ILÍADA Obra reproducida sin responsabilidad editorial¡sicos en Español...Si es grande tu fuerza,...

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ILÍADA Homero Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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CANTO I*Peste - Cólera

1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles;cólera funesta que causó infinitos males a losaqueos y precipitó al Hades muchas almas va-lerosas de héroes, a quienes hizo presa de pe-rros y pasto de aves -cumplíase la voluntad deZeus- desde que se separaron disputando elAtrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos lacontienda para que pelearan? El hijo de Leto yde Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejércitomaligna peste, y los hombres perecían por elultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Cri-ses. Éste, deseando redimir a su hija, se habíapresentado en las veleras naves aqueas con uninmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el quehiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en lamano; y a todos los aqueos, y particularmente alos dos Atridas, caudillos de pueblos, así lessuplicaba:

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17 -¡Atridas y demás aqueos de hermosas gre-bas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios,os permitan destruir la ciudad de Príamo yregresar felizmente a la patria! Poned en liber-tad a mi hija y recibid el rescate, venerando alhijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.22 Todos los aqueos aprobaron a voces que serespetara al sacerdote y se admitiera el esplén-dido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quienno plugo el acuerdo, le despidió de mal modo ycon altaneras voces:26 -No dé yo contigo, anciano, cerca de lascóncavas naves, ya porque ahora demores tupartida, ya porque vuelvas luego, pues quizásno te valgan el cetro y las ínfulas del dios. Aaquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá lavejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria,trabajando en el telar y aderezando mi lecho.Pero vete; no me irrites, para que puedas irtemás sano y salvo.33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedecióel mandato. Fuese en silencio por la orilla del

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estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigíamuchos ruegos al soberano Apolo, a quien pa-rió Leto, la de hermosa cabellera:37 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, prote-ges a Crisa y a la divina Cila, a imperas enTénedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si al-guna vez adorné tu gracioso templo o queméen tu honor pingües muslos de toros o de ca-bras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaosmis lágrimas con tus flechas!43 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irri-tado en su corazón, descendió de las cumbresdel Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en loshombros; las saetas resonaron sobre la espaldadel enojado dios, cuando comenzó a moverse.Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de lasnaves, tiró una flecha y el arco de plata dio unterrible chasquido. Al principio el dios dispara-ba contra los mulos y los ágiles perros; masluego dirigió sus amargas saetas a los hombres,y continuamente ardían muchas piras de cadá-veres.

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53 Durante nueve días volaron por el ejércitolas flechas del dios. En el décimo, Aquiles con-vocó al pueblo al ágora: se lo puso en el co-razón Hera, la diosa de los níveos brazos, quese interesaba por los dánaos, a quienes veíamorir. Acudieron éstos y, una vez reunidos,Aquiles, el de los pies ligeros, se levantó y dijo:59 -¡Atrida! Creo que tendremos que volveratrás, yendo otra vez errantes, si escapamos dela muerte; pues, si no, la guerra y la peste uni-das acabarán con los aqueos. Mas, ea, consulte-mos a un adivino, sacerdote o intérprete desueños -pues también el sueño procede deZeus-, para que nos diga por qué se irritó tantoFebo Apolo: si está quejoso con motivo dealgún voto o hecatombe, y si quemando en suobsequio grasa de corderos y de cabras escogi-das, querrá libramos de la peste.68 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantó-se entre ellos Calcante Testórida, el mejor de losaugures -conocía lo presente, lo futuro y lo pa-sado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilio

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por medio del arte adivinatoria que le dieraFebo Apolo-, y benévolo los arengó diciendo:74 -¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme expli-car la cólera de Apolo, del dios que hiere delejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara yjura que estás pronto a defenderme de palabray de obra, pues temo irritar a un varón que go-za de gran poder entre los argivos todos y esobedecido por los aqueos. Un rey es más pode-roso que el inferior contra quien se enoja; y, sibien en el mismo día refrena su ira, guarda lue-go rencor hasta que logra ejecutarlo en el pechode aquél. Dime, pues, si me salvarás.84 Y contestándole, Aquiles, el de los pies lige-ros, le dijo:85 -Manifiesta, deponiendo todo temor, el vati-cinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a Zeus; aquien tú, Calcante, invocas siempre que revelasoráculos a los dánaos!, ninguno de ellos pondráen ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavasnaves, mientras yo viva y vea la luz acá en latierra, aunque hablares de Agamenón, que al

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presente se jacta de ser en mucho el más pode-roso de todos los aqueos.92 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:93 -No está el dios quejoso con motivo de algúnvoto o hecatombe, sino a causa del ultraje queAgamenón ha inferido al sacerdote, a quien nodevolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto elque hiere de lejos nos causó males y todavíanos causará otros. Y no librará a los dánaos dela odiosa peste, hasta que sea restituida a supadre, sin premio ni rescate, la joven de ojosvivos, y llevemos a Crisa una sagrada heca-tombe. Cuando así le hayamos aplacado, rena-cerá nuestra esperanza.101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóseal punto el poderoso héroe Agamenón Atrida,afligido, con las negras entrañas llenas de cóle-ra y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y,encarando a Calcante la torva vista, exclamó:106-¡Adivino de males! jamás me has anuncia-do nada grato. Siempre te complaces en profe-tizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste

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nada bueno. Y ahora, vaticinando ante losdánaos, afirmas que el que hiere de lejos lesenvía calamidades, porque no quise admitir elespléndido rescate de la joven Criseide, a quienanhelaba tener en mi casa. La prefiero, cierta-mente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, por-que no le es inferior ni en el talle, ni en el natu-ral, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aunasí y todo, consiento en devolverla, si esto es lomejor; quiero que el pueblo se salve, no queperezca. Pero preparadme pronto otra recom-pensa, para que no sea yo el único argivo quesin ella se quede; lo cual no parecería decoroso.Ved todos que se va a otra parte la que me hab-ía correspondido.121 Replicóle en seguida el celerípede divinoAquiles:122 -¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso detodos! ¿Cómo pueden darte otra recompensalos magnánimos aqueos? No sabemos que exis-tan en parte alguna cosas de la comunidad,pues las del saqueo de las ciudades están repar-

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tidas, y no es conveniente obligar a los hombresa que nuevamente las junten. Entrega ahora esajoven al dios, y los aqueos te pagaremos el tri-ple o el cuádruple, si Zeus nos permite algúndía tomar la bien murada ciudad de Troya.130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, noocultes así tu pensamiento, pues no podrásburlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, paraconservar tu recompensa, que me quede sin lamía, y por esto me aconsejas que la devuelva?Pues, si los magnánimos aqueos me dan otraconforme a mi deseo para que sea equivalente...Y si no me la dieren, yo mismo me apoderaréde la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la deUlises, y montará en cólera aquél a quien mellegue. Mas sobre esto deliberaremos otro día.Ahora, ea, echemos una negra nave al mar di-vino, reunamos los convenientes remeros, em-barquemos víctimas para una hecatombe y a lamisma Criseide, la de hermosas mejillas, y seacapitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idome-

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neo, el divino Ulises o tú, Pelida, el más porten-toso de todos los hombres, para que nos apla-ques con sacrificios al que hiere de lejos.148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles,el de los pies ligeros:149 -¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puedeestar dispuesto a obedecer tus órdenes ni unaqueo siquiera, para emprender la marcha opara combatir valerosamente con otros hom-bres? No he venido a pelear obligado por losbelicosos troyanos, pues en nada se me hicieronculpables -no se llevaron nunca mis vacas nimis caballos, ni destruyeron jamás la cosechaen la fértil Ftía, criadora de hombres, porquemuchas umbrías montañas y el ruidoso marnos separan-, sino que te seguimos a ti, grandí-simo insolente, para darte el gusto de vengarosde los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro.No fijás en esto la atención, ni por ello te tomasningún cuidado, y aun me amenazas con qui-tarme la recompensa que por mis grandes fati-gas me dieron los aqueos. Jamás el botín que

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obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran asaco una populosa ciudad de los troyanos:aunque la parte más pesada de la impetuosaguerra la sostienen mis manos, tu recompensa,al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yovuelvo a mis naves, teniéndola pequeña, aun-que grata, después de haberme cansado en elcombate. Ahora me iré a Ftía, pues lo mejor esregresar a la patria en las cóncavas naves: nopienso permanecer aquí sin honra para procu-rarte ganancia y riqueza.172 Contestó en seguida el rey de hombres,Agamenón:173 -Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; note ruego que por mí te quedes; otros hay a milado que me honrarán, y especialmente elpróvido Zeus. Me eres más odioso que ningúnotro de los reyes, alumnos de Zeus, porquesiempre te han gustado las riñas, luchas y pele-as. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vetea la patria, llevándote las naves y los compañe-ros, y reina sobre los mirmidones, no me im-

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porta que estés irritado, ni por ello me preocu-po, pero te haré una amenaza: Puesto que FeboApolo me quita a Criseide, la mandaré en minave con mis amigos; y encaminándome yomismo a tu tienda, me llevaré a Briseide, la dehermosas mejillas, tu recompensa, para quesepas bien cuánto más poderoso soy y otro te-ma decir que es mi igual y compararse conmi-go.188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro delvelludo pecho su corazón discurrió dos cosas:o, desnudando la aguda espada que llevabajunto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, ocalmar su cólera y reprimir su furor. Mientrastales pensamientos revolvía en su mente y ensu corazón y sacaba de la vaina la gran espada,vino Atenea del cielo: envióla Hera, la diosa delos níveos brazos, que amaba cordialmente aentrambos y por ellos se interesaba. Púsosedetrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera,apareciéndose a él tan sólo; de los demás, nin-guno la veía. Aquiles, sorprendido, volvióse y

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al instante conoció a Palas Atenea, cuyos ojoscentelleaban de un modo terrible. Y hablandocon ella, pronunció estas aladas palabras:202-¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, quelleva la égida, has venido? ¿Acaso para presen-ciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida?Pues te diré lo que me figuro que va a ocurrir:Por su insolencia perderá pronto la vida.206 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos delechuza:207-Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, siobedecieres; y me envía Hera, la diosa de losníveos brazos, que os ama cordialmente a en-trambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa dedisputar, no desenvaines la espada a injúrialode palabra como te parezca. Lo que voy a decirse cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán undía triples y espléndidos presentes. Domínate yobedécenos.213 Y, contestándole, Aquiles, el de los piesligeros, le dijo:

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216 -Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis,aunque el corazón esté muy irritado. Procederasí es lo mejor. Quien a los dioses obedece espor ellos muy atendido.219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argén-teo puño, envainó la enorme espada y no des-obedeció la orden de Atenea. La diosa regresóal Olimpo, al palacio en que mora Zeus, quelleva la égida, entre las demás deidades.223 El Pelida, no amainando en su cólera, de-nostó nuevamente al Atrida con injuriosas vo-ces:225 -¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y co-razón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar lasarmas con la gente del pueblo para combatir, nia ponerte en emboscada con los más valientesaqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es,sin duda, mucho mejor arrebatar los dones, enel vasto campamento de los aqueos, a quien tecontradiga. Rey devorador de tu pueblo, por-que mandas a hombres abyectos...; en otro caso,Atrida, éste fuera tu último ultraje. Otra cosa

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voy a decirte y sobre ella prestaré un gran ju-ramento: Sí, por este cetro que ya no produciráhojas ni ramos, pues dejó el tronco en la mon-taña; ni reverdecerá, porque el bronce lo des-pojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo em-puñan los aqueos que administran justicia yguardan las leyes de Zeus (grande será para tieste juramento): algún día los aqueos todosecharán de menos a Aquiles, y tú, aunque teaflijas, no podrás socorrerlos cuando muchossucumban y perezcan a manos de Héctor, ma-tador de hombres. Entonces desgarrarás tu co-razón, pesaroso por no haber honrado al mejorde los aqueos.245 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetrotachonado con clavos de oro, tomó asiento. ElAtrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose.Pero levantóse Néstor, suave en el hablar, elo-cuente orador de los pilios, de cuya boca laspalabras fluían más dulces que la miel -habíavisto perecer dos generaciones de hombres devoz articulada que nacieron y se criaron con él

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en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera-, ybenévolo los arengó diciendo:254 -¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tangrande le ha llegado a la tierra aquea! Alegra-nanse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse losdemás troyanos en su corazón, si oyeran laspalabras con que disputáis vosotros, los prime-ros de los dánaos así en el consejo como en elcombate. Pero dejaos convencer, ya que ambossois más jóvenes que yo. En otro tiempo tratécon hombres aún más esforzados que vosotros,y jamás me desdeñaron. No he visto todavía niveré hombres como Pirítoo, Driante, pastor depueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a undios, y Teseo Egeida, que parecía un inmortal.Criáronse éstos los más fuertes de los hombres;muy fuertes eran y con otros muy fuertes com-batieron: con los montaraces centauros, a quie-nes exterminaron de un modo estupendo. Y yoestuve en su compañía -habiendo acudido des-de Pilos, desde lejos, desde esa apartada tierra,porque ellos mismos me llamaron- y combatí

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según mis fuerzas. Con tales hombres no pele-aría ninguno de los mortales que hoy pueblanla tierra; no obstante lo cual, seguían mis con-sejos y escuchaban mis palabras. Prestadmetambién vosotros obediencia, que es lo mejorque podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente,le quites la joven, sino déjasela, puesto que se ladieron en recompensa los magnánimos aqueos;ni tú, Pelida, quieras altercar de igual a igualcon el rey, pues jamás obtuvo honra como lasuya ningún otro soberano que usara cetro y aquien Zeus diera gloria. Si tú eres más esfor-zado, es porque una diosa te dio a luz; pero éstees más poderoso, porque reina sobre mayornúmero de hombres. Atrida, apacigua tu cólera;yo te suplico que depongas la ira contra Aqui-les, que es para todos los aqueos un fuerte ante-mural en el pernicioso combate.285 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:286 -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas dedecir. Pero este hombre quiere sobreponerse atodos los demás; a todos quiere dominar, a to-

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dos gobernar, a todos dar órdenes que alguien,creo, se negará a obedecer. Si los sempiternosdioses le hicieron belicoso, ¿le permiten poresto proferir injurias?292 Interrumpiéndole, exclamó el divino Aqui-les:293 -Cobarde y vil podría llamárseme si cedieraen todo lo que dices; manda a otros, no me desórdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otracosa te diré que fijarás en la memoria: No he decombatir con estas manos por la joven ni conti-go, ni con otro alguno, pues al fin me quitáis loque me disteis; pero, de lo demás que tengojunto a mi negra y veloz embarcación, nadapodrías llevarte tomándolo contra mi voluntad.Y si no, ea, inténtalo, para que éstos se enterentambién; y presto tu negruzca sangre brotará entorno de mi lanza.304 Después de altercar así con encontradasrazones, se levantaron y disolvieron el ágoraque cerca de las naves aqueas se celebraba.Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus bien

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proporcionados bajeles con el Menecíada yotros amigos; y el Atrida echó al mar una veleranave, escogió veinte remeros, cargó las víctimasde la hecatombe para el dios, y, conduciendo aCriseide, la de hermosas mejillas, la embarcótambién; fue capitán el ingenioso Ulises.312 Así que se hubieron embarcado, empeza-ron a navegar por líquidos caminos. El Atridamandó que los hombres se purificaran, y elloshicieron lustraciones, echando al mar las impu-rezas, y sacrificaron junto a la orilla del estérilmar hecatombes perfectas de toros y de cabrasen honor de Apolo. El vapor de la grasa llegabaal cielo, enroscándose alrededor del humo.318 En tales cosas ocupábanse éstos en el ejérci-to. Agamenón no olvidó la amenaza que en lacontienda había hecho a Aquiles, y dijo a Talti-bio y Euríbates, sus heraldos y diligentes servi-dores:322 -Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendode la mano a Briseide, la de hermosas mejillas,traedla acá, y, si no os la diere, ire yo mismo a

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quitársela, con más gente, y todavía le será másduro.326 Hablándoles de tal suerte y con altanerasvoces, los despidió. Contra su voluntad fuéron-se los heraldos por la orilla del estéril mar, lle-garon a las tiendas y naves de los mirmidones,y hallaron al rey cerca de su tienda y de su ne-gra nave. Aquiles, al verlos, no se alegró. Ellosse turbaron, y, habiendo hecho una reverencia,paráronse sin decir ni preguntar nada. Pero elhéroe lo comprendió todo y dijo:334 -¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y delos hombres! Acercaos; pues para mí no soisvosotros los culpables sino Agamenón, que osenvía por la joven Briseide. ¡Ea, Patroclo, dellinaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela paraque se la lleven. Sed ambos testigos ante losbienaventurados dioses, ante los mortaleshombres y ante ese rey cruel, si alguna vez tie-nen los demás necesidad de mí para librarse defunestas calamidades porque él tiene el corazónposeído de furor y no sabe pensar a la vez en lo

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futuro y en lo pasado, a fin de que los aqueos sesalven combatiendo junto a las naves.345 Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo,sacó de la tienda a Briseide, la de hermosasmejillas, y la entregó para que se la llevaran.Partieron los heraldos hacia las naves aqueas, yla mujer iba con ellos de mala gana. Aquilesrompió en llanto, alejóse de los compañeros, y,sentándose a orillas del blanquecino mar conlos ojos clavados en el ponto inmenso y las ma-nos extendidas, dirigió a su madre muchosruegos:352 -¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, elolímpico Zeus altitonante debía honrarme y nolo hace en modo alguno. El poderoso Aga-menón Atrida me ha ultrajado, pues tiene mirecompensa, que él mismo me arrebató.357 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle laveneranda madre desde el fondo del mar, don-de se hallaba junto al padre anciano, a inmedia-tamente emergió de las blanquecinas ondascomo niebla, sentóse delante de aquél, que de-

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rramaba lágrimas, acariciólo con la mano y lehabló de esta manera:362 -¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te hallegado al alma? Habla; no me ocultes lo quepiensas, para que ambos lo sepamos.364 Dando profundos suspiros, contestó Aqui-les, el de los pies ligeros:365 -Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya cono-ces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de Ee-tión; la saqueamos, y el botín que trajimos se lodistribuyeron equitativamente los aqueos, se-parando para el Atrida a Criseide, la de hermo-sas mejillas. Luego Crises, sacerdote de Apolo,el que hiere de lejos, deseando redimir a su hija,se presentó en las veleras naves aqueas con uninmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el quehiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en lamano; y suplicó a todos los aqueos, y particu-larmente a los dos Atridas, caudillos de pue-blos. Todos los aqueos aprobaron a voces quese respetase al sacerdote y se admitiera elespléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a

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quien no plugo el acuerdo, to despidió de malmodo y con altaneras voces. El anciano se fueirritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos,pues le era muy querido, tiró a los argivos fu-nesta saeta: morían los hombres unos en pos deotros, y las flechas del dios volaban por todaspartes en el vasto campamento de los aqueos.Un adivino bien enterado nos explicó el vatici-nio del que hiere de lejos, y yo fui el primero enaconsejar que se aplacara al dios. El Atrida en-cendióse en ira; y, levantándose, me dirigió unaamenaza que ya se ha cumplido. A aquélla losaqueos de ojos vivos la conducen a Crisa envelera nave con presentes para el dios; y a lahija de Briseo, que los aqueos me dieron, unosheraldos se la han llevado ahora mismo de mitienda. Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; veal Olimpo y ruega a Zeus, si alguna vez llevasteconsuelo a su corazón con palabras o con obras.Muchas veces, hallándonos en el palacio de mipadre, oí que te gloriabas de haber evitado, túsola entre los inmortales, una afrentosa desgra-

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cia al Cronida, el de las sombrías pubes, cuan-do quisieron atarlo otros dioses olímpicos,Hera, Posidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa,acudiste y lo libraste de las ataduras, llamandoen seguida al espacioso Olimpo al centímano aquien los dioses nombran Briareo y todos loshombres Egeón, el cual es superior en fuerza asu mismo padre, y se sentó entonces al lado deZeus, ufano de su gloria; temiéronlo los bien-aventurados dioses y desistieron del atamiento.Recuérdaselo, siéntate a su lado y abraza susrodillas: quizás decida favorecer a los troyanosy acorralar a los aqueos, que serán muertosentre las popas, cerca del mar; para que todosdisfruten de su rey y comprenda el poderosoAgamenón Atrida la falta que ha cometido nohonrando al mejor de los aqueos.413 Respondióle en seguida Tetis, derramandolágrimas:414 -¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si enhora aciaga te di a luz? ¡Ojalá estuvieras en lasnaves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de

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ser corta, de no larga duración! Ahora eres jun-tamente de breve vida y el más infortunado detodos. Con hado funesto te parí en el palacio.Yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré aZeus, que se complace en lanzar rayos, por si sedeja convencer. Tú quédate en las naves deligero andar, conserva la cólera contra losaqueos y abstente por entero de combatir. Ayerse marchó Zeus al Océano, al país de los probosetíopes, para asistir a un banquete, y todos losdioses lo siguieron. De aquí a doce días volveráal Olimpo. Entonces acudiré a la morada deZeus, sustentada en bronce; le abrazaré las ro-dillas, y espero que lograré persuadirlo.428 Dichas estas palabras partió, dejando aAquiles con el corazón irritado a causa de lamujer de bella cintura que violentamente y con-tra su voluntad le habían arrebatado.430 En tanto, Ulises llegaba a Crisa con lasvíctimas para la sagrada hecatombe. Cuandoarribaron al profundo puerto, amainaron lasvelas, guardándolas en la negra nave; abatieron

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rápidamente por medio de cuerdas el mástilhasta la crujía, y llevaron la nave, a fuerza deremos, al fondeadero. Echaron anclas y ataronlas amarras, saltaron a la playa, desembarcaronlas víctimas de la hecatombe para Apolo, el quehiere de lejos, y Criseide salió de la nave surca-dora del ponto. El ingenioso Ulises llevó ladoncella al altar y, poniéndola en manos de supadre, dijo:442 -¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres,Agamenón, a traerte la hija y ofrecer en favorde los dánaos una sagrada hecatombe a Febo,para que aplaquemos a este dios que tan deplo-rables males ha causado a los argivos.446 Habiendo hablado así, puso en sus manosla hija amada, que aquél recibió con alegría.Acto continuo, ordenaron la sagrada hecatom-be en torno del bien construido altar, laváronselas manos y tomaron la mola. Y Crises oró enalta voz y con las manos levantadas:451 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, prote-ges a Crisa y a la divina Cila a imperas en

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Ténedos poderosamente! Me escuchaste cuan-do te supliqué, y, para honrarme, oprimisteduramente al ejército aqueo; pues ahoracúmpleme este voto: ¡Aleja ya de los dánaos laabominable peste!457 Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó.Hecha la rogativa y esparcida la mola, cogieronlas víctimas por la cabeza, que tiraron haciaatrás, y las degollaron y desollaron; en seguidacortaron los muslos, y, después de pringarloscon gordura por uno y otro lado y de cubrirloscon trozos de carne, el anciano los puso sobre laleña encendida y los roció de vino tinto. Cercade él, unos jóvenes tenían en las manos asa-dores de cinco puntas. Quemados los muslos,probaron las entrañas, y, dividiendo lo restanteen pedazos muy pequeños, lo atravesaron conpinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retira-ron del fuego. Terminada la faena y dispuestoel banquete, comieron, y nadie careció de surespectiva porción. Cuando hubieron satisfechoel deseo de beber y de comer, los mancebos

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coronaron de vino las crateras y lo distribuye-ron a todos los presentes después de haberofrecido en copas las primicias. Y durante todoel día los aqueos aplacaron al dios con el canto,entonando un hermoso peán a Apolo, el quehiere de lejos, que los oía con el corazón com-placido.475 Cuando el sol se puso y sobrevino la noche,durmieron cerca de las amarras de la nave.Mas, así que apareció la hija de la mañana, laAurora de rosados dedos, hiciéronse a la marpara volver al espacioso campamento aqueo, yApolo, el que hiere de lejos, les envió prósperoviento. Izaron el mástil, descogieron las velas,que hinchó el viento, y las purpúreas olas reso-naban en torno de la quilla mientras la navecorría siguiendo su rumbo. Una vez llegados alvasto campamento de los aqueos, sacaron lanegra nave a sierra firme y la pusieron en altosobre la arena, sosteniéndola con grandes ma-deros. Y luego se dispersaron por las tiendas ylos bajeles.

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488 El hijo de Peleo y descendiente de Zeus,Aquiles, el de los pies ligeros, seguía irritado enlas veleras naves, y ni frecuentaba el ágoradonde los varones cobran fama, ni cooperaba ala guerra; sino que consumía su corazón, per-maneciendo en las naves, y echaba de menos lagritería y el combate.493 Cuando, después de aquel día, apareció laduodécima aurora, los sempiternos dioses vol-vieron al Olimpo con Zeus a la cabeza. Tetis noolvidó entonces el encargo de su hijo: saliendode entre las olas del mar, subió muy de mañanaal gran cielo y al Olimpo, y halló al largoviden-te Cronida sentado aparte de los demás diosesen la más alta de las muchas cumbres del mon-te. Acomodóse ante él, abrazó sus rodillas conla mano izquierda, tocóle la barba con la dere-cha y dirigió esta súplica al soberano Zeus Cro-nión:503 -¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entrelos inmortales con palabras a obras, cúmplemeeste voto: Honra a mi hijo, el héroe de más bre-

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ve vida, pues el rey de hombres, Agamenón, loha ultrajado, arrebatándole la recompensa quetodavía retiene. Véngalo tú, próvido ZeusOlímpico, concediendo la victoria a los troya-nos hasta que los aqueos den satisfacción a mihijo y lo colmen de honores.511 Así dijo. Zeus, que amontona las nubes,nada contestó guardando silencio un buen rato.Pero Tetis, que seguía como cuando abrazó susrodillas, le suplicó de nuevo:514 -Prométemelo claramente, asintiendo, oniégamelo -pues en ti no cabe el temor- paraque sepa cuán despreciada soy entre todas lasdeidades.517 Zeus, que amontona las nubes, díjole afli-gidísimo:518-¡Funestas acciones! Pues harás que memalquiste con Hera, cuando me zahiera coninjuriosas palabras. Sin motivo me riñe siempreante los inmortales dioses, porque dice que enlas batallas favorezco a los troyanos. Pero ahoravete, no sea que Hera advierta algo; yo me cui-

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daré de que esto se cumpla. Y si lo deseas, teharé con la cabeza la señal de asentimiento paraque tengas confianza. Éste es el signo más se-guro, irrevocable y veraz para los inmortales; yno deja de efectuarse aquello a que asiento conla cabeza.528 Dijo el Cronida, y bajó las negras cejas enseñal de asentimiento; los divinos cabellos seagitaron en la cabeza del soberano inmortal, y asu intlujo estremecióse el dilatado Olimpo.531 Después de deliberar así, se separaron: ellasaltó al profundo mar desde el resplandecienteOlimpo, y Zeus volvió a su palacio. Todos losdioses se levantaron al ver a su padre, y ningu-no aguardó que llegara, sino que todos salierona su encuentro. Sentóse Zeus en el trono; yHera, que, por haberlo visto, no ignoraba queTetis, la de argénteos pies, hija del anciano delmar, con él había departido, dirigió al momentoinjuriosas palabras a Zeus Cronida:540 -¿Cuál de las deidades, oh doloso, ha con-versado contigo? Siempre te es grato, cuando

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estás lejos de mí, pensar y resolver algo secre-tamente, y jamás te has dignado decirme unasola palabra de to que acuerdas.544 Respondióle el padre de los hombres y delos dioses:545 -¡Hera! No esperes conocer todas mis deci-siones, pues te resultará difícil aun siendo miesposa. Lo que pueda decirse, ningún dios nihombre lo sabrá antes que tú; pero lo que quie-ra resolver sin contar con los dioses, no lo pre-guntes ni procures averiguarlo.551 Replicó en seguida Hera veneranda, la deojos de novilla:552 -¡Terribilísimo Cronida, qué palabras profe-riste! No será mucho lo que te haya preguntadoo querido averiguar, puesto que muy tranquilomeditas cuanto te place. Mas ahora mucho re-cela mi corazón que te haya seducido Tetis, lade argénteos pies, hija del anciano del mar. A1amanecer el día sentóse cerca de ti y abrazó tusrodillas; y pienso que le habrás prometido,

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asintiendo, honrar a Aquiles y causar gran ma-tanza junto a las naves aqueas.560 Y contestándole, Zeus, que amontona lasnubes, le dijo:561 -¡Ah, desdichada! Siempre sospechas y de tino me oculto. Nada, empero, podrás conseguirsino alejarte de mi corazón; lo cual todavía teserá más duro. Si es cierto lo que sospechas, asídebe de serme grato. Pero siéntate en silencio yobedece mis palabras. No sea que no te valgancuantos dioses hay en el Olimpo, acercándose ati, cuando te ponga encima mis invictas manos.569 Así dijo. Temió Hera veneranda, la de ojosde novilla, y, refrenando el coraje, sentóse ensilencio. Indignáronse en el palacio de Zeus losdioses celestiales. Y Hefesto, el ilustre artífice,comenzó a arengarlos para consolar a su madreHera, la de los níveos brazos:573 -Funesto a insoportable será lo que ocurra,si vosotros disputáis así por los mortales ypromovéis alborotos entre los dioses; ni siquie-ra en el banquete se hallará placer alguno, por-

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que prevalece lo peor. Yo aconsejo a mi madre,aunque ya ella tiene juicio, que obsequie al pa-dre querido, a Zeus, para que no vuelva a reñir-la y a turbarnos el festín. Pues, si el Olímpicofulminador quiere echarnos del asiento... nosaventaja mucho en poder. Pero halágalo conpalabras cariñosas y en seguida el Olímpico nosserá propicio.584 De este modo habló y, tomando una copade doble asa, ofrecióla a su madre, diciendo:586 -Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aun-que estés afligida; que a ti, tan querida, no lovean mis ojos apaleada sin que pueda socorrer-te, porque es difícil contrarrestar al Olímpico.Ya otra vez que quise defenderte me asió por elpie y me arrojó de los divinos umbrales. Todoel día fui rodando y a la puesta del sol caí enLemnos. Un poco de vida me quedaba y lossinties me recogieron tan pronto como hubecaído.595 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de losníveos brazos; y, sonriente aún, tomó la copa

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que su hijo le presentaba. Hefesto se puso aescanciar dulce néctar para las otras deidades,sacándolo de la cratera; y una risa inextinguiblese alzó entre los bienaventurados dioses viendocon qué afán los servía en el palacio.601 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebra-ron el festín; y nadie careció de su respectivaporción, ni faltó la hermosa cítara que tañíaApolo, ni las Musas que con linda voz cantabanalternando.605 Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó alocaso, los dioses fueron a recogerse a sus res-pectivos palacios, que había construido Hefes-to, el ilustre cojo de ambos pies, con sabia inte-ligencia. Zeus olímpico, fulminador, se enca-minó al lecho donde acostumbraba dormircuando el dulce sueño le vencía. Subió yacostóse; y a su lado descansó Hera, la de áureotrono.

CANTO II*Sueño- Beocia o catálogo de las naves

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* Para cumplir to prometido a Tetis, Zeus envíaun engadoso sueño a Agamenón, y le aconsejaque levante el campamento y regrese a casa;Agamenón convoca el consejo de los jefes yluego la asamblea general de todos los guerre-ros, que aceptan la propuesta, por lo que Aga-menón (bajo la incitación de Atenea) debe in-tervenir para insuflar coraje y buenas esperan-zas a los aqueos. Después de varios incidentesy de enumerar cuantos pueblos formaban losejércitos griego y troyano, sucédense tres gran-des batallas.

1 Las demás deidades y los hombres que encarros combaten, durmieron toda la noche; pe-ro Zeus no probó las dulzuras del sueño, por-que su mente buscaba el medio de honrar aAquiles y causar gran matanza junto a las na-ves aqueas. Al fin creyó que lo mejor sería en-viar un pernicioso sueño al Atrida Agamenón;y, hablándole, pronunció estas aladas palabras:

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8 -Anda, ve, pernicioso Sueño, encamínate a lasveleras naves aqueas, introdúcete en la tiendade Agamenón Atrida, y dile cuidadosamente loque voy a encargarte. Ordénale que arme a losmelenudos aqueos y saque toda la hueste: aho-ra podría tomar a Troya, la ciudad de anchascalles, pues los inmortales que poseen olímpi-cos palacios ya no están discordes, por haberlospersuadido Hera con sus ruegos, y una serie deinfortunios amenaza a los troyanos.16 Así dijo. Partió el Sueño al oír el mandato,llegó en un instante a las veleras naves aqueas,y, hallando dormido en su tienda al AtridaAgamenón -alrededor del héroe habíase difun-dido el sueño inmortal-, púsose sobre su cabe-za, y tomó la figura de Néstor, hijo de Neleo,que era el anciano a quien aquél más honraba.Así transfigurado, dijo el divino Sueño:23 -¿Duermes, hijo del belicoso Atreo, domadorde caballos? No debe dormir toda la noche elpríncipe a quien se han confiado los guerrerosy a cuyo cargo se hallan tantas cosas. Ahora

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atiéndeme en seguida, pues vengo como men-sajero de Zeus; el cual, aun estando lejos, seinteresa mucho por ti y te compadece. Armar teordena a los melenudos aqueos y sacar toda lahueste: ahora podrías tomar Troya, la ciudadde anchas calles, pues los inmortales que pose-en olímpicos palacios ya no están discordes,por haberlos persuadido Hera con sus ruegos, yuna serie de infortunios amenaza a los troyanospor la voluntad de Zeus. Graba mis palabras entu memoria, para que no las olvides cuando eldulce sueño to desampare.35 Así habiendo hablado, se fue y dejó a Aga-menón revolviendo en su ánimo lo que nó deb-ía cumplirse. Figurábase que iba a tomar la ciu-dad de Troya aquel mismo día. ¡Insensato! Nosabía lo que tramaba Zeus, quien había de cau-sar nuevos males y llanto a los troyanos y a losdánaos por medio de terribles peleas. Cuandodespertó, la voz divina resonaba aún en tornosuyo. Incorporóse, y, habiéndose sentado, vis-tió la túnica fina, hermosa, nueva; se echó el

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gran manto, calzó sus nítidos pies con bellassandalias y colgó del hombro la espada guarne-cida con clavazón de plata. Tomó el imperece-dero cetro de su padre y se encaminó hacia lasnaves de los aqueos, de broncíneas corazas.48 Subía la diosa Aurora al vasto Olimpo paraanunciar el día a Zeus y a los demás inmortales,cuando Agamenón ordenó que los heraldos devoz sonora convocaran al ágora a los melenu-dos aqueos. Convocáronlos aquéllos, y éstos sereunieron en seguida.53 Pero celebróse antes un consejo de magná-nimos próceres junto a la nave del rey Néstor,natural de Pilos. Agamenón los llamó parahacerles una discreta consulta:56-¡Oíd, amigos! Dormía durante la noche in-mortal, cuando se me acercó un Sueño divinomuy semejante al ilustre Néstor en la forma,estatura y natural. Púsose sobre mi cabeza yprofirió estas palabras: «¿Duermes, hijo delbelicoso Atreo, domador de caballos? No debedormir toda la noche el príncipe a quien se han

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confiado los guerreros y a cuyo cargo se hallantantas cosas. Ahora atiéndeme en seguida, puesvengo como mensajero de Zeus; el cual, aunestando lejos, se interesa mucho por ti y tecompadece. Armar te ordena a los melenudosaqueos y sacar toda la hueste: ahora podrías to-mar Troya, la ciudad de anchas calles, pues losinmortales que poseen olímpicos palacios ya noestán discordes, por haberlos persuadido Heracon sus ruegos, y una serie de infortunios ame-naza a los troyanos por la voluntad de Zeus.Graba mis palabras en tu memoria.» Habiendohablado así, fuese volando, y el dulce sueño medesamparó. Mas, ea, veamos cómo podremosconseguir que los aqueos tomen las armas. Paraprobarlos como es debido, les aconsejaré quehuyan en las naves de muchos bancos; y voso-tros, hablándoles unos por un lado y otros porel opuesto, procurad detenerlos.76 Habiéndose expresado en estos términos, sesentó. Seguidamente levantóse Néstor, que era

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rey de la arenosa Pilos, y benévolo les arengódiciendo:79 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos! Si algún otro aqueo nos refiriese elsueño, te creeríamos falso y desconfiaríamosaún más; pero lo ha tenido quien se gloría deser el más poderoso de los aqueos. Ea, veamoscómo podremos conseguir que los aqueos to-men las armas.84 Habiendo hablado así, fue el primero en salirdel consejo. Los reyes portadores de cetro selevantaron, obedeciendo al pastor de hombres,y la gente del pueblo acudió presurosa. Comode la hendedura de un peñasco salen sin cesarenjambres copiosos de abejas que vuelan arra-cimadas sobre las flores primaverales y unasrevolotean a este lado y otras a aquél; así lasnumerosas familias de guerreros marchaban engrupos, por la baja ribera, desde las naves ytiendas al ágora. En medio, la Fama, mensajerade Zeus, enardecida, los instigaba a que acudie-ran, y ellos se iban reuniendo. Agitóse el ágora,

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gimió la tierra y se produjo tumulto, mientraslos hombres tomaron sitio. Nueve heraldosdaban voces para que callaran y oyeran a losreyes, alumnos de Zeus. Sentáronse al fin, aun-que con dificultad, y enmudecieron tan prontocomo ocuparon los asientos. Entonces se le-vantó el rey Agamenón, empuñando el cetroque Hefesto hizo para el soberano Zeus Cro-nión -éste lo dio al mensajero Argicida; Hermeslo regaló al excelente jinete Pélope, quien, a suvez, lo entregó a Atreo, pastor de hombres;Atreo al morir lo legó a Tiestes, rico en ganado,y Tiestes lo dejó a Agamenón para que reinaraen muchas islas y en todo el país de Argos-, y,descansando el rey sobre el arrimo del cetro,habló así a los argivos:110 -¡Oh amigos, héroes dánaos, ministros deAres! En grave infortunio envolvióme ZeusCronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que nome iría sin destruir la bien murada Ilio, y todoha sido funesto engaño; pues ahora me ordenaregresar a Argos, sin gloria, después de haber

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perdido tantos hombres. Así debe de ser gratoal prepotente Zeus, que ha destruido las forta-lezas de muchas ciudades y aún destruirá otrasporque su poder es inmenso. Vergonzoso serápara nosotros que lleguen a saberlo los hom-bres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tangrande hacer una guerra vana a ineficaz!¡Combatir contra un número menor de hom-bres y no saberse aún cuándo la contiendatendrá fin! Pues, si aqueos y troyanos, jurandola paz, quisiéramos contarnos, y reunidos cuan-tos troyanos hay en sus hogares y agrupadosnosotros los aqueos en décadas, cada una deéstas eligiera un troyano para que escanciara elvino, muchas décadas se quedarían sin escan-ciador. ¡En tanto digo que superan los aqueos alos troyanos que en la ciudad moran! Pero hanvenido en su ayuda hombres de muchas ciuda-des, que saben blandir la lanza, me apartan demi intento y no me permiten, como quisiera,tomar la populosa ciudad de Ilio. Nueve añosdel gran Zeus transcurrieron ya; los maderos

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de las naves se han podrido y las cuerdas estándeshechas; nuestras esposas a hijitos nosaguardan en los palacios; y aún no hemos dadocima a la empresa para la cual vinimos. Ea,procedamos todos como voy a decir: Huyamosen las naves a nuestra patria tierra, pues ya notomaremos Troya, la de anchas calles.142 Así dijo; y a todos los que no habían asisti-do al consejo se les conmovió el corazón en elpecho. Agitóse el ágora como las grandes olasque en el mar Icario levantan el Euro y el Notocayendo impetuosos de las nubes amontonadaspor el padre Zeus. Como el Céfiro mueve conviolento soplo un crecido trigal y se cierne so-bre las espigas, de igual manera se movió todael ágora. Con gran gritería y levantando nubesde polvo, corren hacia los bajeles; exhórtanse atirar de ellos para echarlos al mar divino; lim-pian los canales; quitan los soportes, y el vocer-ío de los que se disponen a volver a la patriallega hasta el cielo.

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155 Y efectuárase entonces, antes de lo dispues-to por el destino, el regreso de los argivos, siHera no hubiese dicho a Atenea:157 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égi-da! ¡Indómita! ¿Huirán los argivos a sus casas,a su patria tierra por el ancho dorso del mar, ydejarán como trofeo a Príamo y a los troyanosla argiva Helena, por la cual tantos aqueos pe-recieron en Troya, lejos de su patria? Ve en se-guida al ejército de los aqueos de broncíneascorazas, detén con suaves palabras a cada gue-rrero y no permitas que echen al mar los corvosbajeles.166 Así habló. Atenea, la diosa de ojos de le-chuza, no fue desobediente. Bajando en raudovuelo de las cumbres del Olimpo llegó presto alas veloces naves aqueas y halló a Ulises, iguala Zeus en prudencia, que permanecía inmóvil ysin tocar la negra nave de muchos bancos, por-que el pesar le llegaba al corazón y al alma. Yponiéndose a su lado, díjole Atenea, la de ojosde lechuza:

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173 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fe-cundo en ardides! ¿Así, pues, huiréis a vuestrascasas, a la patria tierra, embarcados en las na-ves de muchos bancos, y dejaréis como trofeo aPríamo y a los troyanos la argiva Helena, por lacual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos desu patria? Ve en seguida al ejército de los aque-os y no cejes: detén con suaves palabras a cadaguerrero y no permitas que echen al mar loscorvos bajeles.182 Así dijo. Ulises conoció la voz de la diosaen cuanto le habló; tiró el manto, que recogió elheraldo Euríbates de Ítaca, que lo acompañaba;corrió hacia el Atrida Agamenón, para que lediera el imperecedero cetro paterno; y, con ésteen la mano, enderezó a las naves de los aqueos,de broncíneas corazas.188 Cuando encontraba a un rey o a un capitáneximio, parábase y lo detenía con suaves pala-bras.190 -¡Ilustre! No es digno de ti temblar como uncobarde. Deténte y haz que los demás se deten-

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gan también. Aún no conoces claramente laintención del Atrida: ahora nos prueba, y pron-to castigará a los aqueos. En el consejo no todoscomprendimos lo que dijo. No sea que, irritán-dose, maltrate a los aqueos; la cólera de los re-yes, alumnos de Zeus, es terrible, porque sudignidad procede del próvido Zeus y éste losama.198 Cuando encontraba a un hombre del pue-blo gritando, dábale con el cetro y lo increpabade esta manera:200 -¡Desdichado! Estáte quieto y escucha a losque te aventajan en bravura; tú, débil a ineptopara la guerra, no eres estimado ni en el comba-te ni en el consejo. Aquí no todos los aqueospodemos ser reyes; no es un bien la soberaníade muchos; uno solo sea príncipe, uno solo rey:aquél a quien el hijo del artero Crono ha dadocetro y leyes para que reine sobre nosotros.207 -Así Ulises, actuando como supremo jefe,imponía su voluntad al ejército; y ellos se apre-suraban a volver de las tiendas y naves al ágo-

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ra, con gran vocerío, como cuando el oleaje delestruendoso mar brama en la playa anchurosay el ponto resuena.211 Todos se sentaron y permanecieron quietosen su sitio, a excepción de Tersites, que, sinponer freno a la lengua, alborotaba. Ése sabíamuchas palabras groseras para disputar teme-rariamente, no de un modo decoroso, con losreyes, y lo que a él le pareciera hacerlo ridículopara los argivos. Fue el hombre más feo quellegó a Troya, pues era bizco y cojo de un pie;sus hombros corcovados se contraían sobre elpecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubiertapor rala cabellera. Aborrecíanlo de un modoespecial Aquiles y Ulises, a quienes zahería; yentonces, dando estridentes voces, decía opro-bios al divino Agamenón. Y por más que losaqueos se indignaban a irritaban mucho contraél, seguía increpándolo a voz en grito:225 -¡Atrida! ¿De qué te quejas o de qué care-ces? Tus tiendas están repletas de bronce y enellas tienes muchas y escogidas mujeres que los

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aqueos te ofrecemos antes que a nadie cuandotomamos alguna ciudad. ¿Necesitas, acaso, eloro que alguno de los troyanos, domadores decaballos, te traiga de Ilio para redimir al hijoque yo a otro aqueo haya hecho prisionero? ¿O,por ventura, una joven con quien te junte elamor y que tú solo poseas? No es justo que,siendo el caudillo, ocasiones tantos males a losaqueos. ¡Oh cobardes, hombres sin dignidad,aqueas más bien que aqueos! Volvamos en lasnaves a la patria y dejémoslo aquí, en Troya,para que devore el botín y sepa si le sirve o nonuestra ayuda; ya que ha ofendido a Aquiles,varón muy superior, arrebatándole la recom-pensa que todavía retiene. Poca cólera sienteAquiles en su pecho y es grande su indolencia;si no fuera así, Atrida, éste sería tu último ultra-je.243 Tales palabras dijo Tersites, zahiriendo aAgamenón, pastor de hombres. En seguida eldivino Ulises se detuvo a su lado; y mirándolocon torva faz, lo increpó duramente:

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246 -¡Tersites parlero! Aunque seas orador fa-cundo, calla y no quieras tú solo disputar conlos reyes. No creo que haya un hombre peorque tú entre cuantos han venido a Ilio con losAtridas. Por tanto, no tomes en boca a los reyes,ni los injuries, ni pienses en el regreso. No sa-bemos aún con certeza cómo esto acabará y si lavuelta de los aqueos será feliz o desgraciada.Mas tú denuestas al Atrida Agamenón, porquelos héroes dánaos le dan muchas cosas; por estolo zahieres. Lo que voy a decir se cumplirá: Sivuelvo a encontrarte delirando como ahora, noconserve Ulises la cabeza sobre los hombros, nisea llamado padre de Telémaco, si no te echomano, te despojo del vestido (el manto y la tú-nica que cubren tus partes verendas) y te envíolloroso del ágora a las veleras naves después decastigarte con afrentosos azotes.265 Así, pues, dijo, y con el cetro diole un golpeen la espalda y los hombros. Tersites se en-corvó, mientras una gruesa lágrima caía de susojos y un cruento cardenal aparecía en su es-

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palda debajo del áureo cetro. Sentóse, turbadoy dolorido; miró a todos con aire de simple, yse enjugó las lágrimas. Ellos, aunque afligidos,rieron con gusto y no faltó quien dijera a suvecino:272 -¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Uli-ses, ya dando consejos saludables, ya prepa-rando la guerra; pero esto es lo mejor que haejecutado entre los argivos: hacer callar al inso-lente charlatán, cuyo ánimo osado no lo im-pulsará en lo sucesivo a zaherir con injuriosaspalabras a los reyes.278 -Así hablaba la multitud. Levantóse Ulises,asolador de ciudades, con el cetro en la mano(Atenea, la de ojos de lechuza, que, transfigu-rada en heraldo, junto a él estaba, impuso silen-cio para que todos los aqueos, desde los prime-ros hasta los últimos, oyeran su discurso y me-ditaran sus consejos), y benévolo los arengódiciendo:284 -¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cu-brirte de baldón ante todos los mortales de voz

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articulada y no cumplen lo que te prometieronal venir de Argos, criador de caballos: que no teirías sin destruir la bien murada Ilio. Cual sifuesen niños o viudas, se lamentan unos conotros y desean regresar a su casa. Y es, en ver-dad, penoso que hayamos de volver afligidos.Cierto que cualquiera se impacienta al mes deestar separado de su mujer, cuando ve detenidasu nave de muchos bancos por las borrascasinvernales y el mar alborotado; y nosotros haceya nueve años, con el presence, que aquí per-manecemos. No me enojo, pues, porque losaqueos se impacienten junto a las cóncavas na-ves; pero sería bochornoso haber estado aquítanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestropropósito. Tened paciencia, amigos, y aguar-dad un poco más, para que sepamos si fueverídica la predicción de Calcante. Bien graba-da la tenemos en la memoria, y todos vosotros,los que no habéis sido arrebatados día tras díapor las parcas de la muerte, sois testigos de loque ocurrió en Áulide cuando se reunieron las

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naves aqueas que cantos males habían de traera Príamo y a los troyanos. En sacros altares in-molábamos hecatombes perfectas a los inmor-tales, junto a una fuente y a la sombra de unhermoso plátano a cuyo pie manaba agua cris-talina. Allí se nos ofreció un gran portento. Unhorrible dragón de roja espalda, que el mismoOlímpico sacara a la luz, saltó de debajo delaltar al plátano. En la rama cimera de éstehallábanse los hijuelos recién nacidos de unave, que medrosos se acurrucaban debajo de lashojas; eran ocho, y, con la madre que los parió,nueve. El dragón devoró a los pajarillos, quepiaban lastimeramente; la madre revoleaba entorno de sus hijos quejándose, y aquél volviósey la cogió por el ala, mientras ella chillaba.Después que el dragón se hubo comido al ave ya los polluelos, el dios que lo había mostradoobró en él un prodigio: el hijo del artero Cronotransformólo en piedra, y nosotros, inmóviles,admirábamos lo que ocurría. De este modo, lasgrandes y portentosas acciones de los dioses

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interrumpieron las hecatombes. Y en seguidaCalcante, vaticinando, exclamó: «¿Por qué en-mudecéis, melenudos aqueos? El próvido Zeuses quien nos muestra ese prodigio grande, tard-ío, de lejano cumplimiento, pero cuya gloriajamás perecerá. Como el dragón devoró a lospolluelos del ave y al ave misma, los cualeseran ocho, y, con la madre que los dio a luz,nueve, así nosotros combatiremos allí igualnúmero de años, y al décimo tomaremos laciudad de anchas calles.» Tal fue lo que dijo ytodo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de hermo-sas grebas, quedaos todos hasta que tomemosla gran ciudad de Príamo!333 Así habló. Los argivos, con agudos gritosque hacían retumbar horriblemente las naves,aplaudieron el discurso del divino Ulises. YNéstor, caballero gerenio, los arengó diciendo:337 -¡Oh dioses! Habláis como niños chiquitosque no están ejercitados en los bélicos trabajos.¿Qué es de nuestros convenios y juramentos?¿Se fueron, pues, en humo los consejos, los afa-

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nes de los guerreros, los pactos consagradoscon libaciones de vino puro y los apretones demanos en que confiábamos? Nos entretenemosen contender con palabras y sin motivo, y entan largo espacio no hemos podido encontrarun medio eficaz para conseguir nuestro intento.¡Atrida! Tú, como siempre, manda con firmedecisión a los argivos en el duro combate y dejaque se consuman uno o dos que en discordan-cia con los demás aqueos desean, aunque nolograran su propósito, regresar a Argos antesde saber si fue o no falsa la promesa de Zeus,que lleva la égida. Pues yo os aseguro que elprepotente Cronida nos prestó su asentimiento,relampagueando por el diestro lado y hacién-donos favorables señales, el día en que los argi-vos se embarcaron en las naves de ligero andarpara traer a los troyanos la muerte y el destino.Nadie, pues, se dé prisa por volver a su casa,hasta haber dormido con la esposa de un tro-yano y haber vengado la huida y los gemidosde Helena. Y si alguno tanto anhelare el regre-

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so, toque la negra nave de muchos bancos paraque delante de todos sea muerto y cumpla sudestino. ¡Oh rey! No dejes de pensar tú mismoy sigue también los consejos que nosotros lodamos. No es despreciable lo que voy a decirte:Agrupa a los hombres, oh Agamenón, por tri-bus y familias, para que una tribu ayude a otratribu y una familia a otra familia. Si así lo hicie-res y lo obedecieren los aqueos, sabrás prontocuáles jefes y soldados son cobardes y cuálesvalerosos, pues pelearán distintamente; y cono-cerás si no puedes tomar la ciudad por la vo-luntad de los dioses o por la cobardía de tushombres y su impericia en la guerra.369 Y, respondiéndole, el rey Agamenón le dijo:370 -De nuevo, oh anciano, superas en el ágoraa los aqueos todos. Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea,Apolo!, tuviera yo entre los aqueos diez conse-jeros semejantes; entonces la ciudad del reyPríamo sería pronto tomada y destruida pornuestras manos. Pero Zeus Cronida, que llevala égida, me envía penas, enredándome en in-

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útiles disputas y riñas. Aquiles y yo peleamoscon encontradas razones por una joven, y fui elprimero en irritarme; si ambos procediéramosde acuerdo, no se diferiría ni un solo momentola ruina de los troyanos. Ahora, id a comer paraque luego trabemos el combate; cada uno afilela lanza, prepare el escudo, dé el pasto a loscorceles de pies ligeros a inspeccione el carro,apercibiéndose para la lucha; pues durante to-do el día nos pondrá a prueba el horrendoAres. Ni un breve descanso ha de haber siquie-ra, hasta que la noche obligue a los valientesguerreros a separarse. La correa del escudo queal combatiente cubre, sudará en torno del pe-cho; el brazo se fatigará con el manejo de lalanza, y también sudarán los corceles arras-trando los pulimentados carros. Y aquél que sequede voluntariamente en las corvas naves,lejos de la batalla, como yo lo vea, no se libraráde los perros y de las aves de rapiña.394 Así dijo. Los argivos promovían gran cla-moreo, como cuando las olas, movidas por el

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Noto, baten un elevado risco que se adelantasobre el mar y no to dejan mientras soplan losvientos en contrarias direcciones. Luego, le-vantándose, se dispersaron por las naves, en-cendieron lumbre en las tiendas, tomaron lacomida y ofrecieron sacrificios, quiénes a uno,quiénes a otro de los sempiternos dioses, paraque los librasen de la muerte y del fatigoso tra-bajo de Ares. Agamenón, rey de hombres, in-moló un pingüe buey de cinco años al pre-potente Cronión, habiendo llamado a su tiendaa los principales caudillos de los aqueos todos:primeramente a Néstor y al rey Idomeneo, lue-go a entrambos Ayantes y al hijo de Tideo, y ensexto lugar a Ulises, igual a Zeus en prudencia.Espontáneamente se presentó Menelao, valien-te en la pelea, porque sabía lo que su hermanoestaba preparando. Colocaronse todos alrede-dor del buey y tomaron la mola. Y puesto enmedio, el poderoso Agamenón oró diciendo:412 -¡Zeus gloriosísimo, máximo, que amonto-nas las sombrías nubes y vives en el éter! ¡No se

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ponga el sol ni sobrevenga la obscuridad antesque yo destruya el palacio de Príamo, en-tregándolo a las llamas; pegue voraz fuego a laspuertas; rompa con mi lanza la coraza deHéctor en su mismo pecho, y vea a muchos desus compañeros caídos de cara en el polvo ymordiendo la tierra!419 Dijo; pero el Cronión no accedió y, acep-tando los sacrificios, preparóles no envidiablelabor. Hecha la rogativa y esparcida la mola,cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraronhacia atrás, y las degollaron y desollaron; corta-ron los muslos, y después de pringarlos congordura por uno y otro lado y de cubrirlos controzos de carne, los quemaron con leña sinhojas; y atravesando las entrañas con los asado-res, las pusieron al fuego. Quemados los mus-los, probaron las entrañas; y dividiendo to res-tante en pedazos muy pequeños, atravesáronlocon pinchos, to asaron cuidadosamente y lo re-tiraron del fuego. Terminada la faena y dis-puesto el festín, comieron y nadie careció de su

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respectiva porción. Y cuando hubieron satisfe-cho el deseo de beber y de comer, Néstor, elcaballero gerenio, comenzó a decirles:434-¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres,Agamenón! No nos entretengamos en hablar, nidifiramos por más tiempo la empresa que undios pone en nuestras manos. Mas, ea, losheraldos de los aqueos, de broncíneas corazas,pregonen que el ejército se reúna cerca de losbajeles, y nosotros recorramos juntos el espa-cioso campamento para promover cuanto antesun vivo combate.441 Así dijo; y Agamenón, rey de hombres, nodesobedeció. Al momento dispuso que losheraldos de voz sonora llamaran al combate alos melenudos aqueos; hízose el pregón, y ellosse reunieron prontamente. El Atrida y los reyes,alumnos de Zeus, hacían formar a los guerre-ros, y los acompañaba Atenea, la de ojos delechuza, llevando la preciosa inmortal égidaque no envejece y de la cual cuelgan cien áure-os borlones, bien labrados y del valor de cien

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bueyes cada uno. Con ella en la mano, movíasela diosa entre los aqueos, instigábalos a salir alcampo y ponía fortaleza en sus corazones paraque pelearan y combatieran sin descanso. Pron-to les fue más agradable el combate, que volvera la patria tierra en las cóncavas naves.455 Cual se columbra desde lejos el resplandorde un incendio, cuando el voraz fuego se pro-paga por vasta selva en la cumbre de un monte,así el brillo de las broncíneas armaduras de losque se ponían en marcha llegaba al cielo a tra-vés del éter.459 De la suerte que las alígeras aves -gansos,grullas o cisnes cuellilargos- se posan en nume-rosas bandadas y chillando en la pradera Asia,cerca de la corriente del Caístro, vuelan acá yallá ufanas de sus alas, y el campo resuena; deesta manera las numerosas huestes afluían delas naves y tiendas a la llanura escamandria yla tierra retumbaba horriblemente bajo los piesde los guerreros y de los caballos. Y los que enel florido prado del Escamandrio llegaron a

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juntarse fueron innumerables; tantos, cuantasson las hojas y Bores que en la primavera na-cen.469 Como enjambres copiosos de moscas queen la primaveral estación vuelan agrupadas porel establo del pastor, cuando la leche llena lostarros, en tan gran número reuniéronse en lallanura los melenudos aqueos, deseosos de aca-bar con los troyanos.474 Poníanlos los caudillos en orden de batallafácilmente, como los pastores separan las ca-bras de grandes rebaños cuando se mezclan enel pasto; y en medio aparecía el poderoso Aga-menón, semejante en la cabeza y en los ojos aZeus, que se goza en lanzar rayos, en el cin-turón, a Ares, y en el pecho, a Posidón. Comoen el hato el macho vacuno más excelente es eltoro, que sobresale entre las vacas reunidas, deigual manera hizo Zeus que Agamenón fueraaquel día insigne y eximio entre muchos héro-es.

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484 Decidme ahora, Musas que poseéis olímpi-cos palacios y como diosas lo presenciáis y co-nocéis todo, mientras que nosotros oímos tansólo la fama y nada cierto sabemos, cuáles eranlos caudillos y príncipes de los dánaos. A lamuchedumbre no podría enumerarla ni nom-brarla, aunque tuviera diez lenguas, diez bocas,voz infatigable y corazón de bronce: sólo lasMusas olímpicas, hijas de Zeus, que lleva la égi-da, podrían decir cuántos a Ilio fueron. Peromencionaré los caudillos y las naves todas.494 Mandaban a los beocios Penéleo, Leito,Arcesilao, Protoenor y Clonio. Los que cultiva-ban los campos de Hiria, Áulide pétrea, Esque-no, Escolo, Eteono fragosa, Tespía, Grea y lavasta Micaleso, los que moraban en Harma,Ilesio y Eritras; los que residían en Eleón, Hila,Peteón, Ocálea, Medeón, ciudad bien construi-da, Copas, Eutresis y Tisbe, abundante en pa-lomas; los que habítaban en Coronea, Haliartoherbosa, Platea y Glisante; los que poseían labien edificada ciudad de Hipotebas, la sacra

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Onquesto, delicioso bosque de Posidón, y lasciudades de Arne, abundante en uvas, Midea,Nisa divina y Antedón fronteriza: todos estosllegaron en cincuenta naves. En cada una sehabían embarcado ciento veinte beocios.511 De los que habitaban en Aspledón y Orcó-meno Minieo eran caudillos Ascálafo y Yálme-no, hijos de Ares y de Astíoque, que los habíadado a luz en el palacio de Áctor Azida. Astío-que, que era virgen ruborosa, subió al piso su-perior, y el terrible dios se unió con ella clan-destinamente. Treinta cóncavas naves en ordenlos seguían.517 Mandaban a los foceos Esquedio y Epístro-fo, hijos del magnánimo Ífito Naubólida. Los deCipariso, Pitón pedregosa, Crisa divina, Dáuli-de y Panopeo; los que habitaban en Anemoria,Jámpolis y la ribera del divinal río Cefiso; losque poseían la ciudad de Lilea en las fuentesdel mismo río: todos éstos habían llegado encuarenta negras naves. Los caudillos ordenaban

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entonces las filas de los focios, que en las bata-llas combatían a la izquierda de los beocios.527 Acaudillaba a los locrios que vivían en Ci-no, Opunte, Calíaro, Besa, Escarfe, Augíasamena, Tarfe y Tronio, a orillas del Boagrio, elligero Ayante de Oileo, menor, mucho menorque Ayante Telamonio: era bajo de cuerpo, lle-vaba coraza de lino y en el manejo de la lanzasuperaba a todos los helenos y aqueos. Seguían-lo cuarenta negras naves, en las cuales habíanvenido los locrios que viven más a11á de lasagrada Eubea.536 Los abantes de Eubea, que respiraban valory residían en Calcis, Eretria, Histiea, abundanteen uvas, Cerinto marítima, Dío, ciudad excelsa,Caristo y Estira, eran capitaneados por elmagnánimo Elefénor Calcodontíada, vástagode Ares. Con tal caudillo llegaron los ligerosabantes, que dejaban crecer la cabellera en laparte posterior de la cabeza: eran belicosos ydeseaban siempre romper con sus lanzas de

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fresno las corazas en los pechos de los enemi-gos. Seguíanlo cuarenta negras naves.546 Los que habitaban en la bien edificada ciu-dad de Atenas y constituían el pueblo delmagnánimo Erecteo, a quien Atenea, hija deZeus, crió -habíale dado a luz la fértil tierra- ypuso en su rico templo de Atenas, donde losjóvenes atenienses ofrecen todos los años sacri-ficios propiciatorios de toros y corderos a ladiosa, tenían por jefe a Menesteo, hijo de Péteo.Ningún hombre de la tierra sabía como ése po-ner en orden de batalla, así a los que combatíanen carros, como a los peones armados de escu-dos; sólo Néstor competía con él, porque eramás anciano. Cincuenta negras naves to segu-ían.557 Ayante había partido de Salamina con docenaves, que colocó cerca de las falanges atenien-ses.559 Los habitantes de Argos, Tirinto amuralla-da, Hermíone y Ásine en profundo golfo situa-das, Trecén, Eyones y Epidauro, abundante en

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vides, y los jóvenes aqueos de Egina y Masete,eran acaudillados por Diomedes, valiente en lapelea; Esténelo, hijo del famoso Capaneo, yEuríalo, igual a un dios, que tenía por padre alrey Mecisteo Talayónida. Era jefe supremoDiomedes, valiente en la pelea. Ochenta negrasnaves los seguían.569 Los que poseían la bien construida ciudadde Micenas, la opulenta Corinto y la bien edifi-cada Cleonas; los que cultivaban la tierra enOrnías, Aretírea deleitosa y Sición, donde anti-guamente reinó Adrasto; los que residían enHiperesia y Gonoesa excelsa, y los que habita-ban en Pelene, Egio, el Egíalo todo y la espacio-sa Hélice: todos éstos habían llegado en ciennaves a las órdenes del rey Agamenón Atrida.Muchos y valientes varones condujo estepríncipe que entonces vestía el luciente bronce,ufano de sobresalir entre todos los héroes porsu valor y por mandar a mayor número dehombres.

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581 Los de la honda y cavernosa Lacedemoniaque residían en Faris, Esparta y Mesa, abun-dante en palomas; moraban en Brisías o Augíasamena; poseían las ciudades de Amiclas yHelos marítima, y habitaban en Laa y Étilo:todos éstos llegaron en sesenta naves al mandodel hermano de Agamenón, de Menelao, va-liente en el combate, y se armaban formandounidad aparte. Menelao, impulsado por supropio ardor, los animaba a combatir y anhela-ba en su corazón vengar la huida y los gemidosde Helena.591 Los que cultivaban el campo en Pilos, Are-ne deliciosa, Trío, vado del Alfeo, y la bien edi-ficada Epi, y los que habitaban en Ciparisente,Anfigenia, Pteleo, Helos y Dorio (donde lasMusas, saliéndole al camino a Támiris el tracio,lo privaron de cantar cuando volvía de la casade Éurito el ecalieo; pues jactóse de que saldríavencedor, aunque cantaran las propias Musas,hijas de Zeus, que lleva la égida, y ellas irrita-das lo cegaron, lo privaron del divino canto y le

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hicieron olvidar el arte de pulsar la cítara) eranmandados por Néstor, caballero gerenio, y hab-ían llegado en noventa cóncavas naves.603 Los que habitaban en la Arcadia al pie delalto monte de Cilene y cerca de la tumba deÉpito, país de belicosos guerreros; los de Féneo,Orcómeno, abundante en ovejas, Ripe, Estratiay Enispe ventosa; y los que poseían las ciuda-des de Tegea, Mantinea deliciosa, Estínfalo yParrasia: todos éstos llegaron al mando del reyAgapenor, hijo de Anceo, en sesenta naves. Encada una de éstas se embarcaron muchos arca-dios ejercitados en la guerra. El mismo rey dehombres, Agamenón, les facilitó las naves demuchos bancos, para que atravesaran el vinosoponto; pues ellos no se cuidaban de las cosasdel mar.615 Los que habitaban en Buprasio y en el restode la divina Élide, desde Hirmina y Mírsino, lafronteriza, por un lado y la roca Olenia y Alesiopor el otro, tenían cuatro caudillos y cada unode éstos mandaba diez veleras naves tripuladas

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por muchos epeos. De dos divisiones eran res-pectivamente jefes Anfímaco y Talpio, hijoaquél de Ctéato y éste de Éurito y nietos deActor; de la tercera, el fuerte Diores Amarinci-da, y de la cuarta, el deiforme Polixino, hijo delrey Agástenes Augeida.625 Los de Duliquio y las sagradas islas Equi-nas, situadas al otro lado del mar frente a laElide, eran mandados por Meges Filida, igual aAres, a quien engendró el jinete Fileo, caro aZeus, cuando por haberse enemistado con supadre emigró a Duliquio. Cuarenta negras na-ves to seguían.631 Ulises acaudillaba a los cefalenios de ánimoaltivo. Los de ítaca y su frondoso Nérito; losque cultivaban los campos de Crocilea y de laescarpada Egílipe; los que habitaban en Zacin-to; los que vivían en Samos y sus alrededores;los que estaban en el continente y los que ocu-paban la orilla opuesta: todos ellos obedecían aUlises, igual a Zeus en prudencia. Doce navesde rojas proas lo seguían.

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638 Toante, hijo de Andremón, regía a los eto-lios que habitaban en Pleurón, Oleno, Pilene,Calcis marítima y Calidón pedregosa. Ya noexistían los hijos del magnánimo Eneo, ni éste;y muerto también el rubio Meleagro, diéronse aToante todos los poderes para que reinara so-bre los etolios. Cuarenta negras naves los segu-ían.645 Mandaba a los cretenses Idomeneo, famosopor su lanza. Los que vivían en Cnoso, Gortinaamurallada, Licto, Mileto, blanca Licasto, Festoy Ritio, ciudades populosas, y los que ocupa-ban la isla de Creta con sus cien ciudades: todoséstos eran gobernados por Idomeneo, famosopor su lanza, que con Meriones, igual al homi-cida Enialio, compartía el mando. Seguíanloochenta negras naves.653 Tlepólemo Heraclida, valiente y alto decuerpo, condujo en nueve buques a los fierosrodios que vivían, divididos en tres pueblos, enLindo, Yáliso y Camiro la blanca. De éstos eracaudillo Tlepólemo, famoso por su lanza, a

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quien Astioquía concibió del fornido Heracles,cuando el héroe se la llevó de Éfira, de la riberadel río Seleente, después de haber asolado mu-chas ciudades defendidas por nobles mancebos.Cuando Tlepólemo, criado en el magnífico pa-lacio, hubo llegado a la juventud, mató al an-ciano tío materno de su padre, a Licimnio,vástago de Ares; y como los demás hijos y nie-tos del fuerte Heracles lo amenazaron, cons-truyó naves, reunió mucha gente y huyó por elponto. Errante y sufriendo penalidades pudollegar a Rodas, y allí se estableció con los suyos,que formaron tres tribus. Se hicieron querer deZeus, que reina sobre los dioses y los hombres,y el Cronión les dio abundante riqueza.671 Nireo condujo desde Sime tres naves bienproporcionadas; Nireo, hijo de Aglaya y del reyCáropo; Nireo, el más hermoso de los dánaosque fueron a Ilio, si exceptuamos al eximio Pe-lida; pero era tímido, y poca la gente que man-daba.

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676 Los que habitaban en Nísiros, Crápato, Ca-so, Cos, ciudad de Eurípilo, y las islas Calidnas,tenían por jefes a Fidipo y Antifo, hijos del reyTésalo Heraclida. Treinta cóncavas naves enorden to seguían.681 Cuantos ocupaban el Argos pélásgico, losque vivían en Alo, Álope y Traquine y los queposeían la Ftía y la Hélade de lindas mujeres, yse llamaban mirmidones, helenos y aqueos,tenían por capitán a Aquiles y habían llegadoen cincuenta naves. Mas éstos no se cuidabanentonces del combate horrísono, por no tenerquien los llevara a la pelea: el divino Aquiles, elde los pies ligeros, no salía de las naves, enoja-do a causa de la joven Briseide, de hermosacabellera, a la cual había hecho cautiva en Lir-neso, cuando después de grandes fatigas des-truyó esta ciudad y las murallas de Teba, dan-do muerte a los belicosos Mines y Epístrofo,hijos del rey Eveno Selepíada. Afiigido por ello,se entregaba al ocio; pero pronto había de le-vantarse.

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695 Los que habitaban en Fílace, Píraso florida,que es lugar consagrado a Deméter; Itón, cria-dora de ovejas; Antrón marítima y Pteleo her-bosa, fueron acaudillados por el aguerrido Pro-tesilao mientras vivió, pues ya entonces teníaloen su seno la negra tierra: matólo un dárdanocuando saltó de la nave mucho antes que losdemás aqueos, y en Fílace quedaron su desola-da esposa y la casa a medio acabar. Con todo,no carecían aquéllos de jefe, aunque echaban demenos al que antes tuvieron, pues los ordenabapara el combate Podarces, vástago de Ares, hijode Ificlo Filácida, rico en ganado, y hermanomenor del animoso Protesilao. Éste era mayor ymás valiente. Sus hombres, pues, no estaban sincaudillo; pero sentían soledad de aquél, que tanesforzado había sido. Cuarenta negras naves loseguían.711 Los que moraban en Feras situada a orillasdel lago Bebeide, Beba, Gláfiras y Yolco bienedificada, habían llegado en once naves almando de Eumelo, hijo querido de Admeto y

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de Alcestis, divina entre las mujeres, que era lamás hermosa de las hijas de Pelias.716 Los que cultivaban los campos de Metone yTaumacia y los que poseían las ciudades deMelibea y Olizón fragosa, tuvieron por capitána Filoctetes, hábil arquero, y llegaron en sietenaves: en cada una de éstas se embarcaron cin-cuenta remeros muy expertos en combatir vale-rosamente con el arco. Mas Filoctetes se hallabapadeciendo fuertes dolores en la divina isla deLemnos, donde lo dejaron los aqueos despuésque lo mordió ponzoñoso reptil. Allí permanec-ía afligido; pero pronto en las naves habían deacordarse los argivos del rey Filoctetes. No ca-recían aquéllos de jefe, aunque echaban de me-nos a su caudillo, pues los ordenaba para elcombate Medonte, hijo bastardo de Oileo, aso-lador de ciudades, de quien lo tuvo Rena.729 De los de Trica, Itome de quebrado suelo, yEcalia, ciudad de Éurito el ecalieo, eran capita-nes dos hijos de Asclepio y excelentes médicos:

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Podalirio y Macaón. Treinta cóncavas naves enorden los seguían.734 Los que poseían la ciudad de Ormenio, lafuente Hiperea, Asterio y las blancas cimas delTítano, eran mandados por Eurípilo, hijo pre-claro de Evemón. Cuarenta negras naves loseguían.739 A los de Argisa, Girtone, Orte, Elone y lablanca ciudad de Olosón, los regía el intrépidoPolipetes, hijo de Pirítoo y nieto de Zeus inmor-tal (habíalo dado a luz la ínclita Hipodamía elmismo día en que Pirítoo, castigando a los hir-sutos centauros, los echó del Pelio y los obligó aretirarse hacia los étices). Pero no estaba solo,sino que con él compartía el mando Leonteo,vástago de Ares, hijo del animoso Corono Ce-neida. Cuarenta negras naves los seguían.748 Guneo condujo desde Cifo en veintidósnaves a los enienes a intrépidos perebos; aqué-llos tenían su morada en Dodona, de fríos in-viernos, y éstos cultivaban los campos a orillasdel hermoso Titareso, que vierte sus cristalinas

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aguas en el Peneo de argénteos vórtices; perono se mezcla con él, sino que sobrenada comoaceite, porque es un arroyo del agua de la Ésti-ge, que se invoca en los terribles juramentos.756 A los magnetes gobernábalos Prótoo, hijode Tentredón. Los que habitaban a orillas delPeneo y en el frondoso Pelio tenían, pues, porjefe al ligero Prótoo. Cuarenta negras naves loseguían.760 Tales eran los caudillos y príncipes de losdánaos. Dime, Musa, cuál fue el mejor de losvarones y cuáles los más excelentes caballos decuantos con los Atridas llegaron.763 Entre los corceles sobresalían las yeguas delFeretíada, que guiaba Eumelo: eran ligeras co-mo aves, apeladas, y de la mísma edad y altura;criólas Apolo, el del arco de plata, en Perea, yllevaban consigo el terror de Ares. De los gue-rreros el más valiente fue Ayante Telamoniomientras duró la cólera de Aquiles, pues éste losuperaba mucho; y también eran los mejorescaballos los que llevaban al eximio Pelión. Mas

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Aquiles permanecía entonces en las corvas na-ves surcadoras del ponto, por estar irritadocontra Agamenón Atrida, pastor de hombres;su gente se solazaba en la playa tirando discos,venablos o flechas; los corceles comían loto yapio palustre cerca de los carros de los capita-nes que permanecían enfundados en las tien-das, y los guerreros, echando de menos a sujefe, caro a Ares, discurrían por el campamentoy no peleaban.780 Ya los demás avanzaban a modo de incen-dio que se propagase por toda la comarca; ycomo la tierra gime cuando Zeus, que se com-place en lanzar rayos, airado, la azota en Ari-mos, donde dicen que está el lecho de Tifoeo;de igual manera gemía grandemente debajo delos que iban andando y atravesaban con ligeropaso la llanura.786 Dio a los troyanos la triste noticia Iris, la delos pies ligeros como el viento, a quien Zeus,que lleva la égida, había enviado como mensa-jera. Todos ellos, jóvenes y viejos, hallábanse

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reunidos en los pórticos del palacio de Príamoy deliberaban. Iris, la de los pies ligeros, se lespresentó tomando la figura y voz de Polites,hijo de Príamo; el cual, confiando en la agilidadde sus pies, se sentaba como atalaya de los tro-yanos en la cima del túmulo del anciano Esietesy observaba cuando los aqueos partían de lasnaves para combatir. Así transfigurada, dijoIris, la de los pies ligeros:796- ¡Oh anciano! Te placen los discursos in-terminables como cuando teníamos paz, y unaobstinada guerra se ha promovido. Muchasbatallas he presenciado, pero nunca vi un ejér-cito tal y tan grande como el que viene por lallanura a pelear contra la ciudad, formado portantos hombres cuantas son las hojas o las are-nas. ¡Héctor! Te recomiendo encarecidamenteque procedas de este modo: Como en la granciudad de Príamo hay muchos auxiliares y nohablan una misma lengua hombres de paísestan diversos, cada cual mande a aquellos dequienes es príncipe y acaudille a sus conciu-

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dadanos, después de ponerlos en orden de ba-talla.806 Así dijo; y Héctor, conociendo la voz de ladiosa, disolvió el ágora. Apresuráronse a tomarlas armas, abriéronse todas las puertas, salió elejército de infantes y de los que en carros com-batían, y se produjo un gran tumulto.811 Hay en la llanura, frente a la ciudad, unaexcelsa colina aislada de las demás y accesiblepor todas partes, a la cual los hombres llamanBatiea y los inmortales tumba de la ágil Mirina:a11í fue donde los troyanos y sus auxiliares sepusieron en orden de batalla.816 A los troyanos mandábalos el gran HéctorPriámida, el de tremolante casco. Con él se ar-maban las tropas más copiosas y valientes, queardían en deseos de blandir las lanzas.819 De los dardanios era caudillo Eneas, valien-te hijo de Anquises, de quien lo tuvo la divinaAfrodita después que la diosa se unió con elmortal en un bosque del Ida. Con Eneas com-partían el mando dos hijos de Anténor: Arqué-

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loco y Acamante, diestros en toda suerte depelea.824 Los ricos troyanos que habitaban en Zelea,al pie del Ida, y bebían el agua del caudalosoEsepo, eran gobernados por Pándaro, hijo ilus-tre de Licaón, a quien Apolo en persona dio elarco.828 Los que poseían las ciudades de Adrastea,Apeso, Pitiea y el alto monte de Terea, estabana las órdenes de Adrasto y Anfio, de coraza delino: ambos eran hijos de Mérope Percosio, elcual conocía como nadie el arte adivinatoria yno quería que sus hijos fuesen a la homicidaguerra; pero ellos no lo obedecieron, impelidospor las parcas de la negra muerte.835 Los que moraban en Percote, a orillas delPractio, y los que habitaban en Sesto, Abidos yla divina Arisbe eran mandados por AsioHirtácida, príncipe de hombres, a quien fo-gosos y corpulentos corceles condujeron desdeArisbe, desde la ribera del río Seleente.

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840 Hipótoo acaudillaba las tribus de los vale-rosos pelasgos que habitaban en la fértil Larisa.Mandábanlos.él y Pileo, vástago de Ares, hijosdel pelasgo Leto Teutámida.844 A los tracios, que viven a orillas del alboro-tado Helesponto, los regían Acamante y elhéroe Píroo.846 Eufemo, hijo de Treceno Céada, alumno deZeus, era el capitán de los belicosos cícones.848 Pirecmes condujo los peonios, de corvosarcos, desde la lejana Amidón, desde la riberadel anchuroso Axio; del Axio, cuyas límpidasaguas se esparcen por la tierra.851 A los paflagonios, procedentes del país delos énetos, donde se crían las mulas cerriles, losmandaba Pilémenes, de corazón varonil: aqué-llos poseían la ciudad de Citoro, cultivaban loscampos de Sésamo y habitaban magníficas ca-sas a orillas del río Partenio, en Cromna, Egíaloy los altos montes Eritinos.

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856 Los halizones eran gobernados por Odio yEpístrofo y procedían de lejos: de Álibe, dondehay yacimientos de plata.858 A los misios los regían Cromis y el augurÉnnomo, que no pudo librarse, a pesar de losagüeros, de la negra muerte; pues sucumbió amanos del Eácida, el de los pies ligeros, en elrío donde éste mató también a otros troyanos.862 Forcis y el deiforme Ascanio acaudillaban alos frigios que habían llegado de la remota As-cania y anhelaban entrar en batalla.864 A los meonios los gobernaban Mestles yAntifo, hijos de Talémenes, a quienes dio a luzla laguna Gigea. Tales eran los jefes de losmeonios, nacidos al pie del Tmolo.867 Nastes estaba al frente de los carios debárbaro lenguaje. Los que ocupaban la ciudadde Mileto, el frondoso monte Ftirón, las orillasdel Meandro y las altas cumbres de Mícale te-nían por caudillos a Nastes y Anfímaco, precla-ros hijos de Nomión; Nastes y Anfímaco, queiba al combate cubierto de oro como una donce-

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lla. ¡Insensato! No por ello se libró de la tristemuerte, pues sucumbió en el río a manos delcelerípede Eácida del aguerrido Aquiles, el delos pies ligeros; y éste se apoderó del oro.876 Sarpedón y el eximio Glauco mandaban alos licios, que procedían de la remota Licia, dela ribera del voraginoso Janto.

CANTO III*Juramentos- Contemplando desde la muralla –Combate singular de Alejandro y Menelao* La primera se interrumpe para que se verifi-que el combate singular de Alejandro y Mene-lao, que no produce ningún resultado, pues,cuando aquél va a ser vencido, lo arrebata porlos aires su madre la diosa Afrodita y lo lleva allado de Helena.

1 Puestos en orden de batalla con sus respecti-vos jefes, los troyanos avanzaban chillando ygritando como aves -así profieren sus voces lasgrullas en el cielo, cuando, para huir del frío y

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de las lluvias torrenciales, vuelan gruyendosobre la corriente del Océano y llevan la ruina yla muerte a los pigmeos, moviéndolos desde elaire cruda guerra- y los aqueos marchaban si-lenciosos, respirando valor y dispuestos a ayu-darse mutuamente.10 Así como el Noto derrama en las cumbres deun monte la niebla tan poco grata al pastor ymás favorable que la noche para el ladrón, ysólo se ve el espacio a que alcanza una pedrada;así también, una densa polvareda se levantababajo los pies de los que se ponían en marcha yatravesaban con gran presteza la llanura.15 Cuando ambos ejércitos se hubieron acerca-do el uno al otro, apareció en la primera fila delos troyanos Alejandro, semejante a un dios,con una piel de leopardo en los hombros, elcorvo arco y la espada; y, blandiendo dos lan-zas de broncínea punta, desafiaba a los másvalientes argivos a que con él sostuvieran terri-ble combate.

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21 Menelao, caro a Ares, violo venir con arro-gante paso al frente de la tropa, y, como el leónhambriento que ha encontrado un gran cuerpode cornígero ciervo o de cabra montés, se alegray tl devora, aunque o persigan ágiles perros yrobustos mozos; así Menelao se holgó de vercon sus propios ojos al deiforme Alejandro-figuróse que podría castigar al culpable- y almomento saltó del carro al suelo sin dejar lasarmas.30 Pero el deiforme Alejandro, apenas distin-guió a Menelao entre los combatientes delante-ros, sintió que se le cubría el corazón, y, paralibrarse de la muerte, retrocedió al grupo de susamigos. Como el que descubre un dragón en laespesura de un monte, se echa con prontitudhacia atrás, tiémblanle las carnes y se aleja conla palidez pintada en sus mejillas; así el deifor-me Alejandro, temiendo al hijo de Atreo, des-apareció en la turba de los altivos troyanos.38 Advirtiólo Héctor y lo reprendió con injurio-sas palabras:

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39 -¡Miserable Paris, el de más hermosa figura,mujeriego, seductor! Ojalá no te contaras en elnúmero de los nacidos o hubieses muerto céli-be. Yo así lo quisiera y te valdría más que ser lavergüenza y el oprobio de los tuyos. Los me-lenudos aqueos se ríen de haberte consideradocomo un bravo campeón por tu gallarda figura,cuando no hay en tu pecho ni fuerza ni valor. Ysiendo cual eres, ¿reuniste a tus amigos, surcas-te los mares en ligeros buques, visitaste a ex-tranjeros y trajiste de remota tierra una mujerlinda, esposa y cuñada de hombres belicosos,que es una gran plaga para tu padre, la ciudady el pueblo todo, y causa de gozo para los ene-migos y de confusión para ti mismo? ¿No espe-ras a Menelao, caro a Ares? Conocerías de quévarón tienes la floreciente esposa, y no te valdr-ían la cítara, los dones de Afrodita, la cabelleray la hermosura, cuando rodaras por el polvo.Los troyanos son muy tímidos; pues, si no, yaestarías revestido de una túnica de piedras porlos males que les has causado.

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58 Respondióle el deiforme Alejandro:59 -¡Héctor! Con motivo me increpas y no másde lo justo; pero tu corazón es inflexible comoel hacha que hiende un leño y multiplica lafuerza de quien la maneja hábilmente para cor-tar maderos de navío: tan intrépido es el ánimoque en tu pecho se encierra. No me eches encara los amables dones de la dorada Afrodita,que no son despreciables los eximios presentesde los dioses y nadie puede escogerlos a sugusto. Y si ahora quieres que luche y combata,detén a los demás troyanos y a los aqueos to-dos, y dejadnos en medio a Menelao, caro aAres, y a mí para que peleemos por Helena ysus riquezas: el que venza, por ser más valiente,lleve a su casa mujer y riquezas; y, después dejurar paz y amistad, seguid vosotros en la fértilTroya y vuelvan aquéllos a Argos, criadora decaballos, y a la Acaya, de lindas mujeres.76 Así dijo. Oyólo Héctor con intenso placer, y,corriendo al centro de ambos ejércitos con lalanza cogida por el medio, detuvo las falanges

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troyanas, que al momento se quedaron quietas.Los melenudos aqueos le arrojaban flechas,dardos y piedras. Pero Agamenón, rey dehombres, gritóles con voz recia:82 -Deteneos, argivos; no tiréis, jóvenes aqueos;pues Héctor, el de tremolante casco, quiere de-cirnos algo.84 Así se expresó. Abstuviéronse de combatir ypronto quedaron silenciosos. Y Héctor, co-locándose entre unos y otros, dijo:86-Oíd de mis labios, troyanos y aqueos dehermosas grebas, el ofrecimiento de Alejandropor quien se suscitó la contienda. Propone quetroyanos y aqueos dejemos las bellas armas enel fértil suelo, y él y Menelao, caro a Ares, pele-en en medio por Helena y sus riquezas todas: elque venza, por ser más valiente, llevará a sucasa mujer y riquezas, y los demás juraremospaz y amistad.95 Así dijo. Todos enmudecieron y quedaronsilenciosos. Y Menelao, valiente en la pelea, leshabló de este modo:

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97 -Ahora oídme también a mí. Tengo el co-razón traspasado de dolor, y creo que ya, argi-vos y troyanos, debéis separaros, pues padecis-teis muchos males por mi contienda, que Ale-jandro originó. Aquél de nosotros para quien sehallen aparejados el destino y la muerte perez-ca; y los demás separaos cuanto antes. Traed uncordero blanco y una cordera negra para la Tie-rra y el Sol; nosotros traeremos otro para Zeus.Conducid acá a Príamo para que en personasancione los juramentos, pues sus hijos sonsoberbios y fementidos: no sea que por algunatransgresión se quebranten los juramentos pres-tados invocando a Zeus. El alma de los jóveneses siempre voluble, y el viejo, cuando intervie-ne en algo, tiene en cuenta lo pasado y lo futuroa fin de que se haga lo más conveniente paraambas partes.111 Así dijo. Gozáronse aqueos y troyanos conla esperanza de que iba a terminar la calamitosaguerra. Detuvieron los corceles en las filas, ba-jaron de los carros y, dejando la armadura en el

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suelo, se pusieron muy cerca los unos de losotros. Un corto espacio mediaba entre ambosejércitos.116 Héctor despachó dos heraldos a la ciudadpara que en seguida le trajeran las víctimas yllamaran a Príamo. El rey Agamenón, por suparte, mandó a Taltibio que se llegara a lascóncavas naves por un cordero. El heraldo nodesobedeció al divino Agamenón.121 Entonces la mensajera Iris fue en busca deHelena, la de níveos brazos, tomando la figurade su cuñada Laódice, mujer del rey HelicaónAntenórida, que era la más hermosa de las hijasde Príamo. Hallóla en el palacio tejiendo unagran tela doble, purpúrea, en la cual entretejíamuchos trabajos que los troyanos, domadoresde caballos, y los aqueos, de broncíneas cora-zas, habían padecido por ella por mano deAres. Paróse Iris, la de los pies ligeros, junto aHelena, y así le dijo:130 -Ven acá, ninfa querida, para que presen-cies los admirables hechos de los troyanos, do-

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madores de caballos, y de los aqueos, debroncíneas corazas. Los que antes, ávidos delfunesto combate, llevaban por la llanura al luc-tuoso Ares unos contra otros, se sentaron -puesla batalla se ha suspendido- y permanecen si-lenciosos, reclinados en los escudos, con lasluengas picas clavadas en el suelo. Alejandro yMenelao, caro a Ares, lucharán por ti con in-gentes lanzas, y el que venza to llamará suamada esposa.139 Cuando así hubo hablado, le infundió en elcorazón dulce deseo de su anterior marido, desu ciudad y de sus padres. Y Helena salió almomento de la habitación, cubierta con blancovelo, derramando tiernas lágrimas; sin que fue-ra sola, pues la acompañaban dos doncellas,Etra, hija de Piteo, y Clímene, la de ojos de no-villa. Pronto llegaron a las puertas Esceas.146 Allí, sobre las puertas Esceas, estabanPríamo, Pántoo, Timetes, Lampo, Clitio, Hice-taón, vástago de Ares, y los prudentes Ucale-gonte y Anténor, ancianos del pueblo; los cua-

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les a causa de su vejez no combatían, pero eranbuenos arengadores, semejantes a las cigarrasque, posadas en los árboles de la selva, dejanoír su aguda voz. Tales próceres troyanos habíaen la torre. Cuando vieron a Helena, que haciaellos se encaminaba, dijéronse unos a otros,hablando quedo, estas aladas palabras:156 -No es reprensible que troyanos y aqueos,de hermosas grebas, sufran prolijos males poruna mujer como ésta, cuyo rostro tanto se pare-ce al de las diosas inmortales. Pero, aun siendoasí, váyase en las naves, antes de que llegue aconvertirse en una plaga para nosotros y paranuestros hijos.161 Así hablaban. Príamo llamó a Helena y ledijo:162 -Ven acá, hija querida; siéntate a mi ladopara que veas a tu anterior marido y a sus pa-rientes y amigos -pues a ti no te considero cul-pable, sino a los dioses que promovieron contranosotros la luctuosa guerra de los aqueos- y medigas cómo se llama ese ingente varón, quién es

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ese aqueo gallardo y alto de cuerpo. Otros hayde mayor estatura, pero jamás vieron mis ojosun hombre tan hermoso y venerable. Parece unrey.171 Contestó Helena, divina entre las mujeres:172 -Me inspiras, suegro amado, respeto y te-mor. ¡Ojalá la muerte me hubiese sido gratacuando vine con tu hijo, dejando, a la vez que eltálamo, a mis hermanos, mi hija querida y misamables compañeras! Pero no sucedió así, yahora me consumo llorando. Voy a responder atu pregunta: Ése es el poderosísimo AgamenónAtrida, buen rey y esforzado combatiente, quefue cuñado de esta desvergonzada, si todo noha sido sueño.181 Así dijo. El anciano contemplólo con admi-ración y exclamó:182 -¡Atrida feliz, nacido con suerte, afortuna-do! Muchos son los aqueos que lo obedecen. Enotro tiempo fui a la Frigia, en viñas abundosa, yvi a muchos de sus naturales -los pueblos deOtreo y de Migdón, igual a un dios- que con los

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ágiles corceles acampaban a orillas del Sanga-rio. Entre ellos me hallaba, a fuer de aliado, eldía en que llegaron las varoniles amazonas.Pero no eran tantos como los aqueos de ojosvivos.191 Fijando la vista en Ulises, el anciano volvióa preguntar:192 -Ea, dime también, hija querida, quién esaquél, menor en estatura que Agamenón Atri-da, pero más ancho de espaldas y de pecho. Hadejado en el fértil suelo las armas y recorre lasfilas como un carnero. Parece un velloso carne-ro que atraviesa un gran rebaño de cándidasovejas.199 Al momento le respondió Helena, hija deZeus:200 -Aquél es el hijo de Laertes, el ingeniosoUlises, que se crió en la áspera ítaca; tan hábilen urdir engaños de toda especie, como en darprudentes consejos.203 El sensato Anténor replicó al momento:

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204 -Mujer, mucha verdad es lo que dices. Uli-ses vino por ti, como embajador, con Menelao,caro a Ares; yo los hospedé y agasajé en mipalacio y pude conocer la condición y los pru-dentes consejos de ambos. Entre los troyanosreunidos, de pie, sobresalía Menelao por susanchas espaldas; sentados, era Ulises más ma-jestuoso. Cuando hilvanaban razones y conse-jos para todos nosotros, Menelao hablaba deprisa, poco, pero muy claramente: pues no eraverboso, ni, con ser el más joven, se apartabadel asunto; el ingenioso Ulises, después de le-vantarse, permanecía en pie con la vista baja ylos ojos clavados en el suelo, no meneaba elcetro que tenía inmóvil en la mano, y parecíaun ignorante: lo hubieras tomado por un ira-cundo o por un estúpido. Mas tan pronto comosalían de su pecho las palabras pronunciadascon voz sonora, como caen en invierno los co-pos de nieve, ningún mortal hubiese disputadocon Ulises. Y entonces ya no admirábamos tan-to la figura de héroe.

