Hitos de La Literatura Colombiana

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HILOS E HITOS EN LA LITERATURA COLOMBIANA Fabio Jurado Valencia (Universidad Nacional de Colombia) Toda literatura deviene de una tradición. La tradición tiene rupturas, no es lineal, no es una cadena con los mismos eslabones. Hay un permanente comienzo a partir de las rupturas, aunque el nuevo comienzo arrastra consigo las improntas del pasado. La tradición literaria está constituida por los acervos textuales de cada generación, y cada generación es la que comienza de nuevo, siempre volviendo la mirada y apuntando hacia un horizonte. Desde un aquí-ahora todo autor pondera la tradición literaria y apuesta por la ruptura. Cuando lo pretendido se alcanza, y sabemos que son los lectores quienes sancionan, entonces nos encontramos con los hitos. Aunque haya un punto de partida para identificar los orígenes de la literatura de un país, esa obra fundante remite necesariamente a obras del pasado de otras naciones y continentes. Con la excepción de México y Perú prehispánicos, en donde a través del canto y del rito se produjo poesía (cfr. la poesía de Nezahualcoyotl), lo cual es revelador del origen mítico de la literatura, en América Latina las literaturas estuvieron permeadas por la tradición literaria europea, incluso hasta la primera mitad del siglo XX. Los escritos de los cronistas, en los siglos XVI y XVII, por ejemplo, acogen los estilos de los informes

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HILOS E HITOS EN LA LITERATURA COLOMBIANA

Fabio Jurado Valencia

(Universidad Nacional de Colombia)

Toda literatura deviene de una tradición. La tradición tiene rupturas, no es

lineal, no es una cadena con los mismos eslabones. Hay un permanente

comienzo a partir de las rupturas, aunque el nuevo comienzo arrastra consigo

las improntas del pasado. La tradición literaria está constituida por los acervos

textuales de cada generación, y cada generación es la que comienza de nuevo,

siempre volviendo la mirada y apuntando hacia un horizonte. Desde un aquí-

ahora todo autor pondera la tradición literaria y apuesta por la ruptura. Cuando

lo pretendido se alcanza, y sabemos que son los lectores quienes sancionan,

entonces nos encontramos con los hitos.

Aunque haya un punto de partida para identificar los orígenes de la literatura de

un país, esa obra fundante remite necesariamente a obras del pasado de otras

naciones y continentes. Con la excepción de México y Perú prehispánicos, en

donde a través del canto y del rito se produjo poesía (cfr. la poesía de

Nezahualcoyotl), lo cual es revelador del origen mítico de la literatura, en

América Latina las literaturas estuvieron permeadas por la tradición literaria

europea, incluso hasta la primera mitad del siglo XX. Los escritos de los

cronistas, en los siglos XVI y XVII, por ejemplo, acogen los estilos de los

informes históricos de los capitanes letrados -en “las conquistas de Magno

Alejandro”-, por ejemplo, y combinan la descripción de lo que observan y viven,

con narraciones como las que cuentan las historias de los caballeros andantes

o las historias de brujas y trotaconventos. Este movimiento dialógico, de ida y

vuelta, entre la escritura contemporánea y la escritura del pasado, es lo que

corporiza los hilos de una determinada literatura.

Si bien no hay una continuidad lineal en las historias literarias, hay unos hilos, a

veces visibles, a veces invisibles, que marcan la singularidad de una

determinada literatura. El seguimiento a estos hilos y su caracterización

posibilitan la identificación de los arquetipos y las representaciones culturales y

políticas de un país en su transcurrir histórico. Son estos hilos los que permiten

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reconstruir las formas estéticas dominantes en el movimiento dialéctico de la

tradición. Estos hilos son también el signo de las poéticas, las que a su vez

hacen posible los hitos.

EL PRIMER HITO

El primer hito de la narrativa colombiana lo constituye la obra de Juan

Rodríguez Freyle, El Carnero, escrita en el siglo XVII (1636, como el mismo

autor lo declara), cuya edición príncipe data del año 1859 (Achury Valenzuela,

1979)1. Los primeros seis capítulos están construidos a partir del discurso del

catálogo y de descripciones topónimas y cartográficas cuya intención es crear

la imagen de la veracidad del discurso de la Historia y el rigor del cronista. Se

trata de la historia del cacique Guatavita y su confrontación con el cacique

Bogotá, acaecida en el momento en que arriban los españoles. En estilo

indirecto Rodríguez Freyle narra lo que le han contado sobre tal hecho: el

sobrino de Guatavita le comunica a Rodríguez Freyle lo que le contaron -forma

de topoi en el discurso de los cronistas-.

A partir del capítulo VIII el tono que prevalece en este texto de género ecléctico

es el lenguaje de la calle y de la plaza pública, lenguaje del murmullo, del

chisme y de la noticia, cuyo antecedente se encuentra en El libro de buen amor

(Arcipreste de Hita), en La Celestina (Fernando de Rojas) o en El lazarillo de

Tormes (anónimo). Señala al respecto Moreno Durán que

… El carnero es un libro que, no obstante el propósito de su autor, el

santafereño Juan Rodríguez Freyle, se resiste a ser ubicado en una

nomenclatura específica (…). Y es precisamente esta naturaleza

ecléctica, en la que alternan secuencias históricas, folklóricas, sociales,

eróticas, políticas y picarescas, la que le brinda al libro su extraño y

sugestivo alcance. (Moreno Durán 1988: 56).

1 A esta obra le antecede las Elegías de varones ilustres, de Juan de Castellanos, nacido en España y radicado desde su adolescencia en el Nuevo Reino de Granada. A diferencia de Juan de Castellanos, Juan Rodríguez Freyle nace en Bogotá.

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Como ocurriera con Bernal Díaz del Castillo, en México, Rodríguez Freyle

declara en su obra que quiere contar las verdades que no han sido dichas

sobre la vida cotidiana en el Nuevo Reino. Para ello califica de “historielas” lo

que habrá de narrar: “No se ha de entender aquí los que escriben libros de

caballerías, sacadineros, sino historielas auténticos y verdaderos”, pero son

historias que le han contado y como cronista confía en la verdad de sus

informantes. Oscar Gerardo Ramos escribe, como Prefacio a la edición de

1968, el ensayo “El Carnero, libro único de la colonia”, en donde reivindica el

género de la historiela:

Si se les llama historielas en vez de cuentos, es porque no son

rigurosamente historias, ni leyendas, sino hechos presumibles de

historicidad, tal vez tejidos con leyenda y matizados por el genio

imaginativo del autor que toma el hecho, le imprime una visión propia, lo

rodea con recursos imaginativos y, con agilidad, le da una existencia de

relato corto. En este sentido, pues, las historielas se asemejan al asunto:

son, por tanto, precursoras del cuento hispanoamericano, y Rodríguez,

como historielista, se acerca a la vocación del cuentista…

(Ramos 1968: 23).

Ramos identifica 23 historielas que constituyen prácticamente la mitad del libro.

Las historielas de Rodríguez Freyle más comentadas por los historiadores de la

literatura colombiana, fijadas también en la memoria de los lectores, son

básicamente dos:

1. La que da cuenta de la mujer que en ausencia del marido queda embarazada y

pide ayuda a Juana García, “negra horra”, quien como pitonisa le hace ver, en

un librillo con agua, al marido en Santo Domingo acompañado de una mujer en

el interior de una sastrería; se refleja en el agua a un sastre elaborando un

vestido de grana para la mujer; al cortar una manga, Juana García la sustrae,

la entrega a la mujer embarazada y le dice: “Ya habéis visto cuán despacio

está vuestro marido, bien podéis despedir esa barriga, y aún hacer otra”.

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2. La que da cuenta de las pasiones de Inés de Hinojosa y la serie de homicidios

que ocurren en torno a sus amoríos y seducciones, en donde la digresión le

permite al narrador introducir algunas sentencias:

… con razón llamaron a la hermosura callado engaño, porque muchos

hablando engañan, y ella, aunque calle, ciega, ceba y engaña… La

hermosura es un don dado de dios, y usando los hombres mal de ella, se

hace mala. En otra parte la toparé, y diré otro poquito de ella.

