Hume y Rousseau, Enemigos Ilustrados

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 Hume y Rousseau enemigos ilustrados  Concebida como investigación periodística, con los salones parisienses como escenario, "El perro de Rousseau" describe el idilio y la escandalosa pelea entre los filósofos David Hume y Jean-Jacques Rousseau. Hume, que había dado asilo en Londres al perseguido autor del Contrato Social, terminó acusado de un complot imaginario (lo que a Hume más preocupaba era su reputación manchada). Los autores de la investigación narran la trama de ese entuerto. DAVID EDMONDS JOHN EIDINOW.  David Hume, uno de las más grandes mentes modernas, es también ejemplo de inmaculada calidad moral, aclamado en su tiempo por su excepcional virtud. Hume estaba muy orgulloso de esa reputación; se vanagloriaba de su bondad. En 1776, poco antes de morir, sintetizó su vida: era -escribió- "un hombre de carácter apacible, con dominio de mi genio, de un humor abierto, sociable y alegre, capaz de sentir apego pero poco propenso a la enemistad, y de una gran moderación en todas mis pasiones". Luego de su muerte, su amigo, el filósofo y economista  Adam Smith, elogió a Hume diciendo que era el modelo de "un hombre tan perfectamente prudente y virtuoso como quizá permita la naturaleza de la debilidad humana". Los biógrafos han aceptado esta imagen, pasando por alto la advertencia: como quizá permita la naturaleza de la debilidad humana. Esa debilidad había enfrentado su prueba más dura diez años antes, cuando Hume ofreció socorrer al filósofo Jean-Jacques Rousseau. En 1766, Rousseau tenía razones para temer por su vida. Había pasado más de tres años como un refugiado. Su libro El contrato social, con la célebre sentencia inicial: "El hombre nace libre pero en todos lados vive en cadenas", había sido violentamente censurado. Más amenazante para la Iglesia católi ca francesa fue su Emilio, que llamaba a impedir al clero un papel en la educación de los jóvenes. En París, se libró una orden de detención y sus libros fueron quemados. En las Confesiones, un hito, considerada la primera autobiografía moderna, Rousseau habla del "grito de furia sin par" que se alzó en toda Europ a. Tras huir de Francia, había encontrado refugio en un remoto pueblo de su Suiza natal. Pero pronto el párroco del lugar lo acusó de hereje: lo insultaban por la calle; algunos creían que estaba poseído por el demonio. Una noche, una turba alcoholizada atacó su casa. Rousseau estaba con su amante, la ex ayudante de cocina Thérèse le Vasseur (con quien tuvo cinco hijos a quienes, se sabe, abandonó en un orfantato) y su amado perro, Sultán. Sobre su ventana, cayó una lluvia de piedras. Una "del tamaño de una cabeza" casi cae en la cama de Rousseau. ¿Adónde iría ahora? Su salvador iba a ser David Hume, quien había estado en la capital francesa en 1763, como subsecretario del embajador británico, Lord Hertford. Hoy a Hume se lo conoce sobre todo por su filosofía, pero en su tiempo era conocido como historiador. El tratado de la naturaleza humana, aunque no exactamente ignorado, no había sido aclamado como la obra genial que es. Pero su brillante y renovadora Historia de Inglaterra en seis volúmenes era un best séller. Tuvo más de cien ediciones y siguió en uso a fines del siglo XIX.

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Hume y Rousseau enemigos ilustrados

Concebida como investigación periodística, con los salones parisienses como escenario, "Elperro de Rousseau" describe el idilio y la escandalosa pelea entre los filósofos David Humey Jean-Jacques Rousseau. Hume, que había dado asilo en Londres al perseguido autor delContrato Social, terminó acusado de un complot imaginario (lo que a Hume máspreocupaba era su reputación manchada). Los autores de la investigación narran la tramade ese entuerto.

DAVID EDMONDS JOHN EIDINOW. 

