Huasipungo
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ORALIDAD Y TRANSCULTURACION EN HUASIPUNGO DE JORGE ICAZA En el presente trabajo me he propuesto estudiar la novela Huasipungo del autor
ecuatoriano Jorge Icaza, publicada en 1934, bajo el aspecto de la transculturación
narrativa, teoría elaborada por Ángel Rama en su obra Transculturación narrativa en
América Latina (1982/1985). Trataré de demostrar que en esta novela la oralidad en sus
diferentes manifestaciones funciona como un elemento transculturante de primer orden,
aunque la rendición literaria del lenguaje oral no sea necesariamente un reflejo fiel de la
realidad social y lingüística tal como se presentaba en la sierra ecuatoriana a principios
del siglo veinte.
TRANSCULTURACION Y TRANSCULTURACION NARRATIVA
Ángel Rama aplica a la narrativa el concepto antropológico de transculturación, concepto
inicialmente forjado por Fernando Ortiz en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar
(1940) para definir el carácter específico de la sociedad latinoamericana. Por
transculturación se entiende un proceso continuo en el cual dos culturas se influyen y se
condicionan mutuamente adoptando cada una ciertos elementos de la cultura ajena y
excluyendo algunos elementos de la cultura propia. En Formación de una cultura
nacional indoamericana, José María Arguedas señala la capacidad de transformación que
las culturas autóctonas de América han demostrado a lo largo de los siglos al incorporar
elementos de la cultura europea sin perder su fuerza y su originalidad:
La vitalidad de la cultura prehispánica ha quedado comprobada en su capacidad de cambio, de asimilación de elementos ajenos. La organización social y económica, la religión, el régimen de familia, […] las artes; todo ha cambiado desde los tiempos de la Conquista; pero ha permanecido a través de tantos cambios importantes, distinta de la occidental… (2)
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Esta recomposición novedosa de los elementos que quedaron de la cultura de origen y los
externos es un principio fundamental de la transculturación.
Para Ángel Rama la literatura latinoamericana es un espejo del proceso
transculturador que tiene lugar en la sociedad. Lo que empezó como una extensión de la
literatura española con una lengua exclusivamente literaria y culta, iría adquiriendo
nuevas formas hasta desembocar en una literatura transculturada. El giro crucial se
produce hacia 1910 con la aparición de la literatura regionalista. A fin de conseguir una
ambientación más realista, se introducen en la novela regionalista formas dialectales,
preferentemente rurales. Sin embargo, el uso de comillas para los vocablos americanos y
de un glosario para explicar los términos que no figuran en los diccionarios marca la
distancia entre el autor/narrador culto y sus personajes populares. Es a partir de 1940 que
la transculturación narrativa quedaría definitivamente establecida. El autor se ha
integrado en la comunidad lingüística que describe y habla desde ella. Si esta comunidad
es indígena, dice Rama, “es a partir de su sistema lingüístico que trabaja el escritor, quien
no procura imitar desde fuera un habla regional, sino elaborarla desde dentro con una
finalidad artística” (43). Son los escritores indigenistas los que más se preocupan por
llevar a cabo la interacción de dos culturas en el plano literario, aunque no todos
consiguen hacer de sus obras un escenario de la transculturación narrativa.
La novela Huasipungo suele considerarse como una obra emblemática de la
literatura indigenista. El indigenismo, que como movimiento social se constituyó en
América Latina hacia los años veinte del siglo pasado, halló repercusión en la literatura.
La mayoría de las novelas indigenistas, una variante de las novelas regionalistas,
surgieron en el área andina y tienen como protagonistas a los indios del altiplano cuya
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opresión y marginación social forman el tema central. Existe una fuerte polémica en
torno a este tipo de literatura. Para algunos críticos, como, por ejemplo, José Carlos
Mariátegui, se trata de un medio legítimo para incorporar a la comunidad indígena al
discurso socialista, aunque Mariátegui reconoce que “la literatura indigenista no puede
darnos una visión verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede
darnos su propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos” (306). Los detractores,
sobre todo los exponentes de la crítica poscolonialista, rechazan estas novelas por dar una
visión falsa y caricaturesca de la situación social y lingüística del indio. En su obra,
Ángel Rama adopta una actitud negativa frente a ciertos escritores indigenistas que
instrumentalizaron al indio para conseguir sus propios fines políticos, pero admira el
esfuerzo de José María Arguedas quien quiso mostrar en sus novelas que era posible la
fusión de dos culturas tanto a nivel de asuntos como a nivel lingüístico. Rama señala que
“la literatura operó para él como el modelo reducido de la transculturación” (202).
