Historia y Psicoanálisis, Angel Rodriguez Kauht

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Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=37302502 Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Ángel Rodríguez Kauth HISTORIA Y PSICOANÁLISIS Universidades, núm. 25, enero - junio, 2003, pp. 3-12, Unión de Universidades de América Latina y el Caribe Organismo Internacional ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Universidades, ISSN (Versión impresa): 0041-8935 [email protected] Unión de Universidades de América Latina y el Caribe Organismo Internacional www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y PortugalSistema de Informacin Cientfica

    ngel Rodrguez KauthHISTORIA Y PSICOANLISIS

    Universidades, nm. 25, enero - junio, 2003, pp. 3-12,Unin de Universidades de Amrica Latina y el Caribe

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  • Universidades, n. 25, enero-junio, 2003

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    HISTORIA Y PSICOANLISISDoctor ngel Rodrguez Kauth(*)

    El siglo XX ha sido definido -entre otras muchas for-mas diversas- de manera rpida y alegre por los intere-sados en mirar solamente una parte de la realidad -laque les interesa- como la centuria en la que imper elpsicoanlisis. Es verdad que la presencia de esta formade saber se hizo notar de manera destacada en el pen-samiento del siglo que acabamos de dejar atrs, peroquienes as lo han caracterizado se olvidan que tam-bin fue el siglo de la ciberntica, la bioingeniera, lagentica, la relatividad, el Holocausto, del existen-cialismo, del postmodernismo, y muchos otros etcte-ra que cada especialista intentar destacar en su que-hacer. Pero tambin es cierto que el psicoanlisis -dentrodel espacio de la cultura1 desempe un papel centralen la misma, en tanto y cuanto marc rumbos se erosen una manera original de concebir a los individuos ysus relaciones con los otros.

    Ms, as como el psicoanlisis tuvo su clmax enel mundo occidental durante la primera mitad del sigloXX desde una perspectiva psicote-raputica, tambin es cierto que en lamayor parte del mundo fue perdien-do vigencia en esta prctica, para ser

    reemplazado por otras metodologas.2 Sin embargo, elpapel central que ha desempeado en el espacio de lacultura no lo ha perdido, ms an, es posible afirmarque el psicoanlisis cada vez abra novedosas y origina-les fuentes de lectura e interpretacin de la realidadque nos toca vivir, como as tambin revela su capaci-dad para conocer con mayor profundidad y certeza elpasado inmediato e, inclusive, el pasado remoto que seesconde en las penumbras -a veces siniestras- de la di-mensin temporoespacial.

    Es que el psicoanlisis no se restringi al descubri-miento y conocimiento profundo del alma en sus dimen-siones psicolgicas y sus propuestas teraputicas parael dolor individual (Rodrguez Kauth y Falcn, 1997), eldel sujeto que lo padece, sino que, a pesar de que sucreador no quiso dar un salto al vaco y considerarlocomo una cosmovisin (Freud, 1933) de naturaleza filo-sfica -posiblemente para no caer en el dogmatismo delas cosmovisiones, aunque en ltima instancia termin

    por acercarse a ser una posicin dog-mtica- sin embargo no pudo dejar deentrar l y muchos de sus continuado-res en tal tentacin especulativa.

    (*) Profesor de Psicologa Social y Directordel Proyecto de Investigacin Psicologa

    Poltica, en la Facultad de Ciencias Humanasde la Universidad Nacional de San Luis,

    Argentina.

    Introduccin

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    As, uno de los principales colaboradores de Freuden los inicios del psicoanlisis, E. Jung (1875-1961),fue -quizs- el que dio el primer paso hacia un sentidohermenutico de la disciplina, al pretender desentra-ar el inconsciente colectivo desde lo que l denomina-ba los arquetipos, lo que lo llev en primer trmino arealizar una reinterpretacin de la libido estableciendouna relacin analgica entre los mitos y las fantasasque transitan las psicosis, para luego interesarse por elestudio de civilizaciones arcaicas (Jung, 1929), para locual debi contar con la colaboracin de historiadoresde la religin y la cultura, debindose destacar entreaquellos el nombre de M. Eliade. Sin embargo, ya unosaos antes Freud haba recurrido al auxilio de la mito-loga clsica -en especial la griega- para ejemplificar,entre otros, uno de los grandes pilares del psicoanli-sis, el de Edipo Rey y, posteriormente, en 1913, po-der afirmar en un artculo la relacin entre la historia yel psicoanlisis cuando seal que ... el nio es elpadre del hombre, lo cual es interpretado como quede la infancia del hombre se deviene algo semejante ala prehistoria de los pueblos (Valade, 1996).

