Iglesias, I._ Sentido de La Repetición y El Triple Coloquio

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SENTIDO DE LA REPETICION Y EL TRIPLE COLOQUIO Y EL RESUMEN DEL 3º Y 4º EJERCICIO [62-64] 1 . Ignacio Iglesias SI Mi exposición va a constar de cuatro partes: 1ª. Marco del 3º y 4º Ejercicio en el proceso que viene realizando el ejercitante. 2ª. La originalidad de los “Ejercicios” (3º y 4º) en sí mismos. 3ª. El 3º y 4º Ejercicio ilustrados desde otros textos ignacianos. 4ª. Importancia de este paso de los Ejercicios “discurriendo asiduamente por la reminiscencia de las cosas contempladas” (64). 1ª. MARCO O CONTEXTO DEL 3º Y 4º EJERCICIO [62-64]. Pocas páginas del libro de los Ejercicios tan breves y tan densas metodológicamente hablando. El ejercitante ha vivido intensamente una fuerte experiencia del Mal y de la Misericordia, no en abstracto, sino hechos historia en él mismo, que ha debido sacudir fuertemente sus propios cimientos personales, aunque se haya serenado en coloquios ante Cristo N.S. delante y puesto en cruz [53] y en coloquio de misericordia [61]. El 3º y 4º ejercicios se insertan, de lleno en esa experiencia de misericordia, buscan su interiorización y habrán de ser continuados (5º ejercicio) de otra experiencia que pretende evitar, o prevenir, el olvido “del amor del Señor eterno” [65], grabándolo aún más. Se ha tratado en el 1º y 2º ejercicio de una experiencia “histórica”, i.e. que se hace por toma de conciencia sobre realidades históricas, la de mi pecado (y otros pecados) y la del Crucificado. Se trata ahora de continuarla volviendo sobre la experiencia hecha (que es ya historia mía y de Dios en mí). Es importante esta observación elemental. No se trata de la oración de Ignacio de reflexionar sobre conceptos, sino de dejarse “impactar” por hechos vivos. Así, la experiencia espiritual que se va haciendo, se convierte en historia viva que en último término protagoniza Dios, y que debe seguir siendo profundizada. El ejercitante entra así en una dinámica, en un proceso vivo, que progresivamente le encamina hacia nuevas honduras a plano de conciencia y de compromiso de la persona con el Señor. 1 Iglesias, Ignacio. Sentido de la Repetición y el triple Coloquio y el Resumen del 3º y 4º Ejercicio [62-64]. En: El Tema del Pecado en Ejercicios. Curso de Aportaciones. Secretariado de Ejercicios. Madrid. 1981. pp.129- 146

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algunas consideraciones de la espiritualidad ignaciana

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SENTIDO DE LA REPETICION Y EL TRIPLE COLOQUIO Y EL RESUMEN DEL 3º Y 4º EJERCICIO [62-64]1.

Ignacio Iglesias SI

Mi exposición va a constar de cuatro partes: 1ª. Marco del 3º y 4º Ejercicio en el proceso que viene realizando el ejercitante. 2ª. La originalidad de los “Ejercicios” (3º y 4º) en sí mismos. 3ª. El 3º y 4º Ejercicio ilustrados desde otros textos ignacianos. 4ª. Importancia de este paso de los Ejercicios “discurriendo asiduamente por la reminiscencia de las cosas contempladas” (64). 1ª. MARCO O CONTEXTO DEL 3º Y 4º EJERCICIO [62-64].

Pocas páginas del libro de los Ejercicios tan breves y tan densas metodológicamente hablando. El ejercitante ha vivido intensamente una fuerte experiencia del Mal y de la Misericordia, no en abstracto, sino hechos historia en él mismo, que ha debido sacudir fuertemente sus propios cimientos personales, aunque se haya serenado en coloquios ante Cristo N.S. delante y puesto en cruz [53] y en coloquio de misericordia [61]. El 3º y 4º ejercicios se insertan, de lleno en esa experiencia de misericordia, buscan su interiorización y habrán de ser continuados (5º ejercicio) de otra experiencia que pretende evitar, o prevenir, el olvido “del amor del Señor eterno” [65], grabándolo aún más. Se ha tratado en el 1º y 2º ejercicio de una experiencia “histórica”, i.e. que se hace por toma de conciencia sobre realidades históricas, la de mi pecado (y otros pecados) y la del Crucificado. Se trata ahora de continuarla volviendo sobre la experiencia hecha (que es ya historia mía y de Dios en mí). Es importante esta observación elemental. No se trata de la oración de Ignacio de reflexionar sobre conceptos, sino de dejarse “impactar” por hechos vivos. Así, la experiencia espiritual que se va haciendo, se convierte en historia viva que en último término protagoniza Dios, y que debe seguir siendo profundizada. El ejercitante entra así en una dinámica, en un proceso vivo, que progresivamente le encamina hacia nuevas honduras a plano de conciencia y de compromiso de la persona con el Señor.

1 Iglesias, Ignacio. Sentido de la Repetición y el triple Coloquio y el Resumen del 3º y 4º Ejercicio [62-64]. En: El

Tema del Pecado en Ejercicios. Curso de Aportaciones. Secretariado de Ejercicios. Madrid. 1981. pp.129-146

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El objetivo, pues, del 3º y 4º ejercicio lo podemos describir como:

- Un “fijar” la experiencia realizada en el 1º y 2º, no en el sentido de fosilizarla o estabilizarla, sino de “enfocarla”, de lograr mayor “definición” de imagen –de Dios y propia- para utilizar términos de arte fotográfico o cinematográfico.