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225 Reparando la tercera vez en Ayante, dijo elanciano:226 -¿Quién es ese otro aqueo gallardo y alto,que descuella entre los argivos por su cabeza yanchas espaldas?228 Respondió Helena, la de largo peplo, divi-na entre las mujeres:229-Ése es el ingente Ayante, antemural de losaqueos. Al otro lado está Idomeneo, como undios, entre los cretenses; rodéanlo los capitanesde sus tropas. Muchas veces Menelao, cáro aAres, lo hospedó en nuestro palacio cuando ve-nía de Creta. Distingo a los demás aqueos deojos vivos, y me sería fácil reconocerlos y nom-brarlos; mas no veo a dos caudillos de hombres,Cástor, domador de caballos, y Pólux, excelentepúgil, hermanos carnales que me dio mi madre.¿Acaso no han venido de la amena Lacedemo-nia? ¿O llegaron en las naves, surcadoras delponto, y no quieren entrar en combate para nohacerse partícipes de mi deshonra y de mismuchos oprobios?

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243 Así habló. A ellos la fértil tierra los tenía yaconsigo, en Lacedemoma, en su misma patria.243 Los heraldos atravesaban la ciudad con lasvíctimas para los divinos juramentos, los doscorderos, y el regocijador vino, fruto de la tie-rra, encerrado en un odre de piel de cabra. Elheraldo Ideo llevaba además una relucientecratera y copas de oro; y, acercándose al ancia-no, invitólo diciendo:250 -¡Levántate, Laomedontíada! Los próceresde los troyanos, domadores de caballos, y delos aqueos, de broncíneas corazas, to piden quebajes a la llanura y sanciones los fieles juramen-tos; pues Alejandro y Menelao, caro a Ares,combatirán con luengas lanzas por la esposa:mujer y riquezas serán del que venza, y, des-pués de pactar amistad con fieles juramentos,nosotros seguiremos habitando la fértil Troya, yaquéllos volverán a Argos, criador de caballos,y a Acaya, la de lindas mujeres.259 Así dijo. Estremecióse el anciano y mandó alos amigos que engancharan los caballos. Obe-

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deciéronlo solícitos. Subió Príamo y cogió lasriendas; a su lado, en el magnífico carro, se pu-so Anténor. E inmediatamente guiaron los lige-ros corceles hacia la llanura por las puertas Es-ceas.264 Cuando hubieron llegado al campo, des-cendieron del carro al almo suelo y se encami-naron al espacio que mediaba entre los troya-nos y los aqueos. Levantóse al punto el rey dehombres, Agamenón, levantóse también el in-genioso Ulises; y los heraldos conspicuos junta-ron las víctimas que debían inmolarse para lossagrados juramentos, mezclaron vinos en lacratera y dieron aguamanos a los reyes. El Atri-da, con la daga que llevaba junto a la gran vai-na de la espada, cortó pelo de la cabeza de loscorderos, y los heraldos lo repartieron a lospróceres troyanos y aqueos. Y, colocándose elAtrida en medio de todos, oró en alta voz conlas manos levantadas:276 -¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, glo-riosísimo, máximo! ¡Sol, que todo lo ves y todo

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lo oyes! ¡Ríos! ¡Tierra! ¡Y vosotros que en loprofundo castigáis a los muertos que fueronperjuros! Sed todos testigos y guardad los fielesjuramentos: Si Alejandro mata a Menelao, seasuya Helena con todas las riquezas y nosotrosvolvámonos en las naves, surcadoras del ponto;mas si el rubio Menelao mata a Alejandro, de-vuélvannos los troyanos a Helena y las rique-zas todas, y paguen a los argivos la indemniza-ción que sea justa para que llegue a conoci-miento de los hombres venideros. Y, si, vencidoAlejandro, Príamo y sus hijos se negaren a pa-gar la indemnización, me quedaré a combatirpor ella hasta que termine la guerra.292 Dijo, cortóles el cuello a los corderos y lospuso palpitantes, pero sin vida, en el suelo; elcruel bronce les había quitado el vigor. Llena-ron las copas sacando vino de la cratera, y de-rramándolo oraban a los sempiternos dioses. Yalgunos de los aqueos y de los troyanos excla-maron:

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298 -¡Zeus gloriosísimo, máximo! ¡Dioses in-mortales! Los primeros que obren contra lojurado, vean derramárseles a tierra, como estevino, sus sesos y los de sus hijos, y sus esposascaigan en poder de extraños.302 De esta manera hablaban, pero el Croniónno ratificó el voto. Y Príamo Dardánida les dijo:304 -¡Oídme, troyanos y aqueos, de hermosasgrebas! Yo regresaré a la ventosa Ilio, pues nopodría ver con estos ojos a mi hijo combatiendocon Menelao, caro a Ares. Zeus y los demásdioses inmortales saben para cuál de ellos tieneel destino preparada la muerte.310 Dijo, y el varón igual a un dios colocó loscorderos en el carro, subió él mismo y tomó lasriendas; a su lado, en el magnífico carro, se pu-so Anténor. Y al instante volvieron a Ilio.314 Héctor, hijo de Príamo, y el divino Ulisesmidieron el campo, y, echando dos suertes enun casco de bronce, lo meneaban para decidirquién sería el primero en arrojar la broncínealanza. Los hombres oraban y levantaban las

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manos a los dioses. Y algunos de los aqueos yde los troyanos exclamaron:320 -¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, glo-riosísimo, máximo! Concede que quien tantosmales nos causó a unos y a otros, muera y des-cienda a la morada de Hades, y nosotros disfru-temos de la jurada amistad.324 Así decían. El gran Héctor, el de tremolantecasco, agitaba las suertes volviendo el rostroatrás: pronto saltó la de Paris. Sentáronse losguerreros, sin romper las filas, donde cada unotenía los briosos corceles y las labradas armas.El divino Alejandro, esposo de Helena, la dehermosa cabellera, vistió una magnífica arma-dura: púsose en las piernas elegantes grebasajustadas con broches de plata; protegió el pe-cho con la coraza de su hermano Licaón, que sele acomodaba bien; colgó del hombro una es-pada de bronce guarnecida con clavos de plata;embrazó el grande y fuerte escudo; cubrió larobusta cabeza con un hermoso casco, cuyoterrible penacho de crines de caballo ondeaba

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en la cimera, y asió una fornida lanza que sumano pudiera manejar. De igual manera vistiólas armas el aguerrido Menelao.340 Cuando hubieron acabado de armarse se-paradamente de la muchedumbre, aparecieronen el lugar que mediaba entre ambos ejércitos,mirándose de un modo terrible; y así los troya-nos, domadores de caballos, como los aqueos,de hermosas grebas, se quedaron atónitos alcontemplarlos. Encontráronse aquéllos en elmedido campo, y se detuvieron blandiendo laslanzas y mostrando el odio que recíprocamentese tenían. Alejandro arrojó el primero la luengalanza y dio un bote en el escudo liso del Atrida,sin que el bronce lo rompiera: la punta se torcióal chocar con el fuerte escudo. Y Menelao Atri-da, disponiéndose a acometer con la suya, oróal padre Zeus:351 -¡Soberano Zeus! Permíteme castigar al di-vino Alejandro, que me ofendió primero, y haz-lo sucumbir a mis manos, para que los hombres

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venideros teman ultrajar a quien los hospedarey les ofreciere su amistad.355 Dijo, y blandiendo la luenga lanza, acertó adar en el escudo liso del Priámida. La ingentelanza atravesó el terso escudo, se clavó en lalabrada coraza y rasgó la túnica sobre el ijar.Inclinóse el troyano y evitó la negra muerte. ElAtrida desenvainó entonces la espada guarne-cida de argénteos clavos; pero, al herir al ene-migo en la cimera del casco, se le cayó de lamano, rota en tres o cuatro pedazos. Y el Atri-da, alzando los ojos al anchuroso cielo, se la-mentó diciendo:365 -¡Padre Zeus, no hay dios más funesto quetú! Esperaba castigar la perfidia de Alejandro, yla espada se quiebra en mis manos, la lanza esarrojada inútilmente y no consigo vencerlo.369 Dice, y arremetiendo a Paris, cógelo por elcasco adornado con espesas crines de caballo,que retuerce, y lo arrastra hacia los aqueos dehermosas grebas, medio ahogado por la borda-da correa que, atada por debajo de la barba

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para asegurar el casco, le apretaba el delicadocuello. Y se lo hubiera llevado, consiguiendoinmensa gloria, si al punto no lo hubiese adver-tido Afrodita, hija de Zeus, que rompió la co-rrea hecha del cuero de un buey degollado: elcasco vacío siguió a la robusta mano, el héroe lovolteó y arrojó a los aqueos, de hermosas gre-bas, y sus fieles compañeros lo recogieron. Denuevo asaltó Menelao a Paris para matarlo conla broncínea lanza; pero Afrodita arrebató a suhijo con gran facilidad, por ser diosa, y llevólo,envuelto en densa niebla, al oloroso y perfu-mado tálamo. Luego fue a llamar a Helena,hallándola en la alta torre con muchas troyanas;tiró suavemente de su perfumado velo, y, to-mando la figura de una anciana cardadora queallá en Lacedemonia le preparaba a Helenahermosas lanas y era muy querida de ésta, díjo-le la diosa Afrodita:390 -Ven acá. Te llama Alejandro para quevuelvas a tu casa. Hállase, esplendente por subelleza y sus vestidos, en el torneado lecho de

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la cámara nupcial. No dirías que viene de com-batir, sino que va al baile o que reposa de re-ciente danza.395 Así dijo. Helena sintió que en el pecho lepalpitaba el corazón; pero, al ver el hermosísi-mo cuello, los lindos pechos y los refulgentesojos de la diosa, se asombró y le dijo:399 -¡Cruel! ¿Por qué quieres engañarme? ¿Mellevarás acaso más allá, a cualquier populosaciudad de la Frigia o de la Meonia amena don-de algún hombre dotado de palabra te sea que-rido? ¿Vienes con engaños porque Menelao havencido al divino Alejandro, y quieres que yo,la odiosa, vuelva a su casa? Ve, siéntate al ladode Paris, deja el camino de las diosas, no teconduzcan tus pies al Olimpo; y llora, y velapor él, hasta que te haga su esposa o su esclava.No iré a11á, ¡vergonzoso fuera!, a compartir sulecho; todas las troyanas me lo vituperarían, yya son muchos los pesares que conturban micorazón.413 La divina Afrodita le respondió airada:

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414 -¡No me irrites, desgraciada! No sea que,enojándome, te desampare; te aborrezca demodo tan extraordinario como hasta aquí teamé; ponga funestos odios entre troyanos y dá-naos, y tú perezcas de mala muerte.418 Así dijo. Helena, hija de Zeus, tuvo miedo;y, echándose el blanco y espléndido velo, salióen silencio tras la diosa, sin que ninguna de lastroyanas lo advirtiera.421 Tan pronto como llegaron al magnífico pa-lacio de Alejandro, las esclavas volvieron a suslabores, y la divina entre las mujeres se fue de-recha a la cámara nupcial de elevado techo. Larisueña Afrodita colocó una silla delante deAlejandro; sentóse Helena, hija de Zeus, quelleva la égida, y, apartando la vista de su espo-so, lo increpó con estas palabras:428 -¡Vienes de la lucha, y hubieras debido pe-recer a manos del esforzado varón que fue mianterior marido! Blasonabas de ser superior aMenelao, caro a Ares, en fuerza, en puños y enel manejo de la lanza; pues provócalo de nuevo

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a singular combate. Pero no: te aconsejo quedesistas, y no quieras pelear ni contender teme-rariamente con el rubio Menelao; no sea que enseguida sucumbas, herido por su lanza.437 Respondióle Paris con estas palabras:438 -Mujer, no me zahieras con amargos baldo-nes. Hoy ha vencido Menelao con el auxilio deAtenea; otro día lo venceré yo, pues tambiéntenemos dioses que nos protegen. Mas, ea,acostémonos y volvamos a ser amigos. Jamás lapasión se apoderó de mi espíritu como ahora;ni cuando, después de robarte, partimos de laamena Lacedemonia en las naves surcadorasdel ponto y llegamos a la isla de Cránae, dondeme unió contigo amoroso consorcio: con talansia te amo en este momento y tan dulce es eldeseo que de mí se apodera.447 Dijo, y empezó a encaminarse al tálamo; yen seguida lo siguió la esposa.448 Acostáronse ambos en el torneado lecho,mientras el Atrida se revolvía entre la muche-dumbre, como una fiera, buscando al deiforme

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Alejandro. Pero ningún troyano ni aliado ilus-tre pudo mostrárselo a Menelao, caro a Ares;que no por amistad lo hubiesen ocultado, puesa todos se les había hecho tan odioso como lanegra muerte. Y Agamenón, rey de hombres,les dijo:456 -iOíd, troyanos, dárdanos y aliados! Es evi-dente que la victoria quedó por Menelao, caro aAres; entregadnos la argiva Helena con susriquezas y pagad una indemnización, la que seajusta, para que llegue a conocimiento de loshombres venideros.461 Así dijo el Atrida, y los demás aqueosaplaudieron.

CANTO IV*Violación de los juramentos

- Agamenón reuista las tropas* Menelao lo busca por el cameo de batalla yrecibe en la cintura el impacto de una flechalanzada por Pándaro, que así rompe la treguacovenida por los dos ejércitos antes de empezar

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el singular desafío. Entonces comienza una en-carnizada lucha entre aqueos y troyanos.

1 Sentados en el áureo pavimento junto a Zeus,los dioses celebraban consejo. La venerableHebe escanciaba néctar, y ellos recibían sucesi-vamente la copa de oro y contemplaban la ciu-dad de Troya. Pronto el Cronida intentó zaherira Hera con mordaces palabras; y, hablandofingidamente, dijo:7 -Dos son las diosas que protegen a Menelao,Hera argiva y Atenea alalcomenia; pero, senta-das a distancia, se contentan con mirarlo; mien-tras que Afrodita, amante de la risa, acompañaconstantemente al otro y to Libra de Las parcas,y ahora lo acaba de salvar cuando él mismocreía perecer. Pero, comp la victoria quedó porMenelao, caro a Ares, deliberemos sobre susfuturas consecuencias: si conviene promovernuevamente el funesto combate y la terriblepelea, o reconciliar a entrambos pueblos. Si atodos pluguiera y agradara, la ciudad del rey

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Príamo continuaría poblada y Menelao se lle-varía la argiva Helena.20 Así dijo. Atenea y Hera, que tenían Losasientos contiguos y pensaban en causar daño aLos troyanos, se mordieron Los labios. Atenea,aunque airada contra su padre Zeus y poseídade feroz cólera, guardó silencio y nada dijo;pero a Hera no le cupo la ira en el pecho, y ex-clamó:25-¡Crudelísimo Cronida! ¡Qué palabras profe-riste! ¿Quieres que sea vano a ineficaz mi traba-jo y el sudor que me costó? Mis corceles se fati-garon, cuando reunía el ejército contra Príamoy sus hijos. Haz lo que dices, pero no todos losdioses te lo aprobaremos.30 Respondióle muy indignado Zeus, queamontona las nubes:31 -¡Desdichada! ¿Qué graves ofensas te infie-ren Príamo y sus hijos para que continuamenteanheles destruir la bien edificada ciudad deIlio? Si trasponiendo las puertas de los altosmuros, te comieras crudo a Príamo, a sus hijos

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y a los demás troyanos, quizá tu cólera se apa-ciguara. Haz lo que te plazca; no sea que deesta disputa se origine una gran riña entre no-sotros. Otra cosa voy a decirte que fijarás en lamemoria: cuando yo tenga vehemente deseo dedestruir alguna ciudad donde vivan amigostuyos, no retardes mi cólera y déjame hacer loque quiera, ya que ésta te la cedo espontánea-mente, aunque contra los impulsos de mi alma.De las ciudades que los hombres terrestreshabitan debajo del sol y del cielo estrellado, lasagrada Ilio era la preferida de mi corazón, conPríamo y su pueblo armado con lanzas de fres-no. Mi altar jamás careció en ella del alimentodebido, libaciones y vapor de grasa quemada;que tales son los honores que se nos deben.5o Contestóle en seguida Hera veneranda, la deojos de novilla:51 -Tres son las ciudades que más quiero: Ar-gos, Esparta y Micenas, la de anchas calles;destrúyelas cuando las aborrezca tu corazón, yno las defenderé, ni me opondré siquiera. Y si

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me opusiere y no lo permitiere destruirlas, na-da conseguiría, porque tu poder es muy supe-rior. Pero es preciso que mi trabajo no resulteinútil. También yo soy una deidad, nuestrolinaje es el mismo y el artero Crono engendró-me la más venerable, por mi abolengo y porllevar el nombre de esposa tuya, de ti que rein-as sobre los inmortales todos. Transijamos, yocontigo y tú conmigo, y los demás dioses in-mortales nos seguirán. Manda presto a Ateneaque vaya al campo de la terrible batalla de lostroyanos y los aqueos, y procure que los troya-nos empiecen a ofender, contra lo jurado, a losenvanecidos aqueos.68 Así dijo. No desobedeció el padre de loshombres y de los dioses; y, dirigiéndose a Ate-nea, profirió en seguida estas aladas palabras:70 -Ve muy presto al campo de los troyanos yde los aqueos, y procura que los troyanos em-piecen a ofender, contra lo jurado, a los enva-necidos aqueos.

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73 Con tales voces instigólo a hacer lo que ellamisma deseaba; y Atenea bajó en raudo vuelode las cumbres del Olimpo. Cual fúlgida estre-lla que, enviada como señal por el hijo del arte-ro Crono a los navegantes o a los individuos deun gran ejército, despide gran número de chis-pas; de igual modo Palas Atenea se lanzó a latierra y cayó en medio del campo. Asombrá-ronse cuantos la vieron, así los troyanos, do-madores de caballos, como los aqueos, de her-mosas grebas, y no faltó quien dijera a su veci-no:82 -O empezará nuevamente el funesto comba-te y la terrible pelea, o Zeus, árbitro de la gue-rra humana, pondrá amistad entre ambos pue-blos.85 De esta manera hablaban algunos de losaqueos y de los troyanos. La diosa, transfigura-da en varón -parecíase a Laódoco Antenórida,esforzado combatiente-, penetró por el ejércitotroyano buscando al deiforme Pándaro. Hallópor fin al eximio y fuerte hijo de Licaón en me-

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dio de las filas de hombres valientes, escuda-dos, que con él habían llegado de las orillas delEsepo; y, deteniéndose cerca de él, le dijo estasaladas palabras:93 -¿Querrás obedecerme, hijo valeroso de Li-caón? ¡Te atrevieras a disparar una veloz flechacontra Menelao! Alcanzarías gloria entre lostroyanos y te lo agradecerían todos, y particu-larmente el príncipe Alejandro; éste te haríaespléndidos presentes, si viera que a Menelao,belicoso hijo de Atreo, lo subían a la triste pira,muerto por una de tus flechas. Ea, tira una sae-ta al ínclito Menelao, y vota sacrificar a Apolonacido en Licia, célebre por su arco, una heca-tombe perfecta de corderos primogénitos cuan-do vuelvas a tu patria, la sagrada ciudad deZelea.Así dijo Atenea. El insensato se dejó persuadir,y asió en seguida el pulido arco hecho con lasastas de un lascivo buco montés, a quien él hab-ía acechado y herido en el pecho cuando salta-ba de un peñasco: el animal cayó de espaldas

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en la roca, y sus cuernos de dieciséis palmosfueron ajustados y pulidos por hábil artífice yadornados con anillos de oro. Pándaro tendió elarco, bajándolo a inclinándolo al suelo, y susvalientes amigos lo cubrieron con los escudos,para que los belicosos aqueos no arremetierancontra él antes que Menelao, aguerrido hijo deAtreo, fuese herido. Destapó el carcaj y sacóuna flecha nueva, alada, causadora de acerbosdolores; adaptó en seguida a la cuerda del arcola amarga saeta, y votó a Apolo nacido en Licia,el de glorioso arco, sacrificarle una espléndidahecatombe de corderos primogénitos cuandovolviera a su patria, la sagrada ciudad de Zelea.Y, cogiendo a la vez las plumas y el bovinonervio, tiró hacia su pecho y acercó la punta dehierro al arco. Armado así, rechinó el gran arcocircular, crujió la cuerda y saltó la puntiagudaflecha deseosa de volar sobre la multitud.127 No se olvidaron de ti, oh Menelao, los feli-ces a inmortales dioses y especialmente la hijade Zeus, que impera en las batallas; la cual,

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poniéndose delante, desvió la amarga flecha:apartóla del cuerpo como la madre ahuyentauna mosca de su niño que duerme con plácidosueño, y la dirigió al lugar donde los anillos deoro sujetaban el cinturón y la coraza era doble.La amarga saeta atravesó el ajustado cinturón,obra de artífice; se clavó en la magnífica coraza,y, rompiendo la chapa que el héroe llevaba pa-ra proteger el cuerpo contra las flechas y que lodefendió mucho, rasguñó la piel y al momentobrotó de la herida la negra sangre.141 Como una mujer meonia o caria tiñe enpúrpura el marfil que ha de adornar el freno deun caballo, muchos jinetes desean llevarlo yaquélla lo guarda en su casa para un rey a finde que sea ornamento para el caballo y motivode gloria para el caballero; de la misma manera,oh Menelao, se tiñeron de sangre tus bien for-mados muslos, las piernas, y más abajo loshermosos tobillos.148 Estremecióse el rey de hombres, Aga-menón, al ver la negra sangre que manaba de la

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herida. Estremecióse asimismo Menelao, caro aAres; mas, como advirtiera que quedaban fuerael nervio y las plumas, recobró el ánimo en supecho. Y el rey Agamenón, asiendo de la manoa Menelao, dijo entre hondos suspiros mientraslos compañeros gemían:155 -¡Hermano querido! Para tu muerte celebréel jurado convenio cuando te puse delante detodos a fin de que lucharas por los aqueos, túsolo, con los troyanos. Así te han herido: piso-teando los juramentos de fidelidad. Pero no se-rán inútiles el pacto, la sangre de los corderos,las libaciones de vino puro y el apretón de ma-nos en que confiábamos. Si el Olímpico no loscastiga ahora, lo hará más tarde, y pagaráncuanto hicieron con una gran pena: con suspropias cabezas, sus mujeres y sus hijos. Bien loconoce mi inteligencia y lo presiente mi co-razón: día vendrá en que perezcan la sagradallio, y Priamo, y su pueblo armado con lanzasde Fresno; el excelso Zeus Cronida, que vive enel éter, irritado por este engaño, agitará contra

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ellos su égida espantosa. Todo esto ha de suce-der irremisiblemente. Pero será grande mi pe-sar, oh Menelao, si mueres y llegas al términofatal de to vida, y he de volver con gran opro-bio a la árida Argos; porque los aqueos se acor-darán en seguida de su tierra patria, dejaremoscomo trofeos en poder de Príamo y de los tro-yanos a la argiva Helena, y tus huesos se pu-drirán en Troya a causa de una empresa nollevada a cumplimiento. Y alguno de los tro-yanos soberbios exclamará, saltando sobre latumba del glorioso Menelao: «Así efectúeAgamenón todas sus venganzas como ésta;pues trajo inútilmente un ejército aqueo y re-gresó a su patria con las naves vacías, dejandoaquí al valiente Menelao.» Y cuando esto diga,ábraseme la anchurosa tierra.183 Para tranquilizarlo, respondió el rubio Me-nelao:184 -Ten ánimo y no espantes a los aqueos. Laaguda flecha no se me ha clavado en sitio mor-tal, pues me protegió por fuera el labrado cin-

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turón y por dentro la faja y la chapa que forja-ron obreros broncistas.188 Contestóle el rey Agamenón, diciendo:189 -¡Ojalá sea así, querido Menelao! Un médi-co reconocerá la herida y le aplicará drogas quecalmen los terribles dolores.192 Dijo, y en seguida dio esta orden al divinoheraldo Taltibio:193 -¡Taltibio! Llama pronto a Macaón, el hijodel insigne médico Asclepio, para que reconoz-ca al aguerrido Menelao, hijo de Atreo, a quienha flechado un hábil arquero troyano o licio;gloria para él y llanto para nosotros.198 Así dijo, y el heraldo al oírlo no desobede-ció. Fuese por entre los aqueos, de broncíneascorazas, buscó con la vista al héroe Macaón y lohalló en medio de las fuertes filas de hombresescudados que lo habían seguido desde Trica,criadora de caballos. Y, deteniéndose cerca deél, le dirigió estas aladas palabras:204 -¡Ven, Asclepíada! Te llama el rey Aga-menón para que reconozcas al aguerrido Mene-

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lao, caudillo de los aqueos, a quien ha flechadohábil arquero troyano o licio; gloria para él yllanto para nosotros.208 Así dijo, y Macaón sintió que en el pecho sele conmovía el ánimo. Atravesaron, hendiendopor la gente, el espacioso campamento de losaqueos; y llegando al lugar donde fue herido elrubio Menelao (éste aparecía como un dios en-tre los principales caudillos que en torno de élse habían congregado), Macaón arrancó la fle-cha del ajustado cíngulo; pero, al tirar de ella,rompiéronse las plumas, y entonces desató elvistoso cinturón y quitó la faja y la chapa quehabían hecho obreros broncistas. Tan prontocomo vio la herida causada por la cruel saeta,chupó la sangre y aplicó con pericia drogascalmantes que a su padre había dado Quirón enprueba de amistad.220 Mientras se ocupaban en curar a Menelao,valiente en la pelea, llegaron las huestes de losescudados troyanos; vistieron aquéllos la ar-madura, y ya sólo pensaron en el combate.

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223 Entonces no hubieras visto que el divinoAgamenón se durmiera, temblara o rehuyera elcombate, pues iba presuroso a la lid, donde losvarones alcanzan gloria. Dejó los caballos y elcarro de broncíneos adornos -Eurimedonte, hijode Ptolomeo Piraída, se quedó a cierta distanciacon los fogosos corceles-, encargó al auriga queno se alejara por si el cansancio se apoderabade sus miembros, mientras ejercía el mandosobre aquella multitud de hombres y empezó arecorrer a pie las hileras de guerreros. A cuan-tos veía, de entre los dánaos de ágiles corceles,que se apercibían para la pelea, los animabadiciendo:234 -¡Argivos! No desmaye vuestro impetuosovalor. El padre Zeus no protegerá a los pérfi-dos: como han sido los primeros en faltar a lojurado, sus tiernas carnes serán pasto de buitresy nosotros nos llevaremos en las naves a susesposas e hijos cuando tomemos la ciudad.240 A los que veía remisos en marchar al odio-so combate, los increpaba con iracundas voces:

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241 -¡Argivos que sólo con el arco sabéis pelear,hombres vituperables! ¿No os avergonzáis?¿Por qué os hallo atónitos como cervatos que,habiendo corrido por espacioso campo, se de-tienen cuando ningún vigor queda en su pe-cho? Así estáis vosotros: pasmados y sin com-batir. ¿Aguardáis acaso que los troyanos lle-guen a la orilla del espumoso mar donde te-nemos las naves de lindas popas, para ver si elCronión extiende su mano sobre vosotros?250 De tal suerte revistaba, como generalísimo,las filas de guerreros. Andando por entre lamuchedumbre, llegó al sitio donde los creten-ses vestían las armas con el aguerrido Idome-neo. Éste, semejante a un jabalí por su bravura,se hallaba en las primeras filas, y Merionesenardecía a los soldados de las últimas falan-ges. Al verlos, el rey de hombres, Agamenón,se alegró y al punto dijo a Idomeneo con suavesvoces:257 -¡Idomeneo! Te honro de un modo especialentre los dánaos, de ágiles corceles, así en la

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guerra a otra empresa, como en el banquete,cuando los próceres argivos beben el negrovino de honor mezclado en las crateras. A losdemás aqueos de larga cabellera se les da suración; pero tú tienes siempre la copa llena,como yo, y bebes cuanto te place. Corre ahora ala batalla y muestra el denuedo de que te jactas.265 Respondióle Idomeneo, caudillo de los cre-tenses:266 -¡Atrida! Siempre he de ser tu amigo fiel,como lo aseguré y prometí que lo sería. Peroexhorta a los demás melenudos aqueos, paraque cuanto antes peleemos con los troyanos, yaque éstos han roto los pactos. La muerte y todaclase de calamidades les aguardan, por habersido los primeros en faltar a lo jurado.272 Así dijo, y el Atrida con el corazón alegrepasó adelante. Andando por entre la muche-dumbre llegó al sitio donde estaban los Ayan-tes. Éstos se armaban, y una nube de infanteslos seguía. Como el nubarrón, impelido por elcéfiro, camina sobre el mar y se le ve a to lejos

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negro como la pez y preñado de tempestad, y elcabrero se estremece al divisarlo desde unaaltura, y, antecogiendo el ganado, lo conduce auna cueva; de igual modo iban al dañoso com-bate, con los Ayantes, las densas y obscurasfalanges de jóvenes ilustres, erizadas de lanzasy escudos. Al verlos, el rey Agamenón se rego-cijó, y dijo estas aladas palabras:285 -¡Ayantes, príncipes de los argivos debroncíneas corazas! A vosotros -inoportunofuera exhortaros- nada os encargo, porque yainstigáis al ejército a que pelee valerosamente.Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, que hubieseel mismo ánimo en todos los pechos, puespronto la ciudad del rey Príamo sería tomada ydestruida por nuestras manos.292 Cuando así hubo hablado, los dejó y se fuehacia otros. Halló a Néstor, elocuente orador delos pilios, ordenando a los suyos y animándolosa pelear, junto con el gran Pelagonte, Alástor,Cromio, el poderoso Hemón y Biante, pastor dehombres. Ponía delante, con los respectivos

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carros y corceles, a los que desde aquéllos com-batían; detrás, a gran copia de valientes peonesque en la batalla formaban como un muro, y enmedio, a los cobardes para que mal de su gradotuviesen que combatir. Y, dando instrucciones alos primeros, les encargaba que sujetaran loscaballos y no promoviesen confusión entre lamuchedumbre:303 -Nadie, confiando en su pericia ecuestre oen su valor, quiera luchar solo y fuera de lasfilas con los troyanos; que asimismo nadie re-troceda; pues con mayor facilidad seríais ven-cidos. El que caiga del carro y suba al de otropelee con la lanza, pues hacerlo así es muchomejor. Con tal prudencia y ánimo en el pechodestruyeron los antiguos muchas ciudades ymurallas.310 De tal suerte el anciano, diestro desde anti-guo en la guerra, los enardecía. Al verlo, el reyAgamenón se alegró, y le dijo estas aladas pa-labras:

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313 -¡Oh anciano! ¡Así como conservas el ánimoen tu pecho, tuvieras ágiles las rodillas y sinmenoscabo las fuerzas! Pero te abruma la vejez,que a nadie respeta. Ojalá que otro cargase conella y tú fueras contado en el número de losjóvenes.317 Respondióle Néstor, caballero gerenio:318 -¡Atrida! También yo quisiera ser comocuando maté al divino Ereutalión. Pero jamáslas deidades lo dieron todo y a un mismo tiem-po a los hombres: si entonces era joven, ya paramí llegó la senectud. Esto no obstante, acompa-ñaré a los que combaten en carros para exhor-tarlos con consejos y palabras, que tal es la mi-sión de los ancianos. Las lanzas las blandiránlos jóvenes, que son más vigorosos y puedenconfiar en sus fuerzas.326 Así dijo, y el Atrida pasó adelante con elcorazón alegre. Halló al excelente jinete Menes-teo, hijo de Péteo, de pie entre los ateniensesejercitados en la guerra. Estaba cerca de ellos elingenioso Ulises, y a poca distancia las huestes

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de los fuertes cefalenios, los cuales, no habien-do oído el grito de guerra -pues así las falangesde los troyanos, domadores de caballos, comolas de los aqueos, se ponían entonces en movi-miento-, aguardaban que otra columna aqueacerrara con los troyanos y diera principio labatalla. Al verlos, el rey Agamenón los increpócon estas aladas palabras:338 -¡Hijo del rey Péteo, alumno de Zeus; y tú,perito en malas artes, astuto! ¿Por qué, medro-sos, os abstenéis de pelear y esperáis que otrostomen la ofensiva? Debierais estar entre losdelanteros y correr a la ardiente pelea, ya queos invito antes que a nadie cuando los aqueosdamos un banquete a los próceres. Entonces osgusta comer carne asada y beber sin tasa copasde dulce vino, y ahora veríais con placer quediez columnas aqueas combatieran delante devosotros con el cruel bronce.349 Encarándole la torva vista, exclamó el in-genioso Ulises:

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350 -¡Atrida! ¡Qué palabras se te escaparon delcerco de los dientes! ¿Por qué dices que somosremisos en ir al combate? Cuando los aqueosexcitemos al feroz Ares contra los troyanosdomadores de caballos, verás, si quieres y teimporta, cómo el padre amado de Telémacopenetra por las primeras filas de los troyanos,domadores de caballos. Vano y sin fundamentoes tu lenguaje.356 Cuando el rey Agamenón comprendió queel héroe se irritaba, sonrióse y, retractándosedijo:358 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fe-cundo en ardides! No ha sido mi intento ni re-prenderte en demasía, ni darte órdenes. Conoz-co los benévolos sentimientos del corazón quetienes en el pecho, pues tu modo de pensarcoincide con el mío. Pero ve, y si te dije algoofensivo, luego arreglaremos este asunto.Hagan los dioses que todo se lo lleve el viento.364 Esto dicho, los dejó a11í, y se fue haciaotros. Halló al animoso Diomedes, hijo de Ti-

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deo, de pie entre los corceles y los sólidos ca-rros; y a su lado a Esténelo, hijo de Capaneo. Enviendo a aquél, el rey Agamenón lo reprendió,profiriendo estas aladas palabras:370 -¡Ay, hijo del aguerrido Tideo, domador decaballos! ¿Por qué tiemblas? ¿Por qué mirasazorado el espacio que de los enemigos nossepara? No solía Tideo temblar de este modo,sino que, adelantándose a sus compañeros,peleaba con el enemigo. Así lo refieren quienesto vieron combatir, pues yo no to presencié nito vi, y dicen que a todos superaba. Estuvo enMicenas, no para guerrear, sino como huésped,junto con el divino Polinices, cuando ambosreclutaban tropas para dirigirse contra los sa-grados muros de Teba. Mucho nos rogaron queles diéramos auxiliares ilustres, y los ciu-dadanos querían concedérselos y prestabanasenso a lo que se les pedía; pero Zeus, confunestas señales, les hizo variar de opinión.Volviéronse aquéllos; después de andar mucho,llegaron al Asopo, cuyas orillas pueblan junca-

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les y prados, y los aqueos nombraron embaja-dor a Tideo para que fuera a Teba. En el palaciodel fuerte Eteocles encontrábanse muchos cad-meos reunidos en banquete; pero ni a11í, sien-do huésped y solo entre tantos, se turbó el exi-mio jinete Tideo: los desafiaba y vencía fácil-mente en toda clase de luchas. ¡De tal suerte loprotegía Atenea! Cuando se fue, irritados loscadmeos, aguijadores de caballos, pusieron enemboscada a cincuenta jóvenes al mando dedos jefes: Meón Hemónida, que parecía un in-mortal, y Polifonte, intrépido hijo de Autófono.A todos les dio Tideo ignominiosa muerte me-nos a uno, a Meón, a quien permitió, acatandodivinales indicaciones, que volviera a la ciudad.Tal fue Tideo etolio, y el hijo que engendró le esinferior en el combate y superior en el ágora.401 Así dijo. El fuerte Diomedes oyó con respe-to la increpación del venerable rey y guardósilencio, pero el hijo del glorioso Capaneo hubode replicarle:

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404 -¡Atrida! No mientas, pudiendo decir laverdad. Nos gloriamos de ser más valientes quenuestros padres, pues hemos tomado a Teba, lade las siete puertas, con un ejército menos nu-meroso, que, confiando en divinales indicacio-nes y en el auxilio de Zeus, reunimos al pie desu muralla, consagrada a Ares; mientras queaquéllos perecieron por sus locuras. No nosconsideres, pues, a nuestros padres y a nosotrosdignos de igual estimación.411 Mirándolo con torva faz, le contestó el fuer-te Diomedes:412 -Calla, amigo; obedece mi consejo. Yo nome enfado porque Agamenón, pastor de hom-bres, anime a los aqueos, de hermosas grebas,antes del combate. Suya será la gloria, si losaqueos rindieren a los troyanos y tomaren lasagrada Ilio; suyo el gran pesar, si los aqueosfueren vencidos. Ea, pensemos tan sólo en mos-trar nuestro impetuoso valor.419 Dijo, saltó del carro al suelo sin dejar lasarmas, y tan terrible fue el resonar del bronce

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sobre su pecho, que hubiera sentido pavor has-ta un hombre muy esforzado.422 Como las olas impelidas por el Céfiro sesuceden en la ribera sonora, y primero se levan-tan en alta mar, braman después al romperseen la playa y en los promontorios, subencombándose a to alto y escupen la espuma; asílas falanges de los dánaos marchaban sucesi-vamente y sin interrupción al combate. Loscapitanes daban órdenes a los suyos respecti-vos, y éstos andaban callados (no hubieras di-cho que los siguieran a aquéllos tantos hombrescon voz en el pecho) y temerosos de sus caudi-llos. En todos relucían las labradas armas deque iban revestidos.- Los troyanos avanzabantambién, y como muchas ovejas balan sin cesaren el establo de un hombre opulento, cuando,al series extraída la blanca leche, oyen la voz delos corderos; de la misma manera elevábase unconfuso vocerío en el vasto ejército de aquéllos.No era igual el sonido ni el modo de hablar detodos y las lenguas se mezclaban, porque los

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guerreros procedían de diferentes países.- A losunos los excitaba Ares; a los otros, Atenea, la deojos de lechuza, y a entrambos pueblos, el Te-rror, la Fuga y la Discordia, insaciable en susfurores y hermana y compañera del homicidaAres, la cual al principio aparece pequeña yluego toca con la cabeza el cielo mientras andasobre la tierra. Entonces la Discordia, pe-netrando por la muchedumbre, arrojó en mediode ella el combate funesto para todos y au-mentó el afán de los guerreros.446 Cuando los ejércitos llegaron a juntarse,chocaron entre sí los escudos, las lanzas y elvalor de los hombres armados de broncíneascorazas, y al aproximarse los abollonados escu-dos se produjo un gran alboroto. Allí se oíansimultáneamente los lamentos de los moribun-dos y los gritos jactanciosos de los matadores, yla tierra manaba sangre. Como dos torrentesnacidos en grandes manantiales se despeñanpor los montes, reúnen las hirvientes aguas enhondo barranco abierto en el valle y producen

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un estruendo que oye desde lejos el pastor en lamontaña, así eran la gritería y el trabajo de losque vinieron a las manos.457 Fue Antíloco quien primeramente mató aun guerrero troyano, a Equepolo Talisíada, quepeleaba valerosamente en la vanguardia: hirió-lo en la cimera del penachudo casco, y labroncínea lanza, clavándose en la frente, atra-vesó el hueso, las tinieblas cubrieron los ojosdel guerrero y éste cayó como una torre en elduro combate. Al punto asióle de un pie el reyElefénor Calcodontíada, caudillo de los bravosabantes, y lo arrastraba para ponerlo fuera delalcance de los dardos y quitarle la armadura.Poco duró su intento. El magnánimo Agenor lovio arrastrar el cadáver, e, hiriéndolo con labroncínea lanza en el costado, que al bajarsequedó descubierto junto al escudo, dejóle sinvigor los miembros. De este modo perdióElefénor la vida y sobre su cuerpo trabaronenconada pelea troyanos y aqueos: como lobosse acometían y unos a otros se mataban.

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473 Ayante Telamonio tiróle un bote de lanza aSimoesio, hijo de Antemión, que se hallaba enla flor de la juventud. Su madre habíale dado aluz a orillas del Simoente, cuando bajó del Idacon sus padres para ver las ovejas: por esto lellamaron Simoesio. Mas no pudo pagar a susprogenitores la crianza ni fue larga su vida,porque sucumbió vencido por la lanza delmagnánimo Ayante: acometía el troyano,cuando Ayante lo hirió en el pecho junto a latetilla derecha, y la broncínea punta salió por laespalda. Cayó el guerrero en el polvo como elterso álamo nacido en la orilla de una espaciosalaguna y coronado de ramas que corta el carre-ro con el hierro reluciente, para hacer las pinasde un hermoso carro, dejando que el tronco seseque en la ribera; de igual modo, Ayante, dellinaje de Zeus despojó a Simoesio Antémida.-Antifo Priámida, que iba revestido de labradacoraza, lanzó por entre la muchedumbre suagudo dardo contra Ayante y no lo tocó; perohirió en la ingle a Leuco, compañero valiente de

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Ulises, mientras arrastraba el cadáver: des-prendióse éste y el guerrero cayó junto al mis-mo.- Ulises, muy irritado por tal muerte, atra-vesó las primeras filas cubierto de refulgentebronce, detúvose muy cerca del matador, y,revolviendo el rostro a todas partes, arrojó labrillante lanza. Al verlo, huyeron los troyanos.No fue vano el tiro, pues hirió a Democoonte,hijo bastardo de Príamo, que había venido deAbidos, país de corredoras yeguas: Ulises, irri-tado por la muerte de su compañero, le envasóla lanza, cuya broncínea punta le entró por unasien y le salió por la otra; la obscuridad cubriólos ojos del guerrero, cayó éste con estrépito ysus armas resonaron.Arredráronse los comba-tientes delanteros y el esclarecido Héctor; y losargivos dieron grandes voces, retiraron losmuertos y avanzaron un buen trecho. Mas Apo-lo, que desde Pérgamo lo presenciaba, se in-dignó y con recios gritos exhortó a los troyanos:509 -¡Acometed, troyanos domadores de caba-llos! No cedáis en la batalla a los argivos, por-

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que sus cuerpos no son de piedra ni de hierropara que puedan resistir, si los herís, el tajantebronce; ni pelea Aquiles, hijo de Tetis, la dehermosa cabellera, que se quedó en las naves yallí rumia la dolorosa cólera.514 Así dijo el terrible dios desde la ciudadela.A su vez, la hija de Zeus, la gloriosísima Trito-genia, recorría el ejército aqueo y animaba a losremisos.517 Fue entonces cuando el hado echó los lazosde la muerte a Diores Amarincida. Herido en eltobillo derecho por puntiaguda piedra que letiró Píroo Imbrásida, caudillo de los tracios, quehabía llegado de Eno -la insolente piedra rom-pióle ambos tendones y el hueso-, cayó de es-paldas en el polvo, y expirante tendía los bra-zos a sus camaradas cuando el mismo Píroo,que lo había herido, acudió presuroso e hiriólonuevamente con la lanza junto al ombligo; de-rramáronse los intestinos y las tinieblas velaronlos ojos del guerrero.

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527 Mientras Píroo arremetía, Toante el etolioalanceólo en el pecho, por cima de una tetilla, yel bronce se le clavó en el pulmón. AcercóseleToante, le arrancó del pecho la ingente lanza y,hundiéndole la aguda espada en medio delvientre, le quitó la vida. Mas no pudo despojar-lo de la armadura, porque se vio rodeado porlos compañeros del muerto, los tracios que de-jan crecer la cabellera en lo más alto de la cabe-za, quienes le asestaban sus largas picas; y,aunque era corpulento, vigoroso a ilustre, fuerechazado y hubo de retroceder. Así cayeron yse juntaron en el polvo el caudillo de los traciosy el de los epeos, de broncíneas corazas, y a sualrededor murieron otros muchos.539 Y quien, sin haber sido herido de cerca o delejos por el agudo bronce, hubiera recorrido elcampo, llevado de la mano y protegido de lassaetas por Palas Atena, no habría baldonado loshechos de armas; pues aquel día gran númerode troyanos y de aqueos yacían, unos junto aotros, caídos de cara al polvo.

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CANTO V*Principalía de Diomedes* Entre los primeros, los aqueos, destaca Dio-medes, siendo capaz de hacer huir a los mismí-simos dioses Ares y Afrodita.

1 Entonces Palas Atenea infundió a DiomedesTidida valor y audacia, para que brillara entretodos los argivos y alcanzase inmensa gloria, ahizo salir de su casco y de su escudo una ince-sante llama parecida al astro que en otoño lucey centellea después de bañarse en el Océano.Tal resplandor despedían la cabeza y los hom-bros del héroe, cuando Atenea lo llevó al centrode la batalla, allí donde era mayor el número deguerreros que tumultuosamente se agitaban.9 Hubo en Troya un varón rico a irreprensible,sacerdote de Hefesto, llamado Dares; y de éleran hijos Fegeo a Ideo, ejercitados en toda es-pecie de combates. Éstos iban en un mismocarro; y, separándose de los suyos, cerraron con

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Diomedes, que desde tierra y en pie losaguardó. Cuando se hallaron frente a frente,Fegeo tiró el primero la luenga lanza, que pasópor cima del hombro izquierdo del Tidida sinherirlo; arrojó éste la suya y no fue en vano,pues se la clavó a aquél en el pecho, entre lastetillas, y lo derribó por tierra. Ideo saltó al sue-lo, desamparando el magnífico carro, sin que seatreviera a defender el cadáver de su hermano-no se hubiese librado de la negra muerte-, yHefesto lo sacó salvo, envolviéndolo en densanube, a fin de que el anciano padre no se afli-giera en demasía. El hijo del magnánimo Tideose apoderó de los corceles y los entregó a suscompañeros para que los llevaran a las cónca-vas naves. Cuando los altivos troyanos vieronque uno de los hijos de Dares huía y el otroquedaba muerto entre los carros, a todos se lesconmovió el corazón. Y Atenea, la de ojos delechuza, tomó por la mano al furibundo Ares yle habló diciendo:

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31 -¡Ares, Ares, funesto a los mortales, man-chado de homicidios, demoledor de murallas!¿No dejaremos que troyanos y aqueos peleensolos -sean éstos o aquéllos a quienes el padreZeus quiera dar gloria- y nos retiraremos, paralibrarnos de la cólera de Zeus?35 Dicho esto, sacó de la liza al furibundo Aresy lo hizo sentar en la herbosa ribera del Esca-mandro. Los dánaos pusieron en fuga a los tro-yanos, y cada uno de sus caudillos mató a unhombre. Empezó el rey de hombres, Aga-menón, con derribar del carro al corpulentoOdio, caudillo de los halizones; al volverse parahuir, envasóle la pica en la espalda, entre loshombros, y la punta salió por el pecho. Cayó elguerrero con estrépito y sus armas resonaron.43 Idomeneo quitó la vida a Festo, hijo de Boroel meonio, que había llegado de la fértil Tarne,hiriéndolo con la formidable lanza en el hom-bro derecho, cuando subía al carro: desplomóseFesto, tinieblas horribles to envolvieron y los

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servidores de Idomeneo lo despojaron de laarmadura.49 El Atrida Menelao mató con la aguda pica aEscamandrio, hijo de Estrofio, ejercitado en lacaza. A tan excelente cazador la misma Ártemisle había enseñado a tirar a cuantas fieras críanlas selvas de los montes. Mas no le valió niÁrtemis, que se complace en tirar flechas, ni elarte de arrojarlas en que tanto descollaba: tuvoque huir, y el Atrida Menelao, famoso por sulanza, lo hirió con un dardo en la espalda, entrelos hombros, y le atravesó el pecho. Cayó decara y sus armas resonaron.59 Meriones dejó sin vida a Fereclo, hijo deTectón Harmónida, que con las manos fabrica-ba toda clase de obras de ingenio, porque eramuy caro a Palas Atenea. Éste, no conociendolos oráculos de los dioses, construyó las navesbien proporcionadas de Alejandro, las cualesfueron la causa primera de todas las desgraciasy un mal para los troyanos y para él mismo.Meriones, cuando alcanzó a aquél, lo alanceó

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en la nalga derecha; y la punta, pasando pordebajo del hueso y cerca de la vejiga, salió alotro lado. El guerrero cayó de hinojos, gimien-do, y la muerte lo envolvió.69 Meges hizo perecer a Pedeo, hijo bastardo deAnténor, a quien Teano, la divina, había criadocon igual solicitud que a los hijos propios, paracomplacer a su esposo. El hijo de Fileo, famosopor su pica, fue a clavarle en la nuca la pun-tiaguda lanza, y el hierro cortó la lengua yasomó por los dientes del guerrero. Pedeo cayóen el polvo y mordía el frío bronce.76 Eurípilo Evemónida dio muerte al divinoHipsenor, hijo del animoso Dolopión, que erasacerdote de Escamandro y el pueblo lo vene-raba como a un dios. Perseguíalo Eurípilo, hijopreclaro de Evemón; el cual, poniendo mano ala espada, de un tajo en el hombro le cercenó elrobusto brazo, que ensangrentado cayó al sue-lo. La purpúrea muerte y el hado cruel velaronlos ojos del troyano.

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84 Así se portaban éstos en el reñido combate.En cuanto al Tidida, no hubieras conocido conquiénes estaba, ni si pertenecía a los troyanos oa los aqueos. Andaba furioso por la llanura cualhinchado torrente que en su rápido curso derri-ba los diques -pues ni los diques más trabados,ni los setos de los floridos campos lo detienen-,y presentándose repentinamente, cuando caeespesa la lluvia de Zeus, destruye muchas her-mosas labores de los jóvenes; tal tumulto pro-movía el Tidida en las densas falanges troyanasque, con ser tan numerosas, no se atrevían aresistirlo.95 Tan luego como el preclaro hijo de Licaónvio que Diomedes corna furioso por la llanura ydesordenaba las falanges, tendió el corvo arco ylo hirió en el hombro derecho, por el hueco dela coraza, mientras aquél acometía. La cruelsaeta atravesó el hombro y la coraza y semanchó de sangre. Y el preclaro hijo de Licaón,al notarlo, gritó con voz recia:

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102 -¡Arremeted, troyanos de ánimo altivo,aguijadores de caballos! Herido está el másfuerte de los aqueos; y no creo que pueda resis-tir mucho tiempo la fornida saeta, si fue re-almente Apolo, hijo de Zeus, quien me movió avenir aquí desde la Licia.106 Así dijo gloriándose. Pero la veloz flecha nopostró a Diomedes; el cual, retrocediendo hastael carro y los caballos, se detuvo y dijo a Esténe-lo, hijo de Capaneo:109 -Corre, buen hijo de Capaneo, baja del carroy arráncame del hombro la amarga flecha.111 Así dijo. Esténelo saltó del carro al suelo, sele acercó, y sacóle del hombro la aguda flecha;la sangre chocaba, al salir a borbotones, contralas mallas de la túnica. Y entonces Diomedes,valiente en el combate, hizo esta plegaria:115 -¡Óyeme, hija de Zeus, que lleva la égida!¡Indómita! Si alguna vez amparaste benévola ami padre en la cruel guerra, séme ahora propi-cia, ¡oh Atenea!, y haz que se ponga a tiro delanza y reciba la muerte de mi mano quien se

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me anticipó hiriéndome, y ahora se jacta de quepronto dejaré de contemplar la fúlgida luz delsol.121 Así dijo rogando. Palas Atenea lo oyó, agi-litóle los miembros todos y especialmente lospies y las manos, y poniéndose a su lado pro-nunció estas aladas palabras:124 -Cobra ánimo, Diomedes, y pelea con lostroyanos; pues ya infundí en tu pecho el pater-no intrépido valor que acostumbraba tener eljinete Tideo, agitador del escudo, y aparté laniebla que cubría tus ojos para que en la batallaconozcas bien a los dioses y a los hombres. Sialguno de aquéllos viene a tentarte, no quierascombatir con los inmortales; pero, si se presen-tara en la lid Afrodita, hija de Zeus, hiérela conel agudo bronce.133 Dicho esto, fuese Atenea, la de ojos de le-chuza. El Tidida volvió a mezclarse con loscombatientes delanteros; y, si antes ardía endeseos de pelear contra los troyanos, entoncessintió que se le triplicaba el bno, como un león a

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quien el pastor hiere levemente en el campo, alasaltar un redil de lanudas ovejas, y no lo mata,sino que lo excita la fuerza: el pastor desiste derechazarlo y entra en el establo; las ovejas, alverse sin defensa, huyen para caer pronto ha-cinadas unas sobre otras, y la fiera salta afuerade la elevada cerca. Con tal furia penetró en lasfilas troyanas el fuerte Diomedes.144 Entonces hizo morir a Astínoo y a Hipirón,pastor de hombres. Al primero lo hirió con labroncínea lanza encima del pecho; contraHipirón desnudó la gran espada, y de un tajoen la clavícula separóle el hombro del cuello yla espalda. Dejólos y fue al encuentro de Aban-te y Polüdo, hijos de Euridamante, que era deprovecta edad a intérprete de sus sueños:cuando fueron a la guerra, el anciano no lesinterpretaría los sueños, pues sucumbieron amanos del fuerte Diomedes, que los despojó delas armas. Enderezó luego los pasos hacia Jantoy Toón, hijos de Fénope -éste los había tenidoen la triste vejez que lo abrumaba y no en-

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gendró otro hijo que heredara sus riquezas-, y aentrambos les quitó la dulce vida, causandollanto y triste pesar al anciano, que no pudorecibirlos de vuelta de la guerra; y más tardelos parientes se repartieron la herencia.159 En seguida alcanzó a Equemón y a Cromio,hijos de Príamo Dardánida, que iban en elmismo carro. Cual león que, penetrando en lavacada, despedaza la cerviz de una vaca o deuna becerra que pace en el soto, así el hijo deTideo los derribó violentamente del carro, lesquitó la armadura y entregó los corceles a suscamaradas para que los llevaran a las naves.166 Eneas advirtió qué Diomedes destruía lashileras de los troyanos, y fue en busca del divi-no Pándaro por la liza y entre el estruendo delas lanzas. Halló por fin al fuerte y eximio hijode Licaón; y deteniéndose a su lado, le dijo:171 -¡Pándaro! ¿Dónde guardas el arco y lasvoladoras flechas? ¿Qué es de tu fama? Aquí notienes rival y en la Licia nadie se gloría de aven-tajarte. Ea, levanta las manos a Zeus y dispara

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una flecha contra ese hombre que triunfa y cau-sa males sin cuento a los troyanos -de muchosvalientes ha quebrado ya las rodillas-, si porventura no es un dios airado con los troyanos acausa de los sacrificios, pues la cólera de unadeidad es terrible.179 Respondióle el preclaro hijo de Licaón:180 -¡Eneas, consejero de los troyanos, debroncíneas túnicas! Parécese por entero alaguerrido Tidida: reconozco su escudo, su cas-co de alta cimera y agujeros a guisa de ojos ysus corceles, pero no puedo asegurar si es undios. Si ese guerrero es en realidad el belicosohijo de Tideo, no se mueve con tal furia sin quealguno de los inmortales lo acompañe, cubiertala espalda con una nube, y desvíe las velocesflechas que hacia él vuelan. Arrojéle una saetaque lo hirió en el hombro derecho, penetrandopor el hueco de la coraza; creí enviarle a Aido-neo, y sin embargo de esto no lo maté; sin dudaes un dios irritado. No tengo aquí corceles nicarros que me lleven, aunque en el palacio de

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Licaón quedaron once carros hermosos, sólidos,de reciente construcción, cubiertos con fundas ycon sus respectivos pares de caballos que co-men blanca cebada y avena. Licaón, el guerreroanciano, entre los muchos consejos que me diocuando partí del magnífico palacio, me reco-mendó que en el duro combate mandara a lostroyanos subido en un carro; mas yo no me dejéconvencer -mucho mejor hubiera sido seguir suconsejo- y rehusé llevarme los corceles por eltemor de que, acostumbrados a comer bien, seencontraran sin pastos en una ciudad sitiada.Dejélos, pues, y vine como infante a Ilio, con-fiando en el arco que para nada me había deservir. Contra dos próceres lo he disparado, elTidida y el Atrida; a entrambos les causé heri-das, de las que manaba verdadera sangre, ysólo conseguí excitarlos más. Con mala suertedescolgué del clavo el corvo arco el día en quevine con mis troyanos a la amena Ilio paracomplacer al divino Héctor. Si logro regresar yver con estos ojos mi patria, mi mujer y mi casa

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espaciosa y de elevado techo, córteme la cabezaun enemigo si no rompo y tiro al relumbrantefuego este arco, ya que su compañía me resultainútil.217 Replicóle Eneas, caudillo de los troyanos:218 -No hables así. Las cosas no cambiarán has-ta que, montados nosotros en el carro, acome-tamos a ese hombre y probemos la suerte de lasarmas. Sube a mi carro, para que veas cuálesson los corceles de Tros y cómo saben así per-seguir acá y acullá de la llanura como huir lige-ros; ellos nos llevarán salvos a la ciudad, siZeus concede de nuevo la victoria a DiomedesTidida. Ea, coma el látigo y las lustrosas rien-das, y bajaré del carro para combatir; o encárga-te tú de pelear, y yo me cuidaré de los caballos.229 Contestó el preclaro hijo de Licaón:230-¡Eneas! Recoge tú las riendas y guía loscorceles, porque tirarán mejor del corvo carroobedeciendo al auriga a que están acostumbra-dos, si nos pone en fuga el hijo de Tideo. Nosea que, echando de menos tu voz, se espanten

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y desboquen y no quieran sacarnos de la liza, yel hijo del magnánimo Tideo nos embista y ma-te y se lleve los solípedos caballos. Guía, pues,el carro y los corceles, y yo con la aguda lanzaesperaré su acometida.239 Así hablaron; y, subidos en el labrado ca-rro, guiaron animosamente los briosos corcelesen derechura al Tidida. Advirtiólo Esténelo,preclaro hijo de Capaneo, y al punto dijo alTidida estas aladas palabras:243 -¡Diomedes Tidida, carísimo a mi corazón!Veo que dos robustos varones, cuya fuerza esgrandísima, desean combatir contigo: el uno,Pándaro, es hábil arquero y se jacta de ser hijode Licaón; el otro, Eneas, se gloría de habersido engendrado por el magnánimo Anquises ysu madre es Afrodita. Ea, subamos al carro,retirémonos, y cesa de revolverte furioso entrelos combatientes delanteros para que no pier-das la dulce vida.251 Mirándolo con torva faz, le respondió elfuerte Diomedes:

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252 -No me hables de huir, pues no creo queme persuadas. Sería impropio de mí batirme enretirada o amedrentarme. Mis fuerzas aún si-guen sin menoscabo. Desdeño subir al carro, ytal como estoy iré a encontrarlos, pues PalasAtenea no me deja temblar. Sus ágiles corcelesno los llevarán lejos de aquí, si por ventura al-guno de aquéllos puede escapar. Otra cosa voya decir que tendrás muy presence: Si la sabiaAtenea me concede la gloria de matar a en-trambos, sujeta estos veloces caballos, ama-rrando las bridas al barandal, y no se te olvidede apoderarte de los corceles de Eneas para sa-carlos de los troyanos y traerlos a los aqueos dehermosas grebas; pues pertenecen a la raza deaquéllos que el largovidente Zeus dio a Tros enpago de su hijo Ganimedes, y son, por canto,los mejores de cuantos viven debajo del sol y laaurora. Anquises, rey de hombres, logró adqui-rir, a hurto, caballos de esta raza ayuntandoyeguas con aquéllos sin que Laomedonte loadvirtiera; naciéronle seis en el palacio, crió

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cuatro en su pesebre y dio esos dos a Eneas,que pone en fuga a sus enemigos. Si los cogié-ramos, alcanzaríamos gloria no pequeña.274 Así éstos conversaban. Pronto Eneas yPándaro, picando a los ágiles corceles, se lesacercaron. Y el preclaro hijo de Licaón exclamóel primero:277 -¡Corazón fuerte, hombre belicoso, hijo delilustre Tideo! Ya que la veloz y dañosa flechano lo derribó, voy a probar si lo hiero con lalanza.280 Dijo; y blandiendo la ingente arma, dio unbote en el escudo del Tidida: la broncínea puntaatravesó la rodela y llegó muy cerca de la cora-za. El preclaro hijo de Licaón gritó en seguida:284 -Tienes el ijar atravesado de parte a parte, yno creo que resistas largo tiempo. Inmensa es lagloria que acabas de darme.286 Sin turbarse, le replicó el fuerte Diomedes:287 -Erraste el golpe, no has acertado; y creoque no dejaréis de combatir, hasta que uno de

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vosotros caiga y harte de sangre a Ares, el infa-tigable luchador.290 Dijo, y le arrojó la lanza que, dirigida porAtenea a la nariz junto al ojo, le atravesó losblancos dientes. El duro bronce cortó la puntade la lengua y apareció por debajo de la barba.Pándaro cayó del carro, sus lucientes y labradasarmas resonaron, espantáronse los corceles deágiles pies, y a11í acabaron la vida y el valordel guerrero.297 Saltó Eneas del carro con el escudo y la lar-ga pica; y, temiendo que los aqueos le quitaranel cadáver, defendíalo como un león que confíaen su bravura: púsose delante del muerto en-hiesta la lanza y embrazado el liso escudo, yprofiriendo horribles gritos se disponía a matara quien se le opusiera. Mas el Tidida, cogiendouna gran piedra que dos de los hombres actua-les no podrían llevar y que él manejaba fá-cilmente, hirió a Eneas en la articulación delisquion con el fémur que se llama cótila; laáspera piedra rompió la cótila, desgarró ambos

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tendones y arrancó la piel. El héroe cayó derodillas, apoyó la robusta mano en el suelo y lanoche obscura cubrió sus ojos.311 Y allí pereciera el rey de hombres Eneas, sial punto no lo hubiese advertido su madreAfrodita, hija de Zeus, que lo había concebidode Anquises, pastor de bueyes. La diosa tendiósus níveos brazos al hijo amado y lo cubrió conun doblez del refulgente manto, para defender-lo de los tiros; no fuera que alguno de los dána-os, de ágiles corceles, clavándole el bronce en elpecho, le quitara la vida.318 Mientras Afrodita sacaba a Eneas de la liza,el hijo de Capaneo no echó en olvido las órde-nes que le diera Diomedes, valiente en el com-bate: sujetó allí, separadamente de la refriega,sus solípedos caballos, amarrando las bridas albarandal; y, apoderándose de los corceles, delindas crines, de Eneas, hízolos pasar de lostroyanos a los aqueos de hermosas grebas yentrególos a Deípilo, el compañero a quien máshonraba entre los de la misma edad a causa de

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su prudencia, para que los llevara a las cónca-vas naves. Acto continuo el héroe subió al ca-rro, asió las lustrosas riendas y guió solícitohacia el Tidida los caballos de duros cascos. Elhéroe perseguía con el cruel bronce a Cipris,conociendo que era una deidad débil, no deaquéllas que imperan en el combate de loshombres, como Atenea o Enio, asoladora deciudades. Tan pronto como llegó a alcanzarlapor entre la multitud, el hijo del magnánimoTideo, calando la afilada pica, rasguñó la tiernamano de la diosa: la punta atravesó el peplodivino, obra de las mismas Gracias, y rompió lapiel de la palma. Brotó la sangre divina, o pormejor decir, el icor; que tal es lo que tienen losbienaventurados dioses, pues no comen pan nibeben el negro vino, y por esto carecen de san-gre y son llamados inmortales. La diosa, dandouna gran voz, apartó a su hijo, que Febo Apolorecibió en sus brazos y envolvió en espesa nu-be; no fuera que alguno de los dánaos, de ágilescorceles, clavándole el bronce en el pecho, le

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quitara la vida. Y Diomedes, valiente en elcombate, dijo a voz en cuello:348 -¡Hija de Zeus, retírate del combate y lapelea! ¿No te basta engañar a las débiles muje-res? Creo que, si intervienes en la batalla, tedará horror la guerra, aunque te encuentres agran distancia de donde la haya.352 Así dijo. La diosa retrocedió turbada y muyafligida; Iris, de pies veloces como el viento,asiéndola por la mano, la sacó del tumultocuando ya el dolor la abrumaba y el hermosocutis se ennegrecía; y como aquélla encontraraal furibundo Ares sentado a la izquierda de labatalla, con la lanza y los veloces caballos en-vueltos en una nube, se hincó de rodillas y pi-dióle con instancia los corceles de áureas bri-das:359 -¡Querido hermano! Compadécete de mí ydame los caballos para que pueda volver alOlimpo, a la mansión de los inmortales. Meduele mucho la herida que me infirió un hom-

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bre, el Tidida, quien sería capaz de pelear con elpadre Zeus.363 Dijo, y Ares le cedió los corceles de áureasbridas. Afrodita subió al carro con el corazónafligido; Iris se puso a su lado, y tomando lasriendas avispó con el látigo a aquéllos, que go-zosos alzaron el vuelo. Pronto llegaron a la mo-rada de los dioses, al alto Olimpo; y la diligenteIris, la de pies ligeros como el viento, detuvolos caballos, los desunció del carro y les echóun pasto divino. La diosa Afrodita se refugió enel regazo de su madre Dione; la cual, recibién-dola en los brazos y halagándola con la mano,le dijo:373 -¿Cuál de los celestes dioses, hija querida,de tal modo te maltrató, como si a su presenciahubieses cometido alguna falta?375 Respondióle al punto Afrodita, amante dela risa:376 -Hirióme el hijo de Tideo, Diomedes sober-bio, porque sacaba de la liza a mi hijo Eneas,carísimo para mí más que otro alguno. La en-

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conada lucha ya no es sólo de troyanos y aque-os, pues los dánaos ya se atreven a combatircon los inmortales.381 Contestó Dione, divina entre las diosas:382 -Sufre el dolor, hija mía, y sopórtalo aunqueestés afligida; que muchos de los que habita-mos olímpicos palacios hemos tenido que tole-rar ofensas de los hombres, a quienes excitamospara causarnos, unos dioses a otros, horriblesmales.- Las toleró Ares cuando Oto y el fornidoEfialtes, hijos de Aloeo, lo tuvieron trece mesesatado con fuertes cadenas en una cárcel debronce: a11í pereciera el dios insaciable decombate, si su madrastra, la bellísima Eribea,no lo hubiese participado a Hermes, quien sacófurtivamente de la cárcel a Ares casi exánime,pues las crueles ataduras lo agobiaban.- Lastoleró Hera cuando el vigoroso hijo de Anfi-trión hirióla en el pecho diestro con trifurcadaflecha; vehementísimo dolor atormentó enton-ces a la diosa.- Y las toleró también el ingenteHades cuando el mismo hijo de Zeus, que lleva

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la égida, disparándole en Pilos veloz saeta, toentregó al dolor entre los muertos: con el co-razón afligido, traspasado de dolor, pues laflecha se le había clavado en la robusta espalday abatía su ánimo, fue el dios al palacio deZeus, al vasto Olimpo, y, como no había nacidomortal, curólo Peón, esparciendo sobre la heri-da drogas calmantes. ¡Osado! ¡Temerario! No seabstenía de cometer acciones nefandas y con-tristaba con el arco a los dioses que habitan elOlimpo.- A ése lo ha excitado contra ti Atenea,la diosa de ojos de lechuza. ¡Insensato! Ignora elhijo de Tideo que quien lucha con los inmorta-les ni llega a viejo ni los hijos lo reciben,llamándole padre y abrazando sus rodillas, devuelta del combate y de la terrible pelea. Aun-que es valiente, tema el Tidida que le salga alencuentro alguien más fuerte que tú: no sea queluego la prudente Egialea, hija de Adrasto ycónyuge ilustre de Diomedes, domador de ca-ballos, despierte con su llanto a los domésticos

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por sentir soledad de su legítimo esposo, elmejor de los aqueos todos.416 Dijo, y con ambas manos restañó el icor; lamano se curó y los acerbos dolores se calmaron.Atenea y Hera, que lo presenciaban, intentaronzaherir a Zeus Cronida con mordaces palabras;y Atenea, la diosa de ojos de lechuza, empezó ahablar de esta manera:421 -¡Padre Zeus! ¿Te irritarás conmigo por loque diré? Sin duda Cipris quiso persuadir aalguna aquea de hermoso peplo a que se fueracon los troyanos, que tan queridos le son; y,acariciándola, áureo broche le rasguñó la deli-cada mano.426 Así dijo. Sonrióse el padre de los hombres yde los dioses, y llamando a la áurea Afrodita, ledijo:428 -A ti, hija mía, no te han sido asignadas lasacciones bélicas: dedícate a los dulces trabajosdel himeneo, y el impetuoso Ares y Ateneacuidarán de aquéllas.

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431 Así los dioses conversaban. Diomedes, va-liente en el combate, cerró con Eneas, no obs-tante comprender que el mismo Apolo extendíala mano sobre él; pues, impulsado por el deseode acabar con el héroe y despojarlo de lasmagníficas armas, ya ni al gran dios respetaba.Tres veces asaltó a Eneas con intención de ma-tarlo; tres veces agitó Apolo el refulgente escu-do. Y cuando, semejante a un dios, atacaba porcuarta vez, Apolo, el que hiere de lejos, lo in-crepó con aterradoras voces:440 -¡Tidida, piénsalo mejor y retírate! No quie-ras igualarte a las deidades, pues jamás fueronsemejantes la raza de los inmortales dioses y lade los hombres que andan por la tierra.443 Así dijo. El Tidida retrocedió un poco parano atraerse la cólera de Apolo, el que hiere delejos; y el dios, sacando a Eneas del combate, lollevó al templo que tenía en la sacra Pérgamo:dentro de éste, Leto y Artemis, que se complaceen tirar fechas, curaron al héroe y le aumenta-ron el vigor y la belleza del cuerpo. En tanto

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Apolo, que lleva arco de plata, formó un simu-lacro de Eneas y su armadura; y, alrededor delmismo, troyanos y divinos aqueos chocaban lasrodelas de cuero de buey y los alados broquelesque protegían sus cuerpos. Y Febo Apolo dijoentonces al furibundo Ares:455 -¡Ares, Ares, funesto a los mortales, man-chado de homicidios, demoledor de murallas!¿Quieres entrar en la liza y sacar a ese hombre,al Tidida, que sería capaz de combatir hasta conel padre Zeus? Primero hirió a Cipris en el pu-ño, y luego, semejante a un dios, cerró conmi-go.460 Cuando esto hubo dicho, sentóse en la ex-celsa Pérgamo. El funesto Ares, tomando lafigura del ágil Acamante, caudillo de los tra-cios, enardeció a los que militaban en las filastroyanas y exhortó a los ilustres hijos de Pría-mo, alumnos de Zeus:464 -¡Hijos del rey Príamo, alumno de Zeus!¿Hasta cuándo dejaréis que el pueblo perezca amanos de los aqueos? ¿Acaso hasta que el ene-

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migo llegue a las sólidas puertas de los muros?Yace en tierra un varón a quien honrábamoscomo al divino Héctor: Eneas, hijo del magná-nimo Anquises. Ea, saquemos del tumulto alvaliente amigo.470 Con estas palabras les excitó a todos el va-lor y la fuerza. A su vez, Sarpedón reprendíaasí al divino Héctor:472 -¡Héctor! ¿Qué se hizo el valor que antesmostrabas? Dijiste que defenderías la ciudadsin tropas ni aliados, solo, con tus hermanos ytus deudos. De éstos a ninguno veo ni descu-brir puedo: temblando están como perros entorno de un león, mientras combatimos los queúnicamente somos auxiliares. Yo, que figurocomo tal, he venido de muy lejos, de Licia, si-tuada a orillas del voraginoso Janto; allí dejé ami esposa amada, al tierno infante y riquezasmuchas que el menesteroso apetece. Mas, sinembargo de esto y de no tener aquí nada quelos aqueos puedan llevarse o apresar, animo alos licios y deseo luchar con ese guerrero; y tú

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estás parado y ni siquiera exhortas a los demáshombres a que resistan al enemigo y defiendana sus esposas. No sea que, como si hubieraiscaído en una red de lino que todo lo envuelve,lleguéis a ser presa y botín de los enemigos, yéstos destruyan vuestra populosa ciudad. Pre-ciso es que lo ocupes en ello día y noche y su-pliques a los caudillos de los auxiliares venidosde lejas tierras, que resistan firmemente y no sehagan acreedores a graves censuras.493 Así habló Sarpedón. Sus palabras royéronleel ánimo a Héctor, que en seguida saltó del ca-rro al suelo, sin dejar las armas; y, blandiendoun par de afiladas picas, recorrió el ejército,animóle a combatir y promovió una terriblepelea. Los troyanos volvieron la cara a losaqueos para embestirlos, y los argivos sostuvie-ron apiñados la acometida y no se arredraron.Como en el abaleo, cuando la rubia Demétersepara el grano de la paja al soplo del viento, elaire lleva el tamo por las sagradas eras y losmontones de paja blanquean; del mismo modo

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los aqueos se tornaban blanquecinos por el pol-vo que levantaban hasta el cielo de bronce lospies de los corceles de cuantos volvían a encon-trarse en la refriega. Los aurigas guiaban loscaballos al combate y los guerreros acometíande frente con toda la fuerza de sus brazos. Elfuribundo Ares cubrió el campo de espesa nie-bla para socorrer a los troyanos y a todas partesiba; cumpliendo así el encargo que le hizo FeboApolo, el de la áurea espada, de que excitara elánimo de aquéllos, cuando vio que Palas Ate-nea, la protectora de los dánaos, se ausentaba.512 El dios sacó a Eneas del suntuoso templo; e,infundiendo valor al pastor de hombres, le dejóentre sus compañeros, que se alegraron de ver-lo vivo, sano y revestido de valor; pero no lepreguntaron nada, porque no se lo permitía elcombate suscitado por el dios del arco de plata,por Ares, funesto a los mortales, y por la Dis-cordia, cuyo furor es insaciable.519 Ambos Ayantes, Ulises y Diomedes enar-decían a los dánaos en la pelea; y éstos, en vez

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de atemorizarse ante la fuerza y las voces de lostroyanos, aguardábanlos tan firmes como lasnubes que el Cronida deja inmóviles en las ci-mas de los montes durante la calma, cuandoduermen el Bóreas y demás vientos fuertes quecon sonoro soplo disipan los pardos nubarro-nes; tan firmemente esperaban los dánaos a lostroyanos, sin pensar en la fuga. El Atrida bullíaentre la muchedumbre y a todos exhortaba:529 -¡Oh amigos! ¡Sed hombres, mostrad quetenéis un corazón esforzado y avergonzaos deparecer cobardes en el duro combate! De losque sienten este temor, son más los que se sal-van que los que mueren; los que huyen ni al-canzan gloria, ni entre sí se ayudan.533 Dijo, y despidiendo con ligereza el dardohirió al caudillo Deicoonte Pergásida, compa-ñero del magnánimo Eneas; a quien venerabanlos troyanos como a la prole de Príamo, por suarrojo en pelear en las primeras filas. El reyAgamenón acertó a darle un bote en el escudo,que no logró detener el dardo; éste lo atravesó,

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y, rasgando el cinturón, clavóse el bronce en elempeine del guerrero. Deicoonte cayó conestrépito y sus armas resonaron.541 Eneas mató a dos hijos de Diocles, Cretón yOrsíloco, varones valentísimos, cuyo padrevivía en la bien construida Fera abastado debienes, y era descendiente del anchuroso Alfeo,que riega el país de los pilios. El Alfeo en-gendró a Ortíloco, que reinó sobre muchoshombres; Ortíloco fue padre del magnánimoDiocles, y de éste nacieron los dos mellizosCretón y Orsíloco, diestros en toda especie decombates; quienes, apenas llegados a la juven-tud, fueron en negras naves y junto con los ar-givos a Ilio, la de hermosos corceles, para ven-gar a los Atridas Agamenón y Menelao, y allíhallaron su fin, pues los envolvió la muerte.Como dos leones, criados por su madre en laespesa selva de la cumbre de un monte, de-vastan los establos, robando bueyes y pingüesovejas, hasta que los hombres los matan conafilado bronce; del mismo modo, aquéllos, que

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parecían altos abetos, cayeron vencidos por lasmanos de Eneas.561 Al verlos derribados en el suelo, condolióseMenelao, caro a Ares, y en seguida, revestidode luciente bronce y blandiendo la lanza, seabrió camino por las primeras filas: Ares le ex-citaba el valor para que sucumbiera a manos deEneas. Pero Antíloco, hijo del magnánimoNéstor, que lo advirtió, se fue en pos del pastorde hombres temiendo que le ocurriera algo yles frustrara la empresa. Cuando los dos gue-rreros, deseosos de pelear, calaban las agudaslanzas para acometerse, colocóse Antíloco muycerca del pastor de hombres; Eneas, al ver a losdos varones que estaban juntos, aunque era lu-chador brioso, no se atrevió a esperarlos; y ellospudieron llevarse hacia los aqueos los cadáve-res de aquellos infelices, ponerlos en las manosde sus amigos y volver a combatir en el puntomás avanzado.576 Entonces mataron a Pilémenes, igual aAres, caudillo de los valientes y escudados pa-

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flagones: el Atrida Menelao, famoso por supica, envasóle la lanza junto a la clavícula. An-tíloco hirió de una pedrada en el codo al buenescudero Midón Atimníada, cuando éste re-volvía los solípedos caballos -las ebúrneasriendas cayeron de sus manos al polvo-, y,acometiéndolo con la espada, le dio un tajo enlas sienes. Midón, anhelante, cayó del bienconstruido carro: hundióse su cabeza con elcuello y parte de los hombros en la arena quea11í abundaba, y así permaneció un buen espa-cio hasta que los corceles, pataleando, lo tiraronal suelo; Antíloco se apoderó del carro, picó alos corceles, y se los llevó al campamentoaqueo.590 Héctor atisbó a los dos guerreros en lasfilas, arremetió a ellos, gritando, y lo siguieronlas fuertes falanges troyanas que capitaneabanAres y la venerable Enio; ésta promovía elhorrible tumulto de la pelea; Ares manejabauna lanza enorme, y ya precedía a Héctor, yamarchaba detrás del mismo.

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596 Al verlo, estremecióse Diomedes, valienteen el combate. Como el inexperto viajero, des-pués que ha atravesado una gran llanura, sedetiene al llegar a un río de rápida corrienteque desemboca en el mar, percibe el murmuriode las espumosas aguas y vuelve con prestezaatrás, de semejante modo retrocedió el Tidida,gritando a los suyos:601 -¡Oh amigos! ¿Cómo nos admiramos de queel divino Héctor sea hábil lancero y audaz lu-chador? A su lado hay siempre alguna deidadpara librarlo de la muerte, y ahora es Ares,transfigurado en mortal, quien lo acompaña.Emprended la retirada, con la cara vuelta hacialos troyanos, y no queráis combatir denodada-mente con los dioses.607 Así dijo. Los troyanos llegaron muy cercade ellos, y Héctor mató a dos varones diestrosen la pelea que iban en un mismo carro: Menes-tes y Anquíalo. Al verlos derribados por el sue-lo, compadecióse el gran Ayante Telamonio; y,deteniéndose muy cerca del enemigo, arrojó la

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pica reluciente a Anfio, hijo de Sélago, que mo-raba en Peso, era riquísimo en bienes y sem-brados y había ido -impulsábale el hado- aayudar a Príamo y sus hijos. Ayante Telamonioacertó a darle en el cinturón, la larga pica seclavó en el empeine, y el guerrero cayó conestrépito. Corrió el esclarecido Ayante a despo-jarlo de las armas -los troyanos hicieron lloversobre el héroe agudos relucientes dardos, de loscuales recibió muchos el escudo-, y, poniendoel pie encima del cadáver, arrancó la broncínealanza; pero no pudo quitarle de los hombros lamagnífica armadura, porque estaba abrumadopor los tiros. Temió verse encerrado dentro deun fuerte círculo por los arrogantes troyanos,que en gran número y con valentía le endere-zaban sus lanzas; y, aunque era corpulento,vigoroso a ilustre, fue rechazado y hubo deretroceder.627 Así se portaban éstos en el duro combate.El hado poderoso llevó contra Sarpedón, iguala un dios, a Tlepólemo Heraclida, valiente y de

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gran estatura. Cuando ambos héroes, hijo ynieto de Zeus, que amontona las nubes, se ha-llaron frente a frente, Tlepólemo fue el primeroen hablar y dijo:633 -¡Sarpedón, príncipe de los licios! ¿Quénecesidad tienes, no estando ejercitado en laguerra, de venir a temblar? Mienten cuantosafirman que eres hijo de Zeus, que lleva la égi-da, pues desmereces mucho de los varones en-gendrados en tiempos anteriores por este dios,como dicen que fue mi intrépido padre, el for-nido Heracles, que resistía audazmente y teníael ánimo de un león; el cual, habiendo venidopor los caballos de Laomedonte, con seis solasnaves y pocos hombres, consiguió saquear laciudad y despoblar sus calles. Pero tú eres deánimo apocado, dejas que las tropas perezcan,y no creo que tu venida de la Licia sirva para ladefensa de los troyanos por muy vigoroso queseas; pues, vencido por mí, entrarás por laspuertas del Hades.

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647 Respondióle Sarpedón, caudillo de los li-cios:648 -¡Tlepólemo! Aquél destruyó, con efecto, lasacra Ilio a causa de la perfidia del ilustre Lao-medonte, que pagó con injuriosas palabras susbeneficios y no quiso entregarle los caballos porlos que había venido de tan lejos. Pero yo tedigo que la perdición y la negra muerte de mimano te vendrán; y muriendo, herido por milanza, me darás gloria, y a Hades, el de los fa-mosos corceles, el alma.655 Así dijo Sarpedón, y Tlepólemo alzó la lan-za de fresno. Las luengas lanzas partieron a unmismo tiempo de las manos. Sarpedón hirió aTlepólemo: la dañosa punta atravesó el cuello,y las tinieblas de la noche velaron los ojos delguerrero. Tlepólemo dio con su gran lanza en elmuslo izquierdo de Sarpedón y el bronce pe-netró con ímpetu hasta el hueso; pero todavíasu padre lo libró de la muerte.663 Los ilustres compañeros de Sarpedón, iguala un dios, sacáronlo del combate, con la gran

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lanza que, al arrastrarse, le pesaba; pues con laprisa nadie advirtió la lanza de Fresno, nipensó en arrancársela del muslo, para queaquél pudiera subir al carro. Tanta era la fatigacon que to cuidaban.668 A su vez, los aqueos, de hermosas grebas,se llevaron del campo a Tlepólemo. El divinoUlises, de ánimo paciente, violo, sintió que se leenardecía el corazón, y revolvió en su mente yen su espíritu si debía perseguir al hijo de Zeustonante o privar de la vida a muchos licios. Nole había concedido el hado al magnánimo Uli-ses matar con el agudo bronce al esforzado hijode Zeus, y por esto Atenea le inspiró que aco-metiera a la multitud de los licios. Mató enton-ces a Cérano, Alástor, Cromio, Alcandro, Halio,Noemón y Prítanis, y aun a más licios hicieramorir el divino Ulises, si no lo hubiese notadomuy presto el gran Héctor, el de tremolantecasco; el cual, cubierto de luciente bronce, seabrió calle por los combatientes delanteros ainfundió terror a los dánaos. Holgóse de su

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llegada Sarpedón, hijo de Zeus, y profirió estaslastimeras palabras:684 -¡Priámida! No permitas que yo, tendido enel suelo, llegue a ser presa de los dánaos; socó-rreme y pierda la vida luego en vuestra ciudad,ya que no he de alegrar, volviendo a mi casa y ala patria tierra, ni a mi esposa querida ni al tier-no infante.689 Así dijo. Héctor, el de tremolante casco,pasó corriendo, sin responderle, porque ardíaen deseos de rechazar cuanto antes a los argi-vos y quitar la vida a muchos guerreros. Losilustres camaradas de Sarpedón, igual a undios, lleváronlo al pie de una hermosa encinaconsagrada a Zeus, que lleva la égida; y el vale-roso Pelagonte, su compañero amado, learrancó del muslo la lanza de fresno. Amorte-cido quedó el héroe y obscura niebla cubrió susojos; pero pronto volvió en su acuerdo, porqueel soplo del Bóreas lo reanimó cuando ya ape-nas respirar podía.