    Para 1997/8 escrib textualmente que

    ... El primer hito formal [entre el psicoanlisis y lahistoria] puede ser encontrado cuando en 1910 Freudescribe un trabajo titulado Un recuerdo infantil deLeonardo Da Vinci. Sin embargo, desde los mis-mos inicios del psicoanlisis ha existido una estre-cha relacin entre la historia y ste. La relacin vie-ne marcada en la direccin que a ambos les interesael conocimiento del pasado. Sin embargo, las dife-rencias entre ambas disciplinas son mucho ms am-plias que lo que superficialmente parecen ser. Mien-tras que a la historia le interesa conocer el pasadopor: a) la verdad objetiva del conocimiento en s mis-ma, y b) ... al psicoanlisis le interesa el pasado nocomo verdad objetiva, sino -fundamental y de mane-ra excluyente- como verdad subjetiva para quien lle-va sus dolores y pesares al divn del analista.

    A partir de estas dos premisas es que se podrnencontrar los lazos que unen a ambas disciplinas que, ami juicio, se requieren mutuamente en sus afanes deconocimiento acerca de la naturaleza de ambos tiposde verdades. Si bien las metodologas utilizadas poruna y otra disciplina son diametralmente diferentes, yaque mientras los historiadores recurren a la objetividadde los documentos y datos que se conservan del pasa-do -incluyendo los arqueolgicos, paleontolgicos yantropolgicos- los psicoanalistas recurren a los meca-nismos subjetivos que hacen uso de las figuras retri-cas, como son las metforas, elipsis, actos fallidos, et-ctera (Freud, 1900) con los cuales -debidamenteinterpretados por el analista- el sujeto descubre su con-dicin e identidad como tal.

    Pese a que en las personas el sentido de la fanta-sa reemplaza al sentido de la realidad (Freud, 1920),el historiador no puede ignorar el papel que aqullascumplen en la lectura e interpretacin de los hechoshistricos, ya que de hacerlo terminara por descono-cer una de las fuentes que han movilizado a tales proce-sos. Por ejemplo, no tener en cuenta las fantasas me-galmanas de omnipotencia con las que abasteca suconducta cotidiana Napolen Bonaparte impedir reco-nocer una de las razones de su derrota en Waterloo. Alrespecto, en otro lugar he hecho referencia a la partici-pacin del miedo en la derrota sufrida por Bonaparte enel campo de batalla de Blgica (Rodrguez Kauth, 2002).

    Mas no siempre el pensamiento y el lenguaje co-inciden, como en el ejemplo anteriormente citado. So-bre el papel del lenguaje en el esclarecimiento de loshechos, el filsofo alemn H. G. Gadamer (1960) dejimpresos conceptos elocuentes al manifestar que

    ... es el lenguaje el que percibe nuestra esencia his-trica finita. Esto vale para el lenguaje de los textosde la tradicin y por esto se planteaba la tarea deuna hermenutica verdaderamente histrica. Perovale tambin para la experiencia del arte como de lahistoria, los conceptos de `arte e `historia son a su

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    vez formas de acepcin que slo se desgajan delmodo de ser universal del ser hermenutico comoformas de la experiencia hermenutica.

    La falta de coincidencia entre lo que se dice y loque se deja de decir es el resultado de que la personano es un monumento slido y unitario como un bloquede granito,3 sino que es un objeto/sujeto escindido, frac-turado, que se expresa bsicamente a travs de lasimbolizacin que testimonia el deseo que lo movilizaen sus conductas, las que pueden parecer una lecturaingenua -por no decir ignorante de los hallazgos delpsicoanlisis- irracionales, ya que son producto de losmandatos el inconsciente.

    El psicoanlisis para la historia

    De acuerdo con lo dicho anteriormente el psicoanli-sis sirve de ayuda al historiador, debido a que le per-mite a ste contar con ms amplios elementos paracomprender e interpretar hechos que pueden aparen-tar ser fruto de la sinrazn. En trminos generales sepodra afirmar que los historiadores no se sienten c-modos en el espacio de la lectura de las fantasas quepudieron haber tenido los protagonistas de la historiaque son estudiados por ellos, sino que prefieren loshechos tangibles -que solamente en apariencia son tanreales y objetivos como se pretende (4) - tal como vie-nen relatados por los documentos de la poca. Sinembargo, los historiadores no son afectos a recorrerlos a veces amplios y otras estrechos senderos de lossentimientos escondidos y siempre contradictorios delos protagonistas de la historia y cuando lo hacen, sue-len recurrir -con excepcin de los historiadores con-temporneos que constituyen la escuela francesa-a los elementales reservorios que ofrece la psicologadel sentido comn, la cual no es precisamente la msapta para interpretar los fenmenos de que se trateya que el sentido comn es el menos comn de lossentidos.5

