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·IGNACIO A. DÉL AIO CHAVEZ , ColTÚsionado por Carlos III para aplicar en Nueva España una serie de reformas tendientes a reorganizar el aparato administrativo, particularmente en el ramo hacendarío, el visitador José de Gálvez llegó de Europa en el mes de julio de 1765, dispuesto a cumplir su encargo con la mayor celeridad y eficiencia. Las amplísimas facultades de que venía investido le daban la autoridad necesaria para dictar todas las disposiciones que juzgara convenientes y para exigir su puntual cumplimiento. El Estado éspañol había decidido librar su gran batalla por la modernización y parecía poco dispuesto a hacer concesiones que la retardaran. Con todo, los viejos y poderosos intereses que formaban parte de la estructura ITÚsma del Imperio, no podían ser removidos con sólo tomar la pluma y promulgar decretos reformistas; así que la obra que emprendió el régimen ilustrado de don Carlos hubo de conciliar a menudo su urgente necesidad con la prudencia política. Con mucho tiempo después de su llegada, Gálvez empezó a enterarse de que la difícil situación que prevalecía en las Provincias Internas, aquellas dilatadas regiones norteñas en las que, al estado de guerra crónica con los indios insumisos se agregaba el problema de un ejército insuficiente, dirigido por jefes poco escrupulosos en el manejo de los dineros públicos. El visitador decidió poner fin a ese estado de cosas y preparó una expedición que él mismo se propuso encabezar. El viaje incluía, por lo menos en su primera etapa, las provincias de Sinaloa, California y Sonora. Dejaremos de lado los detalles de su marcha, ya que lo que nos interesa examinar aquí es la obra que realizó en la península californiana, a donde llegó, tras una penosa travesía marítima, el 5 de julio de 1768. Su arribo tuvo lugar apenas unos meses después de que los sacerdotes jesuitas habían abandonado sus misiones 'peninsulares como consecuencia del extrañamiento decretado por el monarca español. Esta circunstancia vino a dejar en manos de Gálvez la restructuración total de la provincia, toda vez que la salida de los ignacianos había significado el derrumbe completo del sistema de gobierno por ellos establecido. Ya volveremos sobre esto más adelante, pero quisiéramos sefialar de pronto que la coyuntura que entonces se ofreció al visitador, lo hizo pensar que tenía ante una extraordinaria oportunidad para poner en práctica todas las reformas que traía en cartera, sin taxativas de ninguna índole, ya que los únicos intereses que hubieran podido oponerle resistencia habían cesado con la expulsión de los jesuitas. California se convertía de este modo en el campo ideal- para)a obra reformista. Por ello, las órdenes y decretos que Gálvez expidió para la reorganización de la vida peninsular pueden entenderse como la expresión idealizada de la reforma. En tal grado se dejó llevar este funcionario por el afán renovador, que sus múltiples disposiciones, impracticables en su mayor parte, como demostró la experiencia, configuran, sin lugar a dudas, un proyecto social que pisa los terrenos de la utopía: - LOS SUENOS CALIFORNIANOS DE DON JOSE GALVEZ Los motivos para introducir grandes cambios. la cuestión no debía circunscribirse a una mera sustitución de personas. Había que organizar la provincia sobre bases totalmente nuevas, que garantizaran tanto la protección de los íntereses de la Monarquía como la prosperidad futura de los habitantes de California. Esto fue lo que entendió José de Gálvez y a ello se encaminaron todas sus providencias. la perspectiva no dejó de servir de acicate a su imaginación. Puesto en el trance de dar forma y sentido a la vida de la colectividad californiana, Gálvez trató de resolver el porvenir de la provincia con -base en reglamentos y disposiciones que muy frecuentemente, como veremos, se apartaron de la realidad y cayeron en excesos idealizantes. En los decretos del visitador se puede distinguir un doble propósito. De un lado procura negar el pasado jesuítico, como una manera de justificar las reformas; por el otro se propone reglamen· tar hasta en sus últimos detalles el nuevo régimen, fincado sobre los principios que sostiene en ese momento la Corona y que, aseguraba Gálvez, habían sido ignorados anteriormente por los jesuitas. No nos ocuparemos del aspecto negativo, abultado por las exigencias poi íticas del mamen to; baste decir que la opinión de Gálvez tiende a señalar a los miembros de la Compañía como autores de los más censurables delitos contra el Estado, entre los que pueden mencionarse el fraude, la ambición de poder y la traición, en última instancia, a los intereses del Imperio. Sus juicios sobre la obra jesuítica en California son en verdad injustos, tanto porque sólo contemplan el resultado, ciertamente precario, de los trabajos misionales, sin atender a la intención que los informó como porque imputan el fracaso en cuanto a la civilización del indio exclusivamente a los ministros de San Ignacio, olvidando que la pobreza del suelo fue también un factor significativo. Para apoyar el riguroso enjuiciamiento de los padres de Jesús y convencerse a mismo de que la prosperidad que soñaba para California era perfectamente posible, partió Gálvez de una visión optimista del indio y del potencial económico de la región. Nada logró apartarlo de esta idea, que alentó en todos los informes que hizo llegar a la capital del virreinato. Pensar así fue la premisa obligada de todo su ambicioso programa y no importó que la experiencia pareciera contradecir sus afirmaciones: si la tierra se mostraba a primera vista estéril, era porque había faltado el trabajo organizado; si el indio actuaba todavía como un "racional de segunda especie", era porque no se le había dado la oportuni- dad de cultivarse. la riqueza humana y material de California no fue ya una hipótesis a comprobar, sino una verdad a priori en la que él debía creer so riesgo de invalidar sus planes para el futuro de esa zona. Por eso trató de demostrar que no se había equivocado, buscó en todo momento la evidencia de los tesoros U15