¡Oh hermosura! Los gentiles la llamaron dádiva breve de naturaleza, y

dádiva quebradiza, por lo presto que se pasa y las muchas cosas con que

se quiebra y pierde. También la llamaron lazo disimulado, porque se

cazaba con ella las voluntades indiscretas y mal consideradas. Yo les

quiero ayudar un poquito. La hermosura es flor que mientras más la

manosean, o ella se deja manosear, más pronto se marchita.

(pp. 222, 223).

Por contraste con la intensidad erótica que rodea a los personajes de la

historiela sobre Inés de Hinojosa, figura que se constituirá en material para

varias novelas del siglo XX (entre ellas, Los pecados de Inés de Hinojosa),

prevalece la muerte violenta en la junción entre poder y engaño -impronta de la

colonia-. La palabra “carnero” precisamente está asociada con el lugar de los

muertos. Achury Valenzuela explica que

las locuciones gauchescas en que la palabra carnero, construida con los

verbos echar, ir y cantar, expresan la idea de muerte con tácita alusión a

fosa, sepultura. Osario o túmulo, a donde van a parar, como ya antes se

dijo, todos los personajes de la crónica de don Juan: capitanes,

generales, oidores y escribanos, prelados y doctrineros, provinciales y

legos, encomenderos e indios, damas y brujas, hermosas y celestinas,

hidalgos y pícaros, burladores y curanderos de su honra. A este carnero

van a dar, en revuelta confusión, todas las grandezas y miserias de los

cien primeros años de nuestra vida colonial…

(Achury Valenzuela 1979: LIV).

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En consecuencia, “carnero” es la metáfora con la que se nombra un túmulo o

una gran fosa en donde se encuentran los restos de quienes protagonizaron la

historia en los períodos de conquista y de fundación (siglos XVI y XVII) de lo

que es hoy la ciudad de Bogotá; de allí el listado de nombres y de datos

históricos en los primeros capítulos de esta crónica novelada.

EL SEGUNDO HITO

El carácter carnavalesco de los escenarios mostrados por Rodríguez Freyle en

sus historielas tiende un hilo invisible con la poesía conceptista de Francisco

Álvarez de Velasco Zorrilla, en la segunda mitad del siglo XVII. En contraste

con la obra de su contemporáneo, Hernando Domínguez Camargo, cultivador

de la poesía barroca gongorina, la obra de Álvarez de Velasco, en su fase

culminante, cuando escribe movido por el enamoramiento hacia la poeta

mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, es profundamente quevediana. El paso

de una poesía sacra-mística-latina, como lo fuera su poesía inicial, a una

poesía de entusiasmos y de juegos amorosos, por efecto de la

lectura/recepción crítica de la obra de Sor Juana, constituye la característica

fundamental de la obra de Francisco Álvarez. Se transforma el lenguaje de la

poesía canónica, escrita para los círculos letrados de los gobernantes de

Santafé de Bogotá, en un lenguaje poético abierto, libre de la norma y de la

retórica prefigurada del barroco clásico; es el segundo hito de la literatura

colombiana.

La incorporación de la experiencia lectora (de Primero Sueño, de Sor Juana,

por ejemplo) y la reflexión sobre la escritura, por los mismos autores en sus

obras de ficción, aparece ya en el siglo XVII con la obra de Francisco Álvarez y

es una de las constantes en la historia de la literatura colombiana, acentuada

mucho más, como veremos, en el siglo XXI. Esta especie de auto-ficción que

se percibe en la voz de la “Carta Laudatoria” revela la actitud desacralizadora

del poeta y la disposición para transformar las estructuras canónicas de la

literatura de su tiempo:

A vos divina Nise (¡más qué susto!)

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tiritando la pluma entre los dedos,

toda anegada en miedos,

descolorido el gusto,

amarillo el papel, la tinta roja,

muerta la mano y viva la congoja

de pensar que es a Nise (¡oh qué vergüenza!)

a quien quiere escribir un poeta raso.

(1989: 528)

Historiadores de la literatura colombiana, como Gómez Restrepo, censuraron

este tono de la poesía y lo caracterizaron de “chabacano, defecto muy común

en la poesía de entonces” (1938). Pero Francisco Álvarez ha leído la obra de

Quevedo, primero, y después ha descubierto la poesía de Sor Juana,

experiencia que parece reconfirmar la decisión de escribir con el lenguaje de la

conversación y de la calle. No hay ya hermetismos, tan propio de Góngora,

sino liberación de la palabra en el juego de la comunicación de quien seduce a

través de la poesía. Tal juego está mediado por los conocimientos que el poeta

reconstruye en la travesía interpretativa de la obra de Sor Juana; se trata de

exaltar su poesía a través de la poesía; el poeta se identifica con aquella

escritura, se enamora y le habla de tú a tú a Sor Juana, como poeta y como

mujer:

Yo a vos, qué ciego amor me lo dispensa?

¿Yo a vos, fámulo indigno del Parnaso?

Yo discurro el entrar con vos a juicio,

yo hablo, río, quiero holgarme,

y amor tengo a este métrico ejercicio;

sin duda que la fiebre de poeta

de una vez me ha volado la chaveta.

Quien escribir intenta,

no a la Décima Musa, que fue errata

bárbara de la imprenta,

si a la que sin segunda es la primera;

no a la décima digo, sí a la lira

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de Orfeo que, verdadera,

por si se va tocando tan sonora

que, corriendo hasta España, a Europa admira,

y con el mismo encanto

resonando otra vez siempre canora,

llega su dulce encanto

a esta de Santa Fe ciudad dichosa,

corte del Nuevo Reino de Granada,

y hoy más ilustre en los que timbre goza

por ser también por de Indias celebrada

con las que glorias hoy les multiplica,

más que sus minas, vuestra Pluma rica.

(529)

La escritura provee los recursos para el ensueño y la ilusión, hace posible la

conjunción amorosa en la construcción simbólica del poeta; hay un yo deseante

que fantasea en los universos semánticos del poema, que redime los deseos

reprimidos y los sublima. El desbordamiento del encuentro imaginario conduce

a la asunción de la escritura como una forma catártica pero también realizante

del deseo, aunque de manera simbólica y sustitutiva. Confiesa el poeta en sus

versos que “el ser un hombre poeta es conveniencia, / pues puede sin los

riesgos de una ausencia / andar el mundo todo / y embarcarse también desde

su casa.” (539); es decir, da lugar a una poética: la escritura es el viaje. Por eso

imagina estar en México, ver por una hendija a la amada en su celda,

concentrada en los libros de lógica, matemáticas, física, historia, teología,

política y música, disciplinas que transcurren en ese gran poema de la monja

jerónima: “Primero sueño”, explicado por Francisco Álvarez en “A las obras y

segundo libro de Soror Inés Juana de la Cruz y especialmente a la silva del

Sueño.” Pero tres años atrás Sor Juana ha muerto y el poeta lo sabe cuando

tiene el libro publicado y se alista para ir hasta México a ofrecerle su amor y su

obra. El anclaje de la escritura en Santafé de Bogotá, la declaración de origen y

del oficio del escritor, constituye el hilo vinculante con la obra de Freire.

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EL TERCER HITO

La literatura habla en la literatura y tiende hilos para develar las poéticas de los

autores: es una de las constantes en los hitos de la literatura colombiana.

