HOMERO-Los Dioses y Los Hombres

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Homero LA ILÍADA y LA ODISEA Los dioses y los hombres En la epopeya, la intervención sobrenatural es preponderante y no hay hecho humano que no se encuentre implicado, de una forma u otra, con un dios o dioses. La acción es acompañada por dioses y hombres. Homero es politeísta y la diferencia con el monoteísmo judeo-cristiano, es que en esta, Dios crea al hombre a su imagen y semejanza; mientras que el politeísmo tiene dioses creados a imagen y semejanza del hombre. En la religión homérica, los dioses son seres imperfectos y no tienen los dones que nosotros le atribuimos a la divinidad. Se trata de dioses no omniscientes, que muchas veces necesitan ser informados; no son omnipresentes pero gozan, a diferencia de los humanos, de grandes poderes y de una gran movilidad. Los dioses, generalmente, se desplazan con una rapidez igualable a la velocidad del pensamiento, y otras veces se desplazan en carruajes. Son inmortales, gozan de una eterna juventud, no obstante sienten dolor, pueden ser lastimados e incluso puestos presos. Por sus venas corre ícor (sangre divina). En cuanto a su alimentación, beben néctar y comen ambrosía. El poder sobrenatural de los dioses, se nota particularmente en la variedad de las formas que eligen para aparecer frente a los mortales: Materia Inerte (Atenea toma el aspecto de un aerolito), Animales (Atenea y Apolo, buitres) y más corrientemente; Seres humanos. Ocurre, mismo que se presenten bajo un aspecto divino con sus atributos. Por lo general los dioses se presentan a los hombres bajo el aspecto de un amigo, familiar o compañero. En este caso, o bien dejan de imitar a sus interlocutores, o bien le hacen comprender que son dioses, por medio de algún indicio. Por ejemplo, habiendo decidido engañar a Agamenón con una falaz promesa de victoria, Zeus le envía un sueño. El sueño toma los rasgos de Néstor para poder trasmitir palabra por palabra, al Atrida, la mentira. No es pues para engañar a Agamenón o a alguno de sus amigos que el sueño ha tomado el parecido con Néstor; Agamenón está solo, nadie conoce su sueño. El sueño sabe que el Atrida acostumbra consultar a Néstor en las situaciones difíciles y a propósito de cualquier punto importante. Parecerse a Néstor es una manera delicada de hacerse mas persuasivo. Por ejemplo Tetis suele presentarse ante Aquiles como niebla. Lo que siempre está presente es la intervención de los dioses entre los hombres, no hay prácticamente episodio humano que no esté presentado o culminado con una u otra forma de intervención. La diferencia de presentación de los dioses, refleja de alguna manera, la gran variedad de situaciones en las que intervienen y su poder de solución o no. Tanto en La Ilíada como en La Odisea, es interesante ver la presencia protagónica de Palas Atenea. Ella es la diosa más poderosa, luego de su padre Zeus, y también la más compleja. Palas Atenea es una mujer masculina; en cierto modo podría etiquetarse como andrógina. Es mujer en apariencia asociada a las labores femeninas y la fertilidad del olivo, pero muchos de sus atributos han estado tradicionalmente asociados a los hombres. Es la diosa de la sabiduría (considerada por los griegos una cualidad masculina). Es también la diosa guerrera, protectora de la ciudad, armada con escudo, lanza y casco. Cuando su madre estaba encinta de ella, Zeus se la comió a su debido tiempo, a un golpe de hacha de Hefesto nació Atenea, ungida como diosa de la sabiduría surgiendo de la cabeza de Zeus amada y pronunciando un grito de guerra. En la querella entre Agamenón y Aquiles, Palas Atenea aparece como un pensamiento de prudencia en Aquiles, que le impide matar a Agamenón. En el interior de Aquiles

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Homero LA ILÍADA y LA ODISEA

Los dioses y los hombres

En la epopeya, la intervención sobrenatural es preponderante y no hay hecho humano

que no se encuentre implicado, de una forma u otra, con un dios o dioses. La acción es

acompañada por dioses y hombres.