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·IGNACIO A.DÉL AIO CHAVEZ

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ColTÚsionado por Carlos III para aplicar en Nueva España una seriede reformas tendientes a reorganizar el aparato administrativo,particularmente en el ramo hacendarío , el visitador José de Gálvezllegó de Europa en el mes de julio de 1765, dispuesto a cumplir suencargo con la mayor celeridad y eficiencia. Las amplísimasfacultades de que venía investido le daban la autoridad necesariapara dictar todas las disposiciones que juzgara convenientes y paraexigir su puntual cumplimiento. El Estado éspañol había decididolibrar su gran batalla por la modernización y parecía pocodispuesto a hacer concesiones que la retardaran. Con todo, losviejos y poderosos intereses que formaban parte de la estructuraITÚsma del Imperio, no podían ser removidos con sólo tomar lapluma y promulgar decretos reformistas; así que la obra queemprendió el régimen ilustrado de don Carlos hubo de conciliar amenudo su urgente necesidad con la prudencia política.

Con mucho tiempo después de su llegada, Gálvez empezó aenterarse de que la difícil situación que prevalecía en las ProvinciasInternas, aquellas dilatadas regiones norteñas en las que, al estadode guerra crónica con los indios insumisos se agregaba el problemade un ejército insuficiente, dirigido por jefes poco escrupulosos enel manejo de los dineros públicos. El visitador decidió poner fin aese estado de cosas y preparó una expedición que él mismo sepropuso encabezar. El viaje incluía, por lo menos en su primeraetapa, las provincias de Sinaloa, California y Sonora.

Dejaremos de lado los detalles de su marcha, ya que lo que nosinteresa examinar aquí es la obra que realizó en la penínsulacaliforniana, a donde llegó, tras una penosa travesía marítima, el 5de julio de 1768. Su arribo tuvo lugar apenas unos meses despuésde que los sacerdotes jesuitas habían abandonado sus misiones'peninsulares como consecuencia del extrañamiento decretado porel monarca español. Esta circunstancia vino a dejar en manos de Gálvezla restructuración total de la provincia, toda vez que la salida de losignacianos había significado el derrumbe completo del sistema degobierno por ellos establecido. Ya volveremos sobre esto másadelante, pero quisiéramos sefialar de pronto que la coyuntura queentonces se ofreció al visitador, lo hizo pensar que tenía ante síuna extraordinaria oportunidad para poner en práctica todas lasreformas que traía en cartera, sin taxativas de ninguna índole, yaque los únicos intereses que hubieran podido oponerle resistenciahabían cesado con la expulsión de los jesuitas. California seconvertía de este modo en el campo ideal- para)a obra reformista.Por ello, las órdenes y decretos que Gálvez expidió para lareorganización de la vida peninsular pueden entenderse como laexpresión idealizada de la reforma. En tal grado se dejó llevar estefuncionario por el afán renovador, que sus múltiples disposiciones,impracticables en su mayor parte, como demostró la experiencia,configuran, sin lugar a dudas, un proyecto social que pisa losterrenos de la utopía:

-LOS SUENOSCALIFORNIANOSDE DON JOSEGALVEZ

Los motivos para introducir grandes cambios.

la cuestión no debía circunscribirse a una mera sustitución depersonas. Había que organizar la provincia sobre bases totalmentenuevas, que garantizaran tanto la protección de los íntereses de laMonarquía como la prosperidad futura de los habitantes deCalifornia. Esto fue lo que entendió José de Gálvez y a ello seencaminaron todas sus providencias.

la perspectiva no dejó de servir de acicate a su imaginación.Puesto en el trance de dar forma y sentido a la vida de lacolectividad californiana, Gálvez trató de resolver el porvenir de laprovincia con -base en reglamentos y disposiciones que muyfrecuentemente, como veremos, se apartaron de la realidad ycayeron en excesos idealizantes.

En los decretos del visitador se puede distinguir un doblepropósito. De un lado procura negar el pasado jesuítico, como unamanera de justificar las reformas; por el otro se propone reglamen·tar hasta en sus últimos detalles el nuevo régimen, fincado sobrelos principios que sostiene en ese momento la Corona y que,aseguraba Gálvez, habían sido ignorados anteriormente por losjesuitas. No nos ocuparemos del aspecto negativo, abultado por lasexigencias poi íticas del mamen to; baste decir que la opinión deGálvez tiende a señalar a los miembros de la Compañía comoautores de los más censurables delitos contra el Estado, entre losque pueden mencionarse el fraude, la ambición de poder y latraición, en última instancia, a los intereses del Imperio. Sus juiciossobre la obra jesuítica en California son en verdad injustos, tantoporque sólo contemplan el resultado, ciertamente precario, de lostrabajos misionales, sin atender a la intención que los informócomo porque imputan el fracaso en cuanto a la civilización delindio exclusivamente a los ministros de San Ignacio, olvidando quela pobreza del suelo fue también un factor significativo.