    Es verdad, muchos de los hechos histricos sonobjetivos y han tenido existencia como tales: que labatalla de Waterloo, que el Imperio Romano, que elgenocidio del nazismo, etctera. Pero no debe dejarde considerarse que detrs de ellos existieran hechossubjetivos que en ms de una ocasin determinaronel destino y desarrollo de tales acontecimientos de rea-lidad objetiva. Y en ese punto es preciso internarsepor aquellos senderos oscuros, tenebrosos y hasta si-niestros -en el sentido de ignotos (Falcn, 1997)- delas emociones e irracionalidades que movilizaron a lospersonajes intrpretes de los mismos, ya que en suelucidacin ser posible encontrar datos que ampleny hasta contrapongan los conocimientos que hastaahora se han tenido como certeros. sta es una formade abrir la incertidumbre de lo ocurrido en el pasado,las interrogantes originales, tan necesarios para acre-centar el autntico conocimiento cientfico de loshechos.

    Es que el psicoanlisis funciona como una suertede herramienta hermenutica que permite abrir las puer-tas -aunque sea slo parcialmente, ya que sera absur-do adjudicarle capacidades de omnipotencia como ce-rrajero- de las razones de los hechos y as tener unmejor conocimiento de ellos. Por ello es que Gadamerno pretende alcanzar una teora general de la inter-pretacin, sino mostrar lo que es comn a toda ma-nera de comprender, de ah deviene su universalidad.Para comprender los hechos histricos es necesaria lapresencia de una conciencia histrica, la cual presupo-ne una distincin entre el momento de los aconteci-mientos y su transmisin; esto es lo que facilita hacerconsciente que la historia tiene efectos sobre la con-ciencia del sujeto que la estudia. Y aqu encontramosun punto indiscutible: el historiador no trabaja sobrecualquier hecho o personaje histrico de los mltiplesque se encuentran desparramados dentro de los tex-tos, sino que solamente lo hace sobre aquellos en quesu conciencia encuentra un grado de compromiso afec-tivo o intelectivo, de agrado o desagrado por los mis-

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    mos, nunca sobre los que le son indiferentes (Prygoginey Stengers, 1987; Rodrguez Kauth, 2001).

    El ejercicio de la memoria

    Asimismo, debe tenerse en cuenta que el estudio dela historia y el ejercicio de la memoria siempre se eje-cutan en tiempo presente -aun dentro de la brevedadtemporal de su existencia- pero se realiza sobre el tiem-po pasado y -esto no es excepcional- pero con unaproyeccin de futuro, sobre todo cuando existen inte-reses polticos o ideolgicos que as lo alienten paraejercitarlo. Al incorporar el ejercicio de la memoriahemos puesto en juego una de las denominadas clsi-cas funciones en que, con criterio didctico, se haescotomizado la estructura unitaria de la mente, es de-

    cir, entra a cumplir su papel la dimensin subjetiva conque cada individuo lee el decurso y el discurso que le halegado el pasado, tanto el remoto como el inmediatosegn haya sido compartido por la tradicin, por lostextos, los archivos, etctera, o la propia vivencia per-sonal (Rodrguez Kauth, 2001b); con todo lo cual seles otorga un sentido a los mismos. La resignificacinde los hechos vale tanto para la memoria individual delo vivido, como para la memoria histrica propiamentedicha, la que -cualquiera sean los hechos de que se tra-te- se encuentra en permanente interpretacin yreinterpretacin por parte de los historiadores profe-sionales que, afortunadamente, nunca se conforman conlo ya dicho al respecto. En este punto valen un par deconsideraciones de dos sabios que poco tienen quever con las disciplinas que estamos tratando y que leotorgan el paradigma de cientfico al quehacer de loshistoriadores: Ch. Darwin (1882) y A. Einstein (Infeld,1956). El primero seal que La ignorancia produceconfianza ms frecuentemente que el conocimiento: sonaqullos que saben poco, no los que saben mucho, losque con tanta seguridad afirman que tal o cual proble-ma no ser resuelto nunca por la ciencia; mientrasque el segundo reafirm lo anterior al decir que ... loms importante para el avance de la Ciencia es nuncadejar de cuestionar.