¿Qué lengua es el instrumento más adecuado a la hora de representar la realidad
andina? En “La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú”, Arguedas
explica su conflicto al presentar a un público hispanoparlante el mundo y el pensamiento
de los indios. Optó por crear una lengua y un estilo literarios, pero verosímiles, basados
en el bilingüismo del pueblo peruano. También en Huasipungo los indios se expresan en
una lengua transculturada aunque la fusión lingüística no es llevada a los mismos
extremos como en la novelística arguediana. Con este lenguaje mixto autores como Icaza
y Arguedas intentan dar una voz propia al indio. De este modo rompen con la concepción
“monofónica” de la literatura tradicional poco conforme con la situación real de América
Latina. Sin embargo, existe el peligro de crear un lenguaje falso, artificial o folklórico,
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una especie de sayagués hispanoamericano. (El llamado sayagués es un lenguaje seudo-
rústico y convencional que los dramaturgos del Siglo de Oro español usaban para dar más
autenticidad a sus personajes populares).
Para expresar temas indígenas, los escritores tomaron como modelo la novela
realista occidental aunque se trata de un género literario ajeno a las culturas indígenas.
Consciente de esta contradicción, y teniendo en cuenta que la tradición literaria de los
pueblos indígenas se basa en la oralidad, Arguedas adoptó la forma extranjera, pero la
modificó al incorporar a la novela elementos de la cultura autóctona como la canción
popular, el cuento, el mito y la poesía. Martín Lienhard critica la inclusión de cantos o del
discurso oral en la novela indigenista y opina que no es otra cosa que “un truco literario
para sugerir, a bajo costo, la presencia de una cultura oral-popular y, también, el
generalmente ficticio arraigo popular del autor” (132). Para el lector inexperto es
imposible saber si el idioma mixto que usa Icaza es una recreación fiel de la situación
lingüística de la sierra ecuatoriana, o si se trata más bien de un discurso de etnoficción.
Puede que la lengua de los indios en la obra de Icaza no sea auténtica, pero en su esencia
refleja el fenómeno de la transculturación lingüística tan característico de las sociedades
latinoamericanas. Con referencia a la existencia de vastas zonas en las que conviven el
español y uno o varios idiomas indígenas, Lienhard afirma que:
aunque asimétrica, la “aculturación” idiomática en América Latina es eminentemente bilateral: europeización lingüística de las subsociedades indo-mestizas, “indigenación” de vastos sectores criollos o de origen europeo. A menudo ignorado, el segundo aspecto no resulta siempre menos importante, cuantitativa o cualitativamente, que el primero. (95) Esta permeabilidad del idioma queda patente en Huasipungo. Sin embargo, no deja
de ser en gran medida una novela de transición con un sistema lingüístico binario. En la
parte narrativa, el autor usa la lengua culta de acuerdo con la norma académica aunque
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incluye algunos americanismos y expresiones en quechua o derivadas del quechua. Es en
las partes orales, en los diálogos de indios y cholos, donde aparece una lengua distinta,
transculturada, que no obedece a las reglas de la gramática española. El autor, consciente
de su posición de intermediario entre la comunidad lingüística que describe y el lector
“culto”, se sirve de un glosario para explicar no sólo las voces en quechua sino también
las mixtas. A nivel de léxico, el quechua predomina en el área doméstica (casa, comida y
vestimenta), en la flora y fauna, en las relaciones familiares o cuando se trata de antiguas
costumbres y creencias incaicas. He aquí algunos ejemplos:
Huasipungo: Huasi, casa; pungo, puerta. Parcela de tierra que otorga el dueño de la hacienda a la familia india por parte de su trabajo diario. Chuchuca: Clase de maíz machacado para sopa. Chaguarmishqui: Bebida dulce que se saca del cabuyo. Cabuyo: Planta espinosa. Ashco: Perro. Güishgüishi: Renacuajo. Longo: Indio joven. Guarmi: Mujer. Cuichi: Genio maléfico que surge de los cerros Jachimayshay: Costumbre de bañar a los muertos para prepararlos para su viaje eterno. El influjo del quechua sobre el castellano se nota también en ciertas palabras como
manavali (que no vale nada), en los cambios fonéticos al inicio de una palabra (jue por
fue), o el cambio de la o en u en la sílaba final (seremus, cogidu, pecadur). El diminutivo,
que debe ser de amplio uso en quechua, se aplica a palabras castellanas que no suelen
admitir la forma diminutiva: acacito, allacito, unito, estico. A nivel sintáctico, se
observan la omisión del verbo o del artículo, sobre todo en el habla de los indios
(“Longos mala consciencia”), o construcciones en infinitivo (“¿Nu será, pes, de
acompañar?”). Los mismos fenómenos lingüísticos que se dan en el habla de los indios,
se pueden observar en la de los cholos (expresiones en quechua, cambios fonéticos,
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contracciones de palabras, código restringido, sintaxis sencilla), pero el mestizo procura
castellanizar su habla para distinguirse de los indios y para demostrarles su superioridad.
