalistas arbitrariamente expulsados por los bakuninistas de la Federación Española de la Internacional.

Con la fundación del Partido Socialista, como partido [17] independiente de la clase obrera, el proletariado español iniciaba un nuevo camino.

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A la iniciativa de los socialistas se debe la creación de la UGT, en agosto de 1888. Su primer secretario fue Antonio García Quejido, más tarde fundador del Partido Comunista de España y uno de sus primeros secretarios generales.

El grupo fundador del Partido Socialista estaba compuesto de obreros en los que desde el primer momento predominó una tendencia economista, sindicalista. A pesar de sus propósitos de constituir una organización política sobre la base de los principios marxistas su escasa formación teórica les llevaba a concentrarse exclusivamente en las reivindicaciones prácticas, inmediatas, y a despreciar aspectos tan fundamentales para un partido marxista como los de la educación socialista de los trabajadores, la orientación de la lucha de la clase obrera hacia el derrocamiento del régimen capitalista, la toma del Poder por el proletariado y el paso al socialismo.

El menosprecio hacia el problema fundamental de toda revolución, la toma del Poder; la tendencia a conciliar los intereses del proletariado con los de la burguesía, constituyeron la fuente del oportunismo del Partido Socialista.

Otra debilidad del Partido Socialista, desde su período inicial hasta nuestros días, ha sido la incomprensión de que los campesinos son una de las fuerzas fundamentales de la revolución democrática española y el aliado esencial de la clase obrera.

El Partido Socialista desconoció el problema nacional, negó el derecho de los pueblos a la autodeterminación y dejó así la dirección del movimiento nacional de Cataluña, Euzkadi y Galicia a merced de la burguesía.

*

En el último tercio del siglo XIX, el capitalismo entró en su etapa imperialista. En la guerra hispano-norteamericana de 1898 –que fue la primera guerra imperialista–, España perdió sus últimas posesiones en el Mar Caribe y en el Pacífico y, con ellas, sus principales mercados exteriores. [18] La guerra puso de relieve la podredumbre y la senilidad del régimen monárquico y agudizó todas las contradicciones de la sociedad española.

La pérdida de las colonias y de los beneficios coloniales llevó a la burguesía y a los terratenientes a intensificar la explotación de la clase obrera y la expoliación de los campesinos en España misma. En Cataluña y Euzkadi se recrudeció el movimiento nacionalista. La burguesía nacional exigía del Gobierno central concesiones que le permitieran resarcirse de la pérdida de los mercados exteriores. La monarquía intentó frenar y desviar la oposición creciente de la burguesía, acentuando su política imperialista en Marruecos; pero las consecuencias desastrosas de estas aventuras coloniales impulsaron la lucha popular antimonárquica.

Con el comienzo del imperialismo, terminaba para el movimiento obrero español la etapa de desarrollo relativamente pacifico iniciada después de la Restauración; se anunciaba un período de grandes luchas, que hacían más necesaria aún la existencia de un partido obrero revolucionario, armado de la ideología marxista. Pero el Partido Socialista, lejos de evolucionar en ese sentido, fue perdiendo su carácter de clase y deslizándose, cada vez más acusadamente, al oportunismo. A ello contribuyó, en no escasa medida, el papel preponderante que un grupo de intelectuales liberales pasó a desempeñar en la dirección del Partido Socialista. Y a medida que se afirmaban estas tendencias reformistas, y como reacción a su abandono de las posiciones de clase, comenzó a perfilarse en el seno del Partido Socialista Obrero Español un ala revolucionaria, que más tarde habría de ser núcleo constitutivo del Partido Comunista de España.

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La primera guerra mundial (1914-1918) fue el estallido de las contradicciones del imperialismo, la expresión violenta de la crisis general del capitalismo. En ella se valoraron los quilates revolucionarios de los partidos socialistas. Con la excepción del Partido Bolchevique, dirigido por Lenin, todos los partidos de la II Internacional, arrastrados por la mayoría de sus dirigentes, se colocaron al servicio de su burguesía, respaldando con su complicidad abierta la terrible [19] matanza en la que el imperialismo sacrificaba millones de vidas humanas.

Por el camino del abandono de las posiciones internacionalistas proletarias marcharon también los líderes reformistas del PSOE, que muy pronto se colocaron al lado de la «Entente» anglo-francesa.

Para España, la primera guerra mundial significó enriquecimiento de un puñado de industriales, de negociantes, de magnates financieros, pero, al mismo tiempo, carestía y privaciones para el pueblo. En las ciudades escaseaban el pan, el carbón, el azúcar, el arroz, el aceite; España no estaba en guerra, pero los precios de los artículos de consumo popular aumentaron más que en Francia.

Esta situación empujó a las masas laboriosas a la lucha. En el verano de 1916 se produjo una huelga ferroviaria que encontró el apoyo de todo el proletariado español; en diciembre, conoció España una huelga general de protesta contra la carestía. La lucha fue adquiriendo un carácter cada vez más político.

En 1917 existía ya en España una situación revolucionaria. El crecimiento de las fuerzas productivas durante los años de guerra y la exacerbación de las contradicciones en el seno de la sociedad española, cuyo desarrollo era frenado por la existencia de supervivencias feudales, ponían sobre el tapete de manera apremiante la realización de la revolución democrático-burguesa.

Las condiciones objetivas para tal revolución habían madurado; pero faltó un partido capaz de dirigir la lucha de las masas y de conducir a éstas a la victoria.

En agosto de 1917, la clase obrera española llevó a cabo una huelga general revolucionaria. En Asturias y Vizcaya ésta tuvo carácter de insurrección armada. A pesar del heroísmo de los trabajadores, el movimiento, que pudo ser decisivo para el desarrollo democrático de España, fracasó por la actitud de los partidos burgueses –que dejaron en la estacada a la clase obrera– y por la incapacidad de la dirección del Partido Socialista, el cual había supeditado la lucha de la clase obrera al juego político de la burguesía liberal y no hizo nada para incorporar a las masas campesinas a esa lucha. [20]

La derrota del movimiento revolucionario de agosto de 1917 mostró a la clase obrera española que el Partido Socialista no era el Partido que podía dirigir su lucha. ¿Qué tipo de partido hacía falta para llevar a la clase obrera a la victoria?

La respuesta llegó con la nueva de la gran Revolución Socialista triunfante en Rusia: en octubre de 1917, bajo la dirección del Partido Bolchevique, los obreros y los campesinos rusos derrocaron el Poder de los capitalistas y de los terratenientes y proclamaron la República Socialista Soviética, inaugurando una nueva era en la Historia.

La Revolución Socialista de Octubre galvanizó las energías revolucionarias del pueblo español, especialmente de la clase obrera y de los campesinos.

La reacción española, que después de haber aplastado sangrientamente el movimiento revolucionario de agosto creía haberse asegurado un largo período de paz, tuvo que enfrentarse de nuevo con un movimiento obrero templado en la lucha y estimulado por el ejemplo ruso, y con unos campesinos que querían marchar por el camino de octubre.

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Las fuerzas terratenientes y burguesas, aterradas por la pujanza y la rapidez con que prendían en las masas las ideas de la Revolución de Octubre, buscaban el apoyo de la reacción internacional y se adherían a los planes de ésta, tendentes a aplastar a la joven república proletaria.

En 1918, cuando la reacción imperialista organizó la intervención armada contra el País Soviético, el Gobierno francés recabó la colaboración de España en el bloqueo contra el primer Estado proletario. Al conocerse esta noticia en España, las masas trabajadoras se levantaron en un movimiento impresionante que hizo retroceder al Gobierno. En Barcelona y Valencia, el pueblo asaltó los consulados franceses y dio fuego a los documentos que encontró en ellos.

Los sindicatos obreros tomaron rápidamente posición en defensa del País Soviético.

El II Congreso de la Confederación Nacional del Trabajo, celebrado en diciembre de 1919, decidió que los obreros de las fábricas de armas y municiones se negasen a fabricar materiales destinados a la lucha contra el Ejército Rojo y asumió [21] la obligación de declarar la huelga general en caso de que el Gobierno tratase de enviar tropas a Rusia.

A su vez, el IV Congreso Nacional de Obreros Agricultores y Similares (Federación Nacional de Agricultores), anarcosindicalista, celebrado en Valencia en diciembre de 1918, acordó, por unanimidad, «felicitar a los campesinos rusos por haber llevado a la práctica nuestro lema: La tierra para los que la trabajan», y aprobó lo siguiente: «los campesinos españoles deben declarar la huelga general si el Gobierno español intenta intervenir en el movimiento revolucionario ruso.»

El sindicato metalúrgico de Vizcaya exigió del Gobierno «levantar el bloqueo a Rusia y restablecer las relaciones comerciales con el País de los Soviets».

En su Conferencia de la primavera de 1919, el PSOE se pronunció contra toda clase de intervenciones en Rusia y por la huelga general en caso de que tal intervención tuviera lugar. El Congreso Agrario de la UGT de Andalucía y Extremadura acordó, en 1920, expresar «su simpatía a la República Rusa de los Soviets y exigir su reconocimiento por el Gobierno español».

Toda la España del trabajo montaba la guardia para defender al joven País Soviético, desarrollando luchas de envergadura nacional, que ataban las manos al Gobierno y le impedían participar en la cruzada imperialista contra el Estado proletario.

Después de la Revolución de Octubre se produjeron en toda España grandes huelgas y manifestaciones de masas, que llegaron a repercutir en los cuarteles, dando lugar a sucesos como la sublevación del Cuartel de Artillería del Carmen, de Zaragoza.

La crisis del régimen se acentuó y la situación de la Monarquía era tan precaria, que en la noche del 21 de mayo de 1918, la llamada «noche trágica», el rey amenazó a los dirigentes de los partidos monárquicos con abandonar el trono si no eran capaces de contener el movimiento revolucionario de las masas.

El centro de gravedad de la política del país, entre 1918 y 1923, se trasladó a Barcelona, donde residían el cuartel [22] general de las Juntas Militares de Defensa, la influyente Federación Patronal y la mayor concentración proletaria de la Península.

En marzo de 1919 estalló la huelga de los obreros y empleados de la compañía extranjera la «Canadiense», con lo que se privaba de fluido eléctrico a muchas fábricas de Cataluña y se paralizaba la vida industrial de la ciudad. Ante la firmeza de los trabajadores, el Gobierno se vio obligado a satisfacer sus demandas; pero la Federación Patronal, apoyada por las Juntas de Defensa, negóse a ello, provocando la réplica inmediata de la clase obrera.

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El 24 de marzo se declaró la huelga general, que fue total en Barcelona y otras ciudades catalanas, y se extendió a otras provincias. El 26 de marzo se proclamó el estado de sitio en Barcelona, Valencia y La Coruña. En respuesta a la implantación de la censura militar a las publicaciones obreras, los obreros implantaron su propia censura, aplicándola a los periódicos burgueses y a los documentos oficiales. La huelga terminó con una victoria obrera.

Bajo la presión de los trabajadores, que luchaban en toda España, el 3 de abril de 1919 era promulgada por decreto la jornada de 8 horas.

En agosto de 1919, la burguesía catalana inició una serie de «lock-outs» para impedir la aplicación de la jornada de 8 horas. El 19 de agosto, solamente en Barcelona, quedaban en la calle 15.000 albañiles, 6.000 carpinteros, 30.000 obreros textiles. Una violenta represión se abatió sobre los obreros. Bandas de forajidos, a sueldo de la patronal y de la policía, asesinaban en las calles de Barcelona a los obreros revolucionarios. Los anarcosindicalistas, en lugar de responder al terror policiaco con la movilización de las masas, le opusieron la violencia individual. En esta desigual lucha fueron cayendo centenares de trabajadores.

Para ayudar al movimiento obrero catalán hubiera sido preciso un gran movimiento solidario, que nadie podía encabezar mejor que la UGT, dirigida por los socialistas; pero esto no se produjo, a pesar de que la clase obrera de Madrid y de otras regiones lo exigía. Faltaba coordinación en la lucha. No existía unidad de acción. [23]

Las derrotas de una parte de la clase obrera dirigida por los anarcosindicalistas dejaban impasibles a los dirigentes socialistas de la UGT. Y, a la inversa, la mayor parte de los movimientos y huelgas organizados por la UGT no eran secundados en general más que por la parte más consciente de los trabajadores anarcosindicalistas. La burguesía y el Gobierno podían golpear a unos y a otros por separado. En esta situación, el gran esfuerzo de la clase obrera resultaba estéril.

La creación de un partido de la clase obrera, de nuevo tipo, aparecía cada vez más como una necesidad del propio desarrollo de la lucha.

No era ésta, sin embargo, tarea fácil. La fidelidad de los trabajadores socialistas y anarquistas a los principios y a las organizaciones en que habían despertado a la lucha los mantenía sujetos a concepciones políticas sobrepasadas, por las que habían luchado honrada y abnegadamente.

La creación de la III Internacional, en marzo de 1919, fue una ayuda inapreciable para orientar el movimiento revolucionario en todos los países. La Internacional Comunista venía a soldar los vínculos entre los trabajadores, que habían sido rotos por la política chovinista de los líderes oportunistas de la II Internacional durante la primera guerra mundial. La Internacional Comunista, fundada por Lenin, reunió y unificó en torno a las banderas del marxismo-leninismo a las fuerzas más revolucionarias del movimiento obrero internacional. La creación de la Internacional Comunista fue una victoria del marxismo-leninismo sobre el reformismo y ejerció un gran poder de atracción sobre el proletariado de nuestro país.

En el Partido Socialista y en la Federación de Juventudes Socialistas se produjo un amplio movimiento de adhesión a la Internacional Comunista. En el año 1919 se constituyó en Madrid un Comité Nacional de los Partidarios de la III Internacional en el que participaban personalidades socialistas del más alto prestigio.

Mientras tanto, la CNT decidió en su segundo Congreso, celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid, en diciembre de 1919, adherirse a la Internacional Comunista y a la Internacional Sindical Roja, aunque años después, bajo la presión [24] de los grupos específicos anarquistas, abandonase el camino emprendido.

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Sin la Revolución Socialista de Octubre de 1917, sin la creación de la III Internacional, la clase obrera y los campesinos españoles habrían continuado aún mucho tiempo su lucha, sin una perspectiva clara y concreta, faltos de horizontes revolucionarios adonde dirigirse.

La adhesión de las masas obreras de la ciudad y del campo a la III Internacional tuvo su más alta expresión en la creación del Partido Comunista de España, en abril de 1920.

La historia del Partido Comunista de España pasa por tres grandes etapas: Lucha por el derrocamiento de la Monarquía, de 1920 a 1931; Revolución democrático-burguesa, de 1931 a 1939, con la guerra nacional revolucionaria, lucha contra la dictadura fascista del general Franco, desde 1939 hasta nuestros días.

Capítulo primeroEl nacimiento del Partido Comunista y su lucha contra la Monarquía

Cómo nació el Partido Comunista

El día 15 de abril de 1920 fue fundado el Partido Comunista Español. El impulso creador surgió en nuestro país de la Federación de Juventudes Socialistas.

La mayoría del Partido Socialista, aun respetando profundamente a sus viejos líderes, especialmente a Pablo Iglesias, que aparecía como la personificación del período heroico del movimiento obrero y socialista, no aceptaba la orientación liberal y pequeño-burguesa impuesta por los Besteiro y los Largo Caballero, los Fernando de los Ríos, los Saborit y los Prieto.

En la propia dirección del Partido Socialista Obrero Español se habían delimitado claramente dos tendencias: la revolucionaria y la reformista.

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La crisis que se desarrolló en el Partido Socialista hasta que los sectores más revolucionarios y fieles a las tradiciones marxistas del mismo formaron el Partido Comunista, fue laboriosa y prolongada.

De la agudeza de la lucha en el seno del Partido Socialista en ese período, da idea el hecho de que para decidir el [26] camino a seguir se necesitaran tres Congresos extraordinarios.

El primero, celebrado en diciembre de 1919, acordó por 14.000 votos contra 12.500, esperar, antes de pronunciarse definitivamente, a que se celebrase en Ginebra un Congreso de la II Internacional, asistir a él y «procurar que la II Internacional se penetrase del espíritu de la III para conseguir la unión de las fuerzas obreras».

Ante las dilaciones de la Ejecutiva del Partido Socialista y las vacilaciones incluso de los sinceros partidarios de la Internacional Comunista, la Federación de Juventudes Socialistas, que ya durante la guerra mundial había apoyado a los internacionalistas encabezados por Lenin, acordó en su V Congreso, en diciembre de 1919, adherirse a la Tercera Internacional.

Unos meses después, la Federación de Juventudes Socialistas asumió la gloriosa misión de fundar en España el Partido Comunista. El 15 de abril de 1920, en la Casa del Pueblo de Madrid, se reunió en Asamblea Nacional, con un solo punto en el orden del día: Necesidad de transformar la Juventud Socialista en Partido Comunista.

La mayoría aplastante de los delegados aprobó, tras apasionados debates, la histórica decisión de convertirse en el Partido Comunista Español.

«Renovación», el periódico de la Juventud Socialista, se transformó en «El Comunista», primer órgano de prensa del Partido Comunista Español, en el que apareció el Manifiesto fundacional del Partido.

«Los cuatro años de guerra y la revolución rusa –decía el Manifiesto– han modificado profundamente la ideología, el punto de vista, la táctica y los fines del proletariado en la lucha social. La II Internacional ha fracasado.

... Los socialistas rusos, acérrimos enemigos de la guerra imperialista y ardientes marxistas, han roto en la teoría y en la práctica con los socialistas europeos traidores y enterradores de la II Internacional y han fundado la Internacional Comunista. [27]

... Durante la guerra, el Partido Socialista español se colocó abiertamente al lado de los aliados, a quienes suponía defensores de la democracia, de la libertad y de la justicia. Este profundo error doctrinal, de tanto bulto por tratarse de una guerra imperialista tan descarada y manifiesta, patentiza enseguida la ideología de pequeña burguesía de sus líderes...

... Hemos llegado a un momento en que seríamos cómplices de tal estado de cosas si titubeásemos en dar el paso que hoy damos.»

El Manifiesto de constitución del Partido Comunista Español subrayaba la necesidad de la lucha contra el reformismo y del reconocimiento de la dictadura del proletariado como único medio para la realización del socialismo.

En las filas del Partido Comunista Español formaron desde los primeros momentos jóvenes trabajadores y estudiantes; obreros, campesinos e intelectuales de vanguardia. Entre los fundadores del Partido Comunista estaba Dolores Ibárruri, que se integró en sus filas con la Agrupación Socialista de Somorrostro.

El Partido Comunista envió una delegación al II Congreso de la I.C. reunido en Moscú a finales de julio de 1920. Fue reconocido como sección española de la III Internacional y se le concedió un puesto en el Comité Ejecutivo. Merino Gracia, delegado español, fue recibido por Lenin,

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quien se interesó vivamente por los problemas de España y principalmente por la situación de los campesinos.

El Primer Congreso del Partido Comunista Español celebrado en marzo de 1921, eligió un Comité Central integrado por A. Buendía, Vicente Arroyo, Rafael Millá, Merino Gracia {(1) Merino Gracia abandonó más tarde las filas del Partido y del movimiento obrero} y otros.

La creación del Partido Comunista significó el comienzo de un nuevo período en el desarrollo del movimiento obrero español. [28]

A partir de entonces, éste contaría con un Partido marxista de nuevo tipo, que desde el primer día se revelaba como una fuerza política dotada de un claro contenido proletario; como un partido inspirado en los métodos y principios leninistas de organización; como un combatiente de vanguardia por la transformación de la España semifeudal y monárquica en una España democrática y abierta al progreso social; como un defensor insobornable de los obreros, de los campesinos y de las masas laboriosas en general; como un partidario ardiente del internacionalismo proletario y un amigo fiel del primer Estado de los obreros y de los campesinos, del primer Estado Socialista.

Su constitución no fue obra del azar. En la situación concreta de nuestro país, la creación de un partido de la clase obrera, levantado sobre una nueva base revolucionaria para la lucha por el Poder, se imponía como algo inaplazable. Sólo un partido así podía fundir en un único torrente revolucionario el movimiento de la clase obrera por el socialismo, la lucha por la tierra de los campesinos y de los jornaleros, la lucha de las nacionalidades hispanas por la autodeterminación y el movimiento popular por la democracia.

Pero hubiera sido un sueño ingenuo suponer que con la constitución del Partido Comunista, el anarquismo y el oportunismo socialdemócrata quedarían desplazados automáticamente, anulados por la propia fuerza de las nuevas ideas, de las nuevas formas de organización, de los nuevos métodos de lucha.

La Historia es más compleja; y, cuando ya ha surgido lo nuevo y existen condiciones para su desarrollo, lo viejo continúa tirando hacia atrás y empeñándose en sobrevivir. Lo nuevo no se impone de golpe por la fuerza de la necesidad, sino que se abre paso a través de una lucha larga y difícil contra lo viejo.

La constitución del Partido Comunista Español aceleró el deslindamiento de las diferentes tendencias que luchaban en el seno del Partido Socialista Obrero Español.

En el segundo Congreso extraordinario del PSOE, reunido en julio de 1920, la mayoría aplastante de los delegados se pronunció por el ingreso en la III Internacional y por el [29] envío a Moscú de dos delegados, al objeto de entrevistarse con el Comité Ejecutivo de la I.C. Pero los líderes reformistas supieron desvirtuar la resolución del Congreso, condicionándola con tres cláusulas que, de hecho, anulaban su valor.

Los dirigentes de la Internacional Comunista, y Lenin personalmente, dedicaron muchas horas a los delegados socialistas españoles, Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos, esforzándose en esclarecerles todos los problemas que éstos suscitaron. El Comité Ejecutivo de la I.C. rechazó las 3 condiciones del P.S.O.E., proponiéndole en cambio la aceptación de las 21 condiciones aprobadas en el II Congreso de la III Internacional. Estas condiciones eran necesarias en aquellas circunstancias para ayudar a la formación y desarrollo de los partidos comunistas y también para impedir la penetración en la I.C. de elementos derechistas y centristas que pugnaban por transformarla en otra edición de la II Internacional.

De vuelta a España, y al informar ante el III Congreso extraordinario del Partido Socialista, Fernando de los Ríos puso de manifiesto su mentalidad liberal burguesa, que le impedía

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comprender el significado y la grandeza de la revolución socialista y las difíciles condiciones en que el pueblo soviético se veía obligado a luchar por defenderla y consolidarla. En definitiva, se pronunció contra las 21 condiciones y propuso la adhesión del Partido Socialista a la llamada Internacional Segunda y Media, que aparecía como la heredera de la Internacional Socialista enterrada vergonzosamente, por la traición al socialismo de sus dirigentes, en los campos de batalla de la primera guerra imperialista.

El camarada Anguiano, en cambio, abogó por el ingreso en la Internacional Comunista, por la aceptación de las 21 condiciones. En el mismo sentido se manifestaron muchas agrupaciones socialistas, sobre todo las de los centros industriales más importantes del país, tales como Asturias, el País Vasco, Río Tinto y otros. Y si la moción reformista obtuvo mayoría –8.858 contra 6.094–, ello se debió a los amaños y habilidades en que eran duchos los líderes derechistas.

Al conocerse los resultados de la votación, Antonio García Quejido, miembro de la Comisión Ejecutiva, [30] fundador del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores, y uno de los líderes más prestigiosos del movimiento obrero, declaró que los vocales de la Ejecutiva partidarios de la III Internacional se separaban del Partido Socialista para constituir el Partido Comunista Obrero. La declaración de los delegados partidarios de la Internacional Comunista, leída ante el Congreso, decía:

«La terminación del debate acerca de la adhesión a la Internacional Comunista nos exige imperiosamente la manifestación pública de nuestra incompatibilidad con los elementos que se han pronunciado en favor de las tesis sostenidas por la Comunidad del Trabajo de Viena. No podemos ni debemos colaborar con ellos ni aun pasivamente asistir a su obra, que consideramos contra-revolucionaria y antisocialista.

... Hay un divorcio evidente o irreductible entre la doctrina de Viena y la doctrina de Moscú; entre los métodos fácticos de la Internacional Comunista y los de la Comunidad del Trabajo de Viena; entre la manera de entender y aplicar una y otra la utilidad de la Democracia, la aplicación y desarrollo de la dictadura del proletariado y las condiciones precisas de la Revolución social.

Y nosotros seríamos traidores a nuestras más íntimas convicciones, si por rendir culto al falso ídolo de una falsa unidad de partido, unidad que los reconstructores estaban resueltos a romper desde el momento en que los aludidos líderes afirmaron su propósito de abandonar el Partido; unidad que, si no está en los corazones y en las conciencias, es inútil que se simule con vituperable farsa en las apariencias, sacrificáramos el deber en que estamos de anteponer a todo género de consideraciones la causa del Comunismo revolucionario.

Con la serenidad de quienes cumplen un deber de conciencia, nos retiramos de este Congreso en el que ya nada tenemos que hacer.

Queremos incorporarnos de hecho, espiritualmente ya lo estamos, a la Internacional Comunista, que –inseparable [31] de la Revolución rusa, a pesar de todas las sutilezas y argucias dialécticas que intentan distinguir entre ésta y aquélla– trata de acelerar el derrumbamiento de la sociedad capitalista. No queremos permanecer más en las perezosas y cansadas legiones que parecen esperar del tiempo la consumación de una obra para la que no se sienten capaces. Queremos estar en la Internacional de la acción, que no mide la magnitud de los peligros ni la dureza de los sacrificios al emprender el camino de la Revolución social. Recabamos, pues, nuestra íntegra libertad de movimiento. Quedan rotos los vínculos que, sólo materialmente, nos mantenían aún junto a los que habéis rechazado la adhesión a la Internacional Comunista.

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Entre vosotros y nosotros ha cesado de existir la comunidad de pensamiento. No puede continuar la comunidad de esfuerzos. Unos y otros vamos a comparecer ante la clase trabajadora. Ella nos juzgará. Desde ahora decimos que nuestro anhelo es hermanarla en la acción, unificar sus esfuerzos para la lucha decisiva, formar con ella el bloque revolucionario único.

Y nosotros creemos, con fe inquebrantable, que el proletariado español no irá con vosotros por los plácidos caminos que parten de Viena, sino por la senda áspera, pero senda de salvación, que se llama Internacional Comunista, bajo cuya bandera nos acogemos desde ahora.»

Firmaban esta declaración, fechada el 13 de abril de 1921, Oscar Pérez Solís y Facundo Perezagua, delegados de Bilbao, Eibar e Irún; Isidoro Acevedo y Lázaro García, de la Federación Socialista Asturiana; Virginia González, de Begijar, San Julián de Musques y Puebla de Cazalla; Pedro García, de Alcira y Villanueva de Castellón; Mariano García Cortés, de Sestao, Torres, Herrera, Vitoria, Jodar y Novelda; Eduardo Torralva Beci, de Buñol, Valmaseda, Motril (Sociedad de agricultores y Agrupación), Gallarta, Marsella (Federación de Grupos españoles) y Pontevedra; Exoristo Salmerón, de Deusto; José L. Darriba, de Ribadeo; José L. Martínez Ponce, de Motril (Sociedad de agricultores y Agrupación); Luis Mancebo, de Santiesteban del Puerto; Lorenzo Luzuriaga, de Begoña; [32] José. López y López, de Ortuella, Baracaldo y Villacarrillo; Gonzalo Morenas de Tejada, de Burgo de Osma; Roberto Alvarez, de Santander y Camargo; Severino Chacón, de La Coruña; Manuel Pedroso, de Crevillente, Puertollano y Mataró; Antonio Fernández de Velasco, Carlos Carbonell y Marcelino Pascua, de la Escuela Nueva; Manuel Martín, de Chamartín de la Rosa; Evaristo Gil, de Herrera y Puente de Vallecas; Feliciano López y Luis Hernández, de Nerva; Eduardo Vicente, de Palma de Mallorca; Francisco Villar, de Torredonjimeno; Angel Bartol, de Vicálvaro; Vicente Calasa, de Lancey, y José Rojas, de la Federación de Juventudes Socialistas.

Los delegados de izquierda abandonaron el Congreso y se trasladaron a los locales de la «Escuela Nueva», declarando constituido el Partido Comunista Obrero Español. Nacía por consiguiente el segundo Partido Comunista de España, adherido a la III Internacional. El Comité nacional, designado allí mismo, quedó integrado por García Quejido, Núñez de Arenas, Anguiano, Virginia González y Perezagua.

Fundadores del nuevo Partido Comunista fueron, por lo tanto, prestigiosos dirigentes socialistas, entre los que destacaban, al lado de Antonio García Quejido, Facundo Perezagua, uno de los primeros propagandistas del socialismo en el País Vasco; lsidoro Acevedo, corrector de imprenta y veterano propagandista de la causa obrera en Asturias; Virginia González, guarnicionera, dirigente de la UGT y del Partido Socialista; Nuñez de Arenas, profesor de Historia; Torralva Beci, periodista, y tantos otros, hombres y mujeres que habían colocado las primeras piedras del Partido Socialista Obrero Español.

La incorporación al comunismo de estos hombres significaba la continuidad de las mejores tradiciones del movimiento obrero y socialista español, de las tradiciones de la Internacional de Marx y Engels y del primer período de la II Internacional.

A pesar de la mayoría obtenida por los reformistas, la simpatía de las masas socialistas hacia la Revolución de Octubre era tan grande y tan patente su disgusto por el resultado del Congreso, que el Partido Socialista se vio [33] obligado a publicar un manifiesto firmado por Pablo Iglesias y todos los componentes de la nueva Ejecutiva, que decía lo siguiente:

«No estamos conformes con las condiciones que impone la Tercera Internacional de Moscú; pero afirmamos hoy, como lo hicimos desde el primer día de la revolución rusa, que estamos, sí, plenamente identificados con aquella revolución; con ella principia la era del

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desmoronamiento capitalista y la de las realizaciones socialistas; por ella, por su esfuerzo y gracias a su sacrificio, los demás pueblos recogerán beneficios que se han de traducir en una renovación de sus instituciones sociales; con la revolución rusa estamos y a nuestro Partido le decimos, como siempre, que nos consideramos obligados a su defensa.»

De la irresistible atracción que las ideas comunistas ejercían sobre las masas socialistas españolas es testimonio el hecho de que la nueva Federación Nacional de Juventudes Socialistas, creada después que la anterior se transformara en Partido Comunista Español, decidiese en abril de 1921 convertirse en Federación de Juventudes Comunistas adherida a la III Internacional. ¡Por segunda vez la juventud socialista se incorporaba al movimiento comunista!

La existencia de dos partidos comunistas creaba una situación confusa y peligrosa para el propio desarrollo del movimiento comunista y mantenía a la clase obrera en actitud expectante; de ambas cosas sólo podían beneficiarse el reformismo, que con la creación del Partido Comunista había sufrido un rudo golpe, y la burguesía, que desde la aparición del Partido volcó sobre él la furia de la represión.

Los consejos de la Internacional Comunista contribuyeron a vencer esta situación anómala y a unificar los dos partidos.

Del 7 al 14 de noviembre de 1921 se celebró en Madrid la Conferencia de fusión de los dos Partidos Comunistas. Desde aquella fecha existe un solo Partido Comunista, el Partido Comunista de España.

Se acordó editar, como órgano central del Partido, «La Antorcha», [34] mientras continuaban editándose «Aurora Roja» en Asturias, «Bandera Roja» en el País Vasco, «El Comunista Balear» en Palma de Mallorca, «Nueva Aurora» en Pontevedra y otros periódicos.

Al mismo tiempo que el Partido, se fusionaron las dos Juventudes Comunistas, quedando constituida la Federación de Juventudes Comunistas de España. Su órgano de prensa era «El Joven Comunista».

Por el Frente Único de la clase obrera

Desde el momento de su nacimiento, el Partido Comunista de España llevaba en su bandera inscrita la idea de la unidad de la clase obrera y de las masas trabajadoras. La división constituía una tragedia para la clase obrera de nuestro país, de la que se derivaron muchas de las derrotas que fueron jalonando el historial heroico y combativo de los trabajadores españoles.

El Partido Comunista venía a superar esa división, comprendiendo que la unidad era un problema crucial para los destinos de la revolución española. Para el Partido, la unidad obrera no era un concepto sentimental, sino una necesidad de la acción revolucionaria.

García Quejido y sus camaradas, al integrarse en el movimiento comunista, declararon que su anhelo era hermanar a la clase obrera en la acción, unificar sus esfuerzos para la lucha, formar el bloque revolucionario único. Esta idea presidió las actividades del Partido Comunista desde sus comienzos y ocupó un puesto central en las preocupaciones de su primer Congreso, reunido en Madrid, el 15 de marzo de 1922.

A pesar de la resistencia que ofrecieron algunos delegados, en los que las tendencias sectarias eran muy vivas, el Congreso aprobó la política de Frente Unico con los trabajadores ugetistas y anarquistas. Se adoptaron algunas decisiones importantes sobre el reforzamiento del trabajo

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sindical y la lucha por la fusión de las dos grandes centrales sindicales UGT y CNT. Se hizo un llamamiento a los obreros [35] agrícolas y a los campesinos, invitándoles a estrechar las relaciones con los obreros de la ciudad y a luchar junto a éstos.

En el momento del Primer Congreso, el Partido Comunista de España contaba con unas ochenta agrupaciones.

En Vizcaya y Asturias, los dos centros de mayor influencia comunista, funcionaban Federaciones Regionales del Partido.

Tenía el Partido cincuenta concejales y tres diputados provinciales.

Los comunistas dirigían el Sindicato Minero de Vizcaya y, con ello, las Casas del Pueblo de Bilbao, las de Gallarta, Somorrostro, Ortuella, Galdames; tenían fuerte posición en el Sindicato Metalúrgico de Vizcaya y en varios sindicatos locales.

En Asturias, los comunistas dirigían el Sindicato Unico de Mineros; en San Sebastián, la Casa del Pueblo; en Pontevedra tenían la dirección de la Federación de Sociedades Obreras. En Madrid, Levante, Andalucía, Toledo, los comunistas dirigían secciones sindicales.

En el primer Congreso del Partido fueron elegidos para el Comité Central Antonio García Quejido (Secretario General); Ramón Lamoneda (Secretario del Interior); Virginia González (Secretaria Femenina); Antonio Malillos (Secretario Sindical); Exoristo Salmerón, Manuel Nuñez de Arenas, Evaristo Gil, Ignacio Ojalvo y otros camaradas.

Para la burguesía y los terratenientes españoles los años de guerra mundial habían sido años de «vacas gordas», durante los cuales se enriquecieron fabulosamente; pero terminada aquélla, las potencias europeas fueron desalojando a los exportadores españoles del mercado mundial. De nuevo apareció al desnudo la debilidad económica de España, la pobreza de su mercado interior, el atraso de su industria. La crisis que alcanzó a ésta desde el final de la guerra se acentuó en 1921, al coincidir con una crisis mundial de sobreproducción. Y, como siempre, la burguesía intentó resolver sus dificultades a costa de las masas laboriosas; se sucedían los cierres de las fábricas, aumentaba la jornada de trabajo, crecía el paro y disminuían los salarios. [36]

Con el Frente Unico por divisa, los comunistas encabezaron poderosos movimientos huelguísticos en los años 1922 y 23, sobre todo en Asturias y en el País Vasco, contra la ofensiva de las compañías mineras y metalúrgicas. Frente a la resignación reformista del «repartamos la miseria», los comunistas defendían la consigna de: «Ni un minuto más de jornada, ni un céntimo menos de jornal.» Los metalúrgicos vascos sostuvieron una huelga que duró casi tres meses. En ella el Partido desplegó gran actividad, manteniendo la resistencia de los obreros.

En el verano de 1922 la dirección de nuestro Partido se dirigió en carta abierta al Partido Socialista Obrero Español, a la UGT, a la CNT y a la Federación de grupos anarquistas proponiendo la formación del Frente Unico sobre la base de un programa que propugnaba la lucha contra la rebaja de salarios y contra la prolongación de la jornada de trabajo, la destitución de Martínez Anido y Arlegui en Barcelona y de Regueral en Bilbao, la amnistía a todos los presos políticos, la supresión de la pena de muerte y el fin de la guerra en Marruecos.

Las direcciones nacionales del PSOE y UGT se opusieron a toda idea de conjugar los esfuerzos de los trabajadores y cursaron a sus secciones la orden de no participar en mítines con los comunistas.

En noviembre de 1922, en el XV Congreso de la UGT fueron expulsados veintinueve sindicatos dirigidos por comunistas. Los líderes socialistas necesitaban alejar a los comunistas de las masas de la UGT, aislarlos, impedir la extensión de su influencia entre los obreros. El paso

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dado por los dirigentes de la UGT fue un rudo golpe asestado al movimiento obrero; ahondaba la división de sus filas y lo debilitaba en momentos de ofensiva de la reacción contra los trabajadores.

Al mismo tiempo que luchaba por la unidad, defendiendo los intereses de las masas laboriosas, el Partido intervenía activamente en los grandes problemas políticos planteados ante el país. Uno de los más agudos era el de la guerra de Marruecos. En el verano de 1921, después del desastre de Annual que conmovió a España entera, el Partido Comunista de España [37] lanzó un llamamiento a la huelga general exigiendo el cese de la guerra. Este llamamiento encontró amplio eco en el País Vasco, donde los obreros salieron a la calle para impedir el embarque de tropas con destino a tierras africanas.

La policía detuvo por este motivo a las direcciones de los dos Partidos Comunistas (todavía no se había realizado la unificación) y a los dirigentes de la Juventud Comunista. La prensa del Partido fue suspendida, los locales clausurados. Pero el Partido prosiguió sin desmayo la lucha contra la política colonialista y aventurera de la Monarquía; tuvo en todo momento una posición firme en la cuestión marroquí, pronunciándose contra la continuación de la guerra y por la independencia de Marruecos. Esta posición era la única que respondía a los intereses del pueblo marroquí y a los de España; y no sólo porque permitiría poner fin a la matanza en Africa, sino también acabar con la política colonialista de la reacción hispana que varias veces ha utilizado a las fuerzas legionarias y marroquíes para reprimir la lucha revolucionaria de los obreros y campesinos de nuestro país.

Las hondas repercusiones del desastre de Annual y la ofensiva económica patronal contra los trabajadores aumentaron la indignación de las masas. La ola huelguística volvió a cobrar vigor a comienzos de 1923, con la participación activa de los comunistas, que mantenían en alto la bandera del Frente Unico.

En la primavera de 1923 se declararon en huelga los mineros de Puertollano, alcanzando el paro a unos dos mil obreros. Tres mil mineros de Serón (Almería), dirigidos por los partidarios de la Internacional Sindical Roja, mantuvieron la huelga cerca de tres meses.

En Asturias, gracias a la lucha del Sindicato Unico obtuvieron los mineros un aumento de jornal.

Los mineros vizcaínos fueron a una importante huelga dirigida por el Sindicato Minero, orientado por los comunistas. Participaron en ella unos seis mil obreros. El paro duró más de tres meses, hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera.

Rebrotó la lucha reivindicativa en Madrid, y en Barcelona [38] el movimiento huelguístico abarcó a decenas de millares de trabajadores.

Incapaz de impedir las acciones obreras, la burguesía española (sobre todo la de Cataluña), se lanzó, siguiendo su ya conocida tradición, en brazos de la autocracia terrateniente, a fin de imponer un «gobierno de mano dura» que redujese al silencio a la clase obrera.

Contra la Dictadura primorriverista

A mediados de 1923 el peligro de una dictadura militar ya había adquirido en España contornos amenazadores.

En Italia y Bulgaria se habían instaurado regímenes fascistas; en Hungría, Polonia y otros Estados entronizábanse dictaduras reaccionarias. En casi todos los países capitalistas de

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Europa el movimiento obrero se replegaba, extinguiéndose la potente ola revolucionaria que sucedió a la guerra imperialista y a la Revolución Socialista de 1917.

En su IV Congreso, la Internacional Comunista analizó estos cambios operados en la situación internacional, llamando a los trabajadores de todos los países a unirse.

Nuestro Partido, reunido en su Segundo Congreso, en Madrid, el 8 de julio de 1923, advirtió a los trabajadores españoles del peligro reaccionario, reiterando sus apelaciones a la unidad. El Congreso denunció la táctica del terror individual, que nada tiene que ver con la lucha revolucionaria. Exhortó a los comunistas a defender firmemente la unidad en los sindicatos.

En el Congreso se subrayó que el Frente Unico del proletariado era una necesidad imperiosa del momento; una clase obrera dividida no podría conjurar la amenaza fascista que se cernía sobre España. Estas fueron las ideas que presidieron las deliberaciones del Segundo Congreso. La lucha por la creación del Frente Unico fue la tarea central que se planteó ante todo el Partido.

Pero, una vez más, los llamamientos del Partido en pro del Frente Unico chocaron con la resistencia de los dirigentes socialistas. [39]

El 13 de septiembre de 1923, el general Primo de Rivera dio en Barcelona un golpe de Estado, exponente del fracaso de la Monarquía para gobernar el país según las normas constitucionales que ella misma se diera en 1876.

Desde el punto de vista de su naturaleza de clase, el Directorio Militar. representaba la dictadura de la aristocracia terrateniente y de la oligarquía financiera, las fuerzas más violentamente contra-revolucionarias de la sociedad española, que intentaban detener el desarrollo democrático de nuestro país recurriendo a métodos y formas inspiradas en el fascismo italiano.

El bloque terrateniente burgués, apoyándose en la podrida Monarquía que garantizaba su dominación, pretendía salvar su situación mediante un Poder dictatorial, conjugando el mantenimiento de la gran propiedad terrateniente, de origen feudal, con las exigencias del desarrollo capitalista. La dictadura prolongaba artificialmente el predominio político de la aristocracia terrateniente, lo que explica la agudización violenta de las contradicciones dentro del régimen primorriverista, contradicciones que, al fin y a la postre, llevaron al derrumbamiento no sólo de la dictadura, sino de la Monarquía misma.

La oligarquía financiera, sirviéndose de Primo de Rivera, aceleró la concentración de la industria y la creación de monopolios, recurriendo al capitalismo monopolista de Estado; estimuló igualmente la penetración del capital extranjero.

Económicamente, las consecuencias de la dictadura fueron el empobrecimiento de las masas trabajadoras y el enriquecimiento de los grandes terratenientes, de la gran industria y de la Banca.

Desde el primer momento, el Partido Comunista tuvo una visión certera y una actitud clara ante la instauración de la dictadura primorriverista.

El día 13 de septiembre, al conocerse el golpe de Estado, el Partido reiteró sus llamamientos a formar el Frente Unico para la lucha contra la dictadura militar. Aquella misma tarde se reunían en Madrid delegados del Partido Comunista con representantes de la Federación Madrileña de la CNT y de [40] los grupos anarquistas, quedando constituido un Comité de Acción contra la Guerra y la Dictadura, que dio a la publicidad el siguiente manifiesto:

«Los representantes de la Federación Madrileña de los Sindicatos Unicos, de la Federación de grupos anarquistas y del Partido Comunista de España, se han reunido ayer tarde para

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examinar los últimos acontecimientos políticos y la situación que han creado a la clase obrera. Todos están de acuerdo para declarar que la instauración de la dictadura militar prepara el reforzamiento de la campaña de Marruecos y constituye una terrible amenaza para la vanguardia del proletariado español y para la vida misma de los sindicatos obreros. La reacción se prepara a perseguir a todas las organizaciones del movimiento proletario.

Estas deben prepararse a defender su existencia. Con este fin, los representantes de dichas organizaciones se constituyen en un «comité de acción contra la guerra y la dictadura». Este comité se plantea como tarea emprender los trabajos indispensables para la realización de la unidad en la acción que incumbe a la clase obrera emprender urgentemente.

Los representantes de las organizaciones obreras arriba mencionadas, consideran que la necesidad de la defensa obliga a los obreros a olvidar temporalmente las diferencias ideológicas o tácticas que les separan. Por consiguiente, van a dirigirse a los Comités Nacionales de la UGT y del PSOE, llamándoles a organizar en común la lucha por la defensa de los derechos respetados inclusive en los períodos de más brutal represión.

En esta hora, cuando se afirma la cobardía general, y cuando el poder civil abandona sin lucha su puesto al poder militar, la clase obrera debe hacer sentir su presencia y no dejarse pisotear por hombres que quieren transgredir todas las formas del derecho actual, de los privilegios adquiridos en el curso de largas y encarnizadas luchas.» [41]

Las direcciones del PSOE y de la UGT, no sólo respondieron a este llamamiento con una negativa rotunda a la unidad de acción de la clase obrera, sino que se lanzaron por la vía de la colaboración con la dictadura.

Los dirigentes reformistas de la UGT colaboraron en la persecución de los sindicatos revolucionarios dirigidos por comunistas, y en más de una ocasión, como en el caso del Sindicato de Mineros de Vizcaya, recibieron de manos de la policía las llaves de los locales de estos sindicatos clausurados. Los dirigentes socialistas ayudaron a la dictadura a crear los Comités Paritarios, que implicaban la aplicación del arbitraje obligatorio en los conflictos obreros y la ilegalidad de las huelgas. Dirigentes socialistas ocuparon puestos en el Consejo de Estado, Consejo de Trabajo, Consejo Interventor de Cuentas del Estado, Comisión Interina de Corporaciones, Consejo Técnico de la Industria Hullera, Tribunal de Cuentas y otros organismos.

Los dirigentes reformistas se negaron sistemáticamente a participar en ninguna de las frecuentes acciones iniciadas por grupos de la oposición contra la dictadura. Y no movieron un dedo para derribarla, ni salieron de su obediente pasividad hasta el momento en que ya no era posible permanecer sordos a las demandas de las fuerzas dispuestas a derribar la Monarquía. Primo de Rivera gustaba de elogiar «la lealtad» de los dirigentes socialistas y la premiaba con ventajosos enchufes y sinecuras.

Que la colaboración de los dirigentes reformistas con la dictadura no respondía a la voluntad de los obreros socialistas y ni aun siquiera a la de dirigentes muy destacados, lo demuestra la actitud hostil de Prieto y otros, y el hecho de que en algunos lugares, como Pontevedra, los socialistas crearon con los comunistas un Comité de Acción contra la Guerra y la Dictadura. En Vizcaya, por iniciativa de los comunistas, se realizó una huelga general de protesta de 24 horas contra el golpe militar, en la que participaron los obreros socialistas.

Entre tanto, la violencia represiva del Directorio contra los trabajadores revolucionarios se acentuaba día a día, sobre todo a partir de octubre de 1923. Los líderes anarquistas no [42] resistieron la presión y, bajo su influjo, la CNT suspendió su actividad, clausuró sus locales y suprimió su prensa. Este acto de «autodisolución» constituyó una deserción ante el enemigo,

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pues privaba a los trabajadores confederales de sus organizaciones de defensa cuando mayor era su menester.

Tres de los sindicatos cenetistas más importantes de Barcelona –metalúrgico, transporte y textil– protestaron contra esta decisión de renunciar a la lucha, que dejaba las manos libres al dictador. En Sevilla, importantes sindicatos de la CNT se negaron a disolverse; continuaron luchando de una forma autónoma. Sus principales dirigentes –entre ellos José Díaz–, ardientes defensores de la Revolución Socialista Rusa, se fueron acercando cada vez más al Partido Comunista, en cuyas filas ingresaron años más tarde.

En noviembre de 1923 fueron detenidos varios camaradas del Comité Central del Partido y de las Juventudes Comunistas. En diciembre, Primo de Rivera montó una provocación policíaca de grandes vuelos contra el Partido. Un comunicado de la Dirección General de Seguridad decía que había sido descubierto un complot que debía estallar el día 28 de aquel mes en España y Portugal simultáneamente. Con tan falaz pretexto, se practicaron detenciones en masa de comunistas en Madrid, Sevilla, Palma de Mallorca, San Sebastián, Bilbao y Asturias. La policía asaltó los locales del Partido, que fueron saqueados y clausurados.

En 1924, se recrudeció la represión; se juzgaba a los militantes del Partido en consejo de guerra; especialmente en Bilbao y Asturias, la represión era brutal.

Afirmaba por un lado la reacción, coreada por los reformistas, que el Partido Comunista era un grupo insignificante sin influencia en el país. Pero su obsesión por la actividad de nuestro Partido era tal que el dictador declaraba en 1923: «Yo vengo a luchar contra el comunismo.» Y en 1925, Primo de Rivera y Alfonso XIII decían jactanciosamente a la prensa francesa: «El comunismo es un peligro que el Directorio ha sabido conjurar deteniendo a los principales militantes revolucionarios». Lo de las detenciones de comunistas era rigurosamente cierto y se llevaba a cabo con tal saña que en un breve espacio de tiempo, nuestro Partido viose obligado a [43] renovar cinco veces el Comité Central por ser detenidos sus componentes. Pero el Partido tenía reservas inagotables en la clase obrera. Nuevos grupos de luchadores surgían ininterrumpidamente para ocupar el puesto de los que caían en prisión. Con el apoyo y la adhesión abnegada de los mejores hijos de la clase obrera y de las masas laboriosas, el Partido pudo hacer frente al terror y a las persecuciones, a pesar de su juventud y de su escasa experiencia. Si de verdad hubiera sido, como afirmaban la reacción y los dirigentes reformistas, «un cuerpo extraño en la sociedad española», es evidente que no hubiera resistido la prueba, y que habría desaparecido de la escena política sin dejar rastro. Pero el Partido Comunista de España no pudo ser destruido ni entonces ni después, porque para ello hubiera sido preciso destruir a la clase obrera.

Por la unidad ideológica

El Partido Comunista quedó integrado, después de la unificación, por hombres provenientes de la Federación de Juventudes Socialistas y del ala izquierda del Partido Socialista. Estos hombres no pudieron desprenderse automáticamente de sus concepciones, socialdemócratas, unos, de tendencias extremistas y sectarias, otros, ni corregir de la noche a la mañana su insuficiente conocimiento de los principios y de la táctica comunistas. A ello se añadía el confusionismo de grupos o individuos aislados que venían al Partido con una formación pequeño-burguesa y anarquizante, que se resistían al centralismo democrático y a la disciplina comunista, que no comprendían la necesidad de la unidad ideológica del Partido y, por lo tanto, la incompatibilidad de éste con la existencia de fracciones o grupos.

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En esta situación, el joven Partido Comunista de España fue lanzado a la ilegalidad. Tal circunstancia haría más larga y laboriosa la obligada etapa de unificación ideológica y de consolidación del Partido como un auténtico Partido marxista de nuevo tipo. [44]

En cuanto inició sus primeros pasos y necesitó fijar su línea política, el Partido tuvo que enfrentarse con las tendencias izquierdistas que tan gráficamente calificara Lenin de «enfermedad infantil del comunismo».

En aquel período, el izquierdismo infantil, el sectarismo, era un serio peligro, ya que, en el esfuerzo por deslindarse del oportunismo socialdemócrata, era fácil caer en un extremismo vacuo, que podía aislar al Partido de las masas.

En los primeros tiempos, las manifestaciones más destacadas del sectarismo en el Partido Comunista de España podían resumirse así:

Los extremistas negaban la necesidad de permanecer en la UGT, so pretexto de que ésta se hallaba bajo la dirección de los reformistas, y se pronunciaban por el boicot a los sindicatos. En esencia, metían en el mismo saco a los líderes reformistas y a los trabajadores de la UGT, declarando que «no había nada que hacer con ellos». De esta suerte, renunciaban a la educación política de los trabajadores, aún engañados por sus dirigentes oportunistas, y distanciaban al Partido de las grandes masas no comunistas.

Los extremistas propugnaban el abstencionismo electoral y el boicot al Parlamento, frente a quienes defendían la posición leninista de utilizar las elecciones y el Parlamento para denunciar a la reacción, dar a conocer ampliamente el Programa y las soluciones del Partido Comunista y combatir no sólo «desde abajo», sino también «desde arriba», es decir, desde los órganos legislativos, por los intereses del proletariado y del pueblo en general, por la democracia y el socialismo.

Finalmente, los extremistas se oponían a la política de Frente Unico que preconizaba la Internacional Comunista.

Estas tendencias extremistas, sectarias, fueron combatidas por el Partido en el Primero y Segundo de sus Congresos, en los cuales se aprobaron decisiones de gran importancia, como la de reforzar la labor sindical en el seno de la UGT y la CNT; la de luchar por la fusión de estas dos grandes centrales sindicales para dotar a los trabajadores de una Central Sindica Unica; la de participar en las elecciones, y, en fin, la de aplicar la política del Frente Unico. [45]

El breve espacio de tiempo que separó al Primer Congreso del Segundo, fue rico en enseñanzas para los comunistas. Al aplicar la táctica de unidad de acción en las luchas obreras, ésta apareció como la única justa y eficaz.

Los resultados alentadores de la política del Frente Unico contribuyeron a que muchos de los camaradas que en el Primer Congreso se resistieron a la unidad de acción con los trabajadores socialistas, modificaran su opinión. Sin embargo, hubo un grupo aferrado a posiciones sectarias, que se lanzó a la lucha fraccional, y fue, por ello, excluido del Partido en el Segundo Congreso. Algunos de sus componentes rectificaron, más tarde, su posición errónea y se reincorporaron a las filas comunistas.

La brutal represión de la dictadura creó serias dificultades al Partido. Este, en su conjunto, siguió en la brecha, dando ejemplo de firmeza revolucionaria; pero no todos los que en los primeros momentos se alistaron bajo sus banderas fueron capaces de mantenerse en él ni de resistir la dura prueba.

La lucha contra las tendencias sectarias permitió al Partido vincularse a las masas socialistas y anarquistas, y encabezar grandes acciones reivindicativas y políticas. Sin embargo, en el curso de la lucha por corregir las tendencias sectarias se incrementó la influencia en la dirección del

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Partido de algunos hombres, procedentes del PSOE, que no habían logrado desprenderse del lastre oportunista. En la dirección elegida por el Segundo Congreso figuraban César R. González, Secretario General, Ramón Lamoneda y otros, quienes, ante las duras persecuciones primorriveristas, trataban de imponer al Partido una política oportunista de renuncia a la lucha.

En apoyo de su postura argüían que «había que conservar las fuerzas para el momento decisivo» y «esperar tiempos mejores». Es verdad que el Partido tiene que saber replegarse cuando las condiciones lo exigen. Pero el repliegue no es la espera pasiva de tiempos mejores, sino la continuación de la lucha con nuevas formas. En esa labor oscura y anónima, pero heroica, es cuando se pone a prueba el temple y la constancia revolucionaria de los comunistas. Y sin ese trabajo paciente para infundir a la clase obrera confianza en sus [46] fuerzas y prepararla a través de luchas y acciones parciales, el proletariado y el Partido no estarían en condiciones de cumplir con su misión de vanguardia cuando llegase el «momento decisivo».

Ante la justa crítica a la pasividad de la dirección elegida en el Segundo Congreso, la reacción de algunos de sus integrantes, como César R. González, Ramón Lamoneda, Rodríguez Vega y otros, fue dimitir sus cargos. Más tarde se reintegraron al regazo, sin duda más cómodo, del Partido Socialista.

En aquel período se produjo una crisis de dirección en el joven Partido Comunista de España. Las bajas causadas por la represión eran numerosas. Los mejores cuadros del Partido estaban en la cárcel. A ello se agregaban pérdidas tan dolorosas para el Partido y el movimiento obrero, como la muerte de Virginia González, en 1923, y de Antonio García Quejido, en 1927.

La incorporación de Maurín y de un grupo de sindicalistas de Barcelona, que podía haber supuesto el robustecimiento del Partido con fuerzas nuevas, vinculadas al proletariado catalán, contribuyó, bien al contrario, a multiplicar las dificultades. Maurín resultó ser un arribista político y no un militante revolucionario. En sus planes entraba tomar la dirección del Partido en sus manos para convertirlo en una organización nacionalista, pequeño-burguesa, al servicio de turbias causas.

La inestabilidad de la dirección del Partido en aquel tiempo contribuyó a debilitar la normal relación de los órganos directivos con las organizaciones locales, que fueron aislándose y encerrándose en sí mismas. Todo ello, sumado a la deserción de aquellos dirigentes que no supieron desprenderse del lastre oportunista ni arrostrar los sacrificios que comportaba la lucha en las filas comunistas, facilitó por reacción el triunfo de las tendencias sectarias.

Con la llegada a la dirección del Partido, en el año 1925, de José Bullejos y otros jóvenes militantes, que arrastraban consigo una carga considerable de izquierdismo, se inició una etapa de predominio de las tendencias sectarias, que sólo pudo ser remontada en 1932, después del IV Congreso Nacional, [47] con la formación de una nueva dirección del Partido encabezada por José Díaz, Dolores Ibárruri y otros camaradas.

A través de estas crisis de crecimiento; en la compleja lucha por la unidad ideológica interna, en la lucha cotidiana por las reivindicaciones de los trabajadores, en la resistencia a las persecuciones policíacas, en las cárceles y en el trabajo clandestino, fueron formándose comunistas fieles al marxismo, intransigentes frente al reformismo, indoblegables en las torturas y ante los tribunales, cimiento y base sobre los que se levantó el Partido Comunista de España.

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En vísperas de la crisis revolucionaria

La acción de las contradicciones internas que corroían a la dictadura empezó a agrietar la base sobre la que se levantaba.

La más seria debilidad de Primo de Rivera era que contaba con una base de masas en qué apoyarse. Sus intentos de transformar la «Unión Patriótica» en un Partido fascista de masas fracasaron rotundamente.

Se produjeron varios «complots» militares y civiles. Pero la lucha fundamental por el derrocamiento de la dictadura y de la Monarquía la libraban la clase obrera y los campesinos con huelgas y acciones poderosas.

En 1927 volvía a iniciarse un ascenso del movimiento obrero. A partir de entonces y hasta la caída de la dictadura, se sucedieron importantes huelgas económicas y políticas en Asturias, el País Vasco, Cataluña y Andalucía. En el campo andaluz, en donde la influencia comunista empezaba a extenderse, surgieron comités de braceros; los obreros agrícolas y campesinos pobres llegaron en su lucha hasta la ocupación de algunos cortijos.

Se reorganizaron los sindicatos, los obreros prescindían de los comités paritarios y luchaban directamente por sus reivindicaciones y contra el odiado régimen.

En el año 1929, la oposición contra la dictadura fue tomando mayor amplitud y vigor. Se levantaba por todo el [48] país una oleada popular incontenible, antidictatorial y antimonárquica.

En esa situación, en agosto de 1929, se reunió el III Congreso del Partido Comunista de España. Debido a represión de la dictadura, el Congreso tuvo que celebrarse en París.

Todos los hechos de la vida nacional demostraban que España estaba en vísperas de una revolución. Pero, ¿cuál sería su carácter? ¿Qué papel correspondía desempeñar en ella a la clase obrera y al Partido Comunista? Tales eran las grandes cuestiones con las que se enfrentaba el Partido en el momento de su III Congreso.

Este definió acertadamente el carácter de la revolución que se gestaba en España como una revolución democrático-burguesa. Y reafirmó la tesis leninista de que

«Sólo el proletariado podía conducir consecuentemente a las restantes capas trabajadoras hasta la victoria definitiva de la revolución democrático-burquesa.»

Se basaba esta posición en una apreciación acertada de la realidad económica, social y política de España, y en la aplicación a esa realidad de los principios marxistas leninistas.

El Partido Comunista consideraba que España sólo podría llegar al socialismo a través de la etapa de la revolución democrático-burguesa, la cual, en esencia, se presentaba como una revolución agraria antifeudal en lo económico y antimonárquica en lo político.

La etapa de la revolución democrático-burguesa era insoslayable y sólo a través de ella podía forjarse una alianza de la clase obrera, los campesinos y otras capas populares, capaz de derrotar al sector más reaccionario de la sociedad española –la aristocracia latifundista–, destruir los fundamentos de su poderío económico –la gran propiedad territorial–, y privarle de su instrumento de dominación –el Estado monárquico–.

Las fuerzas motrices de la revolución democrático-burguesa [49] eran la clase obrera y los campesinos, clases interesadas en romper resueltamente con el viejo régimen, en arrebatar el Poder político a las clases caducas y en tomarlo ellas en sus manos, para asegurar la victoria definitiva de la revolución.

Lenin, partiendo de las ideas de Carlos Marx sobre «la revolución ininterrumpida» y sobre la necesidad de fundir la revolución proletaria con la revolución campesina, había llegado a la

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conclusión –confirmada por el triunfo de la revolución en Rusia– de que en aquellos países capitalistas donde subsisten restos semifeudales y en los que está aún pendiente la revolución burguesa, la dirección de esta revolución corresponde, no a la burguesía, sino al proletariado.

En esa gran enseñanza leninista se basaba la resolución política del III Congreso del Partido Comunista. Este destacaba, como eje de toda su estrategia política, la necesidad de asegurar el papel dirigente del proletariado en la revolución democrático-burguesa.

Si la clase obrera actuaba como fuerza dirigente, el triunfo de la revolución democrática daría el Poder, no a la burguesía, sino a los obreros y a los campesinos. El Partido Comunista lanzó la consigna de un Gobierno Obrero y Campesino, cuya misión sería llevar hasta el fin las tareas de la revolución democrática, y despejar así el camino para el avance hacia el socialismo.

El III Congreso acordó que, en aquellos momentos de grandes responsabilidades para el Partido, era urgente robustecerlo política y orgánicamente, reforzar la disciplina en sus filas, restablecer el régimen de democracia interior, ampliar los órganos dirigentes, impulsar la actividad política de todo el Partido. Se decidió prestar una atención especial a las regiones industriales, para enraizar el Partido en los centros proletarios fundamentales del país.

Los acuerdos adoptados en el III Congreso sólo fueron aplicados muy parcialmente. La persecución policíaca creaba condiciones muy difíciles para el desarrollo del trabajo del Partido. Y el predominio del sectarismo en su dirección constituía un freno para el crecimiento del Partido, para su ligazón con las masas trabajadoras. [50]

La etapa del Gobierno Berenguer

El 28 de enero de 1930 cayó Primo de Rivera bajo el peso de la lucha antidictatorial en la que participaban las principales fuerzas del país. Frente al dictador se establecía una coincidencia nacional en las batallas de la clase obrera y de los campesinos, en las protestas de amplios sectores burgueses, en las acciones de los estudiantes y de intelectuales como Miguel de Unamuno, Ramón del Valle Inclán, los hermanos Ortega y Gasset, Vicente Blasco Ibáñez, Ramón Menéndez Pidal, Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón y otros más. Volvieron la espalda a Primo de Rivera hasta los capitanes generales que siete años antes le elevaron al cargo de dictador.

Las clases dominantes españolas trataron de evitar que la crisis política del régimen desembocara en una situación revolucionaria. Creyeron salir del paso con un cambio de fachada que dejara intacto el edificio de la Monarquía.

El gobierno Berenguer, que sucedió a Primo de Rivera, restableció parcialmente las libertades públicas, autorizó el retorno de los emigrados políticos, devolvió a la labor docente a los catedráticos sancionados por la dictadura, amnistió a los presos políticos y anunció su propósito de convocar elecciones legislativas, retornando a las normas constitucionales. Pero estas medidas no habían de zanjar la crisis política que se desarrollaba en España. Esta alcanzaba de lleno a la Monarquía.

Ante la inminencia de un cambio revolucionario, todas las clases iban definiéndose y creando los partidos que pudieran ayudarlas a alcanzar sus objetivos. Las clases que constituían el

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soporte político y social de la Monarquía se encontraron sin sus instrumentos tradicionales de acción política: la dictadura había suprimido a los «partidos turnantes». La burguesía liberal desertaba en masa del campo alfonsino. Se aceleraba la formación de nuevos partidos de la burguesía. La pequeña burguesía se incorporaba a los partidos republicanos de izquierda.

Berenguer toleró la actividad de los partidos republicanos, de las centrales sindicales y del Partido Socialista, pero [51] mantuvo todo el rigor prohibitivo contra el Partido Comunista de España. La policía secuestraba las ediciones de la prensa del Partido, prohibía sus reuniones y actos y nuevamente llenaba las cárceles de comunistas.

A principios de marzo de 1930, el Partido celebró clandestinamente, en Bilbao, una Conferencia Nacional, que fue denominada, por razones de conspiración, «Conferencia de Pamplona».

En ella se reafirmó la acertada orientación del III Congreso sobre el papel dirigente del proletariado en la revolución democrática y se subrayó que la tarea esencial del Partido, después de la caída de la dictadura de Primo de Rivera, era proseguir la lucha contra el gobierno de Berenguer y por el derrocamiento de la Monarquía.

La Conferencia dedicó especial atención al problema sindical; se pronunció por la creación de una sola central sindical que abriese sus puertas a todos los trabajadores, fuesen cuales fueren las ideas políticas que profesaran; una central única, regida democráticamente y ligada por lazos solidarios al movimiento sindical revolucionario de todo el mundo.

Teniendo en cuenta la pasividad de la UGT y la colaboración de sus líderes con la dictadura, el Partido consideraba que este objetivo podía lograrse reconstruyendo la CNT sobre una nueva base.

Al propio tiempo, proponía la creación de comités obreros en los lugares de trabajo, a fin de facilitar un movimiento de Frente Unico entre las masas.

La Conferencia acordó incorporar al Comité Central a la camarada Dolores Ibárruri, que ya participaba en la dirección del Partido en el País Vasco.

Sin embargo, en el Comité Ejecutivo predominaban Bullejos y Trilla, quienes dirigían aplicando métodos autoritarios e incurrían en serios errores. Negaban la etapa burguesa de la revolución e identificaban la crisis del régimen monárquico con la crisis del sistema capitalista. De ahí su política sectaria que alejaba al Partido de las masas.

Esta orientación sectaria no pudo, pese a todo, impedir que, después de la Conferencia de Pamplona, se reavivase la actividad del Partido, principalmente en las organizaciones de [52] Sevilla y del País Vasco. En el curso de 1930 los obreros sevillanos dieron pruebas de combatividad y de espíritu revolucionario y estimularon con su ejemplo al proletariado industrial y agrícola de toda Andalucía. En el mes de abril, los portuarios sevillanos, dirigidos por los comunistas, se declararon en huelga y obligaron a la patronal a aceptar sus reivindicaciones. Esta fue la primera victoria importante de la lucha reivindicativa de los trabajadores después de la caída de la dictadura. La organización sevillana del Partido experimentó un rápido crecimiento.

Gracias a la actividad de un núcleo de dirigentes de gran prestigio en los medios obreros, del que formaban parte José Díaz, Antonio Mije, Manuel Delicado, Saturnino Barneto y otros trabajadores andaluces, el Partido había logrado importantes posiciones sindicales.

La organización del País Vasco hizo en aquel período un gran esfuerzo para encabezar el movimiento reivindicativo de la clase obrera y dirigió manifestaciones contra el paro y huelgas económicas y políticas. Al frente de la organización se hallaban Leandro Carro, Dolores Ibárruri, Aurelio Aranaga, Jesús Larrañaga, Bueno y otros camaradas.

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La necesidad de disponer de un órgano de prensa, del que entonces carecía el Partido, era apremiante. El 23 de agosto vio la luz el primer número del semanario «Mundo Obrero» nuevo órgano del Partido, que un año después –el 14 de noviembre de 1931– se convirtió en el diario central del Partido Comunista de España.

La intensificación de la actividad del Partido provocó una nueva ola de persecuciones. En el verano de 1930 se hallaba en la cárcel la mayoría de los miembros del Comité Ejecutivo y del Comité Central del Partido.

El general Mola, Director General de Seguridad del Gobierno Berenguer, creó un organismo especializado en la labor de provocación y persecución contra el Partido Comunista, la llamada «Sección de Investigación Comunista», ligada con los servicios policíacos anticomunistas de otros países.

Esta ofensiva policiaca conjugóse con el ataque desatado por los trotskistas contra la unidad del Partido. Trotski, expulsado de la Unión Soviética en 1929 por su labor [53] contrarrevolucionaria, que tendía a restablecer el capitalismo, trasladó la lucha a la palestra internacional, intentando crear una plataforma común para todos los renegados y abrir un cisma en la Internacional Comunista. En España los trotskistas abrieron fuego contra la política del Partido en todos los problemas fundamentales de la revolución, tratando de apoderarse de la dirección del Partido para la realización de sus fines contrarrevolucionarios.

Los intentos trotskistas de dividir el Partido Comunista de España resultaron fallidos. El Partido se mantuvo unido y fiel a la Internacional Comunista.

Sin embargo, en Cataluña, Maurín consiguió con malas artes arrastrar a una parte de la Federación Comunista Catalano-Balear. Esta desgarradura tuvo consecuencias dolorosas para el desarrollo del Partido en Cataluña, si bien, a pesar del revés temporal, un núcleo de firmes militantes reorganizó las filas del Partido.

A mediados de 1930 se sentían ya en España las consecuencias de la crisis económica mundial. Los sectores más afectados eran la agricultura y la industria extractiva, que trabajaban, en gran medida, para la exportación. Al mismo tiempo se agravaba la situación de las finanzas del país, desfondadas ya por la dictadura. La baja de la peseta adquiría caracteres alarmantes. La economía española, ya de suyo precaria, se vio atenazada por el comienzo de una triple crisis: agrícola. industrial y monetaria. La situación de la población laboriosa empeoró. Aumentó el paro, se acentuó la carestía. La crisis lanzó de lleno a la lucha a la clase obrera.

El movimiento obrero pasó a la ofensiva; las consignas económicas dominantes al principio, fueron cediendo el paso a las consignas políticas antimonárquicas.

Con el incremento de la actividad de la clase obrera, la crisis política del régimen desembocó en una situación revolucionaria. La lucha obrera contagió a las demás clases populares. Cobró de nuevo intensidad la acción protestataria de los estudiantes, quienes, ya en la primavera habían sostenido acciones como la de la Facultad de San Carlos. El Ateneo madrileño, presidido por Azaña, era uno de los más caracterizados centros de la actividad antimonárquica. [54]

Las raíces de esta situación revolucionaria se hallaban en las contradicciones irreconciliables del sistema económico, social y político del país; además, las repercusiones en España de la crisis económica mundial habían agravado estos males y actuado, en cierta forma, de acelerador de la revolución.

La contradicción que en aquel tiempo aparecía en primer plano, el eje en torno al cual giraba la lucha política, era la contradicción entre la aristocracia latifundista, estrechamente entroncada a

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la oligarquía financiera –y cuya dominación encarnaba la Monarquía–, y el pueblo español en su conjunto. Esta contradicción, que ya había provocado la situación revolucionaria de los años 1917-1920, fue también la causa generadora de la iniciada en 1930. Por los problemas planteados ante el país y por las clases que ponía en movimiento, la situación revolucionaria de 1930 era, como señalaba el Partido Comunista, el anuncio de la revolución democrático-burguesa.

Las fuerzas que estaban objetivamente interesadas en esta revolución abarcaban una gama muy amplia: el proletariado y los campesinos, la pequeña burguesía urbana y la intelectualidad progresiva, el movimiento nacional de Cataluña, Euzkadi y Galicia y también la burguesía no monopolista en general.

¿Qué clase iba a desempeñar el papel dirigente en la revolución democrática?

El Partido Comunista había subrayado que sólo bajó la dirección de la clase obrera, aliada a los campesinos y a otras capas populares, podría la revolución democrática triunfar plenamente. Pero el Partido no había conquistado la suficiente base de masas para hacer triunfar su punto de vista.

La clase obrera estaba en su mayoría bajo la influencia de los dirigentes socialistas y anarcosindicalistas, que ni siquiera se plantearon disputarle las riendas del movimiento a la burguesía.

Esto explica que los partidos republicanos burgueses lograran apoderarse de la dirección del movimiento revolucionario en 1930; y mientras las fuerzas obreras permanecían divididas, la burguesía se apresuró a agruparse en torno a una plataforma común. [55]

El 17 de agosto tuvo lugar en la capital guipuzcoana una reunión de los jefes del movimiento republicano burgués, en la que se firmó el célebre Pacto de San Sebastián y se creó un denominado «Comité Revolucionario».

El Pacto de San Sebastián era un hecho político muy importante, por cuanto creaba una amplia coalición de fuerzas para la lucha contra la Monarquía. Pero, de otro lado, tenía una cara negativa: ratificaba el hecho de que la dirección del movimiento antimonárquico quedaba en manos de los partidos burgueses, por la incomprensión y política seguidista del Partido Socialista y del anarcosindicalismo.

En el seno del PSOE se libraba una fuerte pugna en torno a la cuestión de participar o no en el movimiento contra la Monarquía. El grupo acaudillado por Besteiro, Trifón Gómez y Saborit se oponía resueltamente a esa participación. La corriente encabezada por Largo Caballero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos abogaba, en cambio, por la colaboración con los partidos del Pacto de San Sebastián. Su línea se impuso en definitiva en el PSOE y estos tres líderes entraron a formar parte del «Comité Revolucionario». Los dirigentes socialistas en su conjunto, a pesar de sus divergencias, se atuvieron a la vieja concepción oportunista de que en la revolución democrático-burguesa incumbía a la burguesía la dirección del movimiento. Y mientras el Partido Comunista llamaba la atención de las masas sobre los grandes problemas de la revolución democrática, el Partido Socialista los daba de lado, centrando el fuego exclusivamente, al igual que los partidos republicanos burgueses, en el desplazamiento del rey.

Los líderes anarcosindicalistas sostenían una posición parecida. Angel Pestaña, que por aquellas fechas dirigía la organización cenetista, escribía en «Acción» que convenía que fuesen «los hombres de orden, que por su posición social y notoriedad gozan de cierta impunidad, los que combatan por ahora al régimen».

La política del PSOE y del anarcosindicalismo colocó, pues, a la clase obrera a remolque de los partidos burgueses. Y esto lo hacían los dirigentes socialistas y cenetistas precisamente

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cuando aquélla demostraba ser, por la amplitud y el [56] vigor de las huelgas y acciones que llevaba a cabo, la fuerza más combativa y dinámica del país.

En septiembre de 1930 tuvieron lugar huelgas generales, en Barcelona, Sevilla, Bilbao y Madrid. En octubre estalló otra vez en Bilbao una huelga general de abierta factura política, mientras una ola de huelgas recorría Galicia. En Sevilla, Málaga y Huelva, Valencia, Murcia, Vitoria, Logroño, Barcelona y Badalona, se producían movimientos de marcado matiz revolucionario.

Si de febrero a abril de 1930, el número de huelguistas había sido de 50.000, en septiembre ascendió ya a 200.000, en octubre, a 250.000, en noviembre, a 600.000.

La tensión política era ya en este último mes extraordinaria. En Madrid, el asesinato de varios trabajadores que formaban en el cortejo fúnebre de los obreros víctimas del hundimiento de un inmueble en la calle de Alonso Cano, dio lugar a una huelga general que paralizó la ciudad. En solidaridad, fueron a la huelga los obreros de Alicante, Sevilla, Córdoba, Granada y otras ciudades. Particularmente intensa fue la huelga en Barcelona que se prolongó una semana. En España se manifestaba ya abiertamente la presencia de una crisis revolucionaria.

El filósofo burgués Ortega y Gasset escribía en aquellos días en un diario madrileño su famoso artículo «¡Delenda est monarchia!».

La Monarquía se tambaleaba, en efecto, bajo los poderosos golpes de la clase obrera. Pero los líderes socialistas y anarcosindicalistas no preparaban a ésta para dirigir el movimiento democrático general. Frenaban la acción revolucionaria de las masas populares y propiciaban la táctica del complot militar. Tal actitud exteriorizaba las concepciones oportunistas pequeño-burguesas de los dirigentes socialistas y anarcosindicalistas.

La caída de la Monarquía

Ante el temor de verse desbordado por las masas, el «Comité Revolucionario», salido del Pacto de San Sebastián, [57] decidió señalar la fecha de un golpe militar. Pero esta fecha iba sufriendo, por unas u otras razones, múltiples aplazamientos, lo que hacía desconfiar de la sinceridad revolucionaria del citado Comité.

El 12 de diciembre, en la pequeña guarnición de Jaca, se alzaron en armas dos heroicos capitanes, Fermín Galán y Angel García Hernández, proclamaron la República y marcharon con sus soldados y un puñado de paisanos hacia Zaragoza, donde debían sumárseles otras unidades comprometidas. Pero las esperadas asistencias no aparecieron. Para evitar inútiles derramamientos de sangre, los dos capitanes se rindieron. Cuarenta y ocho horas después eran fusilados. Alfonso XIII agregaba un nuevo crimen a su historia.

El «Comité Revolucionario» fijó, por fin, la fecha definitiva del golpe militar para el día 15 de diciembre, que había de coincidir con la declaración de la huelga general por parte del PSOE y de la UGT. Cuando amaneció ese día un grupo de aviadores, entre los que figuraba Ignacio Hidalgo de Cisneros, logró adueñarse por breves horas del aeródromo de Cuatro Vientos y volar sobre Madrid, lanzando proclamas republicanas. A las doce de la mañana, cercados por tropas del Campamento de Carabanchel, se vieron obligados a levantar bandera blanca porque, contra lo acordado, ni el 15 ni el 16 los dirigentes socialistas dieron la orden de huelga general a las organizaciones obreras que, impacientemente, esperaban instrucciones de sus dirigentes. Entre los dirigentes socialistas que habían colaborado con la dictadura existían dos corrientes muy acusadas. La de los que creían en la posibilidad de la revolución y la de los que no creían en ella y llegaban incluso a sabotear toda medida preparatoria. La orden de huelga

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no llegó porque, como se declaró en el XIII Congreso del PSOE, celebrado en 1932, esta orden fue saboteada por los dirigentes socialistas Trifón Gómez, Saborit, Muiño y otros.

A pesar del sabotaje de esos líderes socialistas, en muchas ciudades hubo huelga. En Santander, los obreros lograron apoderarse de algunas armas y sostuvieron luchas en la calle. El movimiento adquirió un carácter enérgico en Euzkadi y Andalucía, donde mayor era la influencia del [58] Partido Comunista. En Bilbao estalló una huelga general. En San Sebastián, los obreros asaltaron el Gobierno Civil. Sobre Sevilla, el Gobierno volcó literalmente todas las fuerzas represivas de la región para aplastar la anunciada huelga. En varios pueblos andaluces, los campesinos proclamaron la República. El Gobernador mandó contra ellos parte de las fuerzas que ocupaban la capital. El Comité Regional del Partido Comunista dio la orden de huelga general en Sevilla a fin de impedir el desplazamiento de las fuerzas represivas, encargadas de sofocar los movimientos campesinos.

El Partido Comunista hizo pública una declaración política en la que analizaba las causas del fracaso del movimiento revolucionario de diciembre. En ella señalaba que la intención de los jefes republicanos y socialistas era impedir las grandes luchas revolucionarias de las masas, en las cuales el proletariado había de desempeñar un papel decisivo.

«Los jefes republicanos –decía la declaración– sólo querían la abdicación del rey por medio de la intimidación y la presión de los militares... »

«Las dificultades para utilizar las luchas obreras, cada día más combativas, sin dejarlas adquirir un carácter de clase –agregaba– explican las vacilaciones en los medios republicanos, que anunciaban y aplazaban constantemente el movimiento».

El Partido Comunista declaraba que la revolución no podía hacerse con minorías activas, sino con las grandes masas populares, incorporadas a la lucha con consignas claras y encauzadas en el curso de los acontecimientos hacia objetivos revolucionarios. Consideraba, además, que en el Ejército faltó la labor de esclarecimiento político y de organización entre los soldados. Faltó, finalmente, la propia organización de las masas obreras y campesinas en Consejos o Comités de Lucha. Todo esto impidió que el movimiento de diciembre expresara el nivel real de radicalización de las masas y se convirtiera en una ola revolucionaria capaz de barrer a la Monarquía. [59]

Durante los acontecimientos de diciembre, los comunistas dirigieron huelgas y movimientos revolucionarios en el País Vasco, en Andalucía, en Madrid y en otros lugares. Pero la política sectaria del grupo que encabezaban Bullejos y Trilla impidió al Partido Comunista aparecer ante las masas como una fuerza dirigente nacional.

Esforzándose por diferenciarse de los líderes socialistas, que convertían a la clase obrera en fuerza auxiliar de la burguesía, el Comité Ejecutivo pretendió salvaguardar la independencia política del proletariado con la consigna: «El proletariado debe luchar para sí mismo.» Esta era una consigna izquierdista, errónea, pues para dirigir la revolución democrático-burguesa el proletariado no puede limitarse a luchar «para sí mismo». Debe, por el contrario, formular y defender, de la manera más resuelta, las aspiraciones y los intereses de todas las clases populares; sólo en este caso admitirán éstas su dirección política.

No obstante el fracaso del movimiento de diciembre, los días de la Monarquía estaban contados. Al fusilar a Galán y García Hernández, Alfonso XIII había fusilado también las últimas ilusiones que pudiera albergar el pueblo en sus pretendidos propósitos de enmienda y deseos de concordia. La Monarquía concitó contra sí el odio de todo el país. Su aparente victoria sobre el movimiento de diciembre era tan solo el preludio de su derrota definitiva.

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Para salir del atolladero, el gobierno Berenguer promulgó un decreto convocando elecciones legislativas para el 19 de marzo. Se trataba de un último intento de apuntalar y reforzar la Monarquía con un respaldo parlamentario y constitucional.

Pero el ambiente del país era tal que todas las fuerzas políticas, incluso los viejos políticos conservadores y liberales, rechazaron esa maniobra. La Monarquía quedó totalmente aislada. Berenguer tuvo que presentar su dimisión.

El 18 de febrero formaba Gobierno el almirante Aznar, que convocó elecciones municipales. El Partido Comunista decidió acudir a las urnas a fin de conquistar una tribuna legal, exponer las aspiraciones democráticas de las masas y explicar al pueblo su política. El Partido combatió las tendencias [60] abstencionistas que se manifestaban entre los republicanos.

Al mismo tiempo publicó un programa electoral, en el que definía su posición ante las tareas fundamentales de la revolución democrática e indicaba los objetivos por los que habría de luchar más tarde, en el período republicano.

Pero el Comité Ejecutivo del Partido Comunista, siguiendo la política errónea que le imprimía el grupo de Bullejos y Trilla, lanzó la consigna de «¡Ningún compromiso!». Esta consigna era una reacción crítica a la táctica de los socialistas, que habían concertado con los partidos republicanos compromisos sin principio, en interés exclusivo de la burguesía. Pero el marxismo revolucionario se diferencia del oportunismo, no por una actitud nihilista hacia todo compromiso, sino por el carácter de los compromisos que contrae con las demás fuerzas, sin exceptuar a los partidos burgueses. La cuestión reside en establecer compromisos que no enajenen la independencia política del Partido ni rebajen la energía y la combatividad revolucionaria de las masas. El proletariado sólo puede obtener la victoria sobre un enemigo poderoso utilizando las menores posibilidades de establecer pactos con otras fuerzas, a fin de obtener aliados de masas, aunque sean temporales e inestables.

Algunos Comités Regionales del Partido Comunista –entre ellos los de Euzkadi y Andalucía– estaban en desacuerdo con la táctica del Comité Ejecutivo. En Sevilla, Málaga y otros lugares, los comunistas llegaron a establecer pactos electorales con otras fuerzas.

Estos hechos demostraban que en el Partido se desarrollaban corrientes favorables a una táctica más flexible, más en consonancia con las enseñanzas leninistas y con la situación, frente a la postura de aislamiento del Comité Ejecutivo. Semejante aislamiento impidió al Partido recoger la adhesión de miles de trabajadores, que aun simpatizando abiertamente con los comunistas, votaron en fin de cuentas a republicanos y socialistas, para «no debilitar el bloque antidinástico».

La campaña electoral adquirió una gran amplitud y reveló la magnitud de la impopularidad de la Monarquía entre las masas populares. [61]

En la noche del 12 de abril llegaron las primeras noticias que anunciaban un clamoroso triunfo republicano. El día 13, la derrota de la Monarquía era ya evidente. El desconcierto se apoderó de las alturas, mientras el pueblo manifestaba ruidosamente su júbilo. El gobierno Aznar dimitió. El «Comité Revolucionario» publicó un manifiesto en el que exigía la abdicación del rey y su salida de España. Pero esto lo exigía, sobre todo, el pueblo, que se había adueñado de la calle. El día 13, en Eibar, se proclamaba la República. El 14, al mediodía, Maciá levantaba en Barcelona la bandera de la República Catalana. A las tres de la tarde del mismo día, una bandera tricolor ondeaba en lo alto del Palacio de Comunicaciones de Madrid. En el transcurso de unas horas, las masas habían proclamado la República a lo largo y a lo ancho del país. Todo el viejo aparato de opresión de la Monarquía estaba descompuesto y paralizado, las fuerzas armadas se sumaron al júbilo popular o se mantuvieron en una posición expectante, de no beligerancia.

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Al atardecer, el «Comité Revolucionario» se erigía en Gobierno Provisional de la Segunda República Española.

La intensa lucha de la clase obrera y de las masas populares, sus sacrificios y su abnegación habían sido fructuosos.

Un régimen antipopular, con una larga cuenta de violencias y de felonías, era barrido de la escena histórica.

Comenzaba una nueva etapa.

Capítulo segundoLa República

La República de 1931 y sus gobernantes

La forma relativamente fácil en que se produjo el paso de la Monarquía a la República sorprendió a casi todos los políticos españoles, incapaces de pulsar el estado de ánimo de las masas y de valorar la madurez revolucionaria de la situación.

Los propios partidos republicanos y el socialista no habían mostrado gran confianza en el resultado de las elecciones. Y los dirigentes de esos partidos, que de la noche a la mañana se encontraron con el Poder en las manos, luego atribuyeron al sufragio ciudadano las propiedades de un talismán mágico, capaz de provocar automáticamente el desplome de un régimen secular.

Al emitir tales juicios, estos dirigentes olvidaban la lucha del pueblo. La Monarquía no se había derrumbado al simple influjo del sufragio. La piqueta demoledora fue la acción huelguística de los obreros y de los campesinos, las revueltas estudiantiles, la protesta de los intelectuales, la insubordinación de los militares demócratas, la oposición de la burguesía de las ciudades y, en no poca medida, la crisis general del capitalismo que repercutía de nuevo en España. [64]

Las propias elecciones del 12 de abril fueron una forma concreta de esa lucha revolucionaria de las masas. Las elecciones no fueron una consulta electoral de tipo corriente: el pueblo las aprovechó para expresar su aversión a la Monarquía no sólo en las urnas, sino en la calle, donde proclamó espontáneamente la República sin esperar las decisiones de las alturas.

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Al desarrollo incruento de la revolución del 14 de abril de 1931 contribuyó la actitud adoptada por algunos representantes de las clases conservadoras, quienes aconsejaron al rey abandonar el país. Cierto que en aquella situación ésta era, prácticamente, la única alternativa: el recurso a la fuerza armada, en el que confiaban el rey y alguno de sus ministros, tropezó con la resistencia pasiva del Ejército y de la Guardia Civil. Estas fuerzas retiraron su apoyo a la Corona ante el espectáculo de un pueblo dispuesto a imponer su libertad. Era tal la exaltación popular y tal el grado de descomposición del Estado monárquico, que no había otra salida para las clases conservadoras que aceptar el cambio institucional, en evitación de un estallido revolucionario que hubiera dado en tierra no sólo con la Corona, sino con sus propios privilegios de clase.

La experiencia del 14 de abril de 1931 tiene un valor permanente para la burguesía y para las masas populares de España. Si las clases dirigentes no provocan la violencia, el pueblo prefiere el camino pacífico para resolver los problemas que el desarrollo social plantea. Y, a su vez, esa vía pacífica, sin violencias destructoras y sin guerra civil, es posible sólo cuando se logra realizar la unidad del pueblo, cuando a través de una lucha diaria y constante van debilitándose y desarticulándose los instrumentos coercitivos de las clases dominantes. Los milagros no existen ni en la vida ni en la Historia.

La proclamación de la República fue un acto progresivo que abría la posibilidad de destruir los obstáculos que entorpecían el avance social y político y retrasaban el florecer económico de España. Pero bien pronto se dejaron sentir las consecuencias del oportunismo del Partido Socialista; de la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera pasó a [65] desempeñar en los gobiernos republicanos el papel de auxiliar de los partidos burgueses dejando la dirección del Estado en manos de la burguesía, de una burguesía que demostró en seguida su falta de voluntad para llevar a cabo las transformaciones democráticas que el pueblo exigía y España precisaba.

Con la proclamación de la República, el bloque de la aristocracia latifundista y de la alta burguesía, que bajo la hegemonía política de la primera había gobernado el país desde la restauración monárquica de 1874, fue desplazado del Poder y sustituido por un bloque de fuerzas que representaba al conjunto de la burguesía, a excepción de algunos sectores del capital monopolista.

Para la burguesía, la participación del Partido Socialista en el Gobierno provisional, constituido el 14 de abril, no tenia otro objeto que asegurarse un apoyo social de masas.

En los primeros gobiernos republicanos, quienes desempeñaban un papel determinante eran los representantes de la alta burguesía: Alcalá Zamora, Presidente del Consejo; Miguel Maura, ministro de la Gobernación, y el aventurero político Alejandro Lerroux, ministro de Estado. Dichos gobiernos, burlando la voluntad y las aspiraciones de las masas, realizaron una política de tolerancia para con las castas a las que el pueblo había desplazado del Poder. Su resistencia a poner fin rápidamente a la herencia de injusticias y privilegios legada por la Monarquía, facilitó el reagrupamiento de la contrarrevolución e hizo inevitable la agudización de las contradicciones de clase.

La presión de las masas se reflejó en la eliminación consecutiva de las dos fracciones políticas más derechistas: la conservadora de Miguel Maura y Alcalá Zamora y la radical de Lerroux.

A partir de diciembre de 1931, y con la salida del Partido Radical, la dirección del Gobierno pasó a manos de la pequeña burguesía, que haría su ensayo de Poder asistida también por el Partido Socialista.

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No era la primera vez que la pequeña burguesía gobernaba el país. El precedente estaba en la República del 73. Y tanto la Primera como la Segunda República confirmaron la [66] incapacidad de la pequeña burguesía para llevar la revolución democrática hasta el fin.

Intercalada social y políticamente entre un proletariado y unas masas de campesinos pobres fuertemente radicalizados, de un lado, y una aristocracia y una burguesía contrarrevolucionarias, de otro, la pequeña burguesía realizaría forzosamente una política contradictoria y vacilante. Y lo que es más grave, dentro de ese curso oscilatorio prevalecería en la obra de los gobiernos Azaña la inclinación claudicante a granjearse la benevolencia de los de arriba y a reprimir, en cambio, brutalmente los impulsos de justicia social de los de abajo, olvidando que eran los obreros y campesinos, las masas trabajadoras en general, quienes constituían el primer sostén de una auténtica democracia republicana, frente a las fuerzas tradicionales de la reacción española.

Con semejante conducta su fracaso político era inevitable; pues en España, y en aquella situación histórica concreta, se trataba de efectuar y dirigir transformaciones democráticas de hondo contenido social, cuya realización no era posible sin arremeter con denuedo contra los privilegios de las clases superiores y singularmente contra los de la nobleza absentista. Mas, por desdicha, cuando en el país subía la marejada popular en demanda de urgentes reformas, en las Cortes Constituyentes la nave republicana encallaba en el escollo religioso, dejando pendientes los problemas fundamentales de la revolución democrática: Problema agrario, estatutos autonómicos, legislación obrera, democratización del aparato del Estado...

Al Partido Socialista le incumbió una gran responsabilidad en la trayectoria antipopular de los gobiernos pequeñoburgueses. Sus líderes explicaban entonces desde las columnas de «El Socialista» en qué consistía la esencia y la médula de su colaboración gubernamental, de la forma siguiente:

«La colaboración leal de nuestros ministros en el gobierno republicano burgués, implica un sacrificio de todas las horas de cada uno de nuestros principios y de muchas de las conveniencias de los proletarios. Los ministros socialistas ponen su inteligencia y su actividad en estos momentos al servicio de la causa burguesa...» («El Socialista», 27-3-1932). [67]

La postura adoptada por el PSOE no era hija de un error táctico, sino resultado de una trayectoria en el curso de la cual los líderes socialistas, si bien acertaron a conservar una masa fundamentalmente obrera y sinceramente revolucionaria, habían pasado cada vez más abiertamente a una política de colaboración de clases.

La contradicción interna entre esas masas obreras revolucionarias y aquellos líderes oportunistas explica muchos episodios de la historia del Partido Socialista Obrero Español. Pues si en los partidos socialdemócratas de los países capitalistas desarrollados del Occidente europeo, el oportunismo encontraba una base social en la aristocracia obrera, en España se daban rasgos diferentes. El atraso industrial de España y la falta de colonias altamente rentables impedían a la burguesía española comprar y corromper a una capa del proletariado y convertirla, en la misma proporción que en esos países, en la llamada aristocracia obrera.

De ahí la resistencia que el oportunismo ha encontrado en la base del PSOE. Sin embargo, también en España la burguesía aplicaba el método de comprar y corromper a una parte de los funcionarios obreros mediante cargos oficiales retribuidos en Ayuntamientos, Comités Paritarios, Jurados Mixtos y Ministerios.

La política de los partidos republicanos pequeño-burgueses y del Partido Socialista Obrero Español no sirvió para consolidar la República, sino para defraudar las esperanzas de las masas y dar a la reacción la posibilidad de rehacer sus posiciones.

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En defensa de la democracia

El Partido Comunista había combatido en las primeras filas de los luchadores republicanos contra la Monarquía, como uno de los destacamentos más heroicos de la democracia española; pero al proclamarse la República fue objeto de un trato discriminatorio y se vio forzado a sostener una lucha tesonera para conquistar su derecho a la existencia legal.

El Partido salía de once años de clandestinidad o [68] semiclandestinidad seriamente quebrantado: apenas contaba con 800 militantes. Esta debilidad numérica debíase en gran parte a las persecuciones de que se le hizo objeto: ningún partido había sido blanco de tan crueles represalias. A su debilitamiento habían contribuido también, en no pequeña medida, las posiciones sectarias, las consignas estrechas, que no respondían a la situación real de nuestro país.

Bajo la presión de las masas y con la valiosa ayuda ideológica de la Internacional Comunista, el Partido inició la revisión de su política, adaptándola a la situación real y a lo que eran principios normativos comunistas en la revolución democrático-burguesa.

El Partido sostuvo una lucha enérgica en defensa de los intereses de los trabajadores. En sus documentos y en su prensa formuló las tareas históricas de la revolución democrática y las soluciones que correspondían a aquel período histórico.

El Partido advertía contra el peligro de que se intentara ahogar la revolución «en una oleada de debates parlamentarios», actuaba contra el narcótico de las ilusiones parlamentarias y declaraba que la solución de los problemas planteados sólo podría venir de la acción revolucionaria de las masas.

¿Cuáles eran las tareas de la revolución democrática española y cómo las enfocaba el Partido?

El Partido Comunista de España llamaba la atención del país sobre la triste herencia que la República recibía. España figuraba entre los países atrasados de Europa en punto a su desarrollo económico y político. La herencia feudal de la Monarquía era particularmente gravosa en el campo. El latifundismo constituía un freno al desarrollo económico del país y engendraba violentos antagonismos, su peso era agobiador en Andalucía, Extremadura y parte de Castilla. En el resto del campo español la herencia feudal se manifestaba en sistemas de arriendo y en cargas de origen medieval; así ocurría con los foros en Galicia, Asturias y parte de León, Valladolid, Palencia y Zamora; así con el condominio en las provincias vascongadas, con la «rabassa morta» es Cataluña y con otras variantes de aparcería y arriendo en ésas y otras regiones de España. [69]

La cuestión de la tierra era el problema de los problemas de la revolución española, el nudo gordiano que sólo podía cortar una profunda reforma agraria como la que proponía el Partido Comunista.

El Partido Comunista consideraba que la revolución española se iniciaba en una época en la que el proletariado constituía una clase fundamental de la sociedad, circunstancia que la diferenciaba de las grandes revoluciones burguesas del siglo XVIII e incluso del XIX, imprimiéndole mayor hondura social. De aquí que no pudiera postergar las aspiraciones económicas y sociales del proletariado y que debiera garantizarle el pleno disfrute de sus derechos políticos y sociales y la elevación de su nivel de vida.

La revolución democrática española no podía soslayar el problema nacional. El derecho de las nacionalidades a la autodeterminación e incluso a la separación halló en el Partido Comunista

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su más firme defensor, por considerar que la unidad del Estado español sólo puede ser sólida y estable sobre la base de la libre determinación y nunca sobre la fuerza y la violencia. Asimismo consideraba el Partido inexcusable la retirada de las tropas españolas del territorio marroquí y la concesión a aquel pueblo, sometido a un régimen de ocupación colonial, de la plena independencia nacional.

La revolución democrático-burguesa española debía resolver también con espíritu constructivo el problema de las relaciones con la Iglesia, estableciéndolas sobre los principios democráticos de la libertad de creencias y cultos y de la separación de la Iglesia y del Estado. El Partido era contrario a las estridencias anticlericales y ademanes demagógicos de ciertos líderes republicanos que herían los sentimientos de las masas católicas y eran utilizados por la reacción para levantar la bandera de la persecución religiosa y escindir al pueblo.

La consolidación de un régimen de libertades democráticas en España demandaba, en fin, la reorganización y democratización del aparato estatal, y en particular del cuadro de mandos del Ejército. Después del desastre de Cuba y cuando el Ejército español no tenía empresa exterior alguna en la que ser empleado, contaba con 499 generales, 578 coroneles y más de 23.000 oficiales para unas tropas que no excedían de [70] 80.000 hombres. Estos cuadros se llevaban en sueldos, gratificaciones y cruces pensionadas el 60 por 100 del presupuesto de guerra, dedicándose 80 millones para sueldos, 45 para la tropa y 13 para material. {(1) Eduardo Aunós. Itinerario Histórico de la España contemporánea.}

Esta situación empeoró aún como resultado de la guerra de Marruecos.

La reforma del Ejército era muy necesaria teniendo en cuenta, sobre todo, la hostilidad al nuevo régimen de la camarilla militar africanista, que constituía la cúspide del cuadro de mandos de las fuerzas armadas. Una de dos: o la República arrebataba las armas de manos de esa camarilla reaccionaria, o ésta las emplearía más tarde o más temprano para dar muerte a la República.

Tal era la posición del Partido Comunista sobre las tareas históricas de la revolución democrática española. La experiencia ha demostrado que era el único camino para resolverlas y para evitar a España la sangrienta prueba que más tarde hubo de sufrir.

Así, pues, la salida del Partido de la clandestinidad no sólo puso de relieve sus lados débiles; destacó sobre todo sus lados fuertes, sus grandes virtudes revolucionarias. El Partido aparecía como el auténtico depositario y continuador de las gloriosas tradiciones revolucionarias del proletariado español, como el portador del pensamiento político más avanzado, como el destacamento más combativo y revolucionario de la clase obrera española, como el más consecuente defensor de la democracia.

Al luchar por sus postulados, el Partido Comunista no pretendió en ningún momento que los líderes republicanos y socialistas se convirtiesen a la fe comunista; aspiraba tan sólo a que no se estancasen a mitad del camino de la revolución democrático-burguesa y tuviesen presentes las palabras del jacobino Saint Just, uno de los dirigentes de la revolución francesa: «Quien hace una revolución a medias, cava su propia tumba».

La agudización de la crisis

La resistencia de los gobiernos republicanos a satisfacer las aspiraciones acuciantes de las masas obreras y campesinas fue una de las causas de la intensidad que adquirió en nuestro país la lucha de clases después del 14 de abril; pero a impulsar esa lucha contribuyó además la

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agudización de la crisis económica mundial que, iniciada en 1929, alcanzó en España su máxima profundidad en 1932 y 1933.

Dos circunstancias vinieron a agravar la crisis y a imprimirla mayor duración:

La primera era el sabotaje de los grandes capitalistas y terratenientes, quienes, a fin de crear dificultades a la República y de golpear al movimiento revolucionario de los trabajadores, sacaban de España sus capitales, cerraban las fábricas y dejaban yermos los campos, arrojando a miles de obreros a la calle.

La segunda era la resistencia del Gobierno republicano a establecer relaciones comerciales con la Unión Soviética, impidiendo con ello que las transacciones con el país del socialismo proporcionasen trabajo a decenas de millares de obreros y mejorasen la situación económica de España.

Con la agudización de la crisis económica, la lucha huelguística cobró gran amplitud. Tuvo especial importancia la huelga general de Sevilla.

En la huelga de Sevilla de julio de 1931 se realizó el Frente Único de comunistas y anarquistas. Durante cuatro días sostuvieron los trabajadores una lucha heroica que tendría ecos solidarios en Dos Hermanas, Utrera, Coria del Río, La Campana, Morón de la Frontera y otras localidades de la provincia. Y, a despecho de las medidas represivas de las autoridades republicanas, que tuvieron su expresión más brutal en el cañoneo de la Casa de Cornelio, en donde se reunían los comunistas, y en la aplicación de la «ley de fugas» a cuatro comunistas en el Parque de María Luisa, la huelga de Sevilla fue el punto de arranque de una poderosa ola de luchas populares, que alcanzó su máxima altura en la huelga general del 25 y 26 de enero de 1932 contra el peligro reaccionario y en las de febrero del mismo año contra las deportaciones de [72] obreros revolucionarios a Guinea. Al cabo de pocos meses, a partir de la segunda mitad de 1932, se iniciaba una nueva oleada de luchas, que fue ganando velocidad y altura de mes en mes y cuyos jalones más importantes fueron la huelga general de Granada, las tres huelgas de los mineros asturianos, las metalúrgicas de Valencia y La Felguera, la huelga general de Sevilla y la de Salamanca, que abarcó a doscientos pueblos de la provincia.

El campo comenzó a agitarse desde el otoño de 1931. Labradores de Corral de Almaguer se apoderaban del pueblo decididos a repartirse las tierras de los absentistas; un amplio movimiento de los arrendatarios contra la «rabassa morta» tenía por escenario las tierras catalanas; labriegos y jornaleros parcelaban fincas en Sagunto, Ojén y otros lugares, izaban la bandera roja en Almerche, se repartían tierras en los pueblos de Cáceres, se amotinaban en Villa de Don Fadrique, en Sarpagudo y Villanueva de Córdoba, en Dos Hermanas y Parla, en el Pedroso y Granja de Torrehermosa; se manifestaban en Gabia Grande o iban a la huelga en Badajoz, Toledo, Andújar, Doña Mencia, Gilena y otros muchos lugares.

A fines de 1932 y comienzos de 1933 el movimiento campesino desembocaba ya en una revolución agraria que impresionaba por su magnitud. Las provincias extremeñas y andaluzas fueron el centro de un movimiento de toma de tierras que golpeaba a la vieja estructura semifeudal de la propiedad rústica: Sólo de enero a marzo de 1933 se registraron 311 casos de ocupación de fincas.

El periódico católico «El Debate» comparaba con alarma la situación de España a comienzos de 1933 con la de Italia en 1919, indicando que en nuestro país los campesinos habían ocupado en un solo mes casi tantas fincas como los de Italia en cuatro años, es decir, de 1919 a 1922.

Las acciones campesinas eran el fruto de la radicalización de las masas rurales bajo la influencia del movimiento huelguístico del proletariado industrial y, a su vez, repercutían en

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éste, influyéndose mutuamente, forjando sobre la marcha la alianza de los obreros y de los campesinos.

A la lucha de las masas trabajadoras por el pan y la tierra respondió el Gobierno republicano-socialista con la [73] llamada Ley de Defensa de la República, a la que se acogerían los enemigos más encarnizados de ésta para reprimir violentamente las aspiraciones de la clase obrera y de las masas campesinas. La tragedia de Castilblanco y las tremendas matanzas de Arnedo y Casas Viejas fueron los frutos sangrientos de la política antipopular del Gobierno de conjunción, incapaz de comprender que la defensa de la República era inseparable de la defensa de las masas laboriosas frente a los ataques de la reacción capitalista-terrateniente.

Los acontecimientos enfrentaron nuevamente las posiciones de nuestro Partido y las posiciones reformistas. El Partido Socialista, de acuerdo con su concepto de que su misión en aquel momento era «servir a la causa burguesa», se dedicó a sabotear y reprimir desde el Gobierno la lucha de las masas so pretexto de que «perjudicaba a la República». El Partido Comunista, por el contrario, consideraba que el deber de un partido obrero era servir a los trabajadores y no a la burguesía; que la lucha de las masas, lejos de perjudicar a la República, la consolidaba; que esa lucha organizada y consciente era un apoyo indispensable para un partido dispuesto a hacer una obra verdaderamente revolucionaria desde el Parlamento o el Gobierno.

Nuestro Partido combatió asimismo la vieja teoría oportunista, según la cual «en un período de depresión económica y de crisis de trabajo, no se deben realizar huelgas». Erigida esta afirmación en dogma, fue llevada hasta sus conclusiones lógicas: los líderes socialistas proclamaron la necesidad de pactar una «tregua social» entre el capital y el trabajo mientras la crisis persistiera.

La clase obrera española, con su lucha, se encargó de dar la mejor réplica a semejantes teorías.

«El proletariado español –escribía por entonces la revista «La Internacional Comunista»– ha ocupado uno de los primeros puestos del mundo en los combates contra la burguesía. Es difícil hallar algo semejante a la energía huelguística que desarrollan los obreros españoles».

Cierto que no todas las huelgas se ganaban: pero la causa principal de que esto sucediera, era, justamente, que los [74] líderes del PSOE y de la UGT se dedicaban a romper y sabotear una serie de acciones reivindicativas de los trabajadores.

Al mismo tiempo que luchaba contra esta postura de los líderes socialistas, el Partido combatía las tácticas anarquistas de huelgas y de «putchs» sin pies ni cabeza, que desorganizaban el movimiento obrero.

El primer «putch» anarquista tuvo lugar en enero de 1932, en el Valle del Llobregat, en donde los trabajadores confederales, que fueron lanzados por sus dirigentes a una empresa descabellada, dieron pruebas de heroísmo. Un año después –el 8 de enero de 1933– los anarquistas provocaron el segundo «putch». De acuerdo con sus recetas para «hacer» la revolución, en Barcelona, Lérida, Madrid y otras ciudades, grupos específicos de la FAI emprendieron una serie de agresiones contra policías y centinelas de varios cuarteles. Las masas obreras permanecieron al margen, por regla general, de esta aventura, cuyos pormenores eran conocidos por la policía de antemano; en cambio, en algunos pueblos, los labradores se amotinaron al anuncio de que iba a empezar «la revolución social»: los sucesos de mayor gravedad, en este orden, fueron los ya recordados de Casas Viejas, en donde 14 obreros agrícolas fueron asesinados por las fuerzas represivas en circunstancias dramáticas.

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Tanto en 1932 como en 1933, los «putchs» de la FAI se produjeron en momentos de apogeo de la lucha de las masas trabajadoras, mas no para llevar mayor claridad de objetivos y más unidad y organización al movimiento, sino para introducir el desconcierto, la discordia y la desorganización en sus filas.

Cuando la España popular tenía ante sí la misión de dar cima a la revolución democrático-burguesa, los anarquistas desviaban la energía de las masas hacia intentos de implantar un quimérico «comunismo libertario» que nadie, comenzando por ellos, sabía qué era.

Para alcanzar tan confusos objetivos, los anarquistas pretendían sustituir la acción de las grandes masas por la de unos cuantos grupos específicos, sin comprender que ningún individuo ni élite alguna, por mucho heroísmo que derrochasen, podrían reemplazar el grandioso despliegue de [75] iniciativa y de heroísmo colectivo de las grandes masas. En el fondo, la inclinación de los jefes faístas por la acción de una élite reflejaba su incapacidad para la labor metódica, paciente, pero extraordinariamente difícil, de preparación y organización políticas de las vastas masas obreras y campesinas, que constituyen el grueso del auténtico ejército de la revolución.