    Sin embargo, al pretender tratar con absoluta ob-jetividad el ejercicio de la memoria, se olvida que elpsiquismo -al igual que lo hace la realidad palpable dela cotidianeidad- trabaja con una suerte de filtro, el cualcumple el papel de censor, para con aquellos conteni-dos de la realidad que le son molestos a consecuenciade que no se adecan a lo esperable por el s mismo,como es en lo subjetivo o por los otros, como es en loobjetivo. Estos contenidos reprimidos -o censurados-afloran a travs de los sueos, las fantasas, etctera y-en los periodos de vigilia lcida- actan como verda-deros motores inconscientes -o, mejor an, no cons-cientes- de la conducta debido a que es en la realidadreal lo inconsciente tambin es real, aunque de una

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    realidad no material pero que produce resultados, don-de se busca e, inclusive a veces se encuentra, la satis-faccin de aquellos deseos no conscientes.

    Al respecto, Freud (1990) relata un caso paradig-mtico del temor inconsciente de los polticos a los su-cesos que sobrevendrn, cuando al abrir las sesionesde la Cmara de Diputados en Viena seala que el Pre-sidente de aqulla expres textualmente: Seores di-putados. Habindose verificado el recuento de los di-putados presentes, se levanta la sesin. A esto Freudlo interpreta como la intromisin de una idea accesoriaque le permita salvar una posible situacin parlamen-taria enojosa -por lo que prevea como tumultuosa- y adicha accin la define como acto fallido, es decir, re-sulta de la intencin consciente de quien lo acta y sudeseo inconsciente en donde, sin duda alguna, ha pri-mado este ltimo sobre el primero. Precisamente el actofallido llama la atencin por lo poco frecuente con quese presenta, ya que si fuese al revs, estaramos plaga-dos de actos fallidos por lo cual no llamaran la aten-cin y no seran objeto de estudio y anlisis.

    Pero cuidado, no siempre un error de diccin pue-de ser atribuido a un acto fallido cuando se hace unalectura histrica. Por ejemplo, cuando era an presi-dente de la Argentina, Carlos S. Menem visit El Vati-cano y al trmino de su discurso final durante una cenacon trece cardenales no tuvo mejor ocurrencia que de-cir Yo los bendigo, ante la mirada atnita de los prela-dos. Este episodio no puede ser ledo como un fallido,ya que al seguir la trayectoria poltica del personaje encuestin se observa que su megalomana con pretensio-nes de divina se hizo evidente. Ms an, Menem en otraoportunidad no tuvo mejor ocurrencia que contar un chis-te en rueda de amigos cuando dijo que en una de susfrecuentes visitas a la sede papal fue recibido por JuanPablo II con un buenos das, seor, a lo cual l res-pondi jocosamente con un Decime Carlos, noms.Esto solamente debe ser ledo a la luz de lo que Freud(1905) describi cuando realiz el estudio de los chistesy las implicancias de los mismos con el inconsciente.

    El ejemplo propuesto por Freud, demuestra quedel mismo modo en que el psiquismo persigue a la rea-lidad, sta invade al psiquismo individual y colectivocon los temas y problemas que acucian a lacotidianeidad. Se trata de fuerzas externas que se conju-gan y a la vez entran en conflicto con necesidades inter-nas no resueltas y que superan las barreras de la censurapara testimoniarse de alguna forma poco ortodoxa eincluso, en algunas oportunidades hasta ridculas.

    As, Hollingshead y Redlich (1958) cuentan queal trmino de la Segunda Guerra Mundial, ... algu-nos pacientes japoneses cambiaron sus alucinacionesparanoicas de ser el Emperador Hiroito a ser el Gene-ral MacArthur. Este hecho puede y debe ser ledo comoque los megalmanos japoneses optaran -como objetode identificacin de sus delirios- por el reemplazo de

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    una figura vencida por la de otra victoriosa, lo cual nospermite observar que los locos tambin eligen lasformas con que expresarn sus sntomas.

    Del mismo modo en la historia social o colectivatambin opera la censura, aunque de una manera algodiferente; en este caso la analoga del Sper Yo puedeser hecha con el de los nombres de quienes escriben lahistoria en primera instancia: los triunfadores. Ellos nosolamente reprimen violentamente a sus vctimas, tam-bin acallan -merced a la censura oficializada u oficio-sa- las voces que se alzan por recuperar la historia per-dida en los campos de batalla, en una eleccin o enuna manifestacin sindical. Pero siempre la represinest presente, en algunos casos como mecanismo de-fensivo individual, en otros casos como mecanismodefensivo social de lo instituido como la pretendidaVerdad nica y absoluta.