Transcurrirán casi dos siglos para la aparición de otra obra-hito: María, de

Jorge Isaacs, cuya edición príncipe data de 1867. Como ocurriera en la obra de

Francisco Álvarez el idilio es el hilo que orienta las visiones románticas; pero

además en esta novela se destaca el desmedido deseo en un mundo de

solapamientos sociales. Para acentuar las visiones románticas sobre el mundo

(todo está en equilibrio, menos el amor por el asedio de la muerte) el autor

introduce la analogía, a la manera de un espejo, entre la historia que se

representa en Atala, de Chateaubriand, y la historia que constituye el idilio en

María. Esto significa que de nuevo nos encontramos con la autoficción o como

lo señala Perus (1998), la ficción autobiográfica, pues se trata de las lecturas

de Isaacs, proyectadas en el universo de la novela, a cargo del narrador-

protagonista, Efraín:

… y teniendo a nuestros pies el valle majestuoso y callado, leía yo el

episodio de Atala, y las dos, admirables en su inmovilidad y abandono,

oían brotar de mis labios toda aquella melancolía aglomerada por el poeta

para “hacer llorar al mundo”…

El sol se había ocultado cuando con voz alterada leí las últimas páginas

del poema. La cabeza pálida de Emma descansaba sobre mi hombro.

María se ocultaba el rostro con entrambas manos. Luego que leí aquella

desgarradora despedida de Chactas sobre el sepulcro de su amada,

despedida que tantas veces ha arrancado un sollozo a mi pecho:

“¡Duerme en paz en extranjera tierra, joven desventurada! En

recompensa de tu amor, de tu destierro y de tu muerte, quedas

abandonada hasta del mismo Chactas”. María dejando de oír mi voz,

descubrió la faz, y por ella rondaban gruesas lágrimas. Era tan bella como

la creación del poeta, y yo la amaba con el amor que él imaginó…

(19)

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La dialogización, como llamara Bajtin (1982) a la presencia de la literatura en la

literatura, revela el carácter letrado del protagonista, quien a su vez se propone

integrar a las mujeres del núcleo familiar, incluida su prima, María, a la

comunidad letrada; a partir de la literatura de instrucción –cabe aquí El genio

del cristianismo, de Chateaubriand, también citado en la novela de Isaacs-, el

narrador/protagonista, Efraín, distribuye parte de su capital cultural asimilado

durante seis años de educación básica en Bogotá. El acervo de obras que ha

traído de la capital es enumerado por Carlos, el antagonista, quien “fiscaliza” y

pone en entredicho la utilidad de los libros; así, se nombra a Don Quijote,

Shakespeare, Calderón, Cortés, Tocqueville, la Biblia, la Gramática Inglesa”;

con antelación, Efraín ha recordado a Byron.

El rol pedagógico le permite, a Efraín, garantizar la cercanía con la mujer que

ama e intensificar a través de signos ostensivos esa alianza amorosa. También

Efraín ha incursionado en la escritura de poemas y de canciones y la novela

misma es un poema extenso en prosa que exalta la naturaleza geográfica, la

de un paraíso terrenal, y refuerza la investidura lozana y pura de la mujer:

María es un antropónimo. Se pueden tomar algunas de las descripciones sobre

los entornos geográficos y jugar a poner en verso tales descripciones para

identificar la poesía en la novela y, sobre todo, reconfirmar que el hilo que

permanece entre los hitos literarios en Colombia está dado en el trabajo con el

lenguaje, más que en los hechos contados como realidad cruda:

Las llanuras empezaban a desaparecer,

huyendo en sentido contrario a mi carrera,

semejantes a mantos inmensos

arrollados por el huracán.

Los bosques que más cercanos creía,

parecían alejarse cuando avanzaba hacia ellos.

Solo algún gemido del viento

entre los higuerones y chiminangos sombríos,

el resuello fatigoso del caballo

y el choque de sus cascos

en los pedernales que chispeaban,

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interrumpían el silencio de la noche.

(21)

A través de la lectura de Atala por Efraín, que nos llega a través de la lectura

de María, el autor ficticio, como lo llama Perus, modela al lector para el

desenlace trágico: María ha heredado la epilepsia de la madre y el amor se

truncará con la muerte. La lectura dentro de la lectura (Atala en María) le sirve

de estrategia a Isaacs para acentuar la premonición a través de diversos

símbolos, como el ícono de la tumba en Atala, la presencia del ave negra, las

tormentas y las flores. Se trata del autor ficcionalizado que enuncia entre

bastidores (es el enunciador), mas no del narrador/actor/Efraín, si bien los dos

se entraman. Señala Perus que “a diferencia de lo que sucede con el relato del

viejo Chactas, en María, el protagonista, el narrador, el autor y el destinatario

ficticios pertenecen a un mismo mundo –el del Valle del Cauca-.” (57). Hay una

simbiosis de voces que convergen en una, la del narrador/autor ficticio, en

primera persona, que en un tiempo posterior a la historia asume la

retrospección y la nostalgia en esta novela suya, que también es la

convergencia de la diversidad de géneros en el siglo XIX: novela sentimental,

novela sicológica, novela de aventuras, novela costumbrista y novela histórica.

En general, la novela María es un referente necesario en la historia de la

literatura colombiana porque permite comprender las especificidades de los

hitos literarios; la especificidad de mayor valor estético está dada en la

competencia del escritor para activar el dialogismo literario en una relación

equilibrada entre los procesos de enunciación (el trabajo con el lenguaje) y el

desarrollo de la fábula o historia (los hechos narrados). En el caso de esta

novela no es la historia por sí sola lo que la determina como un hito literario

sino el modo de su enunciación y sus efectos cronotópicos. Respecto a los

efectos cronotópicos se observa la preocupación del sujeto enunciador por

controlar la verosimilitud de la novela, a través de la representación de las

nacientes haciendas azucareras, la sociedad patriarcal, la coherencia entre

principios religiosos y el buen trato de los esclavos, la unidad familiar, los

acuerdos civilizados, propios de una comunidad bucólica, en la segunda mitad

del siglo XIX, que a la vez son el signo del ser-parecer.

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HACIA LOS HITOS EN EL SIGLO XX

La crónica y el Diario son dos géneros convergentes en los que el escritor se

visibiliza y a la vez se ficcionaliza, si bien por fuera del texto podrían rastrearse

afinidades entre el mundo referencial y el mundo enunciado literariamente.

Estas características están presentes también en una novela de finales del

siglo XIX, como es De sobremesa, de José Asunción Silva, en la que se

destaca también la autoficción y la intensidad idílica; en esta novela, en efecto,

quien narra es el poeta José Fernández, alter ego de Silva por las huellas

biográficas que pueden rastrearse en la narración:

Y sin embargo los versos me tientan y quisiera escribir, ¿para qué

ocultártelo? En estos últimos días del año sueño siempre en escribir un

poema pero no encuentro la forma… Esta mañana, volviendo a caballo de

Villa Helena, me pareció oír dentro de mí mismo estrofas que estaban

hechas y que aleteaban buscando salida. Los versos se hacen dentro de

uno, uno no los hace, los escribe apenas… ¿Tú no sabes eso, Rovira?

(1979: 145)

Unos amigos visitan a José Fernández, poeta, quien ha entrado en un estado

de nihilismo y de desilusión frente a la vida; los amigos lo animan a continuar

con su proyecto poético y quieren conocer lo que tiene inédito. Después de

discutir en torno al destino de cada uno, obligan a José Fernández a leer un

material encuadernado que reposa en una mesa. Se trata de una novela en

forma de diario, cuya primera parte narra la historia de una pintora rusa que en

su juventud padece de tisis y muere tempranamente. En lo que sigue se narran

las experiencias sibaritas del poeta en Inglaterra y en Francia; ya sabemos por

la biografía que Silva pasó una temporada en estos países. A lo largo del diario

desfilan nombres de escritores, pintores, filósofos, científicos y músicos que

son invocados como fuentes que han formado al escritor/narrador. Semejante a

como ocurre en La vorágine, también aquí el protagonista busca ansiosamente

a una mujer, Helena, sobre quien tiene sentimientos ambivalentes: la necesita,

le hace falta, pero no sabe si la ama, como ocurrirá con Arturo Cova en la

novela de Rivera y con Maqroll, en La nieve del almirante, de Mutis.

