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HOJA DE RUTA UNIDAD 3 En esta hoja de ruta encontrarás los textos que están en la Unidad 3 como la página en la que empieza el texto UNIDAD 3 PÁGINA Hirsch, Joachim;"Que es la Globalización?", en: Revista Realidad Económica,nro.147,IADE, Buenos Aires,1997 2 Fernández Miranda,Rodrigo;"La deuda y la espada:Neoliberalismo en América Latina y el sur de Europa". www.albasud.org , 25/2/2013. 8 Sader, Emir; "La construcción de la hegemonía posneoliberal", en: Lula y Dilma. 10 años de gobiernos Posneoliberales en Brasil, Emir Sader(comp). Instituto de Altos Estudios Nacionales, Quito 2014. 16

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HOJA DE RUTA UNIDAD 3

En esta hoja de ruta encontrarás los textos que están en la Unidad 3 como la página en la

que empieza el texto

UNIDAD 3 PÁGINA

Hirsch, Joachim;"Que es la Globalización?", en: Revista Realidad

Económica,nro.147,IADE, Buenos Aires,1997 2

Fernández Miranda,Rodrigo;"La deuda y la espada:Neoliberalismo

en América Latina y el sur de Europa". www.albasud.org ,

25/2/2013.

8

Sader, Emir; "La construcción de la hegemonía posneoliberal", en:

Lula y Dilma. 10 años de gobiernos Posneoliberales en Brasil, Emir

Sader(comp). Instituto de Altos Estudios Nacionales, Quito 2014.

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¿Qué es la globalización?1 Joachim Hirsch Entre concepto y fetiche Quisiera hacer algunos comentarios generales sobre esta conferencia. Su tema general es bastante amplio e involucra relaciones muy complejas. Ello significa que no es posible tratar, en forma más o menos extensa, toda la problemática implicada en el tema. Por esto tengo que limitarme a presentar sólo algunos aspectos fundamentales así como abordar algunas cuestiones importantes. Debo prescindir de muchos detalles; en ocasiones también de justificaciones minuciosas y, sobre todo, de una más amplia exposición de las bases teóricas de mi argumentación. El concepto de “globalización” está hoy en día muy generalizado, independientemente de los puntos de vista políticos y teóricos que se adopten. Simultáneamente, son muy variadas las formas en que el fenómeno no es interpretado. Para unos contiene una promesa de un mundo mejor y más pacífico; para otros, en cambio, se vincula con la idea de un caos global. Como siempre, la definición depende de las posiciones teóricas y políticas asumidas. En esta primera sesión trataré de desarrollar un concepto de la globalización justificado teóricamente. Con ello espero establecer las bases para tratar, al final, esta cuestión en la dimensión de una política democrática bajo las actuales condiciones sociales. Veamos primero lo relacionado con la “globalización” en la conciencia de la vida cotidiana. En el mundo de las apariencias, la “globalización” representa cosas muy variadas: Internet, coca-cola, televisión vía satélite, IBM, libre comercio, correo electrónico, triunfo de la “democracia” sobre el “consumismo”, “tratado de libre comercio”, telenovelas de Hollywood, Microsoft, catástrofes climáticas, acaso también la Organización de las Naciones Unidas y las intervenciones militares “humanitarias” realizadas bajo su nombre. Estos son sólo algunos ejemplos. La “globalización”, es, así, algo más que un concepto científico. De cierta manera, hoy en día es un fetiche. Es decir, la palabra se utiliza con frecuencia sin ser entendida en detalle, significando muchas veces lo opuesto, pero teniendo algo en común: describe algo así como un poder oculto que agita al mundo, que determina toda nuestra vida y que nos domina cada vez más. Sea como sea, prácticamente no existe en la actualidad un problema social, ninguna catástrofe y ninguna crisis, que no pudiera ser relacionada con la globalización”. Al mismo tiempo, se enlazan con ello tremendas esperanzas en un mundo unido, seguro, pacífico; hasta se considera la posibilidad de un “gobierno democrático mundial”. Es también bastante amplia la red de conceptos ideológicos relacionados con la globalización, es, así, algo más que un concepto científico. De cierta manera, hoy en día es un fetiche. Es decir, la palabra se utiliza con frecuencia sin ser entendida en detalle, significando muchas veces lo opuesto, pero teniendo algo en común: describe algo así como un poder oculto que agita al mundo, que determina toda nuestra vida y que nos domina cada vez más. Sea como sea, prácticamente no existe en la actualidad un problema social, ninguna catástrofe y ninguna crisis, que no pudiera ser relacionada con la globalización”. Al mismo tiempo, se enlazan con ello tremendas esperanzas en un mundo unido, seguro, pacífico; hasta se considera la posibilidad de un “gobierno democrático mundial”. Es también bastante amplia la red de conceptos ideológicos relacionados con la globalización: se habla del mundo como de una “aldea global”, de una “sociedad mundial” o aun de una “sociedad popular”. Sin embargo, la creencia en la formación de una “sociedad mundial”, pacífica y humana, es desmentida por todas las experiencias prácticas: proliferan tanto las guerras entre naciones como las guerras civiles; se profundizan las divisiones sociales tanto dentro de las sociedades particulares como también a nivel internacional; el racismo, el nacionalismo y el “fundamentalismo” parecen devenir cada vez más peligrosos y se despliegan movimientos de migración en masa, que frecuentemente se topan con fronteras herméticamente cerradas, no solamente aquella entre México y Estados Unidos. En medio del enredo de significados, ideologías y esperanzas, la tarea del análisis científico es explicar con mayor claridad lo que debe entenderse por “globalización” en tanto fenómeno sociopolítico, ubicar sus orígenes y determinar sus consecuencias a largo plazo.

1 Publicado en Globalización, capital y Estado. México: UAM-X, 1996, pp. 83-93.96

Esto no es muy simple ya que se trata de relaciones complejas entre factores técnicos, económicos, políticos e ideológico-culturales. Como ya se mencionó, sólo es posible una auténtica explicación de los conceptos en el marco de una amplia teoría de la sociedad y su desarrollo. Me refiero al tipo de análisis materialista histórico del capitalismo que se encuentra en la tradición marxista. De acuerdo con mi forma de ver las cosas, este marco teórico ofrece una posibilidad única para dar respuesta detallada a la pregunta sobre los orígenes y el significado de la “globalización”. ¿Qué se entiende por “globalización” y cuáles son sus dimensiones? Cuando se habla de “globalización” pueden diferenciarse analíticamente varios niveles de significados: 1) En lo técnico, se relaciona sobre todo con la implantación de nuevas tecnologías, especialmente las

revoluciones tecnológicas, vinculadas con las modernas posibilidades de elaboración y transferencias de información. Con rapidez y “on line”, permiten unir regiones del mundo muy distantes. Este desarrollo sirve de base sobre todo para la idea de una “aldea global”.

2) En lo político se habla de globalización, relacionándola con la finalización de la “guerra fría” y de la división del mundo en dos bloques enemigos derivada de la misma. Tras la caída de la Unión Soviética, se presenta como definitiva la victoria histórica del modelo democrático liberal. Estados Unidos se han convertido mundialmente en una potencia militar dominante sin restricciones. Sobre ello se basa el nuevo papel que desempeña la Organización de las Naciones Unidas, de la que se espera algún día podrá desempeñar la función de un “gobierno mundial” general.

3) En lo ideológico-cultural, puede entenderse la globalización como la universalización de determinados modelos de valor; por ejemplo, el reconocimiento general de los principios liberal democráticos y de los derechos fundamentales; sin embargo, también puede entenderse como la generalización del modelo de consumo capitalista. Este desarrollo se vincula fuertemente con la formación de monopolios de los medios de comunicación de masas.

4) En lo económico, el concepto hace referencia a la liberación del tráfico de mercancías, servicios, dinero y capitales; a la internalización de la producción y también a la posición cada vez más dominante de las empresas multinacionales. Es importante señalar, sin embargo, que el capital ciertamente se ha extendido más allá de las fronteras; no así la fuerza de trabajo, los seres humanos. Éstos siguen adscritos a los territorios de los Estados nacionales, a menos que estén obligados a migra o huir. Regresaré más adelante a las particularidades del proceso dominante de globalización. Sea como sea, puede hablarse de que por vez primera en la historia existe un mercado capitalista que abarca todo el mundo. El capitalismo ha llegado a ser mundialmente dominante y universal.

