Homenaje a William Ospina

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1 Universidad de Ibagué Fundación Musical de Colombia Exaltación a los valores tolimenses, 2012 Homenaje al escritor William Ospina Conservatorio del Tolima Sala Alberto Castilla Marzo 13 de 2012

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La Universidad de Ibagué hace un homenaje al maestro William Ospina

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Universidad de Ibagué

Fundación Musical de Colombia

Exaltación a los valores tolimenses, 2012

Homenaje al escritor William Ospina

Conservatorio del Tolima

Sala Alberto Castilla

Marzo 13 de 2012

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Homenaje al escritor William Ospina Fundación Musical de Colombia Universidad de Ibagué Ibagué, Colombia. Marzo de 2012 Presidente del Consejo Superior Eduardo Aldana Valdés Rector Alfonso Reyes Alvarado © Universidad de Ibagué, 2012 © Eduardo Aldana Valdés, Alfonso Reyes Alvarado, Franciny Espinosa Osorio, William Ospina Buitrago, 2012 Universidad de Ibagué, Oficina de Publicaciones Calle 67, Carrera 22. Tel. (57 8) 2709400 Ibagué -Tolima, Colombia. www.unibague.edu.co [email protected]

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William Ospina: humanista tolimense

Eduardo Aldana Valdés

Es un honor y un gran placer cumplir con el encargo que me hicieran Doris

Morera de Castro, Presidenta de la Fundación Musical de Colombia, y Alfonso

Reyes, Rector de la Universidad de Ibagué, de reconocer la contribución

excepcional, a la cultura y los valores humanos de la sociedad contemporánea,

del maestro William Ospina. Para hacerlo trataré de recorrer algunas de las

lecciones que he aprendido como discípulo, poco aplicado y a distancia, del

maestro Ospina.

Como se trata de reconocer, es decir de volver a conocer, explicaré a

través de una anécdota mi concepto de conocer a una persona. Roberto Zarama,

matemático, filósofo, experto en la teoría de la complejidad y director del

Departamento de Ingeniería Industrial de los Andes, me asegura la veracidad

del siguiente diálogo entre él y su conductor, una persona de gran inteligencia:

Zarama: Hágame el favor de llevar estos libros al doctor Fulano.

El conductor no responde y su expresión es de perplejidad.

Zarama insiste: Usted conoce al doctor Fulano pues nos ha llevado a los dos a

su casa,

varias veces.

Responde el conductor: Yo sí distingo al doctor Fulano.

Zarama, intrigado: ¿Entonces que le falta para conocerlo?

El conductor de manera firme: Que él me distinga.

Eduardo Aldana Valdés, nació en Purificación. Es Ingeniero Civil de la Universidad de Los

Andes. Entre muchos cargos que ha desempeñado fue Director del Instituto SER de Investigación, Director General de Colciencias, Decano de la Facultad de Ingenieríade la Universidad de Los Andes y Rector de la misma Universidad. Es profesor titular y emérito, consultor e investigador. Fue Gobernador del Tolima entre 1989 y 1991. En el 2011 recibió la condecoración Simón Bolívar en la Orden Gran Maestro. Es el Presidente de la Universidad de Ibagué.

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Quienes convivimos con campesinos del sur del Tolima sabemos del

orgullo y la satisfacción con que ellos proclaman que algún personaje

importante los distingue. Con ese engreimiento yo afirmo que William Ospina

me distingue, que yo lo conozco y que su generosidad coloca a mi alcance re-

conocer algunas particularidades de su fecunda producción intelectual,

recordarlas, en el significado original de volver a traerlas al corazón, y

recrearme con ellas, en el sentido lúdico del verbo. Es oportuno anotar que el

maestro Ospina, como observé en Ramón de Zubiría y Rodrigo Escobar Navia,

otros de mis maestros, hacen, con su calidez y don de gentes, que todos sus

seguidores nos sintamos como sus amigos especiales.

Eduardo Aldana Valdés, presidente de la Universidad de Ibagué

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La lectura parcial de su obra literaria, siempre en permanente expansión,

asombra por la portentosa memoria del autor y ese uso creativo que le concede,

según él dice de Aurelio Arturo, “el regocijo de inventar, para reconstruir, no las

circunstancias, sino la atmósfera” de otros tiempos y lugares. Apunta hacia un

intelectual cuya mente ha organizado las ideas de los grandes pensadores de

nuestro planeta y muestra a un humanista único, tal como Schumacher

afirmaba de Gandhi: que era un gran economista pero uno bien distinto por

basar su concepción de la economía en el hombre y no en el intercambio de

mercancías.