Homero es politeísta y la diferencia con el monoteísmo judeo-cristiano, es que en esta,

Dios crea al hombre a su imagen y semejanza; mientras que el politeísmo tiene dioses creados

a imagen y semejanza del hombre.

En la religión homérica, los dioses son seres imperfectos y no tienen los dones que

nosotros le atribuimos a la divinidad. Se trata de dioses no omniscientes, que muchas veces

necesitan ser informados; no son omnipresentes pero gozan, a diferencia de los humanos, de

grandes poderes y de una gran movilidad. Los dioses, generalmente, se desplazan con una

rapidez igualable a la velocidad del pensamiento, y otras veces se desplazan en carruajes. Son

inmortales, gozan de una eterna juventud, no obstante sienten dolor, pueden ser lastimados e

incluso puestos presos. Por sus venas corre ícor (sangre divina). En cuanto a su alimentación,

beben néctar y comen ambrosía.

El poder sobrenatural de los dioses, se nota particularmente en la variedad de las formas que

eligen para aparecer frente a los mortales: Materia Inerte (Atenea toma el aspecto de un

aerolito), Animales (Atenea y Apolo, buitres) y más corrientemente; Seres humanos. Ocurre,

mismo que se presenten bajo un aspecto divino con sus atributos. Por lo general los dioses se

presentan a los hombres bajo el aspecto de un amigo, familiar o compañero. En este caso, o

bien dejan de imitar a sus interlocutores, o bien le hacen comprender que son dioses, por

medio de algún indicio. Por ejemplo, habiendo decidido engañar a Agamenón con una falaz

promesa de victoria, Zeus le envía un sueño. El sueño toma los rasgos de Néstor para poder

trasmitir palabra por palabra, al Atrida, la mentira. No es pues para engañar a Agamenón o a

alguno de sus amigos que el sueño ha tomado el parecido con Néstor; Agamenón está solo,

nadie conoce su sueño. El sueño sabe que el Atrida acostumbra consultar a Néstor en las

situaciones difíciles y a propósito de cualquier punto importante. Parecerse a Néstor es una

manera delicada de hacerse mas persuasivo. Por ejemplo Tetis suele presentarse ante Aquiles

como niebla.

Lo que siempre está presente es la intervención de los dioses entre los hombres, no hay

prácticamente episodio humano que no esté presentado o culminado con una u otra forma de

intervención.

La diferencia de presentación de los dioses, refleja de alguna manera, la gran variedad

de situaciones en las que intervienen y su poder de solución o no.

Tanto en La Ilíada como en La Odisea, es interesante ver la presencia protagónica de

Palas Atenea. Ella es la diosa más poderosa, luego de su padre Zeus, y también la más

compleja.

Palas Atenea es una mujer masculina; en cierto modo podría etiquetarse como

andrógina. Es mujer en apariencia asociada a las labores femeninas y la fertilidad del olivo,

pero muchos de sus atributos han estado tradicionalmente asociados a los hombres. Es la

diosa de la sabiduría (considerada por los griegos una cualidad masculina). Es también la

diosa guerrera, protectora de la ciudad, armada con escudo, lanza y casco.

Cuando su madre estaba encinta de ella, Zeus se la comió a su debido tiempo, a un

golpe de hacha de Hefesto nació Atenea, ungida como diosa de la sabiduría surgiendo de la

cabeza de Zeus amada y pronunciando un grito de guerra.

En la querella entre Agamenón y Aquiles, Palas Atenea aparece como un pensamiento

de prudencia en Aquiles, que le impide matar a Agamenón. En el interior de Aquiles

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aparecen dos posibilidades, opción que nada tiene que ver con el mundo divino; pero de

inmediato aparece Palas Atenea para definir la situación.

Este hecho ha desconcertado a muchos críticos, pues en una lucha interna, que

necesidad hay de una intervención divina. En estos casos nuestra lectura se inclinaría a

percibir la intervención de los dioses como una máquina de hacer avanzar el relato, pero no

como una necesidad real de hacer avanzar el relato.

Andrados plantea el problema desde otra óptica, en estos casos de movimientos del

alma, estaríamos frente a la concepción de conocimiento.