Los anarquistas pretendían, además, sustituir las formas de la lucha de clases consciente del proletariado –lucha económica, política e ideológica– contra las clases reaccionarias, por la violencia física aplicada a éste o aquel representante de la autoridad. No reparaban en que la táctica del terror individual, tras ser completamente ineficaz, causa enorme daño al movimiento obrero, ya que suministra a la reacción un pretexto cómodo para golpearlo y desorganizarlo.

De tal suerte, la acción, anarquista en aquellos años de la República, tanto por sus objetivos como por sus métodos no favorecía a los trabajadores, sino que les perjudicaba; no golpeaba a la contrarrevolución, sino que facilitaba sus maniobras, independientemente de los propósitos de sus autores y del heroísmo de las masas confederales.

En resumen, los dirigentes anarquistas y los socialistas, con procedimientos distintos, pero igualmente erróneos, obtenían el mismo resultado: llevar a los trabajadores a frecuentes derrotas.

Para colmo de males, los líderes ugetistas y cenetistas hacían de sus centrales un baluarte en lucha por la hegemonía del movimiento sindical, encendiendo una pugna fratricida entre los obreros de la CNT y de la UGT y entre los de ambas centrales y los simpatizantes de la Internacional Sindical Roja.

En esta situación, el Partido desplegó una lucha ardiente por el Frente Único, a pesar de las continuas negativas con que los líderes socialistas y anarquistas respondían a sus propuestas unitarias.

El Partido Comunista centró sus esfuerzos, ante todo, en estimular el Frente Único por la base, en los lugares de trabajo, mediante la creación de comités de fábrica en los que estaban representados los obreros de todas las tendencias.

En el fuego de esa lucha por la unidad, en el caso de las grandes huelgas y acciones de las masas obreras y campesinas [76] por la tierra y el pan, en el Partido Comunista se habían ido desarrollando las fuerzas capaces de transformarlo en un Partido de acción revolucionaria viva y de corregir sus debilidades e insuficiencias.

Los sectores más radicalizados de la clase obrera y de las masas campesinas comenzaron a conocer al Partido y a prestar oído atento a su voz, sobre todo en algunas regiones. A pesar de ello, el número de militantes del Partido no correspondía a su influencia real entre las masas.

El obstáculo principal para su crecimiento eran las tendencias sectarias del grupo de dirección. Contra él se pronunciaban las fuerzas que en el Partido pugnaban por corregir la situación y

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orientar su actividad por caminos leninistas. La contradicción que existía en el Partido entre los viejos métodos sectarios y las nuevas exigencias que la situación planteaba, había adquirido particular agudeza.

El gran viraje

La solución positiva de esta contradicción fue preparada por el IV Congreso del Partido Comunista de España, inaugurado el 17 de marzo de 1932, en Sevilla.

El IV Congreso se reunía en una situación distinta a la que existía al celebrarse el III Congreso. Si entonces el objetivo central del Partido era movilizar a las masas contra la dictadura primorriverista y por el derrocamiento de la Monarquía, ahora se trataba de desarrollar hasta el fin la revolución democrático-burguesa iniciada el 14 de abril.

Ello exigía imprimir un viraje a toda la actividad del Partido a fin de terminar con los métodos sectarios y convertirlo en un gran partido comunista de masas. Esta fue la tarea central del Congreso.

Era evidente que el Partido sólo podría dirigir el movimiento revolucionario e influir de manera determinante sobre la marcha de los acontecimientos a condición de ser él mismo un partido de masas, capaz de llegar con su programa, con sus soluciones, con sus métodos de lucha a las más profundas capas de la población trabajadora. [77]

La circunstancia que daba mayor apremio a la lucha del Partido por la conquista de las masas era que el reformismo y el anarquismo, las dos corrientes que impedían al proletariado español convertirse en la fuerza dirigente de la revolución democrática y continuaban ejerciendo una influencia poderosa en la mayoría de los trabajadores.

La cuestión se planteaba así: o el Partido lograba liberar a las masas de esa influencia nociva, dándoles una verdadera conciencia socialista, o la clase obrera seguiría siendo un mero auxiliar de la pequeña burguesía, en cuyas manos desfallecía la revolución.

Los debates y resoluciones del IV Congreso asestaron un fuerte golpe a las tendencias sectarias que frenaban el desarrollo del Partido y su proceso de consolidación. Con el Congreso, el Partido dio un gran paso en el camino de su transformación en un partido de masas, destacando de su seno al núcleo dirigente capaz de realizar el viraje que la situación exigía. Entre los miembros del nuevo Comité Central figuraban José Díaz, Dolores Ibárruri, Vicente Uribe, Antonio Mije, Manuel Delicado, Pedro Checa, Trifón Medrano, Jesús Larrañaga, Cristóbal Valenzuela, Eustasio Garrote, Hilario Arlandis, José Silva, Rafael Millá, Daniel Ortega, Luis Zapirain, y otros dirigentes comunistas que habían dado pruebas de su capacidad y de su firmeza revolucionaria.

El Congreso no desplazó del Buró Político a Bullejos, Adame y Trilla, confiando en que éstos rectificarían sus errores. Sin embargo, los pacientes esfuerzos del Partido para ayudarles fracasaron y el 21 de octubre tuvieron que ser excluidos de las filas del Partido Comunista de España. Su expulsión en aquel período fue una necesidad vital para el fortalecimiento ideológico, político y orgánico del Partido.

En la discusión abierta en el Partido se analizaron los errores del grupo y sus raíces sociales.

¿Cuáles eran estos errores?

El grupo no había comprendido el carácter de la revolución democrático-burguesa antes del 14 de abril. Su error partía de una falsa apreciación del carácter del Poder bajo la Monarquía;

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cerraba los ojos a los vestigios feudales existentes en el país y al peso político que conservaba la aristocracia [78] latifundista, considerando que, dentro del bloque gobernante, llevaba la dirección la burguesía y no la aristocracia terrateniente. De aquí la concepción del grupo, de que la revolución debía ser dirigida contra la burguesía, y su consigna extemporánea del 14 de abril: «¡Abajo la República burguesa!».

Este desenfoque impidió al grupo comprender la importancia de la revolución agraria, nervio central de la revolución democrática española, y la formidable carga revolucionaria que llevaba en su seno el movimiento campesino.

El grupo mantenía también en la cuestión nacional una posición errónea. La justa consigna del Partido «Derecho de autodeterminación e incluso separación para Cataluña, Euzkadi y Galicia», era interpretada como una consigna de separación inmediata y obligatoria de dichas nacionalidades, lo que constituía una burda deformación del pensamiento del Partido, ferviente partidario de la unión voluntaria y no de la separación de los pueblos hispanos.

Después del 14 de abril, el grupo rectificó algunos de sus errores, pero de manera harto formal. Hablaba de la revolución agraria y la cuestión nacional, pero sin realizar esfuerzos serios para organizar y dirigir la lucha de los campesinos por la tierra y la acción de las nacionalidades oprimidas por sus derechos.

Ello reflejaba, en el fondo, la incomprensión del grupo sobre el papel movilizador, organizador y orientador del Partido, y éste era, precisamente, su error más grave. En su concepto, el Partido era una secta cerrada de doctrinarios y no un combatiente avanzado, ligado por mil vínculos a las masas populares. Imbuidos de una mentalidad pequeño-burguesa de jefes insustituibles, los componentes del grupo rechazaban el método de la dirección colectiva, frenaban la promoción de nuevos cuadros, pretendían mandar en vez de dirigir.

Los pacientes esfuerzos de la Internacional Comunista para ayudarles a vencer sus incomprensiones fueron rechazados, lo que era tanto como no aceptar la ayuda del movimiento comunista mundial, su experiencia revolucionaria. El grupo abandonaba el internacionalismo proletario y caía en un chovinismo provinciano y pequeño-burgués. [79]

Analizando todo este sistema de conceptos erróneos, el Partido lo definió como una desviación sectario-oportunista. El sectarismo y el oportunismo marchan casi siempre unidos; suelen ser el anverso y el reverso de una misma moneda. La falta de madurez teórica y de firmeza ideológica hacía al grupo particularmente vulnerable al impacto de posiciones extrañas al marxismo; sustancialmente, sus concepciones eran la resultante de la presión de la pequeña burguesía sobre las filas del proletariado. El sectarismo del grupo reflejaba la mentalidad de la pequeña burguesía radicalizada, impregnada de verbalismo revolucionario, pero ajena a la mentalidad del proletariado y a sus métodos de lucha, cuya clave reside en la acción consciente de las grandes masas, en el espíritu de organización y de disciplina, en la constancia revolucionaria.

La expulsión del grupo vino a completar la obra iniciada por el IV Congreso, a cerrar esta etapa de la lucha contra el sectarismo. Pero no eliminó definitivamente esta enfermedad en el Partido. Las particularidades de la lucha política y del movimiento obrero en nuestro país eran terreno abonado para un renovado brote de sectarismo; el Partido podría extirparlo, ante todo, multiplicando sus lazos con las masas, participando en sus luchas diarias y sosteniendo una lucha ideológica permanente tanto contra el oportunismo socialdemócrata como contra el anarquismo.

En la historia de nuestro Partido, 1932 es el año del gran viraje, cuando a la dirección de éste fueron José Díaz, Dolores Ibárruri y otros camaradas, que tan importante papel han desempeñado en el desarrollo y fortalecimiento del Partido; cuando se corrigió la orientación

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estrecha y dogmática que frenaba el desarrollo del Partido y, en cierta medida, le apartaba de las masas. A partir de entonces se produjo el proceso de consolidación y reafirmación del Partido Comunista de España como vanguardia dirigente de la clase obrera. El Partido penetró ampliamente en las filas de la clase obrera y entre las masas campesinas. Su consecuente posición leninista sobre los problemas fundamentales de la revolución democrática le granjearon la simpatía y la adhesión de hombres de diferentes sectores sociales que comenzaron a ver en [80] el Partido Comunista una fuerza política seria, con la cual había que contar.

En el esfuerzo por impulsar la actividad y organización del movimiento comunista, realizado a partir de entonces, tuvo importancia histórica la creación del Partido Comunista de Cataluña. En Cataluña, no sólo se concentraba el 45 % del proletariado de toda España; además existía un fuerte movimiento campesino y un poderoso movimiento nacional. Los líderes socialistas habían dejado el movimiento obrero catalán a merced del anarquismo, y el movimiento campesino y nacional en manos de la pequeña burguesía. La creación del Partido Comunista de Cataluña venía, en cierta forma, a enmendar aquel error histórico del socialismo español. Con su fundación, se daba un paso decisivo para dotar al proletariado y al pueblo catalán de su partido nacional marxista-leninista, creándose la premisa fundamental para iniciar la gran obra de liberar el movimiento revolucionario y democrático de Cataluña de la influencia anarquista y pequeño-burguesa y de unificar políticamente a la clase obrera de España.

Frente al peligro fascista

Al mismo tiempo que nuestro Partido criticaba la política antipopular de los gobiernos republicanos, luchaba contra el peligro de la reacción y del fascismo que amenazaban al régimen republicano.

El primer pilar de la contrarrevolución era entonces la aristocracia terrateniente, la clase parasitaria de los señores de la tierra.

La otra columna de la contrarrevolución era la gran burguesía financiera e industrial, fundida por intereses económicos y de clase a la nobleza terrateniente. El brazo armado de ambas eran los generales africanistas y monárquicos, los Franco, los Sanjurjo, los Goded y tantos otros.

Al día siguiente de instaurarse la República, la contrarrevolución comenzó a reorganizar sus huestes, decidida a impedir el desarrollo pacífico de la revolución democrática. El 10 de mayo de 1931, los monárquicos organizaban ya una [81] provocación que desató contra ellos la primera borrasca popular que conoció la República.

El Partido advertía que la conducta del Gobierno republicano-socialista creaba en España un clima propicio a los ataques de la contrarrevolución.

Las advertencias del Partido Comunista no tardaron en verse confirmadas. El 10 de agosto de 1932 se producía el golpe militar de Sanjurjo, que era un intento de la oligarquía terrateniente-financiera de restablecer el viejo régimen y que fue aplastado por la resuelta actitud de las masas. En la lucha contra la sanjurjada y en la defensa de la República, el Partido Comunista de España desempeñó un destacado papel. En Sevilla, punto neurálgico de la subversión, gracias a la actividad de la organización comunista, se logró la acción unida de las masas y la

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derrota de Sanjurjo. Esta sublevación era ya un sintomático exponente del espíritu de guerra civil latente en las clases reaccionarias españolas.

Desgraciadamente, el Gobierno republicano-socialista no supo extraer tampoco las necesarias lecciones de la sublevación del 10 de agosto. Las posiciones económicas, políticas y militares de la contrarrevolución, que había sufrido una derrota en la calle, no fueron desmanteladas y la amenaza de nuevas agresiones por su parte siguió pendiendo sobre la cabeza de la democracia española. En esta atmósfera de impunidad, la contrarrevolución continuó su obra de sabotaje económico y político y de reagrupamiento de fuerzas para destruir la República.

En 1933 el peligro fascista ya había adquirido en España contornos amenazadores, con el estímulo que le prestaba el triunfo del fascismo alemán. La reacción fascista se agrupó entonces en tres corrientes principales. La primera, filial del fascismo italo-germano, estaba integrada por diversos grupos que constituyeron la Falange Española de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista). Carente de asistencia y de calor popular, Falange reclutó sus escuadras de pistoleros entre elementos desclasados y señoritos ociosos, que aportaban al clima político de nuestro país la «dialéctica de las pistolas» y un odio ciego hacia las ideas de la democracia y del progreso. [82]

El segundo grupo era el de los monárquicos, acaudillados por el abogado de los grandes capitalistas, Antonio Goicoechea, que en aquel período se inclinaba también hacia soluciones dictatoriales y fascistas.

El tercer grupo estaba integrado por las derechas católicas, agrupadas en Acción Popular, cuya jefatura había pasado a José María Gil Robles, abogado de los grandes terratenientes castellanos y de los jesuitas. Acción Popular fue la espina dorsal de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que en 1933 se convirtió en el partido fundamental de la contrarrevolución.

Las divergencias entre las fuerzas señaladas eran esencialmente tácticas. El partido clerical-fascista de Gil Robles se orientaba a implantar el fascismo en España por la vía legal. Los falangistas y monárquicos, por el contrario, se pronunciaban por el golpe de Estado y la cuartelada militar, para aplastar el avance de la democracia en España.

La sucursal de las fuerzas reaccionarias en el campo republicano eran los radicales de Alejandro Lerroux. Desde que, a fines de 1931, fue eliminado del Gobierno, Lerroux se había colocado abiertamente en el campo de las derechas, en la constelación de los partidos contrarrevolucionarios; personificación de la corrupción política, Lerroux y sus secuaces estaban ligados a lo más turbio de las finanzas, y, particularmente, a Juan March, a quien nuestro malogrado escritor, Manuel Benavides, caracterizara, certero, de «último pirata del Mediterráneo». Si la CEDA era el centro aglutinante de la reacción fascista, el Partido Radical era su caballo de Troya: la demagogia lerrouxista, que lograba cierto crédito en algunos sectores de la opinión republicana, abría el camino del Poder a las fuerzas reaccionarias.

La aparición de la amenaza fascista introdujo cambios esenciales en la situación política y en la correlación de fuerzas en España y en el mundo. La subida de Hitler al poder en Alemania en 1933 y los acontecimientos de Austria en los primeros meses de 1934 mostraron, con su crudo dramatismo, que allí donde no existía unidad de las fuerzas obreras y populares, el fascismo lograba abrirse paso, instaurar su dictadura terrorista y desatar una bestial ola de persecuciones y crímenes [83] no sólo contra el Partido Comunista, sino contra todo el movimiento obrero y democrático. Ya a comienzos de 1933, frente a quienes en España tomaban a broma el peligro fascista, afirmando con notoria ligereza que se trataba de un fantasma inventado por los comunistas, el Partido Comunista levantó la bandera de la unidad y de la lucha antifascista.

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En un mensaje dirigido el 16 de marzo de 1933 al Partido Socialista, a la Unión General de Trabajadores, a la Federación Anarquista Ibérica y a la Confederación Nacional del Trabajo, el Partido Comunista de España decía:

«Todos los trabajadores, sin distinción de tendencias, deben unirse en un gran frente común para la lucha antifascista. Todos los trabajadores tienen el mismo interés vital en aniquilar en sus mismos gérmenes el peligro reaccionario, sus provocaciones funestas y sus preparativos de golpe de Estado. El ejemplo de Alemania debe servir de advertencia imperiosa para todos. Una dictadura fascista en España, si llegara a establecerse a causa de la insuficiente vigilancia y de la falta de unidad de los trabajadores, al desencadenar su terror sangriento no haría ninguna distinción entre los obreros socialistas, anarquistas o comunistas».

El Partido propugnó y propició la creación del Frente Antifascista, concebido como un amplio movimiento de masas para agrupar a cuantos estuvieran dispuestos a cerrar el paso a la reacción. Inicialmente, el Frente Antifascista estuvo integrado por el Partido Comunista, la Juventud Comunista, la Confederación General del Trabajo Unitaria, la Federación Tabaquera, el Partido Federal, la Izquierda Radical Socialista y diputados de diversas tendencias.

También fue el Partido el animador en 1933 del nacimiento de una organización femenina de carácter político muy amplio, para la lucha contra la guerra y el fascismo. En breve tiempo, esta organización se extendió por toda España, constituyéndose Comités de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo en las ciudades y pueblos más importantes. En esta organización participaban, no sólo como afiliadas, sino como [84] dirigentes, junto a las mujeres comunistas que realizaban una gran actividad entre las mujeres de las diversas clases sociales, otras, pertenecientes a la pequeña burguesía, sin partido muchas de ellas, militando en los partidos republicanos la mayoría, que trabajaban, defendiendo las ideas democráticas, con verdadero entusiasmo y abnegación.

La política de Frente Antifascista fue refrendada en el Pleno ampliado del Comité Central reunido en Madrid el 7 de abril de 1933. En el Frente Antifascista estaba ya en embrión la idea del Frente Popular, que iría desarrollándose a través de un proceso crítico y autocrítico, tanto para vencer la resistencia de las demás fuerzas democráticas, como para eliminar los restos de sectarismo que aún frenaban en nuestras filas la audaz aplicación de esa política.

Y allí donde fueron vencidos una y otros se cosecharon frutos prometedores, como en Málaga en noviembre de 1933, donde se creó el primer Frente Popular con el pacto entre comunistas, socialistas y republicanos, gracias al cual la candidatura antifascista triunfó sobre la reaccionaria, saliendo entre los elegidos el primer diputado comunista de España: el doctor Cayetano Bolívar.

Las elecciones parlamentarias de noviembre de 1933 mostraron el crecimiento de la influencia del Partido entre las masas. Si en las de julio de 1931 nuestros candidatos habían obtenido 60.000 votos, esta vez reunieron ya 400.000, a despecho de los fraudes electorales de las derechas y de la ley mayoritaria que favorecía exclusivamente a los grandes bloques electorales.

En las elecciones salió triunfante la reacción como consecuencia de la desunión de las izquierdas, de la táctica anarquista de abstención que restó muchos votos a las fuerzas democráticas y ayudó al bloque reaccionario. Pero ante todo, como consecuencia de la política de vacilaciones y renunciamientos practicada durante más de dos años desde el Gobierno por el bloque republicano-socialista, política que sembró la desconfianza en ciertos sectores populares y, muy especialmente, en una parte de los campesinos que vieron defraudadas las esperanzas de que la República les diese la tierra. [85]

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Afortunadamente la lección no cayó en saco roto. Los trabajadores socialistas vieron por fin que la táctica de su Partido no les había llevado hacia el socialismo que les prometieran sus líderes, sino hacia la reacción y el fascismo. Era ya inocultable que la línea general del Partido Comunista de España había sido la única justa y revolucionaria en todas las cuestiones decisivas de la revolución española.

La experiencia fracasada del gobierno conjuncionista, la rebelión de las masas del PSOE contra el oportunismo de sus dirigentes, el desplazamiento de muchos trabajadores socialislas hacia las posiciones del Partido Comunista fueron las causas de una honda crisis del PSOE, donde afloraron tres corrientes claramente definidas, que ya con anterioridad existían latentes en el Partido Socialista:

1) La derechista-reformista, dirigida por Besteiro, Saborit, y Trifón Gómez, que repudiaba abiertamente los métodos revolucionarios y cualquier contacto con los comunistas. Aparecía como la «protegida» de las derechas, la partidaria acérrima de una política de colaboración de clases.

2) La centrista, encabezada por Prieto y Fernando de los Ríos, cuyo fin era, sin enfrentarse directamente con la base socialista, impedir la radicalización del Partido Socialista y la colaboración de éste con el Partido Comunista. Los centristas querían volver a una situación semejante a la de 1931, o sea a una conjunción republicano-socialista basada en que la clase obrera actuase a remolque de la burguesía.

3) La izquierda, representada sobre todo por Largo Caballero, cuya actitud reflejaba la radicalización de las masas socialistas, el deseo vehemente de éstas de llegar a la unidad con el Partido Comunista. Muy pronto se convirtió en la corriente dominante.

Francisco Largo Caballero, que había sido en 1920 y años posteriores, junto a Besteiro, uno de los clásicos representantes de la tendencia derechista-oportunista en las filas del Partido Socialista y de la UGT, pasó de la experiencia colaboracionista con la dictadura y con los gobiernos republicanos, a posiciones izquierdistas extremistas, que si políticamente no eran consecuentes ni correctas, representaban, de una manera general, un gran paso hacia la transformación del Partido [86] Socialista en un partido obrero clasista y preparaban el terreno para el entendimiento entre los dos partidos obreros: el Partido Comunista y el Partido Socialista. Ello explica por qué el Partido Comunista saludó este cambio y se esforzó en establecer con el Partido Socialista un acuerdo como base de la realización de la unidad de la clase obrera, sin lo cual no era posible oponer una resistencia seria a la amenaza fascista ni asegurar la consolidación de la República y de la democracia.

El movimiento de Asturias

El 16 de diciembre de 1933, de acuerdo con lo pactado entre los radicales y la CEDA, que de momento quedaba en la sombra, formó Gobierno Alejandro Lerroux. Comenzaba el período de ofensiva de la reacción conocido con el nombre de Bienio Negro y en el transcurso del cual la oligarquía latifundista y financiera orientaría su actividad a destruir cuanto había sido conquistado por el pueblo en una lucha tenaz y a establecer un régimen fascista, apoyándose en las propias instituciones y leyes de la República.

Pero los planes de la reacción estaban llamados a estrellarse contra la voluntad de las masas trabajadoras; bien pronto quedaría en evidencia que las elecciones de noviembre no eran el síntoma precursor de un repliegue de la lucha de las masas; antes bien, el movimiento revolucionario se desplegó después de aquéllas en toda su grandeza, confundiéndose en el

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torrente general de la lucha contra la reacción fascista el movimiento político y reivindicativo de la clase obrera, el movimiento campesino y el movimiento nacional-democrático.

El año de 1934 ocupa un lugar destacado en la historia de la lucha de nuestro pueblo contra el fascismo y no sólo por su heroico levantamiento armado, sino porque en él se inició el camino de la clase obrera hacia la unidad de acción.

En este auge combativo y unitario desempeñó un papel importante el Partido Comunista de España, animador de poderosas acciones en las que fue templándose el espíritu combativo de las masas, afianzándose la fe en sus propias fuerzas y solidificándose su unidad de acción. [87]

1934 fue el año de la huelga del 19 de febrero en solidaridad con los trabajadores austríacos, de la huelga del 17 de abril contra el terror fascista, de la protesta popular contra los pactos militares propuestos por el Gobierno francés, de la poderosa réplica del proletariado madrileño a la concentración fascista de El Escorial, de la huelga campesina de junio, primer movimiento huelguístico en escala nacional de los obreros agrícolas españoles; de la huelga de 200.000 obreros madrileños el 8 de septiembre en apoyo de los «rabassaires» y contra los terratenientes catalanes, que habían llegado a la capital a solicitar del Gobierno central la anulación de la Ley de Contratos y de Cultivos aprobada por el Parlamento catalán: fue el año del mitin del Estadio para defender a las Juventudes Socialistas y Comunistas, amenazadas por el Gobierno Samper; de los impresionantes actos de protesta contra el asesinato por los pistoleros fascistas de la joven socialista Juanita Rico y del joven comunista Joaquín de Grado, de la primera gran manifestación de mujeres contra los planes del Gobierno de movilización de reservistas, de la enérgica acción del proletariado astur para evitar la concentración fascista de Covadonga y de tantas otras grandes luchas políticas de las masas populares de nuestro país.

Las grandes campañas populares de resonancia nacional por la libertad de Thaelman, de Dimitrov, de Prestes, en solidaridad con los valientes insurrectos de Viena, eran la expresión de la lucha infatigable del Partido Comunista de España por desarrollar en la conciencia de las masas el sentimiento del internacionalismo proletario y, en primer lugar, de la solidaridad de todos los trabajadores con la Unión Soviética, el país del socialismo victorioso.

En el fuego de estas acciones, a través de grandes huelgas económicas y políticas y de impresionantes concentraciones antifascistas en las que actuaban hombro con hombro comunistas, socialistas, anarquistas y republicanos, fue forjándose la unidad.

Era difícil al Partido Socialista pasar de la colaboración ministerial a la unidad de acción y a la lucha revolucionaria con el Partido Comunista y con la clase obrera que no militaba bajo sus banderas. [88]

Pero en el Partido Socialista Obrero Español, al que un tiempo calificó el viejo Vandervelde de Partido Socialista de tercera categoría, por la crítica que en él se hizo a los dirigentes reformistas de la II Internacional, había siempre, a pesar de sus debilidades y de sus errores, una base obrera cuya voluntad e intereses no podían ser postergados constantemente sin riesgo para la unidad y la existencia del propio Partido Socialista.

Y fue esta base clasista, en la que hallaba una gran simpatía la política unitaria del Partido Comunista, la que obligó al Partido Socialista, cuyo representante más caracterizado era Largo Caballero, a modificar su política y a aceptar, bien que con reservas y contraproposiciones que restringían su importancia, un acuerdo con el Partido Comunista para la acción conjunta contra el peligro fascista.

La Juventud Socialista, dirigida por jóvenes con gran sentido revolucionario, fue un factor determinante en la radicalización del Partido Socialista, que hizo posible el entendimiento con el Partido Comunista de España.

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El 12 de junio de 1934, el Pleno del Comité Central de nuestro Partido reiteró sus llamamientos a la Ejecutiva del PSOE a fin de llegar al Frente Único. El Comité Central proponía a los socialistas pactar una tregua política, suspendiendo los ataques mutuos para confrontar fraternalmente proposiciones y contraproposiciones que facilitaran el acuerdo.

Frente a las proposiciones de Frente Único presentadas por el Partido Comunista al Partido Socialista, éste respondió con la contraproposición de las Alianzas Obreras, que si bien eran un paso en el camino hacia la unidad, llevaban en su propia esencia una contradicción que anulaba su eficacia: la ausencia en esas Alianzas de los campesinos; la negativa, en el fondo, a reconocer a los campesinos como a una de las fuerzas motrices de la revolución española.

A pesar de estas insuficiencias, el Partido Comunista, con gran sentido de responsabilidad nacional, aceptó participar en las Alianzas Obreras. Este acuerdo fue adoptado en la reunión plenaria del Comité Central celebrada los días 11 y 12 de septiembre de 1934 y constituyó un viraje táctico audaz, que si de un lado hablaba de la madurez y flexibilidad del Partido, de [89] otro demostraba a las masas que, para los comunistas, la lucha por la unidad no era una «maniobra», sino una de sus más caras y fervientes aspiraciones.

Al ingresar en las Alianzas, el Partido se proponía establecer una corriente de unidad y de contactos permanentes con los trabajadores socialistas y ugetistas y laborar por convertir esas Alianzas –que hasta entonces habían sido una combinación por arriba– en órganos actuantes de Frente Único, vinculados a las masas obreras por abajo, es decir, en los lugares de trabajo; aspiraba, además, a transformarlas en Alianzas Obreras y Campesinas, para unir las dos fuerzas fundamentales de la revolución democrática española, como condición indispensable de su victoria. En la vida de nuestro Partido, el Pleno de septiembre de 1934 es un jalón histórico: la comprensión y transigencia de que dio pruebas el Partido, su flexibilidad y su disposición a hacer sacrificios por lograr la unidad de la clase obrera, aunque fuese todavía de una forma insuficiente, permitieron allanar muchas dificultades.

Con el Partido puede decirse que entró en las Alianzas un chorro de savia vivificadora, que les imprimió un carácter más combativo y dinámico; las Alianzas comenzaron a intervenir activamente en la lucha cotidiana de las masas y a extenderse de un lugar a otro. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron antes de que estos organismos unitarios adquiriesen la solidez y la amplitud necesarias. La contrarrevolución no quería esperar a que ese proceso unitario progresara y decidió dar la batalla. El Gobierno Samper dimitió y el 4 de octubre de 1934 se anunció la constitución de un Gobierno en el que por primera vez participaban representantes de la CEDA, cuyas tendencias fascistizantes eran públicas. La reacción creía llegada la hora de lanzar un reto abierto a las masas populares.

Contra la entrada de la CEDA en el Gobierno se pronunciaron, además del Partido Comunista y del Socialista, Izquierda Republicana, Unión Republicana, Izquierda Radical Socialista, Partido Republicano Federal, Partido Republicano Conservador y los nacionalistas catalanes y vascos.

El Partido Comunista propuso, al dimitir Samper, la declaración inmediata de la huelga general en toda España como medio de impedir la entrada de la CEDA en el Gobierno; pero [90] el Partido Socialista rechazó esta proposición; había anunciado a los cuatro vientos que la entrada de la CEDA en el Gobierno sería la señal para la insurrección y había instruido a todas sus secciones en este sentido.

Nuestro Partido consideraba esa actitud profundamente errónea, ya que con ella se entregaba la iniciativa a los reaccionarios, dándoles la posibilidad de ser ellos, y no las fuerzas obreras, quienes determinaran el comienzo de la huelga revolucionaria y de escoger a tal fin el momento más favorable para la reacción. Estimaba, de otro lado, que la preparación política y técnica del movimiento era a todas luces insuficiente para una lucha de aquella envergadura. El marxismo

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enseña que no se puede jugar a la insurrección, que para que ésta triunfe son imprescindibles una serie de premisas que en aquel momento aún no habían sazonado en nuestro país. Mas, con todo, los factores negativos tendían a desaparecer rápidamente gracias a la actividad de nuestro Partido y al espíritu combativo y unitario de las masas; y los comunistas, pese a las discrepancias abiertas en torno a los métodos aplicados por el Partido Socialista, no pensaron ni un momento en quedarse al margen de la lucha, sino que se entregaron a ella con verdadero fervor, dedicándole todas sus fuerzas, su entusiasmo y su experiencia, sin reparar en riesgos ni escatimar sacrificios.

El mismo día 4 de octubre «Mundo Obrero» escribía:

«Ha llegado la hora de la decisión. La responsabilidad de quienes den un paso atrás o comiencen a vacilar dando al enemigo la posibilidad de ganar posiciones es incalculable. Exigimos audacia, decisión, cuidado y rapidez, energía y firmeza... Cuando comience la lucha, las Alianzas concentrarán en sus manos la dirección, ellas son el organismo fundamental de la lucha por el Poder».

La huelga declarada el 4 de octubre se extendió el día 5 a casi toda España; en Madrid y Cataluña, Euzkadi y León estallaban luchas armadas, y en Asturias se producía una insurrección popular.

Cataluña, donde la pequeña burguesía nacionalista representada por la Esquerra, tenía en sus manos el gobierno de [91] la Generalidad, Podía haber sido uno de los puntos decisivos del movimiento. Pero la Esquerra, en lugar de apoyarse en las masas obreras y campesinas, de dar al pueblo las armas de que disponía para cerrar el paso al fascismo, capituló cuando el combate no hacía más que empezar. Esta conducta demostró la incapacidad de la pequeña burguesía catalana para dirigir el movimiento nacional; así lo comprendieron muchos obreros y campesinos que en el período ulterior evolucionaron hacia las posiciones marxistas.

En la rápida derrota del movimiento en Cataluña incumbió una gran responsabilidad a los líderes anarquistas, los cuales no sólo se negaron a declarar la huelga general, sino que se dirigieron desde Radio Barcelona a todos los trabajadores exhortándoles a abandonar la lucha.

En Asturias es donde existía mejor preparación y más unidad. El día 5 ya estaba en poder de los obreros casi toda la cuenca minera y el 6 la mayor parte de Oviedo. Aquel mismo día los obreros de Trubia se apoderaban de la Fábrica de Armas. Sólo después de dos semanas de combates pudo ser sofocada la insurrección popular por un ejército pertrechado con toda clase de armamento.

El general Franco, consejero a la sazón del ministro de la Guerra y a quien cierto periodista calificó aquellos días de «dictador invisible de España», fue el responsable máximo de los crímenes y desmanes perpetrados en Asturias por las tropas legionarias traídas de África.

En el curso de la lucha, los trabajadores asturianos confiaron muchos de los puestos de mayor responsabilidad y peligro a los comunistas, que hicieron prodigios de energía y de heroísmo. Centenares de comunistas dieron su sangre generosa en la lucha contra el avance del fascismo y millares de ellos, al lado de sus camaradas socialistas y anarquistas, continuaron la batalla hasta el último instante. Ejemplo de valor y abnegación fue la joven comunista Aida Lafuente, que dio su vida para proteger la retirada de un destacamento minero.

La lección de Asturias fue, ante todo, una lección de unidad. Mientras en el resto del país la CNT se había opuesto a la entrada en las Alianzas, los anarquistas asturianos ingresaron en ellas a pesar de la oposición de sus jefes; y los lazos [92] de unidad anudados en la lucha común antes de Octubre se apretaron aún más al estallar la insurrección. Cuando el Comité Nacional de la CNT ordenaba desde Barcelona a sus organizaciones mantenerse al margen de

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la lucha, los trabajadores confederales de Asturias se batían heroicamente al lado de los comunistas y socialistas.

La unidad sellada en las Alianzas Obreras, que en el transcurso de la lucha se habían convertido en algunos lugares en Alianzas Obreras y Campesinas, como preconizaba el Partido Comunista, fue la clave de la gloriosa lucha de los obreros asturianos, que durante quince días tuvieron en sus manos el Poder.

Entre las causas de la derrota del movimiento de Octubre, además de la actitud ya señalada de los líderes anarquistas y de la capitulación de la Esquerra, hay que subrayar las deficiencias de la dirección del Partido Socialista. Los líderes del PSOE lanzaron a las masas al combate armado sin la debida preparación en el plano político y en el técnico. En realidad, en su cálculo, lo esencial no era preparar la acción revolucionaria de los trabajadores, sino agitar la amenaza de una insurrección popular para obligar al Presidente de la República a llamar a los socialistas a formar Gobierno.

Por otra parte, en el movimiento se reflejaron las consecuencias de la derrota de la huelga campesina de junio. A pesar de las propuestas del Partido Comunista, los líderes socialistas se habían negado entonces a respaldar la lucha de los jornaleros agrícolas con huelgas del proletariado industrial. Derrotados después de quince días de pelea, desorganizadas sus filas, los campesinos no pudieron prestar la debida ayuda a la clase obrera en las jornadas de Octubre.

A pesar de sus fallos, la insurrección de Octubre de 1934 fue la primera respuesta nacional de las fuerzas democráticas a los intentos de la reacción fascista de establecer en España su dominación.

Y aunque en esta primera batalla seria contra el fascismo que se daba en escala nacional, pero con profundas repercusiones internacionales, el proletariado sufrió un revés, la reacción no pudo realizar plenamente sus designios.

El pueblo derrotado era más fuerte que los vencedores.

El bloque popular antifascista

Después de Octubre, el Partido Comunista, pese a la ilegalidad a que se vio reducido, no interrumpió ni un solo día su labor. Supo organizar el repliegue sin pánico, combatiendo, salvando a millares de luchadores obreros, infundiendo ánimos a los trabajadores y reagrupando las fuerzas para nuevos combates. Proclamó, desde el primer momento, que si la clase obrera se unía, podría impedir que la reacción se consolidase en el Poder y promover un vasto movimiento popular capaz de restablecer en España una situación democrática.

La política del Partido Comunista en el período que va desde la represión de octubre de 1934 hasta febrero de 1936 se desarrollaba en tres direcciones fundamentales: lucha por la amnistía y contra la pena de muerte, por la unidad de la clase obrera, por la creación de un Bloque Popular Antifascista.

A raíz del movimiento revolucionario, cuando el Partido Socialista renegaba de Octubre y los republicanos se replegaban desordenadamente, impresionados por la violencia de la represión, el Partido Comunista elevó su voz llamando a la clase obrera y al pueblo a movilizarse y a luchar para salvar a los presos revolucionarios. Cuando las cárceles de Asturias rebosaban de trabajadores y las fuerzas de la Legión, establecidas en el corazón de la zona minera, sembraban la desolación y la muerte; cuando los consejos de guerra condenaban a la última

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pena a decenas de obreros, el Partido gritó a España y a las fuerzas democráticas de todos los países: «iAyudadnos a salvar a los héroes de Asturias! ¡Ni una ejecución más!». Los delegados del C.C. del Partido Comunista llegaban a Asturias y lograban ponerse en relación con las familias de los asesinados y de los encarcelados, lograban visitar a los presos de la Cárcel de Oviedo y penetrar en la Cárcel de Mieres para informar a los camaradas del estado de ánimo de las masas y de la política del Partido.

Prohibida por las autoridades la actividad de la organización de mujeres contra la guerra y el fascismo, ésta se transformó en una asociación de solidaridad para con las mujeres y los hijos de los mineros asturianos caídos en la [94] lucha o encarcelados, bajo el nombre de «Comité Pro Infancia Obrera», el cual logró sacar de Asturias a centenares de hijos de mineros, colocándoles en familias que los prohijaron hasta que cambió la situación política.

Los comunistas editaron y repartieron por toda España centenares de miles de octavillas –dedicadas sobre todo a la lucha por la amnistía. Jamás el Partido había conseguido dar a su propaganda una amplitud tan grande. Nadie podía ahogar la ardiente protesta del pueblo contra la sangrienta política del Gobierno. Los intelectuales de mayor prestigio elevaron su voz contra las atrocidades cometidas en Asturias por las fuerzas represivas. La protesta popular impuso la destitución del comandante Doval, uno de los responsables de la represión, que se había destacado por su salvajismo.

En el mes de marzo de 1935, y como resultado de los esfuerzos del Partido Comunista de España, fue constituido un Comité Nacional de Ayuda a los Presos, con la participación del Partido Comunista, PSOE, Juventudes Socialistas y Comunistas, Juventudes Republicanas, Radicales Socialistas, Socorro Rojo, Federación Tabaquera y otros grupos.

A finales de marzo, el Partido Comunista de España organizó un poderoso movimiento de masas para salvar a los condenados a muerte, entre los que figuraban el camarada Juan José Manso y el dirigente socialista González Peña. El Partido, con el apoyo de las Alianzas Obreras de diversas provincias, inició los preparativos de una huelga general con ese objetivo. El Gobierno tuvo que retroceder; la mayoría de los ministros votaron el indulto de 20 condenados a muerte, y los representantes de la CEDA salieron del Gobierno provocando una crisis; era la primera gran batalla que la clase obrera, y el pueblo en general, ganaban a la reacción después de Octubre.

Estos hechos demostraban que, en lo fundamental, la fase de repliegue había terminado. Comenzaba un nuevo auge del movimiento obrero y democrático, que desembocaría en el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936.

Las fuerzas reaccionarias realizaron nuevos esfuerzos por consolidar sus posiciones en el Poder. El 8 de mayo de 1935, la CEDA volvió al Gobierno. Gil Robles se encargó del [95] Ministerio de la Guerra. Bajo sus auspicios llegaba a los puestos clave del Ejército un grupo de generales africanistas, comprometidos en anteriores conspiraciones antirrepublicanas de la reacción fascista. Franco fue nombrado jefe del Estado Mayor Central; Fanjul, Subsecretario; Goded, Director de Aeronáutica; Mola, Jefe del Ejército de Marruecos.

Al conocerse la formación del nuevo Gobierno, el Partido Comunista –que sin descanso venía preconizando una amplia concentración de todas las fuerzas opuestas al fascismo– se dirigió a todos los partidos y organizaciones obreras y democráticas, subrayando la agravación del peligro fascista y tomando la iniciativa de constituir un Bloque Popular Antifascista.

Este bloque debería englobar a la clase obrera, a los campesinos, a los empleados y funcionarios, a los intelectuales y a la burguesía pequeña y media, a todas las clases y capas de la población golpeadas o amenazadas por las fuerzas reaccionarias que representaban los intereses de la oligarquía financiera-terrateniente.

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El Programa que el Partido Comunista de España presentaba a las organizaciones y partidos democráticos como base para la constitución del Bloque Popular constaba de los siguientes puntos:

Dimisión del Gobierno Lerroux-Gil Robles y disolución de las Cortes.

Convocatoria de elecciones con garantías de libertad de propaganda para los partidos de izquierda.

Liberación de los presos políticos, amnistía, abolición de la pena de muerte.

Restablecimiento pleno de las libertades democráticas.

Confiscación de las tierras de los grandes latifundistas y su distribución gratuita entre los obreros agrícolas y los campesinos.

Restablecimiento del Estatuto de Cataluña y derecho de autodeterminación para Cataluña, Euzkadi y Galicia. Liberación de Marruecos.

Rebaja de los impuestos a los campesinos, artesanos, pequeños comerciantes e industriales. [96]

Mejora de las condiciones de vida de los obreros. Subsidio de paro.

Depuración del Ejército y expulsión de sus filas de los elementos fascistas que conspiraban contra la República. Disolución de las organizaciones fascistas.

Ni el Partido Socialista, ni Izquierda Republicana aceptaron la propuesta del Partido Comunista de España de crear el Bloque Popular. Pero otros partidos republicanos dieron una respuesta favorable. Y con ellos, el Partido Comunista de España, a comienzos del verano de 1935, creó el primer organismo nacional de Frente Popular, integrado por el Partido Comunista, la Juventud Comunista, el Partido Republicano Federal, la Izquierda Radical Socialista, la Juventud de Izquierda Republicana, la Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU), que agrupaba a los sindicatos dirigidos por los comunistas, la Federación Tabaquera, la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, el Sindicato de Empleados del Estado, pertenecientes a la UGT, y otras organizaciones.

En el plano provincial y local, el Partido Comunista de España estableció relaciones con los partidos de izquierda y creó comités provinciales y locales del Bloque Popular, cuya composición variaba según los casos.

El peligro fascista se acentuaba. La CEDA estaba en el Gobierno y su política tendía a instaurar por vías «legales» un régimen clerical fascista. La labor de los generales protegidos de Gil Robles desde el Ministerio de la Guerra delataba que existía, además, la amenaza de un golpe militar para establecer una dictadura fascista abierta.

En el semanario «La Correspondencia Internacional» del 15 de junio de 1935, el Partido Comunista denunciaba este doble peligro del fascismo, concretando nombres:

«La fascistización empieza por los puestos de mando. Se acaba de colocar a la cabeza del Estado Mayor Central al general Franco, el mismo que ha dirigido desde el Ministerio de la Guerra las crueles operaciones militares... en Asturias, el hombre que ha participado en estos últimos tiempos en todas las conspiraciones destinadas a preparar la dictadura militar fascista». [97]

En el curso del año 1935, a medida que aumentaba la fuerza del movimiento popular, se intensificaban los preparativos de un golpe militar. Pero mientras el PCE se esforzaba por hacer penetrar la idea del riesgo que corrían el pueblo y la República, los dirigentes socialistas

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y republicanos consideraban las denuncias del Partido como especulaciones fantásticas, y las calificaban de «invenciones de Moscú».

El Partido Comunista no sólo tuvo razón en sus denuncias. Lo esencial es que su gran labor de esclarecimiento en torno a los peligros de una sublevación militar fascista fueron preparando a las masas para hacer frente a dicha eventualidad.

El Partido no se limitaba a denunciar los planes fascistas de violencia armada y a preparar al pueblo para oponerse a ellos. Al elaborar y defender la política de Frente Popular demostraba su disposición a utilizar vías pacíficas, electorales, para restablecer el orden democrático en España con el apoyo de un vasto movimiento de masas y realizaba un intento claro, de hondura nacional y patriótica, de abrir cauces pacíficos y parlamentarios al ulterior desarrollo de la revolución democrática en España.

Mientras tanto, los mismos que acusaban a los comunistas de recurrir a la violencia, las llamadas «gentes de orden», las fuerzas conservadoras, se preparaban ya entonces a lanzarse a la lucha armada, no para defender su existencia que no estaba amenazada, sino para impedir el funcionamiento normal y pacífico de las instituciones democráticas y la aplicación de las leyes republicanas.

La presencia de la CEDA en el Gobierno no consiguió consolidarlo. Era incapaz de frenar el impetuoso auge del movimiento popular que se manifestaba en toda España de las más diversas formas. Como consecuencia de la creciente presión de las masas, presión que a su vez acentuaba las divergencias y la descomposición reinantes en las altas esferas del Estado, las medidas represivas fueron mellándose y las fuerzas de izquierda pudieron arrancar ciertas concesiones. Se autorizó, por ejemplo, la celebración de mítines, si bien la prensa obrera seguía prohibida.

El Partido Comunista celebró el primer mitin público, después de Octubre, el 2 de junio de 1935, en el Cine [98] Monumental de Madrid. En ese mitin, José Díaz hizo una exposición completa de la política de Frente Popular, algunos de cuyos postulados estratégicos han conservado su validez esencial en la trayectoria de la política del Partido hasta nuestros días.

En aquel mitin, que revistió gran importancia política por el momento en que se celebraba y por las cuestiones en él planteadas, los trabajadores madrileños expresaron su adhesión a la política y a la conducta del Partido.

Al hacer el balance de los acontecimientos de Octubre, José Díaz, como secretario general del Partido Comunista de España, asumió para éste la responsabilidad de dicho movimiento.

El Partido hizo esta declaración pública ante la actitud de los dirigentes socialistas, y, en particular, la mantenida por Largo Caballero en el transcurso del proceso incoado por los acontecimientos de Octubre de 1934. Quienes tanto habían hablado de revolución, y habían lanzado a las masas a la lucha, una vez más sin la debida preparación ni coordinación, a la hora de enfrentarse con las responsabilidades derivadas de aquellos sucesos, rechazaron éstas, a pesar de las reiteradas gestiones realizadas por el Partido Comunista para convencerles de la necesidad de aceptarlas pública y conjuntamente.

Los comunistas, que –como queda dicho– habían hecho muy serias objeciones a los propósitos «revolucionarios» de Largo Caballero en vísperas de Octubre, por las incomprensiones de éste respecto a lo que es una lucha insurreccional, en el transcurso de ésta sellaron con su sangre la voluntad de marchar hombro con hombro con sus hermanos socialistas y, después de la lucha, recabaron para sí la responsabilidad propia y la de otros.

La idea del Frente Popular propugnada por el PCE encontró una acogida calurosa. Los trabajadores de todas las tendencias, el pueblo en general, anhelaban la unidad porque sabían

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que sólo con ella se haría retroceder a la reacción y se abrirían las puertas de las cárceles ante los 30.000 presos políticos en ellas recluidos.

Pero esos anhelos unitarios de las masas podían dar pie a diversas fórmulas políticas: los dirigentes republicanos, y parte de los socialistas, querían volver a una conjunción del [99] tipo de la de 1931; la izquierda socialista, por su parte, preconizaba la unidad exclusiva de las fuerzas obreras: era la continuación de su persistente menosprecio hacia los campesinos, actitud particularmente peligrosa en un momento en que la CEDA hacía grandes esfuerzos por crearse una base de masas entre dicho sector de la población.

El Partido Comunista, a través de una gran lucha política que duró casi todo el año 1935, consiguió que prevaleciese la política de Frente Popular y que incluso muchos dirigentes, remisos al principio a aceptarla, se sumasen por fin a ella. Esto fue posible, fundamentalmente, por la ayuda de las masas. El Partido explicó de manera paciente y tenaz el contenido y alcance del Frente Popular en todos los sitios, a través de toda España, hasta lograr que el pueblo comprendiese que ésa era la política que de verdad respondía a sus intereses y aspiraciones.

El Partido supo combinar la labor de explicación política con la defensa diaria y permanente de las reivindicaciones y de los intereses concretos de los trabajadores. La experiencia viva demostraba así a las masas que, aplicando la política de Frente Unico y de Frente Popular, se podía hacer retroceder a los fascistas y obtener ventajas para la clase obrera y para el pueblo. Y de hecho fue la voluntad y la presión de las masas, que hicieron suya la política de Frente Popular, las que determinaron que ésta fuese aceptada por el conjunto de los partidos de izquierda.

El PCE dio pruebas en todo ese proceso de flexibilidad política. Sin renunciar a la crítica constructiva de las posiciones erróneas de los dirigentes socialistas, anarquistas y republicanos, utilizaba todos los resquicios, todas las formas viables para promover la acción conjunta contra la reacción y el fascismo.

Ejemplo de ello fue su actitud ante los mítines organizados por Azaña; aunque discrepaba de muchas de las posiciones defendidas por el dirigente republicano, el Partido invitó a las masas, y en primer lugar a los militantes comunistas, a asistir a dichos mítines a fin de transformarlos en grandes manifestaciones de unidad antifascista. Y, en verdad, los mítines de Azaña, independientemente, incluso, de la [100] voluntad del orador, contribuyeron al desarrollo de la unidad y del movimiento de Frente Popular.

Por la unidad del proletariado

Hasta 1935, todas las alianzas políticas entre fuerzas obreras y burguesas en España, se habían basado siempre en que la clase obrera quedase supeditada a la dirección de la burguesía.

La política de Frente Popular representaba en este orden un viraje completo. En el período de intensas luchas de 1931 a 1935, las masas trabajadoras habían sufrido una profunda transformación de su conciencia. Después de la experiencia decepcionante de la colaboración socialista con los gobiernos republicanos, se habían liberado de las ilusiones pequeñoburguesas del 14 de abril. Por otro lado, los reiterados fracasos anarquistas habían restado mucho crédito a las esperanzas puestas en un milagroso advenimiento del «comunismo libertario». En cambio, Asturias había demostrado que la unidad era el arma decisiva para la lucha de la clase obrera. Esos factores, y sobre todo la influencia cada vez

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mayor adquirida por el Partido Comunista, crearon la posibilidad de forjar una alianza de todas las fuerzas opuestas al fascismo en la cual la clase obrera desempeñase el papel dirigente. A crear una alianza de ese género tendía, precisamente, la política de Frente Popular.

Mas ese puesto dirigente, el proletariado no lo podría ocupar de un modo, por así decir, automático. Tenía que ganarlo y consolidarlo dando el ejemplo y mostrando el camino a las otras fuerzas democráticas, convenciéndolas de que debían unirse a la clase obrera en la lucha común contra el fascismo. Y mal podría el proletariado cumplir ese papel si no estaba unido, si no había, por lo menos, unidad de acción entre socialistas y comunistas. Uno de los objetivos esenciales de la política del Partido Comunista después del movimiento de Octubre fue lograr esta unidad con el Partido Socialista.

Las condiciones para progresar en la vía de la unidad con el PSOE, habían mejorado considerablemente después de Octubre. La corriente besteirista se había desprestigiado de [101] forma definitiva ante las masas; el Gobierno reaccionario protegía a los reformistas y les permitió incluso publicar un periódico, «Democracia», cuando la prensa obrera y democrática estaba prohibida. Los centristas no podían dejar de tener en cuenta la presión de la base en pro de la unidad. La corriente izquierdista era la más fuerte, sus posiciones eran las más cercanas al sentir de la masa obrera socialista, que de los acontecimientos de Octubre había sacado una enseñanza clara: la necesidad de la unidad obrera, de la unión del Partido Comunista de España y del Partido Socialista Obrero Español.

La izquierda socialista no era homogénea, ni política ni ideológicamente. Y menos aún después de la experiencia de Octubre. La parte más organizada y activa de la izquierda socialista era la juventud, dirigida por Santiago Carrillo, José Cazorla, Federico Melchor y otros camaradas. En el seno de la Juventud Socialista se había iniciado, sobre todo después de Octubre, un profundo proceso de revisión de concepciones políticas e ideológicas. El rasgo más importante de los documentos publicados por la Juventud Socialista en aquel período era que, pese a las confusiones que aún contenían, proclamaban su ruptura completa, moral y política, con la II Internacional y con la Internacional Juvenil Socialista. La Juventud Socialista daba su aprobación, en lo fundamental, al Programa de la Internacional Comunista, y declaraba que su objetivo era luchar por la dictadura del proletariado en España y en el plano internacional.

Esta toma de posición demostraba que el núcleo dirigente de la Juventud Socialista había recorrido ya entonces, en 1935, un buen trecho en el camino que debía conducirle a la identificación completa con el Partido Comunista. Por tercera vez en la historia del movimiento obrero español, la Juventud Socialista rompía sus ataduras con un partido que ya no encarnaba el gran ideal del socialismo. La Juventud Socialista encaminaba su marcha hacia el movimiento comunista, llevando consigo un rico caudal de capacidad política y organizativa, de abnegación y de combatividad revolucionarias.

La repetición de ese fenómeno en épocas y circunstancias tan diferentes, demuestra que no era casual. Los jóvenes [102] revolucionarios que quieren luchar por el socialismo, que quieren servir a la causa de la clase obrera, sólo pueden encontrar satisfacción a sus anhelos en las filas de nuestro Partido.

En 1935, la Juventud Socialista, desde el punto de vista de sus concepciones políticas e ideológicas, estaba ya más cerca del Partido Comunista que del Partido Socialista; pero durante algún tiempo abrigó aún la esperanza de transformar a este último «desde dentro». Por eso su posición era luchar por la «bolchevización» del Partido Socialista Obrero Español. Cuando comprobó prácticamente que el PSOE no se «bolchevizaba», y estuvo en condiciones de comparar a uno y otro partido, sobre todo durante la guerra contra el fascismo, el proceso iniciado después de Octubre de 1934 llegó a su conclusión lógica: el ingreso en el Partido

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Comunista del núcleo dirigente de la Juventud Socialista y de un gran número de sus afiliados, fundidos ya entonces con los jóvenes comunistas en la Juventud Socialista Unificada.

Al lado de la actitud sinceramente revolucionaria de la JS, y de otros camaradas socialistas, una serie de dirigentes del PSOE tomaban posiciones izquierdistas con fines muy diferentes: trataban, sobre todo, de evitar que la masa obrera socialista, entre la cual los sentimientos unitarios eran muy fuertes, abandonase las filas del PSOE y pasara al Partido Comunista. Por eso resaltaba en la conducta de ciertos dirigentes socialistas, y singularmente de Largo Caballero, la contradicción entre las palabras, favorables a la unidad, y los hechos, que entorpecían no pocas veces esa unidad.

Esto se reflejó en el Comité Nacional de Enlace, creado en el mes de diciembre de 1934, a propuesta del Partido y del que formaban parte el PCE, el PSOE, la UGT y la CGTU. Durante varios meses ese Comité permaneció casi pasivo: el PSOE rechazaba sistemáticamente todas las propuestas del PCE y se negaba incluso a firmar ningún manifiesto o declaración conjunta de los dos Partidos.

Esta conducta equívoca se manifestaba negativamente en el desarrollo de las Alianzas Obreras y Campesinas. Existían a comienzos de 1935 trece comités provinciales y 150 comités locales de Alianza. El PCE propuso crear un Comité Nacional de las Alianzas y que, en los lugares de [103] trabajo, los comités de éstas fuesen elegidos directamente por los obreros. El PSOE rechazó ambas propuestas y se esforzó por frenar la actividad de estos organismos de unidad.

A despecho de estos obstáculos, el Partido Comunista intensificó sus esfuerzos por dar formas concretas a la unidad de acción de comunistas y socialistas en todos los terrenos: lucha por la amnistía, movimientos reivindicativos, sindicatos, Alianzas, propaganda, juventud, preparación de eventuales elecciones, &c. El Partido realizaba estos esfuerzos tanto en el plano nacional, provincial y local como en los lugares de trabajo, y siempre de una forma pública, de cara a las masas, a fin de conseguir que las fuerzas partidarias de la unidad, dentro del PSOE, ejerciesen sobre los dirigentes una presión cada día mayor, en pro de la acción conjunta con los comunistas.

Pero la política de unidad no podía quedar limitada a ese aspecto. Paralelamente, el PCE llevaba a cabo una intensa lucha de principios contra las posiciones erróneas defendidas por los socialistas; exponía y desarrollaba las ideas revolucionarias del marxismo-leninismo, considerando que la lucha ideológica era consustancial con una política sana de unidad de acción.

1935 fue un año de profundas polémicas ideológicas en la calle, en las fábricas, en la prensa y sobre todo en las cárceles, donde se hallaban, después de Octubre, muchos dirigentes y cuadros socialistas, comunistas y anarquistas. Firmes en los principios, los comunistas se esforzaban por imprimir a sus discusiones con los socialistas un tono cordial, de camaradas.

Esta lucha ideológica afianzó las posiciones del marxismo-leninismo en el movimiento obrero español; facilitó la unidad de acción con el PSOE; templó ideológicamente a los propios militantes del Partido Comunista y contribuyó poderosamente al proceso de acercamiento al Partido de los sectores más revolucionarios del Partido Socialista.

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El VII Congreso de la Internacional Comunista

En el verano de 1935 se reunió el VII Congreso de la Internacional Comunista, que tuvo una gran repercusión internacional y ejerció gran influencia en el fortalecimiento de nuestro Partido, así como en la lucha de las masas obreras y populares de España contra el fascismo.

En el momento de celebrarse el VII Congreso de la I.C., había en el mundo una situación en muchos aspectos nueva. El fascismo, sobre todo desde su instauración en Alemania, era un peligro directo para todos los pueblos de Europa. Y no sólo de Europa.

¿Cómo hacer frente al fascismo? Tal era la gran cuestión colocada por la realidad misma ante el VII Congreso de la I.C.

El movimiento comunista contaba a la sazón con ricas experiencias. En Francia, el Partido Comunista había conseguido establecer un pacto de unidad de acción con el Partido Socialista y un acuerdo de Frente Popular entre las fuerzas obreras y democráticas para la lucha común contra el fascismo.

El Partido Comunista de España, en condiciones muy diferentes a las de Francia, a través de la lucha armada de Octubre y de los progresos de su política unitaria, mostraba también de una forma práctica cómo se podía combatir y hacer retroceder al fascismo.

El VII Congreso de la I.C. generalizó las experiencias unitarias de Frente Único y de Frente Popular, que estaban ya en curso en Francia, España y otros países, y les dio una firme base de principio asentada sobre la teoría del marxismo-leninismo.

El camarada Dimitrov, en su histórico informe, subrayó que la instauración del fascismo no era el simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino el paso de la democracia burguesa a una dictadura terrorista abierta.

Para hacer frente a los nuevos problemas planteados por la realidad, hacía falta modificar la táctica, y en algunos aspectos también la estrategia, del movimiento comunista.

Frente al fascismo, que esclavizaba salvajemente a la clase obrera, dañaba a la pequeña burguesía y a importantes sectores de la burguesía, y hacía tabla rasa de todas las [105] libertades, era imprescindible que los comunistas, aplicando principios claramente establecidos por Lenin, estableciesen un sistema flexible de alianzas, coincidencias y neutralizaciones que aislase al fascismo y diese a la lucha antifascista la mayor amplitud y eficacia posibles.

El VII Congreso de la I.C. tuvo una actitud audazmente crítica y autocrítica respecto a ciertos errores sectarios cometidos en períodos anteriores. Ayudó de un modo decisivo a los comunistas a desechar posiciones y consignas falsas y sectarias –como la de aplicar a los socialistas en general el calificativo que habían dificultado sus relaciones con de socialfascistas– una parte de los trabajadores, y con capas no proletarias, pero susceptibles de marchar al lado de la clase obrera en la lucha por la defensa y el desarrollo de la democracia.

Después del VII Congreso de la I.C., los partidos comunistas colocaron como eje de toda su actividad la lucha por el Frente Único Proletario y por el Frente Popular Antifascista; tomaron más firme y audazmente en sus manos la bandera de la lucha por la democracia y por los intereses nacionales de sus países.

En España, las repercusiones del VII Congreso fueron considerables e inmediatas. El VII Congreso daba una respuesta tan concreta, tan directa, tan acertada, a los problemas que entonces preocupaban a los obreros y a los antifascistas todos de nuestro país, que suscitó en España una profunda conmoción política. La mayor parte de los periódicos de izquierda, socialistas y republicanos, comentaron favorablemente los debates del histórico Congreso.

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Los acuerdos del VII Congreso de la I.C. influyeron favorablemente en las relaciones entre el PCE y el PSOE. En una carta fechada en octubre de 1935, dirigida al periódico «Claridad», nuestro Partido hizo a la izquierda socialista las siguientes propuestas: 1) realizar la unidad sindical mediante el ingreso de la CGTU en la UGT; 2) desarrollar las Alianzas; 3) crear el Bloque Popular Antifascista, cuya fuerza dirigente tenía que ser la clase obrera unida; 4) marchar hacia la unidad orgánica de los dos partidos, tomando como base de discusión las resoluciones del VII Congreso.

Amplios sectores socialistas acogieron favorablemente esas, propuestas. [106]

La Juventud Socialista, después del VI Congreso de la Internacional Juvenil Comunista, puso rumbo a la fusión con la Juventud Comunista para crear la organización única de la juventud trabajadora, sobre la base de los principios del marxismo-leninismo.

La presión unitaria se hacía cada vez más fuerte en el seno del PSOE y se reflejaba en la actitud de Largo Caballero que, habiendo salido de la cárcel, estaba al frente del PSOE y de la UGT.

La primera realización unitaria concreta fue la unidad sindical, con el ingreso de los sindicatos de influencia comunista –Confederación General del Trabajo Unitaria– en los sindicatos de influencia socialista –UGT–, en diciembre de 1935. Era la coronación de largos y tenaces esfuerzos del Partido Comunista en pro de la unidad sindical y una nueva prueba de la disposición de los comunistas a hacer concesiones para lograr la unidad de los trabajadores.

Hacia la victoria electoral

En el otoño de 1935, hizo crisis el proceso de quebrantamiento y descomposición del bloque gobernante CEDA-Partido Radical, bloque carcomido por agudas contradicciones internas.

En octubre fueron puestos al descubierto una serie de escándalos, como el «estraperlo» y otros, que tuvieron serias repercusiones políticas, porque constituían pruebas tangibles e inocultables de la podredumbre en que estaban enfangados los principales personajes del gobierno. El Partido Radical, pieza clave de la mayoría gubernamental, entró en una fase de rápida disgregación. El desprestigio del Gobierno y de las Cortes llegó a su apogeo. El Presidente de la República, bajo la presión del movimiento de masas que se levantaba en todo el país, disolvió las Cortes y convocó a nuevas elecciones para febrero de 1936.

Se confirmaban así las previsiones del PCE. Las masas, con su unidad y su movilización, habían impedido que la reacción se consolidase en el Poder. Habían impuesto la [107] celebración de nuevas elecciones. Se abría la posibilidad de restablecer una situación democrática por vía pacífica y electoral.

Gracias a los progresos de la unidad socialista-comunista y de la unidad sindical, al fortalecimiento de las Alianzas, a la creación de muchos Comités locales del Frente Popular, la unidad de las masas obreras y populares tomaba cada vez mayor consistencia, se plasmaba incluso en formas orgánicas.

Sin embargo, el movimiento de masas carecía aún, sobre todo en el plano nacional, de una dirección coordinada. En él confluían las actividades de los partidos republicanos, del PSOE y de nuestro Partido, pero no se había podido crear un Frente o Bloque Popular de todos los partidos antifascistas, pese a los esfuerzos desplegados por el Partido Comunista en ese sentido.

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La perspectiva de la celebración de elecciones aceleró las cosas. La propia ley electoral, de carácter mayoritario, aconsejaba las coaliciones.

Los partidos republicanos consideraban necesario aliarse con el Partido Socialista y no podían desconocer la fuerza del Partido Comunista de España. Había pasado mucha agua bajo los puentes, y el Partido Comunista de 1936 no era el de 1931: representaba una fuerza política de primer rango, a la que no era posible ignorar.

En el PSOE la presión unitaria de la base era fortísima; la izquierda tenía buenas relaciones con el Partido Comunista e incluso los centristas eran favorables a la entrada de los comunistas en una amplia coalición electoral.

Después de largas negociaciones, entorpecidas por los dirigentes conservadores del republicanismo, se llegó a la elaboración de un Pacto, firmado a mediados de enero de 1936. El hecho de que se le diese el nombre de «Pacto del Bloque Popular» era un reconocimiento explícito de la influencia arrolladora que había adquirido la política del Partido Comunista.

Puntos esenciales del Pacto eran: la amnistía para los 30.000 presos políticos que seguían encarcelados, la exigencia de responsabilidades por los crímenes reaccionarios cometidos en Asturias, asentamientos y otras medidas en pro de los campesinos, restablecimiento de las libertades democráticas [108] y de las normas constitucionales, rebaja de impuestos y tributo en favor de los pequeños y medios comerciantes e industriales. aumento de los salarios, &c.

Pero el programa tenía importantes lagunas; la principal era que no planteaba claramente el problema de la reforma agraria.

No obstante, el Partido decidió firmar el Pacto del Bloque Popular, junto con el PSOE, Izquierda Republicana, Unión Republicana, y otras fuerzas de menor significación.

El PCE consideraba que, por importante que fuese el texto del programa, más importante aún era crear un frente común de lucha contra el fascismo y abrir así ancho cauce a la acción unida de las masas para la batalla electoral y para las etapas ulteriores.

El Partido Comunista hizo asimismo otras concesiones importantes para facilitar la conclusión del Pacto del Bloque Popular. Por ejemplo, el porcentaje de candidatos comunistas a diputados era considerablemente inferior a la fuerza real del Partido.

En opinión de los dirigentes republicanos y, en parte, de los socialistas, el Bloque Popular no era ni más ni menos que una coalición electoral y, sin duda, las motivaciones y necesidades electorales desempeñaron un papel no despreciable en la conclusión concreta del Pacto. Pero eso no era más que un aspecto superficial de la cuestión. En realidad, no era posible separar el Pacto del Bloque Popular de los tenaces esfuerzos del Partido Comunista, durante casi un año, en pro de la creación de un gran movimiento unitario para la lucha contra el fascismo. Las masas veían con razón en el Pacto del Bloque Popular la culminación de ese gran proceso de agrupamiento y de movilización de las fuerzas populares, que se había desarrollado a lo largo de 1935. Nadie podía negar que el alma de todo ese movimiento había sido el PC.E.

Independientemente de la voluntad de tales o cuales de sus firmantes, el Pacto del Bloque Popular era más que una coalición electoral; era un instrumento de unidad de las fuerzas obreras y democráticas para la lucha –electoral y poselectoral– contra el fascismo y por la democracia.

La campaña electoral se desarrolló en un ambiente muy [109] tenso. Las de febrero de 1936 no eran unas elecciones «corrientes». Eran una gran batalla política con la que se trataba de cerrar el paso al fascismo y de asegurar el desarrollo de la democracia en nuestro país. En el curso de la preparación de las elecciones se multiplicaron por toda España los Comités del Bloque Popular.

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La política de Frente Popular tuvo grandes repercusiones entre los obreros de la CNT. Comprobaban éstos prácticamente que, mediante la lucha política, mediante la participación en las elecciones, podían contribuir a la liberación de los presos de Octubre, a la eliminación del Poder de las fuerzas reaccionarias.

El principio anarquista del «apoliticismo» y del «abstencionismo electoral» entraba en conflicto abierto con los sentimientos revolucionarios de los obreros cenetistas, con su voluntad de luchar contra el fascismo por la defensa de sus intereses de clase. Los dirigentes anarquistas que propugnaron hasta el fin el principio abstencionista quedaron aislados. Otros dirigentes tomaron una actitud más flexible y realista. Y la gran masa de los obreros cenetistas participó en las elecciones dando su voto al Bloque Popular.

Este paso tenía un profundo significado. La diferencia con lo ocurrido en 1933 era patente: entonces, los socialistas y los comunistas habían ido divididos a la contienda, y los primeros aparecían incuestionablemente como la principal fuerza obrera que participaba en las elecciones. En 1936, las cosas eran muy otras: socialistas y comunistas marchaban juntos. La influencia del Partido Comunista era ya considerable. La política de Frente Popular estaba impregnada de un espíritu nuevo en el que se combinaba la defensa de la democracia con la promoción de la clase obrera a un lugar cada vez más destacado en la vida nacional. Los hechos demostraron que esta política –y no la reformista– llevaba a los obreros anarquistas a comprender la necesidad de abandonar los dogmas «apolíticos» y «abstencionistas».

La participación conjunta de los obreros socialistas, comunistas y anarquistas en la batalla electoral de 1936, aunque no se firmó ningún acuerdo entre las organizaciones, fue un gran paso unitario. [110]

Las elecciones dieron la victoria al Frente Popular, que obtuvo 268 diputados (158 republicanos, 88 socialistas, 17 comunistas), contra 205 de la derecha y del centro.

Una ola de entusiasmo recorrió el país de punta a punta. Las elecciones no eran sólo la victoria de una coalición. Eran la victoria de una política, de la política de Frente Popular. Las masas, que desde 1931 habían sufrido fracaso tras fracaso, comprobaban ahora prácticamente que el camino de la unidad era el de la victoria. Ello significó un cambio en la conciencia política de la clase obrera y de extensas capas populares.

El triunfo del Frente Popular en España tuvo una enorme repercusión en el mundo entero. Vino a confirmar y acentuar un proceso que se venía gestando desde la subida de Hitler al Poder y, sobre todo, a partir de la insurrección de Asturias en Octubre de 1934: el desplazamiento hacia España del frente fundamental de la lucha contra el fascismo en los países capitalistas de Europa. En España, a consecuencia sobre todo de las supervivencias feudales, se habían agudizado considerablemente las contradicciones de clase; se desarrollaban con ímpetu el movimiento campesino y los movimientos nacionales de Cataluña, Euzkadi y Galicia; existía un proletariado industrial y agrícola numeroso, dotado de una formidable energía revolucionaria, templado en experiencias tan valiosas como el movimiento de octubre de 1934 y el triunfo del Frente Popular. Estos factores imprimieron a la lucha antifascista en España una extraordinaria amplitud, situándola en un puesto de singular importancia en el conjunto de la lucha mundial entre la democracia y el fascismo.

El desarrollo del partido

Después del triunfo del Frente Popular creció el prestigio y la fuerza del partido. Este hizo progresos notables en el desarrollo de su organización, fruto del acierto de su política,

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confirmada por los hechos, y del esfuerzo abnegado de los comunistas por consolidar y ampliar las filas del Partido. A finales de 1934, en un período de gran represión, el Partido había lanzado la consigna: «¡Organizar, organizar y organizar! [111] ¡Esa es nuestra tarea de hoy! ¡Ni una fábrica, ni una mina, ni un cortijo o hacienda sin su comité!»

La organización del Partido se extendió y desarrolló. En los lugares de trabajo, en las barriadas, en las aldeas, los comunistas se preocupaban de plantear y defender las reivindicaciones concretas de los obreros, de los campesinos, de las mujeres, de las amplias masas populares.

En el mes de junio de 1935 se celebró el Congreso constitutivo del Partido Comunista de Euzkadi, parte integrante del Partido Comunista de España. Se trataba de facilitar el fortalecimiento del Partido en Euzkadi y de ayudar a la clase obrera a ponerse al frente del movimiento nacional vasco. El Congreso reflejó serios progresos del Partido Comunista de Euzkadi, que estaba firmemente enraizado en la clase obrera; el 55 % de sus efectivos estaba en las empresas.

En 1935 el Partido intensificó su propaganda, combinando las ediciones clandestinas con la publicación de periódicos legales que, sin aparecer como órganos comunistas, reflejaban su política. En el verano de 1935, publicaba 9 periódicos legales y 15 ilegales. Había además 18 periódicos de empresa, editados por organizaciones del Partido. La tirada del órgano ilegal del Comité Central, «Bandera Roja», pasó de 5.000 ejemplares a finales de 1934 a 17.000 en el verano de 1935.

A medida que la presión del movimiento de masas conseguía arrancar ciertas libertades, que el Partido podía celebrar mítines y hablar directamente a las masas, sus efectivos y su influencia fueron creciendo a ritmo acelerado.

Después del 16 de febrero de 1936, el Partido Comunista dio un gran salto adelante: de febrero a marzo de 1936 sus efectivos pasaron de unos 30.000 a unos 50.000 militantes. En abril contaba ya con 60.000 militantes. En junio, con 84.000. Y en vísperas de la sublevación fascista del 18 de julio, tenia en sus filas a 100.000 militantes.

El Partido se había convertido en una de las principales fuerzas políticas de España, e, indiscutiblemente, en el partido más importante del campo republicano; en la fuerza orientadora del movimiento democrático de nuestro país.

En el seno del PSOE, las divergencias se habían enconado. A finales de 1935, Caballero había dimitido de la presidencia [112] del Partido Socialista y la Ejecutiva había quedado en manos de los centristas. En el grupo parlamentario, Caballero tenía la mayoría. El pleito estaba pendiente de dirimirse ante un Congreso, el cual no se celebró jamás.

Los esfuerzos del PCE por llegar a una unidad más estrecha con el PSOE y por marchar hacia el Partido único del proletariado, tenían mucha resonancia entre las masas obreras del PSOE.

Una prueba de la fuerza de los sentimientos unitarios en el seno del PSOE es que, tanto los caballeristas como la Ejecutiva centrista, mantenían relaciones con el Partido Comunista y se pronunciaban por la unidad de acción entre ambos partidos obreros.

La izquierda, y concretamente Largo Caballero, defendía una posición unitaria más resuelta, y su influencia era cada vez mayor. Sin embargo, se resistía a dar pasos concretos en pro de la unidad. Su apoyo a la unidad, lo mismo que su izquierdismo, era principalmente verbal.

La resistencia de los dirigentes socialistas no pudo impedir que, en ese período, se llevasen a cabo dos realizaciones unitarias de trascendencia histórica:

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La primera fue la unificación de la Juventud Socialista y de la Juventud Comunista en una sola organización, acto que tuvo lugar el primero de abril de 1936 y del que nació la Juventud Socialista Unificada.

La nueva entidad juvenil encabezada por Santiago Carrillo (Secretario General), Trifón Medrano, Fernando Claudín y otros camaradas, proclamó que su objetivo era organizar y educar a la joven generación «en el espíritu de los principios del «marxismo-leninismo».

La segunda realización unitaria fue la creación del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), que tuvo lugar el 23 de julio de 1936, como resultado de la fusión de cuatro partidos obreros: el Partido Comunista de Cataluña, la Sección Catalana del PSOE, la Unión Socialista y el Partido Proletario. Al constituirse, el PSUC dio su adhesión a la Internacional Comunista.

El Partido Comunista de España contribuyó con todas sus fuerzas a la creación de la JSU y del PSUC. La aparición [113] de ambas organizaciones en la escena política representaba una gran victoria de la política de unidad obrera que, desde su fundación, venía propugnando nuestro Partido.

En ningún país la política trazada por el VII Congreso de la Internacional Comunista se había plasmado en realizaciones unitarias tan decisivas como la creación del Partido Socialista Unificado de Cataluña y de la Juventud Socialista Unificada. Ello demostraba, no sólo el largo camino recorrido por el Partido en la superación de antiguos defectos sectarios, sino la elevación de la conciencia de las masas, y su radicalización.

Los gobiernos republicanos de izquierda

El principal significado político-histórico del 16 de febrero es que había abierto una posibilidad de desarrollo pacífico, constitucional y parlamentario de la revolución democrática en España.

Por eso había luchado el Partido Comunista. Eso es lo que querían las fuerzas obreras y democráticas y lo que quería el pueblo español.

Pero las elecciones, el triunfo electoral del Bloque Popular, no eran una meta en sí. Eran un punto de partida.

Seguían planteados los mismos problemas. El «Bienio Negro» no había resuelto nada. Al contrario, había agravado considerablemente la situación de las masas de la ciudad y del campo.

La amnistía, la cuestión agraria, la cuestión nacional, el problema del paro y de los salarios de hambre, continuaban reclamando una inaplazable solución.

Las masas, con grandes manifestaciones en las calles, impusieron la inmediata liberación de los presos políticos; la amnistía fue legalizada «a posteriori».

Las masas impusieron también la inmediata dimisión del Gobierno Portela Valladares. Azaña formó un Gobierno republicano de izquierda, que contaba con el apoyo del conjunto de las fuerzas integrantes del Frente Popular.

¿Qué causa determinó el hecho, sin duda lamentable, de que la clase obrera no participase ni en el Gobierno Azaña ni en el que se formó más tarde bajo la presidencia de Casares [114] Quiroga, al ser Azaña elegido Presidente de la República? La causa debe buscarse en la actitud adoptada tanto por los partidos republicanos como por el socialista.

Los primeros alegaban que la fórmula «Gobierno republicano puro» les permitiría «aplacar» o «amansar» a la reacción.

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En el Partido Socialista los centristas consideraban que correspondía a la burguesía republicana dirigir el Gobierno de la República; y si pensaban en colaboraciones ministeriales, era al estilo de 1931, o sea liquidando lo nuevo que el Frente Popular había aportado a la política española, y haciendo una vez más del Partido Socialista el servidor de los intereses de la burguesía.

Los «caballeristas» rechazaban la colaboración con los partidos republicanos en nombre de un obrerismo ultraizquierdista. Pero, en el fondo, su concepción se parecía a la de los centristas: creían que después de una etapa de Gobiernos republicanos, el Partido Socialista sería llamado a gobernar, lo que representaba el principal objetivo de Largo Caballero. No comprendían que la política de Frente Popular, la unidad de acción entre el PCE y el PSOE, creaban la posibilidad de una nueva forma de colaboración de los partidos obreros y de los partidos republicanos, colaboración en la cual la fuerza dirigente no fuese ya la burguesía, sino la clase obrera.

El Partido Comunista formuló en diversas ocasiones la idea de un Gobierno popular en el que estuviesen representadas las diversas fuerzas sociales que componían el Bloque Popular. Pero la posición de los otros partidos imposibilitó que tal idea pudiese cuajar en aquel momento.

Ante los Gobiernos Azaña y Casares Quiroga, el Partido Comunista adoptó una política basada en la fidelidad al Pacto del Bloque Popular, en la lucha por conseguir la aplicación del Programa definido en dicho Pacto.

En marzo de 1936, se celebró en Madrid un Pleno ampliado del Comité Central del Partido, con la participación de delegaciones de las provincias y de los Partidos de Cataluña, Euzkadi y Marruecos. La resolución del Pleno ponía de relieve el crecimiento de la actividad política de la clase obrera, de los [115] y las capas medias que el triunfo del Frente Popular había provocado. Al mismo tiempo, comprobaba la gravedad de la situación que se estaba creando en España como consecuencia de las maniobras conspirativas y provocadoras de las fuerzas reaccionarias y fascistas.

Dichas fuerzas se entregaron afanosamente a ultimar la preparación de la sublevación militar –que ya venían proyectando con anterioridad– desde el momento mismo de ser conocido el triunfo electoral de las izquierdas.

El primer intento tuvo lugar a raíz del 16 de febrero; el plan era aprovechar el «interregno» constitucional de un mes entre las elecciones y la reunión del nuevo Parlamento para declarar el «estado de guerra» y dar un golpe de Estado. El general Franco era uno de los comprometidos en el complot.

Pero las masas desbarataron ese plan. El Partido Comunista les había prevenido del peligro. En cuanto se conoció el resultado electoral, una verdadera marejada humana invadió la calle. El pueblo impuso la formación inmediata de un gobierno de izquierdas.

La experiencia de 1931, de 1932 y del período 1934-36, había demostrado a las fuerzas fascistas y reaccionarias que solas, en un plano puramente nacional, no tenían fuerza suficiente para derrotar a la democracia. En el plano español, la democracia era incuestionablemente más fuerte que la reacción y el fascismo.

Y esas fuerzas, que pretenden monopolizar para sí el título de patriotas, recurrieron entonces a la ayuda extranjera para luchar contra el pueblo español. Se pusieron de acuerdo con los Gobiernos de Roma y Berlín para garantizar que la sublevación fascista en España y en Marruecos fuese respaldada por una ayuda y una intervención militar de Alemania e Italia contra la República española.

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En España, la preparación de la sublevación se llevaba a cabo aceleradamente, de todas las formas posibles. Los preparativos específicamente militares corrían a cargo de los generales de la casta africanista (Sanjurjo, Franco, Mola, Goded, &c.), muchos de los cuales conservaban mandos importantes. [116]

Al mismo tiempo, los fascistas y reaccionarios realizaban provocaciones de todo género: se cerraban fábricas, se despedía a los obreros, dejándoles sin trabajo; se aceleraba la fuga de capitales; se prolongaban las huelgas, rechazándose las más mínimas demandas de los obreros; los grandes terratenientes paralizaban las faenas agrícolas, agravando la miseria de las masas campesinas.

Pistoleros a sueldo multiplicaban los asesinatos y atentados contra dirigentes obreros y personas democráticas. Por todos los medios imaginables, los fascistas intentaban sembrar el desorden, hacer imposible el normal desenvolvimiento de una vida democrática en España.

Esta situación exigía imperativamente la adopción de medidas radicales para ahogar la conspiración fascista y asegurar la aplicación, con decisión y audacia, del Programa de Frente Popular. La política del Partido Comunista, ratificada por el Comité Central en su reunión de marzo de 1935, tendía precisamente a lograr esos dos objetivos que, además, en los hechos, aparecían estrechamente entrelazados el uno con el otro.

El Partido Comunista prestaba su apoyo leal al Gobierno para aplicar el Programa del Frente Popular. El Partido sostenía al Gobierno, en la calle y en el Parlamento, frente a los ataques de la reacción y del fascismo.

Pero ese apoyo no podía ser incondicional. Al concluir el Pacto del Frente Popular, el Partido no había hipotecado en modo alguno su independencia política. Es una cuestión de principio: un partido de la clase obrera, un partido marxista-leninista, al establecer compromisos con otras fuerzas, no puede, en ningún caso, sin caer en el oportunismo, abandonar su independencia, renunciar a elaborar y a defender ante las masas su propia política.

A la vez que apoyaba al Gobierno republicano, el Partido Comunista criticaba las cosas que no iban bien, presentaba al pueblo sus propias soluciones a los grandes problemas nacionales, movilizaba a las masas para que éstas presionasen sobre el Gobierno para exigir la aplicación del Programa del Frente Popular.

El Partido Comunista no olvidaba que la reacción, si bien había sufrido un serio golpe en las elecciones, conservaba su [117] poder económico y posiciones claves en el aparato estatal, principalmente en el Ejército.

La política propugnada por el Partido tendía esencialmente a privar a la reacción fascista de su base material y de la posibilidad de recurrir a la violencia contra el pueblo, a la guerra civil contra la República.

Eso sólo se podía hacer abordando de cara la solución de los problemas de la revolución democrática.

El PCE insistía particularmente en la necesidad de impedir la acción antirrepublicana de los grandes terratenientes que dejaban sistemáticamente sus tierras sin cultivar y decían a los campesinos: «Que os dé trabajo el Frente Popular». El Partido pedía que se emprendiese una verdadera reforma agraria, y lanzó la consigna: «Ni tierras sin cultivar ni campesinos con hambre», movilizando a las masas para aplicarla.

El Partido Comunista pedía medidas en favor de los parados, de los trabajadores en general. Luchaba para que se diese satisfacción a los anhelos populares, sobre la base de ejecutar el Programa del Bloque Popular.

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El Partido realizaba una gran acción política independiente, entre las masas, acción que no debilitaba la unidad antifascista, sino que la fortalecía.

A pesar de que el Partido Comunista había conquistado una fuerza numérica considerable y gozaba de gran ascendiente entre las masas, ni un solo momento se apartó de lo que había constituido la base de la formación del Frente Popular, ni pretendió valerse de su influencia política para imponer condiciones al resto de los partidos republicanos y democráticos.

Consciente de que, en las condiciones de España y en la situación internacional compleja que entonces existía, la única política justa era el mantenimiento de la unidad de las fuerzas democráticas, el Partido dedicó a esta tarea sus mejores esfuerzos. Y más de una vez se vio obligado a pronunciarse contra voces aisladas, irresponsables, que en el campo republicano expresaban deseos larvados de romper la unidad que había dado la primera victoria a los partidos del Frente [118] Popular, con el pretexto de una independencia política que nadie mermaba ni restringía.

En ese período, un hecho nuevo en la historia del Parlamento español fue la presencia en su seno de una minoría comunista. Los diputados comunistas llevaron a las Cortes un espíritu nuevo, un estilo auténticamente popular; demostraron prácticamente cómo la acción parlamentaria puede ser una contribución eficaz al desarrollo de la democracia, a la movilización de las masas.

La minoría comunista contaba con 17 diputados, de los cuales cuatro han sido asesinados más tarde por los franquistas: Bautista Garcés (diputado por Córdoba), Cayetano Bolívar (diputado por Málaga), Daniel Ortega (diputado por Cádiz), Suárez CabraIes (diputado por Canarias). La reacción temía las constantes denuncias que de su criminal labor antirrepublicana hacían los comunistas en las Cortes. Los grupos de izquierda expresaban su respeto, y muchas veces su aprobación, cuando hablaron los diputados comunistas, en particular José Díaz y Dolores Ibarruri. Las intervenciones de los parlamentarios del Partido, ampliamente difundidas entre las masas, eran eficaces instrumentos para la orientación del pueblo.

La política de Frente Popular implicaba básicamente la intervención de las masas en la vida política en un grado muy superior a lo que se había conocido en cualquier período anterior. Los dirigentes republicanos desconocían por completo esta realidad. Su idea, y también la de no pocos dirigentes socialistas, era que el Frente Popular debía disolverse una vez pasadas las elecciones. O subsistir, a lo sumo, en el plano de la actividad parlamentaria.

El Partido Comunista consideraba, por el contrario, que era decisivo conservar, extender y consolidar el Frente Popular después de las elecciones, como un amplio movimiento organizado de las masas para la lucha contra el peligro fascista y para garantizar la aplicación del Programa del Frente Popular.

El Partido Comunista lanzó la consigna: «Ni una aldea sin Frente Popular». Esta consigna fue comprendida y hecha suya por las masas, y también por numerosos comités y [119] cuadros locales de los partidos de izquierda. Lejos de disolverse, el Frente Popular se fortaleció después de las elecciones, y fueron constituidos Comités de Frente Popular hasta en los pueblos más pequeños.

Se llevaron a cabo grandiosas manifestaciones de masas, como la que tuvo lugar en Madrid el 1 de marzo, en la que participaron 600.000 personas y el impresionante desfile del 1º de Mayo. Ningún Gobierno había contado en España con un apoyo de masas comparable al que tuvieron los dirigentes republicanos en ese período. Disponían de todos los elementos para haber podido desarraigar del suelo de España, si hubiesen actuado al estilo jacobino, las plantas venenosas del fascismo, asegurando así el desarrollo pacífico de la democracia. Pero no lo hicieron.

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Y cuando, frente a los febriles preparativos de la reacción, era imperativo actuar con ritmo rápido y con pulso enérgico, los dirigentes republicanos aplicaban una política de blanduras y vacilaciones con respecto a la reacción; con pretextos legalistas demoraban, o realizaban sólo con cuentagotas, el Programa del Frente Popular, demostrando que nada habían aprendido de la triste experiencia del período de 1931 a 1935, en el curso del cual se habían dejado arrebatar la República.

La lucha por evitar la guerra civil

Frente a los deseos de las fuerzas obreras y democráticas –y en primer lugar del Partido Comunista– de hacer que la democracia se consolidase y se desarrollase en España por vías pacíficas, se alzó la voluntad de las fuerzas reaccionarias y fascistas, de la oligarquía financiera latifundista, de su instrumento armado –la casta de generales africanistas–, de recurrir a la violencia, sumiendo a España en una sangrienta guerra para impedir el progreso democrático, para conservar sus odiosos privilegios.

No había más que un camino para evitar la guerra civil: maniatar a los que preparaban la sublevación militar. Había, pues, un aspecto concreto del Programa del Frente Popular cuyo cumplimiento era inaplazable: la depuración del Ejército [120] de los elementos fascistas, en particular de los que habían demostrado ya su odio al pueblo en la brutal represión contra los trabajadores asturianos.

La lucha por privar a la reacción fascista de su base material, por eliminar del Ejército a los generales fascistas, por poner coto a las provocaciones reaccionarias, presidió toda la actividad política del Partido Comunista, hasta el día mismo en que estalló la sublevación.

En vísperas de las elecciones del 16 de febrero, en su discurso en el teatro de la Zarzuela, José Díaz advirtió que si, una vez establecido un Gobierno de izquierda, «se deja que el Ejército esté dirigido por generales fascistas y monárquicos... el triunfo del Bloque Popular no será más que relativo, y nos va a durar el tiempo que tarde en reponerse la reacción».

El Partido Comunista designaba personalmente, con sus nombres, a los generales que estaban preparando un golpe para instaurar en España una dictadura fascista. El título de primera página de «Mundo Obrero» del 27 de febrero decía: «En los altos mandos del Ejército español

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están los Goded, Franco, Fanjul, Martínez Anido y numerosos jefes y oficiales fascistas. ¡Exigimos su separación inmediata y la democratización del Ejército!».

En su discurso ante las Cortes, el 15 de abril, el camarada José Díaz decía:

«No queremos que puedan estar dentro del Ejército elementos de destacada tendencia reaccionaria como Franco, Goded y otros de la misma calaña».

En la crisis del 12 de mayo –provocada por la elección de Azaña a la presidencia de la República– la nota oficial del Partido Comunista subrayaba que éste colocaba en un primer plano de las tareas que debía asumir el nuevo Gobierno la depuración del Ejército de los elementos fascistas que estaban conspirando contra la República.

A la vez que desplegaba esta campaña pública, en la calle y en el Parlamento, para alertar y preparar a las masas, para pedir al Gobierno medidas drásticas, el PCE realizaba gestiones directas, personales, cerca de los ministros [121] responsables, les daba pruebas de los preparativos del levantamiento y exigía medidas radicales.

Un mes antes de estallar la sublevación, dirigentes del Partido Comunista visitaron a Casares Quiroga para denunciar los preparativos militares de los carlistas en Navarra. El jefe del Gobierno respondió despectivamente que los comunistas «veían sublevaciones hasta en la sopa»...

Si el Gobierno hubiese aplicado las medidas que el Partido Comunista reclamaba día tras día contra los generales y otros elementos fascistas que conspiraban contra la República, la sublevación militar del 18 de julio hubiese sido ahogada antes de estallar.

Las denuncias del PCE no fueron tenidas en cuenta por el Gobierno republicano. Este no tomó las medidas que eran imprescindibles para la defensa de la República. Pese a las pruebas concretas que demostraban sus actividades conspirativas, nombró a Franco Capitán General de Canarias; a Goded, Capitán General de Baleares, y envió a Mola a Navarra.

Pero las denuncias del Partido Comunista no fueron inútiles. Si el Gobierno no hizo caso de ellas, en cambio el pueblo sí las tuvo en cuenta. La intensa labor de explicación política llevada a cabo por los comunistas para hacer sentir al pueblo el peligro de la sublevación fascista, puso en tensión a las más amplias masas de todas las tendencias obreras y republicanas. Gracias a esa gran acción política y organizativa del Partido entre las diversas capas de la población, el pueblo español era cada vez más consciente de las amenazas que le acechaban, y se fortalecía cada vez más su inquebrantable decisión de oponerse por todos los medios a cualquier intento del fascismo de derribar la democracia recién reconquistada. En esa conciencia del pueblo, fruto sobre todo del trabajo del Partido Comunista, está el secreto de lo que sucedió el 18 de julio.

Mientras tanto, con su actitud de vacilaciones y de ceguera ante los preparativos de la sublevación fascista, el Gobierno republicano dejaba de hecho las manos libres a quienes se disponían a lanzar a España al abismo de la guerra. [122]

Esas vacilaciones, esa ceguera, ese «empacho de legalismo» con el que se pretendía justificar el retraso en la aplicación del Programa del Bloque Popular, no eran hechos casuales. Tenían una raíz de clase. Demostraban que la pequeña y mediana burguesía, por, miedo a la clase obrera, no estaban dispuestas a liquidar la base material de la reacción, no estaban dispuestas a llevar adelante la revolución democrática en España.

Y en su negativa de marchar hacia adelante, llegaban al extremo de dejar a la República casi indefensa ante sus más encarnizados enemigos.

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No se escuchó al Partido Comunista en aquellos momentos tan decisivos para España. Y porque no se escuchó al Partido Comunista, la sublevación fascista pudo estallar.

La reacción fascista y monárquica se entregaba a toda suerte de provocaciones para preparar la sublevación. Desde la tribuna parlamentaria y desde la prensa, realizaba una campaña desenfrenada de excitaciones a la violencia armada contra el pueblo y contra la República. La Falange y otros grupos reaccionarios multiplicaban los atentados contra personalidades republicanas, civiles y militares, causando la muerte de numerosos demócratas, lo que no podía dejar de provocar la respuesta indignada de las izquierdas. Un clima de guerra civil se extendía por España.

A comienzos de julio, la agresividad de las fuerzas reaccionarias que preparaban el levantamiento llegó a su punto culminante. Los chispazos del complot fascista iluminaban trágicamente la vida política y social de España. La muerte violenta del dirigente político monárquico, Calvo Sotelo, en la que, contrariamente a lo que ha reiterado la propaganda fascista, el Partido Comunista no tuvo ni arte ni parte, ni de cerca ni de lejos, fue el pretexto para desencadenar la sublevación.

Capítulo terceroLa guerra nacional revolucionaria

La victoria inicial del pueblo

El 18 de julio de 1936 España despertaba sobresaltada. Empezaba una sangrienta guerra civil que, rápidamente, iba a convertirse en guerra nacional revolucionaria de trascendencia internacional. Fuerzas del Ejército, en Marruecos y en la Península, apoyadas por la reacción terrateniente-burguesa y en estrecha connivencia con la Italia de Mussolini y la Alemania hitleriana, se sublevaron contra la República.

Dirigentes republicanos de alta responsabilidad trataron de pactar con los sublevados. Tal fue el significado del intento de Martínez Barrio de formar un nuevo Gobierno el 19 de julio, después de la dimisión de Casares Quiroga.

Pero ni la disposición capituladora de estos dirigentes ni el factor sorpresa con que contaban los sublevados influyeron, en la forma decisiva que éstos suponían en sus planes, en el desarrollo de los acontecimientos. Frente a unos y otros estaba el pueblo, estaban las masas trabajadoras. Estas no fueron totalmente sorprendidas por la sublevación a pesar de la perfidia con que algunos de los generales participantes en aquélla enmascararon su traición a la República, negando sus intenciones subversivas hasta el momento mismo del [124] alzamiento y haciendo declaraciones y protestas de lealtad al régimen.

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Modelo de doblez fue la carta que el general Franco dirigió al ministro de la Guerra el 23 de junio de 1936, cuando ya la preparación del complot militar estaba en pleno apogeo. Aseguraba en ella Franco al ministro:

«Faltan a la verdad los que lo presentan al Ejército como desafecto a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones...»

La constante actuación antifascista del Partido Comunista, sus reiteradas denuncias de las actividades subversivas de la reacción y los hechos criminales que realizaban a diario los fascistas, habían mantenido vigilantes a las masas, prestas a dar la respuesta a la agresión. Los trabajadores que habían derrotado a la reacción en las elecciones de febrero hicieron acto de presencia en la calle, orientados fundamentalmente por el Partido Comunista, para exigir de los dirigentes republicanos y del Presidente de la República que el pueblo fuera armado, que se constituyera un Gobierno dispuesto a defender la República, y que se organizara esta defensa. La movilización de las masas determinó que las fuerzas republicanas tomasen posición en pro de la unidad y de la lucha en defensa de la República y de las libertades populares. Quedó constituido un nuevo Gobierno, presidido por el dirigente de Izquierda Republicana, José Giral. Dicho Gobierno, formado por representantes de los partidos republicanos, facilitó el armamento del pueblo. Tal acto demostraba que una gran parte de la pequeña burguesía y sectores importantes de la burguesía media, ante el ataque brutal del fascismo y bajo la presión de las masas, se colocaban al lado de la clase obrera para defender la democracia. El Partido Comunista no puso ningún obstáculo a ese Gobierno y le prestó sin reservas su apoyo en la labor de organizar la lucha del pueblo contra el fascismo.

El 19 de julio la contienda estaba entablada en toda España. El pueblo español había hecho suya, frente a los rebeldes, la decisión que ese mismo día había expresado el Partido en su llamamiento a la resistencia: No pasarán.

La lucha en Madrid, sobre el cual se concentraron las miradas del mundo entero, se decidió en el Cuartel de la Montaña. Los militares leales habían hecho abortar la sublevación de los Regimientos de Infantería nº 6 y de Carros de Combate del Pacífico, apoderándose de sus cuarteles y del mando de las fuerzas. La audaz iniciativa de los dirigentes comunistas de entrar en el cuartel del Regimiento de Infantería nº 1 y hablar a los soldados decidió a éstos a ponerse al lado de la República. Las fuerzas de Aviación permanecieron leales al régimen y, con el apoyo de los Guardias de Asalto, de destacamentos de la Guardia Civil, que no se sublevó, y de algunos elementos populares, dominaron, tras breve lucha, a los sublevados del Regimiento de Artillería de Carabanchel. La labor que durante años había realizado el Partido entre los militares contribuyó en gran medida a la realización, en aquellos momentos, de las citadas acciones en defensa de la República. En algunas de esas luchas, y frente a los muros del Cuartel de la Montaña, cayeron los primeros héroes anónimos de la larga y heroica lucha que comenzaba con la agresión fascista. El combate por el Cuartel de la Montaña fue una expresión del heroísmo y de la decisión de las masas de defender la República y, con ella, sus derechos y libertades democráticos conquistados a costa de tantos sacrificios. Madrid había ganado la primera batalla a los asaltantes fascistas.

La derrota de la sublevación en la capital reafirmó ea las masas populares la confianza en sus propias fuerzas y su optimismo respecto al resultado final de la contienda. Pero el Partido Comunista previno inmediatamente a las masas contra la exageración de ese sentimiento; les hizo ver que ni la guerra estaba ganada con aquellas primeras acciones ni había desaparecido el peligro que se cernía sobre la capital. La mayoría de los militantes del Partido marchó a cerrar los caminos de acceso a Madrid a las fuerzas de los sublevados; el Partido realizó un ímprobo trabajo para incorporar a la lucha, encuadrándolos en los primeros batallones de milicias, a millares de valerosos combatientes antifascistas. [126]

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Organizar y dirigir la acción; fortalecer a las milicias populares; unificar a los mandos políticos y militares: tal era la orientación que destacaba el llamamiento del Comité Provincial de Madrid al pueblo madrileño cuando aún resonaban los ecos de la lucha en el recinto de la capital.

Al igual que en Madrid, la clase obrera y fuerzas populares de Barcelona se lanzaron heroicamente contra los militares y fascistas que, en las primeras horas del día 19 de julio, se sublevaron en diferentes cuarteles y ocuparon las plazas y edificios principales de la ciudad.

La Guardia Civil, los Guardias de Asalto y los militares leales apoyaron al pueblo. En la mañana del día 20, después de sangrientos combates, los rebeldes habían perdido sus principales posiciones. A las seis de la tarde fue izada en la Capitanía General, donde el jefe de la sublevación, general Goded, había establecido su Estado Mayor, la bandera blanca. La derrota de la guarnición de Barcelona hizo abortar La sublevación en las otras guarniciones de Cataluña. Esta lucha aceleró la fusión de los cuatro partidos obreros que unos días después constituyeron el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC).

En Asturias, el Coronel Aranda recurrió al engaño y a la felonía para asegurar el triunfo de la subversión. Pero los obreros y mineros de Asturias respondieron enérgicamente al ataque de los sublevados. Después de un mes de sangrienta lucha, Asturias, excepto Oviedo que quedó cercado por las fuerzas populares, permaneció en manos del pueblo.

En toda la zona industrial del País Vasco, en Guipúzcoa y Vizcaya, fue aplastada la sublevación y siguió ondeando victoriosa la bandera republicana.

Durante varios días pesó sobre Valencia la amenaza de la insurrección militar. La movilización de millares de obreros y de huertanos que se concentraron en la capital influyó en la actitud de muchos soldados y clases, que se pusieron a favor del pueblo. Los cuarteles quedaron, casi sin resistencia, en poder de las fuerzas populares. Todo Levante quedó en manos de la República.

Galicia fue dominada por las fuerzas militares de los generales sublevados. Pero no sin que el pueblo [127] gallego escribiese aquellos días páginas inmarcesibles de heroísmo, al resistir a los rebeldes en La Coruña, Vigo, El Ferrol y otros lugares. En la zona republicana, compuestas en parte por evadidos de Galicia, se crearon las Milicias Gallegas y el Batallón Galicia en Asturias, que participaron activamente en la guerra.

La resistencia popular en Sevilla, Cádiz, Granada y en numerosos pueblos andaluces se prolongó durante varios días, y sólo pudo ser vencida merced a los refuerzos de legionarios y tropas marroquíes enviados por Franco desde África. Esto no obstante, las fuerzas obreras y campesinas pasaron a la ofensiva y llegaron a las inmediaciones de Córdoba y Granada. Los mineros de Linares y de La Carolina conservaron en su poder las minas en las que trabajaban, lo mismo que hicieron los mineros de Río Tinto hasta finales de agosto de 1936. Formaron, además, columnas que ocuparon numerosos pueblos y extensas zonas de Andalucía. Málaga, Jaén y Almería siguieron en manos republicanas.

También quedaron en poder del pueblo Badajoz y gran parte de Extremadura. Este territorio formaba una cuña que dividía las zonas dominadas por los facciosos al Norte y al Sur de España.

Fueron muchos los militares, mandos del Ejército, de los Guardias de Asalto y de la Guardia Civil, que no se sublevaron, y se pusieron luego al lado del pueblo. Todos los que en los lugares donde la sublevación triunfó se negaron sencillamente a participar en ella, fueron fusilados o asesinados por los facciosos. Así murieron, con otros muchos jefes y oficiales, los generales Villabrille, Núñez de Prado, Batet, Caridad Pita, Salcedo y Romerales.

La mayor parte de la pequeña aviación española se mantuvo fiel al Gobierno de la República.

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La mayoría de las tripulaciones de los barcos de la Flota de Guerra que estaba navegando al estallar la sublevación fascista se alzaron contra los mandos, los cuales, salvo honrosas excepciones, estaban comprometidos en el complot; las tripulaciones hicieron prisioneros a algunos de los mandos y se apoderaron de los buques. [128]

La clase obrera y el pueblo habían respondido a la agresión con contragolpes tan potentes que, en su conjunto, constituyeron una gran victoria inicial sobre los facciosos.

En esa lucha, que se desarrollaba de un extremo a otro, del país, ocuparon desde el primer momento puestos de vanguardia los dirigentes comunistas que desde el primer día estuvieron ligados con los frentes. Allí estaban José Díaz, Dolores Ibárruri, Vicente Uribe, Pedro Checa y Antonio Mije. Junto a los comunistas, rivalizando en heroísmo, combatieron los dirigentes de la JSU: Santiago Carrillo, Medrano, Claudín, Cazorla, Melchor, Gallego, Andrés Martín y Lina Odena. Los dos últimos cayeron en esos primeros combates contra los enemigos del pueblo.

Durante el resto del mes de julio y los primeros días de agosto los combatientes populares obtuvieron nuevos triunfos. Era evidente que si la guerra se hubiera desarrollado dentro de los límites de lo que es una guerra civil habría sido pronto ganada por el pueblo. En aquellos primeros días, de las 32 respuestas que los cónsules de Inglaterra en España dieron a la consulta que les hizo su Gobierno respecto a las perspectivas de la lucha, 30 expresaban la seguridad en el triunfo de la República. En un telegrama dirigido a su Gobierno, decía, con fecha 25 de julio de 1936, el embajador de Alemania en Madrid:

«A menos de que ocurra algo imprevisto, es difícil esperar, en vista de la situación militar, que la rebelión pueda triunfar».

La gran victoria sobre los rebeldes había sido lograda fundamentalmente por la unidad combativa antifascista de los elementos que en aquellos momentos históricos constituían el pueblo: la clase obrera, los campesinos, la inmensa mayoría de la pequeña burguesía urbana, los intelectuales progresivos y algunos sectores de la burguesía media.

Esa amplia unidad, si bien expresaba la unánime voluntad de las masas de resistir a la agresión, no se había realizado casual ni espontáneamente. La lucha tenaz por la unidad de la clase obrera y de las fuerzas democráticas, sostenida sin [129] descanso por el Partido Comunista durante los años que precedieron a la guerra, había influido decisivamente en la realización de dicha unidad.

La formación del Frente Popular y la ampliación del mismo; la creación de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC): las Alianzas Obreras y Campesinas; los progresos de la unidad de acción de los Partidos Socialista Comunista; la unidad sindical entre la UGT y la CGTU; la constitución de la JSU y de un partido único marxista-leninista del proletariado de Cataluña (el Partido Socialista Unificado), hechos todos en los que la actividad y la propaganda del Partido habían sido determinantes, constituyeron la base de la unidad obrera y popular que había actuado victoriosamente contra los militares facciosos como la más potente de las armas del pueblo.

La guerra cambia de carácter

A evitar la derrota de los sublevados acudieron Hitler y Mussolini, los cuales no vacilaron en convertir la «ayuda» inicial que habían prestado ya a los facciosos, en una intervención armada, cada vez más intensa, contra la República. Los Estados fascistas alemán e italiano estaban interesados, por motivos políticos, económicos y estratégicos, en el triunfo de la

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sedición que habría de establecer en España una dictadura fascista, aliada y supeditada a ellos.

En el orden político, el aplastamiento del Frente Popular español tenía gran importancia para el fascismo germanoitaliano. Dicho Frente, que era en aquel período la representación más combativa, en la Europa capitalista, de la unidad de la clase obrera y las fuerzas democráticas, impulsaba con su ejemplo la lucha antifascista en otros países.

En el aspecto estratégico, la rebelión de los generales españoles podría facilitar la integración de España en los planes de guerra del imperialismo alemán e italiano contra Inglaterra y Francia. Tal integración daría a Alemania la posibilidad de introducirse con sus fuerzas armadas en el campo de sus adversarios europeos, al disponer de una base [130] de extraordinario valor estratégico, como lo tiene el territorio de España. La posesión de esa base permitiría al hitlerismo la realización del viejo anhelo del militarismo alemán: la constitución de una tenaza estratégica destinada a triturar a Francia. El fascismo italiano, por su parte, tendía a asentar su planta en las Baleares, paso importante en la realización del plan de Mussolini de convertir el Mediterráneo en un lago italiano.

En el propósito de los dirigentes hitlerianos, la ayuda de Alemania a la dictadura fascista española habría de traducirse también en facilidades que ésta debería dar al capital alemán –el cual las obtuvo amplísimas, efectivamente, durante la guerra– para penetrar impetuosamente en la economía española, y especialmente en la rama de la minería: la explotación de la gran riqueza del subsuelo español en minerales estratégicos para alimentar la industria de guerra alemana constituyó uno de los objetivos fundamentales de la «ayuda, alemana a los facciosos.