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LOS HITOS LITERARIOS EN EL SIGLO XX

Algunos remanentes semánticos (el idilio, el esclavismo y la sociedad

patriarcal) de la novela María y el dialogismo de las literaturas (presente

también en De sobremesa) lo encontraremos de nuevo en la novela

trascendente de la primera mitad del siglo XX en Colombia: La vorágine, de

José Eustasio Rivera. La edición príncipe de esta novela data del año 1924,

cuando en América Latina se vislumbraba la transformación en el arte de

narrar, luego de un sinnúmero de novelas costumbristas y románticas; para el

caso de Colombia: Manuela, Tránsito, El Moro, El Alférez real, La Marquesa de

Yolombó… La novela La vorágine constituye la transición hacia lo que

Carpentier denominará la novela de lo real maravilloso, impronta de la novela

moderna en América Latina.

Hemos señalado que uno de los hilos vinculantes en el carácter de la literatura

colombiana –y toda literatura tiene un carácter como lo tiene la condición

humana- lo constituyen el idilio y la tendencia hacia la ficción autobiográfica, o

la autoficción, en el modo de dar cuenta de las historias que se narran. Esta

tendencia, la de la ficción autobiográfica, confunden al lector (¿fue real o no lo

que se narra? ¿quién habla: el escritor de carne y hueso o un escritor

inventado?) a la vez que lo modelan. En un país de iletrismo agudo porque la

educación incluyente llegó tarde y todavía no se completa, porque hasta

recientemente la comunidad propiamente letrada ha sido la de un sector

minoritario de las clases aristocráticas (lo minoritario se ejemplifica en la

antinomia Efraín/Carlos, en María), los autores optan por la acentuación de los

referentes histórico-geográficos para asegurar la confianza del lector. En el

caso de la novela de Rivera esta perspectiva es mucho más nítida: la novela

inicia con un “fragmento de la carta de Arturo Cova” y luego a la manera de un

“prólogo” aparece una carta de José Eustasio Rivera dirigida al “Señor

Ministro”, en la que declara que ha “arreglado para la publicidad los

manuscritos de Arturo Cova, remitidos a ese Ministerio por el Cónsul de

Colombia en Manaos.” Y señala asimismo que en esas páginas ha respetado

“el estilo y hasta las incorrecciones del infortunado escritor, subrayando

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únicamente los provincialismos de más carácter.” La estratagema estética se

redondea con el texto que sirve de “Epílogo”, según el cual “el último cable de

nuestro Cónsul (…)” informa que “Hace cinco meses búscalos en vano

Clemente Silva. Ni rastros de ellos. ¡Los devoró la selva!”. He aquí pues el

dilema de la novela, que solo se resolverá en la travesía de su interpretación,

pero que revela la presencia de un narrador no digno de confianza, que

permanecerá en estos hitos literarios.

La historia narrada se desencadena a partir del idilio ambivalente entre Alicia y

Arturo Cova, que conduce a la huída/rapto del protagonista, revelador del

rompimiento con los principios morales de la sociedad bogotana:

Luego, cuando la arrojaron del seno de la familia y el juez le declaró a mi

abogado que me hundiría en la cárcel, le dije una noche, en su escondite,

resueltamente: ¿Cómo podría desampararte? ¡Huyamos! Toma mi suerte,

pero dame el amor.

¡Y huimos!

(11)

Seis páginas después, a través de un diálogo, descubrimos que Arturo Cova es

poeta, y avanzada la historia, luego del viaje de Bogotá a Villavicencio y de ahí

a Casanare, el narrador/autor ficticio declara: “Poco a poco mis buenos éxitos

literarios irían conquistando el indulto…” (55). Pero ya no se trata del poeta

sentimental que habla entre bastidores en María, sino del poeta de ideales

anárquicos, “sensual y mundano, opuesto a lo virtuoso y platónico.” (Perus,

143), que fácilmente puede involucrarse entre los vaqueros del llano, en una

relación entre iguales, tan propio como emborracharse, agredir con altanería,

pegarle un puñetazo a una mujer y amedrentar con la carabina a sus supuestos

enemigos. Es un poeta desdoblado que, en los remansos de la resaca,

configura al destinatario interior de sus propias confesiones, su “amigo mental”:

Porque el alma de Alicia no te ha pertenecido nunca, y aunque ahora

recibas el calor de su sangre y sientas su respiro cerca de tu hombro, te

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hallas, espiritualmente, tan lejos de ella como de la constelación taciturna

que ya se inclina sobre el horizonte.

(12)

Este tono lírico aparecerá en dos tipos de situaciones de la primera parte de la

novela: en el diálogo interior con el “amigo mental”, especie de conciencia

moral, y en las descripciones de la geografía asombrosa del llano, sobre todo

respecto a los amaneceres y atardeceres; lo demás es la realidad cruda que

acaece en un llano grande, de ganado y caballos salvajes, como sus

domadores, de altas temperaturas, con asedios de los indios, semejante a los

relatos de Faulkner y a los pasajes fundamentales de Doña Bárbara, de

Rómulo Gallegos. No se trata de un preámbulo al ingreso a la selva agreste y

apocalíptica, como se verá en la segunda y tercera parte de la novela, sino de

la representación del desacomodo con el habitus y la crisis espiritual del poeta

frente al modelo de sociedad de su tiempo. No es pues por el amor que Arturo

Cova huye de Bogotá, “raptando” a Alicia, sino por salvarla de un matrimonio

no deseado y por la búsqueda de lo desconocido y lo exótico, apuntando hacia

un fin cualquiera “a su vida estéril” (como se observa en José Fernández, en la

novela de Silva). Los rezagos del héroe romántico, el que lucha contra los

malos, defiende a los desvalidos y sufre por su carácter contradictorio, se

representan en la figura de Arturo Cova (también en José Fernández), narrador

protagonista de la novela.

La primera parte puede leerse como una novela breve, autónoma, poliglósica,

etnográfica. La segunda y tercera parte pueden leerse como otra novela, cuya

fuerza simbólica demarca las diferencias estéticas respecto a la primera. El

inicio de la segunda parte es un poema en prosa que prepara al lector para la

reconstrucción alegórica:

-¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¡Qué

hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de

tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre está sobre mi cabeza entre

mi aspiración y el cielo claro, que sólo entreveo cuando tus copas

estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos

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angustiosos. ¿Dónde estará la estrella querida que de tarde pasea las

lomas? ¿Aquellos celajes de oro y múrice con que se viste el ángel de los

ponientes, por qué no tiemblan en tu dombo? ¡Cuántas veces suspiró mi

alma adivinando al través de tus laberintos el reflejo del astro que

empurpura las lejanías, hacia el lado de mi país, donde hay llanuras

inolvidables y cumbres de corona blanca, desde cuyos picachos me vi a

la altura de las cordilleras! ¿Sobre qué sitio erguirá la luna su apacible

faro de plata? ¡Tú me robaste el ensueño del horizonte y sólo tienes para

mis ojos la monotonía de tu cenit, por donde pasa el plácido albor, que

jamás alumbra las hojarascas de tus senos húmedos!...

(121)

Se trata de una paráfrasis en tono lírico de lo que constituye el núcleo de la

segunda parte de la novela, cuando se ingresa al infierno de la selva, en busca

de Alicia y Griselda, quienes han huido con Barrera hacia las zonas caucheras.

El descenso al infierno, mostrado por Homero, en Odisea, luego por Virgilio, en

La Eneida y, posteriormente, en el renacimiento, por Dante, en La Divina

Comedia, se reconfigura simbólicamente en la novela de Rivera; este descenso

se acentúa a partir de un sueño que como pesadilla experimenta Cova; es un

sueño premonitorio de lo que será la inmersión en los laberintos selváticos. En

el sueño, una sombra descarga su guadaña en el cráneo de Cova y los árboles

y los charcos piden hacerlo picadillo, porque ha profanado sus cuerpos. En

adelante la naturaleza selvática se personifica y tiende trampas a quienes la

han penetrado.