¿Qué hay de nuevo en la globalización actual y cuáles son sus causas? Estos desarrollos son muy evidentes. No obstante, nos queda la pregunta acerca de si se trata de algo realmente nuevo, si asistimos a una modificación histórica de carácter cualitativo del capitalismo, o si solamente se siguen desarrollando las tendencias que siempre han determinado de por sí su desarrollo. Sea lo que fuera, hay que recordar que el capitalismo es un sistema global desde su origen. Ya desde sus comienzos estuvo estrechamente vinculado con el colonialismo y, desde el siglo XIX, el imperialismo pertenece a sus características estructurales decisivas. ¿Es entonces la “globalización” algo más que un concepto de moda, es decir, se trata de una categoría histórico-analítica? Si se desea aclarar esta cuestión habrán de buscarse los orígenes del desarrollo actual. Y es evidente que para esto las explicaciones tecnológicas, políticas y culturales son insuficientes. La globalización se refiere, en esencia, a un proceso económico. La pregunta será entonces, si y de qué manera asistimos a una modificación estructural histórica del capitalismo que le da a esta forma social un rostro y un significado completamente distintos. Para ello será necesario echar un vistazo al desarrollo del capitalismo en el presente siglo. Este desarrollo podría entenderse como una sucesión de crisis estructurales. Al comienzo del siglo, en los años treinta, se desencadenó una crisis económica mundial precedida por una serie de movimientos revolucionarios, ellos mismos relacionados con la Revolución de Octubre en Rusia. La solución para esta crisis consistió en implantar un

modo de acumulación y regulación que se distinguía fundamentalmente del anterior. Denominamos fordismo a ese nuevo modo de acumulación y regulación. El fordismo creó las condiciones para un mejoramiento estructural de la rentabilidad del capital en escala mundial. Esto, por otra parte, tuvo como premisas levantamientos y revueltas sociales y desplazamientos de las fuerzas políticas, sobre todo la fracasada revolución socialista en occidente, la exitosa revolución rusa, la segunda Guerra Mundial y el fascismo. De ahí provino la posición dominante en la esfera internacional de Estados Unidos, que hizo posible hacer hegemónico, en la región occidental del mundo, su modelo social y económico, en conflicto con el socialismo estatal soviético. Permítaseme resumir brevemente las características del capitalismo fordista. Característico ante todo es la imposición de una estrategia de acumulación que descansaba en una producción taylorista en masa con una fuerte expansión del trabajo asalariado a expensas de la producción tradicional agrícola y artesanal; también se impuso un modelo de consumo masivo. Con ello, el capital transitó hacia la ampliación sistemática del mercado interno. Esto significó que el consumo de la clase trabajadora pasaría a ser él mismo parte del proceso de reproducción del capital. Como consecuencia de este desarrollo se produjo una extensa y profunda capitalización de la sociedad en su conjunto a tal grado que las formas tradicionales de la producción de subsistencia, por ejemplo, la producción casera, fueron desplazadas por mercancías producidas sobre bases capitalistas, y las relaciones sociales adquirieron, en su conjunto, una forma comercial en una medida considerable. La implantación de este nuevo modo de acumulación estaba vinculado al establecimiento de una forma de regulación política y social que se caracterizaba por un alto grado de dirección económica, por una expansión de la política estatal de crecimiento, ingreso y ocupación y por el reconocimiento de los sindicatos y la institucionalización política de compromisos de clases en el marco de estructuras corporativas. De especial significado era también la expansión paulatina del Estado de bienestar, que no sólo representó un importante mecanismo de integración política de los asalariados en el marco de la confrontación con el “comunismo”, sino también un apoyo determinante para el modelo fordista de consumo masivo. La integración de la clase trabajadora en el modo de acumulación fordista, la implantación de nuevas tecnologías de producción y las formas de organización del trabajo, así como el nuevo modo de regulación política, sirvieron por un tiempo para progresos bastante importantes en la producción, con altas tasas de ganancia y un crecimiento económico relativamente constante. Por primera vez en la historia del capitalismo parecía realizable la unión de un creciente ingreso masivo con una enorme ganancia del capital. El fordismo de las dos décadas siguientes a la segunda Guerra Mundial parecía una “Edad de Oro” del capitalismo. Simultáneamente, esto fue la base para una extensa reforma política relacionada con la posibilidad de moldear democráticamente y de “civilizar” al capitalismo. Todo esto constituyó la base decisiva de la efectividad de los partidos políticos reformistas de tipo socialdemócrata. El fordismo puede considerarse en conjunto como un sistema global. Al fordismo de las metrópolis le correspondió, en cierta manera, uno “periférico”. La estrategia de sustitución de importaciones, que predominaba durante este tiempo en la periferia capitalista, se puede valorar como ensayo, también aquí, para crear gradualmente estructuras económicas y sociales fordistas, semejantes a aquellas de las metrópolis capitalistas desarrolladas. Entre tanto el fordismo quedó organizado en esencia bajo una forma estatal nacional. En su centro estaba la expansión de los mercados internos sobre la base de una amplia intervención estatal y de compromisos de clases institucionalizados. Esto hacía posible una regulación estatal nacional relativamente independiente de las condiciones socioeconómicas sobre el tráfico de dinero y, con ello, de las condiciones para los controles de capital a través de las fronteras. En todo el mundo se coordinó este sistema de economía “nacional” mediante una red de organizaciones internacionales. Ganaron importancia especial las instituciones del sistema Bretón.Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En la regulación del sistema monetario internacional y en la coordinación de los sistemas monetario nacionales. Este sistema fue apoyado y garantizado por Estados Unidos sobre la base de su absoluta superioridad económica. El dólar estadounidense se convirtió políticamente en el dinero regulador mundial. Esta “época de oro” del capitalismo no duró realmente mucho tiempo. En los años setenta se originó una nueva crisis económica mundial, la cual persiste hasta nuestros días. El motivo puede entenderse en esencia en el marco de la lógica propia de las tecnologías tayloristas y los procesos de trabajo existentes. Al no poder elevar a

voluntad las ganancias del capital, se volvió a estancar el proceso de acumulación y crecimiento. Las reservas de productividad que se encontraban en el proceso de producción taylorista y fordista demostraron ser completamente limitadas. La forma de regulación del Estado de bienestar se orientaba cada vez más hacia un conflicto de intereses por las ganancias del capital. Así aparecía la crisis del fordismo como si fuera una crisis del Estado de bienestar. En efecto, parecía como si la base económica del capitalismo del Estado de bienestar empezara a tambalearse. La compatibilidad de la ganancia del capital y el bienestar colectivo llegó a su fin. Y con esto se desvanecieron también las bases para los compromisos entre las clases sociales, que era una de las características del fordismo. Este proceso no sólo fue válido para los centros capitalistas sino que afectó –en parte tardíamente, pero a fin de cuentas con mayor fuerza igualmente a los países de la periferia. Como agravante de la crisis del régimen fordista internacional se mostró una mayor internacionalización de la producción y una influencia creciente de los consorcios multinacionales. También por lo anterior, las bases de las formas de acumulación y regulación con orientación nacional estatal dirigidas hacia el desarrollo del mercado interno, quedaron enterradas cada vez más. Si se tiene presente esta correlación histórica, entonces podrá determinarse con mayor precisión lo que significa “globalización”: la decisiva estrategia del capital como solución a la crisis del fordismo; es decir, que la liberalización radical del tránsito de mercancías, servicios, dinero y capital debe ser la condición previa de la renovada racionalización sistemática del proceso de trabajo en la producción capitalista, y ello, a la vez, está vinculado con la destrucción del compromiso fordista de clases y de sus bases institucionales. En forma esquemática todo esto significa: Primero, la implantación de tecnologías y procesos de trabajo que prometen al capital un amplio y renovado impuso de racionalización, es decir, una revolución tecnológica para la apertura de nuevos mercados y fuentes de ganancias. Lo cual indica que la imposición de nuevas tecnologías no es de ninguna manera el origen y la causa sino la finalidad de la globalización. Segundo, el desplazamiento del reparto social del ingreso a favor del capital, la desintegración del Estado social y la destrucción de los compromisos sociales que se basan en él. Tercero, que el capital internacional se traslade de un lugar a otro sin considerar las fronteras nacionales para aprovechar las mejores ubicaciones de producción a costos favorables y en el marco de una combinación de las redes de empresas de amplia cobertura mundial (worldwide sourcing). Todas estas transformaciones en el modo capitalista de regulación y acumulación presuponen una reforma radical de estructuras sociales y políticas. La primera meta de la globalización fue destruir los intereses sociales institucionalizados y la estructura de compromisos implicados en la forma de regulación fordista. La globalización no es un proceso económico sencillo, ni tampoco señala una “lógica” inevitable del capital, sino que es una vasta estrategia política. Esta estrategia se impuso esencialmente por el capital internacionalizado, en coordinación con los gobiernos neoliberales que, a consecuencia de la crisis, llegaron al poder. La política económica de liberalización y desregulación tiene como meta crear las condiciones políticas institucionales adecuadas para una transformación en la correlación de fuerzas de las clases, tanto nacional como internacional; he aquí la condición para la reorganización técnica de la producción capitalista. Esto conduce al cambio estructural y funcional de los Estados que los lleva a una incapacidad total para llevar adelante una regulación social y una política de bienestar en la forma tradicional. El neoliberalismo dominante desde los años setenta otorga la legitimación ideológica de esta estrategia capitalista para superar la crisis. Con esto queda contestada la pregunta formulada: la globalización actual es en esencia un proyecto capitalista en la lucha de las clases. No es un mecanismo económico “objetivo” ni menos un desarrollo político cultural propio, sino una estrategia política. Lo que podemos derivar de la globalización es, en todos los sentidos, la vigencia del viejo capitalismo, es decir, una sociedad de clases se basa en la explotación del trabajo vivo. Al mismo tiempo, sin embargo, se trata de una forma completamente nueva de capitalismo, con relaciones de clases radicalmente modificadas, con un nuevo significado de política y un papel completamente distinto del Estado. Por eso mismo el capitalismo globalizado está lejos de establecer una nueva y estable “Edad de Oro” que se caracterice por un enlace armónico de bienestar social, paz y democracia. Es mucho más previsible que los antagonismos y contradicciones inherentes al capitalismo tengan una nueva forma de expresión. Unidad y fragmentación del mundo

