Icaro Incombustible 8

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Ícaro Incombustible

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A free independient & cultural magazine

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ÍcaroIncombustible

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Icaro Incombustible Nº8

Todas las obras y opinionespertenecen a sus autores.

Portada · Elena Castellanoelenacastellanofernandez.blogspot.com

Diseño y maquetación · Muba · muba.tk

Foto editorial · Harun Toré fl ickr.com/photos/harun_kerim

Agradecimientos a todos los lectores y colaboradores de la revista.

icaroincombustible.com

ÍcaroIncombustible

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Vaya...ya el número 8. Parece mentira lo rápido que pasa el tiempo. Cuatro, casi cinco años ya de Ícaro Incombustible. Evidentemente, mucho caos y desorganización, barreras, problemas, pero aún en el aire, expectante como siempre, ante nuevas posibilidades. Gracias a todos los autores por participar, por construir esta revista. Esperamos que los lectores la disfruten, y las redes del pensamiento y el arte independiente sigan su rumbo.Hasta pronto.

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Tipografía propia especialmente creada paraesta revista, realizada manualmente con cartulina.

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El trabajo es el refugio de los que no tienen nada que hacer.

Oscar Wilde

Tenía una entrevista de trabajo...

Después de varios meses recorriendo agencias de trabajo temporal, supermercados, tiendas de ropa y centros comerciales, dejando currículums a diestro y siniestro, por fin me habían llamado de un sitio. Sabía que tenía que causar buena impresión. Me duché y me afeité. Me vestí con vaqueros y zapatillas, camisa y chaqueta. Calculé la hora y, dado que tenía la entrevista a las 10:30 de la mañana, supuse que si salía de casa a las 9 llegaría a tiempo. Me equivoqué.

El primer inconveniente fue la huelga de autobuses. Desde que tengo memoria, todos los años, hay una huelga de autobuses en Tenerife. La historia siempre era la misma: los conductores protestaban por el exceso de horas y los sueldos miserables; bajaban los servicios durante varias semanas; finalmente llegaban a un acuerdo con el Sindicato; subían el precio del servicio cinco o diez céntimos, y todo volvía a

empezar seis meses más tarde. Evidentemente, nada cambiaba a mejor y el patio continuaba igual que de costumbre. ¿Quién salía perjudicado? Los usuarios, los pobres diablos como yo lo pasaban canutas mientras los chóferes intentaban solucionar sus problemas laborales. Es el precio que hay que pagar por no disponer de vehículo propio: aguantar los mamoneos y chorradas de TITSA.

Irritado, esperé más de media hora a que pasara la línea 467. De vez en cuando echaba un vistazo al reloj: iba a llegar tarde y lo sabía. Podía haber tomado un taxi, pero mi cuenta corriente estaba en números rojos; no era cuestión de que un taxista me cobrara 15 euros por diez minutos de trayecto. Cuando apareció el autobús logré subir a duras penas. Dado que los servicios estaban al mínimo, el vehículo se llenó hasta la

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bandera, haciéndome retrasarme aún más. Mientras salía de los Cristianos en dirección al centro comercial donde tenía la entrevista, nos deteníamos en todas las paradas posibles, hasta que el vehículo estuvo a punto de explotar. Volví a mirar el reloj por enésima vez: llevaba cinco minutos de retraso. No iba a causar una buena impresión, precisamente. La gente continuaba subiendo y nadie bajaba. El ambiente cada vez estaba más sobrecargado y la visión de todos aquellos viejos, turistas jubilados en su mayoría, resultaba deprimente. Joder, pensé. No hay ni una tía buena con la que recrearme la vista. La más joven, como mínimo, debía tener 65 primaveras.

Al llegar, me apeé a empujones por la puerta delantera y caminé lo más rápido que pude hacia mi objetivo. Quince minutos de retraso. El día era plomizo y miserable. El cielo estaba cubierto de nubes negras y amenazadoras. Lo más probable era que lloviese en breve y yo sin paraguas. ¡Estupendo!

Cuando entré en la tienda, le ofrecí la mejor de mis sonrisas a la empleada de turno —una chavala de unos ventipocos años con cara de amargada— y le dije que tenía una entrevista. Ésta me comentó que esperara, que en aquel momento estaban entrevistando a otra persona, cosa que no tardé en hacer. Veinte minutos después, mientras entraban y salían los clientes, apareció la encargada. Nada más verla supe que iba a darme problemas: rostro pálido y fatigado, expresión de mala leche, aires de perra dominante. Nunca me había gustado tener a una mujer como jefa, solían ser más desagradables y retorcidas que los tíos; supongo que temerán que los empleados masculinos se burlen de ellas. La conversación fue breve y comprensiva: —Como ha llegado media hora tarde

entrevistaré a esta chica —dijo con frialdad a la vez que señalaba a una candidata dibujada en la puerta—. Tendrá que esperar. Asentí:—En realidad fueron veinte minutos —sonreí de buen humor—. Hay huelga de autobuses y se me hizo tarde. Lo siento.

Su mirada me traspasó de un lado a otro: la había fastidiado a base de bien. Rápidamente, dio la media vuelta y desapareció por donde había venido. Durante una hora, estudié las paredes de la tienda, llenas de teléfonos móviles, tarjetas y carcasas, y el trato de las empleadas con los clientes. La morena —con la que había hablado primero— se limitaba a charlar por el móvil con su novio y la rubia —la típica princesa de hielo con aire de cretina —realizaba todo el trabajo. Mientras pasaban los minutos interminables, intuí que la encargada no iba a entrevistarme. Sin desearlo, recordé mis tiempos de comercial, cuando trabajaba para una famosa compañía de seguros; seis días a la semana, diez horas diarias, de turno partido. De todos los curros asquerosos que he tenido, sin duda, aquél fue uno de los peores. Me pasaba toda la semana picando puertas, hablando con desconocidos, con la esperanza de vender una maldita póliza. Lógicamente, cuando llegaba el lunes, nunca había cumplido los objetivos de venta que me había propuesto y mi jefe me machacaba

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a conciencia. ¡Como si hubiese estado tocándome las narices! Como habrás imaginado, trabajaba a comisión, si no vendía me moría de hambre; típico de las empresas de seguros que prometen el oro y el moro a sus subagentes. Aparte de la tensión constante de no vender y la presión de mis superiores, tenía que pagarme el uniforme, los zapatos, el transporte y la comida. El contrato era mercantil, por cierto; no tenía derecho a paro. El jefazo de la oficina al principio iba de buen rollo, en plan compañero, hasta que sacó los ases debajo de la manga y demostró que era un cerdo sin escrúpulos; había llegado donde había llegado aplastando cabezas y vendiendo a quien hiciera falta. El resto de los jefes de equipo estaban cortados con la misma tijera: hipócritas, traicioneros, envidiosos; gente repulsiva, en definitiva, por no decir algo peor. Como es natural, cuando descubrí como era la empresa, me largué de allí lo antes que pude: siempre he sido una persona con principios y no soporto a la gente que está podrida. Durante un momento me planteo que habrá sido de aquellos idiotas: probablemente continuarían en los mismos puestos, después de diez años, esclavizados e insatisfechos, víctimas de unos delirios de grandeza que jamás podrían alcanzar. Otros que pensaban que la vida era una versión extendida de Glengarry Glen Ross.