- O como una operación de “asentamiento” de la experiencia de Mal y de Misericordia, que ha “con-mocionado”, “con-movido” incluso, al ejercitante, dando tiempo a que esa experiencia decante toda su riqueza como intervención de Gracia, y a que el ejercitante la asuma e integre libremente.

- Es, pues, un ahondar la conciencia de la experiencia vivida y con ello interiorizar la misma experiencia. Por supuesto, no se trata de una conciencia puramente teórica, intelectual, sino de una vivencia en el núcleo de la persona misma, que se sorprende a sí misma “conducida (movida) ya por el Espíritu del Señor”.

- Lo que ha sucedido en los anteriores ejercicios ha sido “obrado” por el Espíritu gratuitamente, ha sido Gracia (“todo es don y gracia de Dios N.S.” 322, 9ª regla para conocer los espíritus, de la 1ª semana), tanto si ha sido marcado por la consolación, como por la desolación, como por el “sentimiento espiritual”, y el ejercitante ha de dejarse orientar por estos movimientos, comprenderlos, secundarlos.

- Esta misma toma de conciencia (que describiremos más adelante) es también una Gracia, por lo que ha de ser suplicada (Coloquios) en oración humilde y ayudada (triple coloquio) por mediadores. Gracia de un conocimiento interno que provoque “aborrecimientos”, repugnancia afectiva y efectiva, ante el Mal propio y resitúe al ejercitante ante el espíritu del mundo, capacitándole a tomar distancia (“aparte de mí”), es decir, a crecer en libertad.

Bien entendido que esta experiencia de misericordia se ha iniciado en un encuentro con Cristo “hecho pecado”, mi pecado, por mí. Y sigue siendo ese encuentro. La realidad mi pecado y la realidad misericordia, están vivas y unidas en el Crucificado, que me revela al Padre en mi pecado, en lo más hondo y bajo de mí mismo, ahí donde se ha situado el 1º y 2º ejercicio. Ahí continúan el 3º y 4º.

El Dios que se revela así por los caminos mismos del pecado, es el Padre que envía a su Hijo y es este Hijo, el Cristo “hecho pecado por nosotros a fin de que en El nosotros nos hagamos justicia de Dios” (2 Cor. 5,21). El coloquio final del 1º ejercicio no debe quedarse en un encuentro “exterior” a mi pecado –desde mi pecado a Cristo redentor del pecado-, sino que ha de profundizar en el misterio de “Cristo hecho mi pecado”. Esto simplifica y da unidad dinámica a los cinco ejercicios de la primera semana, predisponiendo a las generosidades del “seguimiento”.

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La lógica y la finalidad de la 1ª semana es el “crecimiento” en intensidad del sentimiento agudo de pecado. El principio de este crecimiento no es mi conciencia; es Cristo “en cruz”, carne de pecado, dentro de mi propio pecado. Allí crucificado. La experiencia de misericordia se logra plenamente cuando pasamos de la representación (“imaginando” – 53) al sentimiento de Cristo hecho pecado, cuando el Redentor es reconocido en lo más espeso del pecado, y la presencia de Dios descubierta en esa ausencia de Dios que es el pecado. El pecado no lo destruyo yo, sino El, el Cristo hecho pecado, bajando hasta lo más bajo de mí mismo, allí donde yo he establecido equivocadamente mi propio centro. Es ahí, donde “baja” Dios y donde ha de sentirse el “inmediate obrar” del Cristo con su criatura y de la criatura con su Criador y Señor [15]. Conducido por el Espíritu, el ejercitante llega a leer en su propio pecado, en Cristo hecho su propio pecado, el amor. Ese pecado mío, que comparte y asume Cristo, se convierte en revelador del Amor, y sólo entonces puede esta contemplación disparar el aborrecimiento del pecado y sobre todo, el cambio de “centro” en mi vida, el “romperme”, el “salir de mí”, hacia el centro del hombre, que es Cristo, mediante la adhesión a El, en que consiste la conversión.

2ª. ORIGINALIDAD DEL 3º Y 4º EJERCICIO.

El 3º y 4º ejercicio se describen en una página breve, 28 líneas más o menos. Son sin embargo, uno de los momentos más densos en elementos nuevos de todo el proceso de los ejercicios. Al menos, ocho elementos fundamentales nuevos son propuestos al ejercitante por primera vez. Al Director corresponde explicar al ejercitante su sentido y finalidad, orientándole para una utilización responsable de los mismos. Es su colaboración a la obra del Espíritu (y así están concebidos estos elementos). No como quien hace depender el fruto cuasi “ex opere operato” del mecanismo y estructuras que ellos comportan, sino como quien abre pistas para que la acción del Espíritu sea descubierta y acogida más concientemente, lo que significaría que la libertad va siendo liberada y al ejercitante le “llega la salvación” (Lc. 19,9).

