Identidad y Otredad en Tomás Segovia
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Lengua, nacionalidad y sexo como formas de identidad y otredad en tres ensayos de
Tomás Segovia.
Por Alberto Castillo Pérez
Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de
México
Doctorandus Spaanse Taal en Cultuur, Universiteit van Amsterdam, Nederland
Quizá la imagen del niño que se reconoce a sí mismo al separarse de su madre, de su
origen sea la que con más claridad ejemplifique el nacimiento del “Yo” frente al “Otro”.
Tomás Segovia, (Valencia, España, 1927) detalla las consecuencias de este momento en su
ensayo “El sexo del arte”, publicado originalmente en Diálogos, en 1965: “Ahora, en
cambio [el niño] ha descubierto que detrás de ese mundo originario hay otro, donde para
ser reconocido no es lícito mostrarse, sino que tiene que demostrarse; donde para
mostrar cómo se es no es válido desnudarse, sino escoger las formas de vestirse: vestirse
más y más, donde se les pide (en lugar de dársele) cartas de identidad..” (1988, pág. 415)
El segundo nacimiento del hombre es pues el momento en que deja de ser un todo
con su origen y se convierte en otra cosa, en una unidad que buscará a partir de ese
momento tener rasgos que lo identifiquen con la forma primigenia y al mismo tiempo le
señalen su diferencia. Lo anterior sólo es posible si lo concebimos como un proceso
dialéctico, porque la identidad es un espejo de dos vías, en el que uno es visto en tanto
que ve y en tanto que ve es visto. Existimos a partir del Otro, de cómo nos definimos a
través de representaciones, construcciones culturales que exacerban similitudes y
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diferencias, nos apoyamos en criterios como nacionalidad, lengua, religión, género, etnia,
ideas políticas y muchas otras formas de concebir quién se es, siempre frente al Otro.
Sin duda alguna el interés de Tomás Segovia por las diversas formas en que la
otredad y la identidad se manifiestan nació de su propia experiencia vital y de su
encuentro temprano con el otro, ya que al inicio de la Guerra Civil Española, cuando tenía
nueve años, partió rumbo a Francia, después a Marruecos y de ahí a México, desde donde
volvió a España, país en el que reside actualmente. Así pues, gran parte de su vida, de su
trabajo, ha sido un constante trabajo de traducción, no sólo de la lengua sino de la cultura
toda. En el prólogo a Miradas al lenguaje (El Colegio de México, 2007), -una recopilación
de ensayos de Segovia en los que el tema es justamente el lenguaje. José Luis Pardo
señala: “Son pues, paradójicamente, las otras lenguas las que nos hacen conscientes de
que nosotros también tenemos una…” (pág. 10) La lengua se convierte así en un espejo en
el que Uno se reconoce como Otro frente a la diferencia. Así se inicia un diálogo que se ha
comenzado antes consigo mismo, como se indicó con la imagen del niño que se reconoce
a sí mismo.
Tomás Segovia toca el tema de la identidad y la otredad en tres ensayos con los
que propongo un diálogo en estas páginas. Se trata de “De la misma lengua a la lengua
misma”(2000) “¿Se puede de veras ser Persa?”(1965) y “El sexo del arte” (1965). Sólo en
el primer ensayo, no existe una toma de posición con respecto a la posibilidad de
conseguir una forma de identidad que incluya a todos los seres humanos. En “¿Se puede
de veras ser persa?”, el autor remata su ensayo con una exposición de ideas en las que
propone la posibilidad de conseguir una identidad que no necesite a apelar a términos de
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nacionalidad, como el ser persa; mientras que en “El sexo del arte” señala de la posibilidad
de reconocerse en una “tú-y-yoidad” en la que hay una plenitud amorosa y humana. Si
bien estas ideas suenas interesantes e incluso deseables, creo que entran en un sano
conflicto con la concepciones de otredad e identidad y que, de realizarse, anularían estos
dos conceptos tan importantes para las sociedades occidentales de hoy en día. Lengua,
nacionalidad y sexo son pues, los tres temas tocados por Segovia, que exploraremos en
estas líneas.
DIME QUÉ LENGUA HABLAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES
En el ensayo “De la misma lengua a la lengua misma”, del que tomaremos la edición más
reciente incluida en Miradas al lenguaje, El Colegio de México, 2007, Tomás Segovia traza
una línea de los estudios filológicos del español en la que establece una genealogía
continua: de Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal a Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña
y otros que habrían pasado la estafeta de los estudios filológicos del español a Margarit
Frenk y Antonio Alatorre.