La idea de que la globalización del capitalismo conduce hacia una “sociedad mundial” uniforme, armónica y cooperativa, es falsa. La promesa de creciente bienestar y de una democratización progresiva ya quedó desmentida y desacreditada desde hade tiempo. En efecto, tenemos que percatarnos de la presencia de dos tendencias contradictorias. Por un lado, es cierto que la globalización significa unificación económica; pero no es menos cierto que significa también una creciente fragmentación económica, social y política. Esto puede comprobarse en distintos niveles: 1) un nivel es la pluralización del centro capitalista. La crisis del fordismo también significó el fin de la hegemonía estadounidense. Bajo la protección garantizada por Estados Unidos en el orden mundial de la posguerra, Japón y Europa Occidental pudieron crecer como competidores del mismo nivel. Tras la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos es ciertamente la potencia militar dominante, pero ya no cuenta con la capacidad económica necesaria para una posición hegemónica como antaño. El centro capitalista tiene la forma de una “tríada”, es decir, de polos diversos, entretejidos por una competencia intensificada. Con esto se recorre el eje de los conflictos internacionales desde la antigua confrontación Este-Oeste hacia la disputa entre la metrópolis capitalistas. Es decir, el conflicto interior imperialista dominante hasta la segunda Guerra Mundial, vuelve otra vez al primer plano. Este es el motivo por el cual ha quedado fracturada la tendencia hacia el libre comercio que se tomó como base de la globalización; hay un creciente proteccionismo regional y existen guerras económicas al menos latentes. Cierto es que el conflicto entre las metrópolis capitalistas, en vista de la superioridad técnica armamentista de Estados Unidos, prácticamente ya no se puede dirimir por medios militares. Por eso las potencias “tríada” compiten entre sí, especialmente en el terreno económico y político, y simultáneamente se encuentran juntos bajo la dirección de Estados Unidos para operaciones militares contra la periferia, como en el caso de la Guerra del Golfo o la intervención en Somalia. Aquí estados Unidos adopta tendencialmente la función de una policía rentada (“rentcop”), que las metrópolis pagan mancomunadamente. Este desequilibrio de potencia militar y económica conduce a que el imperialismo tome una forma nueva y muy compleja. 2) Al mismo tiempo se llega a una amplia diferenciación de la periferia capitalista. Ya no se puede hablar de un “tercer mundo” localizable sin ambigüedad en el sentido tradicional. Como consecuencia de la implantación de la política neoliberal y de las rupturas sociales que genera, se desarrollan condiciones de vida tercermundistas también dentro de las metrópolis capitalistas, por ejemplo, en Los Ángeles, París o Londres. Mientras que el modelo de desarrollo latinoamericano quedó prácticamente derrotado, se registraron triunfos en los “tigres” del sureste asiático en el sentido de un crecimiento capitalista. La relación entre el “centro” y la “periferia” se transmuta actualmente de manera considerable; de hecho, se vuelve más compleja y diferenciada porque adquiere nuevos sentidos en términos espaciales y sociales. 3) En conjunto, estas tendencias conducen a crecientes desigualdades internacionales. La visión fordista de un desarrollo general y relativamente regular del mundo capitalista resultó ser completamente irreal. Las diferencias de riquezas son mayores que nunca y un conjunto de regiones del mundo parecen estar desconectadas del desarrollo económico y expuestas a caer en la miseria absoluta. Lo anterior es válido sobre todo para grandes partes de África y posiblemente también para muchos países derivados de la antigua Unión Soviética. De este modo se llega a una intensificación de los movimientos de migración y de huidas. Éstos se topan con fronteras nacionales cada vez más bloqueadas y herméticas. 4) La esperanza de que la globalización condujera a una paulatina desaparición de los Estados nacionales, ha recibido una fuerte decepción. Es cierto que los Estados nacionales han cambiado notablemente su función y su significado, pero siguen determinando, como antes, el orden político mundial. La globalización capitalista significa al mismo tiempo una renacionalización de la política. Si la Organización de las Naciones Unidas es capaz de negociar, lo hace solamente por tratarse de intereses de los Estados dominantes. Más allá de los Estados nacionales nunca ha existido una instancia política capaz de negociar y legitimar de manera democrática un orden social mundial. 5) Esto ha conducido a que la actual sociedad mundial se caracterice de hecho por una creciente cantidad de guerras y de guerras civiles. La creencia de que con la globalización se ha abierto una nueva época de democracia, de bienestar, de paz y de humanidad, queda refutada por el claro crecimiento del nacionalismo, el racismo y el chauvinismo de bienestar. La idea según la cual después de la caída de la Unión Soviética se hacía posible un triunfo de la democracia y una realización general de los derechos humanos, evidentemente resultó

ser una simple ilusión. Ciertamente sería falso contemplar como absolutas estas tendencias. Sin duda que el “nuevo orden mundial” en su conjunto parece tener más bien los rasgos de un caos global. Al mismo tiempo la globalización une realmente cada vez más a los seres humanos. Esto no solamente es cierto porque casi todos quedan afectados por los desastres ecológicos globales que ya se están manifestando. Con las transformaciones de los últimos años se han fortalecido los impulsos hacia la democracia, el bienestar social y los derechos humanos. Tras la conclusión de la guerra fría, todos los sistemas capitalistas se encuentran ante una más intensificada presión de legitimación democrática. La globalización del capitalismo de ninguna manera ha enmudecido a los movimientos democráticos y sociales, como lo demuestra el surgimiento de los zapatistas mexicanos. En cierto sentido, hasta mayor importancia les ha impreso. El desarrollo hacia nuevas formas de cooperación internacional, independientes de los aparatos estatales de dominación, puede incrementar sus oportunidades. Sin esa atención y solidaridad internacional, esa rebelión en Chiapas hubiera sido aplastada militarmente con mayor facilidad. Esto quiere decir que la globalización capitalista de ninguna manera es un proyecto exitoso y completo, sino un desarrollo disputado y conflictivo cuya salida no está asegurada. Comentarios finales La globalización del capitalismo cambia el mundo profundamente, sin que con esto desparezcan las relaciones capitalistas de dominación y explotación. De cierto modo hasta las ha intensificado en diversos aspectos, incrementando asimismo los conflictos derivados de las mismas. La globalización no es un acontecimiento o expresión natural de una lógica “objetiva”, sino un proceso impuesto y reñido políticamente. Los cambios vinculados con la misma, motivan a que las categorías políticas y económicas fundamentales deban ser reflexionadas de nueva cuenta. Esto es válido tanto para el concepto de Estado como para el de clases, nación o democracia. Sobre todo, debemos partir de que ya no son aplicables algunas estrategias tradicionales de la izquierda política. Lo que esto significa en lo particular trataré de exponerlo en las próximas sesiones

Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación: una es con la espada,

la otra con la deuda

John Adams, 2º Presidente de EEUU (1797 - 1801)

Las mismas políticas neoliberales que desde los años 70 han menoscabado sistemáticamente el

bienestar de muchos países de América Latina, desde 2008 se están imponiendo en los Estados

del sur de Europa. Basta echar la vista poco tiempo atrás para conocer cuáles son las

consecuencias políticas, sociales y económicas que conlleva, inevitablemente, la aplicación de

estas recetas.

El neoliberalismo es un modelo que aspira a imponerse como regulador de la vida política,

económica, social, cultural, y también de los entornos naturales. Su implementación se hace a

través de una receta universal, que no requiere de adaptación a las realidades y particularidades

de cada país o región. Esto no se debe a la implacabilidad de su diseño teórico ni a la idoneidad

de su praxis, sino al objetivo nuclear que se pretende alcanzar con este modelo: crear las

mejores condiciones posibles para la acumulación capitalista.

Con una visión estrictamente utilitarista de la economía y la sociedad, el neoliberalismo en el

marco de la globalización económica es una vía para el sometimiento de los Estados-nación a

los intereses del capitalismo global. El Estado sigue siendo un actor clave que interviene

reciamente en la economía, aunque no en contraposición o como fuerza de compensación o

reequilibrio frente al mercado, sino directamente alineado y subordinado a éste.

Bajo el paradigma neoliberal, las rentas del capital y el equilibrio de los indicadores

macroeconómicos tiene absoluta primacía sobre la inclusión y la cohesión social, hecho que

conlleva, necesariamente, un amplio y profundo coste social en los territorios en los que se pone

en marcha. Si las ideas diseñadas por académicos de la Escuela de Chicago e impulsadas por

el poder económico transnacional a partir de los años 70 no respondieran a los intereses de la

clase dominante global, el modelo neoliberal sería asumido como un gran fracaso en la historia

del pensamiento y la práctica de la disciplina económica.

Los mismos programas que desde los años 70 han deteriorado de forma drástica el bienestar de

muchos países de América Latina (AL), se están imponiendo desde 2008 en el sur de Europa.

En este contexto, es interesante observar de forma comparativa los impactos políticos y

socioeconómicos de la aplicación de estas recetas. Basta echar la vista poco tiempo atrás para

conocer cuáles son las consecuencias que conlleva, inevitablemente, el neoliberalismo.

La deuda y la espada

La historia de la implantación del neoliberalismo ha estado relacionada con la deuda externa. La

cuarta crisis de la deuda latinoamericana [1], iniciada en 1982 con el default de México, dio lugar

al inicio de la llamada “década perdida” de América Latina.

