Ideologías y movimientos políticos

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1 UNIDAD 2 IDEOLOGÍAS Y MOVIMIENTOS POLÍTICOS CONTEMPORÁNEOS 2.1. La derecha militar: la Doctrina de la Seguridad Nacional 2.2. El centro: el pensamiento de la CEPAL 2.3. La izquierda en América Latina 2.4. La izquierda marxista a) Periodo revolucionario (1920-1935) b) Periodo estalinista (1935-1959) c) Nuevo periodo revolucionario (1959-1970) d) Crisis y renovación (1970-2000) 2.5. El populismo Prof. Fernando Harto de Vera Actores y Sistemas políticos Master Internacional en Estudios Contemporáneos de América Latina

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UNIDAD 2IDEOLOGÍAS Y MOVIMIENTOS POLÍTICOS CONTEMPORÁNEOS

2.1. La derecha militar: la Doctrina de la Seguridad Nacional

2.2. El centro: el pensamiento de la CEPAL

2.3. La izquierda en América Latina

2.4. La izquierda marxista

a) Periodo revolucionario (1920-1935)

b) Periodo estalinista (1935-1959)

c) Nuevo periodo revolucionario (1959-1970)

d) Crisis y renovación (1970-2000)

2.5. El populismo

Prof. Fernando Harto de Vera

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A partir de mediados de los años sesenta, el orden constitucional democrático que se había venido construyendo en algunos países de América Latina durante la primera mitad del siglo XX, se vino abajo. Básicamente dos fueron las razones que explican esta quiebra de los regímenes democráticos:

Por el lado de los factores socioeconómicos, el modelo de desarrollo de la “industrialización por sustitución de importaciones” (ISI) [1] comienza en esas fechas a dar muestras de agotamiento. El estancamiento económico dificultó el mantenimiento de los niveles de vida, de los mecanismos de redistribución progresiva del ingreso y de la movilidad social ascendente. El Estado, actor privilegiado que en las décadas anteriores había actuado como motor del modelo, empezó a ser incapaz de satisfacer las demandas de la sociedad.

Por el lado de los factores políticos, el populismo asociado al modelo de desarrollo ISI, había significado la conquista de progresivas cuotas de protagonismo y participación de los sectores populares en la toma de decisiones. Sin embargo, el precio a pagar por este aumento del protagonismo consistió en la aceptación de una movilización política de los sectores populares no autónoma, sino por el contrario subordinada y encuadrada dentro de la dependencia de las estructuras del Estado. Este pacto funcionó hasta mediados de los años sesenta. Para esas fechas, las crecientes movilizaciones de los sectores populares junto con la radicalización de sus demandas, provocaron un colapso del modelo. La conflictividad social amenazó la estabilidad de los gobiernos civiles controlados por los grupos sociales dominantes que sintieron peligrar sus posiciones y se mostraron proclives a soluciones de fuerza.

En este contexto definido por la inestabilidad, el sistema político se vio incapaz de responder a las demandas y perdió su capacidad de controlar a las distintas fuerzas sociales, abriéndose paso de este modo

el recurso a la intervención del ejército. Los militares se iban a constituir en el protagonista político pretextando la necesidad de acabar con los responsables de la inestabilidad (la izquierda) que ponía en peligro la seguridad del Estado. Un Estado identificado con los intereses del ejército y de la gran burguesía, conectada al capital transnacional y que apelaba a unos supuestos ideológicos nuevos: la doctrina de la “Seguridad Nacional”.

L o s e j é rc i t o s l a t i n o a m e r i c a n o s h a b í a n experimentado un proceso de profesionalización y modernización desde principios del siglo XX que contribuyó a que la milicia tendiese a confundir su identidad con la de la nación y reforzara su autoimagen de árbitro en las disputas entre facciones políticas. A partir de 1947, otros factores confluyeron para que las élites militares desviaran su atención de su labor tradicional en la defensa externa del país hacia el desempeño de un papel en la vida política nacional. En ese cambio, el papel de los Estados Unidos fue decisivo la extender por la región el conflicto ideológico y propagandístico de la Guerra Fría, exacerbando el temor al comunismo hasta forzar la identificación del potencial peligro soviético con la amenaza interna de la izquierda política. El triunfo de la Revolución Cubana operó como una profecía autocumplida: el papel dado por los Estados Unidos a los militares como garantes de la paz social, dispuestos a atajar posibles estallidos revolucionarios, se reforzó, al tiempo que las ayudas económicas para la modernización de las Fuerzas Armadas fluían con generosidad.

Otro factor a tener en cuenta es la profunda ideologización de los ejércitos latinoamericanos fomentada de manera sistemática por los Estados Unidos. Siguiendo el modelo norteamericano de la Escuela de las Américas, se fundaron distintas academias militares por todo el continente impartiendo contenidos que no se limitaban a lo militar sino también políticos.

2.1. La derecha militar: La Doctrina de la Seguridad Nacional

NOTAS:

[1] Este modelo aparece ampliamente tratado en el apartado dedicado al pensamiento de la CEPAL.

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En ellas se fue configurando una vaga ideología corporativista, poco sistematizada, que sirvió de justificación teórica a las posteriores dictaduras. Según ésta, el Estado se asemejaba a un organismo biológico cuyo objetivo era maximizar el bienestar del pueblo y todos los elementos ( individuos, producción, comunicaciones, sistema educativo, etc) de que un Estado dispone- el poder nacional- quedaban incluidos en la esfera de lo militar. Así pues, el ejército constituía la espina dorsal de la sociedad por su papel de protector del sistema, en tato que la “seguridad nacional” se extendía a todos los aspectos de la vida social. Así quedaba legitimada cualquier intervención del ejército en la vida política del país y la milicia se trasformaba en agente de la seguridad y el desarrollo.

Como agente de desarrollo, había de preocuparse por la economía nacional, dado que para asegurar la soberanía es básica ua cierta autosuficiencia. Además, el papel de los militares en el proceso de industrialización había sido muy importante, sobre todo por su participación en el control de empresas y fabricas armamentísticas y de valor estratégico. De esta manera, las fuerzas armadas aprendieron a velar por los intereses del capitalismo latinoamericano proteccionista. En la adopción de estos principios tampoco fueron ajenos otros dos factores: la incorporación del capital norteamericano en el bloque de poder de las repúblicas latinoamericanas y la participación e las escuelas militares de la élite civil (tecnócratas y economistas) como instructores, posibilitando la difusión civil de la doctrina militar y preparando contactos o alianzas valiosas en futuros gobiernos militares.

Como instrumento de seguridad, el ejército debía intervenir cuando cualquier objetivo nacional se viera amenazado por un enemigo externo o interno. La insurgencia política, siempre identificada con la subversión marxista o comunista, constituía la amenaza por excelencia, tanto contra la seguridad del Estado, como contra el desarrollo económico. De ahí surgió el concepto de guerra interna o “guerra total”, librada contra la subversión civil que trabajaba dentro de las fronteras nacionales. Una lucha donde cualquier medio es válido (guerra sucia), según el ejemplo de Francia en Argelia e Indochina: la guerra psicológica, la tortura, el asesinato, el secuestro, etc, hasta el punto de que la

represión institucional y el terrorismo de Estado llegan a alcanzar un grado de sofisticación inimaginable.

En el clima de crisis sociopolítica que se vivió en la década de los sesenta, la subversión para la que el ejército se había preparado apareció cuando, después del triunfo dela revolución, Cuba se mostró dispuesta a exportar su modelo revolucionario al resto del hemisferio y nació la Tricontinental. En principio, aunque los grupos guerrilleros involucraban a minorías, los sectores sociales privilegiados los contemplaron como movimientos de masas que amenazaban el orden social y persuadieron a sus contactos militares para actuar en consecuencia. El ejército se vio respaldado por los grupos de la burguesía más vinculados a la economía internacional y buena parte de la clase media y alta.

El resultado final fue una oleada de golpes militares que instauraron férreas dictaduras con rasgos bien distintos de los que habían caracterizado las dictaduras tradicionales o de carácter patrimonial, como las dominantes en Centroamérica, en el Caribe o en el Paraguay de Stroessner. El debate de la ciencia política se centró, desde entonces, en el ensayo de definición de un modelo único para tales regímenes. Unos autores hablaron de un modelo de “Estado burocrático autoritario”, mientras otros han preferido los términos de “desarrollismo militar”, “dictaduras de seguridad nacional”, nuevo “Estado autoritario” o incluso “fascismo”. En las dictaduras militares tradicionales, el caudillo militar asaltaba el poder como una solución temporal, hasta superar el Estado de crisis que había dado pie a la intervención. El protagonista carecía de programa o proyecto político que legitimase su poder y no tenía una perspectiva de transformar la sociedad, sino que pactaba con las fuerzas sociales más tradicionales, limitando el uso de la fuerza a un período corto de tiempo, al considerar que la imagen de la fuerza era suficiente para mantener el control social. Por el contrario, los nuevos regímenes no se concibieron como una solución temporal: no trataban de corregir los resultados “incorrectos” de unas elecciones o de revocar un golpe militar previo, cino de reorganizar la nación de acuerdo con una ideología o in ideario más o menos elaborado, inspirado en la “Doctrina de la Seguridad Nacional”, que legitimaba la lucha contra la subversión.

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El ejército excluía del proceso político a las organizaciones sindicales y políticas manteniendo una estructura rígida que era controlada burocráticamente por represivas agencias nacionales de seguridad, dando lugar a niveles de coerción y represión sin precedentes. Se buscaba erradicar con cualquier método las bases del poder de la izquierda y para ello no solo se restringían libertades civiles sino que la represión institucional llegó a alcanzar cotas altísimas.

El nuevo militarismo suponía el gobierno de la institución militar en cuanto corporación, frente a las dictaduras personalistas anteriores. El fenómeno era imposible en el pasado, dado el menor desarrollo de la estructura profesional de las fuerzas armadas y el mayor poder de las oligarquías civiles que solo necesitaban intervenciones militares ocasionales para ejercer su dominio. A diferencia de los regímenes fascistas y corporativistas europeos del pasado, los militares no buscaban la movilización de masas o el uso del partido único como forma de encuadramiento y control Los nuevos regímenes no solo prescinden de los partidos políticos en cuanto que organizaciones representativas de la sociedad civil en el Estado, sino que persiguen la desmovilización y la apatía de las masas.