David Hume, uno de las más grandes mentes modernas, es también ejemplo de inmaculadacalidad moral, aclamado en su tiempo por su excepcional virtud. Hume estaba muy orgulloso deesa reputación; se vanagloriaba de su bondad. En 1776, poco antes de morir, sintetizó su vida:

era -escribió- "un hombre de carácter apacible, con dominio de mi genio, de un humor abierto,sociable y alegre, capaz de sentir apego pero poco propenso a la enemistad, y de una granmoderación en todas mis pasiones". Luego de su muerte, su amigo, el filósofo y economista

 Adam Smith, elogió a Hume diciendo que era el modelo de "un hombre tan perfectamenteprudente y virtuoso como quizá permita la naturaleza de la debilidad humana". Los biógrafoshan aceptado esta imagen, pasando por alto la advertencia: como quizá permita la naturalezade la debilidad humana. Esa debilidad había enfrentado su prueba más dura diez años antes,cuando Hume ofreció socorrer al filósofo Jean-Jacques Rousseau.

En 1766, Rousseau tenía razones para temer por su vida. Había pasado más de tres años comoun refugiado. Su libro El contrato social, con la célebre sentencia inicial: "El hombre nacelibre pero en todos lados vive en cadenas", había sido violentamente censurado. Más

amenazante para la Iglesia católica francesa fue su Emilio, que llamaba a impedir al clero unpapel en la educación de los jóvenes. En París, se libró una orden de detención y sus librosfueron quemados. En las Confesiones, un hito, considerada la primera autobiografía moderna,Rousseau habla del "grito de furia sin par" que se alzó en toda Europa. Tras huir de Francia,había encontrado refugio en un remoto pueblo de su Suiza natal. Pero pronto el párroco dellugar lo acusó de hereje: lo insultaban por la calle; algunos creían que estaba poseído por eldemonio.

Una noche, una turba alcoholizada atacó su casa. Rousseau estaba con su amante, la exayudante de cocina Thérèse le Vasseur (con quien tuvo cinco hijos a quienes, se sabe,abandonó en un orfantato) y su amado perro, Sultán. Sobre su ventana, cayó una lluvia depiedras. Una "del tamaño de una cabeza" casi cae en la cama de Rousseau. ¿Adónde iría ahora?Su salvador iba a ser David Hume, quien había estado en la capital francesa en 1763, comosubsecretario del embajador británico, Lord Hertford.

Hoy a Hume se lo conoce sobre todo por su filosofía, pero en su tiempo era conocido comohistoriador. El tratado de la naturaleza humana, aunque no exactamente ignorado, nohabía sido aclamado como la obra genial que es. Pero su brillante y renovadora Historia de

Inglaterra en seis volúmenes era un best séller. Tuvo más de cien ediciones y siguió en uso afines del siglo XIX.

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 Hume se sentía, con justicia, subestimado. Las "márgenes del Támesis", insistía, estaban"habitadas por bárbaros". A los ingleses no les agradaba -creía Hume- ni por lo que era ni porlo que no era: no era un Whig, no era cristiano, y era escocés. En Inglaterra dominaba elprejuicio anti escocés. Pero la humillación final se produjo en 1763, cuando el primer ministroescocés, con de de Bute, designó a otro historiador, William Robertson, como Historiógrafo Real

de Escocia.Los años que Hume pasó en París serían los más felices de su vida. Se lo recibió conarrobamiento y se lo colmó "de cortesías", según sus palabras. "Lo que más placer me daba eraver que la mayor parte de los elogios que vertían sobre mí se referían a mi calidad personal; ala falta de afectación y sencillez de mis modales, al candor y afabilidad de mi carácter, etc." Susadmiradores franceses le pusieron el apodo deLe Bon David, el buen David. En la capitalfrancesa, no conocerlo se convirtió en la muerte social. La generosa atención que le prodigabanlas mujeres debe haberle causado agradable impacto a este cincuentón soltero y obeso. JamesCaulfield (más tarde Lord Charlemont), que había descrito el rostro de Hume como "ancho ygordo y sin ninguna otra expresión que la de imbecilidad", observó que en París el arreglo deuna dama no estaba completo sin la presencia de Hume.

