Hoja Parroquial - 24 de Noviembre de 2013 - Num. 47

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1 JESUCRISTO: siempre Rey N.º 47 NTRO. SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO 24 de Noviembre de 2013 H oy termina el año litúrgico. Y la Iglesia nos propone que reconozcamos a Cristo como Señor de nuestra vida, pues eso significa esta fiesta de Cristo Rey. Durante todo un año hemos celebrado, conmemo- rado y recordado el misterio de nuestra salvación, que es lo mismo que el misterio del amor de Dios al Hombre. Todo ha sido descubrir ese amor del Padre que se ha desbordado hacia la humanidad. Este domingo, en el Evangelio, contemplamos con estupor los atributos de la realeza de Cristo. Su trono: la cruz. Su corona: las espinas. Su manto real: la sangre corriendo por su espalda. Y su sentencia: el perdón. Y nos preguntamos qué tiene que ver la realeza de Cristo con la realeza y el poder de este mundo: porque el poder de Cristo es servicio y no opresión, su riqueza está en desprenderse y no en robar a los demás, su gobierno es ofrecimiento y no imposición, su autoridad no le viene de nadie sino que surge del ejemplo y coherencia de su vida, su esplendor y gloria no le viene por el título de rey sino por su humildad y obediencia al Padre. Sí, Jesús es Rey y Señor del Universo, porque Él es el origen y la meta, alfa y omega, todo se ha hecho por Él y en Él. En Él, la humanidad ha recuperado la imagen y semejanza con Dios que perdió en el origen. Cuando, en la cruz, se burlaban de Él diciéndole que se salvase a sí mismo si realmente era Dios y Jesús callaba, ahí precisamente, Jesús nos da su último tes- timonio de cómo hay que vivir y morir siendo plena- mente humanos: porque el Hombre no puede salvarse a sí mismo sin contar con Dios. Ese fue el pecado de nuestros padres y ese es nues- tro pecado: construir nuestra vida, pretender ser felices, sin contar con Dios y a costa de nuestros hermanos. En el supremo suplicio, en el último momento, Jesús es confirmado como Rey y Señor porque acepta su condición de Hijo, su condición de ser humano, dejando la última palabra sobre su vida y sobre su historia al Padre. Y ahí en la Cruz, asumiendo todo lo más bajo y negativo de nuestra historia, las últimas palabras de este Rey son de perdón y misericordia con el ladrón que comparte su suplicio: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Y en ese ladrón, estamos representados todos nosotros, todos los que en nuestra vida hemos robado, herido, mentido, saqueado y odiado. Todos nosotros, que en la prueba, en esos momentos en que vemos que se hunde nuestra vida, en el dolor o en la enfermedad y la muerte, todos nosotros que hemos reconocido en Jesús al Señor y le gritamos: “Acuérdate de mí, Señor”. Y nosotros también escuchamos de sus labios las mismas palabras de entonces, en esta despedida del año litúr- gico: «Ustedes también estarán conmigo en el Paraíso».

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Boletín Semanal de la Arquidiócesis de Guadalajara

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Jesucristo: siempre Rey

N.º 47 • Ntro. Señor JeSucriSto, rey del uNiverSo • 24 de Noviembre de 2013 •

Hoy termina el año litúrgico. Y la Iglesia nos propone que reconozcamos a Cristo como Señor de nuestra vida, pues eso significa esta fiesta de Cristo Rey.

Durante todo un año hemos celebrado, conmemo-rado y recordado el misterio de nuestra salvación, que es lo mismo que el misterio del amor de Dios al Hombre. Todo ha sido descubrir ese amor del Padre que se ha desbordado hacia la humanidad.

Este domingo, en el Evangelio, contemplamos con estupor los atributos de la realeza de Cristo. Su trono: la cruz. Su corona: las espinas. Su manto real: la sangre corriendo por su espalda. Y su sentencia: el perdón. Y nos preguntamos qué tiene que ver la realeza de Cristo con la realeza y el poder de este mundo: porque el poder de Cristo es servicio y no opresión, su riqueza está en desprenderse y no en robar a los demás, su gobierno es ofrecimiento y no imposición, su autoridad no le viene de nadie sino que surge del ejemplo y coherencia de su vida, su esplendor y gloria no le viene por el título de rey sino por su humildad y obediencia al Padre.