    Historia individual e historia colectiva

    Las diferencias entre la historia individual de cada unode nosotros y la historia colectiva estriba -a mi enten-der- bsicamente en una cuestin de diferencias demagnitudes del tiempo recorrido por una y otra. Mien-tras que la historia de cada persona -entendida comosus vivencias- dura lo que ella alcance a estar sobre elmundo, la historia colectiva va desde tiempos medibles,casi en trminos geolgicos, hasta el de un par de ge-neraciones, o menos an. Los efectos de la represin -como mecanismo psicolgico de defensa- no han deser iguales en uno y otro caso, por la sencilla razn deque la represin que yo sufro a instancias de mis meca-nismos psquicos ser mucho ms dolorosa -en mi inte-rior- que la represin social sufrida por mis anteceso-res de hace tres siglos cuando fueron apaleados por unmonarca que utilizaba metodologas tirnicas.

    Valade (op. cit.) reconoce que Freud ... abordaentonces la historia como socilogo, y no como histo-riador; obvio que esto no es pecado alguno y no fue elprimero ni el nico en hacerlo, pero lo peligroso est

    en que su abordaje pretendidamente sociolgico tam-bin deja mucho que desear, si se tiene en cuenta nadams que los avances sobre el tema que por entonces yahaba realizado E. Durkheim (1895). Pareciera ser quelo que Freud intentaba hacer es una asimilacin linealde la ontogenia con la filogenia, aunque no es este lu-gar para sealar lo equivocado de tal afirmacin, yaque si bien ambos procesos marchan por caminos mu-chas veces paralelos y hasta superpuestos, tambin escierto que hay lugares en que se cruzan y hasta se ale-jan, como lo demuestran las actuales polmicas por losexperimentos sobre clonacin humana, en las culesno solamente intervienen cuestiones ticas afectadaspor lo ideolgico, sino que en las mismas -las menosde las veces- aparece lo que se refiere a los componen-tes genotpicos y fenotpicos del individuo con el cualse experimenta en la actualidad.

    Aportes de la historia para el psicoanlisis

    Sin embargo, no todas son lecturas maliciosas de larelacin entre lo histrico y la teora psicolgica queaqu me ocupa. As como el primero puede resultarun buen auxiliar de la segunda, tambin puede ocurrirlo inverso. Pero esto se lograr solamente con la apli-cacin talentosa -cosa bastante difcil de encontrar-de los conocimientos de una y otra disciplina. El psi-coanlisis puede aportar un desentraamiento de losdeseos y pulsiones que aparecen en los individuos y,estos conocimientos pueden ser tiles al historiadorpara leer con una visin amplificada los episodios his-tricos que est estudiando. A la inversa, una lecturaatenta de los hechos histricos -quiero decir, sinencorsetamien-tos tericos por parte del psiclogo opsicoanalista- le podr servir a stos para tener unaimagen ms amplia acerca de lo que suceda con laspulsiones y deseos en otras pocas, cosa que puederesultarle esclarecedora no slo del pasado, sino tam-bin de lo que est ocurriendo en su entorno del aquy ahora.

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    Para lograr eso es preciso que los primeros -loshistoriadores- alcancen a comprender la diferencia queexiste entre el tiempo psquico y el tiempo social, entrelas verdades objetivas y las verdades subjetivas, locual les permitir tener una mayor posibilidad de leerlos testimonios de pocas pretritas; a la vez que lossegundos tendrn que abandonar el sentido escolsticoque le dan a los textos del maestro y reinterpretarlosen funcin de los datos que generosamente aporta ladisciplina que se encarga de relatar y analizar -con suparticular metodologa- los hechos histricos. El ta-lento al cual me refera anteriormente est ubicado ensaber cules episodios pueden ser ledos analgicamentey cules deben ser ledos sin intento de analoga algu-na. Debo recordar que a finales de 1957 el presidentede la Asociacin (Norte) Americana de Historia -W.Langer- se dirigi a los miembros de la misma solici-tndoles prestaran mayor atencin a los aportes delpsicoanlisis, ya que con los mismos se poda renovarla lectura de los hechos del pasado.

