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La Seu PARROQUIA DE SANTA MARÍA • XÀTIVA Hoja Parroquial - Nº 339 Domingo 28 de diciembre de 2008 Fiesta de la Sagrada Familia Frases del Evangelio EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 22-40 Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: – «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.» La Familia: gracia de Dios

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La Familia: gracia de Dios Hoja Parroquial - Nº 339 Domingo 28 de diciembre de 2008 Fiesta de la Sagrada Familia P ARROQUIA DE S ANTA M ARÍA • X ÀTIVA El Abad Dios, Padre nuestro, que has propuesto la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo; concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo.

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La SeuPARROQUIA DE SANTA MARÍA • XÀTIVA

Hoja Parroquial - Nº 339 Domingo 28 de diciembre de 2008

Fiesta de la Sagrada Familia

Frases del EvangelioEVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 22-40Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: – «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

La Familia: gracia de Dios

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El AbadDentro del ambiente navideño celebramos en este domingo 28 de diciembre

la fi esta de la Sagrada Familia. En medio de una fuerte crisis en torno a la integri-dad de la familia, la Iglesia, un año más, en esta fi esta de la Sagrada Familia, nos brinda el modelo pleno de amor familiar al presentarnos a Jesús, María y José.

La Sagrada Familia de Nazaret nos habla de todo aquello que cada familia anhela auténtica y profundamente, puesto que desde la intensa comunión hay una total entrega amorosa por parte de cada miembro de la familia santa elevando cada acto generoso hacia Dios, como el aroma del incienso, para darle gloria. Por ello, a la luz de la Sagrada Escritura, veamos algunos rasgos importantes de San José, la Virgen María y el Niño Jesús.

San José es el jefe de la familia y actúa siempre como Dios le manda, mu-chas veces sin comprender el por qué de lo que Dios le pide, pero teniendo fe y confi anza en Él. “Al despertarse, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa”. (Mt 1, 24-25) Cuando se entera que María estaba embarazada piensa en abandonarla porque la quería mucho y no deseaba denunciarla públicamente (como era la costumbre de la época), pero el Ángel de Dios se le apareció en sueños y le dijo que lo que había sido engendrado en el vientre de María era obra del Espíritu Santo y que no temiera en recibirla.

“Ella dió a luz un hijo, y le puso el nombre de Jesús” (Mt 1, 25) Cuando nace el niño, él le pone el nombre de Jesús, como el Ángel le había dicho. Luego, cuando Herodes tenía intenciones de matar al Niño Jesús y ante otro aviso del Ángel del Señor, José toma a su familia y marcha hacia Egipto. Por último, con la muerte de Herodes y ante un nuevo aviso del Ángel de Dios, lleva a su familia a instalarse en Nazaret. San José, acoge a Jesús en su corazón paternal, educándolo, cuidándolo, amándolo como hijo suyo. El Niño Jesús aprende de su “santo padre” muchas cosas, entre ellas, el ofi cio de carpintero.

La Santísima Virgen María, desde el momento de la Anunciación, es modelo de entrega a Dios. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38). En la Anunciación, María responde con un Sí rotundo desde una libertad verdadera, poniéndose en las manos de Dios. En Santa María vemos una continua vivencia entremezclada con la alegría y el dolor: criando, educando, siguiendo de cerca a su Hijo Jesús mostrándole en todo momento un auténtico amor maternal. “Su madre conservaba estas cosas en su corazón” (Lc 2, 52) Ella fue vislumbrando lentamente el misterio trascendente de la vida de Jesús, manteniéndose fi elmente unida a Él.

El niño Jesús desde chico demuestra que es el Hijo de Dios y que cumple fi elmente lo que su Padre le manda. “Vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51). Como niño, Él obedecía a su madre y a su padre José, y permanecía siempre junto a

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ellos. María y José fueron sus primeros educadores. “El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la Gracia de Dios estaba con Él” (Lc 2, 40). Jesús aprende el oficio de carpintero de su padre José.

“¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). Cuando Jesús se queda en el Templo, a los doce años, se puede pensar que des-obedece a sus padres y que eso está mal. No es así, Jesús demuestra en este hecho su plena independencia con respecto a todo vínculo humano cuando está de por medio el Plan de su Padre del Cielo y la Misión que Él le ha encomendado.

Los tres saben la misión que el Padre Dios les ha encomendado y los tres la cumplen. Ellos son para todos nosotros un ejemplo a imitar en nuestras familias, tan necesitadas de virtudes domésticas.

Oración de la misa del domingo

Dios, Padre nuestro, que has propuesto la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo; concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo.

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Para saborear durante la semana

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afi rma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados,

el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha.

Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.

ECLESIÁSTICO 3, 2-6. 12-14

La Sagrada familia, modelo de fe y de fi delidad. Queridos hermanos y hermanas: En este primer domingo después de la Navidad, la Iglesia

celebra la fi esta de la Sagrada Familia. Como en el belén, la mirada de fe nos permite abrazar al mismo tiempo al Niño divino y a las personas que están con él: su Madre santísima, y José, su padre putativo. ¡Qué luz irradia este icono de grupo de la santa Navidad! Luz de misericordia y salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre para la familia humana y para cada familia. ¡Cuán hermoso es para los esposos refl ejarse en la Virgen María y en su esposo José! ¡Cómo consuela a los padres especialmente si tienen un hijo pequeño! ¡Cómo ilumina a los novios que piensan en sus proyectos de vida! El hecho de reunirnos ante la cueva de Belén para contemplar en ella a la Sagrada Familia, nos permite gustar de modo especial el don de la intimidad familiar y nos impulsa a brindar calor humano y solidaridad concreta en las situaciones por desgracia numerosas en las que por varios motivos falta la paz, falta la armonía, en una palabra, falta la “familia”. El mensaje que viene de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe: la casa de Nazaret es una casa en la que Dios ocupa verdaderamente un lugar central. Para María y José esta opción de fe se concreta en el servicio al Hijo de Dios que se le confi ó, pero se expresa también en su amor recíproco, rico en ter-nura espiritual y fi delidad. María y José enseñan con su vida que el matrimonio es una alianza entre el hombre y la mujer, alianza que los compromete a la fi delidad recíproca, y que se apoya en la confi anza común en Dios. Se trata de una alianza tan noble, profunda y defi nitiva, que constituye para los creyentes el sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia. La fi delidad de los cónyuges es, a su vez, como una roca sólida en la que se apoya la confi anza de los hijos. Cuando padres e hijos respiran juntos esa atmósfera de fe, tienen una energía que les permite afrontar incluso pruebas difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia. Es necesario alimentar esa atmósfera de fe.

SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II, EL GRANDE.

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Oración de la Familia Padre, que eres amor y vida, haz que cada familia humana que habita en

nuestro suelo, sea, por medio de tu Hijo Jesucristo, “nacido de mujer” y mediante el Espíritu Santo, fuente de Caridad Divina, un verdadero santuario de vida y amor para las nuevas generaciones. Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los cónyuges, para bien propio y de todas las familias del mundo. Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte sostén humano, para que crezcan en la verdad y el amor. Haz que el amor, reforzado por la gracia del Sacramento del Matrimonio, se manifieste más fuerte que cualquier debilidad o crisis que puedan padecer nuestras familias. Te pedimos por mediación de la Familia de Nazaret, que la Iglesia pueda cumplir una misión en nuestra familia, en medio de todas las naciones de la tierra. Por Cristo, nuestro Señor, Camino, Verdad y Vida, por los siglos de los siglos. Amén.