Tres de esos términos, los que expresan el núcleo de la experiencia, se formulan como verbos, en activo, (verbos de “ejercicio”): repetir, sentir, resumir. Los otros cinco son sustantivos, objeto o término de esta acción: “Triple coloquio”, interno conocimiento, aborrecimiento, desorden de mis operaciones, mundo. Brevemente trataremos de explicarlos:

2.1. REPETIR (Repetición) [68]. Es la primera vez que se presenta en los ejercicios esta modalidad de oración. Volverá a aparecer, igualmente propuesta en relación con el 1º y 2º ejercicio, al principio de la segunda semana y de la

tercera [204]. Ya esto puede ser significativo respecto a su finalidad e importancia como modo de profundizar experiencias que se consideran muy

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fundamentales. Y se propondrá al menos otras catorce veces, incluso como método habitual diario en las contemplaciones de la segunda semana, de la tercera y de la cuarta. Más aún, a partir de Dos Banderas [148], de los Tres Binarios y en las contemplaciones de los misterios, se propone una doble repetición

de modo habitual [159, 204, 208, 226]. Solamente para la cuarta semana, cabe la

alternativa de suprimir la segunda repetición, pero haciendo notar [227] que el último

ejercicio “trayendo los cinco sentidos sobre los tres ejercicios del mismo día”, se haga

“notando y haciendo pausa en las partes más principales, y donde haya sentido mayores

mociones y gustos espirituales”, que es precisamente la esencia de la “repetición que se

nos presenta en el tercer ejercicio”

“Notando”: Se significa una especial atención a los “signos”, huellas, del paso de Dios por el alma de los ejercicios 1º y 2º, que son “la mayor consolación o desolación o mayor sentimiento espiritual”. Es decir, aquellos momentos que el ejercitante ha advertido como menos “suyos propios”, como irrupción de Otro, como sorpresa y novedad, que no le han dejado indiferente. Es esencial que el ejercitante “note”, no sólo lo que ha sucedido de “extraño” (o de extraordinario), sino que lo que ha sucedido, precisamente por lo extraordinario, en la relación con su estado habitual, es algo que le ha sido regalado, es DON, fruto de una intervención de Dios, “no de la carne y de la sangre”.

“Haciendo pausa”: Es el serenar la experiencia en esos momentos y acoplarse a los ritmos y a los tiempos de Dios… En la dinámica ignaciana, el Espíritu “conduce” y el ejercitante comienza a experimentar aquí que “es conducido”. El secreto de la repetición ignaciana está ya en esta primera repetición (y lo estará mucho más claramente en las siguientes propuestas en los ejercicios), en ese interiorizar la experiencia realizada, prestando especial atención a las manifestaciones vivas del Espíritu, hechas historia, y disponiéndose mediante esa “pausa” a que el Espíritu la continúe, la grabe aún más, a nivel de conciencia y asimilación de la misma.

Esta razón de ser de las repeticiones es una prueba más, y muy evidente, de la “pasividad” de la oración ignaciana, hecha más de observar y acoger agradecidos la acción del Espíritu, que de voluntarismos tortuosos y torturantes que, a veces, falsamente se le han atribuido.

Bien entendida, la repetición viene a ser como un mecanismo regulador, en manos del Director de EE., -cfr. Directorio, Calveras, 258- para ayudar al ejercitante en el ajustarse al ritmo y a la conducción del Espíritu.

Es a la vez parte de un proceso de simplificación y de unidad, conducidos por el Espíritu. “La repetición ayuda a la simplificación de la oración y conduce, como a un término natural y espontáneo, a algo que con la gracia divina pudiera ser la contemplación infusa” [(Larrañaga pa. 163). (4ª adic. [76] “ahí me reposaré” (recogimiento Sta. Teresa). 2º modo de orar [254]).

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“La espiritualidad de S. Ignacio. Estudio comparativo con la de Sta. Teresa de Jesús”.

2.2 Resumiendo: [64] Creo que es ésta la única vez que Ignacio propone el “resumen” como una modalidad de oración, que algunos asimilan a la repetición, pero que entiendo tiene su matiz peculiar. En otro momento [206] propondrá él “resumiendo un poco la contemplación que quiero hacer” como adición matinal, al comenzar la jornada, y orientando para la tercera semana. Pero evidentemente se trata de otra cosa.

Podríamos decir que la repetición tiene un carácter más subjetivo, de interiorizar aún más por vía de experiencia lo que el sujeto ya ha comenzado a experimentar. Ahondar la experiencia misma. El resumen tendría un carácter más objetivo, reparar en lo sucedido (discurrir asiduamente), recorrer con el pensamiento “sin divagar” recordando las cosas contempladas en todos los ejercicios pasados, inclusive en la repetición. Lo que no significa “intelectualizar” o “ideologizar” la experiencia, sino compendiarla, condensarla, quintaesenciarla.

Diríamos que su finalidad principal es sedimentar la experiencia. Una experiencia no reflexionada, no “discurrida asiduamente”, es una experiencia aprovechada solamente a medias o no aprovechada.

Ahora bien, “sedimentarla” no es “fijarla” como se fija una realidad estática, archivarla sino como se “fija” una raíz, ahondándola. “Enraizar” la experiencia como una realidad viva. O, más propiamente, enraizarse en ella. Porque de esta experiencia, habrá de vivir el ejercitante todo el proceso de Ejercicios y aún toda la vida. Y no sólo de ella, sino en ella.

2.3. Triple Coloquio: La figura del Coloquio ha sido ya descrita anteriormente [53-54, 61] y volverá a explicitarse aún más al final del primer ejercicio de la tercera semana [199].