Funcionaron con una mentalidad jerárquica, básicamente conservadora. El ejército prefirió una relación “técnica” y de apoyo entre el Estado y ciertos grupos sociales, en lugar de la alinaza con grupos amplios a través del partido único. Sólo se dejó sobrevivir a las organizaciones represetativas dela alta burguesía, sin cínculos orgánicos con el Estado. Al

margen de la represión, las relaciones entre el Estado y la sociedad civil se establecían mediate la cooptación circunstancial de individuos: los tecnócratas. Al final, el ejecutivo dependía de la voluntad política de las Fuerzas Armadas y de la burocracia técnica como únicos contrapesos a la ingente concentración de poder acumulada por el ejecutivo militar.

Esta aproximación burocrático-autoritaria a la política se explica también por el hecho de que los militares consideraron el desarrollo económico como la clave de su poder. Creyeron en la necesidad de un gobierno autoritario como condición sine qua non para asegurar el crecimieto y la modernización económica, pues solo si se controlaban las formas de expresión política podrían ponerse en marcha programas de austeridad económica (incluidos controles salariales), primer paso para estabilizar los indicadores económicos, atraer la inversión y los préstamos internacionales y para conseguir el crecimiento económico. Los mismos tecnócratas de alto nivel asociados al ejecutivo estaban normalmente vinculados a sectores económicos del capital multinacional, de tal manera que el Estado autoritario lograba garantizar una estructura de dominación favorable a los intereses de la burguesía más moderna (desarrollada en los años cincuenta y sesenta) y de los inversores internacionales.

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La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) surge en el año 1948 en el seno del sistema de Naciones Unidas. Su creación va ligada de forma muy estrecha a la figura de su primer presidente el economista argentino Raul Prebisch (1901-1986). Desde sus comienzos, la CEPAL, se convierte en un think tank con el objetivo de procurar el desarrollo económico y la industrialización de la región. A través de sus labores de asesoría a los gobiernos durante la década de los cincuenta y primera mitad de los sesenta, la CEPAL inspiró la política económica de la mayor parte de los e jecut ivos lat inoamer icanos. E l proceso de modernización que América Latina experimenta durante las décadas posteriores a la segunda guerra mundial no puede entenderse si no se tiene en cuenta la labor inspiradora de la CEPAL. Asimismo en el transcurso de estas actividades, la CEPAL, generó una concepción propia y original acerca del desarrollo económico. El conjunto de estas apreciaciones y tesis ha dado lugar a un corpus teórico propio conocido como el " p e n s a m i e n t o d e l a C E PA L " o t a m b i é n , "estructuralismo cepalino".

La CEPAL parte de una definición de desarrollo económico entendido como un proceso ligado a dos variables: acumulación de capital y progreso técnico. La introducción de métodos que intensifiquen la densidad de capital por trabajador (lo que implica el incremento de la productividad y el ingreso) se logra mediante un proceso de acumulación de capital basado en el progreso técnico. Así, el núcleo explicativo del desarrollo económico remite necesariamente al estudio de cómo se produce y propaga el progreso técnico a nivel mundial.

De esta manera, se observan unas economías modernas en las que se crea el progreso técnico y se difunde rápida y homogéneamente a todos los sectores productivos. En contraste, en el resto de las economías atrasadas, el progreso técnico no se crea sino que se importa de las anteriores constituyéndose en un elemento exógeno que se difunde lenta y desigualmente en su interior. Por lo tanto, el sistema económico mundial se configura como una estructura bipolar constituida por el centro, allí donde se crea el progreso

técnico, y la periferia, allí donde se importa. Así, se generan dos estructuras productivas diferentes. La del centro es diversificada en su oferta de productos y homogénea en los niveles en su oferta de productos y homogénea en los niveles de productividad de los distintos sectores productivos mientras que la periférica, aparece especializada en su oferta de productos y heterogénea en sus niveles de productividad, pudiendose distinguir dos sectores en su interior: un sector moderno, con altas tasas de productividad y un sector tradicional caracterizado por niveles de subsistencia.

Estas diferencias estructurales entre centro y periferia se articulan a nivel global del sistema creando un funcionamiento en el que centro y periferia desempeñan roles diferentes pero complementarios: el centro produce bienes industriales para la exportación y la periferia alimentos y materias primas con destino a los centros.

Estas diferencias estructurales y funcionales generan un desarrollo desigual de la economía mundial: debido al más rápido avance del progreso técnico en el centro, la productividad media del trabajo, y por tanto el ingreso real, se incrementan a un ritmo más acelerado en el centro que en la periferia. La articulación de este desarrollo desigual se manifiesta en el deterioro de los términos de intercambio. Este concepto expresa como se produce la apropiación del excedente resultante del incremento de la productividad laboral a escala mundial. Un análisis de la evolución histórica de series de precios del comercio internacional de una economía periférica permitió observar a la CEPAL: 1) que los precios de las exportaciones periféricas experimentan una tendencia a la baja transfiriéndose a los centros parte del aumento de productividad logrado 2) que la apropiación en el centro, se realiza a través del aumento de salarios y beneficios empresariales mientras que en la periferia tiene lugar a travñes de la disminución de los precios de los bienes primarios; por lo tanto, a lo largo del tiempo, la relación de términos de intercambio se deteriora, dismunuyendo el poder de compra de las exportaciones periféricas.

2.2. El centro: el pensamiento de la CEPAL

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Este desarrollo desigual es además concentrador puesto que acentúa la disparidad estructural entre los polos: el centro tiene tendencia a mantener su diversificación y homogeneidad, mientras que la p e r i f e r i a p ro f u n d i z a s u h e t e ro g e n e i d a d y especialización. Esto es aún más evidente si observamos que la interacción entre el deterioro de los términos de intercambio y la diferenciación de productividad e ingresos medios imposibilitan en la periferia el logro de niveles de ahorro y tasa de acumulación que reduzcan su atraso estructural, base para dicha diferenciación.

La CEPAL da tres argumentos fundamentales para explicar la tendencia al deterioro de los términos del intercambio. Un primer estudio, analiza la evolución histórico de series de precios des sector externo periférico, demostrando que durante las fases de expansión económica los precios varían de forma favorable para la periferia, pero su deterioro en las fases de contracción es mayor que la mejora lograda con anterioridad.

Una segunda argumentación , explica el deterioro por porblemas de empleo. La sobreabundancia de la mano de obra originada en las propias características de especialización y heterogeneidad estructural de la periferia, junto a la incapacidad negociadora de las organizaciones sindicales, posibilita la depresión salarial y esto se traduce en la apropiación de productividad por los centros, vía la baja de los salarios periféricos.

El último argumento viene explicado por lo que en terminología cepalina se denomina disparidad dinámica de las elasticidades-ingreso de la demanda entre el bien primario y el bien industrial: la demanda de bienes primarios periféricos por parte del centro es menos elástica a los incrementos del ingreso mientras que en la periferia la demanda de bienes industriales presenta un grado de elasticidad mayor. Ejemplo de dicha tendencia es que, en la demanda de insumos industriales, la participación del producto primario en el valor final del bien industrial es cada vez menor debido a las técnicas de reciclaje y a la sustitución por productos sintéticos o que el consumo alimentario a partir de un cierto nivel de ingresos no admite un incremento marginal de su demanda. Esto hace evidente que, a partir de cierto nivel de ingreso, el desequilibrio en el intercambio es crónico. Por tanto, la

conclusión es que de seguir la periferia sometida a esta dinámica de funcionamiento económico se verá imposibilitada de acometer la acumulación de capital necesaria para superar la heterogeneidad estructural que caracteriza su aparato productivo.

El estudio del proceso de industrialización se constituye en un segundo momento de la reflexión teórica de la CEPAL a mediados de la década de los cincuenta. En sus comienzos, el proceso de industrialización fue una respuesta espontánea de la periferia inducida por los cambios ocurridos en la economía mundial a principios del siglo XX y no el resultado de una deliberada política gubernamental. Las razones históricas que se apuntan para explicar dicho fenómeno son de dos tipos: coyunturales y estructurales.

Respecto a los factores coyunturales, el impacto de la crisis del 29 significa una drástica reducción de las exportaciones periféricas, a lo que se suma la caída del comercio internacional durante las dos guerras mundiales. Los factores estructurales vienen determinados por el cambio de centro cíclico principal que se concreta en el desplazamiento de la hegemonía mundial de Gran Bretaña a los Estados Unidos. Este nuevo centro tiene características específicas. Por un lado, es productor excendentario de alimentos y materias primas. Por otro, el avance tecnológico vinculado a la escasez relativa de mano de obra, producen una expansión salarial a todo el sistema que dejan a gran parte de la producción industrial en desventaja competitiva. Ello se traduce en unas políticas proteccionistas drásticas. Así, el crecimiento económico estadounidense se puede definir como autocentrado en contraste con la mayor receptividad británica a la exportaciones periféricas que compensaba las contracciones de las fases de depresión con la expansión en las fases de bonanza.

El proteccionismo del nuevo centro cíclico principal provoca la caída de las exportaciones periféricas, viéndose obligada la periferia a reducir el volumen de importaciones como consecuencia de la menor disponibilidad de divisas. Surge entonces un proceso industrializador espontáneo que intenta sustituirlas: proceso de industrialización por sustitución de importaciones.

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En definitiva, la industrialización se configura como la respuesta periférica ante el proteccionismo de la economía norteamericana. Dentro de este proceso de industrialización es distinguen dos fases. En una primera fase ser real iza una sustitución fácil de importaciones. Se trata de producir internamente bienes de consumo no duradero de gran demanda y fácil acceso. Además, el contenido de insumos importados para producirlos es bajo. Dicho proceso de industrialización fácil generó aumentos de los ingresos que se traducen en el aumento de una demanda cualitativamente diferente puesto que para satisfacerla se requerían bienes de consumo duradero. Así, se pasa a las segunda fase del proceso de industrialización sustitutiva. Las facilidades de la primera fase desparecen por cuanto la producción de bienes de consumo duradero requieren una tecnología más compleja y sofisticada y su contenido de insumos importados es elevado. De esta manera, se observa una de las tendencias inherentes al proceso industrializador sustitutivo: el desequilibrio externo puesto que el ahorro logrado en la sustitución de importaciones se ve superado por el gasto en insumos y bienes de capital necesarios para su producción. Esta dificultad requeriría la participación de empresas transnacionales en la producción de este tipo de bienes, acabándose así el proyecto industrializador nacional, ya que no solo no logra eliminar la dependencia económica, sino que la agrava por el papel estratégico que juegan dichas empresas en el proceso productivo nacional.