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En este domingo de la sagrada Familia pienso en el ejemplo de nuestros Siervos de Dios Manuel Casesnoves y Adela Soldevila. Mi corazón da gracias a Dios por este testimonio ejemplar que cada día voy conociendo más y mejor. Me entusiasma su amor conyugal, su entrega del uno al otro, su testimo-nio, su amor entregado al Señor. A mí, como sacerdote, me estimula, ¿cómo no a los hogares cristianos de Xàtiva, sobre todo, y a cuantos lean estas letras, les puede animar a la práctica integral de las virtudes cristianas como suscitó el deseo de perfección de vida cristiana en estos conyuges. Hoy fi esta de la Sagrada familia, todos juntos demos gracias a Dios porque nos ha creado y nos ha hecho cristianos a través del amor conyugal de nuestros padres. ¡Cuánto les debemos! Recibir la vida es algo maravilloso, pero, para nosotros, es más admirable aún que nuestros padres nos hayan conducido a la Iglesia, la única capaz de hacer cristianos. Nadie puede hacerse cristiano por sí mismo.

El matrimonio es una de las vocaciones más nobles y más elevadas a las que los hombres están llamados por la Providencia. Manuel y Adela comprendieron desde que se conocieron y Adela le planteó a Manuel que si quería casarse con ella tenía que vivir la fe, ir a misa todos los domingos con ella y rezar juntos; ¡los dos descubrieron que podían santifi carse no a pesar del matrimonio, sino a través, en y por el matrimonio! Nosotros queremos demostrar en el Proceso de Canonización, que pronto iniciaremos, que todo esto fue realidad en este matrimonio que yo considero ejemplar y digno a tener en cuenta en nuestro itinerario cristiano.

Manuel y Adela testimoniaron el radicalismo del compromiso evangélico de la vocación al matrimonio hasta el heroísmo. No temieron vivir las Bienaven-turanzas y así se convirtieron en luz del mundo, que un día la Iglesia pondrá en el candelero a fi n de que brillen para todos los que están en la casa

Un matrimonio ejemplar (31) Siervos de Dios Manuel Casesnoves y Adela Soldevila

conyuges. Hoy fi esta de la Sagrada familia, todos juntos demos gracias a Dios

ARTURO CLIMENT BONAFÉ, ABAD DE XÀTIVA

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La Palabra del Papa

CON MOTIVO DE LA FIESTA QUE HOY CELEBRAMOS OFRECEMOS LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE PRONUNCIÓ

EN VALENCIA EL 6 DE JULIO DE 2006.

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La Palabra del Papa

Queridos hermanos y hermanas: En esta santa misa que tengo la inmensa alegría de presidir, concelebrando

con numerosos hermanos en el episcopado y con un gran número de sacerdotes, doy gracias al Señor por todas las amadas familias que os habéis congregado aquí formando una multitud jubilosa, y también por tantas otras que, desde lejanas tierras, seguís esta celebración a través de la radio y la televisión. A todos deseo saludaros y expresaros mi gran afecto con un abrazo de paz.

Los testimonios de Ester y Pablo, que hemos escuchado antes en las lectu-ras, muestran cómo la familia está llamada a colaborar en la transmisión de la fe. Ester confiesa: “Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones” (Est 14, 5). Pablo sigue la tradición de sus antepasados judíos dando culto a Dios con conciencia pura. Alaba la fe sincera de Timoteo y le recuerda “esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú” (2 Tm 1, 5). En estos testimonios bíblicos la familia comprende no sólo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados. La familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones.

Ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás. La familia, fundada en el matrimo-nio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.

Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.

En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paterni-dad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

A Ester su padre le había transmitido, con la memoria de sus antepasados y

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La Palabra del Papa

de su pueblo, la de un Dios del que todos proceden y al que todos están llamados a responder. La memoria de Dios Padre que ha elegido a su pueblo y que actúa en la historia para nuestra salvación. La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesu-cristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro.

La fe no es, pues, una mera herencia cultural, sino una acción continua de la gracia de Dios que llama y de la libertad humana que puede o no adherirse a esa llamada. Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. Han de procurar que la llamada de Dios y la buena nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado con sa-biduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento. De este modo, con el testimonio constante del amor conyugal de los padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la fe, descu-bran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan gozosos y agradecidos por ello.

La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris consortio, 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre.

En la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo con-cebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social.

La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano pro-viene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad. “Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo hacemos porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también

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La Palabra del Papa

a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere lle-varnos” (Homilía en la vigilia de Pentecostés, 3 de junio de 2006: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2006, p. 6).