La analogía entre la naturaleza selvática y la naturaleza humana es

representada de una manera intensa en la tercera parte de la novela para

destacar la violencia, entre los hombres mismos con la explotación esclavista

del caucho y entre los hombres y la naturaleza cuando esta parece vengarse y

los enferma. Árboles gigantes que no permiten ver el sol ni las estrellas hacen

señas a quienes caminan, árboles y plantas murmuran, remedan la voz

humana, los bejucos corren cuando ven el machete, las ramas se esconden…

La alucinación es inevitable cuando los personajes giran sobre un mismo punto

de la selva y creen avanzar hacia la libertad, luego de huir de los campamentos

Page 16: Hitos de La Literatura Colombiana

miserables en donde se intercambia el caucho a cambio de puñados de

mañoco, un alimento amazónico hecho de yuca brava.

También en la tercera parte el autor-ficticio de los escritos se presenta en

varios momentos:

Mi psiquis de poeta, que traduce el idioma de los sonidos, entendió lo que

aquella música les iba diciendo a los circunstantes. Hizo a los caucheros

una promesa de redención, realizable desde la fecha en que alguna mano

(ojalá que fuera la mía), esbozara el cuadro de sus miserias y dirigiera la

compasión de los pueblos hacia las florestas aterradoras: consoló a las

mujeres esclavizadas, recordándoles que sus hijos han de ver la aurora

de la libertad que ellas nunca miraron…

(261)

Va para seis semanas que, por insinuación de Ramiro Estébanez,

distraigo la ociosidad escribiendo las notas de mi odisea (…) Peripecias

extravagantes, detalles pueriles, páginas truculentas forman la red

precaria de mi narración, y la voy exponiendo con pesadumbre, al ver que

mi vida no conquistó lo trascendental y en ella todo resulta insignificante y

perecedero…

(280)

Hoy escribo estas páginas en el Río Negro, río sugestivo que los

naturales llaman Guainía. Desde las tres semanas, en el batelón de la

turca, huimos de las barracas del Guaracú. Sobre la cresta de estas

ondas retintas que nos van acercando a Yaguanarí, frente a estas orillas

que vieron bajar a mis compatriotas esclavizados, sobre estos remolinos

que venció la curiara de Clemente Silva, hago memoria de los sucesos

aterradores que antevinieron a la fuga, inconforme con mi destino, que

me obligó a dejar un rastro de sangre.

(306)

-¿Tienes alguna cosa que llevar?

Page 17: Hitos de La Literatura Colombiana

Señalando difícilmente el libro desplegado en la mesa, el libro de esta

historia fútil y montaraz, sobre cuyos folios tiembla mi mano, acerté a

decir:

-¡Eso! ¡Eso!

Y la niña Griselda se lo llevó.

(312)

Esto lo escribo aquí, en el barracón de Manuel Cardozo, donde vendrá a

buscarnos don Clemente Silva. Ya libré a mi patria del hijo infame. Ya no

existe el enganchador. ¡Lo maté! ¡Lo maté!

El otro hilo que se tiende en la novela de Rivera está relacionado con la labor

del cronista; como ocurriera en el período de conquista de América los grupos

que detentan el poder económico y político en la “metrópoli” promueven y

respaldan la incursión en las selvas amazónicas en busca de un nuevo Dorado:

la explotación del oro vegetal por entonces (el caucho), tema que Vargas Llosa

ha reivindicado para su discusión en la novela El sueño del Celta, metatexto

fundamental de La vorágine.

LOS OTROS HILOS EN EL SIGLO XX

Después de José Asunción Silva, y luego de la pausa que marcaran Barba

Jacob y León de Greiff, es indudable que la poesía de Aurelio Arturo reinaugura

el género del poema, pues propone una poética que se constituye en referente

de la innovación y abre el horizonte para una literatura que paulatinamente se

hará más genuina en Colombia. Aurelio Arturo logra darle cierre a la retórica

ampulosa que hasta entonces había prevalecido en la mayoría de los poetas

colombianos patrioteros del período romántico. En la poesía de Aurelio Arturo,

no se trata de evasiones ni de invenciones artificiales sino de la geografía rural

hablándonos con la fuerza de la sinestesia.

Alguien que crece en una cotidianidad de verdes “de todos los colores” puede

detallar la singularidad de la geografía y hacernos sentir algo distinto a lo que

vemos en la vida práctica; no hay otro modo de entenderlo si no es, como

Page 18: Hitos de La Literatura Colombiana

sabía hacerlo Aurelio Arturo, desde la aprehensión de las literaturas

universales, que nos prepara para leer el mundo de manera distinta a como lo

hacen los no iniciados en el arte de la poesía. Aurelio Arturo nos presenta la

lectura que realiza de la geografía y de la casa, de la provincia de nieblas y

vientos, que es inefable por sí misma: los territorios del sur de Colombia, en

Nariño.

Por esos tonos y el tratamiento fresco y reposado de los temas, porque nos

detiene para repensar sobre el sonido y el sentido de la poesía, la intención

innovadora del verso en la literatura colombiana del siglo XX se inicia con

Aurelio Arturo. Como bien lo ha señalado William Ospina “los poemas de Arturo

son siempre algo intenso, complejo, rico y coherente, que no parece resultado

del mero ingenio humano, de la industria humana, sino ser prolongación de los

tejidos de la naturaleza: algo armonioso como una música y más consistente

que un axioma: algo inexplicable y vivo que se parece a los helechos y a los

pájaros.” (1990: 18). Con la obra de Aurelio Arturo reconfirmamos que la poesía

en su más alto vuelo estético también narra, porque la poesía no es un mero

juego de palabras o un libre albedrío del lenguaje sino una manera simbólica

de representar las fuerzas ocultas de la cotidianidad humana y geográfica.

No cabe duda que la mayor compensación que alcanza el poeta con su trabajo

se encuentra en los efectos que su obra produce en los escritores

contemporáneos y en los posteriores. De la lectura de una obra que nos

conmueve, algo se interioriza como imagen perenne, sea de manera voluntaria

o no. Así, la obra de los poetas que convergerán en la revista Mito (1955 –

1962) recrearán de nuevo la geografía y la noche pero adicionarán el contraste

entre el amor y la muerte; también nos narran a través del verso, como lo

hiciera Arturo. Es el caso de las obras de Álvaro Mutis, Rogelio Echavarría,

Gaitán Durán, Cote Lamus y Charry Lara, poetas que logran instalarse en ese

recorrido iniciado por Aurelio Arturo, es decir, son consecuentes estéticamente

con la búsqueda de un lenguaje para decirnos sin estereotipos, y con el recurso

polivalente del símbolo, lo que es el mundo. Pero en cada uno hay una

propuesta, no hay repetición ni simulación, si bien ninguna obra completa de un

autor es perfecta.

Page 19: Hitos de La Literatura Colombiana

Hay un halo de filosofía de la historia que subyace en la obra de Mutis, que nos

interpela para auscultar un universo de paradojas y de incertidumbres; la

geografía aparece como un espejo en el que el hombre puede mirarse, con el

deterioro o con la esbeltez; el lenguaje es el único asidero con el que el hombre

puede sostenerse y hacer suyas las ilusiones, alimentándolas siempre de

deseos. Si en Mutis es notable la fluidez y el discurrir de unos hechos que

siempre son un presentimiento, en Charry Lara nos encontramos con un

lenguaje cifrado y a la vez nos hace sentir que algo ocurre, si bien pausado,

lento y sosegado. Charry Lara introduce los ambientes urbanos que Rogelio

Echavarría acentuará: el hecho cotidiano desde un lenguaje que estruja, que

busca desalienar. Mutis, Charry y Echavarría, junto con Gaitán Durán, son los

poetas mayores que convergen en Mito. Constituyen el segundo momento

fundamental de la poesía colombiana en el siglo XX.

En la poesía de Gaitán Durán el amor y la muerte se entreveran, no se

diferencian. Se ve venir la muerte en la intensidad del amor, en la elevación del

clímax; se siente el amor no como algo perdurable sino como algo que muere y

mientras muere vive. La soledad y el aislamiento se representan,

paradójicamente, en el encuentro de la pareja, en ese mundo aparte donde

nadie mira y nadie verbaliza, pues sólo hay diálogo táctil y algo de humor, en

un tiempo que siempre es el de la noche, de la que emana la llama del abrazo

y del vuelo; los cuerpos no se ven cuando se aman, sólo arden; éste es el

ícono que Gaitán Durán construye desde la eufonía tratando de nombrar la

conjunción vital de los amantes, reivindicando la poética del Marqués de Sade

de quien fuera traductor; en esa llama ardiente converge lo telúrico y la historia

de la humanidad.