Segovia señala que tanto la unidad como la diversidad de la lengua es en primer
lugar un sentimiento. Pienso que al hablar de unidad y diversidad al mismo tiempo, se
revela una contradicción sólo explicable por el hecho de que el Uno contiene a sus
variantes, con lo que la otredad, o quizá las otredades están contenidas en el núcleo del
que parte la lengua. Cuando Segovia habla de variedades de una lengua, se refiere a una
norma, que confiere valores, y agrego: excluye automáticamente otras normas, otras
variantes, al preferir la considerada como propia o adecuada y en la que se involucran
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sentimientos de pertenencia a un grupo. Aquí está la identidad, el ser idéntico a algo, a
alguien, a una entidad abstracta que unifica. Quien habla un tipo de español, no habla
otro. A menos que aceptemos la existencia de casos de bilingüismo de código pleno, es
decir, que exista quien tenga pleno dominio de dos variantes del español, como el de
México y de España, por ejemplo. Y aún en este caso, habría que pensar cómo funciona la
identidad en un caso así. ¿Se puede construir una identidad doble? ¿No excluye la idea de
identidad esta posibilidad?
La traducción, señala Segovia, es un ejercicio en el que se abrazan normas, se elige.
Por lo tanto, sostengo, en el caso de un hispanomexicano, las dos variantes del español
están en juego y el papel de puente entre las dos Españas, las dos formas de ser español
se convierte en un conflicto en el que entran en juego factores sociales, de mercado, de
criterios elegidos para la edición de lo que se traduce. ¿Con qué variante del español
trabajo? Aquí entra el criterio de valoración señalado por Segovia.
La globalización, lejos de unificar al mundo, ha hecho resaltar los rasgos que
diferencian a los distintos grupos humanos. Hoy tenemos con mayor facilidad acceso a las
distintas variantes de español que se hablan en el mundo con sólo cambiar el canal de
televisión o leerlas en la gran variedad de textos disponibles en internet. Lejos de los
criterios de edición internacional, los textos que se encuentran en blogs y periódicos nos
dejan ver al español vivo, el del día a día, con vocablos difíciles de entender, de moda o
adoptados de otras lenguas que quizá no conocemos. ¿Con qué variante de español hablo,
pienso, escribo, veo el mundo?
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Probablemente el mestizaje es hoy en día más la regla que le excepción en las
culturas occidentales y occidentalizadas, así pues, el color de la piel no es ya un signo que
necesariamente marque a alguien como otro, como ajeno. (Esto, por supuesto, dependerá
de las muy diversas formas de identidad que existen en el mundo, y del modo en que
éstas interactúan dependiendo del contexto.) La lengua o idioma, sin embargo, sigue
siendo una frontera que marca diferencias difíciles de zanjar en un primer término. El
“nosotros”, por lo general, señala una lengua compartida, mientras que el “ellos” marca
justamente que se trata de aquellos que seguramente tienen otra lengua y otra
concepción del mundo.
Segovia apunta que “ En nuestra experiencia real de la lengua, no hay una lengua
separada o separable del mundo: la única lengua de la que tenemos experiencia es el
mundo como lengua” (2007, pág. 111). Y pregunto: ¿qué sucede cuando ese mundo es
doble? ¿Qué pasa cuando una lengua es origen y la otra destino? ¿Qué pasa cuando ese
mundo está codificado en variantes que se unen y se apartan en una dialéctica que da
sentido a cada espacio y tiempo?
Lo anterior viene a cuento en experiencias de una misma lengua separada por un
océano, como en el caso de México y España. Una de las experiencias más inmediatas
para el mexicano que viaja a España o para el español que llega a México es la de
enfrentarse a una lengua que es la misma pero distinta; que se une y separa a cada
instante a través de la música, los vocablos, algunas formas verbales. El Otro, entonces, es
uno con quien se comparten ciertos rasgos lingüísticos, pero a quien se reconoce
inmediatamente como distinto. Somos distintos-iguales que comparten tiempo y espacio.
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La respuesta ante este fenómeno tiene varias posibilidades: se puede adaptar el
código, buscar en los términos propios los que generen menos ambigüedades; aprender el
código nuevo; o quizá retraerse al propio y privilegiar sólo la comunicación con quien hay
identificación plena. Estos fenómenos no serán extraños para quien haya experimentado
inmersiones en otras culturas iberoamericanas o haya tenido en su entorno cercano a
alguien en una situación como la planteada.
