Ibis Jose Maria Vargas Vila

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ICercando il bello...

El Arte es la expresin sencilla de lo bello. Lo bello es la materializacin del sueo; lo irreal hecho tangible; el Ideal tomando forma, en la armona del color, ya en la perfeccin de la lnea, ya en la euritmia lucidora y vibrante del estilo. Y es tambin del Ideal lo subjetivo y rtmico; lo que se adivina y se revela en el limbo de la visin; la evocacin del Silencio y del Ensueo; el soplo del Misterio: el Smbolo. En la encarnacin de Venus la divina en la desnudez casta y tumularia de la piedra, irguindose como un lis de belleza mgica flor del Placer, entre el humo del incienso, y el vuelo de idlicas palomas, en el misterio de su Altar, en Milos. Es campespes desnudada por Alejandro ante el pincel de Apeles, inmortalizada por el Genio, consagrada a la posteridad, as, desnuda como una perla, en la nobleza de sus lneas, en la sinfona de sus proporciones, en el himno triunfal de su belleza de holocausto. Son las beatitudes sagradas, el Extasis fecundo y triste de los predestinados de la Vida. Son los poemas inmortales del Lienzo, del Mrmol y del Verbo. Son las corzas fugitivas que en los vasos de Pergamo rompen el liquen sagrado en los campos de Asfodelos.

Son la Amadriada que respira rosas en el friso del Templo de Arthemis Leucophirme, y las vrgenes difuntas que inmortaliz el dolor en el mrmol policromo de sarcfagos fenicios. Y las intallas negras, como hechas por titanes cclopes, de donde emergen como de un sueo ancstral, cabezas extraas de Emperatrices diademadas; los tetradracmas arcaicos de Abder de Thrasea; los dijes monetiformes de orfebrera bizantina; las nforas ticas de Caer que parecen hechas por la lira divina de Theocrito; los vasos de Tharso; las estatuas diminutas de Myrena; los hipocefalos mgicos de Agnon,... Son la intensa vuloptuosidad de un cuadro de Albani y la infinita melancola, la misteriosa lontananza, la grandeza desolada de una marina de Backluissen. Sin los tonos glaucos y tristes de una llanura de Otoo, la floracin de sueos de cuadro Poussino. Son los cuerpos desmaterializados, los ojos de xtasis, las desnudeces grciles de las vrgenes videntes de Botticelli. Y la belleza teres, cuasi astral, de blancura de hostia y de azucena, de lineamientos mgicos, que esboza como un sueo de mrmol Donatello. Son las praderas bblicas, las doncellas nbiles, las vias sagradas de Mulet. Son un verso de Virgilio, una sinfona de Retoben un Poema de Mistral.

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Es todo eso que pasa por el alma, en onda de secretas vibraciones, como halito de bosques muy remotos, palabras de un idioma ya olvidado... Son las aves de Idalia tan lejana! ... Las aves del pas de la Belleza. El Arte en la antigedad pagana era urja religin: el culto de lo bello. Era un culto hosco y fantico. La belleza era Inmutable e impecable en las lneas severas de sus formas. Su rostro olmpico, sus msculos divinos, no se contraan al contacto de la vida. Ella, como el deseo de Baudelaire: odiaba el movimiento que desperfecciona las lneas, y no lloraba nunca, no rea jams... Era hija de dioses, y, como su madre la Divinidad, era impasible. Timanto, en el Sacrificio de Ifigenia, comprendiendo que la emocin del dolor desperfecciona los lineamientos del rostro, puso un velo sobre la cabeza de Agamenn. El Hrcules Sufriente, obra de un pintor desconocido, y el Philoctetes de Phitagoras de Leintium, representan el dolor en su expresin ms violenta, y, sin embargo, sus autores supieron velar con un tacto exquisito de Artistas, con una delicadeza infinita, para que lo violento, lo odioso del dolor, no apareciese en el fondo de sus cuadros. Timoniano, en su Ayax y en su meda, al avanzar en la tragedia, se detuvo en la linde del horror, y pint la Maga asesina, en la irresolucin precursora del crimen, no en la pavorosa ejecucin del crimen mismo; y ayax, vencido y triste, aparece, no en el furor de la locura, sino en el cansancio de ella, en una como lucides, soadora de la muerte.

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La Belleza era divina, y atacarla sacrilegio. La Justicia deslumbrada no se atreva condenarla... La desnudez radiantes de Frin, ceg sus jueces, y la balanza de Astrea se inclin al lado de la Belleza impecable. Oh, eran bien los hijos de aquella edad en que los dioses vagaban an sobre la tierra, y su sombra augusta protega la estatua sobre el zcalo sagrado! No se haba an escrito el verso blasfemador, Evangelio de estos tiempos de Tristeza y de espanto: Oh, Beaut, dur flau des ames, tu le veux! ... Y la Belleza pasaba como en un pasaje elseo, con luz de inmortalidad, en una visin de canforas impberes, de cortesanas de Efeso y de Eleusis en pplos rojos con bordados de oro, bajo el bosque de acantos de Corinto, la radiacin de las volutas jnicas, y la plstica policroma de la ciudad de Palas Atenea, en la vibracin difusa y opulenta de aquella luz nica, que aun hoy baa con un azul difano su poema de ruinas, y acaricia las osamentas de su grandeza, las faldas del Erectheion, el Partenon sagrado la explanada del Agora, las Propileas desiertas, la Colina de las Nymphas, y la tumba de Cimmon. Oh, Imperio de la Belleza! Cuando el judo profanador subi al Acrpolis, la barbarie te hiri en el corazn. Y, cuando el Galileo subi a su Cruz, el culto e la tristeza se extendi sobre la tierra. El Semita brbaro fund el Imperio del Dolor. Y t, hija de dioses, humanizada por piedad, huiste. dejando la tierra entregada al culto de la fealdad, a la adoracin del patbulo, de la angustia impudente, de la agona ttrica,

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de las carnes martirizadas, de los miembros contorsionados, del dolor hecho Musa, del Betlemita hecho dios. A veces, voces extraas pasan por el mundo, recordando en estrofas semipaganas, en lneas de una perfeccin tica, la edad remota de ese culto extinto, y remedando en la soledad de estos tiempos taciturnos el armonioso rumor del enjambre d Academus. Los hombres dormidos en la idolatra mstica no quieren orlos. Y la grande alma pagana, la Psiquis del Miste ro y del Ensueo arroja sus cantos a la Fatalidad, las flores de su corona al campo de los barbaron, y azota con las cuerdas de su lira, los cerdos de la Escritura, dormidos al pie del Arca Santa. *** Lo sublime es lo bello extraordinario. Es la tensin dolorosa del nimo; el vuelo vertiginoso hacia la cima; la ascensin hacia el Misterio; la aproximacin a lo desconocido; el estremecimiento pavoroso y sagrado al contacto del ala divina que se agita en la sombra. La sublimidad rompe la impasibilidad del mrmol, yergue el cuello, hincha el trax, abre los labios de piedra, y lanza el grito espantable por la boca de Laocoon. La poesa del dolor arroj el soplo de la vida sobre la piedra inerte. Lo sublime cre lo bello del horror. Y los titanes del verbo hicieron la encarnacin formidable.

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Y el dolor apareci desnudo y ttrico, como un gran monte baado de crepsculos. Y el grito de su angustia llen el mundo El sollozo de Priamo, el grito de Hecuba, llenan todo Homero, Helena, la blanca Tyndarida, ilumina el incendio, y pasa en la tragedia con la luz tenue de un ray de luna sobre la ceniza humeante de un monte en roza. Prometeo grita, blasfema, se retuerce en su dolor, y las blancas ocenicas vienen a l, y lo circundan romo una lluvia de narcisos perfumados, como una bandada de mariposas, que nimban en torno suyo el lgubre pen. Las Furias aparecen temibles en todo Esquilo. En orestes silban como sierpes. En las Plaideras dan miedo. En toda la Triloga son horribles. En Sfocles, Edipo se arranca los ojos y Hrcules grita con acentos que hacen temblar el monte Eubeo y las selvas de la Locrida. Philoctetes conmueve las ondas del mar con sus lamentos. En Shekespeare, las selvas andan, los espectros hablan, las sortilejas recuerdan las medusas de Altheum. En Hugo, de una pluma de Satn nace el Perdn. Homero no fue un artista, no le fue Esquilo, Shekespeare no lo fue: tampoco Hugo. Eran genios. La simplicidad homrica, el horror esquiliano, estn fuera de la Esttica. Shekespeare fue acusado de deforme; Hugo de excesivo.

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Estaban fuera del arte: eran sublimes. *** Hay los cclopes y los orfebres; la generacin de Polifermo y la de Benvenuto; el martillo de Encelado y el cincel de Diosdocoro: el Etna y el Taller. A veces, un cclope trabaja un dije. Y se dan libros de pensadores, laborados por mentes de artistas, especies de relicarios, labrados por un Titn, para regalo de una Abadesa noble, de un Convento florentino, en tiempos de Lorenzo el Magnifico. Hay el grito de Ayax en la sombra silenciosa: la formidable. Hay la serenata de Schubert, en la noche misteriosa: lo admirable. El Dolor y el Amor. Toda la Vida. IICercando il vero...

Este no es un libro de Arte: es un libro de Pasin. No es un libro de Belleza: es un libro de Dolor. El alma de un libro es la sinceridad. Este es un libro sincero. La verdad es cauterio y es cicuta. La Vida es fango y es lagrimas. Mi libro es libro de Verdad y de Vida. Yo s de los corazones quemados por ese hierro, y s de los labios ardidos por ese tsigo. Yo s del lodo ungido por las plantas de los peregrinos inconsolables del Ideal; y s de los ojos cegados por las lgrimas inagotables del Mal.

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Y ese espanto de la Vida ha quedado impreso en mis libros, como el espanto del Dolor en el lienzo de la mujer piadosa, que sali al encuentro del Martirio en la Colina Sagrada. *** Libro soberbio! Libro desolado! Libro triste! Su soberbia no pide ser imitada. Su tristeza no quiere ser consolada. Su inmensa desolacin no teme ser superada. Arido como el desierto, amargo como la raz del lignoloe, spero como la hoja del cactus. As es l. *** Libro de anlisis: libro estril para el Ensueo. No hay en l un solo rincn de sombra a donde abra el sentimiento su plida floracin. Ardoroso y estril como un mdano. La misma luz es inclemente en l. Una acuarela siria. Perspectivas de desierto, rojas y fulgentes; tierras, abrasadoras, calcinadas, soledad incendiada; sol de fuego; siluetas de leones nostlgicos; vuelo de buitres carniceros. Todo alto, todo ardiente, todo triste... *** Libro de afirmaciones, no de emociones.

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El amor aparece en l como es siempre en la vida: fatal e irredimible. La Mujer cruza por la intemperie de esas pginas como pasa siempre por la existencia de los hombres: inconsciente y trgica. Flor de Lascivia y Desventura. El alma solloza en este libro desafa con su sinceridad los pudores coligados. Se presenta a ellos desnuda, profunda y formidable, como el Mar. Comprender es igualar. Y el dolor que aqu aparece va hacia las almas capaces de comprenderlo. *** Amargo, como vida, desolado como el espanto, hosco como la lucha surge este libro. Libro blasfemo, libro maldito, libro impo. As lo dirn. No me inquieto. Mis libros pertenecen, como yo, a la proscripcin. Son flores de batalla y de derrota. Ignoran el sol del triunfo. Se han abierto en plena noche, en su tristeza opulenta, en espera de la aurora... La gloria del presente no me tienta. La popularidad es una flor de estercolero que mis manos de escritor no se bajan a tocar. Tengo el alma demasiado altiva para ensayar cualquiera forma de la adulacin.