Los hechos y los documentos publicados, principalmente después de la guerra mundial, demuestran que la llamada «ayuda» de las potencias fascistas a la rebelión consistió, en verdad, en la brutal intromisión de la Alemania y la Italia fascistas en España, tanto en el aspecto político como en el económico y el militar, para convertirla en un país vasallo, utilizando como vehículo a la reacción indígena. Esta hizo patente, una vez más en la historia española, que anteponía sus intereses de clase a los intereses nacionales y que no dudaba, para satisfacer aquéllos, en abrir las puertas del país a la intervención armada extranjera ni en hipotecar la independencia nacional.

Ya en los primeros días de la guerra, Alemania e Italia, con sus aviones y sus barcos, hicieron posible el traslado rápido a la Península de las fuerzas extranjeras y de las legionarias y marroquíes que, al decir del general García Valiño (en su artículo «La obra de Franco» publicado en «Ya»), eran «la mejor de las piezas que Franco había de jugar en el tablero de la guerra». A los sublevados llegaba, en cantidad creciente por días, el material de guerra más moderno alemán e italiano, y, más tarde, unidades militares de Alemania e [131] Italia, escuadrillas de bombardeo y caza, millares de fusiles y ametralladoras, centenares de cañones y tanques, especialistas de todas las armas, ingenieros industriales, técnicos de Economía, agentes de la Gestapo y de la OVRA.

Una parte importante de las escuadras alemana e italiana de superficie, así como varios submarinos, actuaron desde los primeros momentos de la guerra en apoyo de los sublevados, atacando a los barcos que se dirigían a la zona republicana y bombardeando diversos puntos de ésta.

Entre los agresores de la República española figuró también la dictadura fascista de Salazar, que puso los puertos, los aeródromos de Portugal, sus comunicaciones, dos fábricas de armamento ligero, sus consulados y hasta la policía portuguesa a disposición de los sublevados, y que envió 15.000 hombres armados a reforzar el Ejército de Franco.

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Así, el pueblo español se vio obligado a hacer frente, no sólo a los militares rebeldes y a los fascistas españoles alzados contra la República, sino, también, a las fuerzas armadas de dos Estados tan poderosos como Alemania e Italia.

La situación se agravó aún más para los defensores de la República al ponerse en marcha la tristemente célebre política de No-Intervención, engendro del imperialismo inglés, que apadrinó el Gobierno francés presidido por el dirigente socialista León Blum.

El acuerdo de No-Intervención establecía teóricamente la prohibición de vender y proporcionar armamento a cualquiera de los dos bandos contendientes: el Gobierno legítimo de un pueblo soberano, de una parte, y un grupo de generales sublevados contra ese Gobierno legítimo, de otra parte.

En el aspecto jurídico internacional, el convenio era ya una monstruosidad. Pero, además, era una farsa. Mientras los Estados fascistas alemán, italiano y portugués violaban el acuerdo, del que hicieron caso omiso desde los primeros momentos, y enviaban constantemente a los rebeldes armas y unidades militares que iban a ser una ayuda decisiva para ellos –y todo esto a ciencia y paciencia de los otros Gobiernos capitalistas europeos– éstos aplicaban el acuerdo de No-Intervención de una manera unilateral al Gobierno español, y de este modo establecían un verdadero cerco de la República. [132]

A completar el asedio contribuyeron también los Estados Unidos con su política de «neutralismo», variante yanqui de la No-Intervención. Una y otra significaban dejar las manos libres a Alemania e Italia para hacer la guerra a España, al ayudarlas a que invadieran, destrozaran y esclavizaran al país.

Caracterizando tal política escribió el entonces embajador de los EE.UU. en España, Bowers:

«El Comité de No-Intervención y nuestro embargo representan una poderosa contribución al triunfo del Eje sobre la democracia española».

El embajador se olvidó de consignar otra contribución de los EE.UU. al triunfo del fascismo en España, más importante aún que el embargo: el haber abastecido a los rebeldes, desde el primero hasta el último momento de la guerra y en cantidad ilimitada, de la gasolina que vitalmente necesitaban sus ejércitos y su retaguardia. Como ha hecho constar en un libro el que fue ministro de Asuntos Exteriores de Franco, Serrano Suñer,

«residía en Burgos un representante de, la Standard Oil que aprovisionaba sin límites de carburante al Ejército Nacional».

La política de No-Intervención y «neutralismo» era la aplicación al caso de España de la política de contemporización con el fascismo alemán y con el italiano, la política que venían practicando los círculos más rapaces del capital monopolista internacional y los gobiernos burgueses o socialistas que servían a los intereses de tales círculos.

Las clases dominantes de Inglaterra y Francia, acostumbradas a tratar a España como a un país de segunda categoría, temían que el pueblo español saliera vencedor en aquella lucha armada, y se fortaleciera así el Frente Popular; para evitarlo, ayudaban con una política antidemocrática a la victoria del fascismo.

El imperialismo anglo-francés veía en el fascismo alemán el «puño de hierro» llamado a descargar, en su día, un golpe demoledor sobre el baluarte de la país y del progreso, la Unión Soviética. Por esa razón abrieron a Hitler las puertas de Austria; por la misma razón tramaron la vileza de Munich, en septiembre de 1938, donde se pusieron de acuerdo plenamente con Alemania e Italia para entregar Checoslovaquia al fascismo alemán, y por ello también actuaron como cómplices del fascismo italo-alemán en su agresión contra la España democrática.

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La intervención fascista, de una parte, la No-Intervención y el «neutralismo» de los gobiernos imperialistas llamados democráticos, de otra, actuaron durante toda la contienda española como un binomio de términos inseparables y de acción permanente y decisiva para impedir el triunfo del Gobierno constitucional español. Cada victoria republicana se aducía en un refuerzo de la intervención armada del fascismo extranjero. A cada revés sufrido por Franco correspondía, igualmente, un aumento de los esfuerzos del Gobierno inglés, secundado por los otros Gobiernos partidarios de la No-Intervención, por cubrir a los agresores y favorecer de hecho al franquismo.

En contraste con la política de No-Intervención y el «neutralismo» aparece aún más clara, generosa y ejemplar la posición respecto a España, a su pueblo y a su Gobierno legítimo, de la Unión Soviética, de los hombres y mujeres del país del socialismo, que hacían suyas las inolvidables palabras del telegrama que el camarada Stalin dirigió al Partido Comunista de España:

«Los trabajadores de la Unión Soviética, al ayudar en lo posible a las masas revolucionarias de España no hacen más que cumplir con su deber. Se dan cuenta de que liberar a España de la opresión de los reaccionarios fascistas no es asunto privado de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad avanzada y progresiva».

Toda la población de la Unión Soviética participó en ayuda material y moral a la España republicana. Desde el principio hasta el fin de la guerra la voz potente de la Unión Soviética se alzó, en todas las sesiones del Comité de [134] No-Intervención, en las de la Sociedad de las Naciones y en todas las reuniones internacionales, para defender a España, a su pueblo y a su Gobierno legítimo, para llamar a los representantes de los países democráticos a que respetaran el derecho internacional en relación con España, para desenmascarar la hipocresía de los sostenedores de la política de No-Intervención. Y cuando se hizo evidente que la No-Intervención sólo servía para cubrir la ayuda exterior al franquismo, la U.R.S.S. declaró solemnemente que recababa su pleno derecho a prestar ayuda al Gobierno republicano. En la retaguardia y en los frentes, nuestro pueblo halló las pruebas concretas de esa ayuda que en todos los aspectos le prestó la Unión Soviética en aquellos momentos. Su importancia la proclamaron repetidas veces los representantes de todas las fuerzas que constituían el Frente Popular, desde la derecha republicana a los comunistas. El Presidente de las Cortes de la República, Diego Martínez Barrio, expresó en 1937 el sentir de todo el pueblo español en lucha contra el fascismo, en esta frase:

«Sin la ayuda de la Unión Soviética nuestra República hace tiempo que hubiera dejado de existir».

Y al cumplirse el primer año de guerra escribía el Presidente Negrín:

«A la URSS y a sus grandes gobernantes deberá España, y con España el mundo entero, perenne gratitud».

En la gran ayuda moral y material del país del socialismo a nuestro pueblo destaca con inmarcesible y emocionante recuerdo la de los heroicos voluntarios soviéticos que llegaron a España para enseñar a nuestros soldados y a los jóvenes comandantes del Ejército Popular el manejo del moderno material de guerra y el arte militar contemporáneo. Derrochando modestia y valor, ellos mostraron cómo se debía combatir en el aire, desde los tanques modernos y contra ellos. Los voluntarios soviéticos merecen ocupar un puesto de honor en la historia de nuestra guerra.

La conducta de la Unión Soviética en relación con la guerra de España fue una prueba de lo que para los pueblos [135] que luchan por su independencia y su libertad, por el progreso social, significaba y significa la existencia del País Soviético.

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La lucha del pueblo español despertó la solidaridad del proletariado internacional y de los pueblos del mundo. Ningún otro acontecimiento de la lucha social y política en los diferentes países, de los ocurridos hasta entonces después de la gran Revolución Socialista de Octubre, conmovió tan profundamente a las masas obreras y populares del mundo, como la lucha del pueblo español. Desde todos los continentes, de las mismas Alemania e Italia dominadas por las dictaduras fascistas, llegaban al pueblo español la ayuda y el aliento de millones y millones de seres que comprendían que la causa de nuestro pueblo era también suya.

«La causa por la que Vds. luchan –escribía a los españoles el gran dirigente del Partido Comunista Chino, Mao Tse-tung– es también nuestra causa...»

Los Partidos Comunistas encabezaron la movilización de las amplias masas trabajadoras y las fuerzas democráticas de sus países respectivos, llamándolas a la acción unida en defensa de la República española. El 29 de julio de 1936, a los diez días de haber empezado la guerra, en el llamamiento que Dolores Ibárruri dirigió aquel día, por radio, a la opinión mundial, en nombre del Comité Central, se decía de manera profética:

«¡Ayudadnos a defender la democracia! Si la democracia española fuese destruida la consecuencia sería el estallido de la guerra que todos querernos evitar».

La solidaridad de los trabajadores y demócratas de todos los países con la República española tuvo encarnación heroica en los «Voluntarios de la Libertad» que formaron las gloriosas Brigadas Internacionales, representantes de más de medio centenar de países; había en ellas comunistas, socialistas, hombres pertenecientes a diferentes partidos burgueses democráticos, o que no pertenecían a ningún partido; hombres de los más diversos oficios y profesiones; obreros, campesinos, intelectuales. [136]

Las Brigadas Internacionales fueron la expresión del internacionalismo proletario, del sentimiento antifascista de los pueblos, del verdadero patriotismo. Eran las continuadoras de las mejores tradiciones de los voluntarios que participaron en épocas anteriores en luchas por la independencia y la libertad de otros países. Frente a los 300.000 soldados regulares y asalariados italianos, alemanes, marroquíes y legionarios que ayudaron decisivamente a Franco en el aspecto militar propiamente dicho, los 35.000 auténticos voluntarios internacionales, incluidos los soviéticos, representaban una fuerza numéricamente pequeña, pero de altísimo significado moral, político y humano, que constituyó una aportación valiosísima a la lucha del pueblo español. El heroísmo sin límites derrochado por los voluntarios internacionales en numerosos combates, acreditado para siempre en la Historia con los 5.000 muertos frente al enemigo que tuvieron las Brigadas, servía de acicate y ejemplo al heroísmo de los combatientes españoles; el ejemplo de unidad y disciplina que daban los «Voluntarios de la Libertad» tenía reflejos muy positivos en el frente y en la retaguardia. Las mil veces heroicas Brigadas Internacionales ganaron para siempre el derecho a ocupar en la historia universal un lugar de honor entre los combatientes de la libertad, el progreso y la paz, y la imperecedera gratitud de todos los demócratas españoles.

Las Brigadas Internacionales nos han legado su ejemplo, luminoso y su recuerdo inolvidable, que en la España de mañana serán lección viva y permanente de solidaridad proletaria, en su expresión más sublime, para las jóvenes generaciones.

Los poetas españoles cantaron a las Brigadas Internacionales. Rafael Alberti les dedicó este poema ya en los primeros días de la defensa de Madrid:

Venís desde muy lejos... Mas esa lejanía, ¿qué es para vuestra sangre, que canta sin fronteras? La necesaria muerte os nombra cada día, no importa en qué ciudades, campos o carreteras.

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De este país, del otro, del grande, del pequeño del que apenas si al mapa da un color desvaído, [137] son las mismas raíces que tiene un mismo sueño sencillamente anónimos y hablando habéis venido. No conocéis siquiera ni el color de los muros que vuestro infranqueable compromiso amuralla. La tierra que os entierra la defendéis, seguros, a tiros con la muerte vestida de batalla. Quedad, que así lo quieren los árboles, los llanos, las mínimas partículas de la luz que reanima un solo sentimiento que el mar sacude. ¡Hermanos! Madrid con vuestro nombre se agranda y se ilumina.

La responsabilidad de que el importante movimiento de solidaridad internacional hacia el pueblo español no consiguiese poner fin a la política de No-Intervención recayó, en primer lugar, sobre los dirigentes de la Segunda Internacional. Ellos se opusieron a las reiteradas propuestas en favor de España, de realizar la unidad de acción de la clase obrera contra la política de No-Intervención, que les fueron hechas por la Internacional Comunista. Dichos dirigentes arrastraron a la mayoría de los partidos de la Segunda Internacional a seguir, en relación con España, la misma política que practicaba la burguesía reaccionaria de Francia y de Inglaterra.

Hechos históricamente establecidos son: que fue un socialista, León Blum, Presidente del Gobierno francés, el que apadrinó la farsa de la No-Intervención; que fue otro socialista, Spaak, ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno belga, el primero que planteó la conveniencia de reconocer a Franco; que fueron los Gobiernos de los países escandinavos, en los que actuaban dirigentes de la Segunda Internacional, los que se apresuraron a enviar a «sus representantes económicos» a Burgos en los momentos difíciles de la lucha del pueblo español, y que fueron también los primeros, luego, en reconocer al Gobierno franquista; que el Pacto de Munich fue aprobado y aclamado por la mayoría de los jefes de la socialdemocracia internacional. Todo ello, a pesar de la repulsa y la repugnancia de millares de obreros y trabajadores socialistas, que sentían fervorosa simpatía por la democracia combatiente española. [138]

La intervención armada extranjera y la No-Intervención imperialista no sólo cambiaron rápidamente la relación de las fuerzas militares, muy acusadamente en favor de los facciosos, sino también el carácter de la guerra. El Partido Comunista exponía, ya a mediados de agosto de 1936, que la lucha que se desarrollaba en España no podía considerarse dentro del marco de una contienda civil entre españoles; había rebasado los límites de la guerra civil para convertirse, fundamentalmente, en una guerra nacional revolucionaria.

El carácter revolucionario de la guerra estaba determinado por el hecho de que el pueblo, al luchar contra la agresión de la reacción fascista, luchaba por destruir sus bases materiales, por democratizar la vida económica, política y social de España. Y reforzaba ese carácter el hecho de que la guerra era la primera gran batalla en Europa de la democracia contra el fascismo. En esa contienda, como lo proclamaba el Partido el 17 de agosto de 1936, los combatientes de la República, con plena conciencia de ello, asumían en aquel momento el papel de «vanguardia mundial de la lucha antifascista».

El carácter nacional de la lucha del pueblo se derivaba del grave peligro que amenazaba a la independencia nacional. La guerra que el pueblo español se veía obligado a hacer, en respuesta a la agresión fascista, era una guerra en defensa de dos valores y derechos esenciales de la patria: la independencia y la libertad. Los grupos oligárquicos que, remedando

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a sus valedores hitlerianos, se titulaban «nacionales» y defensores de la patria, negaban el patriotismo de los que ellos llamaban «rojos», en general, y de los comunistas en particular. Pero la patria no es un concepto vacío de contenido político y social, sino un concepto históricamente concreto, que engloba un medio material, la tierra donde viven y trabajan los hombres, y un medio político, social y cultural históricamente determinado. Defender a la patria, en la situación concreta creada por la agresión del fascismo extranjero e indígena, era en 1936 defender la tierra y las riquezas españolas, para evitar que manos extranjeras se posesionaran de ellas con la complicidad de la oligarquía española, y era, simultáneamente, defender a la República, la democracia conquistada por el pueblo laborioso. [139]

En la guerra que el pueblo hacía al fascismo, en defensa de la independencia y la libertad de los españoles, el patriotismo adquiría su verdadero sentido.

En la España partida en dos por el hacha del fascismo tenía plena comprobación esta doble verdad del marxismo-leninismo:

«La defensa de la patria es una mentira en la guerra imperialista, pero no es en modo alguno una mentira en la guerra democrática y revolucionaria». (Lenin.)

Ante el nuevo carácter que había tomado la guerra, el Partido destacaba la necesidad de organizarla «con la perspectiva de una lucha larga», para lo que había que crear e intensificar los servicios bélicos y, en primer lugar, el ejército capaz de hacer frente y derrotar a las poderosas fuerzas enemigas.

Entrada del Partido Comunista en el gobierno de Frente Popular.El Quinto regimiento

La continuación de la guerra agravaba la situación en la zona republicana. Los gobernantes de la República se sentían en cierta manera desbordados por los acontecimientos.

Encargado de formar gobierno, el dirigente socialista Largo Caballero exigió la colaboración de los comunistas, sin lo cual el jefe socialista declaraba no estar dispuesto a asumir las responsabilidades gubernamentales.

Con lealtad y sinceridad había prestado el Partido Comunista apoyo y respaldo al Gobierno Giral, y estaba dispuesto a seguírselos prestando en la misma forma a cualquier otro gobierno republicano que estuviese decidido a oponerse a la agresión fascista y a defender la República.

Pero en las graves circunstancias en que se había planteado la crisis y ante la insistencia de Largo Caballero acerca de la participación comunista en el Gobierno, el Partido accedió a entrar en él y compartir de un modo directo con los socialistas y los republicanos las responsabilidades del [140] ejercicio del Poder, y nombró como representantes suyos en el Gobierno a Vicente Uribe y Jesús Hernández. {(1) Jesús Hernández fue expulsado del Partido en 1944 por su actividad contrarrevolucionaria.}

La aceptación de compartir la responsabilidad del Gobierno no entrañaba renunciar a la independencia política del Partido. En una asamblea pública celebrada en Madrid, el PCE

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expuso los puntos esenciales del programa político que se proponía defender dentro del Gobierno. Eran, en resumen, éstos: ganar la guerra, resolver los problemas de la revolución democrática y robustecer la unidad de todas las fuerzas populares.

¿Pretendía el Partido entonces establecer el comunismo en España? La actividad del Partido y su programa contestan a esa pregunta con una rotunda negativa.

Jamás ha ocultado el Partido que su objetivo es el establecimiento del socialismo, como primera etapa de la sociedad comunista.

Pero, en las condiciones de la guerra contra la agresión fascista a la República, cuando todas las fuerzas democráticas luchaban unidas para detener el avance del fascismo, en ningún momento entró en los cálculos del Partido forzar la situación y cambiar el carácter de la guerra, como trataron de hacerlo los trotskistas y fascistas.

El Partido Comunista es un partido de revolucionarios y por ello es consecuente en sus compromisos y fiel a sus aliados. Por otra parte, la situación para el establecimiento del comunismo no se crea a voluntad de los comunistas. Y el período de la guerra contra el fascismo, en el que era tan necesaria la unidad de todas las fuerzas democráticas, no era el más a propósito para plantearse el establecimiento del comunismo. Si así lo hubiera hecho el Partido, el Frente Popular se habría roto automáticamente y la continuación de la resistencia a la agresión militar fascista hubiera sido imposible.

Por ello, y a pesar de que a disposición de las unidades militares mandadas por comunistas, al igual que a disposición de las otras unidades del Ejército Popular, había cañones, [141] tanques, aviones, decenas de Millares de soldados, nuestro Partido permaneció fiel a sus compromisos y fue el más abnegado defensor de la República democrática.

La constitución del Gobierno Largo Caballero con la participación en él de los comunistas fue un hecho de extraordinaria importancia en la vida de la República.

El nuevo Gobierno, que no era un Gobierno socialista ni comunista ni anarquista, sino el Gobierno del Frente Popular, en su expresión más amplia, con la participación en él, junto a la clase obrera, de los partidos republicanos y nacionalistas burgueses vascos y catalanes, significaba que el proletariado pasaba a asumir un papel más importante en la dirección de la revolución democrático-burguesa.

Hasta la constitución del Gobierno Largo Caballero, los anteriores habían sido Gobiernos de los partidos republicanos apoyados por el Frente Popular. Desde la formación del Gobierno de Largo Caballero, los que se sucedieron hasta el final de la guerra fueron Gobiernos del Frente Popular propiamente dicho.

La entrada del Partido en el Gobierno republicano, era una experiencia nueva y valiosa en la historia de los Partidos Comunistas.

En el Gobierno, como desde fuera de él, nuestro Partido defendió los intereses populares y mostró su capacidad para organizar y orientar la lucha.

La República quedó sin Ejército. El Partido Comunista no se limitó a propugnar la necesidad de crear uno nuevo, sino que empezó a crearlo prácticamente apenas iniciada la guerra con las formaciones que constituyeron el 5º Regimiento de Milicias Populares.

El pueblo cantaba a la actividad del Partido:

El Partido Comunista, que es en la lucha el primero, para defender a España formó el 5º Regimiento. [142]

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Esta organización famosa, orgullo legítimo del Partido y del pueblo, llegó a contar con 70.000 combatientes, voluntarios todos ellos.

No era el 5º Regimiento una «milicia de comunistas», sino una gran milicia popular antifascista. Con su ejemplo contribuía prácticamente a realizar la unificación de las milicias de partido o sindicato en una milicia única que sirviera de base al Ejército Popular.

El 5º Regimiento fue el embrión del Ejército del Pueblo, de tipo regular, por la creación y desarrollo del cual luchó con tenacidad incansable el Partido Comunista, y él echó en realidad los cimientos de los más importantes servicios que constituían la armazón de la nueva organización militar: Estado Mayor, Transporte, Enlaces, Intendencia y Sanidad.

En el 5º Regimiento empezó a aplicar el Partido Comunista su política orientada a resolver eficazmente uno de los más difíciles problemas planteados en el terreno militar: el de dotar de cuadros de mando al naciente Ejército del Pueblo.

Los postulados esenciales de esa política que, aunque con retardos y cortapisas, se impuso a todos por su acierto y su realismo, fueron los siguientes: la utilización de los mandos que iban surgiendo del pueblo en los puestos a los que eran elevados por los propios combatientes; el desarrollo de un amplio trabajo de preparación y educación militar de nuevos cuadros, surgidos también del pueblo; la utilización simultánea en el nuevo Ejército de todos los antiguos militares fieles a la República; el nombramiento de comisarios políticos en todas las unidades de las fuerzas armadas.

No escasearon los dirigentes anarquistas y socialistas de derecha y de izquierda que, con las más inconsistentes y contradictorias razones, pública o solapadamente, combatían esa política propugnada y practicada por el Partido; unos afirmaban que el Partido Comunista quería «reproducir el viejo Ejército por odio a la ideología de las milicias» y aducían, demagógicamente: «España es el país de las guerrillas y para nada necesita militares de profesión y ejércitos regulares»; otros consideraban, por el contrario, que el Ejército debía ser mandado exclusivamente por militares de carrera. [143]

130 años antes, durante la guerra y la revolución de 1808, el pueblo español había creado sus inmortales guerrillas; efectivamente, de ellas surgieron numerosos mandos populares que se convirtieron en jefes del Ejército de la Guerra de la Independencia. La política del Partido respecto a la cuestión de los cuadros militares seguía, pues, una tradición nacional gloriosa.

Entre los cientos y cientos de combatientes populares que durante el curso de la guerra mostraron su capacidad militar para el mando de batallones, brigadas, divisiones, cuerpos de ejército y ejércitos figuraron muchos miembros del Partido como Santiago Aguado, Guillermo Ascanio, Bautista, José Bobadilla Candón, Cristóbal Errandonea, Valentín Fernández, Eduardo García, Enrique García, Enrique Líster, Manolín, Pedro Mateu Merino, Rafael Menchaca, Juan Modesto, Antonio Ortiz, Pando, Vicente Pertegaz, Polanco, Puig, Recalde, Joaquín Rodríguez, Francisco Romero Marín, Alberto Sánchez, José Sánchez, Eugenio R. Sierra, Ramón Soliva, Etelvino Vega, Agustín Vilella, Vitorero, Matías Yagüe y tantos otros. Ellos demostraban que no se había extinguido en la entraña nacional el venero de militares del pueblo, del que habían surgido en lo pasado el Empecinado y los Mina, el Marquesito y el Estudiante que fueron, después de ser guerrilleros, generales, jefes y oficiales del Ejército Español de la Independencia.

Al lado de tales mandos, muchos de ellos ya en las filas del 5º Regimiento y otros en diferentes puestos de la Flota, la Aviación y el Ejército de Tierra, lucharon muchos militares profesionales, leales a su pueblo. En la acertada política de cuadros del Partido Comunista, como en la de toda su política de guerra en general, está la razón de la simpatía que mostraba hacia el Partido un número, por días creciente, de esos militares, y la de que no pocos de ellos, los más

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conscientes políticamente, ingresaran en el Partido para convertirse en su seno en cuadros y dirigentes del mismo, como Luis Barceló, Bueno, Francisco Ciutat, Antonio Cordón, José María Galán, Rodrigo Gil, Ignacio Hidalgo de Cisneros, Manuel Márquez, Matz, Pedro Prado y otros. [144]

El empleo de los oficiales del antiguo Ejército en puestos de mando y responsabilidad de las Fuerzas Armadas se ajustaba a las enseñanzas del marxisino-leninismo. Lenin había demostrado la necesidad de utilizar a los cuadros profesionales del antiguo ejército, no ya para constituir uno nuevo de carácter democrático y popular, como era el caso en España en 1936, sino para formar el ejército de un Estado socialista. Decenas de miles de antiguos oficiales, jefes y generales del Ejército zarista sirvieron en el Ejército Soviético y desempeñaron cargos y mandos de la mayor responsabilidad.

El 5º Regimiento, con sus escuelas, cursillos, publicaciones y enseñanzas de toda clase, de tipo militar, contribuyó a dar realidad al lema del Partido: «Lograr que las masas adquieran los indispensables conocimientos militares».

La existencia de Comisarios Políticos en el Ejército era una necesidad impuesta por el propio carácter nacional-revolucionario de la guerra, y por la naturaleza misma del Ejército, eminentemente popular y democrático.

A juicio del Partido, los comisarios debían ser los representantes en el Ejército del Gobierno del Frente Popular, y no de los partidos políticos; los educadores políticos de los combatientes, llamados a elevar su moral y espíritu de sacrificio, más que con la prédica, con el ejemplo propio, y a reforzar la autoridad del mando militar.

Las unidades del 5º Regimiento y las otras organizadas por el Partido en diversos lugares de España, y por el Partido Socialista Unificado en Cataluña, tuvieron desde los primeros momentos sus comisarios políticos. El ejemplo permanente de heroísmo, sacrificio, preparación y eficacia política de los comisarios del 5º Regimiento y otros comisarios comunistas como Santiago Álvarez, Francisco Antón, Barcia, Conesa, Luis Delage, José del Campo, José Fusimaña, García Guerrero, Jaime Girabau, Máximo Huete, Joaquín Hernández, Jesús Larrañaga, Virgilio Llanos, Matas, José Miret, Benito Montagut, Francisco Ortega, José Sevil y muchos más fue un factor decisivo para vencer la resistencia que a la creación del Comisariado oponía Largo Caballero inicialmente, y para combatir después la oposición sistemática que mostraba Indalecio Prieto hacia dicho organismo. [145]

La acción y la actividad del 5º Regimiento se extendieron fuera de la esfera exclusivamente militar. El 5º Regimiento desarrolló una intensísima labor social, política y cultural. Supo establecer y mantener la ligazón político-moral entre el frente y la retaguardia, y se hizo querer, no sólo de los combatientes que figuraban en sus filas, sino de todo el pueblo trabajador.

El 5º Regimiento impulsó el desarrollo de la educación y la cultura con su lucha contra el analfabetismo, con sus y bibliotecas fijas y circulantes, con sus famosos carteles y sus periódicos murales, con el teatro que el Regimiento llevó a las calles y a las trincheras por medio de las «guerrillas teatrales».

En las filas del 5º Regimiento, o ligados a él, figuraron numerosos comunistas poetas, escritores, artistas, médicos, ingenieros, arquitectos, &c., de gran valía y que gozaban de renombre nacional e internacional: Rafael Alberti, César Arconada, Pedro Garfias, Miguel Hernández, José Herrera Petere, Luis Lacasa, María Teresa León, Juan Planelles, Manuel Recatero, Juan Rejano, José Renau, Wenceslao Roces, Manuel Sánchez Arcas, Alberto Sánchez y otros.

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El 5º Regimiento salvó de la destrucción el tesoro artístico que existía en bibliotecas, museos y palacios de Madrid.

Cuando los fascistas estrecharon el cerco de la capital y multiplicaron los bombardeos de la aviación y la artillería contra ella, el 5º Regimiento organizó la evacuación a Valencia, y la vida en la capital levantina, de numerosos intelectuales de prestigio que residían en Madrid.

Entre ellos figuraron Antonio Machado, Victorio Macho, Menéndez Pidal, Pío de Río Hortega, Manuel Márquez, Enrique Moles, José Bergamín, Solana, Gómez Moreno, Orueta, Ángel Llorca y otras muchas personalidades, testigos directos del celo del 5º Regimiento en defensa de la cultura y de sus representantes.

El 5º Regimiento prestó en fin al pueblo español el mayor de sus servicios con el ejemplo que dio de su autodisolución en aras de la constitución del Ejército Regular, la creación del cual propugnaba el Partido. [146]

Cuando el 10 de octubre de 1936, el Gobierno publicó el decreto de creación del Ejército Popular, de los seis jefes nombrados por Largo Caballero para organizar las primeras seis brigadas del mismo, cuatro eran comunistas y pertenecían al 5º Regimiento, incluido el Jefe del mismo, Enrique Lister, que fue designado para formar la Primera Brigada. Esta, como las cinco restantes, fueron constituidas con fuerzas pertenecientes en su totalidad al 5º Regimiento. A fines de diciembre de 1936 se habían incorporado ya a las filas del Ejército Popular más del 70 % de las fuerzas del Regimiento, y el resto continuó haciéndolo paulatinamente. Los combatientes del 5º Regimiento llevaban al Ejército Popular la semilla del heroísmo y la disciplina, que ya habían demostrado poseer al escribir con la sangre de muchos de ellos las más gloriosas páginas de la corta historia de esta gran unidad en la defensa de Madrid.

El «milagro» de Madrid

Desde julio de 1936 hasta la batalla de Guadalajara, Madrid fue el objetivo estratégico fundamental de la ofensiva de los facciosos. Hitler y Mussolini alentaban a Franco a atacar y tomar la capital con la promesa de reconocer a su gobierno tan pronto como hubiera realiza conquista de Madrid. Ya el 7 de agosto de 1936, el general Mola anunció jactanciosamente que Madrid sería ocupado el día 15 de ese mes por las cuatro columnas que avanzaban hacia la capital y con la cooperación de los elementos fascistas y reaccionarios armados que existían en su interior, al conjunto de los cuales bautizó el general con el nombre de «Quinta Columna».

Los facciosos, extraordinariamente reforzados por el material de guerra que recibían de Italia y Alemania, por las fuerzas marroquíes y legionarias, apoyados por los tanques y la aviación italo-germanos y por la caballería mora, avanzaron con bastante rapidez sobre la capital. El 27 de septiembre los franquistas tomaron Toledo, con la Quinta Bandera de la Legión Extranjera, y un Tabor de Regulares Marroquíes, apoyados por tanques, aviones y cañones italianos y alemanes. [147] Estas fuerzas, por ironía de la Historia, se llamaban «nacionales».

La toma de Toledo acentuó la corriente de pesimismo que ya existía en el seno del Gobierno respecto a las posibilidades de defender a Madrid.

El Partido Comunista se alzó desde el primer momento contra ese espíritu derrotista y proclamó la posibilidad de defender la ciudad. Nuestro Partido tenía fe en la capacidad y el heroísmo de la clase obrera y del pueblo para realizar esa defensa, a condición de ser

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convenientemente dirigidos. Y, consciente de su responsabilidad histórica, asumió con energía y entusiasmo ese papel dirigente, dispuesto a realizar todos los sacrificios necesarios.

Toda la actividad práctica del Partido se concentró en la realización de un gigantesco y multifacético esfuerzo para organizar la lucha de todo el pueblo en la desigual batalla contra un enemigo poderoso, armado ya de un material de guerra modernísimo y con efectivos que ascendían (según comunicado del Cuartel General fascista de 7 de octubre de 1936) a 150.000 soldados.

«Defender a Madrid es defender a toda España», decía al pueblo el Partido Comunista. Y en la calle y cerca del Gobierno, exigía la adopción de medidas efectivas de guerra en Madrid:

«Militarización de toda la población civil, trabajo obligatorio, racionamiento, disciplina, castigo de los saboteadores».

El Partido intensificó la campaña pro fortificación de la capital. El 26 de septiembre de 1936, el 5º Regimiento proclamaba:

«Transformar cada casa, cada barriada, en fortalezas contra las que se estrellen los intentos del enemigo».

Y las fortificaciones empezaron a construirse gracias al tesón y la actividad del Partido, que supo vencer todas las dificultades que se oponían a la realización de esa labor, desde [148] la falta de medios materiales hasta las incomprensiones de Largo Caballero.

Pese a que algunas de las líneas proyectadas no se construyeron y a que otras lo fueron tardíamente, sólo en parte y con defectos, el colosal trabajo, en el que muchos días tomaron parte los dirigentes del Partido, se tradujo en realidades muy positivas: en el aspecto puramente militar dio solidez a la defensa; en el orden político y moral, el intensísimo trabajo de agitación del Partido en torno a la tarea de fortificación, en la que participó gran parte de la población, tanto masculina como femenina, de Madrid, contribuyó vigorosamente a elevar su espíritu combativo y a prepararla y movilizarla para la defensa.

Cientos de agitadores del Partido, algunos de los cuales no habían hablado antes en público ni una sola vez, daban diariamente mítines relámpago en los cuarteles, las fábricas, en los cines, en las esquinas de las calles, en los patios de las casas de vecindad.

El enemigo había llegado a los alrededores de la capital. Sus emisoras de radio anunciaron la toma inminente de Madrid, y hasta hubo algún periódico fascista que publicó el discurso de Franco celebrando, por anticipado, la imaginaria conquista. Pero ante las fuerzas del fascismo se alzaban las de un pueblo dispuesto a rechazar el ataque.

El día 6 de noviembre se trasladó el Gobierno a Valencia. De la ingente misión de defender a Madrid quedó encargada la Junta de Defensa, constituida por representantes de todos los Partidos políticos y organizaciones sindicales del Frente Popular, de la Juventud Socialista Unificada v de las Juventudes Libertarlas. Los dos puestos de mayor en aquellos momentos cruciales, los de las Consejerías de Guerra y Orden Público, fueron ocupados por los comunistas: Antonio Mije, miembro del Buró Político, y Santiago Carrillo, Secretario General de la Juventud Socialista Unificada, respectivamente. A partir de entonces la resistencia se hizo más efectiva. El 9 de noviembre, las unidades fascistas llegaban a las proximidades de la Ciudad Universitaria y penetraban en la Casa de Campo. Madrid se irguió como una muralla infranqueable y apareció ante el mundo entero animado de una [149] magnífica serenidad y de una fe profunda en su victoria sobre el fascismo. 30.000 combatientes del 5º Regimiento ocupaban los puestos de mayor peligro en la línea de un frente de combate al que ya era posible trasladarse desde el centro de la capital en tranvía o en el Metro. Y con «los del Quinto», a su lado, se batían también en primera línea más de 30.000 militantes de los 35.000

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con que contaba entonces en Madrid la JSU y otros muchos miles de obreros y ciudadanos. Ese mismo día 9, dos columnas de defensores de la República desfilaban por Madrid en dirección al frente. La primera estaba constituida por los combatientes extranjeros de la Primera Brigada Internacional. El número de sus componentes era de 2.000; pero aquel puñado de valientes antifascistas encarnaba la solidaridad internacional, y su presencia en las trincheras contribuyó a elevar aún más la ya muy alta moral de los luchadores españoles. La segunda columna, organizada por el Partido Socialista Unificado de Cataluña, encarnaba la solidaridad de Cataluña con Madrid. Al frente de algunas fuerzas anarquistas, que se incorporaron también a la lucha en el frente de Madrid, el 15 de noviembre, figuraba el anarquista Buenaventura Durruti, valiente luchador proletario, que había de caer una semana después en el frente madrileño. DiIrruti, partidario de la unidad de acción obrera, encarnaba ese espíritu unitario y el heroísmo de que dieron muestras tantos obreros anarquistas.

Aunque los combates por Madrid continuaron con gran intensidad durante todo el resto del mes de noviembre, y se reprodujeron luego en sucesivas ofensivas, Madrid había ganado ya, en la primera decena de noviembre, la gran batalla defensiva. Hasta el fin de la guerra la capital permaneció en manos de los defensores de la República.

Como predecía José Díaz al cumplirse un mes de la resistencia heroica, la defensa de Madrid fue un hecho tan glorioso que ha quedado escrito en la historia con letras de fuego.

Miles de comunistas cayeron en la defensa al lado de otros miles de valientes antifascistas. Cayó Peña en el frente de la Sierra, Félix Bárcena al frente del Batallón Thaelman, Heredia a las puertas de Madrid, Evaristo Gil en Somosierra; como estos miembros del Comité Provincial, cubriéndose de gloria, ofrendaron su vida en defensa del pueblo cientos y cientos de [150] cuadros comunistas. Eran muchas y muy dolorosas las bajas del Partido, pero cada día acudían a engrosar sus filas cientos de otros obreros, campesinos e intelectuales. Crecía el número de miembros del Partido en toda España, se duplicaba, se triplicaba, llegó a cuadruplicarse en Madrid. Y no por el famoso «proselitismo» que, dando al vocablo un falso significado de habilidad y deslealtad hacia sus aliados, adjudicaban al Partido algunos dirigentes de otras fuerzas políticas, sino porque las masas veían en el Partido Comunista al más heroico defensor de los intereses del pueblo y de la patria, y en su política, la única política realista y justa para lograr la victoria.

La defensa de Madrid fue posible, en primer lugar, por la magnifica potencia combativa de nuestro pueblo. Pero el impulsor y organizador de esa potencia fue el Partido Comunista; su heroísmo y su capacidad de organización de las masas constituyeron los factores decisivos para que se realizara lo que fue calificado por muchos de «milagro» de la resistencia de Madrid.

La defensa de Madrid conmovió no sólo a España, sino al mundo entero. El Madrid sañudamente bombardeado por los «Saboyas», los «Junkers» y los cañones del fascismo extranjero; el Madrid atacado furiosamente por moros y legionarios: el Madrid de las casas rotas y el corazón entero, que cantó uno de los poetas del Partido, se alzaba sereno y altivo sobre su pedestal de escombros, como un escudo de la libertad y de la paz mundial.

«Los heroicos defensores de Madrid –decía la Internacional Comunista en su llamamiento con motivo del XIX aniversario de la gran Revolución Socialista de Octubre– defienden con sus pechos de la agresión fascista a toda la democracia europea, defienden de una nueva guerra mundial a toda la humanidad».

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Una política de guerra

Desde los comienzos de la contienda, el Partido Comunista había afirmado que la guerra sería larga y dura, una lucha que exigía al pueblo poner en tensión todas sus energías. La [151] batalla en el frente de Madrid lo confirmaba: para cerrar el paso al fascismo y vencerlo, no bastaba el heroísmo.

A mediados de diciembre de 1936, el Comité Central del Partido Comunista, al examinar el estado del país después de cinco meses de guerra, llegó a la conclusión de que era necesario cambiar radicalmente la situación, si se quería continuar aquélla con probabilidad de victoria. A este propósito, el Comité Central publicó un documento en el que establecía las que, a su juicio, eran exigencias insoslayables del momento, sin cuyo cumplimiento era difícil proseguir la contienda.

En ese documento, conocido con el título de «Las ocho condiciones de la victoria», el Partido exponía que, a su entender, las medidas urgentes a aplicar consistían en:

Concentración de todo el Poder en manos del Gobierno del Frente Popular, cuyas decisiones deberían ser acatadas y respetadas por todos.

Servicio militar obligatorio, como único medio de llegar rápidamente a la creación de un gran Ejército Popular, con reservas abundantes e instruidas y con un mando único competente y que gozase de la confianza del pueblo.

Disciplina de guerra en la retaguardia: poner fin a las actuaciones anárquicas de los «incontrolados» y a la idea cantonalista de que la guerra sólo concernía a los territorios donde se peleaba y no al pueblo entero y a todas las regiones del país.

Nacionalización y reorganización de las industrias básicas y creación de una potente industria de guerra.

Creación de un Consejo Coordinador de la Industria y la Economía en el que debían estar representados todos los técnicos y especialistas del Frente Popular, para dirigir y orientar toda la producción.

Control obrero sobre la producción, que actuase de acuerdo con el plan trazado por el Consejo Coordinador y para apoyarlo.

Fomento de la producción agrícola, de acuerdo con los representantes de las organizaciones campesinas, partidos y organizaciones del Frente Popular, de manera que se respetara el producto del trabajo, tanto individual como colectivo, y se garantizasen precios remuneradores para los [152] productos del campo en los mercados nacionales e internacionales.

Coordinación de la producción agrícola y la industria a fin de que toda ella tendiese al logro rápido del objetivo fundamental de la lucha popular en aquellos momentos históricos: ganar la guerra.

El Partido insistía, una vez más, en que la unidad de todas las fuerzas proletarias y antifascistas en torno al Frente Popular y al Gobierno de la República era la premisa indispensable para salvar la independencia y la libertad de España amenazadas gravemente.

Los esfuerzos del Partido para que el Gobierno adoptase las ocho condiciones como programa propio, chocaban con la oposición del Jefe del Gobierno, Largo Caballero. Este seguía sin comprender el verdadero carácter de la guerra, no valoraba la capacidad y la iniciativa de las masas y, por ello, aunque oficialmente la había decretado, seguía frenando en la práctica la creación del Ejército Popular de tipo regular y se oponía a la adopción de otras indispensables medidas de guerra.

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Consecuencia de ello fue el duro golpe que sufrió la República el 8 de febrero de 1937 con la caída de Málaga; las fuerzas regulares italianas que tomaron la ciudad, sus aviones y los barcos alemanes con sus fuegos habían perseguido, ametrallado impunemente a la población civil que huía hacia Almería. Estos hechos levantaron una ola de indignación en toda la zona republicana y pusieron de relieve ante el pueblo la equivocada política de Largo Caballero y la necesidad apremiante de corregirla. El desastre de Málaga planteaba la imperiosa necesidad de realizar una política de guerra firme, de establecer, en primer lugar, como pedía el Partido, el servicio militar obligatorio y una disciplina férrea en la retaguardia.

El Partido encontró el apoyo fervoroso de las masas. Expresión de ello fue la imponente manifestación que el día 14 de febrero recorrió las calles de Valencia, sede del Gobierno, para demandar que se realizara sin dilaciones la voluntad de los combatientes y del pueblo en general. [153]

Presionado así por las masas, Largo Caballero adoptó algunas medidas, pero no realizó el cambio radical de su política que la situación y el pueblo exigían.

En ese período empezó el acercamiento entre Largo Caballero y los dirigentes anarquistas, aproximación que tendía, según afirmaban al unísono los órganos de prensa caballeristas y anarquistas, a preparar la liquidación del Gobierno de Frente Popular y su sustitución por un llamado «Gobierno sindical». Con ese plan pretendían sus autores eliminar del Gobierno al Partido Comunista, a una parte considerable del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y a los partidos republicanos; se trataba de romper y dividir el Frente Popular en el que se asentaba la unidad del pueblo en la guerra contra el fascismo. La ejecución de semejante plan hubiera significado romper la resistencia, llevar a la esfera gubernamental y extender a todo el territorio de la zona republicana los experimentos aventureros y contrarrevolucionarios que los fascistas realizaban en Aragón y otras zonas dominadas por ellos.

Ante el Gobierno republicano se abrían, en cierto modo dos caminos de actuación: uno era el de desarrollo de una verdadera política de guerra, basada en la consolidación del Frente Popular. La defensa de Madrid había demostrado que ésa era la vía que podía conducir a la victoria. El otro camino era el de los llamados «experimentos revolucionarios» de los anarquistas que tenía como consecuencia la desorganización e indisciplina del Ejército, el desorden en la retaguardia, el rompimiento del Frente Popular.

Cegado por el anticomunismo, Largo Caballero manifestaba una inclinación mayor cada día a avanzar por esta segunda ruta que llevaba inevitablemente a la derrota del pueblo.

En esta situación, el Comité Central del Partido celebró su primer Pleno de guerra del 5 al 8 de marzo de 1937.

Fue un Pleno ampliado en sustitución del V Congreso que por las condiciones de la guerra, no se pudo celebrar. El Pleno renovó y amplió la Dirección del Partido.

Uno de los problemas fundamentales estudiados por el Pleno fue el problema de la unidad. [154]

El Partido Comunista declaraba que seguiría defendiendo al Frente Popular, por encima de todas las dificultades, y al Gobierno del Frente Popular.

«Nuestro lema –decía José Díaz en nombre del Partido– es: Unidos ahora para ganar la guerra y unidos después para cosechar los frutos de la victoria».

Las tareas políticas más urgentes que las resoluciones del Pleno destacaban, eran: la realización rápida de la unidad del proletariado y la fusión de los Partidos Socialista y Comunista; la unidad de acción entre las dos grandes centrales sindicales. Propugnaban, además, estrechar las relaciones con los anarquistas y hacer que la unión de las fuerzas

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proletarias con las republicanas, con las fuerzas de la pequeña burguesía, se reforzase cada vez más sobre una base política y económica sólida y que se consolidasen las relaciones con las fuerzas representativas de Cataluña, Euzkadi y Galicia.

El Comité Central exigía la aplicación, sin más dilaciones, de todas aquellas medidas de guerra que el pueblo había demandado imperiosamente al Gobierno en la manifestación de Valencia.

Una gran atención dedicó el Pleno a todos los problemas relacionados con el desarrollo, la vida política y las tareas del Partido.

En los siete meses y medio de guerra, el Partido había triplicado el número de sus miembros. Las razones de tan rápido crecimiento numérico y del de su prestigio e influencia en el pueblo, las destacaban las resoluciones del Pleno. Esas razones eran la justa política del Partido, su firme y disciplinada organización, su unidad interna y el ejemplo de heroísmo y abnegación que daban los miembros del Partido: una gran mayoría de éstos combatían en las trincheras, más de la mitad del Ejército se hallaba formada por comunistas y miembros de la JSU, y las más duras batallas de la guerra habían sido ya pagadas –como habrían de serlo las restantes hasta el final de la contienda– con la sangre de miles de miembros del Partido. [155]

La resolución del Pleno estimaba que, ante la magnitud de las tareas que se planteaban a la clase obrera y al pueblo, era necesario acrecentar y consolidar cada vez más las fuerzas del Partido y que, sin restringir el ingreso en sus filas de los combatientes, los obreros agrícolas, los campesinos y los intelectuales, el trabajo de reclutamiento debería proseguirse de un modo más acentuado y metódico, sobre todo entre la clase obrera y entre las mujeres.

El Pleno tomó posición con toda energía contra el descabellado propósito de formación del Gobierno sindical. En ese mismo sentido se manifestaron abiertamente el 28 de marzo todos los Partidos del Frente Popular. La inmensa mayoría de los miembros de la UGT rechazaban también ese plan, y la propia Comisión Ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español, en una circular del 29 de marzo dirigida a los Comités de las Federaciones, calificaba de «error» que era preciso atajar,

«el atribuir a los sindicatos, como un nuevo Saturno revolucionario, la misión de disminuir, sustituir y devorar a los partidos políticos».

El creciente aislamiento de Largo Caballero y las coincidencias que se apuntaban entre la Ejecutiva del Partido Socialista y el Partido Comunista eran la expresión de los cambios que se habían producido durante la guerra en el seno del Partido Socialista.

Desde el año 1934 las masas obreras socialistas habían visto en Largo Caballero al más destacado partidario de la unidad dentro del PSOE. Esa había sido la causa fundamental de su prestigio. Pero durante los meses de guerra, Largo Caballero fue manifestando una actitud, cada vez más anticomunista y antiunitaria. Este cambio demostraba que Largo Caballero no había comprendido nunca el verdadero sentido de la unidad obrera y popular. Convencido de que era el jefe insustituible del Gobierno y del Partido Socialista, anteponía sus criterios personales a los intereses supremos de las masas que sólo podían defenderse laborando por la unidad y no atentando contra ella. La crítica cordial, constructiva que el [156] Partido Comunista hacía de su desacertada política de guerra, era recibida con hostilidad e irritación y considerada como un ataque personal. Lanzado por el camino anticomunista y antiunitario, Largo Caballero fue aislándose de las masas y perdiendo de día en día su popularidad e influencia en el propio Partido Socialista.

Mientras tanto, la guerra había acrecentado la voluntad unitaria de la inmensa mayoría de los trabajadores socialistas, el sentimiento de fraternidad hacia sus hermanos comunistas al lado de los que vertían su sangre en las trincheras, la conciencia de que la unidad de los dos

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Partidos era esencial para ganar la guerra. Todo ello se traducía en una acentuación de la tendencia unitaria en la Comisión Ejecutiva y en otros escalones directivos del Partido Socialista.

A fines de marzo, nuestro Partido propuso a la Comisión Ejecutiva Socialista discutir y adoptar medidas conducentes a la unidad de acción, primero, y a la fusión, después, de ambos partidos en el gran Partido Único de la clase obrera. El 16 de abril de 1937 apareció una carta conjunta de la Comisión Ejecutiva del PSOE y del Comité Central del PCE haciendo público el acuerdo de formar organismos de enlace. Una semana después apareció el documento firmado por ambas Direcciones acerca de la constitución del Comité Nacional de Enlace. Este, que debía reunirse dos veces por semana, proponía la inmediata constitución de Comités de Enlace en todas las provincias y localidades donde ello fuera posible.

Por todas partes se establecieron Comités de Enlace entre los Partidos Socialista y Comunista, y se multiplicaban los casos de dirigentes socialistas, provinciales y nacionales, antes caballeristas, que condenaban ahora la orientación anticomunista de Largo Caballero y se pronunciaban por la unidad con el Partido Comunista. Tal fue el caso de Álvarez del Vayo, ministro de Estado en el Gobierno Largo Caballero, y el de los componentes del grupo constituido alrededor de «Claridad», que fue substrayendo, gradualmente, a este periódico de la influencia que antes ejercía en él, de un modo absoluto, el sector caballerista.

En el seno del Partido Socialista se establecía una nueva correlación de fuerzas; de un lado, el núcleo de Largo [157] Caballero y sus incondicionales, a los que va no se podía calificar de «ala izquierda», obstinados en una posición antiunitaria; de otro, la gran mayoría del Partido Socialista, favorable a la unidad.

En el mes de marzo las fuerzas republicanas, que habían detenido a los fascistas en el Jarama, después de una sangrienta y larga batalla, infligieron una completa derrota al Cuerpo expedicionario italiano, que mandaba el general Bergonzoli, en la batalla de Guadalajara, uno de los más importantes hechos de armas de la guerra. Y a ese señalado triunfo siguieron otros logrados por los soldados de la República en el Frente Sur, en el sector de Pozoblanco.

Esas victorias, especialmente la de Guadalajara, demostraban la potencia y eficacia que ya había alcanzado el Ejército Popular, sobre todo en el Centro, donde había sido cimentado sólidamente sobre los principios de organización, de disciplina y mando único por los que tan tesoneramente abogaba el Partido Comunista.

Las victorias republicanas provocaron alarma en el campo enemigo. El fascismo italo-alemán acudió, una vez más, en socorro de Franco. Ciano escribía en su diario, a raíz de la victoria de Guadalajara:

«Se trata de conseguir un triunfo militar que borre el recuerdo de la derrota. Con ese objetivo, enviamos a España oficiales, armas, material y aviones, así como cuatro submarinos».

Las consecuencias de este refuerzo de la intervención armada italo-alemana habrían de sentirse muy pronto en los frentes de guerra del Norte donde, después de sangrientos combates, los fascistas rompieron las líneas republicanas iniciando su avance sobre Bilbao.

Todo exigía la movilización de las fuerzas recursos de la República para la guerra y la eliminación de los focos de desorden de Aragón y Cataluña, donde los ensayos anarquistas restaban ingentes energías a los frentes de combate y amenazaban la unidad del pueblo. Esta situación se prolongaba, sustancialmente, por la tolerancia de Largo Caballero, deseoso [158] de granjearse, con esta actitud, el apoyo de los anarquistas para la lucha contra el Partido Comunista y contra la Ejecutiva del Partido Socialista.

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Como en 1873, los anarquistas crearon verdaderos «cantones independientes» en todas las zonas y lugares donde, en el primer período de la guerra, pudieron ejercer decisiva influencia: Puigcerdá, Tarrasa, Seo de Urgel, Mora, en la Zona de los Pirineos, en los pueblos de la costa catalana, en la provincia de Cuenca, en Aragón, &c.

El objetivo de la lucha que había comenzado en julio de 1936 lo definieron entonces los anarquistas así: establecer un nuevo régimen social, el «comunismo libertario». Para los dirigentes anarquistas, salvo raras excepciones, lo principal no era ganar la guerra sino realizar inmediatamente una «revolución social». Las primeras medidas de ésta debían ser la abolición de la propiedad privada, del Estado, del Ejército, del principio del Poder y de las clases y, aparejado a ello, el establecimiento por todas partes de «la comuna libertaria».

Los anarquistas se oponían al Gobierno del Frente Popular y a la República democrática. El 2 de agosto de 1936 apareció en el diario anarquista «Solidaridad Obrera» un artículo firmado por la CNT-FAI y las Juventudes Libertarías, con este título que por sí solo era todo un programa de ayuda al enemigo: «Hay que organizar la indisciplina».

Los grupos específicos de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y algunas columnas, que pronto abandonaron los frentes y se hicieron famosos por sus desmanes en la retaguardia –como la «Columna Maroto», la «Columna de Hierro», y alguna otra–, impusieron en no pocos lugares la «dictadura anarquista», el «comunismo libertario».

El ejemplo más destacado de «dictadura anarquista» lo dio cumplidamente el «Consejo de Aragón». Fue creado por la FAI, a mediados de octubre de 1936, y su establecimiento fue sancionado por el Gobierno de Largo Caballero el 17 de diciembre de 1936, contra la voluntad del Partido Comunista. Presidía el Gobierno anarquista o «Consejo de Aragón» el anarquista Ascaso. El Consejo funcionó hasta agosto de 1937 en que fue disuelto. [159]

Su actuación lamentable y vergonzosa sólo sirvió a los enemigos de la República. Bajo la dictadura del Consejo de Aragón fue colectivizado casi todo lo existente. Los campesinos medios eran despojados de sus tierras y de sus productos. El Consejo de Aragón se incautó del dinero de los campesinos, estableció el sistema de vales e incluso una nueva moneda. Los que protestaban eran maltratados. Allí estaba prohibido toda actividad política excepto la anarquista. Los campesinos y la población, en general, vivieron, bajo el Consejo de Aragón, un período de despojo sistemático, expropiaciones forzosas, brutales imposiciones, que creaban en la retaguardia republicana un ambiente sumamente peligroso. El Partido trabajó tenazmente por terminar con aquella situación que frenaba el desarrollo de la lucha en Aragón, que levantaba a los campesinos contra la República, que creaba una base para el trabajo del enemigo en el propio campo republicano. El Gobierno Negrín se vio obligado, posteriormente, a poner fin a tal estado de cosas, restableciendo en Aragón el orden republicano y acabando con la dictadura anarquista. A facilitar la obra del Gobierno contribuyó principalmente la actuación en Aragón de unidades militares mandadas por comunistas en las que los campesinos aragoneses encontraron ayuda, respaldo y apoyo contra los desmanes y las expropiaciones de los anarquistas.

En el orden específicamente militar, en Cataluña y Aragón aún no había sido creado el Ejército Popular de tipo regular. Los anarquistas habían desarrollado una lucha, abierta primero y soterrada más tarde, contra la formación de tal Ejército. Aunque en marzo de 1937 declararon, al fin, su disposición a formarlo, el Ejército no empezó a constituirse en Aragón y Cataluña hasta agosto de ese año. Ello explica la pasividad e inactividad del Frente aragonés durante meses que fueron decisivos y que el enemigo aprovechó para consolidar sus posiciones, mientras del lado republicano, dominado por los anarquistas, no se había emprendido ninguna acción ofensiva ni se habían creado las condiciones para la resistencia, a pesar de disponer de

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toda clase de armas y pertrechos militares y de millares de hombres capaces de combatir, que [160] bien dirigidos y organizados hubieran podido ser una ayuda seria para la República.

El Partido respaldó decisivamente al Partido Socialista Unificado de Cataluña en la gran labor que éste realizó para enderezar la situación en su faceta militar, fundamental, y para crear en Cataluña el Ejército Popular regular.

Los comunistas lucharon enérgicamente, desde los primeros momentos, contra la existencia y actividades de los «incontrolados», las bandas faístas-trotskistas y las «patrullas de control», contra los cantones y por el establecimiento del Poder único del Gobierno del Frente Popular, por el desarme efectivo de la retaguardia.

Pero siempre, hasta en los momentos más agudos de esta lucha en defensa de los verdaderos intereses del pueblo, el Partido proclamó, y demostró con su conducta, que él no identificaba a los incontrolados con los obreros anarquistas y cenetistas a los que llamaba a luchar contra la nefasta actividad de esos grupos.

Constantemente se esforzó el Partido por establecer la unión combativa con las masas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y con los hombres más conscientes políticamente de su Dirección para interesarlos en la realización de una política verdaderamente revolucionaria.

El Partido Comunista fue partidario de la colaboración de los anarquistas en el Gobierno e hizo cuanto pudo por que se realizara esa colaboración a la que eran opuestos tanto los republicanos como la Dirección del Partido Socialista.

En su libro «Mis recuerdos», Largo Caballero, cuyo testimonio es de valor en el caso, declara:

«Los comunistas pidieron que se hiciera todo lo posible para que en el Gobierno estuviera representada la Confederación Nacional del Trabajo y así lo prometí».

La actitud del Partido y las duras lecciones de la tierra, fueron factores que influyeron en la evolución positiva de una parte de las masas y de algunos de los dirigentes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) que, como su Secretario General Mariano Vázquez –muerto en un accidente en [161] París después de la guerra– gozaban de gran autoridad entre los trabajadores cenetistas.

Ya en el otoño de 1936, las masas encuadradas en la CNT y, sobre todo, las que combatían en las columnas milicianas, comenzaron a comprender –y a esto ayudó no poco la actividad del Partido– que la realización de los postulados del anarquismo (destrucción del Estado, del Ejército, descentralización de la economía, &c.) era incompatible con el logro de la victoria del pueblo en la lucha contra el fascismo. La presión de esas masas apremiaba a los dirigentes anarquistas a revisar la política seguida hasta entonces. Impulsaba a tales dirigentes, además, el temor de que su actitud, contra la que se levantaban todas las fuerzas populares, les aislase completamente, debilitando sus posiciones y su influencia, ya que el Gobierno estaba dispuesto, con ellos o sin ellos, a continuar la lucha y la defensa de la República.

Esto determinó el que en no pocos dirigentes anarquistas comenzase un proceso de abandono progresivo de los conceptos teóricos que durante muchos años habían defendido. Admitieron, primero, la participación de los anarquistas en la política del Estado, aunque apoyándola, todavía, sólo «desde fuera», para llegar rápidamente a la participación en el Gobierno y en todas sus instituciones. En septiembre de 1936 entraron a formar parte del Gobierno catalán, con la pretensión de constituir lo que llamaban «Consejo Nacional de Defensa» (UGT-CNT), que era la primera variante de un Gobierno sindical. Fallido ese intento, al que se opuso el Partido, entraron los anarquistas a formar parte del Gobierno presidido por Largo Caballero, en noviembre de 1936. También participaron en el «Consejo Soberano de Asturias» y en otros

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organismos estatales. Los dirigentes anarquistas se pronunciaron, al fin, por la creación del Ejército regular que habían combatido antes tan sañudamente y participaron en él de una manera absoluta, aceptando la disciplina militar, los uniformes, los mandos y grados, &c. También se pronunciaron por la centralización de la dirección de la guerra, &c. La Federación Anarquista Ibérica (FAI) acabó por transformarse, con excepción del nombre, en un verdadero partido político. [162]

La guerra y la revolución, la realidad, en una palabra, era la que, aún más completamente que en 1873, derrumbaba los conceptos idealistas del anarquismo clásico.

El Partido Comunista saludó y alentó cuanto pudo ese cambio en la orientación del anarquismo por considerar que favorecía la realización de la unidad obrera.

Una parte de las masas anarquistas y algunos dirigentes de la CNT marcharon por el camino justo. Otros, la mayoría de los miembros de la FAI, siguieron la otra vía con grave daño para la causa de la libertad del pueblo.

Los perjuicios que ocasionaba la política de Largo Caballero, de tolerancia con la indisciplina, se hicieron evidentes con el estallido en Cataluña del «putch» contrarrevolucionario de mayo de 1937.

Provocadores y organizadores del movimiento fueron los elementos trotskistas, aventureros y tránsfugas de la clase obrera, que figuraban en la Dirección del llamado POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y los «grupos específicos de la FAI» que con su demagogia habían logrado confundir y arrastrar al motín a algunos trabajadores. Los trotskistas habían hecho todo lo posible para sembrar el derrotismo y la desmoralización en la zona republicana, para desacreditar al Frente Popular y romperlo.

Los objetivos de los amotinados eran encender una nueva guerra civil en la zona republicana, destruir el Frente Popular y establecer el poder absoluto de la FAI y del POUM, liquidar el Ejército regular, romper la unidad popular, desorganizar por completo la producción.

Los agentes franquistas en Cataluña desempeñaron un papel importante en la preparación del «putch».

Entre los documentos oficiales alemanes, recogidos y publicados después de la guerra mundial, figura un despacho del embajador alemán a su Gobierno, del que son estas frases:

«En cuanto a los desórdenes de Barcelona, Franco me ha informado que los combates de calle habían sido iniciados por sus agentes. Como Nicolás Franco me dijo después, en total ellos tenían 13 agentes en Barcelona. Uno de éstos había informado mucho antes que la tensión entre [164] comunistas y anarquistas era tan grande en Barcelona que podría garantizar el hacer estallar el combate entre ellos. El Generalísimo me dijo que primero no había prestado confianza a estos informes de su agente, pero que luego los había confrontado con otros que los confirmaban. lntentó primero no hacer uso de esa posibilidad hasta que hubiese empezado una operación en Cataluña... pero había juzgado propicio el actual momento para iniciar los desórdenes en Barcelona...»

El PSUC, los miembros de la UGT y los jóvenes encuadrados en la JSU en Barcelona hicieron frente a los amotinados sin ninguna vacilación, en defensa de la legalidad republicana. Muchos comunistas fueron muertos o heridos en la lucha y durante los sucesos fue asesinado el camarada Antonio Sesé, Secretario de la UGT de Cataluña. La actuación del Partido Socialista Unificado fue decisiva en la derrota del levantamiento trotskista y faísta en Barcelona que se inició ya en la tarde del día 3 de mayo.

Después de esta sangrienta aventura, que en tan grave peligro había puesto a la República, el Partido Comunista y el Partido Socialista Unificado exigían la disolución del POUM.

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Interpretando el sentir de los trabajadores socialistas, decía el Secretario General del Partido Socialista, Lamoneda:

«El pueblo deseaba y exigía un Gobierno con autoridad en los frentes y en la retaguardia y, ante todo, el correspondiente y rápido castigo de los revoltosos».

Largo Caballero, apoyado por los dirigentes de la CNT, se negaba a adoptar ninguna clase de medidas contra el POUM en el que, en el fondo, veía un posible aliado en la lucha contra el Partido Comunista.

Forjando la resistencia

El «putch» y la falta de energía del Jefe del Gobierno para reprimirlo, confirmaban la razón que asistía al Partido para exigir un cambio de política especialmente en lo referente al [164] orden interno. Pero ese cambio era necesario realizarlo sin romper la unidad. Para ello el Partido confiaba, sobre todo, en la conciencia y presión de las masas y apeló a ellas convocando mítines y manifestaciones en toda la zona republicana para explicar al pueblo su posición en todos los problemas relativos a la guerra y a la reconstrucción del país.

«Queremos que seáis vosotros, el pueblo, ante la situación por la que atraviesa España, el que juzgue, el que determine sobre la justeza de la línea política de nuestro Partido... queremos también que seáis los que juzguéis los actos de los demás»,

dijo José Díaz en el gran mitin celebrado en Valencia el 9 de mayo de 1937.

Claramente expuso José Díaz ante las masas la verdad de la situación del país y condenó la política y la actividad de la fracción antiunitaria del Partido Socialista que detentaba en aquel momento la dirección del Gobierno.

Seis días después, al no aceptar Largo Caballero la reiterada propuesta del Partido de cambios en la política gubernamental, los ministros comunistas presentaron la dimisión y se retiraron de la reunión del Consejo de Ministros. Su ejemplo, seguido por la mayoría de los ministros, obligó a Largo Caballero a declarar en crisis al Gobierno y a presentar su dimisión, no sin haber intentado antes la constitución de otro sobre una base sindical.

En su comunicado acerca de la crisis, el PCE reclamaba la formación de un Gobierno del Frente Popular que acelerase el cumplimiento de las condiciones de la victoria y que de un modo inmediato cumpliese las siguientes: El ejercicio de la dirección democrática de la vida del país por medio de la resolución colectiva de todos los problemas importantes en el Consejo de Ministros; el normal funcionamiento del Consejo Superior de Guerra; la reorganización del Estado Mayor Central y del Comisariado. El Partido no se oponía a que Largo Caballero estuviera al frente del nuevo Gobierno, pero pedía que dedicase su atención exclusivamente a los problemas de la dirección general del país y era opuesto a [165] que continuase desempeñando la cartera de Defensa, pues ello supondría la continuación de su política. El Partido consideraba, además, que los hombres designados para los cargos de ministros de Defensa y Gobernación deberían gozar de la confianza de todos los partidos representados en el Gobierno. La actitud del Partido ante la crisis atestiguaba que su preocupación fundamental era el mantenimiento de la unidad antifascista en aras de la defensa de la República.

Largo Caballero quiso formar un nuevo Gobierno... sin comunistas. La unidad de acción establecida entre los Partidos Socialista y Comunista actuó en sentido de rechazar ese intento.

La Dirección del Partido Socialista declaró «la imposibilidad de dirigir el país sin el Partido Comunista o contra él» y que, por ello, tampoco los socialistas participarían en el Gobierno si

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los comunistas no lo hacían. Largo Caballero tuvo que declinar el encargo de formarlo, y el 18 de mayo Negrín constituyó un Gobierno que tenía la siguiente composición: 3 socialistas, 2 comunistas, 2 republicanos, 1 nacionalista catalán y 1 nacionalista vasco.

La formación de ese Gobierno era una victoria de la política de Frente Popular.

Caballeristas y anarquistas negaron todo apoyo al Gobierno, pero su negativa actividad antiunitaria y anticomunista sólo servía para hacerles perder con rapidez su prestigio y autoridad ante las masas obreras.

La creación del Gobierno Negrín fue un nuevo golpe a la política disgregadora de los caballeristas y abrió nuevas perspectivas al fortalecimiento de la unidad obrera. El Pleno del Comité Nacional de la UGT que, a petición de la mayoría de las Federaciones, se reunió a fines del mes de mayo, condenó la actitud de la Comisión Ejecutiva que durante la crisis había apoyado las maniobras de Largo Caballero.

El Comité Nacional tomó una serie de resoluciones que implicaban la desautorización de la política antiunitaria de Largo Caballero y el apoyo de las masas ugetistas a la política de unidad de los partidos obreros. El Pleno condenó terminantemente el «putch» de mayo, se pronunció por la completa ayuda de, la UGT al Gobierno Negrín y «por el mantenimiento [166] de las tradicionales relaciones con el PSOE y el establecimiento de lazos fraternales con el Partido Comunista de España».

Parte de las masas proletarias de la CNT, sobre todo las que combatían en los frentes, mostraba cada vez más claramente su desacuerdo con la política antiunitaria de sus dirigentes. La presión de esas masas, el fracaso del intento de oponerse por la violencia al Gobierno de la República y la labor del Partido en pro de un acercamiento con la CNT propiciaron una evolución de ésta.

El Pleno del Comité Nacional de la CNT, del 1 de junio de 1937, se manifestó partidario de la colaboración con el Gobierno Negrín que se vio de este modo reforzado con el apoyo de ambas centrales sindicales.

La flexible y tenaz labor del Partido a favor de la unidad obrera también cosechó éxitos con la formación de nuevos Comités de Enlace. Los anhelos unitarios de los trabajadores socialistas y comunistas eran tan fuertes que en muchos lugares comenzó un movimiento de fusión de los dos partidos en escala local. Recogiendo este ambiente nuestro Partido propuso a la Comisión Ejecutiva del PSOE pasar a formas de unidad más elevadas.

La tarea fundamental del segundo Pleno de guerra del Comité Central del Partido, celebrado en Valencia, del 18 al 20 de junio de 1937, fue precisamente sentar las bases para la formación del Partido Único, del Proletariado. Por imperativo del desarrollo mismo de la situación –decía el informe que presentó al Pleno Dolores Ibárruri:

«se ha llegado a un momento en que es necesario dejar de hablar ya de fusión para llegar rápidamente a realizarla».

La unidad política del proletariado en un solo Partido constituiría la base firme de la unidad de todo el pueblo español. El Partido Único, resaltaba el informe, debería defender, no sólo los intereses corporativos o gremiales de tal o cual organización, sino los intereses de la clase obrera de las masas campesinas, de la pequeña burguesía urbana, de las clases populares. [167]

Dolores Ibárruri destacó las bases programáticas para asentar el Partido Único, que debía inspirarse en la teoría marxista-leninista.

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Nuestro Partido consideraba que la tendencia anarquista unitaria y opuesta al apoliticismo también tenía su puesto en el Partido Único. El informe decía textualmente:

«Este Partido Único podrá así continuar la tradición del Partido Socialista Obrero Español, la corriente revolucionaria del anarquismo y la tradición del Partido Comunista, forjado en la teoría y la práctica del marxismo».

El Pleno tomó la resolución de encargar al Buró Político que se pusiera en relación inmediata con la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español, a fin de examinar en común la base programática y táctica y las modalidades prácticas para la realización más rápida posible de la fusión de los dos partidos obreros.

Millares de obreros socialistas saludaron con entusiasmo las resoluciones del Pleno, que fueron refrendadas en numerosos actos públicos. Los dirigentes socialistas hicieron en ellos encendidas declaraciones unitarias. El 27 de junio, en Madrid, Ramón Lamoneda, Secretario del PSOE, dijo en nombre de la Ejecutiva de su Partido:

«En el deseo ferviente de unidad nos acompaña el ciento por ciento de los socialistas españoles... ayer y hoy y siempre, el Partido Socialista marchará de acuerdo con la Dirección del Partido Comunista en la defensa tesonera de un concepto político de la dirección del proletariado».

No obstante sus afirmaciones en pro de la unidad, la Ejecutiva del Partido Socialista se opuso tenazmente a marchar hacia la creación del Partido Único del Proletariado. Pero no podía enfrentarse abiertamente con la voluntad de las masas, que abogaban por tal creación porque comprendían que ella centuplicaría las energías de la clase obrera y el Frente Popular e impulsaría la lucha antifascista en general. La Dirección del Partido Socialista hablaba de «unificación [168] futura» porque, como con bastante claridad expuso Lamoneda, en la reunión que aquélla celebró en julio de 1937, ésa era la única forma de contener el paso de las masas del PSOE al PCE. Algunos de estos dirigentes comprendían, también, que sin la acción unida de ambos partidos no sería posible obtener la victoria.

La lucha del Partido por la formación del Partido Único del Proletariado que, en verdad, no cesó hasta el final de la contienda, tuvo su expresión práctica más saliente en la adopción, el 17 de agosto de 1937, del Programa de acción conjunta de los Partidos Socialista y Comunista. Comprendía el Programa los siguientes puntos: 1) Reforzamiento de la unidad combativa del Ejército de la República. II) Potente industria de guerra. III) Concurso activo para la organización de los trabajos de fortificación y la construcción de refugios para los combatientes y para la población civil. IV) Contribuir activamente a la organización y funcionamiento rápido de los transportes al servicio de los frentes y del Ejército, mediante una política consecuente de obras públicas, sobre la base de construcción de nuevas carreteras y ferrocarriles, estratégicos, de reparación de carreteras deterioradas y reposición de material. V) Coordinación y planificación de la economía por medio de la creación de un Consejo Nacional de Economía. VI) Política práctica de mejoramiento sistemático y serio de la situación material de las condiciones de trabajo, de existencia y culturales de la clase obrera rural y urbana, VII) Política agraria de intensificación de la producción agrícola y de reforzamiento de la unidad del proletariado urbano y rural, de los campesinos trabajadores, no solamente en todo el período de guerra, sino también después de la victoria. VIII) Política de guerra y avituallamiento que asegurase el de los combatientes y el de la población civil. IX) Reconocimiento y respeto de la personalidad jurídica e histórica de Cataluña, Galicia y Euzkadi, que asegure en esta forma la unión estrecha y fraternal de todos los pueblos de España contra el enemigo común: el fascismo español e internacional. X) Política tendente a hermanar las buenas relaciones de ayuda con la pequeña-burguesía industrial y comercial. XI) Orden público riguroso en todo el territorio de la República. XII) [169] Fortalecimiento del Frente Popular. XIII) Unidad sindical.

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XIV) Unidad juvenil. XV) Unidad internacional. Lucha conjunta de los Partidos Socialista y Comunista en pro de la acción común de la II y III Internacionales y de la Federación Sindical Internacional para cortar los manejos criminales del fascismo. XVI) La defensa de la Unión Soviética.

En las «instrucciones finales» del Programa, el Comité Nacional de Enlace exponía que sobre la base de estos puntos cada Comité debía establecer otro programa de acción conjunta acerca de los problemas de carácter local y provincial. Las minorías de ambos Partidos en el Parlamento, en los Consejos Provinciales y locales, los grupos sindicales y las fracciones en los lugares de trabajo debían establecer la más estrecha relación para realizar el Programa, para resolver, en su espíritu, los problemas que se presentaran. La Prensa de los dos Partidos y los militantes que interviniesen en actos públicos deberían explicar y defender el Programa. El importante documento lo firmaban por el Partido Socialista Ramón González Peña, Juan Simeón Vidarte, Ramón Lamoneda y Manuel Cordero; y por el Partido Comunista José Díaz, Dolores Ibárruri, Pedro Checa y Luis Cabo Giorla.

El Gobierno Negrín acometió rápidamente el cumplimiento de aquellas medidas que el pueblo y el Partido habían venido reclamando: responsabilidades por los sucesos de mayo, desarme de los elementos incontrolados, establecimiento de un Poder único en todo el territorio republicano y de un mando único del Ejército Popular.

La labor del Gobierno facilitó la realización de una serie de operaciones del Ejército Popular en ayuda del frente Norte donde la situación era grave. La primera de esas operaciones fue la ofensiva de las fuerzas republicanas en el frente del Centro a comienzos de julio. El enemigo no tardó en responder con potentísimos contraataques. La batalla, que se prolongó durante más de veinte días, adquirió proporciones e intensidad extraordinarias. Se la conoce con el nombre de «Batalla de Brunete», pues la conquista de este pueblo por las fuerzas republicanas y los encarnizados combates que luego tuvieron lugar alrededor del mismo, fueron lo más saliente de la operación. [170]

El contingente principal de las fuerzas que habían realizado la ofensiva en el Norte y la ocupación de Bilbao, y otras destinadas a operar en los frentes del Sur, fueron atraídas por la acción republicana al frente del Centro. La ofensiva en el Norte fue detenida y de este modo quedó cumplido el fundamental objetivo de las fuerzas de la República. Sin embargo la operación no tuvo todos los resultados esperados a causa de ciertos errores en la concepción de la misma y de que no se supo aprovechar la ruptura del frente enemigo por Brunete e introducir por esa brecha otras fuerzas que explotaran el éxito inicial.

Los franquistas incrementaron de nuevo sus efectivos en el Norte y, no mucho después, reanudaron sus ataques en ese frente.

El avance en Aragón, a primeros de septiembre de 1937, de las fuerzas republicanas, que tomaron Quinto, Belchite y otros pueblos e hicieron numerosos prisioneros al enemigo, no pudo aligerar, otra vez, la presión franquista en el Norte. La ofensiva de Aragón no alcanzó ese objetivo, entre otras causas porque la falta de reservas operativas de las fuerzas de la República impidió alimentar el ataque y desarrollarlo lo suficiente.

Las unidades fascistas continuaron su avance y coronaron la ocupación de toda la zona industrial del Norte con su entrada en Gijón el 20 de octubre de 1937.

La República sufrió un rudo golpe con la pérdida de aquella base económica y militar.

La lucha del pueblo vasco había proporcionado una experiencia nueva: la participación conjunta en un Gobierno de católicos y comunistas, la lucha común en las trincheras de miles de comunistas y católicos en defensa de la democracia y de la libertad de Euzkadi y de España

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entera. Este hecho bastaba para echar por tierra las patrañas franquistas que querían presentar la agresión fascista como una «cruzada en defensa de la religión católica», supuestamente amenazada por el comunismo.

En su Tercer Pleno de guerra, celebrado en Valencia, entre los días 13 y 15 de noviembre, el Comité Central del Partido examinó las causas de la pérdida del Norte. Las [171] raíces de la pérdida del Norte arrancaban de la errónea política de guerra de Largo Caballero con su consecuencia de enorme retraso en resolver problemas de tan vital importancia como el de formación de un Ejército Regular, y el de creación de una industria de guerra; y, unido a esto, la actuación negativa y desligada del Gobierno Central, del Gobierno Vasco dirigido por los nacionalistas. A pesar de la potencia del ataque enemigo, el Norte podía haber sido defendido y salvado como Madrid en noviembre de 1936. En Euzkadi existía la base siderometalúrgica más importante de España; existían las principales fábricas de armas de precisión y fábricas de explosivos que, bien organizadas y dirigidas, hubieran podido constituir una potente industria de guerra para toda la República. Y nada se organizó, esperando siempre que Madrid proporcionase armas, justificando lenidades y la falta de actividad militar ofensiva con la carencia de medios. Factor decisivo en la defensa de Madrid fue la acción enérgica de las masas movilizadas por todos los partidos y organizaciones y, en primer término, por el Partido Comunista.

En Madrid, el inmenso trabajo político realizado en el Ejército y en toda la población, se tradujo en la creación rapidísima de un Ejército de tipo regular; en Madrid hablan actuado, con heroísmo admirable y, extraordinaria eficacia, los comisarios políticos. La política de guerra aplicada por los dirigentes nacionalistas vascos, representantes de los grandes industriales, de los grandes capitalistas, separados, en realidad, del verdadero pueblo de Euzkadi que había luchado con heroísmo, era la opuesta a la política aplicada en Madrid. Los dirigentes vascos tenían miedo a una verdadera movilización revolucionaria de todo el pueblo. No había sido introducida modificación alguna en la situación de las masas. Los problemas de la tierra, de los salarios, de incorporación de la mujer a la industria, seguían sin resolver. Ellos consideraban «proselitismo» el trabajo para transformar en Ejército las milicias, no querían que una defensa tenaz pudiera causar desperfectos a sus fábricas; en Bilbao y Santander se prohibían los mítines, en el Norte eran reclutados los comisarios, se amordazaba a la prensa. En la pérdida [172] del Norte, resumía el Partido, había influido decisivamente la política de los jefes nacionalistas vascos.

El Comité Central ratificó en su Pleno la propuesta que el Partido había ya hecho al Partido Socialista y a algunos dirigentes republicanos, acerca de la realización de una consulta al pueblo.

El Partido opinaba que la grave situación por la que atravesaba el país, exigía reforzar la democracia y elevar la participación de las masas en la vida política, haciendo que tanto el Parlamento como los otros organismos representativos, provinciales y locales, reflejasen con mayor exactitud la opinión de la mayoría de los ciudadanos. Opinaba el Partido que esa consulta, en la situación que vivía España, reforzaría el heroísmo de los combatientes de la República y la moral de su retaguardia, tendría gran repercusión en el campo internacional, pues demostraría palpablemente que la República al luchar contra la sublevación fascista cumplía la voluntad del pueblo.

La propuesta del Partido reflejaba el contenido profundamente democrático de su política, su fe en las masas y en su capacidad creadora. La propuesta no fue aceptada por las otras fuerzas políticas.

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La caída del Norte hizo pensar a los franquistas que podían terminar rápidamente la guerra a su favor. Pero la República dio pronto otra prueba de su capacidad combativa con la liberación de Teruel por las fuerzas populares, el 21 de diciembre de 1937.

El triunfo de Teruel tuvo gran repercusión nacional e internacional.

Esa victoria, declaraba José Díaz en nombre del Partido en «Mundo Obrero», no era una victoria de éste o el otro partido, sino de todo el pueblo, de toda la España republicana. Había sido conseguida porque supimos organizar un Ejército fuerte, fortalecer nuestra retaguardia y luchar con éxito por la unidad.

El año 1937 se cierra con la conquista de Teruel. El año 1937 constituye en los anales de España y en los de su Partido Comunista, un momento histórico de gran importancia: durante él se reveló plenamente la capacidad del pueblo español para [173] asumir con honor un puesto de combatiente de vanguardia ole la democracia mundial contra el fascismo.

La lucha consecuente y el trabajo político del Partido Comunista por crear y desarrollar las condiciones de la victoria popular, se tradujeron en realidades positivas.

En el orden específicamente militar, fue constituido ya en toda la España republicana el Ejército de tipo regular por el que desde los primeros momentos de la guerra había abogado el Partido. Para proporcionar a ese Ejército y a su retaguardia lo necesario se había dado un impulso importante (aunque sin el ritmo que exigían las circunstancias) a la organización de una economía de guerra; fueron estableciéndose y reforzándose un orden y una disciplina más firmes en la retaguardia de la República. El Ejército Popular, disciplinado, animado de sentimientos democráticos y con un mando único logró ya alcanzar victorias importantes en muchos frentes de combate: en los campos de batalla del Jarama, Guadalajara, Pozoblanco, Brunete, Belchite y Teruel. Todos esos grandes hechos de armas, en los que el pueblo y la República se cubrieron de gloria frente a las fuerzas hitlerianas y camisas negras de Mussolini, quedaron en la Historia ligados a nombres de comunistas.

En el aspecto, tan importante, de la unidad, fueron consignados ya los grandes y fructíferos éxitos logrados por el Partido.

Por último, también en ese período, merced sobre todo a la lucha, al trabajo y a las orientaciones del Partido Comunista, fueron realizadas o coronadas en la zona republicana transformaciones económico-sociales, políticas y culturales profundas, encuadradas en el marco de la revolución democrática que, por desdicha para España, no habían sido acometidas en 1931 por los Gobiernos republicanos-socialistas.

Esas transformaciones constituían la base y el contenido del nuevo régimen que, en el fragor de la lucha, había nacido y se desarrollaba en España: un régimen que abría a la sociedad española una amplia vía de prosperidad y de florecimiento, de paz y democracia. [174]

La República Democrática de nuevo tipo

Ese régimen, por el establecimiento y desarrollo del cual luchó el Partido Comunista, era la República Democrática que en el transcurso de la guerra fue convirtiéndose, en virtud de las transformaciones realizadas, en una República de nuevo tipo: no era la del 14 de abril, pero no era tampoco una República Socialista. Era un Estado que nacía y se consolidaba dentro del marco de la revolución que se estaba desarrollando en España, es decir, de la revolución democrática, pero en las condiciones especiales de la guerra contra la agresión armada de la reacción y el fascismo.

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Promotora y dirigente de la sublevación fascista era la oligarquía financiera terrateniente; en ella se hallaban prácticamente fundidos la aristocracia terrateniente y el capital monopolista, si bien la preponderancia de éste crecía de continuo. La lucha contra el fascismo estaba pues dirigida no sólo contra las castas que encarnaban y mantenían en España vestigios de feudalismo, sino también, simultáneamente, contra los grandes monopolios capitalistas. Ello determinaba el carácter democrático y socialmente avanzado de la República.

El hecho de que los obreros, los campesinos y las otras capas populares luchaban con las armas en la mano garantizaba la realización de las transformaciones económicas y sociales.

La influencia mayor en la dirección de la revolución democrática y de la guerra nacional revolucionaria la ejercía el proletariado, aunque la unidad lograda en su seno distaba aún de ser suficiente para asegurar su hegemonía consecuente.

A la luz de los hechos históricos posteriores, aquella República parece, en cierto modo, la precursora de las modernas democracias populares de Europa en la primera fase del desarrollo de estos Estados, con las diferencias derivadas, claro está, de las circunstancias sociales e históricas tan distintas en que una y otras surgieron a la vida.

Los anarquistas y otros «izquierdistas» criticaban ásperamente al Partido su defensa de la República Democrática. Le acusaban de «sacrificar los intereses de la revolución en aras [175] de ganar la guerra», de «desviarse –según ellos– del camino del marxismo revolucionario». De manera clara, concreta y precisa, el Partido Comunista mostraba cómo el afianzamiento de las conquistas revolucionarias de las masas estaba indisolublemente unido a la victoria sobre el fascismo; que sin ganar la guerra no había posibilidad de revolución. Al defender la República Democrática y al desarrollarla, el Partido se ajustaba a las enseñanzas del marxismo-leninismo y las aplicaba en las condiciones concretas de un país en guerra, víctima de una agresión criminal de la reacción interna e invadido por fuerzas fascistas extranjeras que, en la práctica, eran ejércitos de ocupación.

Al mismo tiempo que combatía los conceptos y actividades «izquierdistas», el Partido luchaba también contra la resistencia de ciertos dirigentes republicanos que, en el seno del Gobierno y fuera de él, se oponían a las transformaciones sociales de la República Democrática.

El trabajo del Partido y su acción gubernamental fueron factores determinantes en la realización de esas transformaciones democráticas y en la orientación y solución positivas de los grandes problemas nacionales de la República del Frente Popular.

Fue el Partido el que, por vez primera en la historia del país, planteó y puso en marcha la verdadera solución del problema de la tierra.

Apenas transcurrida una semana de la entrada del Partido en el Gobierno de Largo Caballero, el ministro de Agricultura, Vicente Uribe, en nombre del Partido, presentó al Consejo de Ministros un proyecto de Reforma Agraria que preveía la entrega gratuita y en propiedad a los campesinos y jornaleros de la tierra confiscada a los terratenientes comprometidos en la sublevación fascista.

Después de larga discusión, el Partido hubo de aceptar la modificación introducida en el proyecto inicial por los socialistas, en virtud de la cual se decretaba la confiscación en favor del Estado, o sea, la nacionalización de la tierra.

Con la oposición de los republicanos, que votaron en contra en el Gobierno, el 7 de octubre de 1936 apareció el decreto que establecía la expropiación sin indemnización, en [176] favor del Estado, de todas las propiedades rurales pertenecientes a personas físicas o jurídicas que hubiesen tomado parte en la insurrección fascista. En la práctica ello significaba privar de sus tierras a los grandes terratenientes. El hecho inauguraba una nueva era histórica en el agro

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español, en la vida de los campesinos de España, cuyos afanes seculares se veían al fin satisfechos. La tierra confiscada en la zona republicana fue entregada a los obreros agrícolas y campesinos para que la trabajasen individual o colectivamente, como ellos mismos decidieran. Al mismo tiempo fueron abiertos créditos a los labradores y les fueron concedidas una moratoria total en los pagos de rentas, facilidades para obtener semillas y abonos y otra serie de ventajas que, en conjunto, hacían efectivo el lema del Partido: Ni hambre de pan ni hambre de tierra en el campo.

En la aplicación de su política agraria, el Partido tuvo que oponerse a las posturas y actividades extremistas de los anarquistas y caballeristas; éstos, apoyándose en la potente «Federación de Trabajadores de la Tierra» (FTT), defendieron y practicaron, al principio, «la colectivización forzosa de la tierra». Un documento de la FTT del 30 de agosto de 1936 decía:

«En ningún caso se puede autorizar la distribución de la tierra, el ganado y otros bienes, pues tenemos el propósito de colectivizar todas las tierras incautadas».

Tal propósito trató la FTT de realizarlo al aplicar la Reforma Agraria apelando, en bastantes casos, al empleo de amenazas y coacciones contra los campesinos.

La política agraria de los anarquistas se tradujo en las zonas donde dominaban en la «libre experiencia de las colectivizaciones». Todo, según ellos, debía ser objeto de la colectivización: las fábricas, talleres, casas, campos y medios de producción. Esa colectivización forzosa era dirigida por unos comités, de los que formaban parte algunos dirigentes locales anarquistas junto con elementos incontrolados.

Esa «política» agraria de tipo anarquista tuvo en Cataluña como consecuencia un progresivo descenso de la [177] producción agrícola y el abandono del campo por una parte no pequeña de los campesinos. La catástrofe en el aspecto del abastecimiento fue evitada por la energía del Partido Comunista de España y del PSU en atajar los desmanes, a los que prácticamente lograron poner fin al aplastar el movimiento de mayo de 1937.

El Partido se alzó decididamente y desde los primeros momentos contra esas colectivizaciones impuestas, que equivalían a un verdadero saqueo, y se esforzó en explicar a sus aliados en la lucha, a los socialistas y anarquistas, que de continuar la política de violencias con los campesinos, que ellos habían realizado, no podría afianzarse en España la alianza obrera y campesina, indispensable para alcanzar la victoria del pueblo.

El Partido fue en todo momento un amigo leal y un defensor ardiente de las masas trabajadoras campesinas. Partidario convencido de la colectivización, sin la cual no hay posibilidad de socialismo, consideraba, sin embargo, que el trabajo colectivo no podía imponerse en modo alguno, que para persuadir a los campesinos de sus ventajas era preciso desarrollar una paciente labor previa de educación y de convencimiento.

El Partido fue el alma de la revolución agraria democrática que se realizó en la zona republicana. La acertada política del Partido en el campo contribuyó poderosamente a la incorporación a la lucha armada, de un modo consciente y entusiasta, de millares de campesinos y obreros agrícolas.

El Partido afirmó y extendió con su política agraria las bases de la alianza obrera y campesina bajo la hegemonía del proletariado.

Consagró también el Partido no pocos desvelos y trabajos a la creación y desarrollo de la industria y, en primer lugar, a la industria de guerra, completamente desorganizada por la sublevación fascista. La atención del Partido a este problema se hizo aún más intensa a partir de la pérdida del Norte. En el último período el PCE destacó continuamente la necesidad de creación de un Ministerio de Industrias de Guerra.

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La política del Partido en el dominio industrial perseguía los objetivos de movilizar los recursos industriales del país [178] a fin de proporcionar a los frentes y a la retaguardia todo lo necesario en armamento y artículos de toda suerte, reforzar el papel de la clase obrera en la economía nacional, mejorar la situación de los trabajadores industriales y fortalecer la alianza de la clase obrera con la pequeña burguesía urbana.

En el área de la industria, el Partido tuvo que luchar con criterios y actividades negativos. Gravísimo daño causó, sobre todo, la política anarquista que, en Cataluña, llevó a la colectivización obligatoria de todas las empresas industriales y comerciales de Cataluña que empleasen a más de 100 obreros e incluso de otras menores, si las tres cuartas partes de los obreros que trabajaban en ellas lo pedían. Con estas medidas de colectivización los anarquistas trataron de desplazar al Estado y de poner la industria en manos de los sindicatos.

Pero ese sistema anarquista de dirección de la industria fracasó rotundamente. El resultado fue que la industria catalana, que hubiera podido satisfacer, en gran parte, las necesidades del Ejército en vestuario, municiones, armamento ligero, e incluso, parcialmente, en cañones, camiones y tanques no lo hizo, pues trabajaba mal, utilizando sólo el 50% de los motores y máquinas, con un rendimiento muy inferior al normal.

El Partido Comunista y el Partido Socialista Unificado de Cataluña lucharon por acabar con la anarquía en la industria y realizaron una labor muy efectiva para conseguir que fuera respetada la propiedad de los pequeños industriales y comerciantes. Los comunistas combatieron la «demagogia obrerista» de los anarquistas que pedían la disminución de la jornada de trabajo y otras reivindicaciones, inadecuadas, en tiempo de guerra.

Las organizaciones del Partido en las fábricas fueron logrando paulatinamente que los obreros de otras tendencias comprendiesen y aceptasen la política que preconizaban los comunistas. Se repetían los casos como el de los mineros de Linares, que rechazaron la propuesta socialista y anarquista de disminuir la jornada de trabajo a seis horas y que aceptaron la de los obreros comunistas de prolongarla hasta nueve horas; como el de los obreros de las fábricas «Ford», «General Motors», «Maquinista Valenciana» y otras que, después de la caída de Málaga, tomaron el acuerdo de trabajar sin límite [179] de horas y sin compensación por las horas extraordinarias. < >

La JSU trabajó abnegadamente en las numerosas brigadas de choque que tanto ella como el PCE y el PSU organizaron en fábricas y talleres, y en muchos sitios surgieron émulos del obrero tornero Urbano Ramos, verdadero héroe del trabajo, que aumentó el número de proyectiles torneados en un día de 205 a 790.

Luchó el Partido Comunista en pro de una amplia y verdadera democracia sindical, por que el control obrero lo realizaran los verdaderamente elegidos por las masas, contra el salario igualitario, por el mejoramiento, dentro de las circunstancias de la guerra, de las condiciones de vida y de trabajo de todos los obreros.

El Partido Comunista fue el principal orientador de la gran labor constructiva que realizó la República Democrática en las esferas cultural y social. En el primer aspecto, el Partido impulsó, desde el Gobierno, el desarrollo de la cultura popular: fueron abiertas millares de escuelas, mejorados los sueldos de los maestros, creadas brigadas volantes contra el analfabetismo, abiertos al pueblo los centros de enseñanza superior, fundados los Institutos Obreros, en los que la juventud trabajadora –que mereció siempre la máxima atención del Partido, del Partido de la juventud»– recibía la enseñanza y los libros necesarios conservando los mismos salarios que esos jóvenes obreros percibían en la producción.

En el aspecto social, la República creó decenas de casas de reposo y sanatorios para los niños y elevó la personalidad de la mujer en todos los aspectos de la vida social y política del país.

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El Partido Comunista fue el orientador de la incorporación en masa de las mujeres españolas a la producción. Millares de mujeres dieron realidad a la proposición que, en nombre del Partido, expuso públicamente Dolores Ibárruri:

«Los hombres útiles, al frente de la lucha; las mujeres, al frente de la producción».

Numerosísimas mujeres españolas agrupadas en la gran Asociación de Mujeres Antifascistas, podían haber escrito palabras parecidas a éstas que las campesinas de Toledo enviaron al Jefe del Gobierno en enero de 1939: [180]

«En los trabajos de verano, en la comarca de Villa de Don Fadrique, han trabajado 3.500 mujeres; en la vendimia, 6.100; en los trabajos de bodega, 197; arando, 57; en la saca de patatas, 2.700. Así creemos que ayudamos a fortalecer nuestra economía nacional y mitigamos en gran parte los sufrimientos del Ejército y retaguardia. Prometemos trabajar mucho más para intensificar nuestra producción y para emular a nuestros heroicos soldados que resisten en los frentes, luchando por la libertad de nuestra patria».

El Partido Comunista, que había proclamado siempre el derecho de los pueblos catalán, vasco y gallego a disponer libremente de sus destinos y que había luchado por que fueran satisfechas sus reivindicaciones autonomistas, trató de fortalecer durante la guerra la colaboración y compenetración entre el Gobierno de la Generalidad de Cataluña y el Gobierno Autónomo de Euzkadi, de una parte, y el Gobierno de la República, de otra.

El Partido se opuso a la aplicación de viejos métodos administrativos centralistas que conculcaban los derechos y herían los sentimientos nacionales de catalanes y vascos. En esto incurrieron algunos miembros del Gobierno de la República, incluido Negrín en el período en que ocupó la Presidencia del Consejo. Simultáneamente luchó el Partido contra aquellos elementos nacionalistas de Cataluña y de Euzkadi que, olvidando que sólo el triunfo de la República Democrática era la garantía de la existencia de sus regímenes estatutarios, y que sólo la lucha unida de todos los pueblos de España podía lograr ese triunfo, se oponían a la unidad y creaban no pocos problemas a lo largo de la guerra.

La cuestión nacional había adquirido a través de la contienda un aspecto nuevo. El problema de la libertad nacional no se planteaba separadamente para una u otra región, sino para toda España. Tratar de separar a Cataluña o al País Vasco de la República o debilitar en cualquier forma los lazos entre ellos, significaba ayudar a los enemigos fascistas de Cataluña, Euzkadi y España.

Tales fueron las grandes líneas de la obra constructiva del PCE durante los años de la guerra en el dominio de la [181] política económica y social, que venía a completar su tenaz esfuerzo en el aspecto de la defensa para dotar al país de un potente Ejército de tipo democrático.

Periodo de duras pruebas

En el Gobierno Negrín, que sucedió al de Largo Caballero la dirección de la guerra recayó sobre IndaIecio Prieto.

Su actuación como ministro de Defensa fue la expresión más aguda y negativa de su falta de fe en el triunfo, de su desconfianza en el Ejército democrático y en los mandos populares. Para reducir lo más posible el número de mandos del Ejército, miembros del Partido Comunista, Prieto puso en práctica su teoría de la «proporcionalidad» para designar a aquéllos, lo que tuvo como natural consecuencia elevar a puestos de mando de importancia a militares poco competentes o carentes de entusiasmo en la defensa de una causa que no sentían. El ministro

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prohibió la participación de los militares en los actos populares y, ya que no podía destruir al Comisariado, hizo cuanto pudo por burocratizarlo y sustituyó a numerosos comisarios de valor y capacidad probados en decenas de combates –la mayoría comunistas– por otros entre los que abundaban los ineptos y carentes de espíritu revolucionario. Su «apoliticismo» le impulsó a prohibir la propaganda dirigida a las filas enemigas. La poca que se hizo la realizó el PCE poco menos que conspirativamente, ante la oposición del ministro.

Su política militar se traducía, prácticamente, en el planteamiento sistemático a las fuerzas populares de objetivos limitados, en la falta de creación de reservas estratégicas suficientes y de enlace estratégico entre los diversos frentes, esto es, de cooperación operativa entre ellos. Así se desaprovecharon, por falta de su necesario desarrollo, éxitos iniciales importantes de las fuerzas republicanas, como el de Brunete, el de la toma de Quinto, Belchite y otros puntos, y el de Teruel.

Manifestación saliente de la política de Prieto fue, precisamente, la batalla de Teruel considerada en su conjunto en sus dos fases: la operación ya fue planteada con el objetivo [182] limitado de tomar la ciudad, pues se suponía que con ello quedaría frustrada la ofensiva del enemigo sobre Guadalajara. Preparado el ataque con perfecto secreto, las fuerzas republicanas tuvieron a su favor el importante factor de la sorpresa y arrebataron la iniciativa al enemigo. Después, el mando republicano renunció a ella al no proponerse otros objetivos, no explotó el gran éxito inicial logrado con la conquista de la ciudad y pasó inmediatamente a la defensiva sobre unas posiciones a todas luces desventajosas.

La idea sistemática de Prieto de que las acciones del Ejército Popular sólo podían tener objetivo limitado tenía por consecuencia que no se preparasen reservas suficientes, ni se organizase la cooperación operativa de otros frentes. Indalecio Prieto, sin tomar en consideración que el enemigo, en cambio, concentraba importantes reservas sobre Teruel, tres veces dio por terminada la operación, tres veces sacó del frente las divisiones de maniobra y la aviación y otras tres tuvo que volverlas a emplear por partes en la batalla a causa de los ataques enemigos. Resultado de estas vacilaciones fue el desgaste extraordinario del Ejército de Maniobra y otras unidades y la falta absoluta de aprovechamiento del que también había sufrido el enemigo. Con esa acción vacilante, a pesar de que en el transcurso de la operación fueron empeñadas 18 divisiones, las fuerzas republicanas resultaron débiles frente a las enemigas, excepto al comienzo de la operación. La gran confusión que el mando franquista mostró en los comienzos de la acción en una serie de contraataques desacertados y mal organizados, facilitaba a las fuerzas de la República emprender acciones decisivas, pero la pasividad de su mando supremo salvó a los franquistas de un desastre, que tal hubiera podido ser esa batalla que duró dos meses y medio y que, por su intensidad y por los medios técnicos empleados, era la más importante de todas las libradas hasta entonces. Teruel fue abandonado por las unidades populares el 22 de febrero de 1938. La moral de los combatientes republicanos, que tanto había elevado la conquista de la ciudad, sufrió un rudo golpe.

La política militar de Prieto se tradujo en un desgaste tal de las mejores fuerzas del Ejército Popular que permitió al enemigo desarrollar con buen éxito una potente en Aragón durante el mes de marzo, mientras la aviación «legionaria» de Mussolini sometía a Barcelona a salvajes bombardeos. El embajador alemán cerca de Franco, Von Stohrer, decía a su Gobierno, en un telegrama fechado el 21 de marzo de 1938:

«... los resultados de los bombardeos aéreos que los italianos han realizado recientemente pueden calificarse de terribles... No hubo indicio del menor intento de apuntar a objetivos militares... Hasta ahora se han contado mil muertos, pero se supone que se encontrarán muchos más entre las ruinas. Se calcula en 3.000 el número de heridos...»

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Esos crímenes no movían a los Gobiernos de la No-Intervención a modificar su actitud respecto al fascismo. Benevolentemente habían observado la invasión de Austria por las fuerzas de Hitler el 11 de marzo de 1938 y la anexión de ese país por Alemania tres días después. Esos Gobiernos deseaban acelerar el fin de la contienda en España con la derrota de la República y para ello alentaban las campañas derrotistas, abiertas o encubiertas, la corriente de los capituladores. Indalecio Prieto actuó como paladín de ellos.

El hombre que en los días de mayor peligro para Madrid, en 1936, ocupando el puesto de ministro de Marina, no había vacilado en mostrarse partidario del abandono y entrega de la capital, ahora, en momentos también muy graves para la suerte de la República, desde su puesto de ministro de Defensa hizo al Consejo Supremo de Guerra la propuesta siguiente: Concentrar todas las fuerzas militares de la República en Cataluña y abandonar al enemigo no ya sólo Madrid, sino toda la zona Centro-Sur de la República, todo el resto del territorio español. Era un plan de verdadera capitulación.

Azaña mostró también su actitud entreguista en una reunión a la que asistieron los dirigentes de los partidos políticos, convocados por él. Pero José Díaz, que en representación del Partido Comunista asistía a la reunión, al contestar a Azaña subrayó con energía que las manifestaciones de éste eran impropias del alto cargo que ocupaba, pues trataba de [184] influir en los presentes en un sentido que no era precisamente el de defensa de la República. La actitud de José Díaz la apoyaron, más o menos explícitamente, todos los otros dirigentes políticos y así el plan derrotista Azaña-Prieto se vino abajo.

Para quebrantar los manejos de los capituladores, el Partido apeló principalmente a las masas. Y éstas respondieron al llamamiento del PCE y del PSU. El 16 de marzo de 1938, Barcelona, sede ya del Gobierno, fue testigo de una grandiosa manifestación que demostró la decisión del pueblo de seguir luchando hasta la victoria porque sabía que de ella dependía su libertad y su porvenir. Al mismo tiempo, llegaban al Gobierno millares y millares de cartas de combatientes que condenaban todo intento de compromiso o capitulación y pedían la realización de una política de guerra mucho mas firme.

Ante las maniobras de la capitulación se produjo un proceso de diferenciación en el seno de la CNT. Algunos dirigentes anarquistas entraron en el juego de los capituladores. Pero las masas de la CNT, y los dirigentes más ligados a la clase obrera, comprendieron la necesidad de unirse al PCE para frustrar los planes de quienes pretendían entregar la República.

El Partido, sobre la base de su programa antifascista, logró establecer, primero, un acuerdo de unidad de acción con la CNT y, un mes después, el esfuerzo del PCE y del PSU en pro de la unidad alcanzó otro éxito de importancia con la firma de un pacto de unidad de acción entre la CNT y la UGT de Cataluña en la que tenían los comunistas decisiva influencia.

Al manifiesto que el PCE publicó el 18 de marzo, se unieron los de la CNT y la UGT de ese mismo día. Todos ellos llamaban a la resistencia y a continuar la lucha sin desmayos.

El 28 de ese mes, expresando así, implícitamente, la disconformidad del Gobierno con el ministro de Defensa, el Presidente Negrín pronunció un discurso por radio contra los derrotistas y anunció el comienzo de la campaña de recluta de cien mil voluntarios.

Desde el frente, los combatientes exigían la realización [185] de una política de guerra enérgica y, como indispensable premisa para ello, la salida de Prieto del Ministerio de Defensa. Por voluntad de los combatientes y del pueblo en general, Negrín prescindió de Prieto en el Gobierno que el 8 de abril de 1938 reorganizó, asumiendo él la cartera de Defensa y heredando las secuelas de la obra negativa de Largo Caballero y de Prieto. La política de guerra de Prieto había facilitado un hecho de extraordinaria gravedad para la República: la llegada al Mar Mediterráneo de las fuerzas fascistas el 15 de abril de 1938.

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En el nuevo Gobierno estaban representadas la UGT y la CNT, hecho que saludó el Partido como positivo para el refuerzo de la unidad. El PCE, para facilitar la solución de la crisis, accedió a retirar uno de sus ministros del Gobierno reiterando su disposición a realizar todos los sacrificios necesarios en aras de la unidad de las fuerzas democráticas y de la victoria.

El primer acto político importante del nuevo Gobierno fue la publicación, el 30 de abril de 1938, del documento donde formulaba su programa político en los famosos Trece Puntos de guerra. En ellos se establecían y concretaban los objetivos por los cuales se continuaba la lucha y sobre los cuales podía establecerse un principio de acuerdo con los que luchaban frente a la República.

El programa contenía los siguientes puntos: Mantenimiento de la independencia y la integridad de España y la liberación del territorio de la República de sus invasores; que la forma social y legal que habría de darse a la República después de dar fin a la guerra, sería determinada por la voluntad nacional, libremente expresada por medio de un plebiscito: respeto de las libertades nacionales de los pueblos de España; libertad personal y de conciencia y el libre ejercicio de las creencias religiosas; respeto a la propiedad legalmente adquirida, dentro de los límites impuestos por los supremos intereses nacionales; reforma agraria que diera la tierra a los que la trabajan; respeto a las propiedades de los extranjeros que no hubieran apoyado directamente a los rebeldes; adopción de una política exterior de paz y de apoyo a la Liga de las Naciones y a la seguridad colectiva, y la reclamación de un puesto para [186] España en el concierto de naciones, como una potencia mediterránea capaz de defenderse con sus propios medios; una amnistía general para todos los españoles que quisieran tomar parte en la liberación y en la reconstrucción de España.