De hecho, mi cuarta novela trataba sobre aquella época. En ella, yo era un vendedor de seguros fracasado, quemado por sus superiores, que está al borde del suicidio. Huelga decir que, aunque es fácil de adivinar, es bastante autobiográfica. Una punzada de desánimo me recorrió el corazón: me pegué un año escribiendo un libro que nadie leerá jamás. ¿Por qué? Los editores rechazan mi obra alegando que no tiene suficiente calidad literaria para sus criterios de selección. Basura, vamos. Encima, como de costumbre, había sufrido una de mis típicas noches de insomnio. Había sido incapaz de pegar ojo desde las tres de la mañana, estuve dando vueltas sin parar, entre la vigía y el sueño. Por lo menos no tuviste pesadillas, intenté consolarme a mí mismo. Cualquier estado anímico es preferible a eso. Había ido al médico en varias ocasiones, intentando solucionar el problema, pero los somníferos que solían recetarme me daban escalofríos. Después de todas las drogas que había consumido durante mi adolescencia, no tenía la intención de engancharme a una de curso legal.

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La encargada salió del despacho y se aproximó a mí. No hacía falta que abriera la boca; sabía lo que iba a decirme por anticipado. —No me gustó su respuesta —acotó—. Me temo que no voy a entrevistarle. Me encogí de hombros, indiferente; la gente tan predecible me aburría sobremanera. —¿No era más fácil decírmelo desde el principio y no hacerme perder el tiempo? —repliqué.—Lo siento —repitió falsamente. Me levanté de la silla con una sonrisa irónica en la boca.—Me da igual —admití—. Usted se lo pierde.

Sin mirar atrás, salí por la puerta y me alejé del centro comercial con un pitillo en los labios. Aquella zorra malfollada, al ver que no entraba por el aro, había decidido joderme haciéndome esperar una hora. La próxima vez que fuera a una entrevista tendría la boca cerrada y no volvería a meter la pata hasta el fondo. Bueno, pensé. Tampoco era el sueño de mi vida trabajar para Vodafone. A la gente desde que adquiere un poco de responsabilidad se les sube el ego a la cabeza y actúan de forma tan mezquina como los mismos jefes que tanto desprecian. La sociedad, el mundo laboral en general, es un asco. Aunque la hubiera fastidiado desde el principio, no creía que mi comportamiento mereciera una actitud tan estúpida. Me sentía como un niño al que le lavan la boca con jabón cuando dice una palabrota. Era increíble que me dieran por saco antes de empezar a trabajar en una empresa. ¡Lo que no me pasaba a mí no le pasaba a nadie! En fin, al llegar a la parada tuve suerte: la 473 sólo tardó cinco minutos en pasar.

Alexis Brito [email protected]

Gennaro [email protected]

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“El verdadero viaje de descubrimiento no es buscar nuevas tierras, sino mirarlas con nuevos ojos.” (Voltaire)

Esperando

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a) Hoy es día de luto. Ha muerto otro Papa. En el infierno, millones muertos de sida se bajan los pantalones con regocijo.

b) Súbale la medicación a Alicia. Continúa con sus fantasías sobre conejos y agujeros, dijo el doctor. La enfermera asintió. Tenía la bragueta bajada.

c) Cáncer: Disfruta del día de hoy. Mañana vómitos y radioterapia.

d) Mi hijo llegó a casa agitando una esquela. ¡Papá, dicen que estás muerto! Pronto, cariño, pronto, le contesté.

e) El señor Ramírez vivía para su trabajo. Cada mañana llegaba puntual a su cubículo a las seis y se marchaba a las ocho de la tarde. El día que lo despidieron se voló la tapa de los sesos.

f) Exhausto, abracé a Lolita. Sus tiernos pezones desnudos apuntaban al techo de la habitación. Te quiero, le dije. Tengo sida, me contestó. g) Siempre fue una niña muy bien educada. Nos pidió permiso para jugar con sus muñecas antes de suicidarse.

h) Toda la vida fue muy ahorrador. No derrochó ni una palabra, ni una caricia, ni una sonrisa. Se lo llevó todo a la tumba.

i) Mira que la amaba. Le di todo lo que pedía: flores, joyas, viajes y dinero. No hubo de manera de mantenerla a mi lado. Siempre encontraba a alguien mejor.

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Al final la envenené y me ahorqué. Pero ni con esas. Sé que me engaña con el fantasma de un noble escocés.

j) Babea en la oscuridad. Agita sus extremidades, su lengua ávida relamiéndose. Gimotea. Sobresaltado, me incorporo y enciendo la luz. Pero no está. El bebé ha desaparecido de la cuna. La puerta del armario está abierta.

k) Merceditas no ha escrito carta a los Reyes Magos. Tampoco a Santa Claus. Ya tiene su regalo. Con trazo inseguro pinta en la pared de su cuarto con las manos manchadas de sangre: “Papá no volverá a tocarme”.

l) Cenicienta. 2x1. Juegos de transformismo. Seré tu princesa.

Pedro Escudero Zumelmascuentoquecalleja.blogspot.com

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El comedor de vidrio

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Ayer me dijeron que no existen las clases y yo, claro, me lo creí. ¿Cómo no hacerlo? Lo dicen en los periódicos, lo repiten en la televisión e incluso en las conversaciones de bar. El caso es que ayer, cuando regresaba del trabajo, bien apretadito en el autobús, con otro montón de tipos que tampoco existen, vi pasar un deportivo Es raro, pero me sentí muy proletario. Póbrecito de mí, debo de ser un nostálgico.

Pedro Escudero Zumelmascuentoquecalleja.blogspot.com

los 400braceros.webs.com

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Squat o casa ocupada. Ésta palabra no es muy conocida en Budapest, capital de Hungría. Las personas que no quieren aceptar completamente el sistema y ser buenos ciudadanos del capitalismo, están organizando hoy en día las squats, porque aunque siguen estando dentro del sistema de un país y no se marchan al campo a vivir solos como un ermitaño, les gustaría descubrir y mostrar otro, más humano y más satisfactorio modo de vida.

El fenómeno de las casas okupas nace entre 1970-80 en Europa ( como al mismo tiempo también en USA ). Jóvenes huidos y sin hogar, inmigrantes, gente en condiciones de necesidad empezaron a ocupar casas abandonadas y a comenzar una vida punk ya que en este periodo se identificaban mayormente con esta subcultura. Su lucha sin fin contra la policía, las autoridades y los propietarios de las casas vacías, era parte del proceso, parte del squatting u okupación.