Esa particularidad de Ospina se expresa en su manera de ver el progreso

de la humanidad por donde no lo miran los demás. En atreverse a pensar, como

lo hace en Los nuevos centros de la esfera, uno de sus ensayos premiados, “si el

mundo era en realidad imperfecto, si era necesaria esa vocación humana por

transformarlo y ‘mejorarlo’, y si el hombre está en el derecho de intentar ese

mejoramiento”. En su capacidad de identificarse admirado con quienes, hace

más de dos siglos, pudieron –son de nuevo sus palabras - “advertir los males

venideros de la sociedad industrial, la arremetida suicida del hombre contra la

naturaleza, el cumplimiento del proceso de desacralización del mundo, la

arrogancia antropocéntrica y nuestro lento e inexorable naufragio en un abismo

de basuras y escombros”.

También, en percibir la sagacidad de los mercaderes de objetos de

consumo para convertir los movimientos de inconformidad, como el hippismo y

el ecologismo, en modas para su lucro desenfrenado. En sugerir que el porvenir

de la especie reposa en los nativos de África, de América y de Oceanía que “no

cancelaron su relación mágica con los seres y las cosas, no quisieron avanzar, no

inventaron el progreso, no creyeron que en la naturaleza humana hubiera

mucho que mejorar. Entonces tal vez ellos eran civilizados y conocían el secreto

para participar de la armonía del mundo, para asegurar su continuidad.”

Gerardo Reichel-Dolmatoff, mi vecino de oficina en la Universidad de los

Andes le hace eco al afirmar, hace cincuenta años, que la mayoría del pueblo

colombiano no pertenece a la cultura occidental pues “los valores subyacentes a

estas instituciones han cambiado, las metas se han modificado y reorientado

bajo la influencia de accidentes históricos locales, […] de siglos de pobreza e

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inestabilidad económica y política, el impacto del colonialismo, el aislamiento,

la incertidumbre y la desconfianza. En realidad, si queremos hacer

comparaciones, entonces estaría más acertado establecer paralelos con los

pueblos emergentes de Asia o África que con las sociedades modernas de

Europa Occidental.”1

Hace casi tres lustros la fortuna colocó en mis manos los fragmentos de

Elegías de varones ilustres de don Juan de Castellanos, seleccionados y

comentados por el Maestro Ospina bajo el título de Cantos de Conquista. Había

leído las Elegías en mi adolescencia, en algún curso de literatura, pero casi no

las recordaba. El comentario inicial de William en el segundo volumen me abrió

las puertas de un mundo fascinante y sentí pesar por habérmelo perdido por

tantos años:

Eran nobles palabras de asombro que morían en un viento de violencia y de

sangre. Voces que casi nadie supo oír, preguntas que resuenan sin fin en la

memoria de América.

En el libro que le siguió, Las auroras de sangre, emergió el Maestro que

ya se perfilaba en sus trabajos previos. Los fragmentos seleccionados de la obra

de Juan de Castellanos tienen una actualidad asombrosa. Con Alfonso Reyes

diseñamos un curso que tiene en su título la enigmática frase Disolver

problemas. En él invitamos a los estudiantes a mirar el mundo por los ojos del

otro, antes de aventurarse por algún camino. Entre las lecturas que les

sugerimos están las palabras de amonestación de un indio a los recién llegados,

escogidas por William para resaltar la respetuosa admiración de Don Juan hacia

las víctimas del encuentro. Les leo la primera octava:

Decidnos, ¿qué son vuestros pareceres?

¿Con qué furia venís o con qué viento,

Pues tan menoscabados de poderes

Os arrojáis a tanto detrimento?

No tenéis hijos, no traéis mujeres,

No tenéis pueblo, no hacéis asiento,

No conocéis labranza ni hacienda,

Sino muy mala suerte de vivienda.

1 Reichel-Dolmatoff, Gerardo, 1964, Intervención en el primer seminario académico Interno, en Bell, Gustavo et al,

Historia de la Universidad de los Andes, Tomo IV, pag. 121. Bogotá.

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En la resolución de la Fundación Musical de Colombia, sus directivas

mencionan, formal y apropiadamente, las distinciones y la trayectoria del

maestro William. Para no hacer el oso, como nos decían a los de mi generación

nuestros hijos adolescentes, no lanzaré un juicio imposible sobre las novelas

que lo han proyectado mundialmente. En cambio, he aceptado complacido que

unos lectores recursivos y sagaces le brinden su admiración en un acto sorpresa

que se presentará más adelante.