El Buró Político hizo pública en una nota la aprobación del Partido a ese programa por estimar que respondía al carácter de la lucha que sostenía el pueblo español en defensa de la independencia de España y de la democracia y que constituía la base sobre la que debían unirse en aquel momento todas las fuerzas antifascistas del país.

Nadie tan interesado como el Partido Comunista, habida cuenta de su enorme contribución de sangre, en poner fin a la guerra. Pero poner fin a la guerra no de cualquier manera, sino garantizando al pueblo la vida y la libertad. Y en ese sentido los Trece Puntos del Gobierno Negrín, que el Partido apoyó sin ninguna reserva, significaban un ofrecimiento de paz y de entendimiento a los sublevados para terminar la guerra de una manera razonable, sin represalias, sin violencias.

El Comité Central del Partido ratificó esa aprobación en su Cuarto Pleno de guerra, que celebró en Madrid los días 23, 24 y 25 de mayo de 1938.

Constituyó ese Pleno un acto político de gran importancia trascendencia en la lucha antifascista del pueblo y del Partido, pues en él levantó el Partido la bandera de la Unión Nacional, para la salvación de España.

El informe que presentó al Pleno Dolores Ibárruri, exponía con toda claridad cuál era la verdadera situación. La llegada de las fuerzas franquistas e invasoras al mar y el consiguiente corte de las comunicaciones terrestres entre las dos zonas de España, creaba una situación de extrema gravedad.

La situación internacional también se hacía más desfavorable para la causa popular con la firma, el 16 de abril de 1938, del tratado anglo-italiano que contenía una cláusula en virtud de la cual a todo lo que se comprometía el Gobierno fascista de Italia, con relación a España, era a «retirar sus tropas y su material bélico después de haber terminado la guerra». Esa cláusula significaba que el Gobierno inglés proclamaba de antemano su aprobación a la derrota de la [187] República lograda por la descarada intervención de las tropas italianas. Mientras se

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elaboraban en Berlín y en Roma los planes militares contra la República, en Londres y en París se trenzaban las sogas que debían servir para ahogar a nuestro pueblo.

El arma para hacer frente a esa grave situación, para rechazar la acometida de los potentes enemigos del pueblo tenía que ser la que el pueblo había esgrimido para alcanzar todas sus anteriores victorias, también en muy difíciles circunstancias: el arma de la unidad.

Pero ante la cada vez más intensa invasión del país, el corte de su territorio en dos partes, la amenaza, más grave que nunca, que pesaba sobre la independencia nacional, el Comité Central del Partido declaraba en su informe:

«La unidad que hoy necesitamos, es una unidad nueva, más amplia, más sólida, más efectiva y eficaz que la que ha existido hasta el presente. Debe ser una unión nacional... debe permitirnos movilizar, organizar y arrastrar al combate contra los invasores a nuevas capas del pueblo, a los que viven en nuestra zona y no pertenecen a ningún partido y aquéllos que en la zona invadida han caído por la fuerza o engañados bajo la influencia de las organizaciones fascistas».

En el informe, que en nombre del Comité Central hacía, la camarada Dolores se dirigía a todos los españoles de uno y otro lado de las trincheras para decirles:

«A través de las barreras de odio y de sangre que la traición ha levantado entre las dos Españas, entre aquella que mira al porvenir, recogiendo todas las tradiciones gloriosas de nuestra historia, y la que mira al pasado para tratar de resucitar todo lo viejo y todo lo podrido, nosotros llamamos a todos los hombres que sienten el orgullo de ser españoles y les decimos: Son únicamente los españoles los que pueden resolver los litigios de España, los que tienen derecho a resolverlos».

El Comité Central opinaba que sobre la base de los Trece Puntos podían unirse los españoles de una y otra zona que [188] quisieran salvaguardar la independencia nacional y sus libertades.

El PCE salía al paso de los que pretendían ver una contradicción entre los Trece Puntos que el Partido defendía y sus principios políticos. El Comité Central recordaba que ya en su primer manifiesto de agosto de 1936 el PCE había proclamado:

«Contra los fautores de la guerra, unión nacional de todos los que quieren una España grande por su cultura, una España libre, una España de paz, de trabajo y de bienestar».

También recordaba el Partido a los que criticaban que los Trece Puntos incluyesen la amnistía total que, desde los primeros momentos de la lucha, los Gobiernos republicanos habían declarado que no habría represalias. El PCE había apoyado siempre esas declaraciones.

El Pleno, que en la historia de los del Partido podría designarse con el título de «Pleno de la Unión Nacional», dedicaba particular atención a la necesidad del refuerzo de la unidad de todos los pueblos de la República y especialmente de la de Cataluña con el resto de España. Después de la ruptura de las comunicaciones terrestres entre ambos, esto era más necesario que nunca.

Indalecio Prieto, que salió del Ministerio aireando la idea de la capitulación, empezó muy pronto sus ataques contra Negrín y otros socialistas contrarios a ella, y fue agrupando a su alrededor a todos los elementos disgregadores y derrotistas. Bajo la presión de Prieto y otros socialistas, y asimismo de la II Internacional, la Ejecutiva del PSOE publicó una declaración que recogía algunos infundios anticomunistas. Sin atreverse a romper el Comité de Enlace, la Ejecutiva paralizaba de hecho su actividad.

El PCE hizo frente a tan compleja y difícil situación, apelando, una vez más, a las masas. Durante el resto del mes de junio el PCE y el PSU, y con ellos las otras organizaciones

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antifascistas, realizaron una campaña de movilización de las masas alrededor de la consigna de ayudar a Valencia. Y en los primeros días del mes de julio el Partido logró que se [189] celebrasen reuniones conjuntas de socialistas y comunistas en Guadalajara, Valencia, Albacete y otros puntos. En ellas se tomaron resoluciones de apoyo a la política de resistencia del Gobierno y en pro de la unidad obrera. También abundaban las resoluciones de la CNT en el mismo sentido. De este modo, iban formándose cada vez con mayor claridad dos corrientes: los partidarios de la resistencia, que justamente tenían en cuenta para preconizarla no sólo los factores interiores sino los exteriores, y los partidarios de la capitulación que querían poner fin a la guerra fuese como fuese. Entre los primeros, encabezados por el PCE, estaban el PSU de Cataluña, la JSU, parte del PSOE, de la UGT y de la CNT y representantes de los partidos republicanos.

La política de resistencia tuvo como primer resultado positivo la detención de la ofensiva fascista en Cataluña en las orillas de los ríos Segre y Ebro, donde se estabilizó el frente.

La salida al mar de los franquistas había dejado en Cataluña un importante núcleo de las fuerzas más combativas del Ejército republicano. Con ellas fue creado el famoso «Ejército del Ebro».

Los franquistas iniciaron a comienzos de junio una ofensiva sobre Levante. El 16 de junio entraron en Castellón. Tres días antes, el Gobierno francés había dado otra prueba de su enemistad a la República española con el cierre total de la frontera franco-española.

Cada vez más acuciados por sus valedores extranjeros, los franquistas reanudaron su ataque en Levante. El 14 de julio nueve divisiones enemigas se dirigieron contra Valencia y Sagunto y, simultáneamente, otras fuerzas fascistas iniciaron un ataque sobre Almadén. Pero, en esa segunda mitad de julio, cuando la situación en la zona Centro-Sur había llegado a un punto de máxima gravedad, las fuerzas republicanas bajo la dirección de los camaradas Modesto y Líster, secundados por los comisarios políticos que, como los comunistas Santiago Álvarez, Luis Delage, Matas, Farré y otros realizaron un gran trabajo político, pasaron el Ebro entre Mequinenza y Amposta e iniciaron así la más dura y prolongada de las batallas de la guerra. [190]

En ella se cubrió de gloria el Ejército del Ebro, los efectivos del cual no llegaban a la décima parte de los del Ejército Popular. El retuvo durante 113 días a la fundamental masa de maniobra del Ejército enemigo, constituida por no menos de 13 divisiones, todos los tanques, la mayor parte de la artillería y la casi totalidad de la aviación. Más de 1.300 aviones fascistas extranjeros participaron en la batalla.

Entusiasmado el pueblo por el paso del Ebro realizado por su Ejército, por el Ejército Popular, al que los capituladores daban ya por no existente, manifestaba su alegría y su emoción en canciones que resonaban en los frentes y en la retaguardia:

Hemos pasado el Ebro, novia mía, mi bien amado, los unos en las barcas y otros a nado. ¡Ay amor mío! En barcas y nadando se pasó el río.

Otra, refiriéndose a la participación italiana fascista, decía:

En el Ebro se han hundido las banderas italianas

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y en los puentes sólo ondean banderas republicanas.

Al paso del Ebro van ligadas las más hondas emociones de los combatientes republicanos que aún hoy siguen recordando que

El Ejército del Ebro una noche el río pasó y a las tropas invasoras buena paliza les dio. [191]

A mediados de agosto los capituladores hicieron un intento de derribar al Gobierno Negrín por medio de una conspiración que Negrín llamó «el complot de la charca». En él estaban complicados Besteiro y otros socialistas, grupos de republicanos burgueses (incluido el Presidente de la República) nacionalistas catalanes y vascos y ciertos señores anarquistas.

Tomando como pretexto las incomprensiones de Negrín respecto a Cataluña, la Esquerra retiró del Gobierno a su ministro, a mediados de agosto de 1938. Los nacionalistas vascos, por solidaridad con los catalanes, retiraron también el suyo. Claro está que esa retirada, estaba motivada por el deseo de los elementos burgueses nacionalistas de romper las amarras con el Gobierno de la República, partidario de la resistencia para, en momentos favorables, plantear la rendición en forma de «paz separada».

La intervención del Partido Comunista y el Partido Socialista Unificado permitió dar una solución a la crisis parcial sin que quedaran excluidos los representantes de Cataluña y Euzkadi. En el Gobierno entraron el camarada José Moix, del PSU, y Tomás Bilbao en representación del Partido Acción Nacionalista Vasca.

La victoria del Ebro tuvo también profundas repercusiones políticas en el campo rebelde: en el Ebro los franquistas perdían la flor de sus ejércitos. Se agudizaron considerablemente las contradicciones internas en el campo fascista entre los grupos que lo constituían. Se extendía entre ellos la idea de que no podían ganar la guerra.

Los hechos demostraban que, aplicando consecuentemente la política de resistencia, podían obtenerse resultados positivos.

Las consecuencias de Munich en España

Mientras continuaba la batalla del Ebro, la última de las grandes batallas de la guerra, se realizaba, a fines de septiembre de 1938, el vergonzoso acuerdo de Munich entre Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier, en virtud del cual se desmembraba a Checoslovaquia y se la entregaba al fascismo [192] alemán. El hecho creaba una situación internacional profundamente distinta a la que hasta entonces existía.

La política de Munich significaba el apoyo descarado de los imperialistas ingleses y franceses a las agresiones de Hitler en Europa. Esta política tuvo la adhesión plena de los dirigentes de la II Internacional que se entregaron a una propaganda ignominiosa, intentando convencer a los pueblos de la necesidad de capitular ante el fascismo. Esa política tenía como objetivo impulsar a HitIer a la agresión contra la Unión Soviética. Chamberlain y Daladier abrían a Hitler el camino de Praga con la idea de que ésa no sería más que la primera etapa de la marcha hacia Moscú.

La política muniquense no fue aplicada solamente respecto a Checoslovaquia. Los gobernantes anglo-franceses, sostenidos por los dirigentes de la II Internacional, la aplicaron

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también a la República española. A partir de Munich, Inglaterra y Francia no se limitaron a encubrir la intervención germano-italiana en España, sino que intervinieron ya en diversas formas directamente para romper la resistencia española y, sobre todo, en la de quebrantar y deshacer la unidad obrera y popular.

A fin de establecer las tareas que se desprendían de la nueva situación se reunieron en Barcelona, los días 29 y 30 de septiembre de 1938, los miembros del Comité Central que se encontraban en Cataluña, en una Asamblea, a la que fueron invitados algunos militantes del Partido que ocupaban cargos militares o estatales importantes.

El mantenimiento y desarrollo de la resistencia ante la agravación de la situación internacional hacía necesario plantearse en primer término el problema de las relaciones de los españoles que combatían por la democracia con los españoles de la zona invadida. Los esfuerzos que hasta entonces se habían hecho para alentar y dar vigor a los numerosos elementos que en la zona facciosa querían, como los de la zona republicana, ver a España libre e independiente, eran escasos y excesivamente tímidos, a juicio del Partido.

El Partido propugnaba hacer cuanto fuera posible para organizar en la otra zona un movimiento popular nacional que fuese la continuación de la política democrática de [193] Unión Nacional de todos los españoles, enderezada a lograr lo que constituía el punto cardinal de la acción militar y política de la democracia española: la supervivencia de España como un país libre sobre una base democrática. El Partido pedía asimismo que, en aplicación del programa de los Trece Puntos, se garantizase a todos los ciudadanos la libertad de conciencia y la práctica del culto. El Partido decidió reforzar las relaciones con el Partido Socialista e intensificar su esfuerzo en pro de la unidad sindical.

La resolución de la Asamblea señalaba este punto esencial: La necesidad de continuar con la mayor energía la lucha contra el derrotismo y contra toda tendencia a romper la resistencia del Ejército, lo que significaría la entrega del país a los invasores, la renuncia a la independencia y a la integridad territorial de España, la traición a la patria.

Esta cuestión cobraba una importancia decisiva: estimulados por la política muniquense, los elementos capituladores, que tanto daño habían causado ya a la causa republicana, intensificaban su actividad derrotista y disgregadora, tanto en la retaguardia como en los Estados Mayores de los Ejércitos. Así, después de Munich, empezaba a tomar cuerpo un bloque de fuerzas políticas heterogéneas y de elementos militares dispuestos, sirviendo consciente e inconscientemente los planes de Londres y de París, a impedir que continuara la resistencia y a provocar el derrumbamiento de la República.

Las consecuencias del oprobioso pacto de Munich se hicieron sentir muy pronto en los frentes de batalla de la República. Franco recibió, para organizar una poderosa contraofensiva en Cataluña, nueva y muy considerable ayuda de Italia y Alemania.

Entre tanto, en el campo republicano, la creciente actividad de los capituladores, concretamente en la zona Centro-Sur, se traducía en la pasividad casi absoluta de los otros frentes de combate, mientras en el del Ebro se multiplicaban los contraataques franquistas y se volcaba el grueso de las fuerzas enemigas.

Negrín realizaba una política de resistencia, pero sin la debida firmeza, haciendo concesiones a los enemigos de ésta, tolerando la escasa o nula actividad de los otros frentes, y las [194] actuaciones contra la realización de la política de reservas y fortificaciones. Todo ello se traducía en una falta de ayuda en todos los órdenes al Ejército del Ebro que, en aquellos momentos, resistía al esfuerzo principal del enemigo.

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Durante los meses de septiembre, octubre y la primera quincena de noviembre, las unidades fascistas desarrollaron su contraofensiva, sufriendo en ella tan enormes pérdidas que si entonces los otros frentes hubieran actuado con energía podía haber cambiado totalmente la suerte de la guerra. Pero el enemigo acumulaba en el Ebro todas sus fuerzas y el Ejército del Ebro también experimentaba grandes pérdidas. Al fin, después de haber cumplido con creces el objetivo estratégico que le había sido asignado, con un material desgastado y falto de proyectiles artilleros, hubo de retirarse a la otra orilla del río el 15 de noviembre de 1938.

El ministro de Defensa no supo aprovechar ni respaldar la acción militar, reforzando las unidades de Cataluña, profundamente desgastadas, con las reservas necesarias. El cierre hermético de la frontera franco-española contribuía a impedir el abastecimiento de las fuerzas populares. Estas no podían ya por ellas mismas ofrecer suficiente resistencia a la nueva ofensiva de las fuerzas franquistas e invasoras en Cataluña que comenzó el 23 de diciembre de 1938.

El día 25 de enero de 1939 los franquistas llegaron a los barrios extremos de Barcelona v el 26 entraron en la capital catalana.

En el Castillo de Figueras celebraron las Cortes de la República su última reunión en España. El Parlamento aprobó unánimemente el programa del Gobierno que se concretó en tres puntos. Estos eran: Independencia de España; autodeterminación libre del pueblo con ayuda de un plebiscito y exclusión de todas las medidas represivas después de terminada la contienda. Esos puntos fijaban los objetivos del pueblo en la nueva situación y a ellos supeditaba la República su resistencia ulterior.

En los primeros días de febrero el enemigo entró en la provincia de Gerona, el día 4 tomó esa ciudad y prosiguió su avance hacia la frontera. El Gobierno la pasó el día 9. El Ejército se retiró de Cataluña con perfecto orden y absoluta [195] disciplina. Y con él abandonaron la tierra española decenas de miles de ciudadanos que así atestiguaban de nuevo la repulsa al fascismo de la mayoría de los españoles.

La traición

La pérdida de Cataluña constituía un golpe durísimo para la República. Pero esa pérdida no significaba la imposibilidad de continuar la resistencia.

Desde la pérdida de Barcelona el Partido propuso insistentemente a Negrín el traslado de armas y pertrechos militares a la zona Central. El Presidente prometió realizarlo pero no lo hizo. Así, al retirarse a Francia la parte del Ejército que había combatido en Cataluña, el Gobierno francés se incautó de todo el material de guerra. Mas pese a ello y a que las autoridades francesas tampoco autorizaron el transporte de los soldados a la zona Central y los encerró en campos de concentración, como si se tratase de enemigos, en esa zona existían fuerzas y medios suficientes para continuar la resistencia.

Bajo la autoridad del Gobierno quedaban aún diez provincias con unos diez millones de habitantes; muchas ciudades entre las que se contaba la capital del Estado; cuatro grandes puertos entre ellos el de Cartagena (la base naval más importante de España); un Ejército de unos 700.000 hombres y una escuadra que contaba todavía con tres cruceros, trece destructores, cinco torpederos, dos cañoneros y siete submarinos. Existía, sobre todo, un pueblo en el que, pese a la acción negativa del cansancio y a las enormes dificultades de la situación, aún no había sido quebrantada la voluntad de resistir y ésta podía ser reanimada. La resistencia era posible y su prolongación hubiera podido cambiar el final de la guerra dada la

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creciente tensión internacional existente en Europa. Cinco meses después de finalizar la resistencia española Hitler empezó la segunda guerra mundial.

Es indudable que el pueblo deseaba la paz, como la deseaban el Partido y todos los antifascistas. El Partido lo había declarado abiertamente y repetidas veces. ¿Pero cuál era la paz que el pueblo y los comunistas querían? No una paz por [196] medio de la rendición incondicional al franquismo que –como la realidad había de demostrarlo– sería para miles y miles de españoles «la paz de los sepulcros». Querían una paz que salvase tres cosas: la independencia del país, con la salida de él de todas las fuerzas extranjeras; la libertad interior para que el pueblo pudiera decidir acerca del régimen de gobernación de España; la seguridad de que no habría ninguna represalia, ninguna persecución después de terminar la guerra.

Ya desde bastante antes de la pérdida de Barcelona la situación en la zona Centro-Sur fue objeto de la preocupación de la Dirección del PCE. Muy particularmente fueron analizadas por el Buró Político las cuestiones de la unidad, el trabajo del Partido y la situación militar.

La inactividad militar de los otros frentes durante todo el período de la batalla del Ebro demostraba la influencia creciente del espíritu capitulador sobre algunos mandos importantes del Ejército en la zona Central; mostraba igualmente el trabajo sinuoso de los traidores. Incrustados algunos en los Estados Mayores habían impedido, con fútiles pretextos, que se realizasen operaciones como la de Motril; habían conseguido que se suspendiese la ofensiva del Ejército de Extremadura y se paralizase la operación de Brunete del Ejército del Centro.

El Partido insistió inútilmente cerca de Negrín para que efectuase algunos cambios de mandos que aparecían como poco seguros y al mismo tiempo tomó medidas tendentes a levantar la moral del Ejército y de la población.

El trabajo del Partido se orientó en este período a lograr los siguientes objetivos: Preparar tanto en sentido técnico como político a los Ejércitos de la zona Centro-Sur por considerar inminente la ofensiva contra ellos del enemigo, Dar un impulso enérgico a la creación de las reservas, vencer la oposición que existía a la movilización para lograrlas. Trabajar con tesón por mejorar la unidad de las organizaciones del Frente Popular.

El Gobierno, sin el Presidente de la República, llegó a Madrid el 11 de febrero de 1939. Azaña se negó a ir a la zona Central contribuyendo con su actitud a las maniobras de los capituladores. [197]

El Partido logró reunir en todas las provincias a los Frentes Populares, aunque no movilizarlos a todos en sentido combativo, y celebró Conferencias Provinciales en Jaén, Toledo y Cuenca, ya antes de la llegada del Gobierno. En ellas se examinaron los problemas de la situación del Ejército, de la movilización, de la unidad, y se tomaron resoluciones tendentes a resolverlos, todas en relación con la política de resistencia.

La Conferencia Provincial de Madrid, se realizó del 8 al 11 de febrero de 1939.

En ella estuvieron representados por numerosos delegados el Ejército, las fábricas de guerra, el campo. Muchos de los delegados eran mujeres. El entusiasmo que reinó en la reunión subió de punto cuando se anunció la llegada del Gobierno a Madrid. Pero en la Conferencia, a diferencia de lo ocurrido con otros actos anteriores del Partido, escasearon las adhesiones de otros partidos y organizaciones, lo que era índice del desarrollo del anticomunismo que utilizaban los capituladores y traidores como cobertura de sus propósitos de rendición.

En la Conferencia intervino enérgicamente Dolores Ibárruri, en nombre del Comité Central, para denunciar a aquéllos que utilizando el Decreto del Gobierno sobre el estado de guerra, tomaban medidas contra el pueblo y la resistencia. Tal hacía el coronel Casado que se dedicó a perseguir con la censura militar a «Mundo Obrero» al que llegó a suspender

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momentáneamente y a detener con falaces pretextos a decenas de comunistas que, más tarde, fueron entregados a Franco.

La Conferencia tomó la resolución de realizar una serie de medidas prácticas para desarrollar la línea trazada por el Partido en orden al fortalecimiento del Ejército y acordó, particularmente, pedir al ministro de Defensa la destitución inmediata de los mandos incapaces o enemigos del pueblo para poner al frente de las unidades y servicios importantes a hombres probados, entusiastas y dispuestos a luchar.

Repetidas veces insistió el Partido ante Negrín para que ordenase la realización de ésas y otras medidas que, a petición del propio Presidente, le presentó el Partido el 20 de febrero por escrito. El plan lo retuvo Negrín en sus manos, [198] diciendo, ante los apremios repetidos del Partido para que lo llevase a la práctica, que lo estaba estudiando, pero dando largas a su ejecución. Del Negrín partidario de la resistencia, en marzo de 1938 y período subsiguiente, al de este último período de la contienda mediaba una gran distancia. Aquél había mostrado confianza en el pueblo y en el triunfo y voluntad de conseguirlo, buscaba el apoyo de las masas y, por consiguiente, el del Partido. Este otro Negrín rehuía ese apoyo y se negaba a escuchar las propuestas comunistas. Negrín no se orientaba ya a continuar la lucha y dejaba las manos libres a los capituladores.

En este período, los capituladores y la Quinta Columna trabajaban ya descaradamente, la traición se palpaba por todas partes. A mediados de febrero se descubrió en la Zona de Levante y Cartagena un complot fascista en el que estaban comprometidos mandos del Regimiento Naval, del de Costas, de Asalto y de Carabineros. Negrín declaró que procedería sin contemplaciones contra los conjurados pero, en verdad, no fue tomada medida alguna contra ellos.

Los capituladores civiles y militares que ocupaban puestos de dirección del Estado y del Ejército, los trotskistas, los faístas y no pocos socialistas desarrollaban una intensa campaña de descrédito del Gobierno al que presentaban como único responsable de la pérdida de Cataluña, que ellos habían preparado con su actividad disgregadora.

La Quinta Columna tenía en ellos valiosos soportes y colaboradores. Blanco principal de sus ataques eran, naturalmente, los comunistas, primeros forjadores del arma que posibilitaba la resistencia y la victoria popular.

La corriente antiunitaria y capituladora en el Partido Socialista a la que en uno u otro período de la guerra se incorporaron Largo Caballero, Prieto y otros dirigentes tuvo desde su origen el exponente más destacado y constante en Julián Besteiro, cuyas posiciones reformistas habían pesado sobre el Partido Socialista durante varios lustros. Besteiro negaba con tenacidad toda colaboración, no ya sólo a los Gobiernos del Frente Popular, sino hasta a hasta a la propia Comisión Ejecutiva de su Partido. En la reunión celebrada por la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista el 15 de noviembre [199] de 1938, Besteiro reconocía que «si los comunistas dejaban de intervenir, probablemente las posibilidades de continuar la guerra serían pequeñas». Pero, a juicio suyo, era mucho peor que el pueblo ganase la guerra porque entonces, decía, «España sería comunista». Él sólo veía salida a la situación en la intervención del extranjero, de Inglaterra, concretamente.

«No veo –explicaba Besteiro a sus compañeros– una solución a mi gusto, a menos que ocurran cosas que nos salven en el campo internacional».

Y para propiciar la buena voluntad del «campo británico», Julián Besteiro aconsejaba a sus colegas la «conveniencia de deslindar los campos», esto es, de romper con los comunistas, y de acabar con el Frente Popular, pues, agregaba textualmente:

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«cuanto más se refuerce el mantenimiento del Frente Popular la opinión extranjera nos será más contraria... y es evidente que si se refuerza aquí el Frente Popular la opinión extraña pensará que avanza aquí el comunismo».

Estas manifestaciones antiunitarias y anticomunistas de Besteiro estaban ya inspiradas por el Gobierno inglés, que tan importante papel desempeñó en la creación de la Junta de capitulación presidida por Casado, y en la que Besteiro iba a ser la primera figura política. En el último periodo era notorio en Madrid el hecho de las estrechas relaciones del cónsul inglés con Besteiro y con Casado. En conversaciones que por entonces tuvo Casado con dirigentes del Partido y con miembros del Partido que ocupaban altos cargos militares, no ocultó el coronel la existencia de tales relaciones. Fueron los servicios del imperialismo anglo-francés los que impulsaron la preparación y ejecución del complot contra la República.

El 27 de febrero de 1939 el Gobierno inglés comunicó oficialmente al Gobierno Negrín que ese mismo día se presentaría a la Cámara de los Comunes la resolución que reconocía al Gobierno de Franco y que retiraba la representación [200] diplomática inglesa cerca del Gobierno legítimo de España. Al reconocimiento del Gobierno inglés se sumó con el suyo el Gobierno francés. Estos hechos contribuyeron a debilitar la moral de muchos hombres políticos y militares y a facilitar la labor de los capituladores.

El Partido conocía que los manejos de los entreguistas continuaban y se reforzaban, y exigía del Jefe del Gobierno que tomase medidas que los atajasen con energía. Al fin, el día 2 de marzo de 1939, Negrín se decidió a dictar disposiciones para fortalecer al Ejército de la zona Centro-Sur y ponerlo en condiciones de aplicar la política de resistencia. Los conspiradores decidieron entonces pasar a la realización de sus planes contra la República.

La Flota había realizado el 3 de marzo un primer intento de hacerse a la mar que fue cortado por la acción de los comunistas. Al amparo de la actitud rebelde de la Flota, los fascistas de Cartagena, que habían logrado en los últimos tiempos hacerse fuertes en las unidades de la Base Naval, se sumaron a la actitud de la Flota contra el Gobierno y, prácticamente, se hicieron dueños de Cartagena. Inmediatamente dieron a la sublevación un carácter netamente fascista, entablaron comunicación con Franco, le pidieron refuerzos e izaron la bandera monárquica en la base. A continuación conminaron a la Flota a que saliera inmediatamente de Cartagena. Después de muchos conciliábulos de sus mandos, la Flota salió de Cartagena hacia Túnez el día 5 a las doce de la mañana, después de haber apresado a los comunistas de los barcos. Al mismo tiempo, en el Cuartel General del Grupo de Ejércitos de la zona Centro-Sur, empezaron a tomarse una serie de medidas de acuartelamiento y se hicieron preparativos que indicaban una actitud contraria al Gobierno. Todo ello lo dirigía el teniente coronel Garijo, uno de los jefes del Cuartel General, agente de Franco, por el que fue ascendido después de terminada la guerra. Repetidas veces el PCE había denunciado a este militar como sospechoso de servil al enemigo sin obtener que fuera separado del importante, puesto que ocupaba.

Dentro de Cartagena el PCE hizo frente a la sublevación fascista, que fue rápidamente aplastada por fuerzas leales al [201] Gobierno mandadas por comunistas. Pero en la noche del 5 de marzo de 1939 el coronel Casado se sublevó en Madrid contra el Gobierno, constituyendo una Junta encabezada por Besteiro y por él, titulada «Consejo de Defensa». Los sublevados contaban con que la presión de las tropas franquistas que sitiaban Madrid impediría a los comunistas, y en general a los mandos fieles a la República, sacar del frente las fuerzas necesarias para reducir la sublevación, como efectivamente sucedió. No obstante algunas de las unidades de Madrid mandadas por comunistas hicieron frente a los sublevados en defensa del Gobierno legítimo de España. Los hombres del «Consejo de Defensa» enviaron contra las fuerzas que permanecieron fieles a la República a otras fuerzas armadas que ellos habían conseguido arrastrar con calumnias contra los comunistas y el Gobierno y con promesas falsas

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de lograr una «paz honrosa»; no vacilaron en desguarnecer el frente y desencadenar una odiosa guerra civil a unos kilómetros de las trincheras enemigas.

Para atraer a algunos militares a la sublevación contra el Gobierno, Casado había aireado la «promesa» que, según sus amigos ingleses, había hecho Franco de conservar las graduaciones militares a los mandos profesionales republicanos a condición de una inmediata capitulación.

El pronunciamiento de Casado contra el Gobierno de Unión Nacional, con el apoyo de los provocadores trotskistas y faístas y de ciertos elementos socialistas y republicanos; la ruptura de la legalidad republicana; la formación de la Junta; la brutal persecución contra el PCE y los mejores luchadores del pueblo; la oleada de calumnias anticomunistas con las que Besteiro y Casado intentaban engañar al pueblo; todo ello, como la realidad mostró trágicamente, sólo perseguía el propósito de poner fin a la resistencia republicana como deseaban el fascismo invasor y la reacción imperialista anglofrancesa.

La «paz honrosa», de que hablaba en sus proclamas la Junta, era la paz de los cementerios, la paz de los fusilamientos y las ejecuciones. La Junta de Casado había roto la unidad del pueblo, la unidad del Ejército; había desencadenado una nueva guerra civil y decapitado al Ejército de sus mejores mandos, [202] llevando a la masa de los soldados a la confusión y la desmoralización.

Mientras Casado y Besteiro hablaban de obtener del enemigo fascista una paz sin represalias y sin persecuciones, eran ellos mismos los que ponían a los comunistas fuera de la ley, los que saqueaban las casas del Partido, detenían a sus militantes y enviaban ante Consejos de Guerra, creados por ellos, a los militares que eran culpables del «delito» de ser leales al régimen republicano.

El Partido había hecho cuanto le había sido posible para mantener la resistencia y la unidad, por evitar el estallido del complot cuyas mallas se habían tejido en las cancillerías anglo-francesas. El Partido, después de la creación de la Junta Casado-Besteiro, propuso a Negrín que se dirigiera a la Junta para llegar a un acuerdo y salvaguardar la unidad e impedir la catástrofe. La Junta rechazó la proposición de Negrín. Fuera ya de España el Gobierno de la República, el PCE propuso a la Junta cesar el combate, evitar el ulterior derramamiento de sangre, volver a realizar frente al enemigo una política de unidad. Dos veces hicieron esas proposiciones a la Junta los comunistas de Madrid.

De palabra aceptó Casado las propuestas del Partido pero sólo para ganar tiempo, acumular nuevas fuerzas y continuar la lucha y las persecuciones contra los comunistas y otros demócratas. Por orden de la Junta fueron fusilados los comunistas coronel Barceló y comisario Conesa, y muchos otros comunistas se vieron encerrados en las cárceles donde poco después los hicieron prisioneros los fascistas para fusilarlos seguidamente. Entre esos camaradas entregados por la Junta a los franquistas se hallaban Domingo Girón, Guillermo Ascanio, Etelvino Vega, Daniel Ortega, el doctor Bolívar y decenas de millares de combatientes de la República que vivieron el horror del puerto de Alicante y del campo de concentración de Albatera.

La «paz honrosa» de Casado tuvo el desenlace lógico que los hombres de la Junta habían preparado artera y consecuentemente: la capitulación sin condiciones. «O nos salvamos todos o ninguno», habla dicho al pueblo demagógicamente Casado. Pero Casado abandonó España en barco inglés, [203] después de entregar el pueblo al enemigo. A las once de la mañana del día 21 de marzo de 1939, las fuerzas fascistas, entre las que se encontraban dos divisiones italianas y unidades marroquíes y de la Legión, hicieron su entrada en Madrid. Toda España

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quedó rápidamente en manos del franquismo. En sus proclamas iniciales había afirmado el coronel Casado:

«El pueblo español no abandonará las armas mientras no tenga la garantía de una paz sin crímenes».

La historia empezó a decir, para continuar diciéndolo durante largos años, lo que significaba la paz «sin crímenes» con que la Junta ocultaba su traición al pueblo, la entrega de España al fascismo.

*

El pueblo español fue vencido. Pese a ello la guerra que durante cerca de tres años sostuvo contra el fascismo y la reacción en defensa de la independencia nacional, de la democracia y de la paz, ha tenido y tiene trascendencia y valor ejemplares e importancia revolucionaria, nacional e internacionalmente.

La derrota del pueblo fue debida a la acción conjunta de un complejo de factores externos e internos. Pero la historia de la guerra demuestra irrebatiblemente que la causa principal, determinante, de la derrota de la democracia española fue la intervención armada de Alemania e Italia, intervención que no fue accidental ni esporádica, sino la realización de un plan preparado de largo tiempo con objeto de asegurarse la retaguardia española en la segunda guerra mundial que Hitler preparaba a toda marcha.

Sin esta participación decisiva de Hitler y Mussolini en la guerra de España, la sublevación militar fascista encabezada por Franco hubiera sido aplastada en los primeros días de la lucha. Pero el pueblo español luchaba no sólo contra la sublevación de la reacción española, sino contra los ejércitos mejor pertrechados y preparados de la Europa capitalista cuyas armas se probaban en España, en preparación de la segunda guerra mundial que estalló poco después de haber [204] sido aplastada la resistencia española. Y, a pesar de todo, y éste es el gran mérito del pueblo español y de sus heroicos combatientes, las fuerzas fascistas nacionales y extranjeras fueron frenadas en su avance durante casi tres años y hubieran podido ser derrotadas sin la criminal política del Gobierno francés presidido por un socialista, por León Blum, y sin la perfidia de los gobernantes ingleses que, una vez más, aparecieron como los enemigos del pueblo español, como los enemigos de la libertad y de la independencia de España.

Gracias a los aviones de transporte suministrados a los rebeldes por Hitler y Mussolini, una parte de las fuerzas sublevadas y, sobre todo, las marroquíes y de la Legión pudieron ser llevadas con gran rapidez a la Península. Ellas permitieron a los rebeldes mantenerse las primeras semanas y dar tiempo a que la ayuda alemana e italiana en hombres y en material hiciera posible transformar el «pronunciamiento» militar fascista en guerra del fascismo internacional contra el pueblo español.

Después del triunfo popular en la batalla por Madrid, decía el embajador de Alemania cerca de Franco, en el primer despacho que envió a su Gobierno, el 24 de noviembre de 1936:

«La situación militar no es muy satisfactoria. De toda evidencia se subestiman las dificultades de la toma de Madrid... Hasta la fecha las operaciones las han realizado principalmente las fuerzas de choque marroquíes y los legionarios extranjeros».

Poco tiempo después, el 10 de diciembre de 1936, fue el nuevo encargado de Negocios de Alemania en la zona de Franco, general von Faupel, el que exponía a su Gobierno la duda de que Franco pudiera ganar la guerra. En su informe decía el general alemán:

«Franco me ha dado una explicación de la situación militar que ha durado hora y media y que se reduce a lo siguiente: tomaré Madrid y entonces toda España, incluso Cataluña,

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caerá en mis manos casi sin lucha. Esta apreciación es, a mi juicio, sencillamente frívola». [205]

Y Faupel agregaba que era necesario adoptar medidas que pusieran remedio a una situación en la que, decía,

«las perspectivas de éxito de los «rojos» son mayores que las de los nacionalistas y mejoran cada semana».

Para poner tal «remedio», Hitler y Mussolini redoblaron su intervención en España. Todavía a fines de 1938, en los tres últimos meses de ese año, consideraban los alemanes que la situación militar era favorable a la República. El 2 de octubre de 1938, decía el embajador alemán en un despacho oficial:

«Según los medios militares alemanes e italianos –y la opinión de los primeros en materias militares es para mí decisiva– no es de esperar que Franco gane la guerra por las armas en un porvenir más o menos próximo, a menos que Alemania e Italia tomen, una vez más, la decisión de hacer en España nuevos y grandes sacrificios en material y en hombres».

El 22 de ese mes, al referirse al enorme pedido de material de guerra que había hecho Franco a Hitler para preparar la contraofensiva del Ebro, escribía en un memorándum el subsecretario de Estado alemán:

«¿Queremos tratar de ayudar a Franco hasta su victoria final? Entonces tendrá necesidad de una ayuda militar importante, superior, incluso, a la que ahora nos pide. ¿Se trata de mantener a Franco en igualdad de fuerzas con los rojos? En ese caso también será necesaria nuestra ayuda y el material que nos pide puede ser de utilidad. Si nuestra ayuda a Franco se va a limitar a la Legión Cóndor, no podrá pretender más que a un compromiso de cualquier clase con los rojos».

Evidente es que si ese mismo Ejército franquista, que sólo para mantenerse a la altura del de la República necesitaba una substancial ayuda germano- italiana, pudo [206] luego desarrollar la ofensiva en Cataluña fue por el apoyo decisivo de las fuerzas militares de las potencias fascistas, mientras el gobierno francés impedía con el cierre de la frontera que llegaran a los combatientes republicanos el material y las municiones necesarias. Alemania no sólo renovó todo el material de la Legión Cóndor (especialmente la artillería y la aviación) sino que, además, concedió a Franco todo lo que éste había pedido.

Los documentos de los archivos italianos aún no han sido publicados. Pero del volumen de la «ayuda» militar italiana permiten juzgar las notas de Ciano en su diario, del tenor de las siguientes, que corresponden ya al mes de enero de 1939:

«En España, avanzarnos a todo vapor. Gambara ha ejecutado una brillante maniobra, librándose de la amenaza en sus flancos y atacando los de los rojos». «15 de enero de 1939: Afortunadamente Gambara ha asumido el mando de todas las fuerzas españolas».

Descontada la jactancia que puede haber en esas declaraciones, ellas bastaban para probar la decisiva importancia que tuvo la participación de las fuerzas armadas italianas en la ofensiva franquista en Cataluña. El embajador alemán, telegrafiaba a su Gobierno, el 19 de febrero de 1939, declarando que esa ofensiva se había realizado, merced a la «cobertura de la vanguardia italiana».

A esa doble causa externa ha de unirse, entre las más importantes que actuaron en la derrota de la democracia española, la de orden interno que ha quedado ya suficientemente resaltada: la falta de unidad obrera en grado suficiente para haber dado a la unidad popular y nacional la firmeza y la extensión necesaria, la insuficiente solidez de la unidad del Frente Popular para hacer frente y vencer a la poderosa coalición de los enemigos de la causa popular.

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*

El Partido Comunista de España hizo todo lo que humana y políticamente era posible hacer durante toda la guerra por, lograr que ésta terminase con la victoria del pueblo. El es el [207] único partido político español que no tiene responsabilidad alguna en la pérdida de la guerra. Así lo han reconocido todos los que han juzgado esos acontecimientos con un mínimo de objetividad y sinceridad. Numerosas obras históricas y, entre ellas, no pocas debidas a plumas nada simpatizantes con los comunistas, han resaltado la labor del Partido con respeto y hasta con admiración, más o menos explícita. «Sería completamente cierto decir que sin los comunistas, como factor unificador y dirigente, las fuerzas leales hubieran sido derrotadas mucho antes de 1939», escribe el historiador norteamericano Cattel en su obra «El Comunismo y la Guerra Civil Española». Y el inglés Brenan, en su libro «El laberinto español», juzga así la actuación de los comunistas:

«En ellos había un dinamismo que no poseía ningún otro partido de la España republicana. Con su disciplina, con su capacidad de organización, con su empuje... con su comprensión de la técnica contemporánea militar y política, ellos representaban algo nuevo en la Historia de España... Y con los medios relativamente débiles que tuvieron a su disposición, consiguieron éxitos muy grandes. Sacaron de la nada un gran Ejército y un Estado Mayor que ganaron grandes batallas. Su propaganda fue muy hábil. Durante dos años fueron el corazón y el espíritu de la resistencia antifranquista».

En la actividad del Partido Comunista hubo, no podía dejar de haberlos, errores e insuficiencias. Pero no eran de tal género y significación como para influir en el curso de la guerra y su desenlace. Los errores e insuficiencias del Partido no tuvieron ninguna relación directa con las causas que determinaron la derrota.

Para el Partido Comunista no hubo más que una preocupación a lo largo de toda la guerra: orientar y encauzar las actividades de las masas a la defensa de la República, al logro de la victoria, manteniendo la unidad del Frente Popular, sin la cual era difícil la continuación de la resistencia. El Partido realizó un esfuerzo constante por consolidar y extender la [208] unidad de la clase obrera como cimiento de la unidad popular y nacional.

La política de unidad del Partido estuvo siempre dirigida a hacer que participaran en el Poder todos los partidos y organizaciones antifascistas del país.

Cuando, con ignorancia del carácter verdadero de la guerra y de la situación española, los anarquistas y algunos socialistas querían eliminar del Poder a los republicanos burgueses, el Partido Comunista los defendió, lo mismo que defendió a los campesinos españoles de quienes los atropellaban en nombre del «comunismo libertario». Cuando hubo quien se oponía al ingreso en el Gobierno de una representación de la CNT, fue el Partido el que solicitó ese ingreso y el que trabajó hasta conseguirlo. Cuando, repetidas veces, algunos dirigentes anarquistas se dirigieron a la Dirección del Partido Comunista, con propuestas contrarias a las buenas relaciones con el Partido Socialista, nuestro Partido las rechazó. Ningún otro Partido luchó como el Partido Comunista por que el Gobierno fuese la representación de todo el pueblo español. No fue el Partido, ciertamente, responsable ni de las insuficiencias de la unidad durante la guerra ni de la ruptura de aquella al final de la contienda. El Partido Comunista se mantuvo fiel a los compromisos contraídos, pero no supeditó su actividad a la pasividad comodona de los otros partidos ni hipotecó su independencia política. Fidelidad a sus aliados y a los compromisos contraídos y actividad política independiente: tales fueron los principios que presidieron el trabajo político del Partido, durante toda la guerra.

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Por esa preocupación consecuente de no romper el Frente Popular, de no debilitar la unidad, el Partido Comunista no denunció, en ocasiones, suficientemente ante las masas populares las posiciones capituladoras y derrotistas de muchas gentes.

Fueron los comunistas los que en defensa del pueblo dieron las pruebas más grandes de abnegación y sacrificio. La inmensa mayoría de sus miembros combatió en los frentes. Para reforzar éstos, el Partido sacaba de todas las direcciones locales y provinciales a los camaradas más capaces, a los mejores organizadores y dejaba un poco en cuadre la organización del Partido en la retaguardia mientras otras fuerzas políticas hacían lo contrario: mantenían a sus hombres en la retaguardia en puestos de responsabilidad seguros, desde los que no pocos de ellos laboraron contra la resistencia. Esa subestimación del trabajo en la retaguardia fue un error del Partido Comunista, error heroico con el que, sin duda, se reforzó la lucha, pero que debilitaba al Partido excesivamente en la retaguardia donde se condensaban y tomaban forma las maniobras de capitulación, disimuladas con el antiproselitismo y anticomunismo, bien vistos y mejor apreciados en Embajadas y Consulados de países extranjeros, cuyos Gobiernos iban apretando el cerco de la No-Intervención para ahogar a la República.

El Partido Comunista exigió (y contribuyó poderosamente con su acción a lograrlo) que fueran establecidos en todo el país, bajo la autoridad del Gobierno legítimo, el orden y la legalidad republicana y luchó contra los ensayos de aplicación de teorías con los que algunos iban contribuyendo a agotar las fuerzas del pueblo y a dividirlo. Los comunistas trabajaron abnegadamente en la reconstrucción de la sociedad española sobre bases democráticas.

Fueron los comunistas los que levantaron y defendieron en primer lugar la bandera de la independencia nacional, de la unión de todos los españoles para salvarla, los primeros en luchar para salvaguardar todo lo que constituía el tesoro artístico y cultural del pueblo y de la patria. El Partido Comunista dio en la guerra el mentís más rotundo a las calumnias fascistas que siempre han pretendido negarle su carácter nacional, su auténtico patriotismo.

A pesar del tiempo transcurrido, cuando la guerra es ya un hecho histórico, el papel desempeñado por el Partido Comunista en la lucha contra la sublevación fascista y la invasión del fascismo extranjero, continúa siendo estimado y valorizado por el pueblo español en toda su profundidad y trascendencia.

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Capítulo cuartoLa dictadura franquista

El terror

Tras la derrota del pueblo en marzo de 1939, se instauró en España una dictadura fascista encabezada por el general Franco.

¿Cuál era el carácter de ese régimen? ¿Qué intereses servía?

Era el poder del capital financiero y de la aristocracia terrateniente, la dictadura terrorista y sangrienta de los grupos más reaccionarios de la gran burguesía y de los latifundistas, que para ejercer su dominación se apoyaban en el Ejército, la Iglesia y en la Falange, fuerza política esta última predominante en el llamado «Movimiento Nacional», donde se fundían, en abigarrada amalgama, todos los sectores de la reacción española. Utilizando el aparato estatal como un instrumento a su servicio, la oligarquía se sirvió de los fondos del tesoro público para sus negocios y desarrolló en grandes proporciones el capitalismo monopolista de Estado.

Las fuerzas oligárquicas, que para adueñarse del Poder habían recurrido a una sangrienta guerra, impusieron al país una feroz política de represión y persecución.

La dictadura franquista no dejó piedra sobre piedra de la obra de la República; abolió todas las conquistas políticas [212] y económicas alcanzadas por los trabajadores durante largos años de lucha; no toleró el más insignificante vestigio de instituciones democráticas; suprimió la Constitución de 1931 y el Parlamento, anuló las libertades autonómicas de Cataluña y Euzkadi y disolvió todos los partidos políticos y los sindicatos obreros de clase.

Una ola de sangriento terror –encarcelamientos, torturas, asesinatos, aplicación de la ley de «fugas»– se abatió sobre los españoles, produciendo centenares de millares de víctimas.

Las fuerzas represivas del Estado y las escuadras armadas de Falange llevaron el luto y el dolor a millares de familias españolas. No había justicia ni ley que amparase a los demócratas:

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en las cárceles se sucedían a diario las «sacas», que llevaban al paredón de las ejecuciones a centenares de personas.

Decenas de miles de combatientes del Ejército republicano fueron recluidos en campos de concentración y plazas de toros, hacinados como el ganado, a la intemperie, sometidos a un trato inhumano, condenados al hambre y a la muerte.

El franquismo promulgó una serie de leyes punitivas, negación de todas las normas del derecho, que constituyen un auténtico Código de represión fascista.

Recordando su visita a España a los tres meses de finalizada la guerra, Ciano, Ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini, escribió lo siguiente:

«Los fusilamientos son numerosísimos aún: sólo en Madrid hay de 200 a 250 al día, en Barcelona, 150, y 80 en Sevilla, ciudad que nunca estuvo en manos de los rojos...».

Durante su permanencia en España, Ciano comprobó que había 10.000 hombres condenados a muerte, esperando el momento de su ejecución.

La dictadura no sólo descargó sobre la clase obrera terribles golpes para exterminar físicamente a sus mejores hijos, la sometió, además, a la explotación más brutal y despiadada.

Los salarios fueron rebajados al nivel anterior a julio de [213] 1936, mientras la escasez de víveres, la especulación y el mercado negro habían hecho subir en tres y cuatro veces los precios de las subsistencias.

La moneda de la República fue suprimida, lo que colocó en una situación angustiosa a la población de la antigua zona republicana.

La exportación en gran escala de víveres y materias primas a los países del Eje –como pago de la deuda de guerra contraída por Franco– agravaba todavía más la miseria de los españoles.

En millones de hogares humildes reinaba el hambre: en 1930, el Servicio de Auxilio Social distribuía mensualmente 25 millones de raciones de sopa a personas carentes de todo ingreso y que acreditasen «buena conducta». España «era una inmensa cola a la puerta del cuartel, a la hora del rancho», decían los mismos falangistas.

En el campo, la represión alcanzó pavorosas proporciones. Las aldeas fueron testigos de crímenes y ferocidades sin nombre, cometidos contra campesinos y contra los combatientes del Ejército republicano obligados a retornar a sus pueblos de origen para ser «depurados». Millares de hombres huyeron a las ciudades o se «echaron al monte» para salvar la vida.

La dictadura fascista liquidó la Reforma Agraria de la República. La contrarreforma franquista fue una de las páginas más sangrientas del furor vindicativo de las castas oligárquicas latifundistas. Los campesinos que habían recibido parcelas de tierra tuvieron que devolverlas a los terratenientes, pagando las rentas devengadas. Arrendatarios y aparceros fueron expulsados en masa o se les impuso el pago de rentas atrasadas hasta de tres y cinco años. El desahucio de los campesinos fue acompañado muchas veces de detenciones, despojos y fusilamientos.

La camarilla franquista se ensañó con los hombres de ciencia, universitarios, escritores y artistas progresivos. Muchos tuvieron que emigrar o perdieron sus medios de existencia, sus cargos profesionales, sus cátedras, siendo condenados prácticamente al ostracismo. Como estigma infamante del régimen franquista quedará para siempre el asesinato de [214] destacados intelectuales españoles, como Federico García Lorca. Leopoldo Alas, Juan Peset, Carrasco Formiguera, Rahola, y la responsabilidad de la muerte en el exilio de Antonio Machado y, más tarde, en la cárcel, la de Miguel Hernández.

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El régimen franquista privó a las instituciones científicas de valiosas colaboraciones y asestó un golpe demoledor a los cuerpos docentes. La Iglesia pasó a dirigir la educación del país y se restablecieron todos los privilegios que disfrutaban las Congregaciones religiosas en materia de enseñanza antes de 1931.

Se estableció una doble censura eclesiástica y falangista que asfixiaba a la creación literaria y artística. Obras destacadas del acervo de la cultura española y universal fueron proscritas.

El repliegue

Cuando la traición de la Junta de Casado rompió resistencia republicana y las tropas franquistas ocuparon todo el territorio nacional, el Partido Comunista se vio acosado y perseguido por todas partes. Los franquistas querían borrar de la faz de la tierra a los comunistas. Entre los primeros camaradas que cayeron figuraban Cristóbal Valenzuela, Cayetano Bolívar, Manuel Recatero, Matilde Landa, Aquilino Fernández y Manuel Navarro Ballesteros.

El Partido entraba en el período más duro y difícil de su vida. Centenares de sus militantes habían sido entregados por la Junta de Casado a la policía franquista. Millares de comunistas fueron detenidos por los franquistas y encerrados en cárceles y campos de concentración, de donde salieron, en su mayor parte, para ser ejecutados o enviados a cumplir, en los penales, largas condenas.

Una parte importante de los cuadros del Partido se encontraba en las unidades del Ejército de Cataluña, que había pasado la frontera al hacerse imposible la resistencia y que no había podido reintegrarse a la zona Centro-Sur de la República por impedírselo el Gobierno francés. De esta manera se encontraron en un exilio forzoso. [215]

La derrota de la República y la instauración del fascismo en España imponía la reorganización de todo el trabajo del Partido a tono con la situación creada. Los comunistas pasaban de la legalidad y la participación en el Poder a la más completa ilegalidad. De la guerra abierta contra la reacción española y la intervención extranjera, a la lucha clandestina contra la dictadura fascista. Había terminado un período de impetuoso auge revolucionario. Comenzaba un período de reacción fascista y de repliegue del movimiento obrero y democrático.

Cada trabajador, cada demócrata se preguntaba si en esa nueva situación era posible la lucha. El Partido respondió sin titubear afirmativamente: por duras que fueran las condiciones impuestas por el fascismo, la lucha era posible.

El Partido trató desde el primer momento de reconstituir la unidad de acción de la clase obrera y el Frente Popular, tanto entre las direcciones de las organizaciones y partidos democráticos como entre los trabajadores.

Frente a la acción del Partido por reagrupar a las fuerzas democráticas para la lucha contra la dictadura fascista, la mayoría de los dirigentes socialistas, cenetistas, republicanos y nacionalistas vascos y catalanes pensaban que bajo la dictadura fascista no era posible luchar; en consecuencia, preconizaban la pasividad y la espera, diciendo: «Tenemos fascismo para cien años». El daño causado al pueblo español por esas actitudes de pasividad ha sido muy grande.

El Partido se replegó en condiciones extraordinariamente difíciles y se preocupó de un modo especial de salvar el máximo de camaradas. Su primera tarea consistía en reorganizar sus filas

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en la clandestinidad y restablecer el contacto con las masas populares para estimular la resistencia de éstas. A ello dedicó el Partido todas sus energías y sus mejores hombres.

A pesar de las enormes dificultades con que debía enfrentarse, el Partido no dejó de actuar. El pueblo sintió siempre el aliento, el estímulo y la orientación de los comunistas para afrontar los angustiosos momentos que siguieron a la implantación del fascismo en España. Por eso se decía entre los trabajadores: «Al Partido no se le ve, pero se le siente».

La actividad de muchos comunistas estaba erizada de [216] peligros, porque eran conocidos por sus ideas en los lugares de residencia o de trabajo. Una gran parte de los efectivos del Partido se componía de comunistas ingresados durante la guerra y, sobre todo, en los frentes. Eran admirables por su combatividad y disciplina; y aunque en las condiciones de la guerra no habían podido adquirir una sólida formación teórica, después de la derrota de la República mostraron su fidelidad al Partido, su firmeza política e iniciativa revolucionaria. Una gran parte continuó la lucha en contacto con la dirección del Partido o por propia iniciativa, sin relación con los núcleos organizados.

La detención de centenares de miles de republicanos reunió en cárceles y campos de concentración a muchos comunistas, que inmediatamente se organizaron y comenzaron a realizar una labor de orientación y solidaridad entre los reclusos. Utilizando los procedimientos más originales y audaces, los comunistas presos establecieron contacto con los que se hallaban en la calle y les ayudaron a desarrollar e impulsar el trabajo del Partido.

Desde una cárcel de la capital, Domingo Girón, Eugenio Mesón, Daniel Ortega, Guillermo Ascanio y otros camaradas continuaron dirigiendo la actividad de los comunistas de Madrid, en relación con los camaradas José Cazorla y Enrique Sánchez, que hasta entonces habían escapado a sus perseguidores.

Todos estos camaradas fueron fusilados más tarde. Sus nombres se inscribieron en la lista de los héroes comunistas caídos en la lucha contra la dictadura franquista.

El centro, encabezado por Girón que mantenía contacto con otras cárceles madrileñas, se preocupaba principalmente de agrupar a los militantes dispersos, orientarlos políticamente, organizar la ayuda moral y material a los presos y perseguidos y estimular la oposición al régimen.

Existía también organización del Partido en Euzkadi, dirigida por el camarada Realinos, fusilado posteriormente, que desplegaba una intensa actividad; actuaban grupos de Partido en Aragón, Galicia, Andalucía, Extremadura, Navarra, Valencia y en numerosas ciudades y pueblos. En Cataluña, grupos del PSU mantenían también la organización. [217]

Retornaron al país centenares de dirigentes y militantes que entregaron todas sus energías a la obra difícil y anónima de fortalecer la organización clandestina del Partido y estimular la lucha contra la dictadura franquista. En los anales de la historia revolucionaria de nuestro país figurarán con letras de oro los nombres de Jesús Larrañaga, Isidoro Diéguez, Jaime Girabau, Manuel Asarta, Sádabal Jesús Carreras, Casto García Roza, Eladio Rodríguez, Francisco Barreiro, José Ros, Eduardo Sánchez Biedma (Torres), Agustín Zoroa, Lucas Nuño, José Gómez Gayoso, Antonio Seoane, Joaquín Puig Pidemunt, Soriano y tantos otros que, habiendo regresado a España desde la emigración, cayeron heroicamente en la lucha.

En sus intentos de aniquilar el Partido, la dictadura combinó los métodos del terror y de la represión con el empleo de la provocación policíaca; en esta labor la Gestapo alemana prestó una ayuda directa a la policía española.

Aprovechando la caída del Comité de la organización comunista de Madrid, en 1940, la policía se esforzó por introducir sus agentes en las filas del Partido, sirviéndose, entre otros, del

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provocador Quiñones, el cual entregó toda la organización del Partido que él conocía. La actividad de Quiñones causó gravísimo daño al Partido, que se vio obligado a realizar un gran esfuerzo para liquidar hasta el fin las consecuencias de esa provocación.

Una atención particular dedicó el Partido a la propaganda, realizando una labor sistemática de edición clandestina de documentos y de obras fundamentales de los clásicos del marxismo-leninisino. Esta propaganda era editada y difundida en condiciones difíciles y complicadas. Fue publicado el órgano central «Mundo Obrero» en ediciones clandestinas a imprenta y a multicopista.

La tragedia del pueblo español tenía una prolongación dolorosa fuera de las fronteras del país. Cerca de medio millón de españoles había buscado refugio en Francia y África del Norte al cesar la resistencia republicana, mostrando de nuevo al mundo su repulsa al franquismo. Esos antifranquistas abandonaron la patria, por la que tan abnegadamente habían luchado, y marcharon a vivir en la emigración, llevando como [218] único bagaje su amor a España y a la libertad y su esperanza en el futuro libre y democrático de la patria.

Apoyado por esta emigración, que mantenía s confianza y su fe en la victoria de la democracia, el Partido organizó y estimuló grandes campañas de ayuda al pueblo español y de solidaridad con las víctimas del franquismo. Igualmente desarrolló una gran labor de propaganda política entre la emigración. En Méjico, Cuba, Uruguay, Chile y Argentina comenzaron a publicarse revistas y periódicos del Partido.

Pese a la dispersión de sus militantes, diseminados por todos los continentes, el Partido conservó su unidad política, orgánica e ideológica.

La política de unión nacional

A los 5 meses de ser derrotada la República española, comenzó la segunda guerra mundial.

La resistencia del pueblo español, según afirmaba en el Manifiesto del Primero de Mayo de 1939 la Internacional Comunista, había frenado por espacio de casi tres años la agresión fascista.

La guerra empezó siendo una guerra imperialista tanto por parte de Francia e Inglaterra, como de Alemania. Pero posteriormente fue modificándose su carácter. Este cambio estuvo originado, fundamentalmente, por la resistencia de los pueblos a la agresión hitleriana, por la entrada en la contienda de la Unión Soviética y la formación de la poderosa coalición antihitleriana integrada por la URSS, Inglaterra, los EE.UU. y otros países.

Desde el primer momento de la agresión hitleriana a la URSS, el pueblo español se sintió solidario con el país del socialismo. El franquismo quiso ahogar este sentimiento de solidaridad incrementando sus persecuciones contra los demócratas y, en primer término, contra los comunistas. Muchos, camaradas fueron fusilados en aquellos días difíciles.

Unos meses más tarde el Partido sufrió una dolorosa pérdida: la muerte de su Secretario General, camarada José Díaz. [219] Por voluntad unánime del Partido fue designada para substituirle la camarada Dolores Ibárruri.

Al socaire de una seudoneutralidad, primero, y de una llamada «no beligerancia activa», después, el Gobierno franquista prestaba la máxima ayuda a la máquina bélica hitleriana. La política de la dictadura amenazaba meter de lleno a España en la guerra al lado del Eje fascista; ponía en peligro los más sagrados intereses de la patria.

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En los manifiestos del Comité Central de agosto de 1941 y de septiembre de 1942, el PCE llamaba a crear la Unión Nacional de todos los españoles, aunando los esfuerzos en torno a la cuestión decisiva del momento: impedir la entrada de España en la guerra y oponerse a la ayuda que la dictadura otorgaba a las potencias fascistas.

El Partido llamaba a los trabajadores y al pueblo a sabotear la producción destinada a Alemania, a protestar contra los envíos de víveres y productos a HitIer; realizó una campaña contra el reclutamiento de la División Azul, organizada por Franco e integrada en el Ejército alemán para la guerra contra la URSS. El Partido lanzó la consigna: «Ni un hombre, ni un arma, ni un grano de trigo para HitIer». Fue el único partido español que, en la tierra misma de la patria, orientó y movilizó al pueblo en la lucha contra la entrada de España en la guerra.

En el transcurso de la guerra contra el hitlerismo, el movimiento guerrillero desempeñó un papel muy importante como impulsor de la resistencia popular a la dictadura franquista. El movimiento guerrillero se había formado espontáneamente en diversas regiones de España, al ser éstas ocupadas por las tropas fascistas; lo integraron grupos de demócratas obligados a huir para salvarse de la muerte, y que no pudieron pasar a la zona republicana. Al producirse la derrota de la República, el movimiento guerrillero se vio nutrido con nuevos grupos de fugitivos.

El Partido apoyó con todas sus fuerzas al movimiento guerrillero, que mantenía encendido, en el suelo de España, el fuego sagrado de la libertad y conservaba viva la esperanza de las masas en un futuro democrático. El trabajo de los comunistas daba un contenido político a la lucha de los [220] guerrilleros y contribuía a impedir que el aislamiento, la constante persecución, la vida azarosa de éstos en bosques y montañas, acorralados y perseguidos constantemente, introdujese entre ellos la desmoralización.

Como jefes, organizadores y combatientes del movimiento guerrillero, cientos de comunistas lucharon y cayeron cubiertos de imperecedera gloria. En esa desigual lucha, ofrendaron su vida los camaradas Ramón Vía, Manuel Ponte, Cristino García, Peregrín Pérez Galarza, José Isasa, José Antonio Yerandi, José Vitini, Manuel Castro Rodríguez, Antonio Medina, Felipe Ortuño, Segundo Vilaboy, José Mallo, Joaquín Almazán, Valentín Fernández, Ángel Carrero, Pedro Valverde, Numen Mestres y otros muchos, cuyo ejemplo heroico vivirá siempre en el corazón del pueblo.

Los guerrilleros eran la expresión más combativa de los sentimientos del pueblo. Amplias masas del país conservaban íntegro su odio al fascismo y eran contrarias a la entrada de España en la guerra. Pero el terror y las consecuencias de la derrota hacían muy difícil la exteriorización de sus sentimientos y de su protesta. La presencia de grupos guerrilleros en muchos lugares del país ejercía sobre el Gobierno una constante presión y, en no pequeña medida, la actividad guerrillera contribuyó a frenar los deseos de participar en la guerra de Franco y su camarilla.

Serrano Suñer reconoció, en el curso de una entrevista con Hitler a finales de 1940, las dificultades que para la entrada de España en la guerra representaba la existencia de grupos guerrilleros en el Norte del país y de «muchos elementos comunistas entre la población».

El movimiento guerrillero fue uno de los aspectos ele la contribución de las fuerzas revolucionarias españolas a la guerra mundial contra el fascismo.

Si España no participó totalmente en la guerra al lado de Hitler no fue gracias a Franco, sino a pesar suyo. Y en el complejo de factores (económicos, estratégicos, políticos, externos e internos) que imposibilitaron a Franco llevar a España a una beligerancia abierta y total, la causa determinante fue la oposición del pueblo español y de distintas capas burguesas, manifestada de diferentes formas. [221]

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Al propugnar la política de Unión Nacional, el Partido Comunista tenía en cuenta que la neutralidad de España no interesaba sólo a las izquierdas; interesaba a la inmensa mayoría del país, incluidos sectores conservadores y católicos, a militares y a importantes grupos capitalistas españoles ligados al capital anglo-americano.

La oposición de estos sectores de derecha a la entrada de España en la guerra agravó las contradicciones en el seno del equipo gobernante franquista y frenó la política belicista de Franco y de Falange.

En torno al objetivo concreto de preservar la neutralidad se operó prácticamente –sin establecerse ningún acuerdo– cierta convergencia de los esfuerzos de diversos sectores sociales y políticos del país, desde los de signo obrero hasta influyentes círculos burgueses conservadores.

La política de Unión Nacional tendía no sólo a impedir que Franco arrastrase al pueblo español a la trágica aventura de la guerra, sino a desbrozar el camino hacia el derrocamiento de la dictadura del general Franco y el restablecimiento de una situación democrática en España.

La política de Unión Nacional preconizada por el PCE se basaba en el hecho de que la gama de las fuerzas opuestas a la política franquista de apoyo al hitlerismo, era más amplia que la de las fuerzas que habían luchado por la República. Existía la posibilidad de un reagrupamiento de las fuerzas políticas que, poniendo fin a la división abierta por la guerra civil, incorporase a la acción contra la dictadura a sectores que antes la habían apoyado, pero que en 1942 se pronunciaban en favor de la coalición antihitleriana y de la neutralidad española.

El Partido era consciente de que esa evolución política sólo era una posibilidad; por convertirla en realidad luchó con todas sus fuerzas.

En el manifiesto de septiembre de 1942, el Comité Central del Partido Comunista decía:

«Los momentos trascendentes que vivimos obligan a deponer las diferencias, los odios y las pasiones que nos separaron hasta hoy, para colocar por encima de todo, el [222] interés supremo de España y salvar a nuestro pueblo de la guerra y de la muerte a las que Franco y Falange quieren lanzarle».

En su deseo de facilitar la constitución de la Unión Nacional, el Comité Central del PCE propuso, en el manifiesto citado, un programa susceptible de ser aceptado por las fuerzas de izquierda y derecha, dispuestas a luchar contra el franquismo.

Un punto esencial de ese programa era crear un gobierno de Unidad Nacional que, una vez derrocada la dictadura y restablecidas las libertades políticas, llevara a cabo unas elecciones para que el pueblo, libre y democráticamente, decidiese el futuro régimen del país.

Una gran esperanza

A comienzos de 1943, la gran victoria soviética de Stalingrado fue el comienzo de un viraje radical en la guerra a favor de la URSS y fue para toda la humanidad progresiva la aurora de la victoria sobre el hitlerismo.

A partir de entonces se sucedieron las derrotas del Eje fascista. La perspectiva de una victoria del fascismo, con la que hasta entonces había contado el general Franco, se desvaneció.

El pueblo español confiaba en que la derrota mundial del fascismo significaría el fin de la dictadura. Esta gran esperanza determinó en España el despertar del movimiento antifranquista. En tales circunstancias, el deber de los partidos democráticos era alentar el

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renacimiento del espíritu de lucha, dar confianza al pueblo en sus fuerzas, combatir las tendencias a la pasividad y a la espera, surgidas bajo el influjo del terror fascista.

Para reforzar el trabajo del Partido volvieron al país, después de la ejecución del grupo de camaradas encabezado por Jesús Larrañaga, varios dirigentes del Partido, entre ellos Santiago Álvarez, miembro del Comité Central y Sebastián Zapirain, más tarde detenidos y condenados a largos años de cárcel. [223]

Los comunistas ayudaban a los obreros a formular y plantear sus reivindicaciones, a unirse y a actuar de diversas formas para defenderlas. Se consiguió así que bajo el clima favorable de las victorias Soviéticas en los frentes, y a despecho del terror, se iniciase en España el resurgir del movimiento obrero.

El Partido incrementó su labor también en las zonas agrarias de Galicia, Asturias, Andalucía y Levante, en las que había un fuerte movimiento guerrillero.

El Partido consiguió ampliar su propaganda clandestina. «Mundo Obrero» se editaba en Madrid, Andalucía, Galicia y Asturias, a ciclostilo o a imprenta. Se publicaron también «Verdad» en Valencia, «Unidad» en Málaga, «El Obrero» en Canarias, «Nuestra Palabra» en Baleares, y otros periódicos.

Paralelamente, el Partido realizó tenaces esfuerzos en pro de la unidad antifranquista en el país, mediante la creación de Juntas de Unión Nacional para la lucha por el derrocamiento de la dictadura de Franco y Falange.

Finalmente, trabajó por rehacer la unidad de las fuerzas republicanas exiliadas; se dirigió en ese sentido al Dr. Negrín proponiéndole que reanudase la actividad del Gobierno republicano, a lo que éste se negó reiteradas veces.

En resumen, el Partido se esforzó por lograr que la situación favorable creada por el hundimiento de Hitler y la derrota del fascismo en el mundo fuera aprovechada por la democracia española para realizar una acción decidida contra la dictadura franquista, tanto en el interior como en el exterior. Y si esto no fue conseguido, en la medida necesaria, las responsabilidades no recaen sobre el Partido.

El principal factor que permitió a Franco mantenerse en el Poder fue la conducta de los Gobiernos de Inglaterra y EE.UU. En el curso de la guerra mundial esos Gobiernos realizaron una política de ayuda económica y política al franquismo; y cuando se acercó la «última hora» del hitlerismo, cuando en Francia, en Italia y en otros países surgieron poderosos movimientos populares y recibieron un fuerte impulso los Partidos Comunistas, que luchaban por una democratización radical de sus países respectivos, los imperialistas de Inglaterra y EE.UU. acentuaron la orientación a impedir [224] que en España triunfase la democracia y a conservar la dictadura de Franco como un reducto de la reacción en el occidente de Europa. Por su parte, Franco empezó a traspasar a los imperialistas norteamericanos, en el curso mismo de la guerra, la hipoteca hitleriana sobre España.

Esta actitud de Inglaterra y los EE.UU. y el temor de que en España se produjera un cambio democrático, determinaron que la gran burguesía española y otros sectores burgueses mantuviesen su apoyo a la dictadura franquista en un período gravísimo para ella.

Factor muy importante de la pervivencia del franquismo fue también la política de los principales dirigentes del Partido Socialista, de la CNT y de los partidos republicanos y nacionalistas vascos y catalanes en el exilio.

Cuando en España algunos socialistas y republicanos empezaban a colaborar con los comunistas en las Juntas de Unión Nacional, cuando incluso entre ciertos sectores burgueses comenzaba a abrirse paso la política de Unión Nacional, cuando un influyente sector católico –

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encabezado por un antiguo dirigente de la CEDA– daba su aprobación a los postulados de la política de Unión Nacional y aceptaba en lo esencial la solución política preconizada por el Partido en su manifiesto de septiembre de 1942, los citados dirigentes en el exilio proclamaron que la clave del problema español estaba no en España, sino en Londres y en Washington. En vez de orientarse a unir y movilizar a todas las fuerzas antifranquistas para la lucha común, se dedicaron a disputarse los favores del Foreign Office o del Departamento de Estado. Tal actitud equivalía a dejar en manos de los imperialistas la cuestión decisiva: liquidar o no a la dictadura del general Franco. Con semejante conducta, los mencionados dirigentes otorgaban a los Gobiernos de Londres y Washington algo así como una segunda hipoteca sobre España.

Mientras el PCE decía al pueblo que sólo con la acción y la lucha podría liberarse del yugo fascista y demostraba con su ejemplo que la lucha era posible, los dirigentes republicanos, socialistas y anarquistas repetían: «No hace falta hacer nada... no hay por qué arriesgarse ni gastar fuerzas... Franco caerá solo». El más activo propagandista de la [225] pasividad fue el dirigente socialista Prieto, que ya el 12 de octubre de 1943 había dicho en Méjico:

«Franco y su Falange se hunden por sí mismos... La caída ocurrirá sin nuestro esfuerzo».

Si el terror fascista era el gran freno que Franco manejaba para detener la lucha del pueblo, esa propaganda paralizadora actuaba, desde otra dirección, en el mismo sentido.

Los líderes del PSOE, de los partidos republicanos y de la CNT, que fomentaban esas corrientes de pasividad y rechazaban la unidad de las fuerzas antifranquistas, facilitaron objetivamente la política de los imperialistas de Inglaterra y EE.UU. tendente a la conservación del fascismo en España.

Esa labor desmoralizadora se completó con una maniobra enfilada a paralizar el movimiento de Unión Nacional que estaba en marcha en diversas regiones del país. El ala derecha del Partido Socialista, dirigida por Prieto, con el apoyo de un sector republicano y de una parte de la CNT, constituyó en España con tal móvil, a finales de 1944, una llamada «Alianza de Fuerzas Democráticas».

Los comunistas, considerando que la Alianza podía significar cierto despertar de la actividad antifranquista de otros grupos, se dispusieron a hacer los máximos esfuerzos por agrupar en un solo frente a todas las fuerzas opuestas a la dictadura, por grandes que fuesen sus divergencias en otros terrenos. Con ese fin, a principios de 1946, el PCE ingresó en la Alianza, dando así una prueba más de su voluntad unitaria. Mas pese a sus esfuerzos resultó imposible convertir la Alianza en un órgano de unidad y de acción contra el franquismo. Quienes integraban la Alianza –con excepción de los comunistas– subordinaban más y más su conducta a los dictados de Londres y Washington.

De hecho, la Alianza estuvo desde su nacimiento mediatizada por las Embajadas anglosajonas en Madrid; en ella se infiltraron profundamente los servicios policíacos franquistas, lo que acabó de descomponerla y de inutilizarla como órgano político antifranquista. [226]

Los hechos brevemente señalados explican cómo, a pesar de los esfuerzos y sacrificios de los comunistas, la dictadura fascista logró en España mantenerse en el Poder en los momentos en que en Europa se hundían los regímenes de Hitler, Mussolini y sus cómplices.

En el curso de la aplicación de la política de Unión Nacional, el Partido Comunista tuvo que combatir, en su propio seno, ciertas tendencias oportunistas cuyo principal exponente fue Jesús Monzón, que durante un período estuvo al frente de la organización del Partido en Francia y que más tarde se trasladó a España.

En el plano nacional, el Partido Comunista se esforzaba por establecer un compromiso con sectores de la burguesía en la lucha contra el fascismo. En la realización de una política de ese

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género los peligros de caer en el oportunismo aumentan, por una razón obvia: los partidos políticos de la burguesía o los representantes de ésta cuando discuten o conciertan un compromiso con el partido de la clase obrera intentan conseguir que éste hipoteque su independencia política, borre su fisonomía propia como partido marxista-leninista. Tales esfuerzos por parte de la burguesía –incluidos los sectores que aceptan colaborar con los comunistas– son lógicos: reflejan, en última instancia, su voluntad de privar al proletariado de su partido político propio.

Pero además, en los años 1943-1945, se daban ciertos rasgos en la situación internacional que podían facilitar la penetración de concepciones oportunistas. Existía una amplia coalición contra el fascismo en la que los comunistas estaban aliados con importantes fuerzas burguesas. Los ideólogos burgueses y reformistas realizaban una gran campaña, desvirtuando el verdadero carácter de esa alianza para convencer a los marxistas poco formados de que las diferencias entre la clase obrera y la burguesía, entre el socialismo y el capitalismo, ya no desempeñaban ningún papel, de que hablan sido «superadas por la historia», &c.

Actuaban, pues, en diversos planos, fuertes presiones de la ideología burguesa. Estas presiones influyeron en la aparición de actitudes oportunistas entre algunos militantes del Partido, sobre todo entre los que actuaban en Francia en el [227] período de la segunda guerra mundial. La principal manifestación de oportunismo fue que, bajo la influencia de Jesús Monzón, en el movimiento de Unión Nacional existente entre la emigración española de Francia, la cara del Partido Comunista, su personalidad, su actividad independiente, quedasen casi anuladas. Dicho movimiento era una especie de «seudopartido» o «superpartido». El Partido Comunista, siendo la fuerza principal, se diluía en un conglomerado amorfo de grupitos y personajes que participaban en la Unión Nacional.

Hubo también otras manifestaciones de oportunismo entre los militantes del Partido a los que más arriba nos hemos referido: subestimaban las acciones reivindicativas de la clase obrera y de otras fuerzas populares, lo que equivalía a dejar libre curso a las tendencias de pasividad despreciando, en general, el papel de las masas como fuerza decisiva en la lucha contra el fascismo.

Se manifestaba igualmente la tendencia a disminuir el papel de las fuerzas obreras y democráticas en el movimiento de unidad, y a preocuparse, principalmente, de buscar colaboraciones con fuerzas de derecha, monárquicos, militares, &c.

El oportunismo en el terreno político se combinaba con el oportunismo en las cuestiones de organización. Este consistía en postergar a los militantes más firmes y de mayor conciencia de clase, en particular los de origen obrero, y en elevar en cambio a cargos responsables a camaradas de escasa formación y débiles vínculos con las masas trabajadoras; a los menos capaces de resistir a la influencia de las ideas burguesas y oportunistas.

En la lucha contra las tendencias oportunistas desempeñó un gran papel la Carta Abierta del Comité Central de enero de 1945. Todo el Partido, pese a las dificultades de la clandestinidad, discutió este documento y lo aprobó unánimemente. Incluso las organizaciones en las que se habían expresado corrientes oportunistas aprobaron la política del Partido sin reservas y corrigieron los errores en que habían incurrido.

Progresos unitarios

La segunda guerra mundial terminó con la capitulación de Alemania y el Japón en 1945.

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La Unión Soviética llevó el peso fundamental de la sangrienta contienda. Ningún pueblo conoció padecimientos comparables a los del pueblo soviético ni sufrió tan terribles pérdidas y destrucciones. De la tremenda prueba de la guerra el régimen socialista salió más fuerte que antes. En la guerra como en la paz quedó demostrada la superioridad del régimen socialista sobre el capitalista.

La titánica lucha del pueblo y del ejército soviéticos salvó a la humanidad de caer bajo el yugo del fascismo y fue el factor decisivo, la clave de la victoria de las Naciones Unidas. El prestigio internacional de la URSS creció en gigantescas proporciones. Las victorias de la URSS contribuyeron a vigorizar las fuerzas democráticas y socialistas de todo el mundo y a debilitar el sistema capitalista mundial.

En 1943, había sido disuelta la Internacional Comunista, después de haber cumplido su gran misión histórica: contribuir a crear y forjar partidos verdaderamente marxistas-leninistas en casi todos los países de la tierra. El desarrollo y la madurez alcanzada por estos partidos hacían innecesario el mantenimiento de un centro dirigente internacional.

La autoridad y la influencia de los Partidos Comunistas, que fueron un ejemplo de firmeza y de patriotismo al frente de la lucha de sus pueblos contra los invasores fascistas, crecieron considerablemente durante la segunda guerra mundial.

En la posguerra una serie de Estados de Europa (Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania Oriental, Hungría Polonia, Rumanía, Yugoeslavia) y más tarde países de Asia como la inmensa China, Corea y Viet-Nam del Norte se desgajaron del sistema capitalista y, dirigidos por la clase obrera, aliada a los campesinos y otras capas populares, establecieron regímenes de democracia popular. El triunfo de la revolución popular en China fue el acontecimiento histórico más importante después de la Revolución Socialista de Octubre, en la marcha de los pueblos hacia el socialismo. Como consecuencia [229] de estos cambios trascendentales se constituyó el campo mundial del socialismo, que abarca a cerca de 1.000 millones de seres y ocupa la tercera parte del universo, y cuya influencia penetra en toda la vida contemporánea.

La correlación de fuerzas, en el plano internacional, entre el socialismo y el capitalismo cambió radicalmente en favor del primero.

Los resultados de la segunda guerra mundial aceleraron el hundimiento del sistema colonial del imperialismo. Numerosos países como la India, Indonesia, Birmania y otros conquistaron la independencia nacional.

La guerra acentuó asimismo la desigualdad del desarrollo económico de los diferentes Estados imperialistas. Aumentó en particular la potencia económica y militar de los Estados Unidos. Estos, convertidos en el centro económico y militar del mundo capitalista, iniciaron muy pronto una política enfilada a establecer su dominación sobre el mundo. Con ese fin se orientaron a romper la coalición antihitleriana forjada en el curso de la guerra y a crear una coalición militar agresiva dirigida contra la URSS y los demás países socialistas.

Gracias a la política de la URSS y a la presión de la opinión pública internacional, en la Conferencia de Potsdam en 1945, y en las Naciones Unidas en 1946 la dictadura de Franco fue condenada como un régimen impuesto a España con la ayuda armada de las potencias fascistas y asociado a dichas potencias en el curso de la segunda guerra mundial. Pero los países imperialistas, y en particular los EE.UU., evitaron que esa condena moral se tradujese en medidas concretas, tales como la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales, y continuaron prestando al franquismo ayuda económica y política.

Al amparo de esta política de EE.UU. y de Inglaterra, se operó cierto reagrupamiento de las fuerzas reaccionarias españolas en torno a la dictadura de Franco. Ello se reflejó en la

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reorganización del Gobierno en el verano de 1945. La Iglesia desempeñó en este orden un papel muy importante: el dirigente de Acción Católica, Martín Artajo, fue nombrado ministro de Estado. Otros grupos reaccionarios se esforzaban, [230] entre tanto, en preparar una eventual solución de recambio, basada en la Monarquía, para el caso de que Franco no pudiera sostenerse en el Poder.

En diciembre de 1945 se celebró en Toulouse (Francia) un Pleno del PCE, el primero después de la guerra. El Pleno comprobó que la influencia y el prestigio del Partido habían aumentado considerablemente. Incluso gentes que no se distinguían por su simpatía hacia los comunistas, reconocían que, en España, mientras los otros partidos obreros y democráticos se habían disgregado, el PCE mantenía su organización clandestina y proseguía la lucha.

Fuera de España, el Partido Comunista había cumplido sus deberes internacionalistas y entregado una generosa contribución de sangre a la lucha general de los pueblos contra los agresores fascistas.

En Francia, nuestro Partido había sido el organizador de las unidades de guerrilleros españoles que tan gran papel desempeñaron, al lado del pueblo francés, en la lucha por liberar de invasores hitlerianos extensas regiones meridionales de ese país. Entre los camaradas que cayeron en esta lucha o víctimas del terror hitleriano figuran José Miret, Buitrago, Alfonso, Ríos, Barón. Muchos comunistas españoles –algunos de ellos fusilados o encarcelados posteriormente por Franco– recibieron altas condecoraciones del Gobierno francés por su contribución a la guerra contra el hitlerismo.

En la Unión Soviética, cientos de comunistas españoles combatieron en el frente y en la producción, al lado del heroico pueblo soviético. En los frentes de batalla de la guerra antihitleriana y en el movimiento guerrillero cayeron heroicamente en tierra soviética numerosos comunistas españoles como Rubén Ruiz Ibárruri, Justo Rodríguez, José Fusimaña, Francisco Gullón, Santiago de Paúl Nelken.

Los comunistas españoles emigrados en otros países de Europa, África y América participaron en la lucha contra el hitlerismo.

En el informe presentado al Pleno de Toulouse, la camarada Dolores Ibárruri salía al paso de las ilusiones, alimentadas en amplios sectores, de que el régimen franquista se iba a hundir «automáticamente». Insistía en que, [231] para terminar con la dictadura, era necesario «el entendimiento patriótico de todas las fuerzas nacionales», la conjunción de los esfuerzos de todos los antifranquistas en la lucha contra la dictadura.

Los debates y resoluciones del Pleno de Toulouse tuvieron como eje la organización y desarrollo de las acciones y luchas de las masas en el interior del país. El Partido valoraba la solidaridad internacional con la democracia española, pero insistía en que lo decisivo para terminar con la dictadura era la lucha del pueblo.

Era necesario que el Partido estrechase, sobreponiéndose a las duras condiciones de clandestinidad, sus vínculos con las masas, para ayudar a éstas a defender sus intereses e imprimir a sus protestas y a sus acciones un carácter cada vez más combativo.

El Pleno aprobó un Programa en el que se definían los objetivos de la lucha contra la dictadura y las medidas necesarias para la democratización de España.

El Partido tomó posición contra las maniobras reaccionarias, apoyadas por ciertos grupos anarquistas, socialistas y republicanos, que tendían a restaurar la Monarquía en caso de hundimiento de la dictadura franquista.

Frente a esos intentos de buscar soluciones a espaldas del pueblo, el Pleno del Partido reiteró su propuesta de organizar una consulta verdaderamente democrática al pueblo, previa la

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eliminación del franquismo, para lo cual sugirió la constitución de un Gobierno de coalición nacional.

Los esfuerzos unitarios del Partido obtuvieron, después del Pleno de Toulouse, algunos resultados positivos. Como consecuencia del crecimiento de la influencia del PCE, del prestigio ganado en el plano mundial por los Partidos Comunistas que participaban entonces en los Gobiernos de Francia, Italia, Bélgica y otros países, y también de la presión que ejercía la voluntad unitaria de las masas, en España y en la emigración, los partidos republicanos y el Partido Socialista comprendieron que era necesario establecer cierta forma de colaboración con el Partido Comunista.

En Méjico se habla constituido en 1945, después de la dimisión de Negrín. un nuevo Gobierno republicano en el [232] exilio presidido por José Giral. A comienzos de 1946, éste propuso al PCE la participación en dicho Gobierno. El Partido aceptó y designó al camarada Santiago Carrillo como ministro del mismo. Desde esa fecha hasta el verano de 1947, el Partido participó, al lado de los partidos republicanos, del PSOE, de un grupo cenetista, de los partidos nacionalistas de Euzkadi y Cataluña, en los gobiernos republicanos presididos en el exilio por Giral y Llopis. La unidad plasmada en esos gobiernos representó una ayuda importante para el desarrollo de la acción del pueblo español contra el franquismo.

Gracias a las orientaciones dadas por el Pleno de Toulouse, el Partido consiguió mejorar su trabajo en España y reforzar su organización.

En varias zonas, la simpatía de las masas campesinas por la causa antifascista se traducía en solidaridad concreta hacia los grupos guerrilleros.

En diversas regiones industriales las acciones obreras fueron adquiriendo mayor empuje.

En los primeros meses de 1947 tuvieron lugar movimientos reivindicativos en varias empresas metalúrgicas de Madrid, en fábricas textiles de Cataluña, en Guipúzcoa y en otros lugares.

La agitación obrera era particularmente intensa en los grandes centros de la industria pesada de Vizcaya, donde se desarrollaron varias huelgas parciales y plantes. Los pacientes esfuerzos del Partido Comunista facilitaron la coincidencia del conjunto de las fuerzas antifranquistas de Euzkadi, gracias a la cual fue posible la huelga general del Primero de Mayo de 1947 en Bilbao.

En el manifiesto llamando a la huelga, el Partido decía:

«Nada podrá impedir que nuestra valiente clase obrera celebre este Primero de Mayo de 1947 corno una jornada de intensificación de la unidad y de la lucha antifranquista... ¡Obreros! ¡Que nadie asista al trabajo ese día! Fábricas, minas y lugares de trabajo en general deben permanecer vacíos y silenciosos toda la jornada... En este Primero de Mayo, ni un solo obrero a trabajar.

Partido Comunista de Euzkadi». [233]

La huelga fue un éxito rotundo. En ella participaron más de 50.000 trabajadores. Fue la primera gran acción de masas del proletariado después de la implantación del fascismo en España.

La huelga de Bilbao confirmó las reiteradas declaraciones del Partido Comunista de que, pese al terror fascista, la clase obrera, el pueblo, podían luchar. La acción de los obreros vizcaínos, que se extendía a algunos sitios de Guipúzcoa y levantó el entusiasmo de los trabajadores y demócratas en toda España, tuvo un carácter esencialmente político y sembró el pánico en las esferas gobernantes. Era una prueba fehaciente de que por el camino de la unidad y de la lucha se podía acabar con la dictadura.

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Cambio de táctica

A partir de 1947, el imperialismo yanqui emprendió abiertamente la «guerra fría» contra la URSS y las democracias populares. Sin ningún recato, tomó bajo su protección a las fuerzas reaccionarias y a los residuos fascistas en todo el mundo, singularmente en Alemania Occidental, asumiendo el papel de gendarme mundial frente a las fuerzas obreras y democráticas.

La bandera utilizada por los imperialistas en su ofensiva contra la independencia, la libertad y el progreso de los pueblos fue el anticomunismo. Desplegando en escala mundial una campaña calumniosa contra los comunistas, el imperialismo se esforzó en romper la unidad democrática forjada en el curso de la segunda guerra mundial. Bajo el influjo de los Estados Unidos, en 1947 las fuerzas reaccionarias y los socialdemócratas de Italia y de Francia eliminaron a los comunistas de los Gobiernos de esos países.

La «guerra fría» y el anticomunismo fueron para el franquismo una tabla de salvación. El imperialismo yanqui no sólo intensificó su ayuda a la dictadura, sino que acentuó su presión sobre diversas fuerzas del campo antifranquista para que rompiesen la unidad democrática plasmada en el Gobierno republicano en el exilio. [234]

Contra la unidad dirigieron sus golpes con especial celo los elementos más derechistas del PSOE y una fracción de la CNT. Esta fracción había surgido en el proceso de descomposición política e ideológica del anarcosindicalismo. La CNT se había dividido en una CNT «política» y otra que seguía pregonando los dogmas «apolíticos».

La primera, a pesar de que participó durante un período en el Gobierno republicano en el exilio, apoyó cada vez más abiertamente a la reacción monárquica. Algunos de los dirigentes de la CNT «política» (los Luque, Leiva y otros) ofrecieron su apoyo al pretendiente al trono. Se puso así de relieve, una vez más, que la ideología anarquista, por su misma raíz pequeño-burguesa, no sólo es incapaz de guiar a los trabajadores por una senda revolucionaria, sino que abona el terreno para toda suerte de degeneraciones políticas, como el citado «anarco-monarquismo».

La orientación reaccionaria de la CNT «política» ayudó en cierto modo a que la otra fracción pudiese conservar influencia entre una parte de los cenetistas de la emigración, pese a que «apoliticismo» se expresaba sobre todo en una política antiunitaria, en el anticomunismo y en el apoyo a las campañas antisoviéticas del imperialismo.

Mientras tanto, en el seno del Partido Socialista Prieto encabezaba la lucha por la liquidación del Gobierno republicano con los monárquicos. En el verano de 1947, con el apoyo que le daba la política de guerra fría del imperialismo, obtuvo que una Asamblea de Delegados del PSOE votase la retirada de éste del Gobierno republicano presidido a la sazón por el socialista Llopis, lo que equivalía a la liquidación del Gobierno republicano unitario. La asamblea decidió que el PSOE concertase un pacto con los monárquicos (política que fracasó a pesar de los «buenos deseos» de los socialistas).

Ante el III Congreso del PSOE en el exilio, Prieto definió la esencia de la política preconizada por él para acabar con la dictadura en los términos siguientes:

«Camino no hay otro... que el de servir los deseos de [235] las potencias occidentales reduciéndonos a lo que dichas potencias quieren concedernos».

La historia ha demostrado sobradamente que «lo que las potencias occidentales querían conceder», no era ni más ni menos que la continuación del régimen franquista.

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Los resultados de la política del PSOE fueron romper la incipiente unidad lograda en torno al Gobierno republicano y debilitar en consecuencia la lucha antifranquista tanto en el país como en el plano internacional. Ello cerró la perspectiva alentadora abierta por la gran huelga de Bilbao, y en cambio facilitó los planes imperialistas de mantener a España bajo el yugo fascista y de utilizar su suelo como plaza le armas.

A la fase de lento y laborioso renacer del movimiento antifranquista, que se prolongó de 1943 a 1947, sucedió una fase de descenso entre finales de 1947 y 1950. Las causas principales de ese cambio fueron «la guerra fría» en el terreno internacional y la ruptura de la unidad democrática en el plano español.

El PCE tuvo que enfrentarse con nuevas dificultades. La política de los gobiernos imperialistas, del Vaticano, de la Internacional Socialista, se centraba en el anticomunismo, en su forma más desenfrenada. En Francia, un Gobierno en el que participaban los socialistas tomó medidas represivas contra los comunistas españoles, que tan alta contribución de sangre habían entregado a la causa de la resistencia antihitleriana; «Mundo Obrero» fue prohibido, mientras seguían publicándose periódicos socialistas y cenetistas que dedicaban páginas enteras a difundir calumnias anticomunistas; numerosos militantes del PCE y del PSUC fueron detenidos y deportados por las autoridades francesas.

El PCE hizo frente a las nuevas dificultades que se interponían en su camino. Sobre la base de un profundo examen de la realidad nacional e internacional y de un análisis crítico y autocrítico de la política seguida hasta entonces, estableció un cambio de táctica que habría de permitirle obtener posteriores éxitos en la lucha, al frente de las masas, contra la dictadura franquista.

La necesidad del cambio de táctica estaba determinada, [236] en primer lugar, por los cambios que se habían operado en la situación. La actitud de las potencias imperialistas liquidaba por completo la posibilidad de que el régimen franquista desapareciese como consecuencia directa de la derrota del fascismo en la segunda guerra mundial. Si en Italia y en Alemania el fascismo había sido eliminado en gran parte como consecuencia de factores exteriores, el pueblo español tenía que enfrentarse con la tarea de acabar con una dictadura fascista por la acción de factores interiores, por la lucha de las masas, lucha que aceleraría el quebrantamiento y descomposición del bloque gobernante.

A la luz de la nueva situación, el Partido llegó a la conclusión de que era necesario introducir un cambio en la táctica seguida hasta entonces, la cual se basaba en el criterio, común a todas las fuerzas democráticas, de una rápida caída de la dictadura como resultado de la derrota hitleriana, pero que no tenía suficientemente en cuenta la política imperialista.

En octubre de 1948 se celebró una reunión amplia de dirigentes y cuadros del PCE y del PSUC para examinar a fondo la cuestión decisiva de las ligazones del Partido con la clase obrera y revisar la táctica sindical del Partido.

A raíz de la implantación del fascismo, el Partido había aconsejado el trabajo en el seno de los sindicatos y organizaciones fascistas como uno de los medios para los comunistas de mantener contactos con las masas, a pesar de que en los primeros tiempos de la dictadura las posibilidades reales de aplicar esta orientación eran limitadísimas.

Más tarde, el Partido no luchó con la suficiente energía en pro de la táctica leninista de trabajar siempre allí donde están las masas, inclusive en los sindicatos reaccionarios; a partir de 1944, y con la perspectiva de un rápido hundimiento de la dictadura, había preconizado la creación de sindicatos clandestinos en vez de trabajar en los sindicatos verticales. Al examinarse en 1948 esta cuestión se comprobó que semejante orientación no había dado resultados positivos.

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El Partido debía adoptar una táctica que le permitiese estrechar y multiplicar sus vínculos con la clase obrera en su conjunto, y no sólo con los grupos de veteranos obreros [237] revolucionarios que eran, por añadidura, los más castigados por la represión policíaca.

La clase obrera en 1948, ni por su composición, ni por su grado de conciencia, era la misma que la de 1936-1939. El Partido, las fuerzas de vanguardia en general, habían sido diezmadas por la guerra, el terror, la cárcel o la emigración. A las filas del proletariado se habían incorporado una nueva generación obrera y grandes masas provenientes del campo.

En el seno de los sindicatos verticales creados por el Gobierno estaban afiliados forzosamente todos los obreros. La aversión de los trabajadores a estas organizaciones y sus protestas habían obligado al franquismo a realizar ciertas concesiones y se habían creado algunas posibilidades, si bien muy limitadas, para que los obreros pudiesen actuar dentro de esos sindicatos en defensa de sus reivindicaciones.

A la luz de un examen concreto de la realidad, el Partido llegó a la conclusión de que el deber de los comunistas era trabajar en el seno de los sindicatos verticales para ligarse allí a las masas; plantear en ellos las reivindicaciones de los obreros y unirles en la acción, lo que iría dándoles confianza en sus esfuerzos y elevando su conciencia política.

El Partido comenzó a combinar el trabajo ilegal con el aprovechamiento de las posibilidades legales, no sólo en los Sindicatos Verticales, sino en todas las organizaciones de masas existentes bajo la dictadura.

En el plano sindical y en todos los terrenos, el Partido se orientó a una táctica paciente de acumulación de fuerza. El Partido tenía que adoptar los métodos de trabajo y de lucha que mejor le permitiesen fundirse con las amplias masas, ayudar a éstas a ponerse en movimiento, a defender sus intereses, a enfrentarse con la dictadura en acciones modestas, parciales, limitadas, que después podrían convertirse en otras de mayor envergadura.

Para las tareas que surgían en la nueva situación, perdía su razón de ser la lucha guerrillera, que en épocas anteriores había sido una aportación heroica y valiosa a la causa antifascista. La dirección del Partido, de acuerdo con los jefes del movimiento guerrillero, decidió la disolución de dicho movimiento. [238]

La aprobación de la nueva táctica en 1948 inició un viraje en la vida del Partido; representó la superación de cierto subjetivismo que había existido anteriormente en la apreciación de algunas realidades del país, particularmente en la insuficiente apreciación de las consecuencias desmoralizadoras que la derrota había tenido en amplios sectores del pueblo, llevándoles a perder la confianza en sus fuerzas.

A partir de ese momento, el Partido progresó considerablemente en la elaboración de una táctica verdaderamente ajustada a la situación concreta existente en España. El cambio de táctica de 1948 significó asimismo un golpe muy serio a ciertas concepciones sectarias que habían dificultado la ligazón del Partido con las masas; el Partido consiguió que esa ligazón se elevase cualitativamente; a partir de entonces, y a pesar de la dictadura fascista, el Partido fue enraizándose más y más profundamente en las masas populares de nuestro país.

La aplicación de la nueva táctica permitió al PCE y al PSU mejorar su labor de orientación y educación política de la clase obrera e intervenir de un modo decisivo en la gestación de una fase de ascenso de las luchas obreras y populares, a través de una serie de pequeñas acciones y protestas contra el empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo. Gracias a la nueva táctica sindical, en las elecciones de enlaces de octubre de 1950 fueron elegidos –sobre todo en Cataluña– muchos comunistas y otros obreros conscientes y combativos.

El primer fruto importante del cambio de táctica se cosechó en la primavera de 1951.

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Nueva etapa

En la primavera de 1951 se produjo una intensificación de las luchas populares. El 1º de marzo comenzaba un boicot a los tranvías como protesta contra el aumento de Barcelona labor tenaz y paciente del PCE y del PSUC por elevar la conciencia de los trabajadores y, por organizarlos para la lucha contra la dictadura franquista comenzaba a dar sus frutos. [239]

Y si bien en la organización y desarrollo de la lucha participaron ampliamente los estudiantes, que expresaban con su protesta el descontento de la pequeña y media burguesía, el papel principal correspondió a los trabajadores, que dieron al boicot un carácter de protesta general contra la dictadura.

El Gobierno quiso ahogar en su origen este movimiento pacífico; la policía practicó numerosas detenciones. No obstante, el éxito del boicot fue total. La población de Barcelona se abstuvo unánimemente de utilizar los tranvías durante cinco días.

El 4 de marzo, en pleno auge de la lucha, el PSUC publicó un manifiesto llamando a los trabajadores a la huelga y a transformar el movimiento contra la subida de las tarifas de los tranvías en una gran acción contra el régimen franquista. El manifiesto planteaba las cuestiones más sentidas por los trabajadores: lucha contra la carestía de la vida y por la elevación de los salarios, contra el terror y contra la política de guerra de la dictadura.

Esta idea de huelga fue acogida y puesta en práctica por los trabajadores. El 6 de marzo, después de una reunión tempestuosa con los jerarcas fascistas de los sindicatos, los enlaces, entre los que había comunistas elegidos en las votaciones de octubre de 1950, decidieron, en unión de los obreros más consientes llamar a los trabajadores barceloneses a declarar la huelga general el 12 de marzo para protestar contra la carestía de la vida.

La huelga se inició en las fábricas textiles de Pueblo Nuevo y se extendió a toda Barcelona. Pararon los obreros de las industrias textil, metalúrgica, química, de la construcción y otras. Se sumaron a la huelga también los taxistas, los empleados de teléfonos y espectáculos públicos, la mayoría de los tranviarios, &c.

El pueblo de Barcelona salió a la calle y formó potentes manifestaciones que se dirigieron al Gobierno Civil y al Ayuntamiento protestando contra la carestía de la vida.

La huelga de Barcelona produjo en los medios gubernamentales pánico y desconcierto, que reflejó el ministro de Trabajo, el falangista Girón, en este comentario: [240]

«En 24 horas, la insensatez de ciertas gentes hubiera podido dar al traste con la obra levantada con tanto esfuerzo».

El Gobierno volcó sobre la capital catalana sus fuerzas represivas; Barcelona fue ocupada prácticamente por la Policía Armada y la Guardia Civil. La policía practicó detenciones en masa. Las tropas de la guarnición de la capital catalana fueron acuarteladas. El Gobierno envió al puerto de Barcelona cuatro buques de guerra.

La huelga general duró hasta el día 14, en que los obreros reanudaron el trabajo en la mayoría de las empresas y fábricas.

El Gobierno intentó tomar represalias contra los huelguistas, pero ante la actitud de los obreros que amenazaban con ir de nuevo a la huelga, tuvo que desistir. Los trabajadores percibieron los salarios y sueldos de los días de huelga. La mayoría de los detenidos fueron puestos en libertad. Los obreros volvieron al trabajo como vencedores. La huelga general había sido no

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sólo una protesta contra la vida cara, sino también una gran acción contra el régimen franquista, causante de la carestía, una acción que dio ánimo a millones de hombres y mujeres para incorporarse a la lucha contra el franquismo.

En los meses que siguieron a la huelga de Barcelona, fueron escenario de luchas y protestas obreras y populares Vizcaya, Álava, Navarra, Madrid, Guipúzcoa y diversos pueblos en distintas provincias. Las huelgas y manifestaciones de la primavera de 1951 afectaron a centros fundamentales de la industria y abarcaron a cientos de miles de trabajadores.

En las manifestaciones populares y movilizaciones de masas participaron, al lado de los obreros veteranos, los jóvenes trabajadores que no habían conocido los tiempos de la República, y los campesinos recientemente incorporados a la industria, así como miles de empleados y funcionarios, estudiantes e intelectuales. Amplios sectores de la pequeña burguesía y de la burguesía no monopolista expresaron sus simpatías al movimiento.

A las huelgas y protestas de 1951 siguió una acción represiva contra los comunistas. La policía detuvo y torturó salvajemente al dirigente comunista Gregorio López Raimundo y a 27 trabajadores más, la mayor parte militantes del Partido, acusados de ser organizadores del movimiento de Barcelona. El Gobierno pretendía aplicarles un castigo ejemplar y amedrentar a las fuerzas de la oposición antifranquista: pero fracasó ruidosamente en sus propósitos. La movilización del pueblo en defensa de los detenidos y la campaña internacional de solidaridad impidieron que el franquismo realizara sus criminales proyectos de condenar a muerte a estos patriotas.

El proceso contra Gregorio López Raimundo y sus compañeros demostró que el franquismo no estaba ya en condiciones de aplicar el terror con la misma intensidad que en épocas anteriores y que el pueblo español y la solidaridad internacional podían, con su movilización, detener la mano del verdugo.

La huelga general de Barcelona y las acciones desarrolladas en muchos otros lugares de España habían abierto una nueva etapa en la lucha del pueblo contra la dictadura franquista.

Esa etapa estaba determinada por un conjunto de cambios operados tanto en la situación económica del país, como en el aspecto político.

La política económica de la dictadura al servicio de la oligarquía financiera-terrateniente lesionaba a sectores cada vez más amplios de la población. Durante unos años, la aguda escasez reinante como resultado de la guerra civil y de la segunda guerra mundial había permitido a una parte de los pequeños y medios comerciantes, industriales y campesinos obtener pingües ganancias. Pero esta situación comenzó a cambiar y a medida que se fortalecían los grandes monopolios, y en particular el capitalismo monopolista de Estado, muchas empresas pequeñas y medias se vieron reducidas a una situación difícil.

La burguesía no monopolista empezó a sentir todo el rigor de la política económica de la dictadura.

La evolución económica se reflejó en la situación política. Se acentuó el aislamiento y la desintegración de Falange, que dejaba de ser la fuerza fundamental del conglomerado [242] franquista. De ella se separaban fuerzas políticas que en 1937 habían ingresado por decreto en sus filas, e incluso diversos elementos falangistas de la primera hora. Unos y otros se orientaban a realizar cierta actividad política al margen del «Movimiento Nacional».

Por su parte, la Iglesia no podía dejar de tener en cuenta el creciente descontento de las masas; si la jerarquía continuaba, en su conjunto, apoyando a la dictadura, algunas personalidades católicas, seglares y eclesiásticas, empezaban a diferenciarse del régimen adoptando ciertas actitudes críticas para conservar el ascendiente de la Iglesia sobre las masas

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católicas. Comenzaron a crear las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), que aparecían como un embrión de sindicatos de tipo democristiano, independientes del régimen. A través de sus órganos de prensa, como el semanario «Tú», criticaban diversos aspectos de la política social de la dictadura y adoptaban posturas «liberales». Con todo ello pretendían sentar las bases de un movimiento católico de oposición que pudiera reclamar el derecho a desempeñar un papel dirigente en la vida política española, en caso de bancarrota del franquismo, cuya posibilidad la Iglesia no excluía.

Además de estos cambios económicos y políticos estaba cambiando también la conciencia de la clase obrera, merced a su propia experiencia y a la labor infatigable de los comunistas. Las masas empezaban a hacer acto de presencia en la vida política española. En la primavera de 1951 se lanzaron a la calle para protestar contra la carestía, pero también contra el régimen de tiranía y terror.

Este era el factor fundamental que había roto la relativa estabilidad y provocado el comienzo de la crisis política de la dictadura.

El general Franco creyó poder zanjar la crisis política del régimen con algunos cambios ministeriales, introducidos en el verano de 1951. Dichos cambios reflejaron, en cierta forma, las modificaciones que se habían operado en la constelación de las fuerzas reaccionarias. Disminuyó el peso de la Falange en el Gobierno y, en cambio, fueron incorporados a él representantes de la derecha católica, del tradicionalismo y del campo monárquico alfonsino. Uno de los objetivos la reorganización ministerial era contener las corrientes oposicionistas en el seno de la burguesía, dando la sensación de que el régimen iba a «liberalizarse».

El Partido extrajo de la experiencia viva de las acciones populares de la primavera de 1951 las lecciones que podrían permitirle perfeccionar su actividad. Durante las huelgas y manifestaciones habían aparecido defectos del Partido que éste debía corregir. Al análisis autocrítico de tales defectos estuvieron dedicados, fundamentalmente, el informe de la camarada Dolores Ibárruri en la reunión de dirigentes del Partido, del 25 de octubre de 1951, y la Carta del Comité Central del PCE a sus organizaciones y militantes de julio de 1952.

Uno de los problemas importantes abordados fue el de la debilidad del trabajo del Partido en el campo. Las acciones de la primavera de 1951 habían demostrado la necesidad de incorporar a la lucha a los jornaleros agrícolas y a los campesinos pobres, aliados naturales de la clase obrera. Esto reclamaba de todos los comunistas un esfuerzo perramente para ayudar a las masas rurales a formular sus reivindicaciones y a defenderlas con energía.

El Partido criticó la tendencia al practicismo en el trabajo, la tendencia a subestimar la discusión política y el estudio del marxismo-leninismo dejándose absorber por las tareas prácticas. Los comunistas debían desarrollar mayor actividad en el frente ideológico para contrarrestar los efectos de la propaganda del régimen franquista y del imperialismo, enfilada a destruir la conciencia de clase del proletariado. Era esencial también estimular la iniciativa política de los militantes y de las organizaciones del PCE.