Además de la tendencia al desequilibrio externo, el proceso industrializador enfrenta una serie de obstáculos. Un primer tipo de problemas se derivan de la inadecuación tecnológica. La imposibilidad de un desarrollo tecnológico propio obliga a la periferia a usar tecnologías diseñadas por y para los centros, es decir, de gran escala y densidad de capital. Su utilización para mercados de reducidas dimensiones, por su bajo nivel adquisitivo, se traduce en una subutilización de la capacidad productiva instalada. Por otra parte, la insuficiente capacidad de ahorro del sistema induce una débil tasa de acumulación de capital, lo que en última instancia, ralentiza gravemente el ritmo de expansión del progreso técnico.

Otro tipo de problemas que enfrenta el proceso de industrialización está vinculado a los desequilibrios

generados en el sector agrario. Estos son una oferta agropecuaria inelástica y la incapacidad del agro para mantener un nivel de empleo armónico con el crecimiento vegetativo de la población. El origen de estos desequilibrios está en la estructura de la propiedad de la tierra que se encuentra polarizada entre el latifundio y el minifundio. El latifundio experimenta graves dificultades para maximizar su productividad debido a la gran magnitud de capital requerido. El mantenimiento dela latifundio en condiciones de baja productividad no supone para el propietario un problema: más allá de las consideraciones del cálculo económico racional, reporta beneficios como el prestigio social o como mecanismo de defensa contra la inflación debido a que su posesión posibilita operaciones económicas de tipo especulativo. Latifundio y minifundio constituyen las principales fuentes de desempleo estructural: la mecanización de la producción latifundista provoca desempleo y el minifundio, que por sus reducidas dimensiones presenta dificultades para rentabilizar su modernización, se muestra incapaz de mantener un nivel de empleo acorde con el crecimiento vegetativo de la población.

Como estrategia eficaz a la hora de enfrentar los problemas derivados del proceso industrializador la CEPAL propone un activo papel del Estado como corrector de estos problemas. Frente a la espontaneidad de la primera fase de la industrialización sustitutiva, se sostiene la necesidad de un Estado intervencionista y planificador del desarrollo para hacer posible la integración económica y la complementariedad intersectorial, tareas para las que el mercado se muestra incapaz. De no hacerse así el proceso está condenado al estrangulamiento externo por el agotamiento del margen comprimible de las importaciones y las dificultades crecientes en la planificación del proceso sustitutivo. Toda esta problemática se engloba bajo el concepto de vulnerabilidad externa que expresa la supeditación creciente del desarrollo periférico a la disponibilidad de divisas.

El término "estructuralista", luego extendido a todo el pensamiento cepalino, nace en el debate-enfrentamiento con las tesis explicativas de la inflación de cuño monetarista del Fondo Monetario Internacional (FMI).

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El rasgo común de estos estudios estructurales es que encuentran las raíces del proceso inflacionario en los desequilibrios generados en la esfera de la producción y no en la de la circulación. Esto constituía una crítica a las medidas liberalizadoras y de contracción del gasto público recomendadas por el FMI, ya que su preocupación por una deficiente gestión económica (incontinencia monetaria) olvida las estructuras que enmarcan y condicionan dicha gestión.

Este análisis parte de la incapacidad del mercado para regular el sistema de precios en condiciones de heterogeneidad estructural. Se distinguen unas causas estructurales y unos mecanismos propagadores de la inflación, y son estos últimos sobre los que actúan las políticas de signo monetarista. Dentro de las causas estructurales podemos distinguir unas presiones básicas originadas en el desequilibrio del crecimiento, fundamentalmente en el sector externo (debido a las devaluaciones monetarias) y en el sector agrícola (por la inelasticidad de su oferta). Y unos elementos sociopolíticos e institucionales relacionados con el aparato de gobierno, las bases de sustentación de los diferentes grupos, sus organizaciones, etc.

Los mecanismos propagadores de la inflación son: el sistema fiscal, que se mantiene rígido y regresivo, dependiente del comercio exterior, teniendo en cuenta los gastos públicos que conlleva la modificación de infraestructura exigida por el proceso industrializador. El sistema crediticio, ligado al mundo empresarial, exagera su liquidez contribuyendo así al proceso inflaccionario. Y por último, está el mecanismo de ajuste precios-ingresos, donde pugnan los diferentes grupos sociales por favorecerse en la distribución de la renta. La función de estos mecanismos es, pues, limitar o impulsar las tendencias inflacionarias procedentes de los factores estructurales anteriormente mencionados.

En síntesis, el pensamiento cepalino a partir de la elaboración de un sistema centro-periferia, dinamizado por un crecimiento desigual y concentrador que se manifiesta en el deterioro de los términos del intercambio, observa como única alternativa la industrialización de la periferia. Dicho proceso se enfrenta con problemas que son básicamente la

tendencia al desequilibrio externo, el mantenimiento del deterioro de los términos de intercambio y el desempleo estructural, intimamente relacionado con la inadecuación tecnológica y la propiedad de la tierra en el agro. Por su parte, el proceso inflacionario es explicado por su causa última: la heterogeneidad estructural.

Desde la perspectiva de la economía ortodoxa, las críticas fundamentales que se han formulado al pensamiento cepalino se pueden agrupar en dos líneas. La primera, se refiere a la tesis del deterioro de los términos de intercambio. Así, con frecuencia se sostiene que e l f enómenos de l de ter ioro no puede correlacionarse con una pérdida del bienestar. Según los críticos, si la relación de precios importaciones/exportaciones cae, basta con que se produzca un aumento en la productividad de los factores en la elaboración de los bienes exportables por encima de la caída del precio para que esa economía se encuentre en una situación más favorable que antes pues logrará una mayor cantidad de bienes importados con el mismo volumen de recursos. La crítica no es pertinente por cuanto ignora la lógica global del análisis cepalino. En efecto, lo verdaderamente importante es que persiste la tendencia a la diferenciación de ingresos entre el centro y la periferia.

Otro cuestionamiento a la tesis del deterioro señala la debilidad de las pruebas empíricas en las que la CEPAL basa su análisis. El apoyo empírico cepalino consiste en elaborar series de precios sobre los términos de intercambio de mercancías con el Reino Unido entre los años de 1870 a 1940.

El uso de este indicador ha sido cuestionado por varias razones, entre otras, por señalar la inexactitud de desprender una conclusión estructural de una tendencia coyuntural. Desde la formulación de la tesis, la CEPAL no ha actualizado sus series de precios y en este sentido la crítica tiene razón en señalar que la información disponible es escasa e insuficiente para corroborar la tesis cepalina. Pero, esa misma escasez de información hace que la tesis contraria que impugna la tendencia del deterioro tampoco haya sido probada con suficiente sustentación empírica.

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El segundo grupo de críticas atribuye al pensamiento de la CEPAL un sesgo ideológico de tipo urbano-industrial. Así, se acusa a la CEPAL de despreciar a la agricultura y propugnar una industrialización a ultranza como única vía para lograr el desarrollo. SE señala el ejemplo de países como Australia, Nueva Zelanda o Dinamarca que han basado con éxito su desarrollo en el sector primario para demostrar la inadecuación de esta concepción industrialista. Esta crítica a los sesgos ideológicos se completa, aduciendo que tras los planteamientos de la CEPAL subsiste una tendencia a culpar del atraso de la periferia al carácter explotador y depredador del centro. De nuevo estas críticas, no encuentran justificación en una lectura desapasionada de los textos cepalinos. En

primer lugar, la CEPAL nunca despreció el papel del sector primario en el desarrollo periférico. Simplemente se limitó a señalar que el atraso persistente en la agricultura era un obstáculo estructural al desarrollo, propugnándose su modernización. En segundo lugar, nunca se mantuvo que la relación entre el centro y la periferia fuese una relación de explotación y menos aúnque la causa del subdesarrollo de la periferia fuese provocada por el centro. Únicamente se señalaron las tendencias de funcionamiento del sistema capitalista a nivel mundial que había provocado una situación de desigualdad entre un centro desarrollado y una periferia atrasada.

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De acuerdo con las tesis de Castañeda (1993) el espectro de la izquierda latinoamericana se fue configurando a lo largo del siglo XX con arreglo a los siguientes parámetros. En primer lugar, hay que distinguir a la izquierda política de la izquierda social, dependiendo que el criterio uitlizado para la clasificación sea ideológico u organizativo-funcional, respectivamente.

Así, desde un punto de vista ideológico, se pueden distinguir cuatro grandes familias en la izquierda latinoamericana: comunistas, populistas, guerrilleros y reformistas2. Durante un lapso de tiempo que abarca desde la década de los años veinte, fecha fundacional de los partidos comunistas, hasta el final de la década de los cincuenta, la historia de la izquierda en América Latina es monopolizada por las relaciones entre comunistas y populistas. La posición de los comunistas frente a los populistas estuvo marcada por la tensión entre el reconocimiento del valor de las reformas atioligárquicas impulsadas por el populismo y el rechazo, al menos desde un punto de vista teórico, a su discurso de conciliación de clases y a la tendencia populista de hegemonizar las organizaciones obreras. Por su parte, los populistas oscilaron entre la aceptación de los comunistas como aliados frente al enemigo común, la oligarquía y el recelo frente a su dependencia de la Unión Soviética. El resultado fue que según las coyunturas y los países se da todo un abanico de situaciones que van desde la estrecha colaboración hasta la prohibición legal de los partidos comunistas.

La revolución cubana provoca que a lo largo de la década de los sesenta se añadan a los dos grupos anteriores el surgimiento de las organizaciones guerrilleras. Las señas de identidad fundamentales de estas organizaciones fueron las de propugnar la lucha armada como único método válido de actuación y la afinidad ideológica con Cuba. Esta corriente,

denominada "Nueva Izquierda", marcó distancias con los partidos comunistas tradicionales. Así, la polémica central que recorrió a la izquierda latinoamericana a lo largo de la década de los sesenta, enfrentó a las organizaciones de la Nueva Izquierda con los partidos comunistas tradicionalmente proclives a la vía electoral y a las reformas graduales. El fracaso del foquismo a finales de los años sesenta marca el ocaso de la Nueva Izquierda. Tras esta primera generación de guerrillas foquistas, a mediados de la década de los sesenta se asiste al nacimiento de una segunda generación de grupos guerrilleros. Frente al sectarismo de los sesenta, esta segunda generación practicará una política de alianzas que abarcará no solo a otras fuerzas de la izquierda, particularmente a los partidos comunistas tradicionales, sino que se extenderá hacia sectores nacionalistas de centro. Otro cambio significativo es que el teatro de operaciones se desplazará desde el sur del continente hacia Centroamérica y el Caribe. Los casos de Colombia y Perú, ya en la década de los ochenta, y más recientemente en Chiapas, son los últimos exponentes de esta segunda generación.