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699 Los argivos, al acometerlos Ares y Héctorarmado de bronce, ni se volvían hacia las ne-gras naves, ni rechazaban el ataque, sino que sebatían en retirada desde que supieron queaquel dios se hallaba con los troyanos.703 ¿Cuál fue el primero, cuál el último de losque entonces mataron Héctor, hijo de Príamo, yel broncíneo Ares? Teutrante, igual a un dios;Orestes, aguijador de caballos; Treco, lanceroetolio; Enómao; Héleno Enópida y Oresbio, elde tremolante mitra, quien, muy ocupado encuidar de sus bienes, moraba en Hila, a orillasdel lago Cefisis, con otros beocios que constitu-ían un opulento pueblo.711 Cuando Hera, la diosa de níveos brazos,vio que ambos mataban a muchos argivos en elduro combate, dijo a Atenea estas aladas pala-bras:714 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égi-da! ¡Indómita! Vana será la promesa que hici-mos a Menelao de que no se iría sin destruir labien murada Ilio, si dejamos que el pernicioso

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Ares ejerza sus furores. Ea, pensemos en pre-star al héroe poderoso auxilio.719 Dijo; y Atenea, la diosa de ojos de lechuza,no desobedeció. Hera, deidad veneranda hijadel gran Crono, aparejó los corceles con susáureas bridas, y Hebe puso diligentemente enel férreo eje, a ambos lados del carro, las corvasruedas de bronce que tenían ocho rayos. Era deoro la indestructible pina, de bronce las ajusta-das admirables llantas, y de plata los torneadoscubos. El asiento descansaba sobre tiras de oroy de plata, y un doble barandal circundaba elcarro. Por delante salía argéntea lanza, en cuyapunta ató la diosa un hermoso yugo de oro conbridas de oro también; y Hera, que anhelaba elcombate y la pelea, unció los corceles de piesligeros.733 Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida,dejó caer al suelo, en el palacio de su padre, elhermoso peplo bordado que ella misma habíatejido y labrado con sus manos; vistió la túnicade Zeus, que amontona las nubes, y se armó

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para la luctuosa guerra. Suspendió de sushombros la espantosa égida floqueada que elterror corona: allí están la Discordia, la Fuerza yla Persecución horrenda; a11í la cabeza de laGorgona, monstruo cruel y horripilante, por-tento de Zeus, que Ileva la égida. Cubrió sucabeza con áureo casco de doble cimera y cua-tro abolladuras, apto para resistir a la infanteríade cien ciudades. Y, subiendo al flamante carro,asió la lanza ponderosa, larga, fornida, con quela hija del prepotente padre destruye filas ente-ras de héroes cuando contra ellos monto encólera. Hera picó con el látigo a los corceles, yde propio impulso abriéronse rechinando laspuertas del cielo de que cuidan las Horas -aellas está confiado el espacioso cielo y el Olim-po- para remover o colocar delante la densanube. Por a11í, por entre las puertas, dirigieronlos corceles dóciles al látigo y hallaron al Cro-nión, sentado aparte de los otros dioses, en lamás alta de las muchas cumbres del Olimpo.Hera, la diosa de los níveos brazos, detuvo en-

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tonces los corceles, para hacer esta pregunta alexcelso Zeus Cronida:757 -¡Padre Zeus! ¿No te indignas contra Aresal presenciar sus atroces hechos? ¡Cuántos ycuáles varones aqueos ha hecho perecer teme-raria a injustamente! Yo me afijo, y Cipris yApolo, que lleva arco de plata, se alegran dehaber excitado a ese loco que no conoce leyalguna. Padre Zeus, ¿te irritarás conmigo si aAres le ahuyento del combate causándole fu-nestas heridas?764 Respondióle Zeus, que amontona las nubes:765 -Ea, aguija contra él a Atenea, que imperaen las batallas, pues es quien suele causarle másvivos dolores.767 Así dijo. Hera, la diosa de los níveos bra-zos, le obedeció, y picó a los corceles, que vola-ron gozosos entre la tierra y el estrellado cielo.Cuanto espacio alcanza a ver el que, sentado enalta cumbre, fija sus ojos en el vinoso ponto,otro tanto salvan de un brinco los caballos, desonoros relinchos, de los dioses. Tan luego co-

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mo ambas deidades llegaron a Troya, Hera, ladiosa de los níveos brazos, paró el carro en ellugar donde los dos ríos Simoente y Escaman-dro juntan sus aguas; desunció los corceles,cubriólos de espesa niebla, y el Simoente hizonacer la ambrosía para que pacieran.778 Las diosas empezaron a andar, semejantesen el paso a tímidas palomas, impacientes porsocorrer a los argivos. Cuando llegaron al sitiodonde estaba el fuerte Diomedes, domador decaballos, con los más y mejores de los adalidesque parecían carniceros leones o puercos mon-teses, cuya fuerza es grande, se detuvieron; yHera, la diosa de los níveos brazos, tomando elaspecto del magnánimo Esténtor, que teníavozarrón de bronce y gritaba tanto como otroscincuenta, exclamó:787 -¡Qué vergüenza, argivos, hombres sin dig-nidad, admirables sólo por la figura! Mientrasel divino Aquiles asistía a las batallas, los tro-yanos, amedrentados por su formidable pica,no pasaban de las puertas dardanias; y ahora

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combaten lejos de la ciudad, junto a las cónca-vas naves.792 Con tales palabras les excitó a todos el va-lor y la fuerza. Atenea, la diosa de ojos de le-chuza, fue en busca del Tidida y halló a estepríncipe junto a su carro y sus corceles, refres-cando la herida que Pándaro con una flecha lehabía causado. El sudor le molestaba debajo dela ancha abrazadera del redondo escudo, cuyopeso sentía el héroe; y, alzando éste con su can-sada mano la correa, se enjugaba la denegridasangre. La diosa apoyó la diestra en el yugo delos caballos y dijo:800 -¡Cuán poco se parece a su padre el hijo deTideo! Era éste de pequeña estatura, pero beli-coso. Y aunque no le dejase combatir ni seña-larse -como en la ocasión en que, habiendo idopor embajador a Teba, se encontró lejos de lossuyos entre multitud de cadmeos y le di ordende que comiera tranquilo en el palacio-, conser-vaba siempre su espíritu valeroso, y, desafian-do a los jóvenes cadmeos, los vencía fácilmente

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en toda clase de luchas. ¡De tal modo lo proteg-ía! Ahora es a ti a quien asisto y defiendo, ex-hortándote a pelear animosamente con los tro-yanos. Mas, o el excesivo trabajo de la guerraha fatigado tus miembros, o te domina el exá-nime terror. No, tú no eres el hijo del aguerridoTideo Enida.814 Y, respondiéndole, el fuerte Diomedes ledijo:815 -Te conozco, oh diosa, hija de Zeus, quelleva la égida. Por esto te hablaré gustoso, sinocultarte nada. No me domina el exánime te-rror ni flojedad alguna; pero recuerdo todavíalas órdenes que me diste. No me dejabas com-batir con los bienaventurados dioses; pero, siAfrodita, hija de Zeus, se presentara en la pelea,debía herirla con el agudo bronce, Pues bien:ahora retrocedo y he mandado que todos losargivos se replieguen aquí, porque comprendoque Ares impera en la batalla.825 Contestóle Atenea, la diosa de ojos de le-chuza:

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826 -¡Diomedes Tidida, carísimo a mi corazón!No temas a Ares ni a ninguno de los inmorta-les; tanto te voy a ayudar. Ea, endereza los solí-pedos caballos a Ares el primero, hiérele decerca y no respetes al furibundo dios, a ese locovoluble y nacido para dañar, que a Hera y a mínos prometió combatir contra los troyanos enfavor de los argivos y ahora está con aquéllos yse ha olvidado de sus palabras.835 Apenas hubo dicho estas palabras, asió dela mano a Esténelo, que saltó diligente del carroa tierra. Montó la enardecida diosa, colocándo-se al lado del ilustre Diomedes, y el eje de enci-na recrujió a causa del peso porque llevaba auna diosa terrible y a un varón fortísimo. PalasAtenea, habiendo recogido el látigo y las rien-das, guió los solípedos caballos hacia Ares elprimero; el cual quitaba la vida al gigantescoPerifante, preclaro hijo de Oquesio y el másvaliente de los etolios. A tal varón mataba Ares,manchado de homicidios; y Atenea se puso el

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casco de Hades para que el furibundo dios nola conociera.846 Cuando Ares, funesto a los mortales, vio alilustre Diomedes, dejó al gigantesco Perifantetendido donde le había muerto y se encaminóhacia Diomedes, domador de caballos. Alhallarse a corta distancia, Ares, que deseabaquitar la vida a Diomedes, le dirigió la broncí-nea lanza por cima del yugo y las riendas; peroAtenea, la diosa de ojos de lechuza, cogiéndolay alejándola del carro, hizo que aquél diera elgolpe en vano. A su vez Diomedes, valiente enel combate, atacó a Ares con la broncínea lanza,y Palas Atenea, apuntándola a la ijada del dios,donde el cinturón le ceñía, hirióle, desgarró elhermoso cutis y retiró el arma. El broncíneoAres clamó como gritarían nueve o diez milhombres que en la guerra llegaran a las manos;y temblaron, amedrentados, aqueos y troyanos.¡Tan fuerte bramó Ares, insaciable de combate!864 Cual vapor sombrío que se desprende delas nubes por la acción de un impetuoso viento

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abrasador, tal le parecía a Diomedes Tidida elbroncíneo Ares cuando, cubierto de niebla, sedirigía al anchuroso cielo. El dios llegó en se-guida al alto Olimpo, mansión de las deidades;se sentó, con el corazón afligido, al lado deZeus Cronión, mostró la sangre inmortal quemanaba de la herida, y suspirando dijo estasaladas palabras:872 -¡Padre Zeus! ¿No te indignas al presenciartan atroces hechos? Siempre los dioses hemospadecido males horribles que recíprocamentenos causamos para complacer a los hombres;pero todos estamos airados contigo, porque en-gendraste una hija loca, funesta, que sólo seocupa en acciones inicuas. Cuantos dioses hayen el Olimpo, todos te obedecen y acatan; peroa ella no la sujetas con palabras ni con obras,sino que la instigas, por ser tú el padre de esahija perniciosa que ha movido al insolenteDiomedes, hijo de Tideo, a combatir, en su fu-ria, con los inmortales dioses. Primero hirió decerca a Cipris en el puño, y después, cual si

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fuese un dios, arremetió contra mí. Si no llegana salvarme mis ligeros pies, hubiera tenido quesufrir padecimientos durante largo tiempo en-tre espantosos montones de cadáveres, o que-dar inválido, aunque vivo, a causa de las heri-das que me hiciera el bronce.888 Mirándolo con torva faz, respondió Zeus,que amontona las nubes:889 -¡Inconstante! No te lamentes, sentado juntoa mí, pue me eres más odioso que ningún otrode los dioses del Olimpo. Siempre te han gus-tado las riñas, luchas y peleas, y tienes el espíri-tu soberbio, que nunca cede, de tu madre Heraa quien apenas puedo dominar con mis pala-bras. Creo que cuanto te ha ocurrido lo debes asus consejos. Pero no permitiré que los doloreste atormenten, porque eres de mi linaje y paramí te parió tu madre. Si, siendo tan perversohubieses nacido de algún otro dios, tiempo haque estaría en un abismo más profundo que elde los hijos de Urano

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899 Dijo, y mandó a Peón que lo curara. Éste losanó, aplicándole drogas calmantes; que nadamortal en él había. Como el jugo cuaja la blancay líquida leche cuando se le mueve rápidamen-te con ella, con igual presteza curó aquél al fu-ribundo Ares, a quien Hebe lavó y puso lindasvestiduras. Y el dios se sentó al lado de ZeusCronión, ufano de s gloria.907 Hera argiva y Atenea alalcomenia regresa-ron también al palacio del gran Zeus, cuandohubieron conseguido que Ares, funesto a losmortales, de matar hombres se abstuviera.

CANTO VI*Coloquio de Héctor y Andrómaca* Entre los segundos, los troyanos, Héctor, queha regresado a Troya para ordenar que las mu-jeres se congracien con Atenea con plegarias yofrendas, cuando vuelve al campo de batalla, seencuentra con su esposa y con su hijo, aún detierna edad. Y se destaca el comportamiento de

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Héctor, héroe inocente que se sacrifica por Tro-ya, y de Paris, culpable y egoísta, que sólo pien-sa en él.

1 Quedaron solos en la batalla horrenda troya-nos y aqueos, que se arrojaban broncíneas lan-zas; y la pelea se extendía, acá y acullá de lallanura, entre las corrientes del Simoente y delJanto.5 Ayante Telamonio, antemural de los aqueos,rompió el primero la falange troyana a hizoaparecer la aurora de la salvación entre los su-yos, hiriendo de muerte al tracio más de-nodado, al alto y valiente Acamante, hijo deEusoro. Acertóle en la cimera del casco guarne-cido con crines de caballo, la lanza se clavó enla frente, la broncínea punta atravesó el hueso ylas tinieblas cubrieron los ojos del guerrero.12 Diomedes, valiente en el combate, mató aAxilo Teutránida, que, abastado de bienes, mo-raba en la bien construida Arisbe; y era muyamigo de los hombres, porque en su casa, si-

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tuada cerca del camino, a todos les daba hospi-talidad. Pero ninguno de ellos vino entonces alibrarlo de la lúgubre muerte, y Diomedes lequitó la vida a él y a su escudero Calesio, quegobernaba los caballos. Ambos penetraron en elseno de la tierra.20 Euríalo dio muerte a Dreso y Ofeltio, y fuesetras Esepo y Pédaso, a quienes la náyadeAbarbárea había concebido en otro tiempo deleximio Bucolión, hijo primogénito y bastardodel ilustre Laomedonte (Bucolión apacentabaovejas y tuvo amoroso consorcio con la ninfa, lacual quedó encinta y dio a luz a los dos melli-zos): el Mecisteida acabó con el valor de ambos,privó de vigor a sus bien formados miembros yles quitó la armadura de los hombros.29 El belicoso Polipetes dejó sin vida a Astíalo;Ulises, con la broncínea lanza, a Pidites perco-sio; y Teucro, a Aretaón divino. AntílocoNestórida mató con la pica reluciente a Ablero;Agamenón, rey de hombres, a Élato, que habi-taba en la excelsa Pédaso, a orillas del Satnioen-

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te, de hermosa corriente; el héroe Leito, a Fílacomientras huía; y Eurípilo, a Melantio.37 Menelao, valiente en la pelea, cogió vivo aAdrasto, cuyos caballos, corriendo despavori-dos por la llanura, chocaron con las ramas deun tamarisco, rompieron el corvo carro por elextremo del timón, y se fueron a la ciudad conlos que huían espantados. El héroe cayó al sue-lo y dio de boca en el polvo junto a la rueda;acercósele Menelao Atrida con la ingente lanza,y aquél, abrazando sus rodillas, así le suplicaba:46 -Hazme prisionero, hijo de Atreo, y recibirásdigno rescate. Muchas cosas de valor tiene miopulento padre en casa: bronce, oro, hierro la-brado; con ellas te pagaría inmenso rescate, sisupiera que estoy vivo en las naves aqueas.51 Así dijo, y le conmovió el corazón. E iba Me-nelao a ponerlo en manos del escudero, paraque lo llevara a las veleras naves aqueas, cuan-do Agamenón corrió a su encuentro y lo in-crepó diciendo:

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55 -¡Ah, bondoso! ¡Ah, Menelao! ¿Por qué así teapiadas de estos hombres? ¡Excelentes cosashicieron los troyanos en tu casa! Ninguno delos que caigan en nuestras manos se libre detener nefanda muerte, ni siquiera el que la ma-dre lleve en el vientre, ni ése escape! ¡Perezcantodos los de Ilio, sin que sepultura alcancen nimemoria dejen!61 Así diciendo, cambió la mente de su herma-no con la oportuna exhortación. Repelió Mene-lao al héroe Adrasto, que, herido en el ijar porel rey Agamenón, cayó de espaldas. El Atrida lepuso el pie en el pecho y le arrancó la lanza.66 Néstor, en tanto, animaba a los argivos,dando grandes voces:67 -¡Oh queridos, héroes dánaos, servidores deAres! Nadie se quede atrás para recoger despo-jos y volver, llevando los más que pueda, a lasnaves; ahora matemos hombres y luego conmás tranquilidad despojaréis en la llanura loscadáveres de cuantos mueran.

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72 Así diciendo les excitó a todos el valor y lafuerza. Y los troyanos hubieran vuelto a entraren Ilio, acosados por los belicosos aqueos yvencidos por su cobardía, si Heleno Priámida,el mejor de los augures, no se hubiese presen-tado a Eneas y a Héctor para decirles:77 -¡Eneas y Héctor! Ya que el peso de la batallagravita principalmente sobre vosotros entre lostroyanos y los licios, porque sois los primerosen toda empresa, ora se trate de combatir, orade razonar, quedaos aquí, recorred las filas, ydetened a los guerreros antes que se encaminena las puertas, caigan huyendo en brazos de lasmujeres y sean motivo de gozo para los enemi-gos. Cuando hayáis reanimado todas las falan-ges, nosotros, aunque estamos muy abatidos,nos quedaremos aquí a pelear con los dánaosporque la necesidad nos apremia. Y tú, Héctor,ve a la ciudad y di a nuestra madre que Name alas venerables matronas; vaya con ellas al tem-plo dedicado a Atenea, la de ojos de lechuza, enla acrópolis; abra con la llave la puerta del sacro

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recinto; ponga sobre las rodillas de la deidad,de hermosa cabellera, el peplo que mayor sea,más lindo le parezca y más aprecie de cuantoshaya en el palacio, y le vote sacrificar en eltemplo doce vacas de un año, no sujetas aún alyugo, si apiadándose de la ciudad y de las es-posas y tiernos niños de los troyanos, aparta dela sagrada Ilio al hijo de Tideo, feroz guerrero,cuya bravura causa nuestra derrota y a quientengo por el más esforzado de los aqueos todos.Nunca temimos tanto ni al mismo Aquiles,príncipe de hombres, que es, según dicen, hijode una diosa. Con gran furia se mueve el hijode Tideo y en valentía nadie te iguala.102 Así dijo; y Héctor obedeció a su hermano.Saltó del carro al suelo sin dejar las armas; y,blandiendo dos puntiagudas lanzas, recorrió elejército por todas partes, animólo a combatir ypromovió una terrible pelea. Los troyanos vol-vieron la cara y afrontaron a los argivos; y éstosretrocedieron y dejaron de matar, figurándoseque alguno de los inmortales habría descendido

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del estrellado cielo para socorrer a aquéllos; detal modo se volvieron. Y Héctor exhortaba a lostroyanos diciendo en alta voz:111 -¡Animosos troyanos, aliados de lejas tie-rras venidos! Sed hombres, amigos, y mostradvuestro impetuoso valor, mientras voy a Ilio yencargo a los respetables próceres y a nuestrasesposas que oren y ofrezcan hecatombes a losdioses.116 Dicho esto, Héctor, el de tremolante casco,partió; y la negra piel que orlaba el abollonadoescudo como última franja le batía el cuello ylos talones.119 Glauco, vástago de Hipóloco, y el hijo deTideo, deseosos de combatir, fueron a encon-trarse en el espacio que mediaba entre ambosejércitos. Cuando estuvieron cara a cara, Dio-medes, valiente en la pelea, dijo el primero:123-¿Cuál eres tú, guerrero valentísimo, de losmortales hombres? Jamás te vi en las batallas,donde los varones adquieren gloria, pero alpresente a todos los vences en audacia cuando

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te atreves a esperar mi fornida lanza. ¡Infelicesde aquéllos cuyos hijos se oponen a mi furor!Mas si fueses inmortal y hubieses descendidodel cielo, no quisiera yo luchar con dioses celes-tiales. Poco vivió el fuerte Licurgo, hijo deDriante, que contendía con las celestes deida-des: persiguió en los sacros montes de Nisa alas nodrizas de Dioniso, que estaba agitado porel delirio báquico, las cuales tiraron al suelo lostirsos al ver que el homicida Licurgo las aco-metía con la aguijada; el dios, espantado, searrojó al mar, y Tetis le recibió en su regazo,despavorido y agitado por fuerte temblor por laamenaza de aquel hombre; pero los felices dio-ses se irritaron contra Licurgo, cególe el hijo deCrono y su vida no fue larga, porque se habíahecho odioso a los inmortales todos. Con losbienaventurados dioses no quisiera combatir;pero, si eres uno de los mortales que comen losfrutos de la tierra, acércate para que más prontollegues al término de tu perdición.144 Respondióle el preclaro hijo de Hipóloco:

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145 -¡Magnánimo Tidida! ¿Por qué me interro-gas sobre el abolengo? Cual la generación delas hojas, así la de los hombres. Esparce el vien-to las hojas por el suelo, y la selva, reverde-ciendo, produce otras al llegar la primavera: deigual suerte, una generación humana nace yotra perece. Pero ya que deseas saberlo, te dirécuál es mi linaje, de muchos conocido. Hay unaciudad llamada Éfira en el riñón de Argos,criadora de caballos, y en ella vivía Sísifo Eóli-da, que fue el más ladino de los hombres. Sísifoengendró a Glauco, y éste al eximio Belerofon-te, a quien los dioses concedieron gentileza yenvidiable valor. Mas Preto, que era muy pode-roso entre los argivos, pues Zeus los había so-metido a su cetro, hízole blanco de sus maqui-naciones y to echó de la ciudad. La divina An-tea, mujer de Preto, había deseado con locurajuntarse clandestinamente con Belerofonte; pe-ro no pudo persuadir al prudente héroe, quesólo pensaba en cosas honestas, y mintiendodijo al rey Preto: «¡Preto! Ojalá te mueras, o

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mata a Belerofonte, que ha querido juntarseconmigo, sin que yo lo deseara.» Así dijo. El reyse encendió en ira al oírla; y, si bien se abstuvode matar a aquél por el religioso temor quesintió su corazón, le envió a la Licia; y, hacien-do mortíferas señales en una tablita que se do-blaba, entrególe los perniciosos signos con or-den de que los mostrase a su suegro para queéste lo perdiera. Belerofonte, poniéndose encamino debajo del fausto patrocinio de los dio-ses, llegó a la vasta Licia y a la corriente delJanto: el rey recibióle con afabilidad, hospedóledurante nueve días y mandó matar otros tantosbueyes; pero, al aparecer por décima vez laAurora, la de rosáceos dedos, lo interrogó yquiso ver la nota que de su yerno Preto le traía.Y así que tuvo la funesta nota, ordenó a Belero-fonte que lo primero de todo matara a la ineluc-table Quimera, ser de naturaleza no humana,sino divina, con cabeza de león, cola de dragóny cuerpo de cabra, que respiraba encendidas yhorribles llamas; y aquél le dio muerte, alenta-

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do por divinales indicaciones. Luego tuvo queluchar con los afamados sólimos, y decía queéste fue el más recio combate que con hombressostuvo. En tercer lugar quitó la vida a las va-roniles amazonas. Y, cuando regresaba a la ciu-dad, el rey, urdiendo otra dolosa trama, armóleuna celada con los varones más fuertes quehalló en la espaciosa Licia; y ninguno de éstosvolvió a su casa, porque a todos les dio muerte.el eximio Belerofonte. Comprendió el rey que elhéroe era vástago ilustre de alguna deidad y loretuvo allí, lo casó con su hija y compartió conél la dignidad regia; los licios, a su vez, acotá-ronle un hermoso campo de frutales y sem-bradío que a los demás aventajaba, para quepudiese cultivarlo. Tres hijos dio a luz la esposadel aguerrido Belerofonte: Isandro, Hipóloco yLaodamia; y ésta, amada por el próvido Zeus,dio a luz al deiforme Sarpedón, que lleva ar-madura de bronce. Cuando Belerofonte se atra-jo el odio de todas las deidades, vagaba solopor los campos de Alea, royendo su ánimo y

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apartándose de los hombres; Ares, insaciablede pelea, hizo morir a Isandro en un combatecon los afamados sólimos, y Artemis, la que usariendas de oro, irrítada, mató a su hija. A mí meengendró Hipóloco -de éste, pues, soy hijo- yenvióme a Troya, recomendándome muy mu-cho que descollara y sobresaliera siempre entretodos y no deshonrase el linaje de mis antepa-sados, que fueron los hombres más valientes deEfira y la extensa Licia. Tal alcurnia y tal sangreme glorío de tener.212 Así dijo. Alegróse Diomedes, valiente en elcombate; y, clavando la pica en el almo suelo,respondió con cariñosas palabras al pastor dehombres:213 -Pues eres mi antiguo huésped paterno,porque el divino Eneo hospedó en su palacio aleximio Belorofonte, le tuvo consigo veinte díasy ambos se obsequiaron con magníficos presen-tes de hospitalidad. Eneo dio un vistoso tahalíteñido de púrpura, y Belerofonte una áureacopa de doble asa, que en mi casa quedó cuan-

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do me vine. A Tideo no lo recuerdo; dejómemuy niño al salir para Teba, donde pereció elejército aqueo. Soy, por consiguiente, tu carohuésped en el centro de Argos, y tú lo serás míoen la Licia cuando vaya a to pueblo. En adelan-te no nos acometamos con la lanza por entre laturba. Muchos troyanos y aliados ilustres merestan, para matar a quien, por la voluntad deun dios, alcance en la carrera; y asimismo tequedan muchos aqueos, para quitar la vida aquien te sea posible. Y ahora troquemos la ar-madura, a fin de que sepan todos que de serhuéspedes paternos nos gloriamos.232 Habiendo hablado así, descendieron de loscarros y se estrecharon la mano en prueba deamistad. Entonces Zeus Cronida hizo perder larazón a Glauco; pues permutó sus armas porlas de Diomedes Tidida, las de oro por las debronce, las valoradas en cien bueyes por las queen nueve se apreciaban.237 Al pasar Héctor por la encina y las puertasEsceas, acudieron corriendo las esposas a hijas

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de los troyanos y preguntáronle por sus hijos,hermanos, amigos y esposos; y él les encargóque unas tras otras orasen a los dioses, porquepara muchas eran inminentes las desgracias.242 Cuando llegó al magnífico palacio de Pría-mo, provisto de bruñidos pórticos (en él habíacincuenta cámaras de pulimentada piedra, se-guidas, donde dormían los hijos de Príamo consus legítimas esposas; y enfrente, dentro delmismo patio, otras doce construidas igualmen-te con sillares, continuas y techadas, donde seacostaban los yernos de Príamo y sus castasmujeres), le salió al encuentro su alma madreque iba en busca de Laódice, la más hermosa delas princesas; y, asiéndole de la mano, le dijo:254 -¡Hijo! ¿Por qué has venido, dejando eláspero combate? Sin duda los aqueos, de abo-rrecido nombre, deben de estrecharnos, comba-tiendo alrededor de la ciudad, y tu corazón loha impulsado a volver con el fin de levantardesde la acrópolis las manos a Zeus. Pero,aguarda, traeré vino dulce como la miel para

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que primeramente lo libes al padre Zeus y a losdemás inmortales, y luego te aproveche tam-bién a ti, si bebes. El vino aumenta mucho elvigor del hombre fatigado y tú lo estás de pele-ar por los tuyos.263 Respondióle el gran Héctor, el de tremolan-te casco:264 -No me des vino dulce como la miel, vene-randa madre; no sea que me enerves y me pri-ves del valor, y yo me olvide de mi fuerza. Nome atrevo a libar el negro vino en honor deZeus sin lavarme las manos, ni es lícito orar alCronión, el de las sombrías nubes, cuando unoestá manchado de sangre y polvo. Pero tú con-grega a las matronas, llévate perfumes, y, en-trando en el templo de Atenea, que impera enlas batallas, pon sobre las rodillas de la deidadde hermosa cabellera el peplo mayor, más lindoy que más aprecies de cuantos haya en el pala-cio; y vota a la diosa sacrificar en su templodoce vacas de un año, no sujetas aún al yugo,si, apiadándose de la ciudad y de las esposas y

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tiernos niños de los troyanos, aparta de la sa-grada Ilio al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuyavalentía causa nuestra derrota. Encamínate,pues, al templo de Atenea, que impera en lasbatallas, y yo iré a la casa de Paris a llamarlo, sime quiere escuchar. ¡Así la tierra se lo tragara!Criólo el Olímpico como una gran plaga paralos troyanos y el magnánimo Príamo y sushijos. Creo que, si le viera descender al Hades,mi alma se olvidaría de los enojosos pesares.286 Así dijo. Hécuba, volviendo al palacio,llamó a las esclavas, y éstas anduvieron por laciudad y congregaron a las matronas; bajó lue-go al fragante aposento donde se guardaban lospeplos bordados, obra de las mujeres que sehabía llevado de Sidón el deiforme Alejandroen el mismo viaje por el ancho ponto en que sellevó a Helena, la de nobles padres; tomó, paraofrecerlo a Atenea, el peplo mayor y más her-moso por sus bordaduras, que resplandecíacomo un astro y se hallaba debajo de todos, ypartió acompañada de muchas matronas.

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297 Cuando llegaron a la acrópolis, abrióles laspuertas del templo de Atenea Teano, la dehermosas mejillas, hija de Ciseide y esposa deAnténor, domador de caballos, a la cual habíanelegido los troyanos sacerdotisa de Atenea.Todas, con lúgubres lamentos, levantaron lasmanos a la diosa. Teano, la de hermosas meji-llas, tomó el peplo, lo puso sobre las rodillas deAtenea, la de hermosa cabellera, y orando rogóasí a la hija del gran Zeus:305 -¡Veneranda Atenea, protectora de la ciu-dad, divina entre las diosas! ¡Quiébrale la lanzaa Diomedes y concédenos que caiga de pechosen el suelo, ante las puertas Esceas, para que tosacrifiquemos en este templo doce vacas de unaño, no sujetas aún al yugo, si de este modo toapiadas de la ciudad y de las esposas y tiernosniños de los troyanos!311 Así dijo rogando, pero Palas Atenea noaccedió. Mientras invocaban de este modo a lahija del gran Zeus, Héctor se encaminó almagnífico palacio que para Alejandro había

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labrado él mismo con los más hábiles construc-tores de la fértil Troya; éstos le hicieron unacámara nupcial, una sala y un patio, en la acró-polis, cerca de los palacios de Príamo y deHéctor. A11í entró Héctor, caro a Zeus, llevan-do una lanza de once codos, cuya broncínea yreluciente punta estaba sujeta por áureo anillo.En la cámara halló a Alejandro que acicalabalas magníficas armas, escudo y coraza, y pro-baba el corvo arco; y a la argiva Helena, que,sentada entre sus esclavas, ocupábalas en pri-morosas labores. Y en viendo a aquél, increpólocon injuriosas palabras:326 -¡Desgraciado! No es decoroso que guardesen el corazón ese rencor. Los hombres perecencombatiendo al pie de los altos muros de laciudad; el bélico clamor y la lucha se en-cendieron por tu causa alrededor de nosotros, ytú mismo reconvendrías a quien cejara en lapelea horrenda. Ea, levántate. No sea que laciudad llegue a ser pasto de las voraces llamas.332 Respondióle el deiforme Alejandro:

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333 -¡Héctor! Justos y no excesivos son tus bal-dones, y por lo mismo voy a contestarte. Atien-de y óyeme. Permanecía aquí, no tanto por es-tar airado o resentido con los troyanos, cuantoporque deseaba entregarme al dolor. En esteinstante mi esposa me exhortaba con blandaspalabras a volver al combate; y también a míme parece preferible, porque la victoria tienesus alternativas para los guerreros. Ea, pues,aguarda, y visto las marciales armas; o vete y tesigo, y creo que lograré alcanzarte.342 Así dijo. Héctor, el de tremolante casco,nada contestó. Y Helena hablóle con dulcespalabras:3- -¡Cuñado mío, de esta perra maléfica y abo-minable! ¡Ojalá que, cuando mi madre me dio aluz, un viento tempestuoso se me hubiese lle-vado al monte o al estruendoso mar, parahacerme juguete de las olas, antes que taleshechos ocurrieran! Y ya que los dioses determi-naron causar estos males, debió tocarme seresposa de un varón más fuerte, a quien dolie-

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ran la indignación y los muchos baldones de loshombres. Éste ni tiene firmeza de ánimo ni latendrá nunca, y creo que recogerá el debidofruto. Pero entra y siéntate en esta silla, cuñado,que la fatiga te oprime el corazón por mí, perra,y por la falta de Alejandro; a quienes Zeus nosdio mala suerte a fin de que a los venideros lessirvamos de asunto para sus cantos.359 Respondióle el gran Héctor, el de tremolan-te casco:360-No me ofrezcas asiento, Helena, aunqueme aprecies, pues no lograrás persuadirme: yami corazón desea socorrer a los troyanos queme aguardan con impaciencia. Pero tú haz le-vantar a ése y él mismo se dé prisa para que mealcance dentro de la ciudad, mientras voy a micasa y veo a los criados, a la esposa querida y altierno niño; que ignoro si volveré de la batalla,o los dioses dispondrán que sucumba a manosde los aqueos.369 Apenas hubo dicho estas palabras, Héctor,el de tremolante casco, se fue. Llegó en seguida

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a su palacio, que abundaba de gente, mas noencontró a Andrómaca, la de níveos brazos,pues con el niño y la criada de hermoso peploestaba en la torre llorando y lamentándose.Héctor, como no hallara dentro a su excelenteesposa, detúvose en el umbral y habló con lasesclavas:376 -¡Ea, esclavas, decidme la verdad! ¿Adóndeha ido Andrómaca, la de níveos brazos, desdeel palacio? ¿A visitar a mis hermanas o a miscuñadas de hermosos peplos? ¿O, acaso, altemplo de Atenea, donde las troyanas, de lin-das trenzas, aplacan a la terrible diosa?381 Respondióle con estas palabras la fiel des-pensera:382 -¡Héctor! Ya que tanto nos mandas decir laverdad, no fue a visitar a tus hermanas ni a tuscuñadas de hermosos peplos, ni al templo deAtenea, donde las troyanas, de lindas trenzas,aplacan a la terrible diosa, sino que subió a lagran torre de Ilio, porque supo que los troyanosllevaban la peor parte y era grande el ímpetu

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de los aqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa,como loca, y con ella se fue la nodriza que llevael niño.390 Así habló la despensera, y Héctor, saliendopresuroso de la casa, desanduvo el camino porlas bien trazadas calles. Tan luego como, des-pués de atravesar la gran ciudad, llegó a laspuertas Esceas -por allí había de salir al cam-po-, corrió a su encuentro su rica esposaAndrómaca, hija del magnánimo Eetión, quevivía bajo el boscoso Placo, en Teba bajo el Pla-co, y era rey de los cilicios. Hija de éste era,pues, la esposa de Héctor, de broncínea arma-dura, que entonces le salió al camino. Acom-pañábale una sirvienta llevando en brazos altierno infante, al Hectórida amado, parecido auna hermosa estrella. a quien su padre llamabaEscamandrio y los demás Astianacte, porquesólo por Héctor se salvaba Ilio. Vio el héroe alniño y sonrió silenciosamente. Andrómaca,llorosa, se detuvo a su lado, y asiéndole de lamano le dijo:

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407 -¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No teapiadas del tierno infante ni de mí, infortunada,que pronto seré tu viuda; pues los aqueos teacometerán todos a una y acabarán contigo.Preferible sería que, al perderte, la tierra metragara, porque si mueres no habrá consuelopara mí, sino pesares, que ya no tengo padre nivenerable madre. A mi padre matólo el divinoAquiles cuando tomó la populosa ciudad de loscilicios, Teba, la de altas puertas: dio muerte aEetión, y sin despojarlo, por el religioso temorque le entró en el ánimo, quemó el cadáver conlas labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyoalrededor plantaron álamos las ninfas monte-ses, hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis sietehermanos, que habitaban en el palacio, descen-dieron al Hades el mismo día; pues a todos losmató el divino Aquiles, el de los pies ligeros,entre los flexípedes bueyes y las cándidas ove-jas. A mi madre, que reinaba al pie del selvosoPlaco, trájola aquél con otras riquezas y la pusoen libertad por un inmenso rescate; pero Árte-

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mis, que se complace en tirar flechas, hirióla enel palacio de mi padre. Héctor, tú eres ahora mipadre, mi venerable madre y mi hermano; tú,mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo,quédate aquí en la tome -¡no hagas a un niñohuérfano y a una mujer viuda!- y pon el ejércitojunto al cabrahígo, que por allí la ciudad es ac-cesible y el muro más fácil de escalar. Los másvalientes -los dos Ayantes, el célebre Idomeneo,los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los su-yos respectivos- ya por tres veces se han enca-minado a aquel sitio para intentar el asalto:alguien que conoce los oráculos se to indicó, osu mismo arrojo los impele y anima.440 Contestóle el gran Héctor, el de tremolantecasco:441 Todo esto me da cuidado, mujer, pero mu-cho me sonrojaría ante los troyanos y las troya-nas de rozagantes peplos, si como un cobardehuyera del combate; y tampoco mi corazón meincita a ello, que siempre supe ser valiente ypelear en primera fila entre los troyanos, man-

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teniendo la inmensa gloria de mi padre y de mímismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo pre-siente mi corazón: día vendrá en que perezcanla sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo,armad con lanzas de fresno. Pero la futura des-gracia de los troyanos, de la misma Hécuba, delrey Príamo y de muchos d mis valientes her-manos que caerán en el polvo a manos d losenemigos, no me importa tanto como la quepadecerá tú cuando alguno de los aqueos, debroncíneas corazas, se te lleve llorosa, priván-dote de libertad, y luego tejas tela e Argos, a lasórdenes de otra mujer, o vayas por agua a lafuente Meseide o Hiperea, muy contrariadaporque la dura necesidad pesará sobre ti. Yquizás alguien exclame, al verte derramarlágrimas: «Ésta fue la esposa de Héctor, el gue-rrero que más se señalaba entre los troyanos,domadores de caballos, cuando en torno de Iliopeleaban.» Así dirán, y sentirás un nuevo pesaral verte sin el hombre que pudiera librarte de laesclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cu-

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bra mi cadáver, antes que oiga tus clamores opresencie tu rapto.466 Así diciendo, el esclarecido Héctor tendiólos brazos su hijo, y éste se recostó, gritando, enel seno de la nodriz de bella cintura, por el te-rror que el aspecto de su padre le causaba:dábanle miedo el bronce y el terrible penachocrines de caballo, que veía ondear en lo alto delyelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la vene-randa madre. Héctor se apresuró a dejar el re-fulgente casco en el suelo, besó y meció en susmanos al hijo amado, y rogó así a Zeus y a losde más dioses:476-¡Zeus y demás dioses! Concededme queeste hijo mío sea, como yo, ilustre entre los tro-yanos a igualmente esforzado; que reine pode-rosamente en Ilio; que digan de él cuandovuelva de la batalla: «¡Es mucho más valienteque su padre!»; y que, cargado de cruentosdespojos del enemigo quien haya muerto, rego-cije el alma de su madre.

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482 Esto dicho, puso el niño en brazos de laesposa amada, que, al recibirlo en el perfumadoseno, sonreía con el rostro todavía bañado enlágrimas. Notólo el esposo y compadecido, aca-ricióla con la mano y le dijo:486 -¡Desdichada! No en demasía tu corazón seacongoje, que nadie me enviará al Hades antesde lo dispuesto por el destino; y de su suerteningún hombre, sea cobarde o valiente, puedelibrarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpateen las labores del telar y la rueca, y ordena a lasesclavas que se apliquen al trabajo; y de la gue-rra nos cuidaremos cuantos varones nacimos enIlio, y yo el primero.494 Dichas estas palabras, el preclaro Héctor sepuso el yelmo adornado con crines de caballo,y la esposa amada regresó a su casa, volviendola cabeza de cuando en cuando y vertiendocopiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca alpalacio, lleno de gente, de Héctor, matador dehombres; halló en él muchas esclavas, y a todaslas movió a lágrimas. Lloraban en el palacio a

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Héctor vivo aún, porque no esperaban que vol-viera del combate librándose del valor y de lasmanos de los aqueos.503 Paris no demoró en el alto palacio; pues, asíque hubo vestido las magníficas armas de la-brado bronce, atravesó presuroso la ciudadhaciendo gala de sus pies ligeros. Como el cor-cel avezado a bañarse en la cristalina corrientede un río, cuando se ve atado en el establo, co-me la cebada del pesebre y rompiendo el ronzalsale trotando por la llanura, yergue orgulloso lacerviz, ondean las crines sobre su cuello, y ufa-no de su lozanía mueve ligero las rodillas en-caminándose a los acostumbrados sitios dondelos caballos pacen; de aquel modo, Paris, hijode Príamo, cuya armadura brillaba como unsol, descendía gozoso de la excelsa Pérgamopor sus ágiles pies llevado. Alejandro alcanzóen seguida a su hermano el divino Héctorcuando éste regresaba del lugar en que habíapasado el coloquio con su esposa, y fue el pri-mero en hablar diciendo:

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518 -¡Mi buen hermano! Mucho te hice esperardeteniéndote, a pesar de tu impaciencia; puesno he venido oportunamente, como ordenaste.520 Respondióle Héctor, el de tremolante casco:521 -¡Querido! Nadie que sea justo reprenderátu trabajo en el combate, porque eres valiente;pero a veces te complaces en desalentarte y noquieres pelear, y mi corazón se aflige cuandooigo que te baldonan los troyanos que tantostrabajos sufren por ti. Pero. vámonos y luego loarreglaremos todo, si Zeus nos permite ofreceren nuestro palacio la cratera de la libertad a loscelestes sempiternos dioses, por haber echadode Troya a los aqueos de hermosas grebas.

CANTO VII*Combate singular de Héctor y AyanteLevantamiento de los cadáveres* La segunda también se suspende inopinada-mente, porque Héctor desafia a los héroesaqueos. Echadas las suertes, le toca a Ayante, yluchan hasta el anochecer. Se pacta una tregua

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de un día, que los aqueos aprovechan pra ente-rrar a los muertos y construir un muro en tornoal campamento.

1 Dichas estas palabras, el esclarecido Héctor ysu hermano Alejandro traspusieron las puertas,con el ánimo impaciente por combatir y pelear.Como cuando un dios envía próspero viento anavegantes que to anhelan porque están cansa-dos de romper las olas, batiendo los pulidosremos, y tienen relajados los miembros a causade la fatiga, así, tan deseados, aparecieronaquéllos a los troyanos.8 Paris mató a Menestio, que vivía en Arna yera hijo del rey Areítoo, famoso por su clava, yde Filomedusa, la de ojos de novilla; y Héctorcon la puntiaguda lanza tiró a Eyoneo un boteen la cerviz, debajo del casco de bronce, y dejó-le sin vigor los miembros. Glauco, hijo de Hipó-loco y príncipe de los licios, arrojó en la reñidapelea un dardo a Ifínoo Dexíada cuando subíaal carro de corredoras yeguas, y le acertó en la

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espalda: Ifínoo cayó al suelo y sus miembros serelajaron.17 Cuando Atenea, la diosa de ojos de lechuza,vio que aquéllos mataban a muchos argivos enel duro combate, descendiendo en raudo vuelode las cumbres del Olimpo, se encaminó a lasagrada Ilio. Pero, al advertirlo Apolo desdePérgamo, fue a oponérsele, porque deseaba quelos troyanos ganaran la victoria. Encontráronseambas deidades junto a la encina; y el soberanoApolo, hijo de Zeus, habló primero diciendo:24 -¿Por qué, enardecida nuevamente, oh hijadel gran Zeus, vienes del Olimpo? ¿Qué pode-roso afecto te mueve? ¿Acaso quieres dar a losdánaos la indecisa victoria? Porque de los tro-yanos no te compadecerías, aunque estuviesenpereciendo. Si quieres condescender con mideseo -y sería lo mejor-, suspenderemos porhoy el combate y la pelea; y luego volverán abatallar hasta que logren arruinar a Ilio, ya queos place a vosotras, las inmortales, destruir estaciudad.

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33 Respondióle Atenea, la diosa de ojos de le-chuza:34 -Sea así, oh tú que hieres de lejos, con estepropósito vine del Olimpo al campo de los tro-yanos y de los aqueos. Mas ¿por qué medio haspensado suspender la batalla?37 Contestó el soberano Apolo, hijo de Zeus:3s -Hagamos que Héctor, de corazón fuerte,domador de caballos, provoque a los dánaos apelear con él en terrible y singular combate; aindignados los aqueos, de hermosas grebas,susciten a alguien para que luche con el divinoHéctor.43 Así dijo; y Atenea, la diosa de ojos de lechu-za, no se opuso. Héleno, hijo amado de Príamo,comprendió al punto lo que era grato a los dio-ses, que conversaban, y, llegándose a Héctor, ledirigió estas palabras:47 -¡Héctor, hijo de Príamo, igual en prudenciaa Zeus! ¿Querrás hacer lo que te diga yo, quesoy tu hermano? Manda que suspendan la ba-talla los troyanos y los aqueos todos, y reta al

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más valiente de éstos a luchar contigo en terri-ble combate, pues aún no ha dispuesto el hadoque mueras y llegues al término fatal de tu vi-da. He oído sobre esto la voz de los sempiter-nos dioses.54 Así dijo. Oyóle Héctor con intenso placer, y,corriendo al centro de ambos ejércitos con lalanza cogida por el medio, detuvo las falangestroyanas, que al momento se quedaron quietas.Agamenón contuvo a los aqueos, de hermosasgrebas; y Atenea y Apolo, el del arco de plata,transfigurados en buitres, se posaron en la altaencina del padre Zeus, que lleva la égida, y sedeleitaban en contemplar a los guerreros cuyasdensas filas aparecían erizadas de escudos, cas-cos y lanzas. Como el Céfiro, cayendo sobre elmar, encrespa las olas, y el ponto negrea; desemejante modo sentáronse en la llanura lashileras de aqueos y troyanos. Y Héctor, puestoentre unos y otros, dijo:67 -¡Oídme, troyanos y aqueos, de hermosasgrebas, y os diré to que en el pecho mi corazón

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me dicta! El excelso Cronida no ratificó nues-tros juramentos, y seguirá causándonos males aunos y a otros, hasta que toméis la torreada Ilioo sucumbáis junto a las naves, surcadoras delponto. Entre vosotros se hallan los más valien-tes aqueos; aquél a quien el ánimo incite acombatir conmigo adelántese y será campeóncon el divino Héctor. Propongo lo siguiente yZeus sea testigo: Si aquél con su bronce de lar-ga punta consigue quitarme la vida, despójemede las armas, lléveselas a las cóncavas naves, yentregue mi cuerpo a los míos para que los tro-yanos y sus esposas lo suban a la pira; y, si yolo matare a él, por concederme Apolo tal gloria,me llevaré sus armas a la sagrada Ilio, las col-garé en el templo de Apolo, que hiere de lejos,y enviaré el cadáver a las naves de muchosbancos, para que los aqueos, de larga cabellera,le hagan exequias y le erijan un túmulo a orillasdel espacioso Helesponto. Y dirá alguno de losfuturos hombres, atravesando el vinoso mar enuna nave de muchos órdenes de remos: «Ésa es

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la tumba de un varón que peleaba valerosa-mente y fue muerto en edad remota por el es-clarecido Héctor.» Así hablará, y mi gloria noperecerá jamás.92 Así dijo. Todos enmudecieron y quedaronsilenciosos, pues por vergüenza no rehusabanel desafío y por miedo no se decidían a aceptar-lo. Al fin levantóse Menelao, con el corazónafligidísimo, y los apostrofó de esta manera:96 -¡Ay de mí, hombres jactanciosos; aqueasque no aqueos! Grande y horrible será nuestrooprobio si no sale ningún dánao al encuentrode Héctor. Ojalá os volvierais agua y tierra ahímismo donde estáis sentados, hombres sin co-razón y sin honor. Yo seré quien me arme yluche con aquél, pues la victoria la concedendesde lo alto los inmortales dioses.103 Esto dicho, empezó a ponerse la magníficaarmadura. Entonces, oh Menelao, hubieras aca-bado la vida en manos de Héctor, cuya fuerzaera muy superior, si los reyes aqueos no sehubiesen apresurado a detenerte. El mismo

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Agamenón Atrida, el de vasto poder, asióle dela diestra exclamando:109 -¡Deliras, Menelao, alumno de Zeus! Nadate fuerza a cometer tal locura. Domínate, aun-que estés afligido, y no quieras luchar por des-pique con un hombre más fuerte que tú, conHéctor Priámida, que a todos amedrenta y cuyoencuentro en la batalla, donde los varones ad-quieren gloria, causaba horror al mismo Aqui-les, que lo aventaja tanto en bravura. Vuelve ajuntarte con tus compañeros, siéntate, y losaqueos harán que se levante un campeón tal,que, aunque aquél sea intrépido a incansable enla pelea, con gusto, creo, se entregará al descan-so si consigue escapar de tan fiero combate, detan terrible lucha.120 Así dijo; y el héroe cambió la mente de suhermano con la oportuna exhortación. Menelaoobedeció; y sus servidores, alegres, quitáronlela armadura de los hombros. Entonces levantó-se Néstor, y arengó a los argivos diciendo:

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124 -¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tangrande le ha llegado a la tierra aquea! ¡Cuántogemiría el anciano jinete Peleo, ilustre consejeroy arengador de los mirmidones, que en su pala-cio se gozaba con preguntarme por la prosapiay la descendencia de los argivos todos! Si su-piera que éstos tiemblan ante Héctor, alzaría lasmanos a los inmortales para que su alma, se-parándose del cuerpo, bajara a la mansión deHades. Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, fue-se yo tan joven como cuando, encontrándoselos pilios con los belicosos arcadios al pie de lasmurallas de Fea, cerca de la corriente del Járda-no, trabaron el combate a orillas del impetuosoCeladonte. Entre los arcadios aparecía en pri-mera línea Ereutalión, varón igual a un dios,que llevaba la armadura del rey Areítoo; deldivino Areítoo, a quien por sobrenombre lla-maban el macero así los hombres como las mu-jeres de hermosa cintura, porque no peleabacon el arco y la formidable lanza, sino querompía las falanges con la férrea maza. Al rey

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Areítoo matólo Licurgo, no empleando la fuer-za, sino la astucia, en un camino estrecho, don-de la férrea clava no podía librarlo de la muer-te: Licurgo se le adelantó, envasóle la lanza enmedio del cuerpo, hízolo caer de espaldas, ydespojóle de la armadura, regalo del broncíneoAres, que llevaba en las batallas. Cuando Li-curgo envejeció en el palacio, entregó dichaarmadura a Ereutalión, su escudero querido,para que la usara; y éste, con tales armas, desa-fiaba entonces a los más valientes. Todos esta-ban amedrentados y temblando, y nadie seatrevía a aceptar el reto; pero mi ardido co-razón me impulsó a pelear con aquel presun-tuoso -era yo el más joven de todos- y combatícon él y Atenea me dio gloria, pues logré matara aquel hombre gigantesco y fortísimo que ten-dido en el suelo ocupaba un gran espacio. Ojaláme rejuveneciera tanto y mis fuerzas conserva-ran su robustez. ¡Cuán pronto Héctor, el detremolante casco, tendría combate! ¡Pero ni losque sois los más valientes de los aqueos todos,

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ni siquiera vosotros, estáis dispuestos a it alencuentro de Héctor!161 De esta manera los increpó el anciano, ynueve por junto se levantaron. Levantóse, mu-cho antes que los otros, el rey de hombres,Agamenón; luego el fuerte Diomedes Tidida;después, ambos Ayantes, revestidos de impe-tuoso valor; tras ellos, Idomeneo y su escuderoMeriones, que al homicida Enialio igualaba; enseguida Eurípilo, hijo ilustre de Evemón; y,finalmente, Toante Andremónida y el divinoUlises: todos éstos querían pelear con el ilustreHéctor. Y Néstor, caballero gerenio, les dijo:171 -Echad suertes, y aquél a quien le toquealegrará a los aqueos, de hermosas grebas, ysentirá regocijo en el corazón si logra escapardel flero combate, de la terrible lucha.175 Así dijo. Los nueve señalaron sus respecti-vas tarjas, y seguidamente las metieron en elcasco de Agamenón Atrida. Los guerreros ora-ban y alzaban las manos a los dioses. Y algunoexclamó, mirando al anchuroso cielo:

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179 -¡Padre Zeus! Haz que le caiga la suerte aAyante, al hijo de Tideo, o al mismo rey de Mi-cenas, rica en oro.181 Así decían. Néstor, caballero gerenio, me-neaba el casco, hasta que por fin saltó la tarjaque ellos querían, la de Ayante. Un heraldollevóla por el concurso y, empezando por laderecha, la enseñaba a los próceres aqueos,quienes, al no reconocerla, negaban que fuesesuya; pero, cuando llegó al que la había marca-do y echado en el casco, al ilustre Ayante, éstetendió la mano, y aquél se detuvo y le entrególa contraseña. El héroe la reconoció, con granjúbilo de su corazón, y, tirándola al suelo, a suspies, exclamó:191 -¡Oh amigos! Mi tarja es, y me alegro en elalma porque espero vencer al divino Héctor.¡Ea! Mientras visto la bélica armadura, orad alsoberano Zeus Cronión, mentalmente, para queno lo oigan los troyanos; o en alta voz, pues anadie tememos. No habrá quien, valiéndose dela fuerza o de la astucia, me ponga en fuga con-

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tra mi voluntad; porque no creo que naciera yme criara en Salamina, tan inhábil para la lu-cha.200 Tales fueron sus palabras. Ellos oraron alsoberano Zeus Cronión, y algunos dijeron, mi-rando al anchuroso cielo:202 -¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, glo-riosísimo, máximo! Concédele a Ayante la vic-toria y un brillante triunfo; y, si amas también aHéctor y por él te interesas, dales a entrambosigual fuerza y gloria.206 Así hablaban. Púsose Ayante la armadurade luciente bronce; y, vestidas las armas en tor-no de su cuerpo, marchó tan animoso como elterrible Ares cuando se encamina al combate delos hombres, a quienes el Cronión hace venir alas manos por una roedora discordia. Tan terri-ble se levantó Ayante, antemural de los aqueos,que sonreía con torva faz, andaba a paso largoy blandía enorme lanza. Los argivos se regoci-jaron grandemente, así que lo vieron, y un vio-lento temblor se apoderó de los troyanos; al

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mismo Héctor palpitóle el corazón en el pecho;pero ya no podía manifestar temor ni retirarse asu ejército, porque de él había partido la pro-vocación. Ayante se le acercó con su escudocomo una torre, broncíneo, de siete pieles debuey, que en otro tiempo le hiciera Tiquio, elcual habitaba en Hila y era el mejor de los cur-tidores. Éste formó el manejable escudo consiete pieles de corpulentos bueyes y puso enci-ma, como octava capa, una lámina de bronce.Ayante Telamonio paróse, con el escudo al pe-cho, muy cerca de Héctor; y, amenazándolo,dijo:226 -¡Héctor! Ahora sabrás claramente, de soloa solo, cuáles adalides pueden presentar losdánaos, aun prescindiendo de Aquiles, querompe filas de guerreros y tiene el ánimo de unleón. Mas el héroe, enojado con Agamenón,pastor de hombres, permanece en las corvasnaves surcadoras del ponto, y somos muchoslos capaces de pelear contigo. Pero empiece yala lucha y el combate.

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233 Respondióle el gran Héctor, el de tremolan-te casco:234 -¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus,príncipe de hombres! No me tientes cual si fue-ra un débil niño o una mujer que no conoce lascosas de la guerra. Versado estoy en los comba-tes y en las matanzas de hombres; sé mover adiestro y a siniestro la seca piel de buey quellevo para luchar denodadamente; sé lanzarmea la pelea cuando en prestos carros se batalla, ysé deleitar al cruel Ares en el estadio de la gue-rra. Pero a ti, siendo cual eres, no quiero herirtecon alevosía, sino cara a cara, si puedo conse-guirlo.244 Dijo, y blandiendo la enorme lanza, arrojólay atravesó el bronce que cubría como octavacapa el gran escudo de Ayante formado porsiete boyunos cueros: la indomable puntahoradó seis de éstos y en el séptimo quedó de-tenida. Ayante, del linaje de Zeus, tiró a su vezsu luenga lanza y dio en el escudo liso delPriámida, y la robusta lanza, pasando por el

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terso escudo, se hundió en la labrada coraza yrasgó la túnica sobre el ijar; inclinóse el héroe, yevitó la negra muerte. Y arrancando ambos lasluengas lanzas de los escudos, acometiéronsecomo carniceros leones o puercos monteses,cuya fuerza es inmensa. El Priámida hirió conla lanza el centro del escudo de Ayante, y elbronce no pudo romperlo porque la punta setorció. Ayante, arremetiendo, clavó la suya enel escudo de aquél, a hizo vacilar al héroecuando se disponía para el ataque; la puntaabrióse camino hasta el cuello de Héctor, y enseguida brotó la negra sangre. Mas no por estocesó de combatir Héctor, el de tremolante cas-co, sino que, volviéndose, cogió con su robustamano un pedrejón negro y erizado de puntasque había en el campo; lo tiró, acertó a dar en elbollón central del gran escudo de Ayante, desiete boyunas pieles, a hizo resonar el bronceque lo cubría. Ayante entonces, tomando unapiedra mucho mayor, la despidió haciéndolavoltear con una fuerza inmensa. La piedra tor-

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ció el borde inferior del hectóreo escudo, cualpudiera hacerlo una muela de molino, y cho-cando con las rodillas de Héctor lo hizo caer deespaldas asido al escudo; pero Apolo en segui-da lo puso en pie. Y ya se hubieran atacado decerca con las espadas, si no hubiesen acudidodos heraldos, mensajeros de Zeus y de loshombres, que llegaron respectivamente delcampo de los troyanos y del de los aqueos, debroncíneas corazas: Taltibio a Ideo, prudentesambos. Éstos interpusieron sus cetros entre loscampeones, a Ideo, hábil en dar sabios consejos,pronunció estas palabras:279 -¡Hijos queridos! No peleéis ni combatáismás; a entrambos os ama Zeus, que amontonalas nubes, y ambos sois belicosos. Esto lo sabe-mos todos. Pero la noche comienza ya, y serábueno obedecerla.282 Respondióle Ayante Telamonio:283 -¡Ideo! Ordenad a Héctor que lo disponga,pues fue él quien retó a los más valientes. Sea el

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primero en desistir; que yo obedeceré, si él lohiciere.287 Díjole el gran Héctor, el de tremolante cas-co:288 -¡Ayante! Puesto que los dioses te han dadocorpulencia, valor y cordura, y en el manejo dela lanza descuellas entre los aqueos, suspen-damos por hoy el combate y la lucha, y otro díavolveremos a pelear hasta que una deidad nossepare, después de otorgar la victoria a quienquisiere. La noche comienza ya, y será buenoobedecerla. Así tú regocijarás, en las naves, atodos los aqueos y especialmente a tus amigosy compañeros; y yo alegraré, en la gran ciudaddel rey Príamo, a los troyanos y a las troyanas,de rozagantes peplos, que habrán ido a los sa-grados templos a orar por mí. ¡Ea! Hagámonosmagníficos regalos, para que digan aqueos ytroyanos: «Combatieron con roedor encono, yse separaron unidos por la amistad.»303 Cuando esto hubo dicho, entregó a Ayanteuna espada guarnecida con argénteos clavos,

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ofreciéndosela con la vaina y el bien cortadoceñidor; y Ayante regaló a Héctor un vistosotahalí teñido de púrpura. Separáronse luego,volviendo el uno a las tropas aqueas y el otro alejército de los troyanos. Éstos se alegraron alver a Héctor vivo, y que regresaba incólume,libre de la fuerza y de las invictas manos deAyante, cuando ya desesperaban de que se sal-vara; y lo acompañaron a la ciudad. Por su par-te, los aqueos, de hermosas grebas, llevaron aAyante, ufano de la victoria, a la tienda del di-vino Agamenón.313 Así que estuvieron en ella, AgamenónAtrida, rey de hombres, sacrificó al prepotenteCronión un buey de cinco años. Al instante todesollaron y prepararon, lo partieron todo, lodividieron con suma habilidad en pedazos muypequeños, lo atravesaron con pinchos, to asaroncuidadosamente y lo retiraron del fuego. Ter-minada la faena y dispuesto el festín, comieronsin que nadie careciese de su respectiva por-ción; y el poderoso héroe Agamenón Atrida

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obsequió a Ayante con el ancho lomo. Cuandohubieron satisfecho el deseo de beber y de co-mer, el anciano Néstor, cuya opinión era consi-derada siempre como la mejor, comenzó a dar-les un consejo. Y, arengándolos con benevolen-cia, así les dijo:327 -¡Atrida y demás príncipes de los aqueostodos! Ya que han muerto tantos melenudosaqueos, cuya negra sangre esparció el cruelAres por la ribera del Escamandro de límpidacorriente y cuyas almas descendieron a la man-sión de Hades, conviene que suspendas loscombates, y mañana, reunidos todos al comen-zar del día, traeremos los cadáveres en carrostirados por bueyes y mulos, y los quemaremoscerca de los bajeles para llevar sus cenizas a loshijos de los difuntos cuando regresemos a lapatria tierra! Erijamos luego con sierra de lallanura, amontonada en torno de la pira, untúmulo común; edifiquemos en seguida a partirdel mismo una muralla con altas torres, que seaun reparo para las naves y para nosotros mis-

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mos; dejemos puertas que se cierren con bienajustadas tablas, para que pasen los carros, ycavemos delante del muro un profundo foso,que detenga a los hombres y a los caballos sialgún día no podemos resistir la acometida delos altivos troyanos.344 Así habló, y los demás reyes aplaudieron.Reuniéronse los troyanos en la acrópolis de Ilio,cerca del palacio de Príamo, y la junta fue agi-tada y turbulenta. El prudente Anténor co-menzó a arengarles de esta manera:348 -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados, y osmanifestaré to que en el pecho mi corazón medicta! Ea, restituyamos la argiva Helena con susriquezas y que los Atridas se la lleven. Ahoracombatimos después de quebrar la fe ofrecidaen los juramentos, y no espero que alcancemoséxito alguno mientras no hagamos to que pro-pongo.354 Dijo, y se sentó. Levantóse el divino Ale-jandro, esposo de Helena, la de hermosa cabe-

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llera, y, dirigiéndose a aquél, pronunció estasaladas palabras:357 -¡Anténor! No me place lo que propones ypodías haber pensado algo mejor. Si realmentehablas con seriedad, los mismos dioses to hanhecho perder el juicio. Y a los troyanos, doma-dores de caballos, les diré to siguiente: Paladi-namente lo declaro, no devolveré la mujer, perosí quiero dar cuantas riquezas traje de Argos yaun otras que añadiré de mi casa.365 Dijo, y se sentó. Levantóse Príamo Dardá-nida, consejero igual a los dioses, y les arengócon benevolencia diciendo:368 -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados, y osmanifestaré lo que en el pecho mi corazón medicta! Cenad en la ciudad, como siempre; acor-daos de la guardia, y vigilad todos; al romper elalba, vaya Ideo a las cóncavas naves; anuncie alos Atridas, Agamenón y Menelao, la proposi-ción de Alejandro, por quien se suscitó la con-tienda, y háganles esta prudente consulta: Siquieren, que se suspenda el horrísono combate

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para quemar los cadáveres; y luego volveremosa pelear hasta que una deidad nos separe yotorgue la victoria a quien le plazca.379 Así dijo; ellos lo escucharon y obedecieron,tomando la cena en el campo sin romper lasfilas, y, apenas comenzó a alborear, encaminóseIdeo a las cóncavas naves y halló a los dánaos,servidores de Ares, reunidos en junta cerca dela nave de Agamenón. El heraldo de voz sono-ra, puesto en medio, les dijo:385 -¡Atrida y demás príncipes de los aqueostodos! Mándanme Príamo y los ilustres troya-nos que os participe, y ojalá os fuera acepta ygrata, la proposición de Alejandro, por quien sesuscitó la contienda. Ofrece dar cuantas rique-zas trajo a Ilio en las cóncavas naves -¡asíhubiese perecido antes!- y aun añadir otras desu casa; pero se niega a devolver la legítimaesposa del glorioso Menelao, a pesar de que lostroyanos se to aconsejan. Me han ordenadotambién que os haga esta consulta: Si queréis,que se suspenda el horrísono combate para

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quemar los cadáveres; y luego volveremos apelear hasta que una deidad nos separe y otor-gue la victoria a quien le plazca.398 Así habló. Todos enmudecieron y quedaronsilenciosos. Pero al fin Diomedes, valiente en lapelea, dijo:400 -No se acepten ni las riquezas de Alejandro,ni a Helena tampoco; pues es evidente, hastapara el más simple, que la ruina pende sobrelos troyanos.403 Así se expresó; y todos los aqueos aplau-dieron, admirados del discurso de Diomedes,domador de caballos. Y el rey Agamenón dijoentonces a Ideo:406 -¡Ideo! Tú mismo oyes las palabras con queresponden los aqueos; ellas son de mi agrado.En cuanto a los cadáveres, no me opongo a quesean quemados, pues ha de ahorrarse toda di-lación para satisfacer prontamente a los quemurieron, entregando sus cuerpos a las llamas.Zeus tonante, esposo de Hera, reciba el jura-mento.

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412 Dicho esto, alzó el cetro a todos los dioses;a Ideo regresó a la sagrada Ilio, donde lo espe-raban, reunidos en junta, troyanos y dárdanos.El heraldo, puesto en medio, dijo la respuesta.En seguida dispusiéronse unos a recoger los ca-dáveres, y otros a it por leña. A su vez, los argi-vos salieron de las naves de muchos bancos,unos para recoger los cadáveres, y otros para irpor leña.421 Ya el sol hería con sus rayos los campos,subiendo al cielo desde la plácida y profundacorriente del Océano, cuando aqueos y troya-nos se mezclaron unos con otros en la llanura.Difícil era reconocer a cada varón; pero lavabancon agua las manchas de sangre de los cadáve-res y, derramando ardientes lágrimas, los sub-ían a los carros. El gran Príamo no permitía quelos troyanos lloraran: éstos, en silencio y con elcorazón afligido, hacinaron los cadáveres sobrela pira, los quemaron y volvieron a la sacra Ilio.Del mismo modo, los aqueos, de hermosas gre-

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bas, hacinaron los cadáveres sobre la pira, losquemaron y volvieron a las cóncavas naves.433 Cuando aún no despuntaba la aurora, peroya la luz del alba se difundía, un grupo escogi-do de aqueos se reunió en torno de la pira. Eri-gieron con tierra de la llanura un túmulocomún; construyeron a partir del mismo unamuralla con altas torres, que sirviese de reparoa las naves y a ellos mismos; dejaron puertas,que se cerraban con bien ajustadas tablas, paraque pudieran pasar los carros, y cavaron delan-te del muro un gran foso profundo y ancho,que defendieron con estacas.442 De tal suerte trabajaban los melenudosaqueos; y los dioses, sentados junto a Zeus ful-minador, contemplaban la grande obra de losaqueos, de broncíneas corazas. Y Posidón, quesacude la tierra, empezó a decirles:446 -¡Padre Zeus! ¿Cuál de los mortales de lavasta tierra consultará con los dioses sus pen-samientos y proyectos? ¿No ves que los mele-nudos aqueos han construido delante de las

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naves un muro con su foso, sin ofrecer a losdioses hecatombes perfectas? La fama de estemuro se extenderá tanto como la luz de la auro-ra; y se echará en olvido el que ¡abramos yo yFebo Apolo cuando con gran fatiga construi-mos la ciudad para el héroe Laomedonte.454 Zeus, que amontona las nubes, respondiómuy indignado:455 -¡Oh dioses! ¡Tú, prepotente batidor de latierra, qué palabras proferiste! A un dios muyinferior en fuerza y ánimo podría asustarle talpensamiento; pero no a ti, cuya fama se exten-derá tanto como la luz de la aurora. Ea, cuandolos aqueos, de larga cabellera, regresen en lasnaves a su patria tierra, derriba el muro, arrója-lo entero al mar, y enarena otra vez la espaciosaplaya para que desaparezca la gran murallaaquea.464 Así éstos conversaban. Al ponerse el sol losaqueos tenían la obra acabada; inmolaron bue-yes y se pusieron a cenar en las respectivastiendas, cuando arribaron, procedentes de

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Lemnos, muchas naves cargadas de vino queenviaba Euneo Jasónida, hijo de Hipsípile y deJasón, pastor de hombres. El hijo de Jasónmandaba separadamente, para los Atridas,Agamenón y Menelao, mil medidas de vino.Los melenudos aqueos acudieron a las naves;compraron vino, unos con bronce, otros conluciente hierro, otros con pieles, otros con vacasy otros con esclavos; y prepararon un festín es-pléndido. Toda la noche los melenudos aqueosdisfrutaron del banquete, y lo mismo hicieronen la ciudad los troyanos y sus aliados. Toda lanoche estuvo el próvido Zeus meditando cómoles causaría males y tronando de un modo ho-rrible: el pálido temor se apoderó de todos,derramaron a tierra el vino de las copas, y na-die se atrevió a beber sin que antes hiciera liba-ciones al prepotente Cronión. Después se acos-taron y el don del sueño recibieron.

CANTO VIII*Batalla interrumpida

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* Y la tercera es favorable a los troyanos, quequedan vencedores y pernoctan en el campo envez de retirarse a la ciudad, y así poder rematarla victoria al día siguiente. Zeus, en asambleadivina había prohibido a los inmonales acudiren socorro de los hombres, y él ha ayudado alos troyanos.

1 La Aurora, de azafranado velo, se esparcíapor toda la tierra, cuando Zeus, que se compla-ce en lanzar rayos, reunió el ágora de los diosesen la más alta de las muchas cumbres delOlimpo. Y así les habló, mientras ellos atenta-mente lo escuchaban:5 -¡Oídme todos, dioses y diosas, para que osmanifieste to que en el pecho mi corazón medicta! Ninguno de vosotros, sea varón o hem-bra, se atreva a transgredir mi mandato; antesbien, asentid todos, a fin de que cuanto anteslleve a cabo lo que pretendo. El dios que intentesepararse de los demás y socorrer a los troya-nos o a los dánaos, como yo lo vea, volverá

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afrentosamente golpeado al Olimpo; o, cogién-dolo, lo arrojaré al tenebroso Tártaro, muy lejos,en lo más profundo del báratro debajo de latierra -sus puertas son de hierro, y el umbral,de bronce, y su profundidad desde el Hadescomo del cielo a la tierra-, y conocerá en segui-da cuánto aventaja mi poder al de las demásdeidades. Y, si queréis, haced esta prueba, ohdioses, para que os convenzáis. Suspended delcielo áurea cadena, asíos todos, dioses y diosas,de la misma, y no os será posible arrastrar delcielo a la tierra a Zeus, árbitro supremo, pormucho que os fatiguéis; mas, si yo me resolvie-se a tirar de aquélla, os levantaría con la tierra yel mar, ataría un cabo de la cadena en la cum-bre del Olimpo, y todo quedaría en el aire. Tansuperior soy a los dioses y a los hombres.23 Así habló, y todos callaron, asombrados desus palabras, pues fue mucha la vehemenciacon que se expresó. A1 fin, Atenea, la diosa deojos de lechuza, dijo:

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31 -¡Padre nuestro, Cronida, el más excelso delos soberanos! Bien sabemos que es incontras-table tu poder; pero tenemos lástima de losbelicosos dánaos, que morirán, y se cumplirá suaciago destino. Nos abstendremos de interveniren el combate, si nos lo mandas; pero sugeri-remos a los argivos consejos saludables, a fin deque no perezcan todos, a causa de tu cólera.38 Sonriéndose, le contestó Zeus, que amontonalas nubes:39 -Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. Nohablo con ánimo benigno, pero contigo quieroser complaciente.41 Esto dicho, unció los corceles de pies debronce y áureas crines, que volaban ligeros;vistió la dorada túnica, tomó el látigo de oro yfina labor y subió al carro. Picó a los caballospara que arrancaran; y éstos, gozosos, empren-dieron el vuelo entre la tierra y el estrelladocielo. Pronto llegó al Ida, abundante en fuentesy criador de fieras, al Gárgaro, donde tenía unbosque sagrado y un perfumado altar; a11í el

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padre de los hombres y de los dioses detuvo loscorceles, los desenganchó del carro y los cubrióde espesa niebla. Sentóse luego en la cima, ufa-no de su gloria, y se puso a contemplar la ciu-dad troyana y las naves aqueas.53 Los melenudos aqueos se desayunaron apre-suradamente en las tiendas, y en seguida toma-ron las armas. También los troyanos se armarondentro de la ciudad; y, aunque eran menos,estaban dispuestos a combatir, obligados por lacruel necesidad de proteger a sus hijos y muje-res: abriéronse todas las puertas, salió el ejércitode infantes y de los que peleaban en carros, y seprodujo un gran tumulto.60 Cuando los dos ejércitos llegaron a juntarse,chocaron entre sí los escudos, las lanzas y elvalor de los guerreros armados de broncíneascorazas, y al aproximarse las abollonadas rode-las se produjo un gran tumulto. Allí se oíansimultáneamente los lamentos de los moribun-dos y los gritos jactanciosos de los matadores, yla tierra manaba sangre.

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66 Al amanecer y mientras iba aumentando laluz del sagrado día, los dardos alcanzaban porigual a unos y a otros, y los hombres caían.Cuando el sol hubo recorrido la mitad del cielo,el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso enella dos destinos de la muerte que tiende a lolargo -el de los troyanos, domadores de caba-llos, y el de los aqueos, de broncíneas lorigas-;cogió por el medio la balanza, la desplegó ytuvo más peso el día fatal de los aqueos. Losdestinos de éstos bajaron hasta llegar a la fértiltierra, mientras los de los troyanos subían alespacioso cielo. Zeus, entonces, tronó fuertedesde el Ida y envió una ardiente centella a losaqueos, quienes, al verla, se pasmaron, sobre-cogidos de pálido temor.78 Ya no se atrevieron a permanecer en el cam-po ni Idomeneo, ni Agamenón, ni los dosAyantes, servidores de Ares; y sólo se quedóNéstor gerenio, protector de los aqueos, contrasu voluntad, por tener malparado uno de loscorceles, al cual el divino Alejandro, esposo de

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Helena, la de hermosa cabellera, había heridocon una flecha en lo alto de la cabeza, donde lascrines empiezan a crecer y las heridas son mor-tales. El caballo, al sentir el dolor, se encabritó,y la flecha le penetró el cerebro; y, revolcándosepara sacudir el bronce, espantó a los demáscaballos. Mientras el anciano se daba prisa acortar con la espada las correas del caído corcel,vinieron por entre la muchedumbre los velocescaballos de Héctor, tirando del carro en que ibatan audaz guerrero. Y el anciano perdiera a11íla vida, si al punto no lo hubiese advertidoDiomedes, valiente en la pelea; el cual, vocife-rando de un modo horrible, dijo a Ulises:93 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fe-cundo en ardides! ¿Adónde huyes, confundidocon la turba y volviendo la espalda como uncobarde? Mira que alguien, mientras huyes, note clave la lanza en el dorso. Pero aguarda yapartaremos del anciano al feroz guerrero.97 Así dijo, y el paciente divino Ulises pasó sinoírlo, corriendo hacia las cóncavas naves de los

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aqueos. El Tidida, aunque estaba solo, se abriópaso por las primeras filas; y, deteniéndoseante el carro del viejo Nelida, pronunció estasaladas palabras:102 -¡Oh anciano! Los guerreros mozos te aco-san y te hallas sin fuerzas, abrumado por lamolesta senectud; tu escudero tiene poco vigory tus caballos son tardos. Sube a mi carro paraque veas cuáles son los corceles de Tros quequité a Eneas, el que pone en fuga a sus enemi-gos, y cómo saben tanto perseguir acá y aculláde la llanura, como huir ligeros. De los tuyoscuiden los servidores; y nosotros dirijamoséstos hacia los troyanos, domadores de caba-llos, para que Héctor sepa con qué furia semueve la lanza en mis manos.112 Dijo; y Néstor, caballero gerenio, no des-obedeció. Encargáronse de sus yeguas los bra-vos escuderos Esténelo y Eurimedonte valero-so; y habiendo subido ambos héroes al carro deDiomedes, Néstor cogió las lustrosas riendas yavispó a los caballos, y pronto se hallaron cerca

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de Héctor. El hijo de Tideo arrojóle un dardo,cuando Héctor deseaba acometerlo, y si bienerró el tiro, hirió en el pecho cerca de la tetilla aEniopeo, hijo del animoso Tebeo, que, comoauriga, gobernaba las riendas: Eniopeo cayó delcarro, cejaron los veloces corceles y a11í termi-naron la vida y el valor del guerrero. Hondopesar sintió el espíritu de Héctor por tal muer-te; pero, aunque condolido del compañero,dejóle en el suelo y buscó otro auriga que fueseosado. Poco tiempo estuvieron los caballos sinconductor, pues Héctor encontróse con el ardi-do Arqueptólemo Ifítida, y, haciéndole subir alcarro de que tiraban los ágiles corceles, le pusolas riendas en la mano.130 Entonces gran estrago a irreparables malesse hubieran producido y los troyanos habríansido encerrados en Ilio como corderos, si alpunto no lo hubiese advertido el padre de loshombres y de los dioses. Tronando de un modoespantoso, despidió un ardiente rayo para quecayera en el suelo delante de los caballos de

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Diomedes; el azufre encendido produjo unaterrible llama; los corceles, asustados, acurrucá-ronse debajo del carro; las lustrosas riendascayeron de las manos de Néstor, y éste, conmiedo en el corazón, dijo a Diomedes:139 -¡Tidida! Tuerce la rienda a los solípedoscaballos y huyamos. ¿No conoces que la protec-ción de Zeus ya no te acompaña? Hoy ZeusCronida otorga a ése la victoria; otro día, si leplace, nos la dará a nosotros. Ningún hombre,por fuerte que sea, puede impedir los propósi-tos de Zeus, porque el dios es mucho más po-deroso.145 Respondióle Diomedes, valiente en la pe-lea:146 -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas dedecir, pero un terrible pesar me llega al corazóny al alma. Quizá diga Héctor, arengando a lostroyanos: «El Tidida llegó a las naves, puesto enfuga por mi lanza» Así se jactará; y entoncesábraseme la vasta tierra.151 Replicóle Néstor, caballero gerenio:

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152 -¡Ay de mí! ¡Qué dijiste, hijo del belicosoTideo! Si Héctor te llamare cobarde y flaco, nolo creerán ni los troyanos, ni los dardanios, nilas mujeres de los troyanos magnánimos, escu-dados, cuyos esposos florecientes derribaste enel polvo.157 Dichas estas palabras, volvió la rienda a lossolípedos caballos, y empezaron a huir por en-tre la turba. Los troyanos y Héctor, promovien-do inmenso alboroto, hacían llover sobre ellosdañosos tiros. Y el gran Héctor, el de tremolan-te casco, gritaba con voz recia:161 -¡Tidida! Los dánaos, de ágiles corceles, tecedían la preferencia en el asiento y te obse-quiaban con carne y copas de vino; mas ahorate despreciarán, porque te has vuelto como unamujer. Anda, tímida doncella; ya no escalarásnuestras torres, venciéndome a mí, ni te lle-varás nuestras mujeres en las naves, porqueantes to daré la muerte.167 Así dijo. El Tidida estaba indeciso entreseguir huyendo o torcer la rienda a los corceles

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y volver a pelear. Tres veces se le presentó laduda en la mente y en el corazón, y tres veces elpróvido Zeus tronó desde los montes ideospara anunciar a los troyanos que suya sería enaquel combate la inconstante victoria. Y Héctorlos animaba, diciendo a voz en grito:175 -¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo acuerpo combatís! Sed hombres, amigos, y mos-trad vuestro impetuoso valor. Conozco que elCronida me concede, benévolo, la victoria yuna gloria inmensa y envía la perdición a losdánaos; quienes, oh necios, construyeron esosmuros débiles y despreciables que no podráncontener mi arrojo, pues los caballos salvaránfácilmente el cavado foso. Cuando llegue a lascóncavas naves, acordaos de traerme el vorazfuego para que las incendie y mate junto a ellasa los argivos aturdidos por el humo.184 Dijo, y exhortó a sus caballos con estas pa-labras:185 -¿Janto, Podargo, Etón, divino Lampo!Ahora debéis pagarme el exquisito cuidado con

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que Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, osofrecía el regalado trigo y os mezclaba vinospara que pudieseis, bebiendo, satisfacer vuestroapetito antes que a mí, que me glorío de ser sufloreciente esposo. Seguid el alcance, esforzaos,para ver si nos apoderamos del escudo deNéstor, cuya fama llega hasta el cielo por sertodo de oro, sin exceptuar las abrazaderas, y lequitamos de los hombros a Diomedes, doma-dor de caballos, la labrada coraza que Hefestofabricó. Creo que, si ambas cosas consiguié-ramos, los aqueos se embarcarían esta mismanoche en las veleras naves.199 Así habló, vanagloriándose. La venerandaHera, indignada, se agitó en su trono, haciendoestremecer el espacioso Olimpo, y dijo al grandios Posidón:201 -¡Oh dioses! ¡Prepotente Posidón que batesla tierra! ¿Tu corazón no se compadece de losdánaos moribundos que tantos y tan lindospresentes lo llevan a Hélice y a Egas? Decídetea darles la victoria. Si cuantos protegemos a los

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dánaos quisiéramos rechazar a los troyanos ycontener al largovidente Zeus, éste se aburriríasentado solo allá en el Ida.208 Respondióle muy indignado el poderosodios que sacude la tierra:209 -¿Qué palabras proferiste, audaz Hera? Yono quisiera que los demás dioses lucháramoscon Zeus Cronión porque nos aventaja muchoen poder.212 Así éstos conversaban. Cuanto espacio en-cerraba el foso desde la torre hasta las navesllenóse de carros y hombres escudados que a11íacorraló Héctor Priámida, igual al impetuosoAres, cuanto Zeus le dio gloria. Y el héroehubiese pegado ardiente fuego a las naves bienproporcionadas a no haber sugerido la venera-ble Hera a Agamenón, aunque éste no se des-cuidaba, que animara pronto a los aqueos. Fue-se el Atrida hacia las tiendas y las naves aqueascon el grande purpúreo manto en el robustobrazo, y subió a la ingente nave negra de Uli-ses, que estaba en el centro, para que lo oyeran

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por ambos lados hasta las tiendas de AyanteTelamonio y de Aquiles, los cuales habíanpuesto sus bajeles en los extremos porque con-fiaban en su valor y en la fuerza de sus brazos.Y con voz penetrante gritaba a los dánaos:228 -¡Qué vergüenza, argivos, hombres sin dig-nidad, admirables sólo por la figura! ¿Qué es dela jactancia con que nos gloriábamos de ser va-lentísimos, y con que decíais presuntuosamenteen Lemnos, comiendo abundante carne de bue-yes de erguida cornamenta y bebiendo craterascoronadas de vino, que cada uno haría frenteen la batalla a ciento y a doscientos troyanos?Ahora ni con uno podemos, con Héctor, quepronto pegará ardiente fuego a las naves. ¡Pa-dre Zeus! ¿Hiciste sufrir tamaña desgracia yprivaste de una gloria tan grande a algún otrode los prepotentes reyes? Cuando vine, no paséde largo en la nave de muchos bancos por nin-guno de tus bellos altares, sino que en todosquemé grasa y muslos de buey, deseoso de aso-lar la bien murada Troya. Por Canto, oh Zeus,

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cúmpleme este voto: déjanos escapar y librar-nos de este peligro, y no permitas que los tro-yanos maten a los aqueos.245 Así dijo. El padre, compadecido de verlederramar lágrimas, le concedió que su pueblose salvara y no pereciese; y en seguida mandóun águila, la mejor de las aves agoreras, quetenía en las garras el hijuelo de una veloz ciervay lo dejó caer al pie del ara hermosa de Zeus,donde los aqueos ofrecían sacrificios al dios,como autor de los presagios todos. Cuandoellos vieron que el ave había sido enviada porZeus, arremetieron con más ímpetu contra lostroyanos y sólo en combatir pensaron.253 Entonces ninguno de los dánaos, aunqueeran muchos, pudo gloriarse de haber revueltosus veloces caballos para pasar el foso y resistirel ataque, antes que el Tidida. Fue éste el pri-mero que mató a un guerrero troyano, a AgelaoFradmónida, que, subido en el carro, emprend-ía la fuga: hundióle la pica en la espalda, entre

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los hombros, y la punta salió por el pecho; Age-lao cayó del carro y sus armas resonaron.261 Siguieron a Diomedes los Atridas, Aga-menón y Menelao; los Ayantes, revestidos deimpetuoso valor; Idomeneo y su servidor Me-riones, igual al homicida Enialio; Eurípilo, hijoilustre de Evemón; y en noveno lugar, Teucro,que, con el flexible arco en la mano, se escondíadetrás del escudo de Ayante Telamoníada. Éstelevantaba el escudo; y Teucro, volviendo elrostro a todos lados, flechaba a uno de la turbaque caía mortalmente herido, y al momentotornaba a refugiarse en Ayante (como un niñoen su madre), quien to cubría otra vez con elrefulgente escudo.273 ¿Cuál fue el primero, cuál el último de losque entonces mató el eximio Teucro? Orsílocoel primero, Órmeno, Ofelestes, Détor, Cromio,Licofontes igual a un dios, Amopaón Poliemó-nida y Melanipo. A tantos derribó sucesiva-mente al almo suelo. El rey de hombres, Aga-menón, se holgó de ver que Teucro destruía las

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falanges troyanas, disparando el fuerte arco; y,poniéndose a su lado, le dijo:281 -¡Caro Teucro Telamonio, príncipe de hom-bres! Sigue arrojando flechas, por si acaso llegasa ser la aurora de salvación de los dánaos yhonras a to padre Telamón, que te crió cuandoeras niño y te educó en su casa, a pesar de tucondición de bastardo; ya que está lejos deaquí, cúbrele de gloria. Lo que voy a decir secumplirá: Si Zeus, que lleva la égida, y Ateneame permiten destruir la bien édificada ciudadde Ilio, te pondré en la mano, como premio dehonor únicamente inferior al mío, o un trípodeo dos corceles con su correspondiente carro ouna mujer que comparta el lecho contigo.292 Respondióle el eximio Teucro:293 -¡Gloriosísimo Atrida! ¿Por qué me instigascuando ya, solícito, hago lo que puedo? Desdeque los rechazamos hacia Ilio mato hombres,valiéndome del arco. Ocho flechas de largapunta tiré, y todas se clavaron en el cuerpo de

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jóvenes llenos de marcial furor; pero no consigoherir a ese perro rabioso.300 Dijo; y, apercibiendo el arco, envió otraflecha a Héctor con intención de herirlo. Tam-poco acertó, pero la saeta se clavó en el pechodel eximio Gorgitión, valeroso hijo de Príamo yde la bella Castianira, oriunda de Esima, cuyocuerpo al de una diosa semejaba. Como en unjardín inclina la amapola su tallo, combándoseal peso del fruto o de los aguaceros primavera-les, de semejante modo inclinó el guerrero lacabeza que el casco hacía ponderosa.309 Teucro armó nuevamente el arco, envióotra saeta a Héctor, con ánimo de herirlo, ytambién erró el tiro, por haberlo desviado Apo-lo; pero hirió en el pecho cerca de la tetilla aArqueptólemo, osado auriga de Héctor, cuandose lanzaba a la pelea. Arqueptólemo cayó delcarro, cejaron los corceles de pies ligeros, y a11íterminaron la vida y el valor del guerrero.Hondo pesar sintió el espíritu de Héctor por talmuerte; pero, aunque condolido del compañe-

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ro, dejólo y mandó a su propio hermano Cebr-íones, que se hallaba cerca, que empuñara lasriendas de los caballos. Oyóle éste y no desobe-deció. Héctor saltó del refulgence carro al suelo,y, vociferando de un modo espantoso, cogióuna piedra y encaminóse hacia Teucro con elpropósito de herirlo. Teucro, a su vez, sacó delcarcaj una acerba flecha, y ya estiraba la cuerdadel arco, cuando Héctor, el de tremolante casco,acertó a darle con la áspera piedra cerca delhombro, donde la clavícula separa el cuello delpecho y las heridas son mortales, y le rompió elnervio: entorpecióse el brazo, Teucro cayó dehinojos y el arco se le fue de las manos. Ayanteno abandonó al hermano caído en el suelo, sinoque, corriendo a defenderlo, lo cubrió con elescudo. Acudieron dos fieles compañeros, Me-cisteo, hijo de Equio, y el divino Alástor; y, co-giendo a Teucro, que daba grandes suspiros, tollevaron a las cóncavas naves.335 El Olímpico volvió a excitar el valor de lostroyanos, los cuales hicieron arredrar a los

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aqueos en derechura al profundo foso. Héctoriba con los delanteros, haciendo gala de sufuerza. Como el perro que acosa con ágiles piesa un jabalí o a un león, lo muerde por detrás, yalos muslos, ya las nalgas, y observa si vuelve lacara; de igual modo perseguía Héctor a los me-lenudos aqueos, matando al que se rezagaba, yellos huían espántados. Cuando atravesaron laempalizada y el foso, muchos sucumbieron amanos de los troyanos; los demás no pararonhasta las naves, y a11í se animaban los unos alos otros, y con los brazos levantados oraban envoz alta a todas las deidades. Héctor revolvíapor todas partes los corceles de hermosas cri-nes; y sus ojos parecían los de Gorgona o los deAres, peste de los hombres.350 Hera, la diosa de los níveos brazos, al ver alos aqueos compadeciólos, en seguida dirigió aAtenea estas aladas palabras:352 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égi-da! ¿No nos cuidaremos de socorrer, aunquetarde, a los dánaos moribundos? Perecerán,

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cumpliéndose su aciago destino, por el arrojode un solo hombre, de Héctor Priámida, que seenfurece de intolerable modo y ya ha causadogran estrago.357 Respondióle Atenea, la diosa de ojos delechuza:358 Tiempo ha que ése hubiera perdido fuerzay vida, muerto en su patria tierra por los aque-os; pero mi padre revuelve en su mente funes-tos propósitos, ¡cruel, siempre injusto, desbara-tador de mis planes!, y no recuerda cuántasveces salvé a su hijo abrumado por los trabajosque Euristeo le había impuesto: clamaba al cie-lo, llorando, y Zeus me enviaba a socorrerlo. Simi precavida mente hubiese sabido to de ahora,no hubiera escapado el hijo de Zeus de lashondas corrientes de la Éstige, cuando aquél lomandó que fuera a la mansión de Hades, desólidas puertas, y sacara del Érebo el horrendocan de Hades. Al presente Zeus me aborrece ycumple los deseos de Tetis, que besó sus rodi-llas y le tocó la barba, suplicándole que honrase

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a Aquiles, asolador de ciudades. Día vendrá enque me llame nuevamente su amada hija, la deojos de lechuza. Pero unce los solipedos corce-les, mientras yo, entrando en el palacio deZeus, que lleva la égida, me armo para el com-bate; quiero ver si el hijo de Príamo, Héctor, elde tremolante casco, se alegrará cuando apa-rezcamos en el campo de la batalla. Alguno delos troyanos, cayendo junto a las naves aqueas,saciará con su grasa y con su carne a los perrosy a las aves.381 Dijo; y Hera, la diosa de los níveos brazos,no fue desobediente. La venerable diosa Hera,hija del gran Crono, aprestó solícita los caballosde áureos jaeces. Y Atenea, hija de Zeus, quelleva la égida, dejó caer al suelo el hermosopeplo bordado que ella misma había tejido ylabrado con sus manos; vistió la túnica de Zeus,que amontona las nubes, y se armó para la luc-tuosa guerra. Y subiendo al flamante carro, asióla lanza ponderosa, larga, fornida, con que lahija del prepotente padre destruye filas entenas

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de héroes cuando contra ellos monta en cólera.Hera picó con el látigo a los corceles, y abrié-ronse de propio impulso rechinando las puer-tas del cielo de que cuidan las Horas -a ellasestá confiado el espacioso cielo y el Olimpo-,para remover o colocar delante la densa nube.Por allí, por entre las puertas, dirigieron aque-llas deidades los corceles, dóciles al látigo.397 El padre de Zeus, apenas las vio desde elIda, se encendió en cólera; y al punto llamó aIris, la de doradas alas, para que le sirviese demensajera:399 -¡Anda, ve, rápida Iris! Haz que se vuelvany no les dejes llegar a mi presencia, porqueningún beneficio les reportará luchar conmigo.Lo que voy a decir se cumplirá: Encojaréles losbriosos corceles; las derribaré del carro, queromperé luego, y ni en diez años cumplidossanarán de las heridas que les produzca el rayo,para que conozca la de ojos de lechuza que escon su padre contra quien combate. Con Hera

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no me irrito ni me encolerizo tanto, porquesiempre ha solido. oponerse a cuanto digo.409 De cal modo habló. Iris, la de los pies rápi-dos como el huracán, se levantó para llevar elmensaje; descendió de los montes ideos; y, al-canzando a las diosas en la entrada del Olimpo,en valles abundoso, hizo que se detuviesen, yles transmitió la orden de Zeus:413 -¿Adónde corréis? ¿Por qué en vuestro pe-cho el corazón se enfurece? No consiente elCronida que se socorra a los argivos. Ved aquíto que hará el hijo de Crono si cumple su ame-naza: Os encojará los briosos caballos, os derri-bará del carro, que romperá luego, y ni en diezaños cumplidos sanaréis de las heridas que osproduzca el rayo; para que conozcas tú, la deojos de lechuza, que es con tu padre contraquien combates. Con Hera no se irrita ni se en-coleriza tanto, porque siempre ha solido opo-nerse a cuanto dice. ¡Pero tú, temeraria, perradesvergonzada, si realmente to atrevieras alevantar contra Zeus la formidable lanza...!