    Existen hechos que podran dar la razn a quieneshablan del rastro histrico que dej marcas indeleblesen el inconsciente de un pueblo que -dadas las condicio-nes sociopolticas que atraviesa- retoma del fondo delmismo los orgenes rebeldes. Sin embargo, si se obser-va con un poco ms de atencin y sutileza, se ver quedicha razn es negada por otros hechos semejantes. Lasdcadas de los aos 60 y 70 fueron el periodo florecien-te de los movimientos guerrilleros en Amrica Latina,los que se extendieron desde Argentina hasta Nicara-gua. En el primero de ellos, ni el Ejrcito Revolucionariodel Pueblo (ERP), ni las distintas organizaciones comba-tientes peronistas hicieron apelacin al pasado, salvoparte de estas ltimas cuando convergen en el Movi-miento Nacional Montoneros, el que recogi un nombrede la vieja historia del caudillismo verncula. Pero enCuba, la por entonces exitosa revolucin poltica y so-cial encabezada por Castro y Guevara no tuvo nombrehistrico alguno. En Chile ocurri otro tanto, al igualque en Bolivia cuando el Che Guevara organiza un mo-

    vimiento rebelde. En Per, el grupo Sendero Luminosotiene ms reminiscencias maostas que autctonas,6 aligual que en Ecuador, Colombia y Venezuela, lugaresdonde los movimientos se autodenominaban -en gene-ral- como Fuerzas Armadas Revolucionarias. Sin embar-go, en Nicaragua el Frente Sandinista de LiberacinNacional llevaba un nombre del pasado, pero se trat deun movimiento -al igual que en Argentina ocurre con elperonismo- que no perdi actualidad despus de la muer-te del General Sandino, aunque en ambos casos sus he-rederos -a la postre luego de la muerte de aquellos- des-virtuaron los objetivos fundantes de esos movimientospolticos y sociales.

    Pese a ello, si se observa con atencin -y algunaingenuidad contenida- los dos movimientos guerrille-ros que actuaron con mayor notoriedad en los aos 90han sido el Ejrcito Zapatista en Chiapas y el Tupac-Amar en Per, los que apelaron a los nombres de cau-dillos heroicos del pasado. Para que el caso mexicano -la figura de Emiliano Zapata se ubica como la de uncaudillo de principios de siglo XX-; en tanto que en elcaso peruano se apela al nombre de un dirigente ind-gena que encabez una rebelin guerrillera contra lamonarqua hispana en nuestra Amrica andina, deesto hace ya ms de doscientos aos.

    Despus de este racconto a vuelo de pjaro, esposible afirmar que tanto hay argumentos para avalaruna y otra posicin. Pero lo que es cierto es que si unfenmeno aparece diversificado en sus testimonios, lonico que nos puede decir es que no hay razones vale-deras para afirmar la aparicin de aquel inconscientecolectivo al cual recurri C. G. Jung en ms de una opor-tunidad para explicar los hechos del presente, a partir deuna suerte de condena a la que nos somete el pasado.

    Es cierto, el pasado marca los senderos del futuro-en este momento los de la actualidad que dej de serfuturo para convertirse inmediatamente en pasado- peroeso no significa que el pasado sea una condena defini-tiva e irreversible para el futuro. Sin lugar a dudas quela historia no tiene marcha atrs, es un proceso irre-

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    versible, del mismo modo que sucede con algunos pro-cesos fisicoqumicos que ya han sido descriptos acer-tadamente (Prygogine y Stengers, 1980). Pero, delmismo modo en que lo que ocurre no volver a ocurrirde idntica manera, tampoco lo que ha sucedido va areproducirse exactamente igual a como fue en el origi-nal histrico.7 Salvo en las metaciencias, el destino noest escrito en parte alguna.

    Las psicobiografas

    Las psicobiografas no son otra cosa que las biografiashechas teniendo como referencia -por parte delpsicobigrafo- un encuadre de lectura psicolgico delindividuo sobre el cual se hacen. Es decir, lo que intere-sa es aadir a los datos ms o menos objetivos quecirculan -teniendo la precaucin de ilustrarse acerca detal sujeto tanto las versiones positivas como negati-vas de aquel 8- los elementos subjetivos en combina-cin con los objetivos que contengan a la personalidaddel sujeto objeto de estudio. De tal suerte se han deinferir de sus conductas relatadas por los bigrafos -einclusive de la autobiografa si es que existe- el comple-jo sistema de pulsiones, frustraciones, deseos, motiva-ciones, etctera, que son los que lo llevaron a ser unafigura interesante como para haberse hecho acreedorde un lugar en la historia de entre los billones de seresque la han transitado en todo su largo recorrido. Es de-cir, no se trata de una tarea balad que pueda ser realiza-da con facilidad y sin necesidad de largos estudios nosolamente acerca del personaje en cuestin, sino tam-bin de quienes lo rodearon, de quienes se alejaron de ly de las condiciones de la poca en que vivi.