Para apoyar el riguroso enjuiciamiento de los padres de Jesús yconvencerse a sí mismo de que la prosperidad que soñaba paraCalifornia era perfectamente posible, partió Gálvez de una visiónoptimista del indio y del potencial económico de la región. Nadalogró apartarlo de esta idea, que alentó en todos los informes quehizo llegar a la capital del virreinato. Pensar así fue la premisaobligada de todo su ambicioso programa y no importó que laexperiencia pareciera contradecir sus afirmaciones: si la tierra semostraba a primera vista estéril, era porque había faltado eltrabajo organizado; si el indio actuaba todavía como un "racionalde segunda especie", era porque no se le había dado la oportuni­dad de cultivarse. la riqueza humana y material de California nofue ya una hipótesis a comprobar, sino una verdad a priori en laque él debía creer so riesgo de invalidar sus planes para el futurode esa zona. Por eso trató de demostrar que no se habíaequivocado, buscó en todo momento la evidencia de los tesoros

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californianos sin admitir que pudieran ser menores de lo queimaginó aun antes de entrar en contacto con la realidad regional.

Necesita que la península sea efectivamente rica -dice elhistoriador español Luis Navarro García, refiriéndose a estaactitud de nuestro personaje- y desde el Cabo de San Lucashasta la misión de Loreto buscará o inventará todo aquello quepudiera ser una fuente de ingreso para el erario, un origen deprosperidad para la provincia. Si primero son las minas, luegocreerá en la agricultura y más tarde en la pesca, para acabarpensando haber encontrado una nueva clase de brea para losbarcos, un nuevo lugar de explotación de la grana y el depósitode los mejores pedernales de Nueva España.!Convencido de que se encontraba en una tierra de pingües

recursos, concluyó que solamente bastaría dictar las medidasadecuadas de organización para que la abundancia se mostrara entodo su esplendor y rindiera generosamente sus frutos a lospobladores y al Estado.

Pero además se consideró a sí mismo como una especie desalvador providencial; pensó que su oportuna llegada había impedi­do la ruina total de la provincia y que estaba obligado a corregirde raíz todos sus males, aprovechando para ello las riquezassusceptibles de ser explotadas, llevando fuerzas humanas nuevas yproveyendo a todos los habitantes de los instrumentos jurídicos ytécnicos que pudieran contribuir a la felicidad común. Todo esto

ten ía que hacerse de prisa, en el corto tiempo que habría depermanecer en la pen Ínsula. Los decretos, bandos y cartas sesucedieron entonces con· una profusión que da buena pru.eba de laurgencia del visitador por dejar concluida su obra antes de regresara Sinaloa.

Primeras medidas para la transformación

Unos cuantos días después de su llegada, ya establecido en el realde Santa Ana, la única población, por cierto, que n.o habíanfundado los jesuitas, publicó sus primeros decretos. En ellos pedíaa los ministros franciscanos que se habían hecho cargo de lasmisiones, el pronto envío de padrones circunstanciados de toda lapoblación, tanto indígena como blanca, así como la elaboración deinformes sobre las costumbres de los naturales, su forma degobierno, las propiedades que tenían y el modo en que sealimentaban; todo, decía, para que sus providencias se originaranen "una competente instrucción de los hechos".2 Las órdenes deGálvez fueron cumplidas y el panorama qu~ pintaron los informesno pudo ser más desconsolador: las misiones del sur, que contabancon las mejores tierras, estaban casi despobladas, en tanto que lasdel norte, en cuyo derredor habitaba una relativamente numerosapoblación indígena, no tenían de qué sustentarse; en todo elámbito de la península, el indio seguía viviendo desnudo, en los

montes, padeciendo hambres y miseria, sin que la presencia jesuíti­ca pareciera haber dejado una huella ostensible en su régimen devida. La población blanca era sumamente reducida y apenasllegaría al medio millar de individuos.

Ante todas estas informaciones, Gálvez pudo darse cuenta deque cualquier programa de desarrollo económico debía suponerinicialmente el asentamiento de la muy mermada población abori­gen. Se percató también de que civilizar al indio era no sólo unproblema cultural, sino fundamentalmente económico. No podíaobligarse a los naturales a vivir en pueblos si no se les proporciona­ban al mismo tiempo medios adecuados de subsistencia. Lainstancia fue entonces hacer de cada indio un sujeto económica­mente productivo, que pudiera bastarse a sí mismo y que contribu­yera con su trabaj o a la prosperidad general.

En realidad ese mismo objetivo se habían planteado las misio­nes. Pero el inconveniente de la organización tradicional de loscentros misionales era que mantenía al indio marginado del restode la sociedad colonial y sujeto a una tutela eclesiástica queretardaba su desarrollo e impedía su posterior emancipación.Gálvez creyó conveniente dar un nuevo sentido al funcionamientode las misiones y decidió crear un sistema suficientemente flexible,en el que el indio, aun cuando quedara transitoriamente al cuidadodel misionero, participara también de una actividad e~()nómica decarácter individual, a fin de que sus capacidades pudieran desarro­llarse con la mayor amplitud.

Partiendo de la consideración de que los terrenos californianosno presentan las mismas características fisiográficas, Gálvez procu­ró como primer paso redistribuir la población nativa, concentrán­dola en los lugares que tuvieran las mejores condiciones y retirán­dola de aquellos sitios que fueran incapaces de sostener cómoda-mente a sus moradores. .