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425 Cuando esto hubo dicho, fuese Iris, la delos pies ligeros; y Hera dirigió a Atenea estaspalabras:427 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égi-da! Ya no permito que por los mortales pelee-mos con Zeus. Mueran unos y vivan otros, cua-lesquiera que fueren; y aquél sea juez, como lecorresponde, y dé a los troyanos y a los dánaoslo que su espíritu acuerde.432 Esto dicho, torció la rienda a los solípedoscaballos. Las Horas desuncieron los corceles dehermosas crines, los ataron a pesebres divinos yapoyaron el carro en el reluciente muro. Y lasdiosas, que tenían el corazón afligido, se senta-ron en áureos tronos mezcladamente con lasdemás deidades.438 El padre Zeus, subiendo al carro de hermo-sas ruedas, guió los caballos desde el Ida alOlimpo y llegó a la mansión de los dioses; ya11í el ínclito dios que sacude la tierra desunciólos corceles, puso el carro en el estrado y lo cu-brió con un velo de lino. El largovidente Zeus

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tomó asiento en el áureo trono y el inmensoOlimpo tembló debajo de sus pies. Atenea yHera, sentadas aparte y a distancia de Zeus,nada le dijeron ni preguntaron; mas él com-prendió en su mente to que pensaban, y dijo:447 -¿Por qué os halláis tan abatidas, Atenea yHera? No os habréis fatigado mucho en la bata-lla, donde los varones adquieren gloria, matan-do troyanos, contra quienes sentís vehementerencor. Son tales mi fuerza y mis manos invic-tas, que no me harían cambiar de resolucióncuantos diosés hay en el Olimpo. Pero os tem-blaron los hermosos miembros antes que llega-rais a ver el combate y sus terribles hechos. Dirélo que en otro caso hubiera ocurrido: Heridaspor el rayo, no hubieseis vuelto en vuestro ca-rro al Olimpo, donde se halla la mansión de losinmortales.457 Así dijo. Atenea y Hera, que tenían losasientos contiguos y pensaban en causar daño alos troyanos, mordiéronse los labios. Atenea,aunque airada contra su padre y poseída de

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feroz cólera, guardó silencio y nada dijo; pero aHera la ira no le cupo en el pecho, y exclamó:462 -¡Crudelísimo Cronida! ¡Qué palabras pro-feriste! Bien sabemos que es incontrastable topoder; pero tenemos lástima de los belicososdánaos, que morirán, y se cumplirá su aciagodestino. Nos abstendremos de intervenir en lalucha, si nos lo mandas, pero sugeriremos a losargivos consejos saludables para que no perez-can todos víctimas de tu cólera.469 Respondióle Zeus, que amontona las nubes:470 -En la próxima mañana verás, si quieres, ohHera veneranda, la de ojos de novilla, cómo elprepotente Cronión hace gran riza en el ejércitode los belicosos argivos. Y el impetuoso Héctorno dejará de pelear hasta que junto a las navesse levante el Pelida, el de los pies ligeros, el díaaquel en que combatan cerca de las popas y enestrecho espacio por el cadáver de Patroclo. Asílo decretó el hado, y no me importa que te irri-tes. Aunque lo vayas a los confines de la tierray del mar, donde moran Jápeto y Crono, que no

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disfrutan de los rayos del Sol Hiperión ni de losvientos, y se hallan rodeados por el profundoTártaro; aunque, errante, llegues hasta a11í, nome importará verte enojada, porque no haynada más impudente que tú.484 Así dijo; y Hera, la de los níveos brazos,nada respondió. La brillante luz del sol se hun-dió en el Océano, trayendo sobre la alma tierrala noche obscura. Contrarió a los troyanos ladesaparición de la luz; mas para los aqueos lle-gó grata, muy deseada, la tenebrosa noche.489 El esclarecido Héctor reunió a los troyanosen la ribera del voraginoso Janto, lejos de lasnaves, en un lugar limpio donde el suelo noaparecía cubierto de cadáveres. Aquéllos des-cendieron de los carros y escucharon a Héctor,caro a Zeus, que arrimado a su lama de oncecodos, cuya reluciente broncínea punta estabasujeta por áureo anillo, así los arengaba:497 -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados! Enel día de hoy esperaba volver a la ventosa Iliodespués de destruir las naves y acabar con to-

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dos los aqueos; pero nos quedamos a obscuras,y esto ha salvado a los argivos y a las naves quetienen en la playa. Obedezcamos ahora a lanoche sombría y ocupémonos en preparar lacena; desuncid de los carros a los corceles dehermosas crines y echadles el pasto; traed pron-to de la ciudad bueyes y pingües ovejas, y devuestras casas pan y vino, que alegra el co-razón; amontonad abundante leña y encenda-mos muchas hogueras que ardan hasta quedespunte la aurora, hija de la mañana, y cuyoresplandor llegue al cielo: no sea que los mele-nudos aqueos intenten huir esta noche por elancho dorso del mar. No se embarquen tran-quilos y sin ser molestados, sino que algunotenga que curarse en su casa una lanzada o unflechazo recibido al subir a la nave, para quetema quien ose mover la luctuosa guerra a lostroyanos, domadores de caballos. Los heraldos,caros a Zeus, vayan a la población y pregonenque los adolescentes y los ancianos de canosassienes se reúnan en las torres que fueron cons-

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truidas por las deidades y circundan la ciudad;que las tímidas mujeres enciendan grandes fo-gatas en sus respectivas casas, y que la guardiasea continua para que los enemigos no entreninsidiosamente en la ciudad mientras los hom-bres estén fuera. Hágase como os to encargo,magnánimos troyanos. Dichas quedan las pala-bras que al presente convienen; mañana osarengaré de nuevo, troyanos domadores decaballos; y espero que, con la protección deZeus y de las otras deidades, echaré de aquí aesos perros rabiosos, traídos por las parcas enlos negros bajeles. Durante la noche hagamosguardia nosotros mismos; y mañana, al comen-zar el día, tomaremos las armas para trabarvivo combate junto a las cóncavas naves. Verési el fuerte Diomedes Tidida me hace retrocederde las naves al muro, o si lo mato con el broncey me llevo sus cruentos despojos. Mañana pro-bará su valor, si me aguarda cuando lo acometacon la lanza; mas confío en que, así que salga elsol, caerá herido entre los combatientes delan-

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teros, y con él muchos de sus camaradas. Asífuera yo inmortal, no tuviera que envejecer ygozara de los mismos honores que Atenea oApolo, como este día será funesto para los ar-givos.542 De este modo arengó Héctor, y los troyanoslo aclamaron. Desuncieron de debajo del yugolos sudados corceles y atáronlos con correasjunto a sus respectivos carros; sacaron prontode la ciudad bueyes y pingües ovejas, y de lascasas pan y vino, que alegra el corazón, yamontonaron abundante leña. Después ofrecie-ron hecatombes perfectas a los inmortales, y losvientos llevaban de la llanura al cielo el suaveolor de la grasa quemada; pero los bienaventu-rados diqses no quisieron aceptar la ofrenda,porque se les había hecho odiosa la sagrada Ilioy Príamo y su pueblo armado con lanzas defresno.553 Así, tan alentados, permanecieron toda lanoche en el campo, donde ardían muchos fue-gos. Como en noche de calma aparecen las ra-

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diantes estrellas en torno de la fulgente luna, yse descubren los promontorios, cimas y valles,porque en el cielo se ha abierto la vasta regiónetérea, vense todos los astros, y al pastor se lealegra el corazón: en tan gran número eran lashogueras que, encendidas por los troyanos,quemaban ante Ilio entre las naves y la corrien-te del Janto. Mil fuegos ardían en la llanura, yen cada uno se agrupaban cincuenta hombres ala luz de la ardiente llama. Y los caballos, co-miendo cerca de los carros avena y blanca ce-bada, esperaban la llegada de la Aurora, la dehermoso trono.

CANTO IX*Embajada a Aquiles- Súplicas* Agamenón, arrepentido y lamentando su dis-puta con Aquiles, por consejo de su ancianoasesor Néstor, despacha a Ulises, Ayante y alviejo Fénix como embajadores ante Aquiles,para solicitar su ayuda, con plenos poderespara prometerle la devolución de Briseide y

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abundantes regalos que compensen la afrentasufrida. Pero Aquiles se mantiene obstinado ainflexible.

1 Así los troyanos guardaban el campo. De losaqueos habíase enseñoreado la ingente fuga,compañera del glacial terror, y los más valien-tes estaban agobiados por insufrible pesar.Como conmueven el ponto, en peces abundan-te, los vientos Bóreas y Céfiro, soplando de im-proviso desde la Tracia, y las negruzcas olas selevantan y arrojan a la orilla multitud de algas;de igual modo les palpitaba a los aqueos el co-razón en el pecho.9 El Atrida, en gran dolor sumido el corazón,iba de un lado para otro y mandaba a los heral-dos de voz sonora que convocaran al ágora,nominalmente y en voz baja, a todos los capita-nes, y también él los iba llamando y trabajabacomo los más diligentes. Los guerreros acudie-ron afligidos. Levantóse Agamenón, llorando,como fuente profunda que desde altísimo pe-

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ñasco deja caer sus aguas sombrías; y, despi-diendo hondos suspiros, habló de esta suerte alos argivos:17 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos! En grave infortunio envolvióme ZeusCronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que nome iría sin destruir la bien murada Ilio y todoha sido funesto engaño; pues ahora me mandaregresar a Argos, sin gloria, después de haberperdido tantos hombres. Así debe de ser gratoal prepotente Zeus, que ha destruido las forta-lezas de muchas ciudades y aún destruirá otras,porque su poder es inmenso. Ea, obremos todoscomo voy a decir: Huyamos en las naves anuestra patria tierra, pues ya no tomaremos aTroya, la de anchas calles.29 Así dijo. Enmudecieron todos y permanecie-ron callados. Largo tiempo duró el silencio delos afligidos aqueos, mas al fin Diomedes, va-liente en el combate, dijo:32 -¡Atrida! Empezaré combatiéndote por tuimprudencia, como es permitido hacerlo, oh

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rey, en el ágora, pero no te irrites. Poco ha me-nospreciaste mi valor ante los dánaos, diciendoque soy cobarde y débil, lo saben los argivostodos, jóvenes y viejos. Mas a ti el hijo del arte-ro Crono de dos cosas te ha dado una: te con-cedió que fueras honrado como nadie por elcetro, y te negó la fortaleza, que es el mayor delos poderes. ¡Desgraciado! ¿Crees que los aque-os son tan cobardes y débiles como dices? Si tucorazón te incita a regresar, parte: delante tie-nes el camino y cerca del mar gran copia denaves que desde Micenas lo siguieron; pero losdemás melenudos aqueos se quedarán hastaque destruyamos la ciudad de Troya. Y, si tam-bién éstos quieren irse, huyan en los bajeles asu patria; y nosotros dos, yo y Esténelo, segui-remos peleando hasta que a Ilio le llegue su fin;pues vinimos debajo del amparo de los dioses.50 Así habló; y todos los aqueos aplaudieron,admirados del discurso de Diomedes, domadorde caballos. Y el caballero Néstor se levantó ydijo:

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53 -¡Tidida! Luchas con valor en el combate ysuperas en el consejo a los de tu edad; ningúnaqueo osará vituperar ni contradecir tu discur-so, pero no has llegado hasta el fin. Eres aúnjoven -por tus años podrías ser mi hijo menor-y, no obstante, dices cosas discretas a los reyesargivos y has hablado como se debe. Pero yo,que me vanaglorio de ser más viejo que tú, lomanifestaré y expondré todo; y nadie des-preciará mis palabras, ni siquiera el rey Aga-menón. Sin familia, sin ley y sin hogar debe devivir quien apetece las horrendas luchas intes-tinas. Ahora obedezcamos a la negra noche:preparemos la cena y los guardias vigilen aorillas del cavado foso que corre delante delmuro. A los jóvenes se lo encargo; y tú, ohAtrida, mándalo, pues eres el rey supremo.Ofrece después un banquete a los caudillos,que esto es lo que te conviene y lo digno de ti.Tus tiendas están llenas de vino, que las navesaqueas traen continuamente de Tracia por elanchuroso ponto; dispones de cuanto se requie-

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re para recibir a aquéllos, a imperas sobre mu-chos hombres. Una vez congregados, seguirásel parecer de quien te dé mejor consejo; pues deuno bueno y prudente tienen necesidad losaqueos, ahora que el enemigo enciende talnúmero de hogueras junto a las naves. ¿Quiénlo verá con alegría? Esta noche se decidirá laruina o la salvación del ejército.79 Así dijo, y ellos lo escucharon atentamente ylo obedecieron. A1 punto se apresuraron a salircon armas, para encargarse de la guardia, Tra-simedes Nestórida, pastor de hombres; Ascála-fo y Yálmeno, hijos de Ares; Meriones, Afareo,Deípiro y el divino Licomedes, hijo de Creonte.Siete eran los capitanes de los centinelas, y cadauno mandaba cien mozos provistos de luengaspicas. Situáronse entre el foso y la muralla, en-cendieron fuego, y todos sacaron su respectivacena.99 El Atrida llevó a su tienda a los príncipesaqueos, así que se hubieron reunido, y les dioun espléndido banquete. Ellos metieron mano

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en los manjares que tenían delante, y, cuandohubieron satisfecho el deseo de beber y de co-mer, el anciano Néstor, cuya opinión era consi-derada siempre como la mejor, empezó a acon-sejarles; y. arengándolos con benevolencia, lesdijo:96 -¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres,Agamenón! Por ti acabaré y por ti comenzarétambién, ya que reinas sobre muchos hombresy Zeus te ha dado cetro y leyes para que mirespor los súbditos. Por esto debes exponer tu opi-nión y oír la de los demás y aun llevarla a cum-plimiento cuando cualquiera, siguiendo losimpulsos de su ánimo, proponga algo bueno;que es atribución tuya ejecutar lo que se acuer-de. Te diré lo que considero más convenience ynadie concebirá una idea mejor que la que tuvey sigo teniendo, oh vástago de Zeus, desde que,contra mi parecer, te llevaste la joven Briseidearrebatándola de la tienda del enojado Aquiles.Gran empeño puse en disuadirte, pero vencióto ánimo fogoso y menospreciaste a un fortísi-

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mo varón honrado por los dioses, arrebatándo-le la recompensa que todavía retienes. Masveamos todavía si podremos aplacarlo conagradables presentes y dulces palabras.114 Respondióle el rey de hombres, Agamenón:115 -No has mentido, anciano, al enumerar misfaltas. Procedí mal, no lo niego; vale por mu-chos el varón a quien Zeus ama cordialmente; yahora el dios, queriendo honrar a ése, ha cau-sado la derrota de los aqueos. Mas, ya que lefalté, dejándome llevar por la funesta pasión,quiero aplacarlo y le ofrezco la muchedumbrede espléndidos presentes que voy a enumerar:Siete trípodes no puestos aún al fuego, dieztalentos de oro, veinte calderas relucientes ydoce corceles robustos, premiados, que en lacarrera alcanzaron la victoria. No sería pobre nicarecería de precioso oro quien tuviera lospremios que estos solípedos caballos lograron.Le daré también siete mujeres lesbias, hábilesen hacer primorosas labores, que yo mismoescogí cuando tomó la bien construida Lesbos y

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que en hermosura a las demás aventajaban.Con ellas le entregaré la hija de Briseo, que en-tonces le quité, y juraré solemnemente quejamás subí a su lecho ni me uní con ella, comoes costumbre entre hombres y mujeres. Todoesto se le presentará en seguida; mas, si los dio-ses nos permiten destruir la gran ciudad dePríamo, entre en ella cuando los aqueos parta-mos el botín, cargue abundantemente de oro yde bronce su nave y elija él mismo las veintetroyanas que más hermosas sean después de laargiva Helena. Y, si conseguimos volver a losfértiles campos de Argos de Acaya, podrá sermi yerno y tendrá tantos honores como Orestes,mi hijo menor, que se cría con mucho regalo.De las tres hijas que dejé en el alcázar bienconstruido, Crisótemis, Laódice a Ifianasa,llévese la que quiera, sin dotarla, a la casa dePeleo; que yo la dotaré tan espléndidamente,como nadie haya dotado jamás a su hija: ofrez-co darle siete populosas ciudades -Cardámila,Enope, la herbosa Hira, la divina Feras, Antea,

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la de los hermosos prados, la linda Epea yPédaso, en viñas abundante-, situadas todasjunto al mar, en los confines de la arenosa Pilos,y pobladas de hombres ricos en ganado y enbueyes, que lo honrarán con ofrendas como auna deidad y pagarán, regidos por su cetro,crecidos tributos. Todo esto haría yo, con tal deque depusiera la cólera. Que se deje ablandar;pues, por ser implacable a inexorable, Hades espara los mortales el más aborrecible de todoslos dioses; y ceda a mí, que en poder y edad deaventajarlo me glono.162 Contestó Néstor, caballero gerenio:163 -¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres,Agamenón! No son despreciables los regalosque ofreces al rey Aquiles. Ea, elijamos esclare-cidos varones que cuanto antes vayan a la tien-da del Pelida. Y, si quieres, yo mismo los de-signaré y ellos obedezcan: Fénix, caro a Zeus,que será el jefe, el gran Ayante y el divino Uli-ses, acompañados de los heraldos Odio y Eun-bates. Dadnos agua a las manos a imponed

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silencio, para rogar a Zeus Cronida que seapiade de nosotros.173 Así dijo, y su discurso agradó a todos. Losheraldos dieron en seguida aguamanos a loscaudillos, y los mancebos, coronando de bebidalas crateras, distribuyéronla a todos los presen-tes después de haber ofrecido en copas las pri-micias. Luego que hicieron libaciones y cadacual bebió cuanto quiso, salieron de la tiendade Agamenón Atrida. Y Néstor, caballero gere-nio, fijando sucesivamente los ojos en cada unode los elegidos, les recomendaba mucho, y deun modo especial a Ulises, que procuraran per-suadir al eximio Pelión.182 Fuéronse éstos por la orilla del estruendosomar y dirigían muchos ruegos a Posidón, queciñe y bate la tierra, para que les resultara fácilllevar la persuasión al altivo espíritu del Eáci-da. Cuando hubieron llegado a las tiendas ynaves de los mirmidones, hallaron al héroe de-leitándose con una hermosa lira labrada deargénteo puente, que había cogido de entre los

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despojos cuando destruyó la ciudad de Eetión;con ella recreaba su ánimo, cantando hazañasde los hombres. Patroclo, solo y callado, estabasentado frente a él y esperaba que el Eácidaacabase de cantar. Entraron aquéllos, precedi-dos por Ulises, y se detuvieron delante delhéroe; Aquiles, atónito, se alzó del asiento sindejar la lira y Patroclo al verlos se levantó tam-bién. Aquiles, el de los pies ligeros, tendióles lamano y dijo:197 -¡Salud, amigos que llegáis! Grande debe deser la necesidad cuando venís vosotros, quesois para mí, aunque esté irritado, los más que-ridos de los aqueos todos.199 En diciendo esto, el divino Aquiles les hizosentar en sillas provistas de purpúreos tapetes,y en seguida dijo a Patroclo, que estaba cercade él:202 -¡Hijo de Menecio! Saca la cratera mayor,llénala del vino más añejo y distribuye copas;pues están debajo de mi techo los hombres queme son más caros.

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205 Así dijo, y Patroclo obedeció al compañeroamado. En un tajón que acercó a la lumbre pu-so los lomos de una oveja y de una pingüe ca-bra y la grasa espalda de un suculento jabalí.Automedonte sujetaba la carne; Aquiles, des-pués de cortarla y dividirla, la espetaba en asa-dores; y el Menecíada, varón igual a un dios,encendía un gran fuego; y luego, quemada laleña y muerta la llama, extendió las brasas, co-locó encima los asadores asegurándolos conpiedras y sazonó la carne con la divina sal.Cuando aquélla estuvo asada y servida en lamesa, Patrocio repartió pan en hermosas canas-tillas; y Aquiles distribuyó la carne, sentósefrente al divino Ulises, de espaldas a la pared, yordenó a Patroclo, su amigo, que hiciera laofrenda a los dioses. Patroclo echó las primiciasal fuego. Metieron mano a los manjares quetenían delante, y, cuando hubieron satisfecho eldeseo de beber y de comer, Ayante hizo unaseña a Fénix; y Ulises, al advertirlo, llenó devino la copa y brindó a Aquiles:

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223 -¡Salve, Aquiles! De igual festín hemos dis-frutado en la tienda del Atrida Agamenón queahora aquí, donde podríamos comer muchos yagradables manjares; pero los placeres del deli-cioso banquete no nos halagan porque teme-mos, oh alumno de Zeus, que nos suceda unagran desgracia: dudamos si nos será dado sal-var o perder las naves de muchos bancos, si túno lo revistes de valor. Los orgullosos troyanosy sus auxiliares, venidos de lejas tierras, acam-pan junto a las naves y al muro y han encendi-do una porción de hogueras; y dicen que, comono podremos resistirlos, asaltarán las negrasnaves; Zeus Cronida relampaguea haciéndolesfavorables señales, y Héctor, envanecido por subravura y confiando en Zeus, se muestra estu-pendamente furioso, no respeta a hombres ni adioses, está poseído de cruel rabia, y pide queaparezca pronto la divina Aurora, asegurandoque ha de cortar nuestras elevadas popas,quemar las naves con ardiente fuego y matarcerca de ellas a los aqueos aturdidos por el

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humo. Mucho teme mi alma que los diosescumplan sus amenazas y el destino haya dis-puesto que muramos en Troya, lejos de Argos,criadora de caballos. Ea, levántate si deseas,aunque tarde, salvar a los aqueos, que estánacosados por los troyanos. A ti mismo te ha depesar si no lo haces, y no puede repararse elmal una vez causado; piensa, pues, cómo li-brarás a los dánaos de tan funesto día. Amigo,tu padre Peleo te daba estos consejos el día enque desde Ftía lo envió a Agamenón: «¡Hijomío! La fortaleza, Atenea y Hera te la darán siquieren; tú refrena en el pecho el natural fogo-so- la benevolencia es preferible -y abstente deperniciosas disputas para que seas más honra-do por los argivos jóvenes y ancianos.» Así teamonestaba el anciano y tú lo olvidas. Cede yay depón la funesta cólera; pues Agamenón teofrece dignos presentes si renuncias a ella. Y siquieres, oye y te referiré cuanto Agamenón dijoen su tienda que te daría: Siete trípodes nopuestos aún al fuego, diez talentos de oro, vein-

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te calderas relucientes y doce corceles robustos,premiados, que alcanzaron la victoria en la ca-rrera. No sería pobre ni carecería de preciosooro quien tuviera los premios que estos caballosde Agamenón con sus pies lograron. Te darátambién siete mujeres lesbias, hábiles en hacerprimorosas labores, que él mismo escogiócuando tomaste la bien construida Lesbos y queen hermosura a las demás aventajaban. Conellas te entregará la hija de Briseo, que te haquitado, y jurará solemnemente que jamás su-bió a su lecho ni se unió con la misma, como escostumbre, oh rey, entre hombres y mujeres.Todo esto se te presentará en seguida; mas, silos dioses nos permiten destruir la gran ciudadde Príamo, entra en ella cuando los aqueos par-tamos el botín, carga abundantemente de oro yde bronce tu nave y elige tú mismo las veintetroyanas que más hermosas sean después de laargiva Helena. Y, si conseguimos volver a losfértiles campos de Argos de Acaya, podrás sersu yerno y tendrás tantos honores como Ores-

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tes, su hijo menor, que se cría con mucho rega-lo. De las tres hijas que dejó en el palacio bienconstruido, Crisótemis, Laódice a Ifianasa,llévate la que quieras, sin dotarla, a la casa dePeleo, que él la dotará espléndidamente comonadie haya dotado jamás a su hija: ofrece dartesiete populosas ciudades -Cardámila, Énope, laherbosa Hira, la divina Feras, Antea, la de losamenos prados, la linda Epea y Pédaso, en vi-ñas abundante-, situadas todas junto al mar, enlos confines de la arenosa Pilos, y pobladas dehombres ricos en ganado y en bueyes, que tehonrarán con ofrendas como a un dios y pa-garán, regidos por tu cetro, crecidos tributos.Todo esto haría, con tal de que depusieras lacólera. Y, si el Atrida y sus regalos te son odio-sos, apiádate de los aqueos todos, que, atribu-lados como están en el ejército, te veneraráncomo a un dios y conseguirás entre ellos in-mensa gloria. Ahora podrías matar a Héctor,que llevado de su funesta rabia se acercará mu-

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cho a ti, pues dice que ninguno de los dánaosque trajeron las naves lo iguala en valor.307 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:308 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fe-cundo en ardides! Preciso es que os manifiestelo que pienso hacer para que dejéis de impor-tunarme unos por un lado y otros por el opues-to. Me es tan odioso como las puertas de Hadesquien piensa una cosa y manifiesta otra. Diré,pues, lo que me parece mejor. Creo que ni elAtrida Agamenón ni los dánaos lograrán con-vencerme, ya que para nada se agradece elcombatir siempre y sin descanso contra hom-bres enemigos. La misma recompensa obtieneel que se queda en su tienda, que el que peleacon bizarría; en igual consideración son tenidosel cobarde y el valiente; y así muere el holgazáncomo el laborioso. Ninguna ventaja me ha pro-curado sufrir tantos pesares y exponer mi vidaen el combate. Como el ave lleva a los implu-mes hijuelos la comida que coge, privándose deella, así yo pasé largas noches sin dormir y días

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enteros entregado a la cruenta lucha con hom-bres que combatían por sus esposas. Conquistédoce ciudades por mar y once por tierra en lafértil región troyana; de todas saqué abundan-tes y preciosos despojos que di al Atrida, y éste,que se quedaba en las veleras naves, recibiólos,repartió unos pocos y se guardó los restantes.Mas las recompensas que Agamenón concedióa los reyes y caudillos siguen en poder de éstos;y a mí, solo entre los aqueos, me quitó la dulceesposa y la retiene aún: que goce durmiendocon ella. ¿Por qué los argivos han tenido quemover guerra a los troyanos? ¿Por qué el Atridaha juntado y traído el ejército? ¿No es porHelena, la de hermosa cabellera? Pues ¿acasoson los Atridas los únicos hombres, de voz arti-culada, que aman a sus esposas? Todo hombrebueno y sensato quiere y cuida a la suya, y yoapreciaba cordialmente a la mía, aunque la hab-ía adquirido por medio de la lanza. Ya que medefraudó, arrebatándome de las manos la re-compensa, no me tiente; lo conozco y no me

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persuadirá. Delibere contigo, Ulises, y con losdemás reyes cómo podrá librar a las naves delfuego enemigo. Muchas cosas ha hecho ya sinmi ayuda, pues construyó un muro, abriendo asu pie ancho y profundo foso que defiende unaempalizada; mas ni con esto puede contener elarrojo de Héctor, matador de hombres. Mien-tras combatí por los aqueos, jamás quiso Héctorque la pelea se trabara lejos de la muralla; sólollegaba a las puertas Esceas y a la encina; y, unavez que allí me aguardó, costóle trabajo salvar-se de mi acometida. Y puesto que ya no deseoguerrear contra el divino Héctor mañana, des-pués de ofrecer sacrificios a Zeus y a los demásdioses, echaré al mar los cargados bajeles, yverás, si quieres y te interesa, mis naves sur-cando el Helesponto, en peces abundoso, y enellas hombres que remarán gustosos; y, si elglorioso agitador de la tierra me concede unanavegación feliz, al tercer día llegará a la fértilFtía. En ella dejé muchas cosas cuando en malhora vine y de aquí me llevaré oro, rojizo bron-

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ce, mujeres de hermosa cintura y luciente hie-rro, que por suerte me tocaron; ya que el reyAgamenón Atrida, insultándome, me ha quita-do la recompensa que él mismo me diera.Decídselo públicamente, os lo encargo, paraque los demás aqueos se indignen, si con suhabitual impudencia pretendiese engañar aalgún otro dánao. No se atrevería, por desver-gonzado que sea, a mirarme cara a cara, con élno deliberaré ni haré cosa alguna, y, si me en-gañó y ofendió, ya no me embaucará más consus palabras; séale esto bastante y corra tran-quilo a su perdición, puesto que el próvidoZeus le ha quitado el juicio. Sus presentes meson odiosos, y hago tanto caso de él como de uncabello. Aunque me diera diez o veinte vecesmás de lo que posee o de lo que a poseer llega-re, o cuanto entra en Orcómeno, o en la egipciaTeba, cuyas casas guardan muchas riquezas-cien puertas dan ingreso a la ciudad y por cadauna pasan diariamente doscientos hombres concaballos y carros-, o tanto, cuantas son las are-

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nas o los granos de polvo, ni aun así aplacaríaAgamenón mi enojo, si antes no me pagaba ladolorosa afrenta. No me casaré con la hija deAgamenón Atrida, aunque en hermosura riva-lice con la dorada Afrodita y en las laborescompita con Atenea, la de ojos de lechuza; nisiendo así me desposaré con ella; elija aquelotro aqueo que le convenga y sea rey más po-deroso. Si, salvándome los dioses, vuelvo a micasa, el mismo Peleo me buscará consorte. Grannúmero de aqueas hay en la Hélade y en Ftía,hijas de príncipes que gobiernan las ciudades;la que yo quiera será mi mujer. Mucho meaconseja mi corazón varonil que tome legítimaesposa, digna cónyuge mía, y goce allá de lasriquezas adquiridas por el anciano Peleo; puesno creo que valga lo que la vida ni cuanto dicenque se encerraba en la populosa ciudad de Ilioen tiempo de paz, antes que vinieran los aque-os, ni cuanto contiene el lapídeo templo deApolo, que hiere de lejos, en la rocosa Pito. Sepueden apresar los bueyes y las pingües ovejas,

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se pueden adquirir los trípodes y los tostadosalazanes; pero no es posible prender ni coger elalma humana para que vuelva, una vez ha sal-vado la barrera que forman los dientes. Mi ma-dre, la diosa Tetis, de argentados pies, dice quelas parcas pueden llevarme al fin de la muertede una de estas dos maneras: Si me quedo aquía combatir en torno de la ciudad troyana, novolveré a la patria tierra, pero mi gloria seráinmortal; si regreso, perderé la ínclita fama,pero mi vida será larga, pues la muerte no mesorprenderá tan pronto. Yo os aconsejo que osembarquéis y volváis a vuestros hogares, por-que ya no conseguiréis arruinar la excelsa Ilio:el largovidente Zeus extendió el brazo sobreella y sus hombres están llenos de confianza.Vosotros llevad la respuesta a los príncipesaqueos -que ésta es la misión de los legados-, afin de que busquen otro medio de salvar lascóncavas naves y a los aqueos que hay a sualrededor, pues aquél en que pensaron no pue-de emplearse mientras subsista mi enojo. Y

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Fénix quédese con nosotros, acuéstese y maña-na volverá conmigo a la patria tierra, si así todesea, que no he de llevarlo a viva fuerza.430 Así dijo, y todos enmudecieron, asombra-dos de oírlo; pues fue mucha la vehemencia conque se negó. Y el anciano jinete Fénix, que sent-ía gran temor por las naves aqueas, dijo des-pués de un buen rato y saltándole las lágrimas:434 -Si piensas en el regreso, preclaro Aquiles,y te niegas en absoluto a defender del vorazfuego las veleras naves, porque la ira penetróen tu corazón, ¿cómo podría quedarme solo ysin ti, hijo querido? El anciano jinete Peleo qui-so que yo te acompañase el día en que te enviódesde Ftía a Agamenón, todavía niño y sin ex-periencia de la funesta guerra ni del ágora,donde los varones se hacen ilustres; y memandó que te enseñara a hablar bien y a reali-zar grandes hechos. Por esto, hijo querido, noquerría verme abandonado de ti, aunque undios en persona me prometiera rasparme lavejez y dejarme tan joven como cuando salí de

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la Hélade, de lindas mujeres, huyendo de lasimprecaciones de Amíntor Orménida, mi pa-dre, que se irritó conmigo por una concubinade hermosa cabellera, a quien amaba con ofen-sa de su esposa y madre mía. Ésta me suplicabacontinuamente, abrazando mis rodillas, que mejuntara con la concubina para que aborrecieseal anciano. Quise obedecerla y lo hice; mi pa-dre, que no tardó en conocerlo, me maldijo re-petidas veces pidió a las horrendas Erinias quejamás pudiera sentarse en sus rodillas un hijomío, y los dioses -el Zeus subterráneo y la te-rrible Perséfone -ratificaron sus imprecaciones.[Pensé matar a mi padre con el agudo bronce;mas alguno de los inmortales calmó mi cólera,haciendo que a mi corazón se representara lafama que tendría yo entre los hombres y losmuchos baldones que de ellos recibiría, a fin deque no fuese llamado parricida entre los aque-os.] Desde entonces no tuve ánimo para viviren el palacio con mi padre enojado. Amigos ydeudos querían retenerme allí y me dirigían

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insistentes súplicas: degollaron gran copia depingües ovejas y flexípedes bueyes de retorci-dos cuernos; pusieron a asar muchos puercosgrasos sobre la llama de Hefesto; bebióse buenaparte del vino que las tinajas del anciano con-tenían; y nueve noches seguidas durmieronaquéllos a mi lado, vigilándome por turno yteniendo encendidas dos hogueras, una en elpórtico del bien cercado patio y otra en el vestí-bulo ante la puerta de la habitación. Al llegarpor décima vez la tenebrosa noche, salí delaposento rompiendo las tablas fuertementeunidas de la puerta; salté con facilidad el murodel patio, sin que mis guardianes ni las sirvien-tas lo advirtieran, y, huyendo por la espaciosaHélade, llegué a la fértil Ftía, madre de ovejas, ala casa del rey Peleo. Este me acogió benévolo;me amó como debe de amar un padre al hijounigénito que haya tenido en la vejez, viviendoen la opulencia; enriquecióme y púsome alfrente de numeroso pueblo, y desde entoncesviví en un confín de la Ftía, reinando sobre los

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dólopes. Y te crié hasta hacerte cual eres, ohAquiles semejante a los dioses, con cordial ca-riño; y tú ni querías it con otro al banquete, nicomer en el palacio, hasta que, sentándote enmis rodillas, te saciaba de carne cortada en pe-dacitos y te acercaba el vino. ¡Cuántas vecesdurante la molesta infancia me manchaste latúnica en el pecho con el vino que devolvías!Mucho padecí y trabajé por tu causa, y, consi-derando que los dioses no me habían dado des-cendencia, te adopté por hijo, oh Aquiles seme-jante a los dioses, para que un día me librasesdel cruel infortunio. Pero, Aquiles, refrena tuánimo fogoso; no conviene que tengas un co-razón despiadado, cuando los dioses mismos sedejan aplacar, no obstante su mayor virtud,dignidad y poder. Con sacrificios, votos agra-dables, libaciones y vapor de grasa quemadalos desenojan cuantos infringieron su ley y pe-caron. Pues las Súplicas son hijas del gran Zeus,y aunque cojas, arrugadas y bizcas, cuidan de irtras de Ofuscación: ésta es robusta, de pies lige-

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ros, y por lo mismo se adelanta, y, recorriendola tierra, ofende a los hombres: y aquéllas repa-ran luego el daño causado. Quien acata a lashijas de Zeus cuando se le presentan, consiguegran provecho y es por ellas atendido si algunavez tiene que invocarlas. Mas si alguien lasdesatiende y se obstina en rechazarlas, se diri-gen a Zeus Cronida y le piden que Ofuscaciónacompañe siempre a aquél para que con el da-ño sufra la pena. Concede tú también a las hijasde Zeus, oh Aquiles, la debida consideración,por la cual el espíritu de otros valientes seaplacó. Si el Atrida no te brindara esos presen-tes, ni te hiciera otros ofrecimientos para lo fu-turo, y conservara pertinazmente su cólera, note exhortaría a que, deponiendo la ira, socorrie-ras a los argivos, aunque es grande la necesidaden que se hallan. Pero te da muchas cosas, tepromete más y te envía, para que por él rue-guen, varones excelentes, escogiendo en el ejér-cito aqueo los argivos que te son más caros. Nodesprecies las palabras de éstos, ni dejes sin

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efecto su venida, ya que no se te puede repren-der que antes estuvieras irritado. Todos hemosoído contar hazañas de los héroes de antaño, ysabemos que, cuando estaban poseídos de ferozcólera, eran placables con dones y exorables alos ruegos. Recuerdo lo que pasó en cierto caso,no reciente, sino antiguo, y os lo voy a referir avosotros, que sois todos amigos míos. Curetes ybravos etolios combatían en torno de Calidón yunos a otros se mataban, defendiendo los eto-lios su hermosa ciudad y deseando los curetesasolarla por medio de Ares. Había promovidoesta contienda Ártemis, la de áureo trono, eno-jada porque Eneo no le dedicó los sacrificios dela siega en el fértil campo: los otros dioses re-galáronse con las hecatombes, y sólo a la hijadel gran Zeus dejó aquél de ofrecerlas, por ol-vido o por inadvertencia, cometiendo una granfalta. Airada la deidad que se complace en tirarflechas, hizo aparecer un jabalí, de albos dien-tes, que causó gran destrozo en el campo deEneo, desarraigando altísimos árboles y echán-

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dolos por tierra cuando ya con la llor prometíanel fruto. Al fin lo mató Meleagro, hijo de Eneo,ayudado por cazadores y perros de muchasciudades -pues no era posible vencerlo con po-ca gente, ¡tan corpulento era!, y ya a muchos loshabía hecho subir a la triste pira-, y la diosasuscitó entonces una clamorosa contienda entrelos curetes y los magnánimos etolios por la ca-beza y la hirsuta piel del jabalí. Mientras Me-leagro, caro a Ares, combatió, les fue mal a loscuretes, que no podían, a pesar de ser tantos,acercarse a los muros. Pero el héroe, irritadocon su madre Altea, se dejó dominar por lacólera que perturba la mente de los más cuer-dos y se quedó en el palacio con su linda es-posa Cleopatra, hija de Marpesa Evenina, la dehermosos tobillos, y de Idas, el más fuerte delos hombres que entonces poblaban la tierra.(Atrevióse Idas a armar el arco contra el sobe-rano Febo Apolo, a causa de la joven de hermo-sos tobillos, y desde entonces pusiéronle aCleopatra su padre y su veneranda madre el

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sobrenombre de Alcíone, porque la madre, su-friendo la suerte del sufridísimo alción, deshac-íase en lágrimas mientras Febo Apolo, que hie-re de lejos, se la Ilevaba.) Retirado, pues, con suesposa, devoraba Meleagro la acerba cólera quele causaron las imprecaciones de su madre; lacual, acongojada por la muerte violenta de unhermano, oraba mucho a los dioses, y, puestade rodillas y con el seno bañado en lágrimas,golpeaba mucho el fértil suelo invocando aHades y a la terrible Perséfone para que dieranmuerte a su hijo. Erinias, que vaga en las tinie-blas y tiene un corazón inexorable, la oyó desdeel Érebo, y en seguida creció el tumulto y lagritería ante las puertas de la ciudad, las torresfueron atacadas y los etolios ancianos enviarona los eximios sacerdotes de los dioses para quesuplicaran a Meleagro que saliera a defender-los, ofreciéndole un rico presente: donde el sue-lo de la amena Calidón fuera más fértil, esco-gería él mismo un hermoso campo de cincuentayugadas, mitad viña y mitad tierra labrantía.

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Presentóse también en el umbral del alto apo-sento el anciano jinete Eneo; y, llamando a lapuerta, dirigió a su hijo muchas súplicas. Ro-gáronle asimismo muchas veces sus hermanasy su venerable madre. Pero él se negaba cadavez más. Acudieron sus mejores y más carosamigos, y tampoco consiguieron mover su co-razón, ni persuadirlo a que no aguardara, parasalir del cuarto, a que llegaran hasta él los ene-migos. Y los curetes escalaron las torres y em-pezaron a pegar fuego a la gran ciudad. Enton-ces la esposa, de bella cintura, instó a Meleagrollorando y refiriéndole las desgracias que pade-cen los hombres, cuya ciudad sucumbe: Matana los varones, le decía; el fuego destruye la ciu-dad, y son reducidos a la esclavitud los niños ylas mujeres de estrecha cintura. Meleagro, al oírestos males, sintió que se le conmovía el co-razón; y, dejándose llevar por su ánimo, vistiólas lucientes armas y libró del funesto día a losetolios; pero ya no le dieron los muchos y her-mosos presentes, a pesar de haberlos salvado

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de la ruina. Y ahora tú, amigo, no pienses deigual manera, ni un dios te induzca a obrar así;será peor que difieras el socorro para cuandolas naves sean incendiadas; ve, pues, por losregalos, y los aqueos te venerarán como a undios, porque, si intervinieres en la homicidaguerra cuando ya no te ofrezcan dones, no al-canzarás tanta honra aunque rechaces a losenemigos.606 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:607 -¡Fénix, anciano padre, alumno de Zeus!Para nada necesito tal honor; y espero que, siZeus quiere, seré honrado en las cóncavas na-ves mientras la respiración no falte a mi pechoy mis rodillas se muevan. Otra cosa voy a decir-te, que grabarás en tu memoria: No me contur-bes el ánimo con llanto y gemidos por compla-cer al héroe Atrida, a quien no debes querer sideseas que el afecto que te profeso no se con-vierta en odio; mejor es que aflijas conmigo aquien me aflige. Ejerce el mando conmigo ycomparte mis honores. Ésos llevarán la res-

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puesta, tú quédate y acuéstate en blanda cama,y al despuntar la aurora determinaremos si nosconviene regresar a nuestros hogares o quedar-nos aquí todavía.620 Dijo, y ordenó a Patroclo, haciéndole conlas cejas silenciosa señal, que dispusiera unamullida cama para Fénix, a fin de que los de-más pensaran en salir cuanto antes de la tienda.Y Ayante Telamoníada, igual a un dios, hablódiciendo:624 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fe-cundo en ardides! ¡Vámonos! No espero lograrnuestro propósito por este camino, y hemos deanunciar la respuesta, aunque sea desfavorable,a los dánaos que están aguardando. Aquilestiene en su pecho un corazón feroz y soberbio.¡Cruel! En nada aprecia la amistad de sus com-pañeros, con la cual lo honrábamos en el cam-pamento más que a otro alguno. ¡Despiadado!Por la muerte del hermano o del hijo se recibeuna compensación; y, una vez pagada la impor-tante cantidad, el matador se queda en el pue-

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blo, y el corazón y el ánimo airado del ofendidose apaciguan con la compensación recibida, y ati los dioses te han llenado el pecho de impla-cable y funesto rencor por una sola joven. Sieteexcelentes te ofrecemos hoy y otras muchascosas; séanos tu corazón propicio y respeta tumorada, pues estamos debajo de tu techo, en-viados por el ejército dánao, y anhelamos serpara ti los más apreciados y los más amigos delos aqueos todos.643 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:644 -¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus,príncipe de hombres! Creo que has dicho lo quesientes, pero mi corazón se enciende en iracuando me acuerdo de aquéllos y del menos-precio con que el Atrida me trató en presenciade los argivos, cual si yo fuera un miserableadvenedizo. Id y publicad mi respuesta: No meocuparé en la cruenta guerra hasta que el hijodel aguerrido Príamo, Héctor divino, lleguematando argivos a las tiendas y naves de losmirmidones y las incendie. Creo que Héctor,

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aunque esté enardecido, se abstendrá de com-batir tan pronto como se acerque a mi tienda ya mi negra nave.656 Así dijo. Cada uno tomó una copa de dobleasa; y, hecha la libación, los enviados, con Uli-ses a su frente, regresaron a las naves. Patrocloordenó a sus compañeros y a las esclavas queaderezaran al momento una mullida cama paraFénix; y ellas, obedeciendo el mandato, hicié-ronla con pieles de oveja una colcha y finísimacubierta del mejor lino. Allí descansó el viejo,aguardando la divina Aurora. Aquiles durmióen lo más retirado de la sólida tienda con unamujer que se había llevado de Lesbos: conDiomede, hija de Forbante, la de hermosas me-jillas. Y Patroclo se acostó junto a la paredopuesta, teniendo a su lado a Ifis, la de bellacintura, que le había regalado Aquiles al tomarla excelsa Esciro, ciudad de Enieo.669 Cuando los enviados llegaron a la tiendadel Atrida, los aqueos, puestos en pie, les pre-sentaban áureas copas y les hacían preguntas. Y

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el rey de hombres, Agamenón, los interrogódiciendo:673 -¡Ea! Dime, célebre Ulises, gloria insigne delos aqueos. ¿Quiere librar a las naves del fuegoenemigo, o se niega porque su corazón soberbiose halla aún dominado por la cólera?676 Contestó el paciente divino Ulises:677 -¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres,Agamenón! No quiere aquél deponer la cólera,sino que se enciende aún más su ira y te des-precia a ti y tus dones. Manda que deliberescon los argivos cómo podrás salvar las naves yal pueblo aqueo, dice en son de amenaza queechará al mar sus corvos bajeles, de muchosbancos, al descubrirse la nueva aurora, y acon-seja que los demás se embarquen y vuelvan asus hogares, porque ya no conseguiréis arrui-nar la excelsa Ilio: el largovidente Zeus exten-dió el brazo sobre ella, y sus hombres estánllenos de confianza. Así dijo, como pueden re-ferirlo éstos que fueron conmigo: Ayante y losdos heraldos, que ambos son prudentes. El an-

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ciano Fénix se acostó allí por orden de aquél,para que mañana vuelva a la patria tierra, si asílo desea, porque no ha de llevarle a viva fuerza.693 Así habló, y todos callaron, asombrados desus palabras, pues era muy grave lo que acaba-ba de decir. Largo rato duró el silencio de losafligidos aqueos; mas al fin exclamó Diomedes,valiente en el combate:697 -¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres,Agamenón! No debiste rogar al eximio Pelión,ni ofrecerle innumerables regalos; ya era altivo,y ahora has dado pábulo a su soberbia. Perodejémoslo, ya se vaya, ya se quede: volverá acombatir cuando el corazón que tiene en el pe-cho se lo ordene y un dios le incite. Ea, obremostodos como voy a decir. Acostaos después desatisfacer los deseos de vuestro corazón co-miendo y bebiendo vino, pues esto da fuerza yvigor. Y, cuando aparezca la hermosa Aurorade rosáceos dedos, haz que se reúnan junto alas naves los hombres y los carros, exhorta alpueblo y pelea en primera fila.

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710 Tales fueron sus palabras, que todos losreyes aplaudieron, admirados del discurso deDiomedes, domador de caballos. Y hechas laslibaciones, volvieron a sus respectivas tiendas,acostáronse y el don del sueño recibieron.

CANTO X*Dolonia* Aqueos y troyanos espían los movimientosdel contrario. Ulises y Diomedes apresan aDolón, del que consiguen información delcampamento troyano.

1 Los príncipes aqueos durmieron toda la no-che vencidos por plácido sueño; mas no probósus dulzuras el Atrida Agamenón, pastor dehombres, porque en su mente revolvía muchascosas. Como el esposo de Hera, la de hermosacabellera, relampaguea cuando prepara unalluvia torrencial, el granizo o una nevada quecubra los campos, o quiere abrir en alguna par-te la boca inmensa de la amarga guerra; así, tan

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frecuentemente, se escapaban del pecho deAgamenón los suspiros, que salían de lo máshondo de su corazón, a interiormente le tem-blaban las entrañas. Cuando fijaba la vista en elcampo troyano, pasmábanle las muchas hogue-ras que ardían delante de Ilio, los sones de lasflautas y zampoñas y el bullicio de la gente;mas, cuando a las naves y al ejército aqueo lavolvía, arrancábase furioso los cabellos, alzan-do los ojos a Zeus, que mora en lo alto, y sugeneroso corazón lanzaba grandes gemidos. Alfin, creyendo que la mejor resolución sería acu-dir primeramente a Néstor Nelida, el más ilus-tre de los hombres, por si entrambos hallabanun excelente medio que librara de la desgraciaa todos los dánaos, levantóse, vistió la túnica,calzó los nítidos pies con hermosas sandalias,echóse una rojiza piel de corpulento y fogosoleón, que le llegaba hasta los pies, y asió la lan-za.25 También Menelao estaba poseído de terror yno conseguía que se posara el sueño en sus

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párpados, temiendo que les ocurriese algúnpercance a los argivos que por él habían llega-do a Troya, atravesando el vasto mar, y pro-moviendo tan audaz guerra. Cubrió sus anchasespaldas con la manchada piel de un leopardo;púsose luego el casco de bronce, y, tomando enla robusta mano una lanza, fue a despertar a suhermano, que imperaba poderosamente sobrelos argivos todos y era venerado por el pueblocomo un dios. Hallólo junto a la popa de sunave, vistiendo la magnífica armadura. Grata lefue a éste su venida. Y Menelao, valiente en elcombate, habló el primero diciendo:37 -¿Por qué, hermano querido, tomas las ar-mas? ¿Acaso deseas persuadir a algún compa-ñero para que vaya como explorador al campode los troyanos? Mucho temo que nadie seofrezca a prestarte este servicio de ir solo du-rante la divina noche a espiar al enemigo, por-que para ello se requiere un corazón muy osa-do.42 Respondióle el rey Agamenón:

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43 Tanto yo como tú, oh Menelao, alumno deZeus, tenemos necesidad de un prudente con-sejo para defender y salvar a los argivos y lasnaves, pues la mente de Zeus ha cambiado, yen la actualidad le son más aceptos los sacrifi-cios de Héctor. jamás he visto ni oído decir queun hombre ejecutara en solo un día tantasproezas como ha hecho Héctor, caro a Zeus,contra los aqueos, sin ser hijo de un dios ni deuna diosa. Digo que de sus hazañas se acor-darán los argivos mucho y largo tiempo. ¡Tantodaño ha causado a los aqueos! Ahora, anda,encamínate corriendo a las naves y llama aAyante y a Idomeneo; mientras voy en buscadel divino Néstor y le pido que se levante por siquiere ir al sagrado cuerpo de los guardias ydarles órdenes. Obedeceránlo a él más que anadie, puesto que los manda su hijo junto conMeriones, servidor de Idomeneo. A entrambosles hemos confiado de un modo especial estatarea.

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60 Dijo entonces Menelao, valiente en el comba-te:61 -¿Cómo me encargas y ordenas que lo haga?¿Me quedaré con ellos y te aguardaré a11í, o hede volver corriendo cuando les haya participa-do tu mandato?64 Contestó el rey de hombres, Agamenón:65 -Quédate a11í, no sea que luego no podamosencontrarnos, porque son muchas las sendasque hay por entre el ejército. Levanta la voz pordonde pasares y recomienda la vigilancia, lla-mando a cada uno por su nombre paterno y en-salzándolos a todos. No te muestres soberbio.Trabajemos también nosotros, ya que, cuandonacimos, Zeus nos condenó a padecer tamañosinfortunios.72 Esto dicho, despidió al hermano bien ins-truido ya, y fue en busca de Néstor, pastor dehombres. Hallólo en su tienda, junco a la negranave, acostado en blanda cama. A un lado ve-íanse diferentes armas -el escudo, dos lanzas, elluciente yelmo-, y el labrado bálteo con que se

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ceñía el anciano siempre que, como caudillo desu gente, se armaba para ir al homicida comba-te, pues aún no se rendía a la triste vejez. Incor-poróse Néstor, apoyándose en el codo, alzó lacabeza, y dirigiéndose al Atrida lo interrogócon estas palabras:82 -¿Quién eres tú que vas solo por el ejército ylas naves, durante la tenebrosa noche, cuandoduermen los demás mortales? ¿Buscas acaso aalgún centinela o compañero? Habla. No teacerques sin responder. ¿Qué deseas?86 Respondióle el rey de hombres, Agamenón:87 -¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos!Reconoce al Atrida Agamenón, a quien Zeusenvía y seguirá enviando sin cesar más trabajosque a nadie, mientras la respiración no le falte ami pecho y mis rodillas se muevan. Vagandovoy; pues, preocupado por la guerra y las ca-lamidades que padecen los aqueos, no consigoque el dulce sueño se pose en mis ojos. Muchotemo por los dánaos; mi ánimo no está tran-quilo, sino sumamente inquieto; el corazón se

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me arranca del pecho y tiemblan mis robustosmiembros. Pero si quieres ocuparte en algo, yaque tampoco conciliaste el sueño, bajemos a verlos centinelas; no sea que, vencidos del trabajoy del sueño, se hayan dormido, dejando laguardia abandonada. Los enemigos se hallancerca, y no sabemos si habrán decidido acome-ternos esta noche.102 Contestó Néstor, caballero gerenio:103 -¡Gloriosísimo Atrida, rey de hombres,Agamenón! A Héctor no le cumplirá el próvidoZeus todos sus deseos, como él espera; y creoque mayores trabajos habrá de padecer aún, siAquiles depone de su corazón el enojo funesto.Iré contigo y despertaremos a los demás: alTidida, famoso por su lanza, a Ulises, al velozAyante y al esforzado hijo de Fileo. Alguienpodría ir a llamar al deiforme Ayante y al reyIdomeneo, pues sus naves no están cerca, sinomuy lejos. Y reprenderé a Menelao por amigo yrespetable que sea y aunque te me enojes, y nocallaré que duerme y te ha dejado a ti el trabajo.

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Debía ocuparse en suplicar a los príncipes to-dos, pues la necesidad que se nos presenta noes llevadera.119 Dijo el rey de hombres, Agamenón:120 -¡Oh anciano! Otras veces te exhorté a quele riñeras, pues a menudo es indolente y noquiere trabajar; no por pereza o escasez de ta-lento, sino porque, volviendo los ojos hacia mí,aguarda mi impulso. Mas hoy se levantó mu-cho antes que yo mismo, presentóseme y teenvié a llamar a aquéllos que acabas de nom-brar. Vayamos y los hallaremos delante de laspuertas con la guardia; pues a11í es donde lesdije que se reunieran.128 Respondió Néstor, caballero gerenio:129 -De esta manera ninguno de los argivos seirritará contra él, ni lo desobedecerá, cuando losexhorte o les ordene algo.131 Apenas hubo dicho estas palabras, abrigó elpecho con la túnica, calzó los nítidos pies conhermosas sandalias, y abrochóse un mantopurpúreo, doble, amplio, adornado con lanosa

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felpa. Asió la fuerte lanza, cuya aguzada puntaera de bronce, y se encaminó a las naves de losaqueos, de broncíneas corazas. El primero aquien despertó Néstor, caballero gerenio, fue aUlises, que en prudencia igualaba a Zeus. Lla-mólo gritando, y Ulises, al llegarle la voz a losoídos, salió de la tienda y dijo:141 -¿Por qué andáis vagando así, por las navesy el ejército, solos, durante la noche inmortal?¿Qué urgente necesidad se ha presentado?143 Respondió Néstor, caballero gerenio:144 -¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Ulises, fe-cundo en ardides! No te enojes, porque es muygrande el pesar que abruma a los aqueos.Síguenos y llamaremos a quien convenga, paratomar acuerdo sobre si es preciso huir o luchartodavia.148 Así dijo. El ingenioso Ulises, entrando en latienda, colgó de sus hombros el labrado escudoy se juntó con ellos. Fueron en busca de Dio-medes Tidida, y lo hallaron delante de su pa-bellón con la armadura puesta, Sus compañeros

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dormían alrededor de él, con las cabezas apo-yadas en los escudos y las lanzas clavadas porel regatón en tierra; el bronce de las puntas luc-ía a lo lejos como un relámpago del padre Zeus.El héroe descansaba sobre una piel de toromontaraz, teniendo debajo de la cabeza unespléndido tapete. Néstor, caballero gerenio, sedetuvo a su lado to movió con el pie para quedespertara, y le daba prisa, increpándolo deesta manera:159 -¡Levántate, hijo de Tideo! ¿Cómo duermesa sueño suelto toda la noche? ¿No sabes que lostroyanos acampan en una eminencia de la lla-nura, cerca de las naves, y que solamente uncorto espacio los separa de nosotros?162 Así dijo. Y Diomedes, recordando en se-guida del sueño, profirió estas aladas palabras:164 -Eres infatigable, anciano, y nunca dejas detrabajar. ¿Por ventura no hay otros aqueos másjóvenes, que vayan por el campo y despierten alos reyes? ¡No se puede contigo, anciano!168 Respondióle Néstor, caballero gerenio:

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169 -Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de de-cir. Tengo hijos excelentes y muchos hombresque podrían ir a llamarlos, pero es muy grandeel peligro en que se hallan los aqueos: en el filode una navaja están ahora una muy triste muer-te y la salvación de todos. Ve y haz levantar alveloz Ayante y al hijo de Fileo, ya que eres másjoven y de mí te compadeces.177 Así dijo. Diomedes cubrió sus hombros conuna piel talar de corpulento y fogoso león,tomó la lanza, fue a despertar a aquéllos y selos llevó consigo.180 Cuando llegaron adonde se hallaban losguardias reunidos, no encontraron a sus jefesdurmiendo, pues todos estaban alerta y sobrelas armas. Como los canes que guardan las ove-jas de un establo y sienten venir del monte, porentre la selva, una terrible fiera con gran clamo-reo de hombres y perros, se ponen inquietos yya no pueden dormir; así el dulce sueño huíade los párpados de los que hacían guardia entan mala noche, pues miraban siempe hacia la

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llanura y acechaban si los troyanos iban a ata-carlos. El anciano violos, alegróse, y para ani-marlos profirió estas aladas palabras:192 -¡Vigilad así, hijos míos! No sea que algunose deje vencer del sueño y demos ocasión paraque el enemigo se regocije.194 Habiendo hablado así, atravesó el foso.Siguiéronlo los reyes argivos que habían sidollamados al consejo, y además Meriones y elpreclaro hijo de Néstor, porque aquéllos los in-vitaron a deliberar. Pasado el foso, sentáronseen un lugar limpio donde el suelo no aparecíacubierto de cadáveres: allí habíase vuelto elimpetuoso Héctor, después de causar gran es-trago a los argivos, cuando la noche los cubriócon su manto. Acomodados en aquel sitio, con-versaban; y Néstor, caballero gerenio, comenzóa hablar diciendo:204 -¡Oh amigos! ¿No sabrá nadie que, confian-do en su ánimo audaz, vaya al campamento delos troyanos de ánimo altivo? Quizá hicieraprisionero a algún enemigo que ande rezagado,

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o averiguara, oyendo algún rumor, lo que lostróyanos han decidido: si desean quedarseaquí, cerca de las naves y lejos de la ciudad, ovolverán a ella cuando hayan vencido a losaqueos. Si se enterara de esto y regresara incó-lume, sería grande su gloria debajo del cielo yentre los hombres todos, y tendría una hermosarecompensa: cada jefe de los que mandan en lasnaves le daría una oveja con su corderito-presente sin igual- y se le admitiría además entodos los banquetes y festines.218 Así habló. Enmudecieron todos y quedaronsilenciosos, hasta que Diomedes, valiente en lapelea, les dijo:220 -¡Néstor! Mi corazón y ánimo valeroso meincitan a penetrar en el campo de los enemigosque tenemos cerca, de los troyanos; pero, sialguien me acompañase, mi confianza y miosadía serían mayores. Cuando van dos, uno seanticipa al otro en advertir lo que conviene;cuando se está solo, aunque se piense, la inteli-gencia es más tarda y la resolución más difícil.

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227 Así dijo, y muchos quisieron acompañar aDiomedes. Deseáronlo los dos Ayantes, servi-dores de Ares; quísolo Meriones; lo anhelaba elhijo de Néstor; deseólo el Atrida Menelao, fa-moso por su lanza; y por fin, también el sufridoUlises quiso penetrar en el ejército troyano,porque el corazón que tenía en el pecho aspira-ba siempre a ejecutar audaces hazañas. Y el reyde hombres, Agamenón, dijo entonces:234 -¡Tidida Diomedes, carísimo a mi corazón!Escoge por compañero al que quieras, al mejorde los presentes; pues son muchos los que seofrecen. No dejes al mejor y elijas a otro peor,por respeto alguno que sientas en tu alma, nipor consideración al linaje, ni por atender a quesea un rey más poderoso.240 Habló en estos términos, porque temía porel rubio Menelao. Y Diomedes, valiente en lapelea, replicó:242 -Si me mandáis que yo mismo designe alcompañero, ¿cómo no pensaré en el divino Uli-ses, cuyo corazón y ánimo valeroso son tan

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dispuestos para toda suerte de trabajos, y aquien tanto ama Palas Atenea? Con él volver-íamos acá aunque nos rodearan abrasadorasllamas, porque su pnidencia es grande.248 Respondióle el paciente divino Ulises:249 -¡Tidida! No me alabes en demasía ni mevituperes, puesto que hablas a los argivos decosas que les son conocidas. Pero, vámonos,que la noche está muy adelantada y la aurora seacerca; los astros han andado mucho, y la no-che va ya en las dos partes de su jornada y sóloun tercio nos resta.254 En diciendo esto, vistieron entrambos lasterribles armas. El intrépido Trasimedes dio alTidida una espada de dos filos -la de éste habíaquedado en la nave-y un escudo; y le puso unmorrión de piel de toro sin penacho ni cimera,que se llama catétyx y lo usan los mancebos quese hallan en la flor de la juventud para protegerla cabeza. Meriones procuró a Ulises arco, car-caj y espada, y le cubrió la cabeza con un cascode piel que por dentro se sujetaba con muchas

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y fuertes correas y por fuera presentaba losblancos dientes de un jabalí, ingeniosamenterepartidos, y tenía un mechón de lana colocadoen el centro. Este casco era el que Autólico ha-bía robado en Eleón a Amíntor Orménida,horadando la pared de su casa, y que luego dioen Escandia a Anfidamante de Citera; Anfida-mante to regaló, como presente de hospitaidad,a Molo; éste lo cedió a su hijo Meriones paraque lo llevara, y entonces hubo de cubrir lacabeza de Ulises.272 Una vez revestidos de las terribles armas,partieron y lejaron a11í a todos los príncipes.Palas Atenea envióles una garza, y, si bien nopudieron verla con sus ojos, porque la nocheera obscura, oyéronla graznar a la derecha delcamino. Ulises se holgó del presagio y oró aAtenea:278 -¡Oyeme, hija de Zeus, que lleva la égida!Tú que me asistes en todos los trabajos y cono-ces mis pasos, séme ahora propicia más quenunca, Atenea, y concede que volvamos a las

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naves cubiertos de gloria por haber realizadouna gran hazaña que preocupe a los troyanos.283 Diomedes, valiente en la pelea, oró luegodiciendo:284 -¡Ahora óyeme también a mí, hija de Zeus!¡Indómita! Acompáñame como acompañaste ami padre, el divino Tideo, cuando fue a Teba enrepresentación de los aqueos. Dejando a losaqueos, de broncíneas corazas, a orillas delAsopo, llevó un agradable mensaje a los cad-meos; y a la vuelta ejecutó admirables proezascon tu ayuda, excelente diosa, porque benévolalo socorrías. Ahora, socórreme a mí y préstametu amparo. E inmolaré en tu honor una ternerade un año, de frente espaciosa, indómita y nosujeta aún al yugo, después de derramar orosobre sus cuernos.295 Así dijeron rogando, y los oyó Palas Ate-nea. Y después de rogar a la hija del gran Zeus,anduvieron en la obscuridad de la noche, comodos leones, por el campo pues tanta carnicería

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se había hecho, pisando cadáveres, armas ydenegrida sangre.299 Tampoco Héctor dejaba dormir a los va-lientes troyanos pues convocó a todos lospróceres, a cuantos eran caudillos y príncipesde los troyanos, y una vez reunidos les expusouna prudente idea:303 -¿Quién, por un gran premio, se ofrecerá allevar a cabo la empresa que voy a decir? Larecompensa será proporcionada. Daré un carroy dos corceles de erguido cuello, los mejoresque haya en las veleras naves aqueas, al quetenga la osadía de acercarse a las naves de lige-ro andar -con ello al mismo tiempo ganará glo-ria- y averigüe si éstas son guardadas todavía,o los aqueos, vencidos por nuestras manos,piensan en la huida y no quieren velar durantela noche porque el cansancio abrumador losrinde.313 Así dijo. Enmudecieron todos y quedaronsilenciosos. Había entre los troyanos un ciertoDolón, hijo del divino heraldo Eumedes, rico en

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oro y en bronce; era de feo aspecto, pero de pieságiles, y el único hijo varón de su familia concinco hermanas. Éste dijo entonces a los troya-nos y a Héctor:319 -¡Héctor! Mi corazón y mi ánimo valerosome incitan a acercarme a las naves, de ligeroandar, para saberlo. Ea, alza el cetro y jura queme darás los corceles y el carro con adornos debronce que conducen al eximio Pelión. No teserá inútil mi espionaje, ni tus esperanzas severán defraudadas; pues atravesaré todo elejército hasta llegar a la nave de Agamenón,que es donde deben de haberse reunido loscaudillos para deliberar si huirán o seguiráncombatiendo.328 Así dijo. Y Héctor, tomando en la mano elcetro, prestó el juramento:329 -Sea testigo el mismo Zeus tonante, esposode Hera. Ningún otro troyano será llevado porestos corceles, y tú disfrutarás perpetuamentede ellos.

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332 Con tales palabras, jurando lo que no habíade cumplirse, animó a Dolón. Éste, sin perdermomento, colgó del hombro el corvo arco, vis-tió una pelicana piel de lobo, cubrió la cabezacon un morrión de piel de comadreja, tomó unpuntiagudo dardo, y, saliendo del ejército, seencaminó a las naves, de donde no había devolver para darle a Héctor la noticia. Pues yahabía dejado atrás la multitud de carros yhombres, y andaba animoso por el camino,cuando Ulises, del linaje de Zeus, advirtiendoque se acercaba a ellos, habló así a Diomedes:341 -Ese hombre, Diomedes, viene del ejército;pero ignoro si va como espía a nuestras naves ointenta despojar algún cadáver de los que mu-rieron. Dejemos que se adelante un poco máspor la llanura, y echándonos sobre él lo coge-remos fácilmente; y si en correr nos aventajase,apártalo del ejército, acometiéndolo con la lan-za, y persíguelo siempre hacia las naves, paraque no se guarezca en la ciudad.

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349 Dichas estas palabras, tendiéronse entre losmuertos, fuera del camino. El incauto Dolónpasó con pie ligero. Mas, cuando estuvo a ladistancia a que se extienden los surcos de lasmulas -éstas son mejores que los bueyes paratirar de un sólido arado en tierra noval-, Ulisesy Diomedes corrieron a su alcance. Dolón oyóruido y se detuvo, creyendo que algunos de susamigos venían del ejército troyano a llamarlopor encargo de Héctor. Pero así que aquéllos sehallaron a tiro de lanza o más cerca aún, cono-ció que eran enemigos y puso su diligencia enlos pies huyendo, mientras ellos se lanzaban aperseguirlo. Como dos perros de agudos dien-tes, adiestrados para cazar, acosan en una selvaa un cervato o a una liebre que huye chillandodelante de ellos, del mismo modo el Tidida yUlises, asolador de ciudades, perseguían cons-tantemente a Dolón después que lograron apar-tarlo del ejército. Ya en su fuga hacia las navesiba el troyano a topar con los guardias, cuandoAtenea dio fuerzas al Tidida para que ninguno

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de los aqueos, de broncíneas corazas, se le ade-lantara y pudiera jactarse de haber sido el pri-mero en herirlo y él llegase después. El fuerteDiomedes arremetió a Dolón, con la lanza, y legritó:370 Tente, o te alcanzará mi lanza; y no creoque puedas evitar mucho tiempo que mi manote dé una muerte terible.372 Dijo, y arrojó la lanza; mas de intento erróel tiro, y ésta se clavó en el suelo después devolar por cima del hombro derecho de Dolón.Paróse el troyano dentellando -los dientes cruj-íanle en la boca-, tembloroso y pálido de miedo;Ulises y Diomedes se le acercaron, jadeantes, yle asieron de las manos, mientras aquél llorabay les decia:378 -Hacedme prisionero y yo me redimiré.Hay en casa bronce, oro y hierro labrado: conellos os pagaría mi padre inmenso rescate, sisupiera que estoy vivo en las naves aqueas.382 Respondióle el ingenioso Ulises:

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383 -Tranquilízate y no pienses en la muerte.Ea, habla y dime con sinceridad: ¿Adónde ibassolo, separado de tu ejército y derechamentehacia las naves, en esta noche obscura, mientrasduermen los demás mortales? ¿Acaso a despo-jar a algún cadáver? ¿Por ventura Héctor teenvió como espía a las cóncavas naves? ¿O tedejaste llevar por los impulsos de tu corazón?390 Contestó Dolón, a quien le temblaban lascarnes:391 -Héctor me hizo salir fuera de juicio conmuchas y perniciosas promesas: accedió a dar-me los solípedos corceles y el carro con adornosde bronce del eximio Pelión, para que, acercán-dome durante la rápida y obscura noche a losenemigos, averiguase si las veleras naves songuardadas todavía, o los aqueos, vencidos pornuestras manos, piensan en la fuga y no quie-ren velar porque el cansancio abrumador losrinde.400 Díjole sonriendo el ingenioso Ulises:

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401 -Grande es el presente que tu corazón an-helaba. ¡Los corceles del aguerrido Eácida! Difí-cil es que ninguno de los mortales los sujete ysea por ellos llevado, fuera de Aquiles, que tie-ne una madre inmortal. Pero, ea, habla y dimecon sinceridad: ¿Dónde, al venir, has dejado aHéctor, pastor de hombres? ¿En qué lugar tienelas marciales armas y los caballos? ¿Cómo sehacen las guardias y de qué modo están dis-puestas las tiendas de los troyanos? Cuentatambién lo que están deliberando: si deseanquedarse aquí cerca de las naves y lejos de laciudad, o volverán a ella cuando hayan vencidoa los aqueos.412 Contestó Dolón, hijo de Eumedes:413 -De todo voy a informarte con exactitud.Héctor y sus consejeros deliberan lejos del bu-llicio, junto a la tumba del divino Ilo; en cuantoa las guardias por que me preguntas, oh héroe,ninguna ha sido designada, para que vele porel ejército ni para que vigile. En torno de cadahoguera los troyanos, apremiados por la nece-

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sidad, velan y se exhortan mutuamente a lavigilancia. Pero los auxiliares, venidos de lejastierras, duermen y dejan a los troyanos el cui-dado de la guardia, porque no tienen aquí a sushijos y mujeres.423 Volvió a preguntarle el ingenioso Ulises:424 -¿Éstos duermen mezclados con los troya-nos o separadamente? Dímelo para que lo sepa.426 Contestó Dolón, hijo de Eumedes:427 -De todo voy a informarte con exactitud.Hacia el mar están los carios, los peonios, ar-mados de corvos arcos, y los léleges, caucones ydivinos pelasgos. El lado de Timbra to obtuvie-ron por suerte los licios, los arrogantes misios,los frigios, que combaten en carros, y los meo-nios, que armados de casco combaten en carros.Mas ¿por qué me hacéis esas preguntas? Si de-seáis entraros por el ejército troyano, los traciosrecién venidos están ahí, en ese extremo, con surey Reso, hijo de Eyoneo. He visto sus corcelesque son bellísimos, de gran altura, más blancosque la nieve y tan ligeros como el viento. Su

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carro tiene lindos adornos de oro y plata, y susarmas son de oro, magníficas, encanto de lavista, y más propias de los inmortales diosesque de hombres mortales. Pero llevadme ya alas naves de ligero andar, o dejadme aquí, ata-do con recios lazos, para que vayáis y com-probéis si os hablé como debía.446 Mirándolo con torva faz, le replicó el fuerteDiomedes:447 -No esperes escapar de ésta, Dolón, aunquetus noticias son importantes, pues has caído ennuestras manos. Si te dejásemos libre o consin-tiéramos en el rescate, vendrías de nuevo a lasveleras naves de los aqueos a espiar o a com-batir contra nosotros; y, si por mi mano pierdesla vida, no serás en adelante una plaga para losargivos.454 Dijo; y Dolón iba, como suplicante, a tocarlela barba con su robusta mano, cuando Diome-des, de un tajo en medio del cuello, le rompióambos tendones; y la cabeza cayó en el polvo,mientras el troyano hablaba todavía. Quitáron-

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le el morrión de piel de comadreja, la piel delobo, el flexible arco y la ingente lanza; y el di-vino Ulises, cogiéndolo todo con la mano, le-vantólo para ofrecerlo a Atenea, que preside lossaqueos, y oró diciendo:462 -Huélgate de esta ofrenda, ¡oh diosa! Serástú la primera a quien invocaremos entre lasdeidades del Olimpo. Y ahora guíanos hacia loscorceles y las tiendas de los tracios.465 Dichas estas palabras, apartó de sí los des-pojos y los colgó de un tamarisco, cubriéndoloscon cañas y frondosas ramas del árbol, que fue-ran una señal visible para que no les pasaraninadvertidos, al regresar durante la rápida yobscura noche. Luego pasaron delante por en-cima de las armas y de la negra sangre, y llega-ron al grupo de los tracios que, rendidos defatiga, dormían con las hermosas armas en elsuelo, dispuestos ordenadamente en tres filas, yun par de caballos junto a cada guerrero. Resodescansaba en el centro, y tenía los ligeros cor-

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celes atados con correas a un extremo del carro.Ulises violo el primero y lo mostró a Diomedes:477 -Éste es el hombre, Diomedes, y éstos loscorceles de que nos habló Dolón, a quien ma-tamos. Ea, muestra tu impetuoso valor y notengas ociosas las armas. Desata los caballos, obien mata hombres y yo me encargaré de aqué-llos.482 Así dijo, y Atenea, la de ojos de lechuza,infundió valor a Diomedes, que comenzó a ma-tar a diestro y a siniestro: sucedíanse los horri-bles gemidos de los que daban la vida a losgolpes de la espada, y su sangre enrojecía latierra. Como un mal intencionado león acometeal rebaño de cabras o de ovejas, cuyo pastorestá ausente, así el hijo de Tideo se abalanzabaa los tracios, hasta que mató a doce. A cuántosaquél hería con la espada, el ingenioso Ulises,asiéndolos por un pie, los apartaba del camino,para que luego los corceles de hermosas crinespudieran pasar fácilmente y no se asustasen depisar cadáveres, a lo cual no estaban acostum-

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brados. Llegó el hijo de Tideo adonde yacía elrey, y fue éste el decimotercio a quien privó dela dulce vida, mientras daba un suspiro; puesen aquella noche el nieto de Eneo aparecíase endesagradable ensueño a Reso, por orden deAtenea. Dúrante este tiempo el paciente Ulisesdesató los solípedos caballos, los ligó con lasriendas y los sacó del ejército aguijándolos conel arco, porque se le olvidó tomar el magníficolátigo que había en el labrado carro. Y en se-guida silbó, haciendo seña al divino Diomedes.503 Mas éste, quedándose aún, pensaba quépodría hacer que fuese muy arriesgado: si sellevaría el carro con las labradas armas, ya ti-rando del timón, ya levantándolo en alto; oquitaría la vida a más tracios. En tanto que re-volvía tales pensamientos en su espíritu, pre-sentóse Atenea y habló así al divino Diomedes:509 -Piensa ya en volver a las cóncavas naves,hijo del magnánimo Tideo. No sea que hayasde llegar huyendo, si algún otro dios despiertaa los troyanos.

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512 Así habló. Diomedes, conociendo la voz dela diosa, montó sin dilación a caballo, y tam-bién Ulises, que los aguijó con el arco; y volaronhacia las veleras naves aqueas.515 Apolo, que lleva arco de plata, estaba enacecho desde que advirtió que Atenea acompa-ñaba al hijo de Tideo; e, indignado contra ella,entróse por el ejército de los troyanos y des-pertó a Hipocoonte, valeroso caudillo tracio ysobrino de Reso. Como Hipocoonte, recordan-do del sueño, viera vacío el lugar que ocupabanlos caballos y a los hombres horriblementeheridos y palpitantes todavía, comenzó a la-mentarse y a llamar por su nombre al queridocompañero. Y pronto se promovió gran clamo-reo a inmenso tumulto entre los troyanos, queacudían en tropel y admiraban la peligrosaaventura a que unos hombres habían dado ci-ma, regresando luego a las cóncavas naves.526 Cuando ambos héroes llegaron al sitio enque habían dado muerte al espía de Héctor,Ulises, caro a Zeus, detuvo los veloces caballos;

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y el Tidida, apeándose, tomó los cruentos des-pojos que puso en las manos de Ulises, volvió amontar y picó a los corceles. Éstos volaron go-zosos hacia las cóncavas naves, pues a ellasdeseaban llegar. Néstor fue el primero que oyólas pisadas de los caballos, y dijo:533 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos! ¿Me engañaré o será verdad lo que voya decir? El corazón me ordena hablar. Oigopisadas de caballos de pies ligeros. Ojalá Ulisesy el fuerte Diomedes trajeran del campo troya-no solípedos corceles; pero mucho temo que alos más valientes argivos les haya ocurridoalgún percance en el ejército troyano.540 Aún no había acabado de pronunciar estaspalabras, cuando aquéllos llegaron y echaronpie a tierra. Todos los saludaban alegrementecon la diestra y con afectuosas palabras. YNéstor, caballero gerenio, les preguntó el pri-mero:544 -¡Ea, dime, célebre Ulises, gloria insigne delos aqueos! ¿Cómo hubisteis estos caballos: pe-

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netrando en el ejército troyano, o recibiéndolosde un dios que os salió al camino? Muy seme-jantes son a los rayos del sol. Siempre entro porlas filas de los troyanos; pues, aunque anciano,no me quedo en las naves, y jamás he visto niadvertido tales corceles. Supongo que los habr-éis recibido de algún dios que os salió al en-cuentro, pues a entrambos os aman Zeus, queamontona las nubes, y su hija Atenea, la de ojosde lechuza.554 Respondióle el ingenioso Ulises:555 -¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aque-os! Fácil le sería a un dios, si quisiera, dar caba-llos mejores aún que éstos, pues su poder esmuy grande. Los corceles por los que pregun-tas, anciano, llegaron recientemente y son tra-cios: el valiente Diomedes mató al dueño y adoce de sus compañeros, todos aventajados. Ycerca de las naves dimos muerte al decimoter-cio, que era un espía enviado por Héctor yotros troyanos ilustres a explorar este campa-mento.

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564 De este modo habló; y muy ufano, hizo quelos solípedos caballos pasaran el foso, y los de-más aqueos siguiéronlo alborozados. Cuandoestuvieron en la hermosa tienda del Tidida,ataron los corceles con bien cortadas correas alpesebre, donde los caballos de Diomedes co-mían el trigo dulce como la miel. Ulises dejó enla popa de su nave los cruentos despojos deDolón, para guardarlos hasta que ofrecieran unsacrificio a Atenea. Ambos entraron en el mar yse lavaron el abundante sudor de sus piernas,cuello y muslos. Cuando las olas les hubieronlimpiado el abundante sudor del cuerpo y re-creado el corazón, metiéronse en pulimentadaspilas y se bañaron. Lavados ya y ungidos concraso aceite, sentáronse a la mesa, y, sacando deuna rebosante cratera vino dulce como la miel,en honor de Atenea to libaron.

CANTO XI*Principalía de Agamenón

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* En la batalla entre aqueos y troyanos, aquéllosllevan la peor parte: Agamenón, Diomedes yUlises resultan heridos. Ante la clara ventaja delos troyanos, Aquiles envía a Patroclo junto aNéstor.

1 La Aurora se levantaba del lecho, dejando alilustre Titono, para llevar la luz a los dioses y alos hombres, cuando, enviada por Zeus, se pre-sentó en las veleras naves aqueas la cruel Dis-cordia con la señal del combate en la mano.Subió la diosa a la ingente nave negra de Ulises,que estaba en medio de todas, para que lo oye-ran por ambos lados hasta las tiendas de Ayan-te Telamonio y de Aquiles; los cuales habíanpuesto sus bajeles en los extremos, porque con-fiaban en su valor y en la fuerza de sus brazos.Desde a11í daba aquélla grandes, agudos yhorrendos gritos, y ponía mucha fortaleza en elcorazón de todos los aqueos, a fin de que pelea-ran y combatieran sin descanso. Y pronto les

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fue más agradable batallar que volver a la pa-tria tierra en las cóncavas naves.15 El Atrida alzó la voz mandando que los ar-givos se apercibiesen, y él mismo vistió la ar-madura de luciente bronce. Púsose en torno delas piernas hermosas grebas sujetas con brochesde pláta, y cubrió su pecho con la coraza queCiniras le había dado por presente de hospita-lidad. Porque hasta Chipre habíá llegado lanoticia de que los aqueos se embarcaban paraTroya, y Ciniras, deseoso de complacer al rey,le dio esta córaza que tenía diez filetes de pa-vonado acero, doce de oro y veinte de estaño, ya cada lado tres cerúleos dragones erguidoshacia el cuello y semejantes al iris que el Cro-nión fija en las nubes como señal para los hom-bres dotados de palabra. Luego, el rey colgó delhombro la espada, en la que relucían áureosclavos, con su vaina de plata sujeta por tirantesde oro. Embrazó después el labrado escudo,fuerte y hermoso, de la altura de un hombre,que presentaba diez círculos de bronce en el

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contorno, tenía veinte bollos de blanco estaño yen el centro uno de negruzco acero, y lo coro-naba Gorgona, de ojos horrendos y torva vista,con el Terror y la Fuga a los lados. Su correa eraargentada, y sobre la misma enroscábase cerú-leo dragón de tres cabezas entrelazadas, quenacían de un solo cuello. Cubrió en seguida sucabeza con un casco de doble cimera, cuatroabolladuras y penacho de crines de caballo, queal ondear en to alto causaba pavor; y asió dosfornidas lanzas de aguzada broncínea punta,cuyo brillo llegaba hasta el cielo. Y Atenea yHera tronaron en las alturas para honrar al reyde Micenas, rica en oro.47 Cada cual mandó entonces a su auriga quetuviera dispuestos el carro y los corceles juntoal foso; salieron todos a pie y armados, y le-vantóse inmenso viento antes que la auroradespuntara. Delante del foso ordenáronse losinfantes, y a éstos siguieron de cerca los quecombatían en carros. Y el Cronida promovióentre ellos funesto tumulto y dejó caer desde el

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éter sanguinoso rocío porque había de precipi-tar al Hades a muchas y valerosas almas.56 Los troyanos pusiéronse también en ordende batalla en una eminencia de la llanura, alre-dedor del gran Héctor, del eximio Polidamante,de Eneas, honrado como un dios por el pueblotroyano, y de los tres Antenóridas: Pólibo, eldivino Agenor y el joven Acamante, que parec-ía un inmortal. Héctor, armado de un escudoliso, llegó con los primeros combatientes. Cualastro funesto, que unas veces brilla en el cielo yotras se oculta detrás de las pardas nubes; asíHéctor, ya aparecía entre los delanteros, ya semostraba entre los últimos, siempre dandoórdenes y brillando por la armadura de broncecomo el relámpago del padre Zeus, que lleva laégida.67 Como los segadores caminan en direccionesopuestas por los surcos de un campo de trigo ode cebada de un hombre opulento, y los mano-jos de espigas caen espesos, de la misma mane-ra, troyanos y aqueos se acometían y mataban,

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sin pensar en la perniciosa fuga. Igual andabala pelea, y como lobos se embestían. Gozábaseen verlos la luctuosa Discordia, única deidadque se hallaba entre los combatientes; pues losdemás dioses permanecían quietos en los her-mosos palacios que se les había construido enlos valles del Olimpo y todos acusaban al Cro-nida, el dios de las sombrías nubes, porquequeria coneeder la victoria a los troyanos. Masel padre no se cuidaba de ellos; y, sentado apar-te, ufano de su gloria, contemplaba la ciudadtroyana, las naves aqueas, el brillo del bronce, alos que mataban y a los que la muerte recibían.84 Al amanecer y mientras iba aumentando laluz del sagrado día, los tiros alcanzaban porigual a unos y a otros y los hombres caían.Cuando llegó la hora en que el leñador preparael almuerzo en la espesura del monte, porquetiene los brazos cansados de cortar grandesárboles, siente fatiga en su corazón y el dulcedeseo de la comida le ha llegado al alma, losdánaos, exhortándose mutuamente por las filas

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y peleando con bravura, rompieron las falangesteucras. Agamenón, que fue el primero en arro-jarse a ellas, mató primeramente a Biánor, pas-tor de hombres, y después a su compañero Oi-leo, hábil jinete. Éste se había apeado del carropara sostener el encuentro, pero el Atrida lehundió en la frente la aguzada pica, que no fuedetenida por el casco del duro bronce, sino quepasó a través del mismo y del hueso, conmo-vióle el cerebro y postró al guerrero cuandocontra aquél arremetía. Después de quitarles aentrambos la coraza, Agamenón, rey de hom-bres, dejólos allí, con el pecho al aire, y fue adar muerte a Iso y a Antifo, hijos bastardo ylegítimo, respectivamente, de Príamo, que ibanen el mismo carro. El bastardo guiaba y el ilus-tre Antifo combatía. En otro tiempo Aquiles,habiéndolos sorprendido en un bosque del Ida,mientras apacentaban ovejas, atólos con tiernosmimbres; y luego, pagado el rescate, los pusoen libertad. Mas entonces el poderoso Aga-menón Atrida le envainó a Iso la lanza en el

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pecho, sobre la tetilla, y a Antifo lo hirió con laespada en la oreja y lo derribó del carro. Y, al irpresuroso a quitarles las magníficas armaduras,los reconoció; pues los había visto en las velerasnaves cuando Aquiles, el de los pies ligeros, selos llevó del Ida. Bien así corno un león penetraen la guarida de una ágil cierva, se echa sobrelos hijuelos y despedazándolos con los fuertesdientes les quita la tierna vida, y la madre nopuede socorrerlos, aunque esté cerca, porque leda un gran temblor, y atraviesa, azorada y su-dorosa, selvas y espesos encinares, huyendo dela acometida de la terrible fiera; tampoco lostroyanos pudieron librar a aquéllos de la muer-te, porque a su vez huían delante de los argi-vos.122 Alcanzó luego el rey Agamenón a Pisandroy al intrépido Hipóloco, hijos del aguerridoAntímaco (éste, ganado por el oro y los esplén-didos regalos de Alejandro, se oponía a queHelena fuese devuelta al rubio Menelao): am-bos iban en un carro, y desde su sitio procura-

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ban guiar los veloces corceles, pues habían de-jado caer las lustrosas riendas y estaban aturdi-dos. Cuando el Atrida arremetió contra ellos,cual si fuese un león, arrodilláronse en el carroy así le suplicaron:131 -Haznos prisioneros, hijo de Atreo, y reci-birás digno rescate. Muchas cosas de valor tieneen su casa Antímaco: bronce, oro, hierro labra-do; con ellas nuestro padre lo pagaría inmensorescate, si supiera que estamos vivos en las na-ves aqueas.136 Con tan dulces palabras y llorando habla-ban al rey, pero fue amarga la respuesta queescucharon:138 -Pues si sois hijos del aguerrido Antímacoque aconsejaba en el ágora de los troyanos ma-tar a Menelao y no dejarle volver a los aqueos,cuando vino a título de embajador con el dei-forme Ulises, ahora pagaréis la insolente injuriaque nos infirió vuestro padre.143 Dijo, y derribó del carro a Pisandro: dioleuna lanzada en el pecho y lo tumbó de espal-

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das. De un salto apeóse Hipóloco, y ya en tie-rra, Agamenón le cercenó con la espada losbrazos y la cabeza, que tiró, haciendola rodarcomo un montero, por entre las filas. El Atridadejó a éstos, y seguido de otros aqueos, dehermosas grebas, fuese derecho al sitio dondemás falanges, mezclándose en montón confuso,combatían. Los infantes mataban a los infantes,que se veían obligados a huir; los que combat-ían desde el carro daban muerte con el bronce alos enemigos que así peleaban, y a todos losenvolvía la polvareda que en la llanura levan-taban con sus sonoras pisadas los caballos. Y elrey Agamenón iba siempre adelante, matandotroyanos y animando a los argivos. Como alestallar voraz incendio en un boscaje, el vientohace oscilar las llamas y to propaga por todaspartes, y los arbustos ceden a la violencia delfuego y caen con sus mismas raíces, de igualmanera caían las cabezas de los troyanos pues-tos en fuga por Agamenón Atrida, y muchoscaballos de erguido cuello arrastraban con

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estrépito por el campo los carros vacíos y echa-ban de menos a los eximios conductores; peroéstos, tendidos en tierra, eran ya más gratos alos buitres que a sus propias esposas.163 A Héctor, Zeus le sustrajo de los tiros, elpolvo, la matanza, la sangre y el tumulto; y elAtrida iba adelante, exhortando vehemente-mente a los dánaos. Los troyanos corrían por lallanura, deseosos de refugiarse en la ciudad, yya habían dejado a su espalda el sepulcro delantiguo Ilo Dardánida y el cabrahígo; y el Atri-da les seguía al alcance, vociferando, con lasinvictas manos llenas de polvo y sangre. Losque primero llegaron a las puertas Esceas y a laencina detuviéronse para aguardar a sus com-pañeros, los cuales huían por la llanura comovacas aterrorizadas por un león que, pre-sentándose en la obscuridad de la noche, dacruel muerte a una de ellas, rompiendo su cer-viz con los fuertes dientes y tragando su sangrey sus entrañas; del mismo modo el rey Aga-menón Atrida perseguía a los troyanos, matan-

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do al que se rezagaba, y ellos huían espantados.El Atrida, manejando la lanza con gran furia,derribó a muchos, ya de pechos, ya de espal-das, de sus respectivos carros. Mas cuando lefaltaba poco para llegar al alto muro de la ciu-dad, el padre de los hombres y de los diosesbajó del cielo con el relámpago en la mano, sesentó en una de las cumbres del Ida, abundanteen manantiales, y llamó a Iris, la de doradasalas, para que le sirviese de mensajera:186 -¡Anda, ve, rápida Iris! Dile a Héctor estaspalabras: Mientras vea que Agamenón, pastorde hombres, se agita entre los combatientesdelanteros y destroza filas de hombres, retíresey ordene al pueblo que combata con los enemi-gos en la encarnizada batalla. Mas así queaquél, herido de lanza o de flecha, suba al ca-rro, le daré fuerzas para matar enemigos hastaque llegue a las naves de muchos bancos, seponga el sol y comience la sagrada noche.195 Así dijo; y la veloz Iris, de pies ligeros comoel viento, no dejó de obedecerlo. Descendió de

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los montes ideos a la sagrada Ilio, y, hallando aldivino Héctor, hijo del belicoso Príamo, de pieen el sólido carro, se detuvo a su lado, y lehabló de esta manera:200 -¡Héctor, hijo de Príamo, que en prudenciaigualas a Zeus! El padre Zeus me manda paraque te diga lo siguiente: Mientras veas queAgamenón, pastor de hombres, se agita entrelos combatientes delanteros y destroza sus filas,retírate de la lucha y ordena al pueblo quecombata con los enemigos en la encarnizadabatalla. Mas así que aquél, herido de lanza o deflecha, suba al carro, te dará fuerzas para matarenemigos hasta que llegues a las naves de mu-chos bancos, se ponga el sol y comience la sa-grada noche.210 Cuando Iris, la de los pies ligeros, hubodicho esto, se fue. Héctor saltó del carro al sue-lo sin dejar las armas; y, blandiendo afiladaspicas, recorrió el ejército, animóle a luchar ypromovió una terrible pelea. Los troyanos vol-vieron la cara a los aqueos para embestirlos; los

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argivos, por su parte, cerraron las filas de lasfalanges; reanudóse el combate, y Agamenónacometió el primero, porque deseaba adelan-tarse a todos en la batalla.218 Decidme ahora, Musas, que poseéis olímpi-cos palacios, cuál fue el primer troyano o aliadoilustre que a Agamenón se opuso.221 Fue Ifidamante Antenórida, valiente y altode cuerpo, que se había criado en la fértil Tra-cia, madre de ovejas. Era todavía niño cuandosu abuelo materno Ciseo, padre de Teano, la dehermosas mejillas, to acogió en su casa; y asíque hubo llegado a la gloriosa edad juvenil, loconservó a su lado, dándole a su hija en matri-monio. Apenas casado, Ifidamante tuvo quedejar el tálamo para ir a guerrear contra losaqueos: llegó por mar hasta Percote, dejó allí lasdoce corvas naves que mandaba y se encaminópor tierra a Ilio. Tal era quien salió al encuentrode Agamenón Atrida. Cuando ambos se halla-ron frente a frente, acometiéronse, y el Atridaerró el tiro, porque la lanza se le desvió; Ifida-

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mante dio con la pica un bote en la cintura deAgamenón, más abajo de la coraza, y, aunqueempujó el astil con toda la fuerza de su brazo,no logró atravesar el labrado tahalí, pues lapunta al chocar con la lámina de plata se torciócomo plomo. Entonces el poderoso Agamenónasió de la pica, y tirando de ella con la furia deun león, la arrancó de las manos de Ifidamante,a quien hirió en el cuello con la espada, deján-dole sin vigor los miembros. De este modo cayóel desventurado para dormir el sueño de bron-ce, mientras auxiliaba a los troyanos, lejos de sujoven y legítima esposa, cuya gratitud no llegóa conocer después que tanto le había dado: hab-íale regalado cien bueyes y prometido cien milcabras y mil ovejas de las innumerables que suspastores apacentaban. El Atrida Agamenón lequitó la magnífica armadura y se la llevó,abriéndose paso por entre los aqueos.248 Advirtiólo Coón, varón preclaro a hijo pri-mogénito de Anténor, y densa nube de pesarcubrió sus ojos por la muerte del hermano.