    Para que los psicobiografos puedan hacer un tra-bajo til -tanto para la historia como para el psicoan-lisis- es necesario que ellos no dejen espacios abiertosa sus deseos de acostar en el divn de su profesin alpersonaje al cual est estudiando. Sin dudas que puederesultar muy divertido dar lugar al paso de las fantasasde hacer lecturas de divn (Rodrguez Kauth, 1997)

    acerca de las angustias -y hasta locuras disimuladas osimuladas (Ingenieros, 1900) 9 que padecan los suje-tos que son objeto de este tipo de anlisis; sin embar-go, si se pretende trabajar seriamente con lecturas 10psicobiogrficas, es preciso tener en cuenta la rigurosi-dad del anlisis por encima del principio del placer(Freud, 1920), es decir, el principio de realidad que debeanimar a todo pretendido buen cientfico y por encimano ya de sus deseos personales sino, fundamentalmen-te, por encima de los compromisos polticos o ideol-gicos (Weber, 1929) que suscriba pblica o privadamen-te. Las fuentes del trabajo psicobiogrfico son lasmismas que las que se utilizan en la lectura histrica decualquier sujeto-objeto de estudio: las cartas, los co-mentarios de quines lo conocieron tanto en sus facetasprivadas como pblicas, los datos aportados por fami-liares y amigos y la lectura de lo dicho y de lo no dichopor el personaje en cuestin. Ms all de lo que aqu sepueda sealar, como se observar las fuentes documen-tales, son variadas y semejantes a los que utiliza habi-tualmente un historiador profesional.

    La diferencia entre el psiclogo psicoanalista pues-to a historiar la vida de un personaje y el historiadorprofesional estriba en que el primero apelar a los re-cursos que surgen bsicamente de su disciplina de ori-gen, es decir, tratar de interpretar y reinterpretar losdichos y las conductas de alguien a partir de sus pro-pios marcos referenciales de trabajo; para lo cual espreciso que tenga el talento suficiente como para en-cuadrar al personaje dentro de la poca en que se su-cedieron los acontecimientos a que pretende aludir, locual significa tomarse la molestia de conocer el am-biente histrico, poltico, filosfico y econmico-socialen que tuvieron lugar tales hechos. Ilustrarse alrededorde los mismos es la primera gran obligacin que setendr, para luego, pasar a ver si encajan los cuadrospreconcebidos de anlisis que se traen en el bagajecognoscitivo. Esto servir para no encajarforzadamente los datos recogidos dentro de los esque-mas de referencia sino a la inversa, poner los esque-

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    mas conceptuales tericos al servicio de la investiga-cin histrica.

    Antes de terminar con este punto quiero recor-dar que en Argentina fue Jos Ingenieros uno de losprimeros en haber incursionado en el tema de los an-lisis psicolgicos de artistas y autores clebres, en LaPsicopatologa en el Arte (1910). El texto fue el frutode una serie de escritos y discursos hechos y dichospor el autor cuando an era muy joven. El primero deellos data de 1899, fecha para la cual todava no sehaba diplomado de mdico. Como dice en la Adver-tencia de aquella publicacin, esos diez ensayos fueronescritos en su primera juventud, ... circunstancia queobliga a juzgarlos sin adusta severidad. Pese al comen-tario citado de Ingenieros, me veo obligado a sealarque de dichos textos se desprende precisamente su in-genuidad juvenil de aprendiz, donde pretende encon-trar caractersticas psicopatolgicas en algunas obrasde arte; lo cual realiza en particular con Shakespeare yCervantes. A ms de 100 aos de producidos estosescritos y con muchas canas en la profesin de psic-logo, me atrevo a juzgar una temeridad tal tipo de an-lisis. Si bien es cierto que ya Ingenieros -desconocien-do a Freud- se introduca por los caminos siemprefrtiles de la actividad onrica a travs de los que elviens denomin la psicopatologa de los sueos (1900),sin embargo, no tuvo la prudencia suficiente como paratomar la distancia necesaria para con la obra de artecomo testimonio de un individuo que representa -a tra-vs de su expresin artstica- el sentir y el pensar de unimaginario social por el cual aqul transitaba y por elque se hallaba contaminado.