Por último, bajo la etiqueta de "izquierda reformista" se engloban aquellas organizaciones situadas a l a d e re ch a d e l o s s e c t o re s " M a r x i s t a s -leninistas" (partidos comunistas tradicionales) y de la izquierda radical (organizaciones guerrilleras). En los setenta y ochenta han experimentado un crecimiento importante. Sus señas de identidad son el apego a los métodos electorales y la lucha por la vigencia de los derechos humanos, la democracia y la justicia social.

Atendiendo a la clasificación basada en criterios funcional-organizativos, en la izquierda social hay que incluir a los movimientos populares. Hasta la década de los sesenta, estos movimientos sociales fueron el movimiento obrero y el campesino.

2.3. La izquierda en América Latina

NOTAS:

[2] Otros autores como Angell (1994) también comparten el criterio de incluir al populismo dentro de la izquierda. Aunque por razones pedagógicas mantengamos al populismo dentro de los movimientos de izquierdas no podemos dejar de resaltar las reservas que dicha inclusión nos produce, por cuanto, la ubicuidad y ambigüedad del populismos hace que sea un fenómeno de

dificil y problemática clasificación.

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A partir de esta fecha, la nómina de estos movimientos se enriquecerá con la presencia de los "nuevos movimientos sociales". A los movimientos sociales tradicionales se les unirá una pléyade de nuevos movimientos en los que el factor de movilización serán problemáticas específicas e identidades colectivas que trascenderán los límites de las divisiones de clase.

La izquierda latinoamericana ha sido un actor que se ha caracterizado por sus demandas a favor de la democratización de la vida política durante los años de las dictaduras militares. Paradójicamente, cuando finalmente se produce la democratización, ésta se da en un contexto de predominio de las fuerzas conservadoras. Dos fenómenos que se experimentan a nivel mundial, durante la década de los ochenta, el auge del neoliberalismo junto con la crisis de identidad de la izquierda, se conjugan dando como resultado que la izquierda latinoamericana experimente un proceso de pérdida de peso específico y de capacidad de influencia en la arena política. Los nuevos vientos ha provocado cambios en la izquierda política y social. En la izquierda política, lo primero que se observa en todas las organizaciones que ha sobrevivido, más allá de la tradición de la que provengan es lo que podríamos denominar como un "paso al centro". A partir del triunfo de la revolución cubana, simplificando el debate, el criterio que operó como frontera delimitadora en la izquierda latinoamericana era la pertinencia o no de la idea de Revolución. Ello permitía agrupar a las distintas organizaciones en dos grandes campos: reformistas y revolucionarios. Estos dos grandes campos estaban lejos de ser homogéneos y encuadraban en su interior a organizaciones que exhibían diferencias entre sí, a veces,

sustancialmente importantes. Sin embargo, más allá de las diferencias acerca del grado de profundidad de las reformas o de la orientación de la revolución, existía un consenso básico en torno a esta definición. Lo cual no impedía que, por ejemplo, los partidos comunistas se consideraran a si mismos como organizaciones revolucionarias por más que sus prácticas cotidianas apegadas a la participación electoral y al empleo de métodos pacíficos, hiciera que las organizaciones de la Nueva Izquierda reclamaran con exclusividad para sí la etiqueta de revolucionarias y denunciaran el carácter reformista de la moderación del los partidos comunistas tradicionales. Hoy, la inmensa mayoría de las organizaciones de la izquierda latinoamericana han abandonado la idea de la revolución como objetivo. En su lugar, han evolucionado hacia el centro del espectro político adoptando como consenso básico la reforma y abandonando la idea de revolución. Ahora bien, al interior de esta izquierda política, es posible distinguir diferencias en torno a dos grandes campos: un reformismo moderado y un reformismo radical. Los criterios que acotan el campo moderado y el radical no son demasiado claros. Pero, al menos, es posible encontrar dos criterios de distinción. El primero es la relación de la izquierda política con los movimientos sociales. Las organizaciones radicales cultivan relaciones más estrechas con los nuevos movimientos sociales que los partidos moderados. El segundo criterio consiste en la posición frente a las políticas neoliberales, contrastando la actitud de la izquierda moderada de aceptación de las mismas, siquiera sea como mal menor, con el decidido rechazo por parte de las organizaciones radicales.

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De acuerdo con Lowy (1980) la historia del marxismo en América Latina puede dividirse en tres periodos: a) Periodo revolucionario (1920-1935); b) Periodo estalinista (1935-1959) y c) Nuevo periodo revolucionario (1959- 1967). A estas tres etapas, podemos añadir un cuarto periodo de Crisis y renovación, que comenzaría en la década de los setenta y se extendería hasta nuestros días.

a)Periodo revolucionario (1920-1935)

El marxismo comienza a ser difundido en América Latina hacia finales del siglo XIX traído por los emigrantes procedentes de Europa. En estas fechas comienzan a aparecer las primeras organizaciones oreras así como los primeros pensadores que se reclaman del marxismo. Surge una corriente socialista inspirada por la II Internacional en la que la figura de Juan B. Justo (1865-1928) y su Partido Socialista Argentino (fundado en 1895) representan el ala moderada mientras que Luis Emilio Recabarren (1876-1924) y su Partido Socialista Obrero de Chile (fundado en 1912) constituyen el ala radical. Juan B. Justo fue el primer traductor del Capital al español (1895) pero es problemático considerarlo como marxista en un sentido estricto puesto que su pensamiento político es ecléctico, teñido de positivismo y próximo, en algunos planteamientos, al liberalismo. Es con la aparición de la corriente comunista cuando se desarrollan las primeras tentativas significativas de analizar la realidad latinoamericana en términos marxistas y de establecer una orientación política que se oriente decididamente hacia la revolución como objetivo. Los Partidos Comunistas aparecen en los años veinte a partir de dos orígenes distintos: en primer lugar, como transformación del ala izquierda de ciertos partidos socialistas (Argentina 1918) o la mayoría de estos partidos (Uruguay 1920; Chile 1922). En segundo lugar, la evolución hacie el bolchevismo de ciertos grupos anarquistas o anarcosindicalistas (México 1919; Brasil 1922).

La orientación de los partidos comunistas será inspirada, durante los pirmeros años, por las resoluciones de la III Internacional, en particular por el documento de Enero de 1921 "Sobre la revolución en

América, llamada a la clase obrera de las dos Américas" y por otro documento de Enero de 1923 "A los obreros y campesinos de América del Sur". Ambos textos atribuyen a la lucha revolucionaria en América Latina tareas agrarias, antiimperialistas y anticapitalistas. La unidad entre el proletariado y el campesinado era contemplada encuadrada en una estrategia de revolución ininterrumpida, capaz de llevar a América Latina directamente del capitalismo subdesarrollado y dependiente a la dictadura del proletariado. La idea de una etapa histórica de capitalismo independiente, nacional y democrático, es negada explícitamente y la complicidad de las burguesías locales con el imperialismo es subrayada.

La revolución rusa ejerció un impacto profundo sobre el movimiento obrero y la intelligentsia latinoamericana. Luis Emilio Recabarren quizás sea el ejemplo más típico del viejo dirigente obrero que por influencia de la Revolución de octubre se pasa al bolchevismo. Obrero tipógrafo, fundador del Partido Socialista Obrero de Chile, él encabeza su transformación en 1922 en Partido Comunista, sección Chilena de la III Internacional. Los escritos y discursos de Recabarren tienen como eje central la lucha de clases irreconciliable entre los obreros de las minas y las fábricas contra los capitalistas. Lucha en la que el objetivo no es otro que la revolución socialista. Su pensamiento tiene un claro matiz obrerista que le lleva a minusvalorar la cuestión nacional y la cuestión agraria.

Julio Antonio Mella (1903-1929) es el primer ejemplo de un prototipo que se encontrará frecuentemente en la historia social de América Latina: el estudiante o joven intelectual revolucionario que encuentra en el marxismo la respuesta a su pasión por la justicia social. Julio Antonio Mella participa en la creación del Partido Comunista Cubano (1925). Debido a sus actividades políticas en contra del dictador Machado, Mella es detenido y se exilia en México. Se adhiere al Partido Comunista Mexicano pero en 1928 tiene dificultades con su dirección que lo acusa de "Trotskysmo". Mella organiza a los exiliados cubanos en México y prepara una expedición armada para desembarcar en la isla pero en Enero de 1929 es

2.4. La izquierda Marxista

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asesinado. Mella concebía como estrategia de lucha la constitución de un frente atiimperialista compuesto de obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales. Rechazaba la inclusión en este frente de la burguesía nacional a la que consideraba cómplice de la dominación imperialista. El problema del nacionalismo y de la liberación nacional ocupa un lugar central en el pensamiento de Mella. Apoya con entusiasmo el movimiento de Sandino. Por el contrario, va a criticar duramente el nacionalismo populista del APRA de Haya de la Torre. En un panfleto contra el APRA, publicado en 1928, Mella rechaza el "frente único a favor de la burguesía, traidor clásico de todos los movimientos nacionales" y subraya que "la lucha definitiva por la destrucción del imperialismo no es solamente la lucha pequeño-burguesa nacional, sino la lucha proletaria internacional, porque solamente aboliendo el factor causal del imperialismo, el capitalismo, podrán existir naciones verdaderamente libres". Asimismo, Mella se considera discípulo de José Martí y heredero de su mensaje revolucionario, democrático y antiimperialista.

José Carlos Mariátegui (1895-1930) tal vez sea el pensador marxista más vigoroso y original de América Latina. Escritor y periodista, Mariátegui se declara socialista en 1918 y descubre el marxismo y el comunismo durante un viaje a Europa (1920-1923), particularmente en Italia. De vuelta a Perú, se integra al movimiento obrero y participa activamente en la constitución de sindicatos. Funda en 1926 la revista Amauta que agrupa a la vanguardia cultural y política peruana y latinoamericana. Después de haber participado durante algún tiempo en las actividades del APRA, Mariátegui rompe con Haya de la Torre y funda en 1928 el Partido Socialista de Perú que se adherirá a la III Internacional. Frente a la propuesta de fusión formulada por el APRA, responderá: "la vanguardia del proletariado y los trabajadores conscientes rechazan toda tentativa de fusión con fuerzas u organizaciones políticas de otras clases.