La obra poética de William Ospina se entrelaza con sus novelas y sus

ensayos. Fascinan aquellos versos que, como ya mencioné en relación con uno

de sus ensayos, “miran al mundo por donde no lo miran los demás”. Uno de

ellos es una perla que, creo yo, haría brotar una sonrisa al mismo Edgar Allan

Poe:

Edgar Poe se miró al espejo y se dijo:

- Ese hombre en el espejo no sufre,

Es un actor que imita mi sufrimiento.

El hombre del espejo se dijo:

- Ese hombre no sufre,

Finge sufrir para que yo sufra imitándolo.

El maestro Ospina ha escrito bellas páginas sobre la educación, con

especial referencia a la de Colombia y América Latina. Hace algunos meses, el

Consejo Superior de la Universidad de Ibagué leyó su intervención en el

Congreso Panamericano de Pedagogí, en Buenos Aires, en septiembre del año

antepasado. Indujo una rica y agradable discusión. En ese magistral documento

William no se limita a demostrar que “por ahí no es la cosa”- según decía uno

de los más inteligentes presidentes que ha tenido Colombia. Como suele hacerlo

en sus ensayos propone creativamente otros rumbos para la educación. Sus

palabras:

Yo a veces hasta he llegado a pensar que no vamos a la escuela tanto a recibir

conocimientos cuanto a aprender a compartir la vida con otros, a conseguir

buenos amigos y buenos hábitos sociales.

Si nuestros dirigentes hubiesen tenido claridad sobre este segundo

propósito de la educación escolar, de seguro que la escuela pública seguiría

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siendo la única opción, para pobres y ricos, y seríamos una sociedad más

integrada, capaz de percibir que:

A veces la educación no está hecha para que colaboremos con los otros sino

para que siempre compitamos con ellos, y nadie ignora que hay en el modelo

educativo una suerte de lógica del Derby, a la que sólo le interesa quién llegó

primero, quién lo hizo mejor, y casi nos obliga a sentir orgullo de haber dejado

atrás a los demás. Cuando yo iba al colegio, se nos formaba en el propósito de

ser los mejores del curso. Yo casi nunca lo conseguí, y tal vez hoy me sentiría

avergonzado de haber hecho sentir mal a mis compañeros, ya que por cada

alumno que es el primero varias decenas quedan relegados a cierta condición

de inferioridad. ¿Sí será la lógica deportiva del primer lugar la más

conveniente en términos sociales? Lo pregunto sobre todo porque no toda

formación tiene que buscar individuos superiores, hay por lo menos un costado

de la educación cuyo énfasis debería ser la convivencia y la solidaridad antes

que la rivalidad y la competencia.

He querido pensar que esta reflexión forma parte de un dialogo con su

amigo, el maestro Gabo, cuando éste afirma en la Proclama del Informe de la

Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo:

Por lo mismo, nuestra educación conformista y represiva parece concebida

para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para

ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo transformen y

engrandezcan. Semejante despropósito restringe la creatividad y la intuición

congénitas, y contraría la imaginación, la clarividencia precoz y la sabiduría

del corazón, hasta que los niños olviden lo que sin duda saben de nacimiento:

que la realidad no termina donde dicen los textos, que su concepción del mundo

es más acorde con la naturaleza que la de los adultos, y que la vida sería más

larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso.

El maestro William interviene de nuevo:

¿Dónde se nos forma como ciudadanos? Y ¿dónde se nos forma como seres

satisfechos del oficio que realizan? El tema de la felicidad no suele considerarse

demasiado en la definición de la educación, y sin embargo yo creo que es

prioritario. Creo que necesitamos profesionales si no felices por lo menos

altamente satisfechos de la profesión que han escogido, del oficio que cumplen,

y para ello es necesario que la educación no nos dé solamente un recurso para

el trabajo, una fuente de ingresos, sino un ejercicio que permita la valoración

de nosotros mismos. Pienso en la felicidad que suele dar a quienes las practican

las artes de los músicos, de los actores, de los pintores, de los escritores, de los

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inventores, de los jardineros, de los decoradores, de los cocineros, y de

incontables apasionados maestros, y lo comparo con la tristeza que suele

acompañar a cierto tipo de trabajos en los que ningún operario siente que se

esté engrandeciendo humanamente al realizarlo. Nuestra época, que convierte

a los obreros en apéndices de los grandes mecanismos, en seres cuya

individualidad no cuenta a la hora de ejercitar sus destrezas, es especialmente

cruel con millones de seres humanos.