    Al respecto creo prudente reproducir las palabrasde uno de los plsticos mas destacados del Siglo XX -Ren Magritte- quien siendo un exponente destacadodel surrealismo contemporneo advierte: No creo enlo inconsciente, ni tampoco en que el mundo se nosrepresente como un sueo, excepto cuando dormi-mos (Meuris, 1992). Si bien es cierto que no me pue-do adherir de manera absoluta con el decir de Magritte

    -a quien admiro en casi toda su obra pictrica 11 piensoque en la expresin de su pensamiento -el cual ha sido,por otra parte, siempre cnico, mordaz y doliente- existeuna pizca de realidad que nos debe hacer tomar distan-cia de las interpretaciones fciles y ligeras acerca deldiagnstico que alegremente se pueda hacer de un au-tor a partir de su obra de arte. Y estimo que, precisa-mente, en esto ltimo est la clave, es una obra de arte(Rodrguez Kauth, 1999 y 2001). Un dibujo, una pin-tura, un cuento, etctera, de un interno en un hospitalpsiquitrico o en una consulta psicolgica, puede ser-vir como elemento diagnstico para el quehacer profe-sional. Una obra de arte no. Y justamente por eso,porque su autor con ella no est solamente reflejandolo que le pasa 12, sino que est representando una fan-tasa inconmensurable e inabarcable an para el diag-nstico diferencial en psiquiatra o en psicologa. Entodo caso, me permito sostener que son de mayor va-lidez cientfica las lecturas integradas que se hagan dela obra artstica; es decir, desde lo sociolgico, lo his-trico, lo filosfico y lo psicolgico.

    Finalmente, respecto a las psicobiografas es pre-ciso tener en cuenta que desde Wittgenstein (1976) -enla corriente angloparlante- como desde Ortega y Gasset(1959) para los hispanos, ya se sabe que las ideas ycreencias anclan en juegos lingsticos y en estilos devida socialmente operantes, lo que equivale a decir quelas diferentes formas de relacin entre lo individual y losocial tienen que ser comprendidas a partir de su ex-presin lingstica en los marcos sociales y polticos enque histricamente se hayan producido o se estn ma-nifestando.

    A modo de conclusin

    Para cerrar estas lneas, debo aadir que ambas disci-plinas se necesitan mutuamente para desarrollar de ma-nera ms fecunda su quehacer investigativo e intelec-tual. Estimo necesario insistir sobre los conceptos detalento y prudencia siempre recomendables y necesa-

  • 12

    Universidades n. 25 Enero-Junio, 2003

    rios a tener en cuenta para aqul o aqullos queincursionen por los interesantes vericuetos del psicoa-nlisis aplicado a la historia y, en particular, el de laspsicobiografas.

    Notas

    (1) Y durante los ltimos cincuenta aos en los francfonos.(2) Algo que no ocurri en Argentina -pas paradjico si los hay-

    en donde la prctica psicoanaltica contina con mltiplesadeptos, al punto que es donde existen mayor nmero de psi-coanalistas por habitante, especialmente en la ciudad de Bue-nos Aires.

    (3) Que tampoco lo es, ya que la geologa ha sido capaz de de-mostrar que pese a su apariencia de solidez, est compuestode mltiples partes (Lacreu, 1992).

    (4) No se debe olvidar que las fantasas, los sueos, las alucina-ciones, etctera, son partes que conforman la realidad aun-que no tengan la condicin objetiva de tales, para esto tantola filosofa como la poesa y la propia sociologa nos enseanque para aquellos que las viven son una realidad que los con-dicionan.

    (5) Al efecto, obsrvese que normalmente decimos que el solsale por occidente, lo cual es una insensatez total -fruto delsentido comn- ya que el sol nunca sale, la que gira es la Tie-rra.

    (6) No faltar algn lector con la fantasa de aventuras aguzadaque pretender con esto argir acerca del origen asitico delos primeros habitantes de la zona de El Callao.

    (7) Vale preguntarse -a ttulo de curiosidad, simplemente- cun-do ha habido algn episodio original que no sea remedo deotro. Solamente si transitamos la historia de los procesos tec-nolgicos podramos hallar respuestas originales onovedosas.

    (8) Nadie es totalmente bueno o malo para las distintas ver-siones que se escriben de la historia.

    (9) Al respecto, cabe recordar que Dal fue un experto en simulary disimular sus estados mentales a punto tal que la confusinle lleg a l mismo (Romero, 1989).

    (10) En el sentido de anlisis e interpretacin de los textos.(11) Lo cual me llev a ilustrar la tapa de dos mis ltimos libros

    con sus imgenes desconcertantes en cuanto a que rompencon las hiptesis perceptivas.

    (12) Aunque a veces pueda ser un elemento de diagnstico til.

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