Pero dado que lo que se perseguía era integrar al indioplenamente a la civilización, consideró también la necesidad deincrementar el número de inmigrantes de la contracosta, quieneshabrían de aportar sus conocimientos y experiencia al nuevoensayo social y servir de ejemplo para los indígenas. Ya al salir dela ciudad de México había pensado en llevar gente diestra en laexplotación de las minas, de modo que arregló el traslado dealgunas familias de Guanajuato y San Luis Potosí, a quienesofreció poner, según palabras de su secretario, en los manantialesde oro y plata de California. 3 Pero ocurrió que estos pobladores searrepintieron a última hora y regresaron a sus pueblos de origen apesar de los buenos salarios que, por cuenta del rey, se les :labíanprometido. Para sustituirlos, Gálvez ordenaría luego al gobernadorde Sonora que consiguiera hasta ciento cincuenta indios yaquis quevoluntariamente quisieran ir a la península, bajo el incentivo dededicarse a la pesca de perlas y a la minería. Admitiría además ellibre acceso de colonos, siempre que fueran de buenas costumbres

y estuvieran dispuestos a trabajar.Uno de los aspectos más importantes de la subsecuente obra

legislativa de Gálvez es, sin duda, el que se refiere a la propiedad yexplotación de la tierra, problema que trató de resolver medianteuna serie de disposiciones que afectaron en su totalidad el régimende propiedad en la pen ínsula. Para proceder en este campo partióel visitador del principio de la absoluta soberanía real sobre tierrasy vasallos y declaró, al efecto, que todo el suelo californianopertenecía originariamente "al rey, quien en todo caso podíacederlo graciosamente a los particulares, sin perder por ello sudominio eminente. De acuerdo con este principio, la propiedadparticular, tanto rústica como urbana, quedaría condicionada entodo tiempo a los supremos intereses de la Monarquía.

Para desembarazarse de toda posible supervivencia del régimenjurídico anterior y quedar en aptitud de modelar a su completoarbitrio la nueva fisonomía de la provincia, Gálvez desconoció auntodos los títulos de propiedad que hubieran sido expedidos por lasautoridades de la época jesu ítica, arguyendo que los padres de lacompañía de Jesús habían usurpado la autoridad que legítima yprivativamente correspondía al rey.4 Sobre estas bases procedió areglamentar todo lo relativo a la organización social y económicade la provincia.

Cabe advertir que una de las características fundamentales delproyecto de Gálvez es que trata de resolver el tradicional antago-

nismo entre los intereses misionales y los de la organización civil.Para ello el visitador se propuso abrir los canales de contacto entrela misión y el resto del sistema colonial; llegó a idear una forma demisión en alto grado permeable, abierta, pudiéramos decir, encontraposición al antiguo sistema que tendía a mentener enaislamiento a las comunidades indígenas. Pocas son las diferenciasque se observan entre la organización que se fijó para los nativos yla que se señaló para los colonos blancos; antes bien, se advierteentre ellas un cierto paralelismo, que constituye en verdad unaoriginal innovación dentro del sistema colonial español.

Todo esto exigía revisar el papel de misionero dentro de laorganización provincial, reconsiderar los alcances de su jurisdiccióny precisar la relación de su autoridad con la de los jefes civiles. Sianteriormente los ministros religiosos habían tenido en sus manosfacultades de gobierno, ahora quedaron enteramente subordinadosa los funcionarios políticos. La preeminencia del poder civil llevó alimitar incluso las facultades de los sacerdotes en cuanto algobierno de los indios misionados y a negarles todo derecho deintervención en las cosas públicas, a menos que para ello fueranconsultados. Usted, le dijo Gálvez a uno de los nuevos jefes, debedar "sus órdenes directamente a donde y como le pareciere, puessu autoridad real y superior no depende sino de su Majestad y [de]los que en estos dominios le representan, sin necesidad de contem­porizar con los reverendos padres administradores de las misio­nes".s No se estaba planteando un enfrentamiento con los misio­neros, sino que se les estaba imponiendo a éstos la sujeción alpoder civil.

Antes de la llegada del visitador a California se habían dadoórdenes para que los soldados se hicieran cargo de las temporalida­des de las misiones, a fin de que los nuevos misioneros quedaranexclusivamente en calidad de ministros espirituales, sin que tuvie­ran ingerencia en las actividades de tipo económico. Pero pronto sepuso de manifiesto la inconveniencia de la medida, pues laadministración de los militares resultó desastrosa y amenazó conarruinar aún más los bienes que pertenecían a los establecimientosmisionales. Fue necesario entonces restituir a los ministros evangé­licos la facultad de actuar como responsables de los bienestemporales de las misiones, aunque, de acuerdo con la tónica quese habría de imprimir al sistema de gobierno, fueron establecidaslimitaciones precisas en cuanto a sus atribuciones.

La fundación en el real de Santa Ana de un primer curatocaliforniano puede interpretarse también como una medida ten­diente a reducir las funciones de los misioneros y como un primerpaso para la futura secularización de los centros misionales. Y talvez con el mismo propósito, Gálvez llegó a sugerir que se fundarauna hermandad, cuyos cofrades, miembros de todas las clasessociales de la provincia, se dedicaran voluntariamente a la conver­sión de los gentiles.

La nueva organización de los pueblos de indios

La idea que tuvo don José en cuanto a la manera como debíanvivir los indígenas misionados puede verse con claridad en lasinstrucciones que formuló para organizar los establecimientos delsur, que fue la primera región de la península que conoció.6 Eldocumento se ocupa de los más variados aspectos, entre otros, delos repartos de tierras y solares, de las actividades económicas, delgobierno de las diversas naciones indígenas, de las medidas para suprotección y hasta de la traza y distribución de sus pueblos. Valela pena por ello que entremos a detallar su contenido.