El tiempo ha cambiado mucho las cosas y las filosofías squat son diferentes, pero los principios básicos siguen siendo los mismos que en un principio: otorgar un lugar común a la juventud como también un refugio para indigentes, sin hogar y trotamundos que quieran visitar la ciudad. La casa okupa tiene otras funciones, puede ser una biblioteca, un pub, galería de arte y taller, puede organizar reuniones y comidas ( por ejemplo el ´Voku´ o Volksküche = cocina del pueblo en Berlín ), fiestas, conciertos y exhibiciones. Montones de ventajas por poco dinero, y a pesar de ello no tiene futuro en Budapest.

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Los squatters de la zona intentaron en varias ocasiones ocupar una casa pero sólo una pudo mantenerse durante dos años ( era una legal, llamada AK57 ),mientras que las otras no tuvieron tiempo de mostrarse a sí mismas realmente.

En Hungría la mayoría de la gente desconoce este fenómeno, sólo los jóvenes que ya ha visitado la parte oeste de Europa. Ellos se preguntan: ¿Dónde puedo encontrar una casa okupa o squat en Hungría?

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Para responder a esta pregunta quisieron formar una, la primera vez un grupo francés en 1991, llamado Grupo de Resonancia ( Resonance Group ) ocupó una casa ( Trafó) y organizaron exhibiciones durante el verano,y más tarde también el grupo Hungarian Centrum intentó lo mismo. En 2004 ocuparon un edificio abandonado que era usado antaño como fábrica y organizaron una exhibición en él, pero la policía llegó también a la inauguración de la exhibición y los okupas tuvieron que marcharse.

Otra tentativa fue la ocupación de un edificio abandonado en el casco antiguo judío de la ciudad en 2005 ( VII. District ) Querían llamar la atención sobre la destrucción progresiva de este distrito, así como de los lugares comunes en Budapest protestando en contra de la política de la ciudad. Este proyecto terminó de la misma manera que los anteriores, la policía

llegó pronto y los squatters u okupas tuvieron que marcharse, ya que comenzaron a establecerse leyes en contra de su actividad. Aunque al final no pudieron lograr sus objetivos, al menos tenemos un precedente donde los okupas no fueron arrestados por la ocupación de una casa vacía y en desuso. Sólo el lugar llamado AK57, fue exitoso durante un tiempo, ya que la juventud obtuvo el permiso para establecerse por parte del gobierno, no era un caso típico de squatting, no ilegal. Ellos organizaron diferentes actividades y eventos.

Krisztina Mészá[email protected]

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V. alzó la mirada hacia M., que sonreía de satisfacción -Es jaque mate- observó apesadumbrado V. -Lo sé, -respondió M. de forma jactosa- pero me gusta ver como te esfuerzas en buscar una salida.V., resignado, volcó su marfileño rey blanco sobre el tablero de cuadros nácar y azabache, mientras un sonido hueco acompañaba al movimiento en su agónico final.- No sé cómo no te cansas de perder siempre- se regocijó M.-Tu objetivo es ganar-replicó V.- El mío simplemente es jugar, porque entre el inicio y el final, las piezas se divierten. M. observó a V. entre incrédulo y extrañado. Le costaba entender esa filosofía.Iniciaron una nueva partida. Muerte siempre acababa, pero Vida siempre empezaba de nuevo.

[email protected]

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Caigo, y me vuelvo a levantar a duras penas, Sangre en mis manos, la piel quedó en la arena, El Sol deslumbra y asfixia, el suelo quema, Pero puedo ver, allá a lo lejos, la ansiada meta.

Corro, y recuerdo las andanzas y los percances, El camino tortuoso donde perdí mis lastres; Recuerdo a Homero, a sus bestias, sus titanes, Peores monstruos se me han puesto por delante.

Miro al horizonte, donde el mundo se hace infinito, Y descubro lo que ya sabía desde un principio El oasis que creí meta no es mi ultimo objetivo Sólo el final de una etapa, un descanso concedido.

Salgo del fuego, avanzo hacia el nuevo reino, Una majestuosa dama, toda cubierta de hielo, Me da una fría bienvenida con su gélido aliento; Todo se para, el tiempo, mis movimientos.

Nada, no hay nada, ni siquiera aire negro, Anhelo saber a que me enfrento, pues no lo veo, ¿Soy yo mi enemigo? ¿Por qué me temo? Acaso no podré vencer a mi alter-ego.

kristian Morenoelespiritudelasletras.blogspot.com

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Mubamuba.tk

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Loco por desarrollar su propio juez interior, loco por hablar con las paredes y con los muros de piedra, loco por sentirse cómodo manteniendo diálogos con varias personalidades interiores, loco por rodearse de vegetación revestido por la sombra de un árbol, dejando florecer su interior sin más sonido externo que el canto de los pajarillos, el zumbido de las avispas, el revoloteo de abejas y moscas, y el aleteo de las mariposas viajando por un soleado entorno... Loco por dejarse lametear por alacranes y lagartijas, demente por caer somnoliento sin buscar alimento, sin obtener más sustento que el aroma y fragancia que desprenden retamas, romeros y aliagas para su pene hambriento...

Dejar la vida pasar durante horas, días o semanas incluso, abandonando la civilización para conocerse mejor, comprender que todo comportamiento, deseo o sentimiento humano tienen su reflejo en las infinitas formas y manifestaciones que la naturaleza ofrece...

Tumbarse sobre una afilada piedra, recostándose frente a una pequeña colina en cuyos minerales destellan los reflejos del sol, colina cuya cima se ve recubierta por un manto de bojas, esparto e incluso matas de tomillo, desnutrida y esquelética tierra de donde sólo brotan insípidas plantas que son como los tísicos pensamientos que sostienen el delirio humano, el erguido mundo adulto, deshumanizado y alejado de la frondosidad del paraíso vegetal que puebla la sencillez y diversidad del mundo infantil...

Loco quiere acabar sus días respirando y viendo colorearse sus ojos, apartado de la monotonía y aburrimiento del paisaje urbano, hablando con las piedras, hablando con las moscas y con la sombra de

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una encina; loco contando los brotes de los tallos que nacen del tronco y de las ramas como si fueran los días quequedan por vivir...loco abrazándose con alegría a algún perro, besando los bigotes de un gato...loco disfrutando de la picadura de las arañas, saboreando el veneno de los alacranes, acatando el disparo de los colillos de alguna infame sierpe... viviendo desnudo pero revestido de arañazos, cicatrices y picaduras...