La novedad, en este momento del 3º y 4º ejercicio, proviene de tres capítulos preferentemente:

a) del relieve que se pretende dar con él al carácter gratuito de la experiencia que se desea vivir, que ha de sernos dada (“me alcance gracia”). La esencia de esta experiencia, el SENTIR y el CONOCER es un DON. Y ello da a las operaciones humanas que construyen este sentir y conocer (“interno conocimiento”, aborrecimiento, apartar de sí, enmendarse, ordenarse), una clara dimensión de “gracia”, de acción humana que secunda “mociones” de Otro.

b) En segundo lugar, la novedad proviene de este adjetivo “triple”. Por primera vez propone Ignacio este modo de coloquiar, que luego va a

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explicitar en otros cinco momentos especialmente cruciales de los Ejercicios: Dos Banderas [147], binarios [158], Bautismo de Jesús [159], primera contemplación de la tercera semana [199] y primera contemplación de la cuarta semana [225]. Una variante del mismo, puede considerarse el coloquio que se propone en la contemplación de la Encarnación [109]. Son momentos en los que en el ejercitante se intenta lo que Elías Royón llama “sustitución de afectos”, es decir, ser intensamente iluminado sobre algo muy íntimo que ha de ser eliminado y abrir espacio para lo “cristiano” que ha de ser incorporado.

En otras palabras, son momentos de “desplazamiento de centro”. El hombre hecho centro de sí mismo y de los otros, comprende delante de Cristo, puesto en cruz “por él” y “por otros”, lo absurdo de su pretensión, y se rompe a sí mismo, arrancándose así como centro de sí mismo, en una primera toma de conciencia de que su realización está en “ser para “y “por” el Señor. En esta experiencia frecuentemente dolorosa, ve cuartearse el núcleo interior de su persona constituida en piedra angular de su propia existencia, que es, de alguna manera, la raíz de todo pecado.

Por eso la necesidad de una singular gracia, que ha de ser pedida instantáneamente y con la ayuda de los más válidos intercesores. Aunque también en otros momentos la proverbial flexibilidad ignaciana admite la utilización del triple coloquio [226].

En este triple coloquio proyecta San Ignacio su propia personal experiencia, su proceso espiritual, no sólo como una realidad vivida históricamente en un momento de su existencia, sino como una dinámica que le acompaña y se le ha hecho habitual en su mundo de oración. Desde los primeros pasos de la Autobiografía hasta los últimos de su Diario, se puede constatar una progresiva continuidad en este modo personal de acceder confiando “al trono” de la gracia para alcanzar misericordia” (Hb. 4,16).

Históricamente el acceso por Aránzazu y Monserrat de manos de María (o si se quiere ya desde las palabras de María subrayadas de azul durante las lecturas de su convalecencia) al “Hijo y Señor”, experimentado en Manresa, y a la “íntegra seguridad que el Padre me restituirá a lo pasado” (Diario, 24) y a la mística experiencia trinitaria del Diario, se va haciendo “idioma” y “devoción” propia personalísima de Ignacio. Es un camino de confianza y de “devotio”, entrega, equivalente al de María, concentrado en ese “su Hijo y

Señor”. “Al preparar el altar y después de vestido, y en la misa, con muy grandes mociones interiores, y muchas y muy intensas lágrimas

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y sollozos, perdiendo muchas veces el habla, y así después de acabada la misa, en mucha parte deste tiempo de la misa, del preparar, y después, con mucho sentir y ver a nuestra Señora mucho propicia delante del Padre, a tanto que en las oraciones al Padre, al Hijo, y al consagrar suyo, no podía que a ella no sentiese o viese, como quien es parte o puerta de tanta gracia que en espíritu sentía. (Al consagrar mostrándose ser su carne en la de su Hijo) con tantas inteligencias que escribir no se podría” (Diario, 31).

Hay detrás toda una rica teología de las meditaciones y de los meditadores, típica de Ignacio, que no es distancia, sino proximidad, no es protocolo, sino familiaridad con todo y con todos… El P. Dalmases la comenta así: “Este movimiento ascendente-descendente, arriba-abajo-medio, es un ritmo característico de la mística ignaciana. El ir de la altura del Padre a la profundidad de las criaturas por el “medio” del Hijo, el servirse de mediadores como de escalas, son sólo dos ejemplos de esta tendencia que forma una verdadera “mística de mediadores”. Es fruto de la síntesis armónica que contempló en el Cardoner. El método o “medio” de San Ignacio en los Ejercicios, su sentido de “mediocridad” o justa posición del medio apto para conseguir el fin, son reflejos de esta actitud interna. Aún en este sentido más profundo es un “peregrino” que sube y baja de las alturas de la divinidad y abraza una concepción dinámica de la espiritualidad y del mundo” (Obras de San Ignacio, BAC. 3ª edición, Pág. 349, nota 50).

Desde María por “su Hijo y Señor” (63, 147, 248) el Hijo puesto en cruz, -que es el que contempla interiorizado el “Anima Christi” que es una oración de adentramiento en Cristo, plena glorificación y revelación del Padre-, quiere Ignacio que el ejercitante proceda en esa “confianza que tenemos delante de Dios por Cristo” (2 Cor. 5,4), que es característica básica de este triple coloquio.

c) Finalmente, la novedad principal del mismo, está en los contenidos objetivos que se proponen como objeto de súplica. Hasta la formulación especialmente sobria, pone más de relieve la densidad de conceptos y elementos ignacianos que han de ser oportunamente esclarecidos por el Director.

2.3.1. “Para que sienta” (SENTIR). Es la primera vez que aparece en los Ejercicios este verbo típicamente ignaciano en el que se condensa lo más esencial e íntimo de la experiencia y el producto final de la misma. Diríamos que “experiencia” y “fruto” de la misma, se identifican en este “sentir” (sentimiento).