Una lengua incluye a una cultura, por eso Segovia habla del mundo como lengua y
de la imposibilidad de separar a una y otro. Del mismo modo puede decirse que una
lengua específica es una cultura específica y los distintos dialectos son a su vez distintas
versiones de un mundo compartido. La idea de la lengua que no vino del sitio donde uno
vive, señala el autor de “De la misma lengua a la lengua misma”, permite que haya más
flexibilidad. Aquí apelo a mi experiencia propia, que me señala cómo en México la gente
no da por sentado que los objetos tengan el mismo nombre en distintos lugares. La
diversidad es la norma por la que un viajante pregunta al llegar a cualquier población: ¿Y
aquí que se come? Segovia habla de una inmunización del español hacia el mundo que lo
rodea, término que no me queda del todo claro y que seguramente tiene que ver con la
historia del país. Sin embargo esa misma variedad está presente en España, que por
décadas intentó evitar que en su territorio hubiera más lengua oficial que el castellano.
Hay modos de decir, pero cada modo de decir implica un modo de ser y se es
frente a Otro, del que se diferencia, incluso bajo la idea de unidad. Esto me parece
interesante porque al hablar de normas y usos de la lengua, hablamos implícitamente de
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hablantes, con lo que los sentimientos y valoraciones se aplican a seres humanos que se
expresan a través de una lengua y sus usos.
Quizá no se pueda ser una hablante pleno de todas las variantes de una lengua, sin
embargo sí se pueden construir tantas identidades como sean necesarias para un ser
humano. El enorme nivel de interdependencia en que vivimos, la comunicación, los viajes
y sobre todo las migraciones, han provocado la necesidad de ampliar la base sobre la que
se construye la identidad. Hoy sabemos que la identidad es flexible y que se adapta al
contexto. Muy probablemente del mismo modo que aceptamos el mestizaje con mayor
facilidad, construimos nuevos espejos que devuelvan reflejos aceptables de nosotros y los
otros. Así, podemos ser hablantes de español de la Ciudad de México, con acento del
Centro de México (si es que estamos en el norte del país); o bien hablantes de español
latinoamericano en Estados Unidos; de español americano en España o simplemente
hispanohablantes en el resto del mundo. No hay pues identidad, sino identidades,
aunque para cada uno de nosotros sea un fenómeno único en tiempo y espacio.
UN HOMBRE SIN ADJETIVOS
¿Se puede comprender plenamente al Otro? ¿Hay vías para conseguirlo? Tomás Segovia
ensaya en “¿Se puede de veras ser persa?”, -del que tomamos su edición en
Contracorrientes, UNAM, México, 1973-, a descubrir esa otredad a partir de un
comentario acerca de una puesta de La tragedia del rey Christophe de Aimée Cesaire,
llevada a cabo en París en 1965, al tiempo que dialoga con algunas ideas expresadas en
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Las cartas persas, de Montesquieu. Uno de los problemas expresados por Segovia es el del
la otredad vista como un yo deformado, la idea de que el llamado incivilizado o bárbaro
no es sino un estadio anterior al del europeo civilizado. El autor ve en la obra de Cesaire
un intento de demostrar que se es igual a quien observa desde el eurocentrismo y no un
discurso en que el exótico se redima como humano sin adjetivos.
El propio título del ensayo de Segovia contiene una clave, a la pregunta de si se
puede ser presa agrega un “de veras”, con lo que la posibilidad planteada entra el terreno
de la certeza. No se trata de jugar, pretender o entender sino “de veras” ser persa. Creo
ver la respuesta en el siguiente párrafo, que señala un objetivo, no fácil y probablemente
irrealizable, pero claro: “La vocación, en cambio, que el pensamiento abierto se ha
impuesto desde el principio, implica el llegar, aunque sea sólo instantáneamente, aunque
sea sólo imaginariamente –con lo cual no se quiere decir ‘en sueños’, sino en la propia
imagen- a pasar totalmente por “lo Otro”, a abolirse totalmente como ‘el Uno’. (pág. 265)
Intentemos elaborar sobre lo que dice Segovia: el camino a seguir es abolirse
como “el Uno”, permite pasar totalmente por “lo Otro”. En la práctica el asunto es más
complejo de lo que parece, porque abolirse como “el Uno” implicaría perder el punto de
vista propio, el de la cultura e incluso el de la lengua, para ser el Otro. Aunque se cae en
una contradicción insalvable, porque el sistema de Uno y Otro funciona a través de
oposiciones y la cancelación de Uno implica la abolición del Otro. Aquí, me parece, es en
donde la literatura parece ser el terreno propicio para abordar un tema que parece sin
solución. Y en cuestión de géneros, considero que la poesía permite esas tensiones entre
opuestos, tras las que se atisba, aunque sea por ese instante mínimo que pide Segovia,
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una unidad entre lo Uno y lo Otro que permite al ser humano ser sólo eso, ser humano,
dentro de la experiencia estética. Creo que esta falta es la que Segovia reclama a Cesaire y
a otros escritores que al intentar ser universalistas son sólo exóticos y, lo que es peor,
desde su propio exotismo, ya definido por los ojos a los que se dirige.