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Mi orgullo no sabe corromper al lector con la lisonja. As va mi libro, soberbio y solo, hacia el lugar del combate. No temo ese pas del Odio. Yo he recorrido con mis libros esas llanuras ilimitadas, inclementes, donde bajo la luz borrosa de un sol de Envidia, se extiende al desierto, constlado de extraas flores trgicas y hostiles... *** Hoy, que, como dice Wyzewa, no son ya poemas de Amor, sino ensayos sobre Visen, lo que canta el corazn de los adolescentes, hay que escribir libros de conciencia y de agresin, de energa y de lucha, como un regalo salvador para estas generaciones dbiles y voluptuosas, indiferentes a la libertad, pasivas y pueriles, obsesionadas por la Fe, vencidas por el Amor, humilladas por la Vida. Yo s que esas obras no tienen sino un pblico exquisito y escaso en Amrica. Pblico de psiclogos, de Artistas, de escritores, de poetas. La gran masa queda indiferente. Y permanecen hostiles a ellas los que no quieren comprenderlas. Esa excepcin constituye excelsitud. Hay que poner entre esos libros y el xito el medio siglo que Stendhal puso entre los suyos y su gloria: toda una etapa de la civilizacin. Hay que dedicar como Esquilo su obra al: Tiempo. Es el gran reparador. *** Tengamos F.

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Maana, cuando esta onda de necedad piadosa, que sube la horizonte con el sordo rumor de una marea, haya bajado. Cuando la mediocridad triunfante, que en avalancha tumultuosa inunda el campo de la letras, haya vuelto a su centro natural de tristeza y de olvido, esos libros se alzaran como unos de los pocos, los nicos, acaso, que representaron un estado de alma en esta poca turbada, llena de las altas angustias del Destino; que lanzaron un grito viril en este silencio ignominioso, en la conflagracin del Miedo y de la Envidia; como especimenes de Arte puro y fuerte en esta poca de eclipse, en que una coroplastia brbara supli al sagrado esplendor de la estatuaria antigua. Y, entonces, de estos libros se escapar el alma de una poca, como el perfume, de una nfora hallada bajo el prtico de un Templo. Y el espritu de una generacin y de una escuela se alzarn de ellos, como la esencia del sicomoro de un sarcfago egipcio, con el gesto severo y mutilado de una estatua sacada de las ruinas. Y las almas que han gritado en esos libros ms alto que la bajeza ignominiosa de su tiempo, que han clamado en el desastre pavoroso, en la irremediable decadencia de su poca, surgirn del fondo de esos libros, como lises albos del fondo de un vaso de basalto, perfumadas y luminosas, eternamente jvenes, en su tristeza indmita, admiradas y grandes, cuando ya no quede ni el recuerdo de esta cabalgata del Orgullo, de esta gran parada de la mediocridad triunfal a que asistirnos. En tanto, si el odio amenaza los grandes libros. como el guila a Ganmedes en el cuadro de Rembrand, dejmoslo aletear en el vaco. Su sombra no da la muerte. El odio es una consagracin. Recibmosla. La bruma se posa sobre las altas cimas.

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Las individualidades poderosas, como las grandes ideas, permanecen as, ocultas a su tiempo por la perpetua tempestad que las rodea, misteriosas tronantes, como una montaa incendiada; perdidas en la niebla, como la lnea majestuosa de un continente lejano. *** Ve, libro mo. Ve, lucha la batalla de tu Ideal. Tu no encantars a los amadores del Ensueo y del Amor. No aumentars el Exodo de las almas sensibles al Pas de la Quimera. No eres hecho para la adolescencia soadora. Son los vencidos del Amor, los dolorosos de la Vida, los que han de leerte. Ojos bellos no se posarn en ti. No eres libro de adoracin ni de mentira. En ti no hay himnos. Las deidades no han de amarte. Eres templo sin dioses y sin cultos. Tu soledad austera no cautiva. No eres bello como una acuarela sugestiva: eres grave como una agua fuerte, de Docoriowtz. No eres hecho para la adolescencia soadora, un drama. No sers amado de almas amantes. Las pocas frases de Amor que en ti murmuran, se ocultan melanclicas, con la palidez de las rosas blancas que temen fro... *** Vete, libro mo. Hay spides en el desierto: no los temas. No temas a Livor, la Furia triste. La Verdad es serena, como el mrmol.

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La lengua de la sierpe no es cincel: lame, no talla. Su mordedura es caricia para el mrmol formidable. Ve, libro mo, cumple tu Destino. Cada libro, como cada alma, tiene el suyo. Habeatn sua lata libelli. Roma...1900 Vargas Vila

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PRIMERA PARTELe desir dlicieux triomphe dans les yeux brillants de la femme et il lemporte sur la Mort. Sophocle-Antigone

Teme al amor como a la Muerte. El es la Muerte misma. Por l nacemos y por l morimos. Seamos fuertes para vivir sin l! El Amor es Alfa y Omega: Principio y Fin de la existencia. Es la Maldicin. Es Eva y Jetzabel, Judit y Dalila, Raad y Magdalena. Es seduccin en el Paraso; destruccin bajo la Tienda; mutilacin en el lecho; delacin en la muralla; tentacin al pie mismo de la Cruz. Es la paloma de Ascaln, que vuela de Siria al Eufrates, para arrebatar a Nino el trono y la vida en el calor de un beso. Ama el Placer. No ames al Amor. Ama a la Mujer, diosa de carne. Amala por su carne solamente. Ella es la Sara de Tobias, habitada de los siete espritus, engendrados por el Deseo. Virgen fatal! Satisfcelos! Es el Artarot de Siria; el sueo de la generacin siempre en vela. La sangre roja de Adonis circula por sus venas, como en la primavera de Biblos. Vendimia del Placer! Busca su vid.

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Es Anaitis, Attis, de Lidia y Friga: el podero de la carne. Arbol castigado! Arbol de Myrra y Lith! Busca su sombra. Es Maa, la de los senos prvidos; Cibeles, la fecunda productora. Es surco del Amor. Siembra tu grano. Es Derceto, la diosa pez, henchida del dios Deseo. Un soplo sirio, mrbido, otoal, se escapa de sus labios. Es la tempestad de la pasin. Plgate al ardor de ese viento libico. Es la ardiente sulamita del Cantar de los Cantares, obscura como la noche, ms terrible que el arma en la batalla. Toca sus pechos erectos, bebe en su boca el vino del Amor y abandona su lecho en la vendimia, antes que llegue a l el olor de la mandrgora. Es MIR Milita, (Venus Amor), los leones hambrientos de Cibeles rugen en ella. Aplcalos! Es la hembra a horcajadas sobre Aristteles; la magia de los siete espritus grita en su vientre. Ponla en tierra y dmala! Humilladora de la sabidura. Humllala! La mujer es ms amarga que la muerte, dice Salomn. Prueba su cicuta y rompe el vaso. No morirs de su hechizo. El vaso roto pierde el poder del encanto, decan los sacerdotes de la cbala, los Magos Polteros de Oriente. Ama a la Mujer. No ames el Amor. El amor es el vrtigo, es le aliento malsano de la serpiente bblica. Es la locura y el Ensueo, la desesperacin y la Muerte.

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El lenguaje antiguo, quien dice Amor, dice: Vencido, clama Vico. El Amor, en la Historia, se llama: Actium. El hombre da su vida por el Amor, y cree no haber dado nada, dice el libro hebreo. Y exclama luego: El Amor es Fuerte como la Muerte. Teme al Amor! Pon la sabidura, como un sello sobre tu corazn! El Amor es el Jabal que mutil a Adonis. El Amor es Isis y Baaltis. El Amor es la cuchilla de Moloch y el abismo de Astartea. Es el Minutauro insaciable. Huye de l! Refugiate en el Cinozargo de Hrcules: es la Fuerza. Busca a Palas Atenea: es la luz. Satisface los leones del deseo. Cuando rujan en ti, apresrate a darle carnes fresca y roja sangre, oblacin de juventud, hostias de carne. Alimntalos de cuerpos como lirios, de sangre juvenil, color de prpura. Sacrificales, y sacrificate. No dejes inconsolables sus fauces bostezadoras. A la paloma del Amor corta las alas. No las dejes volar en tu corazn. Su vuelo letrgico da el Ensueo. El Ensueo mata. Arroja las palomas de Citerea al Ave de Minerva que las devore. No ames!No ames! El Amor es la debilidad irredimible.

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Lo que hay de dbil en el hombre le viene de que es hijo del Amor. Bendita sea la cpula carnal! Ama el Amor de los sentidos. Huye del amor del sentimiento. S sensual. No seas sentimental. Mutila tu corazn. No ames nunca a una mujer. Esa ser tu perdicin. El Amor es una Esclavitud. Toda la libertad perece en l. Ama a las mujeres. No ames a la Mujer. La Mujer es la fuente del Mal y del Dolor. La mujer lleva en el vientre la Tragedia. Inocente y fatal, hay en ella algo irredimido, que lo hace llevar la catstrofe a la vida y al Amor! Por el placer la mujer es una esclava. S su seor. Por el Amor la mujer es una reina. No seas su esclavo. El hombre que ama es un conquistador vencido por su conquista. Goza a la mujer. No la ames nunca! S solo. Si eres solo sers todo tuyo, dijo Vinci. El hombre solo es el hombre libre, dijo Visen. El hombre que no es libre no es el hombre. S libre. S hombre. ***

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Cuando Teodoro acab de leer estas pginas, una sonrisa complaciente asom a sus labios y pens en su distante amigo. El rebelde formidable se apareci a su mente con el triple prestigio del cario, de la superioridad y de la lejana. Haba, entre l y aquel pensador ausente a quien llamaba Maestro, un lazo ms fuerte y ms puro que el amor: una amistad respetuosa y vehemente, nacida de una admiracin apasionada por aquel ser fulgente y temido, por aquel carcter alto y hosco, por aquella naturaleza de excepcin, por aquel paladn, a quien todos vean a travs de la nube roja del combate, como en un Sina amenazante, mientras a l le haba sido dado admirarlo en la serena transfiguracin de la intimidad, duro, es verdad, pero para el mal; y por lo dems, severo y grave, meditabundo y fuerte. Mrtir o Demonio! El libelista terrible aparecido as, a su admiracin de nio, entre los resplandores de la lucha, insultado, abandonado por todos; calumniado y soberbio; haciendo retroceder a sus contrarios con la sonora vibracin de sus apstrofes violentos; deslumbrndolos con el centelleo de sus frases formidables; azotndolos con sus sarcasmos asesinos; imponindole el respeto de su carcter con la fuerza de su pluma; sellndoles en los labios de la palabra vil, con la punta de su espada; haciendo retroceder como centinela de su honor... As, llevado por la tempestad, envuelto en el torbellino de la polmica, cegado por los

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propios resplandores de su elocuencia, por la nube de su pasin, como los legionarios de Pablo Emilio por el polvo de Cannes, y no sintiendo, como los de Trasimena, si la tierra temblaba bajo sus plantas... Su pluma como la lanza de Argail no dejaba nada en pie. Dioses y hombres, todos sentan su choque formidable. Su acento tena del Profeta y del Poeta. Como Ezequiel, apostrofaba las multitudes, queriendo infundir soplo de vida sobre las osamentas de esos pueblos, diezmados por el hierro de las guerras, devorados por los leones salvajes del despotismo, rodos en la noche de su ignorancia, por los sucios chacales de la religiosidad y de la Fe. Relataba a los poderosos, y pareca que todos los alientos del desierto, todos los huracanes de la selva, todas las tempestades del Africa, aletearan en sus apstrofes soberbios. Descenda hasta la conmiseracin, y entonces, en la amargura altiva de su frase, pareca que un soplo jonio pasara entre las cuerdas de su lira. Sus palabras, como las palomas de Tebas, se hacan blancas y negras, segn las inspiraran el Odio o el amor. Y, como las de Dodona y Amn eran orculos para pueblos oprimidos. Fulminaba sobre los opresores de los hombres. Se encaraba con ellos... Y, por momentos, no se oa ms que el dilogo sombro entre los tiranos y l, en el silencio asombrado de la conciencia pblica...