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“Sentir”, esto es, vivir la persuasión experimental de que “el hombre interior”, el núcleo más íntimo, es invadido y transformado por una realidad, que es luz, afecto y fuerza propios, pero no nacidos “de la carne y de la sangre”, sino dados por el Padre. Es mucho más que una convicción que invade la inteligencia o un sentimiento que desborda la afectividad. Realidad compleja, experimental, conocida más por descripción que por análisis, parece reproducir

lo que S. Pablo pide para los de Filipos (Fil. 1,9): “que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento…”

“Para que sienta”: la misma fórmula verbal, alude a una acción que Alguien tiene que provocar en mí. No se trata de un objeto (sentimiento), sino de la acción misma, la presencia, el “inmediate obrar” [15] del Criador con la criatura (anotación 15ª), que es lo que realmente se pide.

Es una acción transformante, un “abrir los ojos del entendimiento” sobre mi pecado, mi desorden, que acabará haciéndome ver las cosas como nuevas (Autobiografía, 30). No es la propia conciencia por sí misma la que hace conocer el pecado, es la revelación la que lo hace conocer. “El pecado como lo entiende la fe cristiana, no puede ser conocido por la sola reflexión de la conciencia moral sobre sus intenciones y sus actos. Por nosotros mismos no podemos convenir más que ciertas faltas contra los otros o contra nosotros mismos, pero no lo que Dios en las Escrituras nos reprocha con nuestro pecado: el “adulterio de la amada”, la idolatría, que consagra a otros, distintos de Dios, el don recibido de El. Una tal revelación no está en completa discontinuidad con nuestra experiencia moral, pero desenmascara, bajo nuestras intenciones conscientes y en nuestra situación perceptible, un sentido o, más bien, un sin-sentido del que nosotros jamás hubiéramos tenido idea. Tanto es verdad que el pecado oscurece la conciencia del pecador y le sustrae a sus ojos el alcance y la malicia intrínseca de sus actos” (Edouard Fousset, S.J. La vie dans la Foi et la Liberté”, pág.29 nota).

El proceso que describen los primeros capítulos de la Autobiografía ignaciana, puede ser ilustrador de varios de los conceptos que componen este “sentir” o que desembocan en “sentir”.

2.3.2. “Interno conocimiento”: Otra frecuente expresión ignaciana que aparece aquí por primera vez, responde al conocer bíblico, que no es sólo ciencia, sino vida, no es sólo acto intelectual, sino relación existencial, experiencia de algo, relación personal con alguien, que implica simpatía, afecto, intimidad… y que en definitiva es DON divino. Remite no sólo a la penetración de la malicia objetiva del pecado en sí y como ofensa de Dios, sino a las honduras del hombre tocadas por ese conocimiento, y en las que ha de brotar esa nueva repugnancia, ese sentido del ridículo y del absurdo y ese rechazo interno que es él.

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2.3.3. “Aborrecimiento”: Pertenece al orden de la sensibilidad interior, y me hace “insufribles” el pecado y el desorden, sorprendidos en mí y el planteamiento intencional falso que les sirve de raíz. Escribía San Ignacio a Sor Teresa Rejadell: “Pero concédenos a todos, a lo menos, su infinita misericordia, que cada día más sintamos y aborrezcamos nuestras imperfecciones y miserias,

más llegándonos a participar de la eterna luz de su sapiencia, y a tener con ella presente la infinita bondad y perfección suya, ante la cual se nos hagan mucho claras, y nos sean insufribles cualesquiera, aunque menores defectos nuestros, porque así persiguiéndolos, mucho los debilitamos y disminuyamos con la ayuda del mesmo Dios y Señor nuestro” (BAC, Pág. 744). Aborrecimiento es lo contrario de “afección” (afecto). Por eso comporta un arrancarse violento de algo a lo que el corazón (afecto) vive apegado.

Se trata de un “aborrecimiento” operativo por el que es sacudida –movida- eficazmente la voluntad (no basta ni la indiferencia afectiva, ni el rechazo racional, ni la repugnancia sentimental), que conduce, pasando por la “ruptura” (“me enmiende” – “aparte de mí”), a la reconstrucción de la persona del ejercitante desde la base, la raíz (“me ordene”). En la raíz de casi todo desorden, la “afección” juega un papel determinante. “Nos somos contrarios amando lo que hemos de aborrecer” (Sta. Teresa. Vida 25,21). “Tengo aborrecido este tener dineros” (cta. 19,11).

Una breve indicación sobre los sustantivos en juego, objeto de esta operación del Espíritu, que interesa al conocimiento y a la sensibilidad interna: “mis pecados”, “desorden de mis operaciones”. Desde una interpretación más “cosística” para la que los pecados con “hechos concretos” clasificables en las categorías clásicas de mortal y venial, hay que pasar (y el texto de los Ejercicios y la visión ignaciana dan pie para ello), a una visión “personalista”, que hace entrar la luz hasta el núcleo de ese hombre interior donde anidan sus pretensiones frente a Dios y donde clavan la raíz las intenciones que alimentan todo “desorden”, hasta el punto de cegarnos frente a él o incluso de querernos hacer ver su “bondad”. Por eso, el conocimiento que pedimos no es sólo el del hecho mismo, o el de la ineptitud de las cosas para el fin, es decir, la existencia de la desviación (desorden), sino el conocimiento de la naturaleza de la misma, que halla su raíz en último término en falta de auténtica “elección”, discernimiento, confrontación con Dios de lo que hacemos, por afecciones, aversiones o inclinaciones, que no miran “a lo que más conduce” (23). De ello derivan las desproporciones en la ejecución, en la selección del objeto mismo, en la intencionalidad egoística de las “operaciones”.