Con el pretexto de reducir el déficit público y liberar divisas para el pago de la deuda externa,

durante los siguientes años comenzaron a aplicarse en la región los dogmas neoliberales. Los

llamados planes de ajuste estructural (PAE) produjeron una gran transferencia neta de capitales

desde la región hacia el Norte económico (más de 200 mil millones de dólares). En concepto de

“servicio de la deuda”, entre 1982 y 2000 AL devolvió más de cuatro veces el stock total de su

deuda [2]. El endeudamiento, incluyéndose la estatización de la deuda privada de las

oligarquías nacionales, creció sin parar desde entonces (Toussaint, 2003):

Aunque fue la deuda de países latinoamericanos lo que dio inicio a la hegemonía del neoliberalismo,

sin embargo, se debe ir más atrás para conocer la dócil aceptación de esta doctrina en la región: los

golpes, la represión y el terrorismo de Estado de los años 70. Los gobiernos militares [4] generaron

una enorme deuda externa y fueron dando lugar, a punta de fusil, al desmantelamiento del Estado y

a la articulación de una nueva forma de dependencia económica y dominación política. Un resultado:

el enorme acrecentamiento de la brecha entre clases populares y élites.

En Europa la denominada “crisis de la deuda soberana” que derivó en la “crisis financiera”

también supuso un paso adelante en la instalación de un férreo programa neoliberal en el sur

del continente, en los países peyorativamente llamados PIGS [5]. El trasfondo del

endeudamiento público de la periferia europea se relaciona directamente con la hegemonía de

un sistema de gobierno y un Banco Central (BCE) afines con los intereses de la banca y de la

economía alemana.

El BCE imprimía dinero para prestarlo a un tipo de interés muy bajo a la banca, no a los Estados

de la UE. La misma banca compraba deuda pública a un interés varias veces mayor (6 ó 7

veces en el caso español). Si el Estado hubiera recibido fondos del BCE al 1% de interés (lo que

pagaba la banca), a 2012 la deuda pública sería del 14% del PIB, no del 90%. En lugar de

imprimir dinero para comprar deuda pública y de esa manera reducir el interés que pagan los

Estados periféricos [6]: “El Banco Central está ahí para defender a su Estado frente a la

especulación de los mercados financieros. En contra de lo que se dice y de lo que se escribe,

los intereses de la deuda los decide un Banco Central, no los mercados financieros” (Navarro,

2012).

La deuda externa se constituye como forma de dominación. Los mercados son quienes definen

las políticas públicas, induciendo un ajuste sin precedentes, con el subterfugio de una hipotética

recuperación de la confianza de estos mismos mercados. Mercados que “castigan” o “premian”

haciendo variar el precio del financiamiento público, en función de la medida en que las

decisiones políticas sean más o menos beneficiosas para sus intereses, siempre especulativos,

pecuniarios y de corto plazo.

Lo que el neoliberalismo dejó (y deja)

El Consenso de Washington fue el marco en el cual se formalizó la hegemonía del

neoliberalismo en casi toda AL. Los ejes centrales de las políticas propuestas por el Consenso

eran: desregulación económica, privatización, reducción del nivel salarial, apertura y

liberalización de flujos de bienes y capitales extranjeros, y prioridad de los intereses del capital

financiero. En concreto, sus líneas de actuación se centraron en los siguientes aspectos de los

países deudores (Bell Lara & López, 2007).

Medidas que, en última instancia, se resumían en un cambio de los ejes de poder: la retracción

de un Estado, cada vez más limitado en su capacidad y su autonomía, y la expansión de un

mercado, cada vez más poderoso y presente en más aspectos de la vida del país.

Las décadas de neoliberalismo en AL dejaron secuelas a diferentes niveles. Consecuencias de la

implementación de este modelo que, con las diferencias del caso, empiezan a ser incipientes en los

países neoliberalizados de la periferia europea.

Desigualdad. El paso del neoliberalismo por América Latina dejó a la región como la más

desigual del planeta. En el período entre 1975 y 1995 el 83,9% de la población latinoamericana

residía en países en los que la desigualdad se acentuó. En 2001, AL sufría el peor nivel de

desigualdad desde que éste se calcula (CEPAL, 2001).

A la transferencia de riqueza Sur-Norte, se le añade la transferencia entre clases sociales, con

una pérdida sostenida de ingresos y poder adquisitivo de las clases medias y medias bajas (los

salarios en el Producto Bruto disminuyeron 10 puntos en estas dos décadas).

Este mismo resultado está teniendo el neoliberalismo en el sur de Europa: desde 2012, después

de cinco años consecutivos de crecimiento, el Estado español ocupa la primera posición en

desigualdad social de la UE. Seguida de cerca por Grecia y Portugal, España es por primera vez

el país con una mayor distancia entre rentas altas y bajas.

Desempleo y precarización del trabajo. El desempleo ha sido otra de las duras

manifestaciones de las políticas neoliberales en Latinoamérica. Según la Organización

Internacional del Trabajo (OIT), en 2002 la tasa de desempleo en la región fue la más alta de las

últimas dos décadas. Los jóvenes y mayores de 50 años fueron entonces especialmente

castigados por aquel mercado de trabajo.

A la falta de empleo se le sumaba la precarización y el rápido retroceso de conquistas y

derechos adquiridos por décadas de lucha sindical y obrera. La mentada “flexibilización laboral”

conllevó una importante reducción de la seguridad en el trabajo, con “contratos basura” y

despidos más fáciles y baratos [7]. A la inseguridad laboral se le añadía el miedo de los

trabajadores a perder el empleo: en 2004 el 76% de las personas empleadas en la región

consideraba que podía estar desempleada durante el siguiente año (Corporación

Latinobarómetro, 2004).

Subiendo la vista en el mapa, el desempleo en el territorio español superaba a finales de 2012 el

26% de la población activa (más de 6 millones de personas desempleadas y la destrucción de

850 mil puestos de trabajo desde la Reforma Laboral [8]), mientras que en Grecia alcanzaba la

cifra record del 26,8%. La tasa de desempleo juvenil superaba el 50% en España (INE, 2012) y

el 61,7% en Grecia (ELSTAT, 2013).

Empobrecimiento. Entre 1990 y 1999 once millones de personas se incorporaron a las bolsas

de pobreza de AL. En los albores del Siglo XXI, el 43,8% de la población latinoamericana vivía

en condiciones de pobreza y un 18,5% en condiciones de indigencia (CEPAL, 2001).

Volviendo a la periferia europea, a finales de 2012 la tasa de pobreza económica en España

superaba el 25% (Fundación Luis Vives, 2011) y los hogares sin ingresos aumentaron un 50%

desde el inicio de la “crisis” (Fundación FOESSA, 2012). En Grecia un tercio de la población

estaba en situación de pobreza en diciembre de 2012, 11 millones de personas contra 3,1

millones que lo estaban un año antes.

Este deterioro de las condiciones de vida de las mayorías supone una movilidad social

descendente: una parte significativa de las clases medias se incorporan a la creciente “nueva

pobreza” que va dejando tras de sí el neoliberalismo.

Recorte de derechos y decadencia democrática. La transferencia de poder hacia las élites

económicas globales, con la connivencia de las instituciones políticas nacionales, supone un

avance en la expropiación de la soberanía popular y el recorte de derechos sociales y políticos.

La ciudadanía es limitada y la política vaciada de contenido, “el reino del ciudadano termina en

la antesala de la economía (…) La democracia se convierte en un mecanismo para elegir quién

va a ejecutar las decisiones de un organismo transnacional. La política nacional se vacía de

poder” (Bell Lara & López, 2007).

El equilibrio del presupuesto público se persigue recortando partidas directamente vinculadas

con derechos sociales de amplias mayorías, a pesar del enorme fraude fiscal de grandes

capitales (en España se estima en 80 mil millones de euros). En nombre de la “eficiencia” se

ponen en marcha procesos de mercantilización y privatización: de esta manera, lo que eran

derechos se convierten en mercancías, accesibles sólo para quienes tengan capacidad de

comprarlos. Asimismo, se añaden otro tipo de intervenciones del Estado como el retraso en la

edad de jubilación, la reducción de salarios, la reducción del seguro por desempleo, la limitación

o eliminación de beneficios sociales y laborales, entre otros.

Las instituciones políticas comienzan a sufrir una crisis de legitimidad, reduciéndose la afección

social y la participación electoral. Entre 1980 y 1995 disminuyeron los niveles de participación

electoral en AL (Lavezzolo, 2006), mientras que en 2012 en las elecciones griegas un 45% del

electorado se abstuvo de votar, un 44% lo hizo en las del Principado de Asturias y un 37% en

las de Andalucía: en todos los casos, los comicios más abstencionistas de la democracia

representativa [9].

En AL a finales del siglo pasado entre el 30 y el 40% de la ciudadanía consideraba que el voto

no tenía poder de cambio: un “desencanto con la democracia” (Corporación Latinobarómetro,

2004). En 2012 “los políticos” se convirtieron en el tercer problema más importante percibido por

la sociedad española (INE, 2013). Analizando este dato en perspectiva histórica, se puede

apreciar la evolución del descrédito de “los políticos en general, los partidos políticos y la

política” en España (CIS, 2013) [10]:

Parece evidente que lo que el neoliberalismo dejó en América Latina es equivalente a lo que está

dejando en el sur de Europa.

Cambio de rumbo, cambio de época

En América Latina, tras el colapso social devenido de décadas de neoliberalismo, varios países

emprendieron un cambio de rumbo político y económico, bajo una fuerte presión de unos

movimientos populares cada vez más fortalecidos.

Grandes revueltas populares y una sangrienta represión del Estado fueron dando paso, más o

menos gradualmente, a la remoción de gobiernos cómplices de la “dictadura de los mercados”,

al nacimiento de nuevos sujetos políticos y al inicio de un cambio de rumbo en la región. La

intensificación de la lucha social dio lugar a hechos históricos de rebeldía colectiva, como el

levantamiento zapatista en Chiapas en 1994 (gobierno de Salinas de Gortari), las revueltas

indigenistas, la toma del Congreso y el establecimiento del “Parlamento del Pueblo” en Ecuador

en enero de 2000 (gobierno de Jamil Mahuad), el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina

(gobierno de De la Rúa), la “guerra del gas” en Bolivia en 2003 (gobierno de Sánchez de

Losada), entre otros.