En invierno refugiarse del hielo y la escarcha en la oscura guarida, junto a reptiles que hibernan, en verano recostarse al raso a la sombra de algún árbol, recreando diálogos con ese vetusto e inmortal ancestro, inseminandola tierra para desfogar...soñando con dar besos y abrazos y poder montar a los caballos y a las yeguas por igual, con recorrer sus largos cuellos con la lengua...Viviendo como un animal más, el hombre bestia, peludo y sucio, sin pantalones, sin pajarita ni corbata, sin depilarse y sin afeitar, hombre natural capaz de sintetizar los aullidos de los animales noctámbulos, hombre que defeca en los sembrados y se baña en las charcas, retozando en el fango y nadando en los ríos. Hombre capaz de recorrer descalzo miles de kilómetros sin poner sus pezuñas en el asfalto...

Loco por no competir por la supervivencia con otros humanos, loco por no luchar, loco por vivir en armonía con la naturaleza y nutriéndose de seres coetáneos que le rodean, loco por masturbarse rozando su piel con las piedras, frotando sus testículos con la corteza de los árboles...loco y abominable bestia salvaje asustado del mundo humano, huidizo y fugitivo de la civilización, del progreso y del amor humano...zángano que no necesita sombrero para protegerse del sol, no tiene bolsillos donde acumular sus recolecciones,

gañán que no concibe ni necesita de la caza, pues le basta ser carroñero y alimentarse de materia en descomposición sin destruir la vida.

Maloliente y apestoso, vagabundo, mendigo de la naturaleza, despojado de ambición, ignorante sabio, enfermo pero sano al mismo tiempo, náufrago que todavía no ha llegado a tierra, impaciente penitente que consume a sorbos su tiempo, que eyacula blanqueando las negras esquelas que va dejando el paso de los días... Sabe que cuando muera, la vida seguirá y su cuerpo será devorado por aves carroñeras, insectos y todo tipo de bichos, su materia se descompondrá haciendo que la tierra sea más fértil y permitiendo que felizmente malvas y hierba broten por igual. Sabe que cuando muera sus pensamientos no habrán servido para nada...Lo único que habrá servido es su interacción con los demás seres.

José Rafael Marín “Ladro senza maschera”[email protected]

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Un camino tortugosoD

hesjosem

arhuenda@hotm

ail.com

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He viajado lejos: a otros pueblos, otras ciudades, otros países, a otros continentes. Pero siempre he guardado conmigo un frasco dorado que, según la ocasión, llamo alma o llamo óleo natural. Y a cada gota que unto en el pulgar y chupo como Justin Cobb, a cada gota que resbala por tu cuerpo en nuestros juegos de cama, a cada gota coge los fardos, vacía el remolque y a cada gota enhebra la remalladota, esquila cien pantalones y cada gota el olor a campo, a lumbre, a una madre, mi madre y a todas las madres del mundo. A cada gota, a fin de cuentas, Proust, que me da la razón.

Jose Alberto Arias Pereirabrianedwardhyde.blogspot.com

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Cuando vemos a alguien triste surge en nosotros un sentimiento impetuoso de protección,cuando vemos a alguien asustado nos invade una sensación de seguridad,

Son paradojas de las relaciones del ser humano, que sirven para que la energía del mundo esté en equilibrio.

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Harun Toréwww.flickr.com/photos/harun_kerim

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REFLEXIONES SOBRE LAS AGRESIONES A LOS ACTIVISTAS DE IGUALDAD ANIMAL EN SACEDÓN

Sigo dolorido, han pasado solo unos días desde que nos agredieran a mis compañeros de Igualdad Animal, a unos reporteros de Tele5 y a mi mismo, en uno de los muchos pueblos de este “civilizado” país, de nombre Sacedón. El lugar importa, por ser este un hecho puntual grave, pero como ya sabemos por otras agresiones, podría haber sucedido en cualquier otro pueblo, podrían habernos agredido salvajemente otras gentes.

Aclaraciones

Antes de nada, quería aclarar que no es mi estilo, ni el de la organización con la que colaboro, el ir a un lugar a provocar para luego esperar ser agredidos, levantando con ello polémica. En serio, no es mi estilo ser un kamikaze. No somos unos inconscientes y, lógicamente, esperábamos una respuesta negativa a nuestro mensaje, allí o en cualquier otro pueblo de este país, pero no de manera tan desproporcionada. Ni tampoco vamos de víctimas, pero sí decir que allí había

una víctima que fue torturada y asesinada. En ningún momento insultamos ni agredimos a nadie, toda nuestra acción fue completamente pacífica, sin ningún hecho o gesto violento por nuestra parte, es más, el mensaje escrito en la pancarta, el mismo que gritamos mi compañero y yo, era en sentido contrario a cualquier violencia: “Tauromaquia Abolición”, “Derechos para Todos los Animales”. Pues, ni más ni menos, que para tratar de hacer ver a aquellas gentes que estaban yendo contra los intereses más básicos de los animales que allí estaban siendo utilizados, agrediendo violentamente a un toro, acosándole hasta la muerte, condenándolo a muerte por ser de otra especie.

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Las agresiones: mi experiencia y reflexiones sobre lo sucedido. Diría que nunca había sentido tanto miedo, ni había visto a gente tan descontrolada viniendo hacia mi, amenazándome con los ojos desorbitados, diciendo estupideces justificándose por estar pegándome con todas sus fuerzas, no tenía donde refugiarme ni huir, ni a quién acudir para que me defendiera, solo podía mantener la cabeza fría, intentar recibir lo mejor posible sus patadas y puñetazos y que todo pasara. Pero a pesar de todo aquello, no me arrepiento para nada, de haber ido allí y haber hecho lo que hice. Los animales no tienen más voz que la que cada uno de nosotros alce por ellos.

Y es que, una vez desplegamos la pancarta y terminamos de gritar en defensa de los animales, comprobamos cómo la pancarta ya había sido retirada, algo con lo que contábamos, así que decidimos irnos, escuchando los insultos, pitadas y silbidos de rechazo, con lo que también contábamos. En ese momento, comenzaron a volar piedras por encima de nuestras cabezas, tiradas al azar desde abajo y que, por probabilidades, corrían peor suerte las decenas de vecinos del pueblo de sufrir un descalabro, que nosotros mismos. Primer signo de violencia descontrolada: tiran piedras contra sus mismos vecinos y familiares. Aquellas piedras, seguro una decena de ellas, golpeaban el asfalto rebotando sin control. Piedra que, unos minutos antes y después de irnos, eran lanzadas con tal virulencia hacia el toro que, como captaron las imágenes de otro compañero activista, le llegaron a partir la boca al acosado y aterrorizado toro cuando permanecía semiescondido entre unos matorrales.