La renuncia a ser persa, planteada como la solución a la pregunta de si se puede
ser persa, encierra una solución que no es tal, porque incluso si aceptamos la
universalidad propuesta por Segovia, y su solución, contenida en la propuesta de cambiar
la pregunta original, por la de “¿cómo se puede ser hombre?”, nos encontraríamos con las
diferencias existentes en cada sociedad, incluso en núcleos en los que la igualdad sea la
norma. La idea de ser Otro es, sin embargo, una que permite un diálogo continuo y tras la
que veo una oportunidad de autoexploración. Preguntarse por el Otro, es preguntarse
por sí mismo.
Creo que en este ensayo se adivina al hombre de 38 años que era Segovia al
momento de escribir “¿Se puede de veras ser persa?”, el 68 todavía no llegaba, pero
seguramente en París, desde donde escribe su texto, ya se podía respirar la energía que
apenas tres años más tarde pondría a los jóvenes como protagonistas de un movimiento
que simpatizaba con la Revolución Cubana y pedía la transformación de la sociedad; es el
tiempo también del auge de los movimientos guerrilleros en América Latina y de la
independencia de muchas colonias de países europeos en todo el mundo. Es también la
época de la guerra de Vietnam y del repudio a través de manifestaciones y el surgimiento
de modos de vida alternativos que cobraría cuerpo en los llamados hippies. En este
contexto, el Otro era visto como semejante, ése al que se intentó asimilar y del que se
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tomaron, sobre todo, maneras de vestir, adornos, comportamientos, aunque hoy se ven
muchos de estos acercamientos como otra forma de colonialismo, en el que la mirada que
juzgaba, valoraba y obtenía un bien de acuerdo a los valores europeos. El Otro, siguió
siendo persa, extranjero, y para apoyar esta aseveración basta señalar el estado de cosas
actual, la marginación, el racismo y sobre todo la criminalización de la migración que se
aplica en la mayor parte de los países industrializados. No se puede ser persa, o quizá es
mejor decir que no hemos podido ser persas, para dejar un resquicio abierto a la
esperanza.
UNO MÁS UNO ES IGUAL A UNO
En “El sexo del arte”, tomado de su edición en Ensayos I (Actitudes/Contracorrientes),
UAM, México, 1988, Segovia habla del estado maternal como origen, se trata de un
momento en que el ser humano está inscrito como una parte de su madre y no necesita
explicarse para ser. Cuando este mundo se rompe, el hombre necesita no sólo ser, sino
también hacer para ser reconocido. “Este es el mundo de la acción, y el apartamiento de
nuestro origen es lo que hace que sólo podamos reconocer a los otros y ser reconocidos
por ellos actuando sobre nosotros” (pág. 204). Veo en esta idea una forma de referirse a
la unidad primigenia, el estadio maternal es el Uno, y sólo hasta que este se quiebra nace
el Otro. La identidad se convierte en un paliativo en la búsqueda de la unidad que no se
puede recobrar. El idéntico a mí devuelve una sensación de pertenencia en el espejo
múltiple que es una sociedad empeñada en buscar sus identidades y minimizar sus
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diferencias o en lo contrario, según sea el caso. El Otro, obliga a la enajenación a partir de
una búsqueda de diversas formas de hacerse presente, de ser alguien y no sólo ser.
La primera otredad, pues, es la propia, la que indica que estamos obligados a ser
alguien y no sólo ser. Ser alguien, significa ser reconocido y parte de esta identidad está
determinada por la sexualidad. El primer Otro es el igual a mí mismo, si pensamos que los
niños no hacen distinciones de género sino hasta que le son impuestas socialmente.