Desde entonces, en estos y otros países latinoamericanos se fueron poniendo en marcha

profundos procesos políticos de “desneoliberalización”. A las políticas de desendeudamiento

externo, fortalecimiento del mercado interno, sustitución de importaciones o redistribución de

riqueza, se fueron añadiendo medidas como la expropiación y re-estatización de empresas

públicas, el control político de recursos estratégicos en el territorio, la creación de nuevas

instituciones o la transformación de algunas de las existentes. Asimismo, destaca una política

internacional de limitación de la incidencia de países centrales [11] e instituciones financieras

internacionales en las economías nacionales de la región, y el fomento de una democracia con

mayor participación popular.

Este proceso de cambio tuvo como resultado la reversión de algunos indicadores, tendencias y

dinámicas socioeconómicas que el neoliberalismo había dejado en herencia en la región.

● La creación de empleo mejoró sustancialmente desde el período postneoliberal en la región. El nivel de

desempleo en AL y el Caribe alcanzó en 2012 el 6,4% de la población activa (su mínimo en 22 años,

con la creación de más de 30 millones de puestos de trabajo), acompañado por una expansión del 3%

del empleo asalariado formal cubierto por la seguridad social y un aumento de los salarios reales del

3% (OIT & CEPAL, 2012).

● El nivel de pobreza en la región pasó del 48,4% en 1990 al 30,4% en 2011; y durante este período la

indigencia se redujo del 18,6% al 12,8%. Entre 2002 y 2011 más de 50 millones de personas salieron

de la situación de pobreza o indigencia en países de AL (CEPAL, 2012). Entre 2003 y 2009 en

Argentina se duplicó la clase media, de 9,3 a 18,6 millones de personas (Banco Mundial, 2012).

● El Índice de Desarrollo Humano (IDH) en AL pasó de 0,573 en 1980 a 0,704 en 2010 (PNUD, 2010).

Argentina alcanzó en 2011 un nivel de desarrollo humano “muy alto”, mientras que Uruguay, Brasil o

Ecuador se posicionaron como países con desarrollo humano “alto” (PNUD, 2012)

● Indicadores relacionados con derechos sociales como la educación y la sanidad también pueden

ilustrar esta evolución: la esperanza de vida y el nivel de alfabetización en AL crecieron como media un

9% y un 10%, respectivamente, entre 1990 y 2010 (PNUD, 2012).

También, se ha incrementado en la región la participación en procesos electorales y el apoyo social a

las instituciones políticas. Los gobiernos que oficiaron este cambio de rumbo fueron revalidados por

amplias mayorías repetidamente en las urnas. Por otra parte, bajo el liderazgo principalmente de

Brasil y Venezuela, se fueron retomando lazos solidarios y reforzando la integración regional:

además del aumento del comercio, la cooperación y las inversiones Sur-Sur, durante este período se

crearon espacios, agendas, posiciones y demandas comunes entre varios de los Estados

latinoamericanos.

Las políticas en la región están redefiniendo una nueva ecuación entre mercado, Estado y

sociedad, lo que implica una reconfiguración de los pilares elementales de la convivencia. Esta

redistribución del poder tiene como correlato una fuerte presión de los poderes económicos

nacionales y transnacionales (justamente, quienes bendijeron y se beneficiaron de los años de

neoliberalismo), generalmente apoyados por las corporaciones concentradas de comunicación

[12]. El permanente intento de desestabilización de estos procesos políticos forma parte del

accionar de las clases dominantes, llegando incluso a provocar golpes de Estado (sin militares)

contra gobiernos electos [13].

Otro hecho relevante de este proceso en AL es que la política va volviendo a ocupar la

centralidad, mientras que una parte creciente de la ciudadanía exige un espacio en la toma de

decisiones políticas, en los últimos años se ha extendido un profundo debate ideológico en

amplias capas de las sociedades de la región (CEPAL, 2012).

Estos procesos, llenos de retos y contradicciones, tienden a una reapropiación de la soberanía

económica y la independencia política. Y, aunque sería arriesgado valorar su evolución futura,

hasta el momento están teniendo como resultado mejoras en las condiciones de vida de amplias

mayorías sociales. Además, están contribuyendo a quebrar la ortodoxia de la cultura global, el

pensamiento único y la arquitectura socioeconómica que la globalización neoliberal había dejado

en herencia.

Recordar, aprender y seguir actuando

La observación de la historia latinoamericana reciente permite comprender el potencial de

destructividad del neoliberalismo y lo determinante de las luchas sociales en el territorio para

erradicar el modelo. Cuando el sur de la Eurozona está iniciando su propia “década perdida”, se

hace necesario revisar esta historia y aprender de lo sucedido en otras partes del planeta que

han sido sometidas al mismo modelo que la Troika, Alemania y las instituciones políticas de la

periferia europea presentan como inevitablemente dominante.

Pocas dudas caben de lo que sucederá en el sur de Europa si esta deriva continúa. Cuanto más

arrastre el poder económico al poder político-institucional, cuanto más se avance en este camino

neoliberal, más destrucción económica, social y medioambiental será producida; y más tiempo y

esfuerzo colectivo será necesario para reconstruir la justicia social, la independencia económica

y la soberanía política de los países.

El hecho de que esta región parta de una situación de bienestar material significativamente

mayor al de AL durante la “década perdida” no significa que el daño vaya a ser menor, sino que

la caída es desde un punto más elevado, y el menoscabo social y económico será mucho más

abrupto.

Las transformaciones políticas, la conquista y reconquista de derechos o las mejoras sociales no

se alcanzan a partir de las concesiones y la resignación voluntaria de privilegios de las clases

dominantes. En este contexto, la construcción y el sostenimiento de un modelo alternativo más

justo y equitativo parece únicamente posible a partir de las luchas y el conflicto social por una

redistribución del poder político.

América Latina está aprendiendo de un pasado al que sus mayorías no quieren regresar. Parte

de la ciudadanía, la sociedad civil, organizaciones, colectivos y movimientos sociales del sur de

Europa están asumiendo el desafío de cuestionar la esencia del poder político-institucional,

plantar cara al neoliberalismo, empezar a organizarse y a transitar una etapa de luchas y

resistencias emancipadoras que se tornan imprescindibles.

Bibliografía citada:

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al Desarrollo (CNCD).

Notas:

[1] Los países de América Latina han sufrido cuatro crisis de la deuda. La primera, en 1826 y se

prolongó hasta la mitad del siglo XIX; la segunda se inició en 1876 y terminó a inicios del siglo

XX; la tercera, durante los años 30. La cuarta es la que dio comienzo en 1982

[2] En concepto de “servicio de la deuda”, entre 1982 y 2000 América Latina devolvió 1.452.000

millones de dólares. En 1982 el total de la deuda de la región se elevaba a 333.200 millones de

dólares.

[3] Evolución de la deuda externa en algunos países de América Latina y el Caribe y en el

conjunto de la región, expresado en millones de dólares.

[4] Algunos ejemplos de dictaduras cívico-militares en la región durante los años 70 y parte de

los 80: Augusto Pinochet en Chile (1973-1990); Proceso de Reorganización Nacional en

Argentina (1976-1983); Aparicio Méndez en Uruguay (1976-1981) y Gregorio Álvarez (1981-

1985); Aldredo Stroessner en Paraguay (1954-1989); Hugo Banzer en Bolivia (1971-1978).

[5] PIGS (“cerdos”) es un acrónimo que comenzaron a utilizar algunos grandes medios de

comunicación británicos y estadounidenses para hacer referencia al grupo de países periféricos

de Europa: Portugal, Irlanda, Grecia y España.

[6] Esto no es así para Alemania, que desde el estallido de la “crisis financiera” se financia en los

mercados internacionales a coste cero e incluso negativo. Es Alemania la beneficiaria de la

crisis y del euro: “El crecimiento alemán se ha logrado empeorando las condiciones laborales y

sociales para incrementar sus precios menos que los demás países de la zona euro, y obtener

grandes superávit en su balanza de pagos que, sin el euro, no hubieran sido posibles ya que

habrían provocado un reajuste de las monedas” (Zafiur, 2013).

[7] Seguramente, el caso más flagrante de este tipo de precarización sea el de las zonas

francas, territorios con condiciones legales, fiscales, laborales y medioambientales muy

ventajosas para la producción y la exportación de mercancías. En 1992 América Latina contaba

con 124 zonas francas en su territorio.

[8] A la reforma laboral impulsada por el Gobierno del Partido Popular (Real Decreto-ley

03/2012), hay que añadirle la promovida por el anterior Gobierno del Partido Socialista (Real

Decreto-ley 10/2012).

[9] Asimismo, la orientación del sufragio no determina el rumbo de la política económica, lo que

supone una pérdida de calidad democrática y una extensión de la frustración política. En el

Estado español la primera batería de medidas neoliberales antisociales fueron puestas en

marcha por el Partido Socialista, con un recorte de gasto público de 15 mil millones de euros a

mediados de 2010. Posteriormente, el Partido Popular intensificó y profundizó esta deriva

política.

[10]Medido en porcentaje de multirrespuesta. Pregunta: cuáles son los tres principales

problemas que existen actualmente en España.