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Y, entre el crepsculo rojizo, sobre el muro negro, se vea su mano plida trazar la sentencia formidable: Mane, Thecel, Phares. El extremo de su fusta caa tambin sobre las espaldas cortesanas: las azotaba con violencia. Los cortesanos, deca l, entran al corazn de su amo para devorarlo, como el Icneumon, que come el corazn del cocodrilo, entrndole por las fauces, despus de haber acariciado la lengua del Saurio voluptuoso. Y son ms temibles que el monstruo mismo. Aquilao pudo matar a Pompeyo sin vencerlo. Siniestro poder de un cortesano! El tirano sombra es peor que el tirano cuerpo! El spid mata al len. En el cortesano hay del verdugo, del delator y del esclavo. Y hay tambin del eunuco: el odio al mrito. Eutropio es el tipo clsico de la especie. Ese mutilado ha engendrado una raza inacabable. Triste secreto de la generacin prodigiosa de las larvas! Los cortesanos viven en el poder como las ratas en la cabeza del dios del Serapeum. Al primer golpe de hacha huyen despavoridos. Y l golpeaba el rostro del Idolo. Hay hombres, que escapan por el ridculo, de la pena de la infamia, que son en la Historia no una sombra, sino una mueca. Cabezas trgicas de histriones! El verdugo las escupe, no las corta. La muerte no es pena de bufones. Polichinela se azota, no se mata.

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As trataba l las majestades selvticas, la obscura legin de dspotas tropicales, que pasan por la Historia el tiempo no ms de deshonrarla, y se pierden en el crepsculo trgico, se esfuman en la sombra, proyectando en el lvido horizonte sus siluetas grotescas de monos sanguinarios. La Justicia engrandece ms al que la tribuna que al que las recibe. Honrar honra. El honraba el Genio y el Carcter. La verdad a medias es una forma del engao; como la libertad a medias es una forma de despotismo. El deca la verdad, toda la verdad, y peda la libertad, toda la libertad. Se le deca visionario y violento. Su polmica era un combate. Aleteaba en ella como un cndor furioso. Su espritu flameaba como una antorcha avivada por un soplo de huracn. Su prosa semejaba una selva en fuego. Las ideas no escapaban como guilas sorprendidas por la llama, y brotaba de sus frases algo como el perfume de un bosque de laureles incendiado, cual si deshojasen en el aire rosas plidas de Otoo. Lo llamaban por esto apasionado. El tena el derecho de despreciar, como sus contrarios el de preferir, otro gnero de polmica. Vea en el fondo de los acontecimientos, exploraba las revoluciones, y las anunciaba en el clarn de acero de su prosa. La stira, que es el genio de los que no tienen ninguno, burlaba su proftica brillante. No la entenda.

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Solo el guila ve venir la tempestad, y sigue con ojo inmvil la carrera silenciosa de las nubes. La Independencia asla; la Verdad contrara; el Valor espanta. Todo hombre independiente, sincero y valeroso, tiene contra l la liga de los serviles de los impostores y de los cobardes, que son los ms. El la tena, y no la tema. La confianza es el valor del espritu. El confiaba en su estrella. Iba adelante, como un iluminado, como un vidente. Las multitudes se apartaban a su paso. Ese iconoclasta llevaba el anatema de los dioses. Ese rebelde llevaba la maldicin del Amo. Le abran paso, y cerraban despus sus ondas de carne, y vociferaban contra l. No las culpaba. Las multitudes quedan siempre esclavas, porque tienen necesidad de tender sus puos a la cadena. Nunca tendrn en el corazn el sentimiento de la libertad. No os dejis engaar por sus vociferaciones. Siempre ejecutarn el mandato del Csar. Siempre irn al encuentro de Jess para escupirlo. La visin de la multitud es la ltima tristeza de los mrtires. Y el principio de su expiacin. El tena el alma demasiado fuerte para entristecerse. Nada le haca retroceder en su sueo luminoso. Y pasaba as, erguido y soberbio, retador y augusto, entre los sicarios y la chusma, en la tempestad de Odio, arrullado por el himno triunfal de la batalla.

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*** El adolescente enclaustrado haba odo aquel nombre vibrador, volando as, en las alas del escndalo, y pronunciando entre los anatemas piadosos de su madre, que lo condenaba en nombre de la Religin, y las sentencias pomposas de su padre, que lo condenaba en nombre de la Moral. Aquella celebridad tumultaria lo atraa con el encanto de algo demonaco. De su colegio estaba proscrito ese escritor, que asustaba las conciencias opacas y culpables de los viejos pedagogos. Pero haba entre los estudiantes, admiradores y partidarios de ese hombre, a quienes un amor ciego a la verdad, el valor ingnito de su edad y de su raza, llevaban a rodear ese indignado, ese rebelde, y a tributarle una especie de culto fantico y ruidoso. Y ellos lo iniciaron en las bellezas de aquel estilo luminoso y cortante, que tena del acero y de la llama; en el encanto de esa frase fulguradora y vibrante, llena de una seduccin extraa, que haca la desesperacin de los mediocres y era el pasto de crticos rumiantes; en esa originalidad atrevida, que era el sello de su estilo y la rabia de los grafmanos profesionales. Y ansi conocer personalmente al hombre. Corran tantas versiones sobre l! La fbula se haba apoderado de su nombre en la cuna de su celebridad y como los gitanos a Gwinplain, lo haba deformado a su antojo.

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El odio religioso mutilaba aquella figura egregia, y la exhiba as, profanada y deforme, a los ojos de la multitud, para que la escupiera. La calumnia no haba respetado nada en la vida de aquel hombre. Pero el mrmol desafiaba el veneno de las sierpes. La baba corra por sobre l sin ultrajar su alba impermeabilidad. Los rayos de su genio secaban la saliva del spid. Y el mrmol se alzaba intacto bajo el sacrilegio de la vbora. Se contaban cosas siniestras de su adolescencia tumultuosa, del despuntar de su juventud terrible. La credulidad acoga esos rumores, porque el vulgo es malo y ruin. Tiene el odio instintivo de todas las grandezas. El hombre es natural e inconsolablemente perverso, y la bellota de la calumnia, ms que el fruto de la verdad, gusta a sus apetitos de bestia. El gruido de piara de su aldea acreca aquel aullido de fieras. Nacido en un lugar semisalvaje, fantico, estulto, haba sentido al surgir, el hlito del odio parroquial. La nidada de cuervos no se perdonaba haber empollado una guila, y la picoteaba ferozmente. La Parroquia es la tumba de los talentos a quienes no acompaa un gran carcter. La Parroquia no se conquista, se desprecia. Se le corta el odio con la cabeza, o se le hace la limosna de Olvido.

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De la parroquia se sale en asno y se vuelve en mrmol. Eso lo sabia l bien, y tema esa ltima mancilla de su gloria. El haba amado a su pueblo, y casi nio haba ido como un nuevo David al encuentro de Goliath. Y haba rodado al suelo, abrazado al fantasma del honor. Haba credo en la virtud de su aldea, y como un cruzado adolescente haba ido a su defensa... Todas las liviandades, todas las hipocresas, todas las corrupciones heridas se aunaron contra l. Y lapidado fue el Apstol. Superior a su edad, a su medio y a su poca, el supremo desdn que ya germinaba en su alma y haba de ser la fuerza de su vida, se le apareci entonces, le subi al corazn y a los labios, y sin perdonar porque su alma grande no tuvo nunca esa debilidad alta la frente inmutable, que nada hara inclinar ya, atalaya desafiadora del insulto, inaccesible a la onda plida del miedo, volvi la espalda a su parroquia hostil, y principi su marcha triunfal a travs de los pueblos, dejando atrs esa primera hoguera de odio, que proyectaba con luz crdena su silueta, hecha para prolongarse, inmensamente en los vastos horizontes de la Historia... Los gritos de su pueblo lo persiguieron hasta ms all de la lnea visual del horizonte. Y, como un ruido de los monos de la selva, se fue extinguiendo gradualmente, hasta morir del todo en las fronteras del mundo culto. All, en una gran ciudad, plant su tienda. Su talento genial se impuso. El exotismo de su personalidad, las rarezas de su carcter, su desenfado altanero, su franqueza ruda, le crearon enemigos. Hospes Hostis.

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Castig a unos. Us con otros la magnimidad de su desdn. La piedad debe ser inagotable, como las arenas del Pactolo, cuando el contrario es tan vil que la reclama, o tan pequeo que la merece. La forma, aristocrtica del desprecio es el perdn. El odio intenta cuando le permite el desdn. El no le permita nada. No castigar el insulto es sancionar la dictadura del Escndalo. El castigo siempre. Quin no ha contestado alguna vez el insulto miserable? Insanavimus omnes. Todos hemos pagado tributo a esa locura. El miedo no es argumento. Tiembla, no objeta. El no toc jams a los que temblaban. Era generoso, porque era fuerte. En ocasiones, su desprecio era ms grande que su clera, y callaba... El silencio de los fuertes es ms insultante que su apstrofe. Rea a veces, la risa es arma formidable. El grito hiere. La carcajada mata. Su caracterstica era el desdn, el lgubre desdn de Manfredo en las nieves del Jungfrau. Su inteligencia le cre envidiosos. Agradeci a esas almas viles la dulce fruicin que le causaban. Por ellas supo que era grande. Tuvo tambin crticos. Pjaros tristes del desierto bajaron a buscar parsitos en la melena hirsuta del len, y se hartaron de adverbios y vocablos raros, de giros extraos, cazados ac y all en sus artculos tempestuosos. Esos golpes de alfiler en las guedejas, no perturbaban su desdeosa cama olmpica.

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El hombre de genio no se da la pena de violar las leyes ficticias de lenguaje. Las olvida: eso es todo. Los gramticos hirsutos tenan el don de divertirlo. La aparicin de esos eunucos, guardadores del serrallo lxico, le inspiraba el placer de exasperarlos. Los crea malos y ruines, y se explicaba su clera, porque saba que la impotencia es hostil, como la esterilidad; tena por ellos un desprecio compasivo, y les dejaba ser testigos de sus licencias gramaticales, como el sultn no se cuida de los ojos del eunuco en sus licencias carnales. Y gozaba en violar la lengua madre en su presencia. No aplac nunca el Odio. No desarm jams la Envidia. Los tena siempre en vela, montando la guardia de Honor de su talento. All estaban para anunciar en sus clarines la aparicin suya al pblico. Eran los heraldos de su fama. Acre e inflexible profesor de libertad, como dira Juvenal, no se preocup jams de lo que se dijo contra l. Lo ignor siempre. Las almas muy altas ignoran el dialecto de los viles. Y no piden la traduccin de la infamia. Las guilas ignoran lo que el pantano dice. La lealtad de sus convicciones, el calor tan honrado de sus luchas, su valor indomable, el lado generoso y pico de su vida, le atrajeron nobles e innmeros amigos. Los am bien, los defendi siempre, no los traicion jams. Su amistad era un Paladium, y gozaba del derecho de asilo, como los templos antiguos. Sus enemigos mismos se inclinaban ante aquel sentimiento que en l iba al herosmo. Fue en ese perodo fulgurante de las luchas que Teodoro anhel conocerlo.