Se lo ensalzaba tanto en los círculos de la corte como en la así llamada "República de lasletras", singular territorio de la Ilustración francesa integrado por salones gobernados pordestacadas mujeres, reguladoras del tacto y la etiqueta. En los salones, sistema de transmisiónde la Ilustración francesa, Hume fue presentado a críticos, escritores, científicos, artistas yfilósofos: los philosophes. Entre ellos, se hallaban el "corresponsal cultural europeo", FriedrichGrimm, y los editores de ese vasto compendio, la Encyclopédie, el pionero de las matemáticasJean D'Alembert y el talentoso Denis Diderot, quien escribió a Hume: "Me jacto de ser, comousted, ciudadano de la gran ciudad del mundo". Hume también se hizo amigo de un apasionadoateo, el Barón D'Holbach, uno de los principales sostenes financieros de la Encyclopédie.Todos decisivos en la pelea entre Hume y Rousseau.

La anfitriona de uno de los salones, la bella, inteligente y moralista Madame de Boufflers, losacercó. El tono íntimo de las cartas que intercambiaron Hume y Mme. de Boufflers indica queél, al menos, se enamoró perdidamente. Hume una vez le escribió: "¡Ay de mí! ¿Por qué noestoy cerca de ti para verte media hora por día?" Ella lo alabó diciendo que "admiraba su genio"y que él la hacía sentirse "hastiada de la mayor parte de la gente con que tengo que vivir".Lamentablemente, Hume quizá haya malinterpretado su galanteo. Cuando el embajador, LordHertford, fue reemplazado, la estada de Hume en el paraíso llegó a su fin. Mme. de Boufflers lepidió que ayudara a Rousseau a conseguir asilo en Inglaterra. ¿Cómo podía negarse Le BonDavid?

El salvador y el exiliado finalmente se encontraron en París en diciembre de 1765. Hasta

entonces, sólo habían mantenido una breve relación epistolar. Dice Rousseau de Hume: "Susgrandes opiniones, su asombrosa imparcialidad, su genio, lo elevarían muy por encima del restode la humanidad, si usted estuviera menos apegado a ella por la bondad de su corazón".Después de sus primeros encuentros en París, Hume le escribió a un sacerdote amigo unpanegírico sin reservas comparando a Rousseau con Sócrates: "Lo encuentro dulce y gentil ymodesto y jovial... Es de talla pequeña; y sería más bien feo si no tuviera la fisonomía másmagnífica del mundo (...). Su modestia no parece ser buenos modales sino la ignorancia de supropia excelencia".

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 Varios de sus amigos philosophes trataron de sacar a Hume de su complacencia. Grimm,D'Alembert y Diderot hablaban desde la experiencia personal: habían tenido un espectaculardesacuerdo con el beligerante Rousseau y habían cortado toda relación con él. La másestremecedora fue la advertencia del Barón d' Holbach. Eran las 9 de la noche anterior a lapartida de Hume y Rousseau a Inglaterra. Hume había ido a despedirse y el Barón advirtió quepronto se desengañaría: "Está abrigando a una víbora en su pecho".

 Al principio todo parecía bien. Rousseau, no sólo un pensador radical sino también uno de losnovelistas más populares de Europa, fue una estrella en Londres. La prensa celebró la muestrade hospitalidad, tolerancia y equidad británicas. ¡Qué diferentes de los fanáticos y autocráticosfranceses! Naturalmente debe haber sido mortificante para Hume, aclamado en Francia, quedarreducido a ser, según la aguda observación de un amigo íntimo de Edimburgo, William Rouet,"el que exhibe al león". El león se paseaba con un atuendo armenio de túnica y gorra conborlas, y lo acompañaba a todas partes su perro Sultán. Hume, atónito, lo atribuía a queRousseau era una curiosidad. E insistía en su amor por él. "Creo que podría pasar toda mi vidaen su compañía sin peligro de que riñamos".