En la nueva etapa de la lucha contra el franquismo, el Partido tenía que desprenderse de cuanto dificultase el reforzamiento de sus vínculos no sólo con la clase obrera y los campesinos, sino también con los núcleos sociales que manifestaban más o menos claramente su oposición al franquismo.

El Comité Central señalaba a los militantes la necesidad de conocer de una manera concreta los problemas que agobian a los trabajadores de la ciudad y del campo y de ligar esas cuestiones a la lucha contra la dictadura. [244]

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Tales fueron los principales problemas que el C. C. planteó a los militantes del Partido a la luz de las grandes luchas de 1951.

Un pacto de guerra

El 26 de septiembre de 1953, el Gobierno del general Franco suscribió con el de los EE.UU. un pacto militar que hipotecaba la soberanía nacional e incorporaba España a los planes bélicos del imperialismo norteamericano. Este pacto fue precedido por el Concordato concertado un mes antes entre el Vaticano y el franquismo.

En el mundo se desarrollaba una gigantesca lucha de las fuerzas de la paz y de la guerra. La Unión Soviética y las democracias populares realizaban un gran esfuerzo para aliviar la tensión internacional; un movimiento de partidarios de la paz, sin precedentes por su amplitud, después de haber recogido millones de firmas contra la bomba atómica, abría campaña en pro de la solución negociada de los problemas litigiosos. Mientras tanto, los círculos agresivos del capital monopolista norteamericano, apoyándose en las fuerzas más reaccionarias de todo el mundo, procuraban agravar la tensión internacional, aceleraban la carrera armamentista y establecían en numerosos países bases militares destinadas a la agresión contra la URSS.

Entre los ayudantes de los belicosos imperialistas yanquis no podía faltar el general Franco.

El pacto yanqui-franquista era la culminación lógica de la política que los gobernantes estadounidenses habían emprendido ya en 1943, en plena guerra antihitleriana, política de sostén de la dictadura franquista a cambio de la complicidad de ésta para una profunda penetración económica y militar del imperialismo norteamericano en España.

El Comité Central del PCE y el Secretariado del PSUC condenaron en una declaración conjunta de octubre de 1953 este pacto de misión nacional y denunciaron los peligros que encerraba para nuestro país.

Frente a las falaces declaraciones franquistas, que [245] prometían con el pacto militar una benéfica «lluvia de dólares» sobre España, el PCE y el PSUC afirmaban que ese pacto sólo beneficiaría a los multimillonarios yanquis, a Franco y a los grandes oligarcas españoles, y que para el país no reportaría más que el aumento de la carestía, el descenso del valor adquisitivo de la peseta, el crecimiento de la inflación y los impuestos con todas sus consecuencias. El gobierno franquista entregaba a una potencia extranjera las llaves de las finanzas españolas con la llamada «cuenta de contrapartida».

Y con ser esto grave, no era lo peor. El pacto estipulaba el emplazamiento de bases de guerra aeronavales y la instalación de bases atómicas de Estados Unidos en el suelo español. En lo sucesivo, España podía verse arrastrada, de la noche a la mañana, a una guerra completamente ajena a sus intereses nacionales. España perdía por completo el control sobre su propia seguridad y hasta el derecho de decidir en cuestiones de vida o muerte para ella, como las de la paz o la guerra.

Ante estas gravísimas conculcaciones de la soberanía nacional el PCE y el PSUC llamaban al pueblo a la protesta y a la vigilancia, y frente a los planes agresivos de Franco y sus valedores levantaban la bandera del patriotismo y del internacionalismo, declarando firme y públicamente:

«El pueblo español no empuñará las armas contra la Unión Soviética ni contra ningún país pacifico».

La firma del pacto puso de relieve el error de la política de los dirigentes del Partido Socialista, de la CNT, de los partidos republicanos y nacionalistas, que durante muchos años habían

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sembrado falsas ilusiones acerca de la disposición de los gobernantes de los EE.UU. a ayudar a nuestro país a liberarse de la dictadura franquista. La realidad vino a dar la razón a los comunistas, a sus constantes denuncias sobre los verdaderos propósitos antidemocráticos, imperialistas, de los gobernantes norteamericanos en lo que concernía a España.

Después de la firma del pacto, algunos dirigentes socialistas, anarquistas y republicanos, lejos de revisar sus erróneos conceptos, se entregaron a un pesimismo desmoralizador. Este fenómeno adquirió singular relieve en el movimiento [246] anarquista. Mientras trabajadores anarquistas se orientaban hacia el comunismo, algunos de sus dirigentes se abismaban en la más completa degeneración ideológica.

Los Leval y los García Pradas, los Abad de Santillán y los Barco, llegaron a afirmar que, en las circunstancias mundiales contemporáneas, la emancipación de la clase obrera era imposible. Según ellos, la posesión de la bomba atómica confería a los capitalistas tal superioridad que no quedaba los trabajadores otro camino que resignarse mansamente a ser explotados por la burguesía. Y afirmaban esto cuando la bomba atómica no era ya monopolio de los capitalistas, ni este arma ni ninguna otra eran capaces de contener la crisis del capitalismo, el desplome del sistema colonial del imperialismo, los avances de la Unión Soviética y del campo socialista, la elevación de la conciencia de la clase obrera de los países capitalistas. Estos «teóricos» anarquistas no veían otra salida para el pueblo español que mendigar por las cancillerías imperialistas una ayuda, que nunca llegaría, para conseguir la liberación de España.

Con tales argumentos, fiel trasunto de las teorías fatalistas de algunos sociólogos del imperialismo, esos líderes pasaban de hecho de la «prédica de la revolución social y del comunismo libertario» al «campo de la contrarrevolución» coincidiendo de lleno con el reformismo de los líderes socialistas de derecha, que tanto habían criticado en otras épocas.

Combatiendo en el dominio ideológico estas «teorías» de la impotencia y la derrota, el Partido se esforzaba en ayudar a los trabajadores anarquistas a encontrar el verdadero camino revolucionario. A esta tarea estuvieron consagrados diversos artículos sobre el anarquismo, escritos por la camarada Dolores Ibárruri, en los primeros meses de 1953.

Después de la conclusión del pacto, el franquismo confiaba que con la ayuda de los EE.UU. podría contener la protesta popular y neutralizar a las fuerzas políticas que las grandes acciones de la primavera de 1951 habían puesto en movimiento.

Pero se equivocó; la lucha de clases adquirió mayor intensidad. Un número creciente de trabajadores se incorporaba a la acción reivindicativa, protestaba contra los abusos [247] y arbitrariedades de las empresas, exigía aumento de salarios. En toda España surgían conflictos laborales.

Apenas transcurridos dos meses desde la firma del pacto militar con los EE.UU., tres mil obreros de la «Euzkalduna» de Bilbao se declararon en huelga reivindicando un salario que les permitiese vivir sin realizar jornadas agotadoras. La huelga duró nueve días. Con los obreros de la «Euzkalduna» se solidarizaron total o parcialmente los de las factorías más importantes de Vizcaya. La población laboriosa de Bilbao expresó de las más diversas formas su simpatía a los huelguistas. El movimiento de solidaridad se extendió también a Tolosa, Azpeitia, Azcoitia y otras ciudades de Guipúzcoa.

La huelga de la «Euzkalduna» fue una gran lección de unidad y de solidaridad, pero su importancia no se limitó a esto. Ante el peligro de que la ola huelguística se extendiera, el Gobierno franquista revisó las reglamentaciones de trabajo, a lo que se había venido resistiendo de una manera sistemática, y otorgó un aumento de salarios del 10 al 15 por 100 en diversas industrias. Con ello se abrió una brecha en el bloqueo de los salarios.

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Estimulados por la lucha de la clase obrera, sobre todo después de las acciones de 1951, los intelectuales y la juventud universitaria irrumpían también en la escena política, expresando de una manera más o menos explícita sus deseos de conquistar la libertad, de salvaguardar la independencia nacional y de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo.

Entre los intelectuales españoles se había operado una profunda diferenciación: una minoría reducida de intelectuales reaccionarios y sin prestigio seguía defendiendo al régimen; el resto adoptaba diferentes posiciones políticas, que iban desde el liberalismo y el monarquismo hasta el reformismo socialdemócrata y el comunismo.

La penetración del marxismo en sectores de la nueva generación intelectual, crecida bajo el franquismo, era un hecho nuevo y de gran importancia en la vida política española.

En el campo de la poesía, de la prosa, del cine, de las artes plásticas, abundaban los intelectuales que hacían en sus obras valientes críticas del régimen, combatían la penetración del imperialismo norteamericano, ensalzaban la paz, [248] la libertad y el progreso. Los intelectuales avanzados y la juventud universitaria, que habían hecho acto de presencia en los momentos cruciales de la historia de España comenzaban a participar también ahora en la acción contra el régimen franquista. El Partido prestó a estas fuerzas la mayor atención.

En abril de 1954, el Comité Central del PCE publicó un «Mensaje a los intelectuales patriotas», en el que les alentaba a la lucha contra la dictadura y les invitaba al estudio del marxismo-leninismo.

El V Congreso

La necesidad de colocar el Partido a la altura de las exigencias políticas que presentaba la nueva etapa que había comenzado en el país y de reforzarle orgánicamente, aconsejaban la celebración de un Congreso.

El Pleno del Comité Central celebrado en España en marzo de 1936 había fijado la celebración del V Congreso para agosto de aquel mismo año, pero el estallido de la sublevación militar fascista, la guerra civil, la derrota de la República, los años de clandestinidad bajo la dictadura fascista, el exilio forzoso de muchos militantes y dirigentes del Partido, la guerra mundial, impidieron que se celebrase durante un largo período. La Dirección del PCE no quería hacer un Congreso de emigración. Sólo cuando pudo garantizar una amplia representación de las organizaciones del Partido en el interior de España, juzgó llegado el momento de convocar el Congreso.

Del 1 al 5 de noviembre de 1954 se reunió el V Congreso del Partido Comunista de España con representación de las organizaciones de Madrid, Cataluña, Euzkadi, Valencia, Asturias, Galicia, Andalucía, Extremadura y otras regiones, así como de las organizaciones del exilio. El rasgo característico del Congreso fue la unidad política de los comunistas del interior y del exterior, la unidad monolítica de todo el Partido.

El Congreso analizó la situación económica y política de España y trazó la línea del Partido en la lucha contra la dictadura, por el restablecimiento de una situación democrática [249] en nuestro país, por el mejoramiento de la situación de las masas populares.

El V Congreso discutió y aprobó el nuevo Programa y los Estatutos del Partido. Sobre los proyectos de estos dos documentos fundamentales se había desarrollado en todas las organizaciones del PCE una amplia discusión que duró varios meses y reflejó el crecimiento ideológico y la unidad del Partido.

El Programa exponía los principales fenómenos económicos, sociales y políticos ocurridos en España después de la instauración del franquismo. Como consecuencia de la dominación del fascismo, al mismo tiempo que se conservaba la gran propiedad latifundista y otras

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supervivencias semifeudales se había desarrollado extraordinariamente el capital monopolista, en particular el capitalismo monopopolista de Estado, que, en connivencia con la aristocracia latifundista, expoliaba rapazmente a la inmensa mayoría de la población. Con ello se revelaba más acusadamente el doble carácter antifeudal y antimonopolista de la revolución democrática española. De otro lado, la firma del pacto yanqui-franquista, que enajenaba la independencia y comprometía la seguridad del país, había reforzado el contenido antiimperialista de la lucha popular por la democracia, que tenía como uno de sus principales objetivos el restablecimiento de la plena soberanía nacional.

Al exponer las soluciones del Partido en orden a la lucha por la democracia, la independencia nacional y la paz, en el Programa se diferenciaban dos etapas. En la primera etapa propugnaba la creación de un amplio Frente Nacional Antifranquista, cuyos objetivos serían el derrocamiento de la dictadura y la formación de un Gobierno provisional revolucionario. Los puntos fundamentales de la plataforma política de ese Frente y de su Gobierno podían ser, a juicio del Partido, los siguientes: restablecimiento de las libertades democráticas; liberación de los presos antifranquistas y ayuda a la repatriación de los emigrados políticos; derogación del pacto militar yanqui-franquista; adopción de medidas urgentes para mejorar las condiciones de vida de las masas populares y convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes para que el pueblo decidiese democráticamente sobre la forma del régimen. [250]

Una vez derrocado el franquismo y restablecidas las libertades públicas, el Programa abogaba por el mantenimiento de la coalición nacional para el desarrollo de la democracia, destacando una cuestión fundamental: la abolición de todas las supervivencias feudales en el campo a través de una profunda reforma agraria. El Programa se pronunciaba asimismo por la adopción de medidas para limitar el poder de los monopolios que atenazaban la economía nacional. La realización de estas reformas contribuiría a abrir ancho cauce al desarrollo de las fuerzas productivas y a sacar a España del marasmo en que se encontraba.

Para los obreros destacaba tres demandas esenciales; el salario mínimo vital con escala móvil; la aplicación del principio «a trabajo igual, salario igual» y el seguro de paro. También proponía el Programa medidas para la elevación del nivel de vida de los jornaleros agrícolas y campesinos pobres, así como para la defensa de los intereses de la pequeña y media burguesía rural y urbana frente a la oligarquía financiera terrateniente.

El Programa proponía diversas medidas y reformas en el dominio de la instrucción pública. Abogaba por un vasto plan de construcción de escuelas para resolver el problema de la enseñanza y proponía, igualmente, fomentar y proteger la cultura, la ciencia y el arte.

Al fijar la posición del Partido en cuanto a las relaciones del Estado con la Iglesia, el Programa preconizaba la libertad de cultos y conciencia y la separación de la Iglesia y del Estado; «mas teniendo en cuenta los sentimientos religiosos de una gran parte de la población –agregaba– el Estado deberá subvenir las necesidades del culto».

La propuesta de subvenir las necesidades del culto rompía con el anticlericalismo algarero y demagógico que, aparte de herir los sentimientos de muchos católicos, sólo servía para desviar a las masas populares de las tareas vitales que planteaba la lucha por la democracia.

Con esa propuesta, el Partido no hacía la más mínima concesión ideológica, pero rechazaba todo intento de mantener divididos a los españoles en creyentes y no creyentes, cuando unos y otros tienen los mismos intereses y objetivos en la [251] lucha por la democracia y el bienestar del pueblo. Con su actitud ante el problema religioso, el Partido favorecía el entendimiento con las masas católicas para acabar con el enemigo común, la dictadura franquista, y contribuía a la estrecha unión de las masas obreras y campesinas, de la mayoría del pueblo,

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independientemente de las convicciones religiosas y filosóficas, para desarrollar la democracia e incluso para avanzar después hacia el socialismo.

El V Congreso aprobó los nuevos Estatutos del Partido. Los anteriores no llenaban ya las exigencias que presentaba al PCE la lucha contra el franquismo y habían caído en desuso.

Los Estatutos daban a los militantes y a todos los trabajadores revolucionarios una idea clara de cómo era y funcionaba el Partido. «El principio que rige la organización del Partido –decían– es el centralismo democrático», que presupone el carácter electivo de todos los organismos de dirección del Partido, de abajo arriba; la obligación de los organismos dirigentes del Partido de dar cuenta periódicamente de su gestión ante las organizaciones correspondientes del Partido, la observancia de la disciplina del Partido y la subordinación de la minoría a la mayoría, la obligatoriedad de los acuerdos de los organismos superiores para los inferiores y, junto a la más elevada democracia interna y la más amplia libertad de discusión que lleva aparejada la lucha de opiniones, la más rotunda negativa a la existencia de fracciones. Los Estatutos proclamaban también el principio de la dirección colectiva.

El Congreso eligió un nuevo Comité Central del Partido en el que figuraban, al lado de veteranos y probados dirigentes, las fuerzas nuevas que se habían ido desarrollando en el largo período transcurrido desde que, en 1937, había sido elegido el anterior Comité Central. El nuevo Comité Central nombró el Buró Político y eligió a la camarada Dolores Ibárruri para el puesto de Secretario General del Partido.

El V Congreso pertrechó política e ideológicamente al Partido para la nueva etapa de la lucha antifranquista. [252]

Una victoria de la clase obrera

Después del V Congreso, el Partido desarrolló una gran actividad para dar a conocer su nuevo Programa a las masas populares. Algunas de sus reivindicaciones, tales como el salario mínimo vital con escala móvil por una jornada efectiva de ocho horas; el principio de a trabajo igual, salario igual; el seguro de paro y otras, encontraron inmediato eco entre la clase obrera.

Ante la incesante subida de los precios, se extendía entre los trabajadores la exigencia de un aumento general de salarios y sueldos que aminorase su miseria.

Con el fin de acallar el descontento de las masas populares y de calmar el ambiente protestatario que cundía entre los obreros, los jerarcas sindicales decidieron convocar para junio de 1955 el «III Congreso Nacional de Trabajadores». Con este nuevo alarde demagógico, esperaban también recuperar su antigua influencia política y mantenerse como la fuerza fundamental del régimen franquista.

Pero la lucha de las masas trabajadoras impidió que tanto la preparación del «Congreso» como éste mismo discurrieran por los cauces que querían los jerarcas de los sindicatos verticales.

Las asambleas de enlaces sindicales de Lérida, Guipúzcoa, Sevilla, León, Burgos y otras provincias decidieron pedir un salario mínimo vital con escala móvil. En el mismo sentido se pronunciaron los «congresos regionales» de Barcelona, Vizcaya, Oviedo, Sevilla, Burgos, Valencia y otros.

El estado de ánimo de la clase obrera, reflejado en los debates y conclusiones de las asambleas de enlaces sindicales y de los «congresos regionales», presionó sobre el «III Congreso Nacional de Trabajadores», y éste aprobó, entre otros acuerdos, las tres reivindicaciones que figuraban en el Programa del Partido Comunista: un salario mínimo vital

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con escala móvil por una jornada efectiva de ocho horas de trabajo; a trabajo igual, salario igual y el seguro de paro.

Este hecho era una prueba de la fuerza de los trabajadores y, al mismo tiempo, demostraba que en el seno de los sindicatos verticales se iniciaban ciertos cambios. Muchos enlaces [253] eran obreros conscientes, defensores de los intereses de su clase. Por otro lado, no pocos vocales, jurados de empresa, presidentes de secciones sociales e incluso algunos funcionarios sindicales, influidos por la situación política del país, la acción de los obreros y la descomposición de Falange, evolucionaban hacia una actitud de comprensión de los intereses de los trabajadores y de hostilidad a la política de la dictadura franquista. La lucha de clases penetraba y se desplegaba dentro de esos mismos sindicatos.

La orientación del Partido respecto al trabajo en los sindicatos verticales era la de ayudar a los obreros a ganar en ellos posiciones y desarrollar un movimiento de Oposición Obrera para la defensa de los intereses de los trabajadores. Esta Oposición lucharía, además, para transformarlos en auténticos sindicatos obreros.

El Partido, fiel a la trayectoria seguida desde su fundación, tendía a la unidad sindical; trataba de lograr que, una vez liquidada la dictadura, la clase obrera española contase con una central sindical única, desterrando la antigua división sindical que tanto había perjudicado al movimiento obrero en épocas anteriores.

Después de la celebración del «III Congreso Nacional de Trabajadores», el Gobierno y los jerarcas sindicales pretendieron enterrar sus acuerdos y resoluciones, favorables a los obreros. El Partido denunció esta maniobra de la dictadura y dio a conocer ampliamente la aprobación en dicho Congreso de las tres reivindicaciones. En el llamamiento de octubre de 1955 explicó la importancia de que estas reivindicaciones hubiesen adquirido, al ser aprobadas, el carácter de una plataforma legal y común a todos los trabajadores de España.

Las tres reivindicaciones se convirtieron en bandera de combate de los trabajadores, que utilizaban las más variadas formas para luchar por ellas.

En febrero de 1956, el PCE volvió a dirigir un llamamiento a los trabajadores aconsejándoles prepararse a utilizar la huelga general si el Gobierno no otorgaba un aumento de salarios.

La idea de la huelga fue tomando cuerpo y extendiéndose por el país. Ante el temor de que se repitieran las [254] manifestaciones y protestas de 1951, el Gobierno decretó en marzo de 1956 un aumento de salarios de un 16 % prometiendo otro del 6% para el otoño. Estas decisiones no daban satisfacción a los trabajadores. El 9 de abril, los obreros de Pamplona se declararon en huelga exigiendo un salario mínimo de 75 pesetas. La huelga se generalizó en la capital navarra y se corrió a varios pueblos de la provincia y después a Guipúzcoa, Barcelona y Valencia, abarcando a 140.000 obreros. El movimiento huelguístico tuvo repercusiones en otras provincias.

En el verano de 1956 cobraron una amplitud inusitada las acciones reivindicativas, lo que obligó al Gobierno a encargar a los sindicatos verticales una encuesta sobre el «problema salarial». Muchas secciones sindicales respondieron planteando la necesidad de establecer el salario mínimo vital.

Al mismo tiempo, una gran parte de los trabajadores católicos participaba en la protesta. El ambiente que se respiraba en fábricas y talleres llegó a preocupar profundamente a la Iglesia; en una declaración hecha pública el 15 de agosto, los arzobispos españoles reconocían que los obreros vivían en la mayor indigencia y que tenían derecho a un salario más elevado.

El 1º de octubre de 1956, el Partido dirigió a los trabajadores un tercer llamamiento sobre el problema de los salarios. En él se decía que los comunistas no eran partidarios de la huelga

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por la huelga, pero que cuando los trabajadores veían cerrados todos los cauces para realizar sus aspiraciones, la huelga era legítima y necesaria.

Haciendo eco al llamamiento del Partido se levantaba por todo el país una marejada de acciones reivindicativas, de protestas, de reclamaciones, de recogida de firmas, a la que los sindicatos no podían substraerse.

Ante esta presión incontenible, el Gobierno franquista tuvo que retroceder; a finales de octubre de 1956 decretó un nuevo aumento de salarios, no del 6% como había anunciado, sino muy superior.

Esto representó una gran victoria de los trabajadores que reflejaba los progresos realizados por la clase obrera desde 1951. Su significado era tanto mayor por cuanto había sido lograda bajo la dictadura fascista. «La lucha de las masas [255] lo decide todo», había dicho reiteradamente el Partido. Los hechos vinieron a confirmarlo.

La atención que el Partido prestó a la lucha por el aumento de los salarios tuvo gran importancia para organizar a la clase obrera, unirla y elevar su conciencia política.

La política de Reconciliación Nacional

A principios de febrero de 1956 empezó a circular por Madrid un manifiesto firmado por universitarios y conocidos intelectuales que solicitaban la convocatoria de un Congreso Nacional de Estudiantes, con el fin de crear una organización estudiantil liberada de la tutela de Falange.

A las provocaciones y amenazas con que ésta acogió el manifiesto respondieron los universitarios con huelgas y manifestaciones. Los días 8 y 9 de febrero cerca de dos mil jóvenes recorrieron las calles de la capital al grito de: «¡Abajo el SEU! ¡Abajo Falange! ¡Queremos un Congreso democrático!». Falange trató inútilmente de llevar la lucha al terreno de la violencia armada.

Los sucesos de febrero de 1956 pusieron de relieve que la crisis política del régimen, iniciada en 1951, entraba en una fase más aguda y abierta. El proceso de disgregación que venía destruyendo a Falange había llegado, en lo fundamental, a su culminación. Falange había dejado de existir como Partido político dirigente: era un cadáver en pie. Paralelamente comenzaba el proceso de formación de nuevos partidos burgueses. El rasgo más característico de aquellos acontecimientos fue que, al lado de un movimiento estudiantil impregnado de rebeldía, hacía acto de presencia públicamente una oposición liberal burguesa. La aparición de estas fuerzas políticas antifranquistas de nuevo cuño, dentro de España, era un hecho de importancia, un cambio sustancial en toda la situación.

La nueva oposición antifranquista, aunque incipiente todavía, iría tomando formas de expresión cada vez más precisas y cristalizando en diversas corrientes políticas, entre las que se distinguirían, bien pronto, dos predominantes: una [256] corriente liberal, que abarcaba diversos matices que iban desde el liberalismo clásico hasta el neoliberalismo progresista de una parte de la juventud intelectual; y otra que pudiera llamarse de la Democracia Cristiana, la más importante por la previsible vastedad de su base social. En su ala derecha estaban los hombres y grupos que creían servir mejor a las clases dominantes con un deslindamiento, aunque fuera tardío, de las posiciones políticas de la Iglesia respecto a las de la dictadura, y que se inclinaban claramente a la restauración monárquica. En el centro, se situaban fuerzas más

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afines a los grupos liberales y adictas a las formas parlamentarias, que se declaraban accidentalistas en cuanto a los problemas institucionales. Y a la izquierda se iba desarrollando un movimiento nuevo en la trayectoria del catolicismo español, un movimiento progresista que se esforzaba en comprender y defender las aspiraciones de las masas trabajadoras.

Al mismo tiempo, intensificaban su actividad los monárquicos que aspiraban a impedir cambios democráticos profundos en el país, a fin de garantizar a la oligarquía monopolista el disfrute de las riquezas amasadas en los años de fascismo.

De esta suerte, España asistía nuevamente a un proceso de reagrupación de las fuerzas políticas en el campo burgués, reflejo del aumento de la presión de las masas trabajadoras y de la agudización de las contradicciones de clase. Este reagrupamiento, que se operaba al margen del régimen y frente a él, constituía una de las manifestaciones externas inequívocas de la descomposición política del franquismo. Con la dictadura discrepaban fuerzas sociales que antaño habían integrado el campo franquista o se habían mantenido en actitud expectante. Una parte de los hombres que dirigían las nuevas formaciones políticas procedían de Falange o de distintos sectores del llamado «Movimiento Nacional».

Esto significaba que una nueva línea divisoria deslindaba los campos: ya no era la de la guerra civil, la divisoria entre «nacionales» y «rojos» o entre «vencedores» y «vencidos; era la que había trazado la dictadura franquista durante diecisiete años de dominación, en el curso de los cuales la [257] mayoría de los españoles que habían combatido al lado de Franco sufrieron también, en mayor o menor grado, del despotismo de la oligarquía monopolista y terrateniente. En esos años, la contradicción entre la oligarquía y el resto de la sociedad había ido acentuándose hasta colocarse en primer plano: en función de ella fueron enfrentándose con la dictadura capas sociales que un día la apoyaron.

Analizando este cambio, el Partido llegó a la conclusión de que maduraba la posibilidad de un entendimiento para la lucha contra la dictadura entre fuerzas que veinte años antes habían combatido en campos opuestos. La posibilidad de suprimir la dictadura sin pasar por una nueva guerra civil se convertía en algo hacedero.

Estas conclusiones llevaron al Partido a formular la política de Reconciliación Nacional, expuesta en la declaración del Comité Central de junio de 1956, en vísperas del XX aniversario del comienzo de la guerra civil.

La política de Reconciliación Nacional representaba una propuesta de compromiso entre la clase obrera y otras clases y sectores sociales, a fin de sustituir la dictadura franquista por un régimen de libertades cívicas sin abrir un nuevo período de luchas sangrientas y guerras intestinas.

Una condición imprescindible para este compromiso era cancelar las responsabilidades de la guerra civil y las derivadas de ella en ambos campos.

La declaración decía:

«El Partido Comunista representa sin duda a la parte del pueblo que más ha sufrido en estos veinte años; a la clase obrera, los jornaleros agrícolas, los campesinos pobres, la intelectualidad avanzada. Si de hacer el capítulo de agravios y duelos se tratase, nadie lo tendría mayor que el nuestro... Nosotros entendemos que la mejor justicia para todos los que han caído y sufrido por la libertad consiste, precisamente, en que la libertad se establezca en España... Una política de venganza no serviría a España para salir de la situación en que se encuentra. Lo que España necesita es la paz civil, la reconciliación de sus hijos, la libertad». [258]

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Así pues, lo que daba sentido a la política de Reconciliación Nacional, era, en primer lugar, el hecho de que la lucha de clases en nuestro país había entrado en una etapa en la que pasaba a primer plano la contradicción que enfrenta a diversas clases de la sociedad –desde el proletariado hasta la burguesía nacional– con la oligarquía monopolista, que tenía en la dictadura del general Franco su instrumento de opresión; en segundo lugar, el que España había sido teatro de una dolorosa y larga guerra civil cuyas consecuencia, había que liquidar.

Con la política de Reconciliación Nacional, el Partido Comunista presentaba a todo el país una propuesta de poner punto final a la dolorosa sucesión de guerras intestinas, pronunciamientos y violencias sangrientas que estremecieron el último siglo y medio de la historia de España. Para lograrlo era fundamental forjar la unidad de las masas populares frente a la oligarquía monopolista, de manera que ésta no pudiera jamás recurrir a la violencia ni enfrentar de nuevo a una parte del pueblo contra otra.

El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviéticay la Conferencia de Moscú

En febrero de 1956 se reunió el XX Congreso del PCUS que ha sido uno de los acontecimientos sobresalientes de la historia del movimiento comunista internacional. Sus conclusiones representaron una aportación creadora al acervo teórico del marxismo. Reflejaban la nueva situación creada en el mundo como consecuencia de los grandes cambios operados a favor del socialismo y, sobre todo, de la formación, después, de la segunda guerra mundial, del poderoso sistema de Estados socialistas.

El XX Congreso declaró que en nuestros días la guerra no es fatalmente inevitable. La existencia del poderoso campo socialista, su colaboración con otros Estados antiimperialistas para la defensa de la paz y la lucha de las masas populares con el mismo objetivo habían modificado la [259] correlación de fuerzas en favor de la paz. A despecho de que el imperialismo subsistía y de que llevaba en sí la tendencia a la agresión, la guerra mundial podía ser conjurada si las fuerzas interesadas en ello luchaban con energía.

El XX Congreso del PCUS subrayó la importancia que en la nueva situación internacional tenía el principio de la coexistencia pacífica. El socialismo no necesita «exportar la revolución» ni recurrir a la guerra para triunfar. En la competencia pacífica entre el mundo socialista y el capitalista saldrá triunfante el primero.

El XX Congreso desarrolló también las ideas de Lenin sobre la variedad de formas de paso al socialismo según las particularidades de cada país. El Congreso centró la atención en el problema del paso pacífico al socialismo. Antes, cuando el capitalismo constituía un sistema mundial único, la posibilidad de tránsito pacífico al socialismo era remotísima. En cambio, en la actualidad existe y se fortalece el campo mundial del socialismo, el movimiento obrero y comunista se ha robustecido en todo el mundo, la perspectiva de agrupar a la gran mayoría de la población contra el poder de los monopolios es perfectamente viable; como consecuencia de estos factores, en una serie de países se puede crear tal superioridad de las fuerzas del progreso sobre las de la reacción, que impida a estas últimas recurrir a la violencia para

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mantener su poder y abra una vía pacífica y parlamentaria al socialismo sin insurrección armada ni guerra civil.

El XX Congreso del PCUS condenó el culto a la personalidad ajeno a la ideología marxista que ha rechazado siempre todo intento de contraponer el héroe individual a las masas populares, auténticas creadoras de la historia. El Congreso declaró que el culto a la personalidad de Stalin había menoscabado el papel del Partido y de las masas populares, había limitado la democracia interna y la dirección colectiva en el Partido, dando lugar a graves infracciones de la legalidad socialista.

En torno a los problemas planteados por el XX Congreso del PCUS se abrió en el movimiento comunista y obrero internacional, una amplia discusión. Los oportunistas y revisionistas intentaron utilizar las tesis del Congreso y su audaz [260] autocrítica del culto a la personalidad para atacar a la unidad del campo socialista y de los partidos comunistas, a la URSS y al PCUS, a los principios mismos del marxismo-leninismo.

El fracaso de estos ataques y de la campaña anticomunista desencadenada por el imperialismo se pusieron de relieve en la Conferencia de los Partidos Comunistas y Obreros, reunidos en Moscú en noviembre de 1957, y en la que participó, al lado de las delegaciones de otros 63 partidos hermanos, una del Partido Comunista de España. La Conferencia adoptó y desarrolló las tesis básicas del XX Congreso del PCUS.

En el Manifiesto de la Paz, firmado por todas las delegaciones asistentes, se decía que la lucha contra el peligro de guerra era la tarea primordial de todos los partidos comunistas.

En una declaración suscrita por los 12 Partidos Comunistas y Obreros de los países socialistas (cuyo contenido fue aprobado posteriormente por los otros partidos) quedaron definidas las posiciones programáticas esenciales, comunes al conjunto de los partidos comunistas.

La Conferencia indicó que el contenido fundamental le nuestra época es el paso del capitalismo al socialismo, iniciado cuarenta años atrás por la gran Revolución Socialista de Octubre.

Subrayó también que el revisionismo –cuya raíz es siempre la influencia o la presión de la burguesía– constituía el peligro principal para el movimiento obrero y comunista.

Junto con todos los partidos comunistas, el PCE aprobó las tesis del XX Congreso del PCUS y la declaración de la Conferencia de Moscú. El Partido tomó posición contra el revisionismo en todos los problemas palpitantes planteados en el mundo después del XX Congreso: defendió la unidad del campo socialista y del movimiento comunista internacional sobre la base del marxismo-leninismo, se alzó contra la especulación escandalosa que el imperialismo intentó hacer de los sucesos contrarrevolucionarios de Hungría y condenó las [261] posiciones antimarxistas adoptadas en el Congreso de Llubliana por la Liga de los Comunistas de Yugoslavia.

De las duras pruebas a que fueron sometidos en ese período, los partidos comunistas salieron más fuertes, más unidos entre sí.

El XX Congreso enriqueció a los partidos comunistas política e ideológicamente, les ayudó a restablecer los principios leninistas de organización y dirección.

El pleno de agosto

En agosto de 1956, el C.C. del PCE celebró una reunión plenaria de singular importancia, en la que dedicó mucha atención al problema del sectarismo y de la vulneración de los métodos

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leninistas de dirección y funcionamiento del Partido. Sobre este punto presentó un informe el camarada Santiago Carrillo.

No era casual que este problema tuviese que ser colocado, una vez más, sobre el tapete.

Si el sectarismo había sido un obstáculo que el Partido hubo de combatir de manera casi permanente a lo largo de su historia, en momentos en que necesitaba movilizar y unir la más amplia gama de fuerzas políticas y sociales para lograr la desaparición de la dictadura su eliminación era una imperiosa necesidad.

Nuestro Partido hizo un esfuerzo para descubrir las causas de la vivacidad del sectarismo en su seno. A su juicio, éstas dimanaban tanto de las características de la estructura económico-socíal del país, como de ciertas particularidades del desarrollo histórico del Partido.

El hecho de que en España no se hubiera llevado a cabo la revolución democrático-burguesa dio por resultado una extraordinaria tensión en la lucha de clases y en el área de la acción política que las castas dominantes marcaron con el hierro del fanatismo y de la intransigencia. Ello impregnó de sectarismo la vida política y social, fenómeno éste al que el Partido no podía ser impermeable.

De otro lado, facilitó la floración del sectarismo en el [262] PCE el pobre desarrollo teórico del movimiento obrero español, que los comunistas heredaron y han ido venciendo a través de un proceso complejo y difícil.

El Partido había logrado serios éxitos en la lucha contra el sectarismo y su línea venía caracterizándose por la amplitud y la flexibilidad; ejemplos de ello habían sido su política de unidad obrera y Frente Popular, su lucha por la Unión Nacional y, finalmente, su política de Reconciliación Nacional. El viraje de 1948 había significado, asimismo, un golpe al sectarismo en el dominio de la táctica.

Sin embargo, en el funcionamiento interno del Partido persistían concepciones y métodos sectarios que entorpecían la aplicación audaz y consecuente de la amplia línea política del Partido y el propio desarrollo de éste. El origen de tales concepciones y métodos debía buscarse en algunas particularidades históricas del desarrollo del PCE. Las tres cuartas partes de su existencia habían transcurrido en la ilegalidad. La lucha clandestina le impuso serias restricciones de la democracia interna, que fácilmente derivaban en excesos de centralismo y prácticas autoritarias. El período de la guerra civil tampoco fue favorable al desarrollo de métodos más democráticos: la propia naturaleza de las tareas con que hubo de enfrentarse el Partido y su dedicación total a la lucha armada contra el fascismo, dejaron su sello en el estilo de trabajo y hasta en ciertas formas de dirección.

La necesidad de acabar con estas concepciones y métodos sectarios se hizo sentir con particular fuerza a partir de 1951, cuando en la lucha antifranquista se abrió una nueva etapa que presentaba grandes exigencias al Partido. Ese año Dolores Ibárruri abordó esta cuestión en su «Informe ante un grupo de militantes y de cuadros del Partido». En 1952, el Comité Central, en su «Carta a las organizaciones y militantes», insistió en la necesidad de poner fin a los métodos de «ordeno y mando». Un paso muy importante hacia la corrección de los defectos señalados fue dado en el V Congreso, que aprobó los nuevos Estatutos del Partido.

Sin embargo, tampoco después del Congreso logró el Partido restablecer plenamente en su vida interna los principios del centralismo democrático de crítica y de autocrítica, [263] de dirección colectiva, &c. Se hizo evidente la contradicción entre los acuerdos del Congreso y los métodos antileninistas que continuaban aplicándose. La profunda autocrítica del XX Congreso del PCUS sobre el culto a la personalidad de Stalin y sus perniciosas consecuencias ayudó de manera decisiva a los comunistas españoles a corregir los errores señalados. El PCE

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comprobó que el culto a la personalidad había tenido también repercusiones negativas en su seno, dificultando la extirpación de los métodos sectarios de dirección; que sin eliminar el culto a la personalidad no era posible restablecer plenamente los principios leninistas de organización del Partido. En efecto, el culto a la personalidad, la exageración del papel de los dirigentes se traducía en la exageración de sus atribuciones; ello conducía a suplantar la dirección colectiva por la unipersonal, lo que originaba a menudo serias deficiencias en el trabajo e innecesarias limitaciones de la democracia interna, coartaba la crítica vivificadora de los militantes e introducía elementos de dogmatismo en el Partido precisamente en un período de grandes cambios, que exigía de él un esfuerzo teórico creador para no quedar a la cola de los acontecimientos.

El Pleno de agosto adoptó una resolución aprobando el informe de Dolores Ibárruri sobre los cambios en la táctica del Partido y la política de Reconciliación Nacional; restableció en la plenitud de sus funciones al Comité Central y reforzó la Dirección del Partido. Después del Pleno la dirección colectiva fue erigida en principio inamovible, se reavivó la crítica y la discusión en los organismos de dirección y de base, se reforzó la democracia interna en la medida que lo permiten las condiciones limitativas de la clandestinidad y se abrió cauce propicio a la aplicación de métodos más acordes con los principios leninistas.

La reunión plenaria del Comité Central fue la culminación, en lo fundamental, de un largo y serio esfuerzo para vencer el sectarismo en el dominio de la táctica y de los métodos de trabajo y restablecer los principios leninistas de dirección.

La Jornada de Reconciliación Nacional

El año 1957 fue inaugurado con un nuevo boicot del pueblo de Barcelona al transporte urbano, como protesta por el aumento de las tarifas. La iniciativa de la acción correspondió a los comunistas catalanes y encontró eco favorable en otras fuerzas políticas. Junto a los llamamientos del PSU de Cataluña invitando al boicot, corrieron las octavillas de nacionalistas de izquierda y derecha, de cristianos progresistas, liberales, cenetistas y otros grupos políticos.

El boicot de Barcelona tuvo gran resonancia en toda España. La organización madrileña del Partido, recogiendo la simpatía que despertó aquella acción, llamó a realizar otra semejante en la capital de España. Los días 7 y 8 de febrero hubo boicot al transporte de Madrid; y el hecho de que se hiciera sin que previamente hubieran subido las tarifas subrayó su abierto carácter político antifranquista.

Si las manifestaciones estudiantiles de 1956 habían provocado la caída de dos ministros y descubierto la descomposición total de Falange, las acciones de Barcelona, Madrid y otros lugares en 1957 tuvieron ya como consecuencia una crisis total de Gobierno. En esta crisis, Falange fue sustituida, en gran parte, dentro del Gobierno por militares incondicionales del dictador y por hombres de la secta políticoreligiosa Opus Dei, cuya ideología se desarrolla en la línea del pensamiento contrarrevolucionario tradicional.

En sus notas del 9 de febrero y del 2 de marzo de 1957 el Partido Comunista llamó la atención sobre el hecho de que la crisis política de la dictadura sólo podría resolverse con el alejamiento de Franco del Poder y respondió a la gran cuestión planteada ante las fuerzas políticas y sociales de España: ¿En qué dirección deberían producirse los cambios que el país reclamaba?

El Partido Comunista adelantó la idea de que una solución transitoria para reemplazar a la dictadura con el apoyo de ministros sectores del país –incluido el del propio Partido–, podría ser un Gobierno compuesto por elementos liberales de diverso matiz, que fuese una amplia y

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efectiva amnistía, iniciase el restablecimiento de las libertades públicas, se [265] preocupase del mejoramiento efectivo de las condiciones de vida de las masas y preparase una consulta al pueblo.

Como había advertido el PCE, el nuevo Gobierno no alivió la situación de las masas ni pudo detener su acción. Los boicots de Barcelona y Madrid tuvieron repercusiones inmediatas en Sevilla, Valladolid, Alcoy y otros lugares. En marzo se produjo una huelga de los mineros asturianos, que empezó en el pozo «María Luisa», en Ciaño de Langreo, y fue secundada en seguida en el Fondón, La Nueva y otras minas del Valle del Nalón, mostrando el renacer de la conciencia política del proletariado asturiano y la combatividad de sus mujeres, que, animando a los mineros en su lucha, recorrieron la zona recabando solidaridad para ellos.

El descontento contra la política de la dictadura se acentuaba también en el campo. En los Congresos regionales y especialmente en la VI Asamblea Nacional de las Hermandades de Labradores y Ganaderos, celebrada por entonces, se aprobaron reivindicaciones que reflejaban la oposición de los campesinos a la política agraria de la dictadura.

Ganaba en dinamismo la acción estudiantil, muy intensa durante los boicots de Barcelona y Madrid. Particular resonancia tuvo la celebración en el Paraninfo de la Universídad de Barcelona, el 24 de febrero, en presencia de los propios policías llegados para impedirlo, del «Primer Congreso Libre de Estudiantes» en el que se aprobaron conclusiones de abierta factura antifranquista. El Gobierno extremó la represión contra la Universidad: tan sólo en Barcelona fueron sancionados o detenidos por aquellos días más de trescientos estudiantes. La acción represiva del Gobierno suscitó la protesta de intelectuales españoles de gran prestigio, que firmaron un escrito solicitando la anulación de las sanciones impuestas a los estudiantes.

En septiembre de 1957 se reunió el III Pleno del Comité Central del Partido Comunista. Su decisión más importante fue la de proponer la realización de una Jornada de Reconciliación Nacional.

La tendencia de las últimas luchas a generalizarse, a extenderse de una a otra localidad y de una región a otra, había llevado a millones de españoles a esta reflexión: «¡Si [266] esto se hiciese en escala nacional!» Recogiendo esta idea colectiva de las masas, el Partido elaboró la propuesta de celebrar una Jornada de Reconciliación Nacional contra la carestía de la vida, contra la política económica de la dictadura, por la amnistía para los presos y emigrados políticos y por las libertades cívicas.

El informe presentado al Pleno por el camarada Simón Sánchez Montero, del Buró Político, explicaba el carácter de la Jornada. El Partido la concebía como la culminación de una serie de pequeñas y grandes acciones, como la obra de miles de organizadores y agitadores de todas las clases sociales, de todas las ideologías y partidos antifranquistas; como la coincidencia de católicos, monárquicos, liberales, republicanos, nacionalistas, socialistas, cenetistas y comunistas. Dada la imposibilidad de manifestarse en España por medio del sufragio ciudadano, la Jornada podría ser, en el concepto del Partido, un plebiscito nacional, una advertencia pacífica a quienes se obstinaban en hacer oídos sordos al malestar de la nación.

Poco después del Pleno tuvieron lugar las elecciones sindicales; el PCE había llamado a los obreros a considerarlas «como una verdadera lucha, presentándose a ellas unidos en cada empresa o lugar de trabajo, con sus propios candidatos». Este llamamiento fue secundado en muchas partes. Las elecciones sindicales se transformaron en una lucha política contra la dictadura. Su resultado permitió destacar a centenares de dirigentes obreros, elegidos entre los más combativos y fieles a su clase.

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La idea de celebrar una Jornada de Reconciliación Nacional adquirió pronto amplia difusión. Para contrarrestar sus efectos, a comienzos de 1958 el Gobierno de Franco recurrió a la aparatosa y torpe escenificación de un «complot comunista»: fueron detenidos cerca de un centenar de jóvenes obreros, estudiantes y empleados con el pretexto de que habían asistido al VI Festival Mundial de la Juventud. De ellos quedaron en prisión 44, acusados de propugnar la Jornada de Reconciliación Nacional.

Este nuevo atropello de la dictadura aumentó la irritación [267] que suscitaban las crecientes dificultades económicas y el desasosiego provocado por la guerra de Ifni.

En los momentos en que las acciones colonialistas de la dictadura de Franco en África se traducían en una nueva efusión de sangre marroquí y española y creaban el peligro de una guerra entre Marruecos y España se reunieron las delegaciones del Partido Comunista Marroquí y del Partido Comunista de España para reafirmar en una declaración común la amistad de ambos pueblos.

Nuestro Partido proclamó que los intereses de los dos países exigían aplicar de manera consecuente la declaración hispano-marroquí del 7 de abril de 1956, por la que el Gobierno de España se había comprometido a «respetar la unidad territorial del Imperio jerifiano».

Al influjo de las tensiones económicas y políticas en presencia, comenzó de nuevo a electrizarse la atmósfera social española. Los llamamientos del Partido a preparar la Jornada caían en terreno abonado. A principios de marzo de 1958 fueron a la huelga en Asturias 30.000 mineros, solicitando mejoras de salario. La conducta brutal de las autoridades, que respondieron a las justas demandas obreras con el «lock-out» y l encarcelamiento de numerosos enlaces y trabajadores, sólo sirvió para echar leña al fuego. Iniciada en el Valle del Nalón, la huelga se extendió rápidamente a La Camocha, saltó al Valle del Caudal, donde afectó a varias minas, y llegó incluso a la cuenca minera de León.

La huelga minera agitó a todo el país. Respondiendo a un llamamiento del Partido Socialista Unificado de Cataluña, se lanzaron a la lucha los metalúrgicos y obreros textiles de Barcelona, en un movimiento de solidaridad en el que también hicieron acto de presencia los estudiantes. Bien pronto, la ola de huelgas alcanzó a Guipúzcoa. En Valencia se registraron acciones de protesta en varias empresas importantes.

Estas poderosas acciones eran ya el comienzo de la Jornada de Reconciliación Nacional, y la señal para extenderla a toda España. El Partido, de acuerdo con los grupos le la oposición que accedieron a participar en la Jornada, fijó paralizar el día 5 de mayo.

En unos días los comunistas y otros antifranquistas [268] regaron virtualmente el país de millones de octavillas, que llegaron a ciudades y pueblos donde hasta entonces no había penetrado la propaganda escrita del Partido y de la oposición antifranquista. La movilización política de las masas fue extraordinaria.

El día 5 de mayo hubo huelgas parciales o completas en diversas empresas de la construcción de Madrid y otras ciudades; boicot a los transportes urbanos en la capital y en otros puntos; abstención de comprar ese día en casi toda España; huelgas de los obreros agrícolas en numerosos pueblos andaluces y extremeños. La participación de extensas masas campesinas, en zonas donde el peso del proletariado agrícola era muy considerable, fue uno de los aspectos más importantes de la Jornada.

Mediante toda esta múltiple gama de acciones pacíficas, ese día expresaron su aversión a la dictadura franquista millones de hombres y mujeres de la ciudad y del campo.

El Gobierno franquista empleó contra la Jornada todo su aparato represivo. El Ejército fue movilizado con la excusa de un desfile militar el 4 de mayo; las grandes ciudades fueron

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ocupadas militarmente. La VI Flota estadounidense se situó en los principales puertos españoles del Mediterráneo, como respaldando a la dictadura con su presencia. Durante las huelgas de Asturias, Barcelona y Guipúzcoa y en vísperas del 5 de mayo fueron detenidos millares de enlaces sindicales y de simples trabajadores; entre ellos cayeron en manos de la policía dirigentes comunistas como Miguel Núñez, miembro del Comité Ejecutivo del Partido Socialista Unificado de Cataluña, José María Laso y otros. Además de estos golpes policíacos, la dictadura desató una histérica campaña de prensa y radio para falsear el carácter pacífico de la acción, llegando hasta la más burda falsificación de documentos y periódicos del Partido Comunista.

El principal objetivo de esta operación era intimidar a las fuerzas conservadoras y liberales de la oposición a fin de dejar aislado al Partido Comunista. Pero fue la dictadura quien resultó aislada: Franco no logró sacar a la calle contra la Jornada a ningún sector de la población, a ninguna fuerza política. Y por el contrario, junto a los comunistas [269] participaron en la Jornada grupos de socialistas, republicanos, confederales y miembros de las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), si bien las direcciones nacionales del PSOE y de los partidos republicanos, de la CNT y de la democracia cristiana se negaron a tomar posición en pro de la Jornada, con lo que la restaron posibilidades de éxito.

No obstante, como dijo el Buró Político del PCE en su declaración del 20 de mayo de 1958, la Jornada y las acciones que la prepararon fueron el primer movimiento político organizado, de carácter nacional, contra el franquismo.

La Jornada permitió a millones de españoles conocer la política de Reconciliación Nacional del Partido Comunista y expresarle su adhesión. La forma en que se desarrolló la Jornada hizo patente la sinceridad del Partido al proponer el desplazamiento de la dictadura por una vía pacífica.

La Jornada de Reconciliación Nacional impulsó las corrientes unitarias en el campo antifranquista y ayudó a las masas populares, encabezadas por el Partido Comunista, a pasar a la ofensiva en el terreno político contra la dictadura franquista.

La Huelga Nacional Pacífica

A comienzos de 1959 nuevamente salieron a la superficie síntomas delatores de la gravedad alcanzada por la crisis política de la dictadura. La situación de las masas empeoró como consecuencia del aumento de la carestía, la inestabilidad económica minó la confianza en el régimen incluso de ciertos sectores de la oligarquía. Un escandaloso asunto de exportación de divisas, en el que estaban implicados directamente altas personalidades del régimen, puso de relieve la corrupción e insolvencia del Estado franquista.

Si todas estas pruebas de la corrupción y la incurría del régimen soliviantaban a la opinión, no la indignaba menos su inhumana actitud hacia los presos y exiliados políticos. La campaña en pro de la amnistía cobraba cada vez mayor amplitud.

A la tragedia de hombres que llevaban 10, 15 y hasta 20 [270] años en los presidios por delitos de opinión derivados de la guerra civil; al drama de los millares y millares de exiliados forzosos, se unían los casos de trabajadores, estudiantes intelectuales encarcelados, en fechas recientes, por su participación en el movimiento oposicionista.

Las esposas y familiares de los encarcelados consiguieron en un plazo breve recoger millares y millares de firmas de españoles de todas las clases sociales e ideas políticas solicitando la

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libertad de los presos antifranquistas; entre esos españoles figuraban no pocos párrocos, alcaldes, industriales, &c.

A las reiteradas declaraciones de Franco negando la existencia de presos políticos en España, replicaban valerosamente las esposas de éstos organizando delegaciones que visitaban a las jerarquías eclesiásticas y civiles, llegando hasta los ministros y el Presidente de las Cortes para recabar la amnistía.

En ayuda de los presos y de sus familiares reverdecían las viejas tradiciones solidarias de la clase obrera española. En las fábricas y en las barriadas populares tomaba cuerpo y extensión un emocionante movimiento de asistencia fraternal; en muchos casos, los obreros dedicaban una parte de sus menguados ingresos para asegurar a la familia del compañero encarcelado el pago del salario.

También comenzó a avivarse el disgusto y la protesta de la abogacía española contra los procedimientos arbitrarios y antijurídicos aplicados por la dictadura a sus adversarios políticos. No pocos Colegios de Abogados se pronunciaron por la supresión de las jurisdicciones especiales y por la anulación de las leyes terroristas promulgadas por el franquismo.

La manifestación más elocuente de la amplitud nacional que alcanzaba el movimiento en pro de la amnistía era la actitud adoptada por las más altas personalidades de la cultura española. En diversas y significativas ocasiones, elevaron su voz en defensa de las víctimas de la represión fascista. En el verano de 1959, reiteraron su petición al ministro de Justicia en una carta de la que son las siguientes palabras: [271]

«Los obstáculos que impiden la reconciliación de los españoles deben ser eliminados. Nosotros pensamos que un paso muy necesario y eficaz en este camino, sería la amnistía general para todos los presos políticos y exiliados».

En los primeros meses de 1959 hizo su aparición pública Unión Española, partido político de signo monárquico. Ello mostraba que ciertos grupos de la oligarquía financiera empezaban a distanciarse del régimen franquista.

Unión Española lanzó un llamamiento a las fuerzas de la oposición burguesa y al Partido Socialista, invitándoles a apoyar la fórmula monárquica. Surgía el peligro de que se creara un bloque para negociar con Franco una salida antipopular, antidemocrática, que diera paso a una dictadura monárquica de los banqueros y de los latifundistas, del alto clero y de los generales.

El Partido Comunista estimaba que, frente a esa falsa solución al problema español, era preciso ofrecer a las masas otra en consonancia con sus intereses, una solución democrática, realista y que permitiese, al mismo tiempo, concentrar todas las energías en la lucha contra el enemigo principal: la dictadura franquista.

El Partido apeló nuevamente a las masas en las que ya germinaba, bajo los efectos de las dificultades económicas y de la corrupción reinante, la idea de ir a una gran acción nacional en la primavera de 1959. Teniendo en cuenta la opinión de las organizaciones comunistas en varias ciudades, la Dirección del Partido resolvió llamar a una Huelga Nacional Pacífica. No se le ocultaban las dificultades que una empresa de esta talla entrañaba bajo una dictadura fascista, pero consideraba que la huelga era posible en centros importantes del país, dada la favorable atmósfera reinante entre las masas.

El período de preparación de la huelga, que se extendió de febrero a junio de 1959, no fue sólo un período de lucha por movilizar y organizar a las masas en torno a la bandera de la Huelga Nacional Pacífica; fue además, una batalla por los aliados, que el Partido libró sin un minuto de reposo y plenamente consciente de que el problema de la unidad no podía resolverse desligado del problema de la lucha. La simpatía con [272] que las masas acogieron la iniciativa

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del Partido, el enorme ambiente de huelga que se creó en el país, colocó a los distintos grupos de la oposición ante la disyuntiva de sumarse a la acción o quedar al margen de un movimiento en el que cl PCE aparecía como único iniciador y organizador.

A la huelga del 18 de junio llamaron, junto con el PCE y con el PSUC, la Acción Democrática, Frente de Liberación Popular, organizaciones del interior del Partido Socialista. Agrupación Socialista Universitaria, Comités de Coordinación Universitaria de Madrid y Barcelona, Movimiento Socialista Catalán, Partido Demócrata Cristiano de Cataluña, Movimiento Obrero Católico Catalán, Comité Regional de la CNT de Catuluña en el Exilio, Nueva República, Esquerra de Cataluña, Front Nacional Catalá, Unión Democrática Montañesa (democristianos, comunistas y F.L.P.) y Frente Revolucionario Canario (comunistas, socialistas, democristianos, republicanos, obreros católicos y «Libertad para España»).

Era la primera vez que diversas fuerzas de la oposición llegaban a una coincidencia para convocar una acción de masas contra la dictadura franquista. Sin embargo, esa coincidencia no se plasmó ni en un documento conjunto ni en la creación de un órgano unitario entre las fuerzas citadas, lo que restó eficacia a la convergencia de objetivos.

El esfuerzo del Partido en la difusión de la propaganda de la huelga, fue enorme. Tan sólo en Madrid difundió un millón de octavillas. En Barcelona el PSUC repartió en un mes 600.000 hojas volantes. Con los comunistas colaboraron, demostrando particular entusiasmo, el Frente de Liberación Popular y los estudiantes socialistas. Durante varias semanas, tuvo lugar una campaña política impresionante por su amplitud e intensidad.

La Huelga Nacional Pacífica fue una importante acción de masas contra la dictadura, si bien no tuvo la extensión que las simpatías que suscitó hacía presumible.

El hecho más resonante fue el paro en masa de los trabajadores del campo en Andalucia y Extremadura, y muy particularmente en Córdoba, Sevilla, Jaén y Badajoz. Era la primera vez que los obreros agrícolas participaban tan ampliamente en una huelga política; que ella se produjese, además, [273] bajo la dictadura fascista del general Franco revelaba el alto nivel de conciencia adquirido por las masas del campo.

En la preparación de la huelga, la policía practicó numerosas detenciones: en Madrid, unas quinientas personas, entre las que figuraban el dirigente comunista Simón Sánchez Montero, miembro del Buró Político, Luis Lobato y otros camaradas, así como el dirigente del F.L.P., Julio Cerón Ayuso; en Cataluña más de un centenar de demócratas; en Valencia fue detenido un grupo de antifranquistas.

El Buró Político del Partido hizo una declaración sobre la huelga, exponiendo el enorme alcance político de ésta y explicando por qué no había adquirido mayores proporciones.

A juicio del Partido, los sectores de vanguardia de la clase obrera industrial y agrícola estaban decididos a ir a la huelga, como demostró la participación en masa de los jornaleros. Lo que faltó para un mayor éxito de la huelga no fue conciencia, sino organización.

El Partido subrayaba que lo decisivo es que:

«la unidad se organice en cada lugar concreto, en la acción diaria en defensa de las reivindicaciones económicas y políticas, bajo las formas y con los nombres más asequibles».

Otra de las razones que frenó la extensión de la huelga fue cierta concepción defensiva, muy extendida entre los obreros, consistente en acudir a los lugares de trabajo y, una vez allí, ver cómo concertarse y decidir la huelga.

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Influyeron de manera negativa en el desarrollo de la huelga los predicadores de la pasividad, especialmente la Comisión Ejecutiva del PSOE, residente en Toulouse, que aconsejó a los trabajadores, en declaraciones ampliamente difundidas por las radios de los países capitalistas, abstenerse de ir a la Huelga Nacional.

Uno de los resultados más notables de esta acción fue la popularización de la consigna de Huelga Nacional Pacífica, frente a las consignas monárquicas de restauración o de complots militares de espaldas a las masas. Muchos españoles se convencieron de que la Huelga Nacional Pacifica podría [274] abrir una salida pacífica y democrática en la presente coyuntura.

No obstante sus fallos, la movilización del 18 de junio y de los meses que le precedieron fue un gran paso adelante estableció un clima de mayor confianza entre las fuerzas de la oposición. La clase obrera, los sectores más activos y conscientes de la oposición, pese a las detenciones, salieron fortalecidos y enriquecidos con una gran experiencia.

El VI Congreso

Del 28 al 31 de enero de 1960 se reunió el VI Congreso del PCE, con asistencia de delegados del interior y de la emigración.

El Congreso se reunió en una situación internacional sensiblemente distinta a la que existía en el anterior. 1959 había sido el año inicial de un gran viraje en las relaciones internacionales; el retroceso de la guerra fría, el aminoramiento de la tensión y los progresos de la coexistencia pacífica entre el sistema socialista y el sistema capitalista eran los rasgos característicos del viraje. Diversos acontecimientos, y singularmente el viaje a EE.UU. del primer secretario del PCUS y jefe del Gobierno de la URSS, camarada N.S. Jruschov, habían puesto de relieve la evolución operada.

La propuesta de desarme presentada por el Gobierno soviético ante la Asamblea General de la ONU, conmovió a la opinión mundial, estimulando las corrientes en pro del desarme y de la paz. A comienzos de 1960, la URSS dio una nueva prueba de su voluntad de paz al reducir en un tercio sus efectivos militares.

Al presentar su proyecto de desarme total y general, la URSS no expresaba un simple deseo; reflejaba con ella una posibilidad concreta, real, derivada de la nueva situación que se estaba gestando en el mundo.

Desde que la URSS, en octubre de 1957, lanzó el primer satélite artificial de la Tierra, su superioridad en ramas decisivas de la ciencia, de la técnica, de la industria y de la economía en general, ha ido afirmándose de un modo cada [275] vez más patente. El primer país del socialismo ha abierto la era de la conquista del cosmos por el hombre.

Los éxitos de la URSS en el terreno de los cohetes cósmicos y en otras ramas han sido la expresión concentrada del impetuoso avance de las fuerzas productivas de la sociedad soviética, la cual ha entrado en la fase de la construcción del comunismo.

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En todos los países del campo socialista, la economía se ha desarrollado a ritmo incomparablemente superior al de los países capitalistas. En 1958 y 1959, China dio grandes saltos adelante en la edificación del socialismo.

La superioridad del socialismo sobre el capitalismo ha elevado el poder de atracción del socialismo sobre las masas trabajadoras y la población de los países capitalistas. Los progresos del socialismo en todos los ámbitos han asestado un golpe al anticomunismo.

En 1959 el movimiento de liberación de los pueblos subyugados alcanzó nuevos éxitos. África era teatro de una gran lucha anticolonialista. El movimiento liberador y democrático cobraba nuevo ímpetu en América Latina; a las puertas mismas de Estados Unidos, Cuba realizaba una revolución agraria, antifeudal y antimperialista.

La potencia alcanzada en todos los órdenes por la URSS y por los demás Estados del sistema socialista mundial –potencia que está totalmente al servicio de la causa de la paz– y el grado de desarrollo de la ciencia y de la técnica contemporáneas, imponen la necesidad de asentar las relaciones entre los países con diferentes sistemas sociales sobre el principio de la coexistencia pacífica.

Algunos políticos burgueses de EE.UU., Inglaterra, Francia y otros países han empezado a comprender la necesidad de tener en cuenta las nuevas realidades de la situación mundial. Otros, como Adenauer y Franco han seguido colocando minas en el camino de la paz, tratando de hacer del occidente de Europa un foco agresivo, una fortaleza de la reacción.

Las perspectivas alentadoras de paz mundial abiertas ante la humanidad por las iniciativas y los éxitos del campo socialista fueron examinadas en una Conferencia celebrada en [276] Roma en Noviembre de 1959, y en la que tomaron parte los representantes de 17 partidos comunistas de los países capitalistas de Europa, entre los que figuraba el Partido Comunista de España.

En el llamamiento dirigido a los trabajadores y demócratas europeos, la Conferencia insistía en que la eliminación para siempre de la guerra es hoy un objetivo accesible para los pueblos, si bien ello exige que las masas intensifiquen su lucha por aislar y maniatar a los más peligrosos enemigos de la coexistencia pacífica.

Sintetizando la experiencia de diversos partidos comunistas, la Conferencia subrayó la existencia de posibilidades cada vez mayores para la lucha por la democratización de los países, resaltando que uno de los objetivos esenciales de esa lucha tiene que ser la limitación del poder de los monopolios capitalistas. «La marcha hacia el socialismo –afirmaba en su llamamiento– se inscribe en una perspectiva de desarrollo democrático».

La Conferencia llamó a la unidad de todas las fuerzas obreras y democráticas en la lucha por la paz, por la defensa de los intereses de los trabajadores, por el progreso y la renovación de la democracia.

La Conferencia de Roma consideró que uno de los deberes de las fuerzas obreras y democráticas era incrementar su solidaridad con la lucha del pueblo español y llamó a intensificar la acción internacional en pro de la amnistía para los presos antifranquistas.

«La causa de los pueblos de España y de Portugal así como la del pueblo de Grecia, decía el llamamiento de los 17 partidos, es la causa común de todos los hombres libres».

También en la situación interior de España se habían producido cambios sensibles.

La crisis cíclica del capitalismo, iniciada en el mundo en los años 1957-1958, adquirió en nuestro país mayor agudeza que en otras partes. Todas las consecuencias nefastas de la política económica que había venido practicando la dictadura durante veinte años en beneficio

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de la oligarquía [277] se exacerbaban entonces. El mercado interno se contrajo aún más, las reservas de divisas se agotaron, la desconfianza en el régimen provocó la huida de capitales y el retraimiento de las inversiones. Al borde del colapso económico, el Gobierno franquista concertó en Washington, el 17 de julio de 1959, los convenios de estabilización, aceptando todas las condiciones licitadas por los monopolios internacionales. El plan de estabilización, que comenzó a ser aplicado inmediatamente, comportó el ingreso de España en la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) y la probable perspectiva de integración en el Mercado Común. Mediante este plan, el capital monopolista pretendía echar sobre los hombros del pueblo las consecuencias del caos económico que ese mismo capital había provocado e impedir que la bancarrota virtual de la política económica de la dictadura desembocara en una quiebra declarada.

En el curso de pocos meses, dicho plan había lesionado gravemente a todas las capas de la población, descontando a los grupos oligárquicos que eran sus promotores. Habían sido suprimidas las horas «extra», las primas y los pluses para la mayoría de los obreros, lo que implicaba un descenso de los salarios del 40 al 50 por 100. Decenas de miles de trabajadores, sobre todo los «eventuales», habían sido despedidos; la amenaza del paro se generalizaba. La situación de una parte de la burguesía no monopolista se hacía cada vez más difícil.

A las calamidades económicas se unían los fenómenos de descomposición aguda de la dictadura. Ya no se trataba sólo de que la Falange y el mismo «Movimiento», de hecho, habían dejado de existir. La descomposición afectaba ahora a los órganos vitales del Estado.

En el Ejército empezaban a aparecer síntomas de descontento. El mismo fenómeno, más acentuado aún por razones de su mayor contacto con el pueblo, se daba entre las fuerzas de orden público.

En la Magistratura y en los Colegios de Abogados el descontento tomaba a veces formas abiertas, dando lugar incluso a acciones colectivas de cese del trabajo por parte de los magistrados, como había ocurrido en Sevilla. La [278] aparición en un Estado fascista de hechos de esta índole –insólitos en cualquier país capitalista– atestiguaba el grado de descomposición del régimen encabezado por el general Franco.

Frente al debilitamiento de la dictadura destacaba el incremento del movimiento de masas y el creciente influjo de la política de Reconciliación Nacional. Los progresos unitarios, logrados durante la preparación de la huelga nacional de junio de 1959, se habían consolidado, y en cierto modo ampliado, en el período ulterior.

Tales eran los principales rasgos de la situación al reunirse el VI Congreso. Ellos atestiguaban la existencia de condiciones incuestionablemente más favorables para la lucha contra la dictadura.

El VI Congreso ratificó la política de Reconciliación Nacional; sus decisiones tendieron a desarrollarla en las nuevas condiciones, a convertirla en patrimonio de las masas, en el arma capaz de llevar al pueblo a la victoria sobre el fascismo.

En el informe del C.C., presentado por el camarada Santiago Carrillo, se abordaba la siguiente cuestión. ¿Cómo puede la dictadura en una situación económica tan desastrosa y en un estado tan avanzado de descomposición interna, mantenerse aún en el Poder?

El Congreso dio respuesta a esta pregunta: Si la dictadura subsistía no era sólo por las asistencias externas ni tampoco por su fuerza propia. La razón radicaba principalmente en que no existía un acuerdo entre las fuerzas de oposición para una acción conjunta capaz de desplazar a Franco del Poder. Las vacilaciones, la pasividad de una gran parte de las fuerzas

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de la oposición burguesa y del PSOE, su negativa a entenderse con los comunistas: he ahí lo que retrasaba la liberación de España.

El Congreso consideró, pues, que era preciso centrar la actividad del Partido en dos direcciones fundamentales, muy ligadas entre sí: la intensificación de sus esfuerzos en pro de la unidad y la elevación a un nivel superior de la lucha de las masas.

El Congreso dirigió una carta a todas las fuerzas de la oposición insistiendo en la propuesta que ya había formulado en julio de 1959 de celebrar una Conferencia de «mesa [279] redonda» para contrastar las opiniones y determinar los puntos en que la coincidencia era posible. La carta precisaba la plataforma que podría servir de base a un acuerdo de todas las fuerzas de oposición, y cuyos puntos eran:

1) Lucha unida contra la dictadura hasta conseguir su derrocamiento por la huelga nacional pacífica.

2) Restablecimiento de las libertades democráticas sin discriminación.

3) Amnistía para los presos y exiliados políticos, extensiva todas las responsabilidades derivadas de la guerra civil en limbos campos contendientes. Abolición de la pena de muerte.

4) Mejoramiento de las condiciones de vida de la población.

5) Política exterior favorable a la coexistencia pacífica.

6) Elecciones constituyentes que permitan al pueblo escoger democráticamente el régimen de su preferencia.

El Partido Comunista no hacía cuestión cerrada de estos puntos: declaraba estar dispuesto a examinar otras sugerencias,

El Congreso advirtió claramente que una persistente negativa del PSOE y de la oposición burguesa a actuar contra la dictadura se traduciría en la reducción de la influencia de dichas fuerzas a la hora de determinar los futuros destinos de España.

Ante la extrema agudización de la situación económica, el Congreso destacó, como la tarea más urgente del Partido, la de volcar, en la lucha contra el plan de estabilización, las energías de la clase obrera y de todas las capas dañadas por la oligarquía.

Esta tarea tenía una importancia decisiva por cuanto significaba defender los intereses vitales de los obreros, de los campesinos, de las capas medias, de la burguesía no monopolista. Tenía además un alcance nacional, pues oponerse al plan de estabilización y a la «integración europea» de España, representaba luchar contra la colonización del país por los monopolios extranjeros, contra la ruina de su industria, contra la despoblación de extensas zonas rurales, por evitar un desastre económico sin precedentes.

El VI Congreso llamó a los comunistas a marchar, a través de múltiples acciones parciales de los obreros y de otros [280] sectores, hacia la preparación de un gran movimiento nacional de protesta, de una gran huelga nacional. Si ésta se llevaba efectivamente a cabo con la simpatía y el apoyo de las masas con la benevolencia o neutralidad de una parte del aparato represivo, la dictadura no podría sostenerse y se vendría abajo.

El Congreso reelaboró el Programa del Partido. Los cambios producidos en la situación exterior y nacional, los progresos del movimiento comunista internacional en la aplicación de los principios marxistas-leninistas a las condiciones contemporáneas y el subsiguiente estudio por el Partido de los problemas fundamentales de la revolución española, determinaron la introducción de substanciales modificaciones en el Programa.

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En el curso del año 1959, las organizaciones del Partido habían discutido los cambios a introducir en el Programa sobre la base del documento del C.C. «Balance de 20 años de la dictadura franquista». Los debates y decisiones del VI Congreso sobre este punto fueron la culminación y el resultado de ese estudio.

El programa aprobado por el VI Congreso abarca, además de las medidas inmediatas para el derrocamiento del franquismo, una parte relativa a los objetivos del Partido en el período democrático ulterior, y otra a sus objetivos finales, es decir, al paso de España al socialismo.

La primera comprende un conjunto de medidas encaminadas a consolidar y desarrollar la democracia en los diversos ámbitos de la sociedad española sin romper los moldes de la estructura burguesa.

La principal reforma de estructura que el Programa preconiza es la reforma agraria tendente a suprimir las supervivencias feudales en el campo español. En esta cuestión, el VI Congreso ratificó la posición elaborada por el C.C. en septiembre de 1957 sobre la base de un informe del camarada Juan Gómez. La lucha por la reforma agraria no se podía llevar a cabo en este período sin tener en cuenta una serie de condiciones peculiares como las siguientes: fusión de la aristocracia terrateniente absentista y del capital monopolista; profunda penetración de éste en la agricultura en detrimento, no sólo de los braceros y campesinos pobres, sino de los campesinos ricos y medios, incluso de ciertos sectores [281] de terratenientes; extraordinaria amplitud, a consecuencia de los factores citados más arriba, de la oposición antifranquista, en el campo. Estos hechos llevaron al PCE a modificar ciertos aspectos de su posición anterior en cuanto a las formas de efectuar la reforma agraria. En el Programa aprobado por el VI Congreso se propone que los latifundios de la aristocracia absentista sean expropiados con indemnización y entregados a los campesinos y jornaleros; de la expropiación quedarían exentos los propietarios que llevan personal y racionalmente la explotación de sus fincas, cualquiera que sea la extensión de estas. Estas propuestas tienden esencialmente a propiciar la creación en el campo de una amplia coincidencia de intereses, a fin de centrar la lucha contra la dictadura franquista, contra la aristocracia absentista y el capital monopolista, y a facilitar así que España emprenda cuanto antes, y con un mínimo de conmociones, el camino de su efectiva democratización.

El Programa incluye asimismo otras reformas de estructura tendentes a limitar el poder de los grandes monopolios en la industria y en la vida económica y política en general.

La parte del Programa referente al paso al socialismo contribuye a disipar equívocos y falsificaciones y a despejar el camino a las alianzas con otras fuerzas en la lucha por la democracia y el progreso.

El Programa traza las grandes líneas del avance hacia el socialismo en una perspectiva de desarrollo democrático: la gran mayoría del país, interesada en el triunfo del socialismo, con la clase obrera a la cabeza, podrá utilizar el Parlamento con el apoyo de un fuerte movimiento de masas, para transformar el carácter de los órganos del Poder, convirtiéndoles en instrumentos que actúen al servicio del pueblo y de la causa socialista. De esa misma forma, se podrá llevar a efecto la socialización de los principales medios de producción.

El paso a formas cooperativas socialistas en el campo se realizará de un modo gradual y sobre la base de la libre voluntad de los campesinos. La integración en una economía socialista de las empresas de la pequeña burguesía y de la burguesía no monopolista, se efectuará de una forma [282] progresiva y teniendo en cuenta los intereses de dichos sectores sociales.

En esa perspectiva, la clase obrera podrá ejercer el Poder y construir el socialismo sobre la base de una democracia parlamentaria con pluralidad de partidos políticos. El Partido

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Comunista desempeñará el papel dirigente en el avance hacia el socialismo en alianza con otros partidos.

El Programa proclama el propósito de los comunistas de hacer cuanto esté de su parte para que España vaya al socialismo por esa vía parlamentaria y pacífica. Cierto, ello no depende sólo de la voluntad de la clase obrera; depende de que las fuerzas reaccionarias se vean imposibilitadas de recurrir a la violencia, de que un poderoso frente de las fuerzas progresivas sea capaz de aislar y maniatar a quienes intentasen utilizar la violencia contra la voluntad de la mayoría del país.

El VI Congreso abordó ampliamente los problemas de organización del Partido.

La inmensa atracción que el socialismo ejerce hoy permite, y a la vez reclama, que los partidos comunistas, en los países capitalistas, sean grandes partidos de masas, que agrupen en sus filas no sólo a una vanguardia reducida, sino a extensos sectores de la clase obrera, los campesinos, la intelectualidad, la juventud trabajadora y estudiantil y otras capas; partidos capaces de desplegar su actividad y su influencia sobre el conjunto de la sociedad.

El Partido Comunista de España, reducido a la clandestinidad por la dictadura fascista, ¿podía o no plantearse la tarea de convertirse en un Partido de masas? El VI Congreso respondió afirmativamente. Incluso en las condiciones de la clandestinidad, era necesario formar un partido de masas, de decenas de miles de militantes. Tal era el contenido del viraje que el VI Congreso consideraba necesario dar en el terreno de la organización.

Esta posición era producto del análisis de las condiciones políticas generales y del desarrollo interno del Partido.

La extrema descomposición de la dictadura de un lado, y de otro el movimiento de masas, creaban en España una situación original. La dictadura fascista era [283] considerablemente mas débil que en años anteriores. Los comunistas habían adquirido más experiencia de trabajo clandestino, lo que les permitía desplegar mayor actividad entre las masas.

Desde el punto de vista del desarrollo interno del Partido, éste había logrado, sobre todo desde 1956, grandes éxitos en la lucha contra el sectarismo y el dogmatismo. Este era otro factor esencial que le permitía abordar con garantías de éxito la tarea de convertirse en un Partido de masas.

La necesidad de este viraje en la organización del Partido era planteada además por las propias masas, ya que, sobre todo después de la huelga de junio de 1959, los nuevos militantes habían afluido al Partido por decenas, por centenares, por grupos enteros. La tarea de organización esencial planteada por el VI Congreso, fue crear comités del Partido en todos los lugares, empresas, centros docentes, aldeas, barriadas, &c., comités que debían ser el alma y la osamenta del Partido. Y en torno a esos comités, decenas, cientos, miles de comunistas debían organizarse utilizando formas variadas.

El Congreso decidió introducir ciertas modificaciones en los Estatutos del Partido para facilitar su transformación en un Partido de decenas de miles de militantes.

El VI Congreso eligió el C.C. del Partido. Este, en su primera reunión plenaria, eligió los otros órganos dirigentes con la siguiente composición:

Comité Ejecutivo: Santiago Álvarez, Santiago Carrillo, Fernando Claudín, Manuel Delicado, Ignacio Gallego, Juan Gómez, Dolores Ibárruri, Enrique Líster, Ramón Mendezona, Antonio Mije, José Moix, Simón Sánchez Montero, Federico Sánchez. Como miembros suplentes: Gregorio López Raimundo y Francisco Romero Marín.

Presidente del Partido: Dolores Ibárruri.

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Secretario General: Santiago Carrillo.

Para el Secretariado fueron elegidos: Santiago Carrillo, Fernando Claudín, Ignacio Gallego, Antonio Mije y Eduardo García.

El VI Congreso, por su composición misma, por sus debates, fue un testimonio vivo de la profunda renovación que el Partido había experimentado; demostró que éste había sabido vencer la inclinación sectaria –inevitablemente [284] acusada en un largo período de ilegalidad– a encerrarse en sí mismo, limitándose a organizar a los camaradas más firmes y probados. El Partido se había abierto a las nuevas generaciones; había promovido centenares de nuevos cuadros, había combinado armoniosamente, en sus órganos responsables, las fuerzas veteranas y las fuerzas jóvenes, fundidas en una idéntica entrega a la causa de la clase obrera y del pueblo.

La historia continúa...

En las páginas anteriores hemos resumido a grandes trazos la historia del Partido Comunista de España; sólo se trata de un cuadro inacabado, del largo y difícil camino de lucha recorrido por el Partido, junto con la clase obrera y el pueblo español, durante los últimos cuarenta años.

La historia del Partido es la historia de los afanes e ideales; de la acción abnegada y consciente de centenares de millares de españoles, de hombres y mujeres, de héroes famosos o anónimos.

Aprendiendo en las victorias y en los reveses, los trabajadores españoles han ido forjando su Partido, el Partido Comunista.

El Partido ha tenido que luchar en las más diversas situaciones: en la profunda clandestinidad y en la acción abierta al frente de impetuosos movimientos de masas, en la lucha armada y en la labor parlamentaria, desafiando las torturas policíacas y compartiendo las responsabilidades de la gobernación del país.

Condenado a la ilegalidad durante la dictadura de Primo de Rivera y falto todavía de madurez teórica y de experiencia política, el Partido Comunista se aisló de las masas y ofreció fácil blanco a los ataques del enemigo que le golpeó implacablemente y le impidió desempeñar el papel político que por su lucha heroica contra el régimen monárquico le correspondía.

El desarrollo del Partido Comunista demuestra que éste sólo puede crecer y fortalecerse mediante un esfuerzo permanente para rechazar cualquier intento de infiltración oportunista y vencer al sectarismo. Cuando en 1932, con la renovación de su núcleo dirigente, el Partido inició el «gran viraje», rompiendo con el sectarismo y el oportunismo y situándose clara y decididamente sobre posiciones marxistas justas, los resultados fueron realmente asombrosos. El Partido creció numéricamente y su influencia se extendió entre vastos sectores obreros y campesinos, entre empleados y artesanos, estudiantes e intelectuales y entre los mismos

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trabajadores socialistas y anarquistas, que empezaron a ver en él una seria fuerza revolucionaria.

Este viraje permitió al Partido influir poderosamente en la marcha de los acontecimientos. Su actuación fue el alma de la unidad obrera en la lucha armada de octubre de 1934 para frenar el avance del fascismo, la fuerza impulsora fundamental del Frente Popular, triunfador en las elecciones de 1936 y artífice, más tarde, de la gloriosa gesta del pueblo en la guerra contra la agresión fascista.

Toda la historia del Partido Comunista es la historia de la lucha por la unidad de la clase obrera y de las masas populares. Gracias a sus esfuerzos y a su sentido de la responsabilidad revolucionaria, fue posible la fusión en el Partido Socialista Unificado de Cataluña de cuatro partidos obreros, sobre la base del marxismo-leninismo; la fusión de la Juventud Socialista y de la Juventud Comunista; la incorporación de la Confederación General del Trabajo Unitaria a la Unión General de Trabajadores; la constitución de un Comité de Enlace entre la UGT y la CNT; y, por primera vez en el movimiento comunista, la formación de Gobiernos de Frente Popular con la participación del PCE al lado del PSOE, de la CNT y de fuerzas burguesas, Gobiernos que llevaron a cabo, en el curso de la guerra, la revolución democrática, por la que tanto habían luchado las masas populares de nuestro país.

El Partido Comunista ha laborado a lo largo de toda su trayectoria por la alianza de los obreros y los campesinos, en los que ve una de las fuerzas fundamentales de la revolución española. Muchos partidos han prometido dar tierra [286] a los campesinos, pero sólo los comunistas han realizado una verdadera reforma agraria.

El Partido Comunista ha sido también un defensor consecuente de las libertades nacionales de los pueblos de España, lo que facilitó la participación de Cataluña y Euzkadi en la lucha común contra la sublevación militar fascista.

De sus cuarenta años de existencia, el Partido Comunista ha pasado más de treinta en la clandestinidad. Bajo la dictadura fascista ha sido el más perseguido, el que ha pagado un tributo más alto de sangre. Estos años erizados de dificultades y de peligros han puesto a prueba el acero del Partido. Gracias a los principios leninistas de organización, el Partido Comunista de España ha podido continuar la lucha en la más dura clandestinidad y seguir siendo el destacamento de vanguardia de la clase obrera y de las fuerzas progresivas.

Varias veces anunció el general Franco que había «acabado con el comunismo», confundiendo sus deseos con la realidad; pero otras tantas quedó demostrado que el Partido Comunista es indestructible. Su existencia es una necesidad histórica, como lo es la de la clase obrera, espina dorsal de la sociedad contemporánea.

La raíz de la fuerza del Partido está en el marxismo-leninismo, la teoría científica que le permite comprender las necesidades del desarrollo histórico de nuestro país e imprimir una certera dirección a la lucha de las masas obreras y populares.

La fidelidad al marxismo-leninismo ha sido una constante de nuestro Partido, esa fidelidad no significa repetición de fórmulas hechas, sino aplicación creadora de sus principios a las realidades de España. En la lucha contra todo género de desviaciones se ha forjado la unidad indestructible del Partido.

Desde que en 1920 nació el Partido, el mundo se ha transformado y la vida misma ha demostrado la verdad universal del marxismo-leninismo. Los progresos realizados por la Unión Soviética y los demás países socialistas han ayudado a millones de gentes a comprender mejor la razón de los ideales por los que lucha el Partido Comunista de España. La defensa de la Unión Soviética y del sistema socialista en su conjunto es un deber y una necesidad para la

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clase obrera y las fuerzas [287] progresivas españolas, cuyo porvenir está vinculado a la consolidación del socialismo en el mundo.

El internacionalismo proletario realza el patriotismo de los comunistas. Mientras las clases oligárquicas, carentes de apoyo en el pueblo, abren la puerta del país a la colonización extranjera, la clase obrera se destaca cada vez más como el abanderado de la lucha por la independencia y la soberanía nacionales. Como representación genuina de la clase obrera, el Partido Comunista es un partido profundamente nacional.

En la lucha contra la dictadura franquista, el pueblo ha tenido ocasión de comprobar a todos los partidos que actuaban en España y de sacar las conclusiones pertinentes. El apoyo creciente que presta al Partido Comunista, la simpatía y respaldo que éste halla entre los sectores más diversos y amplios de la población de nuestro país dicen con elocuencia de qué lado se inclina la voluntad popular.

El Partido Comunista de España se ha esforzado siempre por unir en una aspiración patriótica y transformadora a las fuerzas progresivas de la sociedad española, a fin de impulsar y desarrollar en beneficio de todo el pueblo la industria, la agricultura y las grandes riquezas de nuestro país; a fin también de fomentar la cultura, la ciencia y el arte, renovando las mejores tradiciones humanísticas españolas. En esta obra que entrañará el impetuoso renacer de la patria sobre la base de una política de paz y de convivencia, el Partido Comunista está dispuesto a marchar junto a todas las fuerzas políticas interesadas en asegurar a España un desarrollo pacífico y progresista que coloque a nuestro país no a remolque ni en dependencia de nadie, sino al nivel de los países más avanzados.

La historia continúa. El Partido Comunista, apoyándose en las masas, fundido con ellas, marcha bajo las banderas del marxismo-leninismo hacia el futuro. Su victoria será la victoria del pueblo, la victoria de España, la victoria de la democracia, de la paz y del socialismo.

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APÉNDICES

Mensaje del Partido Comunista de Españaa los intelectuales patriotas

Abril de 1954 (volver)

¡Trabajadores de la Ciencia, de la Literatura y el Arte!

¡Maestros de la Cultura!

¡Estudiantes!

¡Intelectuales patriotas que deseáis una España independiente y soberana, donde puedan desarrollarse, sin trabas, todos los valores científicos, culturales y artísticos!

En estas horas de aflicción para la patria, cuando en virtud de la alianza militar, económica y política concertada entre la camarilla franquista y el gobierno de los Estados Unidos, España ha. sido reducida a la categoría de nación inferior, donde los imperialistas yanquis hacen la ley, el Partido Comunista de España se dirige a vosotros llamándoos a la acción para salvar a España, llamándoos a definir vuestra posición frente a la política patricida de Franco y de Falange, llamándoos a uniros al pueblo en la lucha por la democratización de nuestro país.

Nuestra tierra natal, donde cada monte y cada valle, cada ciudad o aldea, de Móstoles a Zaragoza, de Gerona a Madrid, de Tarifa a Roncesvalles, de Sagunto a Numancia recuerdan la lucha secular del pueblo por la independencia patria, ha sido entregada en venta infame a los imperialistas yanquis.

Con la tierra española han sido vendidos el derecho y la justicia, el ejército y los secretos de la defensa nacional; han sido puestas en manos extrañas las riquezas del suelo y del subsuelo español, han sido hipotecadas la independencia y soberanía nacionales.

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Y aunque Franco y sus cómplices juren que han salvado el honor nacional porque su bandera ondee en los Gibraltares norteamericanos levantados en el propio corazón de España ¿de qué, sino de irrisión [4] de la soldadesca extranjera puede servir esta enseña, cuando los oficiales y soldados del ejército español tengan que marcar el paso ante cualquier sargento yanqui, encargado de instruirles en la «ciencia» militar americana?

Las hiperbólicas alabanzas al honor de la bandera no pueden ocultar la tragedia nacional que significa ese acto de compra y venta de España, entre los yanquis y franquistas.

Ello viene a dar razón, una vez más, a Antonio Machado, quien decía que los señoritos –y el franquismo representa un señoritismo de la peor especie– invocan la patria para venderla.

Por los treinta dineros recibidos de los americanos, los franquistas no sólo entregan la tierra, el cielo y los mares de nuestra patria, sino que consienten el establecimiento en España de depósitos de bombas atómicas que cualquier accidente puede hacer estallar y convertir nuestro país en una zona desértica de tierra radioactiva, incultivable e inhabitable.

Mientras se sume al pueblo español en la angustia de tan terrible pesadilla, se entrega a las corporaciones yanquis el monopolio de la compra y venta de las materias primas españolas, del wolfram y del mercurio, del hierro y del cobre, de la potasa y de todas nuestras riquezas mineras a los precios que tengan a bien establecer; se suprimen para estas corporaciones las tarifas aduaneras que protegían la producción nacional y se libera de todo impuesto a las mercancías norteamericanas que entren y salgan de nuestro país, dando así carta blanca a los monopolios yanquis para aplastar a las empresas españolas, para que entren a saco en la economía nacional, llevada ya al borde de :la catástrofe por el franquismo.

Al mismo tiempo, los yanquis reciben el derecho a fiscalizar las finanzas españolas, a disponer del fondo español de divisas extranjeras, a desvalorizar la peseta cuando lo estimen necesario, a dirigir el crédito y las inversiones de capitales, a establecer, de acuerdo con sus intereses, el presupuesto del Estado franquista, a comprar, abrir o cerrar en España cuantas empresas quieran, a reforzar el ya salvaje sistema de explotación de los trabajadores españoles, a trasladar a su país, convertidos en dólares, los inmensos beneficios que sus monopolios realicen en España.

Si se tiene en cuenta que a cambio de un puñado de dólares y de cierta cantidad de material de guerra destinado a las fuerzas armadas franquistas, colocadas al servicio de la agresión yanqui, el contribuyente español deberá sufragar los gastos de construcción y entretenimiento de las bases de guerra norteamericanas en España, se verá que los compromisos anteriormente citados, en unión de otros más peligrosos aún para España y que permanecen secretos, han de conducir inevitablemente a la inflación, al aumento en flecha de los impuestos y de la carestía de la vida, a la profundización del desastre que aflige a nuestra economía, al paro y a la crisis, a la intensificación del hambre y la miseria de las masas trabajadoras, a la ruina y proletarización de las capas medias de la sociedad, al descenso brutal del ya mísero nivel de vida del pueblo español, a una mayor degradación de la cultura. [5]

Tan completa es la entrega de España al extranjero, que, para el yanqui, sea cual fuere su condición social, gángster o general, diplomático o tratante de blancas, hombre de negocios o traficante de estupefacientes, no cuenta la ley ni la justicia española, Los gobernantes franquistas, que privan de todo derecho al pueblo español, han concedido inmunidad diplomática a todo representante del imperialismo norteamericano que llegue a España.

Y como si el país donde fueron sentadas las bases del derecho internacional fuera Honolulú o Puerto Rico, cualquier rufián, cualquier gángster con cartilla militar o pasaporte yanqui es en España un ser privilegiado con derecho a ultrajar, ofender y atropellar a cualquier ciudadano español con toda impunidad, al menos oficial.

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Porque el pueblo que dio un Fuenteovejuna no se dejará atropellar impunemente. El pueblo del 2 de Mayo en Madrid, de los Garrocheros de Bailén, de los estudiantes de Santiago y del Sitio de Zaragoza, el pueblo que hizo morder el polvo de la derrota a las orgullosas tropas invasoras de Napoleón cuando todo el mundo, confundiéndole con la servil camarilla gobernante que le traicionó, lo daba por muerto, no admitirá ser tratado como carne de esclavos al servicio de los opresores de su patria.

La camarilla franquista podrá ser comprada, pero no hay oro en el mundo para comprar al pueblo español, como no habrá fuerza humana capaz de hacerle marchar contra la Unión Soviética ni contra ningún otro pueblo amante de la paz. ¡Que no se llamen posteriormente a engaño los imperialistas yanquis y sus servidores españoles!

• • •

El crimen cometido contra España con la firma del pacto yanqui franquista es una brutal pero convincente demostración de la esencia antiespañola del régimen franquista, que representa los intereses y privilegios de un puñado de potentados financieros, de latifundistas semifeudales, de los círculos más reaccionarios del ejército y de la iglesia. Gentes todas sin más culto, patria ni bandera que la acumulación de riquezas, la obtención constante de máximos beneficios mediante la inicua explotación de los hombres que crean los valores materiales y morales de la nación, mediante el despojo sistemático de millones de campesinos, artesanos, comerciantes e industriales, que son empujados a la ruina, lanzados a la miseria. Por medio también de la militarización de la economía y los preparativos de guerra, del corretaje de la venta y reventa de España a los monopolios extranjeros.

Tal es la verdadera fisonomía social de la camarilla gobernante franquista, facción parasitaria que ha entregado España y los españoles al imperialismo yanqui.

Franco y Falange han vendido España buscando apoyo y sostén para su régimen fascista enfermo de muerte y por odio y miedo al pueblo, que lucha por reconquistar sus derechos y libertades, como [6] se demostró en. la huelga general de Barcelona y en las acciones antifranquistas de masas que se sucedieron en aquella histórica primavera de 1951, primavera del resurgimiento de la fuerza invencible de la clase obrera, que al ponerse en pie, levantó consigo, en su poderoso movimiento, a amplios sectores del pueblo, e hizo renacer en éste la confianza en su fuerza soberana, hizo avanzar su conciencia a pasos de gigante hasta llegar a madurar en ella la idea de que así no se puede seguir, de que hace falta cambiar el régimen en España, de que es necesario, para que los españoles no perezcan de hambre y miseria y puedan vivir en paz, y España cuente como nación independiente, abatir el régimen franquista, tomar en sus manos la soberanía nacional, restaurar la democracia y disponer libremente de sus propios destinos.

Aterrada ante este despertar de la conciencia nacional que va acompañado de la desintegración de la «unidad del movimiento» y de la progresiva descomposición del aparato del Estado, la camarilla franquista entregó España a los imperialistas. yanquis, creyendo con ello prolongar su decrépita existencia.

Ahora es el supergobierno yanqui para España, encabezado por los virreyes Williams y Kissner, quien hace la ley en nuestro país, y su sátrapa Franco quien la ejecuta, como ayer lo hacía al servicio de Hitler. Así, en plena descomposición, el régimen franquista remata su corona de terror, hambre y miseria con el florón ignominioso de la venta de España. Con ello ha encendido al rojo vivo la cólera del pueblo, que hierve de patriótica indignación y acumula energías y cierra filas en la lucha contra el franquismo, al que odia a muerte: y sus razones tiene para ello.

• • •

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Hace ya muchos años que la facción parasitaria que el franquismo representa, carente de arraigo entre el pueblo, derrotada en libres elecciones en las que la Falange fascista no obtuvo ¡ni un solo diputado! encendió la guerra en España y recurrió a la intervención armada del fascismo extranjero para aplastar a sangre y fuego las ansias de progreso, libertad y justicia social del pueblo español.

A los tres años de encarnizada resistencia en defensa de la independencia nacional, de las libertades democráticas y de las instituciones republicanas legalmente constituidas, nuestro pueblo, que dio muestras de sublime heroísmo que sólo encienden las luchas justas por elevados ideales, fue derrotado en desigual combate por las armas de los fascistas alemanes e italianos, amparados en los buenos oficios de la «No intervención», en la que tomó parte activa el gobierno de los Estados Unidos.

Franco, viejo agente a sueldo del imperialismo alemán desde los tiempos en que era capitán de los forajidos de la Legión extranjera en Marruecos, fue subido al poder por Hitler y Mussolini, a cambio de lo cual puso España al servicio de las fuerzas del eje fascista que intentó imponer su hegemonía al mundo.

En la medida que pudo, la camarilla franquista ayudó a los hitlerianos en su criminal empresa. Proclamó su fe fascista y su [7] «voluntad de imperio», de guerra y de conquista, y aprovechándose de la situación internacional, clavó sus garras en Tánger, violando los acuerdos establecidos. Puso bases submarinas a disposición de los piratas hitlerianos, entregó a éstos gran parte del potencial industrial y económico español, condenó a nuestro pueblo al hambre para alimentar a las bestias pardas que oprimían a la mayor parte de los pueblos de Europa y envió una parte de su ejército a luchar contra la Unión Soviética. Debido a todo esto, el régimen franquista fue residenciado por las Naciones Unidas.

Y no hay duda de que al final de la segunda guerra mundial el franquismo hubiera sido barrido del poder, de haberse aplicado contra él las sanciones exigidas por la Unión Soviética con la aprobación unánime de los pueblos del mundo entero, si los imperialistas yanquis y los gobiernos vasallos, cómplices de su política, no hubieran corrido en auxilio de la camarilla mercenaria.

El franquismo se ha entregado por entero al nuevo amo. Con ello ha demostrado, una vez más, su carácter antiespañol, su carácter ajeno a los intereses de España, por lo que no puede subsistir sin el apoyo constante de las fuerzas imperialistas extranjeras.

Implantado y sostenido en el poder por Hitler y Mussolini, y apoyándose en la oligarquía financiera y terrateniente, el franquismo vino a frenar e impedir el desarrollo pacifico de la democracia española, a fin de proteger y consolidar los escandalosos privilegios de los grupos parasitarios ferozmente reaccionarios y oscurantistas de la sociedad española, condenados por la historia. El franquismo vino a salvaguardar los intereses de un puñado de grandes terratenientes, a impedir que los campesinos laboriosos obtuvieran la tierra que trabajaban, a frustrar la reforma agraria imprescindible para el desarrollo económico-social de la nación. El franquismo vino para permitir que un reducido número de grandes financieros mandatarios de los monopolios extranjeros, continuaran aumentando sus inmensos beneficios a costa de la explotación, de la ruina y de la depauperación de la inmensa mayoría de los españoles. El franquismo vino a ampliar los privilegios de los círculos tradicionalmente reaccionarios del Ejército y de la Iglesia, que, fundida de nuevo con el Estado, reforzó en sumo grado su poderío económico, político e ideológico, a aplastar las autonomías de Cataluña y Euzkadi. El franquismo vino, en suma, a cerrar el paso a las fuerzas de la democracia española que, encabezadas en esta época por la clase obrera, son las únicas portadoras del progreso social, de la paz y de la independencia nacional.

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Para llevar adelante estos objetivos retrógrados, cuya esencia reside en un intento supremo de impedir que la historia se desarrolle por sus cauces naturales, las fuerzas sociales caducas, llamadas irremisiblemente a desaparecer, implantaron en España la más férrea y sangrienta dictadura fascista de nuestro tiempo, el poder más despótico, arbitrario y corrompido que España conociera jamás.

Destruidas las instituciones republicanas, disueltos los ayuntamientos de elección popular, el régimen franquista suprimió las libertades democráticas de reunión y asociación, de palabra y prensa, de [8] pensamiento y creación, de conciencia y culto, y otras que el pueblo había conquistado tras largos años de lucha.

Los sindicatos obreros y agrupaciones intelectuales, todos los partidos políticos, excepto la Falange fascista impuesta por los hitlerianos como fuerza hegemónica de la reacción, fueron declarados ilegales.

Las Casas del Pueblo y Centros democráticos, los Ateneos, Clubs, Bibliotecas Populares fueron clausurados. Sobre el pueblo se abatió una oleada de terror que hace palidecer los crímenes de la Inquisición.

Elevada y sostenida en el poder por las bayonetas hitlerianas, la camarilla franquista se dedicó al exterminio de los mejores hombres de los combatientes republicanos, de las fuerzas vitales de nuestro pueblo, de los activistas políticos democráticos.

Durante largos años, se han venido sucediendo las sacas nocturnas de las prisiones y campos de concentración. Decenas de miles de honestos patriotas perdieron la vida vilmente asesinados en las cunetas de las carreteras y en los descampados, o junto a las tapias de los cementerios. Otros, salvajemente torturados, vejados y escarnecidos, viéronse condenados a una muerte lenta, sepultados en los presidios, represaliados y arrojados del trabajo, privados de sus medios de vida, obligados a ocultarse y vivir perseguidos como alimañas.

La vida y el patrimonio de la mayoría de los españoles quedó a merced de la rabiosa jauría franquista y de su aparato represivo. Predicóse el odio y la delación, se glorificó el crimen y la caza del hombre. El vergonzoso régimen de libertad vigilada hizo de España entera un inmenso campo de concentración, y no hubo atributo de la dignidad humana que quedara en pie: todo fue hollado y escarnecido.

En plena orgía de terror y sangre, la carroña franquista se entregó a la brutal explotación del pueblo, amordazado y cargado de cadenas, derrotado pero insumiso, aunque abrumado por la temporal victoria de sus feroces enemigos.

Los obreros fueron obligados a trabajar jornadas interminables y agotadoras por un salario de hambre, en condiciones carcelarias de vida y de trabajo. Eran considerados pura y simplemente como carne de explotación, sin derecho alguno, como en los tiempos del nacimiento del proletariado industrial, cuando la burguesía trataba a los obreros de la misma forma que el feudal de horca y cuchillo había venido tratando secularmente a los siervos de la gleba.

De nuevo tuvieron que salir los proletarios del campo a las plazas de los pueblos a formar ante los mayorales de los grandes terratenientes para que éstos comprobaran la solidez de sus músculos, contratando exclusivamente a los más fuertes, estrujándoles en penosas jornadas de trabajo ilimitadas en el tiempo.

Millones de obreros agrícolas sin trabajó fueron lanzados a una vida errante, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, en busca de pan y de trabajo, obligados a vivir en cuevas y chamizos, en desmontes y basureros, en la más horrible promiscuidad y negra miseria, igual que los parias de los países coloniales. [9]

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Los campesinos laboriosos viéronse esquilmados por la burocracia franquista. Los terratenientes impusieron de nuevo los contratos de arrendamiento semi-feudal, aumentaron las rentas y recurrieron a la expropiación y al desahucio amparados por los fusiles de la Guardia Civil. Los caciques se apoderaron de los bosques y prados comunales y, a la sombra de las Hermandades, impusieron su ley de garduños en el establecimiento de los cupos y distribución de las aguas, abonos y semillas.

Los bancos se sirvieron del crédito en el campo como el ladrón de la palanqueta para, de hipoteca en hipoteca, despojar de su hacienda a centenares de millares de campesinos pobres. El Estado franquista, Estado ladrón por excelencia, suprimió la libertad de comercio y, en nombre de los grandes capitalistas y terratenientes, impuso precios irrisorios a los productos requisados del campo, mientras hacía pagar a los campesinos, a precios fabulosos, monopolistas, artículos de la industria e incluso aquellos del campo que pasaban por su intervención. Excepto por el aire que respira, por todo, está obligado el campesino a pagar impuesto, y ante el recaudador de las contribuciones y la guardia civil que le acompaña se siente como ante bandidos en descampado.

De año en año vieron los labradores yermarse sus campos y arruinarse su hacienda y, por si fuera poco, llega ahora la llamada ley de concentración parcelaria, que autoriza a los terratenientes y caciques del campo a confiscar a los campesinos pobres la entrañable parcela que transmitida de padres a hijos, de generación en generación, ha sido regada con el sudor y fertilizada durante decenas y decenas de años con el esfuerzo de las modestas familias campesinas.

Trabajados en lo fundamental como en los tiempos del medioevo, los campos de España, faltos de agua y de abonos, de insecticidas, de productos anticriptogámicos y cuidados agronómicos adecuados, son corroídos y asolados por infinitas plagas. Se reduce el área global de siembra y se ordena la disminución del cultivo de la remolacha azucarera, de la vid y del naranjo. Diezman las epidemias la cabaña ganadera; se extiende la erosión del terreno, mientras el monte bajo y los abrojos ganan cada vez más los terrenos de cultivo que, como en tiempos primitivos, se encuentran a merced de la acción espontánea de las leyes inexorables de la naturaleza.

Si llueve, se desbordan los ríos y las aguas arrastran las cosechas. Y si no, el sol calcina las sementeras y los prados. A tal punto ha llegado la decadencia de la agricultura bajo el régimen franquista que la producción de trigo, que alcanzó su cifra récord en los años de la República con 50.800.000 quintales métricos en 1935, en los años del poder franquista se estacionó en torno a los 30 millones, con tendencia a disminuir. Es decir, bajo el franquismo se producen en nuestro país ¡7.200.000 quintales métricos de trigo menos que en 1900, cuando España apenas tenía 18 millones de habitantes!

• • •

Cosidos a impuestos y abrumados por las cargas fiscales. los artesanos, los pequeños y medios industriales y comerciantes individuales [10] son aplastados por la concurrencia de los monopolios que gozan de la protección oficial que les otorga los más escandalosos privilegios.

En manos de los grandes monopolios se concentran los cupos de materias primas, las licencias de importación y exportación; a su favor actúan las restricciones eléctricas, el crédito y la política económica del régimen en general.

Junto a esto, el descenso de las ventas y la paralización de los negocios, causada por el empobrecimiento extremo del pueblo, principal consumidor, y la penetración de las mercancías yanquis, hacen que gran parte de los representantes de este amplio sector de la pequeña burguesía sientan que se están «comiendo el negocio». Y no pocos de ellos, aterrados por la

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ruina que se les viene encima, en vísperas de la quiebra o del embargo, saldan cuentas quitándose la vida.

En cambio, mientras la mayoría del pueblo pasa enormes privaciones, el llamado «gran quinteto», los Bancos Hispano-Americano, Español de Crédito, Central, de Vizcaya y de Bilbao, acapararon en los años del poder franquista la mayor parte de la riqueza nacional, y en unión de los monopolios subordinados al capital nacional y extranjero se reparten fabulosos beneficios.

Tras esos monstruosos pulpos, que engordan a expensas de la inmensa mayoría de los españoles esquilmados, está la oligarquía financiera, los millonarios y multimillonarios, los magnates del cupón, el señorío semi-feudal monopolista de la tierra, la camarilla franquista con sus jerarcas, obispos y generales enriquecidos a la sombra del poder. Está Franco y la familia de Franco, con el hermano Nicolás y el yerno, el marqués de Villaverde, ¡vaya vida!, como llama el pueblo a este sujeto aventurero y cínico, autor de estraperlos mil, incluido el escandaloso de las «Vespas». Están los Muñoz-Ramonet, de la familia Muñoz Grandes; los Arburúa y Gallarza, comisarios de los trusts yanquis en España; los Mateu Plá, parientes del cardenal primado Plá y Deniel; los Cavestany, sinónimo de opulencia; los modernos Cresos, como Fernández Cuesta, Girón, Arrese, Carceller e infinidad de otros jerarcas falangistas de aquellos de «Dios los ponga donde «haiga».

Mientras la miseria se enseñorea del pueblo depauperado, y la vida de los empleados y funcionarios, de todas las gentes modestas sujetas a la zozobra angustiosa de un ingreso o sueldo fijo es un verdadero infierno, la minoría parasitaria se revuelca en el fango de la depravación. La economía nacional se derrumba, se viene abajo abrumada por las supervivencias feudales que persisten en el campo, bajo el peso irresistible de la superestructura monopolista y la política de reacción y de guerra del franquismo.

• • •

La industria presenta un aspecto desolador. Si se aceptan estadísticas oficiales, y ya es aceptar de un régimen que todo lo encubre y falsifica, se puede ver que la extracción de mineral de hierro, que en 1901, llegó a los 7.907.000 toneladas, descendió en 1950 a 3 millones [11] de toneladas, mientras que la producción de acero, que en 1929 era de 1.003.450 toneladas, bajó en 1952 a 912.000, y la de hierro, de 748.000 toneladas a 650.000 entre las mismas fechas. Y ejemplos como éstos se pueden citar sin fin.

Falta cemento y toda suerte de materias primas, máquinas, motores e instrumentos de precisión, chapa y laminados de toda clase, cable y material eléctrico, generadores y turbinas. Las instalaciones fabriles se desmoronan de puro viejas y el aparato de producción, sin reponer en lo fundamental durante estos años de impetuoso desarrollo de la ciencia y de la técnica, marcha con medio siglo de retraso o más, con las funestas consecuencias que todo ello tiene para la vida de nuestro pueblo y la suerte de nuestra patria. Carentes de todo, víctimas de la incuria, cuando no de la acción consciente de un gobierno vendido de los pies a la cabeza al extranjero, múltiples ramas de la industria atraviesan una crisis profunda, marchando de colapso en colapso a la paralización.