2.3.4 “MUNDO” (“cosas mundanas y vanas”). Finalmente, se pide conocimiento, estimación, crítica valorativa, del mundo entendido como realidad mal-formada por el hombre y dominada por el pecado del hombre (en el sentido frecuentemente expresado por San Juan (vgr. 17,14 y passim), en la que el ejercitante se debe descubrir inmerso, impregnado. No son las realidades

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mismas en sí, sino las valoraciones con que se usan y abusan, esa tupida red de falsos valores en la que el ejercitante debe sentirse, experimentarse, “encarcerado”, atrapado, “desterrado”, privado de la más elemental libertad.

Espíritu mundano de ostentación, de vanidad, de falsía, de “mentira” en resumidas cuentas. Se pide conocimiento, es decir,“verdad”, que desenmascare esa mentira. Esta verdad es conquista esencial a la experiencia de “conocimiento”.

También aquí el aborrecimiento, es sentir como “insufribles” las cosas mundanas y vacías, ha de provocar en el ejercitante un distanciamiento consciente, deliberado, de ese espíritu mundano tal y como se materializa en los comportamientos en que se ve atrapado, deshumanizado: “para que… aparte de mí”. No es sólo ni principalmente la objetiva malicia de las cosas mundanas y vacías la que cuenta, sino la actitud del que las usa. “Apartar de mí” las cosas, en realidad se convierte en apartarme yo, cambiar yo mi actitud frente a las cosas, lo que supone un primer paso en el proceso de libertad personal frente a ellas.

2.3.5 “Cosas mundanas y vanas”: lo que en realidad es objeto o estructura habitual de ostentación vana, y de lujo, de falsedad y vana apariencia, por las que el hombre atrae sobre sí y busca para sí una atención y un prestigio,… un poder que corresponden a Dios (Calveras, nº 100).

Lo que más tarde, sobre el modelo de Jesús, sus valores y su proyecto de hombre, será desenmascarado como táctica del “caudillo de todos los enemigos” (riquezas, vano honor del mundo, soberbia…) (140, 142), comienza ya ahora a ser “experimentado” como fuerza opresora y deshumanizadora del ejercitante, y a ser “odiado” (aborrecido), es decir, vivenciado afectivamente como dañino y destructor. Si al candidato a jesuita se le habrá de “encarecer y ponderar”, cuánto ayuda el “aborrecer en todo y no en parte cuanto el mundo ama y abraza” (Const. 101) por amor y seguimiento del Señor, esta capacidad de “aborrecimiento” hunde sus raíces ya aquí, en la consideración del daño objetivo producido en el ejercitante, aun independientemente de que haya ofrecido o haya de ofrecer toda su persona “al trabajo” [96] y de que “haciendo contra su sensualidad y contra su amor carnal y mundano” (97) haga oblación de sí mismo en entera libertad, y distancia afectiva, señorío, sobre las cosas… Si cabe, en este momento de los ejercicios, es el daño objetivo deshumanizador el que cuenta, mientras que en las Dos Banderas, con la persona ya enteramente ofrecida a Jesucristo, son las actitudes de éste y sus criterios los que dirigen y orientan la elección de un hombre que ha “roto” cadenas, que ha iniciado su liberación hasta el grado de que le permite libremente comprometerse en el seguimiento de su “Señor”.

3ª. EL 3º Y 4º EJERCICIO ILUSTRADO DESDE OTROS TEXTOS IGNACIANOS.

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Una comprensión de estos ejercicios puede ser ayudada mediante una consideración, aunque casi sólo haya de ser una referencia , de otros textos o fuentes ignacianos. Concretamente a cuatro:

3.1 Reglas para discernir espíritus [313-327]. En el texto ignaciano: “Reglas para en alguna manera sentir y conocer las variadas mociones que en la ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar, y son más propias para la primera semana”.

Se parte del hecho real de, que el Creador ha empezado a actuar ya “inmediate” con al criatura [15] y ha dejado sus “signos” (consolación – desolación – mayor sentimiento espiritual). Signos que han de ser “verificados” (autenticados como de Dios) y ponderados en sus efectos, en sus previsibles causas, dentro del contexto humano-espiritual que vive el ejercitante. Fruto de la experiencia de Ignacio, estas reglas-pautas para orientarse en la maraña de sentimientos y vivencias que pueden normalmente haberse producido en el 1º y 2º ejercicio, son también manual de comportamiento ante los acontecimientos interiores de los que por primera vez se toma conciencia, o más conciencia.

No será sólo la observación y la “definición”, -no conceptual, sino de toma de conciencia de lo que es pecado y desorden lo importante-, sino la constatación experimental de que el hombre interior, la persona en su núcleo más íntimo, es un campo de Gracia y a la vez de potencial resistencia a esa Gracia siempre superabundante” (Rom. 5, 17, 20); y por lo tanto la constatación también de la inevitabilidad de la lucha, y hasta de la necesidad de la confrontación como estado permanente, para dejar espacio a la misericordia libertadora del hombre.

Especialmente las reglas 3ª y 4ª con su análisis de la consolación y la desolación y la 9ª con su conclusión de que “todo es don y gracia de Dios nuestro Señor”, pueden servir no poco a disponer al ejercitante a “notar” y “hacer pausa” en los puntos-clave por donde ha pasado el Señor en su primer encuentro con él.