Posteriormente, en la adolescencia, el Otro por antonomasia es alguien del sexo opuesto,
el mismo término usado cotidianamente “sexo opuesto” indica ya una postura
encontrada, incluso contradictoria. En algunas culturas la división de tareas dependiendo
del sexo del niño está marcada desde la primera infancia. Niños y niñas se ven como
mundos separados, que comparte sólo ciertos tiempos y espacios y por lo demás deben
permanecer en sus parcelas del mundo. Incluso las sociedades más avanzadas tienen
políticas de género en las que se marcan las diferencias a través de formas de
discriminación positiva. El sexo, entendido como lo señala Segovia, es decir como una
escisión del humano, es sin duda alguna una de las formas de identidad y otredad más
claras que tenemos. Muchas culturas aceptan, toleran o castigan otras formas de
identidad, que corresponden a preferencia sexual y que en no pocos casos han generado
otras formas de ser. En este caso, pienso que identidad y otredad se manifiestan a partir
de una orientación sexual; de la posibilidad de ser uno, es decir ser humano, a través de
la suma de dos iguales o dos diferentes, Segovia extrae también la idea del dialogismo
humano: ese eterno comunicarse con sí mismo que tiene un reflejo en el sexo que puede
desembocar en la posibilidad ontológica de la homosexualidad.
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Segovia ve en la homosexualidad una forma de fidelidad al mundo masculino y
también una forma de permanecer en un espacio de: ‘”iguales-iguales’, donde no había
que agotarse en esa lucha siempre renovada para llegar al fondo perpetuamente esquivo
de un ser ‘igual-opuesto’, donde no había que pasar por encima o por debajo o en contra
de los ropajes y casilleros sociales de la enajenación para encontrarse con el Otro…” (pág.
209) La identidad sexual es pues, una parte importante de la identidad total.
Lo anterior deja ver que del mismo modo que la identidad tiene múltiples
imágenes y posibilidades de reflejo, la otredad contiene igualmente un gran número de
expresiones. Hoy se habla comúnmente de identidades y no de una sola identidad, con lo
que se reconoce la gran variedad de posibilidades de construirse que tiene una persona a
partir de afinidades y diferencias. En la sexualidad se reconocen incluso posibilidades que
pasan por distintos tipos de heterosexualidad y homosexualidad que se manifiestan en
estados intermedios que no están determinados biológicamente sino en términos
identitarios. Dice Segovia que “entre las motivaciones que se encuentran en la
homosexualidad no cabe duda que se cuenta el rechazo del mundo de la dominación y la
apropiación y la lucha de los sexos” (1988, pág. 418). Aquí cabe preguntarse si dentro de
las nuevas formas de identidad no surgen a su vez posibilidades de entrar a ese mundo de
dominación y apropiación dentro de la misma homosexualidad. Queda claro que no será
en la forma correspondiente a la lucha de los sexos, pero esto no significa que
automáticamente estas formas de opresión queden abolidas en cuanto se entre a una
forma homosexual de relacionarse. No me atrevo a dar una opinión a este respecto, sin
embargo mantengo la duda acerca del efecto de esta motivación de la homosexualidad.
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Queda claro que el Uno y el Otro están contenidos en sí mismo, porque sería
imposible reconocer las diferencias del Otro si éste fuera absolutamente distinto. Es decir,
que a nadie se le ocurriría sentir rechazo social hacia un perro porque no tiene puntos de
identificación con el humano, en cambio sí se puede discriminar a alguien de otra etnia
porque se reconoce su cualidad humana y sus alejamientos de lo que necesita para ser
considerado idéntico. Con lo que queda claro que debe haber un grado de identificación
inicial para a partir de ahí construir la diferencia y posteriormente la identificación y/o el
rechazo. Esta identificación posibilita el rechazo por motivos de identidad sexual, rechazo
que tiene formas de gran violencia en algunas sociedades.
La identidad sexual es vivida con mucha angustia en su etapa de formación, y sobre
todo en el momento en que eclosiona: parece que surge de un momento a otro, y no que
se ha ido gestando a lo largo de años y con base en cambios físicos y psicológicos: “El niño
no conocía el sexo y no vivía ese enajenamiento; pero después el sexo se despierta y es
una falta: ya no está ‘confirmado en su ser’ sino que su ser le ha sido arrebatado bajo la
forma de la paz que le ha sido robada. La sexualidad es muy literalmente esa escisión de la
humanidad a que alude su sentido etimológico: el hecho de que la humanidad sea doble,
de que ser humano no sea ser una cosa, sino una u otra de dos cosas profundamente
diferentes” (1988, págs. 421-422).