Ante la imposibilidad de prolongar esta sesuda y entretenida simulación,

la cierro con el sueño del maestro Gabo:

Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y

que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta

la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y

nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí

misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba

una ética –y tal vez una estética– para nuestro afán desaforado y legítimo de

superación personal.

No obstante, en las circunstancias que vive Colombia y ante el propósito

del Gobierno de llevar a cabo una reforma de la educación superior, es necesario

que tengamos en mente los siguientes interrogantes que nos plantea William:

A veces, mirando la trama del presente, la pobreza en que persiste media

humanidad, la violencia que amenaza a la otra media, la corrupción, la

degradación del medio ambiente, tenemos la tendencia a pensar que la

educación ha fracasado. Cada cierto tiempo la humanidad tiende a poner en

duda su sistema educativo, y se dice que si las cosas salen mal es porque la

educación no está funcionando. Pero más angustioso resultaría admitir la

posibilidad de que si las cosas salen mal es porque la educación está

funcionando. Tenemos un mundo ambicioso, competitivo, amante de los lujos,

derrochador, donde la industria mira la naturaleza como una mera bodega de

recursos, donde el comercio mira al ser humano como un mero consumidor,

donde la ciencia a veces olvida que tiene deberes morales, donde a todo se

presta una atención presurosa y superficial, y lo que hay que preguntarse es si

la educación está criticando o está fortaleciendo ese modelo.

¿Cómo superar una época en que la educación corre el riesgo de ser sólo un

negocio, donde la excelencia de la educación está concebida para perpetuar la

desigualdad, donde la formación tiene un fin puramente laboral y además no

lo cumple, donde los que estudian no necesariamente terminan siendo los más

capaces de sobrevivir? ¿Cómo convertir la educación en un camino hacia la

plenitud de los individuos y de las comunidades?

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Me hubiera gustado destacar el pensamiento del maestro Ospina sobre

nuestro devenir como nación, por ejemplo, en Colombia: El proyecto Nacional

y la Franja Amarilla. Necesitamos la claridad que proyectan esas reflexiones

para poner en movimiento una estrategia de desarrollo irreversible, que parta

del aprecio por la riqueza cultural y natural de nuestras localidades pues

creemos que los enfoques de “abajo arriba” - en sus palabras - “son una defensa

contra la torpe uniformación del planeta”, promueven la equidad y fortalecen el

tejido social de las comunidades. Si la población local “se hace cargo de sus

destino”, como lo propone Alfonso Reyes Alvarado en el documento Visión

Tolima 2025, logrará renunciar, como lo desea William, al “papel […] lastimoso

de reclamar soluciones o recibir limosnas”2 que le ha asignado la clase dirigente

del país.

Pero sé que en este momento soy la talanquera que los separa a ustedes,

distinguidos invitados, del placer de oír y saludar al maestro Ospina. Me queda

mucho por decir de este singular humanista tolimense. No omitiré mi

admiración por una persona que se hizo a sí mismo, como su maestro Estanislao

Zuleta; por el reconocido intelectual a quien le rinden homenajes en todas

partes y acepta con alegría las sencillas expresiones de amistad que le brindan

sus paisanos; por el ciudadano del mundo que siempre se ha mantenido cerca

de las montañas que le vieron nacer en el norte del Tolima y pero que cada vez

extiende más su querencia por el resto del Departamento.

Hace poco leí en algún periódico que está empeñado en crear un

importante centro cultural en el Fresno para brindar oportunidades a la

juventud de esa región, que ya incluye para él a Mariquita, Honda y Ambalema,

de recuperar sus tradiciones y sus manifestaciones culturales perdidas. Esto

confirma la sospecha de que lleva, como bien lo expresa nuestro amigo el

compositor Jorge Humberto Jiménez, “en el alma un río y una montaña en el

corazón”. Un corazón inmenso que le permite decir: “La época más bella de mi

infancia transcurrió en un pueblo de las montañas en tiempos de la violencia y

de sangre.”3

William dijo en una entrevista reciente que su idea de la felicidad “se ha

vuelto más sencilla: escribir, cantar, pasear, tratar de querer cada vez mejor a

2 Es tarde para el hombre, p.132

3 La infancia, la muerte y la belleza en La Escuela de la Noche.

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quienes quiero, frecuentar la naturaleza, cambiar el mundo en la vida

cotidiana.” Son palabras que expresan la modestia y sabiduría de este tolimense

a quien esperan grandes triunfos y reconocimientos y sabe que el placer está en

la travesía. Ello me permite hacer votos, como dice Kavafis de otro viaje a Ítaca,

“porque sea larga la jornada, colmada de aventuras y experiencias… Mejor que

se prolongue muchos años; que arribes a tu isla siendo viejo, rico con lo ganado

en el camino, sin esperar a enriquecerte en Ítaca.”