Empezó el visitador por determinar lo relativo a la organizacióndel pueblo misional. En el centro, como era tradición en todos lospoblados españoles, habrían de quedar ta iglesia y la casa dedoctrina, y frente a ellas, una plaza pública de convenientesproporciones. A partir de este núcleo ini~ial se trazarían las calles,"tiradas a cordel y de catorce a dieciséis varas de ancho", arterias,decía, necesarias para "la ventilación, desahogo y sanidad" delpoblado. Al mismo tiempo se repartirían gratuitamente solares dediez varas de ancho y veinte de fondo a todos los indios quefueran cabeza de familia, a fin de que construyeran allí sus casas"con uniformidad" y con la debida separación de habitacionesinteriores, para que los padres no durmieran junto a los hijos ni lashembras se mezclaran con los varones. Estableció por ley que los

indios debían tener sus camas "limpias y en alto, para librarse-asentaba- de las enfermedades pestilentes que los destruyen y dela hediondez que contraen por dormir en el suelo y percibir lashumedades de la tierra". Obligación de los dueños de solares seríasembrar frente a sus casas dos árboles frutales de buena sombra,para que, además de servirles de defensa contra los rigores del sol,hermosearan la población. Las indias viudas cuyos hijos fueranmenores de edad, los huérfanos de padre y madre, los impedidos ylos enfermos, habitarían asimismo casas que debía construirles lacomunidad como un acto de servicio social.

Fuera de los límites propiamente urbanos, las tierras de laboríoy agostadero serían expÍotadas bajo dos sistemas diferentes: elcomunal y el privado. Las mejores tierras de riego y temporal y lasmás inmediatas al pueblo se trabajarían colectivamente, a efectode obtener recursos para el sostenimiento de la misión y paramantener a los que 'por razones de edad o de salud no estuvieranaptos para el trabajo. En la misma forma se cultivaría un terrenode cuatrocientas varas de largo y doscientas de ancho, cuyosproductos se entregarían al rey en reconocimiento de vasallaje. Lasdemás tierras útiles habrían de repartirse para que se explotaran enforma privada.

Cada uno de los jefes de familia debería recibir a título gratuitouna parcela de riego y dos de temporal, de cincuenta varas encuadro cada una, mas con la advertencia de que primeramenteserían favorecidos los indios más ancianos. En ellas, el visitadorrecomendó que, además del maíz, se sembraran también algodón,árboles frutales y nopaleras de grana, cultivo este último que donJosé se propuso introducir, con la certeza de que el lugar ofrecíacondiciones óptimas para su explotación. Para estimular a losnaturales y premiar su industria, debía repartirse otra suerte másde riego, previamente desmontada por la comunidad, a los quecultivaran con mayor esmero sus parcelas. Si las tierras de que sedisponía no fueran suficientes para cubrir las necesidades delpueblo, debería emprenderse el desmonte de otros terrenos yabrirlos al cultivo mediante la construcción de pozos artesianos. Lamisión se encargaría de dotar a los indios de aperos y herramientaspara el trabajo, en tanto estuvieran en capacidad de costearlos conel producto de sus cosechas.

La propiedad de las tierras repartidas no sería en modo algunoabsoluta, sino que estaría sujeta a una serie de condiciones quefueron fijadas con toda precisión. Tanto los lotes urbanos comolos de la zona rural tendrían perpetuamente el carácter de bienesinalienables y no podrían gravarse bajo ningún concepto, nisiquiera por causa piadosa. Serían también indivisibles y heredita­rios,? así que los poseedores que tuvieran varios hijos deberíanescoger entre ellos al que desearan dejarle sus propiedades, sinpeIjuicio de que los demás fueran dotados al contraer matrimonio.Todas las dotaciones habrían de ser legalizadas, extendiéndose al

efecto los correspondientes títulos de propiedad, que quedaríanregistrados en el Libro de Población, para que, si los naturalessufrieran el extravío de sus constancias, pudieran fácilmente conse­guir copias autorizadas.

Los indios favorecidos con los repartos tendrían la obligaciónde cercar sus parcelas y cultivarlas permanentemente, así como defabricar sus casas en un plazo perentorio, so pena de perder susderechos. Para auxiliarse en su sostenimiento, podrían participar enel rescate del ganado montaraz que se encontraba alzado en loscampos desde la época jesu ítica, con el incentivo de recibir cadauno la primera de las reses que amansara y la mitad de las quedespués cogiera, con sólo la prohibición de matarlas y a condiciónde conservarlas en pastoría. Podrían así tener en propiedad ganadomayor o menor, a excepción de caballos y mulas, que les estabaprohibido tener individualmente por las leyes de Indias y cuyaposesión se reservaba a la comunidad. Decía Gálvez que paragarantizar el disfrute igual y común del ganado, nadie podría tenermás de treinta cabezas de cada especie, excepto de ganadoporcino, del que podrían poseer hasta cien animales, por lautilidad que prestaban para combatir la langosta. Para esto, lamisión repartiría a cada jefe de familia una puerca de vientre, conla recomendación de que la cuidaran y procuraran su reproduc­ción. Si poseer ganado era un derecho que se podía ejercerdiscrecionalmente, en cambio se estableció la obligación de que

cada familia tuviera en su casa seis gallinas, un gallo y dosguajolotes, por lo menos.

Se previno a los misioneros que cuidaran de que los indiosdividieran sus días de trabajo entre las labores de comunidad y lasque realizaran en sus propias milpas, siempre que éstas dedicaranpor lo menos la mitad del tiempo hábil. Las mujeres no podríanasistir con los hombres a las faenas de campo, sino que losreligiosos procurarían que aprendieran a guisar, a tejer, a hilar ocualquier otra industria propia de su sexo. En un principio lacomunidad les suministraría a ellas raciones de maíz para elconsumo familiar, hasta que sus maridos aprendieran a cultivar lastierras y obtuvieran sus primeros frutos.