El transporte, pulmón de la economía, se encuentra en lastimoso estado. La mayor parte de los barcos de la flota mercante son más aptos para el desguace que para la navegación. Los ferrocarriles se resienten enormemente de la penuria agobiadora de locomotoras, vagones, traviesas, raíles, carbón e instalaciones de todo género. Las catástrofes ferroviarias se multiplican, y mientras el material rodante va quedando arrumbado como chatarra y la R.E.N.F.E. no es capaz de asegurar el intercambio de mercancías entre las diversas regiones y

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zonas económicas del país, la remolacha, la patata, y en general las mercancías maleables, se pudren por millares de toneladas en los centros productores.

España, que de haber proseguido por el camino democrático de su desarrollo sería un vergel florido, una nación libre y culta, democrática e independiente, que podría contarse como una gran potencia, es hoy, a los quince años de dominio absoluto del franquismo, un país empobrecido y en ruinas, donde desciende constantemente la renta nacional y aumenta la deuda pública; un país dependiente, colonizado y uncido al carro de guerra del imperialismo yanqui.

Y es que la derrota del pueblo español y la imposición del franquismo por las bayonetas, tanques, cañones y aviones del extranjero significó para España y para los españoles una verdadera catástrofe nacional. Catástrofe que compartió, y no podía por menos que compartir, la intelectualidad y la cultura españolas. Por cuanto los trabajadores intelectuales son una parte integrante del pueblo, la cultura está estrechamente conexionada con los rasgos fundamentales y las peculiaridades del modo de producción de los bienes materiales, modo de producción que condiciona los fenómenos sociales, políticos y espirituales de toda la vida de la sociedad.

• • •

La mayor parte y lo mejor de la intelectualidad española, de vieja raigambre liberal y democrática, que había vivido los años bochornosos [12] de la dictadura militar fascista de Primo de Rivera, sabía que el triunfo de la facción franquista vendría a remachar los vestigios feudales causantes del atraso y decadencia seculares de España, a reforzar la dependencia de ésta del extranjero, a ahogar las libertades democráticas y asfixiar la cultura, a grabar su impronta cerrilmente oscurantista en toda la vida nacional. Por eso se batió junto al pueblo en defensa de la República, por eso compartió también su suerte en las trágicas horas de la derrota.

En Granada, en su Granada, los franquistas asesinaron cobardemente a García Lorca, al cual no perdonaron nunca su romance a la guardia civil, su simpatía por el pueblo, su amor al folklore, a la tradición popular. La misma suerte corrió el rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo Alas, y el de Valencia, Juan Peset, Rufilanchas, Carrasco Formiguera, Rahola y tantos otros intelectuales de valía. Los carceleros franquistas segaron la vida en flor de Miguel Hernández, poeta combatiente de la libertad, poeta comunista, poeta del pueblo, cuyo sublime heroísmo inspiró su breve, pero inmortal obra, que hoy toma como bandera de combate la joven generación intelectual y la ondea con virilidad frente a los asesinos y opresores franquistas.

Fueron ellos, los franquistas, los causantes de la muerte de Antonio Machado, cuyo canto a la lucha, a los anhelos y esperanzas del pueblo en una España culta y democrática, independiente y feliz, constituye el broche de oro de su gran obra y digna vida, acortada por el martirologio del éxodo bajo las bombas de los aviones fascistas y el dolor y la tragedia que se abatía sobre España.

El grito de ¡muera la inteligencia! lanzado en la Universidad de Salamanca al rostro de Miguel de Unamuno por el siniestro Millán Astray fue el causante de la muerte prematura del rector magnífico de la Universidad salmantina, que cayó fulminado por el espanto ante la sima sin fondo en que se hundía España. La reacción fascista, llena de odio y de rencor, no perdonó al ilustre pensador liberal sus campañas contra la monarquía y las fuerzas tradicionales de la reacción, ni contra el «fajismo», nombre que diera al movimiento fascista de los pistoleros de Falange, en los años que iniciara su carrera esta institución del crimen por la espalda. Y hoy, a la luz de la alucinante experiencia, todo el mundo puede constatar que el alarido de bestia

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enfurecida emitido por Millán Astray no representaba un arrebato de furor pasajero, sino que constituía el programa de acción del franquismo en el orden intelectual, cultural.

Decenas de miles de maestros, profesores, artistas, escritores, poetas, médicos, ingenieros, inventores, abogados, arquitectos, estudiantes, de intelectuales en suma, fueron soterrados en los presidios franquistas. Asesinados unos, torturados y escarnecidos todos. Sobre ellos cayó la más arbitraria discriminación. Tildados de «desafectos» y tratados como enemigos, les fue negado el derecho a ocupar su cátedra, a detentar cargo alguno en los organismos o instituciones culturales, a ejercer su arte o su carrera.

¡Cuánto talento, cuánto ingenio y energía creadora, cuántas vidas [13] preciosas para el progreso y la cultura segó y desgració miserablemente el franquismo!

¡Cuántas humillaciones no hizo y hace pasar a los valores intelectuales que no pudieron salir del país o que no desearon hacerlo porque creyeron posible la humanización de la fiera después de su victoria!

Ahí están Pío Baroja, recluido en su modesto hogar, acorralado por el cerco oficial, rencoroso y hostil, contemplando con amargura la muralla censorial que el franquismo erigió entre el pueblo y su obra. Prohibidas y expurgadas de las bibliotecas públicas sus mejores novelas, tratado como prisionero de la reacción fascista. Vital Aza, insigne doctor a quien el régimen no sólo despojó de su cátedra, sino que le prohibe prestar su ayuda al pueblo sufriente en los hospitales de la Beneficencia. Menéndez Pidal, que si formalmente ocupa la presidencia de una Academia, fundamentalmente estéril, no es menos cierto que él y otros auténticos valores intelectuales se encuentran prisioneros de los ilustres zoquetes de charrasco y de tonsura que usurpan y degradan los sillones de tan alta institución, en la que el oscurantismo oficial da el tono. Y tantos otros hombres de ciencia, artes o letras, que andan aún en nuestros días a golpes con la miseria y luchan a brazo partido para ganarse la vida, en muchos casos al margen de su vocación, que no pueden, o que su dignidad lo impide, ejercer al servicio de un régimen que considera de buen tono el empleo de la palabra intelectual en sentido peyorativo.

Porque sabían que todo ello iba a ocurrir así, y no podía ocurrir de otra manera, muchos intelectuales que pudieron hacerlo salieron del país al triunfar el franquismo. Prefirieron arrostrar las penalidades de la emigración y proseguir luchando por sus ideales democráticos desde ella, antes que servir a un régimen de extranjería, maldecido y odiado por el pueblo, estéril y destructor por principio.

En la emigración se reunieron insignes figuras de la intelectualidad: poetas como Antonio Machado, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, León Felipe, Pedro Garfias, Rejano y Herrera Petere; pintores como Picasso, Castelao, Bardasano, Miguel Prieto, José Renau y Alberto; escritores como Casona, Benavides, Bergamín, Zamacois, César Arconada, Chabás, Castrovido y Fabián Vidal; músicos como Falla, Pablo Casals, Bacarisse y Rodolfo Halfter; directores de cine como Luis Buñuel; doctores y hombres de ciencia como Márquez, Pedro Carrasco, Blas Cabrera, Pío del Río Ortega, Martínez Risco, Ignacio Bolívar, Cuatrecasas, Odón de Buen, Honorato de Castro, Negrín, Bejarano, Otero, Segovia, Costero, Planelles, Bonifaci y Fraile; historiadores, juristas e investigadores como Altamira, Ossorio y Gallardo, Alcalá Zamora, Ruiz Funes, Roces, Nicolau d'Olwer, Bernaldo de Quirós, Sánchez Román, Bosch Guimpera, Fernando de los Ríos y Pompeyo Fabra; arquitectos como Sánchez Arcas, Lacasa, Giner de los Ríos y Tomás Bilbao, y tantos otros valores científicos o culturales españoles que el franquismo obligó a dispersarse por el mundo asestando con ello un golpe demoledor a la cultura española. Muchos murieron lejos de la Patria, otros siguen firmes, manteniéndose en el [14] caminó del honor que eligieron al sumarse a la lucha del pueblo por la independencia y la libertad. de España.

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Junto al brutal exterminio o inutilización de los valores intelectuales, el franquismo se entregó a un consciente deshacer de la cultura, que en las condiciones de la traición y la venta de la Patria, de la política terrorista de guerra y represión, del derrumbamiento económico, de la censura y la opresión intelectual, unido a la frenética incitación al retorno del oscurantismo, y fanatismo medioeval y a la vanagloria del cosmopolitismo apátrida, no tenía por menos que alcanzar el límite extremo de la más tenebrosa decadencia.

Cual nuevos vándalos, los sayones franquistas, que proclamaron valores del régimen a payasos degenerados como Salvador Dalí y arribistas de baja estofa y roma inteligencia como Giménez Caballero y Eugenio Montes, se lanzaron con odio sin igual a predicar la cruzada contra los elevados valores espirituales, humanistas, democráticos y progresivos que constituyen el fondo de oro del acervo cultural español y universal. Declaráronse heréticas las grandes corrientes ideológicas universales, desde el humanismo renacentista hasta el socialismo científico, pasando por la filosofía de la ilustración y otras, que por expresar los intereses de las clases sociales ascendentes en el devenir histórico, infunden terror y pánico a las clases caducas llamadas irremisiblemente a desaparecer, como es el caso de aquellas que el franquismo representa. Nada escapó a la vesanía del Santo Oficio franquista. Y en su «índice de libros prohibidos» se incluyen las obras maestras de la literatura y del pensamiento científico español y universal, desde el siglo XV a nuestros días. Huarte y Vives, Larra y Espronceda, Galdós y Valle Inclán, Jovellanos y Floridablanca, Machado y Blasco Ibáñez y tantos otros artífices que habían expresado en su obra el amor al hombre, ensalzando el progreso y la cultura, cantando las gestas del pueblo frente al invasor extranjero, fustigando a la reacción o difundiendo entre el pueblo las ideas democráticas, republicanas y socialistas, fueron puestos fuera de la ley y secuestradas sus obras de las bibliotecas públicas, mientras aquellos librepensadores que las pusieron a resguardo en su casa, arriesgan en este simple acto de rebeldía la libertad y en no pocos casos la vida. Y aunque no se atrevieron a hacer otro tanto con las obras de Cervantes, Quevedo, Lope de Vega y Calderón, lo cierto es que bajo la dictadura franquista llegóse a la extrema reducción en las reediciones de los clásicos.

Del repertorio de los teatros desaparecieron las obras de Lope y Calderón, de Vives y de tantos otros que siguieron la tradición del teatro clásico español. En su lugar pasóse a representar toda suerte de banalidades y groserías escenificadas, muy a tono con el gusto «estético» y la moral de. la camarilla imperante.

El franquismo se comportó con el patrimonio artístico español como invasor en tierra conquistada. Cuadros de Goya hubo que se vendieron por un puñado de pesetas al extranjero. Y no es casual que la obra del gran Solana, uno de los mejores pintores que diera España desde los tiempos de Goya, se encuentre hoy dispersa por el mundo entero, mal vendida, como si el régimen que amargó los últimos días de su vida y precipitara su muerte hubiera tenido prisa por enviar lejos de [15] España sus cuadros que flagelan sin piedad a las fuerzas reaccionarias que él encarna, y ensalzan las virtudes y tradiciones del pueblo. Ha sido abandonado el cuidado de los museos y monumentos nacionales, llegando a tal grado la incuria vandálica del régimen, que joyas de nuestro tesoro artístico-monumental como la mezquita de Córdoba aparecen mugrientas y abandonadas a la acción devastadora del tiempo.

La investigación científica fue colocada bajo los auspicios del Espíritu santo, de manera que la ciencia quedó supeditada a los dogmas de la Iglesia, que proclamó a la teología ¡ciencia de las ciencias!

Las dos ramas fundamentales del llamado Consejo Superior de Investigaciones Científicas se consagraron año tras año a «investigar» la vida y milagros de los santos, a pasar el tiempo en estériles cuestiones teológicas que hace siglos hicieran famosas las discusiones bizantinas. Mientras tanto, la ciencia, la única ciencia, la que se basa en el conocimiento de las leyes

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objetivas que rigen el desarrollo de la naturaleza y de la sociedad, enemiga irreconciliable de la teología, brilla totalmente por su ausencia en el panorama de la cultura troglodítica oficial.

La Física, la Química, la Astronomía, la Economía y la Sociología que se enseña en las universidades de acuerdo con el programa oficial no merecen tales nombres. La técnica está totalmente ausente de las aulas universitarias. No existe prácticamente la biología ni las ciencias naturales... ¡Darwin está incluido en el índice de autores prohibidos! En el campo de la lingüística predomina el estudio de las lenguas muertas, del latín fundamentalmente. Y las modernas ramas de las ciencias combinadas, como la radioastronomía, la astrobotánica, la físicoquímica, la biofísica, la bioquímica, la astroquímica, la geobiología, y otras, permanecen prácticamente desconocidas, sin hablar ya de las ciencias sociales, que el marxismo-leninismo elevó a sus más altas cumbres y que el franquismo sustituye con los tratados de San Agustín y Santo Tomás de Aquino y la encíclica de León XIII.

Los laboratorios, observatorios y demás centros de investigación están desguarnecidos y cochambrosos, faltando en ellos toda clase de instrumental, aparatos de precisión y materiales modernos, cuya existencia incluso se ignora en lo fundamental, pues la simple recepción de revistas científicas del extranjero es considerada sospechosa por los censores franquistas. Cayó tan baja la preparación de los cuadros científicos, tan pocas posibilidades de porvenir ofrece la ciencia a la juventud, en las actuales condiciones, que apenas llegaron a 18.000 jóvenes los que en 1950 estudiaron carreras técnicas en todas las universidades y centros de enseñanza superior, en tanto que en este mismo año se preparaban para sacerdotes en los seminarios españoles 17.885 jóvenes. En ese mismo año, en el grupo de carreras técnicas se expidieron solamente 1.591 títulos, de ellos ¡15 de agrónomo y 166 de perito agrícola! en un país preponderantemente agrario; 11 ingenieros de telecomunicación, 39 arquitectos, 7 ingenieros de caminos, 58 ingenieros industriales, 16 ingenieros navales, 15 ingenieros de minas y así por el estilo, mientras salían ordenados de los seminarios 702 presbíteros.

En cuanto a la preparación científica de los estudiantes, basta [16] hojear el programa de Historia para ver que ésta, en manos de los falsificadores franquistas, queda reducida a la acción de los reyes y demás «héroes» de las clases dominantes, con sus camarillas aristocráticas y caudillos militares, explicando el por qué de las cosas a partir de la casualidad, de la «divina providencia» o de la predestinación. No ofrece mejor aspecto el programa de filosofía. En este campo, el régimen franquista entrelaza el escolasticismo medieval con el pragmatismo irracional y demás subproductos de la filosofía burguesa de la época imperialista, que tiene por objeto la justificación del racismo, de la guerra de pillaje y de conquista, de la exterminación en masa de los pueblos, la destrucción del sentimiento nacional, el embrutecimiento y la animalización degradante de la juventud estudiantil.

Hubo aristócrata troglodita que en los primeros tiempos de la victoria franquista sobre el pueblo declaró que el mal de España residía en que ciertos gobernantes se habían empeñado en enseñar a leer y a escribir a los españoles. Y, a juzgar por la afrentosa extensión del analfabetismo, se puede fácilmente llegar a la conclusión de que la camarilla gobernante puso todo empeño en subsanar el error. Faltan 55.000 escuelas, y de los casi 6 millones de niños en edad escolar, apenas millón y medio frecuentan los cursos, dándose el caso vergonzoso de que en algunas regiones del país el analfabetismo alcanza del 60 al 70 % de la población. No hay material de construcción ni asignaciones presupuestarias, se dice. Pero uno y otras se dedican sin embargo a la construcción de los Gibraltares yanquis en España, a la edificación de cárceles y cuarteles, a la propagación del oscurantismo y de la superstición.

De la difusión de la` cultura entre la población adulta habla por sí solo el hecho de que en 1950 el número de bibliotecas públicas existentes en todo el país había descendido a 270, con la particularidad de que si en 1935 la Nacional de Madrid sirvió al público más de 500.000

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volúmenes, en 1950 facilitó 187.000, de ellos solamente 18.000 obras literarias, contra 110.000 en 1935.

Si nos referirnos a la creación intelectual, como fiel de la balanza que marca el ascenso o el descenso de la producción de valores culturales, abstracción hecha del contenido, veremos la decadencia y degradación de la cultura bajo el franquismo. En efecto, si en 1909 el registro de la propiedad constató 5.527 creaciones, en 1950 sólo fueron registradas ¡1.461!, incluyéndose en ellas ¡50 títulos de publicaciones periódicas!

Algunos de los cipayos que venden su pluma a la Oficina de Propaganda y Prensa y que lo mismo gritan ¡viva Alemania! que ¡viva América!, que en plena estación de lluvias hablan de la secazón de los pantanos y que achacan al sol las catástrofes resultantes de la política agraria del régimen, pretenden justificar el desastre cultural actual con falaces y falsos argumentos.

«A los españoles no les gusta leer», dicen. «El espíritu nacional es más dado a la mística que a la ciencia», «en España ya no hay talentos creadores»... El Partido Comunista de España tiene plena conciencia de que existe en nuestro país una intelectualidad dispuesta al esfuerzo [17] de creación y búsqueda, dispuesta a asumir plenamente la responsabilidad de su misión social. El Partido Comunista de España, dirigente del pueblo y heredero, por tanto, de las mejores tradiciones nacionales, rechaza rotundamente las teorías reaccionarias e idealistas que explican la decadencia española a partir de no se sabe qué misteriosa incapacidad de nuestro pueblo para la técnica y la organización económica y social. Sólo el régimen social español, cuya expresión actual, el franquismo, resume y agudiza todas las lacras, es responsable de esta decadencia.

La cultura y las grandes obras de sus artífices no son el fruto del venturoso azar. La propia cultura no se engendra en las regiones etéreas del Olimpo, ni es la obra del espíritu de hombres superdotados que actúen al margen de las condiciones sociales, económicas y políticas de un país dado, en una época determinada.

En toda sociedad de clases, la cultura lleva consigo un carácter de clase, y la difusión y dirección de la misma son determinadas por los intereses de la clase dominante. Esto explica precisamente el marasmo y la degradación de la cultura bajo el régimen franquista, puesto que son las condiciones políticas, económicas y sociales por él establecidas las que han conducido a ésta a su lamentable situación actual.

Pero hay más: si la cultura de una nación se representa, entre otras cosas, por el conjunto de sus actividades intelectuales, el grado de progreso alcanzado por su ciencia y su técnica, la calidad de su literatura y arte, de su teatro y cine, el número e instalación de sus escuelas, institutos, universidades, laboratorios y centros de investigación, no se puede olvidar el papel que en todo ello juegan las condiciones de vida creadas a los profesores y catedráticos, a los sabios, a los escritores y artistas, a los poetas, dramaturgos, guionistas y trabajadores intelectuales en general. ¿Y a qué estado ha reducido el régimen franquista las condiciones materiales y morales de vida y de creación de la intelectualidad española? No es difícil la respuesta. En la vida diaria de nuestros intelectuales se graba con letras de sangre, inquietud y cólera.

• • •

Un hecho es claro: no hay creación posible en ninguna rama de la ciencia, de la literatura o del arte, por debajo de cierto número de condiciones materiales mínimas. No hay investigación histórica sin bibliotecas y archivos debidamente dotados, y esto es imposible cuando los fondos del Estado se consagran en su mayor parte a gastos improductivos de guerra y de policía. No hay, en definitiva, desarrollo posible de la cultura general de una nación, cuando, por razones económico-sociales derivadas del carácter de clase del régimen, el analfabetismo y el atraso

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cultural limitan la difusión de los valores de la producción intelectual a estrechos sectores privilegiados. Y, como ya se ha señalado, el atraso económico y social del país y su dependencia nacional de poderes extranjeros constituyen, por tanto, un factor de primerísima importancia en el colapso que sufre la cultura bajo el franquismo. Factor del cual es imposible prescindir, ya que cada día y cada instante vienen a alzarse ante los intelectuales españoles, por mínimas que sean [18] sus aspiraciones profesionales, por reducida que sea su legítima ambición de participar en la formación de la conciencia social de la nación, el espectro de la pobreza vergonzosa de los medios materiales de que dispone, la miseria en que les sume la brutal explotación de los magnates del capital que, en pos del máximo beneficio, clava también sus garras en la ciencia y en la técnica, en la producción literaria y artística.

Cuando un joven investigador, después de difíciles años de estudio abnegado, `consigue un cargo de auxiliar en el laboratorio de una facultad de ciencias de España, recibe por esa labor un sueldo de 500 pts. mensuales. ¿Cómo dedicarse por entero a la labor docente, preparar concienzudamente cursos y clases, profundizar sus conocimientos y ponerse al día de las novedades mundiales en el campo de la cultura, cuando los sueldos de 6.000 a 18.000 pts. anuales no permiten al profesorado español vivir con la decencia que semejante labor profesional exige?

No es mejor la situación de los hombres ocupados en las llamadas profesiones liberales, porque si un catedrático de Universidad gana justamente 46 pts. con 30 céntimos al día, un inspector municipal veterinario sale por 18 pts. diarias y un médico de tercera de la Asistencia Pública domiciliaria, con 300 familias adscritas, sale después de aplicársele los descuentos, por ¡250 pts. mensuales!

Tampoco difiere, con sus matices peculiares, la situación en el campo de la creación intelectual. Si tomamos la novela, ¿cuál es el autor, por conocido que sea, que puede vivir normalmente de su obra? ¿Cuál es el que no se ve obligado a solicitar colaboraciones periodísticas o radiofónicas que le desvían de su preocupación esencial? A la caza y captura de los 20 o 40 duros de un artículo, una conferencia o una charla radiofónica, el novelista español malbarata en temas anecdóticos y forzosamente limitados por la censura, la mayor parte de su tiempo y de su afán creador. La defensa de la propiedad intelectual, por otra parte, de los legítimos derechos del autor constituyen una imperiosa necesidad frente a la piratería de ciertas grandes empresas editoriales que sistemáticamente estafan y despojan a los escritores españoles, al amparo de las ordenanzas oficiales.

Hay que terminar con la vergüenza de ver a poetas y escritores ya consagrados tener que costear la edición de algún libro suyo con los ingresos de sus actividades extraliterarias, ocuparse de colocar los ejemplares, de atender a su distribución. ¡Y todo este esfuerzo por una tirada de unos cuantos centenares de ejemplares, cuando en las amplias masas del pueblo trabajador existen fuertes deseos de saber, de ahondar y enriquecer el campo de sus conocimientos, de su cultura!

Semejante situación de asfixia económica predominante en todos los campos de la creación intelectual y artística constituye un obstáculo insuperable, en las condiciones actuales, al desarrollo de la cultura española. ¿Qué estimulo de creación puede sentir un músico no entronizado en los circuitos de los conciertos y encargos de la camarilla oficial, si sabe que las ganancias producidas por la ejecución de un poema sinfónico, ni siquiera le permitirá comprar el papel de su partitura? [19] ¿Qué estímulo para un profesor de dirección de orquesta el tener que malvivir como corredor de comestibles o de cualquier otro producto comercial?

Igualmente trágica es la situación de los artistas, pintores y escultores, de los cuales ¿cuántos son los jóvenes valores que no llegaron a madurar por las terribles exigencias de la subsistencia diaria? Pintan paredes, se tienen que dedicar al dibujo industrial o publicitario o se

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ven en la obligación de tener que aceptar y ejecutar encargos de bodegones y retratos para el consumo privado de la «buena sociedad».

Se extiende el paro en las profesiones y carreras técnicas e intelectuales. Esta situación lamentable se agudiza cada año por el problema de las nuevas promociones universitarias lanzadas a la incierta aventura de la busca de trabajo, por la colonización sistemática de la vida económica y cultural del país. Y el ámbito español resulta cada vez más irrespirable para el intelectual y el artista de nuestra patria. La tendencia a salir de España, «porque aquí no se puede vivir», está muy extendida, y el régimen franquista fomenta criminalmente esa sangría de jóvenes valores y entusiasmos inempleados que tan a menudo van a perderse o a desviarse de su vocación en las difíciles condiciones de la emigración en otros países capitalistas azotados asimismo por la crisis. Y por cada uno que se abre paso en la vida, cientos son los que se estrellan y ven truncadas sus ilusiones y esperanzas en una existencia cargada de humillaciones y miseria. Igual que los pastores vascos vendidos por el franquismo como mercancía humana a los ganaderos de Texas, como miles y miles de obreros y campesinos embarcados para Venezuela o Argentina en virtud de los acuerdos comerciales concertados por el franquismo.

No cabe caracterización más cruda del fracaso económico y político del régimen franquista que esa angustiosa situación de una juventud enfrentada con la dramática perspectiva de una colocación, después de largos años de sacrificios familiares y de esfuerzo personal. Y cuando esa colocación se encuentra, no corresponde siempre, ni con mucho, a la capacitación profesional obtenida. Así tenemos economistas calificados trabajando de mecanógrafos, o peritos agrónomos copiando escrituras en alguna oficina. ¿Qué significan los discursos grandilocuentes de Franco sobre la industrialización de España, cuando se piensa que pese a su reducida cifra (210 ingenieros, por ejemplo, de las diversas ramas en 1950) no consiguen encontrar trabajo los cuadros técnicos formados en las Universidades y centros superiores de enseñanza? ¿Qué pensar de un régimen en el que cuando las estadísticas están clamando el atraso técnico y cultural del país «sobra gente con titulo académico», y se dificulta cada día más aún el acceso de los jóvenes a la enseñanza superior? Y es aquí, precisamente, en este terreno de los problemas juveniles, de las defraudadas esperanzas de las nuevas generaciones, de su clamoroso desconcierto donde se pueden valorar las promesas demagógicas del franquismo, donde se perfila con nitidez su espíritu ferozmente reaccionario y fundamentalmente hostil a la juventud.

El régimen que prometiera en su tiempo a la juventud una España grande, le presenta ahora una España colonizada y avasallada por su tradicional enemigo, el imperialismo yanqui, que la gibraltariza de punta [20] a punta, que la saquea de mar a mar y prepara su aniquilamiento. Presentóse a sí mismo el franquismo como algo nuevo y joven que venía a remozar la vida política, económica y cultural del país y dar paso a la juventud, y en la práctica trata a ésta a baquetazos, la impulsa a irse peregrina y mendicante fuera de España, la cierra el paso a la vida, la calumnia y la escarnece, apareciendo ante ella, en fin de cuentas, tal como es: como el régimen de las fuerzas reaccionarias, seniles y caducas, que para tratar de prolongar su existencia se aferra a todo lo viejo, por putrefacto que sea, que teme y odia a la juventud que siente latir el pulso de la vida y se orienta hacia lo nuevo, hacia la democracia y el progreso social.

Y es que, como la realidad se encargó de demostrar, no basta proclamar: «España luz de Trento y martillo de herejes», e invocar glorias pasadas para sacar al país del marasmo en que se encuentra y hacer progresar su economía y florecer su cultura. Para ello hace falta abatir el poder de la reacción fascista e implantar la libertad y la democracia en España.

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Si las condiciones de vida material de la sociedad, determinan la posibilidad misma de un desarrollo de la cultura, ésta necesita, además, libertad de expresión, libertad de creación y de crítica, como la cosecha necesita lluvia y sol. ¿Qué libertad existe, sin embargo, para la cultura bajo el régimen franquista?

La obsesión de la censura, de su arbitraria intervención, sistemáticamente esterilizadora, constituye un potente freno a la creación intelectual. Ya puede un poeta haber alcanzado renombre internacional, ser incluso académico de la lengua, no podrá cantar libremente su amor a la vida, a la naturaleza y al hombre. La censura tachará palabras y versos enteros de sus composiciones. Además de esas mutilaciones directas a sus obras, los escritores se ven en la obligación de someterse a una especie de autocensura, al tener que plantearse de antemano, en el proceso mismo de la creación, los modos y formas de evitar la prohibición de sus obras.

Uno de los Torquemadas más abyectos, el perfumado obispo de Madrid-Alcalá, Eijo y Garay, notorio fascista, ha llegado a prohibir el empleo de la palabra «seno», en poesía, la cual sustituye por la de «busto». Sin embargo, los levíticos jerarcas de la censura, tan «intransigentes» teóricamente en el terreno de la moral pública, permiten, mientras tanto, que circulen obras pornográficas, desmoralizadoras, que son el reflejo de la degradación moral de una sociedad y de un régimen en descomposición.

Otro aspecto de esta intervención constante de la censura es el aislamiento en el que la vida intelectual española se encuentra en relación con las corrientes culturales del universo, verdaderamente representativas de esta etapa histórica en que vivimos. La intelectualidad española vive como en una campana neumática, en un ambiente asfixiante, desprovisto del indispensable oxígeno de la discusión y asimilación nacional del contenido progresivo del movimiento cultural de todos los países. El franquismo se afana particularmente en perseguir [21] y prohibir toda referencia al gigantesco desarrollo de la cultura socialista en la Unión Soviética. ¡Como si pudiera borrarse del mapa el país del mundo más adelantado desde el punto de vista de las relaciones sociales, de la técnica, de la ciencia y de la cultura en general, el país que marcha a la vanguardia de la civilización universal! Sin embargo, el prestigio de la ciencia, de la literatura, del cine y del teatro soviéticos, así como las grandes realizaciones en el terreno económico-social, no hay censura que pueda oscurecerlo, lo mismo que la prohibición de tocar las obras de los compositores soviéticos no puede ahogar en nuestros músicos el interés y la admiración por esas obras.

Paralelamente a este alejamiento del caudal, de la cultura progresiva de la humanidad, y en directa dependencia del avasallamiento de España por el imperialismo yanqui, se desarrolla la invasión de la literatura decadente, del cine, desmoralizador, de los norte-americanos. Gángsters, confidentes de la policía, morfinómanos, intelectuales degenerados, invertidos son los «héroes» que las traducciones y las películas yanquis ponen como ejemplo a nuestro pueblo. Y para esa podredumbre no hay censura; esas son las obras cuya competencia, sostenida por poderosísimos intereses financieros, incluida la Editorial Católica, desplaza nuestra producción nacional, agudiza la situación de nuestros creadores y técnicos provocando unánime descontento y unánime repulsa.

Según el franquismo, nuestro pueblo no debe aspirar a más que a una «cultura» que está al nivel de las historietas ilustradas yanquis rebosantes de sadismo y corrupción moral.

Pese a las repetidas vaciedades sobre la «hispanidad», la tradición realista, combativa y popular española, que constituye el fondo clásico de nuestra cultura, de nuestras artes, es radicalmente contraria a todo lo que quiere y representa el franquismo. Este se ve en la obligación de falsificar y encubrir esas tradiciones por todos los medios de que dispone. Resulta a este respecto pavorosa la ignorancia –fomentada por la enseñanza franquista– en

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que las masas de jóvenes se hallan sumidas en lo tocante a nuestro pasado nacional, al patrimonio inestimable de nuestra historia cultural y política. A esto se une, como otro rasgo distintivo y peculiar de la política cultural, vandálica y reaccionaria del régimen, la asimilación forzosa y vesánica destrucción de la cultura nacional de los pueblos de Cataluña, Euzkadi y Galicia, de sus libertades, de sus derechos, de sus tradiciones populares, de su idioma.

Explotación y asfixia económica, opresión cultural y agobio espiritual, aislamiento de las corrientes culturales progresivas del universo, invasión de los productos corrompidos pseudoartísticos del imperialismo yanqui, persecución sistemática del patrimonio cultural nacional y de las tradiciones humanistas y patrióticas, democráticas y progresivas de los pueblos de España, represión, incesante represión: esas son algunas características evidentes de la vida intelectual bajo el franquismo.

¿Significa todo ello que el régimen ha conseguido someter a nuestros intelectuales, doblegar su tradicional espíritu de libertad? ¿Significa un agotamiento realmente profundo de las capacidades de creación de [22] nuestra intelectualidad? A estas preguntas hay que responder categóricamente: ¡NO!

A pesar de la opresión brutal del pensamiento y de la creación artística, en España se ha mantenido latente el amor a la libertad y al progreso, y han surgido en estos últimos años nuevos valores en todos los campos de la actividad cultural. El régimen franquista no pudo, ni puede suprimir las leyes objetivas del desarrollo social, no puede impedir el crecimiento de las fuerzas sociales nuevas, la lucha de las fuerzas progresivas que llevan en sí el porvenir de la patria.

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Decía nuestro Partido en 1939, llamando al pueblo a la resistencia, a la unidad y a la lucha nacional de todos los españoles contra los explotadores y vendepatrias franquistas, que «a pesar del terror sangriento reinante, la dictadura de la burguesía y de los terratenientes reaccionarios que ahora gobierna España no puede hacer desaparecer las causas que llevaron a la lucha al pueblo español». Y la vida se encargó una vez más de darnos la razón. El pueblo español jamás se doblegó, y el espíritu de resistencia se fue tornando en acciones de lucha, de rebeldía y de protesta de los obreros, de los campesinos, de las capas medias de la industria y el comercio, de las profesiones liberales e intelectuales, del pueblo entero que muchos creían postrado y amilanado. Salió en marzo de 1951 en Barcelona, y después en otras varias ciudades, a gritar:

¡Basta ya de terror, hambre y miseria! ¡Basta ya de ignominia nacional! ¡Fuera de España los yanquis! ¡Abajo el poder de los ladrones y vendepatrias!

A esas luchas grandiosas de 1951 hay que referirse siempre porque ellas constituyen el hilo rojo que permite comprender todos los profundos cambios operados en la conciencia de las masas y explica la descomposición de un régimen que apesta ya a cadaverina. A ellas tendrán que referirse los intelectuales españoles para comprender plenamente y sacar todo el partido posible a los hechos nuevos que en su experiencia de cada día pueden constatar: el relajamiento del aparato del Estado, la aparición de nuevos temas y nuevos planteamientos inconcebibles en años anteriores, el clamor creciente de la avalancha popular que se vuelca sobre el régimen cada vez más aislado, las nuevas luchas de la clase obrera y de los campesinos, las acciones de los comerciantes, la oleada patriótica que corre por el país de punta a punta y subleva la conciencia nacional contra los vendepatrias franquistas y los invasores yanquis, el incremento incesante y radicalización de la oposición intelectual al régimen, la formulación, más o menos clara y abierta de las reivindicaciones relativas a las libertades democráticas.

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Consciente de su aislamiento y extrema debilidad, el régimen franquista se esfuerza a toda costa por mantener divididos y dispersos a sus múltiples e infinitos enemigos para impedir que las numerosas corrientes de oposición y de lucha converjan en un poderoso frente nacional patriótico antifranquista que arrastre su sangriento tinglado, [23] para impedir que el pueblo tome en sus manos la soberanía nacional, abrogue el pacto de guerra y dimisión nacional yanquifranquista y abra amplio margen al progreso democrático de la nación, al florecimiento de su economía y de su cultura.

En lo esencial, la política actual del franquismo en relación con los intelectuales consiste en tratar de mantenerlos aislados del pueblo en su conjunto, fomentar entre ellos las corrientes y tendencias individualistas de desprecio a las masas, cuyo decisivo papel en la historia se mistifica y se encubre de mil maneras. El arte por el arte, la poesía pura, el decadentismo más repugnante revelado, por ejemplo, en ese certamen de poesía organizado por los Villanueva, Dullos y otros poetas estipendiarios de la camarilla dominante, reunidos en Valdepeñas de Jaén para loar en sus cantos la libertad... ¡del jilguero local!, mientras España es vendida al extranjero y el pueblo se debate entre grillos y cadenas; la literatura para minorías, la «angustia existencial», los mitos reaccionarios de un Donoso Cortés, todos los subproductos de un sistema social en descomposición son utilizados para tratar de desviar a los intelectuales patriotas de su camino hacia la verdad, de su camino hacia el pueblo.

Pero esas maniobras, entre las cuales hay que contar también las caricaturas de «Congresos» que tienden a desviar por falsos derroteros los anhelos de organización de la intelectualidad trabajadora, presentan el régimen franquista en línea dispersa, desordenada y contradictoria. Y es que, al pasar a mejor vida la decantada «unidad del movimiento» y fraccionarse en diversas corrientes y grupos, se desgarra, rompiéndose por costuras y costurones, el frente ideológico franquista, zurcido a retazos por el tradicionalismo cavernario de la aristocracia terrateniente semifeudal y la traducción al castellano de diversos elementos de los programas fascistas de Hitler y Mussolini, para uso de los magnates del gran capital. Al descomponerse la «Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista» en los diversos grupos reaccionarios y fascistas, cada uno de ellos trata de defender sus intereses de clase con sus propias ideas. Cada uno descarga sobre sus compinches de ayer la responsabilidad del desastre nacional a que todos ellos han contribuido y, enarbolando su retazo de la desgarrada «ideología del movimiento», tratan de presentarlo como algo nuevo, a fin de agrupar en torno suyo las fuerzas políticas que salven al régimen de la catástrofe.

Por un lado, los jerarcas falangistas aferrados al pesebre de los cargos y sinecuras oficiales, impotentes y aislados pese a los desplantes y bravuconadas fascistas de los «dialécticos» de las pistolas, que empuñan en cuanto oyen las palabras «intelectual» y «cultural». Por otro lado, los monárquicos de la «tercera fuerza», con sus mitos culturales para aristócratas latifundistas, con sus pretensiones de «restauración» de todos los conceptos políticos y sociales de edades irremisiblemente pretéritas, que intentan hacer pasar por algo nuevo y de carácter liberal, y sus « ortodoxos» del trogloditismo. De otro lado, la Iglesia, que para mejor servir a las clases dominantes enemigas del pueblo juega con todas las cartas de la baraja franquista y hace actuar a fondo al «Opus Dei» para tomar más y más posiciones en el [24] aparato del Estado, apuntalando al régimen por acá y ofreciendo por allá espejuelos reformistas a la intelectualidad liberal descontenta, entre la cual trata de reclutar cuadros para utilizar en sus combinaciones políticas.

En este orden de ideas está llevándose a cabo de manera sistemática, por parte de ciertos elementos del régimen, una maniobra de diversión de gran envergadura. Esta tendencia, encabezada por universitarios e intelectuales de procedencia falangista, ideólogos de determinados grupos capitalistas que pretenden salvar sus intereses del naufragio del régimen franquista, cuya descomposición ven acelerarse, defiende en sus órganos propios de expresión

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posiciones llamadas de «liberalización» o de «conciliación». Consiste lo esencial de dicha tendencia en hacer creer que los cambios, cuya necesidad objetiva se hace sentir tan imperiosamente, pueden producirse sin tocar la estructura misma del régimen, «simplemente» con apartar a éste de las fuerzas tradicionales de la reacción (alusión hecha a los latifundistas y a las jerarquías más reaccionarias del ejército y de la iglesia) y «liberalizarle» con Franco, ¡como si los cadáveres descompuestos que urge enterrar se pudieran reformar!

El objetivo de esta tendencia en el campo intelectual, donde interviene tomando la defensa de la cultura en abstracto y citando algunos nombres de intelectuales ilustres, para mejor despistar, consiste –Ridruejo y otros de sus representantes lo confiesan– en intentar cerrar el paso de la juventud formada en el S.E.U. y en el Frente de Juventudes a posiciones democráticas y patrióticas de lucha, en tratar de impedir que la joven generación intelectual se oriente hacia el pueblo y busque con él la solución común, nacional y patriótica a los problemas comunes y nacionales que se alzan ante todo el pueblo.

Para los intelectuales patriotas, vengan del campo que vengan, sean cuales fueren sus concepciones filosóficas, su ideario político y convicciones religiosas, que ven la salida a la trágica situación en la formación de un gran Frente Nacional Patriótico y Antifranquista y de lucha por la independencia nacional y la paz, por la libertad y la cultura, debe estar claro que la reconciliación entre los patriotas y los vendepatrias es tan inconcebible como la conciliación del hijo con el asesino de su madre. Que no se puede hablar honestamente de defender la cultura y saludar al mismo tiempo la vil traición nacional de la camarilla franquista y elogiar la colonización de España por el imperialismo yanqui. A los intelectuales procedentes del campo liberal republicano, como Ortega y Gasset, Marañón y otros, que por ceguera o pusilanimidad pretendieron «conciliarse» con el régimen, cabe preguntarles lo que piensan en su fuero interno de semejante experiencia. Para ellos el régimen sólo tiene desprecios y desconfianza y, aunque los utilice de vez en cuando para sus fines de propaganda de «liberalización», los somete a constantes vejaciones y humillaciones.

Ahora bien, ¿qué muestran, efectivamente, todos estos movimientos en el desarrollo de la situación actual? Muestran diversos aspectos de la descomposición del régimen. Por otra parte, cada día que pasa la faz de la taifa gobernante se hace más odiosa, más reaccionaria y [25] oscurantista. ¿No es acaso signo de ello el que un Laín Entralgo, pese a su hoja de servicios falangistas, pese a sus cargos oficiales, se vea acosado desde las páginas de «Arriba» porque se declare hoy desencantado por la política cultural del régimen y que este mismo periódico se atreva a llamar «carne de horca» a Julián Marías y a otros intelectuales liberales de la «Revista de Occidente»; que el troglodita obispo de Canarias Pildaín insulte la memoria de Unamuno y se oponga al homenaje al gran maestro; que el cardenal primado franquista Pla y Deniel dé una bofetada moral a Marañón impidiendo a éste hacer el elogio de Unamuno en el jubileo de la Universidad de Salamanca; que la censura tache el nombre de Unamuno y prohiba incluso citar el título de una de sus obras teatrales; que se prohíba la circulación en España de un número de la revista «Indice» dedicado a Pío Baroja; que se pretenda revivir la gusanera falangista con desfiles fascistas en Madrid, indómito y heroico, y se prodiguen los espectáculos medievales como la Misión del Nervión?

Y ahí está como remate el Concordato entre el Vaticano y el franquismo que viene a reforzar más aún el papel reaccionario de la Iglesia en el seno del Estado y en la vida nacional; que reconoce a ésta prerrogativas tan «poco espirituales» como «la capacidad de adquirir, poseer y administrar toda suerte de bienes»; que profundiza sin límite alguno el carácter ultrarreaccionario y oscurantista de la enseñanza, permitiendo la intromisión directa de la Iglesia en todos sus escalones, desde la escuela de párvulos hasta la Universidad, dañando considerablemente los intereses del profesorado laico, y a la intelectualidad en general; que conceda a las instituciones y congregaciones religiosas tantas prebendas, privilegios y

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sinecuras a expensas de la nación, que hasta la conciencia de las masas católicas se ha visto turbada por este toma y daca en el que el Vaticano, al servicio de los magnates de Wall Street, recibe una tajada, y no pequeña, en la explotación del pueblo y en el saqueo de la Nación española, a cambio de su bendición al verdugo Franco, en los días en que este monstruo vendía oficialmente España a los imperialistas yanquis.

Sin embargo, estos desplantes y estos «éxitos» diplomáticos, como proclama el franquismo, no son síntomas de fuerza, sino de creciente debilidad. Estos «éxitos» brillantes, augures de inevitables derrotas, son victorias pírricas que preparan su derrota final y vienen a confirmar el carácter científico de la tesis marxista-leninista de que lo viejo, decrépito y senil que muere no se resigna pura y simplemente a morir, sino que lucha por su existencia y defiende su causa caduca, aunque con ello no haga más que debilitar su escasa fuerza y acelerar su muerte inevitable.

A los intelectuales patriotas, a aquellos que aman la libertad y la independencia de España por encima de todo, por cuanto ésta es la condición indispensable para el libre desenvolvimiento de la vida social y económica, política y cultural de la nación, el Partido Comunista les dice que la salvación de España hay que buscarla en la lucha junto al pueblo, supremo hacedor de la historia patria, creador de todos los valores materiales que sustentan a la nación y sola fuente inagotable de valores espirituales. [26]

• • •

Muchas páginas de honor y de gloria ha escrito ya nuestro pueblo en lucha por la libertad e independencia, que no es la primera vez que, traicionado y vendido por las castas dominantes, viera el suelo patrio hollado por la planta del invasor extranjero. Pero las gestas más brillantes de su historia están aún por escribir. El pueblo español es algo muy difícil de enajenar. Apenas han pasado unos meses desde que el franquismo vendió lo que no le pertenece: la soberanía de la patria, y ya comienza a levantarse, protestataria, la conciencia nacional, vigilante, del pueblo español, incorruptible e insobornable, infundiendo pánico a los compradores y vendedores de patrias.

El pueblo que trajo en jaque durante 200 años a los esclavistas romanos y que en los primeros siglos de su sedimentación diera pruebas tangibles de su amor a la libertad en Sagunto y en Numancia, auroras sangrientas de su indomable ardor en la resistencia al invasor, no se doblegará al extranjero, no se dejará meter el collerón de la dominación yanqui.

Jamás se dejará avasallar el pueblo héroe de la Reconquista, que en el curso de cerca de 800 años de lucha batió al invasor, defendiendo al mismo tiempo sus libertades locales, haciendo respetar sus ayuntamientos por la nobleza y la soberanía de las Cortes, por los reyes. Nunca será pueblo esclavo el que supo derrotar la invasión napoleónica y darse durante la lucha contra ésta y la camarilla de la nobleza servil que lamía las botas del rey extranjero, Pepe Botella, la Constitución de 1812, la más avanzada y progresiva de su época, que daba libertad a los esclavos de las colonias y tierra a los campesinos combatientes soldados de la patria; que limitaba los privilegios de la aristocracia y de las jerarquías de la Iglesia; que abolía la inquisición y fue durante mucho tiempo la bandera de lucha de la democracia revolucionaria española. El pueblo que primeramente tomó las armas para cerrar el paso al fascismo y defender su independencia contra los fascistas alemanes e italianos y que realizara en cruenta lucha profundas transformaciones históricas que venían a romper siglos de atraso, de marasmo económico, decadencia y poquedad cultural, no se dejará dominar por los esclavistas yanquis.

El pueblo español, que cuenta con una cultura milenaria que arranca de Tarsis, del Estado más antiguo del Occidente de Europa; que inspiró las obras de Cervantes, Lope de Vega y Calderón; que dio artistas como Velázquez, Ribera, Murillo y Goya, filósofos materialistas como

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Huarte, humanistas como Luis Vives y Las Casas, navegantes como Solís, Pinzón y Sebastián Elcano, cosmógrafos como Enciso y Alonso de Santa Cruz, sabios como Servet y Cajal, librepensadores como Jovellanos, teóricos del realismo como Larra, escritores patriotas como Galdós y Antonio Machado, que tanto hicieron por forjar la conciencia nacional de las masas, sabrá defender su cultura humanista y popular, sus tradiciones de amor a la libertad, de lucha por su independencia, y no dará tregua ni cuartel al asimilador [27] cosmopolita yanqui que roba y saquea las riquezas de su patria, que pretende destruir su gran cultura, ni a sus sátrapas franquistas. La lucha entablada por el pueblo español contra los vendepatrias franquistas y los imperialistas yanquis es a vida o muerte.

De su resultado victorioso para el pueblo depende que España salve su libertad e independencia, que el pueblo español salve su vida y su cultura de la amenaza terrible que sobre ellas pende. La firma de la afrentosa contrata, al herir en lo más profundo el legítimo orgullo nacional de nuestro pueblo, ha irritado la indignación d de las masas hasta su exaltación patriótica. Pero éstos son los primeros vientos que reúnen y concentran las nubes; la tormenta está por venir y estallará. No hay duda que estallará.

Cuando a consecuencia del Pacto aumente la miseria de las masas y encarezca la vida, cuando descienda aún más el valor de la peseta y suban los impuestos, cuando se agudice la crisis como resultado del empobrecimiento continuo del pueblo y la competencia rabiosa de los productos yanquis, cuando venga el cierre de las industrias que los norteamericanos y franquistas consideren «improductivas», cuando la soldadesca yanqui se instale en las bases de guerra y comience a gozar de los irritantes privilegios que los traidores franquistas le conceden, a ultrajar y vejar a los españoles, cuando aumente la corrupción, ya de por sí escandalosa, cuando como resultado de la cláusula del tratado que concede a los yanquis derecho a intervenir y tomar en sus manos la radio, la prensa, el cine, las publicaciones y demás medios de difusión de ideas, traten de transformar a nuestros escritores y artistas en panegiristas de su invasión y pillaje, o los cerquen por hambre, entren a saco en nuestro patrimonio cultural e inunden España con toda suerte de literatura negra, de «Reader's digest», «Comics», &c., se alzarán hasta las piedras. Los españoles dignos de tal nombre, que aun vacilan en cuanto a los caminos a seguir para salvar a la patria de la esclavización y la destrucción que la amenaza, se lanzarán airados a la lucha, y no habrá fuerza humana capaz de impedir al pueblo que tome de nuevo en sus manos la soberanía nacional.

Entonces, el frente nacional patriótico antifranquista surgirá de las profundas entrañas del pueblo, unido como en los momentos cumbres de su historia, sin distinción de ideas, creencias ni condición social, barrerá todos los obstáculos ficticios fomentados por el régimen que se sustenta en la desorganización de sus innumerables enemigos, y aplastará su tiranía; anulará los vergonzosos tratados yanqui-franquistas que él no aceptó ni firmó, y dará al país un gobierno de patriotas y demócratas que garantice la libertad y la independencia, que dé libertad al pueblo para decidir sus propios destinos.

El Partido Comunista, vanguardia de la clase obrera, dirigente del pueblo, que levanta en sus manos la bandera de la patria que la facción franquista arrojara por la borda al sublevarse contra la República y abrir las puertas de España a los intervencionistas italo-germanos, se dirige a los intelectuales patriotas llamándoles a sumarse con decisión a la lucha del pueblo: a marchar junto a los obreros y campesinos, comerciantes, industriales y militares con los hombres y mujeres del pueblo, [28] junto a todas las gentes honradas y sencillas que sienten en lo más profundo de su ser la aflicción de la patria vendida y ultrajada, la angustia del peligro de guerra que amenaza.

El Partido Comunista no duda de que los intelectuales españoles dignos de tal nombre escucharán la llamada de la patria en peligro y pondrán todo su saber, toda su inteligencia y su

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arte al servicio de la justa causa de la lucha de nuestro pueblo por su libertad e independencia, tomando parte activa en ella, forjando la gran conciencia patriótica y nacional que acelere la unión de todos los patriotas en el frente común de lucha: el frente nacional de lucha de todos los patriotas contra los vendepatrias franquistas y sus amos los imperialistas yanquis, que les tienen sujetos por el ronzal de su traición nacional.

En el curso de estos años de lucha contra la oprobiosa tiranía franquista, en la marcha de la cual el pueblo, encabezado por la clase obrera, fue paso a paso recuperando fuerzas y acumulando energías, el franquismo vio alzarse frente a él una poderosa e irreductible opción intelectual, que de un pequeño movimiento cultural llamado «marginal» ha llegado a ser hoy una oposición intelectual ampliamente mayoritaria, junto a la cual lo marginal, lo ínfimo e insignificante, pasó a ser un pequeño grupo de rastacueros franquistas atrincherados en las instituciones y dependencias oficiales, los representantes públicos de la «kultura» oficiaI. Que esta oposición sea todavía esporádica, que conserva caracteres de espontaneidad y de confusionismo en cuanto a los métodos de lucha, así como sobre el objetivo mismo de la lucha, ello se explica por las circunstancias concretas, históricamente determinadas, en que se desenvolvió hasta ahora. Lo importante es la tendencia existente a la agrupación de todas las fuerzas disponibles, a la utilización de todas las posibilidades que se ofrecen. Lo indiscutible es que este movimiento de oposición crece y se fortalece de día en día, que el régimen ya no está en condiciones de impedir que se manifieste, que ni el aparato de censura ni las presiones de todo género pueden evitar ya la expresión pública con las inevitables limitaciones, del descontento y libre expresión de sus aspiraciones democráticas. Lo decisivo es que la mayor parte de la intelectualidad trabajadora vibra ya de patriótica indignación ante la abominable traición nacional que encierra en sí el pacto de guerra yanqui-franquista y se orienta con mayor decisión hacia las posiciones de lucha junto al pueblo.

De este movimiento, que reúne en sí a lo más nutrido y granado de las nuevas generaciones intelectuales, destacan ya magníficos valores que descuellan en todos los campos de la creación intelectual y difusión cultural. Sin embargo, es evidente que estos gérmenes de desarrollo que guardan en ellos las mejores tradiciones culturales de la patria, no podrán madurar plenamente hasta que el pueblo no restaure la independencia nacional y suprima las trabas económicas, sociales y políticas que el régimen franquista representa. No obstante, el movimiento intelectual se distingue por su no conformismo, por el sentido de patriótica oposición a la política antinacional del franquismo, y exige:

Medios de vida dignos de la elevada función social que los [29] trabajadores de la ciencia, de la literatura, del arte y de la función docente desempeñan; libertad de asociación para la defensa de sus legítimos intereses; libertad de expresión y de creación; libertad de conciencia; seguridad personal y garantía del respeto de la dignidad humana; protección y fomento de la cultura nacional, comprendida la cultura de los pueblos de Cataluña, Euzkadi y Galicia, libertad de intercambio cultural con los países; reconstrucción radical de la vida cultural del país.

El Partido Comunista de España, vanguardia dirigente de la clase obrera, de la clase que por ser la espina dorsal del pueblo trabajador, por disponer de la inmensa ventaja que la otorga su papel decisivo en la producción, su fuerza numérica, su concentración y organización es el más seguro defensor de las aspiraciones de todos los trabajadores, hace suyas, apoya y defiende las reivindicaciones económicas y aspiraciones democráticas de la intelectualidad. Pero estas legítimas demandas de la intelectualidad, imprescindibles para su propia existencia y desarrollo y por consiguiente para la creación intelectual, difusión y progreso de la cultura, y que se funden con las aspiraciones de libertad y democracia, de paz e independencia nacional, de bienestar y cultura a que aspira el pueblo, sólo pueden ser plenamente satisfechas por un gobierno de patriotas y demócratas que no caerá del cielo, sino que surgirá de la lucha de todos los patriotas unidos en el Frente Nacional, dirigida contra la camarilla franquista que ha

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vendido la tierra patria por un puñado de dólares. Al sumar su esfuerzo a la unión de lucha de todos los patriotas por la salvación de España, los intelectuales contribuirán a abrir el porvenir venturoso que una España independiente, libre y feliz, culta y democrática y pacífica, les brinda. Con ello continuarán las mejores tradiciones de la intelectualidad progresiva española, el camino de honor por el que marcharon siempre los mejores representantes de la intelectualidad española que cultivaron en la conciencia del pueblo los nobles sentimientos de lucha por la libertad y la independencia de la patria.

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No es un hecho nuevo en nuestra historia que la intelectualidad participe activamente en la lucha del pueblo por la libertad y la independencia de España. Con él y por ellas se batieron Quintana y Espronceda, Argüelles y Muñoz Torrero, Martínez de la Rosa, Juan Nicasio Gallego y otros muchos que tomaron parte en las Juntas Patrióticas y en las Guerrillas, que representaron al pueblo en las Cortes de Cádiz, en el fragor de la guerra de Independencia, contribuyendo con su inteligencia y genio creador a despertar la conciencia nacional, a elevar el espíritu de resistencia al invasor, a infundir seguridad al pueblo en la justeza de su causa y en la victoria. En un pasado no lejano, es imposible olvidar la actuación, bajo la dictadura de Primo de Rivera, de la mayor parte de la intelectualidad junto al pueblo en la lucha política por el establecimiento de la República democrática.

Persecuciones, prisión y destierro sufrieron en aquel entonces las figuras más ilustres de nuestras letras y artes, como Unamuno, Valle Inclán, Blasco Ibañez, Luis de Tapia, Bagaría y otros muchos que, [30] junto a la actividad legal de oposición y de hostilidad constante, desplegaron una intensa acción clandestina, y con el apoyo entusiasta de editores y tipógrafos demócratas y progresivos –que nunca faltaron, ni faltan–, publicaron e hicieron llegar al pueblo llamamientos y proclamas; los poetas no escatimaron sonetos ni letrillas para fustigar a aquel régimen de corruptela y malversación. Tampoco regatearon su ingenio los artistas, al mismo fin. En la mente de los hombres de aquella época está «Alfonso XIII desenmascarado», lanzado en 1924 por Blasco Ibañez y otros escritores e intelectuales republicanos, liberales y demócratas, que despabiló tantas conciencias. Bajo su acción, la tribuna del Ateneo de Madrid se transformó en un bastión de lucha por la democracia, contra la monarquía y la vergonzosa dictadura. Jamás olvidará la clase obrera la emérita y abnegada labor realizada por aquellos maestros, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, por la intelectualidad técnica de donde salieron magníficos forjadores de conciencias que infundían en la clase obrera y en los campesinos pobres la idea de la unidad, de la organización y de la lucha por una vida mejor.

No todos estos hombres que supieron cumplir honradamente, en aquellas condiciones históricas concretas, su misión cívica en la sociedad, tenían las mismas ideas y creencias. Es inevitable que en la sociedad dividida en clases la intelectualidad refleje diversas tendencias ideológicas, expresión de un proceso lleno de contradicciones, que es el proceso mismo de la vida social, las profundas aspiraciones de las diversas clases y capas sociales que se hallan en movimiento. Su mérito estriba en que supieron encauzar la conciencia de la inmensa mayoría de la intelectualidad hacia el pueblo, fundirse con el pueblo y centrar su obra y su esfuerzo social en el objetivo común que perseguía entonces la inmensa mayoría de los españoles: el derrocamiento de la odiosa monarquía y la restauración de las libertades democráticas para que los españoles pudieran decidir en libres elecciones el carácter del régimen que quisiera darse la Nación.

No hay duda de que hoy, cuando la Patria está en peligro y llama al esfuerzo común de todos sus hijos para salvarla, cuando la gran corriente del frente nacional antifranquista se pone en movimiento, los intelectuales patriotas marcharán por el camino que trazaron sus mayores, por el camino de la lucha unida del pueblo, poniendo su talento y su arte a contribución de la gran

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empresa de elevar la conciencia nacional de resistencia, de organizarse para la acción y ayudar a la organización de las masas para la lucha contra los ocupantes yanquis; por el derrocamiento de la sangrienta tiranía franquista; por la paz y la independencia nacionales; por la libertad y la cultura que sólo podrá salvaguardar un régimen democrático español, digno de tal nombre, que goce de la confianza del pueblo.

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En las filas de los heroicos adelantados de la lucha por el honor y la dignidad de España, ultrajada y vendida, por un gobierno del pueblo que dé legítima satisfacción a sus afanes y desvelos tienen también su [31] puesto los estudiantes, la joven generación universitaria, para la inmensa mayoría de los cuales el SEU aparece tan desprestigiado, que está pasando a ser de «levadura de Falange», como el régimen se proponía, a levadura de descontentos y desilusionados.

La traición nacional de la camarilla franquista, que vende la madre Patria al invasor extranjero, que gibraltariza la cultura, que manda a nuestro país como peritos de la rapiña y de la colonización a sus técnicos y «especialistas», que exigirá la militarización intensa de la Universidad, pues también los jóvenes estudiantes, al igual que el resto de la juventud, han sido vendidos por los franquistas como carne de cañón, hace más sombrío y patético el ya negro porvenir que el franquismo les deparó. La salida para ellos está en la lucha decidida contra el régimen, junto al pueblo y su juventud trabajadora, remozando las honrosas tradiciones de lucha del estudiantazgo que marchara en la guerra de la independencia tras Mina el Mozo, en sus batallones de estudiantes; las tradiciones de las luchas de los estudiantes contra la dictadura de Primo de Rivera, la de. los héroes de la Facultad de Medicina de San Carlos, la de los valientes de las barricadas de San Bernardo en Madrid y la de todos aquellos que transformaron las universidades e institutos en bastiones de lucha por la República, fundiéndose con el pueblo en la lucha por ella.

Otra salida no hay para los patriotas de la nueva generación estudiantil. Esto lo comprenden ya no pocos estudiantes que alzan su voz de descontento y pasan a la acción en las universidades y centros de enseñanza superior de Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Salamanca, Granada. El Partido Comunista saluda estas acciones de los estudiantes, saluda la lucha de los estudiantes de Barcelona en febrero-marzo de 1951, las valerosas acciones de los estudiantes madrileños y sevillanos contra la policía franquista en febrero y marzo de 1954. Sin embargo, el movimiento de oposición estudiantil, que abarca a buena parte del estudiantazgo, tiene todavía, al igual que el movimiento de oposición intelectual, un carácter de espontaneidad y de dispersión que constituye un obstáculo a su desarrollo pleno. Los patriotas de las universidades pueden unirse, tener sus propias organizaciones para la lucha por sus reivindicaciones contra los violentadores de conciencias que tratan de introducir en sus cerebros las ideas del oscurantismo medieval y del fascismo, que pretenden embotar su razón; que falsean la historia de la Patria, y les ocultan la grandeza inconmensurable de nuestro pueblo; que hacen insoportable el coste de la carrera; contra el régimen que les cierra las puertas del porvenir y les amarga sus años mozos truncando sus ilusiones, anhelos y esperanzas; contra el régimen que vendió la patria. Los patriotas de los institutos y universidades pueden y deben unirse y marchar a la lucha junto al pueblo por la independencia, la paz y la libertad de España, por el porvenir y la vida, contra el invasor yanqui y el régimen franquista de vendepatrias que pretende llevarles a la muerte enregimentados en la Legión Extranjera yanqui en España, que eso y no otra cosa ha hecho el régimen franquista del ejército español. ¡Que la juventud estudiantil se ponga en pie, que la generación de la amargura se sume a la lucha del pueblo por una España española, [32] en la gran corriente del frente nacional patriótico, por un gobierno del pueblo que no truncará, sino que pondrá alas a todas las nobles aspiraciones de la juventud que hallará pleno campo de desarrollo en una

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España libre e independiente, culta y democrática, sacada del atraso y del marasmo actual por el esfuerzo común del pueblo trabajador, de los obreros, de los campesinos, de los intelectuales, de todas las fuerzas vivas de la nación!

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En pos del máximo beneficio que les asegure la reproducción ampliada de su inmenso capital que no pueden realizar en los límites de su propio mercado, en virtud de las contradicciones insolubles del modo capitalista de producción, los millonarios y los multimillonarios yanquis dan pasos tan arriesgados como el saqueo sistemático de las colonias y de otros países atrasados, la conversión de países independientes en países dependientes, la política de rearme y provocaciones bélicas, la organización de nuevas guerras de rapiña con vistas a la dominación económica del mundo.

En el marco de esta política rapaz, que tiene su base en la propia naturaleza del capitalismo monopolista, los imperialistas yanquis han clavado su zarpa en España. Lo han hecho con la complicidad de la camarilla franquista, que baja la testuz y dobla el espinazo ante el poder extranjero que se dispone a hacer de España la base maestra de su agresión en Europa. Con ello, el peligro de una irreparable tragedia nacional se yergue ante la Patria. La vida de 28 millones de españoles, todo el patrimonio nacional con sus valores materiales y espirituales, ha sido puesto por la banda de forajidos del sátrapa de El Pardo en manos de los imperialistas yanquis, provocadores profesionales de guerra, organizadores del «hundimiento del Maine», de la agresión del 38 paralelo que incendió la guerra en Corea, del golpe de fuerza de Formosa, del putch fascista de Berlín, de la provocación de Trieste, en manos de los predicadores de la cruzada antisoviética y de la intervención en China, en manos de los predicadores de la restauración del capitalismo por las armas en las Democracias Populares, de los que arman a los revanchistas nazis, de los apóstoles de la nueva guerra de exterminio universal.

Los pueblos no se han plegado ni se plegarán jamás a la idea de su esclavización y aniquilamiento. Y de la lucha contra las fuerzas de la agresión y de la nueva guerra que encabeza el belicoso imperialismo yanqui ha surgido un poderoso movimiento mundial por la defensa y mantenimiento de la paz, por la prohibición de las bombas atómicas y otras armas de exterminio en masa, por el desarme y la solución pacífica de los conflictos concretos mediante la negociación y el acuerdo. Este movimiento de partidarios de la paz, que expresa el más ardiente anhelo de los pueblos, se funde con la política de paz de la URSS, de China y de las Democracias Populares, y representa una fuerza inmensa que ha obtenido ya éxitos concretos en el armisticio de Corea y en la reducción de la tensión internacional, un freno a las fuerzas de la [33] agresión. En él toma parte lo mejor de la intelectualidad del mundo, figuras como Joliot Curie, Picasso y Aragon, Jean-Paul Sartre y Ehrenburg, Howard Fast y Robeson, Bernal, Neruda, y tantos otros hombres de espíritu y buena voluntad que unidos a los pueblos tratan de salvar la civilización humana del más espantoso desastre que jamás los siglos conocieron, En este gran movimiento, representando la reconocida voluntad de paz de la inmensa mayoría de los españoles, toman parte figuras relevantes de nuestra intelectualidad como el doctor Giral, Bergamín, Wenceslao Roces, Honorato de Castro, Sánchez Arcas, Alberti y muchos otros. Pero los intelectuales que aman la paz, que están en el interior del país, no pueden ni deben quedar al margen de esta gran batalla que libra la humanidad entera contra las bestias incendiarias de guerra. A pesar de todos los obstáculos, millares son ya los españoles que han hecho llegar su adhesión y su firma a las campañas promovidas por el Consejo Mundial de Partidarios de la Paz. Ello demuestra la ardiente voluntad de paz de nuestro pueblo, la enorme posibilidad de aunar voluntades y crear un impetuoso movimiento de lucha de todo el pueblo, independientemente de ideas y creencias, de condición y posición social, por la paz y la independencia nacional de España, por la abrogación del pacto de guerra yanqui-franquista,

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contra la instalación de bases de guerra norteamericanas en España, contra los monstruosos proyectos de acumulación de las bombas atómicas yanquis en nuestro país.

La lucha por la paz en España ya no es una cuestión más o menos teórica o sentimental, como se imaginaban, aun no hace mucho, algunas gentes que habían caído en el engaño de los lacayos diplomados de la propaganda oficial franquista encargados de adormecer la conciencia de las masas de nuestro pueblo mientras se preparaba la gran traición nacional que ha transformado España en la punta de lanza de la agresión atómica yanqui. Esta brutal realidad ha sobrecogido de espanto a millones de españoles, que comienzan a comprender ahora la profunda razón que asistía a nuestro Partido al proclamar, hace ya muchos años, que el franquismo personificaba el avasallamiento del país y la guerra, que la guerra lleva en sí el aniquilamiento de toda España y el exterminio de la mayoría de los españoles. Por eso, la tarea de poner en pie de lucha a la mayoría de los españoles por la paz y la independencia de España, por la abrogación del pacto de guerra yanqui-franquista es una necesidad. Y está claro que en esta noble misión, eminentemente nacional y patriótica, deben de ocupar un puesto de honor los intelectuales españoles que desean la supervivencia de la patria.

Nuestro pueblo no quiere verse envuelto en una guerra vergonzosa contra la Unión Soviética, con un país con el cual jamás tuvo nuestra patria conflicto ni litigio alguno, con el Estado del Socialismo triunfante, cuya aspiración es la construcción pacífica de la nueva sociedad comunista, con la nación que marcha a la cabeza de la civilización y del progreso, baluarte de la paz, defensora insobornable de la independencia y de la libertad de los pueblos. El pueblo español no olvidará jamás que la Unión Soviética estuvo a nuestro lado de manera incondicional en los años memorables de nuestra lucha armada contra Hitler, [34] Mussolini y Franco. No olvidará nunca nuestro pueblo que en todas las asambleas internacionales la Unión Soviética ha elevado su voz y ha propuesto medidas efectivas contra Franco, en ayuda del pueblo español. El pueblo español, leal, pacífico y generoso, no seguirá a los yanqui-franquistas en su carrera de guerra de agresión. El pueblo español, ha dicho y sostiene nuestro Partido, está por la paz, luchará por la paz y jamás empuñará las armas contra la Unión Soviética ni contra ningún país pacífico.

Al llamar a los intelectuales patriotas a jugar el papel que les corresponde al lado del pueblo en la lucha por la paz, infundiendo conciencia a las masas de lo que la guerra significa, a tomar parte activa en este gran movimiento que refuerza más aún el campo mundial de los partidarios de la paz, de la democracia y del progreso, el Partido Comunista de España saluda a los intelectuales que han puesto ya su inteligencia y su arte al servicio de esta noble y justa causa en el interior del país y les invita a proseguir su camino. Les llama a unirse más estrechamente aún con el pueblo, al cual deben llegar con su patriótica y meritoria labor, a aunar voluntades y mancomunar esfuerzos entre el resto de la intelectualidad para que ésta abrace con decisión la bandera de la paz, y con ella por delante, marche fundida con el pueblo en la lucha contra el pacto de guerra yanqui-franquista y por la paz: Por salvar a España y a la cultura española de la inmensa tragedia nacional que sobre ellas se cierne.

• • •

Una vez más, la carroña franquista trata de justificar su vil traición invocando la lucha contra el comunismo. Esto, naturalmente, no es nuevo. Hace ya muchos años que viene jugando a fondo esta carta con apuesta redoblada, que añade una cuenta nueva a su gran rosario de infinitas villanías. Lo hace con el fin de dividir el pueblo y seguir cabalgando en el poder, desde el cual explota a la inmensa mayoría de los españoles y saquea y vende a la nación.

Tras la bandera de la lucha contra el comunismo, los vendepatrias franquistas luchan contra el pueblo, combaten la democracia, oprimen a todos los españoles que no forman parte de su corro explotador, ahogan toda libertad, asfixian la cultura, venden jirones de la independencia

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nacional, preparan la guerra por cuenta del yanqui, combaten a las fuerzas de la nación que luchan por la paz, la libertad y la independencia de España. Y cualquiera que tenga uso de razón aunque también trata el franquismo de embotarla, puede comprobar esta gran verdad en la experiencia viva de la Patria.

En nombre del anticomunismo, los franquistas, apoyados en las armas de la intervención extranjera, aplastaron en España la República democrática burguesa; en nombre del anticomunismo asesinaron a García Lorca y a Companys, Presidente de la Generalidad de Cataluña; prohibieron los libros de Zola y Víctor Hugo; proscribieron las ideas de la Revolución francesa e incluso del Renacimiento. En nombre del anticomunismo consideran hoy subversiva la cita misma del nombre de [35] Unamuno, impiden la organización de otros partidos políticos burgueses y la aparición sin censura de su propia prensa. En nombre del anticomunismo impiden, no ya a la clase obrera, sino a todos los grupos y capas sociales que no forman parte de los intereses privados que su camarilla representa, organizarse para la defensa y la expresión de sus intereses económicos. En nombre de la defensa de la propiedad privada contra el comunismo, están dejando a los pequeños y medios propietarios sin otra propiedad que su fuerza de trabajo, es decir, los conducen a la ruina y a la proletarización. En nombre de la defensa de la religión y de la fe contra el comunismo, que no oprime sino que proclama la libertad de conciencia, el franquismo atropella no sólo la conciencia de los librepensadores, sino de no pocos estólicos que intervienen contra él y su política de corrupción moral y de degradación humana. En nombre del anticomunismo, venden la Patria lo mismo que los truhanes sin honor y conciencia pueden vender a su madre. Y porque los comunistas son los más ardientes patriotas, los más fervientes partidarios de la democracia y la libertad, los abanderados de la paz y de la independencia de España, los herederos directos de la cultura y de la tradición nacional popular, democrática y progresiva, los representantes genuinos de la clase obrera, los dirigentes del pueblo, por eso se persigue a sangre y fuego a los comunistas. Y porque el Partido Comunista de España es el partido dirigente de la democracia española, el único partido capaz de agrupar a las fuerzas sanas de la nación en la lucha por su independencia, la única fuerza organizada capaz de organizar, a su vez, la gran fuerza social que derroque su ya vacilante y ruinoso tinglado; por eso dirige el franquismo el filo de su terror contra el Partido Comunista, que representa el próximo futuro democrático de España y el porvenir socialista de nuestra Patria.

Al Partido Comunista se le puede perseguir, pero no suprimir. Eso no le es dado ni siquiera al hacha del verdugo, porque el desarrollo histórico que el Partido Comunista representa e impulsa con su lucha no se puede detener a golpes de hacha. Y esa es la experiencia histórica de estos años de dura prueba. Decenas de miles de nuestros mejores militantes, obreros, campesinos, intelectuales, militares, empleados y funcionarios, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, gentes sencillas y modestas, ardientes patriotas fieles a España y a su pueblo, del cual son carne y sangre, músculo, cerebro y nervio, cayeron en la lucha víctimas del salvaje terror franquista que engendró monstruos como Conesa y Polo, Morales y Bachiller, el auditor Aimar, con instintos policíacos y almas de verdugos. Se pretendió terminar con nuestro Partido aniquilando a sus militantes, persiguiendo sus invencibles ideas, calumniándole por todos los medios de una propaganda falaz y encanallada, a lo Goebbels y MacCarthy. Y sin embargo, la historia marcha con paso inexorable. Y hoy, tan desprestigiado está el envilecido régimen franquista, que no pocos de los que se batieron por él dicen: «¿Y todo para qué?», mientras que la influencia ideológica del comunismo jamás fue tan grande en España como en nuestros días, y la autoridad y el prestigio del Partido Comunista crecen sin cesar entre las masas del pueblo, que ve en él al Partido que encarna sus aspiraciones democráticas de libertad, cultura y progreso, de paz e independencia nacional. [36]

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Al examinar la situación actual de nuestra intelectualidad, el incesante crecimiento de su resistencia activa al franquismo, el Partido Comunista de España puede constatar con legítimo orgullo el gran papel movilizador que desempeñan sus ideas, la ideología del comunismo, la ideología victoriosa bajo cuyas banderas se ha edificado en la Unión Soviética una sociedad enteramente nueva, socialista, libre de explotadores. Resulta hoy evidente que en el desarrollo de la oposición intelectual al régimen franquista el fermento ideológico del marxismo-leninismo, el interés y la admiración ante las prodigiosas realizaciones de la Unión Soviética en todos los campos de la actividad humana han jugado y juegan un papel de primera importancia. Esto no se debe al azar. El Partido Comunista de España, destacamento organizado y consciente del proletariado, vanguardia dirigente de la clase obrera, columna vertebral del pueblo, que representa los destinos de la Patria, es también el partido político en el cual los intelectuales españoles han encontrado y encontrarán mayor comprensión de su misión social porque, como decía nuestro Secretario General, Dolores Ibárruri: «En la creación de la nueva sociedad, los intelectuales han de jugar un papel importantísimo en la formación de la nueva cultura, en la educación de las nuevas generaciones.»

El Partido Comunista es el partido que ha valorado justamente la función de los intelectuales en la vida nacional; el Partido en el cual más justamente se ha valorado la aportación señalada que los intelectuales deben y pueden prestar a la causa del pueblo. En el campo de la vida cultural, frente a los problemas de la intelectualidad española, nuestro Partido ha sabido aceptar y cumplir, en cada momento, con las responsabilidades que históricamente le correspondían. Cuando las bombas hitlerianas de la aviación franquista caían sobre los Museos y Monumentos españoles, nuestro Partido organizó la protección y salvación de los tesoros artísticos, patrimonio del pueblo, y a esa acción se debe que el Museo del Prado, por ejemplo, sea todavía orgullo legítimo de la nación española. Nuestro Partido organizó la evacuación de los sabios, escritores y artistas de todos los lugares amenazados por la guerra, poniendo a disposición de aquéllos, medios de trabajo y de vida. Nuestro Partido impulsó la lucha contra el analfabetismo, por la difusión de la cultura entre las masas. Nuestro Partido editó por decenas de miles los textos clásicos de nuestra literatura y dio a conocer, en todos los rincones de la Patria, las obras maestras de nuestro teatro. Esa labor del Partido Comunista de España, en la memoria de nuestros intelectuales ha quedado grabada.

Por otra parte, la ideología del Partido Comunista, la concepción científica del mundo y de la sociedad que representa el marxismo-leninismo, constituye un foco de atracción para muy amplios sectores de intelectuales y artistas, que han comprobado en su más personal experiencia de creación y búsqueda, el fracaso de todas las ideas y teorías sustentadas o toleradas por el régimen franquista. Una circunstancia fomenta además, y en no pequeña escala, el interés que despierta la ideología del comunismo, y es que no se trata de una concepción política y sociaI entre otras, de una variante de las múltiples [37] utopías maduradas en la cabeza de pensadores con más o menos inventiva, sino de una teoría científica que ha inspirado la transformación radical de la vida de 800 millones de personas.

Y no basta con proclamar heréticas las doctrinas del marxismo-leninismo para ocultar esa realidad: constituye, quiérase o no, la cuestión fundamental de nuestra época. A esa realidad conducen, en el siglo XX, todos los caminos: una sociedad liberada de toda clase de explotadores, en la que puedan desarrollarse plenamente todas las facultades humanas. No cabe olvidar, sin embargo, que la atracción de amplios núcleos intelectuales por la ideología del comunismo se ejerce en el marco concreto de un régimen cuya constante propaganda tiende a deformar y calumniar sistemáticamente la situación, los objetivos y las teorías de nuestro Partido. Pero el Partido Comunista de España, el Partido de Miguel Hernández, el partido junto al cual transcurrieron los últimos años de vida y de trabajo de Antonio Machado; el Partido de Pablo Picasso tiene derecho a pedir a los intelectuales, incluso a los más alejados de su

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política, que traten de conocerle tal cual es, objetivamente, a través de su propia ideología, de sus propios principios y objetivos, y no a través de la pintura grosera que de ellos hace el franquismo, enemigo del pueblo y enemigo de la intelectualidad. Semejante conocimiento objetivo, incluso si no implica la adhesión a nuestras ideas, sólo puede facilitar el establecimiento de un frente de lucha común contra los enemigos de nuestra Patria, los imperialistas yanquis y sus perros franquistas.

• • •

El Partido Comunista de España surgió del tronco añoso del socialismo español, como una necesidad histórica del movimiento obrero de nuestro país, al calor de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917 en Rusia, que fue también una revolución en los cerebros, en la ideología de la clase obrera mundial. Nació el Partido Comunista y existe para llevar a cabo la gran misión histórica de organizar y dirigir la acción de la clase obrera y de todo el pueblo español a fin de realizar la revolución democrática en España, y para transformar ésta, en el curso de su desarrollo, en revolución socialista; para liberar al proletariado y a los campesinos de las cadenas de la explotación capitalista y para elevar al proletariado a la condición de clase dirigente y dominante, aplastando a las clases explotadoras, suprimiendo la explotación del hombre por el hombre; construir la sociedad socialista de obreros, campesinos e intelectuales, abriendo paso a la sociedad comunista sin clases, de trabajadores libres, donde cada miembro de la sociedad dará a ésta según su capacidad y recibirá de ella según sus necesidades.

Esos son los objetivos, claramente afirmados ante las masas, defendidos sin oportunismo ni vacilación de ningún género. Cuando el Partido Comunista se proclama el más ardiente luchador de la democracia, no lo hace a fin de «maniobrar», como grita el franquismo, que plantea ante nuestro pueblo la falsa disyuntiva del «yo o el comunismo». [38] Al comunismo conduce la vida en el curso del desarrollo histórico social. Quien quiera saltarse las épocas de este desarrollo se estrellará. Lo mismo que se estrelló Cuvier en las ciencias naturales con su teoría de las catástrofes, que negaba la evolución en el proceso de desarrollo del mundo orgánico. Evolución y revolución son dos aspectos del movimiento, del desarrollo, inconcebible el uno sin el otro. No es posible ir al comunismo y construir la sociedad sin clases sin pasar por la Revolución Socialista, sin que la clase obrera, aliada a los campesinos y a la intelectualidad trabajadora, tome el Poder. Como tampoco es posible ir a la Revolución Socialista sin desarrollar la democracia, sin destruir los restos feudales que aun perviven en España y que fueron abatidos hace ya más de un siglo en los principales países capitalistas de Europa occidental, y que, al persistir en España, condicionan el atraso económico, social, político, cultural de nuestro país, son la causa de la miseria y los sufrimientos de nuestro pueblo, sobre todo después de que el régimen fascista de Franco vino a afianzar las lacras medievales que asfixian a España.

Por eso, la disyuntiva que el desarrollo histórico plantea ante la nación española no es «franquismo o comunismo», sino franquismo o democracia. Para impedir la salida democrática a la actual situación el franquismo ha entregado el país al imperialismo yanqui, pensando eludir así el veredicto de la Historia, cuyo desarrollo pretende impedir, y el juicio del pueblo que le odia y le maldice y lucha por su destrucción. Y esto sí que sitúa a los españoles ante una disyuntiva planteada ya por nuestro Partido en su manifiesto de primero de Octubre de 1953, en el que se dice:

«En esta hora grave para España, la disyuntiva es clara: ser esclavo de los yanquis o vivir con dignidad de hombres libres en una Patria libre e independiente... Vivir bajo la ignominia del oscurantismo inquisitorial u obtener la libertad y el derecho a regir nuestros propios destinos.»

Así está, pues, planteada la cuestión. Y el Partido Comunista de España no regateará esfuerzo alguno en la lucha por unir a todos los patriotas españoles, por impulsar la gran corriente del

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frente nacional patriótico que barra al régimen, abrogue los acuerdos yanqui-franquistas y establezca en el país un Gobierno de patriotas y demócratas que dé al pueblo libertad para decidir su propio destino.

Pero una cuestión surge inmediatamente en relación con estos problemas. ¿En qué se basa nuestro Partido para establecer su política? En España, como en todos los países capitalistas, la sociedad está dividida en clases. Cada una de estas clases defiende sus intereses con su propio partido político, cuyas teorías y programa son el arma ideológica con los cuales defienden sus intereses de clase. El Partido Comunista de España, Partido de la clase obrera, defiende los intereses de todos los trabajadores, de todos los oprimidos y explotados. Y el arma ideológica que al servicio de sus intereses coloca, en los resultados de cuyo análisis se basa su línea política, es la teoría del marxismo-leninismo: la ciencia de las leyes del desarrollo de la naturaleza y de la sociedad, la ciencia de la revolución de las masas oprimidas y explotadas, la ciencia de la victoria del socialismo en todos los países, de la edificación de la sociedad [39] comunista. Como ciencia, el marxismo no puede permanecer inmóvil: se desarrolla y se perfecciona, se enriquece con nuevas experiencias y nuevos conocimientos, cambiando, por consiguiente, algunas de sus fórmulas y conclusiones, que ya no corresponden a las nuevas tareas históricas. Porque el marxismo no admite conclusiones y fórmulas inmutables, obligatorias para todas las épocas y todos los períodos. El marxismo, en tanto que ciencia es enemigo de todo dogmatismo. Esos principios científicos se ven groseramente falsificados por los «especialistas» que el franquismo dedica a su labor de sistemática falsificación. Inspirándose en la metafísica escolástica, procediendo por afirmaciones arbitrarias, recurriendo a la revelación teológica cuando la lógica y las ciencias naturales y sociales rebaten esas afirmaciones, o sencillamente por medio de insultos destinados a suplir las debilidades de la argumentación, esos jenízaros de la pluma intentan hacer pasar el marxismo por un determinismo positivista y mecanicista en el terreno de las ciencias de la naturaleza, y por un ciego fatalismo económico en el de las ciencias sociales e históricas.

De hecho, el materialismo marxista es una concepción del mundo que, según las palabras de Federico Engels, «significa sencillamente concebir la naturaleza tal y como es, sin ninguna clase de aditamentos extraños». Esto quiere decir que el marxismo concibe el mundo como algo material, constituyendo la multiplicidad de los fenómenos las diversas formas y modalidades del movimiento de la materia, que se efectúa según las leyes objetivas que el método dialéctico permite poner al descubierto, sin necesidad de ningún «espíritu universal». La naturaleza, la materia, el ser constituyen realidades objetivas, independientes y anteriores a nuestra conciencia, la cual es un fenómeno derivado, reflejo más o menos exacto de la realidad del ser. Consecuencia precisamente de esa realidad objetiva es su cognoscibilidad. Las leyes de la naturaleza pueden ser descubiertas por el entendimiento del hombre, y la veracidad de ese descubrimiento se experimenta, demuestra y profundiza mediante la actividad práctica, mediante la acción del hombre sobre la naturaleza. No hay en el mundo misterios incognoscibles: que deben ser catalogados en un mitológico reino de «cosas en Sí»; sólo hay fenómenos y leyes aún no conocidos.

De la misma manera, los hombres pueden llegar a descubrir las leyes objetivas del desarrollo social, conocerlas, estudiarlas, tomarlas en consideración al actuar, y aprovecharlas en interés de la sociedad. Y éste fue uno de los grandes méritos de Marx, del cual decía Federico Engels:

«De la misma manera que Darwin descubrió la ley del desarrollo del mundo orgánico, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia de la humanidad, aquel simple hecho que hasta los últimos tiempos se venía ocultando bajo una envoltura ideológica, de que las personas en primer lugar deben comer, beber, tener vivienda y vestirse, antes de estar en condiciones de ocuparse de política, ciencia, arte, religión, &c., que, por consiguiente, la producción directa de los medios materiales de vida y con ella cada grado determinado del desarrollo económico del

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[40] pueblo o época, forman la base de la cual se alzan las instituciones estatales, los puntos de vista jurídicos, artísticos e incluso las representaciones religiosas de las personas en cuestión. Y a partir de la cual se pueden explicar éstas y no al contrario, como se hacía hasta entonces.»

Al deformar los principios del marxismo, la falaz propaganda franquista pretende hacer creer que nuestro Partido niega la importancia y el papel de las ideas en la sociedad. Pero cuando el marxismo establece científicamente que la conciencia, las ideas, son lo secundario, que lo primario es la naturaleza, la base económica, sólo quiere decir que éste determina en última instancia el origen y desarrollo de las diversas ideologías y teorías. En cuanto a su importancia, a su misión en la sociedad y en la historia, el marxismo no sólo no las niega, sino que las concede, por el contrario, una significación indiscutible. Nacidas en una estructura social determinada, las ideas ejercen a su vez una influencia sobre el ser social, frenando o acelerando el desarrollo de la sociedad en su conjunto. De no ser así, ¿para qué el gigantesco esfuerzo de propaganda y esclarecimiento ideológico de nuestro Partido entre el pueblo? De no ser así, ¿cómo explicar el furor vesánico de las clases reaccionarias, que el franquismo representa, en la persecución de nuestras ideas? Para los comunistas, las ideas tienen tanta importancia que en nombre de elevado ideal cayeron miles y miles de heroicos militantes que dieron su vida por la felicidad del pueblo, seguros de que su causa está llamada irremisiblemente a triunfar; que ya ha triunfado en una parte del mundo y triunfará en el mundo entero. Y no sólo por su humanismo y grandeza, sino porque sus ideas reflejan científicamente las necesidades objetivas del desarrollo social y por tanto van abriendo camino a éste.

Prueba evidente de la importancia que el marxismo-leninismo atribuye a las ideas, a su papel en la sociedad, son las discusiones a que se someten en la Unión Soviética todas las teorías científicas, literarias, filosóficas y artísticas. No cabe olvidar, frente al papel revolucionario progresivo de las nuevas ideas y teorías, el papel reaccionario de las viejas ideas y teorías, cuya misión consiste en frenar el desarrollo de la sociedad. Este influir de las ideas en el desarrollo social hace necesario el rebatir y eliminar todas las teorías y concepciones erróneas y anticientíficas refutadas por la experiencia y práctica social, ya que su existencia sólo puede conducir a frenar el progreso de la ciencia y obstaculizar la marcha de la sociedad hacia adelante, hacia el comunismo. Sin este contraste de ideas y opiniones, sin estas discusiones científicas donde cada participante ejerce plenamente su derecho intangible a la crítica y autocrítica, no sería posible el desarrollo, el triunfo de lo nuevo, portador del progreso, sobre lo viejo que tiende a cerrarle el paso, que opone la rutina, el estancamiento, al espíritu innovador revolucionario. En el socialismo, donde no existe la explotación del hombre por el hombre, el criterio de toda libre discusión es la rica experiencia acumulada por la sociedad en la construcción práctica del comunismo, el móvil de esas discusiones es coadyuvar al incremento continuo del nivel de vida material y cultural de toda la sociedad, lo cual hace que la vida espiritual en el socialismo alcance cumbres inaccesibles en el capitalismo. [41]

Ya pueden los filisteos franquistas simular indignación y poner el grito en el cielo, cuando un criterio, una opinión o teoría errónea es combatida y desechada en la Unión Soviética tras pública y profunda discusión. Con ello no hacen más que encajar el golpe que recibe su régimen oscurantista y fascista sustentando la más brutal represión de toda idea o pensamiento que le sea contrario: un régimen que teme la crítica como el perro al palo, por cuanto la terrible experiencia práctica de la inmensa mayoría de los españoles condena su existencia. Y, en efecto, ¿cuántos días, cuántas horas duraría el régimen franquista si el pueblo pudiera ejercer libremente la crítica contra él, por ejemplo, en libres elecciones? Es evidente que ese régimen no podría aguantar tamaña prueba. Y de eso están al cabo de la calle todos los españoles sin excepción, y, en primer lugar, claro está, los franquistas.

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Si en la sociedad socialista de obreros, campesinos e intelectuales, el Poder apoya todo lo nuevo y progresivo que surge a la vida, frente a todo lo viejo y anquilosado, facilitando así, ininterrumpidamente, el progreso social, el Poder franquista, que representa la dominación de los elementos parasitarios de la sociedad, apoya todo lo viejo, decrépito y regresivo, reaccionario, en lucha contra todo lo nuevo y progresivo que existe en España. Con ello pretende poner un valladar al desarrollo social, pero, como esto no es posible, lo único que consigue es frenarle, ir acumulando material explosivo, agudizar la lucha de clases que arde en la sociedad española desgarrada por múltiples contradicciones antagónicas, hasta producir el estallido revolucionario encargado de barrer los obstáculos y muros que se oponen al desarrollo social.

Esta verdad objetiva de fácil constatación, que tiene por base la lucha de clases, eje de la vida social española, pretende el franquismo ocultarla mediante su famosa «teoría» de la «superación» de la lucha de clases en España. Pretende el franquismo haber abolido ¡por decreto! la ley objetiva de la lucha de clases, ya que ésta se produce, según él, por obra y gracia de los comunistas, por la voluntad de los hombres. Según esto, con poner a los comunistas fuera de la ley, encarcelarlos o suprimirlos, al tiempo que se declaran heréticas sus ideas, ya está resuelto el problema. La vida se ha encargado de demostrar lo absurdo de esta quimera. El franquismo mató y reprimió, mata y reprime. Ahora bien, ¿cómo se explican los grandes movimientos de masas de la primavera de 1951? ¿Cómo se explican las huelgas crecientes de la clase obrera, las reivindicaciones y las luchas de los campesinos, la rebeldía de los intelectuales, la lucha intestina que arde entre las clases dominantes que ha conducido a la destrucción del conglomerado franquista, a la desmembración de la Falange? ¿Cómo explicar el profundo descontento y malestar que amarga a toda la sociedad española, la lucha de los patriotas contra los vendepatrias, de las fuerzas democráticas portadoras del progreso y la cultura contra las fuerzas reaccionarias que personifican el retroceso y el oscurantismo? La razón estriba en que la lucha de clases es una ley objetiva en todos los sistemas basados en la explotación del hombre por el hombre. Mientras existan clases dominantes explotadoras y clases explotadas y oprimidas, el Estado no es un organismo por encima de las clases, sino instrumento coercitivo mediante [42] el cual asienta su dominación la clase dirigente. Cuando el franquismo declara, por tanto, que en España el régimen es un organismo de conciliación de las clases, comete, a sabiendas, una grosera falsificación.

Para suprimir la lucha de clases sólo hay un camino: el de la supresión de las clases antagónicas, el de la revolución socialista. En el curso de ésta, la clase obrera, dirigida por el Partido Comunista, aliado con los campesinos pobres y al frente de todos los explotados y oprimidos de la sociedad, derroca el Poder de los opresores y explotadores, se emancipa como clase, emancipando a un tiempo a toda la sociedad y suprimiendo toda clase de explotación y opresión. Para esto, naturalmente, hace falta un Poder que, dirigido contra los explotadores y opresores derrocados, represente la democracia más amplia del pueblo trabajador: la democracia que hace participar directamente a los obreros, a los campesinos y a los intelectuales en la gobernación del país. Ese es el camino de las Democracias Populares, que edifican el socialismo, es el camino de la China Democrática Popular, que lleva adelante las tareas de la revolución democrática y antiimperialista e inicia la construcción del socialismo. Ese es el camino que para toda la humanidad abrió la Unión Soviética, donde se construye el comunismo, que representa una sociedad infinitamente superior a todas las anteriormente existentes.

• • •

Cuando en 1848, Marx y Engels publicaron el «Manifiesto Comunista», podía pensarse que era un manifiesto más entre los de aquella época revuelta, en la que se desarrollaban grandes transformaciones sociales. Un manifiesto más entre los de Proudhon, de Víctor Considerant, de

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Bakunin, de tantos otros ideólogos burgueses, bajo su máscara revolucionaria. Pero aquel «fantasma que recorría Europa» ya ha recorrido el mundo; aquel joven fantasma perseguido por todos los gobiernos, por todos los políticos y por todas las policías de Europa, es hoy, genuinamente representado por el Estado más potente del universo, el invencible Poder socialista de los obreros, campesinos e intelectuales.

De la Rusia zarista, país económica y culturalmente atrasado, el «bastión más potente», según la expresión de V.I. Lenin, «no sólo de la reacción europea, sino también de la reacción asiática», hasta la Unión Soviética, país del mundo más adelantado en todos los dominios de la técnica y de la ciencia, de la cultura y de la conciencia social, la trayectoria es, en 36 años, tan vertiginosa que parece un sueño. Y en efecto, es la realización del sueño más antiguo, del más noble ideal de los explotados y oprimidos de todos los tiempos: Una sociedad liberada de toda clase de explotadores, en la que «el hombre, como dijo J.V. Stalin, es el más precioso de todos los capitales».

Y en esta fórmula se expresa la riqueza y la elevación de contenido del humanismo socialista. Humanismo de tipo superior, que emana de la propia ley económica fundamental del socialismo, descubierta y formulada por el gran Stalin como sigue: «Asegurar la máxima satisfacción [43] de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y perfeccionamiento ininterrumpido de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada». Y esta ley fundamental, que no es un cuerpo jurídico o legal votado por los organismos de Gobierno, sino el reflejo de los procesos objetivos, tiene en su centro al hombre, a su rica vida material y espiritual, a su felicidad. Sobre esta base se ha edificado la nueva moral socialista, impregnada de amor al trabajo, considerado como cuestión de honor, de amor a la Patria, de amistad entre los pueblos, y de sentimientos de camaradería y de solidaridad: nueva moral de un hombre nuevo. Porque el hombre soviético es un ser libre, dueño de sus destinos, dueño de su trabajo, dueño de la naturaleza que le rodea; porque en él se ha hecho conciencia el reconocimiento de la realidad social y natural. La realidad es ésta: la personalidad del hombre sólo puede desarrollarse plenamente en un régimen en que hayan desaparecido la explotación y los antagonismos de clase.

En una sociedad de este tipo resulta evidente que el desarrollo de la cultura, su constante enriquecimiento, son indispensables, ya que el impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas plantea incesantemente a la sociedad nuevos problemas de carácter técnico y moral que sólo pueden resolverse sobre la base de una elevación acelerada del nivel cultural del pueblo en su conjunto. Este ascenso cultural, en el marco grandioso de la construcción del comunismo, se ha de conseguir aún más mediante la reducción de la jornada de trabajo, a fin de que, según la frase de Carlos Marx, «el criterio de la riqueza sea, no ya el tiempo de trabajo, sino el tiempo libre»; mediante la implantación de una enseñanza politécnica obligatoria, que permita a los hombres cambiar de profesión y no verse ligados de por vida a un solo oficio, lo cual sentará las bases concretas de la definitiva liberación de los hombres; y, por fin, mediante el mejoramiento radical de las condiciones de alojamiento y del nivel de los salarios reales.

Por eso desempeña la intelectualidad un papel tan importante en la Unión Soviética. «Ingenieros de almas», han sido denominados los escritores soviéticos; y no cabe mejor definición, porque sus obras participan efectivamente en la grandiosa empresa de forjar el carácter del hombre nuevo, del hombre del comunismo. En la lucha heroica por la creación de la nueva sociedad socialista, por desarraigar los restos del capitalismo de la conciencia de las personas, y la educación del hombre soviético en los elevados y nobles principios de la moral socialista surgió, desarrollándose, un nuevo método de creación en la literatura y en el arte: el realismo socialista, que ha inspirado las magistrales obras del arte soviético, del arte más humano, avanzado y progresivo del mundo entero, que ha situado a la literatura, al cine, al

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teatro, a la música y demás manifestaciones del arte soviético a la vanguardia de la creación artística universal.

Siguiendo las mejores tradiciones realistas del pasado de su arte nacional, haciendo suyo todo lo avanzado y progresivo que encierra el arte realista universal, el realismo socialista aparece como un escalón superior en la historia universal del arte. Este realismo está inspirado [44] por la ideología comunista, por la lucha en nombre de la transformación revolucionaria de la sociedad y la construcción del comunismo. Este realismo se basa en las ideas del socialismo científico, superando con ello la limitación ideológica del viejo realismo artístico, arma al artista permitiéndole ver las fuerzas motrices de la sociedad, el papel decisivo de las masas populares en la historia, el significado del proletariado, dirigente de las masas explotadas y oprimidas que luchan contra el capitalismo. Por ello, el realismo socialista es la forma más consecuente y superior del realismo artístico.

La exigencia fundamental del realismo socialista es la veracidad de la representación de la realidad histórica concreta y de su desarrollo revolucionario, conjugada con la tarea de la transformación ideológica y de la educación de los trabajadores en el espíritu del socialismo. El realismo socialista no excluye, sino que incluye en sí, como una parte consustantiva, el romanticismo revolucionario, la capacidad de ver en los embriones y brotes apenas perceptibles de lo nuevo, la fuerza a la cual pertenece el porvenir, la realidad grandiosa del mañana, la grandeza de la nueva vida que, al representarla artísticamente, transforma el arte en un arma formidable de lucha revolucionaria de las masas por una vida mejor.

El método del realismo socialista no sólo no excluye, sino que presupone la más amplia y completa libertad del artista, la iniciativa ilimitada del artista para elegir las más diversas formas, estilos y géneros de creación.

El realismo socialista es enemigo, por principio, del formalismo y de la teoría del «arte puro», del «arte por el arte », aboga por un arte comprensible por las masas, que tienda a elevarlas, a derribar las barreras que la burguesía erige entre el pueblo y el arte, contribuyendo con ello mismo a su difusión y florecimiento.

El método del realismo socialista en el arte representa un escalón cualitativamente nuevo en la historia del arte, no sólo con relación al contenido ideológico, sino con relación a las formas artísticas, exigiendo además de un profundo contenido ideológico, las formas más perfectas y bellas en el arte. Por este camino marcha el arte soviético, por esta amplia vía de progreso marcha también el arte en China y en las Democracias Populares, haciéndose cada vez más el realismo socialista el método de creación y combate que los artistas progresivos y avanzados de los países capitalistas ponen al servicio de las clases ascendentes de la sociedad, de la clase obrera, gigante invencible, llamada a forjar, a la cabeza del pueblo trabajador, la nueva sociedad.

No hay duda que el método del realismo socialista puede y debe inspirar la obra de nuestros artistas revolucionarios, que sienten latir el pulso firme de la vida que bulle en las entrañas de nuestro pueblo. El franquismo no ha podido degradar ni envilecer a nuestro pueblo, y si hoy se debate encadenado, explotado y oprimido, en la lucha por la libertad y la independencia de España contra los imperialistas y sus sátrapas franquistas, hará saltar las cadenas, restaurará la democracia y forjará bajo la dirección de la clase obrera su brillante porvenir. ¡,Basta [45] ya de impotente angustia «existencial»! ¡Basta ya de tremendismo decadente y degradante en la literatura y en el arte! ¡Que las fuerzas progresivas que actúan en el campo de la creación literaria y artística levanten la bandera del realismo socialista en el arte y, apoyándose en las mejores tradiciones del grandioso patrimonio del realismo clásico español, pongan su arte al servicio de la lucha del pueblo! ¡Que se inspiren en Máximo Gorki, el gran escritor proletario y ardiente revolucionario que sentó los cimientos del método del realismo socialista que le

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permitiera crear joyas inmortales de la literatura universal como «La Madre» y otras, escritas por él en las terribles condiciones del absolutismo zarista! ¡Que sigan el camino de Miguel Hernández, que consagró su vida y su obra a la lucha invencible del pueblo por una vida mejor en una España española!

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En la lucha contra el franquismo, por la independencia nacional y la paz, por la conquista de las libertades democráticas, en el combate, junto con todo el pueblo español, un puesto de honor en las filas corresponde a los intelectuales comunistas. En la labor de esclarecimiento ideológico, en el trabajo de organización práctica del movimiento intelectual de lucha contra el franquismo, su papel es primordial. Los intelectuales comunistas deben tener grabado en su mente el consejo de nuestro Secretario General, camarada Dolores Ibárruri:

«Nuestros intelectuales no pueden conformarse con ser escritores, historiadores, poetas, músicos, pintores, sino que deben ser, además, propagandistas del marxismo, de la ciencia más revolucionaria, de la ciencia que da al hombre sentido de la vida y le prepara para la realización de las grandes transformaciones sociales que el desarrollo de la historia ha colocado ante los pueblos como una tarea urgente e inmediata.»

El Partido les forma en la fidelidad a la causa de la clase obrera, a la causa del pueblo. El Partido les educa en el amor a la Patria y a su independencia. El Partido les prepara para utilizar con agilidad todas las posibilidades de lucha, para mantener, proteger y desarrollar su organización clandestina. Todas estas condiciones crean la posibilidad para que los intelectuales comunistas sean los organizadores y animadores imprescindibles del movimiento patriótico nacional de la intelectualidad junto al pueblo, contra la colonización yanqui y la satrapía franquista. Pero la posibilidad hace falta transformarla en realidad. Al declararse de acuerdo con la línea política del Partido, un intelectual comunista ha de luchar prácticamente por ella, y debe, por consiguiente, convertirse en un organizador del Partido entre los numerosos grupos de intelectuales simpatizantes, debe realizar entre ellos una actividad práctica organizada y consciente en la difusión de la ideología marxista, tomar la defensa de sus aspiraciones democráticas y ponerse a [46] la cabeza de la lucha por la satisfacción de sus reivindicaciones profesionales; ser el más ardiente defensor y propagandista de la idea de la unión de lucha de los intelectuales con el pueblo.

El Partido Comunista se siente orgulloso de sus intelectuales, de aquellos escritores, poetas, pintores, ingenieros, profesores, médicos, periodistas, arquitectos que aportaron a la lucha de nuestro pueblo su inteligencia, su capacidad, su espíritu y su cultura y que en su mayoría se han mantenido fieles a la causa del Partido, de la clase obrera y del pueblo, a pesar de las indecibles dificultades y monstruosas coacciones que sufrieron en el interior del país. Pero es preciso que tengan siempre presente, para obrar en consecuencia, las palabras que a ellos les ha dirigido directamente la camarada Dolores Ibárruri:

«En el interior de España ha surgido una generación de intelectuales que se acercan al Partido Comunista. que quiere luchar junto al Partido y con el Partido, a los cuales hay que prestar una particular atención en su formación como intelectuales comunistas.»

Que los intelectuales comunistas que aun no lo hayan hecho, salgan de su aislamiento y se fundan con las masas, con el movimiento intelectual patriótico y antifranquista. Que sientan latir el pulso de lo nuevo que surge y aflora en nuestra vida social y vayan con decisión hacia las fuerzas de la joven generación, intelectual que se aproximan y buscan al Partido, que lleven a ella su espíritu de partido y su experiencia de organización, que cultiven como el jardinero a la planta su formación ideológica marxista.

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Que los comunistas que toman ya parte activa en el movimiento intelectual cultural que se desarrolla en nuestra Patria no se dejen arrastrar por la espontaneidad, dando a sus producciones un contenido y un sentido popular nacional realista, que las haga eternas porque reflejen las aspiraciones de paz y de justicia de las masas, las aspiraciones de las fuerzas progresivas. Que unan la más ágil flexibilidad al mantenimiento inquebrantable de nuestros principios en toda su actuación legal y clandestina. Que cumplan con honor su misión de hombres de vanguardia y se agrupen, en tanto que comunistas, y emprendan con decisión en el seno del movimiento intelectual su labor de esclarecimiento ideológico y político, de organización y dirección. Difundiendo siempre las ideas del frente nacional de lucha de los patriotas contra los vendepatrias, aunando voluntades y barriendo todos los obstáculos que se alcen en la unión de todas las fuerzas que luchan contra el régimen por la independencia de España y la paz. Impulsando sin desmayo la lucha unida de los intelectuales patriotas junto al pueblo contra los invasores yanquis y el régimen franquista, por la libertad de España y de los españoles, por la democracia, el progreso social y la cultura.

En este movimiento tienen su puesto y su misión todos los intelectuales patriotas españoles. Todos los trabajadores de la ciencia, del arte y de la literatura, los maestros de la cultura, los estudiantes, todos los hombres dignos de la estirpe española que quieran una España suya, española, una cultura suya, la cultura española, humanista, popular y [47] progresiva; que quieran vivir y crear en paz en una España libre y democrática; que quieran salvar a España de la humillante ocupación yanqui y eludir la catástrofe nacional que ésta la depara. Todos aquellos que sientan el clamor que surge de las mismas entrañas de la Patria deben alzarse junto al pueblo y contra el franquismo. Todos unidos, sin distinción, independientemente de las posiciones que les enfrentaran, de sus ideas políticas y convicciones religiosas, de sus concepciones filosóficas o artísticas, de su origen y posición social, en el frente nacional. Porque el momento es grave, porque el pacto de guerra y de entrega de España a los yanquis pone en peligro el porvenir de la Patria, porque se trata, por encima de cualquier divergencia, del ser o no ser de España, de la propia existencia de los españoles.

¡Intelectuales españoles! La Patria traicionada y vendida nos llama en su defensa. Cerrad filas y organizaos en la lucha por la independencia y la libertad de España, por la paz, por la democracia y la cultura. Junto al pueblo y con el pueblo, porque en éste reside la fuerza que ha de salvar a España. En el gran frente patriótico, por el honor de la Patria ultrajada y vendida, contra el franquismo y los invasores yanquis que hozan en nuestro suelo y destruyen nuestra cultura. Por un gobierno del pueblo y para el pueblo, al servicio del pueblo y de España; por la libertad y la democracia, por el florecimiento de la cultura nacional en una España pacífica, democrática y progresiva, contra el régimen de los vendepatrias franquistas.

¡Abajo el gobierno franquista, gobierno de guerra y de traición nacional!

¡Fuera de España los yanquis!

¡Viva la intelectualidad española unida al pueblo en lucha por la libertad y la independencia de España!

¡Viva España, independiente, democrática y soberana!

Comité Central del Partido Comunista de España

Abril 1954.

Tomado de la edición impresa de este Mensaje realizada en Francia en un folleto de 48 páginas que lleva la siguiente presentación en lengua francesa (páginas 1 y 2):

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Par le pacte infâme du 26 septembre 1953, le franquisme livrait aux impérialistes américains les bases militaires el les richesses naturelles de I'Espagne, ses hommes et son territoire, pour la préparation active de la croisade antisoviétique. En vertu des accords secrets qui autorisent les forces aéro-navales américaines à stocker des armes atomiques dans les bases qui leur ont été livrées, «une menace réelle et permanente pèse sur l'existence de I'Espagne, sur la vie de millions d'Espagnols», ainsi que le proclamait l'appel du 1º Mai 1954 du Comité Central du Partí Communiste d'Espagne.