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Homenaje a William Ospina

Alfonso Reyes Alvarado

Los valores nos permiten regular nuestro comportamiento como seres

autónomos que hemos evolucionado para vivir en comunidad. En efecto, según

los estudios recientes del biólogo holandés Frans de Waal4, parece que como

especie no descendemos de chimpancés bravucones e individualistas sino de un

amable y empático primate llamado bonobo.

Si aceptamos, tácita o explícitamente, vivir con otros, necesitamos auto-

regularnos. La autonomía, sin embargo, no es sinónimo de independencia ni

equivale a libertad. De allí la importancia de propiciar en nuestros jóvenes, el

desarrollo de valores que les permitan consolidarse como individuos, pero que

en el ejercicio autónomo de su individualidad reconozcan a los otros como

legítimos otros en la convivencia.

Valores como el respeto, la tolerancia y la solidaridad, para solo

mencionar algunos, cobran importancia cuando trascienden el plano discursivo

y se incorporan al dominio de las relaciones. No es suficiente hablar de valores,

es fundamental entrañarlos, es decir, meterlos en nuestras entrañas, hacerlos

parte de nuestra corporeidad, para que se manifiesten de manera transparente y

automática al interactuar con otros. Además de anunciar que debemos respetar

a los demás, debemos respetarlos; no es suficiente declarar la importancia de la

solidaridad, debemos actuar solidariamente; no basta con exigirles a los otros

que nos tengan confianza, debemos construir relaciones de confianza.

La Visión que soñamos, hace siete años, de un Tolima próspero en el

2025, hizo explícita la necesidad de entrañar en todos y cada uno de los

tolimenses, tres valores que se consideraron esenciales: el espíritu

emprendedor, la solidaridad y la ciudadanía. Imaginábamos al tolimense como

un emprendedor solidario, siempre en ejercicio responsable de su ciudadanía.

4 Waal, F. (2009), “The age of empathy”, New York: Three rivers place.

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Como todos, estos tres valores se construyen paulatinamente desde los

hogares, a una edad temprana en los niños y niñas. El papel de los colegios y de

las universidades, por supuesto, es crucial para favorecer su desarrollo y

consolidación.

La enseñanza de las humanidades, así como la práctica de las artes y el

deporte, son un medio apropiado para desarrollarlos. Este es, tal vez, el mayor

aporte a la concepción de la educación que Rabindranath Tagore, premio nobel

de literatura, plasmó en el diseño de los colegios que creó durante la primera

década del siglo pasado en la India y que John Dewey desarrolló, en su

propuesta de educación superior en los Estados Unidos.

Alfonso Reyes Alvarado, rector de la Universidad de Ibagué

Lamentablemente, con el pasar del tiempo, y debido principalmente a la

actual preeminencia de una formación dirigida exclusivamente para el

crecimiento económico, la enseñanza de las humanidades ha ido perdiendo

terreno en las escuelas y colegios, así como en las universidades. Lo que está en

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peligro, con esta tendencia, como lo advierte Martha Nussbaum en su más

reciente libro5, es la sostenibilidad de la democracia.

La lectura de un poema, la contemplación de una obra de arte, el goce de

una ópera, la práctica de la danza, la pasión que despierta la habilidad en un

deporte, la satisfacción de comprender el contexto histórico en el que nace un

concepto, la defensa pública de nuestras ideas, entre otras experiencias, son

parte fundamental para desarrollar la sensibilidad social necesaria para

transitar por este nuevo siglo, como ciudadanos del mundo.

La Universidad de Ibagué y la Fundación Musical de Colombia

instauraron hace varios años esta ceremonia de exaltación de los valores.

Reconocemos a Tolimenses que se han destacado en el ejercicio profesional y

personal, y que deseamos que sean un referente para nuestros coterráneos. A lo

largo de estos años hemos homenajeado a Mario Laserna, Eduardo Santa,

Amina Melendro de Pulecio, Roberto Mejia, Eduardo de León, Gloria Valencia

de Castaño, Eduardo Aldana Valdés, Alberto Lozano Simonelli, Luis Eduardo

Vargas Rocha y Alfonso Gómez Méndez.

Hoy es un honor para mí, en representación de la Universidad de Ibagué,

de su Consejo Superior y de Fundadores, así como de la Fundación Musical de

Colombia, ofrecer este sencillo pero sentido homenaje al maestro William

Ospina.