En la poesía de Cote Lamus permanece el tono confesional, místico, y el

propósito por exteriorizar, a través de la palabra, imágenes relacionadas con

espacios primigenios: la casa, la infancia, el padre, la madre, los hermanos, los

amigos, las geografías del entorno… Es una poesía de encabalgamientos,

porque al autor le preocupan los ritmos sostenidos, la aliteración y, por

supuesto, el compás de una música que hace posible el sentido. Entre el sueño

Page 20: Hitos de La Literatura Colombiana

y el ensueño transcurre esta poesía que asume la muerte como una presencia

de la vida.

Pero entre todos estos escritores que convergen en la revista Mito, dos serán

decisivos y sus obras constituirán hitos en la literatura colombiana: Álvaro Mutis

y Gabriel García Márquez; las obras fundamentales de estos dos escritores

tiene la particularidad de haberse escrito en México, en donde viven desde

finales de la década de 1950. En la obra de cada uno aparecerá de nuevo la

autoficción, el dilema del idilio y su fractura trágica.

En el caso de Mutis, tanto en el verso como en la prosa, se instala la saga de

un protagonista al que acude para proyectar sus representaciones imaginarias:

Macqroll el Gaviero. También la analogía con Arturo Cova y con José

Fernández es inevitable. La investidura es la misma: seres temperamentales,

cargados de desesperanza y de desacomodo con el mundo, sujetos

hiperactivos que buscan respuestas a los misterios de las geografías y sus

habitantes, hombres que aman y des-aman simultáneamente a las mujeres. Ya

desde el año 1953 aparece esta figura que permanecerá en poemas y en

novelas de Mutis; con “Oración de Macqroll” se inicia la saga y en ella la

presencia de un autor ficcionalizado:

No está aquí completa la oración de Macqroll el Gaviero. Hemos reunido

solo algunas de sus partes más salientes, cuyo uso cotidiano

recomendamos a nuestros amigos como antídoto eficaz contra la

incredulidad y la dicha inmotivada.

(31)

Entre el ser y el parecer sobre quién habla en las obras de Mutis oscilan las

conjeturas de los lectores; la verosimilitud logra sus efectos pues se crea la

imagen de la existencia referencial de Maqroll: ¿un gaviero que Mutis conoció

en sus viajes como funcionario de las empresas con las que trabajó? ¿un

gaviero culto, que lee y escribe? En todos los escritores/narradores

referenciados encontramos lo que Ricoeur (1996) identifica como narradores

no dignos de confianza. Un narrador no digno de confianza, dice el teórico

Page 21: Hitos de La Literatura Colombiana

francés, es aquel que deja al lector en la incertidumbre, no lo lleva de la mano

como lo hace el narrador digno de confianza, prevaleciente en la literatura del

siglo XVIII y parte del XIX, sino que, al contrario, le tiende trampas a través de

la retórica de la disimulación. Esta intención de Mutis/autor empírico conduce al

sincretismo de los géneros: hay rastros de novelas en sus poemas y hay

rastros de los poemas en sus novelas, pero también hay rastros biográficos en

unos y en otros géneros, como ya se vio desde la obra de Freyle, respecto al

sincretismo entre crónica y novela: he aquí el hilo entre los hitos.

El autor empírico, el señor alto con voz de locutor y de actor cinematográfico, el

que purgó 15 meses de cárcel en Lecumberri, el amigo/asesor de García

Márquez, el viajero interminable, el hombre generoso con los escritores

jóvenes, don Álvaro Mutis, le apuesta a un proyecto literario que habrá de

sostener hasta el final. Con sus obras juega y crea a un autor implicado que

presupone y modela a un lector implicado, con quien se establece el pacto de

la verosimilitud. El comienzo de la novela La nieve del almirante, nos ubica en

esta estratagema estética en la que el lector tiene que trabajar para develar la

ambigüedad de lo narrado y tomar distancia así de la posible imagen de un

texto referencial historiográfico:

Cuando creía que ya habían pasado por mis manos la totalidad de

escritos, cartas, documentos, relatos y memorias de Maqroll el Gaviero y

que quienes sabían de mi interés por las cosas de su vida habían agotado

la búsqueda de huellas escritas de su desastrada errancia, aún reservaba

el azar una bien curiosa sorpresa, en el momento cuando menos la

esperaba.

(1986: 11)

Quien habla es el autor implicado; en la dimensión cognitiva, un lector de

Historia y de literatura, que en el aquí-ahora de la narración se encuentra en

una “librería de viejo”, en “el Barrio Gótico de Barcelona”, buscando

antigüedades bibliográficas. Entre sus búsquedas descubre “una bella edición,

encuadernada en piel púrpura, del libro de P. Raymond que buscaba hacía

años y cuyo título es ya toda una promesa: Enquête du Prévôt de Paris sur

Page 22: Hitos de La Literatura Colombiana

l`assassinat de Louis Duc D`Orléans; editado por la Bibliothèque de l`Ecole de

Chartres en 1865.” (12). Paga el libro sin vacilar, con el placer de quien ama los

libros y ve en ellos la respuesta a los dilemas que animan a todo lector-escritor.

Es difícil no desprenderse de la imagen de un autor en esta declaración,

cuando somos lectores de una novela que se llama La nieve del almirante,

cuyo autor es Álvaro Mutis. Pero en esto consiste el juego que nos propone

Mutis-Autor: nos persuade sobre la manera como aparece la historia que

corporiza la novela: en la tapa posterior del libro que acaba de comprar hay un

bolsillo en cuyo interior aparecen unos manuscritos; hacia el final de estos

manuscritos se lee que es “escrito por Maqroll el Gaviero durante su viaje de

subida por el Río Xurandó. Para entregar a Flor Estévez en donde se

encuentre…” Y para asegurar el efecto de la persuasión el sujeto que nos

habla en esta especie de presentación, anota que “el libro tenía numerosos

subrayados y notas hechos con el mismo lápiz” y que “era fácil colegir que

nuestro hombre, para no desprenderse de esas páginas, prefirió guardarlas en

el bolsillo destinado a fines un tanto más trascendentes y académicos.” (13).

Entonces este autor ficcionalizado lee tales manuscritos y es lo que recibimos

los lectores empíricos: el diario de Maqroll. Para acentuar el efecto verosímil el

autor ficticio nos dice que el “Diario del Gaviero, al igual que tantas cosas que

dejó escritas como testimonio de su encontrado destino, es una mezcla

indefinible de los más diversos géneros: va desde la narración intrascendente

de hechos cotidianos hasta la enumeración de herméticos preceptos de lo que

pensaba debía ser su filosofía de la vida…” (13, 14).

Los manuscritos encontrados dentro de aquel libro son complementados con

“algunas crónicas sobre nuestro personaje aparecidas en publicaciones

anteriores” y a este autor le parece que en este libro, es decir, la novela que

leemos, “ocupan el lugar que en verdad les corresponde.” He aquí de nuevo

unos hilos: Efraín/María; J. Fernández/Helena; Cova/Alicia; Maqroll/Flor

Estévez y, sobre todo, el recurso retórico de la crónica, del Diario y del narrador

no digno de confianza, entramado en el autor ficcionalizado, también presente

en la novela de García Márquez, Crónica de una muerte anunciada (1981) que,

junto con Cien años de soledad (1966), constituyen el otro hito literario en

Colombia.