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Púsose al lado de Agamenón sin que éste tonotara, diole una lanzada en medio del brazo,en el codo, y se lo atravesó con la punta de lareluciente pica. Estremecióse el rey de hombres,Agamenón, mas no por esto dejó de luchar nide combatir; sino que arremetió con la impe-tuosa lanza a Coón, el cual se apresuraba a reti-rar, asiéndolo por el pie, el cadáver de Ifida-mante, su hermano de padre, y a voces pedíaauxilio a los más valientes. Mientras arrastrabael cadáver por entre la turba, cubriéndolo con elabollonado escudo, Agamenón le envasó labroncínea lanza; dejó sin vigor sus miembros, yle cortó la cabeza sobre el mismo Ifidamante. Yambos hijos de Anténor, cumpliéndose su des-tino, acabaron la vida a manos del rey Atrida ydescendieron a la morada de Hades.264 Entróse luego Agamenón por las filas deotros guerreros, y combatió con la lanza, la es-pada y grandes piedras mientras la sangre ca-liente brotaba de la herida; mas así que ésta sesecó y la sangre dejó de correr, agudos dolores

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debilitaron sus fuerzas. Como los dolores agu-dos y acerbos que a la parturienta envían lasIlitias, hijas de Hera, las cuales presiden losalumbramientos y disponen de los terriblesdolores del parto; tales eran los agudos doloresque debllitaron las fuerzas del Atrida. De unsalto subió al carro; con el corazón afligidomandó al auriga que le llevase a las cóncavasnaves, y gritando fuerte dijo a los dánaos:276 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos! Apartad vosotros de las naves surca-doras del ponto el funesto combate; pues a míel próvido Zeus no me permite combatir todo eldía con los troyanos.280 Así dijo. El auriga picó con el látigo a loscaballos de hermosas crines, dirigiéndolos a lascóncavas naves; ellos volaron gozosos, con elpecho cubierto de espuma, y envueltos en unanube de polvo sacaron del campo de la batallaal fatigado rey.

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284 Héctor, al notar que Agamenón se ausenta-ba, con penetrantes gritos animó a los troyanosy a los licios:2s6 -¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo acuerpo combatís! Sed hombres, amigos, y mos-trad vuestro impetuoso valor. El guerrero másvaliente se ha ido, y Zeus Cronida me concedeuna gran victoria. Pero dirigid los solípedoscaballos hacia los fuertes dánaos y la gloria quealcanzaréis será mayor.291 Con estas palabras les excitó a todos el va-lor y la fuerza. Como un cazador azuza a losperros de blancos dientes contra un montarazjabalí o contra un león, así Héctor Priámida,igual a Ares, funesto a los mortales, incitaba alos magnánimos troyanos contra los aqueos.Muy alentado, abrióse paso por los combatien-tes delanteros, y cayó en la batalla como tem-pestad que viene de to alto y alborota el violá-ceo ponto.

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299 ¿Cuál fue el primero, cuál el último de losque entonces mató Héctor Priámida cuandoZeus le dio gloria?301 Aseo, el primero, y después Autónoo, Opi-tes, Dólope Clítida, Ofeltio, Agelao, Esimno,Oro y el bravo Hipónoo. A tales caudillosdánaos dio muerte, y además a muchos hom-bres del pueblo. Como el Céfiro agita y se llevaen furioso torbellino las nubes que el veloz No-to tenía reunidas, y gruesas olas se levantan yla espuma llega a to alto por el soplo del erra-bundo viento; de esta manera caían delante deHéctor muchas cabezas de gente del pueblo.310 Entonces gran estrago a irreparables malesse hubieran próducido, y los aqueos, dándose ala fuga, no habrían parado hasta las naves, siUlises no hubiese exhortado al Tidida Diome-des:313 -¡Tidida! ¿Por qué no mostramos nuestroimpetuoso valor? Ea, ven aquí, amigo; ponte ami lado. Vergonzoso fuera que Héctor, el detremolante casco, se apoderase de las naves.

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316 Respondióle el fuerte Diomedes:317 -Yo me quedaré y resistiré, aunque serápoco el provecho que logremos; pues Zeus, queamontona las nubes, quiere conceder la victoriaa los troyanos y no a nosotros.320 Dijo, y derribó del carro a Timbreo, en-vasándole la pica en la tetilla izquierda; mien-tras Ulises hería al escudero del mismo rey, aMolión, igual a un dios. Dejáronlos tan prontocomo los pusieron fuera de combate, y pene-trando por la turba causaron confusión y terror,como dos embravecidos jabalíes que acometena perros de caza. Así, habiendo vuelto a comba-tir, mataban a los troyanos; y en tanto los aque-os, que huían de Héctor, pudieron respirar pla-centeramente.328 Dieron también alcance a dos hombres queeran los más valientes de su pueblo y venían enun mismo carro, a los hijos de Mérope percosio:éste conocía como nadie el arte adivinatoria, yno quería que sus hijos fuesen a la homicidaguerra; pero ellos no lo obedecieron, impelidos

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por las parcas de la negra muerte. DiomedesTidida, famoso por su lanza, les quitó el alma yla vida y los despojó de las magníficas armadu-ras. Ulises mató a Hipódamo y a Hipéroco.336 Entonces el Cronida, que desde el Ida con-templaba la batalla, igualó el combate en quetroyanos y aqueos se mataban. El hijo de Tideodio una lanzada en la cadera al héroe AgástrofoPeónida, que por no tener cerca los corceles nopudo huir, y ésta fue la causa de su desgracia:el escudero tenía el carro algo distante, y él serevolvía furioso entre los combatientes delante-ros, hasta que perdió la vida. Atisbó Héctor aUlises y a Diomedes, los arremetió gritando, ypronto siguieron tras él las falanges de los tro-yanos. Al verlo, estremecióse el valeroso Dio-medes, y dijo a Ulises, que estaba a su lado:347 -Contra nosotros viene esa calamidad, elimpetuoso Héctor. Ea, aguardémosle a pie fir-me y cerremos con él.349 Dijo; y apuntando a la cabeza de Héctor,blandió y arrojó la ingente lanza, y no le erró,

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pues fue a dar en la cima del yelmo; pero elbronce rechazó al bronce, y la punta no llegó alhermoso cutis por impedírselo el casco de tresdobleces y agujeros a guisa de ojos, regalo deFebo Apolo. Héctor entonces retrocedió unbuen trecho, y, penetrando por la turba, cayóde rodillas, apoyó la robusta mano en el suelo yobscura noche cubrió sus ojos. Mientras el Ti-dida atravesaba las primeras filas para recogerla lanza que en el suelo se había clavado,Héctor tornó en su sentido, subió de un salto alcarro, y, dirigiéndolo por en medio de la multi-tud, evitó la negra muerte. Y el fuerte Diome-des, que lanza en mano lo perseguía, exclamó:362 -¡Otra vez te has librado de la muerte, pe-rro! Muy cerca tuviste la perdición, pero tesalvó Febo Apolo, a quien debes de rogarcuando sales al campo antes de oír el estruendode los dardos. Yo acabaré contigo si más tardeto encuentro y un dios me ayuda. Y ahora per-seguiré a los demás que se me pongan al alcan-ce.

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368 Dijo; y empezó a despojar el cadáver delPeónida, famoso por su lanza. Pero Alejandro,esposo de Helena, la de hermosa cabellera, quese apoyaba en una columna del sepulcro de IloDardánida, antiguo anciano honrado por elpueblo, armó el arco y lo asestó al hijo de Ti-deo, pastor de hombres. Y mientras éste quita-ba al cadáver del valeroso Agástrofo la labradacoraza, el manejable escudo de debajo del pe-cho y el pesado casco, aquél tiró del arco y dis-paró; y la flecha no salió inútilmente de su ma-no, sino que le atravesó al héroe el empeine delpie derecho y se clavó en tierra. Alejandro salióde su escondite, y con grande y regocijada risase gloriaba diciendo:380 -Herido estás; no se perdió el tiro. Ojaláque, acertándote en un ijar, lo hubiese quitadola vida. Así los troyanos tendrían un desahogoen sus males, pues te temen como al león lasbaladoras cabras.384 Sin turbarse le respondió el fuerte Diome-des:

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385 -¡Flechero, insolente, experto sólo en mane-jar el arco, mirón de doncellas! Si frente a frentemidieras conmigo las armas, no te valdría elarco ni las abundantes flechas. Ahora te alabassin motivo, pues sólo me rasguñaste el empeinedel pie. Tanto me cuido de la herida como siuna mujer o un insipiente niño me la hubiesecausado, que poco duele la flecha de un hom-bre vil y cobarde. De otra clase es el agudo dar-do que yo arrojo: por poco que penetre dejaexánime al que to recibe, y la mujer del muertodesgarra sus mejillas, sus hijos quedan huérfa-nos, y el cadáver se pudre enrojeciendo con susangre la tierra y teniendo a su alrededor másaves de rapiña que mujeres.396 Así dijo. Ulises, famoso por su lanza, acu-dió y se le puso delante. Diomedes se sentó,arrancó del pie la aguda flecha y un dolor terri-ble recorrió su cuerpo. Entonces subió al carroy con el corazón afligido mandó al auriga quelo llevase a las cóncavas naves.

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401 Ulises, famoso por su lanza, se quedó solo;ningún argivo permaneció a su lado, porque elterror los poseía a todos. Y gimiendo, a sumagnánimo espíritu así le hablaba:404 -¡Ay de mí! ¿Qué me ocurrirá? Muy malo eshuir, temiendo a la muchedumbre, y peor aúnque me cojan quedándome solo, pues a los de-más dánaos el Cronión los puso en fuga. Mas¿por qué en tales cosas me hace pensar el co-razón? Sé que los cobardes huyen del combate,y quien descuella en la batalla debe mantenersefirme, ya sea herido, ya a otro hiera.411 Mientras revolvía tales pensamientos en sumente y en su corazón, llegaron las huestes delos escudados troyanos, y, rodeándole, su pro-pio mal entre ellos encerraron. Como los perrosy los florecientes mozos cercan y embisten a unjabalí que sale de la espesa selva aguzando ensus corvas mandíbulas los blancos colmillos, yaunque la fiera cruja los dientes y aparezca te-rrible, resisten firmemente; así los troyanosacometían entonces por todos lados a Ulises,

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caro a Zeus. Mas él dio un salto y clavó la agu-da pica en un hombro del eximio Deyopites;mató luego a Toón y a Ennomo; alanceó en elombligo por debajo del cóncavo escudo a Quer-sidamante, que se apeaba del carro y cayó en elpolvo y cogió el suelo con las manos; y, deján-dolos a todos, envasó la lanza a Cárope Hipási-da, hermano carnal del noble Soco. Éste, queparecía un dios, vino a defenderlo, y, detenién-dose cerca de Ulises, hablóle de este modo:430 -¡Célebre Ulises, varón incansable en urdirengaños y en trabajar! Hoy, o podrás gloriartede haber muerto y despojado de las armas aambos Hipásidas, o perderás la vida, heridopor mi lanza.434 Cuando esto hubo dicho, le dio un bote enel liso escudo: la fornida lanza atravesó el lu-ciente escudo, clavóse en la labrada coraza ylevantó la piel del costado; pero Palas Ateneano permitió que llegara a las entrañas delvarón. Entendió Ulises que por el sitio la herida

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no era mortal, y retrocediendo dijo a Soco estaspalabras:441 -¡Ah infortunado! Grande es la desgraciaque sobre ti ha caído. Lograste que cesara deluchar con los troyanos, pero yo te digo que laperdición y la negra muerte te alcanzarán hoy;y, vencido por mi lanza, me darás gloria, y aHades, el de los famosos corceles, el alma.446 Dijo, y como Soco se volviera para huir,clavóle la lanza en el dorso, entre los hombros,y le atravesó el pecho. El guerrero cayó conestrépito, y el divino Ulises se jactó de su obra:450 -¡Oh Soco, hijo del aguerrido Hípaso, do-mador de caballos! Te sorprendió la muerteantes de que pudieses evitarla. ¡Ah mísero! A ti,una vez muerto, ni el padre ni la venerandamadre te cerrarán los ojos, sino que te desgarra-rán las carnívoras aves cubriéndote con sustupidas alas; mientras que a mí, si muero, losdivinos aqueos me harán honras fúnebres.456 Así diciendo, arrancó de su cuerpo y delabollonado escudo la ingente lanza que Soco le

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había arrojado; brotó la sangre y afligióle elcorazón. Los magnánimos troyanos, al ver lasangre, se exhortaron mutuamente entre la tur-ba y embistieron todos a Ulises, y éste retroce-dió, llamando a voces a sus compañeros. Tresveces gritó cuanto un varón puede hacerlo avoz en cuello; tres veces Menelao, caro a Ares,to oyó, y al punto dijo a Ayante, que estaba a sulado:465 -¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus,príncipe de hombres! Oigo la voz del pacienteUlises como si los troyanos, habiéndole aisladoen la terrible lucha, lo estuviesen acosando.Acudámosle, abriéndonos calle por la turba,pues lo mejor es llevarle socorro. Temo que apesar de su valentía le suceda alguna desgraciasolo entre los troyanos, y que después losdánaos te echen muy de menos.47z Así diciendo, partió y siguióle Ayante,varón igual a un dios. Pronto dieron con Ulises,caro a Zeus, a quien los troyanos acometían portodos lados como los rojizos chacales circundan

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en el monte a un cornígero ciervo herido por laflecha que un hombre le disparó con el arco-sálvase el ciervo, merced a sus pies, y huye entanto que la sangre está caliente y las rodillaságiles; póstralo luego la veloz saeta, y, cuandocarnívoros chacales lo despedazan en la espe-sura de un monte, trae la fortuna un voraz leónque, dispersando a los chacales, devora aaquél-; así entonces muchos y robustos troya-nos arremetían al aguerrido y sagaz Ulises; y elhéroe, blandiendo la pica, apartaba de sí lacruel muerte. Pero llegó Ayante con su escudocomo una torre, se puso al lado de Ulises y lostroyanos se espantaron y huyeron a la desban-dada. Y el marcial Menelao, asiendo de la manoal héroe, sacólo de la turba mientras el escuderoacercaba el carro.489 Ayante, acometiendo a los troyanos, mató aDoriclo, hijo bastardo de Príamo, a hirió aPándoco, Lisandro, Píraso y Pilartes. Como elhinchado torrente que acreció la lluvia de Zeusbaja rebosante por los montes a la llanura,

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arrastra muchos pinos y encinas secas, y arrojaal mar gran cantidad de cieno, así entonces elilustre Ayante desordenaba y perseguía por elcampo a los enemigos y destrozaba corceles yguerreros. Héctor no lo había advertido, por-que peleaba en la izquierda de la batalla, cercade la orilla del Escamandro: a11í las cabezascaían en mayor número y un inmenso voceríose dejaba oír alrededor del gran Néstor y delmarcial Idomeneo. Entre todos revolvíaseHéctor, que, haciendo arduas proezas con sulanza y su habilidad ecuestre, destruía las fa-langes de jóvenes guerreros. Y los divinosaqueos no retrocedieran aún, si Alejandro, es-poso de Helena, la de hermosa cabellera, no hu-biese puesto fuera de combate a Macaón, pastorde hombres, mientras descollaba en la pelea,hiriéndolo en la espalda derecha con trifurcadasaeta. Los aqueos, aunque respiraban valor,temieron que la lucha se inclinase, y aquél fueramuerto. Y al punto habló Idomeneo al divinoNéstor:

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511 -¡Oh Néstor Nelida, gloria insigne de losaqueos! Ea, sube al carro, póngase Macaón jun-to a ti, y dirige presto a las naves los solípedoscorceles. Pues un médico vale por muchoshombres, por su pericia en arrancar flechas yaplicar drogas calmantes.516 Dijo; y Néstor, caballero gerenio, no dejó deobedecerlo. Subió al carro, y tan pronto comoMacaón, hijo del eximio médico Asclepio, lohubo seguido, picó con el látigo a los caballos yéstos volaron de su grado hacia las cóncavasnaves, pues les gustaba volver a ellas.521 Cebríones, que acompañaba a Héctor en elcarro, notó que los troyanos eran derrotados, yle dijo:523 -¡Héctor! Mientras nosotros combatimosaquí con los dánaos en un extremo de la batallahorrísona, los demás troyanos son desbarata-dos y se agitan en confuso tropel hombres ycaballos. Ayante Telamonio es quien los desor-dena; bien lo conozco por el ancho escudo quecubre sus espaldas. Enderecemos a aquel sitio

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los corceles del carro, que a11í es más empeña-da la pelea, mayor la matanza de peones y delos que combaten en carros, a inmensa la griter-ía que se levanta.531 Habiendo hablado así, azotó con el sonorolátigo a los caballos de hermosas crines. Sintie-ron éstos el golpe y arrastraron velozmente porentre troyanos y aqueos el veloz carro, pisandocadáveres y escudos; el eje tenía la parte infe-rior cubierta de sangre y los barandales estabansalpicados de sanguinolentas gotas que los cas-cos de los corceles y las llantas de las ruedasdespedían. Héctor, deseoso de penetrar y des-hacer aquel grupo de hombres, promovía grantumulto entre los dánaos, no dejaba la lanzaquieta, recorría las filas de aquéllos y peleabacon la lanza, la espada y grandes piedras; so-lamente evitaba el encuentro con Ayante Tela-monio [porque Zeus se irritaba contra él cuan-do combatía con un guerrero más valiente].544 El padre Zeus, que tiene su trono en lasalturas, infundió temor en Ayante y éste se

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quedó atónito, se echó a la espalda el escudoformado por siete boyunos cueros, paseó sumirada por la turba, como una fiera, y retroce-dió volviéndose con frecuencia y andando apaso lento. Como los canes y los pastores delcampo ahuyentan del boíl a un tostado león, y,vigilando toda la noche, no le dejan llegar a lospingües bueyes; y el león, ávido de carne, aco-mete furioso y nada consigue, porque caen so-bre él multitud de venablos arrojados por ro-bustas manos y encendidas teas que le danmiedo, y, cuando empieza a clarear el día, seescapa la fiera con ánimo afligido; así Ayante sealejaba entonces de los troyanos, contrariado ycon el corazón entristecido, porque temía mu-cho por las naves de los aqueos. De la suerteque un tardo asno se acerca a un campo, y ven-ciendo la resistencia de los niños que rompenen sus espaldas muchas varas, penetra en él ydestroza las crecidas mieses; los muchachos loapalean; pero, como su fuerza es poca, sóloconsiguen echarlo con trabajo, después que se

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ha hartado de comer; de la misma manera losanimosos troyanos y sus auxiliares, reunidos engran número, perseguían al gran Ayante, hijode Telamón, y le golpeaban el escudo con laslanzas. Ayante unas veces mostraba su impe-tuoso valor, y revolviendo detenía las falangesde los troyanos, domadores de caballos; otras,tornaba a huir; y, moviéndose con furia entrelos troyanos y los aqueos, conseguía que losenemigos no se encaminasen a las veleras na-ves. Las lanzas que manos audaces despedíanse clavaban en el gran escudo o caían en el sue-lo delante del héroe, antes de llegar a su blancapiel, deseosas de saciarse de su carne.575 Cuando Eurípilo, preclaro hijo de Evemón,vio que Ayante estaba tan abrumado por loscopiosos tiros, se colocó a su lado, arrojó la re-luciente lanza y se la clavó en el hígado, debajodel diafragma, a Apisaón Fausíada, pastor dehombres, dejándole sin vigor las rodillas. Co-rrió en seguida hacia él y se puso a quitarle laarmadura. Pero advirtiólo el deiforme Alejan-

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dro, y disparando el arco contra Eurípilo logróherirlo en el muslo derecho: la caña de la saetase rompió, quedó colgando y apesgaba el mus-lo del guerrero. Éste retrocedió al grupo de susamigos, para evitar la muerte, y, dando grandesvoces, decía a los dánaos:587 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos! Deteneos, volved la cara al enemigo, ylibrad del día cruel a Ayante que está abruma-do por los tiros y no creo que escape con vidadel horrísono combate. Pero deteneos afrontan-do a los contrarios, y rodead al gran Ayante,hijo de Telamón.592 Tales fueron las palabras de Eurípilo al sen-tirse herido, y ellos se colocaron junto a él conlos escudos sobre los hombros y las picas levan-tadas. Ayante, apenas se juntó con sus compa-ñeros, detúvose y volvió la cara a los troyanos.596 Siguieron, pues, combatiendo con el ardorde encendido fuego; y, entre tanto, las yeguasde Neleo, cubiertas de sudor, sacaban del com-bate a Néstor y a Macaón, pastor de pueblos.

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Reconoció al último el divino Aquiles, el de lospies ligeros, que desde la popa de la ingentenave contemplaba la gran derrota y deplorablefuga, y en seguida llamó, desde la nave, a Pa-troclo, su compañero: oyólo éste, y, parecido aAres, salió de la tienda. Tal fue el origen de sudesgracia. El esforzado hijo de Menecio hablóel primero, diciendo:606 -¿Por qué me llamas, Aquiles? ¿Necesitasde mí?607 Respondió Aquiles, el de los pies ligeros:608 -¡Divino Menecíada, carísimo a mi corazón!Ahora espero que los aqueos vendrán a supli-carme y se postrarán a mis plantas, porque noes llevadera la necesidad en que se hallan. Perove Patroclo, caro a Zeus, y pregunta a Néstorquién es el herido que saca del combate. Por laespalda tiene gran semejanza con Macaón elAsclepíada, pero no le vi el rostro; pues las ye-guas, deseosas de llegar cuanto antes, pasaronrápidamente por mi lado.

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616 Así dijo. Patroclo obedeció al amado com-pañero y se fue corriendo a las tiendas y navesaqueas.618 Cuando aquéllos hubieron llegado a latienda del Nelida, descendieron del carro alalmo suelo, y Eurimedonte, servidor del ancia-no, desunció los corceles. Néstor y Macaón de-jaron secar el sudor que mojaba sus corazas,poniéndose al soplo del viento en la orilla delmar; y, penetrando luego en la tienda, se senta-ron en sillas. Entonces les preparó una mixturaHecamede, la de hermosa cabellera, hija delmagnánimo Arsínoo, que el anciano se habíallevado de Ténedos cuando Aquiles entró asaco en esta ciudad: los aqueos se la adjudi-caron a Néstor, que a todos superaba en el con-sejo. Hecamede acercó una mesa magnífica, depies de acero, pulimentada; y puso encima unafuente de bronce con cebolla, manjar propiopara la bebida, miel reciente y .sacra harina deflor, y una bella copa guarnecida de áureosclavos que el anciano se había llevado de su

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palacio y tenía cuatro asas -Dada una entre dospalomas de oro- y dos sustentáculos. A otroanciano le hubiese sido difícil mover esta copacuando después de llenarla se ponía en la mesa,pero Néstor la levantaba sin esfuerzo. En ella lamujer, que parecía una diosa, les preparó labebida: echó vino de Pramnio, raspó queso decabra con un rallo de bronce, espolvoreó lamezcla con blanca harina y los invitó a beberasí que tuvo compuesto el potaje. Ambos be-bieron, y, apagada la abrasadora sed, se entre-garon al deleite de la conversación cuando Pa-troclo, varón igual a un dios, apareció en lapuerta. Violo el anciano; y, levantándose delvistoso asiento, le asió de la mano, le hizo en-trar y le rogó que se sentara; pero Patroclo seexcusó diciendo:648 -No puedo sentarme, anciano alumno deZeus; no lograrás convencerme. Respetable ytemible es quien me envía a preguntar a quéguerrero trajiste herido; pero ya lo sé, pues es-toy viendo a Macaón, pastor de hombres. Voy a

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llevar, como mensajero, la noticia a Aquiles.Bien sabes tú, anciano alumno de Zeus, lo vio-lento que es aquel hombre y cuán pronto cul-paría hasta a un inocente.655 Respondióle Néstor, caballero gerenio:656 -¿Cómo es que Aquiles se compadece de losaqueos que han recibido heridas? ¡No sabe enqué aflicción está sumido el ejército! Los másfuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos,yacen en las naves. Con arma arrojadiza fueherido el poderoso Tidida Diomedes; con lapica, Ulises, famoso por su lanza, y Agamenón;a Eurípilo flecháronle en el muslo, y acabo desacar del combate a este otro, herido tambiénpor una saeta que un arco despidió. Pero Aqui-les, a pesar de su valentía, ni se cura de losdánaos ni se apiada de ellos. ¿Aguarda acasoque las veleras naves sean devoradas por elfuego enemigo en la orilla del mar, sin que losargivos puedan impedirlo, y que unos en posde otros sucumbamos todos? Ya el vigor de miságiles miembros no es el de antes. ¡Ojalá fuese

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tan joven y mis fuerzas tan robustas comocuando en la contienda levantada entre los ele-os y nosotros por el robo de bueyes, maté aItimoneo, al valiente Hiperóquida, que vivía enla Elide, y tomé represalias! Itimoneo defendíasus vacas, pero cayó en tierra entre los prime-ros, herido por el dardo que le arrojó mi mano,y los demás campesinos huyeron espantados.En aquel campo logramos un espléndido botín:cincuenta vacadas, otras tantas manadas deovejas, otras tantas piaras de cerdos, otros tan-tos rebaños copiosos de cabras y ciento cin-cuenta yeguas bayas, muchas de ellas con suspotros. Aquella misma noche lo llevamos aPilos, ciudad de Neleo, y éste se alegró en sucorazón de que me correspondiera una granparte, a pesar de ser yo tan joven cuando fui alcombate. Al alborear, los heraldos pregonaroncon voz sonora que se presentaran todos aqué-llos a quienes se les debía algo en la divina Éli-de, y los caudillos pilios repartieron el botín.Con muchos de nosotros estaban en deuda los

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epeos, pues, como en Pilos éramos pocos, nosofendían; y en años anteriores había venido elfornido Heracles, que nos maltrató y dio muer-te a los principales ciudadanos. De los docehijos del irreprensible Neleo, tan sólo yo quedécon vida; todos los demás perecieron. Engreí-dos los epeos, de broncíneas corazas, por taleshechos, nos insultaban y urdían contra nosotrosinicuas acciones.-El anciano Neleo tomó enton-ces un rebaño de bueyes y otro grande de ca-bras, escogiendo trescientas de éstas con suspastores, por la gran deuda que tenía que co-brar en la divina Élide: había enviado cuatrocorceles, vencedores en anteriores juegos, unci-dos a un carro, para aspirar al premio de lacarrera, el cual consistía en un trípode; y Augí-as, rey de hombres, se quedó con ellos y despi-dió al auriga, que se fue triste por lo ocurrido.Airado por tales insultos y acciones, el ancianoescogió muchas cosas y dio lo restante al pue-blo, encargando que se distribuyera y que na-die se viese privado de su respectiva porción.

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Hecho el reparto, ofrecimos en la ciudad sacri-ficios a los dioses.- Tres días después se presen-taron muchos epeos con carros tirados por solí-pedos caballos y toda la hueste reunida; y entresus guerreros se hallaban ambos Molión, queentonces eran niños y no habían mostrado aúnsu impetuoso valor. Hay una ciudad llamadaTrioesa, en la cima de un monte contiguo alAlfeo, en los confines de la arenosa Pilos: losepeos quisieron destruirla y la sitiaron. Mas asíque hubieron atravesado la llanura, Ateneadescendió presurosa del Olimpo, cual nocturnamensajera, para que tomáramos las armas, y nohalló en Pilos un pueblo indolente, pues todossentíamos vivos deseos de combatir. A mí Ne-leo no me dejaba vestir las armas y me escondiólos caballos, no teniéndome por suficientemen-te instruido en las cosas de la guerra. Y contodo eso, sobresalí, siendo infante, entre losnuestros, que combatían en carros; pues fueAtenea la que dispuso de esta suerte el comba-te. Hay un río nombrado Minieo, que desembo-

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ca en el mar cerca de Arene: a11í los caudillosde los pilios aguardamos que apareciera la di-vina Aurora, y en tanto afluyeron los infantes.Reunidos todos y vestida la armadura, mar-chamos, llegando al mediodía a la sagrada co-rriente del Alfeo. Hicimos hermosos sacrificiosal prepotente Zeus, inmolamos un toro al Al-feo, otro a Posidón y una gregal vaca a Atenea,la de ojos de lechuza; cenamos sin romper lasfilas, y dormimos, con la armadura puesta, aorillas del río. Los magnánimos epeos estrecha-ban el cerco de la ciudad, deseosos de destruir-la; pero antes de lograrlo se les presentó unagran acción de Ares. Cuando el resplandecientesol apareció en to alto, trabamos la batalla, des-pués de orar a Zeus y a Atenea. Y en la lucha delos pilios con los epeos, fui el primero que matóa un hombre, al belicoso Mulio, cuyos solípe-dos corceles me llevé. Era éste yerno de Augías,por estar casado con la rubia Agamede, la hijamayor, que conocía cuantas drogas produce lavasta tierra. Y, acercándome a él, le envasé la

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broncínea lanza, lo derribé en el polvo, salté asu carro y me coloqué entre los combatientesdelanteros. Los magnánimos epeos huyeron endesorden, aterrorizados de ver en el suelo alhombre que mandaba a los que combatían encarros y tan fuerte era en la batalla. Lancéme aellos cual obscuro torbellino; tomé cincuentacarros, venciendo con mi lanza y haciendomorder la tierra a los dos guerreros que en cadauno venían; y hubiera matado a entrambos Mo-lión Actorión, si su padre, el poderoso Posidón,que conmueve la tierra, no los hubiese salvado,envolviéndolos en espesa niebla y sacándolosdel combate. Entonces Zeus concedió a los pi-lios una gran victoria. Perseguimos a los eleospor la espaciosa llanura, matando hombres yrecogiendo magníficas armas, hasta que nues-tros corceles nos llevaron a Buprasio, fértil entrigo, la roca Olenia y Alesio, al sitio llamado lacolina, donde Atenea hizo que el ejército se vol-viera. Allí dejé tendido al último hombre quematé. Cuando desde Buprasio dirigieron los

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aqueos los rápidos corceles a Pilos, todos dabangracias a Zeus entre los dioses y a Néstor entrelos hombres. Tal era yo entre los guerreros, sitodo no ha sido un sueño.- Pero del valor deAquiles sólo se aprovechará él mismo, y creoque ha de ser grandísimo su llanto cuando elejército perezca. ¡Oh amigo! Menecio to hizo unencargo el día en que to envió desde Ftía aAgamenón, estábamos dentro del palacio yo yel divino Ulises y oímos cuanto aquél to en-cargó. Nosotros, que entonces reclutábamostropas en la fértil Acaya, habíamos llegado a labien habitada casa de Peleo, donde encontra-mos al héroe Menecio, a ti y a Aquiles. Peleo, elanciano jinete, quemaba dentro del patio pin-gües muslos de buey en honor de Zeus, que secomplace en lanzar rayos; y con una copa deoro vertía el negro vino en la ardiente llama delsacrificio, mientras vosotros preparabais carnesde buey. Nos detuvimos en el vestíbulo; Aqui-les se levantó sorprendido, y cogiéndonos de lamano nos introdujo, nos hizo sentar y nos ofre-

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ció presentes de hospitalidad, como se acos-tumbra hacer con los forasteros. Satisficimos debebida y de comida el apetito, y empecé a ex-hortaros para que os vinierais con nosotros;ambos to anhelabais y vuestros padres os da-ban muchos consejos. El anciano Peleo reco-mendaba a su hijo Aquiles que descollarasiempre y sobresaliera entre los demás, y a suvez Menecio, hijo de Áctor, lo aconsejaba así:«¡Hijo mío! Aquiles te aventaja por su abolen-go, pero tú le superas en edad; aquél es muchomás fuerte, pero hazle prudentes advertencias,amonéstalo a instrúyelo y te obedecerá para supropio bien.» Así lo aconsejaba el anciano, y túlo olvidas. Pero aún podrías recordárselo alaguerrido Aquiles y quizás lograras persuadir-lo. ¿Quién sabe si con la ayuda de algún diosconmoverías su corazón? Gran fuerza tiene laexhortación de un amigo. Y si se abstiene decombatir por algún vaticinio que su madre,enterada por Zeus, le ha revelado, que a lo me-nos te envíe a ti con los demás mirmidones, por

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si llegas a ser la aurora de salvación de losdánaos, y to permita llevar en el combate sumagnífica armadura para que los troyanos teconfundan con él y cesen de pelear, los belico-sos aqueos que tan abatidos están se reanimen,y la batalla tenga su tregua, aunque sea porbreve tiempo. Vosotros, que no os halláis exte-nuados de fatiga, rechazaríais fácilmente de lasnaves y tiendas hacia la ciudad a esos hombresque de pelear están cansados.804 Así dijo, y conmovióle el corazón dentrodel pecho. Patroclo fuese corriendo por entrelas naves para volver a la tienda de AquilesEácida. Mas cuando, corriendo, llegó a los baje-les del divino Ulises -allí se celebraba el ágora yse administraba justicia ante los altares erigidosa los dioses- regresaba del combate, cojeando,Eurípilo Evemónida, del linaje de Zeus, quehabía recibido un flechazo en el muslo: abun-dante sudor corría por su cabeza y sus hom-bros, y la negra sangre brotaba de la graveherida, pero su inteligencia permanecía firme.

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Violo el esforzado hijo de Menecio, se compa-deció de él y, suspirando, dijo estas aladas pa-labras:816 -¡Ah infelices caudillos y príncipes de losdánaos! ¡Así debíais en Troya, lejos de los ami-gos y de la patria tierra, saciar con vuestrablanca grasa a los ágiles perros! Pero dime, hé-roe Eurípilo, alumno de Zeus: ¿Podrán losaqueos sostener el ataque del ingente Héctor, operecerán vencidos por su lanza?822 Respondióle Eurípilo herido:823 -¡Patroclo, del linaje de Zeus! Ya no habrádefensa para los aqueos que corren a refugiarseen las negras naves. Cuantos fueron hasta aquílos más valientes yacen en sus bajeles, heridosunos de cerca y otros de lejos por mano de lostroyanos, cuya fuerza va en aumento. Perosálvame llevándome a la negra nave, arránca-me la flecha del muslo, lava con agua tibia lanegra sangre que fluye de la herida y ponme enella drogas calmantes y salutíferas que, segúndicen, te dio a conocer Aquiles, instruido por

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Quirón, el más justo de los centauros. Pues delos dos médicos, Podalirio y Macaón, el unocreo que está herido en su tienda, y a su veznecesita de un buen médico, y el otro sostienevivo combate en la llanura troyana.837 Contestó el esforzado hijo de Menecio:838 -¿Cómo acabará esto? ¿Qué haremos, héroeEurípilo? Iba a decir al aguerrido Aquiles toque Néstor gerenio, protector de los aqueos, meencargó; pero no te dejaré así, abrumado por eldolor.842 Dijo; y, cogiendo al pastor de hombres porel pecho, llevólo a la tienda. El escudero, al ver-los venir, extendió en el suelo pieles de buey.Patroclo recostó en ellas a Eurípilo y sacó delmuslo, con la daga, la aguda y acerba flecha; y,después de lavar con agua tibia la negra sangre,espolvoreó la herida con una raíz amarga ycalmante que previamente había desmenuzadocon la mano. La raíz le calmó todos los dolores,secóse la herida y la sangre dejó de correr.

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CANTO XII*Combate en la muralla* Los troyanos asaltan con éxito la muralla y elfoso del campamento aqueo. Héctor, con unagran piedra, derriba la puerta de entrada alcampamento y abre una vía de acceso a sustropas.

1 En tanto que el fuerte hijo de Menecio curaba,dentro de la tienda, a Eurípilo herido, acomet-íanse confusamente argivos y troyanos. Ya nohabía de contener a éstos ni el foso ni el anchomuro que al borde del mismo construyeron losdánaos, sin ofrecer a los dioses hecatombesperfectas, para que los defendiera a ellos y lasveleras naves y el mucho botín que dentro seguardaba. Levantado el muro contra la volun-tad de los inmortales dioses, no debía subsistirlargo tiempo. Mientras vivió Héctor, estuvoAquiles irritado y la ciudad del rey Príamo nofue expugnada, la gran muralla de los aqueosse mantuvo firme. Pero, cuando hubieron

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muerto los más valientes troyanos, de los argi-vos unos perecierón y otros se salvaron, la ciu-dad de Príamo fue destruida en el décimo año,y los argivos se embarcaron para regresar a supatria; Posidón y Apolo decidieron arruinar elmuro con la fuerza de los ríos que corren de losmontes ideos al mar: el Reso, el Heptáporo, elCareso, el Rodio, el Gránico, el Esepo, el divinoEscamandro y el Simoente, en cuya ribera caye-ron al polvo muchos cascos, escudos de boyunocuero y la generación de los hombres semidi-oses.- Febo Apolo desvió el curso de todos es-tos ríos y dirigió sus corrientes a la muralla porespacio de nueve días, y Zeus no cesó de lloverpara que más presto se sumergiese en el mar.Iba al frente de aquéllos el mismo Posidón, quebate la tierra, con el tridente en la mano, y tiró alas olas todos los cimientos de troncos y piedrasque con tanta fatiga echaron los aqueos, arrasóla orilla del Helesponto, de rápida corriente,enarenó la gran playa en que estuvo el destrui-

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do muro y volvió los ríos a los cauces por don-de discurrían sus cristalinas aguas.34 De tal modo Posidón y Apolo debían proce-der más tarde. Entonces ardía el clamorosocombate al pie del bien labrado muro, y lasvigas de las torres resonaban al chocar de losdardos. Los argivos, vencidos por el azote deZeus, encerrábanse en el cerco de las cóncavasnaves por miedo a Héctor, cuya valentía lescausaba la derrota, y éste seguía peleando yparecía un torbellino. Como un jabalí o un leónse revuelve, orgulloso de su fuerza, entre pe-rros y cazadores que agrupados le tiran mu-chos venablos -la fiera no siente en su ánimoaudaz ni temor ni espanto, y su propio valor lamata- y va de un lado a otro, probando las hile-ras de los hombres, y se apartan aquéllos hacialos que se dirige, de igual modo agitábaseHéctor entre la turba y exhortaba a sus compa-ñeros a pasar el foso. Los corceles, de pies lige-ros, no se atrevían a hacerlo, y parados en elborde relinchaban, porque el ancho foso les

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daba horror. No era fácil, en efecto, salvarlo niatravesarlo, pues tenía escarpados precipicios auno y otro lado, y en su parte alta grandes ypuntiagudas estacas, que los aqueos clavaronespesas para defenderse de los enemigos. Uncaballo tirando de un carro de hermosas ruedasdifícilmente hubiera entrado en el foso, y lospeones meditaban si podrían realizarlo. Enton-ces llegóse Polidamante al audaz Héctor, y dijo:61 -¡Héctor y demás caudillos de los troyanos ysus auxiliares! Dirigimos imprudentemente losveloces caballos al foso, y éste es muy difícil depasar, porque está erizado de agudas estacas ya lo largo de él se levanta el muro de los aque-os. Allí no podríamos apearnos del carro nicombatir, pues se trata de un sitio estrechodonde temo que pronto seríamos heridos. SiZeus altitonante, meditando males contra losaqueos, quiere destruirlos completamente parafavorecer a los troyanos, deseo que lo realicecuanto antes y que aquéllos perezcan sin gloriaen esta tierra, lejos de Argos. Pero si los aqueos

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se volviesen, y viniendo de las naves nos obli-garan a repasar el profundo foso, me figuro queni un mensajero podría retornar a la ciudadhuyendo de los aqueos que nuevamente entra-ran en combate. Ea, procedamos todos comovoy a decir. Los escuderos tengan los caballosen la orilla del foso y nosotros sigamos a Héctora pie, con armas y todos reunidos; pues losaqueos no resistirán el ataque si sobre ellospende la ruina.80 Así dijo Polidamante, y su prudente consejoplugo a Héctor, el cual, en seguida y sin dejarlas armas, saltó del carro a tierra. Los demástroyanos tampoco permanecieron en sus carros;pues así que vieron que el divino Héctor lo de-jaba, apeáronse todos, mandaron a los aurigasque pusieran los caballos en línea junto al foso,y, habiéndose ordenado en cinco grupos, em-prendieron la marcha con los respectivos jefes.88 Iban con Héctor y Polidamante los más ymejores, que anhelaban romper el muro y pele-ar cerca de las cóncavas naves; su tercer jefe era

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Cebríones, porque Héctor había dejado a otroauriga inferior para cuidar del carro. De otrogrupo eran caudillos Paris, Alcátoo y Agenor.El tercero lo mandaban Héleno y el deiformeDeífobo, hijos de Príamo, y el héroe Asio Hirtá-cida, que había venido de Arisbe, de las orillasdel río Seleente, en un carro tirado por altos yfogosos corceles. El cuarto lo regía Eneas, va-liente hijo de Anquises, y con él Arquéloco yAcamante, hijos de Anténor, diestros en todasuerte de combates. Por último, Sarpedón sepuso al frente de los ilustres aliados, eligiendopor compañeros a Glauco y al belicoso Astero-peo, a quienes tenía por los más valientes des-pués de sí mismo, pues él descollaba entre to-dos. Tan pronto como hubieron embrazado losfuertes escudos y cerrado las filas, marcharonanimosos contra los dánaos; y esperaban queéstos, en vez de oponerles resistencia, se refu-giarían en las negras naves.108 Todos los troyanos y sus auxiliares venidosde lejas tierras siguieron el consejo del eximio

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Polidamante, menos Asio Hirtácida, príncipede hombres, que, negándose a dejar el carro yal auriga, se acercó con ellos a las veleras naves.¡Insensato! No había de librarse de las funestasparcas, ni volver, ufano de sus corceles y de sucarro, de las naves a la ventosa Ilio; porque suhado infausto lo hizo morir atravesado por lalanza del ilustre Idomeneo Deucálida. Fuese,pues, hacia la izquierda de las naves, al sitiopor donde los aqueos solían volver de la llanu-ra con los caballos y carros; hacia aquel lugardirigió los corceles, y no halló las puertas ce-rradas y aseguradas con el gran cerrojo, porqueunos hombres las tenían abiertas, con el fin desalvar a los compáñeros que, huyendo delcombate, llegaran a las naves. A aquel parajeenderezó los caballos, y los demás to siguierondando agudos gritos, porque esperaban que losaqueos, en vez de oponer resistencia, se refu-giarían en las negras naves. ¡Insensatos! En laspuertas encontraron a dos valentísimos gué-rreros, hijos gallardos de los belicosos lapitas: el

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esforzado Polipetes, hijo de Pirítoo, y Leonteo,igual a Ares, funesto a los mortales. Ambosestaban delante de las altas puertas, como en elmonte unas encinas de elevada copa, fijas alsuelo por raíces gruesas y extensas, desafíanconstantemente el viento y la lluvia; de igualmanera aquéllos, confiando en sus manos y ensu valor, aguardaron la llegada del gran Asio yno huyeron. Los troyanos se encaminaron congran alboroto al bien construido muro, levan-tando los escudos de secas pieles de buey,mandados por el rey Asio, Yámeno, Orestes,Adamante Asíada, Toón y Enómao. Polipetes yLeonteo hallábanse dentro a instigaban a losaqueos, de hermosas grebas, a pelear por lasnaves; mas, así que vieron a los tróyanos ata-cando la muralla y a los dánaos en clamorosafuga, salieron presurosos a combatir delante delas puertas, semejantes a montaraces jabalíesque en el monte son terrero de la acometida dehombres y canes, y en curva carrera tronchan yarrancan de raíz las plantas de la selva, dejando

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oír el crujido de sus dientes, hasta que los hom-bres, tirándoles venablos, les quitan la vida; deparecido modo resonaba el luciente bronce enel pecho de los héroes a los golpes que recibían,pues peleaban con gran denuedo, confiando enlos guerreros de encima de la muralla y en supropio valor. Desde las torres bien construidaslos aqueos tiraban para defenderse a sí mismos,las tiendas y las naves de ligero andar. Comocaen al suelo los copos de nieve que impetuosoviento, agitando las pardas nubes, derrama enabundancia sobre la fértil tierra, así llovían losdardos que arrojaban aqueos y troyanos, y lbscascos y abollonados escudos sonaban seca-mente al chocar con ellos las ingentes piedras.Entonces Asio Hirtácida, dando un gemido ygolpeándose el muslo, exclamó indigando:164 -¡Padre Zeus! Muy falaz te has vuelto, puesyo no esperaba que los héroes aqueos opusie-ran resistencia a nuestro valor a invictas manos.Como las abejas o las flexibles avispas que hananidado en fragoso camino y no abandonan su

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hueca morada al acercarse los cazadores, sinoque luchan por los hijuelos, así aquéllos, con serdos solamente, no quieren retirarse de las puer-tas mientras no perezcan, o la libertad no pier-dan.173 Así dijo; pero sus palabras no cambiaron lamente de Zeus, que deseaba conceder cal gloriaa Héctor.175 Otros peleaban delante de otras puertas, yme sería difícil, no siendo un dios, contarlo to-do. Por doquiera ardía el combate al pie dellapídeo muro; los argivos, aunque llenos deangustia, veíanse obligados a defender las na-ves; y estaban apesarados todos los dioses queen la guerra protegían a los dánaos. Entoncesfue cuando los lapitas empezaron el combate yla refriega.182 El fuerte Polipetes, hijo de Pintoo, hirió aDámaso con la lanza por el casco de broncíneascarrilleras: el casco de bronce no detuvo a aqué-lla cuya punta, de bronce también, rompió elhueso; conmovióse el cerebro y el guerrero su-

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cumbió mientras combatía con denuedo. Aquélmató luego a Pilón y a órmeno. Leonteo, hijo deAntímaco y vástago de Ares, arrojó un dardo aHipómaco y se lo clavó junto al ceñidor; luegodesenvainó la aguda espada, y, acometiendopor en medio de la muchedumbre a Antífates,lo hirió y lo tiró de espaldas; y después derribósucesivamente a Menón, Yámeno y Orestes,que fueron cayendo al almo suelo.195 Mientras ambos héroes quitaban a losmuertos las lucientes armas, adelantaron lamarcha con Polidamante y Héctor los más ymás valientes de los jóvenes, que sentían unvivo deseo de romper el muro y pegar fuego alas naves. Pero detuviéronse indecisos en laorilla del foso, cuando ya se disponían a atrave-sarlo, por haber aparecido encima de ellos, ydejando el pueblo, a la izquierda, un ave agore-ra: un águila de alto vuelo, llevando en las ga-rras un enorme dragón sangriento, vivo, que seestremecía y no se había olvidado de la lucha,pues encorvándose hacia atrás hirióla en el pe-

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cho, cerca del cuello. El águila, penetrada dedolor, dejó caer el dragón en medio de la turba;y, chillando, voló con la rapidez del viento. Lostroyanos estremeciéronse al ver en medio deellos la manchada sierpe, prodigio de Zeus, quelleva la égida. Entonces acercóse Polidamanteal audaz Héctor, y le dijo:211 -¡Héctor! Siempre me increpas en las juntas,aunque lo que proponga sea bueno; mas no esdecoroso que un ciudadano hable en las reu-niones o en la guerra contra lo debido, sólopara acrecentar tu poder. También ahora he demanifestar lo que considero conveniente. Novayamos a combatir con los dánaos cerca de lasnaves. Creo que nos ocurrirá lo que diré, si vinorealmente para los troyanos, cuando deseabanatravesar el foso, esta ave agorera: un águila dealto vuelo, que dejaba el pueblo a la izquierda yllevaba en las garras un enorme dragón san-griento y vivo, y lo hubo de soltar presto antesde llegar al nido y darlo a sus polluelos. Desemejante modo, si con gran ímpetu rompemos

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ahora las puertas y el muro, y los aqueos retro-ceden, luego no nos será posible volver de lasnaves en buen orden por el mismo camino; ydejaremos a muchos troyanos tendidos en elsuelo, a los cuales los aqueos, combatiendo endefensa de sus naves, habrán muerto con lasbroncíneas armas. Así lo interpretaría un augurque, por ser muy entendido en prodigios, me-reciera la confianza del pueblo.230 Encarándole la torva vista, respondióHéctor, el de tremolante casco:231 -¡Polidamante! No me place lo que propo-nes y podías haber pensado algo mejor. Si re-almente hablas con seriedad, los mismos dioseste han hecho perder el juicio; pues me aconsejasque, olvidando las promesas que Zeus tonanteme hizo y ratificó luego, obedezca a las avesaliabiertas, de las cuales no me cuido ni en ellasparo mientes, sea que vayan hacia la derechapor donde aparecen la aurora y el sol, sea quese dirijan a la izquierda, al tenebroso ocaso.Confiemos en las promesas del gran Zeus, que

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reina sobre todos, mortales a inmortales. Elmejor agüero es éste: combatir por la patria.¿Por qué te dan miedo el combate y la pelea?Aunque los demás fuéramos muertos en lasnaves argivas, no debieras temer por to vida;pues ni tu corazón es belicoso, ni te permiteaguardar a los enemigos. Y si dejas de luchar, ocon tus palabras logras que otro se abstenga,pronto perderás la vida, herido por mi lanza.251 Así, habiendo hablado, echó a andar. Si-guiéronlo todos con fuerte gritería, y Zeus, quese complace en lanzar rayos, enviando desdelos montes ideos un viento borrascoso, levantógran polvareda en las naves, abatió el ánimo delos aqueos, y dio gloria a los troyanos y aHéctor, que, fiados en las prodigiosas señalesdel dios y en su propio valor, intentaban rom-per la gran muralla aquea. Arrancaban las al-menas de las torres, demolían los parapetos yderribaban los zócalos salientes que los aqueoshabían hecho estribar en el suelo para que sos-tuvieran las torres. También tiraban de éstas,

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con la esperanza de romper el muro de losaqueos. Mas los dánaos no les dejaban libre elcamino, y, protegiendo los parapetos con bo-yunas pieles, herían desde allí a los enemigosque al pie de la muralla se encontraban.265 Los dos Ayantes recorrían las torres, ani-mando a los aqueos y excitando su valor; a to-das partes iban, y a uno le hablaban con suavespalabras y a otro le reñían con duras frasesporque flojeaba en el combate:2H -¡Oh amigos, ya entre los argivos seáis lospreeminentes, los mediocres o los peores, puesno todos los hombres son iguales en la guema!Ahora el trabajo es común a todos y vosotrosmismos to conocéis. Nadie se vuelva atrás,hacia los bajeles, por oír las amenazas de untroyano; id adelante y animaos mutuamente,por si Zeus olímpico, fulminador, nos permiterechazar el ataque y perseguir a los enemigoshasta la ciudad.277 Dando tales voces animaban a los aqueospara que combatieran. Cuan espesos caen los

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copos de nieve cuando en un día de inviernoZeus decide nevar, mostrando sus armas a loshombres, y, adormeciendo los vientos, nieva in-cesantemente hasta que cubre las cimas y losriscos de los montes más altos, las praderascubiertas de loto y los fértiles campos cultiva-dos por el hombre, y la nieve se extiende porlos puertos y playas del espumoso mar, y úni-camente la detienen las olas, pues todo lo res-tante queda cubierto cuando arrecia la nevadade Zeus, así, tan espesas, volaban las piedraspor ambos lados, las unas hacia los troyanos ylas otras de éstos a los aqueos, y el estrépito seelevaba sobre todo el muro.290 Mas los troyanos y el esclarecido Héctor nohabrían roto aún las puertas de la muralla y elgran cerrojo, si el próvido Zeus no hubiese inci-tado a su hijo Sarpedón contra los argivos, co-mo a un león contra bueyes de retorcidos cuer-nos. Sarpedón levantó en seguida el escudoliso, hermoso, protegido por planchas de bron-ce, obra de un broncista que sujetó muchas pie-

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les de buey con varitas de oro prolongadas porambos lados hasta el borde circular; alzando,pues, la rodela y blandiendo un par de lanzas,se puso en marcha como el montaraz león queen mucho tiempo no ha probado la carne y suánimo audaz le impele a acometer un rebañode ovejas yendo a la alquería sólidamente cons-truida; y, aunque en ella encuentre pastoresque, armados con venablos y provistos de pe-rros, guardan las ovejas, no quiere que lo echendel establo sin intentar el ataque, hasta que,saltando dentro, o consigue hacer presa o esherido por un venablo que ágil mano le arroja;del mismo modo, el deiforme Sarpedón se sent-ía impulsado por su ánimo a asaltar el muro ydestruir los parapetos. Y en seguida dijo aGlauco, hijo de Hipóloco:310 -¡Glauco! ¿Por qué a nosotros nos honranen la Licia con asientos preferentes, manjares ycopas de vino, y todos nos miran como a dio-ses, y poseemos campos grandes y magníficos aorillas del Janto, con viñas y tierras de pan lle-

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var? Preciso es que ahora nos sostengamos en-tre los más avanzados y nos lancemos a la ar-diente pelea, para que diga alguno de los licios,armados de fuertes corazas: «No sin gloria im-peran nuestros reyes en la Licia; y si comenpingües ovejas y beben exquisito vino, dulcecomo la miel, también son esforzados, puescombaten al frente de los licios». ¡Oh amigo!Ojalá que, huyendo de esta batalla, nos librá-ramos para siempre de la vejez y de la muerte,pues ni yo me batiría en primera fila, ni to lle-varía a la lid, donde los varones adquieren glo-ria; pero, como son muchas las clases de muerteque penden sobre los mortales, sin que éstospuedan huir de ellas ni evitarlas, vayamos ydaremos gloria a alguien, o alguien nos la daráa nosotros.329 Así dijo; y Glauco ni retrocedió ni fue des-obediente. Ambos fueron adelante en línea re-cta, siguiéndoles la numerosa hueste de losiicios. Estremecióse al advertirlo Menesteo, hijode Péteo, pues se encaminaban hacia su torre,

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llevando consigo la ruina. Ojeó la cohorte de losaqueos, por si divisaba a algún jefe que libraradel peligro a los compañeros, y distinguió aentrambos Ayantes, incansables en el combate,y a Teucro, recién salido de la tienda, que sehallaban cerca. Pero no podía hacerse oír pormás que gritara, porque era tanto el estrépito,que el ruido de los escudos al parar los golpes,el de los cascos guarnecidos con crines de caba-llo, y el de las puertas, llegaba al cielo; todas laspuertas se hallaban cerradas, y los troyanos,detenidos por las mismas, intentaban penetrarrompiéndolas a viva fuerza. Y Menesteo deci-dió enviar a Tootes, el heraldo, para que llama-se a Ayante:343 -Ve, divino Tootes, y llama corriendo aAyante, o mejor a los dos; esto sería preferible,pues pronto habrá aquí gran estrago. ¡Tal cargadan los caudillos licios, que siempre han sidosumamente impetuosos en las encarnizadaspeleas! Y si también a11í se ha promovido reciocombate, venga por lo menos el esforzado

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Ayante Telamonio y sígalo Teucro, excelentearquero.351 Así dijo; y el heraldo oyólo y no desobede-ció. Fuese corriendo a lo largo del muro de losaqueos, de broncíneas corazas, se detuvo cercade los Ayantes, y les habló en estos términos:354 -.-¡Ayantes, jefes de los argivos, de broncí-neas corazas! El caro hijo de Péteo, alumno deZeus, os ruega que vayáis a tener parte en larefriega, aunque sea por breve tiempo. Quefuerais los dos, sería preferible; pues prontohabrá a11í gran estrago. ¡Tal carga dan los cau-dillos licios, que siempre han sido sumamenteimpetuosos en las encarnizadas peleas! Y sitambién aquí se ha promovido recio combate,vaya por lo menos el esforzado Ayante Tela-monio y sígalo Teucro, excelente arquero.364 Así habló; y el gran Ayante Telamonio nofue desobediente. En el acto dijo al Oilíada es-tas aladas palabras:366 -¡Ayante! Vosotros, tú y el fuerte Licome-des, seguid aquí y alentad a los dánaos para

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que peleen con denuedo. Yo voy a11á, comba-tiré con aquéllos, y volveré tan pronto como loshaya socorrido.370 Así habiendo hablado, Ayante Telamoniopartió y con él fueron Teucro, su hermano depadre, y Pandión, que llevaba el corvo arco deTeucro. Llegaron a la torre del magnánimo Me-nesteo, y, penetrando en el muro, se unieron alos defensores que ya se veían acosados; pueslos caudillos y esforzados príncipes de los liciosasaltaban los parapetos como un obscuro torbe-llino. Trabaron el combate y se produjo granvocerío.378 Fue Ayante Telamonio el primero que matóa un hombre, al magnánimo Epicles, compañe-ro de Sarpedón, arrojándole una piedra grandey áspera que había dentro del muro, en la partemás alta, cerca del parapeto. Difícilmente habr-ía podido sospesarla con ambas manos uno delos actuales jóvenes, y aquél la levantó y, tirán-dola desde lo alto a Epicles, rompióle el cascode cuatro abolladuras y aplastóle los huesos de

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la cabeza; el troyano cayó de la elevada torrecomo salta un buzo, y el alma separóse de losmiembros. Teucro, desde to alto de la muralla,disparó una flecha a Glauco, esforzado hijo deHipóloco, que valeroso acometía; y, dirigién-dola adonde vio que el brazo aparecía desnudo,to puso fuera de combate. Saltó Glauco y sealejó del muro, ocultándose para que ningúnaqueo, al advertir que estaba herido, profirierajactanciosas palabras. Apesadumbróse Sar-pedón al notario; mas no por esto se olvidó dela pelea, pues, habiendo alcanzado a AlcmaónTestórida, le envasó la lanza, que al punto vol-vió a sacar: el guerrero, siguiendo la lanza, diode cara en el suelo, y las broncíneas labradasarmas resonaron. Después, cogiendo con susrobustas manos un parapeto, tiró del mismo ylo arrancó entero; quedó el muro desguarneci-do en su parte superior y con ello se abrió ca-mino para muchos.400 Pero en el mismo instante acertáronle aSarpedón Ayante y Teucro: éste atravesó con

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una flecha el lustroso correón del gran escudo,cerca del pecho; mas Zeus apartó de su hijo lasparcas, para que no sucumbiera junto a las na-ves; Ayante, arremetiendo, dio un bote de lanzaen el escudo: la punta no lo atravesó, pero hizovacilar al héroe cuando se disponía para el ata-que. Sarpedón se apartó un poco del parapeto,pero no se retiró del todo, porque en su ánimodeseaba alcanzar gloria. Y volviéndose a loslicios, iguales a los dioses, los exhortó diciendo:409 -¡Oh licios! ¿Por qué se afloja tanto vuestroimpetuoso valor? Difícil es que yo solo, aunquehaya roto la muralla y sea valiente, pueda abrircamino hasta las naves. Ayudadme todos, puesla obra de muchos siempre resulta mejor.413 Así habló. Los licios, temiendo la reconven-ción del rey, junto con éste y con mayores bríosque antes, cargaron a los argivos; quienes, a suvez, cerraron las filas de las falanges dentro delmuro, porque era grande la acción que se lespresentaba. Y ni los bravos licios, a pesar dehaber roto el muro de los dánaos, lograban

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abrirse paso hasta las naves; ni los belicososdánaos podían rechazar de la muralla a los li-cios desde que a la misma se habían acercado.Como dos hombres altercan, con la medida enla mano, sobre los lindes de campos contiguosy se disputan un pequeño espacio, así, licios ydánaos estaban separados por los parapetos, ypor cima de los mismos hacían chocar delantede los pechos las rodelas de boyuno cuero y losligeros broqueles. Ya muchos combatienteshabían sido heridos con el cruel bronce, unosen la espalda, que al volverse dejaron indefen-sa, otros por entre el mismo escudo. Por do-quiera torres y parapetos estaban regados consangre de troyanos y aqueos. Mas ni aun así lostroyanos podían hacer volver la espalda a losaqueos. Como una honrada obrera coge unpeso y lana y los pone en los platillos de unabalanza, equilibrándolos hasta que quedaniguales, para llevar a sus hijos el miserable sala-rio, así el combate y la pelea andaban igualespara unos y otros, hasta que Zeus quiso dar

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excelsa gloria a Héctor Priámida, el primeroque asaltó el muro aqueo. El héroe, con pujantevoz, gritó a los troyanos:440 -¡Acometed, troyanos domadores de caba-llos! Romped el muro de los argivos y arrojad alas naves el fuego abrasador.442 Así dijo para excitarlos. Escucháronlo to-dos; y reunidos fuéronse derechos al muro,subieron y pasaron por encima de las almenas,llevando siempre en las manos las afiladas lan-zas.445 Héctor cogió entonces una piedra de anchabase y aguda punta que había delante de lapuerta: dos de los más forzudos hombres delpueblo, tales como son hoy, con dificultadhubieran podido cargarla en un carro; peroaquél la manejaba fácilmente porque el hijo delartero Crono la volvió liviana. Bien así como elpastor lleva en una mano el vellón de un carne-ro, sin que el peso lo fatigue, Héctor, alzando lapiedra, la conducía hacia las tablas que fuerte-mente unidas formaban las dos hojas de la alta

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puerta y estaban aseguradas por dos cerrojospuestos en dirección contraria, que abría y ce-rraba una sola llave. Héctor se detuvo delantede la puerta, separó los pies, y, estribando en elsuelo para que el golpe no fuese débil, arrojó lapiedra al centro de aquélla: rompiéronse ambosquiciales, cayó la piedra dentro por su propiopeso, recrujieron las tablas, y, como los cerrojosno ofrecieron bastante resistencia, desuniéronselas hojas y cada una fue por su lado, al impulsode la piedra. El esclarecido Héctor, que por suaspecto a la rápida noche semejaba, saltó alinterior: el bronce relucía de un modo terribleen torno de su cuerpo, y en la mano llevaba doslanzas. Nadie, a no ser un dios, hubiera podidosalirle al encuentro y detenerlo cuando traspu-so la puerta. Sus ojos brillaban como el fuego. Yvolviéndose a la turba, alentaba a los troyanospara que pasaran la muralla. Obedecieron, ymientras unos asaltaban el muro, otros afluíana las bien construidas puertas. Los dánaos re-

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fugiáronse en las cóncavas naves y se promovióun gran tumulto.

CANTO XIII*Batalla junto a las naves* Zeus, cuya voluntad dirigía los acontecimien-tos, abandona de momento sus planes, y Po-sidón aprovecha la circunstancia para organi-zar la resistencia en el bando aqueo. Al sufrir lapresión de los troyanos por la izquierda y porel centro, inician el contraataque por la derecha.

1 Cuando Zeus hubo acercado a Héctor y lostroyanos a las naves, dejó que sostuvieran eltrabajo y la fatiga de la batalla, y, volviendo aotra parte sus ojos refulgentes, miraba a lo lejosla tierra de los tracios, diestros jinetes; de losmisios, que combaten de cerca; de los ilustreshipomolgos, que se alimentan con leche; y delos abios, los más justos de los hombres. Y yano volvió a poner los brillantes ojos en Troya,porque su corazón no temía que inmortal algu-

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no fuera a socorrer ni a los troyanos ni a losdánaos.10 Pero no en vano el poderoso Posidón, quebate la tierra, estaba al acecho en la cumbre másalta de la selvosa Samotracia contemplando lalucha y la pelea. Desde a11í se divisaba todo elIda, la ciudad de Príamo y las naves aqueas. Enaquel sitio habíase sentado Posidón al salir delmar; y compadecía a los aqueos, vencidos porlos troyanos, a la vez que cobraba gran indig-nación contra Zeus.17 Pronto Posidón bajó del escarpado montecon ligera planta; las altas colinas y las selvastemblaban debajo de los pies inmortales, mien-tras el dios iba andando. Dio tres pasos, y alcuarto arribó al término de su viaje, a Egas;a11í, en las profundidades del mar, tenía pala-cios magníficos, de oro, resplandecientes a in-destructibles. Luego que hubo llegado, unció alcarro un par de corceles de cascos de bronce yáureas crines que volaban ligeros; y seguida-mente envolvió su cuerpo en dorada túnica,

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tomó el látigo de oro hecho con arte, subió alcarro y lo guió por cima de las olas. Debajo sal-taban los cetáceos, que salían de sus escondri-jos, reconociendo al rey; el mar abría, gozoso,sus aguas, y los ágiles caballos con apresuradovuelo y sin dejar que el eje de bronce se mojaraconducían a Posidón hacia las naves de losaqueos.32 Hay una vasta gruta en lo hondo del pro-fundo mar entre Ténedos y la escabrosa Im-bros; y, al llegar a ella, Posidón, que bate la tie-rra, detuvo los corceles, desunciólos del carro,dioles a comer un pasto divino, púsoles en lospies trabas de oro indestructibles a indisolu-bles, para que sin moverse de aquel sitioaguardaran su regreso, y se fue al ejército de losaqueos.39 Los troyanos, enardecidos y semejantes auna llama o a una tempestad, seguían apiñadosa Héctor Priámida con alboroto y vocerío; ytenían esperanzas de tomar las naves de losaqueos y matar entre ellas a todos sus caudillos.

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43 Mas Posidón, que ciñe y bate la tierra, ase-mejándose a Calcante en el cuerpo y en la vozinfatigable, incitaba a los argivos desde quesalió del profundo mar, y dijo a los Ayantes,que ya estaban deseosos de combatir:47 -¡Ayantes! Vosotros salvaréis a los aqueos sios acordáis de vuestro valor y no de la fugahorrenda. No me ponen en cuidado las audacesmanos de los troyanos que asaltaron en tropella gran muralla, pues a todos resistirán losaqueos, de hermosas grebas; pero es de temer,y mucho, que padezcamos algún daño en estaparte donde aparece a la cabeza de los suyos elrabioso Héctor, semejante a una llama, el cualblasona de ser hijo del prepotente Zeus. Unadeidad levante el ánimo en vuestro pecho pararesistir firmemente y exhortar a los demás; conesto podríais rechazar a Héctor de las naves, deligero andar, por furioso que estuviera y aun-que fuese el mismo Olímpico quien to instigara.59 Dijo así Posidón, que ciñe y bate la tierra; y,tocando a entrambos con el cetro, llenólos de

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fuerte vigor y agilitóles todos los miembros yespecialmente los pies y las manos. Y como elgavilán de ligeras alas se arroja, después deelevarse a una altísima y abrupta peña, endere-zando el vuelo a la llanura para perseguir a unave, de aquel modo apartóse de ellos Posidón,que bate la tierra. El primero que le reconociófue el ágil Ayante de Oileo, quien dijo al mo-mento a Ayante, hijo de Telamón:68 -¡Ayante! Un dios del Olimpo nos instiga,transfigurado en adivino, a pelear cerca de lasnaves; pues ése no es Calcante, el inspiradoaugur: he observado las huellas que dejan susplantas y su andar, y a los dioses se les recono-ce fácilmente. En mi pecho el corazón siente undeseo más vivo de luchar y combatir, y mismanos y pies se mueven con impaciencia.76 Respondió Ayante Telamonio:77 -También a mí se me enardecen las audacesmanos en torno de la lanza y mi fuerza aumen-ta y mis pies saltan, y deseo pelear yo solo conHéctor Priámida, cuyo furor es insaciable.

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81 Así éstos conversaban, alegres por el bélicoardor que una deidad puso en sus corazones;en tanto, Posidón, que ciñe la tierra, animaba alos aqueos de las últimas filas, que junto a lasveleras naves reparaban las fuerzas. Tenían losmiembros relajados por el penoso cansancio, yse les llenó el corazón de pesar cuando vieronque los troyanos asaltaban en tropel la granmuralla: contemplábanlo con los ojos arrasadosde lágrimas y no creían escapar de aquel peli-gro. Pero Posidón, que bate la tierra, intervino yreanimó fácilmente las esforzadas falanges. Fueprimero a incitar a Teucro, Leito, el héroe Pené-leo, Toante, Deípiro, Meriones y Antíloco,aguerridos campeones, y, para alentarlos, lesdijo estas aladas palabras:95 -¡Qué vergüenza, argivos jóvenes adolescen-tes! Figurábame que peleando conseguiríaissalvar nuestras naves; pero, si cejáis en el funes-to combate, ya luce el día en que sucumbiremosa manos de los troyanos. ¡Oh dioses! Veo conmis ojos un prodigio grande y terrible que

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jamás pensé que llegara a realizarse. ¡Venir lostroyanos a nuestros bajeles! Parecíanse antes alas medrosas ciervas que vagan por el monte,débiles y sin fuerza para la lucha, y son el pastode chacales, panteras y lobos; semejantes aellas, nunca querrán los troyanos afrontar a losaqueos, aunque fuese un instante, ni osabanresistir su valor y sus manos. Y ahora peleanlejos de la ciudad, junto a las naves, por la cul-pa del caudillo y la indolencia de los hombresque, no obrando de acuerdo con él, se niegan adefender los bajeles, de ligero andar, y recibenla muerte cerca de los mismos. Mas, aunque elhéroe Atrida, el poderoso Agamenón, sea elverdadero culpable de todo, porque ultrajó alPelida de pies ligeros, en modo alguno nos eslícito dejar de combatir. Remediemos con pres-teza el mal, que la mente de los buenos es apla-cable. No es decoroso que decaiga vuestro im-petuoso valor, siendo como sois los más valien-tes del ejército. Yo no increparía a un hombretímido porque se abstuviera de pelear; pero

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contra vosotros se enciende en ira mi corazón.¡Oh cobardes! Con vuestra indolencia haréisque pronto se agrave el mal. Poned en vuestrospechos vergüenza y pundonor, ahora que sepromueve esta gran contienda. Ya el fuerteHéctor, valiente en la pelea, combate cerca delas naves y ha roto las puertas y el gran cerrojo.125 Con tales amonestaciones, el que ciñe latierra instigó a los aqueos. Rodeaban a ambosAyantes fuertes falanges que hubieran declara-do irreprensibles Ares y Atenea, que enardece alos guerreros, si por ellas se hubiesen entrado.Los tenidos por más valientes aguardaban a lostroyanos y al divino Héctor, y las astas y losescudos se tocaban en las cerradas filas: la rode-la apoyábase en la rodela, el yelmo en otro yel-mo, cada hombre en su vecino, y chocaban lospenachos de crines de caballo y los lucientesconos de los cascos cuando alguien inclinaba lacabeza. ¡Tan apiñadas estaban las filas! Cruzá-banse las lamas, que blandían audaces manos,

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y ellos deseaban arremeter a los enemigos ytrabar la pelea.136 Los troyanos acometieron unidos, siguien-do a Héctor, que deseaba ir en derechura a losaqueos. Como la piedra insolente que cae deuna cumbre y lleva consigo la ruina, porque seha desgajado, cediendo a la fuerza de torrencialavenida causada por la mucha lluvia, y des-ciende dando tumbos con ruido que repercuteen el bosque, corre segura hasta el llano, y a11íse detiene, a pesar de su ímpetu, de igual modoHéctor amenazaba con atravesar fácilmente porlas tiendas y naves aqueas, matando siempre, yno detenerse hasta el mar; pero encontró lasdensas falanges, y tuvo que hacer alto despuésde un violento choque. Los aqueos le afronta-ron; procuraron herirlo con las espadas y lan-zas de doble filo, y apartáronle de ellos, desuerte que fue rechazado, y tuvo que retroce-der. Y con voz penetrante gritó a los troyanos:150 -¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo acuerpo peleáis! Persistid en el ataque; pues los

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aqueos no me resistirán largo tiempo, aunquese hayan formado en columna cerrada; y creoque mi lanza les hará retroceder pronto, si ver-daderamente me impulsa el dios más poderoso,el tonante esposo de Hera.155 Con estas palabras les excitó a todos el va-lor y la fuerza. Entre los troyanos iba muy ufa-no Deífobo Priámida, que se adelantaba ligeroy se cubría con el liso escudo. Meriones arrojóleuna reluciente lanza, y no erró el tiro: acertó adar en la rodela hecha de pieles de toro, sinconseguir atravesarla, porque aquélla se rom-pió en la unión del asta con el hierro. Deífoboapartó de sí el escudo de pieles de toro, te-miendo la lanza del aguerrido Meriones; y estehéroe retrocedió al grupo de sus amigos, muydisgustado, así por la victoria perdida, comopor la rotura del arma, y luego se encaminó alas tiendas y naves aqueas para tomar otra lan-za grande de las que en su bajel tenía.169 Los demás combatían, y una vocería in-mensa se dejaba oír. Teucro Telamonio fue el

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primero que mató a un hombre, al belicoso Im-brio, hijo de Méntor, rico en caballos. Antes dellegar los aqueos, Imbrio moraba en Pedeo consu esposa Medesicasta, hija bastarda de Príamo;mas así que llegaron las corvas naves de losdánaos, volvió a Ilio, descolló entre los troya-nos y vivió en el palacio de Príamo, que le hon-raba como a sus propios hijos. Entonces el hijode Telamón hirióle debajo de la oreja con lagran lanza, que retiró en seguida; y el guerrerocayó como el fresno nacido en una cumbre quedesde lejos se divisa, cuando es cortado por elbronce y vienen al suelo sus tiernas hojas. Asícayó Imbrio, y sus armas, de labrado bronce,resonaron. Teucro acudió corriendo, movidopor el deseo de quitarle la armadura; peroHéctor le tiró una reluciente lanza; violo aquély hurtó el cuerpo, y la broncínea punta se clavóen el pecho de Anfímaco, hijo de Ctéato Acto-rión, que acababa de entrar en combate. El gue-rrero cayó con estrépito, y sus armas resonaron.Héctor fue presuroso a quitarle al magnánimo

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Anfímaco el casco que llevaba adaptado a lassienes; Ayante levantó, a su vez, la relucientelanza contra Héctor, y si bien no pudo hacerlallegar a su cuerpo, protegido todo por horrendobronce, diole un bote en medio del escudo, yrechazó al héroe con gran ímpetu; éste dejó loscadáveres, y los aqueos los retiraron. Estiquio yel divino Menesteo, caudillos atenienses, lleva-ron a Anfímaco al campamento aqueo; y losdos Ayantes, que siempre anhelaban la impe-tuosa pelea, levantaron el cadáver de Imbrio.Como dos leones que, habiendo arrebatado unacabra a unos perros de agudos dientes, la llevanen la boca por los espesos matorrales, en alto,levantada de la tierra, así los belicosos Ayantes,alzando el cuerpo de Imbrio, lo despojaron delas armas; y el Oilíada, irritado por la muertede Anfímaco, le separó la cabeza del tierno cue-llo y la hizo rodar por entre la turba, cual sifuese una bola, hasta que cayó en el polvo a lospies de Héctor.

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206 Entonces Posidón, airado en el corazónporque su nieto había sucumbido en la terriblepelea, se fue hacia las tiendas y naves de losaqueos para reanimar a los dánaos y causarmales a los troyanos. Encontróse con él Idome-neo, famoso por su lanza, que volvía de acom-pañar a un amigo a quien sacaron del combateporque los troyanos le habían herido en la cor-va con el agudo bronce. Idomeneo, una vez tohubo confiado a los médicos, se encaminaba asu tienda, con intención de volver a la batalla. Yel poderoso Posidón, que bate la tierra, díjole,tomando la voz de Toante, hijo de Andremón,que en Pleurón entera y en la excelsa Calidónreinaba sobre los etolios y era honrado por elpueblo cual si fuese un dios:219 -¡Idomeneo, príncipe de los cretenses! ¿Quése hicieron las amenazas que los aqueos hacíana los troyanos?221 Respondió Idomeneo, caudillo de los cre-tenses:

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222 -¡Oh Toante! No creo que ahora se puedaculpar a ningún guerrero, porque todos sabe-mos combatir y nadie está poseído del exánimeterror, ni deja por flojedad la funesta batalla; sinduda debe de ser grato al prepotente Cronidaque los aqueos perezcan sin gloria en esta tie-rra, lejos de Argos. Mas, oh Toante, puesto quesiempre has sido belicoso y sueles animar alque ves remiso, no dejes de pelear y exhorta alos demás varones.231 Contestó Posidón, que bate la tierra:232 -¡Idomeneo! No vuelva desde Troya a supatria y venga a ser juguete de los perros quienen el día de hoy deje voluntariamente de com-batir. Ea, toma las armas y ven a mi lado; apre-surémonos por si, a pesar de estar solos, pode-mos hacer algo provechoso. Nace una fuerza dela unión de los hombres, aunque sean débiles; ynosotros somos capaces de luchar con los va-lientes.239 Dichas estas palabras, el dios se entró denuevo por el combate de los hombres; a Ido-

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meneo, yendo a la bien construida tienda, vistióla magnífica armadura, tomó un par de lanzasy volvió a salir, semejante al encendido relám-pago que el Cronión agita en su mano desde elresplandeciente Olimpo para mostrarlo a loshombres como señal, tanto centelleaba el bron-ce en el pecho de Idomeneo mientras éste corr-ía. Encontróse con él, no muy lejos de la tienda,el valiente escudero Meriones, que iba en buscade una lanza; y el fuerte Diomedes dijo:249 -¡Meriones, hijo de Molo, el de los pies lige-ros, mi companero más querido! ¿Por qué vie-nes, dejando el combate y la pelea? ¿Acasoestás herido y te agobia puntiaguda flecha?¿Me traes, quizás, alguna noticia? Pues no de-seo quedarme en la tienda, sino pelear.234 Respondióle el prudente Meriones:Zss -¡Idomeneo, príncipe de los cretenses, debroncíneas corazas! Vengo por una lanza, si lahay en tu tienda; pues la que tenía se ha roto aldar un bote en el escudo del feroz Deífobo.

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259 Contestó Idomeneo, caudillo de los creten-ses:260 -Si la deseas, hallarás, en la tienda, apoya-das en el lustroso muro, no una, sino veintelanzas, que he quitado a los troyanos muertosen la batalla; pues jamás combato a distanciadel enemigo. He aquí por qué tengo lanzas,escudos abollonados, cascos y relucientes cora-zas.266 Replicó el prudente Meriones:267 También poseo yo en la tienda y en la negranave muchos despojos de los troyanos, mas noestán cerca para tomarlos; que nunca me olvidode mi valor, y en el combate, donde los hom-bres se hacen ilustres, aparezco siempre entrelos delanteros desde que se traba la batalla.Quizá algún otro de los aqueos de broncíneascorazas no habrá fijado su atención en mi per-sona cuando peleo, pero no dudo que tú mehas visto.274 Idomeneo, caudillo de los cretenses, díjoleentonces:

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275 -Sé cuán grande es tu valor. ¿Por qué merefieres estas cosas? Si los más señalados nosreuniéramos junto a las naves para armar unacelada, que es donde mejor se conoce la bravu-ra de los hombres y donde fácilmente se distin-gue al cobarde del animoso -el cobarde se ponedemudado, ya de un modo, ya de otro; y, comono sabe tener firme ánimo en el pecho, no per-manece tranquilo, sino que dobla las rodillas yse sienta sobre los pies y el corazón le da gran-des saltos por el temor de las parcas y los dien-tes le crujen; y el animoso no se inmuta nitiembla, una vez se ha emboscado, sino quedesea que cuanto antes principie el funestocombate---, ni a11í podrían baldonarse to valory la fuerza de tus brazos. Y, si peleando tehirieran de cerca o de lejos, no sería en la nucao en la espalda, sino en el pecho o en el vientre,mientras fueras hacia adelante con los guerre-ros más avanzados. Mas, ea, no hablemos deestas cosas, permaneciendo ociosos como unos

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simples; no sea que alguien nos increpe dura-mente. Ve a la tienda y toma la fornida lanza.295 Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares,entrando en la tienda, cogió en seguida unabroncínea lanza y fue en seguimiento de Ido-meneo, muy deseoso de volver al combate.Como va a la guerra Ares, funesto a los morta-les, acompañado de la Fuga, su hija querida,fuerte a intrépida, que hasta el guerrero valero-so causa espanto; y los dos se arman y saliendode la Tracia enderezan sus pasos hacia los éfi-ros y los magnánimos flegis, y no escuchan losruegos de ambos pueblos, sino que dan la vic-toria a uno de ellos, de la misma manera, Me-riones a Idomeneo, caudillos de hombres, seencaminaban a la batalla, armados de lucientebronce. Y Meriones fue el primero que habló,diciendo:307 -¡Deucálida! ¿Por dónde quieres que pene-tremos en la turba: por la derecha del ejército,por en medio o por la izquierda? Pues no creo

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que los melenudos aqueos dejen de pelear enparte alguna.311 Respondióle Idomeneo, caudillo de los cre-tenses:312 -Hay en el centro quienes defiendan lasnaves: los dos Ayantes y Teucro, el más diestroarquero aqueo y esforzado también en el com-bate a pie firme; ellos se bastan para rechazar aHéctor Priámida por fuerte que sea y por inci-tado que esté a la batalla. Difícil será, aunquetenga muchos deseos de pelear, que, triunfandodel valor y de las manos invictas de aquéllos,llegue a incendiar los bajeles; a no ser que elmismo Cronión arroje una tea encendida en lasligeras naves. El gran Ayante Telamonio nocedería a ningún hombre mortal que coma elfruto de Deméter y pueda ser herido con elbronce o con grandes piedras; ni siquiera seretiraría a vista de Aquiles, que rompe las filasde los guerreros, en un combate a pie firme;pues en la carrera Aquiles no tiene rival. Va-mos, pues, a la izquierda del ejército, para ver

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si presto daremos gloria a alguien, o alguiennos la dará a nosotros.328 Así dijo; y Meriones, igual al veloz Ares,echó a andar hasta que llegaron al ejército pordonde Idomeneo le aconsejaba.330 Cuando los troyanos vieron a Idomeneo,que por su impetuosidad parecía una llama, y asu escudero, ambos revestidos de labradas ar-mas, animáronse unos a otros por entre la turbay arremetieron todos contra aquél. Y se trabóuna refriega, sostenida con igual tesón por am-bas partes, junto a las popas de las naves. Comoaparecen de repente las tempestades, suscita-das por los sonoros vientos un día en que loscaminos están llenos de polvo y se levanta unagran nube del mismo, así entonces unos y otrosvinieron a las manos, deseando en su corazónmatarse recíprocamente con el agudo broncepor entre la turba. La batalla, destructora dehombres, se presentaba horrible con las largaspicas que desgarran la carne y que los guerre-ros manejaban; cegaba los ojos el resplandor

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del bronce de los lucientes cascos, de las cora-zas recientemente bruñidas y de los escudosrefulgentes de cuantos iban a encontrarse; yhubiera tenido corazón muy audaz quien alcontemplar aquella acción se hubiese alegradoen vez de afligirse.345 Los dos hijos poderosos de Crono, disin-tiendo en el modo de pensar, preparaban de-plorables males a los héroes. Zeus quería quetriunfaran Héctor y los troyanos para glorificara Aquiles, el de los pies ligeros; mas no por esodeseaba que el ejército aqueo pereciera total-mente delante de Ilio, pues sólo intentaba hon-rar a Tetis y a su hijo, de ánimo esforzado. Po-sidón había salido ocultamente del espumosomar, recorría las filas y animaba a los argivos,porque le afligía que fueran vencidos por lostroyanos, y se indignaba mucho contra Zeus.Igual era el origen de ambas deidades y unamisma su prosapia, pero Zeus había nacidoprimero y sabía más, por esto Posidón evitabael socorrer abiertamente a aquéllos, y, transfi-

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gurado en hombre, discurría, sin darse a cono-cer, por el ejército y le amonestaba. Y los diosesinclinaban alternativamente en favor de unos yde otros la reñida pelea y el indeciso combate; ytendían sobre ellos una cadena inquebrantablea indisoluble que a muchos les quebró las rodi-llas.361 Entonces Idomeneo, aunque ya semicano,animó a los dánaos, arremetió contra los troya-nos, llenándoles de pavor, y mató a Otrioneo.Éste había acudido de Cabeso a Ilio cuandotuvo noticia de la guerra y pedido en matrimo-nio a Casandra, la más hermosa de las hijas dePríamo, sin obligación de dotarla; pero ofre-ciendo una gran cosa: que echaría de Troya alos aqueos. El anciano Príamo accedió y consin-tió en dársela; y el héroe combatía, confiandoen la promesa. Idomeneo tiróle la relucientelanza y le hirió mientras se adelantaba conarrogante paso, la coraza de bronce que llevabano resistió, clavóse aquélla en medio del vien-

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tre, cayó el guerrero con estrépito, a Idomeneodijo con jactancia:374 -¡Otrioneo! Te ensalzaría sobre todos losmortales si cumplieras lo que ofreciste a PríamoDardánida cuando te prometió a su hija. Tam-bién nosotros te haremos promesas con inten-ción de cumplirlas: traeremos de Argos la másbella de las hijas del Atrida y te la daremos pormujer, si junto con los nuestros destruyes lapopulosa ciudad de Ilio. Pero sígueme, y en lasnaves surcadoras del ponto nos pondremos deacuerdo sobre el casamiento; que no somosmalos suegros.383 Hablóle así el héroe Idomeneo, mientras leasía de un pie y le arrastraba por el campo de ladura batalla; y Asio se adelantó para vengarlo,presentándose como peón delante de su carro,cuyos corceles, gobernados por el auriga, sobrelos mismos hombros del guerrero resoplaban.Asio deseaba en su corazón herir a Idomeneo,pero anticipósele éste y le hundió la pica en lagarganta, debajo de la barba, hasta que el bron-

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ce salió al otro lado. Cayó el troyano como en elmonte la encina, el álamo o el elevado pino queunos artífices cortan con afiladas hachas paraconvertirlo en mástil de navío; así yacía aquél,tendido delante de los corceles y del carro, re-chinándole los dientes y cogiendo con las ma-nos el polvo ensangrentado. Turbóse el escude-ro, y ni siquiera se atrevió a torcer la rienda alos caballos para escapar de las manos de losenemigos. Y el belicoso Antíloco se llegó a él yle atravesó con la lanza, pues la broncínea cora-za no pudo evitar que se la clavase en el vien-tre. El auriga, jadeante, cayó del bien construi-do carro; y Antíloco, hijo del magnánimoNéstor, sacó los caballos de entre los troyanos yse los llevó hacia los aqueos, de hermosas gre-bas.402 Deífobo, irritado por la muerte de Asio, seacercó mucho a Idomeneo y le arrojó la relu-ciente lanza. Mas Idomeneo advirtiólo y burlóel golpe encongiéndose debajo de su liso escu-do, que estaba formado por boyunas pieles y

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una lámina de bruñido bronce con dos abraza-deras, la broncínea lanza resbaló por la superfi-cie del escudo, que sonó roncamente, y no fuelanzada en balde por el robusto brazo de aquél,pues fue a clavarse en el hígado, debajo deldiafragma, de Hipsenor Hipásida, pastor dehombres, haciéndole doblar las rodillas. Y Deí-fobo se jactaba así, dando grandes voces:414 -Asio yace en tierra, pero ya está vengado.Figúrome que, al descender a la morada desólidas puertas del terrible Hades, se holgará suespíritu de que le haya procurado un compañe-ro.417 Así habló. Sus jactanciosas frases apesa-dumbraron a los argivos y conmovieron el co-razón del belicoso Antíloco; pero éste, aunqueafligido, no abandonó a su compañero, sinoque corriendo se puso cerca de él y le cubriócon el escudo. E introduciéndose por debajodos amigos fieles, Mecisteo, hijo de Equio, y eldivino Alástor, llevaron a Hipsenor, que dabahondos suspiros, hacia las cóncavas naves.

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424 Idomeneo no dejaba que desfalleciera sugran valor y deseaba siempre o sumir a algúntroyano en tenebrosa noche, o caer él mismocon estrépito, librando de la ruina a los aqueos.Posidón dejó que sucumbiera a manos de Ido-meneo, el hijo querido de Esietes, alumno deZeus, el héroe Alcátoo (era yerno de Anquises ytenía por esposa a Hipodamía, la hija primogé-nita, a quien el padre y la veneranda madreamaban cordialmente en el palacio porque so-bresalía en hermosura, destreza y talento entretodas las de su edad, y a causa de esto casó conella el hombre más ilustre de la vasta Troya): eldios ofuscóle los brillantes ojos y paralizó sushermosos miembros, y el héroe no pudo huir nievitar la acometida de Idomeneo, que le en-vainó la lanza en medio del pecho, mientrasestaba inmóvil como una columna o un árbolde alta copa, y le rompió la coraza que siemprele había salvado de la muerte, y entonces pro-dujo un sonido ronco al quebrarse por el golpede la lanza. El guerrero cayó con estrépito; y,

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como la lanza se había clavado en el corazón,movíanla las palpitaciones de éste; pero prontoel arma impetuosa perdió su fuerza. E Idome-neo con gran jactancia y a voz en grito exclamó:446-¡Deífobo! Ya que tanto te glorías, ¿no teparece que es una buena compensación habermuerto a tres, por uno que perdimos? Ven,hombre admirable, ponte delante y verás quiénes este descendiente de Zeus que aquí ha veni-do; porque Zeus engendró a Minos, protectorde Creta, Minos fue padre del eximio Deuca-lión, y de éste nací yo, que reino sobre muchoshombres en la vasta Creta y vine en las navespara ser una plaga para ti, para to padre y paralos demás troyanos.455 Así dijo; y Deífobo vacilaba entre retroce-der para que se le juntara alguno de losmagnánimos troyanos o atacar él solo a Idome-neo. Parecióle lo mejor ir en busca de Eneas, yle halló entre los últimos; pues siempre estabairritado con el divino Príamo, que no le honra-

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ba como por su bravura merecía. Y deteniéndo-se a su lado, le dijo estas aladas palabras:463 -¡Eneas, príncipe de los troyanos! Es precisoque defiendas a tu cuñado, si por él sientesalgún interés. Sígueme y vayamos a combatirpor tu cuñado Alcátoo, que te crió cuando erasniño y ha muerto a manos de Idomeneo, famo-so por su lanza.468 Así dijo. Eneas sintió que en el pecho se leconmovía el corazón, y se fue hacia Idomeneocon grandes deseos de pelear. Éste no se dejóvencer del temor, cual si fuera un niño, sinoque to aguardó como el jabalí que, confiando ensu fuerza, espera en un paraje desierto delmonte el gran tropel de hombres que se aveci-na, y con las cerdas del lomo erizadas y los ojosbrillantes como ascuas aguza los dientes y sedispone a rechazar la acometida de perros ycazadores, de igual manera Idomeneo, famosopor su lanza, aguardaba sin arredrarse a Eneas,ágil en la lucha, que le salía al encuentro; perollamaba a sus compañeros, poniendo los ojos en

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Ascálafo, Afareo, Deípiro, Meriones y Antíloco,aguerridos campeones, y los exhortaba conestas aladas palabras:481 -Venid, amigos, y ayudadme; pues estoysolo y temo mucho a Eneas, ligero de pies, quecontra mí arremete. Es muy vigoroso para ma-tar hombres en el combate, y se halla en la florde la juventud, cuando mayor es la fuerza. Sicon el ánimo que tengo, fuésemos de la mismaedad, pronto o alcanzaría él una gran victoriasobre mí, o yo la alcanzana sobre él.487 Así dijo; y todos con el mismo ánimo en elpecho y los escudos en los hombros se pusieronal lado de Idomeneo. También Eneas exhortabaa sus amigos, echando la vista a Deífobo, Parisy el divino Agenor, que eran asimismo capi-tanes de los troyanos. Inmediatamente marcha-ron las tropas detrás de los jefes, como las ove-jas siguen al carnero cuando después del pastovan a beber, y el pastor se regocija en el alma;así se alegró el corazón de Eneas en el pecho, alver el grupo de hombres que tras él seguía.