[11] Sobre este punto debe añadirse que la política exterior de EEUU, el país históricamente con

mayor injerencia externa en la región, a partir de 2001 se centró mucho más en el control de

Oriente Medio, facilitando que un bloque de países latinoamericanos limitaran su incidencia

imperialista.

[12] Además de grupos multimedia transnacionales como CNN, Fox o Prisa, que critican de

manera sistemática y sesgada estos procesos en América Latina, se añaden corporaciones

nacionales que adoptan un abierto papel de oposición política, como Rede Globo en Brasil,

Globovisión en Venezuela, Clarín en Argentina, entre otros.

[13] Por ejemplo, el “golpe de Estado parlamentario” en Paraguay en 2012 o el “golpe de Estado

judicial” en Honduras en 2009 que terminaron con el derrocamiento de Lugo y Zelaya,

respectivamente, o los fallidos “golpe de Estado mediático” en Venezuela en 2002 o el “golpe de

Estadopolicial” en Ecuador en 2010.

161

1. La era neoliberal

El neoliberalismo representa el proyecto de realización máxima del capi-talismo en la medida en que permite la mercantilización de todos los espacios de las formaciones sociales. Hubo quien, precipitadamente, pro-nosticó que sería la fase final del capitalismo, en el proceso dialéctico de su realización plena y agotamiento histórico. A partir de ese pronóstico, del lado progresista se declinó como consecuencia política que solo sería posible salir del capitalismo neoliberal para entrar en el socialismo, como si la sucesión de las formas de organización social fuera una cuestión mecá-nica. Del lado conservador, la realización máxima del capitalismo apareció como «el fin de la historia» a raíz del cual todos los acontecimientos suce-derían dentro de los insuperables límites de la democracia liberal y de la economía de mercado.

El carácter contradictorio del modelo neoliberal permitió esas incom-prensiones, que solo pueden ser abordadas desde el análisis concreto de lo que significa el periodo histórico actual en el que se sitúa el neolibera-lismo. Se trata de un periodo en el que se transitó de un mundo bipolar a uno unipolar, bajo la hegemonía imperial estadounidense; de un ciclo expansivo largo del capitalismo –su «edad de oro», según el historiador Eric Hobsbawm– a un ciclo regresivo largo; y de un modelo hegemónico regulador, o keynesiano o de bienestar social, como se quiera llamarlo, a uno liberal de mercado.

El nuevo periodo impulsó la hegemonía imperial estadounidense, apa-rentemente sin límites, pero que paradójicamente no alcanzó a imponer la Pax Americana. Bien al contrario, nos encontramos con décadas marcadas por guerras como efecto de la estrategia estadounidense de militarización de los conflictos que, lejos de resolverlos, los perpetuó.

Desde el punto de vista económico, el diagnóstico de los neoliberales de que las regulaciones consituyen un obstáculo al crecimiento económico, condujo a menos controles estatales y más libre comercio. No obstante,

8LA CONSTRUCCIÓN DE LA HEGEMONÍA POSNEOLIBERAL

Emir Sader

162 | Lula y Dilma. Diez años de gobiernos posneoliberales en Brasil

como el capital no fue hecho para producir, sino para acumular, como nos enseñó Marx, se produjo, bajo una modalidad especulativa, un enorme proceso de transferencia mundial de capitales desde el sector productivo al financiero. La profunda crisis de los países centrales del capitalismo, iniciada en 2008 y que continúa todavía sin un horizonte de superación, reveló la fragilidad de la hegemonía de un modelo centrado en la acumu-lación financiera.

Para entender las debilidades económicas y políticas del bloque dominante hoy en el mundo es necesario pensarlas en el contexto de la des-aparición del sistema soviético, el contrapunto del bloque imperialista. Con su desaparición, se produjo también el abatimiento de la idea de socialismo, de la economía de planificación centralizada, del Estado, de la política, de los partidos, de las alternativas colectivas y del marxismo. Se abrió una dra-mática situación en la cual, pese a la debilidad de los modelos dominantes, no se produjo el surgimiento de alternativas, en la que los llamados factores subjetivos del anticapitalismo sufrieron un retroceso significativo. La deca-dencia de la hegemonía imperial estadounidense no encontró una fuerza o un conjunto de fuerzas que pudiesen ejercer una hegemonía alternativa. El agotamiento del modelo neoliberal no se vio correspondido por un modelo alternativo que pudiese sustituirlo a escala global.

Vivimos y seguiremos viviendo aún por un tiempo prolongado un periodo turbulento, en los planos geopolítico y económico-financiero, de disputa hegemónica, en el que un viejo modelo insiste en sobrevivir y un mundo nuevo encuentra dificultades para afirmarse.

América Latina fue una víctima emblemática de las transformaciones regresivas de este periodo histórico. Después de conocer durante la etapa más significativa de su historia hasta aquel momento un periodo de indus-trialización y urbanización, de construcción de Estados nacionales y de fortalecimiento de partidos y organizaciones populares, de construcción de ideologías y culturas nacionales, en respuesta a la crisis de 1929, el ciclo largo de expansión finalizó a caballo de las décadas de 1970 y 1980 con la aparición de la crisis de la deuda. Se cerró un ciclo desarrollista y con él desapareció de la agenda hasta la propia cuestión del desarrollo, sustituida por la estabilidad monetaria, típica de periodos conservadores.

Más allá de todo esto, el continente vivió en algunos de sus países políticamente más importantes –Brasil, Chile, Uruguay, Argentina– dic-taduras militares que rompieron la capacidad de lucha y resistencia de los movimientos populares. Si esto no fuera suficiente, el continente fue la región del mundo con un mayor número de gobiernos neoliberales, en sus modalidades más radicales.

La construcción de la hegemonía posneoliberal | 163

El neoliberalismo llegó a América Latina por la vía de la lucha contra la inflación y a través de esta, de la crítica al Estado, señalado como respon-sable del desequilibrio monetario, además de otros males como el bloqueo a la libre circulación de capitales, la ineficiencia administrativa, la corrup-ción, el atraso o la excesiva tributación. Cada país repitió, a su manera, el ideario neoliberal, con gobiernos dictatoriales, como el de Pinochet, con gobiernos «nacionalistas», como el de Carlos Menem, o socialdemócratas, como el de Fernando Henrique Cardoso.

2. El neoliberalismo en Brasil

El golpe militar en Brasil tuvo una particularidad en relación con otros golpes de la región: tuvo lugar cuando se atravesaba todavía el ciclo largo expansivo del capitalismo mundial. Gracias a ese elemento, el régimen consiguió, mediante la represión de los sindicatos y el ajuste salarial, imprimir un ritmo expansivo a la economía. En los demás países de la región que estuvieron bajo dictaduras, el régimen de excepción fue ins-taurado en el marco del ciclo largo regresivo de la economía mundial, lo que los hizo coincidir con momentos de recesión y formas tempranas de conversión al neoliberalismo.

Durante la dictadura, y a pesar de la inmensa entrada de capital extran-jero, el Estado brasileño no se vio económicamente debilitado, si bien al hilo de la crisis de la deuda la situación económica de Brasil se equiparó a la del resto de países de la región, lo cual supuso el abandono de proyectos de desarrollo bajo el impacto del crecimiento de las deudas y de los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional.

La transición democrática en Brasil fue lo suficientemente fuerte –al contrario de otros países de la región– como para convocar una Asamblea Constituyente y dotarse de una constitución para la democracia restau-rada. Su presidente, Ulysses Guimarães, la llamó Asamblea Ciudadana, porque restituyó derechos eliminados en tiempos de la dictadura militar.

Sin embargo, se evidenció rápidamente que la constitución democrá-tica tendría dificultades para su desarrollo al haber nacido a contracorriente de la ola neoliberal que se consolidaba en el mundo y también en América Latina. Surgieron entonces voces en el Gobierno de Sarney que afirmaban que los derechos ciudadanos tornarían ingobernable el Estado brasileño y serían imposibles de cumplir sin agravar la recesión económica.

El fracaso del Gobierno de Sarney, en el cual se trenzaron características políticas del viejo y el nuevo régimen que imposibilitaron que la demo-cratización política se desdoblara en democratización económica, social y

164 | Lula y Dilma. Diez años de gobiernos posneoliberales en Brasil

cultural, agotó el impulso democratizador de la sociedad brasileña y permi-tió que la polarización democracia/dictadura desapareciera dando entrada a los paradigmas neoliberales representados inicialmente por Fernando Collor. Este centró su discurso en las críticas a las carroças –en una defensa de la apertura de la economía brasileña al mercado internacional– y a los marajás1, para recortar el gasto público e imponer reducciones salariales a los funcionarios.

El proceso de transición democrática se agotaba así sin haber podido democratizar el poder económico en Brasil. No se democratizó el sistema bancario, ni los medios de comunicación, ni la propiedad de la tierra, ni las grandes estructuras industriales y comerciales. El fin de la dictadura no repre-sentó la democratización de la sociedad brasileña. El país continúo siendo el más desigual del continente y uno de los más desiguales del mundo.

El impeachment contra Collor retrasó el proyecto neoliberal en Brasil. Cuando fue retomado por Fernando Henrique Cardoso (FHC) en 1994, todavía en el marco del Gobierno de Itamar Franco, México ya sufría la primera crisis de carácter neoliberal. Se instauró entonces un neolibera-lismo tardío bajo el Gobierno de FHC, que se vio obligado a enfrentarse a fuertes resistencias políticas y populares protagonizadas por partidos de izquierda y movimientos sociales.