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Y con una mezcla de admiracin, de respeto y de temor, lleg hasta l. Y el Maestro se le apareci tal como era, en el fondo de su sinceridad deslumbradora. Espritu de Justicia y de Verdad; amable con los dbiles, hosco con los fuertes. Un luchador sin ilusiones en la lucha. Un sembrador de ideales, ante el cual no se tenda esta palabra inconmensurable: Esperanza... Un demcrata, que serva a la democracia sin amarla, convencido de que ella es madre cariosa de las medianas, y madrastra de las almas superiores; que es terreno apropiado para las plantas rastreras, en donde todo crecimiento, hasta el del arbusto, sufre la cuchilla igualitaria de Tarquino, que en ella, alzar la cabeza por sobre la multitud es arriesgar que se la rompan o se la corten; que ella castiga como en la fbula griega, todo lo que tiene alas, o lo condena a la petrificacin, como las naves ligeras de los poemas homricos. Alma heroica y trgica. Amaba la libertad con Amor rudo y salvaje: al pueblo con una conmiseracin infinita que iba hasta la piedad y el sacrificio. Defenda las multitudes sin mezclarse a ellas: les daba su inteligencia y no su corazn. Les arrojaba su talento como una ddiva, y habra dado su vida en holocausto con el mismo aristocrtico desdn, con que reparta el pan de su palabra evanglica a muchedumbres vidas de su sangre, y lidiaba el combate diario, asaltado por la jaura negra, como un len acosado por chacales.

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El sacrificio era una vocacin de su alma inquieta y brava, de su raza borrascosa y rpida como un vuelo de relmpagos. Tres siglos antes, habra sido un cruzado heroico, muerto sobre el campo, cado contra la muralla, al golpe de la lanza sarracena, tendidas las manos al sepulcro de su dios. Haba nacido armado caballero para las grandes luchas de la vida. Si la fe no se hubiera extinguido en su alma, habra sido acaso un misionero ardoroso, errante de clima en clima, sembrador de la palabra divina, ansioso del martirio, buscndolo y pereciendo en l, en arrobo mstico, los brazos tendidos al cielo lejano, y los labios al beso invisible de lo eterno. En una nacin conquistadora y heroica habra sido un hroe, llevador del nombre de su patria sobre la punta roja de su espada ms all de los lindes del desierto; un soador de la visin de prpuras sangrientas; un paladn de gloria nacional, llevando su bandera hasta plantarla vencedora indiscutida, o caer envuelto en sus pliegues desgarrados, de cara al sol, teniendo el aire del desierto por el ltimo beso de la vida y la soledad por nico testigo de su muerte... Haba nacido en un pas y en una poca pequeos, sin brillo y sin virtudes, y superior a ellos, era un soador incomprendido, un revolucionario odiado, un perseguido que iba de clima en clima con el ruido de sus luchas, el brillo de su nombre, la majestad de sus tristezas y el bagaje de sus sueos, con el dolor incurable de la vida, con su alma atormentada e inquieta, vagando como una guila herida, que aletea sobre la monotona de una llanura de zarzas y de arbustos, sin el refugio de un

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rbol, una cima, solitaria en el espacio inclemente, llevando en la pupila salvaje la visin de cumbres muy remotas, en la mente el fulgor de sus sueos de dominio y de soberbia, en las garras las crispaturas del coraje, y en los miembros todos, esa fuerza prodigiosa que cambia los horizontes con solo un golpe de ala. Era soberbio, desdeoso y triste. Eso lo aislaba. El aislamiento es el terreno seorial de las almas superiores. La Gloria vive en esa cima como los sueos. Y es en esas soledades donde el pensamiento abre sus grandes flores mgicas. El silencio es como el lotus, genitor de quimeras encantadas. La sabidura es flor de aislamiento y de tristeza. Hombre aislado es hombre fuerte. Era un solitario. Ni al Poder ni a la Multitud se acerc nunca. Hua de la Autoridad y la Popularidad, ambas envilecen. La autoridad es como el sol, de cerca quema y de lejos ilumina. Esquivaba el calor y el brillo de ese astro. Aspir siempre a esa forma aristocrtica y exquisita de la gloria, que se llama: la Impopularidad. La popularidad es la seal de la vulgaridad. Nada en su estilo ni en su persona tenda a hacerlo popular. Dejaba a los escritores mediocres el goce de esa gloriole de callejuela. La modestia es el talento de las nulidades, y la nulidad de los talentos. No us nunca esa forma tolerada del Orgullo. Ostent siempre aparatosa y grande su soberbia no domada. Tener el valor de sus virtudes es un negocio. Tener el valor de sus defectos es el valor. El lo tena.

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No cortej nunca el criterio pblico, por eso no se extravi jams. La Opinin Pblica principiaba y acababa en l. La Sancin social, esa meretriz cnica, cortesana del Exito, querida del ms audaz, no lo sedujo. Prefera, como Carlyle, el poema vivido al poema escrito. Y haba hecho de su vida un drama: el drama del sacrificio a las multitudes y al Ideal. El mrmol numdico no tena ms albura y solidez que aquel carcter. Querer, querer hasta lo imposible, era su frase de combate. Lo inaccesible est ms all de lo posible. Esa ltima cima es la conquista de las almas indomadas. Y es la nostalgia de las guilas bravas. Hacia ella tienden las alas hipnotizadas por el fulgor de la Cumbre. Usaba como divisa un Fenicptero con las alas abiertas en un campo de tinieblas, y este exergo latino: Sic itur ad astra. Las viscosidades silenciosas del Odio se extendan en torno suyo, para apagar las ondas sonoras de su fama. Su grito de guila, que vibraba ms alto que el espanto, ms alto que el dolor, rompa el silencio, y poblaba la soledad hostil, con sus rumores. El orgullo de la vida acorazaba su corazn. Y pasaba as, soberbio y solo, sin aplausos y sin afectos, sin sectarios y sin iguales, en la visin luminosa de sus sueos, con el enjambre de sus quimeras, con el squito de sus ideas, como un cndor misterioso, vagando entre las nubes rojas del crepsculo. As lo conoci.

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Intim luego con l, y entr en los secretos de aquella alma de artista, en cuyo fondo viva un poeta mutilado, a quien el fuego del combate haba quemado las alas, y la realidad de la vida haba enfermado del disgusto de vivir. El Maestro se inclin sobre aquella alma adolescente y la despert a la vida intelectual. Desde entonces, el ms puro de los carios, la ms noble de las admiraciones, lo poseyeron. Tendi hacia el Maestro las alas, como una mariposa fascinada por la luz, sufri el deslumbramiento de aquella inteligencia flgida; sinti imprimirse en su alma el sello de aquella ame dlite; model su pensamiento en el pensamiento de ella; y la am con el ms fuerte y puro sentimiento: el de la admiracin intelectual. El Amor es vil, porque tiene de la carne. Solo la amistad es fuerte porque es pura. Vive del alma. La verdadera amistad es ms rara que el verdadero Amor, ha dicho La Rochefoucauld. Y el verdadero Amor no existe... Unido al Maestro por esa admiracin cariosa, fanatizado por esa palabra que haca el hipnotismo de las multitudes; conociendo de cerca aquella alma, que se le haca tanto ms pura cuanto ms negra se la haba esbozado la maledicencia; encontrando como en extraa floracin submarina, un mundo de virtudes ocultas, all donde le haban hecho creer en un nidal de spides y monstruos, virtudes que aquella conciencia alta y hosca desdeaba mostrar a un mundo al cual despreciaba sinceramente, se adhiri a l con una fidelidad que recordaba la de los discpulos de filsofos antiguos, y lo haba seguido en su vida agitada y pura, tormentosa y radiante.

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As, como una guila fascinada por el sol. Una tristeza infinita, como la sombra glacial de un da hiperbreo, caa sobre el corazn de Teodoro. Y los recuerdos venan a su mente, perfumados y tristes, como si rosas de Trezizonda abrieran cerca de l sus clices dolientes. Y en silenciosa avalancha, en ondas negras, sus recientes dolores le cubran el corazn llenndole de lgrimas los ojos. Y la ola creciente de la vida suba hasta l, amenazante y fra, con el ronco rumor de una marea de Equinoccio. Y en la soledad de su desastre, la imagen de su Maestro se alzaba, como la del Cristo sobre las olas, en actitud salvadora, y avanzaba hacia l, en la corriente misteriosa del recuerdo... Y le pareca verlo an, de pie, entre la bruma plida de esa maana invernal, all en el lejano puerto europeo, cuando ante el mar inclemente le estrech las manos para decirle: Adis! ... Y le pareca or an el rumor de aquella palabra cautivadora, tan cariosa y tan tierna, tan llena de recuerdos para l. Y crea escuchar an el Evangelio de la vida, dicho por aquella alma tan alta, inaccesible a las pasiones ordinarias de la existencia, tan augusta, en su soledad, tan grande en su aislamiento. Y a travs de la distancia la sugestin del Maestro querido se senta ms fuerte, ms dominadora que nunca, embellecida por la lejana, por el pesar creciente de la ausencia.

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Y su dolor se acreca con el recuerdo de su viaje; la llegada a su hogar; su madre moribunda; la catstrofe inevitable; su duelo, su orfandad... Y, luego, esta extraa complicacin sentimental en su vida: la aparicin de la mujer. Cmo haba surgido el escollo ante l, el adolescente fuerte, el meditabundo analtico, que bajo el dictado del Maestro haba analizado una a una las fibras del corazn, pesado los sentimientos, descifrado las sensaciones, impulsado hasta la crueldad los anlisis del alma, fatigado la psicologa en el estudio de sus secretos, desarrollado el culto del Yo, la doctrina salvadora, hasta matar el germen del altruismo enervante, y establecer sobre sus pensamientos y sus pasiones domesticadas, el self control, el dominio absoluto de su cerebro y de su corazn? Era el Amor lo que l senta? Con su insaciable sed de anlisis disecaba el sentimiento que lo posea. Habituado a esos exmenes detenidos del Yo; a esas exploraciones subterrneas de la conciencia; a esas delicuesencias sutiles del espritu, a esas submersiones en el fondo de su alma, bajaba como un buzo, protegido por la impermeabilidad de su escepticismo y alumbrado por la linterna sorda de su anlisis, all a lo ms oscuro de su ser, a donde en rara germinacin se mueven las pasiones como larvas, los sentimientos informes se agitan como cuerpos en estado coloide, y el fenmeno del sentir palpita como la vida, en el protoplasma indescifrado. El se crea, fuerte para la subterrnea exploracin.

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La ciencia le haba, enseado el fenmeno de la vida. A los veinte aos que acaba de cumplir, saba secretos que ignoraban los ancianos de su pas, y tena ideas, que no germinaban an en la mayora de los cerebros de los jvenes de su edad.. Cinco aos inclinado sobre el grande abismo de la vida haban habituado su pupila moral a ver en la densa sombra. Crea distinguir los matices del sentimiento, y poder graduar la intensidad de sus sensaciones, dejndolas lucir y vibrar a voluntad, hasta donde no rompieran el concierto ni la armona de su Yo dominador. Crea haber llegado, como su Maestro, a secar por completo en l las fuentes del sentimiento; a extirpar la sensibilidad como una excrescencia intil y daina; a matar la pasin de los Amores. El saba bien que era imposible impedir el nacimiento de las pasiones, como la aparicin de los tumores o la presencia del cncer, pero saba que era necesario extirparlos, antes que nos devoren, matar la nidada de sierpes antes de que nos inoculen su veneno, extrangularlas en la cuna, como una madre valerosa al hijo que compromete su honor y su ventura. Este infanticidio perpetuo y glorioso afirma nuestro ser y nos hace libres. Vivir as, con la mano asesina tendida hacia el vientre genitor, para ahogar en germen todo amor posible, es la nica garanta de independencia, y por ende, de felicidad en la vida.