Condenamos como oportunista toda política que implique el abandono, aunque sea temporal, de la independencia del proletariado en las cuestiones programáticas o en la lucha política". La obra más importante de Mariátegui Siete Ensayos sobre la realidad

peruana, constituye la primera tentativa de análisis marxista de una formación social concreta en América Latina.

Mariátegui fue acusado por los apristas de "europeísmo" mientras que ciertos autores soviéticos lo calificaron de "nacional-populista indoamericano". En realidad su pensamiento se caracteriza precisamente por la fusión entre la herencia cultural europea más avanzada y las tradiciones milenarias de la comunidad indígena, es decir por el intento de asimilar en un esquema teórico marxista, la experiencia de las masas campesinas. Asimismo, Mariátegui ha sido considerado a menudo como un "heterodoxo", "idealista" o "romántico". Ciertamente es posible encontrar en sus obras (particularmente en Defensa del marxismo) una profunda influencia del idealismo italiano (Groce, Gentile), de Bergson y sobre todo de Sorel. Pero este voluntarismo ético-social de Mariátegui es necesario contextualizarlo y entenderlo como una reacción contra la versión economicista y materialista vulgar del marxismo. En este sentido, el pensamiento de Mariátegui presenta notables semejanzas con Lukács y con Gramsci. Este intento de renovación revolucionaria del marxismo le permite a Mariátegui rechazar el evolucionismo con su versión rígida y determinista de la sucesión de etapas históricas. La hipótesis político-social decisiva de Mariátegui es que "no existe en Perú, ni jamás ha existido, una burguesía progresista, con una sensibilidad nacional, que se proclame liberal y democrática". Es a partir de este análisis de la burguesía indígena que Mariátegui desarrolla su concepción de la estrategia revolucionaria en Perú: "La emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las masas proletarias, solidarias con la lucha antiimperialista mundial. Solo la acción proletaria puede estimular y realizar las tareas de la revolución democrático burguesa que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir". Pero Mariátegui hace extensivo su análisis desde Perú a toda América Latina: la revolución latinoamericana no podrá ser más que socialista, incluyendo objetivos campesinos y antiimperialistas; en un continente sometido a la dominación de los imperios, no hay lugar para un capitalismo independiente. La burguesía local ha llegado demasiado tarde a la historia.

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b) Periodo estalinista (1935-1959).

A partir de 1935, la estrategia de la III Internacional experimenta un giro respecto a las posiciones anteriores. Hasta ese momento, la estrategia del Comitern se había caracterizado por mantener posiciones radicales que se concretaban en la defensa de la lucha por el socialismo como objetivo único de la revolución, así como por un enfrentamiento sin concesiones con los partidos y organizaciones de la II Internacional a los que se cal ificaba como "socialfascistas" y "socialtraidores". Sin embargo, el cambio de las condiciones del entorno en la Europa de entreguerras, y muy especialmente el ascenso de los fascismos alemán e italiano junto con el reforzamiento del autoritarismo de derechas en la práctica totalidad de los países europeos, llevó a una revisión de esta estrategia. Se abrió paso así la consideración de que la tarea más urgente y previa a la realización de la revolución era la de impedir la extensión del fascismo. Y en esta estrategia antifascista la colaboración con otras fuerzas políticas democráticas era esencial. De ahí, que la anterior estrategia sectaria fuera sustituida a partir de 1935, por una estrategia de colaboración con los sectores democráticos y por una moderación en el discurso político.

Este análisis, independientemente de su acierto o error, indudablemente estaba desencadenado por fenómenos que se estaban produciendo en el entorno europeo. S in embargo, aunque e l en tor no latinoamericano difería notablemente, estas premisas presidieron la acción de los partidos comunistas latinoamericanos a partir de 1935. Y es que en el marxismo latinoamericano, junto al intento de generar análisis específicos y adecuados a las particulares condiciones de América Latina como hemos visto en los casos de Mariátegui o de Mella, también se encuentra otra pos ic ión que cons i s te en t ransplantar mecanicamente a América Latina los modelos de desarrollo económico y social de Europa y su evolución histórica. A cada aspecto de la realidad europea estudiado por Marx (la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción feudales, el rol históricamente progresista de la burguesía, la revolución democrático-burguesa contra el Estado

absolutista) se trata de econtrar un equivalente latinoamericano. Gracias a este enfoque la estructura agraria del continente es clasificada como feudal, la burguesía local es considerada progresista o el campesinado es considerado como reticente al socialismo colectivista. Cualquier especificidad de América Latina es implícita o explícitamente negada y el continente parece ser concebido como una Europa tropical, con un siglo de atraso y sometida a la dominación del Imperio norteamericano. La conclusión a la que se llega desde este punto de partida es que el socialismo no está a la orden del día en América Latina. Las condiciones económicas y sociales en América Latina no están maduras para una revolución socialista; de ahí que se abra paso una concepción "etapista" de la revolución: se trata, en primer lugar de realizar una etapa histórica democrática y antifeudal (como en la Europa de los siglos XVIII y XIX) cuya tarea sea la de desarrollar plenamente el modo de producción capitalista. Solo una vez que se haya desarrollado plenamente el capitalismo, será posible empezar a plantear su superación mediante la lucha por el socialismo.

Así, en 1935, el Comitern abandonó el extremismo durante el cual el enemigo había sido definido como el revisionismo socialdemócrata y cambió su estrategia hacia la construcción de Frentes Populares que pudieran enfrentarse a la extensión del Facismo. Tan ansioso se mostró Moscú de buscar aliados (a veces incluso con dictadores) que disolvió la comitern en 1943.

La estrategia de los Frentes Populares recibió un impulso con el estallido de la guerra civil española. Los PC lograron capitalizar la solidaridad con la República Española. El país en el que la estrategia del Frente Popular tuvo un mayor éxito fue Chile. La estrategia de los Frentes Populares fue reemplazada durante la Segunda guerra Mundial por la estrategia de la Unidad Nacional. Esta nueva estrategia s ignificó la subordinación de lo nacional al apoyo del esfuerzo de guerra y, en este sentido, los PC debían forjar alianzas aún con la izquierda tradicional debido a que la distinción izquierda/derecha había sido superada por la distinción facismo/antifacismo.

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Esta estrategia coincidió con lo que se denominó el Browderismo: el nombre viene del secretario general del Pc norteamericano quien sostenía que los PC debían disolverse y integrarse a los partidos pogresistas para actuar desde dentro de los mismos como un grupo de presión. El Browderismo fue formalmente condenado en 1945 por la comitern.

El problema para los comunistas que no estaban de acuerdo con los cambios de estrategia que se habían producido en el movimiento comunista entre 1935 y los primeros 1940s era ¿dónde ir?. En Chile existía la posibilidad de integrarse en el Partido Socialista pero esta posibilidad no se daba en todos los países. En estas condiciones, el Troskismo aparecía como una a l te r nat iva y en la mayor ía de lo s pa í se s latinoamericanos se crearon pequeños partidos troskistas que no tuvieron mayor importancia salvo en Bolivia. Los troskistas oscilaron entre el entrismo ( que provocó su absorción por otros partidos), y el debate si debían participar solo en las luchas que encabezara el proletariado o por el contrario, si debían participar en otras luchas progresistas aunque las encabezara la pequeña burguesía. En Bolivia el troskismo creó el Partido Obrero Revolucionario (POR) no como resultado de una escisión de un partido preexistente sino como la creación de un grupo de intelectuales atraídos por los escritos de Trostky. El POR logró influencia en los sindicatos mineros en parte debido a que el PC oficial se asoció con los esfuerzos gubernamentales por amentar la productividad como parte del esfuerzo de guerra en contra de la opinión de los trabajadores. En 1955, el POR siguiendo las divisiones internacionales del Toskismo sobre el entrismo se dividió en dos y nunca volvió a recuperar su influencia. Durante la Segunda Guerra Mundial los PC disfrutaron de una coyuntura favorable derivada del alto prestigio que les había proporcionado la lucha contra el fascismo y debido a la admiración del esfuerzo de guerra realizado por la Unión Soviética. Asimismo también se beneficiaron de la disolución de la comitern que les proporcionó un mayor grado de libertad. Sin embargo los problemas fundamentales de los comunistas seguían sin resolverse: como organizar un partido revolucionario en un medio en el que la estructura social estaba constituida por una

clase obrera débil, una pequeña burguesía numerosa y un campesinado predominante. También permanecía sin resolver el problema de cómo definir el rol de la violencia en unas sociedades en la que los gobiernos, los ejércitos y las élites económicas, divididas en otros temas, sin embargo se unían a la hora de enfrentarse a los movimientos políticos radicales de la izquierda. El movimiento comunista se adhirió a la concepción de partido como una vanguardia revolucionaria aunque la necesidad política central era la construcción de una amplia alianza multiclasista. Quizás el fallo mas escandaloso consistió en la nula capacidad para distinguirse de gobiernos reformistas como Perón, AD en Venezuela, López Pumarejo en Colombia y otros sin al mismo tiempo aparecer como opuestos a las reformas y sin aparecer como como aliados de las fuerzas de la derecha.

En América Latina, los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial fueron un breve periodo de democracia. El fin de las dictaduras coincidió con un clima internacional de apoyo al establecimiento de gobiernos democráticos. Los Partidos Comunistas se beneficiaron de este nuevo clima. Mientras que el PC Argentino se opuso al peronismo, el PC Brasileño colaboró con el Varguismo en un primer momento. Después las cosas cambiaron y el PCB fue prohibido. En Chile, el precio a pagar por la asistencia económica norteamericana después de la segunda guerra mundial fue la dimisión de los ministros comunistas. Pero los comunistas brasileños y argentinos no fueron las únicas víctimas de la guerra fría: los comunistas fueron expulsados de los sindicatos a lo largo de toda América Latina. Los gobiernos latinoamericanos aprovecharon el deterioro de las relaciones soviético-norteamericanas para reprimir los movimientos populares, romper relaciones diplomáticas con la URSS y girar hacia la derecha. Al mismo tiempo se incrementó la injerencia norteamericana (1954 Guatemala). En Bolivia, la rebelión popular que en 1952 llevó al MNR al poder se hizo con la ausencia de los comunistas. Para la lucha en las minas los mineros preferían líderes de la izquierda; para las elecciones votaban más a la derecha. Este comportamiento no solo se limitaba a Bolivia sino que podía generalizarse al resto de América Latina

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c) Nuevo periodo revolucionario (1959-1970)

La década de los cincuenta fueron años muy duros para la izquierda latinoamericana. En muchos países los partidos comunistas fueron prohibidos. Por otra parte, la revolución boliviana de 1952 mostró la mayor capacidad que tenía una movilización política liderada por un movimiento nacionalista y pluriclasista, antes que los partidos de la izquierda ortodoxa . El golpe en Guatemala en 1954 marcó un profundo impacto. La guerra fría intensificó la presión norteamericana, sobre todo en Centroamérica y el Caribe, donde movimientos reformistas eran abortados bajo la excusa de ser comunistas. Al final de la década, la revolución cubana significó una ruptura en este balance negativo.