Decidimos materializarlo en cuatro actos: el concierto, un tanto ecléctico,

de variados ritmos colombianos que magistralmente acaba de interpretar la

Orquesta Sinfónica del Conservatorio del Tolima; un video que veremos a

continuación y que recoge testimonios auténticos de amigos y familiares

cercanos al maestro Ospina en su tierra natal; una corta obra de teatro que

representará un grupo de niños del colegio europeo de Ibagué, basada en El País

de la Canela; y una semblanza preparada por el Dr. Eduardo Aldana, presidente

del Consejo Superior y de Fundadores de la Universidad de Ibagué.

Quiero agradecer a todos por acompañarnos esta noche y al maestro

Ospina por aceptar este homenaje.

5 Nussbaum, Martha. (2010). “Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades”,

Buenos Aires: Katz editores.

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En palabras de William Ospina

Entrevista

Franciny Espinosa Osorio6

Marzo 13, 2012

La Universidad de Ibagué y la Fundación Musical de Colombia, en el evento

Exaltación a los valores tolimenses, rindieron este año homenaje al poeta, ensayista y

novelista tolimense, William Ospina, ganador, en el año 2009, del premio Rómulo

Gallegos, uno de los más prestigiosos del mundo y considerado el nobel

latinoamericano. Árbol de Tinta aprovechó la visita del escritor a la ciudad, para

dialogar con él sobre música, literatura y educación.

6 Periodista, Universidad de Ibagué. Marzo 2012

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Árbol de Tinta: Usted fue exaltado por la Fundación Musical de Colombia y

la Universidad de Ibagué en el evento Exaltación a los valores tolimenses

¿Qué significó este reconocimiento?

William Ospina Buitrago: Es un acto que agradezco mucho, por todo lo que

significa como reconocimiento, pero también como gesto de amistad de una comunidad

a la que me siento pertenecer y de la que es muy grato recibir manifestaciones de cariño

y de afecto.

A propósito de música, ¿qué papel ha jugado esta en su proceso creativo,

teniendo en cuenta que usted proviene de una familia musical?

No soy músico pero vivo orgulloso de pertenecer a una familia de músicos. Mi padre y

mis abuelos siempre tuvieron relación con la música, no como un instrumento de la

fama y el prestigio, ni siquiera de la realización económica, sino como una manera de

expresarse y de vivir en comunidad, de sentir y de celebrar. Mi padre fue músico toda la

vida. El hecho de que él se sepa tantas canciones ha hecho que yo me las sepa también y

tenga una relación estética con el lenguaje, con las palabras.

Tengo, también, buena memoria para los poemas y todo lo he adquirido gracias

a la buena memoria de mi padre con las canciones. Creo que hay una relación muy

cercana entre la música y la literatura y, en particular, entre las canciones y la

literatura. Para mí el cancionero latinoamericano es un cuerpo de poesía. De manera

que nosotros crecemos un poco rodeados por ese clima y atmósfera de poesía, y eso

termina influyendo en la literatura, así como la literatura tantas veces ha influido en la

letra de las canciones.

¿Cómo surgió su gusto por la literatura?

Uno no se da cuenta de esas cosas y cuando menos piensa descubre que ya está ahí,

dedicado a leer y a escribir, y no sabe muy bien cómo se dio ese proceso. Y está bien que

sea así. Está bien que uno haga ciertas cosas por intuición, por simple gusto o

entusiasmo momentáneo. Yo nunca pensé que la literatura fuera una vocación, un

destino y que fuera un oficio. Me fui acercando a ella a través de los libros, escribiendo

uno que otro poema, hablando de literatura con mis amigos pero ello no significaba

inicialmente estar haciendo una carrera. Ahora, con el paso de los años, descubro que

todo eso era secretamente un oficio, un destino; que esa vocación inicial que me hacía

leer libros y escribir furtivamente poemas era mi destino realmente. Ahora lo acepto

con más plenitud y tranquilidad.

Creí que iba a ser otra cosa que me iba a dedicar al derecho, en algún momento;

en otro, pensé que a la música, y en otro, a pintar; pero lo que se abrió camino fue la

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escritura, la relación con el lenguaje. Primero, escribir poemas, sentir la lengua;

después, escribir ensayos, pensar, reflexionar, exponer tesis, y ahora, más

recientemente, hacer relatos.