Sí, Jesús es Rey y Señor del Universo, porque Él es el origen y la meta, alfa y omega, todo se ha hecho por Él y en Él. En Él, la humanidad ha recuperado la imagen y semejanza con Dios que perdió en el origen. Cuando, en la cruz, se burlaban de Él diciéndole que se salvase a sí mismo si realmente era Dios y Jesús callaba, ahí precisamente, Jesús nos da su último tes-timonio de cómo hay que vivir y morir siendo plena-mente humanos: porque el Hombre no puede salvarse a sí mismo sin contar con Dios.

Ese fue el pecado de nuestros padres y ese es nues-tro pecado: construir nuestra vida, pretender ser felices, sin contar con Dios y a costa de nuestros hermanos.

En el supremo suplicio, en el último momento, Jesús es confirmado como Rey y Señor porque acepta su

condición de Hijo, su condición de ser humano, dejando la última palabra sobre su vida y sobre su historia al Padre.

Y ahí en la Cruz, asumiendo todo lo más bajo y negativo de nuestra historia, las últimas palabras de este Rey son de perdón y misericordia con el ladrón que comparte su suplicio: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Y en ese ladrón, estamos representados todos nosotros, todos los que en nuestra vida hemos robado, herido, mentido, saqueado y odiado. Todos nosotros, que en la prueba, en esos momentos en que vemos que se hunde nuestra vida, en el dolor o en la enfermedad y la muerte, todos nosotros que hemos reconocido en Jesús al Señor y le gritamos: “Acuérdate de mí, Señor”. Y nosotros también escuchamos de sus labios las mismas palabras de entonces, en esta despedida del año litúr-gico: «Ustedes también estarán conmigo en el Paraíso».

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Lectura del segundo libro de Samuel 5, 1-3En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón

a ver a David, de la tribu de Judá, y le dijeron: “Somos de tu misma sangre. Ya desde antes, aunque Saúl reinaba sobre

nosotros, tú eras el que conducía a Israel, pues ya el Señor te había dicho: ‘Tú serás el pastor de Israel, mi pueblo; tú serás su guía’ ”.

Así pues, los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver a Da-vid, rey de Judá. David hizo con ellos un pacto en presencia del Señor y ellos lo ungieron como rey de todas las tribus de Israel. Palabra de Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los colosenses 1, 12-20Hermanos: Demos gracias a Dios Padre, el cual nos ha

hecho capaces de participar en la herencia de su pueblo santo, en el reino de la luz. Él nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos la redención, esto es, el perdón de los pecados.

Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en Él tienen su fundamento todas las cosas crea-das, del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, sin excluir a los tronos y dominaciones, a los principados y potestades. Todo fue creado por medio de Él y para Él.

Él existe antes que todas las cosas, y todas tienen su consisten-cia en Él. Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo.

Porque Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud y por Él quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tie-rra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz. Palabra de Dios.

EVANGELIO Lectura del santo Evangelio según san Lucas 23, 35-43

Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mis-

mo, si Él es el Mesías de Dios, el elegido”.También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a

Él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si Tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Éste es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, di-ciéndole: “Si Tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibi-mos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Palabra del Señor.

ORACIÓN COLECTADios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que

toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eterna-mente. Por nuestro Señor Jesucristo.