3.2. El Examen (las diversas modalidades de examen y confesión general (24-44), la praxis y la teología ignaciana subyacente): No se trata, por supuesto, de convertir el 3º y 4º ejercicio en Examen puro. Sería un error. Aunque evidentemente ese “sentir” que se pide en el triple coloquio como Gracia central detectará culpabilidades y sensibilizará sobre desórdenes que antes no se advertían como tales.

Pero estos ejercicios 3º y 4º deberían ir completados por alguna forma de examen (y así se presupone en los mismos Ejercicios y se explicita en los Directorios) (Calveras, 257-258). Eso sí, siempre en este contexto de la interiorización de una experiencia de misericordia, con lo que la teoría y praxis del examen ignaciano adquirirían también toda su profundidad y riqueza. No

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Sentido de la Repetición y el Triple Coloquio y el Resumen del 3º y 4º Ejercicio [62-64]

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raras veces los hemos hecho derivar hacia una introspección o un autoanálisis, cuando en realidad desde la dinámica del 3º y 4º ejercicio, deberían ser considerados como esa conciencia prolongada que hemos pedido en ellos a partir de los “signos”, que el paso del Señor ha dejado en nosotros y sobre los que “hacemos pausa”. Así nos ayudaría el examen y la confesión a una permanente interiorización de esa experiencia de misericordia desde la que me conozco, conozco al mundo, aborrezco el mal y me fío a Dios…

El “segundo provecho” que Ignacio ve en la confesión general, es válido también para el Examen considerado como prolongación de la experiencia del tercero y cuarto ejercicio: “como en los tales ejercicios spirituales se conoscen más interiormente los pecados y la malicia dellos, que en el tiempo que el hombre no se daba ansí a las cosas internas, alcanzando agora más conocimiento y dolor dellos, habrá mayor provecho y mérito que antes hubiera” (44).

3.3. Las páginas de a Autobiografía, y concretamente los cuatro primeros capítulos (más en especial los nn. 7-12, 14, 17-18), abundan en momentos vivos que evocan fácilmente la experiencia que es objetivo de este 3º y 4º ejercicio.

“Momentos de intenso conocimiento” (iluminación) de sí mismo, de su pecado, del desorden de sus operaciones…; o el radical “aborrecimiento” que le conduce a “apartar de sí” las cosas mundanas y vanas; o el dramático “sentir” la diversidad de espíritus que pone al peregrino en tensiones externas, son buena prueba fáctica de cómo es un Don del Señor, esa paciente interiorización de la experiencia de misericordia que pretenden el 3º y 4º ejercicio, y de la eficacia liberadora de la misma.

3.4. Desde las páginas de Autobiografía hasta las del Diario espiritual, hay una larga peregrinación, pero interesa constatar que la experiencia de misericordia no fue sólo un episodio de los primeros pasos de este camino, sino una actitud con que se le recorre por entero, y que permanece viva ya en la madurez espiritual de Ignacio, aún en medio de sus más altas experiencias místicas. A esos altísimos niveles impresiona su sensibilidad para el pecado y desorden, y su confianza en ser “perdonado y restituido a la primera gracia”. Sus testimonios de los días 13 al 16 de febrero de 1544 (Diario 23-35) son bien elocuentes.

“Conociendo haber mucho faltado en dejar a las personas divinas al tiempo de dar gracias el día pasado y queriéndome abstener de decir misa de la Trinidad que pensaba decirla, y tomar por intercesores a la Madre y el Hijo, porque se me fuese perdonado y restituido a la primera gracia, absteniéndome a las personas divinas para no me allegar a ellas inmediate para las gracias y oblaciones primeras; ni en decir misas dellas por toda la semana haciendo penitencia con la tal ausencia” (Diario, 12).

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Sentido de la Repetición y el Triple Coloquio y el Resumen del 3º y 4º Ejercicio [62-64]

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“Veniendo en mucha grande devoción y muchas lágrimas intensísimas, así en la oración como vestiéndome, y con sollozos, sentiendo ser la Madre y el Hijo intercesores, sentía una íntegra seguridad que le Padre eterno se restituiría a lo pasado” [24].

No es difícil advertir cómo resuenan en estas y otras páginas elementos básicos del 3º y 4º ejercicio. De donde es lícito concluir que, no se trata meramente de ejercicios que complementan y ahondan una experiencia de purificación, como normalmente se les concibe, sino procesos para interiorizar habitualmente una experiencia de misericordia que ya no abandonará nunca al ejercitante.

El diario es, no sólo un excelente testimonio del intercambio personal con los “mediadores” y puede ayudar a comprender la dinámica personal, relacional, del Triple coloquio, sino también es –como ya lo han dejado ver las citas aducidas-, un largo testimonio de cómo la experiencia de misericordia no es sólo una experiencia para la fase de iniciación y purificación, sino que debe configurar a todo seguidor de Cristo, por el hecho de serlo, sea cual sea la índole (apostólica, contemplativa, misionera, mística…) y el nivel de su seguimiento personal. Está en la raíz de todo el crecimiento cristiano desarrollando progresivamente una finísima sensibilidad (“interno conocimiento” y “aborrecimiento”) para todo pecado y desorden.

Las páginas del Diario dejan buena constancia de ello: “Después de salir a la misa, comenzando la oración, un sentir y representárseme nuestro Señor y cuánto había faltado el día pasado, y no sin moción interior y de lagrimas, pareciendo que echaba en vergüenza a nuestra Señora en rogar por mí tantas veces, con mi harto faltar, a tanto que se me escondía nuestra Señora y no hallaba devoción ni en ella ni más arriba (en las otras).