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El Amor para l no era sino el instinto de la bestia, la atraccin de los sexos, ms o menos disfrazados por la hipocresa, que es la moral de la sociedadEl saba que el Amor no era sino: Una epilepsia de algunos segundos; segn un psiclogo eminente. Una pequea convulsin, segn otro. Y segn el viejo Diccionario de Medicina de Nysten, el amor es el conjunto de fenmenos cerebrales que constituyen el instinto sexual. Fuera de eso, l no comprenda el Amor sino como un desequilibrio intelectual, como una locura. Saba que las hembras lo amaban porque era: un hombre. La ms pura de las vrgenes no amaba en l sino su sexo. El instinto de la hembra palpita an en la virgen ms pdica, que se deleita en la belleza de sus formas y en las curvas intocadas de su seno, porque sabe que el hombre ama esas formas y ese seno, y las ama con sed de posesin y amor de carne. El Pudor es la negacin de la inocencia. El sonrojo es la prpura del deseo. El deseo es la aurora del Amor. De la Amistad, l saba que existe esta forma de comercio entre los hombres, mscara de Aristfanes, bajo la cual se gesticula a su antojo; consorcio de dos vanidades; ayuntamiento de dos mentiras, bajo cualquier inters siempre bastardo. El saba que la hipocresa es el lazo que une a los hombres en sociedad: el da en que la franqueza imperara, se destruiran unos a otros como los soldados de Cadmos. En el humano carnaval nadie deja or su propia voz.

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Se ocultan los sentimientos como las facciones, y nadie bajo el disfraz distingue a Csar de Arlequn. El crea en la sugestin en el Amor, como en la Amistad crea en las afinidades afectivas. As crea en la amistad entre seres de diversas edades, diversas condiciones y diversas carreras. As haba tenido un amigo: su Maestro. Ese escepticismo lo haba preservado hasta entonces de ligazones peligrosas y de sentimentalismos pueriles. Haba velado sobre la independencia de su corazn, con un celo salvaje, como de loba que cuida su cachorro. Cuando notaba que una simpata lo iba invadiendo la desterraba en el acto, como un husped peligroso. Si una mujer de sociedad le agradaba ms que las otras, se apartaba de ella temeroso de ir al amor. Bastaba que una hembra de placer colmara todos sus deseos y se sintiera atrado hacia ella, para que no volviera a frecuentarla nunca, temeroso del colage. El saba que la costumbre es la mitad de las pasiones. La vida del placer matando el culto ideal de la mujer, libra de los amores romnticos. Y l haba cultivado el placer como un artista. En el fondo de la crpula, haba quitado una a una las plumas del arcngel, dejando en el lecho la hembra envilecida, y haba sentido la nusea de la bestia. No tena vicios por no tener esclavitudes. Beber mancillaba la pureza de su talento. Jugar manchaba la aristocracia de sus ideas. No crea en el vicio llamado: la prostitucin. Y as haba vivido libre como un pjaro del monte, sin cadenas en el corazn ni en los afectos, en el mundo

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sereno y puro de la idea, en la abstraccin gloriosa de los pensamientos grandes. As haban transcurrido esos cinco aos que lo llevaron de una adolescencia pura a una juventud fuerte y viril, sin debilidades y sin mancilla. Y, por eso, la vaga inquietud que hoy senta en su nimo, lo preocupaba y lo indignaba. Esa blanca aparicin, surgida de sbito a la vera del camino, desconocida y triste, con palideces liliales y ojos do ensueo, era la Tentacin? Era la Dominatriz temida? Esa virgen romntica, lnguida como las rosas del otoo, bella con belleza ideal, con mirada profunda y ardorosa, de una feminidad exquisita y turbadora, apareciendo as, en la senda de su vida, como una gran flor de misterio, alba y flbil, como un inmenso lirio abierto al rayo de la tarde, en una comarca silenciosa y lejana, con ptalos palo baados por la tenue luz del vspero, sera la Pasin? Sera el Amor? La haba visto por primera vez cerca del lecho de su madre, en aquella noche dolorosa, en los momentos de la agona, conmovida y plida, llena de una angustia sincera y silenciosa. Haba ido con las Hermanas de Caridad, que velaban all como enfermeras, y las acompaaba en un traje extrao, que luego supo era el de las nias hurfanas, de un Asilo anexo al Convento, en el cual principiara pronto su noviciado. Era, pues, una hurfana. Se notaba bien en la tristeza infinita de sus ojos grandes y lnguidos, como asombrados a la vista de la vida, ojos de un azul oscuro y denso, en los cuales flotaba algo as como un vapor de pesadumbre, una bruma alzada del torrente de las lgrimas.

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Era una alma de dolor y de Pasin. Lo deca la impresin de infinita tristeza imprea en todo su rostro silencioso y grave, de facciones finas, como de un Tanagra delicado y frgil, con sus labios de un rojo encendido, algo temblorosos y hmedos, como si hubiesen sido hechos, ms para el beso que para la perpetua oracin o para el ruego; sus cabellos castaos, de un color castao claro, casi rubio, recogidos hacia atrs como los de una estatua antigua, y ocultos bajo una toca de encajes delicados, que la hacan semejante a la Aretusa Siracusana, con su red entretejida en torno a los cabellos. As la haba visto en aquel instante supremo en que su madre agonizaba, cuando de rodillas ante el lecho, senta la ltima caricia de la moribunda, que despus de bendecirlo, haba dejado caer la mano sobre su cabeza, y ensayaba acariciarlo, jugando con sus cabellos, como cuando lo dorma de nio, moviendo sus dedos enflaquecidos, largos y torpes, en las guedejas opulentas de la melena negra y ondulosa. El rumor de las plegarias, el estertor de la agona, sonaban a sus odos, y al alzar la vista hallaba aquel rostro de virgen, triste y grave, con ojos humedecidos por el llanto, salmodiando el lgubre rezo de los moribundos, cerca de las religiosas, que al otro lado del lecho cumplan el piadoso deber con su calma marmrea y su aire de dolor profesional. Cuando la mano maternal dej de acariciarlo, y un estremecimiento convulsivo agit el cuerpo de la madre, y las religiosas en coro invocaron el nombre de su Dios, y el lanz sobre la muerta amada para aspirar en sus labios el ltimo aliento de la vida, tropez con una mano tenue y alba como un lirio, que cerraba los ojos de la muerta,

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llenos de estupor trgico de la tumba. Era la mano de la novicia, que lloraba temblando, como si cerrara los ojos de su propia madre. Despus, la haba observado, cuando velaban el cadver, conmovida, silenciosa, llena de uncin, resplandeciente en su belleza mstica, a la luz crepitante de los cirios. Y cuando volvi del cementerio, y se hall solo en la casa paterna, a la soledad dejada por la madre se una otra soledad profanadora: la de la virgen sagrada, cuya silueta de ensueo vea l al lado del lecho materno ya vaco, y en el gran saln tendido de negro, donde se consuman las flores tristes, cerca de los cirios extintos. La violencia de su dolor no le permita analizar aquel sentimiento, que naca as, bajo las alas mismas de la muerte, extraa flor de duelo, brotaba entre las losas de un sepulcro. Los das pasaron. La exacerbacin de la pena fue mitigndose, y el gran pesar, tomando posesin del alma, qued como l es: el gran Dolor indestructible. Volvi al tren de su vida habitual, y al verse en la calle; su primer pensamiento fue para el lugar sagrado donde dorma su madre, el otro, para el gran monasterio, donde se consuma la hurfana enclaustrada. Y fueron desde entonces los lugares de su peregrinacin diaria, el Campo Santo, en el cual gema como un nio abandonado, y el templo del Convento, donde vea pasar la reclusa como una sombra doliente, con sus cabellos en bandas, como una hija de Faraones, sus prpados inmviles, su marcha rtmica de sacerdotisa, manejando su manto como un zaimph y dejando en pos de si uno como estremecimiento de las

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cosas, la soledad de un iceberg, la tristeza de un astro en un cielo plido otoal. El dolor de la prdida de su madre se lo explicaba tenia la voluptuosidad de sentirlo; lo exacerbaba con su propio anlisis, y lo enconaba hallndolo lgico No as el otro sentimiento. Lo crea gratitud, curiosidad, inters de hombre pensador por saber algo de aquella vida, por levantar una punta siquiera del velo que cubra aquella existencia. El novelista prematuro que dorma en l, pensaba hallar all algn objeto de estudio, argumento para algn esbozo psiclogo, de esos que guardaba en carnet, como elementos de su libro prximo. Y dejaba errar su fantasa, forjando ficcin tras de ficcin, novela tras de novela, en torno de esa existencia desconocida. Lo que de romntico haba en el psiclogo, se empe en lo que de dramtico haba en la vida de la hurfana, y una piedad inmensa se uni a ese inters puramente artstico. Continu en ir todos los das a la misa del Convento. Y l, que no crea en nada, soportaba largas horas de ceremonias piadosas, solo por mirar el rostro plido y la figura esbelta de la reclusa, quien bajaba los ojos al verlo, mientras un tinte purpreo cubra su rostro, se aumentaba el temblor natural de sus labios, y se agitaba el rosario entre sus manos convulsas. El haba escrito a su Maestro sobre la llegada a la patria, las sensaciones que haba experimentado al ver dibujarse en lontananza los cerros de su nativa tierra, y alargaba sus observaciones personales sobre la poltica, la literatura y las artes embrionarias de su pas. Despus, le haba notificado la horrible catstrofe, el fin de su madre, su grande y dolorosa orfandad y el anhelo loco

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de volver a juntarse a l para siempre, cuando hubiera arreglado la enfadosa cuestin de la testamentaria. Luego, ya ms sereno, le haba esbozado vaga, brumosamente, con frase literaria, la figura de la reclusa, sin mostrar inters, sin definir ese sentimiento, que se iba levantando en su alma, gradual, insensiblemente, como un grande rbol, cuya raigambre subterrnea poda quebrantar los fundamentos del grande y slido edificio de su ciencia. Hasta entonces, l no daba valor a ese sentimiento, y se interesaba en analizarlo con pasin de artista y presuncin de filsofo, seguro de dejarlo crecer, v destruirlo a su antojo. No lo tema. Estaba seguro de su triunfo. Haba un grano de misterio, algo velado y como supra-humano, en ese entretenimiento con una virgen reclusa, y su germen de religiosidad y de misticismo, daba no se qu voluptuosidad al sentimiento, qu encanto como de fruta vedada, que creca y se abra al calor de los cirios, entre el humo del incienso, en la sociedad del templo, como en una gran pradera de asfodelos, a la ribera melanclica de un mudo y lgubre Estigia, en las fronteras del reinado de Dios o de la Muerte. Y ese acre sabor de misterio religioso y de lgubres recuerdos, ese terror sagrado, esa vecindad de la muerte, ese capricho, nacido as, entre lgrimas como una flor que brotara de la boca de un cadver, exasperaban ms aquella alma herida, sedienta de emociones, orgullosa de su fuerza dominatriz. Y por eso segua sin miedo la visin extraa de esa virgen, aparecida as, como el fulgor de una esperanza, con su silueta iridea en el fondo negro de su pena, a la

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luz amarilla de los cirios, a travs del velo de sus lgrimas, en la hora ms triste de su vida, en el desastre de su corazn, meditabunda y augusta, corno un Ibis de Libia, contemplativo y sagrado en la linde del desierto. Y, desde entonces, tal fue el nombre que le di en su pensamiento. Ibis la llam. Y como un Ibis se le apareca, as, en las alburas liliales de su rostro, en las blancuras eucarsticas de sus largas vestiduras conventuales, que la cubran como un plumn inmaculado, cual grandes alas protectrices y nveas, en la inmutable beatitud de sus ojos como hechos a ver la soledad desmesurada, la tristeza inconmensurable, la intemperie y la muerte. Oh, el Ibis, el pjaro sagrado! Hijo de la soledad. As era ella. As la llamaba en su anhelo. As la vea en sus sueos dolorosos de Poeta. Y cerraba los ojos y estiraba los labios, corno para besar aquella mano de lirio que haba cerrado los ojos de la muerta. Y la visin hua como un Ibis de palo, con las alas plegadas en la tristeza ncar del crepsculo. *** Tarde esplndida, primavera! Ligero, perfumado, como un aliento de mujer, el viento entraba por la ventana abierta, desde la cual se abarcaba el horizonte todo, difano en el estremecimiento misterioso de la luz, cielo polvoreado de oro y blanco, serenidad impecable, que cortaban all a lo lejos, la mole gris del Panten y la cpula centellante de los Invlidos.