Page 23: Hitos de La Literatura Colombiana

El nivel más alto de la crónica novelada lo encontramos en la obra de García

Márquez. La polifonía de la enunciación constituye un matiz en la obra del

Nobel y en las novelas aquí comentadas. Crónica de una muerte anunciada

está hecha con las manos de un relojero; el discurso está en filigrana; es, de

nuevo, una novela con lenguaje poético/cifrado. Desde la primera página la fina

conducción de las voces atrapan al lector y lo animan a avanzar hacia un

laberinto de dudas no resueltas:

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la

mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado

que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna,

y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por

completo salpicado de cagada de pájaros. “Siempre soñaba con árboles”,

me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los

pormenores de aquel lunes ingrato…

(9)

“El día en que lo iban a matar”, declara el cronista/narrador que se propone

reconstruir la historia; “Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones

donde caía una llovizna tierna…”, piensa el personaje de la crónica; “Siempre

soñaba con árboles”, le dijo la madre de Santiago Nasar al cronista; “evocando

27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato”, dice el

cronista/narrador. Toda la novela/crónica transcurre con el ritmo vertiginoso de

voces que se cruzan y desembocan en el núcleo de los eventos referidos: el

homicidio de Santiago Nasar en manos de los hermanos de Ángela Vicario,

quien lo ha señalado ser el “autor” de su desfloración.

Este movimiento de voces contribuye al solapamiento de un enunciador (la voz

encubierta en la voz del narrador) que es portador del saber pleno relacionado

con la seducción y posesión de la joven virgen Ángela Vicario, motivo del

homicidio que hace mover la historia. Recordemos la fábula: Bayardo San

Román llega al pueblo ostentando un poder económico y social; está buscando

una mujer para casarse; se casa con Ángela Vicario y realiza una gran fiesta;

Page 24: Hitos de La Literatura Colombiana

en la noche de bodas descubre que la mujer no es virgen; entonces la golpea y

la devuelve a la casa paterna; al preguntarle sobre el seductor ella señala a

Santiago Nasar, hombre también de posición social alta, de origen árabe y gran

seductor en el pueblo. Los hermanos gemelos de Ángela Vicario son carniceros

de cerdos y se proponen vengar el desagravio, que no ocultan y hacen público;

así, en el pueblo todo el mundo sabe que los hermanos Vicario van a matar a

Santiago Nasar, quien simplemente se desconcierta. Finalmente el homicidio

se cumple y 27 años después el narrador/cronista se propone armar el

rompecabezas, pero guardando el secreto que está en el fondo de la historia.

Ya estando viejos, Bayardo San Román y Ángela Vicario se reencuentran.

Ángel Rama (1983), el crítico uruguayo, proporciona las primeras señales

sobre la configuración del narrador/cronista/impostor (el cronista parece decir la

verdad pero la oculta hasta el final, si bien la sugiere a un lector crítico); a partir

de lo que Barthes denominara, respecto a las unidades distribucionales del

relato, los informantes y los indicios, se colige en efecto una asociación entre el

narrador/cronista y el escritor/periodista Gabriel García Márquez. El texto, leído

como novela y no como una crónica periodística, es la confesión simbólica de

una transgresión familiar: el encuentro erótico entre los primos (el narrador y

Ángela Vicario), razón por la cual puede comprenderse por qué el

narrador/cronista no es señalado como el autor del desagravio: por relaciones

filiales y por un amor verdadero entre primos, pues el narrador (Gabriel como lo

llama Serrano) es el único que expresa cierto deseo y atracción hacia Ángela

Vicario, antes del arribo de Bayardo San Román al pueblo.

Asumida como novela es una catarsis del escritor; de allí que aparezcan los

nombres propios de la familia de García Márquez: Luisa Santiaga, su madre;

Jaime, el hermano menor; Margot, su hermana monja; Luis Enrique, el otro

hermano; y Mercedez Barcha, a quien el narrador/actor le declara el amor el

día de la parranda y será la esposa de García Márquez, “catorce años

después”. Estos son índices de la narrativa de autoficción, constitutivos del hilo

que hemos venido siguiendo desde El Carnero, de Freyle. Este mismo hilo

lleva consigo una concepción sobre el amor y el erotismo: en una fase inicial se

desea pero no se ama; en una fase final, ambos se necesitan para aniquilar los

Page 25: Hitos de La Literatura Colombiana

fantasmas del pasado; no en vano García Márquez le da un lugar en

Crónica…. a La vorágine, de Rivera, para recordar esta ambivalencia tímica

entre Cova y Alicia; así, respecto al origen de Bayardo San Román, se dice que

era “prófugo de Cayena” y se narra que “Flora Miguel, la novia de Santiago

Nasar, se fugó por despecho con un teniente de fronteras que la prostituyó

entre los caucheros del Vichada…”

Respecto a este tono catártico subyacente en el plano de la enunciación de la

novela, anota Rama que:

… podría caber, en ese juego de compensaciones de la conciencia moral

que se produce en los diversos partícipes culpables-inocentes, una

obligación: la de escribir toda la historia, para realzar, de ella, lo que había

tenido de altanera caza de amor; más aún, la de solo poder escribir la

historia cuando a consecuencia del tardío reencuentro (…) de Ángela y

Bayardo, el crimen atroz se hubiera trasmutado en terrible amor.

(1983: 38)

Es importante llamar la atención sobre el diálogo literario entre el poema

renacentista del portugués Gil Vicente, del cual García Márquez toma el

epígrafe para la novela: “La caza de amor/ es de altanería”, cuyo comienzo es

retomado hacia la mitad de la novela como una advertencia a Santiago Nasar:

“Halcón que se atreve con garza guerrera, peligros espera”, refiriéndose al

apasionamiento por María Alejandrina Cervantes, la iniciadora sexual del grupo

de amigos de Santiago.

Eduardo Serrano Orejuela (2013) orientó su tesis de Doctorado en

Humanidades hacia un análisis narratológico y semiótico de Crónica de una

muerte anunciada; su análisis reconfirma las hipótesis de Rama y las

complementa:

En consonancia con esto, podemos afirmar que la meta perseguida por

Gabriel-narrador mediante la realización de su programa de narración se

revela más compleja de lo que habíamos conjeturado inicialmente, pues

Page 26: Hitos de La Literatura Colombiana

no consistiría sólo en poner en evidencia la inocencia de Santiago Nasar

y la culpabilidad del pueblo en su muerte, sino también en atenuar su

propia culpa al mostrar que, en fin de cuentas, dicha muerte está en la

base de un amor pasional que se conquistó a sí mismo después de haber

purgado todas las penas que se le impusieron y roto todas las barreras

que lo condenaban a la imposibilidad.

(2013: 199)

Y, sin duda, la magistralidad de esta novela radica en las trampas que el

narrador le tiende al lector ingenuo (el que disfruta solo con la historia narrada)

y en la solvencia inferencial y de presupuestos enunciativos que el lector crítico

explota, como la plusvalía en la interpretación, de la que nos hablara Eco

(1981). Se trata de una novela que recoge los procedimientos propios de la

novela policiaca, en la que, como ocurriera con Edipo Rey, el que indaga y

busca al culpable son una misma persona.

Desde la década de 1980 un alto número de escritores colombianos despuntan

en los diversos géneros. Durante la primera década del siglo XXI se reconfirma

el carácter innovador de las obras de algunos de estos autores. El criterio de

los reconocimientos por la amplia circulación de sus obras podría ayudar a

organizar los análisis. De un lado, los escritores cuya producción literaria se

inicia hacia la década de 1970 y se fue visibilizando desde 1980 hasta la

segunda década del siglo XXI, en donde ubicaríamos a escritores como Oscar

Collazos, Roberto Burgos Cantor, Juan Manuel Roca, Rodrigo Parra Sandoval,

Fanny Buitrago, Jota Mario Arbelaez, Ramón Illán Baca, Álvaro Miranda,

Giovanni Queseps, Fernando Cruz Kronfly, Laura Restrepo… De otro lado, los

escritores que inician la producción literaria en la década de 1980 y alcanzan

los más altos reconocimientos en la década de 1990 y la primera década del

siglo XXI, a saber: William Ospina, Fernando Vallejo, Eduardo García, Piedad

Bonnett, Antonio Correa, Evelio José Rosero, Santiago Gamboa, Juan Carlos

Vásquez, Mario Mendoza, Pablo Montoya, Fernando Herrera, Gonzalo

Márquez, Santiago Mutis, Héctor Abad, Darío Jaramillo… Sin embargo no

todos cultivan la autoficción ni su preocupación está concentrada en el trabajo

con el lenguaje, como lo hemos destacado en las obras-hitos ya referenciadas.