Jesucristo es el hombre perfecto, ejemplo de libertad filial, que nos enseña a comunicar a los demás su mismo amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). A este respecto enseña el concilio Vaticano II que “los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, deben apoyarse mutuamente en la gracia, con un amor fiel a lo largo de toda su vida, y educar en la enseñanza cristiana y en los valores evangélicos a sus hijos, recibidos amorosamente de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un amor incansable y generoso, construyen la fraternidad de amor y son testigos y colaboradores de la fecundidad de la Madre Iglesia como símbolo y participación de aquel amor con el que Cristo amó a su esposa y se entregó por ella” (Lumen gentium, 41).

La alegría amorosa con la que nuestros padres nos acogieron y acompañaron en los primeros pasos en este mundo es como un signo y prolongación sacramental del amor benevolente de Dios del que procedemos. La experiencia de ser acogidos y amados por Dios y por nuestros padres es la base firme que favorece siempre el crecimiento y desarrollo auténtico del hombre, que tanto nos ayuda a madurar en el camino hacia la verdad y el amor, y a salir de nosotros mismos para entrar en comunión con los demás y con Dios.

Para avanzar en ese camino de madurez humana, la Iglesia nos enseña a respetar y promover la maravillosa realidad del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, que es, además, el origen de la familia. Por eso, reconocer y ayudar a esta institución es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy día al bien común y al verdadero desarrollo de los hombres y de las sociedades, así como la mejor garantía para asegurar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad de la persona humana.

En este sentido, quiero destacar la importancia y el papel positivo que a favor del matrimonio y de la familia realizan las distintas asociaciones familiares eclesiales. Por eso, “deseo invitar a todos los cristianos a colaborar, cordial y valientemente con todos los hombres de buena voluntad, que viven su responsa-bilidad al servicio de la familia” (Familiaris consortio, 86), para que uniendo sus fuerzas y con una legítima pluralidad de iniciativas contribuyan a la promoción del verdadero bien de la familia en la sociedad actual.

Volvamos por un momento a la primera lectura de esta misa, tomada del libro de Ester. La Iglesia orante ha visto en esta humilde reina, que intercede con todo su ser por su pueblo que sufre, una prefiguración de María, que su Hijo nos ha dado a todos nosotros como Madre; una prefiguración de la Madre, que protege con su amor a la familia de Dios que peregrina en este mundo. María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar.

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La familia cristiana —padre, madre e hijos— está llamada, pues, a cumplir los objetivos señalados no como algo impuesto desde fuera, sino como un don de la gracia del sacramento del matrimonio infundida en los esposos. Si estos permanecen abiertos al Espíritu y piden su ayuda, él no dejará de comunicarles el amor de Dios Padre manifestado y encarnado en Cristo. La presencia del Espíritu ayudará a los esposos a no perder de vista la fuente y medida de su amor y entrega, y a colaborar con él para reflejarlo y encarnarlo en todas las dimensiones de su vida. El Espíritu suscitará asimismo en ellos el anhelo del encuentro definitivo con Cristo en la casa de su Padre y Padre nuestro. Este es el mensaje de esperanza que desde Valencia quiero lanzar a todas las familias del mundo. Amén.

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SANTORAL DE LA SEMANA

Santos Niños InocentesEs el testimonio de niños que sin hablar ofrecen sus vidas por el Niño Jesús de Belén. Herodes sigue vivo entre nosotros. 28 de diciembre.

Santísimo Nombre de JesúsY le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el Ángel antes de su concepción. Toda rodilla se doble al Nombre de Jesús, en el cielo, en la tierra y en el abismo. 3 de enero.

San David, rey y ProfetaHijo de Jesé y cabeza de la Familia de David de la que nacerá Jesús mil años después. 29 de diciembre.

Santa María, Madre de DiosLa Iglesia quiere honrar el primer día del año nuevo a la que nos ha traído al mundo a Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. Ella es la Theotokós. 1 de enero.