Al decir que iba a «pasar la página del getulismo2» en la historia de Brasil, FHC reveló con clara consciencia que el Estado regulador, protector del mercado interno, inductor del crecimiento económico, garante de los dere-chos sociales y promotor de soberanía era un obstáculo frontal al modelo neoliberal. Buscó la desarticulación del Estado, favoreciendo la centralidad del mercado y reduciendo el aparato estatal a la mínima expresión. Liberalizó la economía, abrió el mercado interno, promovió la precarización de las relaciones laborales, privatizó a precios mínimos el patrimonio público y sometió la política exterior a las indicaciones de Estados Unidos.

Tras alcanzar la estabilidad monetaria, el impulso del programa neoliberal se apagó y, encadenando tres crisis con sus respectivos préstamos y acuerdos de ajuste con el FMI, la economía brasileña entró en una profunda y pro-longada recesión, de la cual no saldría hasta el Gobierno de Lula. Fracasó

1 Carroças, término que tiene que ver con las declaraciones de Collor durante la campaña electoral, en las que comparaba la fabricación de los coches brasileños con la extranjera. Marajás era el nombre por el que se conocía a algunos funcionarios públicos acusados de disfrutar de condiciones salariales desproporcionadas [N. del T.].2 Getúlio Dornelles Vargas (1882-1954) fue un político brasileño cuatro veces presidente de la República, dos a través de golpe de Estado. Probablemente una de las figuras más relevantes y polémicas del panorama político brasileño del siglo XX. Conocido como o pai dos pobres [el padre de los pobres] dirigió el país de forma autoritaria con principios desarrollistas, nacionalis-tas y anticomunistas [N. del T.].

La construcción de la hegemonía posneoliberal | 165

el proyecto que había proclamado que la estabilidad monetaria, por sí sola, sería capaz de generar modernización económica y distribución de la renta.

En Brasil, el neoliberalismo promovió dos fenómenos centrales, ambos negativos: la financiarización de la economía y la precarización de las rela-ciones laborales. La desregulación de la economía liberó los capitales que se desplazaron de manera masiva al sector financiero, buscando las mejores formas de maximización de las ganancias. Las inversiones especulativas se volvieron mucho más atractivas que las productivas, generando una brutal transferencia de renta de una a otra esfera. El Estado se volvió rehén del capi-tal financiero con la multiplicación del déficit público y su endeudamiento.

Las relaciones laborales fueron sometidas a procesos de informalización, lo que en realidad significó su precarización mediante la expropiación de los derechos básicos de los trabajadores –comenzando por el contrato formal de trabajo–, lo cual implicaba que dejaran de ser, a un tiempo, ciudadanos desde un punto de vista social y, por ende sujetos de derechos. De esta forma, la mayor parte de los trabajadores permaneció en condiciones de exclusión social.

Esta fue la «herencia maldita» que el Gobierno de Lula recibió de FHC.

3. El posneoliberalismo en Brasil

Los gobiernos de Lula y de Dilma pueden ser calificados como posneo-liberales si observamos los elementos centrales de ruptura con el modelo neoliberal –de Collor, Itamar y FHC– y los elementos que tienen en común con otros gobiernos de la región como los de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, el Gobierno del Frente Amplio en Uruguay, Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.

Estos gobiernos representan una reacción antineoliberal ante las gran-des recesiones que golpearon el continente en las últimas décadas del siglo pasado. Son gobiernos que tienen un conjunto de características en común que permite agruparlos en una misma categoría:

• priorizan las políticas sociales y no el ajuste fiscal;

• priorizan los procesos de integración regional y los intercambios Sur-Sur y no los tratados de libre comercio con Estados Unidos;

• priorizan el papel del Estado como impulsor del crecimiento eco-nómico y de la distribución de la renta frente a políticas que buscan reducir el Estado y afirmar el predominio del mercado.

166 | Lula y Dilma. Diez años de gobiernos posneoliberales en Brasil

A partir de las condiciones que llevaron a la victoria electoral de Lula pudo verificarse la construcción del posneoliberalismo en Brasil. Es preciso recor-dar que, a pesar del fracaso y de la falta de apoyo que FHC padecía al final de su mandato, Lula no superaba en ese momento la intención de voto histórica del PT y de poco más del 30 por 100, porcentaje suficiente para alcanzar la segunda vuelta pero no para triunfar. A partir de ese momento, se originó la crisis de la candidatura de Ciro Gomes –que lideraba las encuestas– del mismo modo que había sucedido tiempo atrás con Roseana Sarney, bajo el impacto de intensas campañas de desprestigio lanzadas por Serra, ame-nazado de quedar fuera de la segunda vuelta. Este movimiento amplió el número de votos en disputa entre Lula y Serra y tuvo un impacto decisivo para definir el resultado final de las elecciones de 2002. Jugó claramente en contra de Serra el hecho de ser el candidato de continuidad del Gobierno de FHC. Por más que tratara de distanciarse de este, había sido su ministro y era obviamente el candidato del partido de gobierno.

Lula logró vencer. Y lo hizo dando un salto de cerca de veinte puntos al conquistar la mayor parte de los votos en litigio. Para alcanzarlos, impulsó una operación de reestructuración de su campaña electoral, incorporando al discurso la estabilidad monetaria y la protección contra la inflación –tema de consenso nacional en aquel momento– y el respeto a los compromisos con el capital financiero, lo que implicaba la no renegociación de la deuda externa y el compromiso de no gravar al capital financiero. La imagen de Lula, tradi-cionalmente asociada a denuncias contra la situación política y económica, una imagen por lo tanto de contenido negativo, se vio alterada y surgió el «Lula, paz y amor». La combinación de cambio de discurso y de imagen per-mitió que Lula triunfase en las complejas condiciones de aquellas elecciones.

La victoria de Lula, en su cuarta tentativa de llegar a la presidencia, no se vio precedida de grandes movilizaciones populares como probablemente habría ocurrido de darse una situación electoral similar a la de 1989 o 1994. Con todo, las movilizaciones populares fueron suficientes para impe-dir que el proceso de privatizaciones alcanzara a PETROBRAS, el Banco do Brasil y la Caixa Econômica Federal, pero los movimientos sociales padecían los efectos de las duras políticas antipopulares de FHC, además de la sistemática campaña de descalificaciones contra los trabajadores y sus organizaciones orquestada desde el gobierno neoliberal y los medios de comunicación. A este respecto, la victoria de Lula representó un alivio para las organizaciones populares, sometidas hasta entonces a presiones y ataques continuados. Entre las limitaciones concretas que constreñían la victoria electoral y las posibilidades de Gobierno de Lula, estaba la falta de mayoría parlamentaria, ya que el PT no contó inicialmente con el apoyo del PMDB. Las relaciones de Lula con el poder legislativo explican en parte la crisis de 2005, en la que el presidente amplió la base de apoyo del gobierno, que se consolidó a partir de aquel momento.

La construcción de la hegemonía posneoliberal | 167

A pesar de divulgar la Carta aos Brasileiros [Carta a los brasileños] con el objetivo de exponer sus propósitos de gobierno, Lula asumió la presiden-cia bajo una intensa presión del denominado «riesgo Lula», la expectativa de que la posibilidad de que continuase el ataque especulativo de fuga de capitales iniciado en la campaña electoral. Existía el riesgo de inestabilidad económica provocada por la amenaza del capital de convertir en inviable el nuevo gobierno, dada la hipotética falta de confianza del gran capital nacional e internacional sobre las posiciones de Lula. La construcción de hegemonía política por parte del gobierno fue producto de la intuición y el pragmatismo de Lula como presidente, que combinó estabilidad monetaria y reactivación de las políticas de desarrollo económico y de distribución de la renta, lo cual constituyó un aspecto esencial de las políticas de gobierno. Esa combinación es la clave del enigma Lula.

Lula trató de avanzar inicialmente por las vías de menor resistencia y mayor fragilidad del neoliberalismo: dio prioridad a las políticas sociales (frente a un neoliberalismo que impuso la dictadura de la economía) y a los proyectos de integración regional (mientras que el neoliberalismo privilegió el libre-comercio y los tratados de libre comercio con Estados Unidos). La creación de innovadoras políticas sociales –como la Bolsa Familia, que pasó a simbolizar la mutación de las condiciones sociales históricas heredadas por el Gobierno de Lula– y el rechazo del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), un bloque económico regional del cual Brasil y Estados Unidos eran los principales elementos, marcaron la ruptura con la herencia neoliberal tornándose ejes estratégicos de la alternativa posneoliberal.

En coherencia con la Carta aos Brasileiros, Lula se rodeó de un equipo económico conservador y tomó medidas preventivas, como un duro ajuste fiscal, con el objetivo de evitar riesgos inflacionarios y la fuga de capitales. Por otra parte, promovió una reforma regresiva de la Seguridad Social y una tibia reforma tributaria, esperando así tranquilizar a los inversores y permitir una recuperación de las inversiones.

El carácter conservador de estas medidas y la falta de mayoría en el Congreso llevaron a las dos mayores crisis que marcaron el Gobierno de Lula, una por la izquierda y otra por la derecha, en sus primeros años de gobierno. La primera de ellas, protagonizada por sectores de los movi-mientos sociales y del propio PT contra la reforma de la Seguridad Social y las medidas económicas conservadoras, culminó con la salida de algunos sectores del partido.