Esa secuencia de imágenes no se me olvidará jamás, la de aquel participante, arrojando una piedra del tamaño de un puño y, finalmente, la imagen del rostro desvanecido y aplacado del inocente toro, su boca desencajada y sangrando, su lengua rajada. Tras los insultos, gritos, amenazas de muerte y las piedras, llegó la locura de la persecución delos más violentos, la locura de los cazadores, la frialdad de los matarifes y matadores, la de los irracionales, la locura agresiva de los que han crecido en y para la cultura de la violencia, su única respuesta posible, la que va de generación en generación sin freno, permitida y, muchas veces, alabada. Abajo del puente lo mismo, pero más ferozmente, al pobre e indefenso toro. Localizados, sólo tratamos de tranquilizar, esquivar y encajar los puñetazos, patadas, pellizcos, golpes, empujones y demás, de la manera más entera posible, neutrales. En ningún momento, hubo respuesta violenta a aquel linchamiento público, pues nuestro objetivo es pacífico, nuestro objetivo es el del respeto a la vida y a la integridad física y emocional de los animales allí condenados. Por unos minutos muy, muy largos para nosotros, padecimos en nuestras carnes y huesos, una violencia parecida a la que estaban sometiendo a aquel toro. Por unos instantes, sólo por unos instantes, comprendimos con realista claridad, el terror al dolor, el acoso y agotamiento, el miedo a morir, hasta que pudimos salir de allí,

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corriendo por el monte esquivando las piedras como mi compañero Javier o en un coche completamente destrozado a palos y patadas, escoltados por las mínimas fuerzas del orden que casi nada podían hacer por controlar a la masa... Pero aquel toro, aquel pobre toro con la boca ya partida, a aquel toro todavía le quedaba seguir siendo acosado por todos lados, esperando fútilmente a que todo aquello pasase y sus acosadores a pie, en coche o a caballo desistiesen, pues no encontraba escapatoria y él fue muy consciente de la situación. La diferencia es que nadie le pudo salvar la vida. Hoy puedo imaginar todo su sufrimiento físico y emocional, solo tengo que multiplicar por cien lo que a mi me hicieron en unos segundos.

Ahora comprendo mucho mejor al toro y a todos los animales masacrados diariamente en la “Fiesta”. Qué irónico, lo llaman Fiesta, es decir, torturar y matar ¿Qué cosas? Ahora me pregunto ¿Cómo sería yo si me hubiese criado en uno de estos pueblos? ¿Sería igual de violento con los humanos o con los demás animales, a quienes hoy no me como y trato de defender?, o quizás ¿Cómo sería yo ahora, si me hubiesen criado en un país en guerra? ¿Mataría sin remordimientos? Con seguridad, la educación y la cultura marcan nuestro comportamiento violento o respetuoso hacia otras personas, especialmente, hacia los demás animales. Aquellos que agredían al toro y le mataron, aquellos que nos agredieron y muchos más que no participaron, pero que aplaudieron todo el espectáculo, justifican la violencia en respuesta a una demanda pacífica, justifican la violencia como respuesta a una demanda de respeto a los animales que, como tú mismo (perdón por el tuteo), solo quieren vivir sus vidas libremente, en armonía con los suyos, evitando los sufrimientos, disfrutando de lo que la tierra les ofrece.

La tauromaquia, en cualquiera de sus formas, mata. Ningún argumento la justifica.

Ni todos los taurinos son violentos con los humanos, ni todos son sádicos que disfrutan con la tortura y la muerte, pero si que son muchos los que son violentos, incluso alguno, agrede físicamente y amenaza de muerte por “lo suyo”, por su fiesta. Su común denominador es que pagan o se lucran matando toros. Pero que nadie se deje engañar más por el mundo taurino ahora, pues llevan siglos manejando el arte de la confusión, el eufemismo y la mentira. Utilizan palabras engañosas, que enmascaran la realidad de dolor y matanza, se enorgullecen de una práctica mortífera que llaman “arte” o “fiesta”. Esconden los gritos de agonía de los toros con clarinetes y timbales y musiquilla pachanguera de orquesta.

Ricardo Jiménez [email protected]

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Castran a toros a los que llaman mansos, para hacerles más dóciles, y manejarlos a base de palos constantes y luego serán asesinados también, injustamente, para un consumo de carne completamente innecesario. Dirán falsamente que los caballos que usan, no sufren, ni sienten miedo y que están mejor con ellos que siendo libres. O que el mismo toro, se extinguiría sin esa matanza (¿qué individuo quiere vivir para eso?), o que no sufren nada, a pesar de que su sistema nervioso es tan parecido al nuestro, o que los toros son unos privilegiados, cuando solo viven una cuarta parte de lo que podrían hacerlo siendo libres. Te confundirán diciendo que hemos ido a provocar y que por eso merecíamos palos o cosas peores. Nada justifica la violencia, nada de todo eso, ni el divertimento con un animal, ni la continuidad de un “arte” cruel, ni la perpetuidad de una “cultura” violenta. Dirán que no hay que prohibir y que no coarten su libertad, palabras dichas a secas, omitiendo que lo que pedimos realmente es prohibir matar o no libertad para matar.

Instálate en la cultura de la no-violencia.

Podemos erradicar, en nosotros mismos, la cultura de violencia hacia los animales, podemos sustituir las tradiciones injustas por otras justas. Hubo un día, en que cualquier tradición, ni siquiera existía, del mismo modo que, siglos después, esa tradición puede ser superada y cambiada por otra más justa que no implique perjudicar a otros humanos ni, por supuesto, a otros animales. Fuimos allí, tanto para decir “Tauromaquia Abolición”, como para pedir Derechos para Todos los Animales, porque aunque hoy la mayor parte de la población española, vea clarísimamente tan

injusto como innecesario mantener una práctica de entretenimiento como la tauromaquia, cada día somos más, aquellos que vamos excluyendo cualquier práctica, cotidiana o no, que pueda causar daño o muerte a cualquier animal, pues son muchos los falsos mitos en relación con la necesidad del uso de animales ni para comer, vestirnos, experimentar medicamentos, entretenernos y que son causa de centanares de millones de muertes y tragedias anónimas cada año en granjas peleteras, engranjas de aves,vacas o cerdos, en mataderos y laboratorios, piscifactorías y barcos pesqueros, zoos o circos, etc. Os invito a abandonar la cultura de la violencia, posicionarnos completamente en contra e instalarnos en una nueva cultura de la no-violencia y, claro, practicarla, criticando nuestros hábitos de vida moderna y autocriticando, valientemente, la norma establecida de que es necesario usar animales, dejando de devaluar sus vidas e infravalorar sus intereses, porque en la esencia, todos los animales somos y queremos lo mismo: cuerpos y conciencias con ganas de vivir libremente eludiendo aquello que nos cause daño. Instálate en la cultura de la no- violencia,vive vegano. Gracias por vuestro tiempo, vuestra difusión, vuestra contrariedad a la tauromaquia o a cualquier otra forma de explotación animal .Gracias por instalaros en la no-violencia viviendo vegano.

