Homilia en la Misa de Apertura del Curso Tercera Edad, Nemi 2012

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 ¿Me amas más que estos?   Homilía  Misa de Aper tura Curso de la Tercera Edad  Nemi, 5 Marzo 2012 Queridos Cohermanos, El evangelio que acabamos de escuchar es un buen punto de partida para una reflexión al inicio del curso que estamos empezando hoy. En el evangelio vemos a Pedro, castigado y humillado, después de tres años de seguir al Señor y de compartir su vida y ministerio. Ya ha desaparecido la exuberancia de la juventud, el entusiasmo de la inexperiencia, la impulsividad del discipulado que no ha sido sometido a las pruebas. Y la pregunta que hace Jesús no se refiere a si las ovejas han sido bien apacentadas o cuántas de las ovejas perdidas han sido reintegradas al rebaño. La pregunta es: “Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que estos?” De hecho, lo más importante en nuestra vocación religioso-misionera no tiene que ver con hacer los trabajos del Señor. Lo más importante de nuestra vocación no es cuántos niños he  bautizado, cuántos enlaces matrimoniales he realizado o a cuántas personas he preparado para una buena muerte. No tiene que ver tanto con la cantidad de misas que he celebrado, las homilías que he predicado y los sacramentos que he administrado. No tiene que ver con las iglesias que he construido, las comunidades cristianas que he levantado o los catequistas a los que he instruido. A fin de cuentas, nuestra vocación tiene que ver con amar al Señor, y amarlo más que los otros. Por supuesto que nuestra vocación también tiene que ver con  bautismos y sacramentos celebrados, con laicos a los que hemos formado y con iglesias y centros pastorales que hemos construido. Pero solamente si todo eso es una genuina expresión de nuestro amor por el Señor. Es bueno reflexionar sobre esto al comienzo de un curso como este, porque uno de los  peligros en que podemos caer nosotros, los religiosos misioneros, es separar nuestro ministerio con la gente (“Apacienta mis ovejas”) de nuestro amor por el Señor (“¿Me amas más que estos?”). Muy a menudo nos ocupamos del trabajo en la viña del Señor y olvidamos al Señor de la Viña. Comenzamos a pensar que la mejor manera de cumplir con nuestro servicio misionero es ser efectivos en lo que hacemos y ya no nos preocupamos por la calidad de nuestra relación con el Señor. Buscamos apacentar las ovejas y hacemos lo mejor para cuidar del rebaño. Y nos olvidamos de que son las ovejas del Señor, el rebaño del Señor, y que apacentar las ovejas y cuidar del rebaño tienen que ser expresiones de nuestro amor por el Señor. En los últimos 30, 40 ó 50 años, ustedes, queridos cohermanos, han trabajado incansablemente en la viña del Señor. Han trabajado como misioneros en las selvas de Brasil o Paraguay, como párrocos en España o Portugal, profesores en las escuelas, formadores de nuestros cohermanos jóvenes, defensores de los pobres y marginados. Y todos estos han sido trabajos realizados con dedicación y generosidad, con eficiencia y eficacia. Pero, a los ojos del Señor, todo esto sería poco si no hubieran sido expresiones de su amor por el Señor. Y así, hoy, después de 30, 40 ó 50 años de incansable servicio misionero, el Señor pregunta de

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¿Me amas más que estos?   Homilía

 Misa de Apertura

Curso de la Tercera Edad 

 Nemi, 5 Marzo 2012

Queridos Cohermanos,

El evangelio que acabamos de escuchar es un buen punto de partida para una reflexión al

inicio del curso que estamos empezando hoy. En el evangelio vemos a Pedro, castigado y

humillado, después de tres años de seguir al Señor y de compartir su vida y ministerio. Ya ha

desaparecido la exuberancia de la juventud, el entusiasmo de la inexperiencia, la

impulsividad del discipulado que no ha sido sometido a las pruebas. Y la pregunta que hace

Jesús no se refiere a si las ovejas han sido bien apacentadas o cuántas de las ovejas perdidashan sido reintegradas al rebaño. La pregunta es: “Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que

estos?” 

De hecho, lo más importante en nuestra vocación religioso-misionera no tiene que ver con

hacer los trabajos del Señor. Lo más importante de nuestra vocación no es cuántos niños he

bautizado, cuántos enlaces matrimoniales he realizado o a cuántas personas he preparado para

una buena muerte. No tiene que ver tanto con la cantidad de misas que he celebrado, las

homilías que he predicado y los sacramentos que he administrado. No tiene que ver con las

iglesias que he construido, las comunidades cristianas que he levantado o los catequistas a los

que he instruido. A fin de cuentas, nuestra vocación tiene que ver con amar al Señor, y

amarlo más que los otros. Por supuesto que nuestra vocación también tiene que ver conbautismos y sacramentos celebrados, con laicos a los que hemos formado y con iglesias y

centros pastorales que hemos construido. Pero solamente si todo eso es una genuina

expresión de nuestro amor por el Señor.

Es bueno reflexionar sobre esto al comienzo de un curso como este, porque uno de los

peligros en que podemos caer nosotros, los religiosos misioneros, es separar nuestro

ministerio con la gente (“Apacienta mis ovejas”) de nuestro amor por el Señor (“¿Me amas

más que estos?”). Muy a menudo nos ocupamos del trabajo en la viña del Señor y olvidamos

al Señor de la Viña. Comenzamos a pensar que la mejor manera de cumplir con nuestro

servicio misionero es ser efectivos en lo que hacemos y ya no nos preocupamos por la calidad

de nuestra relación con el Señor. Buscamos apacentar las ovejas y hacemos lo mejor para

cuidar del rebaño. Y nos olvidamos de que son las ovejas del Señor, el rebaño del Señor, y

que apacentar las ovejas y cuidar del rebaño tienen que ser expresiones de nuestro amor por

el Señor.