De alguna manera Andrados está sosteniendo que estas intervenciones divinas no son

más que una forma de proponer movimientos psíquicos humanos en torno al conocimiento.

Al no existir un concepto de unidad intelectual del hombre cuando se enfrenta al hecho,

no tiene otra alternativa que provocar la intervención de los dioses.

Si no tenemos el concepto, no hay verbos que definan esos actos de pensamiento y la

única forma que puede explicar el cambio es a partir de la intervención de los dioses. En este

tipo de intervenciones, la intervención del dios, la función del pensamiento y la toma de

decisión no es excluyente; Palas Atenea le aconseja pero la decisión final es de Aquiles.

Este es un pantano donde se va a concentrar toda la literatura griega. Homero,

teológicamente es el primero en introducir a los griegos en un gran arenal del cual es difícil

salir. Nos cuestionamos: ¿cuál es la responsabilidad de los hombres y cuál de los dioses?.

Es muy complejo estudiar la religión homérica, fue bueno por un lado que no se halla

dogmatizado la religión de modo que cada uno aborde el tema de diferentes formas.

Homero es un poeta y no un teólogo, si es un hombre profundamente religioso.

El distingue dos formas básicas; la representación espiritualizada, una rica gama de

matices expresivos de la interacción de los dos planos de la motivación, responde como, en

cambio, a un modo religioso de ver los fenómenos todos de la vida, en los que de una manera

u otra se revela la acción de lo divino. Nada está exento de la intervención divina.

Interpretación de los dioses

Ayuda divina y mérito personal

¿Por qué esta solicitud de Atenea ayudando a Aquiles en el momento en que este va a

matar a Héctor?. Desde el comienzo del poema esperábamos este encuentro. Cuando al fin

se produce, Héctor recibe la ayuda de Apolo y Aquiles la de Atenea. Nos disgusta el hecho

de que el héroe más grande de La Ilíada tenga necesidad de la ayuda de una diosa para lograr

vencer al adversario más débil, y que esta diosa no logre el triunfo más que a fuerza de

deslealtad, gracias a ese disfraz que da a Héctor la ilusión de la presencia de Deifobo. Vemos

la importancia de la intervención de los dioses para que se haga certera la victoria de Aquiles

(Zeus con la balanza, el abandono de Apolo).

Desde entonces, lo que presenciamos deja de ser un combate para convertirse en un

asesinato, en una emboscada.

Toda nuestra admiración se dirige, más bien hacia el vencido, hacia aquel que, para

luchar, recurre sólo a fuerzas humanas, y, en la medida en que el poema recurre a lo

maravilloso diríamos de buena gana que se deja de los humano, de la vida. Nuestro primer

impulso es tratar de intruso a todo dios que intervenga en la acción.

Aquiles, tan deseoso de gloria, no tiene más que un pensamiento desde el comienzo en

que su adversario le hace frente; prohibir a los arqueros aqueos tirar, de miedo a que una

flecha anónima le quite la gloria.

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¿Cómo puede entonces soportar, él, que ésta protectora olímpica que le habla de

compartir la victoria, y que dirige la lucha desde el comienzo hasta el fin?.

Sin duda, recuerda Aquiles los consejos que recibió de su padre: “Hera y Atenea son

las que te concederán la victoria. Domina tus impulsos, ese es tu gran trabajo”. Ninguna

victoria se obtiene sin la ayuda de los dioses. Ningún éxito es la recompensa necesaria de un

mérito o de una cualidad. Ese es el primer punto de la moral homérica, la lección

fundamental en la educación de los héroes. En el combate huir o avanzar no son más que

efectos accesorios de cobardía o coraje. Hasta los más bravos huyen cuando Zeus les es

desfavorable. Por ejemplo; cuando toque a su vez a Héctor ser vencido dirá “No es que yo

haya tenido miedo de Ayax, es que el espíritu de Zeus siempre es el más fuerte”. Aún el

triunfo más modesto es señal de una ayuda divina. Por ejemplo en los juegos en honor a

Patroclo, Meriones, antes de tirar había prometido una hecatombe a Apolo. Alcanzar una

meta significa gozar de la ayuda divina. La presencia divina está presente siempre sea en la

derrota o en el triunfo, por lo tanto triunfo o derrota son el dios mismo. En el caso del

combate entre Héctor y Aquiles, el esfuerzo del hombre es ineficaz. Atenea dirige todo.