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En esa atmsfera de un encanto penetrante, insondable, en el recogimiento de esa quietud austral, solo, ante su mesa de trabajo, el Maestro lea la carta de su discpulo, de la cual se desprenda un afecto tan tierno, tan sincera admiracin, que llegaban casi a conmover la naturaleza adusta del implacable escritor. Amaba mucho a ese joven que se haba adherido a l desde la ms temprana adolescencia, y se le haba unido por la ms respetuosa estimacin y por el afecto ms puro. Por ese nio extrao haba casi sentido las debilidades de la paternidad, las ambiciones del porvenir, las inquitudes de la suerte. A la edad a que haba llegado, en ese crepsculo definitivo de la juventud, tanto ms precoz para los hombres cuanto ms han vivido por el pensamiento, en la soledad orgullosa de su aislamiento, en la incurable esterilidad de su corazn, en su rebelda sistematice al sentimiento, el calor de aquel cario tan fuerte, tan inocente, tan espontneo, le hacia mucho bien. Mezclbase en gran dosis a este cario una refinada vanidad de artista. Si aquel cuerpo no era obra suya, aquella alma s lo era. El era el artfice de esa mente. Con cunto inters la haba cultivado! Con cunto cario la haba pulido! Con qu celosa inquitud habla visto germinar el grano sembrado! Con cunto orgullo lo haba visto abrirse al sol, generoso y opulento! Aquel ser era hijo de su Alma. El haba modelado ese cerebro para la ciencia; haba templado esa alma para la lucha; haba formado aquel

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corazn, fuerte contra las pasiones, insensible a las bajezas, a las pequeeses, a las tristezas de la vida. Y estaba orgulloso de su obra. Teodoro tena veinte aos y no habra sorprendido en l la primera debilidad. Serio, fuerte, varonil, era el soldado del Bien, armado para luchar; el cruzado ideal; el sueo acariciado por su mente; lo que hubiera deseado ser l a esa edad; su obra; su continuador; toda su alma fundida all. Y se extasiaba ante esa estatua viva de su pensamiento. Y lea su carta, orgulloso de aquel caudal de pensamiento, de aquella soberbia de espritu; de aquella riqueza de ideas, tan fuertes y tan claras; de aquella ausencia absoluta de emocionalidades enfermizas; de aquella indiferencia marmrea, supraterrestre, que haba querido dejar en l, cuando haba perseguido en su corazn todo germen de morbosidades pasionales; toda corriente de afectos; todo reato atvico de adherencias a seres-extraos. El equilibrio perfecto de su ser, la conciencia neta de su Yo, absorbente y soberano, se revelaban desbordantes en esa carta primera del ausente. Y despertaban en el Maestro encontrados sentimientos. Teodoro le hablaba de la Patria, de la Madre, de la Poltica. Y l vea el reflejo de su pensamiento en aquellas lneas concisas, sonoras, llenas de sentencias apretadas, de pensamientos soberbios, de frases amargas, de ideas tan adustas, que parecan guilas prisioneras en la red de las palabras; de sarcasmos tan fuertes que fingan fulgor de acero en el papel; de crticas desdeosas: de estoicas reflexiones, y de un desdn

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amargo, desbordante, implacable, por los hombres y las cosas. Y gozaba inmensamente con el brillo y con la pompa de aquel estilo, admirablemente paradjico y rtmico. *** La Patria! La Madre! Fantasmas dolorosos para el Maestro. Su Patria era en el fondo de su recuerdo el paisaje de un mundo de dolor, la costa desolada de un pas muy lejano, muy hostil, muy triste; una visin de angustia. Su madre haba sido la idolatra de su vida, su dios, su icono bendito, y la vea pasar en su cerebro, blanca y furtiva, como un estremecimiento de ala, como un cisne de ensueo camino para el cielo. Su Patria! ... La haba abandonado tan joven! Una nube de pensamientos crueles, de dolores acerbos se alzaba entre los dos, como pas erizadas de un muro silencioso. Todo un pasado hostil los separaba. Su Patria haba sido cuasi su enemiga, celosa de su gloria, rebelde a la conquista de su genio. Todo lo que de doloroso haba en su vida, estaba unido a esa palabra: la Patria. Su recuerdo lo llenaba de una angustia infinita, de una tristeza mortal, de un horror inquietante y extrao... El haba visto en otras tierras, escrito para l, el verso hospitalario de la ciudad itlica y era sobre extraos muros que haba visto el saludo generoso. Extranjero: Siena te abre su corazn.

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Y haba conocido el Amor, la Gloria, la Amistad todo en extraas tierras. Y las palabras de aquella carta, y la bruma de aquella tarde, viajera de la luz, fugitiva hacia el pas del sueo, venan a despertar en su alma la sombra de aquella idea tan triste: la Patria. A este recuerdo, una melancola infinita cay sobre su corazn, que se envolvi en tinieblas, como el horror de una playa escandinava, al morir el crepsculo nocturno. Como aves espantadas, los recuerdos volotearon en su cerebro, pjaros ciegos, en el limbo de esa regin casi olvidada, y brumas lamentables ahogaron toda la luz de sus pupilas. Su niez enclaustrada y solitaria su adolescencia orgullosa y meditabunda se alzaron ante l, como las primeras etapas de ese paseo doloroso a travs de paisajes entristecidos, brumosos, lejanos: valles sin sol en el pas de los recuerdos. Una nota guerrera, como anunciatriz de su vida combatiente, rompa la marcha augural de sus evocasiones. Su memoria despertaba en un ruido de caones y fusileras, de atambores y trompetas, estrpito de batalla: el tumulto de una ciudad tomada a sangre y fuego. La silueta de un militar muy joven, cubierto de bordados y de plvora, besndolo apasionadamente y ausentndose luego, atravesaba como una nota multicolor y pica la bruma en su cerebro. Una laguna en el recuerdo. Luego, muchos soldados, banderas enlutadas, msicas fnebres, y su padre en un atad, cruzadas las manos

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sobre el pecho decorado, vestido en grande uniforme, abandonando su casa, llevado por hombres galoneados, al comps de atambores con sordinas. Era su primera idea de la muerte, que se le haba aparecido as, en una decoracin de gloria. Los paseos de tarde, esas visitas al Campo Santo, prendido al traje de la madre silenciosa, que frezaba horas enteras ante la cruz de mrmol, y cuyo perfil mstico se destacaba en la claridad del crepsculo, en fondo del horizonte plido, con una palidez azul de palo hngaro, cerca a la tumba reciente, en medio a la floracin de anmonas plidas, de margaritas donentes y de asfodelos en botn! ... Y l, persiguiendo en la pradera mortuoria, cosas fugitivas, cosas aladas: sueos de nio, mariposas ntidas y ptalos de rosas deshojadas, que volaban como alas de liblulas... La vieja casa solariega alzaba su mole blanca en el fondo del recuerdo, como el castillo seorial, en una selva germana. Oh el viejo rincn de sombra y de quietud! El asilo de la paz, con su antigua y maciza construccin, sus corredores moriscos, sus grandes patios, matizados de flores, rodeados de verdura, sus salones inmensos, silenciosos, donde en festn permanente, las polillas consuman las sedas y el nogal de los muebles seculares, testigos mudos de la opulencia extinta; los espejos opacos, donde se haban mirado viejos oidores y prelados omnipotentes; los retratos al leo, antiguos pasteles donde conservaban sus faces patibularias caballeros engolillados con la mano en la tizona, damas empelucadas a lo Parc de cerf y monjas plidas de rostros largos y ojos tristes, descolorados, como esbozos ingenuos de maestros primitivos.

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Y la hosquedad incurable que imprimi en su alma de nio el primer encuentro con la Injusticia Social. Un da, unos hombres, vestidos de negro, llegaron a esa casa, y mostraron a la viuda desamparada un papel lleno de sellos, y se fueron, dejando a la pobre mujer desolada y absorta, con el rostro hundido entre las manos, llorando silenciosa y trgica. El Destino empezaba su lluvia de flechas sobre el seno y los hijos de esa Niobe desventurada!.. . Pocos das despus, el huracn de la ley aventaba del hogar los hurfanos despojados. No se borr jams de su cerebro la imagen de su madre, en la hora de aquella expulsin violenta, de pie en el descanso de la grande escalera, sera, inmutable, solemne, sostenida por su orgullo inagotable, arrojando la ltima, indescifrable mirada a aquella casa donde haba sido hija, esposa, madre y viuda; donde vagaba el alma de sus padres, de sus hermanos, de su esposo muertos; y de la cual la arrojaban con sus hijos, en nombre de la ley, que amparaba a los ladrones miserables de una madre desvlida. Tal fue su primer encuentro con la mentira, con el despojo, con la maldad de los hombres. La rebelda de su carcter grit en su corazn de nio, como un cachorro de len se agita en la matriz de la madre, con visiones confusas de sangre y de desierto. Como un pelcano humano, la madre abri su seno, y con la sangre de su corazn nutri sus hijos. Y principi el calvario de una de esas pobrezas incofesadas, oscuras, silenciosas, de las grandes familias decadas.