Los indios tendrían derecho a dedicarse al comercio; podríanllevar sus productos al mercado semanario de la población yvenderlos, bajo la vigilancia del juez real, que cuidaría de que nose les engañara. Cuando no fuera necesaria su presencia para lassiembras de comunidad o para atender sus propias parcelas, sedestinarían cuadrillas para que trabajaran en las minas, a fin deque aprendieran esos trabajos y pudieran gozar de un ingreso más.Advirtió Gálvez que en tales casos se le;; pagarían los correspon­dientes jornales en dinero, de acuerdo con una reglamentación queluego se encargaría de hacer a fin de que no se les hiciera "fraudeni agravio".

De los naturales solteros y de los huérfanos se escogerían seis u

ocho de los que parecieran más hábiles y despiertos, para querecibieran en las misiones instrucción sobre artes mecánicas yoficios útiles. Otros cuatro o seis individuos serían destinados aaprender el cultivo y aprovechamiento de la grana, para que luegolo enseñaran a los demás.

En cuanto al modo de gobierno, los indios seguirían bajo lavigilancia espiritual del misionero y contarían con su ayuda yorientación; pero tendrían sus propios gobernadores. A diferenciade los jesuitas, que acostumbraban designar ellos mismos a losjefes indígenas, Gálvez estableció que los gobernadores fueranelectos libre y democráticamente en una asamblea que se realizaríacada día primero del año y en la que participarían todos losindividuos que tuvieran más de veinticinco años. Además, se decía,para evitar el inconveniente de que se perpetuaran en el poder, losgobernadores durarían en su cargo solamente un año y nada máspodrían ser reelectos por una ocasión. Sus facultades seríancorregir los excesos domésticos de los naturales y aplicar, con laanuencia del misionero, castigos leves. Los delitos mayores sólopodría juzgarlos el juez real. Se prohibió que el indio que noconociera el castellano pudiera ser electo por gobernador o tenerotro cargo público en su comunidad.

Estos fueron los puntos principales del documento. En ellospuede observarse la preocupación del visitador por dar un nuevocontenido a la organización misional. Don José quedó firmemente

persuadido de que con estas disposiciones resolvía el problemaeconómico del indio, al mismo tiempo que aseguraba su protecciónfrente a eventuales abusos de los colonos españoles.

La organización de los inmigrantes

Veamos ahora lo que se dispuso en cuanto a los inmigrantes deorigen europeo. Como había que darles oportunidad también derealizar labores productivas, ellos deberían recibir asimismo elbeneficio de los repartos de tierra y solares, bajo condiciones hartoparecidas a las que se fijaron en relación a los indios californios.Según se estableció, todo español honesto que lo solicitara podríarecibir una suerte de tierra de cien por doscientas varas, siempreque con ello no se perjudicara a los naturales, que deberían teneren todo caso la preferencia. 8 Los que construyeran una noriacapaz, recibirían como premio dos suertes más de tierra, y si lahicieran entre dos, cada uno recibiría la suya. A todos losinmigrantes se les entregarían también lotes en el pueblo para queedificaran sus casas.

Las dotaciones urbanas y rurales que se hicieran en favor de loscolonos habrían de quedar sujetas al mismo régimen condicionadode propiedad que se instituyó para los moradores indígenas: laspropiedades serían para siempre inalienables, indivisibles y heredi­tarias. Quien gravara sus parcelas de siembra o sus lotes urbanospor censo, vínculo, fianza, hipoteca o en cualquier otra forma, losperdería inexcusablemente, encargándose las autoridades de pasar­los a otro poblador que fuera más "útil y obediente". Además delaprovechamiento privado de sus parcelas, los españoles tambiéndisfrutarían de tierras comunales para mantener sus ganados.

Los colonos podrían poseer en pastoría toda clase de ganadomayor o menor, pero a ellos también se les impuso un límite y seestableció que no habría de exceder de cincuenta cabezas el quetuvieran de cada especie, para que de ese modo, estipulaba eldecreto respectivo, "se distribuya entre todos la utilidad queproducen los ganados y no se estanque en pocos vecinos laverdadera riqueza de los pueblos".

Las condiciones para conservar sus derechos fueron entre loscolonos más estrictas que entre los indígenas. Si bien es cierto quese les concedió una total exención de impuestos por tres años,contados a partir de la fecha de la dotación, se les obligó, en elplazo de un año, a construir y habitar sus casas y a cercar susparcelas con árboles frutales o de sombra; deberían también teneren un plazo fijo por lo menos veinte puercas de vientre, una yuntade bueyes, cinco ovejas, o en su defecto otras tantas cabras, dosyeguas con hierro propio, cinco gallinas y un gallo, obligándoselesademás a poseer un arado, dos rejas para labrar la tierra, un hacha,un martillo y un cuchino de monte.

Siendo de origen español, tendrían derecho estos inmigrantes a

gozar del fuero militar en calidad de milicianos, a condición deque tuvieran un caballo, un fusilo escopeta, una espada ancha yuna adarga, para concurrir cuando se ofreciera a proteger la regiónde una invasión enemiga o de una sublevación interna.