El impacto y la influencia de la revolución cubana pronto t ra scend ió l a s f ron te ra s de l a i s l a transformándose en un fenómeno que durante todo el periodo de vigencia de la guerra fría ha formado parte de la agenda de la política internacional. Por lo que se refiere a la izquierda latinoamericana, los efectos inmediatos del impacto de la Revolución Cubana fueron espectaculares. El triunfo de los revolucionarios de Sierra Maestra simplemente significaba que todos los aspectos del dogma revolucionario así como la praxis tradicional de la izquierda fueron puestos en la picota. En efecto, se suponía que de acuerdo a la teoría de las etapas de factura staliniana, un país rural como Cuba y tan sometido al dominio norteamericano, jamás podría vivir un proceso de carácter socialista sin conocer antes una etapa democrática y antiimperialista. Además, para completar el cuadro de dogmas que la revolución cubana hizo saltar por los aires, la única revolución socialista latinoamericana había sido hecha sin el apoyo del Partido Comunista Cubano. Semejante cúmulo de hechos condujeron a la apertura de una profunda revisión teórica de los postulados con los que la izquierda había venido operando desde mediados de los años treinta. La izquierda latinoamericana comenzó a formularse interrogantes: ¿Cuál es la naturaleza y el rol de la pequeña burguesía? ¿Cuál es el potencial político del campesinado? ¿La revolución se tenía que hacer por etapas o la fase burguesa podía ser obviada? ¿Cuáles debían ser las relaciones entre el ala política y militar de la revolución?¿Cómo podían neutralizar las fuerzas revolucionarias a las Fuerzas Armadas? ¿Era Cuba una excepción o podía repetirse?.

El debate condujo a la escisión de la izquierda latinoamericana en dos grandes grupos: a) De un lado, los partidos comunistas tradicionales que sin dejar de valorar positivamente la experiencia cubana trataban de conciliar este apoyo con la praxis que venían sosteniendo desde los años treinta. Es decir, los partidos comunistas señalaban que la revolución cubana se había producido como una excepción, como un proceso que se explicaba por las condiciones singulares de la isla. En esa medida, la extrapolación de conclusiones y la aplicación del "modelo cubano" al resto de América Latina se juzgaba improcedente puesto que las condiciones imperantes en la América Latina continental diferían de las cubanas; b) de otro lado, quienes sostenían que el éxito de la experiencia cubana mostraba el camino que la izquierda latinoamericana debía de recorrer. El núcleo del razonamiento consistía en plantear que, si el único país en el que se había producido una revolución socialista había operado bajo un modelo teórico y estratégico distinto del hegemónico, lo que había que hacer era abandonar el modelo tradicional que había revelado su incapacidad para lograr el objetivo de hacer la revolución y extrapolar el modelo cubano, legitimado por su éxito, al resto del continente. Quienes sostenían esta posición, pronto se autodenominaron como "Nueva Izquierda" para distinguirse de los partidos comunistas tradicionales. Entre los años que transcurren de 1959 a 1967, la Nueva Izquierda, procedió a sintetizar y elaborar una determinada lectura de la revolución cubana con el objetivo de conformar un corpus teórico-ideológico que sustituyera al caduco marxismo estaliniano y prosoviético. Este ideario, puede sintetizarse en seis tesis:

1) Carácter continental de la revolución latinoamericana. Frente a la visión de los partidos comunis tas tradic ionales que sostenían la excepcionalidad de la experiencia cubana, la Nueva Izquierda plantea que en toda América Latina se dan las condiciones para plantear la lucha por la revolución. La justificación viene por la distinción entre "situación revolucionaria objetiva" y "subjetiva voluntad revolucionaria": en aquellos países en donde las condiciones objetivas no eran proclives para la lucha por la revolución, la voluntad subjetiva de los revolucionarios podía lograr acelerar la historia y modificar la realidad lo suficiente como para que se

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produjeran las condiciones favorables a la revolución. En definitiva, la Nueva Izquierda sostuvo que la voluntad revolucionaria, los factores subjetivos, tenían una mayor importancia en el desencadenamiento de procesos revolucionarios que las condiciones objetivas.

2) Carácter socialista de la revolución continental. La dependencia política y económica a la que estaba sometida América Latina por parte del imperialismo estadounidense y, en menor medida, por el resto del mundo capitalista, había dado como re su l t ado que l a burgue s í a latinoamericana tuviera sus bases de desarrollo material absolutamente ligadas a los intereses del imperialismo. Por tanto, era imposible que puediera desarrollar proyectos políticos de carácter nacionalista y democrático, puesto que su dependencia del imperialismo había provocado la incapacidad para su maduración como un actor político y económico con reivindicaciones propias. Por lo tanto, la dependencia hacía imposible la vía de un capitalismo nacional y autónomo. En este sentido, por tanto, la única alternativa viable era el socialismo. Por lo demás, la experiencia cubana demostraba como era posible que a partir de una economía semifeudal se planteara y surgiera una revolución socialista y antiimperialista. No era necesario pues transitar por una etapa previa democrático-burguesa. Aquellas fuerzas que, como los partidos comunistas tradicionales, sostenían la inevitabilidad de dicha etapa, objetivamente estaban retrasando la revolución socialista e impidiendo su desarrollo.

3) La revolución socialista y continental solo puede desencadenarse por la lucha armada. De nuevo, la realidad demostraba a través de la experiencia cubana que solo a través de las armas era posible lograr el triunfo de la revolución. Por el contrario, la experiencia de la estrategia electoral y pacífica puesta en marcha por los partidos comunistas tradicionales había mostrado su esterilidad a lo largo de varias décadas. Se imponía pues, un cambio de estrategia, abandonando los métodos legales y pasando a

impulsar por toda América Latina organizaciones que impulsaran la violencia revolucionaria.

4) Rol dirigente de la pequeña burguesía radicalizada. La situación de dependencia del imperialismo que históricamente había padecido América Latina había provocado una distorsión en e l modelo de desarrol lo del capita l i smo latinoamericano. Entre otros efectos, en lo que se refiere a la estructura social, ya dijimos más arriba como esta situación había afectado a la conformación de la burguesía. Del mismo modo, la constitución del proletariado había sufrido cambios con respecto al standard del capitalismo de los países desarrollados. La debilidad del proletariado y su escaso peso específico en una estructura social capitalista subdesarrollada tenía como resultado, que de la misma manera que la burguesía latinoamericana estaba incapacitada para cumplir su misión histórica, el proletariado fuera incapaz de convertirse en el sujeto revolucionario. De ahí que, durante la primera mitad del siglo XX, se observara una tendencia al estancamiento de la lucha de masas ejemplificada por la moderación de los partidos comunistas tradicionales y su incapacidad para haber producido un solo triunfo revolucionario a lo largo de estas décadas. Por lo tanto, si la situación era que el proletariado estaba incapacitado como clase para cumplir con su rol dirigente se hacía necesario encontrarle un sustituto. Este vendría por la asunción del papel por la pequeña burguesía radicalizada. Además esta tesis venía avalada por la experiencia de la revolución cubana: buena parte de la dirigencia (Fidel Castro, Che Guevara, Camilo Cienfuegos) provenían de las filas de la pequeña burguesía urbana. Por otra parte, hay que tener en cuenta, que esta tesis era especialmente atractiva para aquellos militantes comunistas de extracción pequeñoburguesa que tradicionalmente habían visto como su participación era vista con recelos por la base obrera de los partidos comunistas tradicionales. Su posic ión dentro de las organizaciones comunistas nunca fue cómoda y por tanto no es de extrañar que la escisión de la Nueva Izquierda estuviera protagonizada por estudiantes y profesionales urbanos fundamentalmente.

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5) La revolución en el plano político solo tolera alianzas revolucionarias. Junto con la lucha armada, el otro pilar de la estrategia revolucionaria fue privilegiar a los frentes revolucionarios sobre los frentes de clase. En una suerte de versión exacerbada de la táctica de “clase contra clase” de los primeros tiempos de la III Internacional, las organizaciones de la nueva izquierda practicaron una política de alianzas muy sectaria que las llevó a autoproclamarse como únicos referentes válidos dentro de la izquierda. Las relaciones con otras fuerzas de la izquierda y especialmente con los partidos comunistas t rad ic iona le s fueron de en f rentamiento, denunciándolos como contrarrevolucionarios y traidores a la causa revolucionaria.

6) Caducidad de los partidos comunistas como instrumentos revolucionarios válidos. Esta tesis era la lógica consecuencia del rechazo de los partidos comunistas tradicionales a las seis tesis anteriores.