Page 27: Hitos de La Literatura Colombiana

Entre estos escritores es la obra de Fernando Vallejo la que definitivamente

llevará al nivel más alto la autoficción, sin solapamientos ni trampas al lector;

es un caso de narrativa de autoficción con narradores dignos de confianza:

saben conducir al lector a partir de discursos irreverentes e iconoclastas que

se asocian con los discursos del autor empírico en eventos académicos o de

fiestas literarias.

El dilema de Fernando Vallejo es la de un investigador que quiere ser novelista

pero que toma conciencia de la complejidad de tal tarea frente a la repetición

de tantos lugares comunes en los modos de hacer literatura, en el pasado y en

el presente. Señala Fernando Vallejo que “por un proceso secular de

restricciones que llegó al término de lo absurdo en el preciosismo francés, el

culteranismo español y el manierismo italiano, el vocabulario poético quedó

reducido a unos cuantos centenares de palabras, en tanto el resto del caudal

del idioma se excluía de la poesía y aun de la prosa” (Vallejo 1983, 17). Y no se

trata solo de las palabras sino de las estrategias retóricas para echar a andar

un proyecto literario. La biografía novelada de Porfirio Barba-Jacob, publicada

en 1984, le dará el tono y la señal para la escritura de novelas cuyo lenguaje se

caracterizará por la procacidad, en la búsqueda por trascender los estereotipos

literarios. Entonces le apostará al sincretismo lingüístico de los lenguajes

referenciales conversacionales de la vida práctica con los lenguajes de la

ambigüedad literaria.

Con el nombre El río del tiempo, Fernando Vallejo construye un ciclo narrativo

conformado hasta el año 1989 por cuatro novelas: Los días azules (1985), El

fuego secreto (1986), Los caminos a Roma (1988) y Años de indulgencia

(1989). En cada una de estas cuatro novelas, quien enuncia es un narrador-

protagonista, es decir, un narrador en primera persona que cuenta su propia

historia. El dilema sobre cómo narrar lo expondrá Vallejo en múltiples

entrevistas; en una de ellas dice:

Evidentemente que el futuro de la literatura va a ser el de la autoficción,

no queda de otra, el que diga “yo” y no “él”, el que cuente lo que le pasó,

invente lo que le pasó pero desde el punto de vista de una sola persona,

Page 28: Hitos de La Literatura Colombiana

puesto que es lo único que corresponde a una realidad humana. La vida

no la vemos sino desde el punto de vista de nosotros mismos; el punto de

vista interior que no podemos compartir. Nosotros no podemos estar

viviendo la vida de diez personas como Balzac o Zola, nosotros la vivimos

desde el punto de vista del yo. Éste es el camino que va a tomar la

literatura, eso lo veo claro; después no sé lo que va a seguir.

(Salamanca, 2010: 396)

Y el autor de la saga El río del tiempo y de las novelas posteriores: Entre

fantasmas (1993), La Virgen de los sicarios (1994), El desbarrancadero (2001),

La Rambla paralela (2002), Mi hermano el alcalde (2003) y El don de la vida

(2010), construye una apuesta estética que solo la historia de las lecturas

determinará sus alcances; por ahora existen los detractores, también

escritores, y los defensores; pero tener detractores es lo que espera el escritor,

porque para eso provoca e insulta. En todo caso es una propuesta estética en

el arte de narrar, fundada desde unos enfoques surgidos en la toma de

distancia del artista respecto a las obras de la tradición: evalúa dicha tradición y

propone, le apuesta a otras formas —es lo que se espera del artista auténtico

—; pueda que pierda la apuesta pero afronta el riesgo.

El estilo del lenguaje de este narrador es soberbio, insultante, arrogante e

irreverente. Desde una ciudad desconocida —México, quizá, por la reiteración

al smog y por una referencia rápida a la ciudad más habitada del mundo—, el

narrador, camino a la vejez, rememora su pasado con un discurso catártico. El

espacio nuclear en la rememoración es la casa —espacio de la infancia y de la

primera juventud—, y dentro de la casa dos figuras definitivas en la constitución

afectiva y psíquica del protagonista: los abuelos. Todos los recuerdos vuelven

sobre la casa como espacio original. A pesar de su deterioro, de los pantanos

que ahora la cubren —huellas de la búsqueda de un tesoro y de la búsqueda

de una mina de piedra—, la casa sigue siendo la casa, “ese cuerpo de

imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad”, como bien

dijera Bachelard (1965). La casa de la infancia es un espacio de ensueño y de

recuperación permanente en la memoria del protagonista de Los días azules;

dicha rememoración no deja de tener un tono lírico en el modo de traducirlo a

Page 29: Hitos de La Literatura Colombiana

la palabra y en su relación inevitable con un espacio mayor y circundante:

Medellín; al recuperar estos espacios perdidos, el lenguaje y las sensaciones

que conlleva, iconizan el asombro del niño:

¡Qué espectáculo el mundo desde arriba de mi tejado! ¡Alta atalaya de

tejas dominando a Medellín! Y Medellín inmenso, inmenso, con sus veinte

barrios y sus tejados bermejos. Iba mi vista prisionera en un vuelo de

campanas de campanario a campanario. ¿Ven allá esas casas sobre la

ladera, a la izquierda, en la montaña? Es Manrique, el barrio de Manrique.

Blanco, con su iglesia gótica, gótico-antioqueño, y la torre esbelta con

pararrayos. Allí tuvo la abuela una casa. A la derecha, abajo, en el fondo,

por donde pasa esa quebrada sucia y ruidosa, es el barrio de La Toma,

de camajanes. ‘¿Qué son, Ovidio, camajanes?’. ‘Atracadores, ladrones,

cuchilleros, marihuanos’. ‘¿Y esa casota blanca, allá arriba, qué es?’. ‘Es

el convento de las carmelitas descalzas’. ‘¿Por qué descalzas? ¿No

tienen con qué comprar zapatos?’. El rojo sol se ponía tras el cerro del

Pan de Azúcar.

(Vallejo, 1985: 22)

En la dimensión cognitiva del narrador-escritor, pues como escritor se

presentará en esta y las novelas subsiguientes, cabe destacar las reflexiones

sobre el lenguaje y la gramática, cuyo antecedente se encuentra, sin duda, en

el libro de carácter teórico que Vallejo publicó hacia el año de 1984.

Consecuente con una mirada crítica y rigurosa frente al lenguaje, Vallejo pone

en boca de su narrador una serie de reflexiones que hoy son acogidas por la

sociolingüística y la pragmalingüística:

Lo que le quiero decir en suma, reverendo padre, es que el idioma es

como una anguila: escurridizo, inasible. De los gramáticos nuestros,

Andrés Bello, el que mejor dio cuenta de este idioma, no la dio ni del diez

por ciento. El resto se le escapó como se le escapó a Nebrija, a Valdés, a

Salvat, al “Brocense”, y como se le escapará a todo el mundo —togas,

levitas, birretes— porque la lengua cuando quiere, y en casi todo

momento quiere, es irracional, y la gramática no: es necia.

Page 30: Hitos de La Literatura Colombiana

(Vallejo, 1986: 119)

Resulta extraño que no introduzca todavía el nombre de Rufino José Cuervo,

en cuya biografía señalará que el lenguaje no es un organismo monolítico,

como lo dijera también Voloshinov en 1928, sino un proceso vivo, dinámico,

cambiante, inabarcable. La comunicación oral está permanentemente

introduciendo nuevos giros y la escritura progresivamente irá introduciendo

muchos, como se observa en la única novela en castellano que Vallejo exalta:

Historia del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Otra vez la literatura

dentro de la literatura; ahora el escritor es un quijote que lucha por innovar la

escritura literaria desde el universo complejo y trágico del ser humano y su

sociedad.

Page 31: Hitos de La Literatura Colombiana

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