La nueva sociedad

El que la propiedad entre los blancos quedara también sujeta atodos estos requisitos y limitaciones, no indica otra cosa que lapretensión de evitar el excesivo enriquecimiento individual. Hemosde reconocer que la sociedad que imaginó Gálvez no contemplabael definitivo predominio de un sector étnico o social sobre otro. Sibien el indígena se mantenía aún bajo cierta especie de tutelaje,éste se hacía extensivo al poblador europeo. La verdad es que elhecho obedecía más bien a un propósito de protección paternalis­ta, muy propio, por otra parte, del régimen español. Se esperabaque el colono que se asimilara a la provincia llegara dispuesto atrabajar personalmente en las labores del campo, sin que porfuerza hubiera de utilizar la mano de obra indígena, como habríaocurrido de tratarse de grandes propiedades agrícolas; el españolseguiría gozando de algunos privilegios que las leyes generales delimperio negaban a los indios americanos, tales como el derecho aposeer minas o el de servir en el activo del ejército; pero en lodemás, es obvio que no se había procedido de acuerdo con el viejo

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criterio colonial, que hacía de cada español un señor de indios. Encuanto a los californios, la propiedad de la tierra garantizaría suindependencia económica y evitaría, según se esperaba, su someti­miento o explotación inmoderada por parte de los españoles. Enotras palabras, en los decretos de Gálvez casi llega a prefigurarse laidea de un conglomerado social esencialmente igualitario, en elque, en todo caso, la única hegemonía corresponde al Estado.

Pero la agricultura era sólo uno de los renglones de la actividadeconómica. También había que fomentar otras posibles fuentes deriqueza, como la minería, la pesca de perlas y el comercio. Gálvezllevó a la península a uno de los más notables científicosmexicanos de aquella época, don Joaquín Velázquez de León, y leencargó que modernizara los métodos de explotación minera, a finde convertir las minas californianas en verdaderos modelos paratodas las Provincias Internas. 9 Ya que los indios tenían prohibidoposeer minas, se asignaron premios para todos aquellos nativos quelocalizaran alguna veta mineral. Como se apuntó anteriormente, elvisitador mandó llevar de Sinaloa indios yaquis para que trabajarancomo faeneros en las minas y se dedicaran al buceo de perlas;ordenó también la fundación de una escuela de buceo y marinería,en la que deberían adiestrarse permanentemente cuarenta califor­nías huérfanos que se llevaran de todas las misiones. En lo que serefiere al comercio, consiguió que el virrey permitiera la realizaciónanual de dos ferias francas en Loreto, para que se llevaran deAcapuleo y San BIas mercaderías libres de derechos y procuró quese concentraran en el almacén principal todos los productossusceptibles de exportación, como vino, higos y pasas, mismos quedeberían llevarse a Guaymas en los barcos del rey para serexpendidos en Sonora. Con el objeto de que se facilitaran todas lastransacciones se dieron repetidas órdenes para que todos los pagosse hicieran en metálico.

Parece que Gálvez reservaba un papel determinante al Estado enlo que toca a empresas económicas, pues además de establecer losestancos de la sal, el tabaco, los naipes, la pólvora, el papel selladoy el azogue, existentes en otras muchas regiones, fundó dosalmacenes reales, que de hecho habrían de absorber el comerciointerno, y emprendió la explotación de algunas minas por cuentadel rey.

En virtud de que tanto los pobladores blancos como los nativostendrían oportunidad de emplearse con los particulares o en lasempresas del Estado, Gálvez pensó que el complemento de susanteriores disposicones debería ser el reglamento de jornales queya había ofrecido y que efectivamente promulgó. Se trata de uninteresante documento encaminado a reglamentar las relacioneslaborales con un evidente sentido proteccionista hacia los trabaja­dores. 10 Como se asentó en el propio reglamento, el objetivo fueevitar que se cometiera fraude en perjuicio de los sirvientes yfaeneros o sufrieran éstos miseria y desnudez. Todos los trabajado-

res sin excepción deberían recibir una ración semanal de grano ymedia arroba de tasajo o una de carne fresca, además de susjornales en efectivo. Para los barreteros de minas, faeneros, gañaneso arrieros principales, vaqueros y gentes de otros oficios e.quivalen­tes se fijó un salario de ocho pesos mensuales; para los pastores oarrieros subalternos, de cuatro pesos, y para los indios, de seis,siendo adultos, y de tres, si fueran menores de dieciocho años. Serecomendaba, sin embargo, que a los indios se les destinara a lostrabajos más suaves. Los caporales o los mayordomos de mineríarecibirían su correspondiente ración y el sueldo que acordaran consus patrones, que en ningún caso podría ser menor de diez pesosmensuales. En cuando a los herreros, carpinteros, y demás oficialesmecánicos que ejercieran privadamente su profesión, se dijo quepodían contratar sus obras en libertad, pero que se les sugeríamoderaran sus precios, pues de no hacerlo así, los jueces reales seencargar ían de tasar sus servicios.

Como en aquella provincia nadie habría de carecer de mediosde trabajo, el reglamento prohibió terrnimantemente la vagancia.Un mes de cárcel y veinte pesos de multa serían el castigo para elque anduviera de holgazán o se le encontrara "con título dearrimado", fuera español, indio o de "otra casta"; en caso dereincidencia, se agregaba, "será aplicado el vago a las obraspúblicas con ración y sin sueldo por dos meses y luego echado de

la provincia, si no fuera natural de ella, y siéndolo, se tomarán conél otras providencias equivalentes que le sirvan de escarmiento y alos demás de ejemplo". Según parece, en la república de Gálvez, endonde todos. tendrían trabajo y gozarían de abundancia, sólo elque no quisiera no sería feliz.