De ahí a un rato, buscando arriba, como a nuestra Señora no hallaba, me viene una gran moción de lagrimas y sollozos con un cierto ver y sentir que el Padre celestial se me mostraba (piadoso) propicio y dulce, a tanto que mostraba (querer) señal que le placería que fuese rogado por nuestra Señora, a la cual no podía ver” (Diario espiritual, 29-30).

4ª. “RESUMIENDO”… [64].

Quisiera en estas últimas líneas resumir, i.e., hacer que “el entendimiento sin divagar discurra por las reminiscencia de las cosas” dichas [64], condensar algunas perspectivas que miran a toda la experiencia de misericordia, que son los cinco ejercicios de la primera semana. En su tanto, y por el papel que juegan

en la interiorización de esta experiencia, resumen también de manera especial, lo dicho sobre el 3º y 4º ejercicio. Sobre todo si como hemos indicado, la vivencia de estos ejercicios hubiera de prolongarse y hacerse habitual al

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ejercitante por medio del examen en todas sus posibles modalidades, y de otras formas.

4.1. Se trata de una experiencia “fundante”. Como experiencia de la Pascua, de nuestra Pascua. Por ello experiencia de salvación. La Gratuidad del amor de Dios operando en mí, revelándoseme con tanta mayor fuerza cuanto mayor es la conciencia de mi pecado.

Es precisamente en este plano de “conciencia” en el que se inicia la “liberación” que hace Hijos y que es obra del Espíritu del Hijo. Es ahí también la primera y germinal comunicación “inmediate” del Creador con su creatura, de la que ésta toma conciencia.

4.2. Es también una experiencia “enviante”, radicalmente misionera: “lo que debo hacer por Cristo” [53]. El que es tocado por ella, siente que no sólo es

perdonado, que no sólo recibe un don, sino que es transformado, roto, abierto, en don. Los hombres, las creaturas todas, la creación que desea la revelación de los hijos… “esperando ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8, 19-21), los condenados por un solo pecado o “por menos pecados que yo he hecho”… [52], espectadores vivos de mi pecado y actúan estimulando mi conciencia de cuánto y cómo soy amado, y mi reacción, mi ruptura, “la salida de mi tierra”… llevado, conducido por el Espíritu, que se me ha hecho presente y experimentable.

Esta misma experiencia, es además el núcleo central de mi “mensaje”, como lo fue en Pablo (1 Tim. 1, 12-17) constantemente. Es mi “ver”, “oír”, “contemplar” y “tocar” el Verbo de la vida (1 Jn. 1, 1-4) en lo más hondo de mí mismo. Es mi “noticia”. La misericordia se nos convierte en misión-envío y en misión-mensaje.

4.3. Es una experiencia de “ilustración” de la conciencia, que capacita al ejercitante, al menos inicialmente, para juzgar, criticar, valorar, analizar la realidad… Cierto, no es una “ilustración” conceptual, ideológica, sino experiencial. Aquel martilleto de la Autobiografía: “se le abrieron un poco los ojos” (8), “cómo nuestro Señor se había con esta anima que aun estaba ciega” (14), “se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento” y “recibió” una grande claridad en el entendimiento…” (30), que había de –mostrarse definitiva en la vida del peregrino Ignacio, le habrá de proporcionar después en situaciones concretas “un claro conocimiento con grande asenso de la voluntad que aquel era el demonio” (31). Es decir, esa experiencia “ilustradora”, ha de ofrecer las primeras bases de discernimiento para toda elección (toda “operación” es fruto de una elección), que posteriormente ahondarán los Ejercicios en la medida en que se ahonda el criterio de todos los criterios de valoración, que es Jesús.

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Sentido de la Repetición y el Triple Coloquio y el Resumen del 3º y 4º Ejercicio [62-64]

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El conocimiento del Mal en mí y fuera de mí, de sus efectos y de sus raíces, evolucionará en la segunda semana a “conocimiento de los engaños del mal caudillo” [139] y de la estrategia sistemática con que la fuerza del Mal opera.

Finalmente, esta iluminación, por la que pueden parecernos “todas las cosas nuevas” (Autobiografía, 30), como al peregrino, ayuda al ejercitante a objetivar su propia realidad personal, le devuelve su verdad, su auténtico rostro. Es la imagen que le devuelve ese espejo, “vera efigie” de hombre, que es Cristo “puesto en cruz”. A la luz de esta misericordia suya y de mi mal en él (experimentados), me “veo” a mí mismo como soy, no sólo debilidad mía, sino fuerza de Dios. Ahí enraíza el realismo, la humildad y esa irresistible confianza de quien habiendo experimentado cómo Dios se fía del hombre (1 Tim. 1,12), sabe él también de quien fiarse (2 Tim. 1,12) y se fía de hecho.

4.4. Por eso, y finalmente, resulta una experiencia personalizante en el sentido más pleno del término. En la medida en que es interiorizada, entra a formar parte de la propia personalidad como dimensión constituida de la misma.

No es un acto, un episodio, ni siquiera una serie de actos por muy frecuentes, habituales. Es una nueva dinámica, una nueva condición de la persona, que no sólo ha visto “una vez”, sino que se siente permanentemente, y en lo más profundo de sí misma, objeto (destinatario privilegiado) de una conciencia viva de “regenerado”, “re-engendrado”, “re-nacido” en todo momento.