En los últimos 30, 40 ó 50 años, ustedes, queridos cohermanos, han trabajado

incansablemente en la viña del Señor. Han trabajado como misioneros en las selvas de Brasil

o Paraguay, como párrocos en España o Portugal, profesores en las escuelas, formadores de

nuestros cohermanos jóvenes, defensores de los pobres y marginados. Y todos estos han sidotrabajos realizados con dedicación y generosidad, con eficiencia y eficacia. Pero, a los ojos

del Señor, todo esto sería poco si no hubieran sido expresiones de su amor por el Señor. Yasí, hoy, después de 30, 40 ó 50 años de incansable servicio misionero, el Señor pregunta de

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nuevo “Simón, hijo de Juan – es decir, José, Carlos, Tomás, Huberto  – ¿Me amas más que

estos?”

Sí, la misma pregunta que Jesús le hace a Pedro en el evangelio de esta tarde, pararecordarnos que nuestra vocación es una “aventura de amor” (como dice el epílogo de

nuestras Constituciones) o no es en absoluto una vocación religioso-misionera.

Algunos comentaristas dicen que el episodio que se narra en la lectura del evangelio de hoy

trata realmente de la segunda llamada de Pedro. En la narración de Lucas y quizá también en

la de Juan, la escena de la primera llamada es similar a la segunda. Jesús y sus discípulos

están junto al lago de Galilea. La primera llamada fue para seguir al Señor y compartir su

vida y ministerio: “Síganme y yo les haré pescadores de hombres”. Esta primera llamada

requiría una dedicación completa al Reino de Dios, más que un amor absoluto por el profeta

del Reino. Fue, por tanto, una llamada a compartir la visión de Jesús del proyecto de Dios

para este mundo y a colaborar en su establecimiento. El discipulado inicial entraña seguir aJesús, asimilar su visión y su sueño, colaborar en su misión, vestirse con su persona y así 

aprender a amar al Maestro. La primera es una llamada para seguir al Señor y aprender a

amarlo.

El amor por el Maestro es, por tanto, el fruto del discipulado inicial. Como tal, llega a ser la

razón para el discipulado maduro. “¿Me amas más que estos?”… Entonces, “sígueme”. La

segunda es una llamada para seguir al Señor porque uno lo ama. El discipulado maduro llega

cuando nos damos cuenta de que el compartir la vida y la misión de Jesús no es tanto algo

que nosotros hacemos por él, sino algo que él hace por nosotros … que nuestra vocación

religioso-misionera no es un sacrificio que le ofrecemos sino un don que él nos concede …

que cuando dijimos nuestro “sí” a la llamada del Señor no fue que nosotros nos arriesgamos

 por Dios sino Dios el que se arriesgó por nosotros … que nuestros años de vida r eligiosa no

es tanto un asunto de nuestra fidelidad a Dios sino un asunto de fidelidad duradera de Dios

con nosotros.

En el discipulado maduro llegamos a ser profundamente conscientes del misterio de la

vocación que toca el centro de nuestro ser … el mis terio de la elección de Dios que

transforma radicalmente nuestras vidas … el misterio de la gracia de Dios que permite que

seres humanos frágiles compartan su proyecto para el mundo. Se llega al discipulado maduro

cuando cedemos ante el misterio de nuestra vocación religioso misionera o cuando nos

rendimos a la verdad de que, en esta aventura de amor, la única certeza es que Dios es Dios yque sus elecciones son irrevocables … que nunca se arrepiente de sus elecciones y que

permanece fiel para siempre. En el discipulado maduro llegamos a convencernos de que

somos amados por Dios … especialmente elegidos por él … de toda la eternidad. Como dice

el Profeta Isaías: “Antes que te formaras en el vientre de tu madre, yo te conocía; antes de

que nacieras te elegí y te destiné como profeta de las naciones”.

Yo creo que uno de los secretos de “envejecer con alegría” es el discipulado maduro que

entraña la capacidad de confiarnos al Señor al darnos cuenta de que nuestra vocación

religiosa y misionera es fundamentalmente una aventura de amor … que al final, lo que

cuenta delante del Señor no es tanto lo que hemos hecho o dejado de hacer, o lo que hemos

hecho bien o mal, sino el haber aprendido a amar al Señor más que los otros. “Envejecer con

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alegría” dimana de la capacidad de decir con san José Freinademetz: “No considero ser 

misionero como un sacrificio que yo ofrezco a Dios, sino como el don más grande que Dios

me ha concedido”.

San José murió joven y no tuvo que envejecer con alegría. Pero creo que nos ha dado la clave

para envejecer con alegría. Con su espiritualidad nunca pueden existir sentimientos de

amargura, frustración y depresión por no poder hacer más lo que creemos que deberíamos

estar haciendo (“No es un sacrificio que ofrecemos a Dios”). Al contrario, sólo puede haber

sentimientos de humildad, gozo y gratitud por haber sido llamados a seguir al Señor y haber

tenido la oportunidad de crecer en nuestro amor hacia él (“Es un don que Dios nos da”).

Queridos cohermanos, al comenzar este curso, el Señor viene a preguntarles a cada uno de

ustedes: “¿Me amas más que estos?” Tengo la esperanza y rezo para que al final de este curso

cada uno de ustedes pueda decir con sinceridad y alegría: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes

que te amo”. Entonces escucharán de nuevo la invitación del Señor: “Ven y sígueme”.  

 Antonio M. Pernia, SVD

Superior General