La falta provocada por el sexo provocará la búsqueda de la paz perdida a la que se
refiere Segovia en diversas formas de hacer, a partir de aquí somos lo que hacemos y no
nada más lo que sentimos, decimos o creemos. Este punto se conecta profundamente con
el arte, como una de las formas de expresión buscadas por el ser humano para ser
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haciendo y no sólo teniendo. Dice Segovia que el mundo del artista se asemeja al del
homosexual en el sentido de que busca la fidelidad al mundo infantil, en el que uno era
amado por sí mismo y no se necesitaban otros atributos para conseguir el amor. “En
cuanto al artista, también él intenta recuperar el mundo del reconocimiento. Pero a
diferencia del homosexual y del incestuoso, lo intenta a través de una obra.” (1988, pág.
425)
La obra, pues, se convierte en una ventana hacia a la aceptación, una forma de
identidad en precario contacto con los márgenes de la sociedad. El artista, visto así, es un
ser marginal que rechaza el mundo del tener para abrazar otros valores, difíciles de medir,
conseguir, analizar, pero muy evidentes cuando se alcanza la aceptación. ¿Será por esto
que la sociedad permite excentricidades en los artistas? Quizá por esto el mundo del arte
y el artista tienen mucho de lúdico, de infantil, de transgresor. En este espacio, el del
artista, la otredad y la identidad tienen reglas distintas, se construyen en un diálogo con el
mundo tanto el objeto como el sujeto tienen valores distintos a los que rigen a las
sociedades cotidianamente: todo se resignifica y como si se tratase de una puesta en
escena, no significa lo que denota sino lo que el artista desea. Es una suerte de
reinvención del mundo, con reglas y sintaxis propia.
A MANERA DE CONCLUSIONES
Lengua, etnia y cultura analizados separadamente por Tomás Segovia en los tres ensayos
revisados, demuestran ser tres formas primordiales de manifestación de la identidad y la
otredad. La escisión originaria, como forma de reconocimiento sí mismo, parece tener su
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paralelo en la escisión sexual, con lo que parece ser que la división es un estado inherente
a lo humano. Salir del paraíso, del Edén, es la condición necesaria para que el hombre
como género sea hombre, después, hay que nombrar al mundo, apropiárselo con
palabras, hacerlo existir.
El ejercicio de tratar cada tema en un ensayo resulta enriquecedor porque permite
abordar a fondo aspectos que de otro modo se pierden en la totalidad de su existencia
real: lengua, etnia y sexo sólo existen en el ser humano y se presentan como el ser
humano, en un espacio y un tiempo, como manifestaciones de su existencia. Son quizá
también las formas más inmediatas de reflejarse en el Otro y saberse alguien. Pero se han
convertido también, probablemente por su inmediatez, en rasgos para ejercer la
discriminación.
No cabe duda que la condición de refugiado vivida por Segovia durante algunos
años le dio esa experiencia vital necesaria para comprender cómo se es otro, qué
construye al ser humano y le da una identidad. Difícilmente puedo imaginar que alguien
que no haya salido se su comunidad natal tenga este tipo de visión y comprensión del
fenómeno. Así también, el conocimiento de otras lenguas le ha permitido cuestionarse la
traducción e incluso fenómenos como las variantes de las lenguas.
Encuentro en “El sexo en el arte” y “¿Se puede de veras ser persa?”, ambos
escritos en 1965, un optimismo por la posibilidad de comprender al otro, eliminar las
diferencias innecesarias y abrazar al diferente que no está presente en De la misma lengua
a la lengua misma, de 2000. Esto me lleva a pensar que probablemente el tiempo hizo ver
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a Segovia que la diferencia es inherente al ser humano y que cuando caen algunas formas
de discriminar invariablemente surgen otras.
BibliografíaPardo, J. L. (2007). Tomás, el claro. En T. Segovia, Miradas al lenguaje (págs. 9-18). México: El
Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios.
Segovia, T. (1973). ¿Se puede de veras ser Persa? En S. Tomás, Contracorrientes (págs. 261-267).
México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Segovia, T. (2007). De la misma lengua a la lengua misma. En T. Segovia, Miradas al lenguaje (págs.
103-125). México: El Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios.
Segovia, T. (1988). El sexo del arte. En T. Segovia, Ensayos I (Actitudes/Contracorrientes) (págs.
413-430). México: Universidad Autónoma Metropolitana.