Contre ces dangers, contre la ruine économique et la guerre que les envahisseurs américains amènent dans leurs fourgons, pour le rétablissement des libertés démocratiques et de l'indépendance nationale, la lutte héroique du peuple espagnol s'amplifie, entraînant chaque jour des couches plus larges de la population. Les manifestations et les actions combatives des étudiants de Madrid et de Séville, au cours des mois de février et de mars, en sont une preuve éclatante, parmi tant d'autres, et qui a eu déjà de profonds retentissements. Car dans les masses profondes de la nation commence à se faire jour, non seulement l'idée «qu'il laut que ça change», mais aussi que la voie du salut est celle de l'unité nationale de toutes les forces patriotiques, que le renversement du régime franquiste est la condition première du rétablissement des libertés el de la souveraineté nationale.

En ce moment crucial dans l'histoire d'un peuple ami, auquel nous rattachent des liens impérissables, le Parti Communiste d'Espagne s'adresse aux intellectuels espagnols. [2]

Analysant avec une profonde rigueur la situation actuelle, les conditions matérielles et spirituelles de la vie intellectuelle en Espagne son Message dégage avec clarté les tâches des intellectuels espagnols, l'importance historique de leur rôle actuel et futur. Nul doute que ce Message marquera une date essentielle dans l'histoire culturelle de l'Espagne, d'autant plus que malgré tous les efforts de l'obscurantisme franquiste, «à I'intérieur de I'Espagne se dresse une nouvelle génération d'intellectuels qui s'orientent vers le Parti Communiste, qui veulent lutter aux côtés du Parti et avec le Parti», comme le constatait la camarade Dolorès Ibarruri en 1951.

En publiant ce Message, nous rendons un hommage à ces écrivains illustres que furent Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernandez, fidèles jusqu'à la mort à la cause de leur peuple, figures exemplaires aujourd'hui pour la jeune génération d'intellectuels et d'artistes qui luttent aux avant-postés de la grande bataille nationale pour la paix, les libertés démocratiques et l'indépendance, aux côtés du peuple espagnol. Et notre hommage est pétri d'espérance car leur combat sera victorieux.

[Agradecemos al Archivo Histórico del PCE el habernos facilitado fotocopia de este documento.]

V Congreso del Partido Comunista de España[Praga, septiembre de 1954]

Programa del Partido Comunista de EspañaEn la lucha por la independencia y la democratización de España,

por el mejoramiento radical de las condiciones de vida del pueblo español

España vive, bajo la dictadura fascista del general Franco, uno de los períodos más sombríos de su historia.

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La subida del fascismo al poder en España, con la ayuda de los ejércitos fascistas de Italia y Alemania, no fue un simple cambio de un gobierno burgués por otro. Fue la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía, la democracia burguesa, por la dictadura terrorista abierta, fascista, de las castas españolas más reaccionarias, sostenidas por el imperialismo extranjero. La camarilla franquista que hoy detenta el poder es el instrumento de los grandes terratenientes, banqueros y monopolistas vinculados al capital norteamericano, que se apoyan en las capas superiores del Ejército, de las fuerzas represivas, de Falange y de la Iglesia.

El establecimiento del fascismo en España significó no sólo la paralización del desarrollo democrático iniciado en 1931, sino un salto atrás en toda la vida social, económica y cultural del país.

El régimen franquista ha desencadenado sobre la clase obrera, los campesinos y otras clases y grupos sociales, la represión y el terror más despiadados.

Han sido suprimidas las libertades públicas, los derechos individuales, las instituciones representativas. No existe el derecho de asociación, ni de reunión, ni de prensa, ni de palabra. [44]

Se aplastaron las libertades nacionales de Cataluña y Euzkadi, reprimiéndose igualmente el sentimiento nacional del pueblo gallego.

Sin derechos políticos, sin el derecho de huelga, sin organizaciones sindicales de clase que les defiendan, los obreros se ven obligados a trabajar jornadas interminables por mezquinos salarios, mientras que los precios de los artículos de primera necesidad son elevados constantemente, haciendo cada día más insoportable la vida de los trabajadores. El poder adquisitivo de los salarios ha disminuido de tres a cuatro veces en relación con los años de la República. El paro forzoso crece y se extiende por todo el país.

Centenares de miles de trabajadores viven alrededor de las grandes ciudades, en cuevas y chozas inmundas, mientras se construyen lujosos hoteles para los turistas ricos, y se dedica la mayor parte de los presupuestos del Estado a gastos militares y al sostenimiento del aparato represivo.

Hay en España cerca de cuatro millones de obreros agrícolas, de los cuales poco más de medio millón tienen trabajo fijo. Esto significa que el paro estacional en el campo afecta a más de tres millones de trabajadores, lo que hace de la vida de estos, bajo el régimen franquista, un infierno de desesperación y de miseria.

Los arrendamientos establecidos en el período republicano fueron anulados, y más tarde renovados en condiciones leoninas. Sobre centenares de miles de arrendatarios pesa hoy la amenaza de expulsión de las tierras que cultivan.

Esta situación, unida al empobrecimiento de la tierra por falta de abonos y riegos, a las míseras cosechas obtenidas con métodos primitivos de cultivo, y a la política de agobiadores impuestos, cargas y cupos forzosos, empujan a los campesinos al abandono del cultivo de la tierra que no les asegura ni un mínimo de medios de existencia, provocando la proletarización en masa de pequeños propietarios y arrendatarios. [45]

Aldeas enteras han sido abandonadas por sus moradores, que marchan a las ciudades y centros industriales en busca de un trabajo que difícilmente encuentran.

Maestros, profesores, catedráticos, cobran sueldos humillantes, teniendo que buscar fuera de la función docente y en el ejercicio de un oficio o profesión que no corresponde a sus aspiraciones los recursos que necesitan para sostenerse y sostener a sus familias. Muchos de

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los hombres más destacados de la ciencia, la cultura y el arte nacionales se encuentran en exilio forzoso, o están postergados y vejados por el franquismo.

El nivel de vida de los empleados y funcionarios es, como el de los obreros, uno de los más bajos de Europa. Los pequeños comerciantes e industriales, las capas medias, sufren también agudamente los desastrosos efectos de la situación de crisis a que el régimen ha llevado la economía nacional. Incluso oficiales del Ejército de inferior graduación se ven obligados, en las horas libres de servicio, a trabajar en otras profesiones para aumentar sus haberes.

Las consecuencias de esta situación se hacen sentir no sólo sobre las masas trabajadoras y los pequeños comerciantes e industriales. Empresas de gran importancia son absorbidas por los monopolios o empujadas a la quiebra por no poder soportar la concurrencia de las sociedades monopolistas particulares y estatales en las que están directamente interesados muchos de los gobernantes y altos funcionarios del Estado franquista.

Los resultados de estos años de fascismo, de poder terrorista absoluto, incompartido e incontrolado, de los grandes capitalistas financieros y terratenientes, se manifiestan en el empobrecimiento de los campos; en la reducción de la superficie de tierras cultivadas; en las bajas cosechas, particularmente de cereales, que se hallan siempre por debajo de la producción cerealista de los tiempos en que España contaba con 8 millones de habitantes menos que en la actualidad; [46] en la disminución de la riqueza ganadera; en la crisis de la industria y en las diarias quiebras de comerciantes e industriales modestos; en el estado calamitoso de los ferrocarriles y medios de transporte en general; en la disminución del comercio interior y en el descenso y carácter unilateral del comercio exterior; en la desvalorización de la peseta, la inflación y el crecimiento astronómico de la deuda pública; en la corrupción general del aparato estatal; en la decadencia cultural y científica; en la miseria de las masas y la ruina general del país.

Y aunque las raíces del atraso económico y social de España arrancan de muy lejos, del sistema monárquico-terrateniente-burgués que se prolongó hasta 1931, el responsable fundamental de la ruina y de la miseria actuales es el régimen franquista, que instauró su dominación sangrienta con la ayuda del imperialismo extranjero, en una guerra contra el pueblo que costó a España más de un millón de muertos y la destrucción de villas y ciudades que en algunos casos aun no han sido reconstruidas.

El régimen franquista, instrumento del imperialismo yanqui

Llegado al poder con la ayuda de las bayonetas extranjeras, el franquismo no podía mantenerse en él sin apoyo del exterior. Al perfilarse la derrota de la Alemania hitleriana, Franco buscó la ayuda del imperialismo más rapaz y agresivo del mundo capitalista, del imperialismo yanqui, que ya había jugado un papel importante en la instauración del régimen franquista.

Desde el final de la segunda guerra mundial, la política exterior e interior del gobierno de Franco ha estado supeditada cada vez más a los planes de guerra y rapiña de los círculos dirigentes de Washington. Estos planes incluyen la colonización de España y su transformación en una base militar estratégica norteamericana. [47]

Esa política ha llevado al pacto yanqui franquista del 26 de septiembre de 1953, que es la demostración irrecusable del carácter antinacional del régimen fascista.

La camarilla franquista vende por dólares y por el apoyo norteamericano a su régimen, el territorio español, las bases españolas, la soberanía y la independencia de España.

Con el pacto yanqui-franquista, España ha sido convertida en una base estratégica de los imperialistas yanquis. El Ejército español ha pasado a depender del Estado Mayor yanqui, que

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lo acopla a sus planes de agresión. España entera se ve cubierta de bases aéreas y navales yanquis, de obras e instalaciones militares entre las que figuran depósitos de bombas atómicas y otras armas de exterminio en masa.

Los monopolios yanquis van tomando los puestos de mando de la economía española. Los gastos de financiación de las bases e instalaciones de guerra yanquis en España aumentan los gastos improductivos del Estado franquista, causando entre otras calamidades el incremento de los impuestos y contribuciones, el ascenso rápido de la inflación, con el consiguiente alza de precios que repercute de manera catastrófica en el nivel de vida de millones de obreros, campesinos, intelectuales, pequeños propietarios y rentistas modestos. Las llamadas cláusulas económicas del tratado, conceden escandalosos privilegios a los monopolios yanquis en el terreno de la importación y exportación de mercancías y en otras esferas de la vida económica.

La penetración militar y económica del imperialismo yanqui en España, va acompañada de una intensa campaña ideológica. Para avasallar a España se proponen destruir el sentimiento nacional; corromper las fuentes morales y culturales del amor a la patria, a su independencia; degradar la conciencia de nuestra juventud con la difusión de una literatura pesimista y decadente, con la propaganda de la guerra y del llamado «modo de vida» americano. [48]

Los compromisos contraídos por la camarilla franquista con los imperialistas norteamericanos han creado una situación nueva y extremadamente peligrosa en nuestro país.

Nueva y peligrosa, porque en virtud de esos compromisos, España enajena abiertamente su soberanía e independencia, quedando oficialmente incluida en el sistema de bloques agresivos del imperialismo norteamericano. En caso de agresión yanqui, España sería arrastrada a la conflagración al servicio de los agresores, sería víctima de monstruosas catástrofes atómicas.

El pacto yanqui-franquista, al agudizar todas las contradicciones de la sociedad española, expuesta no solamente ya al hambre y la ruina, sino al peligro de su propia destrucción, hace más imperioso que nunca el derrocamiento del franquismo, y la instauración de un régimen democrático que restablezca la independencia nacional, salvaguarde la paz y asegure el desarrollo y florecimiento pacífico de España.

En la lucha por salvar a España del desastre que la amenaza, el pueblo español no está solo. Con él está el poderoso campo de la paz, de la democracia y del socialismo, encabezado por la Unión Soviética. Campo que se fortalece de día en día, y cuyas señaladas victorias por el afianzamiento de la paz y el establecimiento de un sistema de seguridad colectiva, la reducción paulatina de los armamentos y la solución de todos los conflictos internacionales mediante la negociación son una gran aportación a la lucha de nuestro pueblo. Esa política de paz, reduce la tensión internacional, frena a los incendiarios de guerra, y contribuye a aislar a la camarilla franquista, que nació de la guerra y vive para la guerra.

La revolución democrática es necesaria e inevitable

El franquismo frenó la revolución democrática en España. Pero el franquismo no ha podido impedir la acción de las leyes objetivas que impulsan el [49] desarrollo de la sociedad. Y los intereses de las masas, los intereses de la burguesía no monopolista, el desarrollo histórico de España, imponen la realización de esa revolución, que entrañará transformaciones políticas democráticas y transformaciones económico sociales, demandadas imperiosamente por la situación de ruina y de caos económico de España.

El desarrollo de las fuerzas productivas en España, exige la desaparición de las supervivencias feudales en las relaciones de propiedad en el campo. Estas supervivencias –la gran propiedad latifundista y terrateniente, los arrendamientos de carácter medieval, y otras– determinan que,

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mientras de un lado un puñado de grandes terratenientes acaparan la tierra, del otro lado millones de campesinos se ven privados de ella, o poseen minúsculas parcelas.

La perpetuación de estas supervivencias feudales trae como consecuencia el ínfimo nivel de vida de millones de campesinos y obreros agrícolas y el atraso técnico de la agricultura. Esta es una de las causas fundamentales de la escasa capacidad adquisitiva del mercado interior, obstáculo insuperable al desarrollo industrial del país. El más ligero intento de desarrollo industrial choca inmediatamente con la miseria de la población rural, que representa más de la mitad de los habitantes de España.

Al mismo tiempo la concentración monopolista del capital financiero ha tomado tales proporciones que seis grandes entidades bancarias, dominadas por la oligarquía financiera-terrateniente, han llegado a controlar la mayor parte de la industria, del crédito y las finanzas, del comercio exterior e interior, acumulando la parte decisiva del capital español.

Los grupos monopolistas tratan de asegurarse los máximos beneficios y eludir la crisis, militarizando la economía nacional, convirtiendo al Estado en el comprador seguro de la producción de guerra, haciendo que el Estado dedique una parte cada vez mayor del presupuesto a la compra de material bélico y a la financiación de obras militares. [50]

Pero ello lleva al aumento continuo de los impuestos y contribuciones, al incremento de la deuda pública, a la inflación, lo que conduce, en definitiva, a la agudización de la miseria de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo; a la ruina progresiva de la burguesía no monopolista, de los artesanos, pequeños comerciantes e industriales, a la reducción general del nivel de vida del pueblo en su conjunto; a la degradación de las fuerzas productivas de la industria de bienes de consumo y de la agricultura. Y aun reduciéndose la producción de estas ramas, el mercado interior no puede absorberla y el mercado exterior se cierra progresivamente, en virtud de la feroz concurrencia imperialista, agudizada después de la segunda guerra mundial por la ruptura del mercado único mundial y la consiguiente reducción del mercado capitalista. Al propio tiempo, el régimen franquista cierra a la industria y la agricultura españolas el acceso al floreciente mercado de los países socialistas.

España cuenta con abundantes recursos minerales, hidráulicos y energéticos; su agricultura podría cubrir las necesidades del pueblo y del desarrollo industrial; su industria sidero-metalúrgica podría ser la base de la creación de la rama de construcción de maquinaria, sin la cual no puede hablarse de industrialización ni de independencia económica; España posee una clase obrera altamente calificada y técnicos de gran experiencia.

Frente a los grandes terratenientes, frente a la oligarquía financiera monopolista, que han vendido por el apoyo norteamericano la independencia nacional y que, son fuerzas ferozmente contrarrevolucionarias, interesadas en la conservación del régimen franquista, se alzan las clases sociales interesadas en la transformación democrática de España.

En primer lugar, la clase obrera que, por su conciencia revolucionaria, por el papel primordial que desempeña en la producción social, por su combatividad, por ser la fuerza más consecuentemente democrática, es –como lo ha demostrado en el curso de la [51] historia contemporánea de España– la clase dirigente en la lucha por la democracia, por la paz y la independencia nacional, contra la opresión y la tiranía. La clase obrera es la más interesada en el desarrollo democrático de España, que le permitirá conquistar mejores condiciones de vida y abrirá el camino a la futura transformación socialista de la sociedad española.

Existen, en segundo lugar, los millones de campesinos que, aun constituyendo diversos grupos y capas sociales, están unidos hoy por una misma aspiración: destruir las supervivencias feudales, poseer la tierra, liberarse de cargas injustas, conseguir mercados seguros y precios

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remuneradores para sus productos, artículos industriales a bajo precio. Los campesinos son los aliados naturales de la clase obrera.

Además de la clase obrera y de los campesinos, fuerzas motrices de la revolución democrática, existen otros importantes grupos y capas sociales interesados en el derrocamiento del régimen franquista.

Existe en España una numerosa pequeña burguesía urbana –comerciantes e industriales modestos, artesanos y pequeños propietarios– cuya vida es cada vez más difícil, y cuyos intereses están cada vez más ligados a los de la clase obrera. Existen diferentes capas intermedias, compuestas en su mayoría de empleados y funcionarios, de intelectuales, estudiantes y hombres de profesiones liberales. Estas capas sociales constituyen una importante fuerza llamada a jugar un papel positivo no sólo en el desarrollo de la lucha contra el franquismo, sino en la gran obra de establecer un régimen democrático en España.

Existe también la burguesía no monopolista, no enfeudada al capital extranjero, y a la cual la oligarquía financiera comprime y empuja a la ruina, radicalizándola, y colocándola en situación de participar en la coalición de fuerzas que luchan por la democracia y la independencia nacional.

En la democratización de España y en el restablecimiento de la soberanía e independencia nacionales [52] están interesadas, por tanto, la gran mayoría de las fuerzas sociales españolas, todo el pueblo español.

El sentimiento de la necesidad de un cambio de régimen toma forma en las grandes acciones de lucha de la clase obrera y fuerzas populares, en las protestas de los campesinos, de los comerciantes e industriales, de los funcionarios y empleados del Estado y de las corporaciones públicas; en las protestas y luchas de los estudiantes, intelectuales, profesores y hombres de ciencia.

Pero en algunas fuerzas burguesas de la oposición antifranquista, junto a los deseos de cambio que la viva realidad les impone, existe cierto temor al desencadenamiento de la lucha consecuente contra el régimen, cierta vacilación en afrontar abierta y decididamente la solución del problema, como corresponde a los intereses de España, y no a los intereses de éste o del otro grupo, de ésta o de aquella fracción monárquica o republicana.

Estas vacilaciones son alimentadas por la interesada propaganda del régimen presentando a los españoles el falso dilema de franquismo o comunismo. A dichas fuerzas, todavía vacilantes, el Partido Comunista repite que no son esos los términos de la cuestión. El verdadero dilema es tiranía fascista o democracia, vasallaje de España o independencia nacional, guerra o paz.

El Partido Comunista, como partido político de la clase obrera, fiel a los principios del marxismo-leninismo, declara que en el desarrollo de la sociedad, sus objetivos finales son el derrocamiento del régimen capitalista, la transformación socialista de España y la edificación del comunismo.

Pero cuando sobre nuestro pueblo y nuestra patria pesa con inaudita brutalidad la dictadura terrorista fascista de la oligarquía financiera-terrateniente; cuando la vida y la seguridad de España están amenazadas por la política de guerra del gobierno franquista, la tarea central, ineludible, del Partido Comunista, a la cual está supeditada hoy toda la actividad de los [53] comunistas, no puede ser otra que la lucha por la democracia, la independencia nacional y la paz.

Las condiciones objetivas, la existencia de amplias fuerzas sociales interesadas en el derrocamiento del franquismo, la amplia solidaridad internacional con que cuenta la causa de nuestro pueblo, todo indica que esa lucha puede ser, que será victoriosa. Con el fin de

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contribuir a que esa posibilidad se convierta en realidad viva y radiante, el Partido Comunista de España, preocupado por la suerte del pueblo, por el presente y el futuro de la patria, somete al juicio de todos los españoles a quienes interesa la pervivencia de España como país libre, independiente, democrático y soberano, un programa que será defendido por los comunistas en el desarrollo de la lucha por el restablecimiento, consolidación y progreso de la democracia en España.

El Programa que propugna el Partido Comunista es el siguiente:

I. Por el derrocamiento del régimen franquista, por un gobierno provisional revolucionario que restablezca las libertades democráticas.

Para la lucha contra el régimen franquista y la victoria de las fuerzas progresivas, es imprescindible la unidad y coordinación de todas las fuerzas de oposición, la creación de un amplio Frente Nacional Antifranquista, cuyos objetivos serán el derrocamiento del franquismo y la formación de un gobierno provisional revolucionario, integrado por representantes de todos los partidos y organizaciones que participen en dicho Frente Nacional.

El Partido Comunista estima que la plataforma del Frente Nacional y de su Gobierno debería ser la siguiente:

1. Restablecimiento de las libertades democráticas: libertad de asociación, de reunión, de prensa [54] y de palabra, de manifestación y de huelga: Disolución del partido falangista y de todas las organizaciones de afiliación obligatoria creadas por el franquismo.

2. Liberación de los presos antifranquistas y ayuda a la repatriación de los emigrados políticos.

3. Medidas de urgencia para aliviar la penosa situación material de las masas populares, combatir la carestía de la vida, y elevar el poder adquisitivo de salarios y sueldos.

4. Derogación de los tratados suscritos por el gobierno franquista con el de los Estados Unidos el 26 de septiembre de 1953, y de cuantos acuerdos atenten a la soberanía e independencia nacionales, u obliguen a España a servir directa o indirectamente a los planes de guerra de los imperialistas yanquis.

5. Restablecimiento de relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con todos los países.

6. Promulgación de una ley electoral provisional, con derecho de sufragio para los españoles de ambos sexos, que podrán elegir desde los 18 años y ser elegidos desde los 21. Esta ley se basará en el principio de la representación proporcional, que garantice los derechos de todas las fuerzas políticas y la libre expresión de la voluntad popular. Convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes, ante las cuales declinará sus poderes el Gobierno provisional revolucionario.

Estas son las medidas previas que el Partido Comunista considera indispensables para devolver a España la independencia, la libertad y la normalidad política y abordar las transformaciones democráticas necesarias.

Después de derrocar el franquismo, y ya establecidas las libertades públicas, el Partido Comunista estima que la norma política entre las diversas fuerzas deberá ser el respeto y acatamiento a la voluntad [55] popular libremente expresada en las elecciones, y a esta norma ajustará su conducta.

II. República democrática. Respeto a la libre autodeterminación de las naciones.

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Una vez abierto el período constituyente y llegado el momento de abordar las tareas de la organización del Estado español:

1. El Partido Comunista luchará por una República Democrática. Una República en la que el pueblo sea soberano y se halle representado por una Cámara, elegida por sufragio universal, igual, directo y secreto. Todos los organismos de administración y de gobierno, local, provincial, &c., serán igualmente designados por elección popular. Se establecerá el principio de la representación proporcional. Tendrán derecho a elegir desde los 18 años y a ser elegidos, desde los 21, todos los españoles, sin distinción de sexo. La Constitución y las leyes garantizarán la inviolabilidad de los derechos individuales y de las libertades democráticas. El Partido Comunista luchará por la reorganización democrática del Ejército y de los cuerpos armados, como una de las medidas capitales necesarias para garantizar la existencia del régimen republicano. Del mismo modo, y con la misma finalidad, deberá procederse también a la democratización de todo el aparato del Estado. Estas medidas serán aplicadas respetando los derechos de militares y funcionarios cuya conducta les haga acreedores a la confianza del Estado democrático.

2. La unidad del Estado español no será nunca verdaderamente sólida y democrática si se asienta sobre la fuerza y la asimilación violenta, sobre la negación de los derechos nacionales. Por ello, [56] los comunistas estamos contra el sojuzgamiento de unas naciones por otra y defendemos el derecho de los pueblos a la libre autodeterminación. Sostendremos, pues, el derecho de los pueblos de Cataluña, Euzkadi y Galicia a decidir libre y democráticamente su destino.

3. El Partido Comunista declara su solidaridad con la lucha del pueblo marroquí por su independencia. Hasta tanto que ese objetivo haya sido logrado, el Partido Comunista luchará por la concesión a la zona española de las mismas libertades democráticas, sociales y nacionales que defiende para los pueblos que constituyen el Estado español.

III. Por una política exterior de paz y amistad con todos los pueblos.

En el orden internacional, el Partido Comunista luchará por:

1. Una política de paz y amistad con todos los pueblos, restableciendo las relaciones diplomáticas normales con la Unión Soviética, la República Popular China, los países de democracia popular, y otros. Por el ingreso de la República española en la ONU y en todos los organismos de cooperación internacional. Apoyará activamente una política de seguridad colectiva, en la que participen todos los estados europeos, sin distinción; se opondrá a la creación o mantenimiento de bloques militares agresivos, y luchará por la no participación en ellos; sostendrá todas las iniciativas encaminadas a la prohibición de las armas atómicas y de todas las armas de destrucción en masa y a lograr la reducción progresiva de los armamentos, hasta llegar al desarme general. Luchará por que la República española defienda en las relaciones internacionales, una [57] política de paz firme y estable, conforme a los deseos del pueblo español y de todos los pueblos.

2. El mantenimiento de las relaciones comerciales y culturales con todos los países, sin distinción, sobre la base del principio de la mutua conveniencia.

IV. Amplia reforma agraria. Medidas en favor de los campesinos y obreros agrícolas.

La supervivencia de la gran propiedad latifundista y terrateniente en el campo español, con su carácter semi-feudal, ha obstaculizado el desarrollo democrático-burgués en España. Es indispensable destruirla y acabar con todas las trabas feudales para suprimir la miseria crónica

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en el campo, elevar las condiciones de vida de los trabajadores de la tierra, impulsar el desarrollo de la agricultura, y crear un amplio mercado interior que facilite el incremento de la producción industrial y del comercio. En consecuencia, el Partido Comunista luchará por la implantación de las siguientes medidas en el campo:

1. Confiscación por el Estado de la tierra de los latifundistas y grandes terratenientes, y su reparto gratuito, en plena propiedad, entre los jornaleros agrícolas y campesinos pobres que no poseen tierra suficiente para vivir.

2. Abolición de los foros y subforos gallegos, asturianos y leoneses, de la rabassa morta, y en general de todas las supervivencias feudales que aun subsisten en el campo español.

3. Respeto a la propiedad de los campesinos acomodados y ricos.

4. Devolución a sus verdaderos y legítimos propietarios de las tierras y bienes que les pertenecían antes de 1936 y que les han sido robados por los falangistas.

5. Ayuda a los campesinos con crédito barato [58] y a largo plazo, con semillas, abonos, aperos de labranza, y productos para combatir las plagas.

6. En los casos en que los campesinos, por su libre iniciativa decidiesen constituir sociedades agrícolas o cooperativas, el Estado les asegurará una ayuda material constante en todos los órdenes.

7. Libertad de comercio para los campesinos, y disminución de los impuestos que pesan sobre ellos.

8. Adopción de medidas que aseguren la colocación ventajosa de los productos de exportación de la agricultura en los mercados exteriores, abriendo para ellos los grandes mercados de los países del campo democrático.

Para los jornaleros agrícolas:

9. Jornada de 8 horas, con un salario mínimo legal. Las horas extraordinarias serán pagadas como dobles. A trabajo igual, salario igual sin distinción de sexo ni edad.

10. Descanso de un día completo por semana. Prohibición de emplear a las mujeres en las labores nocivas a su salud. Prohibición del trabajo de los niños menores de 14 años.

11. Alojamiento y transporte gratuito durante las faenas del campo. Legislación que garantice las condiciones higiénicas de la vivienda.

12. Seguros sociales de accidente, enfermedad, invalidez y vejez. Subsidio a las familias numerosas en el campo.

Para los arrendatarios:

13. Revisión general de los contratos de arrendamiento. Disminución substancial de la renta, y adopción de medidas que pongan a los arrendatarios y aparceros a cubierto de las arbitrariedades y atropellos de los propietarios. [59]

14. El contrato de arrendamiento podrá ser prolongado cuando así lo desee el arrendatario, y cumpla las condiciones estipuladas. En este caso no habrá lugar al desahucio, bajo ningún concepto.

15. El propietario estará obligado a indemnizar al arrendatario del valor de las mejoras hechas en la propiedad, al terminar el plazo del arriendo.

V. Fomento agrario y ganadero.

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1. Nacionalización de los bosques y de los recursos hidráulicos. Repoblación forestal y prohibición de las talas que perjudiquen la riqueza del país. Construcción de pantanos y canales para llevar el agua hasta las zonas que hoy sufren permanentemente de la sequía, y aumentar las tierras de regadío, asegurando altas cosechas.

2. Creación y desarrollo de escuelas agrícolas provinciales, granjas modelo, laboratorios y estaciones zootécnicas.

3. Desarrollo de industrias de conservas y de aprovechamiento de los productos agrícolas en las regiones agrarias apropiadas, con objeto de impedir la pérdida de grandes cantidades de productos, y combatir el paro estacionario en el campo.

4. Ampliación de la base forrajera y otras medidas adecuadas para incrementar la riqueza ganadera.

VI. Medidas en relación con el crédito, las finanzas y la industria.

1. Nacionalización del Banco de España, y su transformación en Banco del Estado. El Banco del Estado facilitará créditos en condiciones ventajosas, a los empresarios privados y a las colectividades que lo soliciten, para actividades económicas que redunden en beneficio [60] del desarrollo industrial de España, y por tanto, del bienestar general.

2. Control del Estado sobre los grandes bancos monopolistas y las grandes compañías de seguros.

3. Reforma fiscal a base de la supresión de los impuestos indirectos que gravan particularmente a las masas populares y del establecimiento de un impuesto progresivo sobre las rentas, los beneficios y los ingresos.

4. Revisión y confiscación por el Estado de las grandes fortunas, ilícitamente acumuladas a partir de 1936 por la camarilla franquista.

5. Nacionalización de las grandes empresas de agua, gas y electricidad.

6. Nacionalización de las riquezas mineras que actualmente se hallan en manos de compañías extranjeras. Las modalidades de la aplicación de esta medida serán examinadas en cada caso concreto.

7. Limitación de la participación de capitales extranjeros en la industria española, velando por los intereses nacionales y la soberanía del país.

8. Política de industrialización del país, prestando especial atención a la producción de energía eléctrica, carbón, acero, hierro y cemento; desarrollo de la industria de construcción de maquinaria y de instrumental; creación de la industria de construcción de maquinaria agrícola moderna y desarrollo de la industria química. Ayuda a la industria textil y a la industria ligera en general, facilitando la adquisición de materias primas y de la maquinaria. Reorganización de los ferrocarriles y reconstrucción y ampliación de la red de carreteras.

9. Protección a la industria de pesca; concesión de créditos baratos y a largo plazo para la renovación y el desarrollo de la flota pesquera. Fomento y desarrollo de la industria conservera. [61]

VII. Por el mejoramiento radical de la vida de los obreros.

El Partido Comunista lucha y luchará por conseguir:

1. Un salario mínimo vital para todos los obreros; jornada efectiva de ocho horas –y no mayor de 7 en las minas y trabajos insalubres–; aplicación de una escala móvil de salarios

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que asegure la elevación automática de éstos en consonancia con el alza eventual del coste de la vida.

2. A trabajo igual, salario igual. Contra toda situación de inferioridad de las mujeres y los jóvenes en lo tocante al salario y a la calificación profesional. Jornada de seis horas para los aprendices. Organización de escuelas de aprendizaje a cargo del Estado y los patronos.

3. Un sistema de seguros sociales, costeados por el Estado y los patronos, y en cuya administración participen los trabajadores.

Este sistema deberá garantizar: a) asistencia médico-farmacéutica a los trabajadores y sus familias; b) subsidio de paro, enfermedad, accidentes y vejez para los trabajadores (el subsidio de vejez debe ser extensivo a todas las personas ancianas sin medios de fortuna); c) subsidio de maternidad. Asistencia gratuita durante el embarazo y el parto. Dos meses de descanso pagado a las mujeres obreras, uno antes y otro después del parto; d) subsidio a las familias numerosas, a base de una prima mensual por cada hijo.

Será anulada en su totalidad la actual organización franquista de «seguros sociales», que no cumple los fines que su nombre indica –es decir, proteger a los [62] trabajadores–, pero en cambio es una fuente de capitales para financiar las obras de guerra del franquismo y los negocios personales de los jerarcas falangistas.

4. Incautación por el Estado de los fondos detentados por los llamados sindicatos verticales, y su dedicación a las obras sociales de las organizaciones obreras.

5. Vacaciones anuales, de 15 días a un mes, según los casos, para los obreros, pagadas por los patronos. Construcción de sanatorios y casas de reposo para los obreros y sus familias. Construcción de casas cuna anejas a las fábricas, para que las madres que trabajan puedan dejar a sus hijos atendidos durante la jornada.

6. Fomento de la construcción de viviendas sanas, confortables y baratas para los trabajadores.

El Partido Comunista propugnará la extensión de todas estas medidas sociales a los empleados.

VIII. Por la instrucción pública, por el florecimiento de la cultura, la ciencia y el arte.

1. Realización de una política de construcciones escolares. Establecimiento de la enseñanza primaria, obligatoria y gratuita, para los niños hasta los 14 años. Subvención por el Estado a los estudiantes de enseñanza secundaria y superior, hijos de trabajadores y de familias modestas, que no posean recursos propios para vivir.

2. Reforma de los planes de la enseñanza primaria, secundaria y superior, conforme a los principios y métodos de la pedagogía progresiva y de la ciencia.

3. Devolver a la función docente, tanto primaria como secundaria y superior, el respeto y la dignidad que le han sido sustraídas bajo el régimen franquista. Elevar los sueldos de los [63] maestros, profesores y catedráticos, en consonancia con las funciones que asumen y con su calificación. Asegurar al personal de enseñanza el disfrute de los seguros sociales, aparte de los derechos inherentes a su situación como empleados del Estado.

4. Dedicar los recursos necesarios al fomento de la investigación científica, asegurando a los investigadores y hombres de ciencia las condiciones materiales de existencia necesarias para el desarrollo de sus actividades.

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5. Protección a las artes, a la literatura y al teatro, garantizando la libertad de creación intelectual. Fomento y protección del cine nacional. Ayuda del Estado para la edición y difusión de los autores clásicos y de escritores modernos destacados, y estímulo a los autores jóvenes capaces.

6. Lucha contra el analfabetismo. Creación de bibliotecas populares y organización de misiones culturales que aseguren la difusión popular de la cultura.

7. Fomento de la cultura física y el deporte.

IX. Relaciones entre la Iglesia y el Estado.

1. Separación de la Iglesia y el Estado. Mas, teniendo en cuenta los sentimientos religiosos de una gran parte de la población, el Estado deberá subvenir a las necesidades del culto.

2. Amplia y completa libertad de cultos. Libertad de conciencia: nadie podrá ser perseguido o molestado por sus creencias religiosas, o por no profesar ninguna.

Con qué fuerzas y cómo luchar por la realización de este Programa

Las transformaciones democráticas que el Partido Comunista propugna corresponden a los intereses de España, de la gran mayoría de las clases y capas de la sociedad. [64]

Están interesados en su realización la clase obrera, los campesinos, los intelectuales, los artesanos, los comerciantes, la burguesía industrial no monopolista y no enfeudada al capital extranjero. Pero el franquismo, enemigo común de todas estas clases y capas sociales, sin cuyo derrocamiento no puede ni pensarse en el desarrollo democrático de España, no caerá por sí solo, por mucho que se acentúe su descomposición. El régimen franquista no puede tampoco ser cambiado por arriba, por combinaciones a espaldas de las masas. Para derribarlo y sustituirlo por un régimen democrático, es condición imprescindible la lucha revolucionaria, organizada, de las amplias masas populares. Y en esta lucha, la victoria sólo puede conseguirse sobre la base de unificar las acciones de todas las diversas fuerzas antifranquistas. No hay otro camino para la democratización de España, para el mejoramiento radical de la vida del pueblo.

Con este fin el Partido Comunista declara estar dispuesto a la colaboración y al entendimiento con todos los partidos o grupos políticos interesados en el derrocamiento del régimen y en la liberación de España del yugo yanqui.

Una vez derribado el franquismo, la coalición de las fuerzas políticas democráticas debe ser el instrumento que asegure desde el poder, la realización de tal programa.

Restablecida la normalidad política en España, el Partido Comunista luchará por el mantenimiento de dicha coalición política, por la formación de un gobierno democrático que la represente y realice este Programa.

El Partido Comunista luchará por asegurar, tanto en dicha coalición como en el Gobierno, el papel dirigente de la clase obrera. Unicamente la dirección de la clase obrera en esa coalición puede garantizar la realización del programa de transformaciones democráticas que el progreso de España necesita.

El Partido Comunista trabajará incansablemente por colocar al proletario en condiciones de jugar su papel histórico dirigente, por elevar su conciencia de clase, [65] por realizar la unidad política y sindical de la clase obrera. El Partido Comunista está dispuesto, junto con los obreros que pertenezcan a otros partidos u organizaciones, a adoptar las medidas prácticas que faciliten la realización de dicha unidad, así como la creación de sindicatos de clase unidos. A la unidad de la clase obrera contribuirá el desarrollo de la lucha de masas, tanto dentro de los sindicatos fascistas, como por otros medios, por la elevación del nivel de vida de los obreros de

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la ciudad y del campo, contra la introducción de los métodos yanquis de explotación, contra el paro, contra la arbitrariedad de los jerarcas fascistas y fuerzas represivas del régimen.

El Partido Comunista luchará por estrechar la alianza de la clase obrera y de los campesinos, las dos fuerzas motrices de la revolución democrática. La condición para asegurar esta alianza es que la clase obrera, mediante la organización de la lucha de masas, ayude activamente a los campesinos en su lucha por la tierra y otras reivindicaciones.

La misión histórica dirigente de la clase obrera en la revolución democrática exige, no sólo que los obreros luchen por sus propias reivindicaciones, sino que apoyen activamente las reivindicaciones y movimientos democráticos de todas las clases y capas sociales que entren en el Frente Nacional Antifranquista.

El Partido Comunista de España sabe que no basta tener un programa justo para alcanzar el triunfo; que lo esencial es conseguir que las amplias masas populares y las diferentes fuerzas políticas y sociales interesadas, de uno u otro modo, en su aplicación, lo conozcan, lo aprueben y luchen por realizarlo. La tarea que se impone hoy al Partido, desde el último de sus militantes y organizaciones hasta el Comité Central, es llevar este programa a la discusión con las masas, conquistar la adhesión y el apoyo de éstas, y convertirlo en bandera de combate de la inmensa mayoría del pueblo español.

Este programa se convertirá en el programa de todo el pueblo en el fuego de la lucha antifranquista, a través de las acciones conjuntas de los obreros, campesinos, [66] intelectuales, artesanos, industriales y comerciantes, mujeres y jóvenes, contra la militarización y la preparación de una nueva guerra, contra la construcción de la bases militares yanquis y los desorbitados gastos militares, contra el terror fascista, por la paz, la independencia nacional, las libertades democráticas y el mejoramiento radical de las condiciones de vida del pueblo.

Para la realización de la gran tarea histórica inscrita en el Programa, es condición indispensable la existencia de un Partido Comunista fuerte y unido, disciplinado y cohesionado, tanto en el orden teórico y político como en el orgánico. Inspirados y guiados por las doctrinas marxistas-leninistas triunfantes en la Unión Soviética, en China y en las democracias populares, los comunistas debemos trabajar por elevar el nivel ideológico y político del Partido y por colocar su organización a la altura de la misión que le corresponde y de las posibilidades que ofrece el profundo movimiento de masas.

El Partido Comunista llama a nutrir y a fortalecer sus filas a todos los obreros revolucionarios, a los campesinos trabajadores, a los intelectuales de vanguardia, a los estudiantes, a todos los patriotas y demócratas que simpatizan con nuestras soluciones y nuestra lucha.

Los comunistas lucharemos por este Programa, penetrados de la fuerza que nos da el convencimiento de la inevitabilidad histórica del derrumbamiento del franquismo, y del triunfo de la democracia en España. Los comunistas tenemos la convicción de que las fuerzas avanzadas y progresivas del país sabrán unirse, sacudirse el yugo fascista, restaurar la independencia nacional, establecer el régimen democrático y garantizar la vida pacífica del pueblo español.

Transcripción íntegra de las páginas 43 a 66 del folleto de 67 páginas, que en su portada dice:«V Congreso del Partido Comunista de España / Informe sobre «Programa del Partido»

presentado por Vicente Uribe (Miembro del Buró Político) / Praga 1954»[Agradecemos al Archivo Histórico del PCE el habernos facilitado fotocopia de este

documento.]

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Manifiesto a los universitarios madrileñosMadrid, 1º de febrero de 1956

Desde el corazón de la Universidad española, los estudiantes de las Facultades y Escuelas Especiales de Madrid, abajo firmantes, en la convicción de que ejercen un auténtico derecho y deber al buscar el medio de salir de la grave situación universitaria actual, invitan a sus compañeros de todos los Centros Superiores de España a que suscriban la presente petición, elevada a las autoridades nacionales:

«Al Gobierno de la Nación, a los Ministros de Educación Nacional y Secretario General del Movimiento.»

En la conciencia de la inmensa mayoría de los estudiantes españoles está la imposibilidad de mantener por más tiempo la actual situación de humillante inercia en la cual, al no darse solución adecuada a ninguno de los esenciales problemas profesionales, económicos, religiosos, culturales, deportivos, de comunicación, convivencia y representación, se vienen malogrando fatalmente, año tras año, las mejores posibilidades de la juventud dificultándose su inserción eficaz y armónica en la sociedad y comunicándose, por un progresivo contagio, el radical malestar universitario a toda la vida nacional que arrastra agravándolos todos los problemas antes silenciados.

Nosotros, los estudiantes españoles, queremos afrontar esta situación de una manera clara y definitiva. Queremos lograr una respuesta capaz de satisfacer los legítimos intereses y aspiraciones de miles de jóvenes universitarios, condición indispensable para una convivencia civil digna y estable entre los ciudadanos de nuestro país.

El estudiante se encuentra, a su llegada a la Universidad y a las Escuelas Especiales, con una carrera que consiste en ir salvando, con medios escasos y difíciles de conseguir, una serie de obstáculos al final de los cuales se presenta el hoy más grave de todos: ¿qué hacer con el título académico?

Cuando las Residencias de Estudiantes y Colegios Mayores son escasos y caros, y muchos nos vemos reducidos a pensiones de precio creciente donde la vida de estudio y convivencia universitaria es casi imposible, cuando los libros de texto son deficientes y costosos, cuando los precios de matrículas y seguros suben continuamente, el estudiante se ve falto de medios suficientes de asistencia universitaria y todas las cargas recaen sobre los agobiados presupuestos de las familias, que no ven compensación a tales sacrificios. Así España, para su mal, permanece en vivo contraste clasista –en éste como en tantos otros aspectos– con la realidad universitaria europea, donde el Estado asume buena parte de tales cargas facilitando el acceso de todas las clases sociales a los Estudios Superiores.

La situación material y vocacional del universitario español es de indigencia, su perspectiva intelectual es mediocre –¡cuántos catedráticos y maestros eminentes apartados por motivos ideológicos y personalistas!– y su porvenir profesional totalmente incierto por la escasez de salidas y especializaciones y por la intervención de excluyentes criterios extraprofesionales, precisamente cuando las necesidades del país reclaman todo lo contrario: aportación de nuevas capacidades y esfuerzos.

Las causas de este desolador panorama, del que ningún buen fruto puede esperarse, son múltiples y hunden sus raíces en todo el clima material y espiritual de nuestra actual sociedad, pero vienen a resumirse y anudarse en una: la organización que hoy se atribuye cada día de un

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modo más ilusorio al monopolio del pensamiento, de la expresión y de la vida corporativa de la vida universitaria en el aspecto profesional, social, cultural e internacional, posee una estructura artificiosa que o no permite o tergiversa la auténtica manifestación y representación de los universitarios.

Existe un hondo divorcio entre la Universidad teórica, según la versión oficial, y la Universidad real formada por los estudiantes de carne y hueso, hombres de aquí y de ahora con sus circunstancias, opiniones y deseos. Este divorcio explica muy bien la esterilidad y los fracasos cosechados en el terreno intelectual, deportivo y sindical, fracasos que nos humillan en todo contacto internacional ante los estudiantes de otros países.

Al ambiente de desencanto como españoles que quisieran ser eficaces, colaborar y servir inteligente y críticamente a la empresa del bien común y ven ahogado este noble propósito, hay que unir ya la amargura que provoca la emigración creciente de cientos y miles de nuestros mejores graduados. Estos hechos sólo pueden perturbar hondamente en el futuro la ya nada fácil ni justa, en otros aspectos, vida social de la Nación. Porque el camino hasta hoy seguido es el de la ineficacia, la intolerancia, la dispersión y la anarquía.

Precisamente para evitar esta terrible amenaza, conscientes de nuestra responsabilidad y con espíritu constructivo, proponemos volver la vista a la Universidad real y pedimos con el mayor calor y energía un cambio de perspectiva para el bien de España.

Petición

Que se convoque un Congreso Nacional de Estudiantes, con plenas garantías para dar una estructura representativa a la organización corporativa de los mismos.

Estas garantías, sin las cuales el Congreso sería una nueva ficción en perjuicio de la Universidad y del País, son:

1º. Que en el Congreso Nacional de Estudiantes tomen parte todos los estudiantes de Centros Superiores de Enseñanza de España, por medio de sus representantes, designados por libre elección, garantizada por el control de los Claustros de Profesores. Y que estos representantes se constituyan automáticamente, una vez elegidos, en cada Distrito Universitario, en comisiones para la organización del Congreso.

2º. Que las elecciones se celebren entre el 1 y el 15 de marzo de 1956 y el Congreso tenga lugar en Madrid del 9 al 15 de abril de 1956.

3º. Que los representantes elegidos, reunidos en el Congreso Nacional, nombren a sus presidentes de Comisiones y que los acuerdos y conclusiones se aprueben por mayoría.

4º. Que por los Ministerios correspondientes se alleguen los medios de toda índole precisos para la preparación y el desarrollo del Congreso, así como para evitar toda clase de obstáculos que pudieran interponerse a su plena efectividad.

Madrid, 1º de febrero de 1956.

Doscientas copias a ciclostil de este escrito se difundieron el dia primero de febrero de 1956 en la Universidad de Madrid, siendo el desencadenante de los «sucesos estudiantiles de febrero de 1956.» Su redacción final se debió a Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio, y en su elaboración intervinieron entre otros Enrique Múgica Herzog, Jesús López Pacheco y Ramón Tamames. (Tomado de Jaraneros y alborotadores, Ediciones de la Universidad Complutense, Madrid

1982, páginas 64-67.)

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Declaración del Partido Comunista de España

Por la reconciliación nacional,por una solución democrática

y pacífica del problema españolJunio de 1956 (volver)

Se acerca el XX aniversario de una fecha histórica, del 18 de julio de 1936, en que comenzó la guerra de España.

Este aniversario coincide con una nueva situación nacional e internacional que exige de las fuerzas políticas españolas definir su posición ante los importantes problemas que están al orden del día. El Partido Comunista de España fija la suya en el presente documento.

La fecha del 18 de julio ha tenido hasta ahora dos significaciones:

Una, la oficial, que celebraba la victoria de las fuerzas franquistas y que entrañaba la perpetuación del espíritu de guerra civil, el odio contra republicanos y demócratas, el tono de cruzada frente a más de media España.

Otra, la de los que fuimos derrotados, pese a defender una causa justa. Nuestra celebración, a su vez, significaba la reiteración de nuestra confianza en el restablecimiento de la democracia, la no aceptación de una derrota injusta, el legítimo orgullo de haber resistido heroicamente cerca de tres años a fuerzas superiormente armadas y –¿por qué no decirlo?– cierto ánimo de revancha.

Pero en los últimos años se ha producido una importante evolución. Fuerzas considerables, que en otro tiempo integraron el campo franquista, han ido mostrando su discrepancia con una política que mantiene vivo el espíritu de guerra civil.

En el campo republicano son más numerosas e influyentes las opiniones de los que estiman que hay que enterrar los odios y rencores de la guerra civil, porque el ánimo de desquite no es un sentimiento constructivo.

Un estado de espíritu favorable a la reconciliación nacional de los españoles, va ganando a las fuerzas político-sociales que lucharon en campos adversos durante la guerra civil.

Ya en el curso de ésta, el Partido Comunista vió la necesidad de llegar a un acuerdo entre los españoles, que garantizase la independencia nacional y la convivencia civil. Ese acuerdo no fué posible entonces, a pesar de que también en el campo opuesto había fuerzas que lo deseaban. [2]

En su carta a la redacción de «Mundo Obrero», de marzo de 1938, el Secretario General del Partido Comunista, José Díaz, escribía refiriéndose a la unidad que necesitaba nuestro pueblo:

«Esta unidad debe comprender importantes capas de la población, que en la zona facciosa están bajo el yugo y quizá bajo la influencia de la propaganda fascista, debe comprender a todos los españoles que no quieren ser esclavos de una bárbara dictadura extranjera.»

Consecuente con esta posición, el Partido Comunista fué uno de los inspiradores de la política expresada en los «Trece puntos» del gobierno republicano, política que se proponía un

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acuerdo entre los dos campos en guerra, sobre la base de un compromiso que garantizase la independencia de España; que no hubiera represalias y el derecho del pueblo a elegir libremente sus gobernantes.

Esta orientación ha sido una constante de nuestra política de unión nacional. Se encuentra en nuestro manifiesto de septiembre de 1942, donde proclamábamos: «la reconquista de España para la libertad y la democracia no puede ser obra de un partido o una clase, sino el resultado de la conjugación de esfuerzos de todos los grupos políticos nacionales, desde los católicos hasta los comunistas.»

Posteriormente, en la clandestinidad y la emigración, no hemos cesado de preconizar la unión nacional de los españoles, de insistir en la necesidad de cerrar el foso abierto por la guerra civil entre unos y otros, de encontrar un terreno común para impulsar el desarrollo nacional y elevar el bienestar de los españoles.

Ese es el sentido de nuestra política de unión y de frente nacional reafirmada por el V Congreso de nuestro Partido celebrado en noviembre de 1954, línea que hemos defendido consecuentemente, incluso cuando la mayor parte de los elementos representativos de las fuerzas de izquierda y de derecha la rechazaban.

El Partido Comunista sabe que las ideas y soluciones, por muy justas que sean, no se abren camino de la noche a la mañana, simplemente con formularlas. Hace falta luchar por ellas hasta conseguir que ganen la conciencia de las gentes, hasta que maduren las condiciones para que esas ideas o soluciones sean transformadas en realidad.

Hoy, la idea de una solución pacífica de los problemas políticos, económicos y sociales de España, sobre la base del entendimiento entre las fuerzas de izquierda y de derecha, ha ganado mucho terreno, aunque todavía queden serios obstáculos que vencer.

En la presente situación, y al acercarse el XX aniversario del comienzo de la guerra civil, el Partido Comunista de España declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco. [3]

Fuera de la reconciliación nacional no hay más camino que el de la violencia; violencia para defender lo actual que se derrumba; violencia para responder a la brutalidad de los que, sabiéndose condenados, recurren a ella para mantener su dominación.

El Partido Comunista no quiere marchar por ese camino, al que tantas veces ha sido lanzado el pueblo español por la cerril intransigencia de las castas dirigentes a todo avance social.

Crece en España una nueva generación que no vivió la guerra civil, que no comparte los odios y las pasiones de quienes en ella participamos. Y no podemos, sin incurrir en tremenda responsabilidad ante España y ante el futuro, hacer pesar sobre esta generación las consecuencias de hechos en los que no tomó parte.

Las fuerzas democráticas españolas no pueden continuar como hasta ahora, al margen de la vida de España, imposibilitadas de enriquecerla y servirla con su aportación cultural y su experiencia política.

Una política de azuzamiento de rencores puede hacerla Franco, y en ello está interesado, pero no las fuerzas democráticas españolas.

Existe en todas las capas sociales de nuestro país el deseo de terminar con la artificiosa división de los españoles en «rojos» y «nacionales», para sentirse ciudadanos de España, respetados en sus derechos, garantizados en su vida y libertad, aportando al acervo nacional su esfuerzo y sus conocimientos.

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Es un hiriente sarcasmo que once años después de la derrota del fascismo en el mundo, España sea casi el único país que conserva un régimen fascista. De esta situación sufren todas las clases sociales, excepto un pequeño grupo de monopolistas y gente corrompidas.

La pervivencia de este régimen es funesta para el país. No existen leyes que garanticen verdaderos derechos a los ciudadanos; no hay instituciones políticas estables respaldadas por el consenso popular. Se mantiene el principio del Partido único fascista. Se persigue a los españoles por motivos ideológicos y políticos. Si la represión se ceba en los comunistas, socialistas, cenetistas y nacionalistas vascos y catalanes, las persecuciones políticas alcanzan también a monárquicos, democristianos, liberales e incluso a los falangistas disidentes. La censura campa por sus respetos, irresponsable, y en muchos casos, analfabeta. La menor expresión discrepante es reprimida utilizando un sistema judicial de excepción que es, de hecho, la continuación de la jurisdicción militar de tiempo de guerra.

El general Franco continúa amenazando con la guerra civil y con lanzar de nuevo la «ola de camisas azules y de boinas rojas» contra las fuerzas de derecha e izquierda que discrepan de la dictadura.

Si las fuerzas sociales que retiran su apoyo a Franco se pronunciasen por la reconciliación nacional, el entendimiento que no pudo lograrse entre los españoles durante la guerra civil, podría hacerse hoy, tendiendo un puente entre el pasado y el presente, de cara al porvenir, en el camino de la continuidad española.

El Partido Comunista de España, al aproximarse el aniversario del [4] 18 de julio, llama a todos los españoles, desde los monárquicos, democristianos y liberales, hasta los republicanos, nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, cenetistas y socialistas a proclamar, como un objetivo común a todos, la reconciliación nacional.

En el presente documento el Partido Comunista expone su posición sobre cuestiones fundamentales de la política exterior, de la política económica y del desarrollo político del país, formulando algunas proposiciones concretas que somete a la consideración de todas las fuerzas políticas españolas con el ánimo de encontrar una base común de entendimiento y acción.

I. Premisas de una política exterior española

El actual clima internacional de coexistencia y colaboración pacífica entre los Estados favorece la posibilidad de cambios políticos pacíficos en España, la reconciliación nacional de los españoles.

España no puede permanecer indefinidamente aislada de esta poderosa corriente mundial. Política y económicamente no le es posible mantenerse al margen de los cambios que tienen lugar en la situación internacional.

Convivimos en un mismo planeta con otros países y so pena de marchar por el camino apocalíptico de una guerra termonuclear, cosa que nuestro pueblo, como todos los pueblos, rechaza, no hay más solución que la coexistencia pacifica entre los Estados, independientemente de las diferencias de régimen social.

La política internacional del general Franco está condenada al fracaso precisamente porque parte de la negación de esa realidad.

Las ideas pueden discutirse, pero no es posible negar los hechos. Y éstos demuestran que en la situación mundial vienen produciéndose cambios sustanciales. El rasgo característico de nuestra época es que el Socialismo no es un «fenómeno ruso», como quisieron presentarlo

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ciertas gentes. El Socialismo es hoy un sistema mundial que ejerce poderosa influencia sobre la situación y la política internacionales. Este es el hecho más importante de la época actual. ¿Quién que no cierre los ojos a la realidad puede negarlo?

Otro de los cambios que han quebrantado la base del imperialismo es el hundimiento del sistema colonial. China, India, Birmania, Indonesia, Egipto, Siria, Líbano, Sudán, Jordania y otros países, coloniales en un pasado reciente, con 1.200 millones de habitantes, o sea, casi la mitad de la población de la Tierra, han conquistado su independencia estatal en los últimos años.

El ocaso del colonialismo influye poderosamente en el curso de los acontecimientos internacionales y así lo confirma, por lo que respecta a España, la independencia de Marruecos. Expresión política de la voluntad de independencia de los pueblos de Asia y Africa ha [5] sido la conferencia de Bandung. Los 29 países en ella representados se pronunciaron contra el colonialismo en cualquiera de sus formas y por el derecho de los pueblos a la independencia. Bandung condenó la política de bloques militares y proclamó los principios de la coexistencia pacífica y de la colaboración amistosa entre todos los Estados, en condiciones de igualdad.

Se ha formado una extensa «zona de paz» que abarca a Estados socialistas y no socialistas, en la que viven casi 1.500 millones de habitantes, o sea, la mayoría de la población de nuestro planeta, y la política de neutralidad se extiende a un número cada vez mayor de países.

Estos cambios revolucionarios han transformado la faz del mundo. Su significación histórica salta a la vista. Toda la marcha de las relaciones internacionales contemporáneas lleva su sello.

Bajo la presión del ambiente universal que condenaba la guerra y reclamaba la solución pacifica de los problemas internacionales en litigio, se celebró en Ginebra la Conferencia de los jefes de gobierno de la Unión Soviética, Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Allí nació lo que se ha dado en llamar «espíritu de Ginebra». El espíritu de Ginebra significa que el método de la discusión y la negociación es el que debe regular las relaciones entre Estados, independientemente de su régimen político y social.

Opuesta al espíritu de Ginebra es la política imperialista de bloques agresivos, de «guerra fría», que preconizan los círculos imperialistas dominantes en los Estados Unidos.

El profundo contraste entre la peligrosa y aventurera dirección de la política norteamericana y la consecuente política de la Unión Soviética y de otros Estados en pro de la coexistencia pacífica aparece cada vez más claro para los pueblos, incluido el pueblo español. Esto, unido a los éxitos en la edificación del socialismo, explica el creciente prestigio e influencia mundiales de la Unión Soviética, prestigio e influencia que son una realidad también en España. Ignorarlo sería un profundo error.

Aspectos evidentes de la mejoría en la situación internacional son el restablecimiento de relaciones normales y amistosas entre la Unión Soviética y Yugoeslavia; la firma del Tratado de paz con Austria; el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Federal Alemana; la creciente amistad y el desarrollo de las relaciones comerciales y culturales entre la Unión Soviética y la India, Indonesia, Birmania, Afganistán y otros países emancipados del yugo colonial; la ampliación del intercambio comercial y cultural de la Unión Soviética con Gran Bretaña, Francia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Austria y otros países europeos; con Egipto, Siria, Yemen y otros países árabes.

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Según la prensa española se ha duplicado el intercambio comercial de los países socialistas con numerosas repúblicas de América Latina. [6] Nuestro vecino Portugal, por intermedio del Banco de Estado, desarrolla y aumenta su comercio con Checoslovaquia, Polonia, Hungría y la República Democrática Alemana.

El viaje de Bulganin y Jruschov a Inglaterra, así como la visita de Guy Mollet y Christian Pineau a la Unión Soviética son nuevos e importantes pasos en el mejoramiento de las relaciones internacionales.

Tiene extraordinaria importancia para el ulterior alivio de la tirantez internacional, la consolidación de la paz y la unidad del movimiento obrero mundial, la visita a la Unión Soviética del Presidente de la República yugoeslava, camarada Iosip Broz-Tito, y el feliz resultado de las negociaciones soviético-yugoeslavas.

Al mejorar las relaciones con todos los Estados que están dispuestos a ello, la URSS no trata de enemistar a esos países con los Estados Unidos. La propuesta que el gobierno soviético hizo a los Estados Unidos, a comienzos de este año, de firmar un pacto entre ambos países con fines de paz y colaboración, es una prueba fehaciente de las sinceras intenciones que guían a la Unión Soviética.

La vitalidad del principio de la coexistencia pacífica ha tenido una de sus confirmaciones más elocuentes en la normalización de las relaciones entre la Unión Soviética y Alemania Occidental. Al recuerdo y a las huellas de la terrible guerra provocada por el hitlerismo con su agresión a la URSS, se sobrepone la necesidad de la coexistencia pacifica entre Alemania y la Unión Soviética.

La desmovilización de 1.200.000 hombres de las Fuerzas Armadas y la reducción proporcional de los armamentos y gastos presupuestarios para la Defensa, acordadas por el Gobierno soviético, marca un nuevo camino, práctico y eficaz, para la solución del problema del desarme. Ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos. Si las potencias occidentales siguen el ejemplo de la URSS, se aliviará la pesada carga que la carrera armamentista representa para los pueblos.

Las posiciones públicas del Papa a favor del desarme y de la prohibición de las armas atómicas, su cambio de tono al referirse a ciertos problemas del mundo contemporáneo, son el reflejo de las poderosas corrientes que se extienden entre los católicos de todos los países en pro de la paz y la colaboración internacional.

El principio de que la Iglesia católica puede coexistir con diferentes regímenes sociales y políticos se abre paso en la conciencia del mundo católico, y está llamado a ejercer una influencia muy beneficiosa en el desarrollo histórico de España.

En la extensa «zona de paz» que se está formando en el mundo, desempeñan un papel importante Estados como Austria, Suecia, Finlandia, Suiza, –refiriéndonos sólo a Europa– que han adoptado una política de neutralidad. Dinamarca, Noruega, Islandia, han iniciado el mismo camino. En Alemania occidental se desarrollan poderosas corrientes en esa dirección.

La neutralidad ha sido también en el pasado la política de España. [7] Incluso durante la segunda guerra mundial Franco no pudo ignorarla del todo –aunque sí la comprometió con una no-beligerancia activa–. El Pacto con los Estados Unidos es un pacto de guerra, que obliga a España a abandonar la neutralidad, que tan beneficiosa ha sido para nuestro país. Los factores que aconsejaron en el pasado la política de neutralidad siguen actuando. En las nuevas condiciones mundiales la neutralidad podría ser la forma concreta de incorporación de España a la gran corriente de la paz y de coexistencia. Así lo entienden, además del pueblo,

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importantes fuerzas de la burguesía española, que reclaman, con mucha razón, la vuelta a la neutralidad tradicional.

Los alentadores progresos conseguidos en el camino de la paz no deben impedir ver los peligros que subsisten. Las fuerzas que se benefician con los conflictos bélicos no se resignan e intentan reavivar la «guerra fría» con la esperanza de transformarla en «caliente». Multiplican las bases militares en países extranjeros. No cesan en sus campañas contra los países socialistas y otros países pacíficos. Provocan incidentes en diversos lugares del globo y se resisten a todo paso efectivo en la vía del desarme, prolongando la carrera armamentista. Se oponen al cese de las experiencias termo-nucleares, pese a la demanda de la opinión pública mundial, que ha sido apoyada por la voz del Papa, y fomentan la creación de nuevos bloques agresivos como la SEATO, el Pacto de Bagdad y el proyectado Pacto del Mediterráneo.

Hoy las fuerzas de la paz son suficientemente poderosas –como la vida está demostrando– para impedir una nueva guerra mundial. El poderío creciente de los Estados socialistas está al servicio de la paz. En aquellos países capitalistas cuyos dirigentes aún no dieron pasos resueltos hacia una política de paz, se desarrollan fuerzas poderosas que comienzan a imponer cambios positivos en la actitud de los gobiernos. Expresión de ello son las recientes declaraciones del jefe del gobierno francés y de su ministro de Relaciones Exteriores exigiendo la revisión crítica de la política internacional de Occidente. Igualmente lo es la posición del presidente de la República Italiana, el demócrata cristiano Gronchi, el cual declaró ante el Congreso norteamericano que la política Atlántica en sus viejas formas, no corresponde ya a la actual situación internacional.

Estos son otros tantos signos de los tiempos, que demuestran el cambio en la relación mundial de fuerzas a favor de los que preconizan una política de paz y coexistencia. La guerra ha dejado de ser fatalmente inevitable. Si los pueblos no debilitan sus esfuerzos en la lucha por la paz, la humanidad puede librarse para siempre del terrible azote de la guerra.

El pueblo español, como todos los pueblos del mundo, debe permanecer vigilante y alerta. El Gobierno de Franco, aplicando los acuerdos con Estados Unidos, realiza una política de rearme. La construcción de [8] las bases militares previstas en esos acuerdos entraña un grave peligro para España, como de hecho ha reconocido en Washington el señor Martín Artajo.

El pacto con los Estados Unidos compromete la seguridad de España y el interés nacional exige que sea denunciado, estableciendo las relaciones entre España y los Estados Unidos en el marco de la neutralidad española, que no excluye la colaboración ni la amistad, fundadas en el respeto de la soberanía nacional y de los intereses recíprocos.

La diplomacia norteamericana trata de que España entre en la OTAN y en el proyectado Pacto del Mediterráneo. El interés nacional de nuestro país no aconseja entrar en nuevas combinaciones militares que atenten a su seguridad, sino salir de aquellas que ya la comprometen –como el Pacto de 1953 y el Bloque Ibérico– e incorporarse, por el camino de la neutralidad, a la gran corriente de la coexistencia pacífica y de la colaboración internacional.

España está también vitalmente interesada en que se den pasos efectivos hacia la solución de uno de los grandes problemas que retienen en este momento la atención de la opinión pública mundial: el desarme. Con ello se aliviarían las cargas que pesan sobre la economía española y se facilitaría la solución de urgentes necesidades nacionales. La opinión pública de nuestro país debe exigir que la representación española en la ONU apoye toda proposición e iniciativa eficaz en ese sentido.

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Uno de los rasgos principales del mejoramiento de la situación internacional es el desarrollo del comercio entre los países capitalistas y socialistas.

Paulatinamente, una serie de países capitalistas van rompiendo las trabas que los Estados Unidos habían impuesto a su comercio. Este es uno de los principales aspectos del proceso, por el que esos países van liberándose de una dependencia que perjudicaba a sus intereses nacionales.

Las exigencias del desarrollo industrial y agrario de esos países, una vez recuperados de los daños causados por la segunda guerra mundial, les impulsan necesariamente al desarrollo del comercio exterior, a la búsqueda de nuevos mercados. Al restringirse el mercado mundial capitalista y nacer el vasto mercado socialista, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, el Japón y otros países capitalistas se orientan a extender su comercio exterior hacia ese mercado, cuya capacidad adquisitiva crece incesantemente.

En los medios industriales, comerciales y agrícolas de nuestro país, lo mismo que entre los trabajadores y la intelectualidad, se comprende cada día mejor los perjuicios que causan a la economía española el que España sea el único país de Europa sin relaciones comerciales directas con los países del mundo socialista.

En estos medios, acostumbrados al trato desigual que España ha [9] recibido tradicionalmente de ciertos Estados, produce gran impresión la actitud de la URSS en sus relaciones comerciales con los demás países. La Unión Soviética no sólo observa el principio de la igualdad y del provecho mútuo, sino que presta su ayuda técnica y científica a los países débilmente desarrollados sin imponerles condiciones políticas de ningún género. Así sucede con la India, Afganistán, Birmania, Egipto, Siria y otros países. Ofrecimientos similares ha hecho la Unión Soviética a los países de América Latina.

España necesita renovar gran parte de la maquinaria y del instrumental de su industria y desarrollar ésta; reponer el parque ferroviario y adquirir otros medios de transporte; mecanizar la agricultura; obtener materias primas para su desarrollo industrial. A cambio de esas mercancías, España podría colocar una parte de sus productos de exportación: minerales y agrícolas, textiles y conservas, &c. Los astilleros españoles podrían construir barcos para países con los que hoy no tenemos relaciones.

Sólo la política exterior del actual gobierno impide a España comerciar con la Unión Soviética y los países socialistas. Comerciar con éstos, no significa suprimir o disminuir el comercio con los países capitalistas, incluida Norteamérica, de acuerdo con los intereses nacionales de España y sin depender de nadie. Es indudable que el desarrollo del comercio con los países socialistas ayudaría a la agricultura y a la industria españolas a conseguir mejores condiciones en los países capitalistas.

No menos que las relaciones comerciales interesa a España el intercambio cultural y técnico con todos los países sin discriminación. Tanto la economía como la ciencia y la técnica españolas están profundamente interesadas en el intercambio de experiencias y conocimientos con países de alto desarrollo industrial y cultural como la URSS, Checoslovaquia y Alemania Oriental, con países de tan antigua cultura como China y otros Estados socialistas.

Pero no se puede desarrollar el comercio, fomentar el intercambio cultural, científico, técnico y deportivo, y practicar al mismo tiempo una política de hostilidad, de «cruzada», contra los países con los que interesa tener relaciones.

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Por esta razón, en nuestro país se extiende la opinión de que deben realizarse cambios importantes en la política exterior y se debe volver a la política de neutralidad, interrumpida por la dictadura de Franco,

Durante los años de la segunda guerra mundial, Franco supeditó la política exterior de España a los intereses de Hitler y Mussolini. Al producirse la derrota militar del Eje, Franco pasó al servicio de los Estados Unidos. Las onerosas concesiones de Franco al imperialismo norteamericano aumentaron de año en año, hasta culminar con la firma de los tratados de septiembre de 1953.

De esta manera, Franco ha colocado a España en la humillante [10] situación de apéndice de los Estados Unidos, de instrumento de su política belicista y de coto libre para el capital norteamericano.

Cuando el Partido Comunista denunció esa política y señaló los graves perjuicios que ocasionaría a España, hubo no pocas personas que consideraron infundadas nuestras previsiones. Pero éstas han sido confirmadas por los hechos y hoy la mayoría de los españoles coincide en esta cuestión con la opinión del Partido Comunista.

Para justificar esa política exterior, extraña a los intereses nacionales, Franco ha especulado siempre con el absurdo supuesto de una pretendida amenaza de «agresión soviética» a España. Nunca existió semejante amenaza.

Esa especulación ha sido desmentida constantemente por la invariable política de paz de la Unión Soviética. La disposición de la URSS a admitir a España en el pacto de seguridad colectiva de Europa, su voto favorable al ingreso de España en la ONU demuestra, al mismo tiempo que la falsedad de la propaganda franquista, que el País del Socialismo está animado de los mejores sentimientos de amistad y colaboración hacia España.

¿Es posible cambiar el rumbo de la política exterior española?

Sí. Es posible si las fuerzas interesadas en ello –desde la burguesía hasta la clase obrera– actúan conjuntamente en esta dirección. No hay gobierno que pueda resistir la presión combinada de esas poderosas fuerzas interiores y de la irresistible marcha del mundo por el camino de la paz y de la coexistencia.

Una prueba de ello son los acontecimientos de Marruecos.

No ha sido la buena voluntad de Franco lo que ha decidido el reconocimiento de la independencia y unidad territorial de Marruecos, con la consiguiente liquidación del régimen de protectorado. Cuando la propaganda oficial trata de presentar esos actos como un éxito de la política de Franco, pone al mal tiempo buena cara. Franco ha tenido que capitular, modificando radicalmente su primera actitud de hace pocos meses. Se ha visto obligado a capitular como consecuencia de la prolongada y heroica resistencia del pueblo marroquí y de la oposición española, contraria a toda aventura en Africa, que ha dado sus frutos victoriosos en el marco de una situación nacional e internacional en la que ya no es posible la defensa del colonialismo. La realidad es que el obligado abandono de Marruecos significa un golpe para el general Franco y los generales franquistas que encabezan el ejército, los cuales, casi sin excepción, obtuvieron sus grados combatiendo contra el pueblo marroquí en las fuerzas colonialistas de la Policía Indígena, la Legión y Regulares. Un golpe para el prestigio, el poder y los intereses de esos generales y no, como pretende la propaganda reaccionaria, para el prestigio del Ejército, muchos de cuyos oficiales vieron siempre con repugnancia la aventura marroquí y mostraron su antipatía hacia los africanistas y a su avidez de ascensos y condecoraciones.

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Las concesiones hechas por Franco en el problema marroquí hubieran sido inimaginables hace varios años. Pero los tiempos cambian y la [11] debilidad de la dictadura de Franco ya no le permite hacer frente a la voluntad del pueblo marroquí, como no podrá seguir haciendo frente indefinidamente a la voluntad de los españoles.

Esto no quiere decir que el gobierno de Franco no intente incumplir los acuerdos adoptados con el Sultán, dificultar la solución de los problemas pendientes. El interés nacional de España está en que esos acuerdos se cumplan sin reservas y en que se resuelvan los problemas territoriales pendientes sobre la base del reconocimiento del derecho del pueblo marroquí a recuperar la totalidad de su territorio.

El Partido Comunista considera que actualmente una verdadera política exterior nacional, capaz de encontrar el apoyo de las diversas clases y capas sociales del país debería incluir medidas como las siguientes:

1. Restablecimiento de la política de neutralidad española, interrumpida por el general Franco.

2. Relaciones comerciales con todos los países, tanto del campo capitalista como del socialista, sobre la base del interés recíproco.

3. Restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, China y todos los Estados con los que hoy no existen, independientemente de su régimen social.

4. Fiel cumplimiento de los acuerdos que reconocen la independencia de Marruecos y cooperación amistosa con el nuevo Estado marroquí.

5. Observancia de los principios de la Carta de la ONU y de sus organizaciones dependientes en las cuales participa España.

II. Premisas de una política económica nacional

La exigencia nacional de cambios profundos en la dirección política de España tiene una de sus razones principales en la situación económica a que ha llegado el país después de 17 años de dictadura.

Los datos y declaraciones oficiales dicen que la producción industrial duplicó en 1955 el volumen global de la producción de 1929-31. La Renta Nacional aumentó en el mismo período en más de un 50%; la renta por habitante en más de un 20%.

Según esta valoración oficial –de cuya exactitud es legítimo dudar, teniendo en cuenta las falsificaciones habituales y los métodos estadísticos empleados– podría parecer que la economía española se encuentra en buen camino.

Sin embargo, basta asomarse a la vida cotidiana del país para comprobar que, al mismo tiempo que las estadísticas oficiales muestran los más altos índices de producción industrial registrados hasta la fecha, se produce la vigorosa protesta de todas las clases sociales –desde [12] los obreros hasta amplios sectores burgueses– por la situación económica en que se encuentran.

Los únicos que están satisfechos, como puede comprobarse leyendo las crónicas de las reuniones de las Juntas de accionistas y de los Consejos de administración, son los miembros de la oligarquía monopolista, cuyos beneficios alcanzaron en el año 1955 las cifras más altas de su historia. Con razón los financieros franceses que participaron en un Congreso bancario español calificaron nuestro país de «paraíso de los banqueros».

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Entre tanto, los salarios de los obreros, los sueldos de los empleados, las remuneraciones de todo aquél que vive de su trabajo manual o intelectual, siguen el camino inverso. Lo mismo sucede con los ingresos reales de los campesinos, de los pequeños comerciantes e industriales. La proletarización de las clases medias de la ciudad y del campo se acentúa de día en día.

Las cifras oficiales del incremento medio de la Renta Nacional por habitante disimulan, en realidad, uno de los más claros exponentes del carácter de clase de la dictadura del general Franco: la redistribución que en estos 17 años se ha operado de la renta del país en favor de un grupo de grandes potentados.

De acuerdo con diversos estudios aparecidos en publicaciones oficiales y en la. prensa, mientras el 83% de la población española dispone sólo del 30% de la Renta Nacional, un puñado de oligarcas se queda con la mayor parte del 70% restante.

Del relativo desarrollo industrial se beneficia solamente un reducido sector de la burguesía, constituido por los grupos del capital monopolista que más directamente tienen en las manos los resortes del Estado.

No es un azar que los aumentos en la producción industrial registrados en los últimos años, correspondan precisamente a las ramas más altamente monopolizadas, como la energía eléctrica, el combustible, la química, la siderurgia, &c.

En cambio, la producción de la industria textil –la rama de mayor peso específico en el conjunto de la industria española– gira en torno al nivel de 1929-31.

Algo similar ocurre con otras ramas industriales que producen artículos de amplio consumo. Dentro de ellas sólo prosperan algunas grandes empresas con influencia decisiva en el aparato estatal. Pero miles de empresas individuales, e incluso sociedades importantes del textil, del calzado, de la industria de conservas, de salazones y otras ramas de la alimentación, del vidrio y porcelana, de la industria de la madera, de los talleres de confección y del comercio al por menor, se encuentran en situación difícil, acosadas por la crisis de venta en el mercado interior, las cargas fiscales, la falta de mercados exteriores, la carencia de divisas para reponer la maquinaria y otros factores.

El mal estado del transporte, tanto ferroviario como por carretera y marítimo, es de todos conocido.

El comercio exterior se ha reducido considerablemente en relación [13] con 1929, y el déficit de la balanza comercial, que era de 359 millones de pesetas oro en 1953, ha llegado a 574,5 millones en 1955.

La agricultura, aunque en los últimos años inicia en ciertos sectores una ligera recuperación, aún está lejos de recobrar los niveles de 1931-35. La producción agrícola por habitante, en 1954, fué un 83,3% de la de aquellos años. La ganadería está en decadencia. La gravedad de estos hechos en un país como el nuestro, que sigue siendo preponderantemente agrícola, no necesita comentario.

¿Cuáles son las causas de esta situación? El desarrollo monopolista del capitalismo, en virtud de sus propias leyes objetivas, entraña invariablemente –en España como en todo el mundo capitalista– la acumulación acelerada de la riqueza en un polo y de las privaciones y la miseria en otro. Característica de este desarrollo, es su forma extremadamente desigual y anárquica que se traduce en el avance de unas ramas a costa del estancamiento o decadencia de otras; en el desaprovechamiento crónico de la capacidad de producción de las empresas; en la deformación militarista de la economía; en las crisis de superproducción; en la agravación

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extrema de todas las contradicciones sociales, inherentes al capitalismo, entre el capital y el trabajo, entre la ciudad y el campo, entre la oligarquía financiera monopolista y las demás clases y capas sociales a las que aquélla oprime, incluida la burguesía no monopolista.

Pero en las condiciones de España, las consecuencias de ese desarrollo del capitalismo monopolista se agravan por dos razones.

Primera: porque el desarrollo industrial del país entra en contradicción cada vez más aguda con las supervivencias feudales en la economía española, cuyo exponente más importante es la gran propiedad terrateniente y latifundista, causa principal, entre otros males, del paro estacional que sufre la gran masa de braceros y de la estrechez del mercado interior.

La dictadura de Franco no sólo no ha hecho nada práctico para resolver ese problema, pese a sus promesas de reforma agraria, sino que los grupos monopolistas que operan a la sombra de la dictadura extendieron sus tentáculos al campo, y a la opresión secular del terrateniente sobre el campesino ha venido a sumarse la del capital financiero.

Segunda: Por la política económica del gobierno, dirigida a forzar dicho desarrollo en beneficio de la oligarquía financiera so pretexto de industrializar el país.

Franco proclamó que la idea directriz de su política económica era la industrialización de España. Toda industrialización exige acumular e invertir grandes sumas de capital. Cuando la política de industrialización es propiciada por un Estado que representa los intereses nacionales, se extraen los recursos, en primer lugar, de aquellos grupos sociales cuya situación económica es más privilegiada. Pero cuando el Estado se encuentra en poder de dichos grupos, y la «industrialización» [14] se lleva a cabo con el sólo fin egoísta de aumentar sus beneficios, los recursos se extraen de las masas trabajadoras y de las capas más débiles de la burguesía. Este es el caso de España. Tal es la esencia de la llamada política de industrialización que el general Franco practica desde que subió al poder.

La masa dineraria que así se obtiene es canalizada hacia los grandes Bancos y trusts monopolistas.

Algunos de los economistas en boga llaman a esos métodos de capitalización, fomento del «ahorro forzoso».

Pero, ¿cómo se obliga a «ahorrar» a los que apenas tienen para comer y vestir, y cómo se les obliga a entregar sus «ahorros» a los monopolios? Los métodos son muy variados y la historia del régimen actual es pródiga en ellos.

El método principal es reducir al mínimo posible el pago de la fuerza de trabajo y prolongar al máximo la jornada, con el fin de aumentar los beneficios de los capitalistas, lo que significa pagar salarios inferiores al mínimo vital indispensable para el sostenimiento de los obreros, aunque ello conduzca a su agotamiento prematuro, atentando a la principal fuerza productiva, creadora de todos los bienes materiales de que dispone España: los trabajadores de la ciudad y del campo.

Esto explica que el salario mínimo vital que reclaman los propios Sindicatos Verticales represente el doble, o más del doble, de los actuales ingresos efectivos del obrero. Y esta es una exigencia mínima, cuya justicia es reconocida incluso por prelados de la Iglesia y por economistas formados en las filas de Falange.

En ningún país europeo la clase obrera llegó a ese extremo, a ese distanciamiento increíble entre el salario real y las exigencias mínimas del restablecimiento de su fuerza de trabajo.

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Esta ha sido una de las fuentes principales del «ahorro forzoso» a costa de la clase obrera, que durante 17 años ha alimentado las cajas fuertes del capital monopolista. Y si ese «ahorro forzoso» no ha sido mayor, se debe únicamente a la resistencia y a la lucha de la clase obrera en defensa de su derecho a la vida.

Es evidente que el aumento de salarios concedido por el gobierno en marzo de este año no resuelve el problema, máxime, cuando las nuevas alzas de precios lo están anulando rápidamente. La clase obrera –como demuestran las últimas huelgas– no cejará en su lucha por un salario mínimo vital con escala móvil por ocho horas de trabajo, por salario igual a trabajo igual; por un seguro de paro.

Por debajo de las necesidades mínimas que impone el costo de la vida y las exigencias propias de su profesión, están también los sueldos de los médicos, maestros, ingenieros, arquitectos, catedráticos, profesores y de otras profesiones liberales; los sueldos de los funcionarios del Estado y empleados privados, de las fuerzas de Orden Público y de [15] la mayor parte de los mandos del Ejército, Marina y Aviación. Todos contribuyen al «ahorro forzoso» que la oligarquía financiera impuso al país desde que llegó Franco al poder.

Debe señalarse que la burguesía no monopolista no obtiene, en la práctica, beneficios suplementarios de la superexplotación de la clase obrera, porque el Estado, mediante la política de precios, la inflación, los impuestos y otras cargas y medidas, se apodera de una parte de la plusvalía obtenida por esa capa de la burguesía, canalizándola hacia el capital monopolista.

Otro de los principales instrumentos de ese famoso «ahorro», ha sido el sistema fiscal. La política de Franco en este orden fué simple: apretar cada vez más la tuerca fiscal a las clases más débiles económicamente. Durante la dictadura, la cifra total y el peso específico de los impuestos trasmisibles e indirectos –que son los que principalmente recaen sobre estas clases– han aumentado sin cesar.

La reforma de la contribución sobre la renta realizada en 1955, es un ejemplo escandaloso de esa política fiscal a favor de los millonarios. Redujo en un 28,57% la contribución por ingresos superiores al millón de pesetas.

Las cargas fiscales crean una situación difícil a amplios sectores de la industria y del comercio. En particular, agobian a la gran masa rural. Sobre los campesinos pesan hoy un sinnúmero de impuestos y gravámenes por todos conceptos, que constituyen una carga insoportable. Particularmente irritante y gravoso es el impuesto sobre la riqueza provincial. En cambio, los latifundios, los grandes Bancos y las empresas monopolistas, gozan de privilegios especiales, además de contar con el poder político y las influencias suficientes para burlar la ley.

La lucha contra los impuestos abusivos se ha convertido en una bandera permanente de las Hermandades, de los Sindicatos, de las Cámaras de Comercio, Industria y Navegación, de todos los sectores sociales.

La exigencia de una profunda reforma fiscal que establezca un sistema más justo, es una reivindicación general que se refleja en las columnas de la prensa y que hacen suya todas las fuerzas políticas de oposición.

Otro de los métodos favoritos de la política económica de Franco destinado a allegar los recursos que necesita la oligarquía financiera para la expansión de sus negocios, ha sido la emisión de deuda pública y de papel moneda, no respaldada por un incremento correspondiente de la producción.

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El resultado es un proceso inflacionista cada día más profundo y difícil de atajar, una depreciación constante de la peseta. A los 17 años de gobierno, Franco no ha conseguido todavía estabilizar la moneda, lo que ocasiona grandes quebrantos a la economía nacional.

La inflación es una de las causas decisivas de la subida continua de los precios, y ésta disminuye día a día el poder adquisitivo de sueldos [16] y, salarios. Puede decirse que el fomento de la carestía es parte consustancial de la política del gobierno.

Sólo en el año 1955, se ha emitido deuda pública por valor de 16.724 millones de pesetas y papel moneda por cerca de 4.000 millones, llegando la circulación fiduciaria al final de 1955 a la cantidad de 47.045 millones de pesetas, lo que representa un aumento de casi 11 veces sobre 1929, mientras la producción industrial sólo ha aumentado el doble y la agrícola por habitante es inferior al nivel de aquél año.

A la política de bajos salarios y sueldos, de altos impuestos y de inflación, se une la política de precios dictada por los monopolios, que utilizando su propio poderío económico y los resortes del Estado, imponen altos precios a los artículos que les interesan, como por ejemplo a las materias primas básicas, con grave perjuicio para las empresas más débiles. Así, han aumentado los precios de la energía eléctrica, del carbón, del acero, del hierro, del cemento, del transporte y de otras materias y servicios básicos altamente monopolizados. Desde que está Franco en el poder, los precios industriales han experimentado un alza constante y general.

Mientras tanto, la tendencia general de los precios agrícolas (los precios que recibe el campesino) en los últimos cinco años ha sido de baja. Y aún aquellos que han experimentado cierta subida, como el del .trigo, han ido quedando muy rezagados de los precios industriales. Este fenómeno no ha sido determinado únicamente por la crisis agraria de superproducción, que afecta a diversos productos del campo, sino también por la intervención de los monopolios, que de una u otra manera, valiéndose en unos casos del Estado, como sucede con el Servicio Nacional del Trigo, o de otros organismos, monopolizan la comercialización de los productos agrícolas. Y mientras el campesino recibe precios no rentables por sus productos, el consumidor tiene que pagar altos precios. Por este procedimiento, una parte de los ingresos que debía percibir el campesino se la apropian los Bancos y los monopolios industriales o comerciales.

Estos son algunos de los principales métodos, mediante los cuales el capital monopolista, sirviéndose de la dictadura de Franco, ha ido expoliando a la inmensa mayoría de los españoles y engrosando a costa de ellos sus gigantescos beneficios.

Pero este proceso no podía por menos de influir, desde el comienzo, en la restricción del mercado interior de productos de amplio consumo, pues si de un lado se mantiene la propiedad latifundista, que impide el ensanchamiento del mercado interior, de otro se reduce la demanda solvente de millones de compradores de la ciudad y del campo.

La dictadura franquista pretende «industrializar» el país sobre la base de un mercado interior cada vez más angosto e insolvente. [17] Semejante política económica lleva en sí el germen de su propia negación. ¿Cómo puede propiciarse la industrialización, si se ciega el cauce natural de toda expansión económica: el mercado?

La dictadura del general Franco, que se debate en esta contradicción, ha buscado la salida en la militarización de la economía.

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Durante un período, los sectores monopolistas han podido desarrollar la producción sobre la base del mercado que este mismo desarrollo creaba y de los pedidos del Estado, cada vez más importantes en la medida que se ampliaba el capitalismo estatal.

Los pedidos del Estado, financiados con el dinero de los contribuyentes, con la deuda pública o con la inflación, tuvieron en gran parte, desde el primer momento, carácter bélico. Las construcciones de carácter militar, la creación de reservas industriales y agrícolas con fines bélicos, la fabricación de armas y municiones, las construcciones navales y ferroviarias militares, el equipamiento y manutención de un ejército desproporcionado a las necesidades del país, constituyeron una parte, cada vez más importante del mercado estatal.

La importancia de esa orientación belicista de la política económica de Franco puede medirse por el gran peso de los capítulos militares en el presupuesto estatal y en los presupuestos de otros organismos paraestatales. El carácter semimilitar del Instituto Nacional de Industria fué declarado públicamente desde su fundación, y el papel que en su dirección técnica y administrativa desempeñan los oficiales y jefes del Ejército lo confirma. Análogo carácter militar tienen otros organismos y empresas del capitalismo estatal.

El pacto de 1953 acentuó la orientación bélica de la política económica de Franco. Los compromisos militares adquiridos por España entrañaban un esfuerzo mucho mayor en la fabricación de armamentos y, muy especialmente, en la construcción de las bases militares. Además, importantes empresas españolas empezaron a fabricar armas para las tropas americanas de ocupación en Europa.

Así se acentuó aún más la deformación militarista de la economía española en beneficio de los monopolios y en. perjuicio de los intereses generales del país. El Pacto con Estados Unidos ocasionó además otros perjuicios, no menos graves, a la economía española. Rompió unilateralmente la tradicional barrera proteccionista, facilitando la penetración de las mercancías norteamericanas en el mercado español. La agricultura y la ganadería han sufrido ya duros golpes como consecuencia de las importaciones de excedentes agrícolas norteamericanos. La siderometalurgia, la producción carbonífera y otras ramas industriales viven bajo el temor de idénticos peligros. Es sabido que las importaciones de petróleo, de gas-oil, fuel-oil americanos son una de las causas principales de la crisis iniciada en nuestra industria del carbón. El cine español vive aplastado bajo el monopolio que detenta Hollywood en el mercado nacional. Lo mismo ocurre en otros sectores de la economía española.

Los privilegios concedidos a los Estados Unidos perjudican además [18] al desarrollo multilateral del comercio exterior, tanto en sus direcciones tradicionales, como en el aprovechamiento de las nuevas posibilidades que abren los mercados del Este.

En definitiva, la militarización de la economía, realizada por la dictadura de Franco, en lugar de ampliar los mercados interno y externo, los ha reducido. El mercado que la militarización ha abierto a determinadas ramas es artificioso y precario. La economía española, en lugar de emanciparse de su tradicional dependencia económica y política del capital extranjero, ha caído en una dependencia aún mayor del más rapaz de los imperialismos contemporáneos.

La conclusión que se desprende de este somero análisis de la política económica del general Franco, es que bajo la bandera de la industrialización, con la que quería adquirir una apariencia nacional, en realidad servía los intereses estrechos de un grupo de la oligarquía financiera española y del capital extranjero. Unos y otros explotan a España como si fuera una colonia.

La política económica de Franco se ha presentado como antimonopolista, pero bajo su dictadura los monopolios han crecido como los hongos después de la lluvia. Nunca como hoy la industria y la Banca, las riquezas del país, estuvieron concentradas en tan pocas manos.

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Nunca como hoy, los puestos de la administración pública estuvieron tan directamente controlados por los monopolistas y grandes terratenientes.

En las altas esferas de la economía nacional reina la arbitrariedad y la corrupción. La dictadura del general Franco es la dictadura de los March y los Villalonga, de los Barrie de la Maza y los Nicolás Franco.

Los organismos y empresas del capitalismo estatal, que de existir un poder democrático, verdadero defensor de los intereses nacionales, podrían jugar un papel beneficioso en el fomento de la economía nacional, en la defensa de ésta frente a los monopolios españoles y extranjeros, en manos de la actual dictadura son, por el contrario, un poderoso instrumento de esos mismos monopolios para imponer su ley en la economía española.

Sirviendo dichos intereses, la política económica del general Franco ha conducido a forzar caóticamente el desarrollo industrial en algunas ramas a costa del estancamiento y retroceso de otras y del empobrecimiento de la población. Esto ha agudizado las contradicciones entre los intereses de un reducido grupo de oligarcas y los de la inmensa mayoría de los españoles.

Así se explica que, aunque las estadísticas oficiales hablen de algunos avances en la producción de la industria, la dictadura no se haya fortalecido; por el contrario, es hoy mucho más débil, y su base social se ha reducido considerablemente. [19]

El camino seguido por la política económica de Franco conduce por su propia dialéctica interna y por sus efectos acumulativos, a una situación que amenaza con desembocar en la catástrofe.

Al país, que estaba prácticamente libre de Deuda Exterior, se le ha impuesto en los últimos años un pesado fardo de obligaciones frente a otros Estados, que hipoteca en gran medida y por un largo periodo los ya menguados recursos que nutren nuestra balanza de pagos.

Más exorbitante todavía es el volumen alcanzado por la Deuda Pública, en relación con la capacidad económica real del país. La última Memoria del Banco de España recoge el hecho de que de los 16.724 millones de Deuda Pública, emitidos en 1955, más de 7.500 «no han podido todavía ser filtrados en el público» y fueron absorbidos por la Banca, que a su vez se los endosa el Banco de España.

Junto a ello está la abrumadora «cuenta de contrapartida», originada por los acuerdos yanqui-franquistas de 1953 y por la compra de los excedentes agrícolas, que según los cálculos del Servicio de Estudios del Banco Hispano-Americano, alcanzaba el 31 de diciembre último la cifra de 8.521 millones de pesetas. Esta contrapartida –exigible en todo momento– coloca al Estado español a merced de una potencia extranjera.

Para hacer frente a estas agobiadoras cargas financieras el gobierno aumenta la presión tributarla. Con el pretexto de modificar la prima del oro ha comenzado por duplicar un impuesto indirecto de tan inmediata repercusión sobre los precios, como la Renta de Aduanas.

Pero por intensa que sea la nueva sangría tributaria, el ulterior recurso a la inflación monetaria y crediticia es inevitable. Sus consecuencias en la coyuntura presente –nacional e internacional– causan profunda inquietud en las más diversas fuerzas sociales, incluyendo una parte importante de los propios círculos dirigentes del capital financiero.

En su aspecto exterior, un nuevo impulso inflacionista dificultaría aún más las exportaciones, el acceso de nuestros productos a los mercados, hoy escenario de enconada competencia; al mismo tiempo, elevaría el coste de las importaciones, comprometiendo el ya precario abastecimiento de materias primas y la adquisición del limitado equipo industrial que hoy se recibe del exterior.

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En el orden interno, la nueva disminución del poder adquisitivo de la peseta, combinada con el aumento de la presión tributaria, no sólo haría aún más insostenible la ecuación precios-salarios, sino que –dadas las actuales condiciones económicas– comprometería igualmente la ecuación coste de producción-precio de venta que constituye la base de sustentación, de viabilidad de todas las empresas.

Esta ecuación se presenta ya hoy bien difícil para todas las empresas que no pertenecen al círculo reducido de la oligarquía. Un nuevo impulso inflacionista aceleraría de tal forma la depreciación de sus activos y de sus reservas, que constituiría una verdadera expoliación en [20] masa de toda la burguesía no monopolista, multiplicando las liquidaciones y las quiebras, el cierre de fábricas y el paro obrero.

Este cuadro no quedaría completo, si no tuviésemos en cuenta que España, como todo el mundo capitalista, marcha hacia una crisis general de superproducción. Si ésta sorprende a nuestro país sin haber dado, por lo menos, los primeros pasos en la reparación de los daños ocasionados por la política económica de la dictadura franquista, las consecuencias pueden ser sumamente graves para nuestra Patria.

¿Es que a las fuerzas conservadoras les interesa esa perspectiva que además de la bancarrota económica, entraña la posibilidad de violentas conmociones sociales?

¿Es posible una política económica que impulse la industrialización de España sin acarrear los graves daños de la «industrialización» franquista y que, por el contrario, sirva para elevar el nivel general de vida de los españoles y para vencer el atraso económico de nuestro país?

Sí. Es posible sí las diferentes clases sociales interesadas en el desarrollo económico de España –la clase obrera, los campesinos, las capas medias urbanas, la burguesía nacional no monopolista– mancomunan sus esfuerzos en esa dirección.

Frente a la política franquista de pretendida «industrialización» basada en la reducción del mercado interior, el Partido Comunista propugna una política de auténtica industrialización que se asiente firmemente en la ampliación de dicho mercado. El primer postulado de esta política podría resumirse en esta fórmula que se agita hoy en toda España: una más justa redistribución de la renta nacional.

Pero, ¿cómo distribuir más equitativamente la renta nacional? No hay más que un camino: aumentar los ingresos reales de los obreros, de los campesinos, de las profesiones liberales, de la burguesía no monopolista.

Unicamente sobre esta base es posible la ampliación del mercado interior; la reanimación y el ulterior desarrollo de las industrias de amplio consumo, del comercio y los servicios, la normal acumulación capitalista y su inversión para renovar el equipo industrial, con la consiguiente disminución en el precio de coste y el incremento de la productividad nacional, creando así mejores condiciones para competir en los mercados exteriores.

En los últimos tiempos, importantes fuerzas sociales y políticas adoptan posiciones coincidentes con una serie de reivindicaciones que, respondiendo a esa necesidad de una mejor distribución de la renta nacional, el Partido Comunista había inscrito en su Programa. Este hecho tan significativo demuestra la existencia de una base común de colaboración entre el Partido Comunista, que representa los intereses de la clase obrera, y las fuerzas políticas –católicas, liberales, republicanas– que representan intereses de determinados grupos sociales.

La política económica, de Franco, al golpear indistintamente a esos [21] grupos, sin distingos entre los que estuvieron en un campo y otro de la guerra civil, ha llevado a estos a comprender

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mejor que, a pesar de las contradicciones existentes entre ellos, hay intereses comunes, que permitirían concertar un programa común de transformaciones económicas.

Este programa sería la base económica de la reconciliación nacional.

Partiendo de esas coincidencias el Partido Comunista considera que entre las medidas económicas por las que en el momento actual podrían luchar unidas todas las fuerzas partidarias de la reconciliación nacional, facilitando con ello el paso pacifico a una legalidad democrática, podrían figurar las siguientes:

1. Medidas a favor de la clase obrera, dando satisfacción a las reivindicaciones presentadas por los sindicatos, en particular las de un salario mínimo vital con escala móvil, por una jornada de 8 horas; salario igual a trabajo igual y seguro de paro.

Elevación sustancial del sueldo de los funcionarios del Estado, civiles y militares, empleados, maestros, profesores, médicos y demás profesiones liberales.

2. Medidas a favor de los campesinos, dando satisfacción a las reivindicaciones presentadas por las Hermandades, en particular la reducción de los impuestos, libertad de cultivos y de comercio, revalorización de los precios agrícolas; ayuda con créditos a largo plazo, &c.

Salario mínimo vital para los obreros agrícolas, extensión a éstos de los seguros sociales, medidas eficaces de protección contra el paro estacional.

Ayuda suficiente a los campesinos damnificados por las heladas y otras calamidades de índole semejante.

3. Revisión a fondo del sistema fiscal vigente, en el sentido de que el peso principal de las cargas públicas, recaiga sobre las altas rentas y los grandes beneficios de tipo monopolista, reduciendo la contribución de los que viven de su trabajo manual o intelectual, de los campesinos, industriales y comerciantes modestos.

No podrá exigirse el pago de ningún impuesto que no haya sido aprobado previamente por una ley.

4. Nueva orientación de las inversiones públicas, reduciendo a las proporciones indispensables las de carácter militar y canalizando los recursos así liberados al fomento de la industria y de la agricultura, a la modernización del transporte, a la solución del problema de la vivienda, &c.

5. Medidas para sanear las finanzas, equilibrar los presupuestos del Estado, frenar la inflación y la carestía y estabilizar la moneda.

Supresión de las Cajas autónomas y restablecimiento del control único sobre todas las finanzas del Estado,

6. Medidas que limiten el poder de los monopolios industriales y [22] financieros, con el fin de atenuar los perjuicios que su actividad ocasiona a la economía nacional.

7. Supresión de los privilegios arancelarios de que gozan las mercancías norteamericanas, con el fin de proteger la agricultura y la industria nacionales.

8. Fomento del comercio exterior y del intercambio técnico con todos los países en condiciones de mútuo beneficio.

III. Posibilidad de un cambio pacífico en España

La guerra civil provocada por el general Franco y sus dolorosas consecuencias han sido una dura experiencia para los españoles. Incluso entre los más declarados adversarios de la

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República son numerosos los que piensan que, para llegar a donde se ha llegado en España con el gobierno franquista, no valía la pena haberse sublevado.

Una enseñanza profundamente aleccionadora derivada de esa experiencia es la necesidad de acabar con el fanatismo, el sectarismo y la intolerancia en la vida y costumbres políticas españolas.

España se encuentra ante una coyuntura en la que si las fuerzas de derecha y de izquierda tienen en cuenta la dura y terrible lección de la guerra y de la etapa fascista, es posible poner fin a un largo período histórico de pronunciamientos, guerras civiles e intervenciones extranjeras, e inaugurar una nueva era de paz civil. La reconciliación nacional de los españoles es una posibilidad real y una necesidad impostergable.

¿En qué se basa el Partido Comunista para afirmar que la reconciliación es una posibilidad real? ¿En qué nos fundamos al declarar que en España es posible un cambio pacífico, que es posible reemplazar la dictadura del general Franco sin violencia, sin insurrección, sin guerra civil?

Para afirmar esto el Partido Comunista se funda en el hecho de que se está creando una nueva situación en la que la pasada guerra civil deja de ser la línea divisoria entre los españoles, y en primer plano, aparecen ante éstos los problemas de la libertad, de la soberanía nacional y del desarrollo económico del país.

En esta situación se perfilan los contornos de nuevas formaciones políticas, surgidas del seno de las fuerzas que constituían la base social de la dictadura y hoy se alejan de ella. Dichas formaciones son ya una realidad en la vida política española, influyen sobre ella, aunque algunas no aparecen aún abiertamente con su fisonomía propia.

Entre esas formaciones nuevas las que se han mostrado hasta aquí de manera más abierta son: la llamada tercera fuerza monárquica, en la que aparece como ideólogo Calvo Serer; el movimiento liberal, en el [23] que se destacan hombres como Pedro Laín, Dionisio Ridruejo, el doctor Marañón y los dirigentes universitarios encarcelados recientemente por la dictadura, y la democracia cristiana.

La llamada «tercera fuerza» monárquica, es sin duda la que se caracteriza por una posición más derechista. En la práctica, es la expresión del pensamiento católico y monárquico tradicional. Entre sus concepciones y las del Partido Comunista, por ejemplo, hay enormes diferencias. Sin embargo, es perfectamente posible la participación en un régimen parlamentario de unos y otros, con nuestros diferentes y opuestos puntos de vista.

El movimiento liberal abarca variados matices: desde ciertos núcleos tradicionales liberales, pasando por toda una serie de personalidades del campo intelectual que han abandonado Falange y evolucionado hacia posiciones democráticas, hasta la juventud universitaria que adopta una actitud más progresista.

A través de discursos, libros y artículos, este movimiento, bajo el lema de integración, y con todas las limitaciones que la censura impone, defiende de hecho una línea de reconciliación nacional, de libertades democráticas. Los liberales han apoyado la lucha de los estudiantes contra Falange, lucha cuyo alcance político democrático es evidente.

La democracia cristiana, que se desarrolla en pugna con los elementos más fascistas y reaccionarios del catolicismo es el más importante movimiento político de las fuerzas de derecha que aparece en la arena política española. Este movimiento está inspirado por Acción Católica y por aquellas jerarquías de la Iglesia más sensibles al desarrollo histórico y que quieren diferenciar la política de la Iglesia de la política de la dictadura.

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Este movimiento manifiesta sus discrepancias con la política del general Franco en problemas importantes, como la censura, la exigencia de justicia social, la crítica de las formas fascistas del Estado y la defensa de ciertas libertades de tipo democrático. Algunos de sus representantes han defendido la posición integradora que, como ya hemos dicho, mantienen también los liberales.

La ideología de la democracia cristiana es opuesta a la ideología del comunismo. Pero en los artículos publicados por Monseñor Zacarías de Vizcarra en «Ecclesia» y en algunas actitudes de jerarquías o católicos destacados hay un tono conciliante, civil, al hablar del Partido Comunista, que contrasta con los llamamientos a nuestro exterminio físico hechos por otros católicos en otros períodos. En dichos artículos no se plantea la lucha en el terreno de la guerra civil, sino en el terreno ideológico. Nosotros pensamos igualmente, que la discusión, la polémica, la lucha de ideas, y no la violencia física, son las formas que deben utilizarse para dirimir las diferencias políticas e ideológicas,

La cristalización de un partido demócrata cristiano en España es un hecho que está produciéndose. Los comunistas y la democracia cristiana en otros países han colaborado en la lucha contra el fascismo e [24] incluso han participado juntos en diferentes gobiernos, conviven dentro de la democracia parlamentaria. España no tiene por qué ser una excepción.

Al mismo tiempo que tras la ruptura del llamado Movimiento Nacional se perfilan estas nuevas formaciones, se producen significativos cambios dentro de las organizaciones políticas y de masas de la dictadura.

Falange ha perdido la mayoría de sus miembros y se halla descompuesta y dividida en diversos grupos, enfrentados violentamente entre sí. Su fracción más activa e importante toma posición contra el dictador, al que acusa de haber traicionado los principios falangistas entregándose en manos de las fuerzas capitalistas y reaccionarias. Y esa actitud se expresa a través de una activa campaña de hojas y octavillas en las que se preconiza la necesidad de una «nueva revolución».

Cambios muy importantes se producen en el seno de los Sindicatos Verticales y de las Hermandades. Pese a la actitud de ciertos altos jerarcas franquistas, que actúan de freno, la presión de los trabajadores y la actitud de toda una serie de enlaces, de miembros de las secciones sociales y de no pocos funcionarios sindicales ha conducido al sector obrero de dichos Sindicatos a tomar en los Congresos de Trabajadores acuerdos en franca oposición con la política del régimen, y que corresponden a los intereses de clase de los trabajadores.

Las Hermandades agrarias se están transformando de instrumentos de dominación sobre las masas campesinas, en organizaciones de resistencía contra la política catastrófica de la dictadura en el campo, organizaciones que utilizan los campesinos para defender sus intereses amenazados.

Es decir, que las organizaciones sociales y políticas en que se sustentaba el franquismo, bajo la presión del desarrollo social, van modificando su carácter y contenido. Naturalmente, se trata de un proceso iniciado, cuyo desenlace depende de la actividad de las masas. Pero ya puede afirmarse que lo que antes era un régimen político social que contaba con el amplio apoyo de las clases dominantes, hoy está quedando reducido a una dictadura ejercida personalmente por el general Franco y su camarilla.

Esta dictadura se sostiene hoy sobre el Ejército y demás fuerzas armadas. Pero la ruptura de la unidad política del Movimiento, la evolución de los sectores que lo integraron, afecta también a las fuerzas armadas, que no se hallan al margen de la sociedad. Una parte importante de los mandos del Ejército se encuentra en desacuerdo con la política exterior y económica de la

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dictadura. La situación material de los militares que no poseen medios de fortuna o puestos en los Consejos de Administración –y son la mayoría– está muy por debajo de su papel y sus funciones. Por todo eso, Franco ya no cuenta con el respeto y el apoyo incondicional de los mandos del Ejército. [25]

Al dictador le será cada vez más difícil continuar sirviéndose del Ejército y restantes fuerzas armadas como instrumento coercitivo contra los partidos y grupos que se le oponen, buscando solución a los angustiosos problemas de España.

Las corrientes de reconciliación nacional encuentran y encontrarán sin duda, cada vez más, el apoyo de mandos del Ejército que pondrán el patriotismo y el sentido del interés nacional por encima de un mal entendido compañerismo.

Todas estas razones dan motivos para suponer que, llegado el momento de un acuerdo político entre las fuerzas de izquierda y de derecha, el Ejército y otras fuerzas armadas podrían retirar su apoyo a la dictadura y abrir cauce a la manifestación de la voluntad nacional. De este modo, prestarían un gran servicio a la Patria, haciendo posible el tránsito pacífico de la dictadura a la democracia.

Esta perspectiva de cambios pacíficos, de la supresión de la dictadura del general Franco, sin guerra civil, hubiera sido inimaginable años atrás, cuando aún no se había producido la ruptura del llamado Movimiento Nacional, el enfrentamiento entre sí de los diferentes núcleos que lo componían y la aparición de nuevas formaciones políticas. Entonces, el enorme aparato militar y represivo se mantenía al lado de Franco. La labor de nuestro Partido en ese período estaba centrada en la propaganda de la política de unión nacional y en activar el movimiento de masas capaz de hacer madurar las condiciones para que esa política encarnase en la vida.