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When I Look back across Mars, I see the footprints for a metal heart, in a territory never visited, It’s been a long trip for the robot Opportunity, in the spacecraft Viking one,

When I Look back, I see footprints in a territory never visited,

he is going alone to Endeavor Crater, with the hope for to find whether Mars could once have harboured life.

Dangerous trip for a small Opportunity, his metal heart continue working, looking back and front, he almost can’t remember the human smile, he almost can’t remember the human eye, I remember you like fiction history,

but he is still alive across the Martian desert,he is still looking for life, you dragged me over all these years,throughout this time, beautiful metal heart.

Enrique Molina [email protected]

NA

SA D

ata

base

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Cascada

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Por favor, muéstrame la calma que tanto te apacigua y dame paciencia para saber soportar esas pequeñas cosas que desquician mi alma. Dime palabras tranquilas y suaves que acaricien mis oídos y sepan a nata y miel en mis labios. Coge piedras de la playa, esas tan baqueteadas por las olas, e introdúcelas en mis bolsillos, para que ni el más huracanado de los vientos me transporte lejos. Demuéstrame que, aunque el mundo se volviera cuerdo, nosotros seguiríamos igual de locos.

[email protected]

Macarena Llull [email protected]

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El calor se recostaba como una babosa gigante y húmeda sobre aquella parte de la ciudad. Cuando se sonreía un poco, malévolamente, algunas fachadas quedaban en sombra porque la mejilla se le abombaba tanto como la barriga de una embarazada y tapaba al sol. Muchos hombres caminaban por la calle con las manos por debajo de la goma de los pantalones, quién sabe si desesperados por los picores de los hongos. En el tramo de la vía pública donde yo me encontraba se cocía un secreto que me estaba dejando un poco sordo a pesar del trasiegode los coches y sus caballos a los que la metrópolis me tenía acostumbrado. Ese secreto poseía otras propiedades que acústicamente mellaban más que ciento cincuenta años de motos trucadas berreadoras delante de mi ventana. Zumbaba lánguido. Yo, que por entonces no tenía ni un pelo de tonto, me daba cuenta.

El sudor me discurría aburrido por el cuello y sus surcos zigzagueantes apenas se dejaban distinguir por los ojos humanos pero yo podía imaginarlo ampliado cuatrocientas veces debido al efecto de vibración cutánea. A una señora tan gruesa que impresionaba se

le cayó la bolsa repleta de la compra al suelo y de allí salió toda clase de productos en un visto y no visto. Incluso los que estaban llenos de esquinas se alejaron de ella rodando. Sentado sobre las escaleras del portal observé como cuatro o cinco jovenzuelos se acercaban a ella encorvados, casi rampantes, como coyotes hambrientos que no saben cómo se aúlla a la luna pero lo intentan. La señora se asustó tanto que se marchó a zancadas y su carne se bamboleaba a su alrededor: un aplauso irónico ante tal huida. Los cuatro jovenzuelos cogieron todo lo que pudieron encajarse en el regazo antes de que dos gendarmes flacos como su versión de galgos de carreras aparecieran por la esquina y se decidieran, tímidos, timidísimos, a emprender la carrera tras ellos.

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¿Era aquella escena parte del secreto que seguía cociéndose lento y estridente, aun así discreto, arropado por la conjunción de tantas pisadas? Me removí sobre la porción de piedra del escalón donde seguía y me sacudí trocitos de cáscara de almendra en los que al colocarme allí no había reparado.

La misma señora de antes regresó a la pista. Por supuesto los cuatro maleantes ya se habían dispersado. Los policías galgos aparecieron junto a ella y tenían un aspecto afligido, sacaban la lengua por el esfuerzo y uno de ellos trató de alargar el brazo para darle palmaditas de consuelo en el hombro pero calculó mal y le oprimió el pezón, que debía ser tan grande que no dar en la diana era un crimen, pero acertar también. Esperando al secreto zumbador, escandalosamente aburrido, asistí en primera línea al acto en el que la señora, sobrecogida ante aquel alarde de indecencia, soltó tal bofetada silbadora sobre la cara del policía que algo del calor que nos hervía a todos se resquebrajó. Suspiros de alivio repartidos por la plaza se oyeron al entrar momentáneamente una ráfaga suave y fresca de aire por la grieta del bofetón. En cambio, al policía le costó mucho llevarse la mano a la cara. Todos parecían beneficiarse de su brecha y la resistencia era enorme. Yo también suspiré, pero pronto las panzas dobles del calor se reacomodaron sobre nosotros y sobre los tejados y los salientes y los entrantes y todos continuaron su camino, incluidos los policías cabizbajos y la señora, perdedora de toda fe.

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Los policías desaparecieron casi por inercia por una bocacalle oscura que con seguridad volvería a reconducirles a la plaza minutos después. La mujer entró de nuevo alsupermercado. Apoyé la cara sobre la palma de la mano y me di cuenta de que mi barba en el mentón se estaba rizando. Me hizo mucha gracia tomármelo como si hubiese pescado in fraganti a una de las funciones de mi cuerpo, a pesar de no entender muy bien para qué podía servirme el pelo allí. De pronto sospeché. ¿Podía ser que entre la espesura de mi perilla pudiera esconderse el secreto que me tenía ya más de cuarenta minutos esperando allí? Me latió el corazón tan fuerte que mis oídos lo oyeron. Como si el secreto tuviera la consistencia y la volatilidad de un saltamontes, separé con suavidad el dorso de la mano de la cara y me llevé los dedos, lento, lento, hacia la barbilla, con la pretensión de estar liándome un cigarrillo con la punta de los pelos dentro. El tacto era rugoso y seco, allí parecía que el calor no podía o quería introducirse. Tanteé con la yema de los dedos. En una de ellos todavía quedaba una lámina de cáscara de almendra y me reblandecí al pensar que acababa de dar con el secreto. Falsa alarma. Entonces pasó un grupo de guiris impecables, de procedencias salteadas, con sus camisas con cuello y pantaloncitos, uniformados e informales a la vez. A uno de ellos se le desvió la mirada y me encontró muy concentrado, con los codos sobre las rodillas y los dedos incrustados en el amasijo de pelo, moviéndose muy cuidadosos. Miradas de ese corte, a pesar de que provinieran de tipos en apariencia tan inofensivos, eran las que solían arruinar pequeñas misiones tan importantes. Reconozco que me acobardé. Él lo notó y trató de disimular haciendo lo primero que pudo,

que consistió en darle un codazo a su compañera y comentar la gárgola de piedra sobre una cornisa. Pero yo sabía que con el rabillo del ojo continuaba estudiándome. Aquella nube de extranjeros discurrió al fin y se alejaron de mí dejando el aire impregnado de una mezcla de todos sus perfumes. Había intentado mantenerme erecto e íntegro pero, como consecuencia, mis rodillas estaban rígidas y mis codos clavados en su carne y comenzaban a dolerme. También sentí náuseas y malestar. Decidí levantarme y abandonar la plaza antes de que la desgracia de la caza del secreto cayera sobre mi espalda. Dicen que si la persecución de una presa dura demasiado cambian las tornas, es la presa la que se vuelve depredador y que a uno lo enganchen no es tan difícil. La mirada de aquel muchacho me había alertado de que ese momento podía estar cerca. Él había visto a través de mis dedos, del pequeño tiesto de pelo en mi barbilla. Había incluso sonreído descubriendo mi desamparo. Me puse en pie y me sacudí el pantalón. Visualicé mentalmente a los comedores de aquellas almendras viejas. Cuántos años tendrían, ¿cuándo habrían muerto? Por la callejuela paralela a la bocacalle oscura por la que se habían internado los policemen volvieron a aparecer los cuatro juvenales relamiéndose de felicidad. Del supermercado salió, a su vez, la vieja señora gruesa cargada ahora con