Los años dorados de la Nueva Izquierda transcurrieron entre 1959 y 1967. Fueron unos años en los que prácticamente no hubo un solo país de América Latina que no viviera, con mayor o menor intensidad, la creación de una guerrilla. Fueron también los años en los que se va configurando el discurso ideológico de la Nueva Izquierda. Pero con la misma rapidez que el fenómeno se extendió por el continente, asimismo empezó a cosechar estrepitosos fracasos. La muerte del Che Guevara en 1967 simboliza dramáticamente el comienzo de fin de la influencia de la Nueva Izquierda. El fracaso de las guerrillas urbanas y rurales junto con la progresiva irrelevancia de los partidos comunistas tradicionales reveló la incapacidad de ambos actores para interpretar el mundo en el que vivían. A. Latina en la década de los sesenta experimentó un proceso de cambios que alteró los contextos políticos, sociales y económicos en los que la izquierda operaba. En primer lugar, Latinoamérica en la posguerra experimentó un prolongado periodo de crecimiento económico, rápida urbanización y profundos cambios en la estructura social de la región. En segundo lugar, la Iglesia Católica, tradicional enemiga de los comunistas, redefinió su orientación aproximándose hacia la izquierda. Tercero, el golpe de Estado de 1964 en Brasil fue el primero de

una serie de golpes en América Latina que llevó a los militares al poder, desde el que emprendieron un proceso de reestructuración política, social y económica, acompañados por la ideología de la Seguridad Nacional que definía como los principales enemigos de la nación a las fuerzas de la izquierda.

d) Crisis y renovación (1970-2000)

La década de los setenta vio como el modelo de democracia representativa que se había gestado en las décadas anteriores se veía sustituido, especialmente en el cono Sur, por dictaduras militares. La oleada autoritaria se inaugura en Brasil en 1964, país que no retornaría a la democracia hasta 1984. Seguidamente Argentina vive un periodo dictatorial entre 1966 y 1982, solamente aliviado por el corto paréntesis de gobierno civil peronista entre 1973 y 1976. En Bolivia, la dictadura comenzaría en 1971 y se prolongaría hasta 1978. Dos de las democracias más estables y veteranas del continente, Chile y Uruguay entraron en la noche de la dictadura el mismo año, en 1973 y no retornarían a la democracia hasta los años 1988 y 1984 respectivamente. En Paraguay, continuaba el régimen del General Stroessner. Así pues, durante los setenta, muy pocos fueron los países que se libraron de conocer dictaduras militares: Colombia, Venezuela, Costa Rica y México. Los efectos de estas dictaduras militares sobre la izquierda consistirían en una revalorización del valor de la democracia. Las ideas de Gramsci antes que las de Lenin fueron la nueva inspiración. La democracia no fue considerada como una artimaña de la burguesía sino como un valor que conservar. El sectarismo y la violencia característicos de la nueva izquierda de los sesenta fueron abandonados y sustituidos por una visión más compleja de la realidad que llevaba a poner en marcha una praxis política más matizada. El primer país en donde se experimentó con éxito esta nueva estrategia para alcanzar el poder fue en Chile con la experiencia de la presidencia de Salvador Allende (1970-1973). El experimento chileno atrajo una expectación a nivel internacional porque ponía sobre el tapete una cuestión primordial para la izquierda: ¿Era posible una transición pacífica hacia el socialismo en una sociedad pluralista y democrática?. El paralelismo entre la sociedad chilena y los países democráticos europeos hizo que el experimento fuera seguido con interés por su posible aplicación en Europa.

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El triunfo fue abruptamente interrumpido y el golpe contra Allende sumió a la izquierda en un estado de profunda incertidumbre ideológica y táctica. La derrota de la izquierda chilena tuvo el efecto de provocar una amplio debate en la izquierda mundial y de dividir a la izquierda en dos grupos:

a) Los grupos más radicales como los sandinistas y los pro-cubanos decidieron intensificar el conflicto armado. A su juicio, el fracaso en Chile demostraba la imposibilidad de una transición pacífica hacia el socialismo. Esta fue la postura adoptada en Chile por el MIR y por el PC chileno aunque no la llevara a cabo hasta 1980 y en una escala modesta.

b) Otros grupos hicieron la lectura de que la izquierda debía moderar sus políticas y acciones para que las condiciones que habían propiciado el golpe de estado de Pinochet no volvieran a producirse. Los revisionistas argumentaban que la izquierda debía de dejar de ver el poder exclusivamente en términos de fuerza, como algo que debía físicamente ser poseído. La izquierda debía de dejar de concentrarse en las relaciones de propiedad con la exclusión de otros factores: una simple transferencia de la propiedad privada al Estado no resolvía nada y podía además crear más problemas de los que resolvía. Los militares no podían ser derrotados por la fuerza. Un gobierno radical tenía que extender su legitimidad para que las condiciones que favorecían los golpes militares no ocurrieran (agitación social, conflicto político fuera del Parlamento y la arena electoral). Esto significaba tener que hacer concesiones a la derecha y un determinado esfuerzo para ganar el apoyo de las clases medias y mejorar las relaciones con los sectores financieros. Las alianzas políticas se veían como necesarias y la democracia era vista como un valor en si.

Este revisionismo tuvo unas dimensiones internacionales. El Partido Comunista Italiano sacó la conclusión de que era necesario un compromiso histórico con la Democracia Cristiana para prevenir cualquier golpe de Estado como en Chile; el Partido Comunista Francés usó similares argumentos en su alianza con el partido socialista; asimismo el rol de moderación desempeñado por el Partido Comunista de

España en el proceso de transición a la democracia obedeció al mismo discurso. El caso Chileno llegó a ser central en los debates sobre el eurocomunismo. Mientras, la Unión Soviética reaccionó en su enfrentamiento con el eurocomunismo sacando conclusiones opuestas de la experiencia Chilena: "...el rol protagonista de la clase obrera no puede ser reemplazado por un enfoque pluralista que debilite el liderazgo de la clase obrera”.

Los años ochenta comienzan para la izquierda todavía procesando las lecciones de la derrota de Allende, con la crisis en Centroamérica, el cuestionamiento de la ortodoxia ideológica por parte de los Partidos Comunistas revisionistas europeos y el cada vez menos atractivo del socialismo cubano. Si estas circunstancias eran difíciles de procesar, aún más difícil sería para la izquierda el fin de la década con el colapso del movimiento comunista en la Europa Oriental y en la Unión Soviética.

La izquierda en A. Latina, hasta los años ochenta se había enfrentado a una economía en la que, a pesar de las desigualdades de ingreso, había niveles razonables de crecimiento económico. Con la crisis de la deuda de los ochenta, esta tendencia se interrumpe y las desigualdades sociales se empeoran. No era una tarea fácil diseñar políticas alternativas a los ajustes estructurales ortodoxos que se aplicaron . El contexto político en el que la izquierda tenía que operar también había cambiado desde las dictaduras militares hacia el retorno al poder de gobiernos civiles: Perú (1980), Argentina (1983), Brasil (1985), Uruguay (1985) y Chile (1990). El contexto internacional estaba cambiando aún más dramáticamente con el rechazo del sistema soviético por los países del Este Europeo y la Unión Soviética embarcada en un proceso de reformas de incierto resultado.

Si siempre fue difícil definir a la izquierda latinoamericana en términos de políticas o conductas compartidas, esta dificultad se incrementó aún más en los ochenta. En Chile la izquierda si se estructuraba en torno a los partidos y movimientos tradicionales. Pero en el resto de los países era relativamente difusa, similar a la izquierda mexicana constituida por grupos, colectivos, mini- partidos, etc.

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El triunfo fue abruptamente interrumpido y el golpe contra Allende sumió a la izquierda en un estado de profunda incertidumbre ideológica y táctica. La derrota de la izquierda chilena tuvo el efecto de provocar una amplio debate en la izquierda mundial y de dividir a la izquierda en dos grupos:

a) Los grupos más radicales como los sandinistas y los pro-cubanos decidieron intensificar el conflicto armado. A su juicio, el fracaso en Chile demostraba la imposibilidad de una transición pacífica hacia el socialismo. Esta fue la postura adoptada en Chile por el MIR y por el PC chileno aunque no la llevara a cabo hasta 1980 y en una escala modesta.

b) Otros grupos hicieron la lectura de que la izquierda debía moderar sus políticas y acciones para que las condiciones que habían propiciado el golpe de estado de Pinochet no volvieran a producirse. Los revisionistas argumentaban que la izquierda debía de dejar de ver el poder exclusivamente en términos de fuerza, como algo que debía físicamente ser poseído. La izquierda debía de dejar de concentrarse en las relaciones de propiedad con la exclusión de otros factores: una simple transferencia de la propiedad privada al Estado no resolvía nada y podía además crear más problemas de los que resolvía. Los militares no podían ser derrotados por la fuerza. Un gobierno radical tenía que extender su legitimidad para que las condiciones que favorecían los golpes militares no ocurrieran (agitación social, conflicto político fuera del Parlamento y la arena electoral). Esto significaba tener que hacer concesiones a la derecha y un determinado esfuerzo para ganar el apoyo de las clases medias y mejorar las relaciones con los sectores financieros. Las alianzas políticas se veían como necesarias y la democracia era vista como un valor en si.

Este revisionismo tuvo unas dimensiones internacionales. El Partido Comunista Italiano sacó la conclusión de que era necesario un compromiso histórico con la Democracia Cristiana para prevenir cualquier golpe de Estado como en Chile; el Partido Comunista Francés usó similares argumentos en su alianza con el partido socialista; asimismo el rol de moderación desempeñado por el Partido Comunista de

España en el proceso de transición a la democracia obedeció al mismo discurso. El caso Chileno llegó a ser central en los debates sobre el eurocomunismo. Mientras, la Unión Soviética reaccionó en su enfrentamiento con el eurocomunismo sacando conclusiones opuestas de la experiencia Chilena: "...el rol protagonista de la clase obrera no puede ser reemplazado por un enfoque pluralista que debilite el liderazgo de la clase obrera”.

Los años ochenta comienzan para la izquierda todavía procesando las lecciones de la derrota de Allende, con la crisis en Centroamérica, el cuestionamiento de la ortodoxia ideológica por parte de los Partidos Comunistas revisionistas europeos y el cada vez menos atractivo del socialismo cubano. Si estas circunstancias eran difíciles de procesar, aún más difícil sería para la izquierda el fin de la década con el colapso del movimiento comunista en la Europa Oriental y en la Unión Soviética.

La izquierda en A. Latina, hasta los años ochenta se había enfrentado a una economía en la que, a pesar de las desigualdades de ingreso, había niveles razonables de crecimiento económico. Con la crisis de la deuda de los ochenta, esta tendencia se interrumpe y las desigualdades sociales se empeoran. No era una tarea fácil diseñar políticas alternativas a los ajustes estructurales ortodoxos que se aplicaron . El contexto político en el que la izquierda tenía que operar también había cambiado desde las dictaduras militares hacia el retorno al poder de gobiernos civiles: Perú (1980), Argentina (1983), Brasil (1985), Uruguay (1985) y Chile (1990). El contexto internacional estaba cambiando aún más dramáticamente con el rechazo del sistema soviético por los países del Este Europeo y la Unión Soviética embarcada en un proceso de reformas de incierto resultado.

