Horacio Quiroga - El Hombre Muerto
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7/25/2019 Horacio Quiroga - El Hombre Muerto
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El hombre muertoHoracio Quiroga
El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún
dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que
tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada
satisfecha a los arbustos roados, y cruó el alambrado para tenderse un rato en la
!ramilla.
"as al ba#ar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie iquierdo resbaló sobre un troo
de cortea desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano.
"ientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente le#ana de no ver el machete de
plano en el suelo.
$a estaba tendido en la !ramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. %a
boca, que acababa de abrírsele en toda su e&tensión, acababa también de cerrarse.
Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano iquierda sobre el
pecho. 'ólo que tras el antebrao, e inmediatamente por deba#o del cinto, sur!ían de su
camisa el pu(o y la mitad de la ho#a del machete, pero el resto no se veía.El hombre intentó mover la cabea, en vano. Echó una mirada de reo#o a la empu(adura
del machete, húmeda aún del sudor de su mano. )preció mentalmente la e&tensión y la
trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e ine&orable, la
se!uridad de que acababa de lle!ar al término de su e&istencia.
%a muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras a(os,
meses, semanas y días preparatorios, lle!aremos a nuestro turno al umbral de la muerte.
Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos de#arnos llevar placenteramente
por la ima!inación a ese momento, supremo entre todos, en que lanamos el último
suspiro.
*ero entre el instante actual y esa postrera espiración, +qué de sue(os, trastornos,
esperanas y dramas presumimos en nuestra vida +-ué nos reserva aún esta e&istencia
llena de vi!or, antes de su eliminación del escenario humano Es éste el consuelo, el
placer y la raón de nuestras diva!aciones mortuorias +/an le#os está la muerte, y tan
imprevisto lo que debemos vivir aún
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0)ún12 3o han pasado dos se!undos el sol está e&actamente a la misma altura; las
sombras no han avanado un milímetro. 4ruscamente, acaban de resolverse para el
hombre tendido las diva!aciones a lar!o plao se está muriendo.
"uerto. *uede considerarse muerto en su cómoda postura.
*ero el hombre abre los o#os y mira. 0-ué tiempo ha pasado2 0-ué cataclismo ha
sobrevenido en el mundo2 0-ué trastorno de la naturalea trasuda el horrible
acontecimiento2
5a a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.
El hombre resiste 6+es tan imprevisto ese horror6 y piensa Es una pesadilla; +esto
es 0-ué ha cambiado2 3ada. $ mira 03o es acaso ese bananal su bananal2 03o viene
todas las ma(anas a limpiarlo2 0-uién lo conoce como él2 5e perfectamente el bananal,
muy raleado, y las anchas ho#as desnudas al sol. )llí están, muy cerca, deshilachadas
por el viento. *ero ahora no se mueven1 Es la calma del mediodía; pronto deben ser
las doce.
*or entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo ro#o de su
casa. ) la iquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. 3o alcana a ver más,
pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la
dirección de su cabea, allá aba#o, yace en el fondo del valle el *araná dormido como un
la!o. /odo, todo e&actamente como siempre; el sol de fue!o, el aire vibrante y solitario,
los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy !ruesos y altos que pronto tendrá
que cambiar1
+"uerto 0*ero es posible2 03o es éste uno de los tantos días en que ha salido al
amanecer de su casa con el machete en la mano2 03o está allí mismo, a cuatro metros
de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa2
+*ero sí )l!uien silba1 3o puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente
resonar en el puentecito los pasos del caballo1 Es el muchacho que pasa todas las
ma(anas hacia el puerto nuevo, a las once y media. $ siempre silbando1 7esde el
poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa
el bananal del camino, hay quince metros lar!os. %o sabe perfectamente bien, porque él
mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.
0-ué pasa, entonces2 0Es ése o no un natural mediodía de los tantos en "isiones, en su
monte, en su potrero, en el bananal ralo2 +'in duda 8ramilla corta, conos de hormi!as,
silencio, sol a plomo1
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3ada, nada ha cambiado. 'ólo él es distinto. 7esde hace dos minutos su persona, su
personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a
aada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos.
3i con su familia. 9a sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una
cáscara lustrosa y un machete en el vientre. 9ace dos minutos se muere.
El hombre, muy fati!ado y tendido en la !ramilla sobre el costado derecho, se resiste
siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono
de cuanto mira. 'abe bien la hora las once y media1 El muchacho de todos los días
acaba de pasar sobre el puente.
+*ero no es posible que haya resbalado1 El man!o de su machete :pronto deberá
cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo estaba perfectamente oprimido entre su mano
iquierda y el alambre de púa. /ras die a(os de bosque, él sabe muy bien cómo se
mane#a un machete de monte. Está solamente muy fati!ado del traba#o de esa ma(ana, y
descansa un rato como de costumbre.
0%a prueba12 +*ero esa !ramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó
él mismo, en panes de tierra distantes un metro uno de otro +$ ése es su bananal; y ése
es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre %o ve perfectamente;
sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al
pie del poste. %o distin!ue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la
cru y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy !rande, pues ni un fleco de los
bananos se mueve. /odos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.
1 "uy fati!ado, pero descansa sólo. 7eben de haber pasado ya varios minutos1 $ a
las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo ro#o, se desprenderán
hacia el bananal su mu#er y sus dos hi#os, a buscarlo para almorar. <ye siempre, antes
que las demás, la vo de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre
+*iapiá +*iapiá
03o es eso12 +=laro, oye $a es la hora. <ye efectivamente la vo de su hi#o1
+-ué pesadilla1 +*ero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está %u
e&cesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar
al malacara inmóvil ante el bananal prohibido.
1 "uy cansado, mucho, pero nada más. +=uántas veces, a mediodía como ahora, ha
cruado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él lle!ó, y antes había
sido monte vir!en 5olvía entonces, muy fati!ado también, con su machete pendiente de
la mano iquierda, a lentos pasos.
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