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496 Pronto trabaron alrededor del cadaver deAlcátoo un combate cuerpo a cuerpo, blan-diendo grandes picas; y el bronce resonaba dehorrible modo en los pechos al darse botes delanza los unos a los otros. Dos hombres belico-sos y señalados entre todos, Eneas a Idomeneo,iguales a Ares, deseaban herirse recíprocamen-te con el cruel bronce. Eneas arrojó el primerola lanza a Idomeneo; pero, como éste la vieravenir, evitó el golpe: la broncínea punta clavóseen tierra, vibrando, y el arma fue echada enbalde por el robusto brazo. Idomeneo hundió lasuya en el vientre de Enómao y el bronce rom-pió la concavidad de la coraza y desgarró lasentrañas: el troyano, caído en el polvo, asió elsuelo con las manos. Acto continuo, Idomeneoarrancó del cadaver la ingente lanza, pero no lepudo quitar de los hombros la magnífica ar-madura, porque estaba abrumado por los tiros.Como ya no tenía seguridad en sus pies pararecobrar la lanza que había arrojado, ni paralibrarse de la que le arrojasen, evitaba la cruel

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muerte combatiendo a pie firme; y, no pudien-do tampoco huir con ligereza, retrocedía paso apaso. Deífobo, que constantemente le odiaba, letiró la lanza reluciente y erró el golpe, perohirió a Ascálafo, hijo de Enialio; la impetuosalanza se clavó en la espalda, y el guerrero, caí-do en el polvo, asió el suelo con las manos. Y elruidoso y robusto Ares no se enteró de que suhijo hubiese sucumbido en el duro combateporque se hallaba detenido en la cumbre delOlimpo, debajo de áureas nubes, con otros dio-ses inmortales por la voluntad de Zeus, el cualno permitía que intervinieran en la batalla.526 La pelea cuerpo a cuerpo se encendió en-tonces en torno de Ascálafo, a quien Deífobologró quitar el reluciente casco, pero Meriones,igual al veloz Ares, dio a Deífobo una lanzadaen el brazo y le hizo soltar el casco con agujerosa guisa de ojos, que cayó al suelo produciendoronco sonido. Meriones, abalanzándose a Deí-fobo con la celeridad del buitre, arrancóle laimpetuosa lanza de la parte superior del brazo

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y retrocedió hasta el grupo de sus amigos. ADeífobo sacóle del horrísono combate su her-mano carnal Polites: abrazándole por la cintura,to condujo adonde tenía los rápidos corcelescon el labrado carro, que estaban algo distantesde la lucha y del combate, gobernados por unauriga. Ellos llevaron a la ciudad al héroe, quese sentía agotado, daba hondos suspiros y lemanaba sangre de la herida que en el brazoacababa de recibir.540 Los demás combatían y alzaban una griter-ía inmensa. Eneas, acometiendo a Afareo Ca-letórida, que contra él venía, hirióle en la gar-ganta con la aguda lanza: la cabeza se inclinó aun lado, arrastrando el casco y el escudo, y lamuerte destructora rodeó al guerrero. Antíloco,como advirtiera que Toón volvía pie atrás,arremetió contra él y le hirió: cortóle la venaque, corriendo por el dorso, llega hasta el cue-llo, y el troyano cayó de espaldas en el polvo ytendía los brazos a los compañeros queridos.Acudió Antíloco y le quitó de los hombros la

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armadura, mirando a todos lados, mientras lostroyanos iban cercándole ya por éste, ya poraquel lado, a intentaban herirle; mas el ancho ylabrado escudo paró los golpes, y ni aun consi-guieron rasguñar la tierna piel del héroe con elcruel bronce, porque Posidón, que bate la tierra,defendió al hijo de Néstor contra los muchostiros. Antíloco no se apartaba nunca de losenemigos, sino que se agitaba en medio deellos; su lanza, lamas ociosa, siempre vibrante,se volvía a todas partes, y él pensaba en sumente si la arrojaría a alguien, o acometería decerca.560 No se le ocultó a Adamante Asíada lo queAntíloco meditaba en medio de la turba; y,acercándosele, le dio con el agudo bronce unbote en medio del escudo; pero Posidón, el decerúlea cabellera, no permitió que quitara lavida a Antíloco, a hizo vano el golpe rompien-do la lanza en dos partes, una de las cualesquedó clavada en el escudo, como estaca con-sumida por el fuego, y la otra cayó al suelo.

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Adamante retrocedió hacia el grupo de susamigos, para evitar la muerte; pero Merionescorrió tras él y arrojóle la lanza, que penetrópor entre el ombligo y las partes verendas,donde son muy peligrosas las heridas que reci-ben en la guerra los míseros mortales. Allí,pues, se hundió la lanza, y Adamante, cayendoencima de ella, se agitaba como un buey aquien los pastores han atado en el monte conrecias cuerdas y llevan contra su voluntad; asíaquél, al sentirse herido, se agitó algún tiempo,que no fue de larga duración porque Merionesse le acercó, arrancóle la lanza del cuerpo y lastinieblas velaron los ojos del guerrero.576 Héleno dio a Deípiro un tajo en una siencon su gran espada tracia, y le rompió el casco.Éste, sacudido por el golpe, cayó al suelo, yrodando fue a parar a los pies de un guerreroaqueo que to alzó de tierra. A Deípiro tenebro-sa noche le cubrió los ojos.581 Gran pesar sintió por ello el Atrida Mene-lao, valiente en el combate; y, blandiendo la

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aguda lanza, arremetió, amenazador, contra elhéroe y príncipe Héleno, quien, a su vez, armóel arco. Ambos fueron a encontrarse, deseososel uno de alcanzar al contrario con la agudalanza, y el otro de herir a su enemigo con unaflecha arrojada por el arco. El Priámida dio conla saeta en el pecho de Menelao, donde la cora-za presentaba una concavidad; pero la cruel fle-cha fue rechazada y voló a otra parte. Como enla espaciosa era saltan del bieldo las negruzcashabas o los garbanzos al soplo sonoro del vien-to y al impulso del aventador, de igual modo,la amarga flecha, repelida por la coraza del glo-rioso Menelao, voló a to lejos. Por su parte Me-nelao Atrida, valiente en la pelea, hirió a Héle-no en la mano en que llevaba el pulimentadoarco: la broncínea lanza atravesó la palma ypenetró en el arco. Héleno retrocedió hasta elgrupo de sus amigos, para evitar la muerte; ysu mano, colgando, arrastraba el asta de fresno.El magnánimo Agenor se la arrancó y le vendóla mano con una honda de lana de oveja, bien

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tejida, que les facilitó el escudero del pastor dehombres.601 Pisandro embistió al glorioso Menelao. Elhado funesto le llevaba al fin de su vida, em-pujándole para que fuese vencido por ti, ohMenelao, en la terrible pelea. Así que en-trambos se hallaron frente a frente, acometié-ronse, y el Atrida erró el golpe porque la lanzase le desvió; Pisandro dio un bote en el escudodel glorioso Menelao, pero no pudo atravesar elbronce: resistió el ancho escudo y quebróse lalanza por el asta cuando aquél se regocijaba ensu corazón con la esperanza de salir victorioso.Pero el Atrida desnudó la espada guarnecidade argénteos clavos y asaltó a Pisandro, quien,cubriéndose con el escudo, aferró una hermosahacha, de bronce labrado, provista de un largoy liso mango de madera de olivo. Acometiéron-se, y Pisandro dio un golpe a Menelao en lacimera del yelmo, adornado con crines de caba-llo, debajo del penacho; y Menelao hundió suespada en la frente del troyano, encima de la

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nariz: crujieron los huesos, y los ojos, ensan-grentados, cayeron en el polvo, a los pies delguerrero, que se encorvó y vino a tierra. ElAtrida, poniéndole el pie en el pecho, le des-pojó de la armadura; y, blasonando del triunfo,dijo:620 -¡Así dejaréis las naves de los aqueos, deágiles corceles, oh troyanos soberbios a insacia-bles de la pelea horrenda! No os basta habermeinferido una vergonzosa afrenta, infames pe-rros, sin que vuestro corazón temiera la ira te-rrible del tonante Zeus hospitalario, que algúndía destruirá vuestra ciudad excelsa. Os llevas-teis, además de muchas riquezas, a mi legítimaesposa, que os había recibido amigablemente; yahora deseáis arrojar el destructor fuego en lasnaves surcadoras del ponto, y dar muerte a loshéroes aqueos; pero quizás os hagamos renun-ciar al combate, aunque tan enardecidos osmostréis. ¡Padre Zeus! Dicen que superas eninteligencia a los demás dioses y hombres, ytodo esto procede de ti. ¿Cómo favoreces a los

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troyanos, a esos hombres insolentes, de espíritusiempre perverso, y que nunca se pueden har-tar de la guerra a todos tan funesta? De todollega el hombre a saciarse: del sueño, del amor,del dulce canto y de la agradable danza, cosasmás apetecibles que la pelea; pero los troyanosno se cansan de combatir.640 En diciendo esto, el eximio Menelao quitóleal cadáver la ensangrentada armadura; y, en-tregándola a sus amigos, volvió a pelear entrelos combatientes delanteros.643 Entonces le salió al encuentro Harpalión,hijo del rey Pilémenes, que fue a Troya con supadre a combatir y no había de volver a la pa-tria tierra: el troyano dio un bote de lanza enmedio del escudo del Atrida, pero no pudoatravesar el bronce y retrocedió hacia el grupode sus amigos para evitar la muerte, mirando atodos lados, no fuera alguien a herirlo con elbronce. Mientras él se iba, Meriones le asestó elarco, y la broncínea saeta se hundió en la nalgaderecha del troyano, atravesó la vejiga por de-

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bajo del hueso y salió al otro lado. Y Harpalión,cayendo a11í en brazos de sus amigos, dio elalma y quedó tendido en el suelo como un gu-sano; de su cuerpo fluía negra sangre que mo-jaba la tierra. Pusiéronse a su alrededor losmagnánimos paflagones, y, colocando el ca-dáver en un carro, lleváronlo, afligidos, a lasagrada Ilio; el padre iba con ellos derramandolágrimas, y ninguna venganza pudo tomar deaquella muerte.660 Paris, muy irritado en su espíritu por lamuerte de Harpalión, que era su huésped en lapopulosa Paflagonia, arrojó una broncínea fle-cha. Había un cierto Euquenor, rico y valiente,que era vástago del adivino Poliido, habitabaen Corinto y se embarcó para Troya, no obstan-te saber la funesta suerte que a11í le aguardaba.El buen anciano Poliido habíale dicho repetidasveces que moriría en penosa dolencia en el pa-lacio o sucumbiría a manos de los troyanos enlas naves aqueas, y él, queriendo evitar los bal-dones de los aqueos y la enfermedad odiosa

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con sus dolores, decidió it a Ilio. A éste, pues,Paris le clavó la flecha por debajo de la quijaday de la oreja: la vida huyó de los miembros delguerrero, y la obscuridad horrible le envolvió.673 Así combatían con el ardor de encendidofuego. Héctor, caro a Zeus, aún no se había en-terado, a ignoraba por entero que sus tropasfuesen destruidas por los argivos a la izquierdade las naves. Pronto la victoria hubiera sido delos aqueos. ¡De tal suerte Posidón, que ciñe ysacude la tierra, los alentaba y hasta los ayuda-ba con sus propias fuerzas! Estaba Héctor en elmismo lugar adonde había llegado después quepasó las puertas y el muro y rompió las cerra-das filas de los escudados dánaos. A11í, en laplaya del espumoso mar, habían sido colocadaslas naves de Ayante y Protesilao; y se habíalevantado para defenderlas un muro bajo, por-que los hombres y corceles acampados en aquelparaje eran muy valientes en la guerra.685 Los beocios, los jonios, de rozagante vesti-dura, los locrios, los ptiotas y los ilustres epeos

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detenían al divino Héctor, que, semejante a unallama, porfiaba en su empeño de ir hacia lasnaves; pero no conseguían que se apartase deellos. Los atenienses habían sido designadospara las primeras filas y los mandaba Menes-teo, hijo de Péteo, a quien seguían Fidante, Es-tiquio y el valeroso Biante. De los epeos erancaudillos Meges Filida, Anfión y Dracio. Alfrente de los ptiotas estaban Medonte y el beli-coso Podarces: aquél era hijo bastardo del divi-no Oileo y hermano de Ayante, y vivía en Fíla-ce, lejos de su patria, por haber dado muerte aun hermano de Eriópide, su madrastra y mujerde Oileo; y el otro era hijo de Ificlo Filácida.Ambos se habían armado y puesto al frente delos magnánimos ptiotas, y combatían en unióncon los beocios para defender las naves.701 El ágil Ayante de Oileo no se apartaba uninstante de Ayante Telamonio: como en tierranoval dos negros bueyes tiran con igual ánimodel sólido arado, abundante sudor brota entorno de sus cuernos, y sólo los separa el puli-

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mentado yugo mientras andan por los surcospara abrir el hondo seno de la tierra, así, tancercanos el uno del otro, estaban los Ayantes.A1 Telamonio seguíanle muchos y valienteshombres, que tomaban su escudo cuando lafatiga y el sudor llegaban a las rodillas delhéroe. Mas al Oilíada, de corazón valiente, no leacompañaban los locrios, porque no podíansostener una lucha a pie firme: no llevabanbroncíneos cascos, adornados con crines decaballo, ni tenían rodelas ni lanzas de fresno;habían ido a Ilio, confiando en sus arcos y ensus hondas de retorcida lana de oveja, y dispa-rando a menudo destrozaban las falanges teu-cras. Aquéllos peleaban al frente con Héctor ylos suyos; éstos, ocultos detrás, disparaban; ylos troyanos apenas pensaban en combatir,porque las flechas los ponían en desorden.723 Entonces los troyanos hubieran vuelto endeplorable fuga de las naves y tiendas a la ven-tosa Ilio, si Polidamante no se hubiese acercadoal audaz Héctor para decirle:

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726 -¡Héctor! Eres reacio en seguir los pareceresajenos. Porque un dios te ha dado esa superio-ridad en las cosas de la guerra, ¿crees que aven-tajas a los demás en prudencia? No es posibleque tú solo lo reúnas todo. La divinidad a unole concede que sobresalga en las acciones béli-cas, a otro en la danza, al de más a11á en lacítara y el canto, y el largovidente Zeus pone enel pecho de algunos un espíritu prudente queaprovecha a gran número de hombres, salva lasciudades y to aprecia particularmente quien toposee. Pero voy a decir lo que considero másconveniente. Alrededor de ti arde la pelea portodas partes; pero de los magnánimos troyanosque pasaron la muralla, unos se han retiradocon sus armas, y otros, dispersos por las naves,combaten con mayor número de hombres. Re-trocede y llama a los más valientes caudillospara deliberar si nos conviene arrojarnos a lasnaves, de muchos bancos, por si un dios nos dala victoria, o alejarnos de ellas antes que seamosheridos. Temo que los aqueos se desquiten de

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lo de ayer, porque en las naves hay un varónincansable en la pelea, y me figuro que no seabstendrá de combatir.748 Así habló Polidamante, y su prudence con-sejo plugo a Héctor, que saltó en seguida delcarro a tierra, sin dejar las armas, y le dijo estasaladas palabras:751 -¡Polidamante! Reúne tú a los más valientescaudillos, mientras voy a la otra parte de labatalla y vuelvo tan pronto como haya dado lasconveniences órdenes.754 Dijo; y, semejante a un monte cubierto denieve, partió volando y profiriendo gritos porentre los troyanos y sus auxiliares. Todos loscaudillos se encaminaron hacia el bravo Poli-damante Pantoida así que oyeron las palabrasde Héctor. Éste buscaba en los combatientesdelanteros a Deífobo, al robusto rey Héleno, aAdamante Asíada, y a Asio, hijo de Hírtaco;pero no los halló ilesos ni a todos salvados de lamuerte: los unos yacían, muertos por los argi-vos, junto a las naves aqueas; y los demás,

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heridos, quién de cerca, quién de lejos, estabandentro de los muros de la ciudad. Pronto se en-contró, en la izquierda de la batalla luctuosa,con el divino Alejandro, esposo de Helena, lade hermosa cabellera, que animaba a sus com-pañeros y les incitaba a pelear; y, deteniéndosea su lado, díjole estas injuriosas palabras:769 -¡Miserable Paris, el de más hermosa figura,mujeriego, seductor! ¿Dónde están Deífobo, elrobusto rey Héleno, Adamante Asíada y Asio,hijo de Hírtaco? ¿Qué es de Otrioneo? Hoy laexcelsa Ilio se arruina desde la cumbre; hoy teaguarda a ti horrible muerte.774 Respondióle a su vez el deiforme Alejan-dro:775 -¡Héctor! Ya que tienes intención de cul-parme sin motivo, quizás otras veces fui másremiso en la batalla, aunque no del todo pu-silánime me dio a luz mi madre. Desde que alfrente de los compañeros promoviste el comba-te junto a las naves, peleamos sin cesar contralos dánaos. Los amigos por quienes preguntas

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han muerto, menos Deífobo y el robusto reyHéleno; los cuales, heridos en el brazo por in-gentes lanzas, se fueron, y el Cronión les salvóla vida. Llévanos adonde el corazón y el ánimoto ordenen; nosotros to seguiremos presurosos,y no han de faltarnos bríos en cuanto lo permi-tan nuestras fuerzas. Más a11á de lo que éstaspermiten, nada es posible hacer en la guerra,por enardecido que uno esté.788 Así diciendo, cambió el héroe la mente desu hermano. Enderezaron al sitio donde eramás ardiente el combate y la pelea; a11í estabanCebríones, el eximio Polidamante, Falces, Or-teo, Polifetes, igual a un dios, Palmis, Ascanio yMores, hijos los dos últimos de Hipotión; todoslos cuales habían llegado el día anterior de lafértil Ascania para reemplazar a otros, y enton-ces Zeus les impulsó a combatir. A la maneraque un torbellino de vientos impetuosos des-ciende a la llanura, acompañado del trueno delpadre Zeus, y al caer en el mar con ruido in-menso levanta grandes y espumosas olas que

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se van sucediendo, así los troyanos seguían enfilas cerradas a los caudillos, y el bronce de susarmas relucía. Iba a su frente Héctor Priámida,cual si fuese Ares, funesto a los mortales: lleva-ba por delante un escudo liso, formado pormuchas pieles de buey y una gruesa lámina debronce, y el refulgence casco temblaba en sussienes. Movíase Héctor, defendiéndose con larodela, y probaba por codas partes si las falan-ges cedían, pero no logró turbar el ánimo en elpecho de los aqueos. Entonces Ayante ade-lantóse con ligero paso y provocóle con estaspalabras:810 -¡Varón admirable! ¡Acércate! ¿Por quéquieres amedrentar de este modo a los argivos?No somos inexpertos en la guerra, sino que losaqueos sucumben debajo del cruel azote deZeus. Tú esperas destruir las naves, pero noso-tros tenemos los brazos prontos para defender-las; y mucho antes que to consigas, vuestra po-pulosa ciudad será tomada y destruida pornuestras manos. Yo to aseguro que está cerca el

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momento en que tú mismo, puesto en fuga,pedirás al padre Zeus y a los demás inmortalesque tus corceles de hermosas crines sean másveloces que los gavilanes; y los caballos to lle-varán a la ciudad, levantando gran polvaredaen la llanura.821 Así que acabó de hablar, pasó por cima deellos, hacia la derecha, un águila de alto vuelo;y los aqueos gritaron, animados por el agüero.El esclarecido Héctor respondió:824 -¡Ayante lenguaz y fanfarrón! ¿Qué dijiste?Así fuera yo para siempre hijo de Zeus, quelleva la égida, y me hubiese dado a luz la vene-rable Hera y gozara de los mismos honores queAtenea o Apolo, como este día será funestopara todos los argivos. Tú también serás muer-to entre ellos si tienes la osadía de aguardar milarga pica: ésta te desgarrará el delicado cuer-po; y tú, cayendo junto a las naves aqueas, sa-ciarás a los perros de los troyanos y a las avescon to grasa y tus carnes.

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833 En diciendo esto, pasó adelante; los otroscapitanes le siguieron con vocerío inmenso; ydetrás las tropas gritaban también. Los argivosmovían por su parte gran alboroto y, sin olvi-darse de su valor, aguardaban la acometida delos más valientes troyanos. Y el estruendo queproducían ambos ejércitos llegaba al éter y a lamorada resplandeciente de Zeus.

CANTO XIV*Engaño de Zeus* Zeus, por una atiagaza de Hera, cae rendidopor el suerto, y Posidón se pone al frente de losaqueos. Ayante pone fuera de combate aHéctor, y sus hombres tienen que retorcedermás a11á del muro y del foso del campamentoaqueo.

1 Néstor, aunque estaba bebiendo, no dejó deadvertir la gritería; y hablando al Asclepíada,pronunció estas aladas palabras:

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3 -¿Cómo crees, divino Macaón, que acabaránestas cosas? junto a las naves es cada vez mayorel vocerío de los robustos jóvenes. Tú, sentadoaquí, bebe el negro vino, mientras Hecamede,la de hermosas trenzas, pone a calentar el aguadel baño y te lava después la sangrienta herida;y yo subiré prestamente a un altozano para verlo que ocurre.9 Dijo; y, después de embrazar el labrado escu-do de reluciente bronce, que su hijo Trasime-des, domador de caballos, había dejado a11ípor haberse llevado el del anciano, asió la fuer-te lanza de broncínea punta y salió de la tienda.Pronto se detuvo ante el vergonzoso espectácu-lo que se ofreció a sus ojos: los aqueos eran de-rrotados por los feroces troyanos y la gran mu-ralla aquea estaba destruida. Como el piélagoinmenso empieza a rizarse con sordo ruido ypurpúrea, presagiando la rápida venida de lossonoros vientos, pero no mueve las olas hastaque Zeus envía un viento determinado; así elanciano hallábase perplejo entre encaminarse a

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la turba de los dánaos, de ágiles corceles, o en-derezar sus pasos hacia el Atrida Agamenón,pastor de hombres. Parecióle que sería lo mejorir en busca del Atrida, y así lo hizo; mientraslos demás, combatiendo, se mataban unos aotros, y el duro bronce resonaba alrededor desus cuerpos a los golpes de las espadas y de laslanzas de doble filo.27 Encontráronse con Néstor los reyes, alumnosde Zeus, que antes fueron heridos con el bronce-el Tidida, Ulises y el Atrida Agamenón-, y en-tonces venían de sus naves. Éstas habían sidocolocadas lejos del campo de batalla, en la orilladel espumoso mar: sacáronlas a la llanura lasprimeras, y labraron un muro delante de laspopas. Porque la ribera, con ser vasta, nohubiera podido contener todos los bajeles enuna sola fila, y además el ejército se hubierasentido estrecho; y por esto los pusieron esca-lonados y llenaron con ellos el gran espacio decosta que limitaban altos promontorios. Losreyes iban juntos, con el ánimo abatido,

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apoyándose en las lanzas, porque querían pre-senciar el combate y la clamorosa pelea; y,cuando vieron venir al anciano Néstor, se lessobresaltó el corazón en el pecho. Y el reyAgamenón, dirigiéndole la palabra, exclamó:42 -¡Oh Néstor Nelida, gloria insigne de losaqueos! ¿Por qué vienes, dejando la homicidabatalla? Temo que el impetuoso Héctor cumplala amenaza que me hizo en su arenga a los tro-yanos: Que no regresaría a Ilio antes de pegarfuego a las naves y matar a los aqueos. Así de-cía, y todo se va cumpliendo. ¡Oh dioses! Losaqueos, de hermosas grebas, tienen, comoAquiles, el ánimo poseído de ira contra mí y noquieren combatir junto a las naves.52 Respondió Néstor, caballero gerenio:53-Patente es lo que dices, y ni el mismo Zeusaltitonante puede modificar to que ya ha suce-dido. Derribado está el muro que esperábamosfuese indestructible reparo para las veleras na-ves y para nosotros mismos; y junto a ellas lostroyanos sostienen vivo a incesante combate.

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No conocerías, por más que to miraras, haciaqué parte van los aqueos acosados y puestos endesorden: en montón confuso reciben la muer-te, y la gritería llega hasta el cielo. Deliberemossobre lo que puede ocurrir, por si nuestra men-te da con alguna traza provechosa; y no pro-pongo que entremos en combate, porque esimposible que peleen los que están heridos.64 Díjole el rey de hombres, Agamenón:65 -¡Néstor! Puesto que ya los troyanos comba-ten junto a las popas de las naves y de ningunautilidad ha sido el muro con su foso que losdánaos construyeron con tanta fatiga, es-perando que fuese indestructible reparo paralas naves y para ellos mismos; sin duda debe deser grato al prepotente Zeus que los aqueosperezcan sin gloria aquí, lejos de Argos. Antesyo veía que el dios auxiliaba, benévolo, a losdánaos, mas al presente da gloria a los troya-nos, cual si fuesen dioses bienaventurados, yencadena nuestro valor y nuestros brazos. Ea,procedamos todos como voy a decir. Arrastre-

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mos las naves que se hallan más cerca de laorilla, echémoslas al mar divino y que esténsobre las anclas hasta que vengá la noche in-mortal, y, si entonces los troyanos se abstienende combatir, podremos echar las restantes. Noes reprensible evitar una desgracia, aunque seadurante la noche. Mejor es librarse huyendo,que dejarse coger.82 El ingenioso Ulises, mirándole con torva faz,exclamó:83-¡Atrida! ¿Qué palabras se te escaparon delcerco de los dientes? ¡Hombre funesto! Debi-eras estar al frente de un ejército de cobardes yno mandarnos a nosotros, a quienes Zeus con-cedió llevar al cabo arriesgadas empresas béli-cas desde la juventud a la vejez, hasta que pe-rezcamos. ¿Quieres que dejemos la ciudad tro-yana de anchas calles, después que hemos pa-decido por ella tantas fatigas? Calla y no oiganlos aqueos esas palabras, las cuales no saldríande la boca de ningún varón que supiera hablarcon espíritu prudente, llevara cetro y fuera

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obedecido por tantos hombres cuanto son losargivos sobre quienes imperas. Repruebo deltodo la proposición que hiciste: sin duda nosaconsejas que echemos al mar las naves de mu-chos bancos durante el combate y la pelea, paraque más presto se cumplan los deseos de lostroyanos, ya al presente vencedores, y nuestraperdición sea inminente. Porque los aqueos nosostendrán el combate si las naves son echadasal mar; sino que, volviendo los ojos adondepuedan huir, cesarán de pelear, y tu consejo,príncipe de hombres, habrá sido dañoso.103 Contestó el rey de hombres, Agamenón:104 -¡Ulises! Tu dura reprensión me ha llegadoal alma; pero yo no mandaba que los aqueosarrastraran al mar, contra su voluntad, las na-ves de muchos bancos. Ojalá que alguien, joveno viejo, propusiera una cosa mejor, pues le oiríacon gusto.109 Y entonces les dijo Diomedes, valiente en lapelea:

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110 -Cerca tenéis a tal hombre -no habremos debuscarle mucho-, si os halláis dispuestos a obe-decer; y no me vituperéis ni os irritéis contramí, recordando que soy más joven que voso-tros, pues me glorío de haber tenido por padreal valiente Tideo, cuyo cuerpo está enterrado enTeba. Engendró Porteo tres hijos ilustres quehabitaron en Pleurón y en la excelsa Calidón:Agrio, Melas y el caballero Eneo, mi abuelopaterno, que era el más valiente. Eneo quedóseen su país; pero mi padre, después de vagaralgún tiempo, se estableció en Argos, porqueasí to quisieron Zeus y los demás dioses, casócon una hija de Adrasto y vivió en una casaabastada de riqueza: poseía muchos trigales, nopocas plantaciones de árboles en los alrededo-res y copiosos rebaños, y aventajaba a todos losaqueos en el manejo de la lanza. Tales cosas lashabréis oído referir como ciertas que son. Nosea que, figurándoos quizás que por mi linajehe de ser cobarde y débil, despreciéis lo buenoque os diga. Ea, vayamos a la batalla, no obs-

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tante estar heridos, pues la necesidad apremia;pongámonos fuera del alcance de los tiros parano recibir herida sobre herida; animemos a losdemás y hagamos que entren en combate cuan-tos, cediendo a su ánimo indolente, per-manecen alejados y no pelean.133 Así se expresó, y ellos le escucharon y obe-decieron. Echaron a andar, y el rey de hombres,Agamenón, iba delante.135 El ilustre Posidón, que sacude la tierra, es-taba al acecho; y, transfigurándose en un viejo,se dirigió a los reyes, tomó la diestra de Aga-menón Atrida y le dijo estas aladas palabras:139 -¡Atrida! Aquiles, al contemplar la matanzay la derrota de los aqueos, debe de sentir queen el pecho se le regocija el corazón pernicioso,porque está totalmente falto de juicio. ¡Así pe-reciera y una deidad le cubriese de ignominia!Pero los bienaventurados dioses no se hallanirritados del todo contigo, y los caudillos ypríncipes de los troyanos serán puestos en fugay levantarán nubes de polvo en la llanura espa-

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ciosa; tú mismo los verás huir desde las tiendasy naves a la ciudad.147 Cuando así hubo hablado, dio un gran ala-rido y empezó a correr por la llanura. Cual es lagritería de nueve o diez mil guerreros al trabar-se la contienda de Ares, tan pujante fue la vozque el soberano Posidón, que bate la tierra,arrojó de su pecho. Y el dios infundió valor enel corazón de todos los aqueos para que lucha-ran y combatieran sin descanso.153 Hera, la de áureo trono, miró con sus ojosdesde la cima del Olimpo, conoció a su herma-no y cuñado, que se movía en la batalla dondese hacen ilustres los hombres, y se regocijó en elalma; pero vio a Zeus sentado en la más altacumbre del Ida, abundante en manantiales, y sele hizo odioso en su corazón. Entonces Heraveneranda, la de ojos de novilla, pensaba cómopodría engañar a Zeus, que lleva la égida. A1fin parecióle que la mejor resolución sería ata-viarse bien y encaminarse al Ida, por si Zeus,abrasándose en amor, quería dormir a su lado y

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ella lograba derramar dulce y placentero sueñosobre los párpados y el prudente espíritu deldios. Sin perder un instante, fuese a la habita-ción labrada por su hijo Hefesto -la cual teníauna sólida puerta con cerradura oculta queninguna otra deidad sabía abrir-, entró, y,habiendo entornado la puerta, lavóse con am-brosía el cuerpo encantador y lo untó con unaceite craso, divino, suave y tan oloroso que, almoverlo en el palacio de Zeus, erigido sobrebronce, su fragancia se difundió por el cielo y latierra. Ungido el hermoso cutis, se compuso elcabello y con sus propias manos formó los rizoslustrosos, bellos, divinales, que colgaban de lacabeza inmortal. Echóse en seguida el mantodivino, adornado con muchas bordaduras, queAtenea le había labrado, y sujetólo al pecho conbroche de oro. Púsose luego un ceñidor quetenía cien borlones, y colgó de las perforadasorejas unos pendientes de tres piedras precio-sas grandes como ojos, espléndidas, de graciosobrillo. Después, la divina entre las diosas se

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cubrió con un velo hermoso, nuevo, tan blancocomo el sol, y calzó sus nítidos pies con bellassandalias. Y cuando hubo ataviado su cuerpocon todos los adornos, salió de la estancia, y,llamando a Afrodita aparte de los dioses,hablóle en estos términos:190 -¿Querrás complacerme, hija querida, en loque yo te diga, o te negarás, irritada en tu áni-mo, porque yo protejo a los dánaos y tú a lostroyanos?193 Respondióle Afrodita, hija de Zeus:194 -¡Hera, venerable diosa, hija del gran Cro-no! Di qué quieres; mi corazón me impulsa aefectuarlo, si puedo hacerlo y ello es factible.197 Contestóle dolosamente la venerable Hera:198 -Dame el amor y el deseo con los cualesrindes a todos los inmortales y a los mortaleshombres. Voy a los confines de la fértil tierrapara ver a Océano, padre de los dioses, y a lamadre Tetis, los cuales me recibieron de manosde Rea y me criaron y educaron en su palacio,cuando el largovidente Zeus puso a Crono de-

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bajo de la tierra y del mar estéril. Iré a visitarlospara dar fin a sus rencillas. Tiempo ha que seprivan del amor y del tálamo, porque la cóleraanidó en sus corazones. Si apaciguara con mispalabras su ánimo y lograra que reanudasen elamoroso consorcio, me llamarían siempre que-rida y venerable.2,1 Respondió de nuevo la risueña Afrodita:212 -No es posible ni sería conveniente negartelo que Aides, pues duermes en los brazos delpoderosísimo Zeus.214 Dijo; y desató del pecho el cinto bordado,de variada labor, que encerraba todos los en-cantos: hallábanse a11í el amor, el deseo, lasamorosas pláticas y el lenguaje seductor quehace perder el juicio a los más prudentes. Púso-lo en las manos de Hera, y pronunció estas pa-labras:219-Toma y esconde en tu seno el bordado ce-ñidor donde todo se halla. Yo te aseguro que novolverás sin haber logrado lo que tu corazóndesea.

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222 Así dijo. Sonrióse Hera veneranda, la deojos de novilla; y, sonriente aún, escondió elceñidor en el seno.224 Afrodita, hija de Zeus, volvió a su moraday Hera dejó en raudo vuelo la cima del Olimpo,y, pasando por la Pieria y la deleitosa Ematia,salvó las altas y nevadas cumbres de las mon-tañas donde viven los jinetes tracios, sin quesus pies tocaran la tierra descendió por el Atosal fluctuoso ponto y llegó a Lemnos, ciudad deldivino Toante. Allí se encontró con el Sueño,hermano de la Muerte, y, asiéndole de la dies-tra, le dijo estas palabras:233 -¡Sueño, rey de todos los dioses y de todoslos hombres! Si en otra ocasión escuchaste mivoz, obedéceme también ahora, y mi gratitudserá perenne. Adormece los brillantes ojos deZeus debajo de sus párpados, tan pronto como,vencido por el amor, se acueste conmigo. Tedaré como premio un trono hermoso, incorrup-tible, de oro; y mi hijo Hefesto, el cojo de ambos

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pies, te hará un escabel que te sirva para apoyarlas nítidas plantas, cuando asistas a los festines.242 Respondióle el dulce Sueño:243 -¡Hera, venerable diosa, hija del gran Cro-no! Fácilmente adormecería a cualquier otro delos sempiternos dioses y aun a las corrientes delrío Océano, del cual son oriundos todos, perono me acercaré ni adormeceré a Zeus Cronión,si él no lo manda. Me hizo cuerdo tu mandatoel día en que el muy animoso hijo de Zeus seembarcó en Ilio, después de destruir la ciudadtroyana. Entonces sumí en grato sopor la mentede Zeus, que lleva la égida, difundiéndomesuave en torno suyo; y tú, que intentabas cau-sar daño a Heracles, conseguiste que los vientosimpetuosos soplaran sobre el ponto y lo lleva-ran a la populosa Cos, lejos de sus amigos.Zeus despertó y encendióse en ira: maltrataba alos dioses en el palacio, me buscaba a mí, y mehubiera hecho desaparecer, arrojándome deléter al ponto, si la Noche, que rinde a los diosesy a los hombres, no me hubiese salvado; lle-

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guéme a ella huyendo, y aquél se contuvo,aunque irritado, porque temió hacer algo que ala rápida Noche desagradara. Y ahora me man-das realizar otra cosa peligrosísima.263 Respondióle Hera veneranda, la de ojos denovilla:264 -Oh Sueño, ¿por qué en la mente revuelvestales cosas? ¿Crees que el largovidente Zeusfavorecerá tanto a los troyanos, como en la épo-ca en que se irritó protegía a su hijo Heracles?Ea, ve y prometo darte, para que te cases conella y lleve el nombre de esposa tuya, la másjoven de las Gracias [Pasitea, de la cual estásdeseoso todos los días].270 Así habló. Alegróse el Sueño, y respondiódiciendo:271 -Ea, jura por el agua inviolable de la Éstige,tocando con una mano la fértil tierra y con laotra el brillante mar, para que sean testigos losdioses de debajo de la tierra que están con Cro-no, que me darás la más joven de las Gracias,Pasitea, de la cual estoy deseoso todos los días.

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277 Así dijo. No desobedeció Hera, la diosa delos níveos brazos, y juró, como se le pedía,nombrando a todos los dioses subtartáreos,llamados Titanes. Prestado el juramento, par-tieron ocultos en una nube, dejaron atrás aLemnos y la ciudad de Imbros, y siguiendo conrapidez el camino llegaron a Lecto, en el Ida,abundante en manantiales y criador de fieras;allí pasaron del mar a tierra firme, y anduvie-ron haciendo estremecer debajo de sus pies lacima de los árboles de la selva. Detúvose elSueño antes que los ojos de Zeus pudieran ver-lo, y, encaramándose en un abeto altísimo quehabía nacido en el Ida y por el aire llegaba aléter, se ocultó entre las ramas como la monta-raz ave canora llamada por los dioses calcis ypor los hombres cymindis.292 Hera subió ligera al Gárgaro, la cumbremás alta del Ida; Zeus, que amontona las nubes,la vio venir; y apenas la distinguió, enseñoreósede su prudente espíritu el mismo deseo que,cuando gozaron las primicias del amor,

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acostándose a escondidas de sus padres. Y asíque la tuvo delante, le habló diciendo:298 -¡Hera! ¿Adónde vas, que tan presurosavienes del Olimpo, sin los caballos y el carroque podrían conducirte?300- Respondióle dolosamente la venerableHera:301- Voy a los confines de la fértil tierra, a ver aOcéano, origen de los dioses, y a la madre Tetis,que me recibieron de manos de Rea y me cria-ron y educaron en su palacio. Iré a visitarlospara dar fin a sus rencillas. Tiempo ha que seprivan del amor y del tálamo, porque la cólerainvadió sus corazones. Tengo al pie del Ida,abundante en manantiales, los corceles que mellevarán por tierra y por mar, y vengo delOlimpo a participártelo; no fuera que to irrita-ras si me encaminase, sin decírtelo, al palaciodel Océano, de profunda corriente.312 Contestó Zeus, que amontona las nubes:313 -¡Hera! Allá se puede ir más tarde. Ea,acostémonos y gocemos del amor. Jamás la

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pasión por una diosa o por una mujer se difun-dió por mi pecho, ni me avasalló como ahora:nunca he amado así, ni a la esposa de Ixión, queparió a Pintoo consejero igual a los dioses; ni aDánae Acrisiona, la de bellos talones, que dio aluz a Perseo, el más ilustre de los hombres; ni ala celebrada hija de Fénix, que fue madre deMinos y de Radamantis igual a un dios; ni aSémele, ni a Alcmena en Teba, de la que tuve aHeracles, de ánimo valeroso, y de Sémele aDioniso, alegría de los mortales; ni a Deméter,la soberana de hermosas trenzas; ni a la glorio-sa Leto; ni a ti misma: con tal ansia te amo eneste momento y tan dulce es el deseo que de míse apodera.3-29 Replicóle dolosamente la venerable Hera:3» -¡Terribilísimo Cronida! ¡Qué palabras profe-riste! ¡Quieres acostarte y gozar del amor en lascumbres del Ida, donde todo es patente! ¿Quéocurriría si alguno de los sempiternos diosesnos viese dormidos y lo manifestara a todas lasdeidades? Yo no volvería a tu palacio al levan-

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tarme del lecho; vergonzoso fuera. Mas, si lodeseas y a tu corazón le es grato, tienes lacámara que tu hijo Hefesto labró, cerrando lapuerta con sólidas tablas que encajan en el mar-co. Vamos a acostarnos allí, ya que el lecho ape-teces.341 Respondióle Zeus, que amontona las nubes:342 -¡Hera! No temas que nos vea ningún diosni hombre: te cubriré con una nube dorada queni el Sol, con su luz, que es la más penetrantede todas, podría atravesar para mirarnos.346 Dijo, y el hijo de Crono estrechó en sus bra-zos a la esposa. La divina tierra produjo verdehierba, loto fresco, azafrán y jacinto espeso ytierno para levantarlos del suelo. Acostáronseallí y cubriéronse con una hermosa nube dora-da, de la cual caían lucientes gotas de rocío.352 Tan tranquilamente dormía el padre sobreel alto Gárgaro, vencido por el sueño y el amory abrazado con su esposa. El dulce Sueño corrióhacia las naves aqueas para llevar la noticia al

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que ciñe y bate la tierra; y, deteniéndose cercade él, pronunció estas aladas palabras:357 -¡Posidón! Socorre pronto a los dánaos ydales gloria, aunque sea breve, mientras duer-me Zeus, a quien he sumido en dulce letargo,después que Hera, engañándole, logró que seacostara para gozar del amor.361 Dicho esto, fuese hacia las ínclitas tribus delos hombres. Y Posidón, más incitado que antesa socorrer a los dánaos, saltó en seguida a lasprimeras filas y les exhortó diciendo:364 -¡Argivos! ¿Cederemos nuevamente la vic-toria a Héctor Priámida, para que se apodere delos bajeles y alcance gloria? Así se lo figura él yde ello se jacta, porque Aquiles permanece enlas cóncavas naves con el corazón irritado. PeroAquiles no hará gran falta, si los demás procu-ramos auxiliarnos mutuamente. Pero, ea, pro-cedamos todos como voy a decir. Embrazad losescudos mayores y más fuertes que haya en elejército, cubríos la cabeza con el refulgente cas-co, coged las picas más largas, y pongámonos

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en marcha: yo iré delante, y no creo que HéctorPriámida, por enardecido que esté, se atreva aesperarnos. Y el varón, que siendo bravo, tengaun escudo pequeño para proteger sus hombros,déselo al menos valiente y tome otro mejor.378 Así dijo, y ellos le escucharon y obedecie-ron. Los mismos reyes -el Tidida, Ulises y elAtrida Agamenón-, sin embargo de estar heri-dos, los pusieron en orden de batalla, y, reco-rriendo las hileras, hacían el cambio de las mar-ciales armas. El esforzado tomaba las más fuer-tes y daba las peores al que le era inferior. Tanpronto como hubieron vestido el luciente bron-ce, se pusieron en marcha: precedíales Posidón,que sacude la tierra, llevando en la robusta ma-no una espada terrible, larga y puntiaguda, queparecía un relámpago; y a nadie le era posibleluchar con el dios en el funesto combate, por-que el temor se to impedía a todos.388 Por su parte, el esclarecido Héctor puso enorden a los troyanos. Y Posidón, el de cerúleacabellera, y el preclaro Héctor, auxiliando éste a

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los troyanos y aquél a los argivos, extendieronel campo de la terrible pelea. El mar, agitado,llegó hasta las tiendas y naves de los argivos, ylos combatientes se embistieron con gran albo-roto. No braman tanto las olas del mar cuando,levantadas por el soplo terrible del Bóreas, serompen en la tierra; ni hace tanto estrépito elardiente fuego en la espesura del monte, alquemarse una selva; ni suena tanto el viento enlas altas copas de las encinas, si arreciando mu-ge; cuánto fue el griteno de troyanos y aqueosen el momento en que, vociferando de un modoespantoso, vinieron a las manos.402 El preclaro Héctor arrojó el primero la lan-za a Ayante, que contra él arremetía, y no leerró; pero acertó a darle en el sitio en que secruzaban sobre el pecho la correa del escudo yel tahalí de la espada, guarnecida con argénteosclavos, y ambos protegieron el delicado cuerpo.Irritóse Héctor porque la lanza había sido arro-jada inútilmente por su mano, y retrocedióhacia el grupo de sus amigos para evitar la

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muerte. El gran Ayante Telamonio, al ver queHéctor se retiraba, cogió una de las muchaspiedras que servían para calzar las naves y ro-daban entonces entre los pies de los combatien-tes, y con ella le hirió en el pecho, por cima delescudo, junto a la garganta; la piedra, lanzadacon ímpetu, giraba como un torbellino. Comoviene a tierra la encina arrancada de raíz por el.rayo del padre Zeus, despidiendo un fuerteolor de azufre, y el que se halla cerca desfallece,pues el rayo del gran Zeus es formidable, deigual manera, el robusto Héctor dio consigo enel suelo y cayó en el polvo: la pica se le fue dela mano, quedaron encima de él escudo y casco,y la armadura de labrado bronce resonó en tor-no del cuerpo. Los aqueos corrieron haciaHéctor, dando recias voces, con la esperanza dearrastrarlo a su campo; mas, aunque arrojaronmuchas lanzas, no consiguieron herir al pastorde hombres, ni de cerca ni de lejos, porque fuerodeado por los más valientes troyanos-Polidamante, Eneas, el divino Agenor, Sar-

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pedón, caudillo de los licios, y el eximio Glau-co-, y los otros tampoco le abandonaron, puesse pusieron delante con sus rodelas. Los amigosde Héctor lo levantaron en brazos, sacáronlodel combate, condujéronle adonde tenía loságiles corceles con el labrado carro y el auriga,y se lo llevaron hacia la ciudad, mientras dabaprofundos suspiros.433 Mas, al llegar al vado del voraginoso Janto,río de hermosa corriente que el inmortal Zeusengendró, bajaron a Héctor del carro y le rocia-ron el rostro con agua: el héroe cobró los perdi-dos espíritus, miró a lo alto, y, poniéndose derodillas, tuvo un vómito de negra sangre; luegocayó de espaldas, y la noche obscura cubrió susojos, porque aún tenía débil el ánimo a conse-cuencia del golpe recibido.440 Los argivos, cuando vieron que Héctor seausentaba, arremetieron con más ímpetu a lostroyanos, y sólo pensaron en combatir. Enton-ces el veloz Ayante de Oileo fue el primero que,acometiendo con la puntiaguda lanza, hirió a

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Satnio Enópida, a quien una náyade había teni-do de Énope, mientras éste apacentaba rebañosa orillas del Satnioente; Ayante Oilíada, famosopor su lanza, llegóse a él, le hirió en el ijar y letumbó de espaldas; y, en torno del cadáver, tro-yanos y dánaos trabaron un duro combate. Fuea vengarle Polidamante Pantoida, hábil enblandir la lanza; e hirió en el hombro derecho aProtoenor, hijo de Areílico: la impetuosa lanzaatravesó el hombro, y el guerrero, cayendo enel polvo, cogió el suelo con sus manos. Y Poli-damante exclamó con gran jactancia y a voz engrito:454 -No creo que el brazo robusto del valerosoPantoida haya despedido la lanza en vano;algún argivo la recibió en su cuerpo, y me figu-ro que le servirá de báculo para apoyarse enella y descender a la morada de Hades.458 Así dijo. Sus jactanciosas palabras apesa-dumbraron a los argivos y conmovieron el co-razón del aguerrido Ayante Telamoníada, acuyo lado cayó Protoenor. En el acto arrojó

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Ayante una reluciente lanza a Polidamante, quese retiraba; éste dio un salto oblicuo y evitóla,librándose de la negra muerte; pero en cambiola recibió Arquéloco, hijo de Anténor, a quienlos dioses habían destinado a morir: la lanza seclavó en la unión de la cabeza con el cuello, enla extremidad de la vértebra, y cortó ambosligamentos; cayó el guerrero, y cabeza, boca ynarices llegaron al suelo antes que las piernas ylas rodillas. Y Ayante, vociferando, al eximioPolidamante le decía:470 -Reflexiona, oh Polidamante, y dime since-ramente: ¿La muerte de ese hombre no com-pensa la de Protoenor? No parece vil, ni de vi-les nacido, sino hermano o hijo de Anténor,domador de caballos, pues tiene el mismo airede familia.475 Así dijo, porque le conocía bien; y a los tro-yanos se les llenó el corazón de pesar. EntoncesAcamante, que se hallaba junto al cadáver desu hermano para protegerlo, envasó la lanza aPrómaco, el beocio, cuando éste cogía por los

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pies al muerto a intentaba llevárselo. Y en se-guida jactóse Acamante grandemente, dandorecias voces:479 -¡Argivos que sólo con el arco sabéis com-batir y nunca os cansáis de proferir amenazas!El trabajo y los pesares no han de ser solamentepara nosotros, y algún día recibiréis la muertede este mismo modo. Mirad a Prómaco, queyace en el suelo, vencido por mi lanza, para quela venganza por la muerte de un hermano nosufra dilación. Por esto el hombre que es vícti-ma de alguna desgracia, anhela dejar un her-mano que pueda vengarle.486 Así dijo. Sus jactanciosas frases apesadum-braron a los argivos y conmovieron el corazóndel aguerrido Penéleo, que arremetió contraAcamante; el cual no aguardó la acometida delrey Penéleo. Éste hirió a Ilioneo, hijo único quea Forbante -hombre rico en ovejas y amadosobre todos los troyanos por Hermes, que le diomuchos bienes- su esposa le había parido: lalanza, penetrando por debajo de una ceja, le

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arrancó la pupila, le atravesó el ojo y salió porla nuca, y el guerrero vino al suelo con los bra-zos abiertos. Penéleo, desnudando la agudaespada, le cercenó la cabeza, que cayó a tierracon el casco; y, como la fornida lanza seguíaclavada en el ojo, cogióla, levantó la cabeza cualsi fuese una flor de adormidera, la mostró a lostroyanos y, blasonando del triunfo, dijo:501 -¡Teucros! Decid en mi nombre a los padresdel ilustre Ilioneo que le lloren en su palacio; yaque tampoco la esposa de Prómaco Alegenóri-da recibirá con alegre rostro a su marido cuan-do, embarcándonos, nos vayamos de Troya losaqueos.506 Así habló. A todos les temblaban las carnesde miedo, y cada cual buscaba adónde huirpara librarse de una muerte espantosa.508 Decidme ahora, Musas, que poseéis olímpi-cos palacios, cuál fue el primer aqueo que alzódel suelo cruentos despojos, cuando el ilustrePosidón, que bate la tierra, inclinó el combateen favor de los aqueos.

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511 Ayante Telamonio, el primero, hirió a Hir-tio Girtíada; Antíloco hizo perecer a Falces y aMérmero, despojándolos luego de las armas;Meriones mató a Moris a Hipotión; Teucroquitó la vida a Protoón y Perifetes; y el Atridahirió en el ijar a Hiperenor, pastor de hombres:el bronce atravesó los intestinos, el alma saliópresurosa por la herida, y la obscuridad cubriólos ojos del guerrero. Y el veloz Ayante, hijo deOileo, mató a muchos; porque nadie le igualabaen perseguir a los guerreros aterrorizados,cuando Zeus los ponía en fuga.

CANTO XV*Nueva ofensiva desde las naves* Zeus se despierta, y Apolo lleva a los troyanosa las posiciones de antes de la intervención dePosidón: dentro del campamento aqueo. Guia-dos por Zeus atacan las naves aqueas y les po-nen en fuga.

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1 Cuando los troyanos hubieron atravesado ensu huida el foso y la estacada, muriendo mu-chos a manos de los dánaos, llegaron al sitiodonde tenían los corceles a hicieron alto ame-drentados y pálidos de miedo. En aquel instan-te despertó Zeus en la cumbre del Ida, al ladode Hera, la de áureo trono. Levantóse y vio alos troyanos perseguidos por los aqueos, quelos ponían en desorden, y, entre éstos, al sobe-rano Posidón. Vio también a Héctor tendido enla llanura y rodeado de amigos, jadeante, pri-vado de conocimiento, vomitando sangre; queno fue el más débil de los aqueos quien le causóla herida. El padre de los hombres y de los dio-ses, compadeciéndose de él, miró con torva yterrible faz a Hera, y así le dijo:14 -Tu engaño, Hera maléfica a incorregible, hahecho que Héctor dejara de combatir y que sustropas se dieran a la fuga. No sé si castigartecon azotes, para que seas la primera en gozarde tu funesta astucia. ¿Por ventura no te acuer-das de cuando estuviste colgada en lo alto y

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puse en tus pies sendos yunques, y en tus ma-nos áureas a inquebrantables esposas? Tehallabas suspendida en medio del éter y de lasnubes, los dioses del vasto Olimpo te rodeabanindignados, pero no podían desatarte -si enton-ces llego a coger a alguno, le arrojo de estosumbrales y llega a la tierra casi sin vida- y yono lograba echar del corazón el continuo pesarque sentía por el divino Heracles, a quien tú,promoviendo una tempestad con el auxilio delviento Bóreas, arrojaste con perversa intenciónal mar estéril y llevaste luego a la populosaCos; a11í le libré de los peligros y le condujenuevamente a Argos, criadora de caballos, des-pués que hubo padecido muchas fatigas. Te torecuerdo para que pongas fin a tus engaños ysepas si to será provechoso haber venido de lamansión de los dioses a burlarme con los gocesdel amor.34 Así dijo. Estremecióse Hera veneranda, la deojos de novilla, y hablándole pronunció estasaladas palabras:

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36 -Sean testigos la Tierra y el anchuroso Cieloy el agua de la Éstige, de subterránea corriente-que es el juramento mayor y más terrible paralos bienaventurados dioses-, y tu cabeza sagra-da y nuestro tálamo nupcial, por el que nuncajuraría en vano: No es por mi consejo que Po-sidón, el que sacude la tierra, daña a los troya-nos y a Héctor y auxilia a los otros; quizás sumismo ánimo le incita a impele, y ha debidocompadecerse de los aqueos al ver que son de-rrotados junto a las naves. Mas yo aconsejana aPosidón que fuera por donde tú, el de lassombrías nubes, le mandaras.47 Así dijo. Sonrióse el padre de los hombres yde los dioses, y le respondió con estas aladaspalabras:49 -Si tú, Hera veneranda, la de ojos de novilla,cuando te sientas entre los inmortales estuvie-ras de acuerdo conmigo, Posidón, aunque otracosa mucho deseara, acomodaría muy prontosu modo de pensar al nuestro. Pero, si en estemomento hablas franca y sinceramente, ve a la

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mansión de los dioses y manda venir a Iris y aApolo, famoso por su arco; para que aquélla,encaminándose al ejército de los aqueos, decorazas de bronce, diga al soberano Posidónque cese de combatir y vuelva a su palacio; yFebo Apolo incite a Héctor a la pelea, le infun-da valor y le haga olvidar los dolores que leoprimen el corazón, a fin de que rechace nue-vamente a los aqueos, los cuales llegarán encobarde fuga a las naves, de muchos bancos,del Pelida Aquiles. Éste enviará a la lid a sucompañero Patroclo, que morirá, herido por lalanza del preclaro Héctor, cerca de Ilio, despuésde quitar la vida a muchos jóvenes, y entre ellosal divino Sarpedón, mi hijo. Irritado por lamúerte de Patroclo, el divino Aquiles matará aHéctor. Desde aquel instante haré que los tro-yanos sean perseguidos continuamente desdelas naves, hasta que los aqueos tomen la excelsaIlio. Y no cesará mi enojo, ni dejaré que ningúninmortal socorra a los dánaos, mientras no secumpla el voto del Pelida, como lo prometí,

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asintiendo con la cabeza, el día en que la diosaTetis abrazó mis rodillas y me suplicó que hon-rase a Aquiles, asolador de ciudades.78 Así dijo. Hera, la diosa de los níveos brazos,no fue desobediente, y pasó de los montes ide-os al vasto Olimpo. Como corre veloz el pen-samiento del hombre que, habiendo viajado pormuchas tierras, las recuerda en su reflexivoespíritu, y dice «estuve aquí o a11í» y revuelveen la mente muchas cosas, tan rápida y presu-rosa volaba la venerable Hera, y pronto llegó alexcelso Olimpo. Los dioses inmortales, que sehallaban reunidos en el palacio de Zeus, le-vantáronse al verla y le ofrecieron copas denéctar. Y Hera, rehusando las demás, aceptó laque le presentaba Temis, la de hermosas meji-llas, que fue la primera que corrió a su encuen-tro, y hablándole le dijo estas aladas palabras:90 -¡Hera! ¿Por qué vienes con esa cara de es-panto? Sin duda te atemorizó tu esposo, el hijode Crono.

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92 Respondióle Hera, la diosa de los níveosbrazos:93 -No me lo preguntes, diosa Temis; tú mismasabes cuán soberbio y despiadado es el ánimode Zeus. Preside tú en el palacio el festín de losdioses, y oirás con los demás inmortales quédesgracias anuncia Zeus; figúrome que nadie,sea hombre o dios, se regocijará en el alma pormás alegre que esté en el banquete.100 Dichas estas palabras, sentóse la venerableHera. Afligiéronse los dioses en la morada deZeus. Aquélla, aunque con la sonrisa en loslabios, no mostraba alegría en la frente, sobrelas negras cejas. E indignada, exclamó:104 -¡Cuán necios somos los que tontamentenos irritamos contra Zeus! Queremos acercar-nos a él y contenerlo con palabras o por mediode la violencia; y él, sentado aparte, ni de noso-tros hace caso, ni se le da nada, porque dice queen fuerza y poder es muy superior a todos losdioses inmortales. Por tanto sufrid los infortu-nios que respectivamente os envíe. Creo que al

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impetuoso Ares le ha ocurrido ya una des-gracia; pues murió en la pelea Ascálafo, a quienamaba sobre todos los hombres y reconocía porsu hijo.113 Así habló. Ares bajó los brazos, golpeóselos muslos, y suspirando dijo:115 -No os irritéis conmigo, vosotros los quehabitáis olímpicos palacios, si voy a las navesde los aqueos para vengar la muerte de mi hijo;iría, aunque el destino hubiese dispuesto queme cayera encima el rayo de Zeus, dejándometendido con los muertos, entre sangre y polvo.119 Dijo, y mandó al Terror y a la Fuga queuncieran los caballos, mientras vestía las reful-gentes armas. Mayor y más terrible hubierasido entonces el enojo y la ira de Zeus contralos inmortales; pero Atenea, temiendo por to-dos los dioses, se levantó del trono, salió por elvestíbulo y, quitándole a Ares de la cabeza elcasco, de la espalda el escudo y de la robustamano la pica de bronce, que apoyó contra lapared, dirigió al impetuoso dios estas palabras:

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128-¡Loco, insensato! ¿Quieres perecer? En va-no tienes oídos para oír, o has perdido la razóny la vergüenza. ¿No oyes lo que dice Hera, ladiosa de los níveos brazos, que acaba de ver aZeus olímpico? ¿O deseas, acaso, tener que re-gresar al Olimpo a viva fuerza, triste y habien-do padecido muchos males, y causar gran dañoa los otros dioses? Porque Zeus dejará en se-guida a los altivos troyanos y a los aqueos,vendrá al Olimpo a promover tumulto entrenosotros, y castigará así al culpable como alinocente. Por esta razón te exhorto a templar tuenojo por la muerte del hijo. Algún otro supe-rior a él en valor y fuerza ha muerto o morirá,porque es difícil conservar todas las familias delos hombres y salvar a todos los individuos.142 Dicho esto, condujo a su asiento al furibun-do Ares. Hera llamó afuera del palacio a Apoloy a Iris, la mensajera de los inmortales dioses, yles dijo estas aladas palabras:

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146 -Zeus os manda que vayáis al Ida lo antesposible y, cuando hubiereis llegado a su pre-sencia, haced lo que os encargue y ordene.149 La venerable Hera, apenas acabó de hablar,volvió al palacio y se sentó en su trono. Ellosbajaron en raudo vuelo al Ida, abundante enmanantiales y criador de fieras, y hallaron allargovidente Cronida sentado en la cima delGárgaro, debajo de olorosa nube. Al llegar a lapresencia de Zeus, que amontona las nubes, sedetuvieron; y Zeus, al verlos, no se irritó, por-que habían obedecido con presteza las órdenesde la querida esposa. Y, hablando primero conIris, profirió estas aladas palabras:158 -¡Anda, ve, rápida Iris! Anuncia esto al so-berano Posidón y no seas mensajera falaz:Mándale que, cesando de pelear y combatir, sevaya a la mansión de los dioses o al mar divino.Y si no quiere obedecer mis palabras y las des-precia, reflexione en su mente y en su corazónsi, aunque sea poderoso, se atreverá a esperar-me cuando me dirija contra él, pues le aventajo

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mucho en fuerza y edad, por más que en suánimo no tema decirse igual a mí, a quien todostemen.168 Así dijo. La veloz Iris, de pies veloces comoel viento, no desobedeció; y bajó de los montesideos a la sagrada Ilio. Como cae de las nubes lanieve o el helado granizo, a impulso del Bóreas,nacido en el éter; tan rápida y presurosa volabala ligera Iris; y, deteniéndose cerca del ínclitoPosidón, así le dijo:174 -Vengo, oh Posidón, el de cerúlea cabellera,que ciñes la tierra, a traerte un mensaje de partede Zeus, que lleva la égida. Te manda que, ce-sando de pelear y combatir, te vayas a la man-sión de los dioses o al mar divino. Y si no quie-res obedecer sus palabras y las desprecias, teamenaza con venir a luchar contigo y te aconse-ja que evites sus manos; porque dice que tesupera mucho en fuerza y edad, por más queen tu ánimo no temas decirte igual a él, a quientodos temen.

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184 Respondióle muy indignado el ínclito Po-sidón, que bate la tierra:183 -¡Oh dioses! Con soberbia habla, aunquesea valiente, si dice que me sujetará por fuerzay contra mi querer a mí, que disfruto de susmismos honores. Tres somos los hermanoshijos de Crono, a quienes Rea dio a luz: Zeus,yo y el tercero Hades, que reina en los infier-nos. Todas las cosas se agruparon en tres por-ciones, y cada uno de nosotros participó delmismo honor. Yo saqué a la suerte habitar cons-tantemente en el espumoso mar, tocáronle aHades las tinieblas sombrías, correspondió aZeus el anchuroso cielo en medio del éter y lasnubes; pero la tierra y el alto Olimpo son detodos. Por tanto, no procederé según lo decidaZeus; y éste, aunque sea poderoso, permanezcatranquilo en la tercia parte que le pertenece. Nopretenda asustarme con sus manos como sitratase con un cobarde. Mejor fuera que conesas vehementes palabras riñese a los hijos a

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hijas que engendró, pues éstos tendrían queobedecer necesariamente to que les ordenare.200 Replicó la veloz Iris, de pies veloces comoel viento:201 -¿He de llevar a Zeus, oh Posidón, de cerú-lea cabellera, que ciñes la tierra, una respuestatan dura y fuerte? ¿No querrías modificarla? Lamente de los sensatos es flexible. Ya sabes quelas Erinias se declaran siempre por los de másedad.205 Contestó Posidón, que sacude la tierra:206 -¡Diosa Iris! Muy oportuno es cuanto aca-bas de decir. Bueno es que el mensajero com-prenda to que es conveniente. Pero el pesar mellega al corazón y al alma, cuando aquél quiereincrepar con iracundas voces a quien el hadohizo su igual en suerte y destino. Ahora cederé,aunque estoy irritado. Mas to diré otra cosa yharé una amenaza: Si a despecho de mí, deAtenea, que impera en las batallas, de Hera, deHermes y del rey Hefesto, conservare la excelsaIlio a impidiere que, destruyéndola, alcancen

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los argivos una gran victoria, sepa que nuestraira será implacable.218 Cuando esto hubo dicho, el dios que bate latierra desamparó a los aqueos y se sumergió enel mar; pronto los héroes aqueos le echaron demenos. Entonces Zeus, que amontona las nu-bes, dijo a Apolo:221 -Ve ahora, querido Febo, a encontrar aHéctor, el de broncíneo casco. Ya el que ciñe ybate la tierra se fue al mar divino, para librarsede mi terrible cólera; pues hasta los dioses queestán en torno de Crono, debajo de la tierra,hubieran oído el estrépito de nuestro combate.Mucho mejor es para mí y para él que, temero-so, haya cedido a mi fuerza, porque no sin su-dor se hubiera efectuado la lucha. Ahora, tomaen tus manos la égida floqueada, agítala, y es-panta a los héroes aqueos, y luego, cuídate, ohtú que hieres de lejos, del esclarecido Héctor ainfúndele gran vigor, hasta que los aqueos lle-guen, huyendo, a las naves y al Helesponto. En-tonces pensaré to que fuere conveniente hacer o

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decir para que los aqueos respiren de sus cui-tas.236 Así dijo, y Apolo no desobedeció a su pa-dre. Descendió de los montes ideos, semejanteal gavilán que mata a las palomas y es la másveloz de las aves, y halló al divino Héctor, hijodel belicoso Príamo, ya no postrado en el suelo,sino sentado: iba cobrando ánimo y aliento, yreconocía a los amigos que le circundaban,porque el ahogo y el sudor habían cesado des-de que Zeus, que lleva la égida, decidió animaral héroe. Apolo, el que hiere de lejos, se detuvoa su lado y le dijo:244 -¡Héctor, hijo de Príamo! ¿Por qué te en-cuentro sentado, lejos de los demás y desfalle-cido? ¿Te abruma algún pesar?246 Con lánguida voz respondióle Héctor, el detremolante casco:247-¿Quién eres tú, oh el mejor de los dioses,que vienes a mi presencia y me interrogas? ¿Nosabes que Ayante, valiente en la pelea, me hirióen el pecho con una piedra, mientras yo mataba

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a sus compañeros junto a las naves de losaqueos, a hizo desfallecer mi impetuoso valor?Figurábame que vena hoy mismo a los muertosy la morada de Hades, porque ya iba a exhalarel alma.253 Contestó el soberano Apolo, que hiere delejos:254-Cobra ánimo. El Cronión te manda desde elIda como defensor, para asistirte y ayudarte, aFebo Apolo, el de la áurea espada; a mí, que yaantes protegía tu persona y tu excelsa ciudad.Ea, ordena a tus muchos caudillos que guíenlos veloces caballos hacia las cóncavas naves; yyo, marchando a su frente, allanaré el camino alos corceles y pondré en fuga a los héroesaqueos.262 Dijo, a infundió un gran vigor al pastor dehombres. Como el corcel avezado a bañarse enla cristalina corriente de un río, cuando se veatado en el establo come la cebada del pesebre,y rompiendo el ronzal sale trotando por la lla-nura, yergue orgulloso la cerviz, ondean las

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crines sobre su cuello y ufano de su lozaníamueve ligero las rodillas encaminándose alsitio donde los caballos pacen, tan ligeramentemovía Héctor pies y rodillas, exhortando a loscapitanes, después que oyó la voz de Apolo.Así como, cuando perros y pastores persiguena un cornígero ciervo o a una cabra montés quese refugia en escarpada roca o umbría selva,porque no estaba decidido por el hado que elanimal fuese cogido; si, atraído por la gritería,se presenta un melenudo león, a todos los poneen fuga a pesar de su empeño; así también losdánaos avanzaban en tropel, hiriendo a susenemigos con espadas y lanzas de doble filo;mas, al notar que Héctor recorna las hileras delos suyos, turbáronse y a todos se les cayó elalma a los pies.281 Entonces Toante, hijo de Andremón y elmás señalado de los etolios -era diestro en arro-jar el dardo, valiente en el combate a pie firmey pocos aqueos vencíanle en el ágora cuando

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los jóvenes contendían sobre la elocuencia-,benévolo les arengó diciendo:286 -¡Oh dioses! Grande es el prodigio que a mivista se ofrece. ¡Cómo Héctor, librándose de lasparcas, se ha vuelto a levantar! Gran esperanzateníamos de que hubiese sido muerto porAyante Telamoníada; pero algún dios protegióy salvó nuevamente a Héctor, que ha quebradolas rodillas de muchos dánaos, como ahoravolverá a hacerlo también, pues no sin la volun-tad de Zeus tonante aparece tan resuelto alfrente de sus tropas. Ea, procedamos todos co-mo voy a decir. Ordenemos a la muchedumbreque vuelva a las naves, y cuantos nos gloriamosde ser los más valientes permanezcamos aquí yrechacémosle, yendo a su encuentro con las pi-cas levantadas. Creo que, por embravecido quetenga el corazón, temerá penetrar por entre losdánaos.300 Así dijo, y ellos le escucharon y obedecie-ron. Ayante, el rey Idomeneo, Teucro, Merionesy Meges, igual a Ares, llamando a los más va-

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lientes, los dispusieron para la batalla contraHéctor y los troyanos; y la turba se retiró a lasnaves aqueas.306 Los troyanos acometieron apiñados, si-guiendo a Héctor, que marchaba con arrogantepaso. Delante del héroe iba Febo Apolo, cubier-to por una nube, con la égida impetuosa, terri-ble, hirsuta, magnífica, que Hefesto, el broncis-ta, diera a Zeus para que llevándola amedren-tara a los hombres. Con ella en la mano, Apologuiaba a las tropas.311 Los argivos, apiñados también, resistieronel ataque. Levantóse en ambos ejércitos agudagritería, las flechas saltaban de las cuerdas delos arcos y audaces manos arrojaban buennúmero de lanzas, de las cuales unas pocas sehundían en el cuerpo de los jóvenes poseídosde marcial furor, y las demás clavábanse en elsuelo; entre los dos campos, antes de llegar a lablanca carne de que estaban codiciosas. Mien-tras Febo Apolo tuvo la égida inmóvil, los tirosalcanzaban por igual a unos y a otros, y los

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hombres caían. Mas así que la agitó frente a losdánaos, de ágiles corceles, dando un fortísimogrito, debilitó el ánimo en los pechos de losaqueos y logró que se olvidaran de su impetuo-so valor. Como ponen en desorden una vacadao un hato de ovejas dos fieras que se presentanmuy entrada la obscura noche, cuando el guar-dián está ausente, de la misma manera, losaqueos huían desanimados, porque Apolo lesinfundió terror y dio gloria a Héctor y a lostroyanos.328 Entonces, ya extendida la batalla, cada cau-dillo troyano mató a un hombre. Héctor diomuerte a Estiquio y a Arcesilao: éste era caudi-llo de los beocios, de broncíneas corazas; elotro, compañero fiel del magnánimo Menesteo.Eneas hizo perecer a Medonte y a Jaso; de loscuales el primero era hijo bastardo del divinoOileo y hermano de Ayante, y habitaba en Fíla-ce, lejos de su patria, por haber muerto a unhermano de su madrastra Eriópide, y Jaso,caudillo de los atenienses, era conocido como

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hijo de Esfelo Bucólida. Polidamante quitó lavida a Mecisteo, Polites a Equio al trabarse elcombate, y el divino Agenor a Clonio. Y Parisarrojó su lanza a Deíoco, que huía por entre loscombatientes delanteros; le hirió en la extremi-dad del hombro, y el bronce salió al otro lado.343 En tanto que los troyanos despojaban de lasarmas a los muertos, los aqueos, arrojándose alfoso y a la estacada, huían por todas partes ypenetraban en el muro, constreñidos por la ne-cesidad. Y Héctor exhortaba a los troyanos, di-ciendo a voz en grito:347 -Arrojaos a las naves y dejad los cruentosdespojos. Al que yo encuentre lejos de los baje-les, a11í mismo le daré muerte, y luego sushermanos y hermanas no le entregarán a lasllamas, sino que lo despedazarán los perrosfuera de la ciudad.352 En diciendo esto, azotó con el látigo el lomode los caballos; y, mientras atravesaba las filas,animaba a los troyanos. Éstos, dando amenaza-dores gritos, guiaban los corceles de los carros

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con fragor inmenso; y Febo Apolo, que iba de-lante, holló con sus pies las orillas del foso pro-fundo, echó la tierra dentro y formó un caminolargo y tan ancho como la distancia que mediaentre el hombre que arroja una lanza para pro-bar su fuerza y el sitio donde la misma cae. Porallí se extendieron en buen orden; y Apolo, quecon la égida preciosa iba a su frente, derribabael muro de los aqueos, con la misma facilidadcon que un niño, jugando en la playa, desbaratacon los pies y las manos to que de arena habíaconstruido. Así tú, Febo, que hieres de lejos,destruías la obra que había costado a los aqueosmuchos trabajos y fatigas, y a ellos los poníasen fuga.367 Los aqueos no pararon hasta las naves, ya11í se animaban unos a otros, y con los brazosalzados, profiriendo grandes voces, implorabanel auxilio de las deidades. Y especialmenteNéstor gerenio, protector de los aqueos, orabalevantando las manos al estrellado cielo:

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372 -¡Padre Zeus! Si alguien en Argos, abun-dante en trigales, quemó en to obsequio pin-gües muslos de buey o de oveja, y to pidió quelograra volver a su patria, y tú se lo prometisteasintiendo; acuérdate de ello, oh Olímpico,aparta de nosotros el día funesto, y no permitasque los aqueos sucumban a manos de los tro-yanos.377 Así dijo rogando. El próvido Zeus atendiólas preces del anciano Nelida, y tronó fuerte-mente.379 Los troyanos, al oír el trueno de Zeus, quelleva la égida, arremetieron con más furia a losargivos, y sólo en combatir pensaron. Como lasolas del vasto mar salvan el costado de unanave y caen sobre ella, cuando el viento arreciay las levanta a gran altura, así los troyanos pa-saron el muro, e, introduciendo los carros, pe-leaban junto a las popas con lanzas de doblefilo; mientras los aqueos, subidos en las negrasnaves, se defendían con pértigas largas, fuertes,

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de punta de bronce, que para los combates na-vales llevaban en aquéllas.390 Mientras aqueos y troyanos combatieroncerca del muro, lejos de las veleras naves, Pa-troclo permaneció en la tienda del bravo Eurí-pilo, entreteniéndole con la conversación ycurándole la grave herida con drogas que miti-garon los acerbos dolores. Mas, al ver que lostroyanos asaltaban con ímpetu el muro y seproducía clamoreo y fuga entre los dánaos,gimió; y, bajando los brazos, golpeóse los mus-los, suspiró y dijo:399 -¡Eurípilo! Ya no puedo seguir aquí, aunqueme necesites, porque se ha trabado una granbatalla. Te cuidará el escudero, y yo volverépresuroso a la tienda de Aquiles para incitarle apelear. ¿Quién sabe si con la ayuda de algúndios conmoveré su ánimo? Gran fuerza tiene laexhortación de un compañero.405 Dijo, y salió. Los aqueos sostenían firme-mente la acometida de los troyanos, pero, aun-que éstos eran menos, no podían rechazarlos de

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las naves; y tampoco los troyanos lograbanromper las falanges de los dánaos y entrar ensus tiendas y bajeles. Como la plomada nivelael mástil de un navío en manos del hábil cons-tructor que conoce bien su arte por habérseloenseñado Atenea, de la misma manera andabaigual el combate y la pelea, y unos luchaban entorno de unas naves y otros alrededor de otras.415 Héctor fue a encontrar al glorioso Ayante;y, luchando los dos por una nave, ni aquél con-seguía arredrar a éste y pegar fuego a los baje-les, ni éste lograba rechazar a aquél, a quien undios había acercado al campamento. Entoncesel esclarecido Ayante dio una lanzada en elpecho a Calétor, hijo de Clito, que iba a echarfuego en un barco: el troyano cayó con estrépi-to, y la tea desprendióse de su mano. Y Héctor,como viera con sus ojos que su primo caía en elpolvo delante de la negra nave, exhortó a tro-yanos y licios, diciendo a grandes voces:425 -¡Troyanos, licios, dárdanos, que cuerpo acuerpo peleáis! No dejéis de combatir en esta

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angostura; defended el cuerpo del hijo de Clito,que cayó en la pelea junto a las naves, para quelos aqueos no lo despojen de las armas.429 Dichas estas palabras, arrojó a Ayante laluciente pica y erró el tiro; pero, en cambio,hirió a Licofrón de Citera, hijo de Mástor y es-cudero de Ayante, en cuyo palacio vivía desdeque en aquella ciudad mató a un hombre: elagudo bronce penetró en la cabeza por encimade una oreja; y el guerrero, que se hallaba juntoa Ayante, cayó de espaldas desde la nave alpolvo de la tierra, y sus miembros quedaron sinvigor. Estremecióse Ayante, y dijo a su herma-no:437 -¡Querido Teucro! Nos han muerto alMastórida, el compañero flel a quien honrába-mos en el palacio como a nuestros padres, des-de que vino de Citera. El magnánimo Héctor lequitó la vida. Pero ¿dónde tienes las mortíferasflechas y el arco que to dio Febo Apolo?442 Así dijo. Oyóle Teucro y acudió corriendo,con el flexible arco y el carcaj lleno de flechas; y

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una vez a su lado, comenzó a disparar saetascontra los troyanos. E hirió a Clito, preclaro hijode Pisénor y compañero del ilustre Polidaman-te Pantoida, que con las riendas en la manodirigía los corceles adonde más falanges enmontón confuso se agitaban, para congraciarsecon Héctor y los troyanos; pero pronto ocurrió-le la desgracia, de que nadie, por más que lodeseara, pudo librarle: la dolorosa flecha se leclavó en el cuello por detrás; el guerrero cayódel carro, y los corceles retrocedieron arras-trando con estrépito el carro vacío. Al notarloPolidamante, su dueño, se adelantó y los detu-vo; entrególos a Astínoo, hijo de Protiaón, conel encargo de que los tuviera cerca, y se mezclóde nuevo con los combatientes delanteros.458 Teucro sacó otra flecha para tirarla aHéctor, armado de bronce; y, si hubiese conse-guido herirlo y quitarle la vida mientras pelea-ba valerosamente, con ello diera final al com-bate que junto a las naves aqueas se sostenía.Mas no dejó de advertirlo en su mente el

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próvido Zeus, y salvó la vida a Héctor, a la vezque privaba de gloria a Teucro Telamonio,rompiéndole a éste la cuerda del magnífico arcocuando to tendía: la flecha, que el bronce hacíaponderosa, torció su camino, y el arco cayó delas manos del guerrero. Estremecióse Teucro, ydijo a su hermano:467 -¡Oh dioses! Alguna deidad que quierefrustrar nuestros medios de combate me quitóel arco de la mano y rompió la cuerda reciéntorcida, que até esta mañana para que pudieradespedir, sin romperse, multitud de flechas.471 Respondióle el gran Ayante Telamonio:472 -¡Oh amigo! Deja quieto el arco con lasabundantes flechas, ya que un dios lo inutilizópor odio a los dánaos; toma una larga pica y unescudo que cubra tus hombros, pelea contra lostroyanos y anima a la tropa. Que aun siendovencedores, no tomen sin trabajo las naves demuchos bancos. Sólo en combatir pensemos.478 Así dijo. Teucro dejó el arco en la tienda,colgó de sus hombros un escudo formado por

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cuatro pieles, cubrió la robusta cabeza con unlabrado casco, cuyo penacho de crines de caba-llo ondeaba terriblemente en la cimera, asió unafuerte lanza de aguzada broncínea punta, salióy volvió corriendo al lado de Ayante.484 Héctor, al ver que las saetas de Teucro que-daban inútiles, exhortó a los troyanos y a loslicios, gritando recio:486 -¡Troyanos, licios, dárdanos, que cuerpo acuerpo combatís! Sed hombres, amigos, y mos-trad vuestro impetuoso valor junto a las cónca-vas naves; pues acabo de ver con mis ojos queZeus ha dejado inútiles las flechas de un eximioguerrero. El influjo de Zeus lo reconocen fácil-mente así los que del dios reciben excelsa glo-ria, como aquéllos a quienes abate y no quieresocorrer: ahora debilita el valor de los argivos ynos favorece a nosotros. Combatid juntos cercade los bajeles; y quien sea herido mortalmente,de cerca o de lejos, cumpliéndose su destino,muera; que será honroso para él morir comba-tiendo por la patria, y su esposa a hijos se verán

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salvos, y su casa y hacienda no padecerán me-noscabo, si los aqueos regresan en las naves asu patria tierra.500 Así diciendo les excitó a todos el valor y lafuerza. Ayante, a su vez, exhortó asimismo asus compañeros:502 -¡Qué vergüenza, argivos! Ya llegó el mo-mento de morir o de salvarse rechazando de lasnaves a los troyanos. ¿Esperáis acaso volver apie a la patria tierra, si Héctor, el de tremolantecasco, toma los bajeles? ¿No oís cómo anima atodos los suyos y desea quemar las naves? Noles manda que vayan a un baile, sino que pele-en. No hay mejor pensamiento o consejo paranosotros que éste: combatir cuerpo a cuerpo yvalerosamente con el enemigo. Es preferiblemorir de una vez o asegurar la vida, a dejarsematar paulatina a infructuosamente en la terri-ble contienda, junto a las naves, por guerrerosque nos son inferiores.514 Con estas palabras les excitó a todos el va-lor y la fuerza. Entonces Héctor mató a Esque-

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dio, hijo de Perimedes y caudillo de los focios;Ayante quitó la vida a Laodamante, hijo ilustrede Anténor, que mandaba los peones, y Poli-damante acabó con Oto de Cilene, compañerodel Filida y jefe de los magnánimos epeos. Me-ges, al verlo, arremetió con la lanza a Polida-mante; pero éste hurtó el cuerpo -Apolo noquiso que el hijo de Pántoo sucumbiera entrelos combatientes delanteros-, y aquél hirió enmedio del pecho a Cresmo, que cayó con estré-pito, y el aqueo le despojó de la armadura quecubría sus hombros. En tanto, Dólope Lampéti-da, hábil en manejar la lanza (Lampo Laome-dontíada había engendrado este hijo bonísimo,que estuvo dotado de impetuoso valor), selanzó contra el Filida y, acometiéndole de cerca,diole un bote en el centro del escudo; pero elFilida se salvó, gracias a una fuerte coraza queprotegía su cuerpo, la cual había sido regaladaen otro tiempo a Fileo en Éfira, a orillas del ríoSeleente, por su huésped el rey Eufetes, paraque en la guerra le defendiera de los enemigos,

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y entonces libró de la muerte a su hijo Meges.Éste, a su vez, dio una lanzada a Dólope en laparte inferior de la cimera del broncíneo casco,adornado con crines de caballo, rompióla yderribó en el polvo el penacho recién teñido devistosa púrpura. Y mientras Dólope seguíacombatiendo con la esperanza de vencer, el be-licoso Menelao fue a ayudar a Meges; y, po-niéndose a su lado sin ser visto, clavó la lanzaen la espalda de aquél: la punta impetuosa saliópor el pecho, y el guerrero cayó de cara. Amboscaudillos corrieron a quitarle la broncínea ar-madura de los hombros; y Héctor exhortaba atodos sus deudos a increpaba especialmente alesforzado Melanipo Hicetaónida; el cual, antesde presentarse los enemigos, apacentaba flexi-pedes bueyes en Percote, y, cuando llegaron losdánaos en las encorvadas naves, fuese a llio,sobresalió entre los troyanos y habitó el palaciode Príamo, que le honraba como a sus hijos. AMelanipo, pues, le reprendía Héctor, diciendo:

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553 ¿Seremos tan indolentes, Melanipo? ¿No teconmueve el corazón la muerte del primo? ¿Noves cómo tratan de llevarse las armas de Dólo-pe? Sígueme; que ya es necesario combatir decerca con los argivos, hasta que los destruya-mos o arruinen ellos la excelsa Ilio desde sucumbre y maten a los ciudadanos.559 Habiendo hablado así, echó a andar, y si-guióle el varón, que parecía un dios. A su vez,el gran Ayante Telamonio exhortó a los argivos:561 -¡Oh amigos! ¡Sed hombres, mostrad quetenéis un corazón pundonoroso, y avergonzaosde parecer cobardes en el duro combate! De losque sienten este temor, son más los que se sal-van que los que mueren; los que huyen no al-canzan gloria ni socorro alguno.565 Así dijo; y ellos, que ya antes deseaban de-rrotar al enemigo, pusieron en su corazón aque-llas palabras y cercaron las naves con un murode bronce. Zeus incitaba a los troyanos contralos aqueos. Y Menelao, valiente en la pelea, ex-hortó a Antíloco:

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569 -¡Antíloco! Ningún aqueo de los presenteses más joven que tú, ni más ligero de pies, nitan fuerte en el combate. Si arremetieses a lostroyanos a hirieras a alguno...572 Así dijo, y alejóse de nuevo. Antíloco, ani-mado, saltó más a11á de los combatientes de-lanteros; y, revolviendo el rostro a todas partes,arrojó la luciente lanza. Al verlo, huyeron lostroyanos. No fue vano el tiro, pues hirió en elpecho, cerca de la tetilla, a Melanipo, animosohijo de Hicetaón, que acababa de entrar encombate: el troyano cayó con estrépito, y laobscuridad cubrió sus ojos. Como el perro seabalanza al cervato herido por una flecha que alsaltar de la madriguera le tira un cazador,dejándole sin vigor los miembros, así el belico-so Antíloco se arrojó sobre ti, oh Melanipo, paraquitarte la armadura. Mas no pasó inadvertidopara el divino Héctor; el cual, corriendo por elcampo de batalla, fue al encuentro de Antíloco;y éste, aunque era luchador brioso, huyó sinesperarle, parecido a la fiera que causa algún

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daño, como matar a un perro o a un pastor jun-to a sus bueyes, y huye antes que se reúnanmuchos hombres; así huyó el Nestórida; y so-bre él, los troyanos y Héctor, promoviendo in-menso alboroto hacían llover dolorosos tiros. YAntíloco, tan pronto como llegó a juntarse consus compañeros, se detuvo y volvió la cara alenemigo.592 Los troyanos, semejantes a carniceros leo-nes, asaltaban las naves y cumplían los desig-nios de Zeus, el cual les infundía continuamen-te gran valor y les excitaba a combatir, y al pro-pio tiempo abatía el ánimo de los argivos,privándoles de la gloria del triunfo, porquedeseaba en su corazón dar gloria a HéctorPriámida, a fin de que éste arrojase el abrasadory voraz fuego en las corvas naves, y se efectua-ra de todo en todo la funesta súplica de Tetis. Elpróvido Zeus sólo aguardaba ver con sus ojosel resplandor de una nave incendiada, puesdesde aquel instante haría que los troyanosfuesen perseguidos desde las naves y dana glo-

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ria a los dánaos. Pensando en tales cosas, eldios incitaba a Héctor Priámida, ya de por símuy enardecido, a encaminarse hacia lascóncavas naves. Como se enfurece Ares blan-diendo la lanza, o se embravece el perniciosofuego en la espesura de poblada selva, así seenfurecía Héctor: su boca estaba cubierta de es-puma, los ojos le centelleaban debajo de lastorvas cejas y el casco se agitaba terriblementeen sus sienes mientras peleaba. Y desde el éterZeus protegía únicamente a Héctor, entre tan-tos hombres, y le daba honor y gloria; porque elhéroe debía vivir poco, y ya Palas Atenea apre-suraba la llegada del día fatal en que había desucumbir a manos del Pelida. Héctor deseabaromper las filas de los combatientes, y probabapor donde veía mayor turba y mejores armas;mas, aunque ponía gran empeño, no pudo con-seguirlo, porque los dánaos, dispuestos en co-lumna cerrada, hicieron frente al enemigo. Cualun peñasco escarpado y grande, que en la ribe-ra del espumoso mar resiste el ímpetu de los

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sonoros vientos y de las ingentes olas que a11íse rompen, así los dánaos aguardaban a piefirme a los troyanos y no huían. Y Héctor, res-plandeciente como el fuego, saltó al centro de laturba como la ola impetuosa levantada por elviento cae desde to alto sobre la ligera nave,llenándola de espuma, mientras el soplo terri-ble del huracán brama en las velas y los mari-neros tiemblan amedrentados porque se hallanmuy cerca de la muerte, de tal modo vacilaba elánimo en el pecho de los aqueos. Como dañinoleón acomete un rebaño de muchas vacas quepacen a orillas de extenso lago y son guardadaspor un pastor que, no sabiendo luchar con lasfieras para evitar la muerte de alguna vaca deretorcidos cuernos, va siempre con las primeraso con las últimas reses; y el león salta al centro,devora una vaca y las demás huyen espanta-das, así los aqueos todos fueron puestos en fu-ga por Héctor y el padre Zeus, pero Héctormató a uno solo, a Perifetes de Micenas, hijo deaquel Copreo que llevaba los mensajes del rey

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Euristeo al fornido Heracles. De este padre obs-curo nació tal hijo, que superándole en todaclase de virtudes, en la carrera y en el combate,campeó por su talento entre los primeros ciu-dadanos de Micenas y entonces dio a Héctorgloria excelsa. Pues al volverse tropezó con elborde del escudo que le cubría de pies a cabezay que llevaba para defenderse de los tiros, y,enredándose con él, cayó de espaldas, y el cascoresonó de un modo horrible en torno de lassienes. Héctor to advirtió en seguida, acudiócorriendo, metió la pica en el pecho de Perifetesy le mató cerca de sus mismos compañeros que,aunque afligidos, no pudieron socorrerle, puestemían mucho al divino Héctor.653 Por fin llegaron a las naves. Defendíanselos argivos detrás de las que se habían sacadoprimero a la playa, y los troyanos fueron a per-seguirlos: Aquéllos, al verse obligados a retirar-se de las primeras naves, se colocaron apiñadoscerca de las tiendas, sin dispersarse por el ejér-cito porque la vergüenza y el temor se to im-

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pedían, y mutua a incesantemente se exhorta-ban. Y especialmente Néstor, protéctor de losaqueos, dirigíase a todos los guerreros, y ennombre de sus padres así les suplicaba:661 -¡Oh amigos! Sed hombres y mostrad quetenéis un corazón pundonoroso delante de losdemás varones. Acordaos de los hijos, de lasesposas, de los bienes, y de los padres, vivanaún o hayan fallecido. En nombre de estos au-sentes os suplico que resistáis firmemente y noos entreguéis a la fuga.667 Con estas palabras les excitó a todos el va-lor y la fuerza. Entonces Atenea les quitó de losojos la densa y divina nube que los cubría, yapareció la luz por ambos lados, en las naves yen la lid sostenida por los dos ejércitos conigual tesón. Vieron a Héctor, valiente en la pe-lea, y a sus propios compañeros, así a cuantosestaban detrás de los bajeles y no combatían,como a los que junto a las veleras naves dabanbatalla al enemigo.

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674 No le era grato al corazón del magnánimoAyante permanecer donde los demás aqueos sehabían retirado; y el héroe, andando a pasolargo, iba de nave en nave llevando en la manouna gran percha de combate naval que medíaveintidós codos y estaba reforzada con clavos.Como un diestro cabalgador escoge cuatro ca-ballos entre muchos, los guía desde la llanura ala gran ciudad por la carretera, muchos hom-bres y mujeres le admiran, y él salta continua-mente y con seguridad del uno al otro, mien-tras los corceles vuelan; así Ayante, andando apaso seguido, recorría las cubiertas de muchasnaves y su voz llegaba al éter. Sin cesar dabahorribles gritos, para exhortar a los dánaos adefender naves y tiendas. Tampoco Héctorpermanecía en la turba de los troyanos, ar-mados de fuertes corazas: como el águila negrase echa sobre una bandada de alígeras aver-gansos, grullas o cisnes cuellilargos- que estáncomiendo a orillas de un río; así Héctor corríaen derechura a una nave de negra proa, empu-

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jado por la mano poderosa de Zeus, y el diosincitaba también a la tropa para que le acom-pañara.696 De nuevo se trabó un reñido combate al piede los bajeles. Hubieras dicho que, sin estarcansado ni fatigados, comenzaban entonces apelear. ¡Con tal denuedo luchaban! He aquícuáles eran sus respectivos pensamientos: losaqueos no creían escapar de aquel desastre,sino perecer; los troyanos esperaban en su co-razón incendiar las naves y matar a los héroesaqueos. Y con estas ideas asaltábanse unos aotros.704 Héctor llegó a tocar la popa de una navesurcadora del ponto, bella y de curso rápido;aquélla en que Protesilao llegó a Troya y queluego no había de llevarle otra vez a la patriatierra. Por esta nave se mataban los aqueos ylos troyanos: sin aguardar desde lejos los tirosde flechas y dardos, combatían de cerca y conigual ánimo, valiéndose de agudas hachas, se-gures, grandes espadas y lanzas de doble filo.