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La figura seorial y austera de su madre dominaba este cuadro de tristeza, severa, indomable, en el ensueo de su orgullo, rebelde a confesar su dura suerte; encerrado en el aislamiento ms profundo el drama de su ruina; enterrando en el silencio su dolor y su familia; tapindolos y murndolos, ante una sociedad advenediza, que ella saba incapaz de respetar el dolor que el oro no hace augusto. Qu aos de soledad! Qu medio altivo y agreste aquel en que vivan! Cmo crecieron all l y sus hermanos hasta llegar a una virilidad fuerte y triste, hosca con el Destino, rebelde y digna! Cmo engrandecieron sus hermanas en la soledad y en el retiro voluntario, cual grandes flores plidas en el silencio de un claustro, como cisnes salvajes, albos y seoriales, en la sombra azul de un lago ignorado: intocadas e indomadas; rebeldes como su madre al golpe de la suerte, tristes y desdeosas, alimentndose de un pasado de grandeza, de un extrao brevaje histrico de nobleza parroquial! Inocente neurosis de esas almas bellas! Como una cancin de amor en la noche silenciosa, cual la estrofa empurpurada de algn poema de Amor, pasaron por su memoria aquellos aos del campo, aquella primavera de su vida, en que el sol de la ventura, lleno de una embriaguez de colores, envolva el paisaje en una feria estival. Ondas temblantes de una luz difusa cayeron en la sombra del recuerdo, como un polvo de oro brillante en el aire entibiecido, y, como una gran flor de la montaa, idlica, nbil, con aspecto de canfora, la virgen muerta,

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la visin inmortal de sus amores cruz por su cerebro entristecido. Como almas de flores muertas, vinieron a su memoria los recuerdos de ese Idilio, el nico de su vida, y pens en esos das de envidiable adolescencia. en que pobl aquellos bosques con sus amores ingenuos, y realiz en ese cuadro el divino verso de Schely: ...Je reve do soirs o la musique, le clair de la lune et la femme ne font qu'un. Su corazn marmreo no se estremeci siquiera al contacto del recuerdo. Una sensacin de disgusto y de verguenza, ante la debilidad de haber amado, fue todo lo que reflejo la impasibilidad de su rostro. En uno de sus primeros libros haba contado la historia de esa pasin romntica y funesta. Libro neurtico y trivial, le haba dado la nica hora de popularidad femenil que haba tenido en su vida de escritor. Odiaba ese libro delator. Luego, venan sus aos de Colegio, enclaustrado y rebelde. Sus horas de miticismo, su gran crisis religiosa. *** Como Renn el admirable, como Hugo el formidable, como tantas otras almas de negacin, cuya aurora fue la fe, cuya primavera del sentimiento fue toda piadosa y pura, l sinti el opio religioso y ensueo mistico. En su mente de nio, como los divinos pjaros de aristofanes. Ne roulaient que des penses ternells.

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Y en su corazn, como en una pradera virginal, abri sus hojas purpreas la rosa roja del amor divino, la paloma de la oracin se escap de entre sus labios, alba y amante, como el ave de la aurora al primer rayo de sol. Su alma estremecida fue un salterio. Cant, como esos nios de coro, que en las grandes baslicas lanzan como flechas de cristal los sonidos agudos y penetrantes de su voz infantil, como fuente de encantamiento en un bosque de leyenda, como una nota vibradora y flgida, en la penumbra gris de las naves silenciosas. Sus estrofas ingenuas y piadosas, sus rimas incorrectas y apasionadas, hechas de adoracin ardiente como una llama, de ensueo informe y misterioso, voloteaban como mariposas blancas en el jardn de su alma edmica, donde se abra en silencio toda la flora mstica, fnix inverosmiles tendan sus alas de oro, y la Fe despuntaba como un sol sobre el horizonte lila del Ensueo. Tenia verdaderas crisis de alucinacin y de xtasis. A los doce aos se so un vidente, y el mundo ideal de la Visin le mostr las cosas brumosas y escarpadas de su Imperio... Su temperamento apasionado se revel all, en el fanatismo rabioso y triste con que se acogi al seno de la Piedad y a las quimeras de la Fe. En la penumbra sagrada del misterio, persiguiendo esbozos de ensueos, ensay su alma las alas, como un pichn de guila ensaya en pjaros de la sombra sus garras por crecer y sus alas aun implumes. La ley de herencia, el atavismo religioso, trabajaban su temperamento impresionable y soberbio.

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Sus ascendientes eran una como extraa loracin blanca y roja, hecha de alburas y de crmenes. De un lado, ascticos y msticos; de otro lado, guerreros y suicidas. De ambos lados: fanticos. Por su Patria o por su Dios, pero indomables. Raza herida de neurosis estril del sacrificio, de la locura consciente de la lucha. Generosos visionarios, amorosos de todas las quimeras: de Dios, de la Libertad y de la Gloria. Haban pasado dejando su huella de sueos y de sangre. De un lado blanco, todo blanco, como el armio. Del otro lado rojo, todo rojo, como la prpura. Las mujeres de su raza, todas austeras, silenciosas, msticas, todas lo haban acariciado, lo haban mimado, dejando en su alma un sedimento de piedad religiosa, que empezaba a fermentarse al calor de la vida.

Le pareca aun sentir el contacto de aquellassombras de religiosas, que haban pasado por la vida como fantasmas, silenciosas, extraas, sacri ficadas al culto de un ideal. Legin de tocas blancas y de almas blancas, desfilando en procesin lenta y muda, con su belleza impecable de vestales, dejndole en el alma algo como una visin de claustro, una poesa de salmo, una soledad de praderas dantescas, un olor de azucenas en botn, una languidez piadosa, un horizonte de paz inmutable, uno como nimbo de amapolas plidas, en el rayo blanco de una alba misteriosa y triste, una luz asctica de da virginal y lcteo, una tendencia al himno sacro, al cntico divino, a dejar volar del alma las parfrasis areas, las plegarias aladas de la Fe. Aquellas almas haban vivido todas en Dios y para Dios, consagradas al culto divino, y le pareca aun or

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sus tenues voces de psalmodia, ensendole rezos mientras con sus dedos delgados, como filamentos de lirio, cuasi luminosos, le acariciaban la cabeza en la luz letrgica del locutorio, y lo besaban con labios descoloridos, poemas de besos muertos, y se alejaban despus, en rebao litrgico, como una bandada de golondrinas, que va a posarse sobre un viejo prtico, invadido ya por las primeras sombras de la noche. Al otro lado, explosin de negociaciones, de animalidad heroica, muertes esplendentes de soldados, o trgicas faces de suicidas. La historia de su raza se encerraba entre el poema mstico y el poema pico, y el germen mrbido de ambas neurosis se disputaban su temperamento. Su madre lo haba educado religioso, de una religiosidad exagerada. Y de ah que su alma de nio se hubiera lanzado estremecida y furiosa en las voluptuosidades del misticismo. Hizo la admiracin y el encanto de sus maestros todos sacerdotes por su piedad exaltada, por su fanatismo irracional. Absorto en la Hagiografa, explor el mundo ideal de la Leyenda religiosa; y en su sed de santidad, aspir sinceramente a estallar como un gran lis de pureza y de piedad, como una gran flor de beatitud, en el jardn de los elegidos del seor. Sinti el arrepentimiento antes del pecado. Llor de la sombra de su vida. Macer su cuerpo de nio, desgarr sus carnes no tocadas por el beso primero del placer. Am la soledad de

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los templos, la meditacin a la luz indecisa y borrosa, que entraba por las ventanas de la Iglesia conventual, que como todas las de su pueblo solo tenan vidrios blancos, cubiertos de polvo, que absorban los rayos del sol sin reflejarlos. Y permaneca horas enteras absorto, en la sombra fra de esas naves, en la soledad de esas capillas, donde arquitectos ignaros, pintores y escultores primitivos, haban dejado las huellas de sus almas ingenuas, que no poseyeron ms arte que el arte de la Fe. Y hunda la frente en el polvo, ante las imgenes deformes, que pensativas y estpidas ostentaban la pompa polcroma con que la piedad campesina haba adornado sus efigies, formando un inmenso prisma colorido, que reflejaba el gran da por los arcos romanos, los plenos cintrios, los muros blancos, y la osatura gtica del templo parroquial. Y se extasiaba ante los rostros hoscos y amenazadores de los profetas y Evangelistas que sostenan la Ctedra, los serafines de rodillas bajo los arcos coronados de ninfas y trboles a cuya sombra suspiraban santos plidos y macerados, y agonizaban vrgenes, en su nimbo albo, borrado casi en los tintes opacos de la tela, iluminada por la claridad serfica de sus rostros y a la luz diurna, juguetona en la extraa columnata del Santuario, llena de una gracia brbara y conmovedora. Los dramas del Coro y del Abside llenaban su alma de un terror sagrado, de un inquietud sutil y turbadora. Todo lo que los libros de Ruysbrock, Angela de Foligno, Teresa de Jess, Catalina de Sena, Magdalena de Pazzi y los ms exaltados msticos han contado del limbo de las visiones y del poder sugestionador de la fe, es

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poco, comparado a lo que senta aquella alma de nio, iluminada y torturada por un histerismo prematuro, que agitaba sin romperlas sus pasiones en botn. Cuando estallaba el rgano en el coro, y el vuelo de las voces, como pjaros del monte llenaba el santuario, se estremeca de angustia, como si para l hubiesen sido escritos todos los salmos del dolor todas las profecas de la venganza, todas las estrofas de la clera divina, todos los cantos germinadores del rey stiro, todos los anatemas rimados del poeta inconsolable. Y temblaba como una flor bajo el vendabal, sintiendo pasar sobre l, como gritos desgarradores, esos himnos, desesperados de la Iglesia, llenos del estupor de las amenazas, del horror de las profecas, del sollozo desgarrador de las almas en tortura, de las horribles desesperanzas de los nufragos del mundo. La meloda desolada, la pompa augustal: las estrofas vibradoras de esos himnos del espanto universal; esos gritos de miedo ante las cleras divinas; esas splicas temblorosas de perdn; estrofas que flamean como el ojo del Eterno, sobre las almas desnudas y abatidas, lo llevaban al paroxismo del espanto, y estallaba en sollozos y en lgrimas, en el desgarramiento de un grito doloroso. Su influencia mstica se serenaba con la magnificencia, la suavidad majestuosa y grave del canto llano, incomparablemente bello, que caa en su alma como una uncin balsmica y lustral. Fatigado de estas sensaciones de la armona, fijaba su atencin en los esplendores fericos del culto. Y su alma, como una mariposa ebria de luz, segua el encanto de la dramaturgia sagrada, de las hierticas grandezas, de las

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pompas litrgicas, saciando sus ojos, embriagandoles de prismas, como sus odos se haban aturdido de cnticos y de ritmos. Y no eran ya el gemido siniestro de los rganos taciturnos, el grito entraablemente doloroso del Arte cristiano, las lentas salmodias, las lamentaciones, la armona sorda y sonora del grande anonimato musical, lo que embargaba sus sentidos. Eran las procesiones lentas y graves, el chisporrotear de los cirios, ardiendo como almas de creyentes atormentadas y enfermas, los altares extraamente blasonados y luminosos, las santas caritides en la fealdad resignada de su actitud, augusta, en sus trescientos aos de inmovilidad, las molduras de los techos extendindose en una flora indescifrable de creaciones demonacas, de clices exticos, de monstruos y de corolas, la decoracin, el brillo, el escenario deslumbrador del catolicismo ostentoso y teatral. Y se mezclaban en sus retinas, y se confundan en una visin de gloria: el Cristo verdoso y dolorido; los ngeles del bside; los santos estticos de la Ascensin de la Virgen, desnudos, en hemiciclo, semejando una tropa de stiros entontecidos danzando en torno a una Amadrada triste; y la pompa policroma de los vestidos sacerdotales; la gloria multicolor de las tnicas rojas y violetas; las sobrepellices blancas, como atavos de virgen; las capas de oro centelleantes en falsa pedrera; las esplndidas pluviales, prpuras de sangre y sol; las casullas, donde en campo rojo vuelan palomas nveas; emerge la hostia en el azul divino; el cliz del Sacrificio vaga en un fondo blanco; y en un violeta plido, sobre el libro de los sellos, vela el Cordero Pascual... Toda esa fiesta de colores, esa apoteosis de luz, era el cuadro en que nadaba el cisne