El real de Loreto había sido desde los inicios de la colonizaciónjesuítica la población peninsulasr más importante, bien que nuncafue habitado por más de unas cuatrocientas almas. Como corolariode su obra californiana, don José quiso remodelar totalmente estepoblado, tal vez para hacer de él una digna expresión del ordengeneral de la provincia. Dictó instrucciones para sus repoblamiento,fijó las bases para la distribución de sus pobladores, diseñó sutraza, señalando la dimensión de las calles y la orientación de lasplazas públicas." Allí también los solares habrían de repartirsegratuitamente y los moradores deberían construir sus casas deacuerdo con ciertas especificaciones generales, entre las que nodejó de aludirse al color de las fachadas, a la distribución decuartos interiores y hasta al material de que debían construirse lospisos. En este aspecto se llegó a la minucia y se determinó elnúmero de puertas y ventanas que debían tener al frente y ladistancia a que debían sembrarse los árboles de ornato; se precisótambién quiénes podían tener habitaciones con doble piso. Con laidea de que todo se hiciera en atención al modelo, Gálvez ordenóque las construcciones que obstruyeran la realización del proyectofueran derribadas, previa entrega a los dueños de casas nuevas.

Los sueños-proyectos no se realizan

Quien atendiera exclusivamente a los decretos de Gálvez podríapensar que la felicidad futura de California se aseguraba con ellos.Pero el caso es que el único que creyó en su eficacia fue el propiovisitador. Ni los misioneros, ni los militares, ni los colonosquedaron convencidos de la milagrosa solución. El mismo Gálvezempezó a modificar algunas de sus apreciaciones antes de abando·nar la península. De los indios llevados al sur para explotaraquellas tierras en donde, según palabras de don José, todospodían hacerse ricos, llegó a decir al poco tiempo que no querían"sino comer mucho y trabajar nada". Apenas llegaron a San Josédel Cabo, estos mismos grupos enfermaron de fiebres palúdicas,con lo que quedaron inhabilitados para el trabajo. La insuficienciade víveres fue un problema constante, que obligó incluso adevolver a Sinaloa una compañía de fusileros a la que no se pudosostener. Tan grave se tomó la situación, que los indios que fueronllevados a trabajar a las salinas del rey lo hicieron siIl percibirsalarios, a pesar del reglamento que fijaba sus jornales.

Nada de lo que quiso construir Gálvez tuvo efecto en la medidaen que el futuro ministro de Indias lo pensó. Con todos sus

decretos y su gran autoridad no pudo levantar el emporio quesoñaba para California. Al final de cuentas los indios no recibierontierras y siguieron viviendo en la misma forma que tanto criticó elvisitador; los pobladores empezaron a regresarse a la contracostaconvencidos de que vivir en la pen ínsula ten ía algo de locura; lahacienda pública no mejoró sensiblemente sus percepciones, losalmacenes del Estado se abandonaron al poco tiempo, la siembrade la grana fue un fracaso, la escuela de marinería no funcionó, losmineros andaban al poco tiempo mendigando en las misiones, elcura de Santa Ana desapareció sin avisar a nadie y los puebloscuya traza y construcción se había reglamentado en detallecarecieron de gentes que los levantaran y vivieran en ellos. Lassoluciones para el caso de California no podían ser milagrosas.

El temor de que los rusos llegaran a establecerse en territoriosque España consideraba bajo su soberanía, llevó a Gálvez apreparar lo que fue su más importante y efectiva realización enaquella provincia: la conquista de la Nueva California. Después dehaber despachado a los expedicionarios, el visitador volvió aSinaloa, sólo para caer postrado al poco tiempo, víctima de unaenfermedad que puso en entredicho la integridad de sus facultadesmentales. Mientras esto ocurría, los decretos californianos de donJosé de Gálvez empezaron a empolvarse en los archivos de lacapital civil de la ya entonces llamada Antigua California.

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Notas:1. Navarro García, Luis. Don José de Gálvez y la comandancia general

de las Provincias Internas del norte de Nueva España, pró!. de José AntonioCalderón Quijano, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla,1964, XVIlI-603 p., mapas (Publicaciones de la Escuela de EstudiosHispanoamericanos de Sevilla, 2a. Serie, CXLVIII), p. 169.

2. Carta de Gálvez a fray Junípero Serra, Real de Santa Ana, 12 julio1768, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Fondo Franciscano 65,f. 174. Los documentos de que nos servimos para la elaboración de estetrabajo han sido consultados en el Archivo Histórico del Instituto Nacionalde Antropología e Historia, en el Departamento de Manuscritos de laBiblioteca Nacional y, principalmente, en el Archivo General de la Nación.Por la naturaleza del artículo hemos procurado reducir al mínimo lasreferencias documentales, que sólo interesarían a personas especializadas.

3. Viniegra, Juan Manuel. Apunte instructivo de la expedición que elIlmo. Señor Don José de Gálvez... hizo a la península de Californias. .. ,citado por Navarro, op. cit., p. 153, nota 61.

4. Despacho del visitador, La Paz, 9 abril 1769, Archivo General de laNación (AGN), Provincias Internas 120, f. 7v. y ss.

5. Despacho de José de Gálvez, Cuirimpo, 14 mayo 1769, AGN,Provincias Internas 166, f. 155v.

6. Instrucciones de don José de Gálvez, Real de Santa Ana, l°. octubre1768, AGN,Misiones 12, f. 64-77.

7. Vale la pena llamar la atención acerca de la curiosa coincidencia delrégimen de propiedad establecido por Gálvez y el del ejido modernomexicano.

8. Instrucción de José de Gálvez, Real de Santa Ana, 12 agosto 1768,AGN, Provincias Internas 166, f. 173v.-178.

9. Informe 'de Joaquín Velázquez de León, 9 febrero 1771, BibliotecaNacional de México, Fondo de Origen, Ms. 58, f. 518v.

10. Reglomento de salarios y jornales, Real presidio de Loreto, 29 abril1769, AGN, Provincias Internas 166, f. 169-172.

11. Instrucción de José de Gálvez, Real de Loreto, 29 abril 1769, AGN,Provincias Internas 166, f. 149-153v.