Y esa actividad del Partido ha dado frutos importantes. La conciencia de la necesidad de la reconciliación nacional ha hecho enormes progresos. En nuestro país se han producido ya acciones de masas y actos políticos importantes que encierran un comienzo de realización de la unidad de los españoles.

Las luchas intelectuales y estudiantiles, que tanta resonancia han tenido, son movimientos en los que han coincidido hombres de los más diversos horizontes.

En ciertos casos, los llamados falangistas de izquierda, católicos, democristianos, liberales y comunistas hemos hecho ya ensayos de colaboración sobre bases de un contenido democrático. Y aunque esos ensayos hayan tenido hasta ahora un carácter limitado, la experiencia, para unos y para otros, ha sido positiva. Se ha puesto de manifiesto que el hecho de haber luchado hace veinte años en campos opuestos no era un obstáculo infranqueable para marchar unidos.

¿Qué son las huelgas, manifestaciones y protestas de la clase obrera sino acciones realizadas sobre la base de la más amplia unidad? Las reivindicaciones fundamentales aprobadas por los Congresos de los trabajadores en 1955 son producto de la acción común de los obreros de las más diversas tendencias. En ella han participado, dentro de los [26] Sindicatos Verticales, desde comunistas, socialistas y cenetistas, hasta elementos de tendencia liberal, católica e incluso falangista.

En las recientes huelgas de Navarra, Guipúzcoa, Barcelona, Alava y Vizcaya han actuado juntos comunistas, socialistas, católicos, tradicionalistas y nacionalistas vascos.

Es decir, hoy podemos hablar de la reconciliación de los españoles, de un amplio entendimiento o frente nacional, no como de una línea para el futuro, sino como de algo que empieza a brotar, pleno de vida y que madurará.

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Fuerzas sobre las que durante años pesó una propaganda insidiosa, calumniando a los comunistas y presentándolos como una fuerza extraña a los intereses nacionales nos van conociendo, se dan cuenta de que sus opiniones sobre el Partido Comunista deben ser revisadas; de que el Partido Comunista es una poderosa fuerza nacional enraizada en las masas; que nada de lo que es humano y auténticamente nacional es ajeno a los comunistas; que tenemos puntos de vista realistas y constructivos sobre los problemas nacionales; que poseemos un Programa y una política coherente en consonancia con la situación nacional, y que es posible la colaboración con los comunistas.

Las acciones de masas y los actos políticos diversos llevados a cabo conjuntamente, la fuerza alcanzada por el deseo de realizar la reconciliación nacional, han conducido ya, aun bajo la dictadura del general Franco, a arrancar concesiones favorables al desarrollo del movimiento nacional y democrático.

Esa presión múltiple, cada vez más poderosa, ha obligado al gobierno en los últimos años a poner en libertad a miles de presos, a autorizar la vuelta al país (si bien con restricciones) a los exilados que no se destacaron por sus actividades políticas. Le ha obligado a atenuar la represión y a observar una actitud defensiva frente a las posiciones, cada vez más importantes, que los adversarios del régimen van ganando en las organizaciones legales. El gobierno ha tenido que ceder, bajo la presión reivindicativa de la clase obrera y de otras clases sociales; ante las exigencias de la burguesía de establecer los primeros cambios comerciales con países del Este; en el problema de Marruecos y en otras cuestiones. Ha tenido que restablecer el Primero de Mayo como Fiesta del Trabajo.

El incremento de la acción de las masas y el acuerdo entre diversas fuerzas de oposición pueden crear, incluso antes de que la dictadura del general Franco desaparezca, condiciones más favorables para una solución democrática a los problemas de España.

Los comunistas estamos dispuestos a establecer los acuerdos, pactos, alianzas y compromisos necesarios, para lograr reivindicaciones parciales, políticas o económicas, de sentido democrático, en cualquier sector de la vida nacional, incluso con fuerzas que no se plantean aún luchar por la abolición de la dictadura, y que por el momento sólo [27] propugnan demandas de carácter parcial. Los comunistas estamos dispuestos a apoyar todo lo que represente un paso adelante en el mejoramiento de la situación del pueblo y a marchar con cuantos vayan por ese camino, aunque discrepemos en otros aspectos.

La perspectiva del cambio pacífico, de la supresión de la dictadura sin guerra civil, presupone un cierto período durante el cual las fuerzas de izquierda y de derecha, al mismo tiempo que actúan contra la política de la dictadura en diferentes terrenos, van reagrupando sus fuerzas, relacionándose entre sí, al principio con objetivos parciales, mientras no maduren las condiciones para realizar acuerdos sobre objetivos más amplios.

En ese periodo nos encontramos ya. El objetivo de terminar con la dictadura del general Franco no debe impedir luchar por toda reivindicación económica y política, aunque parezca pequeña; y los comunistas apoyaremos la lucha de todas las clases y grupos sociales contra las arbitrariedades de la dictadura.

La utilización de las posibilidades legales adquiere hoy una significación y una importancia práctica mayores. Porque esas posibilidades son mucho más amplias que hace unos años, pese a que no ha cambiado la letra de las leyes. Lo que ha cambiado es la disposición, la mentalidad, las opiniones de las gentes. Y hoy en cualquier entidad social u organización se encuentran hombres discrepantes de la dictadura que están dispuestos a dar ciertos pasos. En

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un momento en que el régimen se desmorona, la más mínima posibilidad legal se amplía y puede facilitar acciones de considerable repercusión política.

La frontera entre lo que es legal y lo que es ilegal con arreglo a las leyes franquistas, se desdibuja. Es legal el derecho de petición; no lo son las manifestaciones en la calle. Pero entre el ejercicio del primero por los estudiantes y el paso a las manifestaciones públicas no hay ninguna muralla china, y lo uno sigue a lo otro.

Son legales los acuerdos de los Congresos de los trabajadores, pero la huelga no lo es. Mas tras los acuerdos y la actitud del gobierno, respondiendo con medidas que nada resuelven a lo que piden los obreros, vienen las huelgas de Navarra, Guipúzcoa, Vitoria, Barcelona y Vizcaya. Es decir, el movimiento democrático de masas va incrementándose y, partiendo de iniciativas que tienen una base legal, se desarrolla, rompe los marcos restrictivos de la legalidad fascista y alcanza un grado mucho más elevado, sin que la dictadura pueda impedirlo.

Aumentarán las posibilidades de acción en defensa de sus opiniones e intereses para cada una de las fuerzas que discrepan de la dictadura, si en las fábricas, en los Sindicatos y Hermandades, en las organizaciones profesionales y económicas, en las Universidades y centros docentes, en todos los lugares donde sea posible, liberales, democristianos, católicos, monárquicos, falangistas disidentes, republicanos, socialistas, cenetistas y comunistas, nos entendemos para plantear y defender juntos aquello que interese en cada momento.

Acuerdos parciales para obtener reivindicaciones políticas o [28] económicas, desarrollarán el clima de reconciliación nacional y crearán la base para un acuerdo político de todas las fuerzas que se oponen a la dictadura o discrepan de ella, entendimiento que conducirá a la democratización de España.

Los comunistas estamos sinceramente dispuestos a marchar por ese camino. Ello significa que nosotros no tratamos de imponer a nadie nuestra política y nuestras soluciones, por la fuerza y la violencia.

Pero no es suficiente que la clase obrera y su Partido tengan esa disposición de ánimo. Es preciso que otras fuerzas y formaciones procedan del mismo modo.

Ningún Partido político cuenta hoy con el apoyo de la mayoría de los españoles. La vida impone una política de coaliciones de fuerzas políticas sobre la base de programas mínimos comunes. La vida impone encontrar un terreno en el que podamos convivir y donde cada uno pueda propugnar libremente sus ideas y soluciones. Y ese terreno, en esta situación concreta, no puede ser otro que la democracia parlamentaria. Para alcanzar ese terreno debemos entendernos todas las fuerzas que discrepamos de la dictadura franquista.

El entendimiento entre las diversas fuerzas de izquierda y de derecha es la condición para que los cambios hacia la democracia se produzcan pacíficamente. Pero el entendimiento no depende sólo de nosotros ni de las fuerzas de carácter popular. Depende en mucho de la comprensión de las formaciones políticas que surgen de entre las fuerzas que hace veinte años estuvieron en el campo adverso.

Si estas formaciones no comprendieran la presente oportunidad histórica de evitar sufrimientos y dolores al país, la posibilidad de un cambio pacifico podría frustrarse. Y entonces, el camino hacia la liquidación de la dictadura y hacia la democracia sería el de la violencia. Si la clase obrera, las masas populares y las fuerzas democráticas se vieran forzadas a marchar por el camino de la violencia revolucionaria, la responsabilidad recaería íntegramente sobre las clases dominantes, que demostrarían así no haber aprendido nada en la experiencia de estos veinte años.

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Porque el triunfo de la democracia en España es ineluctable. Y el interés no sólo de las masas, sino de la burguesía nacional es que los cambios políticos en España se produzcan sin violencia.

Al propugnar el restablecimiento de las libertades y la supresión de la dictadura por vía pacífica, los comunistas lo hacemos para evitar nuevos sufrimientos al pueblo, nuevos quebrantos al país.

Uno de los obstáculos fundamentales que aún se interponen entre las fuerzas de izquierda y de derecha en el camino de la reconciliación nacional es, en unos el rencor y los odios que la guerra y la represión sembraron; en los otros el temor a la venganza y a la exigencia de responsabilidades.

Es notoriamente perjudicial para España mantener esta situación; [29] es absurdo contemplar pasivamente cómo se agravan y enconan los problemas nacionales, sin tratar de impedirlo, por temor a la clase obrera y al pueblo.

El Partido Comunista representa sin duda a la parte del pueblo que más ha sufrido en estos veinte años, a la clase obrera, los jornaleros agrícolas, los campesinos pobres, la intelectualidad avanzada. Si de hacer el capítulo de agravios y duelos se tratase, nadie le tendría mayor que el nuestro.

La miseria, la pobreza y la represión han hecho estragos en las clases y capas sociales que representamos. La dictadura del general Franco se ha ensañado ferozmente con nosotros.

Pero el odio y la venganza no son los sentimientos que determinan nuestra política; no lo fueron nunca, pese a que la propaganda del dictador ha esparcido esa idea falsa sobre nosotros. Los comunistas sabemos sobreponernos a los sentimientos personales e inspirarnos en los intereses superiores del pueblo y de la Patria. El odio y la venganza no deben ser tampoco los sentimientos que inspiren a otras fuerzas democráticas y a las masas populares.

Nosotros entendemos que la mejor justicia para todos los que han caído y sufrido por la libertad consiste, precisamente, en que la libertad se restablezca en España. La idea de que cualquier cambio podría acarrear la repetición por parte de las fuerzas democráticas, contra sus adversarios, de las atrocidades que Franco ha cometido contra ellas, es falsa e infundada. Una política de venganza no serviría a España para salir de la situación en que se encuentra. Lo que España necesita es la paz civil, la reconciliación de sus hijos, la libertad.

¿Cómo interpretamos los comunistas estos conceptos? Cuando nosotros hablamos de paz civil, de reconciliación de los españoles, no nos referimos a un estado idílico, irreal en España o en cualquier otro país capitalista, en el que desaparezca la lucha de clases en sus diversas manifestaciones: económica, política e ideológica. Mientras exista el capitalismo, tal cosa no es posible.

Ofrecer eso sería un engaño grosero, una negación de la realidad a la que nadie podría dar crédito.

La interpretación que damos los comunistas al concepto de paz civil, de reconciliación de los españoles, parte del principio de que la democracia que se restablezca en España no puede ser exclusivamente para las fuerzas de izquierda o para las de derecha. Ambas han de tener cabida dentro de esa democracia. La norma de conducta debe ser, para unos y otros el respeto a la legalidad democrática; el compromiso de no recurrir a la guerra civil ni a las violencias físicas, para dirimir las diferencias político-sociales; el respeto a la voluntad popular expresada regularmente en elecciones libres.

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Dentro del respeto a la legalidad democrática, la más amplia libertad a cada clase y capa social para la defensa de sus intereses; [30] a cada Partido para la propaganda de sus doctrinas. El mayor respeto para las creencias religiosas de cada cual, así como para aquellos que no profesen ninguna.

Antes de 1936 no era posible hablar así, porque entonces las fuerzas de derecha, hostiles a todo progreso reaccionaban con violencia contra cualquier cambio político o social, provocando la misma violenta respuesta de las fuerzas de izquierda, y especialmente de la clase obrera que era y es, la más consecuente defensora de la democracia. En todo caso, la violencia surgió siempre de las fuerzas de derecha.

Hoy algo ha cambiado en la mentalidad de las derechas. La dictadura de Franco, que era en 1936 el intento violento de impedir el desarrollo progresivo, no ha podido impedir la acción de las leyes del desarrollo social de España.

La necesidad de resolver una serie de problemas sociales y políticos que frenan el desarrollo histórico, empieza a ser comprendida por sectores sociales que antes se oponían a ello violentamente, y esto crea premisas para el entendimiento entre las diversas fuerzas politicas y sociales de nuestro país.

La clase obrera a su vez, ha adquirido una mayor madurez política, una experiencia revolucionaria, mayor conocimiento y comprensión de su papel en la sociedad y no se dejará arrastrar por propagandas infantiles, aparentemente revolucionarias, pero contrarias a sus verdaderos intereses.

La guerra no ha pasado en balde, y su experiencia es para todos fuente de aleccionadoras enseñanzas.

Por ello creemos que las formaciones políticas que se están perfilando, a pesar de sustentarse en las mismas fuerzas sociales, e incluso contar en sus filas con personalidades que ya actuaron en el pasado con la dictadura del general Franco, no pueden considerarse como una mera reedición de los viejos partidos de derecha.

Nadie hubiera podido concebir en 1936 una colaboración sobre la base de objetivos concretos, entre la CEDA, por ejemplo, y republicanos de izquierda, socialistas y comunistas.

Sin embargo, esa colaboración entre un Partido democristiano y las fuerzas democráticas y obreras, aparece hoy como una posibilidad real y como una necesidad.

En 1936 los liberales Españoles se caracterizaban por su indiferencia, cuando no por su reaccionarismo, frente a los problemas de las masas trabajadoras, frente a las cuestiones sociales.

Dentro del movimiento liberal que hoy se desarrolla existe, en cambio, un gran interés por esas cuestiones, y se dibujan corrientes progresivas que simpatizan con los trabajadores.

Por otro lado, no hay que olvidar que estas formaciones políticas surgen en una coyuntura mundial totalmente distinta a la que existía entonces y esa coyuntura imprime su sello al desarrollo de todos los países.

Mientras que en 1936 el fascismo, sostenido por las fuerzas del [31] imperialismo y de la reacción mundial, se encontraba en un período de auge, hoy está derrotado en el mundo y su ideología ha hecho bancarrota. En cambio se desarrolla y hace sentir su influencia en la arena internacional, el campo mundial del socialismo, que abarca ya a más de 900 millones de seres humanos y que obtiene victorias y éxitos extraordinarios en la construcción de una nueva forma de sociedad.

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La existencia del campo mundial del socialismo realza el papel de la clase obrera en cada país capitalista, su fuerza moral, su autoridad como clase llamada a realizar transformaciones históricas extraordinarias.

En los individuos más inteligentes de otras clases y capas sociales, hay un gran interés, una curiosidad, a veces plena de simpatía, hacia una clase que desempeña tal papel y a la cual está ligado el porvenir de la sociedad.

La clase obrera y las masas trabajadoras de España son cada vez más conscientes de su papel y de su fuerza. Las huelgas y luchas recientes de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa, Alava y Barcelona, como antes las huelgas y manifestaciones de la primavera de 1951, lo ponen de manifiesto.

Son justamente esas acciones de lucha de la clase obrera, de los estudiantes e intelectuales, de las masas populares en general, la palanca poderosa que acelera el desarrollo de los acontecimientos hacia nuevas conquistas democráticas, hacia la supresión de la dictadura del general Franco.

Y las nuevas formaciones políticas que se perfilan en España no pueden sustraerse al influjo de las nuevas corrientes que dominan este periodo de la historia.

Algunos pueden, quizá, preguntarse ante nuestros planteamientos: «¿Pero es posible que los comunistas sean sinceros cuando hablan de marchar juntos con fuerzas con las que social, ideológica y políticamente han estado enfrentados y de las que les separan tantas cosas? ¿Pueden ser sinceros cuando proponen la reconciliación nacional a fuerzas que les han perseguido?»

A quienes se interrogan así podemos contestarles que el Partido Comunista no orienta su política por reacciones frente a agravios, y mucho menos aún por incompatibilidades personales de sus dirigentes con los de otras fuerzas, como sucede con frecuencia en tantos partidos.

El Partido Comunista es un partido que establece su política sobre la base del análisis científico de una situación histórica dada y elabora su táctica y realiza alianzas en función de las tareas propias a esa situación, susceptibles de impulsar el desarrollo democrático, de hacer progresar al país y de mejorar la situación de la clase obrera y de las masas populares. [32]

Utilizando ese método, el Partido Comunista llega a las conclusiones que se establecen en este documento y propone alianzas, decidido a cumplir lealmente, una vez más, los compromisos que contraiga con otras fuerzas.

El camino para democratizar España, para poner fin a la dictadura del general Franco, sin guerra civil ni convulsiones violentas, quedará abierto si todas las formaciones políticas de izquierda y de derecha se pronuncian en favor de la reconciliación nacional de los españoles y aplican esta política en los hechos.

En vísperas del XX aniversario del comienzo de la guerra civil, el Partido Comunista de España se dirige a todas las fuerzas políticas llamándolas a deponer los odios y el espíritu de venqanza y a tenderse la mano para emprender la tarea de sacar a España de la difícil situación en que se halla.

Una parte de esas formaciones, por el peso que ejercen aún dentro de la actual situación –y nos referimos particularmente a demócratas cristianos y monárquicos– podrían impulsar grandemente la reconciliación de los españoles, tratando de conseguir una verdadera amnistía que cancele todas las causas judiciales de la guerra y del período posterior.

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El Partido Comunista considera que una verdadera amnistía, que permitiera el regreso de los exilados, sin discriminación ni vejaciones; la liberación de los presos políticos; la reconstrucción de decenas de miles de hogares deshechos y la reparación de las injusticias cometidas, allanaría el camino al entendimiento y crearía el terreno apropiado a la convivencia nacional, dando a los españoles las posibilidades de vivir libres del temor a la persecución y a la venganza.

El Partido Comunista considera que sobre esta base puede cancelarse el pasado. Ello significa que el Partido Comunista desea que se inicie una nueva etapa en la historia de nuestro país, donde no se persiga a los hombres por lo que fueron ayer; donde sean respetadas las opiniones políticas y convicciones religiosas; donde a los trabajadores se les asegure, además de una vida digna y humana, el derecho a tener sus propias organizaciones, que representen y defiendan sus intereses vitales.

Mientras siga la represión contra quienes combatimos en el campo republicano, mientras sigan presos o en el exilio, o en libertad vigilada cientos de miles de españoles, entre los que se hallan muchas de las más grandes figuras de la ciencia, la literatura y el arte nacionales, el espectro de la guerra civil seguirá rondando en nuestra patria.

El Partido Comunista estima que la desaparición de la dictadura del general Franco y el restablecimiento de las libertades democráticas, dando la posibilidad al pueblo de expresar su voluntad en elecciones libres, debe ser en esta etapa el objetivo fundamental de [33] todas las fuerzas nacionales y democráticas; considera que ese objetivo puede alcanzarse sin guerra civil y sin violencia, por medio de la acción unida de las masas populares y de los más amplios sectores sociales y políticos de la nación y del Estado.

Pero la lucha por la democracia en España es el conjunto de las acciones por ese objetivo fundamental y por una serie de objetivos parciales que hoy están ya planteados y que pueden extenderse y ampliarse más; acciones en las cuales se unen y agrupan las fuerzas democráticas, atrayendo a nuevos núcleos y sectores sociales, y conquistando posiciones cada vez más ventajosas para nuevos avances.

De acuerdo con esa concepción del camino a seguir, el Partido Comunista considera que en el momento actual, además de la lucha por las medidas ya propuestas en este documento, relativas a la política exterior y a los problemas económicos, las fuerzas de oposición deben luchar unidas por los siguientes objetivos:

1. Amplia amnistía que devuelva la libertad a los presos y permita la vuelta al país de todos los exilados políticos con plenas garantías.

2. Supresión de la censura para la prensa y otras publicaciones, para el cine y el teatro. Libertad de prensa y expresión, incluyendo la libertad de escribir y expresarse en los idiomas de las nacionalidades.

3. Funcionamiento democrático de los Sindicatos. Elecciones democráticas, por votación directa, de los enlaces y las secciones sociales. Elección de los dirigentes provinciales y nacionales en congresos celebrados sobre la base de la elección democrática de los delegados.

Supresión de la participación patronal en los sindicatos, que deben ser exclusivamente sindicatos obreros. Libertad para que los patronos creen sus propias organizaciones económicas al margen de los sindicatos.

4. Funcionamiento democrático de las Hermandades, comprendiendo la elección de sus dirigentes en la escala local, provincial y nacional.

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5. Respeto al fuero universitario. Reposición de los profesores y catedráticos represaliados. Libertad de cátedra. Libertad para que los estudiantes celebren su Congreso y resuelvan democráticamente sus problemas.

6. Supresión del sistema de Partido único. Libertad para la reorganización y funcionamiento de todos los partidos y organizaciones políticas.

Y por todo género de reivindicaciones de contenido democrático aunque sea parcial, que puedan contribuir al desarrollo de las fuerzas de la democracia.

El Partido Comunista está dispuesto a colaborar con todas las fuerzas que mantengan una actitud favorable a todos o algunos de estos puntos; a propiciar todo lo que signifique un paso adelante en la democratización de España, en la supresión de la dictadura.

El Partido Comunista considera que aun antes de la desaparición [34] de la dictadura es posible obtener resultados parciales en la aplicación de las medidas que se proponen en este documento, tanto en lo que se refiere a la política interior, como a la política exterior y a las reivindicaciones económicas.

El Partido Comunista apoyará a cualquier gobierno que dé pasos efectivos hacia la realización de una política de mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo, de paz, independencia nacional y restablecimiento de las libertades democráticas.

Comité Central del Partido Comunista de España

Junio de 1956.

(Transmitido por Radio España Independiente)

VI Congreso del Partido Comunista de España(28-31 de Enero de 1960)

Programa del Partido Comunista de España

El Programa del Partido Comunista de España define las aspiraciones inmediatas y los objetivos finales del Partido; presenta las soluciones de los comunistas a los problemas políticos y sociales, económicos y culturales del país.

Este Programa no es un conjunto de buenas intenciones sin base real, ni persigue simples fines de propaganda; es el fruto del estudio marxista-leninista de la realidad española y de las circunstancias internacionales que influyen en ella. El marxismo permite descubrir los procesos objetivos que tienen lugar en esa realidad social y fijar los fines del Partido en consonancia con esos procesos, es decir, sobre una base científica.

I

En los primeros decenios del siglo actual España se convirtió en un país de nivel capitalista medio, pero con fuertes supervivencias feudales en su economía y en su superestructura. El capital extranjero detentaba posiciones clave en la economía española, que colocaban a ésta en una situación dependiente. Ambos factores combinados constituían un gran obstáculo para el progreso del país, ya que se traducían en el estancamiento de la agricultura y de otros importantes sectores de la economía, en el bajo nivel de vida de la mayoría de la población y,

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por tanto, en la estrechez del mercado interior. En esas condiciones era vano todo intento de industrialización.

A la revolución democrático-burguesa que en 1931 derribó la Monarquía correspondía históricamente eliminar esos obstáculos y despejar el camino para el desarrollo capitalista de España dentro del marco político de una República parlamentaria. Pero contra esta perspectiva se confabularon la aristocracia terrateniente, el capital financiero español, que había alcanzado ya relativa importancia, y el capital monopolista extranjero. [4]

La debilidad de los gobernantes republicanos pequeño-burgueses y la política oportunista del Partido Socialista, a remolque de la burguesía liberal –política que impedía a la clase obrera desempeñar el papel dirigente en la revolución democrática, a lo que contribuía también la actitud del anarcosindicalismo– facilitaron la conspiración contra la República, que desembocó en el levantamiento fascista de julio de 1936 apoyado en la intervención armada de las dictaduras fascistas de Alemania e Italia, y propiciado por la intervención indirecta de los Gobiernos imperialistas de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Pese a esta coalición de la contrarrevolución interior y del imperialismo internacional, el pueblo español no se resignó a capitular y empuñó las armas en defensa de la democracia y de la independencia nacional. La duración y el heroísmo de la lucha armada del pueblo, en condiciones sumamente adversas, reflejaron hasta qué punto había madurado en las masas populares la conciencia de la necesidad histórica de liquidar las supervivencias feudales y la dependencia del imperialismo extranjero, la necesidad de un desarrollo democrático e independiente de España. La derrota de la República cerró transitoriamente ese camino, pero no representó la simple vuelta al precedente tipo de desarrollo capitalista.

En el capitalismo español de antes de la guerra civil el capital monopolista tropezaba con grandes obstáculos para su expansión. El mercado interior era muy reducido, por las razones antes expuestas –derivadas, en lo esencial, del compromiso entre el capital financiero y la aristocracia terrateniente–; por otra parte, el capital monopolista no disponía de más colonias que el pequeño protectorado marroquí y posesiones africanas de difícil explotación. El peso específico de la agricultura, de la industria ligera, en general de tipo medio y pequeño, y de la libre concurrencia, eran muy considerables. Este conjunto de circunstancias daba como resultado una renta nacional muy baja y un ritmo de acumulación capitalista sumamente lento.

Para el capital monopolista era indispensable forzar ese ritmo, acelerar el proceso de concentración y centralización del capital, y, en aquellas condiciones de España, esto sólo podía lograrlo mediante la intervención drástica del poder público, recurriendo al capitalismo monopolista de Estado. La dictadura de Primo de Rivera fue el primer intento en esa dirección, pero la revolución de 1931 vino a interrumpirlo. La derrota de la República, en 1939, permitió reanudarlo en escala mucho mayor.

El sistema llamado capitalismo monopolista de Estado significa la utilización a fondo del aparato estatal por los monopolios para intervenir la totalidad de la vida económica y política y asegurar a todo trance los altos beneficios del capital monopolista. Para conseguir esos fines no vacila en recurrir a medios ilegales, a la corrupción y la violencia, al terror y la guerra. En España, la instauración de la dictadura fascista y el estado de agotamiento en que quedaron las fuerzas obreras y democráticas, desangradas y desorganizadas por la derrota militar y la salvaje represión que la siguió, despejaron el camino a la oligarquía financiera permitiéndole aplicar ese sistema en sus formas más perjudiciales para las [5] masas trabajadoras y las capas medias. Los principales procedimientos empleados en España por el capital monopolista, valiéndose del Estado fascista, han sido los siguientes:

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En primer lugar, extremar la explotación de la clase obrera con las formas más reaccionarias e inhumanas; reducir su salario real al más bajo nivel de Europa; introducir diversos métodos, en particular complicadas formas de pago, para obligar al obrero a intensificar su esfuerzo físico y a producir más con un utillaje anticuado; prolongar la jornada de trabajo hasta diez, doce y más horas en los períodos de coyuntura económica favorable; dejar reducidos a los obreros a un salario base de hambre mediante la supresión de las horas extraordinarias, las primas y otras bonificaciones en los períodos de crisis, o lanzarlos al paro y a la miseria.

En segundo lugar, esquilmar a los campesinos mediante el envilecimiento de los precios agrícolas pagados al productor, la intervención en la comercialización de los productos del campo, tanto en el mercado interior como en el exterior, el crédito usurario, las múltiples cargas fiscales, los arriendos leoninos, &c. Y mientras se aceleraba, por éstos y otros medios, el proceso de expropiación de las masas campesinas y de concentración de la propiedad agraria, forzando el desarrollo capitalista en el campo por el camino más penoso para los campesinos, se protegía a los latifundistas absentistas, que iban transformándose cada vez más en financieros y monopolistas, sin dejar de ser aristócratas y terratenientes. A través de este proceso, la tela de araña del capital financiero se extendió a la totalidad del agro, sometiendo a su explotación no sólo a los campesinos pobres y medios, sino también a los ricos.

En tercer lugar, estrujar a las pequeñas y medias empresas industriales y comerciales recurriendo a la intervención de los precios, la distribución de las materias primas, el control del comercio exterior y del crédito, el aumento de los impuestos y otros procedimientos que, al mismo tiempo que permitían a la oligarquía financiera apropiarse una parte de los beneficios de esas empresas, forzaba la concentración monopolista en la industria y en el comercio. Víctimas de esos procedimientos, innumerables empresas pequeñas y medias han sido liquidadas y otras se han transformado en simples apéndices de los monopolios.

En cuarto lugar, condenar a un bajísimo nivel de vida a la gran masa de los funcionarios y empleados, maestros, médicos, profesionales de todo tipo e inclusive a parte considerable de los miembros de la Magistratura, de las Fuerzas Armadas y de Orden Público.

Finalmente, como uno de los métodos más importantes, que ha acompañado inseparablemente a los anteriores, la inflación, con sus efectos de carestía crónica, de desvalorización continua de los ingresos de los obreros y campesinos y de los beneficios de la burguesía no monopolista. Cuando la evolución económica, nacional e internacional, ha hecho imposible continuar recurriendo a la inflación sistemática y en gran escala, la devaluación y la «austeridad» se han encargado de perseguir, con otros medios, idénticos fines.

Así acumuló el capital monopolista los recursos que habría de invertir en sus empresas o en las empresas estatales que controlaba [6] directa o indirectamente; así financió el mercado estatal –en el que los pedidos bélicos ocupan lugar preferente– encargado de garantizar a las empresas de la oligarquía la colocación ventajosa de una parte de su producción. Así se han realizado a través de los procedimientos sumariamente enumerados, cambios radicales en la distribución de la riqueza y de la renta nacional, pero no a favor de los más débiles, como prometió el franquismo, sino de los más fuertes, de la oligarquía financiera.

Ese desarrollo forzado del capitalismo monopolista, utilizando a fondo la palanca estatal, es lo que Franco y los panegiristas de la dictadura presentan como «revolución nacional» y «justicia social», como «industrialización» de España y «dirección y planificación de la economía», como plasmación de otros ideales no menos sonoros.

Pero la realidad es que España no ha dado ningún paso importante para liquidar su retraso crónico. Hoy, como hace veinte años, la mayor parte del equipo industrial tiene que seguir importándose del extranjero, dependiendo de las oscilaciones de las cosechas. España no sólo

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ha quedado muy rezagada respecto a los países que han pasado al socialismo –la mayoría de los cuales estaban menos desarrollados cuando iniciaron su transformación–, no sólo se ha hecho mayor su atraso en relación con los países capitalistas más avanzados, sino que incluso países recién salidos del yugo colonial progresan a un ritmo mayor que el de España.

La verdad estricta es que la dictadura de Franco no se propuso en ningún momento sacar a España de su atraso secular. Su móvil ha sido siempre asegurar a los monopolios la obtención de los máximos beneficios explotando a la clase obrera, expoliando a los campesinos y a las capas medias. Otro móvil ha sido reforzar el potencial militar del país, según los planes estratégicos del Pentágono, con el designio de preparar la guerra contra los países socialistas. A eso y sólo a eso se han reducido sus móviles. El relativo desarrollo industrial que haya podido lograrse en algunos casos es una consecuencia y no un fin. La retórica acerca de la «industrialización» no tenía otra finalidad que revestir con colores patrióticos los más sórdidos intereses.

Los cambios operados en 1959 en la política económica de la dictadura equivalen al reconocimiento oficial del fracaso de la línea de «industrialización», a la confesión de que por ese camino el país iba a la catástrofe económica. Sin embargo, la verdadera industrialización de España es más necesaria y urgente que nunca, pero no podrá llevarse a cabo mientras sea el capital monopolista quien dicte despóticamente su ley en la economía y en la política españolas.

En otros países, merced al más temprano y rápido desarrollo capitalista –determinado por el triunfo de las revoluciones burguesas– y a la colonización de otros pueblos, el capitalismo monopolista encontró amplia base para su expansión, y, durante cierto período, una parte considerable de la sociedad en las metrópolis, incluyendo algunos sectores de la clase obrera, se benefició con las migajas de la explotación colonial. [7]

En España, el capital monopolista tropezó con las desfavorables condiciones antes indicadas. Cuando, por fin, después de haber encontrado en la dictadura franquista el instrumento que necesitaba, intentó apartar, a su manera, los obstáculos que impedían su expansión, halló un mundo muy distinto al que había soñado en 1936, al emprender la guerra contra el pueblo. En vez de la victoria de la coalición hitleriana, con la que esperaba abrirse camino a la expansión colonial en Africa y en América del Sur, se encontró con el derrumbamiento del sistema colonial del imperialismo; en vez de un sistema capitalista que, destruida la Unión Soviética, dominara de nuevo sin restricción sobre el orbe, se vio en un mundo capitalista debilitado, constreñido, en el que la encarnizada competencia intermonopolista hacía más ilusorias que nunca las esperanzas expansionistas del enclenque imperialismo español. Y ante éste no quedó otra salida que la que ha seguido: hacer de España misma su colonia, realizar a costa de las generaciones españolas que viven en el mundo del siglo XX, ya mediado, una acumulación capitalista que recuerda por su brutalidad e inhumanidad algunos rasgos de la «acumulación primitiva» realizada por el capital, en otros países, siglos atrás, a costa de los campesinos y de los pueblos coloniales.

Así es como el capital monopolista pudo, durante algún tiempo, no sólo acumular e invertir capital en los sectores susceptibles de rendirle mayor beneficio, sino desarrollar cierto mercado en la esfera de los bienes de producción, valiéndose de los recursos del Estado, y de que la gran producción industrial capitalista crea ella misma, hasta cierto límite, su propio mercado.

Otros factores contribuyeron también, transitoriamente, a ampliar el mercado, incluso el de artículos de consumo: las destrucciones causadas por la guerra civil, las necesidades congeladas por ésta y por la guerra mundial, la incorporación a la industria, como asalariados, de una masa importante de obreros agrícolas y campesinos pobres que antes se abastecían principalmente de su economía natural; y el crecimiento demográfico.

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Pero los efectos de estos factores ampliativos del mercado se vieron contrarrestados poco a poco y, finalmente, rebasados por las consecuencias que para el nivel de vida de los trabajadores y de las capas medias tenían los métodos de acumulación empleados; por la persistencia del estancamiento agrícola, derivado de las supervivencias feudales no liquidadas, y por la acentuación de la dependencia del capital monopolista extranjero, principalmente del norteamericano.

De esa manera, el crecimiento de la capacidad productiva en una serie de ramas, aunque insuficiente para industrializar el país, fue, sin embargo, lo bastante grande para chocar de nuevo, como en las décadas anteriores a la guerra civil, si bien en grado mucho mayor, con la estrechez del mercado interior y la falta de mercados exteriores.

Por tanto, la causa inmediata de la grave crisis que en 1959 se hizo del todo evidente, no es que en España se consumiera demasiado, como decían las explicaciones oficiales, sino que se consumía demasiado poco, aunque esta realidad apareciera invertida, [8] mistificada, por los efectos de la inflación. Y las motivaciones profundas residen en la naturaleza misma del sistema económico-social, cuyo rasgo más característico, como se deduce del análisis precedente, es que sobre la frágil base de una economía atrasada, con grandes supervivencias feudales, como sigue siendo la economía española, se ha erigido una enorme, rapaz y onerosa estructura monopolista.

Además de los efectos económico-sociales directos enumerados, ese sistema, sobre todo en las condiciones de la dictadura franquista, ha llevado a la creación de un enorme aparato burocrático, para regimentar y controlar la vida económica y política del país, así como al mantenimiento de una gran máquina militar y represiva. La enorme carga financiera que todo ello representa, incrementada por las obligaciones militares contraídas en los pactos con Estados Unidos, contribuye en medida considerable a obstruir toda vía de progreso económico.

Por otro lado, desde el momento en que para triunfar sobre el competidor hace falta contar con gran influencia sobre los órganos del Poder, el sistema del capitalismo monopolista de Estado significa el imperio de la corrupción en todas sus manifestaciones; el soborno de los ministros y de otros funcionarios, la contabilidad falsa, el fraude y las maquinaciones financieras se convierten en norma de la vida económica. Los escándalos que han jalonado la existencia del franquismo no son otra cosa que el pálido reflejo de esa situación, anclada en la naturaleza misma del sistema. Además de la descomposición moral que ello irradia a toda la vida nacional, entraña el despilfarro de grandes recursos y es un freno considerable para el progreso técnico, puesto que los beneficios de las empresas dependen más de su capacidad de maniobra en el engranaje de la corrupción imperante, que de la renovación del equipo técnico o de la mejor organización del trabajo.

A los factores expuestos, suficientes por sí solos para cerrar el camino a la industrialización de España, se agrega la imposibilidad de toda verdadera dirección y planificación de la economía. Dirección y planificación implican subordinación de los intereses privados al interés nacional, mientras que la intervención del Estado franquista supone sacrificar a los monopolios los intereses nacionales y sus principales representantes, los trabajadores, creadores directos de todas las riquezas.

Ni siquiera al precio de este sacrificio es posible la planificación de la economía porque el capitalismo monopolista de Estado, si bien liquida, en lo fundamental, la libre concurrencia, no pone fin a la concurrencia en general, sino que, por el contrario, la hace más enconada. Entre los monopolios y las empresas no monopolistas, y entre los mismos grupos y empresas monopolistas se libra una encarnizada lucha por el control del mercado, de las materias primas, de los resortes estatales. En cada momento, según quien domina en esa contienda, la «dirección» y la «planificación» tienen lugar en su beneficio. La consecuencia, en este sentido,

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es hacer aún más caótica la anarquía típica del capitalismo, cuya raíz está en la propiedad privada de los medios de producción. Ese conjunto de factores, al actuar en el marco de la débil economía española, ha originado las agudas deformaciones y desequilibrios, [9] las crisis de superproducción y las convulsiones financieras, las crisis agrarias y comerciales que han ido produciéndose a lo largo del período franquista.

Pero, al forzar el proceso de concentración y centralización de la producción y del capital, al someter a la intervención y control del Estado toda la vida económica del país, el capital monopolista ha acentuado considerablemente el carácter social de la producción. El proceso productivo y distributivo aparece cada día más estrechamente unificado y controlado por el capital financiero. Y todo nuevo intento, por uno u otro medio, dirigido a acelerar el proceso de centralización y concentración –el «plan de estabilización» es uno de ellos– reforzará ese carácter social de la producción que, objetivamente, exige planificación y dirección, y por tanto entra en conflicto cada vez más agudo con el carácter privado, capitalista, de la apropiación, generador de la anarquía que imposibilita dicha planificación.

De este modo, la dictadura fascista de la oligarquía financiera que, según los ideólogos franquistas, iba a superar las contradicciones del capitalismo y a liquidar la lucha de clases, ha llevado en realidad a una profundización, sin precedentes en España, de la contradicción principal del capitalismo puesta al descubierto por el marxismo: la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación. Ello ha tenido como consecuencia la exacerbación de los conflictos y contrastes que se derivan de esa contradicción principal: la concentración de la riqueza en un polo y de la miseria en otro; el conflicto entre la ampliación de la capacidad productiva del país y la insuficiencia del mercado, limitado por la baja capacidad adquisitiva de las masas, las crisis económicas, &c.

Aunque las fuerzas productivas en España estén menos desarrolladas que en otros países capitalistas, chocan más radicalmente con las supervivencias feudales y el atraso general de la economía española, lo que hace más virulentos las contradicciones y conflictos engendrados por el capitalismo monopolista, agudizando la necesidad objetiva de que los instrumentos básicos de producción, hoy en manos de los monopolios, pasen a ser propiedad de todo el pueblo; es decir, la necesidad objetiva de la transformación socialista de la sociedad española.

Ese conjunto de contradicciones hace que, en la etapa actual, la contradicción que se sitúa en el primer plano de la realidad económico-social, como se deduce de todo el precedente análisis, es la que opone los intereses de la oligarquía financiera y terrateniente, monopolista, a los intereses económicos de las clases y capas sociales explotadas y expoliadas por aquélla, desde el proletariado a la burguesía no monopolista. Esta contradicción ha llegado a un punto crítico en el momento en que ve la luz el presente Programa y exige medidas que permitan superar, sin sacrificar al pueblo, la crisis actual, que no es sólo una crisis cíclica de superproducción, sino una crisis de estructura.

Si, como hemos visto, la ampliación –dentro de su persistente atraso– del potencial productivo ha chocado con la insuficiencia del mercado, la solución no puede ser, como pretende la oligarquía [10] monopolista, destruir parte del aparato productivo, para que la parte restante, perfeccionándose, sea colocada en condiciones de competir en el mercado interior y exterior con los monopolios extranjeros. Semejante «solución» entraña para los trabajadores el paro y salarios de hambre, y para multitud de pequeños y medios industriales, comerciantes, artesanos y campesinos, la ruina y la proletarización. Pero, además, dado el atraso técnico de la producción española y la dominación de los grandes trusts internacionales en el mercado exterior, es ilusorio pensar que la generalidad de las empresas españolas supervivientes del «saneamiento» podrían conquistar «un puesto bajo el sol» de alguna importancia; en el mejor de los casos, su destino sería convertirse en apéndice de los trusts internacionales que

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ampliarían considerablemente su penetración en la economía española. En definitiva, incluso el insuficiente desarrollo industrial de los años pasados sería frenado y sustituido por una tendencia a la agrarización y a acentuar la colonización de España en beneficio del capitalismo monopolista internacional.

Frente a esa orientación de la oligarquía financiera, la única solución que corresponde a los intereses nacionales, coincidentes con los intereses de los trabajadores y de la burguesía no monopolista, es la ampliación del mercado interior y el acceso a nuevos mercados exteriores no dominados por los monopolios. Para conseguirlo es preciso la elevación del poder adquisitivo de los obreros y de las capas medias, el desarrollo de la agricultura y una industrialización inspirada en las necesidades reales del país.

Esto, a su vez, no puede lograrse sin la liquidación de las supervivencias feudales, la limitación del poder de los monopolios y una política de coexistencia pacífica y de relaciones económicas y culturales con los países socialistas.

II

El obstáculo esencial para que esas necesidades objetivas de la sociedad española se abran paso, para que puedan realizarse las medidas y reformas que exige la crisis del actual sistema económico-social, es el poder político de la oligarquía financiera, el Estado fascista del general Franco.

Pero al mismo tiempo que ha creado las condiciones materiales, económicas, que exigen su desaparición, la dictadura fascista del capital monopolista ha desarrollado también las fuerzas sociales llamadas a realizar esa necesidad histórica.

Para asegurar la dominación absoluta de la oligarquía financiera, la dictadura fascista de Franco tuvo que recurrir desde el primer momento al terror más bárbaro que recuerda la historia de España; hubo de abolir todas las libertades fundamentales, incluidas las libertades autonómicas, y no sólo poner fuera de la ley a los sindicatos y partidos obreros y democráticos, sino incluso suprimir la existencia independiente de los partidos políticos que de manera más peculiar representaban a los grupos conservadores tradicionales. [11]

La retórica falangista sobre la «democracia orgánica basada en las instituciones naturales» –puesta en circulación, sobre todo, después que el hundimiento de las principales potencias fascistas aconsejó dejar de llamar a las cosas por su nombre–, la escenificación teatral de las Cortes y de otros institutos del régimen, son la simple envoltura demagógica de la fría regimentación de toda la sociedad en el encasillado de la organización corporativa, bajo el mando arbitrario y despótico de los jerarcas, designados desde arriba y flanqueados por la máquina policíaca de la dictadura.

Este régimen policíaco y terrorista ha ido acompañado en lo cultural por el imperio del oscurantismo, la vuelta a la milagrería medieval, la supeditación de la ciencia a los dogmas teológicos, la degeneración de todo el sistema de enseñanza, desde la escuela a la universidad, la decadencia de la investigación científica y el atraso técnico, el exilio forzoso o voluntario de muchos de los mejores valores de la Ciencia y la Cultura nacionales.

La misma debilidad interior que obligó a erigir el terror policíaco en norma de gobierno, obligó también al régimen franquista a convertir el vasallaje respecto a la potencia imperialista dominante en norma de su política exterior; primero fue Alemania, luego Estados Unidos. Y así la retórica imperial se tradujo en la subordinación servil a la potencia que en 1898 hizo la guerra a España para apropiarse los últimos restos del viejo imperio español. Además de remachar la dependencia con respecto al capital monopolista internacional –dependencia que se profundizaría si llegara a consumarse la integración en las uniones monopolistas de la Europa

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Occidental–, esa política exterior ha transformado España en una base atómica del Estado Mayor norteamericano, con evidente menoscabo de la soberanía nacional y grave riesgo para la seguridad del país.

Pero esa política de terror, de opresión, de oscurantismo, de claudicación nacional, acompañada siempre de la más cínica demagogia, si bien ha permitido a la dictadura de Franco prolongar su dominación, ha engendrado y acumulado contra ella un enorme potencial revolucionario.

El pueblo español no podía resignarse y no se ha resignado jamás a la esclavitud fascista. El pueblo que dio al mundo los ejemplos de la Guerra de Independencia y de la revolución liberal de comienzos del siglo XIX; que a lo largo de éste tomó varias veces las armas en las guerras civiles y en las barricadas en defensa de la libertad; que en 1873 proclamó la primera República, en 1917 intentó de nuevo derribar la Monarquía y en 1931 lo logró, instaurando la segunda República; que durante cinco años luchó por afianzar el régimen democrático frente a la contrarrevolución fascista y en 1936 no vaciló en recurrir a las armas para defender la República y la independencia nacional, escribiendo durante tres años las páginas más gloriosas de la historia contemporánea de España, este pueblo no podía avenirse a vivir bajo la dictadura fascista.

Desangrado por cien heridas –un millón de muertos en la guerra civil, medio millón de exiliados, decenas de miles de presos, fusilados, torturados, asesinados– el pueblo español sufrió años de [12] agotamiento y postración pero poco a poco fue recuperando sus fuerzas y la confianza en ellas. Las luchas guerrilleras de los primeros años, prolongación de la guerra civil y expresión española de la guerra mundial antifascista; los movimientos de masas que se iniciaron después; la hábil utilización de las posibilidades y organizaciones legales, combinada con la acción clandestina; las huelgas económicas y las jornadas nacionales de protesta; las huelgas políticas, han ido jalonando el despertar combativo del pueblo español, de nuevo en pie, en marcha hacia la libertad.

Al mismo tiempo, los cambios históricos operados en la situación internacional; la correlación de fuerzas cada día más favorable al campo del socialismo, a los pueblos que se liberan del yugo colonial y a los defensores de la paz y la democracia en el mundo entero, representan una ayuda creciente a la lucha del pueblo español contra la dictadura fascista.

Durante un período, el franquismo contó con cierto apoyo o con la neutralidad de sectores de las clases medias, urbanas y rurales, que se dejaron seducir por las promesas y atemorizar por la aparente fortaleza de la dictadura. Pero poco a poco dichos sectores fueron comprobando que el franquismo hacía la política más conveniente para los intereses del capital monopolista y de la aristocracia terrateniente. Al mismo tiempo fueron percatándose de que la dictadura no era tan fuerte como parecía. La naturaleza de clase del régimen franquista, su debilidad interna, se fueron haciendo más evidentes.

El proceso más arriba descrito, de expansión del capital monopolista a costa de la reforzada explotación de la clase obrera y de la expoliación de las capas medias, campesinas y urbanas; a costa también de los intereses de la burguesía no monopolista, tuvo repercusiones cada vez más netas en la conciencia de las clases y sectores sociales lesionados, traduciéndose en hostilidad política contra la dictadura. Los métodos despóticos, arbitrarios y terroristas de ésta chocaban cada vez más con la repulsa de la gran mayoría de la población y, al mismo tiempo, se mellaban, no sólo porque el pueblo perdía el miedo, sino porque el ambiente general antifranquista contagiaba a los mismos órganos represivos del Estado.

La inmensa mayoría de los que habían combatido junto a Franco no por eso resultaban menos perjudicados por los monopolios y aprendían en la realidad cotidiana que los que habían

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ganado la guerra no eran ellos, sino los grandes capitalistas y la aristocracia terrateniente. Fueron restañándose las heridas y relegándose al olvido los odios abiertos por la guerra civil entre sectores del pueblo, debido a que una parte de éste, engañada o forzada, sirvió de instrumento al franquismo para la lucha contra la otra parte.

Lo esencial, para cada uno, pasó a ser su posición social frente a los monopolios, y no el bando en que combatiera durante la guerra civil. A este proceso contribuyó poderosamente el papel creciente desempeñado en la sociedad por las jóvenes generaciones no participantes en la guerra, que han llegado a constituir la parte más activa, política y socialmente, del pueblo. Para estas generaciones es más fácil ver la guerra civil como un hecho histórico y [13] percibir que hoy la divisoria de la sociedad española no pasa por las trincheras de la guerra, sino entre la oligarquía monopolista y el resto de la población.

A medida que se hacía más pesado el yugo de la oligarquía monopolista en el terreno económico-social, a las distintas clases y grupos sociales les resultaba más insoportable la opresión política, la privación de libertades, y más apremiante la necesidad de disponer de organizaciones políticas y profesionales propias para defender sus intereses.

El sentimiento nacional y la aspiración de recobrar las libertades autonómicas perdidas fue renaciendo en Cataluña, Euzkadi y Galicia frente a la opresión del ultracentralista y burocrático Estado franquista.

En el curso de todo ese proceso iba cristalizando en la conciencia de muchos españoles, como reacción frente a siglo y medio de incesantes guerras civiles, la imperiosa necesidad nacional de instaurar un régimen de convivencia cívica que abriese cauce, sin nuevos baños de sangre, al renacimiento de España.

En resumen: antes hemos visto cómo en la base económica de la sociedad española la dominación del capital monopolista y de la aristocracia terrateniente ha entrado en profunda contradicción con las exigencias del desarrollo de las fuerzas productivas. Ahora vemos cómo esa contradicción ha ido reflejándose, en distintas formas, en la conciencia de vastos sectores, y repercutiendo en el terreno político. Así se ha situado en el primer plano, no sólo de la economía, sino de la conciencia de las masas y de la lucha política, la contradicción que divide a la España de hoy en dos campos opuestos:

A un lado, la oligarquía financiera, monopolista, que incluye a la aristocracia terrateniente absentista, con su instrumento de Poder, la dictadura fascista del general Franco.

Al otro, la inmensa mayoría de los españoles: obreros industriales y agrícolas; campesinos medios, pobres y ricos; burgueses pequeños y medios de la industria y del comercio; intelectuales, funcionarios, &c.

Subsisten en este segundo campo las contradicciones, antagónicas por su esencia de clase, entre proletariado y burguesía no monopolista, entre obreros agrícolas y campesinos ricos, pero los intereses comunes engendrados por la opresión del capital monopolista se adelantan al primer plano en la etapa actual, y dictan la necesidad de un compromiso político para la lucha común contra la dictadura del general Franco que abra el camino a un régimen democrático, de convivencia civil, en cuyo marco se inicie la recuperación económica y cultural de España.

Las mismas contradicciones básicas que han hecho nacer y desarrollarse las tendencias a la reconciliación nacional de signo democrático, han determinado la descomposición de las fuerzas sociales y políticas de la dictadura. Son dos aspectos de un mismo proceso. [14]

Falange murió como partido de masas –sin haberlas tenido nunca en abundancia– y quedó reducida a un esqueleto burocrático, carcomido por luchas de capillas y personas. Los intentos

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de vitalizar el «movimiento» han fracasado sin remisión. La sorda lucha entre el OPUS, los restos del naufragio falangista, la fracción monárquica franquista, los ultras católicos y el carlismo, tal es la desgarrada realidad de ese «movimiento» que Franco trata, vanamente, de recomponer. Esta descomposición política de la dictadura tiene manifestaciones cada día más profundas en las instituciones que han sido su soporte esencial : la Iglesia, el Ejército y los órganos de represión.

Para defenderse, la dictadura, auxiliada en esta tarea por los servicios propagandísticos, diplomáticos y secretos de las potencias imperialistas que la protegen, concentra sus esfuerzos en impedir por todos los medios que cristalicen y adquieran expresión política concreta las tendencias objetivas de reconciliación nacional, antifranquista y democrática. Y el recurso principal de que se vale es fomentar el anticomunismo en las filas de los partidos y organizaciones de la oposición, agitar el falso dilema de: «Franco o comunismo».

La política de reconciliación nacional del Partido Comunista se apoya en las indicadas tendencias objetivas que impulsan el entendimiento de todas las fuerzas de oposición y determinan la creciente descomposición del franquismo. La finalidad esencial de esta política es facilitar la unidad y la acción común del máximo posible de fuerzas contra la dictadura; aprovechar todas las disensiones y fisuras que se manifiestan entre los elementos franquistas. Con esta táctica el Partido Comunista trata de lograr la liquidación de la dictadura y el tránsito a la democracia de la manera más pacífica posible, con el menor quebranto para el pueblo.

En el conjunto de fuerzas sociales que luchan por la democracia la principal es la clase obrera, a la que el mismo proceso de concentración del capital fortalece numéricamente y ayuda a organizarse, concentrándola en grandes empresas, mientras que las clases y grupos sociales intermedios entre ella y la oligarquía monopolista, sufren un constante proceso de disgregación. La clase obrera es, además, la más consecuente en la lucha por la democracia, porque tanto para defender sus intereses inmediatos de clase, como para cumplir su misión histórica –la transformación socialista de la sociedad– le conviene el desarrollo ininterrumpido de la democracia hasta que maduren las condiciones para el paso de la democracia burguesa a la democracia socialista. En cambio, las fuerzas burguesas y pequeño-burguesas interesadas en la democracia son esencialmente vacilantes cuando se trata de instaurarla y de defenderla, como lo demuestra una larga experiencia histórica y, en particular, la experiencia de la segunda República española. Por otra parte, coincidiendo sus intereses como clase con las tendencias objetivas del desarrollo histórico, la clase obrera es la única que puede dar a su lucha un fundamento científico, la única capaz de utilizar plenamente las posibilidades de previsión que proporciona la ciencia marxista-leninista.

Por las razones expuestas, la clase obrera es la fuerza más cohesionada, más organizada, más revolucionaria, en mejores condiciones objetivas para dirigir la lucha de todo el pueblo por la [15] transformación democrática de España. De ahí se deriva el papel de vanguardia que corresponde al Partido Comunista, como partido de la clase obrera, papel que la práctica de la lucha social y política en la España actual ratifica a cada paso.

Por su número y por el peso específico de la agricultura en la economía española, los campesinos constituyen, después de la clase obrera, la fuerza social más importante de la revolución. La explotación de que son objeto por parte de los terratenientes y del capital monopolista hace de los campesinos pobres y medios los aliados más próximos de la clase obrera. Sin ellos no es posible la victoria de la democracia hoy, ni del socialismo mañana.

Tienen asimismo gran importancia como aliados de la clase obrera las capas medias urbanas que sufren también la opresión de la oligarquía financiera y, en particular, la intelectualidad que, en la medida en que es consciente de su misión al lado del pueblo, está llamada a desempeñar un papel ideológico y político de primer orden.

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Por eso en el Partido Comunista se agrupan no sólo las fuerzas más avanzadas de la clase obrera, sino también de la intelectualidad, de los campesinos y de las capas medias. Y en el Programa del Partido Comunista no se incluyen solamente las reivindicaciones obreras, sino además las reivindicaciones específicas de esas clases y grupos sociales en los que la clase obrera ve sus aliados naturales.

El precedente análisis del desarrollo de la sociedad española lleva a la conclusión de que bajo la dictadura fascista del capital monopolista se han ahondado considerablemente las contradicciones objetivas generadoras de la revolución española, que las clases reaccionarias creyeron haber enterrado para siempre en 1939, y que, paralelamente, han madurado las fuerzas sociales históricamente llamadas a llevarla a cabo. De ese análisis se deduce, asimismo, que la revolución española pasará por dos etapas fundamentales:

La primera, la etapa actual, en la que la revolución tiene un carácter antifeudal y antimonopolista, y en la que se propone, como objetivos fundamentales, la liquidación de las supervivencias feudales y la limitación del poder de los monopolios, la instauración y el fortalecimiento de un régimen democrático, la defensa de la independencia nacional y de la paz.

La segunda, en la que se convierte en revolución socialista, proponiéndose la transformación socialista de la sociedad –resolviendo, de paso, las tareas que queden pendientes de la primera etapa– y, posteriormente, la transición gradual del socialismo a su fase superior, la sociedad comunista.

De acuerdo con esas etapas, el Partido Comunista divide su Programa en dos partes:

I. – Objetivos inmediatos y próximos.

II. – Objetivos finales.

Objetivos inmediatos y próximos

I

El objetivo inmediato del Partido Comunista de España es acabar con la dictadura fascista del general Franco y abrir cauce al desarrollo democrático del país.

Con este fin, el Partido Comunista está dispuesto a hacer las concesiones necesarias –que no impliquen dejación de sus principios– para lograr, de una u otra forma, el entendimiento de todas las fuerzas antifranquistas de derecha e izquierda.

El Partido Comunista considera que la base de todo acuerdo o pacto entre las fuerzas antifranquistas debe ser un programa mínimo en el que, a su entender, deberían figurar los siguientes puntos :

1. Desarrollo de la lucha unida contra la dictadura, hasta conseguir su derrocamiento por medio de la huelga nacional pacífica.

2. Restablecimiento de todas las libertades democráticas, sin discriminaciones de ninguna clase.

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3. Amnistía general para los presos y exiliados políticos, extensiva a todas las responsabilidades derivadas de la guerra civil, en ambos bandos contendientes. Abolición de la pena de muerte.

4. Mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros, campesinos, empleados, funcionarios, y de las masas populares en general.

5. Política exterior favorable a la coexistencia pacífica.

6. Elecciones constituyentes con plenas garantías democráticas, para que el pueblo español pueda escoger libremente el régimen de su preferencia.

El Partido Comunista no concibe estos puntos como una posición cerrada, sino como una base de discusión, abierta a otras sugestiones y sometida a las contingencias que puedan presentarse en la evolución de la situación política.

El Partido Comunista apoyaría a todo gobierno de transición –formando parte de él o desde fuera– que se comprometiese a realizar una política inspirada en el programa más arriba enunciado. [18]

II

Una vez derrocada la dictadura del general Franco, y en el proceso del establecimiento y desarrollo de un régimen democrático, el Partido Comunista defenderá una política cuyas líneas generales quedan definidas por los puntos que se exponen a continuación, susceptibles de modificaciones concretas, a tono con los cambios que se produzcan en la situación.

Política Internacional

El Partido Comunista luchará consecuentemente por la paz y el desarme, por la coexistencia pacífica y las relaciones fructíferas entre los Estados, independientemente de su régimen social y político, por la independencia y la seguridad de España. Movilizará a las masas populares por dichos postulados y tratará de que éstos sirvan de base a la política exterior del Estado.

Por considerarlos fundamentales en esa orientación general, el Partido Comunista propugnará:

— La renuncia solemne de España a la guerra como instrumento de política exterior y su oposición a participar en todo bloque o alianza militar.

— Una actuación consecuente de España en los organismos y conferencias internacionales en favor del desarme general, apoyando todo paso dado en esa dirección, y en particular la prohibición de las pruebas de armas de destrucción masiva y la abolición de éstas.

— El restablecimiento de las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con los países socialistas y otros no socialistas con los cuales no existen en la actualidad.

— La revisión de los tratados de 1953 con Estados Unidos a fin de suprimir las bases norteamericanas en España y derogar todas las cláusulas militares o de otra índole que entrañen merma de su soberanía, peligro para su seguridad o detrimento para su economía, estableciendo las relaciones entre ambos Estados sobre la base del respeto mutuo de la independencia y soberanía nacionales, de la no injerencia en los asuntos internos y del mutuo beneficio. Oposición a la instalación de rampas de lanzamiento de cohetes balísticos en el territorio español.

— El fiel cumplimiento por España de los acuerdos con Marruecos y la solución de los problemas pendientes en el espíritu del respeto a la soberanía e independencia nacionales del Estado marroquí, de la no injerencia en sus asuntos internos y del reconocimiento de la integridad territorial de Marruecos de acuerdo con su pasado histórico. Establecimiento de estrechas y amistosas relaciones entre ambos Estados y en general con los países del Mogreb

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para la defensa común contra el imperialismo y el fomento de la cooperación económica y cultural. [19]

— La solidaridad con todos los pueblos liberados del yugo colonial o que luchen por su liberación y, en especial, pleno apoyo a los pueblos que en diversos territorios africanos sufren aún la opresión del colonialismo español y aspiran a su independencia.

— La anulación del Pacto Ibérico y el estrechamiento de las relaciones fraternales con el pueblo portugués en la lucha común por la democracia.

— La liquidación de las últimas secuelas en Europa de la segunda guerra mundial, mediante la conclusión del tratado de paz con los dos Estados alemanes, solución del problema de Berlín Oeste y lucha contra el restablecimiento del militarismo alemán.

— Una política de estrecha amistad y colaboración política, económica y cultural con los pueblos hermanos de Latino-América. que luchan por la independencia nacional, la democracia y el progreso.

— El desarrollo del comercio exterior sin discriminaciones, sobre la base del mutuo beneficio. Aprovechamiento, en este sentido, de las grandes posibilidades que ofrece el comercio con los países socialistas, en cuyos mercados puede España colocar gran parte de su producción agrícola, textil, minera, manufacturada, &c., y adquirir maquinaria, combustibles y materias primas.

— Que en relación con la posibilidad de obtener asistencias extranjeras para acelerar el desarrollo económico nacional, se gestionen los empréstitos, créditos, y ayuda técnica que, desprovistos de cláusulas políticas y militares, sean ventajosos para España, independientemente del régimen social o político del país que los ofrezca. En cuanto a las inversiones de capitales privados se facilitarán las que no perjudiquen a la industria nacional, sino que, por el contrario, contribuyan a desarrollarla. Oposición a todo intento del capital monopolista internacional de sojuzgar económica y políticamente a nuestro país.

— Que España no sea integrada en los organismos auspiciados por los monopolios europeos y norteamericanos, tales como el Mercado Común y la Asociación de Libre Cambio, porque tal integración ocasionaría graves perjuicios a la economía española y acentuaría su dependencia. El Partido Comunista considera que el progreso de los pueblos europeos occidentales no puede verse separadamente y en lucha contra los otros pueblos del Centro y Este de Europa, sino dentro del marco de la colaboración económica, cultural y política cada vez más estrecha entre todos los pueblos del continente.

Política interior

En el terreno de la política interior, el Partido Comunista aplicará una línea consecuente de defensa y consolidación de la democracia, de elevación del nivel de vida de las masas trabajadoras y de las capas medias, de limitación del poder de los monopolios, de [20] fomento de la economía, desarrollo de la cultura y mejoramiento de la enseñanza. El logro de estos objetivos exigirá profundas reformas de estructura.

Entre los aspectos fundamentales que concretan dicha orientación general destacan los siguientes:

Desarrollo y defensa de la democracia

El eje de la política del Partido Comunista una vez derrocada la dictadura franquista e instaurado un régimen democrático será la lucha firme y consecuente por la consolidación y el desarrollo de la democracia conquistada, por que los principios democráticos sean plenamente recogidos en la Constitución, en la estructura del Estado, en la actividad de sus órganos, así

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como en la política gubernamental. El Partido alertará y movilizará a las masas frente a todo atentado o conspiración contra el régimen democrático y educará al pueblo en las experiencias históricas que se derivan de las causas que llevaron a la pérdida de la segunda República.

El Partido Comunista se pronuncia por la República democrática y confía plenamente en que ésta será también la opinión de la mayoría de los españoles. Sin embargo, el Partido Comunista acatará en todo caso la voluntad nacional, libremente expresada.

El Partido Comunista preconiza un Parlamento elegido por sufragio universal, igual, directo y secreto, mediante un sistema electoral basado en la representación proporcional, con derecho de todos los españoles de ambos sexos, a elegir desde los dieciocho años y a ser elegidos desde los veintiuno.

El Partido Comunista propugnará la autonomía, dentro de la esfera de su competencia, de los órganos de administración local, elegidos democráticamente sobre la misma base anterior.

El Partido Comunista considera que el aparato del Estado, incluyendo sus Fuerzas Armadas y de Orden Público, deberá reorganizarse sobre bases democráticas, respetando los derechos adquiridos de los que se comprometan a servir lealmente al nuevo régimen elegido por el pueblo.

Consecuente con su política tradicional de defensa del derecho de los pueblos a su libre autodeterminación, el Partido Comunista apoyará el derecho de los pueblos de Cataluña, Euzkadi y Galicia a decidir libre y democráticamente de su destino. El Partido Comunista está seguro de que los pueblos catalán, vasco y gallego sabrán escoger el régimen que, dando satisfacción a sus aspiraciones nacionales, salvaguarde al mismo tiempo su unidad con los demás pueblos de España dentro de un Estado multinacional, para la lucha común por la democracia, la independencia nacional y el progreso económico y social.

El Partido Comunista luchará por la unidad sindical de la clase obrera en una sola Central Sindical, independiente del Estado y de los partidos políticos. La independencia respecto a estos últimos, [21] no excluye la colaboración para fines comunes. La filiación deberá ser voluntaria y la cuota pagada directamente a los sindicatos. El Partido Comunista propugnará que todos los bienes materiales de los actuales sindicatos verticales pasen a ser propiedad de la nueva Central Sindical.

El Partido Comunista defenderá la completa libertad de cultos, la libertad de conciencia y el respeto absoluto a las convicciones, tanto de los creyentes como de los que no lo sean. En relación con la Iglesia católica, el Partido Comunista se atendrá a una política que contribuya a fortalecer el régimen democrático, logrando que la adhesión de las masas católicas no sea perturbada por motivos de conciencia, y propiciando la colaboración entre la Iglesia y el Estado democrático, cada cual en la esfera que le es propia y sin injerencia mutua. Con este fin, preconizará la separación de la Iglesia y del Estado, pero reconociendo los sentimientos religiosos de gran parte de la población, propondrá que el Estado subvenga a las necesidades del culto en las proporciones que se determinen.

El Partido Comunista luchará por que sean sustraídos al control de los monopolios, instrumentos modernos de formación de la opinión pública tan poderosos como la radio y la televisión, de manera que puedan ser utilizados por los partidos políticos y las organizaciones democráticas.

Elevación del nivel de vida de los trabajadores y de las capas medias

Trabajadores industriales y agrícolas

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El Partido Comunista defenderá permanentemente los intereses de los obreros y demás trabajadores (industriales y agrícolas), considerando como reivindicaciones esenciales las siguientes :

— Salario mínimo vital con escala móvil por ocho horas de trabajo (siete, seis o cinco en los trabajos insalubres, en ciertos trabajos agrícolas, &c.).

— Semana de cuarenta horas sin disminución del salario.

— A trabajo igual, salario igual para las mujeres y los jóvenes.

— Seguro suficiente y general contra el paro.

— Revisión y unificación de todo el sistema de Previsión Social, a fin de dar a los seguros sociales la efectividad de que han carecido durante el franquismo. En su administración deberán participar directamente los trabajadores.

— Los retiros y pensiones de vejez, accidentes de trabajo, enfermedades profesionales, &c., deberán estar protegidos contra el alza del coste de la vida mediante la escala móvil que les garantice su capacidad adquisitiva inicial. [22]

— Subsidio familiar decoroso, mensual, que deberá ser percibido por todas las familias trabajadoras, y alimentado por las cuotas de las empresas, en particular de las grandes.

— Vacaciones pagadas de 15 días anuales como mínimo.

— Extensión efectiva de todo el sistema de seguros sociales al campo. El descanso dominical retribuido, deberá ser garantizado también a los obreros agrícolas. En caso de que las faenas del campo impongan la necesidad de trabajar el domingo y días festivos, estas jornadas habrán de ser retribuidas como horas extraordinarias.

— Mejoramiento y coordinación de la sanidad pública; construcción de nuevos hospitales, sanatorios, maternidades, casas-cuna, &c., garantizando la asistencia, en primer lugar, a los más débiles económicamente.

— Construcción en cantidad suficiente y en los plazos más cortos posibles, de viviendas confortables y baratas para resolver la crisis de alojamiento que padecen principalmente los trabajadores.

— Organización eficiente del aprendizaje profesional, financiado por el Estado y las grandes empresas.

(Las anteriores reivindicaciones representan, a juicio del Partido Comunista, las más importantes y comunes a todos los trabajadores del país, tanto industriales como agrícolas; se sobreentiende que el Partido apoyará al mismo tiempo las reivindicaciones específicas de determinadas categorías: mineros, obreros agrícolas, jóvenes, mujeres, &c., así como las particulares de cada empresa o taller).

Campesinos

El Partido Comunista defenderá en todo momento los intereses de los campesinos trabajadores (pobres y medios), incluidos los arrendatarios y aparceros, a todos los cuales considera como los aliados más próximos de la clase obrera, y apoyará aquellas reivindicaciones de la burguesía agraria (campesinos ricos) que reflejan la lucha de ésta contra los monopolios y la aristocracia absentista. Además de la reforma agraria, que más adelante se expone, y de las ventajas que redundarán para el campo de la elevación del poder adquisitivo de las masas y del desarrollo del comercio exterior, el Partido Comunista considera esenciales las siguientes reivindicaciones de los campesinos:

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— Precios remuneradores para los productos agrícolas. Con este fin, el Partido Comunista aboga, entre otras medidas, por:

Que el Servicio Nacional del Trigo se transforme en organismo regulador que adquiera a precios de sostén, remuneradores, los productos que voluntariamente le ofrezcan los campesinos; [23]

Que las pequeñas explotaciones campesinas que sólo disponen de 70 Qm. (o menos) de trigo para la venta, o su equivalente en otros productos, reciban una prima del 15% sobre el precio base;

Que en la adquisición de los productos del agro, sujetos a transformación industrial, desaparezcan las concesionarias exclusivistas y las limitaciones por zona, favoreciendo por todos los medios la formación de cooperativas que tomen en sus manos dicha operación. En todo caso, en la fijación de los precios de la remolacha, el algodón, el tabaco y otros productos deben tenerse siempre en cuenta los costes de producción, en cuya determinación participen los mismos campesinos.

— Disminución sustancial de las cargas tributarias, para lo que el Partido Comunista propugna, entre otras medidas:

Reducción de los líquidos imponibles que hayan sido incrementados abusivamente bajo el franquismo. Supresión del arbitrio sobre la riqueza provincial y de la contribución urbana sobre los edificios que forman parte de la explotación campesina;

Exoneración completa de la contribución rústica y pecuaria de todas las explotaciones agrícolas y ganaderas cuyo producto neto no exceda lo que debe ser considerado como salario familiar.

— Aumento sustancial de las inversiones estatales en el campo. Dotación del Ministerio de Agricultura con medios suficientes a fin de que puedan garantizarse a los agricultores semillas seleccionadas, medidas eficaces contra las plagas y las epizootias, parques de maquinaria, laboratorios científicos y granjas experimentales, técnicos agrarios en cantidad suficiente, &c.

Reforma del Servicio Nacional del Crédito Agrícola, de manera que pueda hacer frente a todas las necesidades de crédito en la agricultura, proporcionándole a un interés no superior al dos por ciento a los particulares (cuando se trata de créditos modestos o motivados por siniestros, pérdida de las cosechas, &c.) y a las cooperativas, cajas rurales, grupos sindicales de colonización, &c. En ningún caso el tipo de interés podrá exceder del tres por ciento, y los plazos deberán ser suficientemente largos.

— Fomento de la ganadería, sobre la base de ayudar a su desarrollo en las pequeñas explotaciones agrícolas; de intensificar el cultivo de plantas forrajeras y aplicar una política nacional de piensos que facilite éstos en cantidad suficiente y a precios módicos a los agricultores y ganaderos; de revalorizar los precios de la ganadería limitando los privilegios de los intermediarios monopolistas en la leche, la carne, la lana, &c. [24]

— Ayuda intensa al movimiento cooperativo en el campo, favoreciendo por todos los medios la creación y desarrollo de cooperativas de distribución, de venta, de crédito, de transformación y elaboración de los productos del campo, de medios de producción y de maquinaria, de cultivo en común de las pequeñas parcelas. El movimiento cooperativo deberá regirse democráticamente y recibir la ayuda necesaria en capitales del Servicio Nacional del Crédito Agrícola.

— Política de defensa de los arrendatarios y aparceros, que, entre otros aspectos, incluya:

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Supresión de todos los desahucios en tanto que no entre en acción la nueva Ley de reforma agraria;

Efectividad para los arrendatarios del derecho de revisión de rentas previsto por la ley de 1935;

Ayuda a los arrendatarios protegidos para que puedan ejercer en la práctica el derecho de compra de la tierra y extensión de este derecho a todos los arrendatarios;

Prolongación de los contratos de arrendamiento siempre que lo desee el arrendatario y cumpla éste las condiciones estipuladas;

Obligación del propietario de indemnizar en todos los casos al arrendatario por las mejoras introducidas por éste en la finca;

Prolongación de las aparcerías por un período más largo al de un ciclo de cultivo, revisión de las aparcerías de tipo leonino y concesión a los aparceros de la posibilidad de transformar la aparcería en arrendamiento;

Supresión de todas las contribuciones e impuestos repercutibles sobre los colonos, arrendatarios y aparceros cuando el rendimiento de la explotación –habida cuenta de la renta– no supere a lo que debe constituir el salario familiar.

Capas medias urbanas

El Partido Comunista propugnará una política de elevación del nivel de vida de las capas medias urbanas. Defenderá los intereses de los empleados, funcionarios, maestros, médicos, abogados, profesores, técnicos, escritores, artistas y otras profesiones liberales, así como las reclamaciones justificadas de los miembros de las Fuerzas Armadas y de Orden Público; defenderá los intereses de los comerciantes e industriales modestos y apoyará aquellas reclamaciones de la burguesía media que expresen la legítima defensa de ésta contra los monopolios. En particular: [25]

— El Partido Comunista apoyará las justas reclamaciones de aumento de sueldo de empleados, funcionarios, maestros, catedráticos y demás profesiones liberales, cuyos ingresos actuales no alcancen a cubrir dignamente las necesidades más elementales de esas categorías de ciudadanos; defenderá el principio de que el sueldo por la jornada reglamentaria de trabajo debe ser suficiente para cubrir dichas necesidades, sin recurrir a otros empleos.

— La lucha por la solución del problema de la vivienda para los trabajadores debe considerarse extensiva a las capas medias, especialmente a sus sectores más modestos.

— Para el mejoramiento de la situación en las capas medias de la población, el Partido Comunista concede especial importancia a la reforma fiscal que deberá reducir considerablemente la carga tributaría que hoy abruma a la gran masa de profesionales, comerciantes e industriales modestos.

— El Partido Comunista considera que deberán reducirse las cargas sociales que hoy pesan sobre la pequeña y media burguesía, incrementando en la proporción correspondiente las que recaen sobre las grandes empresas.

— Abogará por un sistema de crédito a bajo interés y con plazos suficientes, que favorezca el desarrollo de la industria y del comercio no monopolista.

— El aumento de los salarios de los trabajadores, la elevación general del nivel de vida del pueblo, ampliará considerablemente el mercado interior para los industriales y comerciantes, así como las posibilidades de trabajo para las profesiones liberales. En la

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misma dirección influirán las medidas de restricción del poder de los monopolios, la industrialización y el auge económico general del país. La ampliación del comercio exterior con los países socialistas abrirá nuevos horizontes para ciertos sectores de la burguesía media.

Reformas de estructura

El Partido Comunista entiende que la elevación del nivel de vida de los trabajadores y de las capas medias, la realización de cambios radicales en la distribución de la renta nacional, el desarrollo de la economía nacional al ritmo que requiere la liquidación del atraso de nuestro país, son imposibles sin profundas reformas de estructura que eliminen en unos casos y comiencen a reducir en otros, los obstáculos fundamentales que se levantan en el camino del progreso de España. Entre ellas, el Partido Comunista considera que la más importante y urgente, en la etapa actual, es la reforma agraria. [26]

Reforma agraria

El Partido Comunista propone una profunda Reforma agraria cuyos aspectos esenciales sean:

1. — La expropiación con indemnización de los grandes latifundios de la aristocracia absentista y de las grandes fincas incultas o irracionalmente cultivadas, de acuerdo con las siguientes normas generales:

— Las tierras expropiadas serán valoradas en concordancia con la contribución que vienen satisfaciendo al Estado, y el pago de la indemnización se efectuará en títulos de la Deuda al 2% nominal, intransferible, no negociable y no descontable.

— No serán incluidas en la expropiación las explotaciones, cualquiera que sea su extensión que, llevadas directamente por el propietario, sean cultivadas de una manera racional.

— El fondo de tierras expropiado se distribuirá: si se trata de tierras cultivadas en cualquiera de las formas –arrendamiento, aparcería, rabassa morta, foro, censo enfitéutico–, entregándolas a sus actuales cultivadores (gratuitamente si la renta no excede de 40 Qm. expresada en trigo; a pagar en veinte años, con un interés del 2 %, en caso de arrendamiento de tipo superior).

Las otras tierras disponibles serán distribuidas gratuitamente entre los obreros agrícolas y los campesinos pobres insuficientemente dotados de tierra.

— A todos los campesinos que reciban tierra, el Estado les proporcionará los instrumentos de trabajo y los créditos necesarios para el mejor cultivo y aprovechamiento de la misma.

2. — La concentración parcelaria, necesaria desde el punto de vista económico y social en ciertas zonas del país, deberá realizarse de modo que sirva para mejorar la situación, ante todo, de los campesinos pobres y medios, así como de los obreros agrícolas que sufren la insuficiencia o carencia total de tierra. Con este fin, éstos deberán estar representados democrática y mayoritariamente en los organismos locales que deciden de la concentración. Esta ha de ser, además, plenamente voluntaria, para lo cual habrá de conjugarse con la expropiación de las grandes fincas incultas, irracional o insuficientemente cultivadas; el problema del minifundio sólo podrá resolverse a base de la liquidación del latifundio.

3. — Realización de un verdadero plan nacional de obras de regadío, con la orientación de que sirva para mejorar efectivamente la situación de millares de campesinos [27] y no, como en la actualidad, para beneficiar a un puñado de aristócratas. Los campesinos asentados en las zonas de colonización deberán estar libres de toda carga durante las dos

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primeras cosechas y se reducirán al mínimo las cantidades a amortizar. Los colonos podrán elegir libremente los cultivos y recibirán la ayuda suficiente de parte del Estado. No se admitirá el desahucio administrativo.

4. — Política racional de repoblación forestal que, a diferencia de la practicada por la dictadura, no perjudique los intereses de los campesinos, y salvaguarde los de las municipalidades y el fomento de la ganadería.

Medidas contra los monopolios

Cada día es más extensa y más clara en los sectores populares la conciencia de que sus sufrimientos y dificultades materiales arrancan del poder y de los monstruosos beneficios de los monopolios. Ello hace que la exigencia de medidas en contra de éstos se vaya extendiendo en el país.

La política del Partido Comunista se orienta y se orientará cada vez más en esa dirección. El primer golpe contra los grupos monopolistas será la liquidación de la dictadura de Franco que es el instrumento con que hoy ejercen su poder omnímodo y brutal contra el pueblo. El programa más arriba expuesto de reivindicaciones de la clase obrera, de los campesinos y de las capas medias apunta principalmente contra los monopolios. Cada victoria en la lucha por convertirlo en realidad será un golpe descargado contra los exorbitantes beneficios del capital monopolista. La Reforma agraria, dirigida directamente contra la aristocracia absentista, es también –en la medida en que ésta se halla entrelazada, fundida con el capital monopolista, y lo está en alto grado– un golpe muy sensible contra los monopolios.

Otra medida eficaz antimonopolista es la profunda reforma fiscal que preconiza nuestro Partido. Esta reforma se basa en un impuesto sobre los beneficios (altamente progresivo en sus escalas más elevadas) y un impuesto de derechos reales que grave, también de forma muy progresiva, a las grandes herencias. A la par con ello, reducción considerable de los impuestos indirectos. De esta manera se disminuirían, en gran medida, las cargas tributarias de los que viven de su sueldo o salario, de la pequeña y media burguesía, y se recargaría, en cambio, todo lo necesario, las correspondientes a las sociedades monopolistas y a las grandes fortunas del país.

En el momento oportuno el Partido Comunista planteará otras medidas de carácter más radical contra los monopolios, tales como:

— La nacionalización de la Banca, de industrias básicas y servicios en los que existe un alto grado de monopolio.

— La democratización de los organismos de gestión de los sectores públicos de la economía, el desarrollo de la iniciativa y de [28] la intervención de los trabajadores en todos los aspectos de la vida económica.

— El control democrático de los planes estatales de inversión en la industria y la agricultura.

Al fijar esta posición, el Partido Comunista tiene en cuenta que la nacionalización de ramas de la industria, el control estatal del crédito y otras medidas de esta índole, tienen uno u otro carácter, sirven a unos u otros sectores sociales, según en manos de quién está el poder del Estado. Si lo detenta el capital monopolista, redundarán en su beneficio, acrecentarán su poder. Esto es lo que ocurre bajo la dictadura de Franco: la nacionalización de los ferrocarriles, el control del crédito, la creación del Instituto Nacional de Industria y de otros organismos similares, han sido otros tantos medios de extender y afianzar la dominación del capital monopolista en el país.

Pero con la implantación de un Estado democrático la situación cambiará por completo. Y apoyándose en la lucha de las masas populares, y como fruto de ella, se crearán condiciones

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para aplicar medidas de nacionalización y otras, que tendrían entonces un carácter diametralmente opuesto a las nacionalizaciones y controles del franquismo, sirviendo a los intereses nacionales y populares, y limitando de una manera efectiva el poder de los monopolios.

La posibilidad de que así suceda aparecerá sin duda en el curso de la lucha por la consolidación y desarrollo de la democracia; en cada fase de esta lucha, el Partido Comunista colocará en primer plano unas u otras de las indicadas medidas, de acuerdo con la situación en el país, con la correlación de fuerzas en presencia.

Sobre la base de la elevación del nivel de vida de los trabajadores y de las capas medias, de las premisas favorables que crearían la reforma agraria y las sucesivas medidas antimonopolistas, el Partido Comunista preconizará una política de industrialización del país en beneficio de la mayoría de los españoles y no, como la llamada industrialización del franquismo, que sólo favorece a una reducida oligarquía.

El Partido Comunista apoyará aquellas reivindicaciones de las regiones o provincias que puedan contribuir a su mejor desarrollo económico, como, por ejemplo, el restablecimiento del régimen de «puerto franco» para las Islas Canarias, unánimemente reclamado por el pueblo del archipiélago.

Desarrollo y orientación democrática de la enseñanza, la ciencia y la cultura en general

Una de las preocupaciones esenciales del Partido Comunista en. las nuevas condiciones democráticas será el mejoramiento de la enseñanza oficial, desde la escuela primaria a la Universidad y la Escuela Técnica Superior, facilitando el acceso a ellas de más amplios sectores. de la población; el fomento de la investigación científica y técnica; la ampliación considerable del número y [29] calidad de los cuadros pedagógicos, técnicos, científicos; la protección de la cultura y el arte nacionales. Partiendo de esta orientación, el Partido Comunista se propone lograr:

— El aumento considerable del presupuesto de Instrucción Pública.

— La intensificación en gran escala de la construcción de escuelas y de la formación de maestros, de manera que pueda asegurarse la enseñanza obligatoria y gratuita a todos los niños hasta los catorce años.

— La revisión de los planes de enseñanza primaria, media y superior, conforme a los principios y métodos de la pedagogía progresiva y de la ciencia.

— Organización de un sistema eficiente de enseñanza técnica, en consonancia con las necesidades de la economía nacional.

— Un subsidio suficiente del Estado a los hijos de los trabajadores y familias modestas que demuestren capacidad para acceder a la enseñanza media y superior; mejoramiento, en general, del sistema de becas, comedores escolares y universitarios, cooperativas, residencias, &c.

— El respeto de la autonomía universitaria.

— Un incremento considerable de los recursos destinados a la investigación científica y técnica, asegurándole en todos los órdenes las condiciones necesarias para su desarrollo. Extensión del sistema de becas para ampliación de estudios en el extranjero y del intercambio de profesores y estudiantes con otros países.

— Protección y fomento de las artes, la literatura, el teatro y el cine nacionales.

— Ayuda al desarrollo de las culturas propias de Cataluña, Euzkadi y Galicia.

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— El desarrollo de la lucha contra el analfabetismo, creación de bibliotecas populares y de misiones culturales que faciliten la difusión de la cultura entre las masas trabajadoras.

— El fomento de la cultura física y el deporte, de manera que su práctica se haga asequible a las masas populares, en particular a la juventud trabajadora y estudiantil.

Objetivos finales

I

Como hemos visto, la dictadura fascista de la oligarquía financiera, impulsada por el único móvil de multiplicar los grandes beneficios capitalistas y necesitando para ello forzar el proceso de acumulación y concentración del capital, ha acentuado, al mismo tiempo, sin proponérselo, el carácter social de la producción. Se ha desarrollado la gran industria, la división social del trabajo, la interdependencia entre los diversos sectores productivos. El capitalismo monopolista de Estado ha llevado al último grado posible dentro del capitalismo esa interdependencia y conexión, no sólo entre las diferentes fases y ramas de producción, sino también entre ésta y la distribución y el consumo; entre la industria, el comercio, la agricultura y las finanzas. Virtualmente, toda la economía nacional ha sido unificada bajo el yugo explotador del capital monopolista.

Pero el capital monopolista no sólo actúa como agente ciego del proceso de socialización del trabajo y de la producción, sino que, al mismo tiempo, es el mayor obstáculo que encuentra ese proceso para desenvolverse plenamente, tal como lo exigen las modernas fuerzas productivas. Estas requieren el crecimiento ininterrumpido de la capacidad adquisitiva de las masas, pero la explotación de que son víctimas estas masas produce los efectos contrarios; requieren una dirección planificada, pero el capital monopolista engendra la anarquía, las crisis, las deformaciones y desequilibrios porque es el reino de los grandes intereses privados, incompatibles con la dirección y planificación económica a tono con los intereses nacionales.

Por lo tanto, el desarrollo económico-social de España, pese a su retraso en el aspecto productivo y técnico, ha creado las condiciones materiales económicas que hacen necesaria y posible la transformación socialista de la sociedad. Necesaria, porque sin esa transformación las fuerzas productivas no pueden alcanzar el nivel que permita resolver los problemas materiales y espirituales del país. Las reformas y medidas antifeudales y antimonopolistas llevadas a cabo en la primera etapa de la revolución permitirán un cierto desarrollo de las fuerzas productivas, pero este mismo desarrollo las hará chocar más radicalmente con las relaciones capitalistas monopolistas de producción. Y del capitalismo monopolista no se puede volver atrás, a un neoliberalismo económico, como utópicamente sueñan algunos pequeño-burgueses; se puede únicamente ir hacia adelante, hacia el socialismo.

Y posible, porque el mismo sistema de capitalismo monopolista de Estado facilita, desde el punto de vista económico, dicha [32] transformación. Bastaría que los instrumentos de producción que hoy se encuentran –directamente o a través del Estado– en manos de unos cuantos centenares de grandes monopolistas, pasaran a ser propiedad de todo el pueblo, para que los sectores decisivos de la economía nacional se convirtiesen en socialistas.

Ahora bien, esas premisas materiales, económicas, no bastan para que se opere la transformación socialista de la sociedad. Tienen que darse, además, las premisas políticas que permitan a la clase obrera conquistar el poder del Estado y utilizarlo para reducir la resistencia de las clases explotadoras y organizar la nueva economía socialista. Pero esas premisas políticas irán creándose en el curso mismo de la primera etapa, antifeudal y antimonopolista, de

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la revolución. Al emprender reformas económicas y sociales que mejoren la situación de las masas trabajadoras y de las capas medias de la población, se atentará a los beneficios del capital monopolista y se quebrantará su poder económico. La inevitable resistencia que opondrá el capital monopolista exigirá de la clase obrera y de las capas medias una lucha cada vez más resuelta para vencer dicha resistencia con nuevas medidas políticas y económicas. La democracia no podrá afirmarse y avanzar en el curso de esa difícil lucha más que si la clase obrera es capaz de unir sus filas, de agrupar en torno suyo a todas las fuerzas progresistas, ante todo a la gran masa campesina trabajadora, y de convertirse así en la clase dirigente de la sociedad, lo que equivale a crear las condiciones políticas para la conquista del poder del Estado. De no suceder esto, de quedar a merced de la dirección de los grupos políticos burgueses y pequeño-burgueses, la democracia marcharía a la deriva, debilitada por las inevitables vacilaciones y claudicaciones de esos grupos y se vería expuesta a perecer de nuevo, como la segunda República, a manos de la contrarrevolución. Fortalecerse y desarrollarse, avanzando hacia el socialismo, o retroceder de nuevo hacia el fascismo: he ahí el dilema que se le planteará a la democracia española después de la liquidación del franquismo.

Las circunstancias internacionales en que esa democracia habrá de desenvolverse favorecerán en gran medida la solución del dilema a favor del socialismo.

La presente época se caracteriza por el paso del capitalismo al socialismo en escala mundial. Desde la Gran Revolución Socialista de Octubre, en un plazo histórico sumamente breve, el socialismo ha triunfado en países donde habitan casi mil millones de seres, la tercera parte de la humanidad. La atrasada Rusia de los zares se ha convertido en la gran potencia industrial, socialista, de nuestros días, que ha conquistado la vanguardia del progreso científico y técnico y se halla en vísperas de dejar atrás a los Estados Unidos en todos los órdenes. Una vez realizado el Plan septenal soviético y los planes en curso en los otros países socialistas –la casi totalidad de los cuales eran países atrasados– al campo socialista corresponderá en 1965 más del 50% de la producción industrial mundial.

Esta realidad no sólo es testimonio de la superioridad del sistema socialista; es índice, al mismo tiempo, del cambio decisivo [33] operado en la correlación mundial de fuerzas entre el capitalismo y el socialismo a favor de este último. Sobre esta base, y contando con la vigilancia y la lucha activa de los pueblos, puede asegurarse la paz e impedirse que el imperialismo aplaste a sangre y fuego el desarrollo democrático e independiente de cada país, como hizo con la República española. La nueva democracia española podrá apoyarse en esta nueva situación internacional.

La influencia de la ideología socialista y la atracción de los éxitos del socialismo sobre los trabajadores y las capas medias españolas, acelerarán considerablemente la creación de las condiciones políticas para el paso de España al socialismo, facilitando la alianza de la clase obrera con los campesinos, la intelectualidad. y las capas medias.

Contando con el ejemplo y la experiencia de las revoluciones socialistas en otros países, con sus ricas tradiciones revolucionarias y su larga y multifacética experiencia, la clase obrera española, dirigida por el Partido Comunista, se pondrá en condiciones de aprovechar las favorables circunstancias objetivas nacionales e internacionales, para llevar a cabo la revolución socialista.

Esta histórica misión de la clase obrera se verá facilitada porque en España el proletariado, comprendiendo obreros industriales y agrícolas con sus familias, representa aproximadamente la mitad de la población del país. Si a esto se suman otros sectores trabajadores de la ciudad y del campo, como son los campesinos pobres y medios, los artesanos, los empleados modestos, &c., el conjunto constituye la gran mayoría de la sociedad española. La larga lucha

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contra el franquismo, seguida de la lucha por la consolidación y el desarrollo de la democracia, unirá y aglutinará cada día más, en torno a la clase obrera, a esa gran masa vitalmente interesada en el triunfo del socialismo.

En una coyuntura favorable esa fuerza decisiva podrá pronunciarse, dentro de la legalidad democrática, por la transformación socialista de la sociedad, enviar al Parlamento una mayoría encargada de llevar a cabo dicha transformación, y dar nacimiento a un poder ejecutivo dirigido por la clase obrera que, apoyándose en el Parlamento y en la acción de las masas, obligue a la burguesía monopolista a capitular ante la voluntad mayoritaria de país sin posibilidad de recurrir a la lucha armada contra el pueblo.

El Partido Comunista enuncia en su Programa el propósito de hacer cuanto esté de su parte por imprimir ese curso pacífico y parlamentario a la revolución socialista en España.

Las difíciles condiciones históricas en que se llevó a cabo la revolución socialista en Rusia y en otros países, la resistencia encarnizada de las clases dominantes, reforzada por la ayuda del imperialismo –mediante la intervención armada, en el caso de Rusia y China, por los métodos de «guerra fría» en otros casos– imprimieron al paso del capitalismo al socialismo en dichos países rasgos que no es forzoso se repitan en las nuevas condiciones [34] históricas. El marxismo-leninismo enseña que la revolución socialista es imposible sin que la clase obrera tome el poder político, cree el Estado socialista y asegure en él su dirección; pero al mismo tiempo, indica que las vías, las formas, las peculiaridades de la revolución y del Estado socialistas pueden ser muy diversas según las condiciones históricas, según las tradiciones y la situación específica de cada país.

Dadas las nuevas condiciones internacionales y nacionales más arriba indicadas, la victoria del socialismo en España podría tener lugar por la vía pacífica y parlamentaria si las fuerzas que se consideran progresistas, en vez de aliarse con los grupos reaccionarios del capitalismo, como hicieron en otras partes, se deciden a marchar adelante hacia el socialismo, junto al Partido Comunista. Esta consideración se refiere muy particularmente al Partido Socialista, pero también atañe a diversos grupos democráticos, anarcosindicalistas, pequeño-burgueses y a los sectores obreros y progresistas del catolicismo español.

Sobre esta base, el Estado y la democracia socialistas podrían asentarse en España en un sistema parlamentario, con pluralidad de partidos políticos, representantes de las diversas clases y capas interesadas en la realización del socialismo.

El gobierno y la coalición de fuerzas políticas cristalizada en torno a un programa socialista, adoptarían en el Parlamento las medidas legislativas necesarias y movilizarían a las masas para aplicarlas. Al mismo tiempo, cortarían de raíz toda veleidad de complot o resistencia armada de los grupos reaccionarios, teniendo en cuenta en este aspecto no sólo la experiencia de las revoluciones socialistas de otros países, sino, muy particularmente, la de la segunda República española, que pereció por debilidad frente a sus enemigos.

La existencia de esa coalición de fuerzas políticas con un programa socialista, haría posible que durante el período de transición del capitalismo al socialismo se utilizaran formas menos dolorosas que en otros países como, por ejemplo, la colaboración de la burguesía no monopolista con el sector estatal, socialista de la economía (método aplicado con éxito en China): permitiría, en general, que la adaptación de la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad al nuevo régimen social se realizase sin grandes desgarramientos ni dolorosos conflictos, durante todo el período que la práctica haga preciso.

La necesidad de que la clase obrera asegure su papel dirigente en el Estado socialista, sin lo cual no es concebible la existencia misma de éste, exige que al frente de la clase obrera se encuentre un partido revolucionario marxista-leninista con suficiente madurez ideológica y

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política, con sólida organización y gran autoridad ante las masas. Ese partido es el Partido Comunista.

Eso quiere decir que en la coalición política creada sobre la base de un programa socialista, el Partido Comunista desempeñaría un papel dirigente, pero éste no vendría impuesto por ninguna decisión exterior a la coalición misma, sino por la propia fuerza de las cosas. En toda coalición política hay siempre un [35] partido que asume las responsabilidades y los deberes fundamentales, por ser el partido que de manera más profunda refleja las aspiraciones de la coalición y por constituir su fuerza fundamental. En la fase de la transformación socialista de la sociedad ese partido no puede ser, lógicamente, otro que el partido marxista-leninista de la clase obrera.

El Partido Comunista podrá desempeñar esa función estrechamente asociado con el Partido Socialista, si éste abraza una línea verdaderamente revolucionaria.

Tal es la vía que el Partido Comunista se esforzará por abrir a la transformación socialista de España. Pero, al mismo tiempo, no pierde de vista que el odio de clase contra las masas trabajadoras y el intento de salvar hasta el fin los injustos intereses del capital monopolista pueden llevar a éste a ofrecer una resistencia armada que obligue a la clase obrera y a sus aliados a recurrir también a las armas. Vacilaciones y deserciones de las fuerzas políticas pequeño-burguesas podrían facilitar el que las clases explotadoras emprendieran semejante camino. Otro factor que podría obligar a las masas populares a recurrir a las armas sería la intervención armada del imperialismo.

Pero, por una u otra vía, la futura victoria del socialismo en España es inevitable. Será, además, la única solución que ponga fin definitivamente a su atraso, como lo ha sido en otros países que se encontraban en condiciones análogas. El dilema que se presentará ante la sociedad española no será entre el socialismo y otra perspectiva cualquiera, sino entre las vías posibles del paso al socialismo.

II

Las líneas generales de la transformación socialista de la sociedad española pueden condensarse en los siguientes puntos :

1. – Abolición de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción fundamentales (fábricas, minas, medios de transporte, &c.) y su conversión en propiedad social.

En un primer momento, el Estado socialista procederá a la nacionalización de las empresas monopolistas de la industria, el transporte, la banca y el comercio, que pasarán a formar el sector socialista de la economía.

Los sectores no monopolistas de la burguesía podrán colaborar con el sector estatal-socialista y recibir ayuda del Estado en materias primas, capitales y mercado asegurado. De esta manera, beneficiosa para sus propietarios, las empresas no monopolistas irán integrándose gradualmente en la economía socialista. Los propietarios podrán desempeñar funciones de gestión, administración, dirección técnica, &c., según sus capacidades y su actitud hacia el socialismo. [36]

El Estado socialista respetará y salvaguardará la propiedad privada de los instrumentos personales de trabajo y el ejercicio de la actividad de los pequeños productores individuales, y ayudará a estos sectores mediante el fomento de la cooperación y por otros medios.

2. – En la agricultura, el Estado socialista liquidará los últimos vestigios feudales que puedan aún subsistir y amparará la pequeña propiedad campesina, asegurándole tierra suficiente, protección económica y ayuda técnica en todos los órdenes.

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La transformación socialista de la agricultura se realizará paulatinamente, sobre la base de la libre decisión de los campesinos, a través de formas cooperativas, desde las más elementales (cooperativas de compra y distribución, de cultivo en común de la tierra, de empleo común de la maquinaria, &c.) hasta las formas superiores (cooperativas de producción basadas en la propiedad común de la tierra y de los instrumentos de producción esenciales).

El campesino sólo se incorporará a las cooperativas cuando haya llegado a la conclusión de que ello es más ventajoso para sus intereses. A ninguna categoría de campesinos se le privará de la posibilidad de incorporarse a la vía cooperativa y de participar de sus beneficios.

3. – El régimen socialista logrará desde el primer momento el mejoramiento radical de las condiciones de vida de los trabajadores manuales e intelectuales. Abolida la explotación capitalista, regirá el principio socialista: «De cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo.» El trabajo se convertirá en la medida fundamental para valorar la posición del hombre en la sociedad. Se acabará con el paro, la inseguridad en el mañana, el hambre y la miseria. La capacidad adquisitiva de las masas crecerá ininterrumpidamente.

No quiere ello decir que el régimen socialista podrá satisfacer desde el primer momento, en la medida deseable, todas las necesidades de los trabajadores. La herencia dejada por el capitalismo, el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, exigirán durante un período esfuerzos y sacrificios para acumular recursos que permitan industrializar el país y crear la abundancia de productos. Pero el pueblo realizará ese esfuerzo con entusiasmo, sabiendo que no trabaja para los explotadores, sino para sí mismo y para las generaciones venideras.

4. – Liberadas del freno que representan las relaciones capitalistas, las fuerzas productivas podrán multiplicarse sin limitaciones, aprovechando plenamente las posibilidades de la ciencia y la técnica contemporáneas. La propiedad social de los medios de producción permitirá la dirección y planificación de la economía, el empleo racional de los recursos disponibles y la rápida multiplicación de éstos mediante la elevación de la productividad del trabajo (basada en la nueva técnica y no en la explotación del obrero) y el descubrimiento de nuevas riquezas naturales, que en España existen, pero que el capitalismo es incapaz de investigar y, menos aún, de poner en explotación. [37]

La fraternal colaboración con los otros países socialistas, la desinteresada ayuda técnica y económica que estos países prestarán a la España socialista, así como la aplicación de una política de coexistencia pacífica y de fructífera cooperación económica con los países capitalistas que correspondan en reciprocidad, permitirá acelerar rápidamente el ritmo de la industrialización de España sin una tensión excesiva para el país, y poner fin en un plazo históricamente breve a su atraso.

5. – El régimen socialista será una democracia de trabajadores manuales e intelectuales.

El instrumento fundamental de esta democracia socialista será el Estado socialista, Estado de nuevo tipo, encargado de garantizar las libertades y los derechos de los trabajadores, organizar la economía socialista, desarrollar la cultura y la ciencia y defender a la sociedad socialista contra sus enemigos interiores y exteriores.

La democracia socialista no se limita a proclamar formalmente las libertades y los derechos, como ocurre en la democracia burguesa, donde el disfrute real de esos derechos y libertades queda supeditado a la posición económica, sino que garantiza su ejercicio efectivo a todos los ciudadanos.

En la democracia socialista tendrán plena libertad para desarrollar sus actividades todos los partidos políticos, sindicatos, organizaciones de masas, juveniles, femeninas, culturales, deportivas, &c., que actúen dentro de la legalidad socialista y no conspiren para restablecer el

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régimen capitalista de explotación del hombre por el hombre. La democracia socialista se manifestará en la misma producción, en las empresas, donde los obreros y técnicos elegirán democráticamente sus comités para colaborar con la dirección de la empresa en la tarea de asegurar la buena marcha de la producción y condiciones satisfactorias de trabajo, salario, seguridad, higiene, &c.

El Parlamento será elegido por sufragio universal, directo y secreto. De la misma manera serán elegidos los órganos locales de gobierno, que gozarán de autonomía dentro de la esfera de su competencia.

Se garantizará plenamente el derecho de autodeterminación de las naciones catalana, vasca y gallega.

Existirá completa libertad religiosa y, dentro de ella, la Iglesia podrá ejercer sus actividades espirituales específicas.

Los principios y normas de la democracia socialista y del funcionamiento de su Estado se proclamarán en la Constitución socialista elaborada por una Asamblea Constituyente y refrendada por todo el país.

El Estado socialista, que será democracia y libertad efectivas para todo el pueblo, será al mismo tiempo dictadura contra los enemigos de la sociedad socialista que conspiren para restablecer el sistema capitalista de explotación del hombre por el hombre. [38]

El socialismo, al poner fin a la división de la sociedad en clases antagónicas, abre, por primera vez en la historia, la posibilidad de solucionar con métodos apropiados, sin violencias, todas aquellas contradicciones que puedan surgir en su desarrollo.

6. – El Estado socialista practicará desde el primer día una política de paz y desarme, de colaboración fraternal con los otros Estados socialistas, y de coexistencia pacífica, de intercambio económico y cultural con los países capitalistas.

7. – La transformación socialista de la estructura económica y del régimen político irá acompañada de una profunda revolución cultural cuya primera manifestación será la posibilidad real para las masas trabajadoras de tener acceso a la escuela, al instituto y a la universidad. El Estado socialista garantizará que todos los jóvenes dotados tengan abierto el camino a las cimas de la ciencia, la técnica y el arte; dedicará los recursos necesarios para sacar a la investigación científica del marasmo en que la ha hundido el capitalismo monopolista. En pocos años se formarán los miles de cuadros técnicos que demanda el desarrollo económico de España.

La revolución cultural se caracterizará, además, por el hecho de que la decadente ideología y moral burguesas se verán desplazadas en el proceso de la libre lucha ideológica por la ideología y la moral socialistas, que dignificarán los valores humanos, protegerán la familia, darán un ideal a la juventud y proporcionarán a la cultura, al arte y a la ciencia una fecunda base filosófica.

8. – El socialismo liquidará el atraso de España, continuará su rica historia y la pondrá en condiciones de dar al progreso humano una aportación digna de sus grandes tradiciones culturales.

El desarrollo económico y cultural, la elevación del nivel de vida del pueblo y la maduración de su nueva conciencia socialista, crearán paulatinamente las condiciones para el paso gradual del socialismo a su etapa superior, el comunismo. En la sociedad comunista, el gran desarrollo de las fuerzas productivas, la abundancia de bienes materiales, la elevada conciencia del pueblo permitirán aplicar la divisa: «De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades.»

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Con el comunismo se extinguirán completamente las clases, las diferencias esenciales entre el trabajo físico e intelectual, y entre la ciudad y el campo; la democracia socialista alcanzará su pleno florecimiento y el Estado se extinguirá gradualmente. La sociedad. asegurará directamente las funciones económicas, administrativas y culturales que requiere una organización social tan altamente compleja como será la comunista. En el impetuoso desarrollo de la sociedad comunista surgirán nuevos problemas que harán precisos nuevos esfuerzos creadores del hombre.

Estos rasgos generales de lo que significará para España la sociedad. socialista y su etapa superior, el comunismo, no son ya simples tesis teóricas; son, dentro de las peculiaridades propias de cada país, y de las circunstancias históricas en que han surgido, una realidad viva, presente en la Unión Soviética donde se ha iniciado el paso gradual al comunismo, y presente en los otros países que aún se hallan en la fase de la construcción del socialismo.

Conclusión

El presente Programa del Partido Comunista de España, aprobado en su VI Congreso, parte de la situación concreta en que se encuentran España y el mundo al iniciarse la sexta década del siglo XX, y de las perspectivas previsibles que de esta situación se deducen al analizarla con el método marxista-leninista.

La cuestión esencial para España en la hora actual, es la concentración de todos los esfuerzos nacionales, de las energías revolucionarias de la clase obrera y de las masas populares, en el gran objetivo de poner fin al fascismo y abrir cauce al renacimiento democrático e independiente de la Patria. La solución de este problema, previo a todos los demás, señalará el comienzo de un viraje histórico en los destinos de España.

Pero a la hora de iniciar este viraje, todos los españoles, y muchos no sin inquietud, se preguntan: ¿adónde vamos?

El presente Programa contiene la respuesta del Partido Comunista. No cabe duda de que la práctica y la teoría, en constante enriquecimiento, así como los elementos casuales a través de los cuales se abre paso la necesidad histórica, impondrán rectificaciones y complementos. Sin embargo, la perspectiva del futuro español es, en sus rasgos esenciales, la que aquí se expone. Hacia ella presionan, con creciente fuerza imperativa, las leyes objetivas del desarrollo social.

Pero esas leyes no se abren paso automáticamente, sino a través de la acción de las fuerzas sociales interesadas en que prevalezcan. Cuanto más resuelta y consciente sea esa acción, tanto antes las fuerzas de lo nuevo ya en sazón se abrirán camino, venciendo la resistencia de lo viejo y caduco. La dictadura de Franco, por extrema que sea su descomposición, sólo desaparecerá bajo los golpes de la lucha de las clases y grupos sociales interesados en ponerle fin. Y la democracia no podrá consolidarse después más que mediante la lucha del pueblo dirigido por la clase obrera. Las masas son, en todas las situaciones, las artífices de la Historia.

Dicha lucha exige unidad y organización, abnegación y sacrificios, los cuales no son posibles si las fuerzas más avanzadas de la clase obrera, de la intelectualidad y de las masas populares no tienen clara conciencia de los objetivos que hay que alcanzar. Contribuir a crear esa conciencia es la finalidad principal que persigue este Programa.

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Transcripción íntegra de un folleto de 39 páginas (135 × 210 mm), sin pie de imprenta, que en su portada dice:

«VI Congreso del Partido Comunista de España / (28-31 de Enero de 1960) / Programa del Partido Comunista de España» y en su contraportada: «Precio: 10 pesetas»

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