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albo de su fe, entre las desgarraduras inarmnicas de una msica ingenua y las salvajes iluminaciones de un arte brbaro. En ese ensueo mstico despert su pubertad, hallndolo puro como el lirio de los valles, vangando en pleno mundo del Ensueo; en el pas azul de la Quimera. Oh el Catecmeno! ... --------------

Fue al llegar a sus quince aos, en unas vacaciones en la soledad de un campo ignorado, que heridas fueron de muerte su virtud y su fe. Como las alas de una mariposa prisionera, qued su inocencia desgarrada en los zarzales de un monte. Fue a las orillas de un soto, bajo un convlvulo en flor, cerca a la linfa estancada, en una tarde estival, que se alz en un camino, turbadora y fatal, atractiva y sombra, cielo y abismo, la eterna Eva, la suprema tentadora: la Mujer! ... Y tuvo el holocausto de su carne y el beso irredimible de sus labios. Y fue en las hojas de un libro y en un silencio de bosques, que cay herido de muerte su dulce sueo: la Fe. Fue all, entre las pginas de un libro, entre el polvo sagrado de Las Ruinas de Palmira, en la desolacin de ese horizonte de muerte, en la inconsolable grandeza de esos restos profanados, de esos mrmoles divinos, de esas columnas truncas, de esos 58

prticos desiertos, que tuvo su primer encuentro con la virgen insaciable: la Duda. Y recibi el beso mortal de sus labios de sombra. Beso irredimible, como el beso del Amor! Volvi a su colegio, serio y triste, con la augusta seriedad que imprime en las almas grandes el primer encuentro con la vida, y la tristeza inconsolable que deja en los espritus fuertes el primer contacto con el fango. Volvi a esos claustros dejando atrs cuanto tena de blanco, lo blanco de su sueo y lo blanco de sus alas. Y virilizado por el amor, esterilizado por la duda, se sinti extrao en aquel nido de la pureza y de la Fe. El proceso de su negacin fue como el de su piedad: violento y tempestuoso. Puso en negar el mismo mpetu que haba puesto en creer. La duda engrandeci en su alma, creci como la higuera de la Biblia, floreci como el rosal silvestre, su ramaje obscuro lo cubri todo, y bien pronto no hubo lugar en su corazn para una flor, una siquiera, de las que se abrieron esplndidas en la ya muerta primavera de su alma. Fue una ruina sbita y completa. Nada qued en pie. Su fe no agoniz, muri de un golpe. Ay, para siempre! 59

Llen el colegio con el escndalo de sus negaciones, con el rumor de sus protestas, con la exaltacin dolorosa de sus dudas.Asombr a sus viejos maestros con el indomable poder de su hereja, y su alma, como un pjaro encerrado que hiere con el ala los alambres de su jaula, pugnaba por escapar, y llenaba con el eco de sus gritos las murallas de su prisin y estremeca los vidrios ojivales de ese templo de donde haba escapado ya el alma candarosa de su fe. Y sus voces, como aves de pecado, volaban enloquecidas por los claustros, con un vuelo de maldicin y de hereja. Abandon aquel recinto. Su rebelda ingnita, su temperamento luchador, su tendencia al combate, sus atavismos guerreros, aparecieron entonces hoscos, exuberantes, poderosos. Y surgi ante l la palabra que haba de sintetizar su vida toda: la lucha. Entr en ella calmado, sereno, fuerte. Refractario adolescente, apstata soberbio, plant su bandera virgen en las alturas de la prensa, escal la Ctedra, y como Jess en el Templo, doctrin entre los doctores. Aquello fue un escndalo. Su pueblo era un monasterio laico, un jardn de iglesias en una llanura triste, uno como falansterio moscovita, un nido de almas piadosas, de campesinos intonsos. Fue implacable con el heresiarca. El alma de la provincia, celosa y ruin, pequea y obscura, aull en su guarida. El no se cuid de ella. Empu su lanza y fue contra la legin negra. Cay vencido! ...

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Al llegar a este recuerdo, el Maestro se estremeci, la clera empurpur su rostro... Fue como un relmpago. Despus, sonri desdeosamente y alarg su mano con repugnancia, como si fuese a sacudir el fango que haban dejado en ella los cabellos de esa sociedad, cuando la tom por ellos para sacarla de la cloaca inmunda. El gruido del gran cerdo le desgarraba los odos. Sinti un disgusto inmenso, como siempre que se acordaba de aquel lugar y de aquella poca. Y, sin quererlo, pens en aquel magnfico Ecce homo, de Rembrandt que aullado por la muchedumbre, perseguido por los fariseos, muestra su faz triunfal, su serenidad vencedora, en l silencio de una sacrista flamenca, cerca a otras telas empurpuradas del maestro. Como hlito de praderas florecidas y vientos de libertad, vinieron a l, cuando rememor el momento del glorioso y definitivo abandono de su pas. Le pareca verse salvo y triunfador en la frontera, volviendo la vista, como el Patriarca, para ver hundirse en la tiniebla el valle maldecido. Y se vea a esa distancia, cuasi adolescente, luchador, agresivo, pletrico de juventud y de fuerza, de pie en la linde de la patria, pronto a tender el vuelo a la celebridad cercana, y su pensamiento mvil le traa entonces el recuerdo de aquella estatua de Aquiles que en su ltimo viaje a Grecia haba contemplado en las alturas del Gastouri, entre los laureles rosas, las palmas ndicas, las lilas blancas y las rosas exuberantes de Corf, frente al Achilleion, el suntuoso palacio, que el sueo de la Emperatriz demente hizo alzar bajo el cielo del Pireo, para el

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enjambre de sus sueos enfermos y la desolacin de su tristeza inconsolable. .. El tambin, como el hroe homrico, haba tenido que inclinarse, para arrancar de su taln el dardo envenenado. Y senta an la impresin dolorosa de la planta que ha pisado el spid. Como un viajero, que al partir, fija su vista en la ltima isla florecida, en el ltimo celaje de crepsculo que invade y borra la ola montante de la noche, su recuerdo se detuvo en un acontecimiento ya casi olvidado y que haba precedido solo un ao al abandono absoluto de su pueblo. Eran sus ltimas vacaciones: tena diez y nueve aos. Era diciembre el mes de las canciones y los mitos. En su nativo valle todo se alegra y canta en ese mes. Son las Anthesteras sagradas. Flora danza su danza perfumada, suelta el manto y las puntas de su halda y es lluvia de colores y de ptalos. La campia se torna en una gloga. Poema de buclica sagrada. Y, sobre el valle rido, pasa, como una poesa de colores, el divino verso del Meleagro: Dj la violette blanche fleurit, Elles fleurissent la fleur qui aime lespluies; les [ narcisses. Ils fleurissent les lys qui aiment les montagnes. Y los misterios sagrados, las fiestas redentorales, las leyendas mesinicas, reproducidas y celebradas en ese mes, le dan un extrao sabor de idiolio bblico, de encanto pastoril, de pompa oriental, a las fiestas cristianas de ese pueblo primitivo.

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Todo es fbula y Amor en la gloria de ese mes. En su casa el duelo inacabable de su fortuna, el orgullo indomable de su madre, la visin perpetua de su ruina, no dejaban lugar a la alegra. All esos das eran tristes por el recuerdo de esplendores pasados, de alegras huidas para siempre. Comidas de familia, gapes patriarcales en que se recordaban los nombres muertos y los tiempos idos, era todo lo que concurra a celebrar las navidades ruidosas y los recuerdos pasales. Pero tena casas de parientes y amigos, donde como en colmenas removidas, susurraba el rumor de la alegra y haba franco campo a la expansin. En una de ellas, conoci una joven viuda, de belleza extraa y enigmtica, atractiva y fascinadora, de carnes excitantes y triunfales, de ojos negros, con un negro violeta, como de uvas del monte ya maduras; ojos nostlgicos de Amor, que brillaban tempestuosos en la blancura de la piel, teida de un dbil rosa de durazno. Haba leyendas y crnicas en torno de esas formas enlutadas, de ese seno de Pantocrator hecho para altar de Eros, de ese cuerpo nveo, formado para calmante de besos inacabables, para exhibirse desnudo a las miradas vidas de los veinte mil peregrinos de Eleusis, cerca al faro rojo, sobre las montaas de prpura... La virtud es un cuerpo que anida en las ruinas. Y aquel cuerpo no era, una ruina. Era una Aurora de Amor, un cntico triunfal de la belleza, un poema de la carne, hecho para las violaciones ntimas, las profanaciones voluptuosas, el encanto de los besos furtivos, en las carnes desnudas. Su viudedad, su posicin social, la rigidez del medio en que vivan, ponan un dique inmenso entre ella y

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aquel mancebo a quien se haba habituado hasta hace poco, a mirar como un nio, repulsivo y soberbio, espcimen marcado de esa raza triste y altiva, a quien ella y otros atribuan algo de manaco. El capricho es la ley en la mujer. Y ella encaprichado se haba en ese mozo indmito, ya con leyenda daina, y marcado con sello de indomable rebelda. Ella midi la distancia y se propuso acortarla. Le buscaba dondequiera, le conversaba ntimamente, usaba con l de bromas suaves, de equvocos sutiles, lo segua con miradas ardientes como luces, apoyadas como caricias, lujuriantes y clidas, impregnadas de la nostalgia loca de los besos. Parpadeaba, y de sus ojos magnticos pareca escaparse todo un vuelo de cantridas. Y permaneca absorta mirndole, y sus narices se dilataban; como si sintiese el olor voluptuoso y formidable de Adonis, cual si tuviese ante s la visin de las siete noches innenarrables de la obscura y ardiente sulamita. El no se aperciba de ella. Toda mujer es Salomn en el amor. El don de la sabidura le es innato. Su deseo es ley. Ella comprendi bien que toda la tarea de la conquista de este ingenuo, de esta seduccin al revs, le estaba encomendada y abrevi el camino. Una de aquellas noches en que se haba danzado hasta muy tarde, manifest miedo de retirarse sola, y entre las que se ofrecieron acept la compaa de aquel que ella deseaba. Era una noche serena, estrellada, turbadora como una decoracin de sueo.

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Los ruidos de la ciudad haban cesado, y reinaban una calma profunda, una quietud protectora y cmplice. La atmsfera saturada de perfumes extraos, tena efluvios de voluptuosidad, como arrancados al seno de las flores. Ella, apoyada suavemente en el brazo del joven, le hablaba paso, con una voz confidencial, acariciadora que produca como el efecto de un rozamiento en la piel, como la desfloracin misteriosa de un beso. Y le envolva en largas miradas hipnotizadoras, que le erizaban la piel, y despertaban todo el fuego de su virilidad exuberante, estremecida al contacto de algo intenso y ardiente, que flua de aquel cuerpo de mujer. La calma de la noche los envolva en una gran dulzura misteriosa, en desfallecimiento de xtasis, en enternecimientos de piedad, en una esperanza vaga de promesas de ventura, en un deseo infinito de apagar su sed de lujuria en un beso indefinido, en el abrazo ardoroso de sus cuerpos palpitantes. Y ella continuaba en envolverle en la llama salvaje de sus ojos, en las lenguas de fuego de sus frases incendiadas. El temblaba perplejo, sin osar nada. Prostituido en amores fciles y fangosos, habituado a aplacar los ardores sentuales de su carne en las fuentes pblicas del vicio, no osaba levantar sus ojos, ni su esperanza, hasta esta seduccin inesperada. Y la seduccin fue. Y el hecho inexorable se cumpli. Y se estableci entre ellos una ligazn culpable y ardiente, durante la cual fatigaron el placer hasta el

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espasmo, el