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dos bolsas. Y los galgos no tardaron en asistir también a aquel encuentro no concertado. Les desprecié porque, cada uno a su manera, me habían despistado durante el tiempo en que era preciso estar atento al secreto de la tarde. ¿Cuál de todos ellos era más culpable? ¿La tremenda mujer que, con su torpeza, había dejado caer la bolsa? ¿O los chicuelos, que no podían estarse quietos sin delinquir ni cinco minutos? ¿Los policías quizás, tan poco profesionales, inseguros y frágiles como corderillos?

Un escalofrío me sorprendió cuando ya me encontraba listo para salir disparado. Al torcer el cuello el escalofrío volvió de donde había venido y entendí su naturaleza. Ahí estaba el turista del sombrero que, a simple vista, tenía algo de asiático. Estaba mirándome con una sonrisa que podía tener tantas acepciones como algunas palabras en un diccionario. Le percibí algo más joven que antes, si bien no debía de tener muchos meses más que yo. Se encontraba solo y tenía toda la pinta de haber dado esquinazo a sus compañeros para regresar al punto exacto donde se hallaba ahora. De hecho, sus dos pies se habían colocado estrictamente en el interior de una baldosa sin rozar los bordes. Dijo algo que no comprendí y si lo hubiese dicho más alto nada habríacambiado. Sus pupilas parecían estar convirtiéndose en rombos de esquinas redondeadas y líquidas mientras me hablaba y tuve que pestañear. A pesar de la simpatía que su talante emanaba un ingrediente de aquella situación estaba empezando a asustarme. ¿Era aquel muchacho un enviado de los guardianes del secreto que ya tenía que estar hirviendo, a juzgar por mi larga espera? Y si lo era, ¿por qué no podía hablar mi idioma? Moví la cabeza para que captase que nocomprendía qué quería decirme. Entonces

sacó un mapa de su bolso con una naturalidad que habría hecho creer que yo mismo se lo acababa de pedir prestado. Señaló con su índice un punto y lo reconocí de inmediato. Luego nuestras miradas volvieron a encontrarse un poco más cerca, en confidencia, la suya rebosante de esa desconcertante emoción y la mía no la vi.

Un chasquido repentino me robó la atención. Detrás del sombrero, a diez o doce metros más allá y todavía en mi campo visual, la mujer obesa acababa de dejar caer sus dos bolsas al suelo y el enjambre de muchachos que rondaban su presa se había duplicado. Los galgos que corrían hacia ellos con una debilidad incómoda para los espectadores también eran muchos más ahora. -¡Distracciones! – Me dije. El extranjero con rasgos asiáticos amplió su sonrisa y volvió a dar un toquecito en el mismo punto del mapa. Luego lo plegó, hizo una reverencia, saludó con la mano y se alejó de allí. La batalla campal que se libraba en la plaza comenzó a licuarse ante mis ojos como las pupilas rómbicas del tipo extraño aquel. Los policías parecían correr a abrazarse con los jóvenes, que los esquivaban, o saltaban sobre botellines, envases y frutas rodantes. Recapacité sobre el punto concreto que había sido señalado en el mapa y me pareció que el secreto se agrandaba ante mis narices, o incluso entre las

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fibras de mis músculos, como si se hubiese instalado dentro de mí y quisiera inflarme hasta hacerme reventar. Eché a caminar con vigor y elegí mentalmente las calles que tomaría para llegar a aquel lugar que el guardián del secreto me había indicado. Una nueva fortaleza se encontraba de pronto a mi

disposición. Tanto era así que me encontré diciendo en voz alta: -El secreto consiste en esperar que algo ocurra con la certidumbre de que algo ocurrirá. La ruptura de la espera se produce cuando, precisamente, queda claro que se ha estado

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observando o aguardando en el lugar erróneo. El secreto quizá siga sin ser desvelado pero, desde luego, no es posible conseguirlo si la espera no es la adecuada. Sentarse a mirar sin más no es la solución. Caminaba tan contento que casi no me di cuenta de que estaba a punto de penetrar en la plaza de destino. Ese desconcierto se prolongó inesperadamente cuando giré la esquina que pensaba que me haría desembocar allí y reconocí que todavía me quedaban otras tantas calles que atravesar. Y cuando las recorrí volvió a sucederme algo similar, sólo que mi desorientación se agravó porque, según me parecía, debía de haber cambiado de dirección en algún momento y no podía recordarlo. Traté de reubicarme varias veces desplegando mi mapa mental de la zona, incluso permanecí con los ojos cerrados durante minutos enteros, queriendo que así mi nerviosismo aflojara. Pero siempre me encontraba a manzanas enteras de la plaza que me había señalado el tipo. Tras horas de marcha, fatigado y con la moral planchada bajo la suela de los zapatos, regresé al punto de partida y volví a sentarme en las mismas escaleras. Entonces empecé a dudar de ese guardián que, en realidad, no podía tratarse más que de un impostor que me había engañado para aprovecharse de mi ausencia y hacerse con el secreto de la tarde. Casi llorando de la ira, me acomodé como pude sobre unas cáscaras viejas muy familiares que me pincharon las nalgas y me ayudaron a creer que todo era real. Y que quizá quedase algo de secreto todavía para mí si esperaba un ratito, sólo un ratito más…

[email protected]

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Hasta los 18 años viví en un edificio de seis plantas. Ocho viviendas por planta. Cuatro personas por vivienda. 192 personas. El hecho de vivir en el último piso me obligaba a usar el ascensor una media de cuatro veces al día. Aquel recorrido vertical de menos de un minuto era siempre compartido con alguno de mis vecinos. En menos de un metro cuadrado, durante menos de un minuto y sólo cuatro veces al día compartía mi círculo de vulnerabilidad con gente en principio desconocida. Mí círculo vulnerable, de repente cedido forzosamente a un espacio de comunicación vertical...Y esa cesión repetida y obligada daba lugar a relaciones sociales en las que la confianza iba aumentando su intensidad.