(La india: “Manosus misu sun lus guaguas, pes”. El mayordomo cholo: “Mañosos,
pendeja”).
En Huasipungo aparece una categoría de mestizos -personificados por los hermanos
Ruata- que pretende asumir una identidad criolla ya que se considera “más blanquito”
que otros de su clase. Los Ruata tratan de imitar el discurso patriótico nacionalista de la
clase oligárquica. Hay un lenguaje del poder que han oído muchas veces de la boca del
cura. El cura, asociado con el gamonal y el poder político, es un histrión que con la fuerza
de la palabra hablada asusta, domina y manipula a los indios: “Soy un rayo para mover a
mi antojo las cuerdas del corazón de los demás” (80). Los Ruata son conscientes de que
la lengua puede servir como instrumento de socialización y de poder. Mediante la
adquisición del habla criolla esperan tener acceso a esta clase social: “Pensó orgulloso:
Cuando vaya con mi hermanito a Quito les he de fregar no más a los intelectuales con
estas frases que yo sé” ( 81). Quieren imitar el discurso del poder, pero caen en el ridículo
porque les traiciona su habla: “No tenemos que pedir favor a nadies”, y “nuestro buen
maistro” ( 81). Sin embargo, la mezcla de estilos y vocablos que resulta de este esfuerzo
asimilador es un ejemplo patente de un proceso de transculturación lingüística.
La tragedia del mestizo es que ha perdido sus raíces indígenas sin asentarse en el
mundo de los blancos. Se mueve en una tierra de nadie donde tiene que encontrar su
propia identidad. Anthony Vetrano explica el conflicto sico-social del cholo:
El único medio que se le ofrece para poder lograr una preeminencia socio-económica consiste en la asimilación física y cultural del mundo del blanco […]. Es mirado con aversión por el indio porque para éste el cholo pasa a ser un traidor o renegado en su rechazo de su herencia indígena. Al mismo tiempo es mirado con menosprecio por el blanco, ya que para la aristocracia el cholo representa un peligro por su seguridad económica (68).
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Con todo, el papel del mestizo no resulta enteramente negativo. Su situación
intermediaria entre indios y criollos es también un desafío. A caballo entre dos culturas y
dos prácticas lingüísticas, llega a ser un importante agente portador de la transculturación.
LA ORALIDAD EN FUNCION DE LA TRANSCULTURACION NARRATIVA
En la novela indigenista, como en la literatura hispanoamericana en general, la oralidad
desempeña un papel preeminente. Rama opina que los elementos fantásticos que
aparecen en las novelas de Gabriel García Márquez están directamente sacados de
testimonios orales. También los textos de Roa Bastos son frecuentemente una
transcripción de la memoria oral: “He sentido la necesidad de integrarlo [el texto oral] en
la escritura, si no en su materialidad fonética y lexical, al menos […] en su radiación
mítica y metafórica; en sus modulaciones que hablan musicalmente de la naturaleza, de la
vida y del mundo” (citado en Lienhard 115). También en Huasipungo la voz de la
naturaleza en unión con reminiscencias míticas se impone fuertemente. Sentimos la
presencia de los antiguos dioses detrás de las fuerzas de la naturaleza. Más que
fenómenos atmosféricos parecen ser personificaciones de fuerzas transcendentes que
vienen a hablar a los indios: “El viento paramero, helado y persistente, en remolino de
abrazo y de mordisco que adhería las ropas húmedas al cuerpo amortiguado, también
silbaba junto al oído de las gentes: Achachay. Achachaycituuu” (90).