Los héroes tienen una noción más o menos clara y conciente de la intervención de los

dioses, que rigen su gloria, pero lo que más les preocupa respecto a las intervenciones divinas,

es la disminución de los méritos del adversario.

El combate no significa para los bravos más que una sucesión de ayudas caprichosas

de las distintas divinidades.

Aquiles está ya muy acostumbrado a compartir con sus protectores sobrenaturales, el

mérito de la victoria como porque sorprenderse o quejarse de ello.

Se dice a menudo que La Ilíada canta la cólera de Aquiles y exalta la grandeza del

héroe por contraste entre la catástrofe que trae como consecuencia su deserción y las victorias

que derivan de su retorno.

El verdadero tema de La Ilíada es el cumplimiento de la voluntad de Zeus, como se

nos dice al comienzo del poema. La gloria de Aquiles no consiste en un haber provocado, él,

éstos acontecimientos antitéticos, sino en haber obtenido de parte de Zeus el extraordinario

favor que los ha hecho posible. Para que esta ausencia fuera funesta para las tropas aqueas

(Aquiles) fue necesaria la intervención de los dioses (Zeus, imploración de Tetis). Reducido

únicamente a sus propias fuerzas, Aquiles no tenía otro poder que el de quejarse en vano en

medio de sus soldados, a la orilla del mar.

La vida heroica, para Aquiles, consiste en dejarse llevar concientemente, por un

destino que lo supera, como si el poeta hubiese querido decir que hay, incesantemente, en la

vida de un hombre realmente grande, algo que lo supera, y cuando Aquiles se siente orgulloso

no es por el carácter propio de los actos que realiza, sino por lo divino que llena su existencia,

por la elección que ha hecho de él un instrumento de los dioses.

El impulso espontáneo que dirige nuestras simpatías, en este combaten coinciden, con

las intenciones del poeta, (preferentemente hacia Héctor). La emoción épica que la escena

debe producir en nosotros, no es en ningún momento de admiración hacia la aventura

guerrera de Aquiles.

El momento épico está constituido por la idea de fatalidad o la noción del destino que,

infaliblemente, se va a realizar en el hijo de Príamo. El poeta emplea todo su arte, en

acumular los indicios que harán nacer progresivamente en nuestra conciencia, la convicción

de que Héctor va a morir.

Pero la mayor intensidad patética es alcanzada en el momento en que Héctor

comprende que el momento de su muerte ha llegado (engaño de Atenea-Deifobo). Para

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acrecentar aún más la atrocidad de esta certeza de la muerte, la promesa de ser sepultado, que

reclama suplicante, de su vencedor, le es negada.

Los dioses que presenta Homero son considerados como seres apasionados, que

quieren, que odian y que sufren también.

Cuanto más profunda sea la fe del poeta, mayores posibilidades habrá para que los

hechos que quiere explicar sean hechos de su propia experiencia y no fruto de su imaginación,

y si según él los dioses dirigen no solamente la marcha de los acontecimientos, sino también

los vuelcos del alma del hombre; ¿No debe su presencia en el relato renovar en nuestro

espíritu, en la eterna condición del hombre, lo que fue para Homero un momento propicio

para creer en la presencia de un dios?.

Detengámonos en La Ilíada, en cada hecho en que interviene un dios. Descubriremos

así, casi siempre, algún nuevo elemento en el interés psicológico del poema. Y aunque

nuestro primer impulso haya sido rechazar lo maravilloso por considerarlo un artificio poético

en desuso, tal vez sea lo maravilloso lo que mejor nos permite conocer la psiquis de los

personajes. En todas las grandes obras de la antigüedad hay que distinguir, según el dogma

de los clásicos franceses dos partes; una, el inevitable desperdicio, originados por las modas

pasajeras y las circunstancias en que fue escrita la obra, esta parte muere con ella; la otra es la

que permanece en el tiempo, siempre, por estar relacionada con algún rasgo permanente de la

humanidad.