Vivo todo ello, no de una manera profesional, pues me siento un aficionado. No

siento que tenga mucho que enseñar, pienso que tengo mucho que aprender. No

escribo para enseñar sino para aprender y me gustaría seguir siendo así toda la vida; no

sentirme jamás un profesional de las letras sino alguien que está experimentando, que

está aprendiendo y que siempre tiene la sensación de que las cosas no van a salir bien

porque es muy difícil tener verdadera destreza en el campo de la literatura. En el campo

de la literatura siempre se es un aprendiz, y es mejor asumir ese papel y no ser

demasiado pretencioso.

¿Qué aconsejaría a los jóvenes que están iniciando en el proceso creativo

literario?

Lo único que les diría es que lo disfruten con sinceridad y plenitud. Si leen, lean libros

que los apasionen, no necesariamente porque sean libros importantes sino porque les

parezcan apasionantes. Comprendan que leer es también una manera de estar

concibiendo nuevos proyectos, nuevos desenlaces y nuevas soluciones para esos

mismos temas. Para la literatura hay tres cosas muy importantes: los libros, los amigos

literarios con los que uno puede hablar y ojalá sean sinceros ─ sobre todo cuando uno

se equivoque, que es lo más frecuente─ y el trabajo, el atreverse. Hay gente que lee

mucho y quisiera escribir pero no se atreve. Y a veces se dicen: cuando termine de

aprender empezaré a escribir, pero como uno nunca termina de aprender hay que

empezar desde el comienzo.

Para usted ¿cuál es el significado de la lectura?

La lectura ha sido siempre para mí un placer, un ejercicio muy jubiloso de la soledad.

No soy un lector muy voraz. He leído muchos menos libros que mucha gente, conozco

gente que es mejor lectora que yo y más entusiasta y más paciente. Soy un lector

impaciente, me fatigo rápido cuando el estilo no me satisface; a veces logro tener el

tiempo y la sensibilidad suficiente para captar en textos mal escritos una nuez de

belleza posible que no se logró.

La literatura está también llena de eso, de cosas que fueron muy interesantes como

temas, como momentos, sensaciones, imágenes pero que no lograron crear un clima de

conjunto suficientemente encantador para ser una obra literaria plena. La literatura es

también un ejercicio de magia. Uno a veces lee libros y siente que están bien escritos,

que son interesantes e inteligentes, pero la literatura y la poesía van más allá de lo

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interesante, de lo inteligente. Lo embruja a uno, lo conmueve, lo arrastra a otra

realidad, le revela en sí mismo cosas que uno no había advertido o no sabía que

existían, lo devuelve a mundos que uno no sabía cuándo había visitado; si bien la

destreza, conocer la gramática, tener vocabulario y disciplina es importante, lo más

importante de todo no está bajo nuestro control y es ese milagro, esa magia que hace

que una historia encuentre su momento y su lenguaje y el tiempo necesario para

convertirse en algo que los demás puedan disfrutar.

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¿Una simbiosis entre lectura y escritura?

Sí, y en medio de todo eso la pasión, el entusiasmo, la alegría. En todos los oficios lo

que más se necesita es satisfacción. No me atrevo a usar la palabra felicidad pero

debería ser eso. Ya sea uno chofer, manejador de archivo, campesino, cocinero, lo

importante es que esté apasionado con lo que hace y lo disfrute.

Desafortunadamente, el mundo condena a millones de seres humanos a trabajar

en cosas que no les gusta y eso es una tristeza porque no tenemos más que una vida y

tenemos que aprovecharla para hacer lo que nos gusta hacer y hay personas que cuando

se preguntan qué van a estudiar dicen: voy a buscar una profesión que sea muy

rentable, pero nadie hace rentable una profesión si no está apasionado con ella. Uno

debería decirse: qué es lo que más me gusta hacer y me voy a dedicar a ello porque ello

es lo que yo seré capaz de hacer rentable. Mi ideal, no para mí sino para el mundo, es

que cada quien trabaje en lo que le gusta porque sé que le va a dedicar todas las horas

posibles del día, de la noche, del pensamiento, todas sus fuerzas y su alegría.

¿Cuáles han sido los temas que más ha abordado en sus obras?

No sabría decir si hay uno. Me imagino que para los lectores será más fácil advertir las

manías, las obsesiones las ideas fijas. Todos tenemos ideas fijas y obsesiones y

seguramente es de allí de donde sale lo más profundo que tenemos. He escrito sobre

literatura, sobre América Latina, Colombia; me ha interesado siempre la historia, tanto

en la poesía como en el ensayo y la novela, pero no la historia en general sino ciertos

momentos de la historia que para mí clarifican algunas cosas de lo que somos.