Hume le encontró a Rousseau lugar donde vivir y le consiguió una pensión. Primero, el

inmigrante fue hospedado frente a la calle que bordea el Támesis, pero a Rousseau no legustaba la ciudad, llena de "negros vapores". Se mudó al bucólico Chiswick para alojarse en lode "un honesto almacenero", James Pullein. En marzo de 1766, el caballero Richard Davenport,rico mecenas, le ofreció su mansión de Wootton Hall. De camino a Wootton, el exiliado sedetuvo en casa de Hume el 19 de marzo de 1766. Fue su último encuentro.

Rousseau ya estaba capturado por las sospechas de un complot; advirtió a sus amigos suizosque sus cartas eran interceptadas y sus papeles estaban en peligro. La conjura le eratotalmente clara en todas sus ramificaciones, y en su centro se hallaba Hume. El 23 de junio,arrinconó a su salvador: "Se ha ocultado sin éxito. Lo entiendo, señor, y usted bien lo sabe". Acontinuación explicó la esencia del complot: "Me trajo a Inglaterra en apariencia paraprocurarme un refugio pero en realidad para deshonrarme". Hume se sintió mortificado, furiosoy atemorizado. Buscó apoyo en Davenport contra "la monstruosa ingratitud y locura delhombre".

Hume sabía que Rousseau estaba trabajando en sus Confesiones: quizá hasta había echadouna mirada furtiva a las primeras páginas. Rousseau blandía la pluma más poderosa de Europa.Su novela Eloísahabía sido un fenómeno editorial (los libreros parisienses la alquilaban porhora). Hume vio su propio recuerdo puesto en peligro para toda la eternidad. "Usted sabe -dijoa un viejo amigo- cuán peligrosa puede ser cualquier controversia sobre un punto discutible conun hombre de sus dotes". Hume pensaba en Francia y en la reputación del buen David.

Sus primeras acusaciones contra Rousseau las hizo ante sus amigos de París; su Relato

conciso y auténtico de la disputa entre el señor Hume y el señor Rousseau lopublicarían en francés los enemigos de Rousseau. Allí Hume no se comunicó con Mme. deBoufflers, pues ésta recomendaría "generosa piedad". Los calificativos -feroz, malvado ytraicionero- con que Hume se había referido a Rousseau aseguraron la cobertura en los diariosy en salones y cafés de moda. El actor David Garrick le escribió a un amigo: Rousseau llamó aHume "noir y coquin" (negro y bribón).

En su respuesta a Rousseau, Hume exigió (imprudentemente) que éste identificara a suacusador y diera todos los detalles del complot. La contestación de Rousseau al primero de esos

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pedidos fue simple y potente: "Ese acusador, señor, es el único hombre en el mundo cuyotestimonio admitiría en su contra: usted mismo". Al segundo pedido respondió con unadenuncia de 63 largos párrafos que contenían los incidentes que daba como prueba del complot y la tortuosa forma en que Hume había conseguido llevarlo a cabo. Rousseau le envió esto porcorreo a su enemigo el 10 de julio de 1766. El documento era bastante descabellado peroestaba lleno de inspiradas burlas y sentimiento trágico (tenía el instinto del novelista). Entre las

acusaciones que a Hume más le costó responder estaba la afirmación de Rousseau de que,durante el viaje a Inglaterra, había oído a Hume murmurar entre sueños: "Je tiens J.J.Rousseau" (tengo a J.J. Rousseau), "cuatro aterradoras palabras".

Hume estaba estupefacto: no podía aspirar a igualar una prosa que, según dijo a un amigofrancés, tenía "muchos toques de genialidad y elocuencia". Revisó minuciosamente la denuncia,incidente por incidente, garabateando desesperadamente mentira, mentira, mentiraen elmargen, mientras leía. Estas notas fueron la base del Relato conciso.