SALMORESPONSORIALdel Salmo 121, 1-2. 4-5

R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

¡Qué alegría sentí cuando me dijeron: “Vayamos a la casa del Señor”! Y hoy estamos aquí, Jerusalén, jubilosos, delante de tus puertas. R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

A ti, Jerusalén, suben las tribus, las tribus del Señor, según lo que a Israel se le ha ordenado, para alabar el nombre del Señor. R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

Por el amor que tengo a mis hermanos, voy a decir: “La paz sea contigo”. Y por la casa del Señor, mi Dios, pediré para ti todos los bienes. R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

ACLAMACIÓNANTES DELEVANGELIOMc 11, 9. 10

R. Aleluya, aleluya.¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!R. Aleluya, aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓNAlimentados con el Pan que da la vida eterna, te pedimos, Señor, que

quienes nos gloriamos en obedecer aquí los mandatos de Cristo, Rey del universo, podamos vivir con Él eter-namente en el Cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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Gloria a Dios en el Cielo,y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor.Por tu inmensa gloriate alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos;te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial,

Dios Padre todopoderoso.Señor Hijo único, Jesucristo,Señor Dios, Cordero de Dios,Hijo del Padre.Tú que quitas el pecado del mundo,ten piedad de nosotros;Tú que quitas el pecado del mundo,atiende nuestra súplica;

Tú que estás sentadoa la derecha del Padre,ten piedad de nosotros;porque sólo Tú eres santo,sólo Tú, Señor,sólo Tú, Altísimo Jesucristo,con el Espíritu Santo,en la gloria de Dios Padre. Amén.

Gloria

El próximo domingo inicia el tiempo de Adviento, y uno de los

símbolos externos de este tiempo es la Corona de Adviento, que se expone en el templo y puede estar también en los hogares. Así se com-pone y este es su significado.

La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin prin-cipio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.

Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida. Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestra vida. El anhelo más importante debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

Las cuatro velas: Nos hacen pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el uni-verso como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de Adviento al hacer la oración en familia.

Se acostumbra usar diferentes colo-res: una morada, una roja, una rosa y una blanca. Hay quienes acostum-bran poner tres velas moradas y una rosa o blanca. Se prenden primero las moradas que nos recuerdan que es tiempo de penitencia, de conver-sión. La blanca o rosa significa la alegría de la llegada de Jesucristo.

Bendición de la CoronaEn algunas parroquias o colegios se organiza la bendición de las coro-nas de Adviento. Si no se pudo asis-tir a estas celebraciones, la puede llevar a cabo el papá o la mamá con la siguiente oración:

Señor Dios, bendice con tu poder nuestra Corona de Adviento para que, al encenderla, despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo practicando las buenas obras, y para que, así,

cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos. Te lo pedimos

por Cristo nuestro Señor. Todos: Amén.

La Corona de AdvientoEn este Año de la Fe, aprendamos de memoria el Credo y recitémoslo como

oración todos los díasCredoCreo en un solo Dios,Padre todopoderoso,Creador del Cielo y de la tierra,de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor Jesucristo,Hijo único de Dios,nacido del Padre antes de todos los siglos:Dios de Dios, Luz de Luz,Dios verdadero de Dios verdadero,engendrado, no creado,de la misma naturaleza del Padre,por Quien todo fue hecho;que por nosotros, los hombres,y por nuestra salvación, bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santose encarnó de María, la Virgen,y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificadoen tiempos de Poncio Pilato;padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras;y subió al Cielo, y está sentadoa la derecha del Padre;y de nuevo vendrá con gloriapara juzgar a vivos y muertos,y su Reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo,Señor y dador de vida,que procede del Padre y del Hijo;que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.Confieso que hay un solo Bautismopara el perdón de los pecados.Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

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29, 30 de nov. y 1 de dic. de 2013

Javier e Isabel • 33 3456 3058 y • 33 1256 8110Héctor y Sara • 3674 5044 Gerardo y Marisa • 3638 3079

Correos: [email protected][email protected]

Consagración del género humano a

cristo rey

¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Míranos humildemente postra-

dos delante de tu altar; tuyos somos y tuyos quere-mos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos a Ti, todos y cada uno espontáneamente nos consa-gramos en este día a tu Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos, despreciado tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadécete de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Corazón Santísimo.

Señor, sé Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Ti, sino también de los pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria.

Sé Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Ti; devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Concede, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden, haz que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Ala-bado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Escrita por el Papa Pío XI en 1925 para la Fiesta de Cristo Rey.

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