Y las palabras educadas, en ese subir y bajar necesario, se iban aliñando con vocablos intencionados…Y los “buenos días” a secas se convertían en “buenos días, ¿cómo estás?”. Y los “¿Qué buen día hace?” daban paso a un “¿Qué buen día hace, dónde vas?”. Y poco a poco esa gente ya no era anónima, y poco a poco la incomodidad de ceder el círculo iba desapareciendo…y las conversaciones salían del ascensor y llegaban al portal y a veces hasta acompañaban el trayecto de toda

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una calle…….Cuando dejé aquella casa con 18 años conocía las virtudes, fallos, inquietudes, tristezas y alegrías de 192 seres humanos. Personas a las que conocí en un ascensor.

El ascensor, elemento arquitectónico usado como nexo físico, va más allá y se transforma en un nexo social. Y, partiendo de la base de que el ascensor no fue inventado para ese fin, ¿qué pasaría si conscientemente inventásemos un nexo social a través de la arquitectura?

La arquitectura, entendida como la conjunción de ambientes físicos que rodean la vida humana, ha sido siempre reflejo de la sociedad en la que se ha desarrollado. A lo largo de la historia, los espacios urbanos han dado respuesta a las formas de vida, de pensamiento y de relación de cada época y han ido variando en función de los cambios sociales que se han ido produciendo.

Podemos ver, por ejemplo, como los espacios en el mundo antiguo, en un primer momento, se definían a partir de la cosmología y la orientación astrológica de cada cultura, con edificios de dimensiones desproporcionadas y en los que no se tenía en cuenta la escala humana y como con la aparición de la democracia y la filosofía surgieron nuevos espacios arquitectónicos, con ejemplos como el ágora griego y el foro romano, en los que el hombre comienza a ser protagonista indiscutible. Este protagonismo, sin duda, es punto clave para generar una correcta arquitectura, una arquitectura que favorezca las relaciones sociales y que las potencie, con una intencionalidad que no se quede en las formas geométricas, sino que dé lugar a formas sociales.

¿Dónde surge entonces el problema? ¿Por qué en la actualidad hay cada vez menos espacios que enriquezcan las relaciones entre las personas?

La esencia del problema está en la aparición de un nuevo protagonista a la hora de crear arquitectura: el dinero, elemento que, aunque siempre ha estado presente y ha intervenido a la hora de construir espacios, nunca fue su foco generador. Los espacios se construían por y para el hombre, con más o menos ostentación y/o superficie, pero siempre para el hombre. Ahora se construye para el dinero. Y ese es nuestro reflejo.

La sociedad es espejo y la arquitectura reflejo, pero ¿y si creásemos una arquitectura que no fuera fruto de las necesidades de la sociedad sino que fuese generadora de las mismas? ¿Una arquitectura con intenciones, no económicas y no sólo espaciales, capaz de hacer interaccionar a las personas de manera obligada? ¿Cómo podríamos crear un “ascensor urbano”?

Ya a lo largo del siglo XX aparecen teorías, en su mayor parte utópicas, que intentan hacer de la arquitectura un espejo generador de una sociedad más saludable. La Ciudad Jardín, ideada por Ebenezer Howard, es una muestra de ello.

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“Una ciudad jardín es un centro urbano diseñado para una vida saludable y de trabajo; tendrá un tamaño que haga posible una vida social a plenitud, no debe ser muy grande, su crecimiento será controlado y habrá un límite de población. Estará rodeada por un cinturón vegetal y comunidades rurales en proporción de 3 a 1 respecto a la superficie urbanizada. El conjunto, especialmente el suelo, será de propiedad pública, o deberá ser poseído en forma asociada por la comunidad, con el fin de evitar la especulación con terrenos”.

Esta idea surge como solución a la falta de vivienda obrera. Debido a la necesidad de mano de obra, en las ciudades comenzaron a crearse arcos exteriores residenciales que estaban densamente poblados y que contaban con escasos servicios. Las condiciones de habitabilidad eran pésimas y los obreros vivían hacinados en edificios que difícilmente podríamos catalogar como arquitectura.

Howard actúa y decide mezclar los beneficios de la ciudad y del campo, creando una comunidad en un entorno natural, bien comunicada con la gran urbe a través del ferrocarril. Se basaba en la creación de un espacio público central en torno al que se encontraban las viviendas, las cuales contaban con multitud de zonas verdes. Rodeando estas viviendas aparecía una avenida circular en la que se situaban escuelas, comercios y edificios significativos. Luego una parte de industria y tras ella espacios verdes que eran propiedad de la comunidad para, de esta manera, evitar la especulación inmobiliaria.

El problema de la puesta en práctica de estas ciudades jardín -aunque se consiguieron crear algunas, como por ejemplo Letchworth, al norte de Londres- fue, como era de esperar, económico. El dinero, en este caso, se interpuso

entre la arquitectura espejo y el intencionado reflejo.

Un ejemplo más cercano de estas teorías utópicas lo encontramos en Madrid: La Ciudad Lineal, una propuesta de Arturo Soria, que se basa en la línea como generadora de ciudad.

Esta idea buscaba de nuevo poner remedio a los problemas de conexión del campo y la ciudad y a la superpoblación de los barrios obreros en las grandes urbes. Partiendo de un elemento geométrico sencillo como es la línea y dándole importancia primordial al ferrocarril, Arturo Soria creaba una ciudad que, según él, iría de Cádiz a San Petersburgo.

Este modelo de ciudad alargada consistía en una franja construida de 500 m de ancho y estaba compuesta por una espina dorsal de infraestructuras, con el ferrocarril como medio de transporte principal, de la que surgían calles transversales de 200 metros. A los lados de las mismas, con un ancho mínimo de 20 metros, se iban creando las zonas de viviendas, usando para ello un sistema de manzanas con formas geométricas sencillas y organizadas de manera regular. De toda la superficie construida, 1/5 se destinaba a viviendas y talleres y el resto a zonas de cultivo, espacios arbolados, huertas-jardín y lugares para la cría de animales. Se

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planteaba unir las grandes ciudades a través de estas líneas, ayudando así a mejorar sus comunicaciones y dejando triángulos que serían destinados a uso agrícola.

La ciudad podía tener un crecimiento ilimitado de manera longitudinal, pero mantenía constantes sus dimensiones transversales. De esta forma las distancias a la espina dorsal, la cual quedaba como reinterpretación del centro de las grandes urbes, se mantenían iguales para todos los habitantes, con lo que Arturo Soria conseguía eliminar la jerarquización social que se producía en la ciudad de la época, en la que a medida que las edificaciones se iban alejando del centro iba desmejorando la calidad de vida, lo cual llevaba a las clases más altas a vivir en el núcleo urbano y a las más bajas en barrios exteriores.

Carmen [email protected]

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