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Muchas hermosas dagas, de obscuro recazo,provistas de mango, cayeron al suelo, ya de lasmanos, ya de los hombros de los combatientes;y la negra tierra manaba sangre. Héctor, desdeque cogió la popa, no la soltaba y, teniendoentre sus manor la parte superior de la misma,animaba a los troyanos:718 -¡Traed fuego, y todos apiñados, trabad labatalla! Zeus nos concede un día que lo com-pensa todo, pues vamos a tomar las naves quevinieron contra la voluntad de los dioses y noshan ocasionado muchas calamidades por lacobardía de los viejos, que no me dejaban pele-ar cerca de aquéllas y detenían al ejército. Mas,si entonces el largovidente Zeus ofuscaba nues-tra razón, ahora él mismo nos impele y anima.726 Así dijo; y ellos acometieron con mayorímpetu a los argivos. Ayante ya no resistió,porque estaba abrumado por los tiros: temien-do morir, dejó la cubierta, retrocedió hasta unbanco de remeros que tenía siete pies, púsose avigilar, y con la pica apartaba del navío a cuan-

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tos llevaban el voraz fuego, en tanto que exhor-taba a los dánaos con espantosos gritos:733 -¡Oh amigos, héroes dánaos, servidores deAres! Sed hombres y mostrad vuestro impetuo-so valor. ¿Creéis, por ventura, que hay a nues-tra espalda otros defensores o un muro mássólido que libre a los hombres de la muerte?Cerca de aquí no existe ciudad alguna defendi-da con torres, en la que hallemos refugio y cuyopueblo nos dé auxilio para alcanzar ulteriorvictoria; sino que nor hallamos en la llanura delos troyanos, de fuertes corazas, a orillas delmar y lejos de la patria tierra. La salvación, porconsiguiente, está en los puños; no en ser flojosen la pelea.742 Dijo, y acometió furioso con la aguda lanza.Y cuantos troyanos, movidos por las excitacio-nes de Héctor, quisieron llevar ardiente fuego alas cóncavas naves, a todos los hirió Ayante consu larga pica. Doce fueron los que hirió de cer-ca, delante de los bajeles.

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CANTO XVI*Patroclea* Al advertirlo, Patroclo suplica a Aquiles querechace al enemigo; y, no consiguiéndolo, leruega que, por lo menos, le preste sus armas yle permita ponerse al frente de los mirmídonespara ahuyentar a los troyanos. Accede Aquiles,y le recomienda que se vuelva atrás cuando loshaya echado de las naves, pues el destino no letiene reservada la gloria de apoderarse de Tro-ya. Mas Patroclo, enardecido por sus hazañas,entre ellas la de dar muerte a Sarpedón, hijo deZeus, persigue a los troyanos por la llanurahasta que Apolo le desata la coraza. Euforbo lohiere y Héctor lo mata.

1 Así peleaban por la nave de muchos bancos.Patroclo se presentó a Aquiles, pastor de hom-bres, derramando ardientes lágrimas comofuente profunda que vierte sus aguas sombríaspor escarpada roca. Tan pronto como le vio el

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divino Aquiles, el de los pies ligeros, compade-cióse de él y le dijo estas aladas palabras:7 -¿Por qué lloras, Patroclo, como una niña queva con su madre y deseando que la tome enbrazos, la tira del vestido, la detiene a pesar deque lleva prisa, y la mira con ojos llorosos paraque la levante del suelo? Como ella, oh Patro-cio, derramas tiernas lágrimas. ¿Vienes a parti-ciparnos algo a los mirmidones o a mí mismo?¿Supiste tú solo alguna noticia de Ftía? Dicenque Menecio, hijo de Áctor, existe aún; vivetambién Peleo Eácida entre los mirmidones, yes la muerte dé aquél o de éste to que más nospodría afligir. ¿O lloras quizás porque los argi-vos perecen, cerca de las cóncavas naves, por lainjusticia que cometieron? Habla, no me oculteslo que piensas, para que ambos lo sepamos.20 Dando profundos suspiros, respondiste así,caballero Patroclo:21 -¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el más valientede los aqueos! No te irrites, porque es muygrande el pesar que los abruma. Los que antes

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eran los más fuertes, heridos unos de cerca yotros de lejos, yacen en las naves -con armaarrojadiza fue herido el poderoso DiomedesTidida; con la pica Ulises, famoso por su lanza,y Agamenón; a Eurípilo flecháronle en el mus-lo-, y los médicos, que conocen muchas drogas,ocúpanse en curarles las heridas. Tú, Aquiles,eres implacable. jamás se apodere de mí rencorcomo el que guardas! ¡Oh tú, que tan mal em-pleas el valor! ¿A quién podrás ser útil mástarde, si ahora no salvas a los argivos de muerteindigna? ¡Despiadado! No fue tu padre el jinetePeleo, ni Tetis tu madre; el glauco mar o lasescarpadas rocas debieron de engendrarte,porque tu espíritu es cruel. Si te abstienes decombatir por algún vaticinio que tu venerandamadre, enterada por Zeus, te haya revelado,envíame a mí con los demás mirmidones, por sillego a ser la aurora de la salvación de losdánaos; y permite que cubra mis hombros contu armadura para que los troyanos me confun-dan contigo y cesen de pelear, los belicosos

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dánaos que tan abatidos están se reanimen y labatalla tenga su tregua, aunque sea por brevetiempo. Nosotros, que no nos hallamos exte-nuados de fatiga, rechazaríamos fácilmente delas naves y de las tiendas hacia la ciudad a esoshombres que de pelear están cansados.46 Así le suplicó el muy insensato; y con ellollamaba a la terrible muerte y a la parca. Aqui-les, el de los pies ligeros, le contestó muy in-dignado:49-¡Ay de mí, Patroclo, del linaje de Zeus, quédijiste! No me abstengo por ningún vaticinioque sepa y tampoco la veneranda madre medijo nada de parte de Zeus, sino que se meoprime el corazón y el alma cuando un hombre,porque tiene más poder, quiere privar a suigual de lo que le corresponde y le quita la re-compensa. Tal es el gran pesar que tengo, acausa de las contrariedades que mi ánimo hapadecido. La joven que los aqueos me adjudica-ron como recompensa y que había conquistadocon mi lanza, al tomar una bien murada ciu-

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dad, el rey Agamenón Atrida me la quitó comosi yo fuera un miserable advenedizo. Mas de-jemos lo pasado, no es posible guardar siemprela tra en el corazón, aunque había resuelto nodeponer la cólera hasta que la gritería y el com-bate llegaran a mis bajeles. Cubre tus hombroscon mi magnífica armadura, ponte al frente delos belicosos mirmidones y llévalos a la pelea;pues negra nube de troyanos cerca ya las navescon gran ímpetu, y los argivos, acorralados enla orilla del mar, sólo disponen de un corto es-pacio. Toda la ciudad de los troyanos ha com-parecido confiadamente, porque no ven mireluciente casco. Pronto huirían llenando demuertos los fosos, si el rey Agamenón fuerajusto conmigo; mientras que ahora combatenalrededor de nuestro ejército. Ya la mano deDiomedes Tidida no blande furiosamente lalanza para librar a los dánaos de la muerte, nihe oído un solo grito que viniera de la odiosacabeza del Atrida: sólo resuena la voz deHéctor, matador de hombres, animando a los

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troyanos, que con voceno ocupan toda la llanu-ra y vencen en la batalla a los aqueos. Pero tú,Patroclo, échate impetuosamente sobre ellos yaparta de las naves esa peste; no sea que, pe-gando ardiente fuego a los bajeles, nos privende la deseada vuelta. Haz cuanto te voy a decir,para que me procures mucha honra y gloriaante todos los dánaos, y éstos me devuelvan lamuy hermosa joven y me hagan ademásespléndidos regalos. Tan luego como los alejesde las naves, vuelve atrás; y, aunque el tonanteesposo de Hera te dé gloria, no quieras lucharsin mí contra los belicosos troyanos, pues con-tribuirías a mi deshonra. Y tampoco, estimula-do por el combate y la pelea, te encamines, ma-tando enemigos, a Ilio; no sea que alguno de lossempiternos dioses baje del Olimpo, pues a lostroyanos los quiere mucho Apolo, el que hierede lejos. Retrocede tan pronto como hayashecho brillar la luz de la salvación en las naves,y deja que se siga peleando en la llanura. Ojalá,¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, ninguno de los

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troyanos ni de los argivos escape de la muerte,y nos libremos de ella nosotros dos, para quepodamos derribar las almenas sagradas deTroya.101 Así éstos conversaban. Ayante ya no resist-ía: vencíanle el poder de Zeus y los animosostroyanos que le arrojaban dardos; su refulgencecasco resonaba de un modo horrible en tornode las sienes, golpeado continuamente en lashermosas abolladuras; y el héroe tenía cansadoel hombro derecho de sostener con firmeza elversátil escudo, pero no lograban hacerle mo-ver de su sitio por más tiros que le endereza-ban. Ayante estaba abrumado por continuo yfatigoso jadeo, abundance sudor manaba detodos sus miembros y apenas podía respirar:por todas partes a una desgracia sucedía otra.112 Decidme, Musas, que poseéis olímpicospalacios, cómo por vez primera cayó el fuegoen las naves aqueas.114 Héctor, que se hallaba cerca de Ayante, ledio con la gran espada un golpe en la pica de

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fresno y se la quebró por la juntura del asta conel hierro. Quiso Ayante blandir la truncadapica, y la broncínea punta cayó a to lejos congran ruido. Entonces el eximio Ayante recono-ció en su espíritu irreprensible la intervenciónde los dioses, estremecióse porque Zeus altito-nante les frustraba todos los medios de com-bate y quería dar la victoria a los troyanos, y sepuso fuera del alcance de los tiros. Los troyanosarrojaron voraz fuego a la velera nave, y prontose extendió por la misma una llama inextingui-ble. Así que el fuego rodeó la popa, Aquiles,golpeándose el muslo, dijo a Patroclo:126 -¡Sus, Patroclo, del linaje de Zeus, hábiljinete! Ya veo en las naves la impetuosa llamadel fuego destructor: no sea que se apoderen deellas, y ni medios para huir tengamos. Apresú-rate a vestir las armas, y yo entre tanto reuniréla gente.130 Así dijo, y Patroclo vistió la armadura deluciente bronce: púsose en las piernas elegantesgrebas, ajustadas con broches de plata; protegió

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su pecho con la coraza labrada, refulgente, delEácida, de pies ligeros; colgó al hombro unaespada de bronce, guarnecida de argénteosclavos; embrazó el grande y fuerte escudo; cu-brió la fuerte cabeza con un hermoso casco,cuyo penacho, de crines de caballo, ondeabaterriblemente en la cimera, y asió dos lanzasfuertes que su mano pudiera blandir. Solamen-te dejó la lanza pesada, grande y fornida deleximio Eácida, porque Aquiles era el únicoaqueo capaz de manejarla: había sido cortadade un fresno de la cumbre del Pelio y regaladapor Quirón al padre de Aquiles, para que conella matara héroes. Luego, Patroclo mandó aAutomedonte -el amigo a quien más honrabadespués de Aquiles, destructor de hombres. yel más fiel en resistir a su lado la acometida delenemigo en las batallas- que enganchara enseguida los caballos. Automedonte unció deba-jo del yugo a Janto y Balio, corceles ligeros quevolaban como el viento y tenían por madre a laharpía Podarga, la cual, paciendo en una pra-

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dera junto a la corriente del Océano, los conci-bió del Céfiro. Y con ellos puso al excelentePédaso, que Aquiles se llevó de la ciudad deEetión cuando la tomó; corcel que, no obstantesu condición de mortal, seguía a los caballosinmortales.155 Aquiles, recorriendo las tiendas, hacía to-mar las armas a todos los mirmidones. Comocarniceros lobos dotados de una fuerza inmen-sa despedazan en el monte un grande cornígerociervo que han matado y sus mandíbulas apa-recen rojas de sangre, luego van en tropel alamer con las tenues lenguas el agua de un pro-fundo manantial, eructando por la sangre quehan bebido, y su vientre se dilata, pero el ánimopermanece intrépido en el pecho, de igual ma-nera los jefes y príncipes de los mirmidones sereunían presurosos alrededor del valiente ser-vidor del Eácida, de pies ligeros. Y en medio detodos el belicoso Aquiles animaba así a los quecombatían en carros, como a los peones arma-dos de escudos.

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168 Cincuenta fueron las veleras naves en queAquiles, caro a Zeus, condujo a Ilio sus tropas;en cada una embarcáronse cincuenta hombres;y el héroe nombró cinco jefes para que los rigie-ran, reservándose el mando supremo. Del pri-mer cuerpo era caudillo Menestio, el de labradacoraza, hijo del río Esperqueo, que las celestia-les lluvias alimentan: habíale dado a luz la bellaPolidora, hija de Peleo, que siendo mujer seacostó con una deidad, con el infatigable Es-perqueo; aunque se creyera que to había tenidode Boro, hijo de Perieres, el cual se desposópúblicamente con ella y le constituyó una grandote.- Mandaba la segunda sección el belicosoEudoro, nacido de una soltera, de la hermosaPolimela, hija de Filante; de la cual enamoróseel poderoso Argicida al verla con sus ojos entrelas que danzaban al son del canto en un coro deArtemis, la diosa que lleva arco de oro y ama elbullicio de la caza; el benéfico Hermes subió enseguida al aposento de la joven, uniéronseclandestinamente y ella le dio un hijo ilustre,

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Eudoro, ligero en el correr y belicoso. CuandoIlitía, que preside los partos, sacó a luz al infan-te y éste vio los rayos del sol, el fuerte EqueclesActórida la tomó por esposa, constituyéndoleuna gran dote, y el anciano Filante crió y educóal niño con tanto amor como si hubiera sidohijo suyo.- Estaba al frente de la tercera divisiónel belicoso Pisandro Memálida, que, despuésdel compañero del Pelión, era entre todos losmirmidones quien descollaba más en combatircon la lanza.- La cuarta línea estaba a las órde-nes de Fénix, aguijador de caballos; y la quintatenía por jefe al eximio Alcimedonte, hijo deLaerces. Cuando Aquiles los hubo puesto atodos en orden de batalla con sus respectivoscapitanes, les dijo con voz pujante:200 -¡Mirmidones! Ninguno de vosotros olvidelas amenazas que en las veleras naves dirigíaisa los troyanos mientras duró mi cólera, ni lasacusaciones con que todos me acriminabais:«¡Inflexible hijo de Peleo! Sin duda tu madre tenutrió con hiel. ¡Despiadado, pues retienes a

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tus compañeros en las naves contra su volun-tad! Embarquémonos en las naves surcadorasdel ponto y volvamos a la patria, ya que la cóle-ra funesta anidó de tal suerte en to corazón.»Así acostumbrabais hablarme cuando os reun-íais. Pues a la vista tenéis la gran empresa delcombate que tanto habéis anhelado. Y ahoracada uno pelee con valeroso corazón contra lostroyanos.210 Así diciendo, les excitó a todos el valor y lafuerza; y ellos, al oír a su rey, cerraron más lasfilas. Como el obrero junta grandes piedras alconstruir la pared de una elevada casa, paraque resista el ímpetu de los vientos, así, tanunidos, estaban los cascos y los abollonadosescudos: la rodela se apoyaba en la rodela, elyelmo en el yelmo, cada hombre en su vecino, ylos penachos de crines de caballo y los lucientesconos de los cascos se juntaban cuando alguieninclinaba la cabeza. ¡Tan apretadas eran lasfilas! Delante de todos se pusieron dos hombresarmados, Patroclo y Automedonte; los cuales

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tenían igual ánimo y deseaban combatir al fren-te de los mirmidones. Aquiles entró en su tien-da y alzó la tapa de un arca hermosa y labradaque Tetis, la de argentados pies, había puestoen la nave del héroe después de llenarla detúnicas y mantos, que le abrigasen contra elviento, y de afelpados cobertores. A11í teníauna copa de primorosa labor que no usaba na-die para beber el negro vino ni para ofrecerlibaciones a otro dios que al padre Zeus. Sacóladel arca, y, purificándola primero con azufre, lalimpió con agua cristalina; acto continuo lavóselas manos, llenó la copa, y, puesto en medio delrecinto con los ojos levantados al cielo, libó elnegro vino y oró a Zeus, que se complace enlanzar rayos, sin que al dios le pasara inadver-tido:233 -¡Zeus soberano, Dodoneo, Pelásgico, quevives lejos y reinas en Dodona, de frío invierno,donde moran los selos, tus intérpretes, que nose lavan los pies y duermen en el suelo! Escu-chaste mis palabras cuando to invoqué, y para

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honrarme oprimiste duramente al puebloaqueo. Pues también ahora cúmpleme este vo-to: Yo me quedo donde están reunidas las na-ves y mando al combate a mi compañero conmuchos mirmidones: haz que le siga la victoria,largovidente Zeus, a infúndele valor en el co-razón para que Héctor vea si mi escudero sabepelear solo, o si sus manos invictas únicamentese mueven con furia cuando va conmigo a lacontienda de Ares. Y cuando haya apartado delos bajeles la gritería y la pelea, vuelva incólu-me con todas las armas y con los compañerosque de cerca combaten.249 Así dijo rogando. El próvido Zeus le oyó; yde las dos cosas el padre le otorgó una: conce-dióle que apartase de las naves el combate y lapelea, y nególe que volviera ileso de la batalla.Hecha la libación y la rogativa al padre Zeus,entró Aquiles en la tienda, dejó la copa en elarca y apareció otra vez delante de la tienda,porque deseaba en su corazón presenciar laterrible lucha de troyanos y aqueos.

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257 Los mirmidones seguían con armas y enbuen orden al magnánimo Patroclo, hasta quealcanzaron a los troyanos y les arremetieroncon grandes bríos, esparciéndose como lasavispas que moran en el camino, cuando losmuchachos, siguiendo su costumbre de moles-tarlas, las irritan y consiguen con su impruden-cia que dañen a buen número de personas,pues, si algún caminante pasa por a11í y sinquerer las mueve, vuelan y defienden con áni-mo valeroso a sus hijuelos; con un corazón yánimo semejantes, se esparcieron los mirmido-nes desde las naves, y levantóse una gritería in-mensa. Y Patroclo exhortaba a sus compañeros,diciendo con voz recia:269 -¡Mirmidones compañeros del Pelida Aqui-les! Sed hombres, amigos, y mostrad vuestroimpetuoso valor para que honremos al Pelida,que es el más valiente de cuantos argivos hayen las naves, como to son también sus guerre-ros, que de cerca combaten; y conozca el pode-

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roso Atrida Agamenón la falta que cometió nohonrando al mejor de los aqueos.273 Con estas palabras les excitó a todos el va-lor y la fuerza. Los mirmidones cayeron apiña-dos sobre los troyanos y en las naves resonaronde un modo horrible los gritos de los aqueos.278 Cuando los troyanos vieron al esforzadohijo de Menecio y a su escudero, ambos conlucientes armaduras, a todos se les conturbó elánimo y sus falanges se agitaron. Figurábanseque, junto a las naves, el Pelida, ligero de pies,había renunciado a su cólera y había preferidovolver a la amistad. Y cada uno miraba adóndepodría huir para librarse de una muerte terri-ble.284 Patroclo fue el primero que tiró la relucien-te lanza en medio de la pelea, a11í donde máshombres se agitaban en confuso montón, juntoa la nave del magnánimo Protesilao; e hirió aPirecmes, que había conducido desde Amidón,sita en la ribera del Axio de ancha corriente, alos peonios, que combatían en carros: la lanza

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se clavó en el hombro derecho; el guerrero,dando un gemido, cayó de espaldas en el pol-vo, y los peonios compañeros suyos huyeron,porque Patroclo les infundió pavor ál matar asu jefe, que tanto sobresalía en el combate. Deeste modo Patroclo los echó de los bajeles yapagó el ardiente fuego. La nave quedó allímedio quemada, los troyanos huyeron con granalboroto, los dánaos se dispersaron por lascóncavas naves, y se produjo un gran tumulto.Como cuando Zeus fulminador quita una espe-sa nube de la elevada cumbre de una granmontaña y aparecen todos los promontorios ylas cimas y valles, porque en el cielo se haabierto la vasta región etérea; así los dánaosrespiraron un poco después de librar a las na-ves del fuego destructor; pero no por eso hubotregua en el combate. Pues los troyanos nohuían a carrera abierta desde las negras naves,perseguidos por los belicosos aqueos; sino queaún resistían, y sólo cediendo a la necesidad seretiraban de las naves.

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306 Entonces, ya extendida la batalla, cada jefemató a un hombre. El esforzado hijo de Mene-cio, el primero, hirió con la aguda lanza a Areí-lico, que había vuelto la espalda para huir: elbronce atravesó el muslo y rompió el hueso, yel troyano dio de ojos en el suelo. El belicosoMenelao hirió a Toante en el pecho, donde éstequedaba sin defensa al lado del escudo, y dejósin vigor sus miembros. El Filida, observandoque Anficlo iba a acometerlo, se le adelantó ylogró envasarle la pica en la parte superior dela pierna, donde más grueso es el músculo: lapunta desgarró los nervios, y la obscuridadcubrió los ojos del guerrero. De los Nestóridas,Antíloco traspasó con la broncínea lanza aAtimnio, clavándosela en el ijar, y el troyanocayó a sus pies; el hermano de Atimnio, Maris,irritado por tal muerte, se puso delante delcadáver y arremetió con la lanza a Antíloco; yentonces el otro Nestórida, Trasimedes, igual aun dios, le previno y antes que Maris pudieraherir a Antíloco le acertó él en la espalda: la

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punta desgarró el tendón de la parte superiordel brazo y rompió el hueso; el guerrero cayócon estrépito, y la obscuridad cubrió sus ojos.De tal suerte, estos dos esforzados compañerosde Sarpedón, hábiles tiradores, a hijos de Ami-sodaro, el que alimentó a la indomable Quime-ra, causa de males para muchos hombres, fue-ron vencidos por los dos hermanos y descen-dieron al Érebo.- Ayante Oilíada acometió ycogió vivo a Cleobulo, atropellado por la turba,y le quitó la vida, hiriéndole en el cuello con laespada provista de empuñadura: la hoja enterase calentó con la sangre, y la purpúrea muerte yla parca cruel velaron los ojos del guerrero.-Penéleo y Licón fueron a encontrarse, y,habiendo arrojado sus lanzas en vano, puesambos erraron el tiro, se acometieron con las es-padas: Licaón dio a su enemigo un tajo en lacimera del casco, que adornaban crines de caba-llo; pero la espada se le rompió junto a la em-puñadura; Penéleo hundió la suya en el cuellode Licón, debajo de la oreja, y se lo cortó por

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entero: la cabeza cayó a un lado, sostenida tansólo por la piel, y los miembros perdieron suvigor.- Meriones dio alcance con sus ligerospies a Acamante, cuando subía al carro, y lehirió en el hombro derecho: el troyano cayó entierra, y las tinieblas cubrieron sus ojos.- A Eri-mante metióle Idomeneo el cruel bronce por laboca: la lanza atravesó la cabeza por debajo delcerebro, rompió los blancos huesos y conmoviólos dientes; los ojos llenáronse con la sangreque fluía de las narices y de la boca abierta, y lamuerte, cual si fuese obscura nube, envolvió alguerrero.351 Cada uno de estos caudillos dánaos mató,pues, a un hombre. Como los voraces lobosacometen a corderos o cabritos, arrebatándolosde un hato que se dispersa en el monte por laimpericia del pastor, pues así que aquéllos losven se los llevan y despedazan por tener losúltimos un corazón tímido; así los dánaos car-gaban sobre los troyanos, y éstos, pensando en

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la fuga horrísona, olvidábanse de su impetuosovalor.358 El gran Ayante deseaba constantementearrojar su lanza a Héctor, armado de bronce;pero el héroe, que era muy experto en la gue-rra, cubriendo sus anchos hombros con un es-cudo de pieles de toro, estaba atento al silbo delas flechas y al ruido de los dardos. Bien conoc-ía que la victoria se inclinaba del lado de losenemigos, pero resistía aún y procuraba salvara sus compañeros queridos.364 Como se va extendiendo una nube desde elOlimpo al cielo, después de un día sereno,cuando Zeus prepara una tempestad, así lostroyanos huyeron de las naves, dando gritos, yya no fue con orden como repasaron el foso. AHéctor le sacaron de a11í, con sus armas, loscorceles de ligeros pies; y el héroe desamparó laturba de los troyanos, a quienes detenía, mal desu grado, el profundo foso. Muchos velocescorceles, rompiendo los carros de los caudillospor el extremo del timón, a11í los dejaron.- Pa-

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troclo iba adelante, exhortando vehementemen-te a los dánaos y pensando en causar daño a lostroyanos; los cuales, una vez puestos en desor-den, llenaban todos los caminos huyendo congran clamoreo; la polvareda llegaba a to altodebajo de las nubes, y los solípedos caballosvolvían a la ciudad desde las naves y las tien-das. Patroclo, donde veía más gente del pueblodesordenada, a11í se encaminaba vociferando;los guerreros caían de cara debajo de los ejes desus carros, y éstos volcaban con gran estruen-do. A1 llegar al foso, los caballos inmortalesque los dioses habían regalado a Peleo comoespléndido presente lo salvaron de un salto,deseosos de seguir adelante; y, cuando a Patro-clo el ánimo le impulsó a ir hacia Héctor paraherirlo, ya los veloces corceles de éste se to hab-ían llevado. Como en el otoño descarga unatempestad sobre la negra tierra, cuando Zeusenvía violenta lluvia, irritado contra los hom-bres que en el foro dan sentencias inicuas yechan a la justicia, no temiendo la venganza de

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los dioses; y todos los ríos salen de madre y lostorrentes cortan muchas colinas, braman al co-rrer desde lo alto de las montañas al marpurpúreo y destruyen las labores del campo; desemejante modo corrían las yeguas troyanas,dando lastimeros relinchos.394 Patroclo, cuando hubo separado de los de-más enemigos a los que formaban las últimasfalanges, les obligó a volver hacia los bajeles, envez de permitirles que subiesen a la ciudad; y,acometiéndoles entre las naves, el río y el altomuro, los mataba para vengar a muchos de lossuyos. Entonces envasóle a Prónoo la brillantelanza en el pecho, donde éste quedaba sin de-fensa al lado del escudo, y le dejó sin vigor losmiembros: el troyano cayó con estrépito. Luegoacometió a Téstor, hijo de Enope, que se hallabaencogido en el lustroso asiento y en su turba-ción había dejado que las riendas se le fuesende la mano: clavóle desde cerca la lanza en lamejilla derecha, se la hizo pasar por los dientesy to levantó por cima del barandal. Como el

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pescador sentado en una roca prominente sacadel mar un pez enorme, valiéndose de la cuer-da y del reluciente bronce, así Patroclo, alzandola brillante lanza, sacó del carro a Téstor con laboca abierta y le arrojó de cara al suelo; el tro-yano, al caer, perdió la vida.- Después hirió deuna pedrada en medio de la cabeza a Erilao,que a acometerle venía, y se la partió en dosdentro del fuerte casco: el troyano dio de ma-nos en el suelo, y le envolvió la destructoramuerte.- Y sucesivamente fue derribando en lafértil tierra a Erimante, Anfótero, Epaltes,Tlepólemo Damastórida, Equio, Piris, Ifeo, Evi-po y Polimelo Argéada.419 Sarpedón, al ver que sus compañeros, decorazas sin cintura, sucumbían a manos de Pa-troclo Menecíada, increpó a los deiformes li-cios:422 -¡Qué vergüenza, oh licios! ¿Adónde huís?Sed esforzados. Yo saldré al encuentro de esehombre, para saber quién es el que así vence y

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tantos males causa a los troyanos, pues ya amuchos valientes les ha quebrado las rodillas.426 Dijo; y saltó del carro al suelo sin dejar lasarmas. A su vez Patroclo, al verlo, se apeó delsuyo. Como dos buitres de eorvas uñas y com-bado pico riñen, dando chillidos, sobre elevadaroca; así aquéllos se acometieron vociferando.Violos el hijo del artero Crono; y, compadecido,dijo a Hera, su hermana y esposa:433 -¡Ay de mí! La parca dispone que Sar-pedón, a quien amo sobre todos los hombres,sea muerto por Patroclo Menecíada. Entre dospropósitos vacila en mi pecho el corazón: ¿loarrebataré vivo de la luctuosa batalla, para lle-varlo al opulento pueblo de la Licia, o dejaréque sucumba a manos del Menecíada?439 Respondióle Hera veneranda, la de ojos denovilla:440 -¡Terribilísimo Cronida, qué palabras profe-riste! ¿Una vez más quieres librar de la muertehorrísona a ese hombre mortal, a quien tiempoha que el hado condenó a morir? Hazlo, pero

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no todos los dioses to to aprobaremos. Otracosa voy a decirte, que fijarás en la memoria:Piensa que, si a Sarpedón le mandas vivo a supalacio, algún otro dios querrá sacar a su hijodel duro combate, pues muchos hijos de losinmortales pelean en torno de la gran ciudad dePríamo, y harás que sus padres se enciendan enterrible ira. Pero, si Sarpedón te es caro y tucorazón le compadece, deja que muera a manosde Patroclo Menecíada en reñido combate; ycuando el alma y la vida le abandonen, ordenaa la Muerte y ál dulce Sueño que lo lleven a lavasta Licia, para que sus hermanos y amigos lehagan exequias y le erijan un túmulo y un cipo,que tales son los honores debidos a los muer-tos.458 Así dijo. El padre de los hombres y de losdioses no desobedeció, a hizo caer sobre la tie-rra sanguinolentas gotas para honrar al hijoamado, a quien Patroclo había de matar en lafértil Troya, lejos de su patria.

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462 Cuando ambos héroes se hallaron frente afrente, Patrocio arrojó la lanza, y, acertando adar en el empeine del ilustre Trasimelo, escude-ro valeroso del rey Sarpedón, dejóle sin vigorlos miembros. Sarpedón acometió a su vez; y,despidiendo la reluciente lanza, erró el tiro;pero hirió en el hombro derecho al corcel Péda-so, que relinchó mientras perdía el vital aliento.El caballo cayó en el polvo, y el ánimo voló desu cuerpo. Forcejearon los otros dos corcelespor separarse, crujió el yugo y enredáronse lasriendas a causa de que el caballo lateral yacíaen el polvo. Pero Automedonte, famoso por sulanza, halló el remedio: desenvainando la es-pada de larga punta, que llevaba junto al forni-do muslo, cortó apresuradamente los tirantesdel caballo lateral, y los otros dos se endereza-ron y obedecieron a las riendas. Y los héroesvolvieron a acometerse con roedor encono.477 Entonces Sarpedón arrojó otra relucientelanza y erró el tiro, pues aquélla pasó por cimadel hombro izquierdo de Patroclo sin herirlo.

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Patroclo despidió la suya y no en balde; ya queacertó a Sarpedón y le hirió en el tejido que aldenso corazón envuelve. Cayó el héroe como laencina, el álamo o el elevado pino que en elmonte cortan con afiladas hachas los artíficespara hacer un mástil de navío; así yacía aquél,tendido delante de los corceles y del carro, re-chinándole los dientes y cogiendo con las ma-nos el polvo ensangrentado. Como el rojizo yanimoso toro, a quien devora un león que se hapresentado entre los fexípedes bueyes, brama almorir entre las mandíbulas del león, así el cau-dillo de los licios escudados, herido de muertepor Patrocio, se enfurecía; y, llamando al com-pañero, le hablaba de este modo:491-¡Caro Glauco, guerrero afamado entre loshombres! Ahora debes portarte como fuerte yaudaz luchador; ahora to ha de causar placer labatalla funesta, si eres valiente. Ve por todaspartes, exhorta a los capitanes licios a que com-batan en torno de Sarpedón y defiéndeme túmismo con el bronce. Constantemente, todos

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los días, seré para ti motivo de vergüenza yoprobio, si, sucumbiendo en el recinto de lasnaves, los aqueos me despojan de la armadura.¡Pelea, pues, denodadamente y anima a todo elejército!502 Así dijo; y el velo de la muerte le cubrió losojos y las narices. Patroclo, sujetándole el pechocon el pie, le arrancó el asta, con ella siguió eld¡afragma, y salieron a la vez la punta de lalanza y el alma del guerrero. Y los mirmidonesdetuvieron los corceles de Sarpedón, los cualesanhelaban y querían huir desde que quedó vac-ío el carro de sus dueños.509 Glauco sintió hondo pesar al oír la voz deSarpedón y se le turbó el ánimo porque no pod-ía socorrerlo. Apretóse con la mano el brazo,pues le abrumaba una herida que Teucro lehabía causado disparándole una llecha cuandoél asaltaba el altó muro y el aqueo defendía alos suyos; y oró de esta suerte a Apolo, el quehiere de lejos:

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514 -Oyeme, oh soberano, ya te halles en elopulento pueblo de Licia, ya te encuentres enTroya; pues desde cualquier lugar puedesatender al que está afligido, como lo estoy aho-ra. Tengo esta grave herida, padezco agudosdolores en el brazo y la sangre no se seca; elhombro se entorpece, y me es imposible mane-jar firmemente la lanza y pelear con los enemi-gos. Ha muerto un hombre fortísimo, Sar-pedón, hijo de Zeus, el cual ya ni a su proledefiende. Cúrame, oh soberano, la grave heri-da, adormece mis dolores y dame fortaleza pa-ra que mi voz anime a los licios a combatir y yomismo luche en defensa del cadáver.527 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo y enseguida calmó los dolores, secó la negra sangrede la grave herida a infundió valor en el ánimodel troyano. Glauco, al notarlo, se holgó de queel gran dios hubiese escuchado su ruego. Enseguida fue por todas partes y exhortó a loscapitanes licios para que combatieran en tornode Sarpedón. Después, encaminóse a paso largo

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hacia los troyanos; buscó a Polidamante Pan-toida, al divino Agenor, a Eneas y a Héctor ar-mado de broncé; y, deteniéndose cerca de losmismos, dijo estas aladas palabras:538 -¡Héctor! Te olvidas del todo de los aliadosque por ti pierden la vida lejos de los amigos yde la patria tierra, y ni socorrerles quieres. Yaceen tierra Sarpedón, el rey de los licios escuda-dos, que con su justicia y su valor gobernaba aLicia. El broncíneo Ares to ha matado con lalanza de Patroclo. Oh amigos, venid a indigna-os en vuestro corazón: no sea que los mirmido-nes le quiten la armadura a insulten el cadáver,irritados por la muerte de los dánaos, a quienesdieron muerte nuestras picas junto a las velerasnaves.548 Así dijo. Los troyanos sintieron grande ainconsolable pena, porque Sarpedón, aunqueforastero, era un baluarte para la ciudad; habíallevado a ella a muchos hombres y en la pelealos superaba a todos. Con grandes bríos dirigié-ronse aquéllos contra los dánaos, y a su frente

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marchaba Héctor, irritado por la muerte deSarpedón. Y Patroclo Menecíada, de corazónvaliente, animó a los aqueos; y dijo a los Ayan-tes, que ya de combatir estaban deseosos:556 -¡Ayantes! Poned empeño en rechazar alenemigo y mostraos tan valientes como habéissido hasta aquí o más aún. Yace en tierra Sar-pedón, el que primero asaltó nuestra muralla.¡Ah, si apoderándonos del cadáver pudiésemosultrajarlo, quitarle la armadura de los hombrosy matar con el cruel bronce a alguno de loscompañeros que lo defienden!...562 Así dijo, aunque ellos ya deseaban rechazaral enemigo. Y troyanos y licios por una parte, ymirmidones y aqueos por otra, cerraron lasfalanges, vinieron a las manos y empezaron apelear con horrenda gritería en torno del ca-dáver. Crujían las armaduras de los guerreros,y Zeus cubrió con una dañosa obscuridad lareñida contienda, para que produjese mayorestrago el combate que por el cuerpo de su hijose empeñaba.

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569 En un principio, los troyanos rechazaron alos aqueos, de ojos vivos, porque fue herido unvarón que no era ciertamente el más cobarde delos mirmidones: el divino Epigeo, hijo de Aga-cles magnánimo; el cual reinó en otro tiempo enla populosa Budeo; luego, por haber dadomuerte a su valiente primo, se presentó comosuplicante a Peleo y a Tetis, la de argénteospies, y ellos le enviaron a Ilio, abundante enhermosos corceles, con Aquiles, destructor delas filas de guerreros, para que combatiera con-tra los troyanos. Epigeo echaba mano al cadá-ver cuando el esclarecido Héctor le dio unapedrada en la cabeza y se la partió en dos den-tro del fuerte casco: el guerrero cayó boca abajosobre el cuerpo de Sarpedón, y a su alrededoresparcióse la destructora muerte. Apesa-dumbróse Patroclo por la pérdida del compa-ñero y atravesó al instante las primeras filas,como el veloz gavilán persigue a unos grajos oestorninos: de la misma manera acometiste, ohhábil jinete Patroclo, a los licios y troyanos, ai-

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rado en to corazón por la muerte del amigo. Ycogiendo una piedra, hirió en el cuello a Este-nelao, hijo querido de Itémenes, y le rompió lostendones. Retrocedieron los combatientes de-lanteros y el esclarecido Héctor. Cuanto espaciorecorre el luengo venablo que lanza un hombre,ya en el juego para ejercitarse, ya en la guerracontra los enemigos que la vida quitan, otrotanto se retiraron los troyanos, cediendo al em-puje de los aqueos. Glauco, capitán de los escu-dados licios, fue el primero que volvió la cara ymató al magnánimo Baticles, hijo amado deCalcón, que tenía su casa en la Hélade y se se-ñalaba entre los mirmidones por sus bienes yriquezas: escapábase Glauco, y Baticles iba adarle alcance, cuando aquél se volvió repenti-namente y le hundió la pica en medio del pe-cho. Baticles cayó con estrépito, los aqueos sin-tieron hondo pesar por la muerte del valienteguerrero, y los troyanos, muy alegres, rodearonen tropel el cadáver; pero los aqueos no se ol-vidaron de su impetuoso valor y arremetieron

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denodadamente al enemigo. Entonces Merionesmató a un combatiente troyano, a Laógono,esforzado hijo de Onétor y sacerdote de ZeusIdeo, a quien el pueblo veneraba como a undios: hirióle debajo de la quijada y de la oreja,la vida huyó de los miembros del guerrero, y laobscuridad horrible le envolvió. Eneas arrojó labroncínea lanza, con el intento de herir a Me-riones, que se adelantaba protegido por el es-cudo. Pero Meriones la vio venir y evitó el gol-pe inclinándose hacia adelante: la ingente lanzase clavó en el suelo detrás de él y el regatóntemblaba; pero pronto la impetuosa arma per-dió su fuerza. Penetró, pues, la vibrante puntaen la tierra, y la lanza fue echada en vano por elrobusto brazo. Eneas, con el corazón irritado,dijo:617-¡Meriones! Aunque eres ágil saltador, milanza to habría apartado para siempre del com-bate, si to hubiese herido.619 Respondióle Meriones, célebre por su lan-za:

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620-¡Eneas! Difícil lo será, aunque seas valiente,aniquilar la fuerza de cuantos hombres salgan apelear contigo. También tú eres mortal. Si lo-grara herirte en medio del cuerpo con el agudobronce, en seguida, a pesar de to vigor y de laconfianza que tienes en to brazo, me daríasgloria, y a Hades, el de los famosos corceles, elalma.626 Así dijo; y el valeroso hijo de Menecio lereprendió, diciendo:627 -¡Meriones! ¿Por qué, siendo valiente, toentretienes en hablar así? ¡Oh amigo! Con pala-bras injuriosas no lograremos que los troyanosdejen el cadáver; preciso será que algúno deellos baje antes al seno de la tierra. Las batallasse ganan con los puños, y las palabras sirven enel consejo. Conviene, pues, no hablar, sinocombatir.632 En diciendo esto, echó a andar y siguióleMeriones, var6n igual a un dios. Como el es-truendo que producen los leñadores en la espe-sura de un monte y que se deja oír a to lejos, tal

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era el estrépito que se elevaba de la tierra espa-ciosa al ser golpeados el bronce, el cuero y losbien construidos escudos de pieles de buey porlas espadas y las lanzas de doble filo. Y ya ni unhombre perspicaz hubiera conocido al divinoSarpedón, pues los dardos, la sangre y el polvoto cubrían completamente de pies a cabeza.Agitábanse todos alrededor del cadáver comoen la primavera zumban las moscas en el esta-blo por cima de las escudillas llenas de leche,cuando ésta hace rebosar los tarros: de igualmanera bullían aquéllos en torno del muerto.Zeus no apartaba los refulgentes ojos de la duracontienda; y, contemplando a los guerreros,revolvía en su ánimo muchas cosas acerca de lamuerte de Patroclo: vacilaba entre si en la en-carnizada contienda el esclarecido Héctor de-bería matar con el bronce a Patroclo sobre Sar-pedón, igual a un dios, y quitarle la armadurade los hombros, o convendría extender la terri-ble pelea. Y considerando como to más con-veniente que el bravo escudero del Pelida

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Aquiles hiciera arredrar a los troyanos y aHéctor, armado de bronce, hacia la ciudad yquitara la vida a muchos guerreros, comenzóinfundiendo timidez primeramente a Héctor, elcual subió al carro, se puso en fuga y exhortó alos demás troyanos a que huyeran, porque hab-ía conocido hacia qué lado se inclinaba la ba-lanza sagrada de Zeus. Tampoco los fuerteslicios osaron resistir, y huyeron todos al ver asu rey herido en el corazón y echado en unmontón de cadáveres; pues cayeron muchoshombres a su alrededor cuando el Croniónavivó el duro combate. Los aqueos quitáronle aSarpedón la reluciente armadura de bronce y elesforzado hijo de Menecio la entregó a suscompañeros para que la llevaran a las cóncavasnaves. Y entonces Zeus, que amontona las nu-bes, dijo a Apolo:667 -¡Ea, querido Febo! Ve y después de sacar aSarpedón de entre los dardos, límpiale la negrasangre, condúcele a un sitio lejano y lávale en lacorriente de un río, úngele con ambrosía, ponle

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vestiduras divinas y entrégalo a los velocesconductores y hermanos gemelos: el Sueño y laMuerte. Y éstos, transportándolo con presteza,lo dejarán en el rico pueblo de la vasta Licia.Allí sus hermanos y amigos le harán exequias yle erigirán un túmulo y un cipo, que tales sonlos honores debidos a los muertos.676 Así dijo, y Apolo no desobedeció a su pa-dre. Descendió de los montes ideos a la terriblebatalla, y en seguida levantó al divino Sar-pedón de entre los dardos, y, conduciéndole aun sitio lejano, lo lavó en la corriente de un río;ungiólo con ambrosía, púsole vestiduras divi-nas y entrególo a los veloces conductores yhermanos gemelos: el Sueño y la Muerte. Yéstos, transportándolo con presteza, to dejaronen el rico pueblo de la vasta Licia.684 Patroclo animaba a los corceles y a Auto-medonte y perseguía a los troyanos y licios, ycon ello se atrajo un gran infortunio. ¡Insensato!Si se hubiese atenido a la orden del Pelida, sehubiera visto libre de la funesta parca, de la

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negra muerte. Pero siempre el pensamiento deZeus es más eficaz que el de los hombres (aqueldios pone en fuga al varón esforzado y le quitafácilmente la victoria, aunque él mismo le hayaincitado a combatir), y entonces alentó el ánimoen el pecho de Patroclo.692 ¿Cuál fue el primero y cuál el último quemataste, oh Patroclo, cuando los dioses to lla-maron a la muerte?694 Fueron primeramente Adrasto, Autónoo,Equeclo, Périmo Mégada, Epístor y Melanipo; ydespués, Élaso, Mulio y Pilartes. Mató a éstos, ylos demás se dieron a la fuga.698 Entonces los aqueos habrían tomado Troya,la de altas puertas, por las manos de Patroclo,que manejaba con gran furia la lanza, si FeboApolo no se hubiese colocado en la bien cons-truida torre para dañar a aquél y ayudar a lostroyanos. Tres veces encaminóse Patroclo a unángulo de la elevada muralla; tres veces re-chazóle Apolo, agitando con sus manos inmor-tales el refulgence escudo. Y cuando, semejante

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a un dios, atacaba por cuarta vez, increpóle ladeidad terriblemente con estas aladas palabras:707 -¡Retírate, Patroclo del linaje de Zeus! Elhado no ha dispuesto que la ciudad de los alti-vos troyanos sea destruida por to lanza, ni porAquiles, que tanto te aventaja.710 Así dijo, y Patroclo retrocedió un gran tre-cho, para no atraerse la cólera de Apolo, el quehiere de lejos.712 Héctor se hallaba con el carro y los solípe-dos corceles en las puertas Esceas, y estaba in-deciso entre guiarlos de nuevo hacia la turba yvolver a combatir, o mandar a voces que lastropas se refugiasen en el muro. Mientras re-flexionaba sobre esto, presentósele Febo Apolo,que tomó la figura del valiente joven Asio, elcual era tío materno de Héctor, domador decaballos, hermano carnal de Hécuba a hijo deDimante, y habitaba en la Frigia, junto a la co-rriente del Sangario. Así transfigurado, exclamóApolo, hijo de Zeus:

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721 -¡Héctor! ¿Por qué te abstienes de combatir?No debes hacerlo. Ojalá te superara tanto enbravura, cuanto te soy inferior: entonces te seríafunesto el retirarte de la batalla. Mas, ea, guíalos corceles de duros cascos hacia Patroclo, porsi puedes matarlo y Apolo to da gloria.726 En diciendo esto, el dios volvió a la batalla.El esclarecido Héctor mandó a Cebríones quepicara a los corceles y los dirigiese a la pelea; yApolo, entrándose por la turba, suscitó entrelos argivos funesto tumulto y dio gloria aHéctor y a los troyanos. Héctor dejó entonces alos demás dánaos, sin que fuera a matarlos, yenderezó a Patroclo los caballos de duros cas-cos. Patroclo, a su vez, saltó del carro a tierracon la lanza en la izquierda; cogió con la diestrauna piedra Blanca y erizada de puntas que lle-naba la mano; y, estribando en el suelo, laarrojó, hiriendo en seguida a un combatiente,pues el tiro no salió vano: dio la aguda piedraen la frente de Cebríones, auriga de Héctor, queera hijo bastardo del ilustre Príamo, y entonces

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gobernaba las riendas de los caballos. La piedrase llevó ambas cejas; el hueso tampoco resistió;los ojos cayeron en el polvo a los pies de Cebr-íones; y éste, cual si fuera un buzo, cayó delasiento bien construido, porque la vida huyó desus miembros. Y burlándose de él, oh caballeroPatroclo, exclamaste:743 -¡Oh dioses! ¡Muy ágil es el hombre! ¡Cuánfácilmente salta a lo buzo! Si se hallara en elponto, en peces abundance, ese hombre saltaríade la nave, aunque el mar estuviera tempestuo-so, y podría saciar a muchas personas con lasostras que pescara. ¡Con tanta facilidad ha dadola voltereta del carro a la llanura! Es indudableque también los troyanos tienen buzos.751 En diciendo esto, corrió hacia el héroe conla impetuosidad de un león que devasta losestablos hasta que es herido en el pecho y sumismo valor lo mata; de la misma manera, ohPatroclo, te arrojaste enardecido sobre Cebrío-nes. Héctor, por su parte, saltó del carro al sue-lo sin dejar las armas. Y entrambos luchaban en

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torno de Cebríones como dos hambrientos leo-nes que en la cumbre de un monte pelean fu-riosos por el cadáver de una cierva, así los dosaguerridos campeones, Patroclo Menecíada y elesclarecido Héctor, deseaban herirse el uno alotro con el cruel bronce. Héctor había cogido almuerto por la cabeza y no lo soltaba; Patroclolo asía de un pie, y los demás troyanos y dána-os sostenían encarnizado combate.765 Como el Euro y el Noto contienden en laespesura de un monte, agitando la pobladaselva, y las largas ramas de los fresnos, encinasy cortezudos cornejos chocan entre sí con in-menso estrépito, y se oyen los crujidos de lasque se rompen, de semejante modo troyanos yaqueos se acometían y mataban, sin acordarsede la perniciosa fuga. Alrededor de Cebríonesse clavaron en tierra muchas agudas lanzas yaladas flechas que saltaban de los arcos; buennúmero de grandes piedras herían los escudosde los que combatían en torno suyo; y el héroeyacía en el suelo, sobre un gran espacio, en-

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vuelto en un torbellino de polvo y olvidado delarte de guiar los carros.777 Hasta que el sol hubo recorrido la mitad delcielo, los tiros alcanzaban por igual a unos y aotros, y los hombres caían. Cuando aquél seencaminó al ocaso, los aqueos eran vencedores,contra to dispuesto por el destino; y, habiendoarrastrado el cadáver del héroe Cebríones fueradel alcance de los dardos y del tumulto de lostroyanos, le quitaron la armadura de los hom-bros.783 Patroclo acometió furioso a los troyanos:tres veces los acometió, cual si fuera el rápidoAres, dando horribles voces; tres veces matónueve hombres. Y cuando, semejante a un dios,arremetiste, oh Patroclo, por cuarta vez, vioseclaramente que ya llegabas al término de tovida, pues el terrible Febo salió a to encuentroen el duro combate. Mas Patroclo no vio al dios;el cual, cubierto por densa nube, atravesó laturba, se le puso detrás, y, alargando la mano,le dio un golpe en la espalda y en los anchos

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hombros. Al punto los ojos del héroe padecie-ron vértigos. Febo Apolo le quitó de la cabezael casco con agujeros a guisa de ojos, que rodócon estrépito hasta los pies de los caballos; y elpenacho se manchó de sangre y polvo. Jamásaquel casco, adomado con crines de caballo, sehabía manchado cayendo en el polvo, puesprotegía la cabeza y hermosa frente del divinoAquiles. Entonces Zeus permitió también queto llevara Héctor, porque ya la muerte se ibaacercando a este caudillo. A Patroclo se le rom-pió en la mano la pica larga, pesada, grande,fornida, armada de bronce; el ancho escudo ysu correa cayeron al suelo, y el soberano Apolo,hijo de Zeus, desató la coraza que aquél lleva-ba. El estupor se apoderó del espíritu del héroe,y sus hermosos miembros perdieron la fuerza.Patroclo se detuvo atónito, y entonces desdecerca clavóle aguda lanza en la espalda, entrelos hombros, el dárdano Euforbo Pantoida; elcual aventajaba a todos los de su edad en elmanejo de la pica, en el arte de guiar un carro y

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en la veloz carrera, y la primera vez que se pre-sentó con su carro para aprender a combatirderribó a veinte guerreros de sus carros respec-tivos. Éste fue, oh caballero Patroclo, el primeroque contra ti despidió su lanza, pero aún no tohizo sucumbir. Euforbo arrancó la lanza defresno; y, retrocediendo, se mezcló con la turba,sin esperar a Patroclo, aunque le viera desar-mado; mientras éste, vencido por el golpe deldios y la lanzada, retrocedía al grupo de suscompañeros para evitar la muerte.818 Cuando Héctor advirtió que el magnánimoPatroclo se alejaba y que lo habían herido con elagudo bronce, fue en su seguimiento, por entrelas filas, y le envainó la lanza en la parte infe-rior del vientre, que el hierro pasó de parte aparte; y el héroe cayó con estrépito, causandogran aflicción al ejército aqueo. Como el leónacosa en la lucha al indómito jabalí cuando am-bos pelean arrogantes en la cima de un montepor un escaso manantial donde quieren beber,y el león vence con su fuerza al jabalí, que res-

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pira anhelante, así Héctor Priámida privó de lavida, hiriéndolo de cerca con la lanza, al esfor-zado hijo de Menecio, que a tantos había dadomuerte. Y blasonando del triunfo, profirió estasaladas palabras:830-¡Patroclo! Sin duda esperabas destruirnuestra ciudad, hacer cautivas a las mujerestroyanas y llevártelas en los bajeles a to patriatierra. ¡Insensato! Los veloces caballos de Héc-tor vuelan al combate para defenderlas; y yo,que en manejar la pica sobresalgo entre los be-licosos troyanos, aparto de los míos el día de laservidumbre, mientras que a ti to comerán losbuitres. ¡Ah, infeliz! Ni Aquiles, con ser valien-te, to ha socorrido. Cuando saliste de las naves,donde él se ha quedado, debió de hacerte mu-chas recomendaciones, y hablarte de este mo-do: «No vuelvas a las cóncavas naves, caballeroPatroclo, antes de haber roto la coraza que en-vuelve el pecho de Héctor, matador de hom-bres, teñida de sangre». Así te dijo, sin duda; ytú, oh necio, te dejaste persuadir.

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843 Con lánguida voz le respondiste, caballeroPatroclo:844 ¡Héctor! Jáctate ahora con altaneras pala-bras, ya que te han dado la victoria Zeus Cro-nida y Apolo; los cuales me vencieron fácilmen-te, quitándome la armadura de los hombros. Si.veinte guerreros como tú me hubiesen hechofrente, todos habrían muerto vencidos por milanza. Matáronme la parca funesta y el hijo deLeto, y, entre los hombres, Euforbo, y tú llegasel tercero, para despojarme de las armas. Otracosa voy a decirte, que fijarás en la memoria.Tampoco tú has de vivir largo tiempo, pues lamuerte y la parca cruel se te acercan, y sucum-birás a manos del eximio Aquiles Eácida.855 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubriócon su manto: el alma voló de los miembros ydescendió al Hades, llorando su suerte porquedejaba un cuerpo vigoroso y joven. Y el esclare-cido Héctor le dijo, aunque muerto le veía:859-¡Patroclo! ¿Por qué me profetizas unamuerte terrible? ¿Quién sabe si Aquiles, hijo de

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Tetis, la de hermosa cabellera, no perderá antesla vida, herido por mi lanza?862 Dichas estas palabras, puso un pie sobre elcadáver, arrancó la broncínea lanza y lo tumbóde espaldas. Inmediatamente se encaminó, lan-za en mano, hacia Automedonte, el deiformeservidor del Eácida, de pies ligeros, pues de-seaba herirlo, pero los veloces caballos inmorta-les, que a Peleo le dieron los dioses comoespléndido presente, ya to sacaban de la bata-lla.

CANTO XVII*Principalía de Menelao* Se entabla un encarnizado combate entreaqueos y troyanos para apoderarse de las are-nas y el cadáver de Patroclo. Por fin, Menelao yMeriones, protegidos por los dos Ayante, car-gan a sus espaldas con el cadáver de Patroclo yse lo llevan al campamento.

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1 No dejó de advertir el Atrida Menelao, caro aAres, que Patroclo había sucumbido en la lid amanos de los troyanos; y, armado de lucientebronce, se abrió camino por los combatientesdelanteros y empezó a moverse en torno del ca-dáver para defenderlo. Como la vaca primerizada vueltas alrededor de su becerrillo mugiendotiernamente, porque antes ignoraba lo que erael parto, de semejante manera bullía el rubioMenelao cerca de Patroclo. Y colocándose de-lante del muerto, enhiesta la lanza y embrazadoel liso escudo, se aprestaba a matar a quien se leopusiera. Tampoco Euforbo, el hábil lancerohijo de Pántoo, se descuidó al ver en el suelo aleximio Patroclo, sino que se detuvo a su lado ydijo a Menelao, caro a Ares:12 -¡Atrida Menelao, alumno de Zeus, príncipede hombres! Retírate, suelta el cadáver y des-ampara estos sangrientos despojos; pues, en lareñida pelea, ninguno de los troyanos ni de losauxiliares ilustres envasó su lanza a Patrocloantes que yo lo hiciera. Déjame alcanzar inmen-

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sa gloria entre los troyanos. No sea que, hirién-dote, te quite la dulce vida.18 Respondióle muy indignado el rubio Mene-lao:19-¡Padre Zeus! No es bueno que nadie se va-naglorie con tanta soberbia. Ni la pantera, ni elleón, ni el dañino jabalí que tienen gran ánimoen el pecho y están orgullosos de su fuerza sepresentan tan osados como los hábiles lanceroshijos de Pántoo. Pero el fuerte Hiperenor, do-mador de caballos, no siguió gozando de sujuventud cuando me aguardó, después de inju-riarme diciendo que yo era el más cobarde delos guerreros dánaos, y no creo que haya podi-do volverse con sus pies para regocijar a suesposa y a sus venerandos padres. Del mismomodo te quitaré la vida a ti, si osas afrontarme,y te aconsejo que vuelvas a tu ejército y no tepongas delante, pues el necio sólo conoce elmal cuando ya está hecho.33 Así habló, sin persuadir a Euforbo, que con-testó diciendo:

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34 -Menelao, alumno de Zeus, ahora pagarás lamuerte de mi hermano, de que canto te jactas.Dejaste viuda a su mujer en el reciente tálamo;causaste a nuestros padres llanto y dolor pro-fundo. Yo conseguiría que aquellos infelicescesaran de llorar, si, llevándome to cabeza y tusarmas, las pusiera en las manos de Pántoo y dela divina Frontis. Pero no se diferirá muchotiempo el combate, ni quedará sin decidir quiénhaya de ser el vencedor y quién el vencido.43 Dicho esto, dio un bote en el escudo liso delAtrida, pero no pudo romper el bronce, porquela punta se torció al chocar con el fuerte escudo.El Atrida Menelao acometió, a su vez, con lapica, orando al padre Zeus, y, al it Euforbo a re-troceder, se la clavó en la parte inferior de lagarganta, empujó el asta con la robusta mano yla punta atravesó el delicado cuello. Euforbocayó con estrépito, resonaron sus armas y semancharon de sangre sus cabellos, semejantes alos de las Gracias, y los rizos, que llevaba suje-tos con anillos de oro y plata. Cual frondoso

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olivo que, plantado por el Labrador en un lugarsolitario donde abunda el agua, crece hermoso,es mecido por vientos de toda clase y se cubrede blancas flores; y, viniendo de repente elhuracán, te arranca de la tierra y te tiende en elsuelo; así el Atrida Menelao dio muerte a Eu-forbo, hijo de Pántoo y hábil lancero, y en se-guida comenzó a quitarle la armadura.61 Como un montaraz león, confiado en sufuerza, coge del rebaño que está paciendo lamejor vaca, le rompe la cerviz con Los fuertesdientes, y, despedazándola, traga la sangre ytodas las entrañas; y así los perros como lospastores gritan mucho a su alrededor, pero delejos, sin atreverse a it contra la fiera porque elpálido temor los domina, de la misma maneraninguno tuvo bastante ánimo en su pecho parasalir al encuentro del glorioso Menelao. Y elAtrida se habría llevado fácilmente las magnífi-cas armas del Pantoida, si no te hubiese impe-dido Febo Apolo; el cual, tomando la figura deMentes, caudillo de los cícones, suscitó contra

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aquél a Héctor, igual al veloz Ares, con estasaladas palabras:75 -¡Héctor! Tú corres ahora tras lo que no esposible alcanzar: los corceles del aguerrido Eá-cida. Difícil es que ninguno ni de los hombresni de los dioses los sujete y sea por ellos lleva-do, fuera de Aquiles, que tiene una madre in-mortal. Y en tanto, Menelao, belicoso hijo deAtreo, que defiende el cadáver de Patroclo, hamuerto a uno de los más esforzados troyanos, aEuforbo Pantoida, acabando con el impetuosovalor de este caudillo.82 El dios, habiendo hablado así, volvió a labatalla. Héctor sintió profundo dolor en lasnegras entrañas, ojeó las hileras y vio en segui-da al Atrida que despojaba de la espléndida ar-madura a Euforbo, y a éste tendido en el sueloy vertiendo sangre por la herida. Acto conti-nuo, armado como se hallaba de luciente bron-ce y dando agudos gritos, abrióse paso por loscombatientes delanteros cual si fuese una llamainextinguible encendida por Hefesto. No le

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pasó inadvertido al hijo de Atreo, que gimió aloír las voces, y a su magnánimo espíritu así ledijo:91 -¡Ay de mí! Si abandono estas magníficasarmas y a Patrocio, que por vengarme yaceaquí tendido, temo que se irritará cualquierdánao que to presencie. Y si por vergüenzapeleo con Héctor y Los troyanos, como ellosson muchos y yo estoy solo, quizás me cerquen;pues Héctor, el de tremolaiite casco, trae aquí atodos Los troyanos. Mas ¿por qué el corazónme hace pensar en tales cosas? Cuando, opo-niéndose a la divinidad, el hombre lucha conun guerrero protegido por algún dios, pronto lesobreviene grave daño. Así, pues, ninguno deLos dánaos se irritará conmigo porque me veanceder a Héctor, que combate amparado por Lasdeidades. Pero, si a mis oídos llegara la voz deAyante, valiente en la pelea, volvería aquí conél y sólo pensaríamos en luchar, aunque fuesecontra un dios, para ver si lográbamos arrastrarel cadáver y entregarlo al Pelida Aquiles. Sería

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esto to mejor para hacer llevaderos los presen-tes males.106 Mientras tales pensamientos revolvía en sumente y en su corazón, llegaron las huestes delos troyanos, acaudilladas por Héctor. Menelaodejó el cadáver y retrocedió, volviéndose decuando en cuando. Como el melenudo león, aquien alejan del establo los canes y los hombrescon gritos y venablos, siente que el corazónaudaz se le encoge y abandona de mala gana elredil; de la misma suerte apartábase de Patrocloel rubio Menelao, quien, al juntarse con susamigos, se detuvo, volvió la cara a los troyanosy buscó con los ojos al gran Ayante, hijo de Te-lamón. Pronto le distinguió a la izquierda de labatalla, donde animaba a sus compañeros y lesincitaba a pelear, pues Febo Apolo les habíainfundido un gran terror. Corrió a encontrarle;y, poniéndose a su lado, le dijo estas palabras:120 -¡Ayante! Ven, amigo; apresurémonos acombatir por Patroclo muerto, y quizás poda-mos llevar a Aquiles el cadáver desnudo, pues

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las armas las tiene Héctor, el de tremolante cas-co.123 Así dijo; y conmovió el corazón del ague-rrido Ayante, que atravesó al momento lasprimeras filas junto con el rubio Menelao.Héctor había despojado a Patroclo de las mag-níficas armas y se lo llevaba arrastrando, parasepararle con el agudo bronce la cabeza de loshombros y entregar el cadáver a los perros deTroya. Pero acercósele Ayante con su escudocomo una torre; y Héctor, retrocediendo, llegóal grupo de sus amigos, saltó al carro y entrególas magníficas armas a los troyanos para quelas llevaran a la ciudad, donde habían de cau-sarle inmensa gloria. Ayante cubrió con su granescudo al Menecíada y se mantuvo firme. Co-mo el león anda en torno de sus cachorroscuando llevándolos por el bosque le salen alencuentro los cazadores, y, haciendo gala de sufuerza, baja los párpados ocultando sus ojos, deaquel modo corría Ayante alrededor del héroePatroclo. En la parte opuesta hallábase el Atri-

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da Menelao, caro a Ares, en cuyo pecho el doloriba creciendo.140 Glauco, hijo de Hipóloco, caudillo de loslicios, dirigió entonces la torva faz a Héctor, y leincrepó con estas palabras:142 -¡Héctor, el de más hermosa figura, muyfalto estás del valor que la guerra demanda!Inmerecida es tu buena fama, cuando solamen-te sabes huir. Piensa cómo en adelante de-fenderás la ciudad y sus habitantes, solo y sinmás auxilio que los hombres nacidos en Ilio.Ninguno de los licios ha de pelear ya con losdánaos en favor de la ciudad, puesto que paranada se agradece el combatir siempre y sin des-canso contra el enemigo. ¿Cómo, oh cruel, sal-varás en la turba a un obscuro combatiente, sidejas que Sarpedón, huésped y amigo tuyo,llegue a ser presa y botín de los argivos? Mien-tras estuvo vivo, prestó grandes servicios a laciudad y a ti mismo; y ahora no to atreves aapartar de su cadáver a los perros. Por esto, silos licios me obedecieren, volveríamos a nues-

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tra patria, y la ruina más espantosa amenazaríaa Troya. Mas, si ahora tuvieran los troyanos elvalor audaz a intrépido que suelen mostrar losque por la patria sostienen contiendas y luchascon los enemigos, pronto arrastraríamos elcadáver de Patroclo hasta Ilio. Y en seguida queel cuerpo de éste fuera retirado del campo yconducido a la gran ciudad del rey Príamo, losargivos nos entregarían, para rescatarlo, lashermosas armas de Sarpedón, y también podr-íamos llevar a Ilio el cadáver del héroe; puesPatroclo fue escudero del argivo más valienteque hay en las naves, como asimismo to son sustropas, que combaten cuerpo a cuerpo. Pero túno osaste esperar al magnánimo Ayante, niresistir su mirada en la lucha, ni combatir conél, porque to aventaja en fortaleza.169 Mirándole con torva faz, respondió Héctor,el de tremolante casco:170 -¡Glauco! ¿Por qué, siendo cual eres, hablascon tanta soberbia? ¡Oh dioses! Te considerabacomo el hombre de más seso de cuantos viven

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en la fértil Licia, y ahora he de reprenderte porto que pensaste y dijiste al asegurar que nopuedo sostener la acometida del ingente Ayan-te. Nunca me espantó la batalla, ni el ruido delos caballos; pero siempre el pensamiento deZeus, que lleva la égida, es más eficaz que el delos hombres, y el dios pone en fuga al varónesforzado y le quita fácilmente la victoria, aun-que él mismo le haya incitado a combatir. Mas,ea, ven acá, amigo, ponte a mi lado, contemplamis hechos, y verás si seré cobarde en la batalla,como has dicho, aunque dure todo el día; o siharé que alguno de los dánaos, no obstante suardimiento y valor, cese de defender el cadáverde Patroclo.183 Cuando así hubo hablado, exhortó a lostroyanos, dando grandes voces:184 -¡Troyanos, licios, dánaos, que cuerpo acuerpo peleáis! Sed hombres, amigos, y mos-trad vuestro impetuoso valor, mientras visto lasarmas hermosas del eximio Aquiles, de quedespojé al fuerte Patroclo después de matarlo.

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188 Dichas estas palabras, Héctor, el de tremo-lante casco, salió de la funesta lid, y, corriendocon ligera planta, alcanzó pronto y no muy le-jos a sus amigos que llevaban hacia la ciudadlas magníficas armas del hijo de Peleo. Allí,fuera del luctuoso combate se detuvo y cambióde armadura: entregó la propia a los belicosostroyanos, para que la dejaran en la sacra Ilio, yvistió las armas divinas del Pelida Aquiles, quelos dioses celestiales dieron a Peleo, y éste, yaanciano, cedió a su hijo, quien no había de usar-las tanto tiempo que llegara a la vejez llevándo-las todavía.198 Cuando Zeus, que amontona las nubes, vioque Héctor, apartándose, vestía las armas deldivino Pelida, moviendo la cabeza, habló con-sigo mismo y dijo:201 «¡Ah, mísero! No piensas en la muerte, queya se halla cerca de ti, y vistes las armas divinasde un hombre valentísimo a quien todos temen.Has muerto a su amigo, tan bueno como fuerte,y le has quitado ignominiosamente la armadu-

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ra de la cabeza y de los hombros. Mas todavíadejaré que alcances una gran victoria comocompensación de que Andrómaca no recibiráde tus manos, volviendo tú del combate, lasmagníficas armas del Pelión».209 Dijo el Cronión, y bajó las negras cejas enseñal de asentimiento. La armadura de Aquilesle vino bien a Héctor, apoderóse de éste un te-rrible furor bélico, y sus miembros se vigoriza-ron y fortalecieron; y el héroe, dando recias vo-ces, enderezó sus pasos a los aliados ilustres yse les presentó con las resplandecientes armasdel magnánimo Pelión. Y acercándose a cadauno para animarlos con sus palabras -a Mestles,Glauco, Medonte, Tersíloco, Asteropeo, Disé-nor, Hipótoo, Forcis, Cromio y el augur Énno-mo-, los instigó con estas aladas palabras:220 -¡Oíd, tribus innúmeras de aliados quehabitáis alrededor de Troya! No ha sido por eldeseo ni por la necesidad de reunir una mu-chedumbre por lo que os he traído de vuestrasciudades, sino para que defendáis animosa-

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mente de los belicosos aqueos a las esposas y alos tiernos infantes de los troyanos. Con estepensamiento abrumo a mi pueblo y le exijodones y víveres para excitar vuestro valor.Ahora cada uno haga frente y embista al ene-migo, ya muera, ya se salve, que tales son loslances de la guerra. Al que arrastre el cadáverde Patrocio hasta las filas de los troyanos, do-madores de caballos, y haga ceder a Ayante, ledaré la mitad de los despojos, reservándome laotra mitad, y su gloria será tan grande como lamía.233 Así dijo. Todos arremetieron con las picaslevantadas y cargaron sobre los dánaos, puestenían grandes esperanzas de arrancar el cuer-po de Patroclo de las manos de Ayante Te-lamoníada. ¡Insensatos! Sobre el mismo cadá-ver, Ayante hizo perecer a muchos de ellos. Yeste héroe dijo entonces a Menelao, valiente enla pelea:238 -¡Oh amigo, oh Menelao, alumno de Zeus!Ya no espero que salgamos con vida de esta

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batalla. Ni temo tanto por el cadáver de Patro-clo, que pronto saciará en Troya a los perros yaves de rapiña, cuanto por tu cabeza y por lamía; pues el nublado de la guerra, Héctor, todoto cubre, y a nosotros nos espera una muertecruel. Ea, llama a los más valientes dánaos, porsi alguno to oye.246 Así dijo. Menelao, valiente en la pelea, nodesobedeció; y, alzando recio la voz, dijo a losdánaos:248 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos, los que bebéis en la tienda de los Atri-das Agamenón y Menelao el vino que el pueblopaga, mandáis las tropas y os viene de Zeus elhonor y la gloria! Me es difícil ver a cada unode los caudillos. ¡Tan grande es el combate queaquí se ha empeñado! Pero acercaos vosotros,indignándoos en vuestro corazón de que Patro-clo llegue a ser juguete de los perros troyanos.256 Así dijo. Oyóle en seguida el veloz Ayantede Oileo, y acudió antes que nadie, corriendo através del campo. Siguiéronle Idomeneo y su

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escudero Meriones, igual al homicida Enialio.¿Y quién podría retener en la memoria y decirlos nombres de cuantos aqueos fueron llegandopara reanimar la pelea?262 Los troyanos acometieron apinados, conHéctor a su frente. Como en la desembocadurade un río que las celestiales lluvias alimentan,las ingentes olas chocan bramando contra lacorriente del mismo, refluyen al mar y las altasorillas resuenan en torno; con una gritería tangrande marchaban los troyanos. Mientras tanto,los aqueos permanecían firmes alrededor delcadáver del Menecíada, conservando el mismoánimo y defendiéndose con los escudos debronce; y el Cronión rodeó de espesa niebla susrelucientes cascos, porque nunca había aborre-cido al Menecíada mientras vivió y fue servidordel Eácida, y entonces veía con desagrado queel cadáver pudiera llegar a ser juguete de losperros troyanos. Por esto el dios incitaba a loscompañeros a que lo defendieran.

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274 En un principio, los troyanos rechazaron alos aqueos, de ojos vivos, y éstos, desamparan-do al muerto, huyeron espantados. Y si bien losaltivos troyanos no consiguieron matar con suslanzas a ningún aqueo, como deseaban, empe-zaron a arrastrar el cadáver. Poco tiempo deb-ían los aqueos permanecer alejados de éste,pues los hizo volver Ayante; el cual, así por sufigura, como por sus obras, era el mejor de losdánaos, después del eximio Pelión. Atravesó elhéroe las primeras Filas, y parecido por su bra-vura al jabalí que en el monte dispersa fácil-mente, dando vueltas por los matorrales, a losperros y a los florecientes mancebos, de lamisma manera el esclarecido Ayante, hijo delilustre Telamón, acometió y dispersó las falan-ges de troyanos que se agitaban en torno de Pa-troclo con el decidido propósito de llevarlo a laciudad y alcanzar gloria.288 Hipótoo, hijo preclaro del pelasgo Leto,había atado una correa a un tobillo de Patroclo,alrededor de los tendones; y arrastraba el cadá-

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ver por el pie, a través del reñido combate, paracongraciarse con Héctor y los troyanos. Prontole ocurrió una desgracia, de que nadie, por másque to deseara, pudo librarlo. Pues el hijo deTelamón, acometiéndole por entre la turba, lehirió de cerca por el casco de broncíneas carri-lleras: el casco, guarnecido de un penacho decrines de caballo, se quebró al recibir el golpede la gran lanza manejada por la robusta mano;el cerebro fluyó sanguinolento por la herida, alo largo del asta; el guerrero perdió las fuerzas,dejó escapar de sus manos al suelo el pie delmagnánimo Patroclo, y cayó de pechos, junto alcadáver, lejos de la fértil Larisa; y así no pudopagar a sus progenitores la crianza, ni fue largasu vida, porque sucumbió vencido por la lanzadel magnánimo Ayante. A su vez, Héctor arrojóla reluciente lanza a Ayante, pero éste, al notar-lo, hurtó un poco el cuerpo, y la broncínea ar-ma alcanzó a Esquedio, hijo del magnánimoífito y el más valiente de los focios, que tenía sucasa en la célebre Panopeo y reinaba sobre mu-

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chos hombres: clavóse la broncínea punta deba-jo de la clavícula y, atravesándola, salió por laextremidad del hombro. El guerrero cayó conestrépito, y sus armas resonaron.312 Ayante hirió en medio del vientre al ague-rrido Forcis, hijo de Fénope, que defendía elcadáver de Hipótoo; y el bronce rompió la ca-vidad de la coraza y desgarró las entrañas: eltroyano, caído en el polvo, cogió el suelo conlas manos. Arredráronse los combatientes de-lanteros y el esclarecido Héctor; y los argivosdieron grandes voces, retiraron los cadáveresde Forcis y de Hipótoo, y quitaron de sus hom-bros las respectivas armaduras.319 Entonces los troyanos hubieran vuelto aentrar en Ilio, acosados por los belicosos aqueosy vencidos por su cobardía; y los argivos hubie-sen alcanzado gloria, contra la voluntad deZeus, por su fortaleza y su valor; pero el mismoApolo instigó a Eneas, tomando la figura delheraldo Perifante Epítida, que había envejecidoejerciendo de pregonero en la casa del padre

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del héroe y sabía dar saludables consejos. Asítransfigurado, habló Apolo, hijo de Zeus, di-ciendo:327 -¡Eneas! ¿De qué modo podríais salvar laexcelsa Ilio, hasta si un dios se opusiera? Comohe visto hacerlo a otros varones que confiabanen su fuerza y vigor, en su bravura y en la mu-chedumbre de tropas formadas por un pueblointrépido. Mas, al presente, Zeus desea que lavictoria quede por vosotros y no por los dána-os; y vosotros huís temblando, sin combatir.333 Así dijo. Eneas, como viera delante de sí aApolo, el que hiere de lejos, le reconoció, y agrandes voces dijo a Héctor:335 -¡Héctor y demás caudillos de los troyanosy sus aliados! Es una vergüenza que entremosen Ilio, acosados por los belicosos aqueos yvencidos por nuestra cobardía. Una deidad havenido a decirme que Zeus, el árbitro supremo,será aún nuestro auxiliar en la batalla. Mar-chemos, pues, en derechura a los dánaos, para

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que no se lleven tranquilamente a las naves elcadáver de Patroclo.342 Así habló; y, saltando mucho más allá delos combatientes delanteros, se detuvo. Lostroyanos volvieron la cara y afrontaron a losaqueos. Entonces Eneas dio una lanzada a Leó-crito, hijo de Arisbante y compañero valientede Licomedes. Al verlo derribado en tierra,compadecióse Licomedes, caro a Ares; y,parándose muy cerca del enemigo, arrojó lareluciente lanza, hirió en el hígado, debajo deldiafragma, a Apisaón Hipásida, pastor dehombres, y le dejó sin vigor las rodillas: esteguerrero procedía de la fértil Peonia, y era, des-pués de Asteropeo, el que más descollaba en elcombate. Vioto caer el belicoso Asteropeo, y,apiadándose, corrió hacia él, dispuesto a pelearcon los dánaos. Mas no le fue posible; puescuantos rodeaban por todas partes a Patroclo secubrían con los escudos y calaban las lamas.Ayante recorría las filas y daba muchas órde-nes: mandaba que ninguno retrocediese, aban-

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donando el cadáver, ni combatiendo se adelan-tara a los demás aqueos, sino que todos rodea-ran al muerto y pelearan de cerca. Así se lo en-cargaba el ingente Ayante. La tierra estaba re-gada de purpúrea sangre y caían muertos, unosen pos de otros, muchos troyanos, poderososauxiliares, y dánaos; pues estos últimos no pe-leaban sin derramar sangre, aunque perecíanen mucho menor número porque cuidabansiempre de defenderse recíprocamente en me-dio de la turba, para evitar la cruel muerte.366 Así combatían, con el ardor del fuego. Nohubieras dicho que aún subsistiesen el sol yluna, pues hallábanse cubiertos por la nieblatodos los guerreros ilustres que peleaban alre-dedor del cadáver del Menecíada. Los restantestroyanos y aqueos, de hermosas grebas, libresde la obscuridad, luchaban al cielo sereno: losvivos rayos del sol herían el campo, sin queapareciera ninguna nube sobre la tierra ni enlas montañas, y ellos combatían y descansabanalternativamente, hallándose a gran distancia

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unos de otros y procurando librarse de los do-lorosos tiros que les dirigían los contrarios. Yen tanto, los del centro padecían muchos malesa causa de la niebla y del combate, y los másvalientes estaban dañados por el cruel bronce.Dos varones insignes, Trasimedes y Antíloco,ignoraban aún que el eximio Patroclo hubiesemuerto y creían que, vivo aún, luchaba con lostroyanos en la primera fila. Ambos, aunqueestaban en la cuenta de que sus compañeroseran muertos o derrotados, peleaban separada-mente de los demás; que así se to había orde-nado Néstor, cuando desde las negras naves losenvió a la batalla.384 Todo el día sostuvieron la gran contienda yel cruel combate. Cansados y sudosos tenían lasrodillas, las piernas y más abajo los pies, ymanchados de polvo las manos y los ojos, cuan-tos peleaban en torno del valiente servidor delEácida, de pies ligeros. Como un hombre da alos obreros, para que la estiren, una piel grandede toro cubierta de grasa, y ellos, cogiéndola, se

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distribuyen a su alrededor, y tirando todos salela humedad, penetra la grasa y la piel quedaperfectamente extendida por todos lados, de lamisma manera tiraban aquéllos del cadáver acáy acullá, en un reducido espacio, y tenían gran-des esperanzas de arrastrarlo los troyanos haciaIlio, y los aqueos a las cóncavas naves. Un tu-multo feroz se producía alrededor del muerto;y ni Ares, que enardece a los guerreros, ni Ate-nea por airada que estuviera, habrían halladonada que baldonar, si to hubiesen presenciado:tare funesto combate de hombres y caballossuscitó Zeus aquel día sobre el cadáver de Pa-troclo. El divino Aquiles ignoraba aún la muer-te del héroe, porque la pelea se había empeña-do muy lejos de las veleras naves, al pie delmuro de Troya. No se figuraba que hubiesemuerto, sino que después de acercarse a laspuertas volvería vivo; porque tampoco espera-ba que llegara a tomar la ciudad, ni solo, ni conél mismo. Así se to había oído muchas veces asu madre cuando, hablándole separadamente

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de los demás, le revelaba el pensamiento delgran Zeus. Pero entonces la diosa no le anuncióla gran desgracia que acababa de ocurrir: lamuerte del compañero a quien más amaba.412 Los combatientes, blandiendo afiladas lan-zas, se acometían continuamente alrededor delcadáver; y unos a otros se mataban. Y huboquien entre los aqueos, de broncíneas corazas,habló de esta manera:415 -¡Oh amigos! No sería para nosotros accióngloriosa la de volver a las cóncavas naves. An-tes la negra tierra se nos trague a todos; quepreferible fuera, si hemos de permitir a los tro-yanos, domadores de caballos, que arrastren elcadáver a la ciudad y alcancen gloria.420 Y a su vez alguno de los magnánimos tro-yanos así decía:421 -¡Oh amigos! Aunque la parca haya dis-puesto que sucumbamos todos junto a esehombre, nadie abandone la batalla.423 Con tales palabras excitaban el valor de suscompañeros. Seguía el combate, y el férreo

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estrépito llegaba al cielo de bronce, a través delinfecundo éter.426 Los corceles de Aquiles lloraban, fuera delcampo de la batalla, desde que supieron que suauriga había sido postrado en el polvo porHéctor, matador de hombres. Por más que Au-tomedonte, hijo valiente de Diores, los aguijabacon el flexible látigo y les dirigía palabras, yasuaves, ya amenazadoras; ni querían volveratrás, a las naves y al vasto Helesponto, ni en-caminarse hacia los aqueos que estaban pele-ando. Como la columna se mantiene firme so-bre el túmulo de un varón difunto o de unamatrona, tan inmóviles permanecían aquélloscon el magnífico carro. Inclinaban la cabeza alsuelo, de sus párpados caían a tierra ardienteslágrimas con que lloraban la pérdida del auri-ga, y las lozanas crines estaban manchadas ycaídas a ambos lados del yugo.441 A1 verlos llorar, el Cronión se compadecióde ellos, movió la cabeza, y, hablando consigomismo, dijo:

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443 «¡Ah, infelices! ¿Por qué os entregamos alrey Peleo, a un mortal, estando vosotros exen-tos de la vejez y de la muerte? ¿Acaso para quetuvieseis penas entre los míseros mortales?Porque no hay un ser más desgraciado que elhombre, entre cuantos respiran y se muevensobre la tierra. Héctor Priámida no será llevadopor vosotros en el labrado carro; no lo permi-tiré. ¿Por ventura no es bastante que se hayaapoderado de las armas y se gloríe de esta ma-nera? Daré fuerza a vuestras rodillas y a vues-tro espíritu, para que llevéis salvo a Autome-donte desde la batalla a las cóncavas naves; yconcederé gloria a los troyanos, los cuales se-guirán matando hasta que lleguen a las navesde muchos bancos, se ponga el sol y la sagradaobscuridad sobrevenga.»456 Así diciendo, infundió gran vigor a los ca-ballos: sacudieron éstos el polvo de las crines yarrastraron velozmente el ligero carro hacia lostroyanos y los aqueos. Automedonte, aunqueafligido por la suerte de su compañero, quería

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combatir desde el carro, y con los corceles seechaba sobre los enemigos como el buitre sobrelos ánsares; y con la misma facilidad huía deltumulto de los troyanos, que arremetía a lagran turba de ellos para seguirles el alcance.Pero no mataba hombres cuando se lanzaba aperseguir, porque, estando solo en el sagradoasiento, no le era posible acometer con la lanzay sujetar al mismo tiempo los veloces caballos.Viole al fin su compañero Alcimedonte, hijo deLaerces Hemónida; y, poniéndose detrás delcarro, dijo a Automedonte:469 -¡Automedonte! ¿Qué dios te ha sugeridotan inútil propósito dentro del pecho y to haprivado de te buen juicio? ¿Por qué, estandosolo, combates con los troyanos en la primerafila? Tu compañero recibió la muerte, y Héctorse vanagloria de cubrir sus hombros con lasarmas del Eácida.474 Respondióle Automedonte, hijo de Diores:475 -¡Alcimedonte! ¿Cuál otro aqueo podríasujetar o aguijar estos caballos inmortales mejor

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que tú, si no fuera Patroclo, consejero igual alos dioses, mientras estuvo vivo? Pero ya lamuerte y la parca to alcanzaron. Recoge el láti-go y las lustrosas riendas, y yo bajaré del carropara combatir.481 Así dijo. Alcimedonte, subiendo en seguidaal veloz carro, empuñó el látigo y las riendas, yAutomedonte saltó a tierra. Advirtiólo el escla-recido Héctor; y al momento dijo a Eneas, que asu lado estaba:485 -¡Eneas, consejero de los troyanos, debroncíneas corazas! Advierto que los corcelesdel Eácida, ligero de pies, aparecen nuevamen-te en la lid guiados por aurigas débiles. Y creoque me apoderaría de los mismos, si tú quisie-ras ayudarme; pues, arremetiendo nosotros alos aurigas, éstos no se.. atreverán a resistir ni apelear frente a frente.491 Así dijo; y el valeroso hijo de Anquises nodejó de obedecerle. Ambos pasaron adelante,protegiendo sus hombros con sólidos escudosde pieles secas de buey, cubiertas con gruesa

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capa de bronce. Siguiéronles Cromio y el dei-forme Areto, que tenían grandes esperanzas dematar a los aurigas y llevarse los corceles deerguido cuello. ¡Insensatos! No sin derramarsangre habían de escapar de Automedonte.Éste, orando al padre Zeus, llenó de fuerza yvigor las negras entrañas; y en seguida dijo aAlcimedonte, su fiel compañero:501-¡Alcimedonte! No tengas los caballos lejosde mí; sino tan cerca, que sienta su resuellosobre mi espalda. Creo que Héctor Priámida nocalmará su ardor hasta que suba al carro deAquiles y gobierne los corceles de hermosascrines, después de darnos muerte a nosotros ydesbaratar las filas de los guerreros argivos; oél mismo sucumba, peleando con los comba-tientes delanteros.507 Así habiendo hablado, llamó a los dosAyantes y a Menelao:508 -¡Ayantes, caudillos de los argivos! ¡Mene-lao! Dejad a los más fuertes el cuidado de rode-ar al muerto y defenderlo, rechazando las haces

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enemigas; y venid a librarnos del día cruel anosotros que aún vivimos, pues se dirigen aesta parte, corriendo por el luctuoso combate,Héctor y Eneas, que son los más valientes delos troyanos. En la mano de los dioses está toque haya de ocurrir. Yo arrojaré mi lanza, yZeus se cuidará del resto.516 Dijo; y, blandiendo la ingente lanza, acertóa dar en el escudo liso de Areto, que no logródetener a aquélla: atravesólo la punta de bron-ce, y rasgando el cinturón se clavó en el empei-ne del guerrero. Como un joven hiere con afila-da segur a un buey montaraz por detrás de lasastas, le corta el nervio y el animal da un salto ycae, de esta manera el troyano saltó y cayó bocaarriba y la lanza aguda, vibrando aún en susentrañas, dejóle sin vigor los miembros.- Héctorarrojó la reluciente lanza contra Automedonte,pero éste, como la viera venir, evitó el golpeinclinándose hacia adelante: la fornida lanza seclavó en el suelo detrás de él, y el regatón tem-blaba; pero pronto la impetuosa arma perdió su

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fuerza. Y se atacaron de cerca con las espadas,si no les hubiesen obligado a separarse los dosAyantes; los cuales, enardecidos, abriéronsepaso por la turba y acudieron a las voces de suamigo. Temiéronlos Héctor, Eneas y el deifor-me Cromio, y, retrocediendo, dejaron a Areto,que yacía en el suelo con el corazón traspasado.Automedonte, igual al veloz Ares, despojóle delas armas y, gloriándose, pronunció estas pala-bras:538 -El pesar de mi corazón por la muerte delMenecíada se ha aliviado un poco; aunque le esinferior el varón a quien he dado muerte.540 Así diciendo, tomó y puso en el carro lossangrientos despojos; y en seguida subió almismo, con los pies y las manos ensangrenta-dos como el león que ha devorado un toro.543 De nuevo se trabó una pelea encarnizada,funesta, luctuosa, en torno de Patroclo. Excitóla lid a Atenea, que vino del cielo, enviada asocorrer a los dánaos por el largovidente Zeus,cuya mente había cambiado. De la suerte que

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Zeus tiende en el cielo el purpúreo arco iris,como señal de una guerra o de un invierno tanfrío que obliga a suspender las labores delcampo y entristece a los rebaños, de este modola diosa, envuelta en purpúrea nube, penetrópor las tropas aqueas y animó a cada guerrero.Primero enderezó sus pasos hacia el fuerte Me-nelao, hijo de Atreo, que se hallaba cerca; y,tomando la figura y voz infatigable de Fénix, leexhortó diciendo:556 -Sería para ti, oh Menelao, motivo de ver-güenza y de oprobio que los veloces perrosdespedazaran cerca del muro de Troya el cadá-ver de quien fue compañero fiel del ilustreAquiles. ¡Combate denodadamente y anima atodo el ejército!56o Respondióle Menelao, valiente en la pelea:561 -¡Padre Fénix, anciano respetable! OjaláAtenea me infundiese vigor y me librase delímpetu de los tiros. Yo quisiera ponerme allado de Patroclo y defenderlo, porque su muer-te conmovió mucho mi corazón; pero Héctor

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tiene la terrible fuerza de una llama, y no cesade matar con el bronce, protegido por Zeus,que le da gloria.567 Así dijo. Atenea, la diosa de ojos de lechu-za, holgándose de que aquél la invocara la pri-mera entre todas las deidades, le vigorizó loshombros y las rodillas, a infundió en su pechola audacia de la mosca, la cual, aunque sea ahu-yentada repetidas veces, vuelve a picar porquela sangre humana le es agradable; de una auda-cia semejante llenó la diosa las negras entrañasdel héroe. Encaminóse Menelao hacia el cadá-ver de Patroclo y despidió la reluciente lanza.Hallábase entre los troyanos Podes, hijo de Ee-tión, rico y valiente, a quien Héctor honrabamucho en la ciudad porque era su compañeroquerido en los festines; a éste, que ya empren-día la fuga, atravesólo el rubio Menelao con labroncínea lanza que se clavó en el ceñidor, y eltroyano cayó con estrépito. A1 punto, el AtridaMenelao arrastró el cadáver desde los troyanosadonde se hallaban sus amigos.