Si siempre fue difícil definir a la izquierda latinoamericana en términos de políticas o conductas compartidas, esta dificultad se incrementó aún más en los ochenta. En Chile la izquierda si se estructuraba en torno a los partidos y movimientos tradicionales. Pero en el resto de los países era relativamente difusa, similar a la izquierda mexicana constituida por grupos, colectivos, mini- partidos, etc.

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Las organizaciones de base proliferaron en distintos países expresando siempre recelos a su manipulación por parte de los partidos políticos tradicionales. Estas organizaciones expresaron poderosas demandas sobre los derechos ciudadanos: tuvieron conexiones con el catolicismo radical e incorporaron grupos que no habían sido políticamente activos en el pasado como las mujeres o los desempleados. Sus demandas no eran políticas en primera instancia sino sociales pero cuando el entorno político no satisfacía sus demandas o les era hostil entonces era inevitable que se ampliaran sus objetivos iniciales hacia la demanda por la democratización.

Muchos países conocieron el desarrollo de un sindicalismo clasista que combinaba la acción militante con hostilidad a los partidos tradicionales de la izquierda que continuaban sosteniendo el dogma leninista de la subordinación del sindicato al partido de vanguardia.

Estos autodenominados "nuevos movimientos sociales" expresaban a menudo su rechazo o desi lusionamiento con los partidos polí t icos tradicionales. Estos movimientos sociales desarrollaron

una activa oposición durante la época de los gobiernos militares. Sin embargo no era tan claro que pudieran adaptarse a las nuevas condiciones de la democracia cuando los partidos políticos volvieran a emerger.

El fin de las dictaduras militares en distintas naciones significó una renovación y redefinición de varios partidos socialistas. La estrategia de estos partidos consistía menos en la conquista del poder que en la construcción de su base en la sociedad civil. Estos partidos (PS Chileno, PT Brasileño) fortalecían sus raíces nacionales antes que sus vínculos internacionales. Además estaban fuertemente comprometidos con la democracia e incorporaban mecanismos de democracia interna alejados de las prácticas tradicionales del centralismo democrático. El crecimiento de estos partidos junto con el desarrollo de movimientos sociales no partidarios reflejaba la crisis de los partidos Marxistas ortodoxos, sobre todo de los PC.

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El populismo es un fenómeno caracterizado por la emergencia de líderes carismáticos que cuentan con un gran apoyo entre las clases mas bajas de la sociedad. Su estrategia se basa en el equilibrio entre los intereses de las clases dominantes y las reivindicaciones sociales y políticas de las clases populares emergentes. Con respecto al primer grupo, intentan garantizar el mantenimiento de las posiciones de poder de la oligarquía tradicional y los equilibrios entre los distintos grupos de presión dentro de un proceso de transformación económica y social. Con respecto al segundo, buscan satisfacer demandas sociales mínimas y mitigar el enfrentamiento a través de una política carismática llena de gestos, encendidos discursos y teatralidad. El populismo es una estrategia de desmovilización social a través de una movilización canalizada por aquellos que se encuentran en el poder. Generalmente, detrás de los aparentes rasgos reformadores o revolucionarios de un régimen populista, se encuentran medidas reales de corte conservador y tradicionalista, fruto de la necesidad de mantener la hegemonía de los grupos oligárquicos y las clases acomodadas del país, quienes ven al populismo como un mal menor a través del cual superar la emergencia de una sociedad de clases que desborda los límites de los sistemas políticos anteriores.

Si bien las raíces tempranas del populismo se remontan al gobierno de Hipólito Irigoyen en Argentina a partir de 1916, será con la gran crisis económica de los años 30, la recepción de las influencias del fascismo italiano y la llegada al poder del General Juan Domingo Perón en Argentina, y Getulio Vargas en Brasil, cuando alcance su momento de auge en el subcontinente.

El populismo en América Latina nace a partir del crecimiento urbano y la formación de masas en torno a d i c h o s p ro c e s o s d e c a m b i o s o c i a l . E s e l “desbordamiento” social y la crisis de identidad que provoca el nacimiento de las masas lo que hace posible el nacimiento de un sistema político-ideológico articulado en torno al concepto de “pueblo”.

Es difícil precisar cuáles serían las características del populismo, por la indeterminación y heterogeneidad de las distintas experiencias populistas, si bien las líneas generales que nos permitirían identificar un régimen como tal y aplicarle la etiqueta de “populista” serían:

a) Concentración del poder en un dirigente carismático que goza del apoyo tanto de sectores de la burguesía propietaria como de las clases urbanas empobrecidas, quienes mitifican la figura del “jefe salvador” que pretende liberar al país de la corrupción. El mecanismo más utilizado será el de “fidelidad política total a cambio de la defensa de los sectores social y económicamente débiles”. Los regímenes populistas pretenden encarnar, por encima de todo, “la voluntad del pueblo”.

b) Heterogeneidad y eclecticismo ideológico (por ejemplo: la mezcla en el discurso ideológico entre marxismo revolucionario, religión católica y algunos componentes nacional-sindicalistas, cuando no fascistas). El populismo no posee una ideología c l a r a m e n t e d e fi n i d a c o m ú n a t o d a s s u s manifestaciones. Cada experiencia populista elaborará sus propias construcciones teóricas, normalmente con un alto grado de indefinición y transformación a lo largo del tiempo en que se mantenga el régimen en el poder.

c) Enorme relevancia de la imagen política y la propaganda para mantener una fachada progresista y reforzar la imagen del líder.

d) Discurso nacionalista como mecanismo generador de consenso y paz social interna.

e) Tendencia al intervencionismo estatal en materia económica, creación de grandes infraestructuras y obras públicas. El fin último del populismo tradicional sería la independencia económica del país, que en algún momento puede derivar hacia propuestas de autarquía.

2.5. El Populismo [3]

NOTAS:

[3] Esta sección sobre el populismo ha sido elaborada por Pablo Dopico

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f) Paternalismo sindical: Creación y mecenazgo de sindicatos privilegiados de trabajadores con un fin desmovilizador, y que en algunos casos se convertirán en los más firmes aliados del régimen cuando les es retirado el apoyo de la oligarquía conservadora.

Carlos Moscoso (1990) añade a estas características el recurso a valores tradicionales, a un pasado de grandeza, frente a un enemigo común (capitalismo, socialismo, imperialismo…), con la meta (sea ésta real o mera propaganda) de llegar a una transformación social en el futuro a través de la acción del sujeto “pueblo”. Esto haría que los regímenes en ocasiones estén mejor definidos por aquello a lo que se oponen que por su verdadero carácter ideológico.

El caso brasileño: Getulio Vargas.

Apoyado por los liberales que buscaban el establecimiento de nuevas leyes sociales que ayudaran a superar la gran crisis económica producida por el hundimiento de los precios de las materias primas tras el “crack” del 29, Getulio Vargas alcanza el poder en 1930. Desde el primer momento, retrasará el programa de reformas y se concentrará en el establecimiento de mecanismos personales y corporativos para mantenerse el poder en base a una política anticomunista. Vargas encarna el equilibrio entre la oligarquía cafetalera y el movimiento integralista de los “camisas verdes”. Fue impulsor de una política de grandes inversiones industriales que atrajo para sí el apoyo de las clases populares, reforzado por el crecimiento económico del país. La ideología de su régimen, que duraría hasta 1945, integraba de manera heterodoxa radicalismo liberal, integralismo, sindicalismo, nacionalismo y medidas paternalistas. El momento de crecimiento económico vivido por las economías latinoamericanas tras el estallido de la segunda guerra mundial fue el principal garante de la supervivencia del régimen. Su principal aportación fue la superación del viejo esquema oligárquico de las plantaciones y la transformación del país en un Estado nacional industrializado.

El caso argentino: Juan Domingo Perón y Eva Duarte

Al igual que en el caso brasileño, el punto de partida del populismo en Argentina será la crisis de

1929, si bien Hipólito Irigoyen había avanzado en éste camino durante los años 20. Juan Domingo Perón ocupaba un papel destacado en el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), influyente formación en los procesos de cambio que estaba sufriendo Argentina durante la Segunda Guerra Mundial. Eva Duarte, su amante, se transforma durante este tiempo en una vibrante propagandista de las ideas sindicalistas corporativas a través de la radio, y por medio de un mensaje populista llamará a la movilización de los “descamisados”, habitantes de las zonas más deprimidas de Buenos Aires, para lograr el regreso al poder de Perón, apartado del gobierno al finalizar la segunda guerra mundial por ejercer una excesiva represión contra liberales e intelectuales, opuestos al apoyo del gobierno argentino a los regímenes del Eje.

Tras su matrimonio en Octubre de 1945 el mito populista por excelencia adquiere su verdadera dimensión. Perón se hace de nuevo con el poder y gobierna de forma autoritaria mientras mantiene los apoyos a través de una política de gestos sociales de carácter populista, la adhesión de las masas sindicales organizadas por “Evita”, el apoyo del ejército y la alianza con la oligarquía tradicionalista que tuvo su expresión en los ideales de “paz social” del régimen. Al igual que Vargas, se verá favorecido por la beneficiosa situación económica producida por la Segunda Guerra Mundial, si bien la muerte de Eva y la recesión en que entra el país al estabilizarse la situación internacional tras el fin de la guerra provocarán la caída de su régimen.

El caso peruano: Haya de la Torre y el “aprismo”

La Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), fundada por Víctor Raul Haya de la Torre en 1924, fue un partido cuya ideología se formó basándose en una mezcla de ideas románticas extraídas de los mitos precolombinos del Perú y de ideas extraídas del marxismo. Su ideario político giraba en torno a las ideas de Simón Bolívar sobre la unidad continental, si bien tras la muerte de su fundador dará un giro hacia la socialdemocracia.

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La deriva populista en la actualidad.

Uno de los principales problemas que enfrentan las democracias latinoamericanas hoy en día es la deriva populista. El mantenimiento de amplias bolsas de pobreza y analfabetismo, la débil cultura democrática y el crecimiento de las zonas más deprimidas de las ciudades son un caldo de cultivo extremadamente rico para el resurgimiento del populismo, que nunca ha desaparecido de la escena política latinoamericana. En democracias poco consolidadas, con una larga tradición

de regímenes dictatoriales, es frecuente el recurso al populismo como fórmula que consigue mitigar, al menos temporalmente, tensiones sociales de muy difícil solución, así como enmascarar los fracasos en la solución de los problemas más básicos a través del carisma y la creencia en un nuevo “salvador de la patria”. Propuestas como las de Hugo Chavez en Venezuela tienen hoy día un fuerte componente populista.

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