La novela de Icaza reúne características importantes de un poema épico. El héroe es
la masa anónima de los indios. A nuestro autor no le interesa la caracterización de los
individuos, sino los hechos pavorosos que acontecen a la colectividad. Roa Bastos
destaca el carácter épico inherente a la narrativa indigenista:
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la novela --instrumento por excelencia del espíritu de análisis burgués, de los mundos interiores del individuo-- tuvo que llenar inicialmente en América Latina las funciones propias de la epopeya en el mundo antiguo de la sociedad feudal, narrando las peripecias de la vida colectiva con un acento más cercano a las sagas y a los cantares de gesta que a los modos altamente diferenciados y subjetivizados de la novela (citado en Pérus 111, nota 16). Los cantares de gesta, las sagas o los cuentos es literatura creada para ser oída y fue
transmitida oralmente de generación en generación mucho antes de escribirse. Haciendo
hincapié en el estilo retórico de Icaza, Eugenio Garro revela la importancia de los
elementos orales de esta novela: “Todo el recitado de los episodios está empenachado
con el chisporroteo de palabras, metáforas e imágenes procaces, crudas, atrevidas,
disparadas, de seguro, para añadir lo que se diría existencia para el oído a la existencia
para el ojo” (235).
En Icaza, quien también fue dramaturgo, notamos préstamos del teatro. Anthony
Vetrano llama las voces de los indios “lamentos fúnebres, especie de eco que paralela el
coro de la tragedia griega antigua”:
-Aura ca juera
-Undi para trabajando
-Guagua sha…Ay…Ay…Ay
-Taita vieju sha…Ay…Ay…Ay
-Cumu murticina in ludu quidandu. Ay…Ay…Ay… (Vetrano 79)
La tragedia igual que la epopeya era literatura declamada, destinada para ser escuchada.
Con la importancia que Icaza confiere a la oralidad se inscribe dentro de la tradición de la
literatura de los pueblos indígenas: la tradición oral presente en el cuento, el canto y la
poesía. Cuando el indio Andrés lamenta la muerte de Cunshi las frases que salen de su
boca fluyen en ritmo musical con suma belleza poética:
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-Ay Cunshi, sha.
-Ay bonitica, sha.
-¿Quién ha de sembrar, pes, en huasipungo?
-¿Quién ha de cuidar, pes, al guagua?
-Cuandu hambre tan cun quien para shorar.
-Cuandu dolor tan cun quien para quejar.
-Cuandu trabajo tan cun quien para sudar.
-Ay Cunshi, sha.
-Ay bonitica, sha. (151/152)
En estas voces de los indios y en las voces de la naturaleza, la presencia de la cultura
indígena penetra poderosamente el texto español en un acto de transculturación narrativa.
He intentado demostrar que en la novela Huasipungo la transculturación se
manifiesta sobre todo en la oralidad. Sin embargo, no creo que Icaza pretenda darnos una
visión presente o futura de una sociedad transculturada. El mundo de los indios no se
parece en nada al de los blancos o de los mestizos. Estos han conservado sus costumbres,
su vestimenta, su comida tradicional. Descalzos sobre el limo, siempre expuestos a la
intemperie, parecen fundirse con la naturaleza, la Pacha Mama. No expresan deseos de
integrarse en la vida de los blancos, ni formulan reivindicaciones sociales, políticas o
económicas. Defienden su huasipungo, lugar donde están a salvo de un mundo enemigo,
donde conservan sus costumbres y su identidad. Al reclamar el derecho consuetudinario
al huasipungo, recurren a su idioma autóctono y al uso ancestral del cuerno. El grito
¡Ñucanchic huasipungo! (nuestro huasipungo) es un eco de insurrecciones pasadas, de
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rebeliones como la de Tupac Amaru, el héroe histórico convertido en líder mítico, en el
Inca resucitado. Lienhard explica que en la tradición quechua abundan cantos de triunfo,
poemas y mitos de contenido mesiánico. Aquí estamos ante un mesianismo que se dirige
hacia atrás, hacia un pasado mítico. El grito ancestral ñucanchic remite a los antiguos
cantos de triunfo. Al fin y al cabo los indios de Icaza no aspiran a participar en la cultura
“nacional” para mejorar su condición de vida. Reclaman sus derechos ancestrales,
apartándose del camino de la transculturación.
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OBRAS CITADAS
Arguedas, José María. Formación de una cultura nacional indoamericana. México: Siglo
veintiuno editores, 1989.
Garro, Eugenio.“A través de las novelas de Jorge Icaza.” Revista Hispánica Moderna 3-4
(1946): 217-238.
Icaza, Jorge. Huasipungo. Barcelona: Plaza y Janés, 1995.
Lienhard, Martín. La voz y su huella. Lima: Editorial Horizonte, 1992.
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. México:
Ediciones Era, 1993.
Pérus, Françoise. Historia y crítica literaria: El realismo social y la crisis de la
dominación oligárquica. La Habana: Casa de las Américas, 1982.
Rama, Ángel. Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo veintiuno
editores, 1985.
Vetrano, Anthony. La problemática psico-social y su correlación lingüística en las
novelas de Jorge Icaza. Miami: Ediciones Universal, 1974.