La coacción ejercida desde el exterior por una diosa parece realizar aquí, solo ella, lo

que nos habría gustado admirar como un bello ejemplo de autodominio. Si lo maravilloso

significa para nosotros solo un artificio literario o el efecto trivial de una ciencia religiosa que

ya no compartimos, es indudable que su presencia disminuye el interés psicológico de una

escena de este tipo (encuentro de Aquiles y Agamenón) en donde Atenea persuade a Aquiles

para que no mate a Agamenón.

Si las discusiones sobre la gracia han interesado en nuestra civilización a un público

más amplio que el de los teólogos, si han dado origen a varias obras literarias capaces de

llegar a los hombres de todos los tiempos, ¿no se debe esto en parte a que los hechos del alma

que constituyen su tema han preocupado siempre al hombre y, también, hay que creerlo, lo

preocupaban en los tiempos de Homero?.

El uso en este caso de lo maravilloso, no se debe a una simple peripecia, sino a la

admiración del poeta por una maravilla del espíritu y esta maravilla lo es en todas las épocas.

La decisión de Aquiles surge de la oposición de dos tendencias; una la de la disciplina y la

razón, la otra la del orgullo y la fogosidad. Al poeta le parece humanamente imposible que

Aquiles, alejado de toda ayuda, haya podido hacer prevalecer la fuerza de la razón.

Al sacar la espada, Aquiles se rige por sus instintos, diríamos casi es un cuerpo quien

decide y no él. Dominar esa revuelta interior es una especie de milagro, pero un milagro que

realiza en el hombre mismo, en cada uno de los hombres cuando logran dominarse. Atenea,

acariciando los cabellos de Aquiles no significa más que este milagro. Por lo tanto su

intervención es uno de los rasgos más evidentes por los cuales Homero llega a lo verdadero, a

la humanidad.

Los dioses en la pelea

Es en las grandes escenas de lucha general de las batallas en que el capricho de la

intervención de los dioses nos parece mayor. Querer encontrar alguna correspondencia entre

la experiencia y lo maravilloso podría ser interpretado como un exceso de sistematización. La

evolución de las luchas entre los hombres depende totalmente de los caprichos de los dioses,

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las intervenciones divinas no reflejan para nada, la imagen de la naturaleza humana. Ningún

movimiento, en una batalla homérica, es interpretado como una maniobra. Ninguna victoria

total es fruto de una habilidad estratégica o una táctica de los jefes, la lucha, es un simple

enfrentamiento de masas. A partir del momento en que se entabla, todo el desarrollo es

absolutamente independiente de los combatientes y aún del jefe supremo. Las peripecias de la

batalla, consecuencias ininteligibles del choque, escapan casi totalmente de la voluntad de los

hombres. Y si esta voluntad no es la de los hombres debe ser necesariamente la de los dioses.

El dominio de los dioses sigue siendo pues, el de lo inexplicado y el hecho de que el poeta y

sus contemporáneos hayan interpretado las batallas como batallas entre dioses, en la que los

hombres no eran más que juguetes de los caprichos divinos, se debe a que las batallas reales

de la época de Homero, no ofrecían en su desarrollo nada inteligible para la razón humana.

En La Ilíada, las operaciones se desarrollan tan poco “según lo previsto” que

podríamos decir que nunca hay un plan (salvo en algunos casos como el ataque al muro aqueo,

por ejemplo). Cuando Héctor se halla combatiendo en el ala izquierda (es decir a la izquierda

aquea) cerca del Escamandro, no sabe que ocurre alrededor de Odisea, Ayax y Melenao, en

otro momento ignora que sus tropas están siendo diezmadas, frente al ala izquierda aquea

(Canto XIII – Verso 5 y 6).

Se comprende fácilmente entonces que Homero no diga ; “Entonces los troyanos

avanzaron”, sino “Zeus dio fuerzas a los troyanos para que avanzaran”. Si el ala izquierda

avanza mientras que el centro y la derecha no se mueven, es porque uno o dos héroes gozan,

momentáneamente, del favor de algún dios.