La segunda crisis fue el resultado de una ofensiva opositora, notable-mente sobredimensionada en los medios de comunicación por medio de una exitosa operación de marketing centrada en denuncias polí-ticas. En el contexto de esta crisis, se llegó incluso a mencionar, tras el

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abandono de algunos de los principales ministros y asesores gubernamen-tales, la posibilidad de presentar un impeachment contra el presidente. Las consecuencias de la compleja crisis de 2005 fueron determinantes para el futuro del Gobierno de Lula:

1. La imagen de «los petistas» quedó marcada desde ese momento en el imaginario político del país como responsables de manejos ilegales de recursos para comprar apoyos, dando un giro a la imagen pública de un PT visto hasta el momento como un partido ético y trans-formado ahora en un «partido de corrupción» vinculado al uso de recursos para financiar negocios turbios.

2. La oposición centró su eje discursivo en las denuncias de «corrup-ción» del PT y del Gobierno de Lula. Los sectores disidentes del PT, que habían abandonado el partido, lejos de centrar sus crí-ticas en la política económica, se sumaron a las denuncias de corrupción y fracasaron en la construcción de una alternativa a la izquierda del PT.

3. Las inversiones en políticas sociales comenzaron a ofrecer resultados positivos de la gestión gubernamental y trasladaron la base fundamental de apoyo social al gobierno hacia los sectores más pobres y las regiones más olvidadas del país. Ante la posibilidad de que Lula activara una gran movilización en defensa del gobierno y de la gestión de su mandato, la oposición retrocedió y centró todas sus posibilidades en erosionarlo a través del Congreso y lograr de esa forma derrotarlo en las elecciones de 2006. Sin embargo, los apoyos surgidos al hilo de las políticas sociales permitieron a Lula ser reelegido, consolidando de esa forma un nuevo tipo de apoyo popular al gobierno que caminaba paralela a la recupera-ción del crecimiento económico. Esta tendencia, estuvo directamente relacionada con el cambio del equipo económico del gobierno y de sus prioridades generales, que supuso el abandono de la orientación con-servadora de la política económica y su sustitución por un modelo de desarrollo que articulaba estructuralmente crecimiento económico con políticas de redistribución de la renta.

El campo político se polarizó. En un extremo estaba el gobierno y su modelo económico-social, con políticas de integración regional y un Estado impulsor del crecimiento económico y garantista en materia de derechos sociales. En el extremo contrario, la oposición dirigida por los grandes medios de comunicación privados y refugiada en las denuncias de corrupción contra el gobierno. La polarización se mostró extremadamente favorable a este, que se benefició de las grandes transformaciones sociales promovidas y alcanzó índices inéditos de aprobación popular.

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La construcción del posneoliberalismo, por lo tanto, se dio como conse-cuencia de la decisión del gobierno de priorizar las políticas sociales y la reaparición de Brasil en el marco internacional. El primer aspecto trans-formó la fisonomía social del país; el segundo modificó nuestro lugar en el mundo. La crisis de 2008 consolidó el papel activo del Estado, con políti-cas anticíclicas, que facilitaron la resistencia del país a los influjos recesivos que vinieron desde los países del centro del sistema.

4. La construcción del posneoliberalismo

Brasil pasó en pocas décadas por una dictadura militar de veintiún años, por doce años de gobiernos neoliberales y a fecha de hoy por diez años de gobiernos posneoliberales. Cambios muy radicales en un espacio de tiempo relativamente corto.

Durante treinta y ocho de esos casi cincuenta años aumentó la desigual-dad y la concentración de la renta así como la exclusión social. El Estado pasó de ser un aparato blindado militarmente, fundado en la Doctrina de Seguridad Nacional, promotor de políticas favorables al gran capital nacional e internacional a ser un Estado mínimo fundado en las doctrinas liberales de mercado y adalid de políticas favorables al capital financiero.

Los gobiernos de Lula y de Dilma representan una ruptura con esas décadas, al promover una inflexión marcada en la evolución de la forma-ción social brasileña. A pesar de que el modelo neoliberal continúe siendo el dominante en el plano internacional y nuestro propio país padezca toda-vía las secuelas de las transformaciones regresivas realizadas en los años de adminsitración neoliberal, los gobiernos de Lula y Dilma nos han colocado en el plano opuesto a la tendencia hegemónica mundial.

Los gobiernos de resistencia se pensaron y construyeron como meca-nismos de respuesta anticíclica a las tendencias recesivas del centro del capitalismo. Lograron resistir a la recesión, aunque tuvieron que adaptarse a los retrocesos impuestos por el neoliberalismo: la desindustrialización, el protagonismo del sector primario exportador, la fragmentación social y las ideologías consumistas.

¿Cómo construir sociedades democráticas, solidarias y con valores más humanos a partir de esa herencia? Ese es, sin duda, el mayor desafío para Brasil y para los gobiernos posneoliberales de América Latina. No basta con responder a la recesión y a las fórmulas superadas de libre comercio, de Estado mínimo, de centralidad del mercado, etc. Es necesario tener un proyecto de sociedad que parta de la actual fase posneoliberal como un momento de transición para construir proyectos que no solo resistan y

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respondan al ciclo neoliberal, sino que sean capaces de plantearse la cons-trucción de sociedades justas, soberanas y solidarias.

En el caso de Brasil, es necesario acabar con el papel hegemónico de un capital financiero que insiste en canalizar sus inversiones hacia la especu-lación y la actividad económica antisocial, que no crea bienes ni empleos. Ese capital se resiste a los incentivos de un gobierno que busca un viraje de las inversiones especulativas a la senda de las inversiones productivas.

Acentuar las formas de tributación de los movimientos del capital financiero, llevar a cabo una reforma tributaria socialmente justa –en donde paga más quien más tiene–, fortalecer el papel y la intervención de los bancos públicos y exigir contrapartidas para orientar las subvenciones públicas y exenciones fiscales hacia inversiones productivas y capaces de generar empleo, son algunas de las medidas que buscan quebrar la hege-monía del capital financiero, de matriz especulativa, vigente todavía en Brasil. Todas estas deben ser tareas centrales del gobierno.

De igual manera, es indispensable que el gobierno promueva una agri-cultura no enfocada en exclusiva a la exportación. Una agricultura que garantice la autosuficiencia alimentaria, generando empleos y acceso a la tierra a los millones de trabajadores que aún carecen de ella. Una agricul-tura que fortalezca una economía familiar productora de alimentos para el mercado interno y genere empleos en las zonas rurales.

Además de la ruptura del monopolio del dinero –el capital especulativo– y de la tierra, Brasil necesita democratizar la formación de la opinión pública, necesita democratizar el derecho a la palabra, necesita romper el monopolio de los medios de comunicación. Urge posibilitar que el inmenso proceso de democratización social llegue al plano cultural a través de la multiplicación de espacios de información, discusión, intercambio y creación cultural. Un país democrático es aquel donde hay medios de comunicación pluralistas, que expresen la inmensa y rica diversidad cultural y de opiniones de su pue-blo, y no el privilegio de unos pocos, de los más poderosos.

La democracia no se puede reducir al acceso de todos a los derechos sociales fundamentales sin incluir el derecho a la expresión. Para que el pue-blo participe, no solamente bajo la limitada forma del voto, del consenso pasivo, sino a través de una participación política más plena, que lo eleve a sujeto de la historia y no simplemente a objeto de las políticas del gobierno, el derecho a la libertad de expresión es tan importante como el derecho de acceso a los bienes materiales. Hay una herencia que romper, ya que en Brasil la democratización vino acompañada de un fortalecimiento del monopo-lio de los medios de comunicación, como en el caso del nombramiento de Antônio Carlos Magalhães como titular del Ministerio de Comunicaciones,

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que consolidó el poder de los grupos oligárquicos tradicionales sobre las radios, los canales de televisión, los periódicos y las revistas.

En democracia, la alternativa no puede estar entre silenciar a los medios de comunicación o dejarlos bajo el monopolio privado, en manos de algu-nas familias como es el caso brasileño, que silencia a quienes carecen de acceso a los espacios mediáticos, es decir, a la gran mayoría de la población. La aceptación por parte de los propietarios de las corporaciones mediáticas de su rol de oposición política significa, expresamente, que mediante su falta de neutralidad asumen no ser un espacio para la formación democrá-tica y pluralista de la opinión pública.

En Internet, con dinamismo y creatividad, logramos hacer «guerrilla». Pero el papel de «ejército regular», que ocupa los grandes espacios y marca la agenda política nacional, recae en los grandes medios. Los periódicos, a pesar de acumular tiradas siempre descendentes, marcan la línea para las radios y televisiones, entrelazados por la propiedad cruzada de las grandes empresas monopolísticas.

Otro eje central para la superación del neoliberalismo es el referente al financiamiento público de las campañas electorales. El neoliberalismo representa un modelo de sociedad en el cual prima el poder del dinero, en el que todo tiene precio, todo se puede vender, todo se puede com-prar, todo es transformado en mercancía. De igual forma que el poder del dinero se impone sobre los medios de comunicación, el sistema polí-tico se ve también directamente condicionado por el poder económico a través de modelos de financiación electoral desiguales, que convierten el dinero en un elemento distorsionador de la relación entre el pueblo y sus representantes.

Como resultado, los parlamentos no representan a la sociedad. Sí son, en cambio, un reflejo de la desigual distribución de la renta, al generarse un Congreso dominado por diferentes grupos de presión relacionados con distintos intereses: el agronegocio, la educación privada, las empresas de gestión privada de la salud, los propietarios de los medios de comunica-ción, las iglesias evangélicas, entre otros.

Superar un tipo de sociedad construido al amparo del dinero y de la desigualdad económica y social supone contar con la conciencia y la movilización popular, lo que requiere la democratización de los medios de comunicación y de la representación política.