Entre los numerosos cargos de Rousseau, se encontraba la equivocada interpretación de Humede una carta clave de Rousseau sobre una pensión real. Ese error involucró al rey Jorge III,sólo una de las muchas figuras destacadas que se vieron envueltas en la pelea; también

Diderot, D'Holbach, Smith, James Boswell, D'Alembert, Grimm, Walpole. Voltaire tampocoresistió la tentación de atacar a Rousseau. Una declaración de guerra entre Francia y GranBretaña, dijo Grimm, no habría hecho más ruido.

En las crónicas sobre lo que el Monthly Review denominó la "pelea entre estos dos aclamadosgenios", el apoyo a Hume distaba de ser generalizado. Se acusaba a Rousseau de falta degratitud, pero se aconsejaba "compasión hacia un hombre desgraciado, cuyo particular caráctery constitución mental -mucho nos tememos- lo hacen infeliz en toda situación". Las cartas delectores también defendían a Rousseau: tema recurrente fue la falta de hospitalidad y respetohacia el exiliado que avergonzaba a la nación británica. Este tratamiento equitativo no era loque Hume esperaba, ni fue la versión que le dio a Mme. de Boufflers: "A mí, me representancomo un granjero que lo acaricia y le ofrece avena, que él rechaza furioso; Voltaire yD'Alembert le pegan de atrás con un látigo; y Walpole le hace cuernos de papel maché. La ideano es del todo absurda".

En menos de un año, la relación entre Hume y Rousseau había pasado del amor a la burla, eltemor y la aversión. Retrospectivamente, parece improbable que llegaran a entenderse, en lopersonal o en lo intelectual. Hume era una mezcla de razón, duda y escepticismo. Rousseau erauna criatura de sentimiento, soledad, imaginación y certeza. Mientras que la visión de Hume erapoco arriesgada, moderada, Rousseau era por instinto rebelde; Hume era un optimista,Rousseau un pesimista. Hume era gregario, Rousseau, un solitario. Rousseau se deleitaba en laparadoja; Hume reverenciaba la claridad. El lenguaje de Rousseau era pirotécnico y emotivo; elde Hume, directo y desapasionado.

Para los biógrafos, la pelea con Rousseau es tema secundario entre las sorprendentes proezasde Hume. Pero su comportamiento es revelador. Su relación con Rousseau lo tuvo bajo presióny puso al descubierto al hombre. La lectura minuciosa de la correspondencia muestra que Humenunca quiso acompañar a Rousseau a Inglaterra (esperaba delegar esa tarea) y mientrashablaba de su amor por Rousseau, su primo John Home, el "Shakespeare escocés", habíanotado, a diez días de su llegada a Londres, su frustración "ante el filósofo que se permite serdominado por igual por su perro y su amante".

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 A espaldas de Rousseau, Hume llevó a cabo una obsesiva investigación de sus finanzas. Lepidió a varios contactos franceses que hicieran averiguaciones: es innegable que no quería lainformación para ayudar a Rousseau. El mismo deja en claro que estaba en juego la calidadmoral de Rousseau: ¿era un impostor que simulaba ser pobre? Pero el complot de Hume erainexistente, aunque Rousseau no estaba del todo equivocado cuando lo acusaba de traidor.Después de que Rousseau regresó a Francia, bajo la protección de Mme. de Boufflers, Hume le

sugirió a ésta y a otros que, por su propio bien, era mejor encerrar a Rousseau por loco.En París, como tutor del Duque de Buccleuch, en 1766, Adam Smith aconsejó mesura. Cuandorindió su póstumo tributo al amigo, Smith vio cuán susceptible era Hume, después de todo, a ladebilidad humana.

(c) The Guardian y Clarín

Traducción de Elisa Carnelli