Siempre me estoy preguntando por el pasado, por el origen. Reflexionar sobre

Colombia para mí es una necesidad vital no es un hecho puramente exterior;

reflexionar sobre América Latina es también para mí fundamental. Hay momentos de

la historia, del pensamiento, de la cultura, que me parecen especialmente significativos,

uno de ellos y que en los últimos tiempos me interesa mucho es el romanticismo

europeo del siglo XIX, pero no en el sentimentalismo que se suele pensar sino el

romanticismo como un espíritu vital, lleno de búsqueda de la belleza, de la aventura, de

la pasión de vivir, la pregunta por los enigmas del mundo.

En los últimos tiempos, después de escribir un libro En busca de Bolívar, que

publiqué hace un par de años, he estado escribiendo una novela que tiene como

escenario la Europa de comienzos del siglo XIX y como protagonistas a grandes

personajes de ese movimiento romántico.

Desde su perspectiva, ¿qué importancia tiene la literatura en la formación

de los estudiantes universitarios?

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La literatura tiene una gran virtud y es que no es una disciplina especializada y como

gira sobre tantas cosas, hay en ella argumento para todas las disciplinas. Cuando se

abre el libro de un gran escrito, una novela como El Quijote, obras como las de

Shakespeare, poemas como los de Homero o Dante uno se encuentra con el mundo en

ebullición pero mirado con gran lucidez y finura y allí hay alimento para todos.

Un Arquitecto aprenderá muchas cosas leyendo La Divina Comedia, así como

un médico, un músico o un agrónomo; esa es la virtud de la literatura, que alimenta la

sensibilidad humana y da información valiosísima en todos los temas y por eso debería

ser un alimento natural de toda educación. Toda educación tiene en la literatura su

gran jardín donde las muchas maneras del ser humano pueden desplegarse y

alimentarse.

¿Qué posición deben asumir los docentes y directivos frente a la enseñanza

y el aprendizaje de la literatura en las universidades?

Lo fundamental es no obligar a nadie a leer. Creo que a los maestros les parece que lo

más fácil es volver obligatoria la lectura, y habrá jóvenes que aún obligados les

aproveche lo que leyeron, pero creo más en las artes de la seducción que en las de la

imposición. A veces a uno lo conquistan más los libros que se encuentra que los libros

que a le imponen; lo digo por experiencia personal. Nadie me impuso la Odisea; tenía

nueve años cuando me la encontré, la abrí y empecé a ver barcos, dioses, hombres

transformados en cerdos, sirenas; me fui fascinando y ese libro se volvió parte de mi

vida. Lo leí con gran libertad y placer sin que nadie me obligara.

En cambio, alguien me obligó a leer El Quijote cuando estaba en bachillerato y

fue tal el trauma que tardé mucho tiempo en disfrutarlo; por el contrario, lo rechacé

pues me parecía pesado, aburrido, tedioso, porque había sido obligatorio. El que me

obligó a leer El Quijote hizo todo lo posible porque El Quijote y yo no fuéramos amigos;

afortunadamente, El Quijote es tan grande que tarde o temprano llegó el momento que

nos reconciliamos. No creo en la imposición; a veces, es el camino más fácil para alejar

a los jóvenes de la lectura; creo que otras artes más sutiles de la tentación, de la

provocación, hablar de cierta manera de los libros, crear ciertos enigmas con ellos,

despertar la curiosidad puede ser mucho más sutil y más interesante que ordenar e

imponer.

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Frases de William Ospina

“Ojalá pudiera aportar algo más allá del ejemplo de haberme dedicado a la literatura

para que los jóvenes de esta región sientan que tienen la posibilidad de tomar

iniciativas, de hacer cosas”

“A mí cada vez me parece más hermoso haber nacido cerca de la naturaleza que lejos de

ella”.

“Me interesan mucho los amigos, ellos son una especie de familia añadida. Los círculos

de amistad son fundamentales”.

“Antes nos sentíamos parte de una tribu, de una religión, de una nación, de una región,

de un partido político, ahora tendemos a sentirnos parte de la humanidad. Sabemos

que somos habitantes de una morada común que tenemos que preservar entre todos”

William Ospina, Jose Ossorio Bedoya, miembro del Consejo de Fundadores de la Universidad de Ibagué y Alfonso Reyes Alvarado,

rector de la Universidad de Ibagué

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Eduardo Aldana Valdés, presidente de la Universidad de Ibagué, el homenajeado, Fernando Espinosa, miembro de la Fundación Musical

de Colombia, Doris Morera, presidenta de la Fundación.