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582 Apolo incitó a Héctor, poniéndose a su ladodespués de tomar la figura de Fénope Asíada;éste tenía la casa en Abides, y era para el héroeel más querido de sus huéspedes. Así transfigu-rado, dijo Apolo, el que hiere de lejos:586 -¡Héctor! ¿Cuál otro aqueo te temerá, cuan-do huyes temeroso ante Menelao, que siemprefue guerrero débil y ahora él solo ha levantadoy se lleva fuera del alcance de los troyanos elcadáver de tu fiel amigo a quien mató, del quepeleaba con denuedo entre los combatientesdelanteros, de Podes, hijo de Eetión?591 Así dijo, y negra nube de pesar envolvió aHéctor, que en seguida atravesó las primerasfilas, cubierto de reluciente bronce. Entonces elCronida tomó la esplendorosa égida floqueada,cubrió de nubes el Ida, relampagueó y tronófuertemente, agitó la égida, y die la victoria alos troyanos, poniendo en fuga a los aqueos.597 El primero que huyó fue Penéleo, el beocio,per haber recibido, vuelto siempre de cara a lostroyanos, una herida leve en el hombre; y Poli-

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damante, acercándose a él, le arrojó la lanza,que desgarró la piel y llegó hasta el hueso.-Héctor, a su vez, hirió en la muñeca y dejó fue-ra de combate a Leito, hijo del magnánimoAlectrión; el cual huyó espantado y mirando entorno suyo, porque ya no esperaba que con lalanza en la mano pudiese combatir con los tro-yanos.- Contra Héctor, que perseguía a Leito,arrojó Idomeneo su lanza y le dio un bote en elpeto de la coraza, junto a la tetilla; pero rom-pióse aquélla en la unión del asta con el hierro;y los troyanos gritaron. Héctor despidió su la-ma contra Idomeneo Deucálida, que iba en uncarro; y por poco no acertó a herirlo; pero elbronce se clavó en Cérano, escudero y aurigade Meriones, a quien acompañaba desde quepartieron de la bien construida Licto. Idomeneosalió aquel día de las corvas naves al campo,como infante; y hubiera procurado a los troya-nos un gran triunfo, si no hubiese llegadoCérano guiando los veloces corceles: éste fue susalvador, porque le libró del día cruel al perder

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la vida a manos de Héctor, matador de hom-bres. A Cérano, pues, hirióle Héctor debajo dela quijada y de la oreja: la punta de la lanzahizo saltar los dientes y atravesó la lengua. Elguerrero cayó del carro, y dejó que las riendasvinieran al suelo. Meriones, inclinándose, reco-giólas, y dijo a Idomeneo:622 -Aquija con el látigo los caballos hasta quellegues a las veleras naves; pues ya tú mismoconoces que no serán los aqueos quienes alcan-cen la victoria.624 Así habló; a Idomeneo fustigó los corcelesde hermosas crines, guiándolos hacia lascóncavas naves, porque el temor había entradoen su corazón.626 No les pasó inadvertido al magnánimoAyante y a Menelao que Zeus otorgaba a lostroyanos la inconstante victoria. Y el granAyante Telamonio fue el primero en decir:629 -¡Oh dioses! Ya hasta el más simple cono-cería que el padre Zeus favorece a los troyanos.Los tiros de todos ellos, sea cobarde o valiente

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el que dispara, no yerran el blanco, porqueZeus los encamina; mientras que los nuestroscaen al suelo sin dañar a nadie. Ea, pensemoscómo nos será más fácil sacar el cadáver y vol-vernos, para regocijar a nuestros amigos; loscuales deben de atligirse mirando hacia acá, ysin duda piensan que ya no podemos resistir lafuerza y las invictas manes de Héctor, matadorde hombres, y pronto tendremos que caer enlas negras naves. Ojalá algún amigo avisararápidamente al Pelida, pues no creo que sepa lainfausta nueva de que ha muerto su compañeroamado. Pero no puedo distinguir entre losaqueos a nadie capaz de hacerlo, cubiertos co-mo están por densa niebla hombres y caballos.¡Padre Zeus! ¡Libra de la espesa niebla a losaqueos, serena el cielo, concede que nuestrosojos vean, y destrúyenos en la luz, ya que así teplace!648 Así dijo; y el padre, compadecido de verlederramar lágrimas, disipó en el acto la obscuri-dad y apartó la niebla. Brilló el sol y toda la

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batalla quedó alumbrada. Y entonces dijoAyante a Menelao, valiente en la pelea:651 -Mira ahora, Menelao, alumno de Zeus, sives a Antíloco, hijo del magnánimo Néstor,vivo aún; y envíale para que vaya corriendo adecir al belicoso Aquiles que ha muerto sucompañero más amado.655 Así dijo; y Menelao, valiente en la pelea,obedeció y se fue, como se aleja del establo unleón después de irritar a los canes y a los hom-bres que, vigilando toda la noche, no le handejado comer los pingües bueyes -el animal,ávido de carne, acomete, pero nada consigueporque audaces manos le arrojan muchos ve-nablos y teas encendidas que le hacen temer,aunque está enfurecido-; y al despuntar la au-rora se va con el corazón atligido: de tan malagana, Menelao, valiente en la pelea, se apartabade Patroclo, porque sentía gran temor de quelos aqueos, vencidos por el fuerte miedo, lodejaran y fuera presa de los enemigos. Y se lo

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recomendó mucho a Meriones y a los Ayantes,diciéndoles:669 -¡Ayantes, caudillos de los argivos! ¡Merio-nes! Acordaos ahora de la mansedumbre delmísero Patroclo, el cual supo ser amable contodos mientras gozó de vida. Pero ya la muertey la parca le alcanzaron.673 Dicho esto, el rubio Menelao partió miran-do a todas partes como el águila (el ave, segúndicen, de vista más perspicaz entre cuantasvuelan por el cielo), a la cual, aun estando enlas alturas, no le pasa inadvertida una liebre depies ligeros echada debajo de un arbusto fron-doso, y se abalanza a ella y en un instante lacoge y le quita la vida; del mismo modo, ohMenelao, alumno de Zeus, tus brillantes ojosdirigíanse a todos lados, por la turba numerosade los compañeros, para ver si podrías hallarvivo al hijo de Néstor. Pronto le distinguió a laizquierda del combate, donde animaba a suscompañeros y les incitaba a pelear. Y detenién-dose a su lado, hablóle así el rubio Menelao:

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685 -¡Ea, ven acá, Antíloco, alumno de Zeus, ysabrás una infausta nueva que ojalá no debieradarte! Creo que tú mismo conocerás, con sólotender la vista, que un dios nos manda la derro-ta a los dánaos y que la victoria es de los troya-nos. Ha muerto el más valiente aqueo, Patroclo,y los dánaos le echan muy de menos. Correhacia las naves aqueas y anúncialo a Aquiles;por si, dándose prisa en venir, puede llevar a subajel el cadáver desnudo, pues las armas lastiene Héctor, el de tremolante casco.694 Así dijo. Estremecióse Antíloco al oírle,estuvo un buen rato sin poder hablar, llenáron-se de lágrimas sus ojos y la voz sonora se lecortó. Mas no por esto descuidó de cumplir laorden de Menelao: entregó las armas a Laódo-co, el eximio compañero que a su lado regía lossolípedos caballos, y echó a correr.700 Llevado por sus pies fuera del combate,fuese llorando a dar al Pelida Aquiles la tristenoticia. Y a ti, oh Menelao, alumno de Zeus, note aconsejó el ánimo que te quedaras a11í para

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socorrer a los fatigados compañeros de Antílo-co, aunque los pilios echaban muy de menos asu jefe. Envióles, pues, el divino Trasimedes; yvolviendo a la carrera hacia el cadáver delhéroe Patroclo, se detuvo junto a los Ayantes, yen seguida les dijo:708 -Ya he enviado a aquél a las veleras naves,para que se presente a Aquiles, el de los piesligeros; pero no creo que Aquiles venga en se-guida, por más airado que esté con el divinoHéctor, porque sin armas no podrá combatircon los troyanos. Pensemos nosotros mismoscómo nos será más fácil sacar el cadáver y li-brarnos, en la lucha con los troyanos, de lamuerte y la parca.715 Respondióle el gran Ayante Telamonio:716 -Oportuno es cuanto dijiste, ínclito Mene-lao. Tú y Meriones introducíos prontamente,levantad el cadáver y sacadlo de la lid. Y noso-tros dos, que tenernos igual ánimo, llevamos elmismo nombre y siempre hemos sostenido jun-tos el vivo combate, os seguiremos, peleando a

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vuestra espalda con los troyanos y el divinoHéctor.722 Así dijo. Aquéllos cogieron al muerto yalzáronlo muy alto; y gritó el ejército troyano alver que los aqueos levantaban el cadáver.Arremetieron los troyanos como los perros que,adelantándose a los jóvenes cazadores, persi-guen al jabalí herido; así como éstos correndetrás del jabalí y anhelan despedazarlo, pero,cuando el animal, fiado en su fuerza, se vuelve,retroceden y espantados se dispersan; del mis-mo modo los troyanos seguían en tropel y her-ían a los aqueos con las espadas y lanzas dedoble filo; pero, cuando los Ayantes volvieronla cara y se detuvieron, a todos se les mudó elcolor del semblante y ninguno osó adelantarsepara disputarles el cadáver.733 De tal manera ambos caudillos llevabanpresurosos el cadáver desde la batalla hacia lascóncavas naves. Tras ellos suscitóse feroz com-bate: como el fuego que prende en una ciudad,se levanta de pronto y resplandece, y las caws

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se arruinan entre grandes llamas que el viento,enfurecido, mueve; de igual suerte, un horríso-no tumulto de caballos y guerreros acompaña-ba a los que se iban retirando. Así como mulosvigorosos sacan del monte y arrastran poráspero camino una viga o un gran tronco desti-nado a mástil de navío, y apresuran el paso,pero su ánimo está abatido por el cansancio y elsudor: de la misma manera ambos caudillostransportaban animosamente el cadáver. Detrásde ellos, los Ayantes contenían a los troyanoscomo el valladar selvoso extendido por granparte de la llanura refrena las corrientes perju-diciales de los ríos de curso arrebatado, les hacetorcer el camino y les señala el cauce por dondetodos han de correr, y jamás los ríos puedenromperlo con la fuerza de sus aguas; de seme-jante modo, los Ayantes apartaban a los troya-nos que les seguían peleando, especialmenteEneas Anquisíada y el preclaro Héctor. Comovuela una bandada de estorninos o grajos, dan-do horribles chillidos, cuando ven al gavilán

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que trae la muerte a los pajarillos, así entonceslos aqueos, perseguidos por Eneas y Héctor,corrían chillando horriblemente y se olvidabande combatir. Muchas armas hermosas de losdánaos fugitivos cayeron en el foso o en susorillas, y la batalla continuaba sin intermisiónalguna.

CANTO XVIII *Fabricación de las armas* Aquiles, al enterarse de la noticia de la muertede su amigo Patroclo, ansía vengarlo. Su ma-dre, Tetis, pide a Hefesto que fabrique un escu-do que reemplace al que Héctor tomó comobotín del cadáver de Patroclo.

1 Mientras los troyanos y los aqueos combatíancon el ardor de abrasadora llama, Antíloco,mensajero de veloces pies, fue en busca deAquiles. Hallóle junto alas naves, de altas po-pas, y ya el héroe presentía lo ocurrido; pues,

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gimiendo, a su magnánimo espíritu así lehablaba:6 -¡Ay de mí! ¿Por qué los melenudos aqueosvuelven a ser derrotados, y corren aturdidospor la llanura con dirección a las naves? Temoque los dioses me hayan causado la desgraciacruel para mi corazón, que me anunció mi ma-dre diciendo que el más valiente de los mirmi-dones dejaría de ver la luz del sol, a manos delos troyanos, antes de que yo falleciera. Sin du-da ha muerto el esforzado hijo de Menecio.¡Infeliz! Yo le mandé que, tan pronto comoapartase el fuego enemigo, regresara a los baje-les y no quisiera pelear valerosamente conHéctor.15 Mientras tales pensamientos revolvía en sumente y en su corazón, llegó el hijo del ilustreNéstor; y, derramando ardientes lágrimas, di-ole la triste noticia:18-¡Ay de mí, hijo del aguerrido Peleo! Sabrásuna infausta nueva, una cosa que no hubiera dehaber ocurrido. Patroclo yace en el suelo, y tro-

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yanos y aqueos combaten en torno del cadáverdesnudo, pues Héctor, el de tremolante casco,tiene la armadura.22 Así dijo; y negra nube de pesar envolvió aAquiles. El héroe cogió ceniza con ambas ma-nos, derramóla sobre su cabeza, afeó el graciosorostro y la negra ceniza manchó la divina túni-ca; después se tendió en el polvo, ocupando ungran espacio, y con las manos se arrancaba loscabellos. Las esclavas que Aquiles y Patroclohabían cautivado salieron afligidas; y, dandoagudos gritos, fueron desde la puerta a rodeara Aquiles; todas se golpeaban el pecho y sent-ían desfallecer sus miembros. Antíloco tambiénse lamentaba, vertía lágrimas y tenía de las ma-nos a Aquiles, cuyo gran corazón deshacíase ensuspiros, por el temor de que se cortase la gar-ganta con el hierro. Dio Aquiles un horrendogemido; oyóle su veneranda madre, que sehallaba en el fondo del mar, junto al padre an-ciano, y prorrumpió en sollozos; y cuantas dio-sas nereidas había en aquellas profundidades,

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todas se congregaron a su alrededor. Allí esta-ban Glauce, Talía, Cimódoce, Nesea, Espío,Toe, Halia, la de ojos de novilla, Cimótoe, Ac-tea, Limnorea, Mélite, Yera, Anfítoe, Ágave,Doto, Proto, Ferusa, Dinámene, Dexámene,Anfínome, Calianira, Dóride, Pánope, la célebreGalatea, Nemertes, Apseudes, Calianasa,Clímene, Yanira, Yanasa, Mera, Oritía, Amatía,la de hermosas trenzas, y las restantes nereidasque habitan en el hondo del mar. La blan-quecina gruta se llenó de ninfas, y todas se gol-peaban el pecho. Y Tetis, dando principio a loslamentos, exclamó:52 -Oíd, hermanas nereidas, para que sepáiscuántas penas sufre mi corazón. ¡Ay de mí,desgraciada! ¡Ay de mí, madre infeliz de unvaliente! Parí a un hijo ilustre, fuerte a insigneentre los héroes, que creció semejante a unárbol; le crié como a una planta en terreno fértily to mandé a Ilio en las corvas naves para quecombatiera con los troyanos; y ya no le recibiréotra vez, porque no volverá a mi casa, a la man-

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sión de Peleo. Mientras vive y ve la luz del solestá angustiado, y no puedo, aunque a él meacerque, llevarle socorro. Iré a ver al hijo queri-do y me dirá qué pesar le aflige ahora que nointerviene en las batallas.65 Así diciendo, salió de la gruta; las nereidas laacompañaron llorosas, y las olas del mar serompían en torno de ellas. Cuando llegaron a lafértil Troya, subieron todas a la playa donde lasmuchas naves de los mirmidones habían sidocolocadas junto a la del veloz Aquiles. La vene-randa madre se acercó al héroe, que suspirabaprofundamente; y, rompiendo el aire con agu-dos clamores, abrazóle la cabeza, y en tono las-timero pronunció estas aladas palabras:73 -¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha lle-gado al alma? Habla; no me to ocultes. Zeus hacumplido lo que tú, levantando las manos, lepediste: que todos los aqueos, privados de ti,fueran acorralados junto a las naves y padecie-ran vergonzosos desastres.

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78 Exhalando profundos suspiros, contestóAquiles, el de los pies ligeros:79 -¡Madre mía! El Olímpico, efectivamente, loha cumplido; pero ¿qué placer puede produ-cirme, habiendo muerto Patroclo, el fiel amigoa quien apreciaba sobre todos los compañeros ytanto como a mi propia cabeza? Lo he perdido,y Héctor, después de matarlo, le despojó de lasarmas prodigiosas, encanto de la vista, magní-ficas, que los dioses regalaron a Peleo, comoespléndido presente, el día en que lo colocaronen el tálamo de un hombre mortal. Ojalá hubie-ras seguido habitando en el mar con las inmor-tales ninfas, y Peleo hubiese tomado esposamortal. Mas no sucedió así, para que sea in-menso el dolor de tu alma cuando muera tuhijo, a quien ya no recibirás vuelto a la patria,pues mi ánimo no me incita a vivir, ni a perma-necer entre los hombres, si Héctor no pierde lavida, atravesado por mi lanza, recibiendo deeste modo la condigna pena por la muerte dePatroclo Menecíada.

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94 Respondióle Tetis, derramando lágrimas:95 -Breve será tu existencia, a juzgar por lo quedices, pues la muerte te aguarda así que Héctorperezca.97 Contestó muy afligido Aquiles, el de los piesligeros:9e -Muera yo en el acto, ya que no pude soco-rrer al amigo cuando lo mataron: ha perecidolejos de su país y sin tenerme al lado para quele librara de la desgracia. Ahora, puesto que nohe de volver a la patria tierra, ni he salvado aPatroclo ni a los muchos amigos que murierona manos del divino Héctor, permanezco en lasnaves cual inútil peso de la tierra, siendo tal enla batalla como ninguno de los aqueos, debroncíneas corazas, pues en el ágora otros mesuperan. Ojalá pereciera la discordia para losdioses y para los hombres, y con ella la ira, queencruelece hasta al hombre sensato cuando másdulce que la miel se introduce en el pecho y vacreciendo como el humo. Así me irritó el rey dehombres, Agamenón. Pero dejemos to pasado,

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aunque afligidos, pues es preciso refrenar elfuror del pecho. Iré a buscar al matador delamigo querido, a Héctor; y yo recibiré la muer-te cuando lo dispongan Zeus y los demás dio-ses inmortales. Pues ni el fornido Heracies pu-do librarse de ella, con ser carísimo al soberanoZeus Cronida, sino que la parca y la cólera fu-nesta de Hera le hicieron sucumbir. Así yo, sihe de tener igual muerte, yaceré en la tumbacuando muera; mas ahora ganaré gloriosa famay haré que algunas de las matronas troyanas odardanias, de profundo seno, den fuertes sus-piros y con ambas manos se enjuguen laslágrimas de sus tiernas mejillas. Conozcan quedurante largo tiempo me he abstenido de com-batir. Y tú, aunque me ames, no me prohíbasque pelee, que no lograrás persuadirme.127 Respondióle Tetis, la de argénteos pies:128 -Sí, hijo, es justo, y no puede reprobarseque libres a los afligidos compañeros de unamuerte terrible; pero to magnífica armadura deluciente bronce la tienen los troyanos, y Héctor,

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el de tremolante casco, se vanagloria de cubrircon ella sus hombros. Con todo eso, me figuroque no durará mucho su jactancia, pues ya lamuerte se le avecina. Tú no penetres en la con-tienda de Ares hasta que con tus ojos me veasvolver; y mañana, al romper el alba, vendré atraerte una hermosa armadura fabricada porHefesto.138 Cuando así hubo hablado, dejó a su hijo; yvolviéndose a sus hermanas de la mar, les dijo:140 -Bajad vosotras al anchuroso seno del marpara ver al anciano marino y el palacio del pa-dre, a quien se lo contaréis todo; y yo subiré alelevado Olimpo para que Hefesto, el ilustreartífice, dé a mi hijo una magnífica y relucientearmadura.14s Así habló. Las nereidas se sumergieronprestamente en las olas del mar, y Tetis, la dio-sa de argénteos pies, enderezó sus pasos alOlimpo para procurar a su hijo las magníficasarmas.

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148 Mientras la diosa se encaminaba al Olimpo,los aqueos, de hermosas grebas, huyendo congritería inmensa a vista de Héctor, matador dehombres, llegaron a las naves y al Helesponto;y ya no podían sacar fuera de los tiros el cadá-ver de Patroclo, escudero de Aquiles, porquede nuevo los alcanzaron los troyanos con suscarros y Héctor, hijo de Príamo, que por su vi-gor parecía una llama. Tres veces el esclarecidoHéctor asió a Patroclo por los pies a intentóarrastrarlo, exhortando con horrendos gritos alos troyanos; tres veces los dos Ayantes, reves-tidos de impetuoso valor, le rechazaron.Héctor, confiando en su fuerza, unas veces searrojaba a la pelea, otras se detenía y dabagrandes voces, pero nunca se retiraba del todo.Como los pastores pasan la noche en el campoy no consiguen apartar de la presa a un fogosoleón muy hambriento; de semejante modo, losbelicosos Ayantes no lograban ahuyentar delcadáver a Héctor Priámida. Y éste to arrastrara,consiguiendo inmensa gloria, si no se hubiese

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presentado al Pelión, para aconsejarle que to-mase las armas, la veloz Iris, de pies ligeroscomo el viento; a la cual enviaba Hera, sin queto supieran Zeus ni los demás dioses. Colocósela diosa cerca de Aquiles y pronunció estas ala-das palabras:170 -¡Levántate, Pelida, el más portentoso delos hombres! Ve a defender a Patroclo, por cuyocuerpo se ha trabado un vivo combate cerca delas naves. Mátanse a11í los aqueos defendiendoel cadáver, y los troyanos acometiendo con elfin de arrastrarlo a la ventosa Ilio. Y el que másempeño tiene en llevárselo es el esclarecidoHéctor, porque su ánimo le incita a cortarle lacabeza del tierno cuello para clavarla en unaestaca. Levántate, no yazgas más; avergüéncesetu corazón de que Patroclo llegue a ser juguetede los perros troyanos; pues será para ti motivode afrenta que el cadáver reciba algún ultraje.181 Respondióle el divino Aquiles, el de lospies ligeros:

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182 -¡Diosa Iris! ¿Cuál de las deidades te envíacomo mensajera?183 Díjole la veloz Iris, de pies ligeros como elviento:184 -Me manda Hera, la ilustre esposa de Zeus,sin que lo sepan el excelso Cronida ni los de-más dioses inmortales que habitan el nevadoOlimpo.187 Replicóle Aquiles, el de los pies ligeros:188 -¿Cómo puedo ir a la batalla? Los troyanostienen mis armas, y mi madre no me permiteentrar en combate hasta que con estos ojos lavea volver, pues aseguró que me traería unahermosa armadura fabricada por Hefesto. Entretanto no sé de cuál guerrero podría vestir lasarmas, a no ser que tomase el escudo de AyanteTelamoníada; pero creo que éste se halla entrelos combatientes delanteros y pelea con la lanzapor el cadáver de Patroclo.196 Contestóle la veloz Iris, de pies ligeros co-mo el viento:

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197 -Bien sabemos nosotros que aquéllos tienentu magnífica armadura; pero muéstrate a lostroyanos en la orilla del foso para que, temién-dote, cesen de pelear; los belicosos aqueos, quetan abatidos están, se reanimen, y la batalla ten-ga su tregua, aunque sea por breve tiempo.202 En diciendo esto, fuese Iris, ligera de pies.Aquiles, caro a Zeus, se levantó, y Atenea cu-brióle los fornidos hombros con la égida flo-queada, y además la divina entre las diosascircundóle la cabeza con áurea nube, en la cualardía resplandeciente llama. Como se ve desdelejos el humo que, saliendo de una isla dondese halla una ciudad sitiada por los enemigos,llega al éter, cuando sus habitantes, después decombatir todo el día en horrenda batalla, fuerade la ciudad, al ponerse el sol encienden mu-chos fuegos, cuyo resplandor sube a to alto,para que los vecinos los vean, se embarquen yles libren del apuro, de igual modo el resplan-dor de la cabeza de Aquiles llegaba al éter. Yacercándose a la orilla del foso, fuera de la mu-

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ralla, se detuvo, sin mezclarse con los aqueos,porque respetaba el prudente mandato de sumadre. Allí dio recias voces y a alguna distan-cia Palas Atenea vocifer6 también y suscitó uninmenso tumulto entre los troyanos. Como seoye la voz sonora de la trompeta cuando vienena cercar la ciudad enemigos que la vida quitan,tan sonora fue entonces la voz del Eácida.Cuando se dejó oír la voz de bronce del héroe, atodos se les conturbó el corazón, y los caballos,de hermosas crines, volvíanse hacia atrás conlos carros porque en su ánimo presentían des-gracias. Los aurigas se quedaron atónitos al verel terrible a incesante fuego que en la cabezadel magnánimo Pelión hacía arder Atenea, ladiosa de ojos de lechuza. Tres veces el divinoAquiles gritó a orillas del foso, y tres veces seturbaron los troyanos y sus ínclitos auxiliares; ydoce de los más valientes guerreros murieronatropellados por sus carros y heridos por suspropias lanzas. Y los aqueos, muy alegres, saca-ron a Patroclo fuera del alcance de los tiros y

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colocáronlo en un lecho. Los amigos le rodea-ron llorosos, y con ellos iba Aquiles, el de lospies ligeros, derramando ardientes lágrimas,desde que vio al fiel compañero desgarrado porel agudo bronce y tendido en el féretro. Habíalemandado a la batalla con su carro y sus corce-les, y ya no podía recibirlo, porque de ella notornaba vivo.239 Hera veneranda, la de ojos de novilla,obligó al sol infatigable a hundirse, mal de sugrado, en la corriente del Océano. Y una vezpuesto, los divinos aqueos suspendieron la en-conada pelea y el general combate.243 Los troyanos, por su parte, retirándose dela dura contienda, desuncieron de los carros losveloces corceles y se reunieron en el ágora antesde preparar la cena. Celebraron el ágora de piey nadie osó sentarse; pues a todos les hacíatemblar el que Aquiles se presentara despuésde haber permanecido tanto tiempo apartadodel funesto combate. Fue el primero en aren-garles el prudente Polidamante Pantoida, el

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único que conocía to futuro y to pasado: eraamigo de Héctor, y ambos nacieron en la mis-ma noche; pero Polidamante superaba a Héctoren la elocuencia, y éste descollaba más que élen el manejo de la lanza. Y arengándoles bené-volo, así les dijo:254 -Pensadlo bien, amigos, pues yo os exhortoa volver a la ciudad en vez de aguardar a ladivinal aurora en la llanura, junto a las naves, ytan lejos del muro como al presente nos halla-mos. Mientras ese hombre estuvo irritado conel divino Agamenón, fue más fácil combatircontra los aqueos; y también yo gustaba depernoctar junto a las veleras naves, esperandoque acabaríamos tomando los corvos bajeles.Ahora temo mucho al Pelida, de pies ligeros,que con su ánimo arrogante no se contentarácon quedarse en la llanura, donde troyanos yaqueos sostienen el furor de Ares, sino que lu-chará para apoderarse de la ciudad y de lasmujeres. Volvamos a la población; seguid miconsejo, antes de que ocurra to que voy a decir.

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La noche inmortal ha detenido al Pelida, depies ligeros; pero, si mañana nos acomete ar-mado y nos encuentra aquí, conoceréis quiénes, y llegará gozoso a la sagrada Ilio el que lo-gre escapar, pues a muchos de los troyanos selos comerán los perros y los buitres. ¡Ojalá quetal noticia nunca llegue a mis oídos! Si, aunqueestéis afligidos, seguís mi consejo, tendremos elejército reunido en el ágora durante la noche,pues la ciudad queda defendida por las torres ylas altas puertas con sus tablas grandes, labra-das, sólidamente unidas. Por la mañana, alapuntar la aurora, subiremos armados a lastorres; y si aquél viniere de las naves a combatircon nosotros al pie del muro, peor para él; pueshabrá de volverse después de cansar a los caba-llos, de erguido cuello, con carreras de todasclases, llevándolos errantes en torno de la ciu-dad. Pero no tendrá ánimo para entrar en ella, ynunca podrá destruirla; antes se to comerán losveloces perros.

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284 Mirándole con torva faz, exclamó Héctor, elde tremolante casco:285 -¡Polidamante! No me place lo que propo-nes de volver a la ciudad y encerrarnos en ella.¿Aún no os cansáis de vivir dentro de los mu-ros? Antes todos los hombres dotados de pala-bra llamaban a la ciudad de Príamo rica en oroy en bronce, pero ya las hermosas joyas desapa-recieron de las casas: muchas riquezas han sidollevadas a la Frigia y a la encantadora Meoniapara ser vendidas, desde que Zeus se irritó con-tra nosotros. Y ahora que el hijo del artero Cro-no me ha concedido alcanzar gloria junto a lasnaves y acorralar contra el mar a los aqueos, nodes, ¡oh necio!, tales consejos al pueblo. Ningúntroyano to obedecerá, porque no lo permitiré.Ea, procedamos todos como voy a decir. Cenaden el campamento, sin romper las filas; acorda-os de la guardia y vigilad todos. Y el troyanoque sienta gran temor por sus bienes, júntelos yentréguelos al pueblo para que en común seconsuman; pues es mejor que los disfrute éste

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que no los aqueos. Mañana, al apuntar la auro-ra, vestiremos la armadura y suscitaremos unreñido combate junto alas cóncavas naves. Y siverdaderamente el divino Aquiles pretendesalir del campamento, le pesará tanto más,cuanto más se arriesgue. Porque intento no huirde él, sino afrontarle en la batalla horrísona; yalcanzará una gran victoria, o seré yo quien laconsiga. Que Enialio es a todos común y suelecausar la muerte del que matar deseaba.310 Así se expresó Héctor, y los troyanos leaclamaron, ¡oh necios!, porque Palas Atenea lesquitó el juicio. ¡Aplaudían todos a Héctor porsus funestos propósitos y ni uno siquiera a Po-lidamante, que les daba un buen consejo! To-maron, pues, la cena en el campamento; y losaqueos pasaron la noche dando gemidos y llo-rando a Patroclo. El Pelida, poniendo sus ma-nos homicidas sobre el pecho del amigo, diocomienzo a las sentidas lamentaciones, mezcla-das con frecuentes sollozos. Como el melenudoleón a quien un cazador ha quitado los cacho-

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rros en la poblada selva, cuando vuelve a sumadriguera se aflige y, poseído de vehementecólera, recorre los valles en busca de aquelhombre, de igual modo, y despidiendo pro-fundos suspiros, dijo Aquiles entre los mirmi-dones:324 -¡Oh dioses! Vanas fueron las palabras quepronuncié un día en el palacio para tranquilizaral héroe Menecio, diciendo que a su ilustre hijole llevaría otra vez a Opunte tan pronto como,tomada Ilio, recibiera su parte de botín. Zeus noles cumple a los hombres todos sus deseos; y elhado ha dispuesto que nuestra sangre enrojezcauna misma tierra, aquí en Troya; porque ya nome recibirán en su palacio ni el anciano caballe-ro Peleo, ni Tetis, mi madre, sino que esta tierrame contendrá en su seno. Ahora, ya que tengode penetrar en la tierra, oh Patroclo, despuésque tú, no to haré las honras fúnebres hasta quetraiga las armas y la cabeza de Héctor, tumagnánirno matador. Degollaré ante la pira,para vengar to muerte, doce hijos de ilustres

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troyanos. Y en tanto permanezcas tendido juntoa las corvas naves, te rodearán, llorando nochey día, las troyanas y dardanias de profundoseno que conquistamos con nuestro valor y laingente lanza, al entrar a saco opulentas ciuda-des de hombres de. voz articulada.343 Cuando esto hubo dicho, el divino Aquilesmandó a sus compañeros que pusieran al fuegoun gran trípode para que cuanto antes le lava-ran a Patroclo las manchas de sangre. Y elloscolocaron sobre el ardiente fuego una calderapropia para baños, sostenida por un trípode;llenáronla de agua, y metiendo leña debajo laencendieron: el fuego rodeó la caldera y calentóel agua. Cuando ésta hirvió en la caldera debronce reluciente, lavaron el cadáver, ungiéron-lo con pingüe aceite y taparon las heridas conun unguento que tenía nueve años; después,colocándolo en el lecho, lo envolvieron de piesa cabeza en fina tela de lino y lo cubrieron conun velo blanco. Los mirmidones pasaron lanoche alrededor de Aquiles, el de los pies lige-

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ros, dando gemidos y llorando a Patroclo. YZeus habló de este modo a Hera, su hermana yesposa:357 -Lograste al fin, Hera veneranda, la de ojosde novilla, que Aquiles, ligero de pies, volvieraa la batalla. Sin duda nacieron de ti los mele-nudos aqueos.360 Respondió Hera veneranda, la de ojos denovilla:361 -¡Terribilísimo Cronida! ¡Qué palabras pro-feriste! Si un hombre, no obstante su condiciónde mortal y no saber Canto, puede realizar supropósito contra otro hombre, ¿cómo yo, queme considero la primera de las diosas por miabolengo y por llevar el nombre de esposa tuya,de ti que reinas sobre los inmortales todos, nohabía de causar males a los troyanos estandoirritada contra ellos?368 Así éstos conversaban. Tetis, la de argénte-os pies, llegó al palacio imperecedero de Hefes-to, que brlllaba como una estrella, lucía entrelos de las deidades, era de bronce y habíalo

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edificado el cojo en persona. Halló al dios ba-ñado en sudor y moviéndose en torno de losfuelles, pues fabricaba veinte trípodes que deb-ían permanecer arrimados a la pared del bienconstruido palacio y tenían ruedas de oro en lospies para que de propio impulso pudieran en-trar donde los dioses se congregaban y volver ala casa. ¡Cosa admirable! Estaban casi termina-dos, faltándoles tan sólo las labradas asas, y eldios preparaba los clavos para pegárselas.Mientras hacía tales obras con sabia inteligen-cla, llegó Tetis, la diosa de argénteos pies. Labella Caris, que llevaba luciente diadema y eraesposa del ilustre cojo, viola venir, salió a reci-birla, y, asiéndola por la mano, le dijo:385 -¿Por qué, oh Tetis, la de largo peplo, vene-rable y cara, vienes a nuestro palacio? Antes nosolías frecuentarlo. Pero sígueme, y to ofrecerélos dones de la hospitalidad.388 Dichas estas palabras, la divina entre lasdiosas introdujo a Tetis y la hizo sentar en unhermoso trono labrado, tachonado con clavos

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de plata y provisto de un escabel para los pies.Y, llamando a Hefesto, ilustre artífice, le dijo:392 -¡Hefesto! Ven acá, pues Tetis to necesitapara algo.393 Respondió el ilustre cojo de ambos pies: 394 -Respetable y veneranda es la diosa que havenido a este palacio. Fue mi salvadora cuandome tocó padecer, pues vime arrojado del cielo ycaí a lo lejos por la voluntad de mi insolentemadre, que me quería ocultar a causa de la co-jera. Entonces mi corazón hubiera tenido quesoportar terribles penas, si no me hubiesenacogido en su seno Eurínome y Tetis; Euríno-me, hija del retluente Océano. Nueve años vivícon ellas fabricando muchas piezas de bronce-broches, redondos brazaletes, sortijas y colla-res- en una cueva profunda, rodeada por lainmensa, murmurante y espumosa corrientedel Océano. De todos los dioses y los mortaleshombres, sólo to sabían Tetis y Eurínome, lasmismas que antes me salvaron. Hoy que Tetis,la de hermosas trenzas, viene a mi casa, tengo

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que pagarle el beneficio de haberme conser-vado la vida. Sírvele hermosos presentes dehospitalidad, mientras recojo los fuelles y de-más herramientas.410 Dijo; y levantóse de cabe al yunque el gi-gantesco e infatigable numen que al andar co-jeaba arrastrando sus gráciles piernas. Apartóde la llama los fuelles y puso en un arcón deplata las herramientas con que trabajaba; en-jugóse con una esponja el sudor del rostro, delas manos, del vigoroso cuello y del velludopecho, vistió la túnica, tomó el fornido cetro, ysalió cojeando, apoyado en dos estatuas de oroque eran semejantes a vivientes jóvenes, puestenían inteligencia, voz y fuerza, y hallábanseejercitadas en las obras propias de los inmorta-les dioses. Ambas sostenían cuidadosamente asu señor, y éste, andando, se sentó en un tronoreluciente cerca de Tetis, asió la mano de ladeidad, y le dijo:424 -¿Por qué, oh Tetis, la de largo peplo, vene-rable y cara, vienes a nuestro palacio? Antes no

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solías frecuentarlo. Di qué deseas; mi corazónme impulsa a ejecutarlo, si puedo ejecutarlo yes hacedero.428 Respondióle Tetis, derramando lágrimas:429 -¡Hefesto! ¿Hay alguna entre las diosas delOlimpo que haya sufrido en su ánimo tantos ytan graves pesares como a mí me ha enviado elCronida Zeus? De las ninfas del mar, única-mente a mí me sujetó a un hombre, a Peleo Eá-cida, y tuve que tolerar, contra toda mi volun-tad, el tálamo de un hombre que yace ya en elpalacio, rendido a la triste vejez. Ahora me en-vía otros males: concedióme que pariera y ali-mentara un hijo insigne entre los héroes, quecreció semejante a un árbol, to crié como a unaplanta en terreno fértil y to mandé a Ilio en lascorvas naves, para que combatiera con los tro-yanos; y ya no le recibiré otra vez, porque novolverá a mi casa, a la mansión de Peleo. Mien-tras vive y ve la luz del sol está angustiado, yno puedo, aunque a él me acerque, llevarle so-corro. Los aqueos le habían asignado, como

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recompensa, una joven, y el rey Agamenón sela quitó de las manos. Apesadumbrado por talmotivo, consumía su corazón, pero los troyanosacorralaron a los aqueos junto a los bajeles y noles dejaban salir del campamento, y los próce-res argivos intercedieron con Aquiles y le ofre-cieron espléndidos regalos. Entonces, aunquese negó a librarles de la ruina, hizo que vistierasus armas Patroclo y envióle a la batalla conmuchos hombres. Combatieron todo el día enlas puertas Esceas; y los aqueos hubieran des-truido la ciudad, a no haber sido por Apolo, elcual mató entre los combatientes delanteros alesforzado hijo de Menecio, que tanto estragocausaba, y dio gloria a Héctor. Y yo vengo aabrazar tus rodillas por si quieres dar a mi hijo,cuya vida ha de ser breve, escudo, casco, her-mosas grebas ajustadas con broches, y coraza;pues las armas que tenía las perdió su fiel ami-go al morir a manos de los troyanos, y Aquilesyace en tierra con el corazón afligido.462 Contestóle el ilustre cojo de ambos pies:

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463 -Cobra ánimo y no to apures por las armas.Ojalá pudiera ocultarlo a la muerte horrísonacuando el terrible destino se le presence, comotendrá una hermosa armadura que admiraráncuantos la vean.468 Así habló; y, dejando a la diosa, encaminó-se a los fuelles, los volvió hacia la llama y lesmandó que trabajasen. Estos soplaban en veintehornos, despidiendo un aire que avivaba elfuego y era de varias clases: unas veces fuerte,como lo necesita el que trabaja de prisa, y otrasal contrario, según Hefesto lo deseaba y la obrato requería. El dios puso al fuego duro bronce,estaño, oro precioso y plata; colocó en el tajo elgran yunque, y cogió con una mano el pesadomartillo y con la otra las tenazas.478 Hizo lo primero de todo un escudo grandey fuerte, de variada labor, con triple cenefa bri-llante y reluciente, provisto de una abrazaderade plata. Cinco capas tenía el escudo, y en lasuperior grabó el dios muchas artísticas figuras,con sabia inteligencia.

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483 A11í puso la tierra, el cielo, el mar, el solinfatigable y la luna llena; a11í las estrellas queel cielo coronan, las Pléyades, las Híades, elrobusto Orión y la Osa, llamada por sobrenom-bre el Carro, la cual gira siempre en el mismositio, mira a Orión y es la única que deja debañarse en el Océano.490 Allí representó también dos ciudades dehombres dotados de palabra. En la una se cele-braban bodas y festines: las novias salían de sushabitaciones y eran acompañadas por la ciudada la luz de antorchas encendidas, oíanse repeti-dos cantos de himeneo, jóvenes danzantes for-maban ruedos, dentro de los cuales sonabanflautas y cítaras, y las matronas admiraban elespectáculo desde los vestíbulos de las casas.-Los hombres estaban reunidos en el ágora, puesse había suscitado una contienda entre dos va-rones acerca de la multa que debía pagarse porun homicidio: el uno, declarando ante el pue-blo, afirmaba que ya la tenía satisfecha; el otronegaba haberla recibido, y ambos deseaban

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terminar el pleito presentando testigos. El pue-blo se hallaba dividido en dos bandos, queaplaudían sucesivamente a cada litigante; losheraldos aquietaban a la muchedumbre, y losancianos, sentados sobre pulimentadas piedrasen sagrado círculo, tenían en las manos los ce-tros de los heraldos, de voz potente, y le-vantándose uno tras otro publicaban el juicioque habían formado. En el centro estaban losdos talentos de oro que debían darse al quemejor demostrara la justicia de su causa.509 La otra ciudad aparecía cercada por dosejércitos cuyos individuos, revestidos de lucien-tes armaduras, no estaban acordes: los del pri-mero deseaban arruinar la plaza, y los otrosquerían dividir en dos partes cuantas riquezasencerraba la agradable población. Pero los ciu-dadanos aún no se rendían, y preparaban secre-tamente una emboscada. Mujeres, niños y an-cianos subidos en la muralla la defendían. Lossitiados marchaban llevando al frente a Ares ya Palas Atenea, ambos de oro y con áureas ves-

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tiduras, hermosos, grandes, armados y distin-guidos, coino dioses; pues los hombres eran deestatura menor. Luego en el lugar escogidopara la emboscada, que era a orillas de un río ycerca de un abrevadero que utilizaba todo elganado, sentábanse, cubiertos de relucientebronce, y ponían dos centinelas avanzados paraque les avisaran la llegada de las ovejas y de losbueyes de retorcidos cuernos. Pronto se presen-taban los rebaños con dos pastores que se re-creaban tocando la zampoña, sin presentir laasechanza. Cuando los emboscados los veíanvenir, corrían a su encuentro y al punto se apo-deraban de los rebaños de bueyes y de losmagníficos hatos de blancas ovejas y mataban alos guardianes. Los sitiadores, que se hallabanreunidos en junta, oían el vocerío que se alzabaen torno de los bueyes, y, montando ágiles cor-celes, acudían presurosos. Pronto se trababa aorillas del río una batalla en la cual heríanseunos a otros con broncíneas lanzas. Allí se agi-taban la Discordia, el Tumulto y la funesta Par-

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ca, que a un tiempo cogía a un guerrero vivo yrecientemente herido y a otro ileso, y arras-traba, asiéndolo de los pies, por el campo de labatalla a un tercero que ya había muerto; y elropaje que cubría su espalda estaba teniño desangre humana. Movíanse todos como hombresvivos, peleaban y retiraban los muertos.541 Representó también una blanda tierra no-val, un campo fértil y vasto que se labraba portercera vez: acá y acullá muchos labradoresguiaban las yuntas, y, al llegar al confín delcampo, un hombre les salía al encuentro y lesdaba una copa de dulce vino; y ellos volvíanatrás, abriendo nuevos surcos, y deseaban lle-gar al otro extremo del noval profundo. Y latierra que dejaban a su espalda negreaba y pa-recía labrada, siendo toda de oro; to cual consti-tuía una singular maravilla.550 Grabó asimismo un campo real donde losjóvenes se gaban las mieses con hoces afiladas:muchos manojos caíar al suelo a lo largo delsurco, y con ellos formaban gavilla: los atado-

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res. Tres eran éstos, y unos rapaces cogían losmanojos y se los llevaban a brazados. En me-dio, de pie en un surco, estaba el rey sin des-plegar los labios, con el corazón alegre y el ce-tro en la mano. Debajo de una encina, los he-raldos preparaban para el banquete un corpu-lento buey que habían matado. Y las mujeresaparejaban la comida de los trabajadores,haciendo abundantes puches de blanca harina.561 También entalló una hermosa viña de oro,cuyas cepas, cargadas de negros racimos, esta-ban sostenidas por rodrigones de plata. Rodeá-banla un foso de negruzco acero y un seto deestaño, y conducía a ella un solo camino pordonde pasaban los acarreadores ocupados en lavendimia. Doncellas y mancebos, pensando encosas tiernas, llevaban el dulce fruto en cestosde mimbre; un muchacho tañía suavemente laharmoniosa cítara y entonaba con tenue voz unhermoso lino, y todos le acompañaban cantan-do, profiriendo voces de júbilo y golpeando conlos pies el suelo.

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573 Puso luego un rebaño de vacas de erguidacornamenta: los animales eran de oro y estaño,y salían del establo, mugiendo, para pastar aorillas de un sonoro río, junto a un flexible ca-ñaveral. Cuatro pastores de oro guiaban a lasvacas y nueve canes de pies ligeros los seguían.Entre las primeras vacas, dos terribles leoneshabían sujetado y conducían a un toro que dabafuertes mugidos. Perseguíanlos mancebos yperros. Pero los leones lograban desgarrar lapiel del corpulento toro y tragaban los intesti-nos y la negra sangre; mientras los pastoresintentaban, aunque inútilmente, estorbario, yazuzaban a los ágiles canes: éstos se apartabande los leones sin morderlos, ladraban desdecerca y rehuían el encuentro de las fieras.587 Hizo también el ilustre cojo de ambos piesun gran prado en hermoso valle, donde pacíanlas cándidas ovejas, con establos, chozas techa-das y apriscos.590 El ilustre cojo de ambos pies puso luegouna danza como la que Dédalo concertó en la

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vasta Cnoso en obsequio de Ariadna, la de lin-das trenzas. Mancebos v doncellas de rico dote,cogidos de las manos, se divertían bailando:éstas llevaban vestidos de sutil lino y bonitasguirnaldas, y aquéllos, túnicas bien tejidas yalgo lustrosas, como frotadas con aceite, y sa-bles de oro suspendidos de argénteos tahalíes.Unas veces, moviendo los diestros pies, dabanvueltas a la redonda con la misma facilidad conque el alfarero, sentándose, aplica su mano altorno y to prueba para ver si corre, y en otrasocasiones se colocaban por hileras y bailabanseparadamente. Gentío inmenso rodeaba elbaile y se holgaba en contemplarlo. Entre ellosun divino aedo cantaba, acompañándose con lacítara; y así que se oía el preludio, dos salta-dores hacían cabriolas en medio de la muche-dumbre.606 En la orla del sólido escudo representó lapoderosa corriente del río Océano.609 Después que construyó el grande y fuerteescudo, hizo para Aquiles una coraza más relu-

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ciente que el resplandor del fuego; un sólidocasco, hermoso, labrado, de áurea cimera, y quea sus sienes se adaptara, y unas grebas dedúctil estaño.614 Cuando el ilustre cojo de ambos pies hubofabricado todas las armas, entrególas a la ma-dre de Aquiles. Y Tetis saltó, como un gavilándesde el nevado Olimpo, llevando la relucientearmadura que Hefesto había construido.

CANTO XIX*Renunciamiento de la cólera* Penrechado con la armadura que le había fa-bricado Hefesto, Aquiles se remncilia conAgamenón. Briseide lamenta la muerte de Pa-troclo y el ejército aqueo se prepara para la ba-talla que va a tener lugar.

1 La Aurora, de azafranado velo, se levantabade la corriente del Océano para llevar la luz alos dioses y a los hombres, cuando Tetis llegó alas naves con la armadura que Hefesto le había

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entregado. Halló al hijo querido reclinado sobreel cadáver de Patroclo, Ilorando ruidosamentey en torno suyo a muchos amigos que derra-maban lágrimas. La divina entre las diosas sepuso en medio, asió la mano de Aquiles yhablóle de este modo:8 -¡Hijo mío! Aunque estamos afligidos, deje-mos que ése yazga, ya que sucumbió por lavoluntad de los dioses; y tú recibe la armadurafabricada por Hefesto, tan excelente y bella co-mo jamás varón alguno la haya Ilevado paraproteger sus hombros.12 La diosa, apenas acabó de hablar, colocó enel suelo delante de Aquiles las labradas armas,y éstas resonaron. A todos los mirmidones lessobrevino temblor; y, sin atreverse a mirarlasde frente, huyeron espantados. Mas Aquiles, asíque las vio, sintió que se le recrudecía la cólera;los ojos le centellearon terriblemente, como unallama, debajo de los párpados; y el héroe segozaba teniendo en las manos el espléndidopresente de la deidad. Y, cuando bubo deleita-

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do su ánimo con la contemplación de la labradaarmadura, dirigió a su madre estas aladas pala-bras:21 -¡Madre mía! El dios te ha dado unas armascomo es natural que sean las obras de los in-mortales y como ningún hombre mortal lashiciera. Ahora me armaré, pero temo que mien-tras tanto penetren las moscas por las heridasque el bronce causó al esforzado hijo de Mene-cio, engendren gusanos, desfiguren el cuerpo-pues le falta la vida- y corrompan todo elcadáver.28 Respondióle Tetis, la diosa de argénteospies:29 -Hijo, no te turbe el ánimo tal pensamiento.Yo procuraré apartar los importunos enjambresde moscas, que se ceban en la carne de los va-rones muertos en la guerra. Y, aunque estuvieratendido un año entero, su cuerpo se conservaríaigual que ahora o mejor todavía. Tú convoca alágora a los héroes aqueos, renuncia a la cólera

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contra Agamenón, pastor de pueblos, ármateen seguida para el combate y revístete de valor.37 Dicho esto, infundióle fortaleza y audacia, yechó unas gotas de ambrosía y rojo néctar en lanariz de Patroclo, para que el cuerpo se hicieraincorruptible.40 El divino Aquiles se encaminó a la orilla delmar, y, dando horribles voces, convocó a loshéroes aqueos. Y cuantos solían quedarse en elrecinto de las naves, y hasta los pilotos que lasgobernaban, y como despenseros distribuíanlos víveres, fueron entonces al ágora, porqueAquiles se presentaba, después de haber per-manecido alejado del triste combate durantemucho tiempo. El intrépido Tidida y el divinoUlises, servidores de Ares, acudieron cojeando,apoyándose en el arrimo de la lanza -aún notenían curadas las graves heridas-, y se senta-ron delante de todos. Agamenón, rey de hom-bres, Ilegó el último y también estaba herido,pues Coón Antenórida habíale clavado subroncínea pica durante la encarnizada lucha.

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Cuando todos los aqueos se hubieron congre-gado, levantándose entre ellos dijo Aquiles, elde los pies ligeros:56 -¡Atrida! Mejor hubiera sido para entrambos,para ti y para mí, continuar unidos que soste-ner, con el corazón angustiado, roedora disputapor una joven. Así la hubiese muerto Ártemisen las naves con una de sus flechas el mismodía que la cautivé al tomar a Lirneso; y no habr-ían mordido el anchuroso suelo tantos aqueoscomo sucumbieron a manos del enemigo mien-tras duró mi cólera. Para Héctor y los troyanosfue el beneficio, y me figuro que los aqueos seacordarán largo tiempo de nuestra disputa.Mas dejemos lo pasado, aunque nos hallemosafligidos, puesto que es preciso refrenar el furordel pecho. Desde ahora depongo la cólera, queno sería razonable estar siempre irritado. Mas,ea, incita a los melenudos aqueos a que peleen;y veré, saliendo al encuentro de los troyanos, siquerrán pasar la noche junto a los bajeles. Creoque con gusto se entregará al descanso el que

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logre escapar del feroz combate, puesto en fugapor mi lanza.74 Así habló; y los aqueos, de hermosas grebas,holgáronse de que el magnánimo Pelión renun-ciara a la cólera. Y el rey de hombres, Aga-menón, les dijo desde su asiento, sin levantarseen medio del concurso:78 -¡Oh amigos, héroes dánaos, servidores deAres! Bueno será que escuchéis sin interrum-pirme, pues lo contrario molesta hasta al queestá ejercitado en hablar. ¿Cómo se podría oír odecir algo en medio del tumulto producido pormuchos hombres? Turbaríase el orador aunquefuese elocuente. Yo me dirigiré al Pelida; perovosotros, los demás argivos, prestadme aten-ción y cada uno penetre bien mis palabras. Mu-chas veces los aqueos me han dirigido las mis-mas Palabras, increpándome por to ocurrido, yyo no soy el culpable, sino Zeus, la Parca y Eri-nia, que vaga en las tinieblas; los cuales hicie-ron padecer a mi alma, durante el ágora, cruelofuscación el día en que le arrebaté a Aquiles la

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recompensa. Mas, ¿qué podía hacer? La divini-dad es quien lo dispone todo. Hija venerandade Zeus es la perniciosa Ofuscación, a todos tanfunesta: sus pies son delicados y no los acercaal suelo, sino que anda sobre las cabezas de loshombres, a quienes causa daño, y se apodera deuno, por lo menos, de los que contienden. Enotro tiempo fue aciaga para el mismo Zeus, quees tenido por el más poderoso de los hombres yde los dioses; pues Hera, no obstante ser hem-bra, le engañó cuando Alcmena había de pariral fornido Heracles en Teba, ceñida de hermo-sas murallas. El dios, gloriándose, dijo así antetodas las deidades: «Oídme todos, dioses y dio-sas, para que os manifieste lo que en el pechomi corazón me dicta. Hoy Ilitia, la que presidelos partos, sacará a luz un varón que, pertene-ciendo a la familia de los hombres engendradosde mi sangre, reinará sobre todos sus vecinos.»Y hablándole con astucia, le replicó la venera-ble Hera: «Mentirás, y no llevarás al cabo toque dices. Y si no, ea, Olímpico, jura solemne-

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mente que reinará sobre todos sus vecinos elniño que, perteneciendo a la familia de loshombres engendrados de to sangre, caiga hoyentre los pies de una mujer.» Así dijo; Zeus, nosospechando el dolo, prestó el gran juramentoque tan funesto le había de ser. Pues Hera dejóen raudo vuelo la cima del Olimpo, y prontollegó a Argos de Acaya, donde vivía la esposailustre de Esténelo Persida; y, como ésta sehallara encinta de siete meses cumplidos, ladiosa sacó a luz el niño, aunque era prematuro,y retardó el parto de Alcmena, deteniendo a lasIlitias. Y en seguida participóselo a Zeus Croni-da, diciendo: «¡Padre Zeus, fulminador! Unanoticia tengo que darte. Ya nació el noble varónque reinará sobre los argivos: Euristeo, hijo deEsténelo Persida, descendiente tuyo. No es in-digno de reinar sobre aquéllos.» Así dijo, y unagudo dolor penetró el alma del dios, que, irri-tado en su corazón, cogió a Ofuscación por losnítidos cabellos y prestó solemne juramento deque Ofuscación, tan funesta a todos, jamás vol-

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vería al Olimpo y al cielo estrellado. Y, vol-teándola con la mano, la arrojó del cielo. Enseguida llegó Ofuscación a los campos cultiva-dos por los hombres. Y Zeus gemía por causade ella, siempre que contemplaba a su hijo rea-lizando los penosos trabajos que Euristeo le ibaimponiendo. Por esto, cuando el gran Héctor, elde tremolante casco, mataba a los argivos juntoa las popas de las naves, yo no podía olvidarmede Ofus cación, cuyo funesto influjo había ex-perimentado. Pero ya que falté y Zeus me hizoperder el juicio, quiero aplacarte y hacerte mu-chos regalos, y tú ve al combate y anima a losdemás guerreros. Voy a darte cuanto ayer loofreció en tu tienda el divino Ulises. Y si quie-res, aguarda, áunque estés impaciente porcombatir, y mis servidores traerán de la navelos presentes para que veas si son capaces deapaciguar tu ánimo los que te brindo.14s Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:146 -¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres,Agamenón! Luego podrás regalarme estas co-

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sas, como es justo, o retenerlas. Ahora pense-mos solamente en la batalla. Preciso es que noperdamos el tiempo hablando, ni difiramos laacción -la gran empresa está aún por acabar-,para que vean nuevamente a Aquiles entre loscombatientes delanteros, aniquilando con subroncínea lanza las falanges teucras. Y vosotrospensad también en combatir con los enemigos.154 Contestó el ingenioso Ulises:155 -Aunque seas valiente, deiforme Aquiles,no exhortes a los aqueos a que peleen en ayu-nas con los troyanos, cerca de Ilio; que no du-rará poco tiempo la batalla cuando las falangesvengan a las manos y la divinidad excite el va-lor de ambos ejércitos. Ordénales, por el contra-rio, a los aqueos que en las veleras naves seharten de manjares y vino, pues esto da fuerzay valor. Estando en ayunas no puede el varóncombatir todo el día, hasta la puesta del sol, conel enemigo; aunque su corazón lo desee, losmiembros se le entorpecen sin que él lo advier-ta, le rinden el hambre y la sed, y las rodillas se

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le doblan al andar. Pero el que pelea todo el díacon los enemigos, saciado de vino y de manja-res, tiene en el pecho un corazón audaz y susmiembros no se cansan hasta que todos se hanretirado de la lid. Ea, despide las tropas y man-da que preparen el desayuno; el rey de hom-bres, Agamenón, traiga los regalos en mediodel ágora para que los vean todos los aqueoscon sus propios ojos y to regocijes en el co-razón; jure el Atrida, de pie entre los argivos,que nunca subió al lecho de Briseide ni se juntócon ella, como es costumbre, oh rey, entrehombres y mujeres; y tú, Aquiles, procura teneren el pecho un ánimo benigno. Que luego se teofrezca en el campamento un espléndido ban-quete de reconciliación, para que nada falte delo que se te debe. Y el Atrida sea en adelantemás justo con todos; pues no se puede repren-der que se apacigue a un rey, a quien primerose injurió.184 Dijo entonces el rey de hombres, Aga-menón:

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185 -Con agrado escuché tus palabras, Laertía-da, pues en todo lo que narraste y expusiste hassido oportuno. Quiero hacer el juramento; miánimo me lo aconseja, y no será para un perju-rio mi invocación a la divinidad. Aquilesaguarde, aunque esté impaciente por combatir,y los demás continuad reunidos aquí hasta quetraigan de mi tienda los presentes y consagre-mos con un sacrificio nuestra fiel amistad. A timismo lo te encargo y ordeno: escoge entre losjóvenes aqueos los más principales; y, enca-minándoos a mi nave, traed cuanto ayer ofre-cimos a Aquiles, sin dejar las mujeres. Y Talti-bio, atravesando el anchuroso campamentoaqueo, vaya a buscar y prepare un jabalí parainmolarlo a Zeus y al Sol.198 Replicó Aquiles, el de los pies ligeros:199 -¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres,Agamenón! Todo esto debierais hacerlo cuandose suspenda el combate y no sea tan grande elardor que inflama mi pecho. ¡Yacen insepultoslos que mató Héctor Priámida cuando Zeus le

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dio gloria, y vosotros nos aconsejáis que co-mamos! Yo mandana a los aqueos que comba-tieran en ayunas, sin tomar nada; y que a lapuesta del sol, después de vengar la afrenta,celebraran un gran banquete. Hasta entoncesno han de entrar en mi garganta ni manjares nibebidas, a causa de la muerte de mi compañero;el cual yace en la tienda, atravesado por el agu-do bronce, con los pies hacia el vestíbulo y ro-deado de amigos que le lloran. Por esto, aque-llas cosas en nada interesan a mi espíritu, sinotan sólo la matanza, la sangre y el triste gemirde los guerreros.215 Respondióle el ingenioso Ulises:216 -¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el más valientede todos los aqueos! Eres más fuerte que yo yme superas no poco en el manejo de la lanza,pero to aventajo mucho en el pensar, porquenací antes y mi experiencia es mayor. Acceda,pues, to corazón a to que voy a decir. Pronto secansan los hombres de pelear, si, haciendo caerel bronce muchas espigas al suelo, la mies es

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escasa, porque Zeus, el árbitro de la guerrahumana, inclina al otro lado la balanza. No esjusto que los aqueos lloren al muerto con elvientre, pues siendo tantos los que sucumbenunos en pos de otros todos los días, ¿cuándopodríamos respirar sin pena? Se debe enterrarcon ánimo firme al que muere y llorarle un día,y luego cuantos hayan escapado del combatefunesto piensen en comer y beber para vestirotra vez el indomable bronce y pelear conti-nuamente y con más tesón aún contra los ene-migos. Ningún guerrero deje de salir aguar-dando otra exhortación, que para su daño laesperará quien se quede junto a las naves argi-vas. Vayamos todos juntos y excitemos al cruelAres contra los troyanos, domadores de caba-llos.238 Dijo; mandó que le siguiesen los hijos delglorioso Néstor, Meges Filida, Toante, Merio-nes, Licomedes Creontíada y Melanipo, y en-caminóse con ellos a la tienda de AgamenónAtrida. Y apenas hecha la proposición, ya esta-

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ba cumplida. Lleváronse de la tienda los sietetrípodes que el Atrida había ofrecido, veintecalderas relucientes y doce caballos; a hicieronsalir siete mujeres, diestras en primorosas labo-res, y a Briseide, la de hermosas mejillas, quefue la octava. Al volver, Ulises iba delante conlos diez talentos de oro que él mismo habíapesado, y le seguían los jóvenes aqueos con lospresentes. Pusiéronio todo en medio del ágora;alzóse Agamenón, y al lado del pastor de hom-bres se puso Taltibio, cuya voz parecía la deuna deidad, sujetando con la mano a un jabalí.El Atrida sacó el cuchillo que llevaba colgadojunto a la gran vaina de la espada, cortó porprimicias algunas cerdas del jabalí y oró, levan-tando las manos a Zeus; y todos los argivos,sentados en silencio y en buen orden, escucha-ban las palabras del rey. Éste, alzando los ojosal anchuroso cielo, hizo esta plegaria:258 -Sean testigos Zeus, el más excelso y pode-roso de los dioses, y luego la Tierra, el Sol y lasErinias que debajo de la tierra castigan a los

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muertos que fueron perjuros, de que jamás hepuesto la mano sobre la joven Briseide parayacer con ella ni para otra cosa alguna, sino queen mi tienda ha permanecido intacta. Y si enalgo perjurare, envíenme los dioses los muchí-simos males con que castigan al que, jurando,contra ellos peca.266 Dijo; y con el cruel bronce degolló el jabalíque Taltibio arrojó, haciéndole dar vueltas, agran abismo del espumoso mar para pasto delos peces. Y Aquiles, levantándose entre losbelicosos argivos, habló en estos términos:270 -¡Zeus padre! Grandes son los infortuniosque mandas a los hombres. Jamás el Atrida mehubiera suscitado el enojo en el pecho, nihubiese tenido poder para arrebatarme la jovencontra mi voluntad; pero sin duda quería Zeusque muriesen muchos aqueos. Ahora id a co-mer para que luego trabemos el combate.276 Así se expresó; y al momento disolvió elágora. Cada uno volvió a su respectiva nave.Los magnánimos mirmidones se hicieron cargo

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de los presentes, y, llevándolos hacia , el bajeldel divino Aquiles, dejáronlos en la tienda, die-ron sillas a las mujeres, y servidores ilustresguiaron a los caballos al sitio en que los demásestaban.282 Briseide, que a la áurea Afrodita se aseme-jaba, cuando vio a Patroclo atravesado por elagudo bronce, se echó sobre el mismo y pro-rrumpió en fuertes sollozos, mientras con lasmanos se golpeaba el pecho, el delicado cuelloy el f lindo rostro. Y, llorando aquella mujersemejante a una diosa, así decía:287 -¡Oh Patroclo, amigo carísimo al corazón deesta desventurada! Vivo te dejé al partir de latienda, y te encuentro difunto al volver, ohpríncipe de hombres. ¡Cómo me persigue unadesgracia tras otra! Vi al hombre a quien meentregaron mi padre y mi venerable madre,atravesado por el agudo bronce al pie de losmuros de la ciudad; y los tres hermanos queri-dos que una misma madre me diera murierontambién. Pero tú, cuando el ligero Aquiles mató

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a mi esposo y tomó la ciudad del divino Mines,no me dejabas llorar, diciendo que lograríasque yo fuera la mujer legítima del divino Aqui-les, que éste me llevaría en su nave a Ftía y queallí, entre los mirmidones, celebraríamos elbanquete nupcial. Y ahora que has muerto nome cansaré de llorar por ti, que siempre hassido afable.301 Así dijo llorando, y las mujeres sollozaron,aparentemente por Patroclo, y en realidad porsus propios males. Los caudillos aqueos se re-unieron en torno de Aquiles y le suplicaron quecomiera; pero él se negó, dando suspiros:305 -Yo os ruego, si alguno de mis compañerosquiere obedecerme aún, que no me invitéis asaciar-el deseo de comer o de beber; porque ungrave dolor se apodera de mí. Aguardaré hastala puesta del sol y soportaré la fatiga.309 Así diciendo, despidió a los demás reyes, ysólo se quedaron los dos Atridas, el divino Uli-ses, Néstor, Idomeneo y el anciano jinete Fénixpara distraer a Aquiles, que estaba profunda-

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mente afligido. Pero nada podía alegrar el co-razón del héroe, mientras no entrara en san-griento combate. Y acordándose de Patroclo,daba hondos y frecuentes suspi ros, y así decía:315 -En otro tiempo, tú, infeliz, el más amadode los compañeros, me servías en esta tienda,diligente y solícito, el agradable desayunocuando los aqueos se daban prisa por traba elluctuoso combate con los troyanos, domadoresde caba Ilos. Y ahora yaces, atravesado por elbronce, y yo estoy ayuno de comida y de bebi-da, a pesar de no faltarme, por la soledad quede ti siento. Nada peor me puede ocurrir; nique supiera que ha muerto mi padre, el cualquizás llora allá en Ftía por no tener a su ladoun hijo como yo, mientras peleo con los troya-nos en país extranjero a causa de la odiosa He-lena; ni que falleciera mi hijo amado que se críaen Esciro, si el deiforme Neoptólemo vive to-davía. Antes el corazón abrigaba en mi pecho laesperanza de que sólo yo perecería aquí enTroya, lejos de Argos, criador de caballos, y de

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que tú, volviendo a Ftía, irías en una veloz navenegra a Esciro, recogerías a mi hijo y le mostrar-ías todos mis bienes: las posesiones, los escla-vos y el palacio de elevado techo. Porque mefiguro que Peleo ya no existe; y, si le queda unpoco de vida, estará afligido, se verá abrumadopor la odiosa vejez y temerá siempre recibir latriste noticia de mi muerte.338 Así dijo, llorando, y los caudillos gimieron,porque cada uno se acordaba de aquéllos aquienes había dejado en su respectivo palacio.El Cronión, al verlos sollozar, se compadeció deellos, y al instante dirigió a Atenea estas aladaspalabras:342 -¡Hija mía! Desamparas de todo en todo aese eximio varón. ¿Acaso tu espíritu ya no secuida de Aquiles? Hállase junto a las naves dealtas popas, llorando a su compañero amado;los demás se fueron a comer, y él sigue en ayu-nas y sin probar bocado. Ea, ve y derrama en supecho un poco de néctar y ambrosía para que elhambre no le atormente.

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349 Con tales palabras instigóle a hacer to queella misma deseaba. Atenea emprendió el vue-lo, cual si fuese un halcón de anchas alas yaguda voz, desde el cielo a través del éter. Yalos aqueos se armaban en el ejército, cuando ladiosa derramó en el pecho de Aquiles un pocode néctar y de ambrosía deliciosa, para que elhambre molesta no hiciera flaquear las rodillasdel héroe; y en seguida regresó al sólido palaciodel prepotente padre. Los guerreros afluyeron aun lugar algo distante de las veleras naves.Cuan numerosos caen los copos de nieve queenvía Zeus y vuelan helados al impulso delBóreas, nacido en el éter, en tan gran númeroveíanse salir del recinto de las naves los reful-gentes cascos, los abollonados escudos, las fuer-tes corazas y las lanzas de fresno. El brillo lle-gaba hasta el cielo; toda la tierra se mostrabarisueña por los rayos que el bronce despedía, yun gran ruido se levantaba de los pies de losguerreros. Armábase entre éstos el divinoAquiles: rechinándole los dientes, con los ojos

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centelleantes como encendida llama y el co-razón traspasado por insoportable dolor, llenode ira contra los troyanos, vestía el héroe laarmadura regalo del dios Hefesto, que la habíafabricado. Púsose en las piernas elegantes gre-bas ajustadas con broches de plata; protegió supecho con la coraza; colgó del hombro una es-pada de bronce guarnecida con argénteos cla-vos y embrazó el grande y fuerte escudo cuyoresplandor semejaba desde lejos al de la luna.Como aparece el fuego encendido en un sitiosolitario en to alto de un monte a los navegan-tes que vagan por el mar, abundante en peces,porque las tempestades los alejaron de susamigos; de la misma manera, el resplandor delhermoso y labrado escudo de Aquiles llegaba aléter. Cubrió después la cabeza con el fornidoyelmo de crines de caballo que brillaba comoun astro; y a su alrededor ondearon las áureas yespesas crines que Hefesto había colocado en lacimera. El divino Aquiles probó si la armadurase le ajustaba, y si, Ilevándola puesta, movía

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con facilidad los miembros; y las armas vinie-ron a ser como alas que levantaban al pastor dehombres. Sacó del estuche la lanza paterna,pesada, grande y robusta, que entre todos losaqueos solamente él podía manejar: había sidocortada de un fresno de la cumbre del Pelio yregalada por Quirón al padre de Aquiles paraque con ella matara héroes. En tanto, Autome-donte y Álcimo se ocupaban en uncir los ca-ballos: sujetáronlos con hermosas correas, lespusieron el freno en la boca y tendieron lasriendas hacia atrás, atándolas al fuerte asiento.Sin dilación cogió Automedonte el magníficolátigo y saltó al carro. Aquiles, cuya armadurarelucía como el fúlgido Hiperión, subió tam-bién y exhortó con horribles voces a los caballosde su padre:400-¿Janto y Balio, ilustres hijos de Podarga!Cuidad de traer salvo a la muchedumbre de losdánaos al que hoy os guía cuando nos hayamossaciado de combatir, y no le dejéis muerto a11ácomo a Patroclo.

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404 Y Janto, el corcel de ligeros pies, bajó lacabeza -sus crines, cayendo en torno de la ex-tremidad del yugo, llegaban al suelo, y,habiéndole dotado de voz Hera, la diosa de losníveos brazos, respondió desde debajo del yu-go:408 -Hoy te salvaremos aún, impetuoso Aqui-les; pero está cercano el día de tu muerte, y losculpables no seremos nosotros, sino un diospoderoso y la Parca cruel. No fue por nuestralentitud ni por nuestra pereza que los troyanosquitaron la armadura de los hombros de Patro-clo; sino que el más fuerte de los dioses, a quienparió Leto, la de hermosa cabellera, matóle en-tre los combatientes delanteros y dio gloria aHéctor. Nosotros correríamos tan veloces comoel soplo del Céfiro, que es tenido por el másrápido. Pero también tú estás destinado a su-cumbir a manos de un dios y de un hombre.418 Dichas estas palabras, las Erinias le corta-ron la voz. Y muy indignado, Aquiles, el de lospies ligeros, le dijo:

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420 -¡Janto! ¿Por qué me vaticinas la muerte?Ninguna necesidad tienes de hacerlo. Ya sé quemi destino es perecer aquí, lejos de mi padre yde mi madre; mas, con todo eso, no he de des-cansar hasta que harte de combate a los troya-nos.424 Dijo; y, dando voces, dirigió los solípedoscaballos por las primeras filas.

CANTO XX *Combate de los dioses* Los dioses, en asamblea extraordinaria, no seponen de acuerdo sobre a quién habia que fa-vorecer. Aquiles, enfurecido, vuelve al combatey mata a tantos troyanos que los cadáveres obs-truyen la corriente del río Janto.

1 Mientras los aqueos se armaban junto a loscorvos bajeles, alrededor de ti, oh hijo de Peleo,incansable en la batalla, los troyanos se apercib-

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ían también para el combate en una eminenciade la llanura.4 Zeus ordenó a Temis que, partiendo de lascumbres del Olimpo, en valles abundante, con-vocase al ágora a los dioses, y ella fue de unlado para otro y a todos les mandó que acudie-ran al palacio de Zeus. No faltó ninguno de losríos, a excepción del Océano; y de cuantas nin-fas habitan los bellos bosques, las fuentes de losnos y los herbosos prados, ninguna dejó depresentarse. Tan luego como llegaban al palaciode Zeus, que amontona las nubes, sentábanseen bruñidos pórticos, que para el padre Zeushabía construido Hefesto con sabia inteligencia.13 Allí, pues, se reunieron. Tampoco el que batela tierra desobedeció a la diosa, sino que, diri-giéndose desde el mar a los dioses, se sentó enmedio de todos y exploró la voluntad de Zeus:16 -¿Por qué, oh tú que lanzas encendidos ra-yos, llamas de nuevo a los dioses al ágora?¿Acaso tienes algún propósito acerca de los

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troyanos y de los aqueos? El combate y la peleavuelven a encenderse entre ambos pueblos.19 Respondióle Zeus, que amontona las nubes:20 -Entendiste, tú que bates la tierra, el designioque encierra mi pecho y por el cual os he re-unido. Me cuido de ellos, aunque van a perecer.Yo me quedaré sentado en la cumbre del Olim-po y recrearé mi espíritu contemplando la bata-lla; y los demás ¡dos hacia los troyanos y losaqueos y cada uno auxilie a los que quiera.Pues, si Aquiles combatiese sólo con los troya-nos, éstos no resistirían ni un instante la acome-tida del Pelión, el de los pies ligeros. Ya anteshuían espantados al verlo; y temo que ahora,que tan enfurecido tiene el ánimo por la muertede su compañero, destruya el muro de Troyacontra la decisión del hado.31 Así habló el Cronida y promovió una granbatalla. Los dioses fueron al combate divididosen dos bandos: encamináronse a las navesHera, Palas Atenea, Posidón, que ciñe la tierra,el benéfico Hermes de prudente espíritu, y con

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ellos Hefesto, que, orgulloso de su fuerza, co-jeaba arrastrando sus gráciles piernas; y ende-rezaron sus pasos a los troyanos Ares, el detremolante casco, el intonso Febo, Ártemis, quese complace en tirar flechas, Leto, el Janto y larisueña Afrodita.41 Mientras los dioses se mantuvieron alejadosde los hombres, mostráronse los aqueos muyufanos porque Aquiles volvía a la batalla des-pués del largo tiempo en que se había absteni-do de tener parte en la triste guerra, y los tro-yanos se espantaron y un fuerte temblor lesocupó los miembros, tan pronto como vieron alPelión, ligero de pies, que con su relucientearmadura semejaba al dios Ares, funesto a losmortales. Mas, luego que las olímpicas deida-des penetraron por entre la muchedumbre delos guerreros, levantóse la terrible Discordia,que enardece a los varones; Atenea daba fuer-tes gritos, unas veces a orillas del foso cavadoal pie del muro, y otras en los altos y sonorospromontorios; y Ares, que parecía un negro

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torbellino, vociferaba también y animaba viva-mente a los troyanos, ya desde el punto másalto de la ciudad, ya corriendo por la Bella Co-lina, a orillas del Simoente.54 De este modo los felices dioses, instigando aunos y a otros, los hicieron venir a las manos ypromovieron una reñida contienda. El padre delos hombres y de los dioses tronó horriblemen-te en las alturas; Posidón, por debajo, sacudió lainmensa tierra y las excelsas cumbres de losmontes; y retemblaron así las laderas y las ci-mas del Ida, abundante en manantiales, comola ciudad troyana y las naves aqueas. AsustóseAidoneo, rey de los infiernos, y saltó del tronogritando; no fuera que Posidón, que sacude latierra, la desgarrase y se hicieran visibles lasmansiones horrendas y tenebrosas que lasmismas deidades aborrecen. ¡Tanto estrépito seprodujo cuando los dioses entraron en comba-te! A1 soberano Posidón le hizo frente FeboApolo con sus aladas flechas; a Enialio, Atenea,la diosa de ojos de lechuza; a Hera, Ártemis,

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que lleva arco de oro, ama el bullicio de la caza,se complace en tirar saetas y es hermana delque hiere de lejos; a Leto, el poderoso y benéfi-co Hermes; y a Hefesto, el gran río de pro-fundos vórtices, llamado por los dioses Janto ypor los hombres Escamandro.75 Así los dioses salieron al encuentro los unosde los otros. Aquiles deseaba romper por elgentío en derechura a Héctor Priámida, pues elánimo le impulsaba a saciar con la sangre delhéroe a Ares, infatigable luchador. Mas Apolo,que enardece a los guerreros, movió a Eneas aoponerse al Pelión, infundiéndole gran valor yhablándole así, después de tomar la voz y lafigura de Licaón, hijo de Príamo:83 -¡Eneas, consejero de los troyanos! ¿Qué esde aquellas amenazas hechas por ti en los ban-quetes de los reyes troyanos, de que saldrías acombatir con el Pelida Aquiles?86 Y a su vez Eneas le respondió diciendo:87 -¡Priámida! ¿Por qué me ordenas que luche,sin desearlo mi voluntad, con el animoso Pe-

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lión? No fuera la primera vez que me viesefrente a Aquiles, el de los pies ligeros: en otrotiempo, cuando vino adonde pacían nuestrasvacas y tomó a Lirneso y a Pédaso, persiguiómepor el Ida con su lanza; y Zeus me salvó,dándome fuerzas y agilizando mis rodillas. Sinsu ayuda hubiese sucumbido a manos de Aqui-les y de Atenea, que le precedía, le daba la vic-toria y le animaba a matar léleges y troyanoscon la broncínea lanza. Por eso ningún hombrepuede combatir con Aquiles, porque a su ladoasiste siempre alguna deidad que le libra de lamuerte. En cambio, su lanza vuela recta y no sedetiene hasta que ha atravesado el cuerpo deun enemigo. Si un dios igualara las condicionesdel combate, Aquiles no me vencería fácilmen-te; aunque se gloriase de ser todo de bronce.103 Replicóle el soberano Apolo, hijo de Zeus:104 -¡Héroe! Ruega tú también a los sempiter-nos dioses, pues dicen que naciste de Afrodita,hija de Zeus, y aquél es hijo de una divinidadinferior. La primera desciende de Zeus, ésta

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tuvo por padre al anciano del mar. Levanta elindomable bronce y no to arredres por oír pala-bras duras o amenazas.110 Apenas acabó de hablar, infundió grandesbríos al pastor de hombres; y éste, que llevabauna reluciente armadura de bronce, se abriópaso por los combatientes delanteros. Hera, lade los níveos brazos, no dejó de advertir que elhijo de Anquises atravesaba la muchedumbrepara salir al encuentro del Pelión; y, llamando aotros dioses, les dijo:115 -Considerad en vuestra mente, Posidón yAtenea, cómo esto acabará; pues Eneas, armadode reluciente bronce, se encamina en derechuraal Pelión por excitación de Febo Apolo. Ea,hagámosle retroceder, o alguno de nosotros seponga junto a Aquiles, le infunda gran valor yno deje que su ánimo desfallezca; para que co-nozca que le quieren los inmortales más pode-rosos, y que son débiles los dioses que en elcombate y la pelea protegen a los troyanos.Todos hemos bajado del Olimpo a intervenir en

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esta batalla, para que Aquiles no padezca hoyningún daño de parte de los troyanos; y luegosufrirá to que la Parca dispuso, hilando el lino,cuando su madre te dio a luz. Si Aquiles no seentera por la voz de los dioses, sentirá temorcuando en el combate le salga al encuentro al-guna deidad; pues los dioses, en dejándose ver,son terribles.132 Respondióle Posidón, que sacude la tierra:133 -¡Hera! No te irrites más de to razonable,pues no te es preciso. Ni yo quisiera que noso-tros, que somos los más fuertes, promoviéra-mos la contienda entre los dioses. Vayámonosde este camino y sentémonos en aquella altura,y de la batalla cuidarán los hombres. Y si Areso Febo Apolo dieren principio a la pelea o de-tuvieren a Aquiles y no le dejaren combatir,iremos en seguida a luchar con ellos, y me figu-ro que pronto tendrán que retirarse y volver alOlimpo, a la reunión de los demás dioses, ven-cidos por la fuerza de nuestros brazos.

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144 Dichas estas palabras, el dios de los cerúle-os cabellos llevólos al alto terraplén que lostroyanos y Palas Atenea habían levantado enotro tiempo para que el divino Heracles se li-brara de la ballena cuando, perseguido porésta, pasó de la playa a la llanura. Allí Posidóny los otros dioses se sentaron, extendiendo enderredor de sus hombros una impenetrablenube; y al otro lado, en la cima de la Bella Coli-na, en torno de ti, oh Febo, que hieres de lejos, yde Ares, que destruye las ciudades, acomodá-ronse las deidades protectoras de los troyanos.153 Así unos y otros, sentados en dos grupos,deliberaban y no se decidían a empezar el fu-nesto combate. Y Zeus desde lo alto les incitabaa comenzarlo.156 Todo el campo, lleno de hombres y caba-llos, resplandecía con el lucir del bronce; y latierra retumbaba debajo de los pies de los gue-rreros que a luchar salían. Dos varones, señala-dos entre los más valientes, deseosos de comba-tir, se adelantaron a los suyos para encontrarse

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entre ambos ejércitos: Eneas, hijo de Anquises,y el divino Aquiles. Presentóse primero Eneas,amenazador, tremolando el sólido casco: pro-tegía el pecho con el fuerte escudo y vibrababroncínea lanza. Y el Pelida desde el otro ladofue a oponérsele como un voraz león, para ma-tar al cual se reúnen los hombres de todo unpueblo; y el león al principio sigue su caminodespreciándolos; mas, así que uno de los beli-cosos jóvenes le hiere con un venablo, se vuelvehacia él con la boca abierta, muestra los dientescubiertos de espuma, siente gemir en su pechoel corazón valeroso, se azota con la cola muslosy caderas para animarse a pelear, y con los ojoscentelleantes arremete fiero hasta que mata aalguien o él mismo perece en la primera fila; asíle instigaban a Aquiles su valor y ánimo es-forzado a salir al encuentro del magnánimoEneas. Y tan pronto como se hallaron frente afrente, el divino Aquiles, el de los pies ligeros,habló diciendo:

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178 -¡Eneas! ¿Por qué te adelantas tanto a laturba y me aguardas? ¿Acaso el ánimo te incitaa combatir conmigo por la esperanza de reinarsobre los troyanos, domadores de caballos, conla dignidad de Príamo? Si me matases, nopondría Príamo en tu mano tal recompensa;porque tiene hijos, conserva entero el juicio yno es insensato. ¿O quizás te han prometido lostroyanos acotarte un hermoso campo de fruta-les y sembradío que a los demás aventaje, paraque puedas cultivarlo, si me quitas la vida? Mefiguro que te será difícil conseguirlo. Ya otravez te puse en fuga con mi lanza. ¿No recuer-das que, hallándote solo, te aparté de tus bue-yes y te perseguí por el monte Ida corriendocon ligera planta? Entonces huías sin volver lacabeza. Luego te refugiaste en Lirneso y yotomé la ciudad con la ayuda de Atenea y delpadre Zeus, y me llevé las mujeres haciéndolasesclavas; mas a ti te salvaron Zeus y los demásdioses. No creo que ahora te guarden, comoespera tu corazón; y te aconsejo que vuelvas a

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tu ejército y no te quedes frente a mí, antes quepadezcas algún daño; que el necio sólo conoceel mal cuando ha llegado.199 Y a su vez Eneas le respondió diciendo:200 -¡Pelida! No creas que con esas palabras measustarás como a un niño, pues también sé pro-ferir injurias y baldones. Conocemos el linaje decada uno de nosotros y cuáles fueron nuestrosrespectivos padres, por haberlo oído contar alos mortales hombres; que ni tú viste a los míos,ni yo a los tuyos. Dicen que eres prole del exi-mio Peleo y tienes por madre a Tetis, ninfa ma-rina de hermosas trenzas; mas yo me glorío deser hijo del magnánimo Anquises y mi madrees Afrodita: aquéllos o éstos tendrán que llorarhoy la muerte de su hijo, pues no pienso quenos separemos sin combatir, después de diri-girnos pueriles insultos. Si deseas saberlo, todiré cuál es mi linaje, de muchos conocido.Primero Zeus, que amontona las nubes, en-gendró a Dárdano, y éste fundó la Dardania alpie del Ida, en manantiales abundoso; pues aún

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la sacra Ilio, ciudad de hombres de voz articu-lada, no había sido edificada en la llanura.Dárdano tuvo por hijo al rey Erictonio, que fueel más opulento de los mortales hombres: po-seía tres mil yeguas que, ufanas de sus tiernospotros, pacían junto a un pantano.- El Bóreasenamoróse de algunas de las que vio pacer, y,transfigurado en caballo de negras crines, hubode ellas doce potros que en la fértil tierra salta-ban por encima de las mieses sin romper lasespigas y en el ancho dorso del espumoso marcorrían sobre las mismas olas.- Erictonio fuepadre de Tros, que reinó sobre los troyanos; yéste dio el ser a tres hijos irreprensibles: Ilo,Asáraco y el deiforme Ganimedes, el más her-moso de los hombres, a quien arrebataron losdioses a causa de su belleza para que escanciarael néctar a Zeus y viviera con los inmortales. Iloengendró al eximio Laomedonte, que tuvo porhijos a Titono, Príamo, Lampo, Clitio a Hice-taón, vástago de Ares. Asáraco engendró a Ca-pis, cuyo hijo fue Anquises. Anquises me en-

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gendró a mí, y Príamo al divino Héctor. Talalcurnia y tal sangre me glorío de tener. PeroZeus aumenta o disminuye el valor de los gue-rreros como le place, porque es el más podero-so. Ea, no nos digamos más palabras como sifuésemos niños, parados así en medio del cam-po de batalla. Fácil nos sería inferimos tantasinjurias, que una nave de cien bancos de reme-ros no podría Ilevarlas. Es voluble la lengua delos hombres, y de ella salen razones de todasclases; hállanse muchas palabras acá y a11á, ycual hablares tal oirás la respuesta. Mas ¿quénecesidad tenemos de altercar, disputando ainjuriándonos, como mujeres irritadas, las cua-les, movidas por roedor encono, salen a la calley se zahieren diciendo muchas cosas, verdade-ras unas y falsas otras, que la cólera les dicta?No lograrás con tus palabras que yo, estandodeseoso de combatir, pierda el valor antes deque con el bronce y frente a frente peleemos.Ea, acometámonos en seguida con las broncí-neas lanzas.

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259 Dijo; y, arrojando la fornida lanza, clavólaen el terrible y horrendo escudo de Aquiles,que resonó grandemente en torno de ella. ElPelida, temeroso, apartó el escudo con la robus-ta mano, creyendo que la luenga lanza delmagnánimo Eneas lo atravesaría fácilmente.¡Insensato! No pensó en su mente ni en su espí-ritu que los eximios presentes de los dioses nopueden ser destruidos con facilidad por losmortales hombres, ni ceder a sus fuerzas. Y asíla pesada lanza de Eneas no perforó entonces larodela por haberlo impedido la lámina de oroque el dios puso en medio, sino que atravesódos capas y dejó tres intactas, porque eran cin-co las que el dios cojo había reunido: las dos debronce, dos interiores de estaño, y una de oro,que fue donde se detuvo la lanza de fresno.273 Aquiles despidió luego la ingente lanza, yacertó a dar en el borde del liso escudo de Ene-as, sitio en que el bronce era más delgado y elboyuno cuero más tenue: el fresno del Peliónatravesólo, y todo el escudo resonó. Eneas,

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amedrentado, se encogió y levantó el escudo; lalanza, deseosa de proseguir su curso, pasólepor cima del hombro, después de romper losdos círculos de la rodela, y se clavó en el suelo;y el héroe, evitado ya el golpe, quedóse inmóvily con los ojos muy espantados de ver que aqué-lla había caído tan cerca. Aquiles desnudó laaguda espada; y, profiriendo horribles voces,arremetió contra Eneas; y éste, a su vez, cogióuna gran piedra que dos de los hombres actua-les no podrían llevar y que él manejaba fácil-mente. Y Eneas tirara la piedra a Aquiles y leacertara en el casco o en el escudo que habríaapartado del héroe la triste muerte, y el Pelidaprivara de la vida a Eneas, hiriéndole de cercacon la espada, si al punto no lo hubiese adver-tido Posidón, que sacude la tierra, el cual dijoentre los dioses inmortales:293 -¡Oh dioses! Me causa pesar el magnánimoEneas, que pronto, sucumbiendo a manos delPelión, descenderá al Hades por haber obede-cido las palabras de Apolo, que hiere de lejos.

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¡Insensato! El dios no le librará de la tristemuerte. Mas ¿por qué ha de padecer, sin serculpable, las penas que otros merecen, habien-do ofrecido siempre gratos presentes a los dio-ses que habitan el anchuroso cielo? Ea, libré-mosle de la muerte, no sea que el Cronida seenoje si Aquiles lo mata, pues el destino quiereque se salve a fin de que no perezca sin des-cendencia ni se extinga del todo el linaje deDárdano, que fue amado por el Cronida conpreferencia a los demás hijos que tuvo de muje-res mortales. Ya el Cronión aborrece a los des-cendientes de Príamo; pero el fuerte Eneas rei-nará sobre los troyanos, y luego los hijos de sushijos que sucesivamente nazcan.309 Respondióle Hera veneranda, la de ojos denovilla:310 -¡Oh tú que sacudes la tierra! Resuelve túmismo si has de salvar a Eneas o permitir que,no obstante su valor, sea muerto por el PelidaAquiles. Pues así Palas Atenea como yo hemosjurado repetidas veces a vista de los inmortales

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todos, que jamás libraríamos a los troyanos deldía funesto, aunque Troya entera fuese pastode las voraces llamas por haberla incendiadolos belicosos aqueos.318 Cuando Posidón, que sacude la tierra, oyóestas palabras, fuese; y andando por la liza,entre el estruendo de las lanzas, llegó adondeestaban Eneas y el ilustre Aquiles. Al momentocubrió de niebla los ojos del Pelida Aquiles,arrancó del escudo del magnánimo Eneas lalanza de fresno con punta de bronce que depo-sitó a los pies de aquél, y arrebató al troyanoalzándolo de la tierra. Eneas, sostenido por lamano del dios, pasó por cima de muchas filasde héroes y caballos hasta llegar al otro extremodel impetuoso combate, donde los caucones searmaban para pelear. Y entonces Posidón, quesacude la tierra, se le presentó, y le dijo estasaladas palabras:332 -¡Eneas! ¿Cuál de los dioses te ha ordenadoque cometieras la locura de luchar cuerpo acuerpo con el animoso Pelión, que es más fuer-

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te que tú y más caro a los inmortales? Retíratecuantas veces le encuentres, no sea que lo hagadescender a la morada de Hades antes de lodispuesto por el hado. Mas, cuando Aquileshaya muerto, por haberse cumplido su destino,pelea confiadamente entre los combatientesdelanteros, que no te matará ningún otroaqueo.340 Así diciendo, dejó a Eneas allí, después quele hubo amonestado y apartó la obscura nieblade los ojos de Aquiles. Éste volvió a ver conclaridad, y, gimiendo, a su magnánimo espíritule decía:344 -¡Oh dioses! Grande es el prodigio que a mivista se ofrece: esta lanza yace en el suelo y noveo al varón contra quien la arrojé, con inten-ción de matarle. Ciertamente a Eneas le amanlos inmortales dioses; ¡y yo creía que se jactabade ello vanamente! Váyase, pues; que no tendráánimo para medir de nuevo sus fuerzas conmi-go, quien ahora huyó gustoso de la muerte.Exhortaré a los belicosos dánaos y probaré el

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valor de los demás enemigos, saliéndoles alencuentro.333 Dijo; y, saltando por entre las filas, animabaa los guerreros:334 -¡No permanezcáis alejados de los troyanos,divínos aqueos! Ea, cada hombre embista a otroy sienta anhelo por pelear. Difícil es que yosolo, aunque sea valiente, persiga a tantos gue-rreros y con todos luche; y ni a Ares, que es undios inmortal, ni a Atenea, les sería posible re-correr un campo de batalla tan vasto y combatiren todas panes. En to que puedo hacer con mismanos, mis pies o mi fuerza, no me muestroremiso. Entraré por todos lados en las hilerasde las falariges enemigas, y me figuro que no sealegrarán los troyanos que a mi lanza se acer-quen.364 Con estas palabras los animaba. También elesclarecido Héctor exhortaba a los troyanos,dando gritos, y aseguraba que saldría al en-cuentro de Aquiles:

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366 -¡Animosos troyanos! ¡No temáis al Pelión!Yo de palabra combatiría hasta con los inmorta-les; pero es difícil hacerlo con la lanza, siendo,como son, mucho más fuertes. Aquiles no lle-vará al cabo todo cuanto dice, sino que en partelo cumplirá y en parte lo dejará a medio hacer.Iré a encontrarlo, aunque por sus manos se pa-rezca a la llama; sí, aunque por sus manos separezca a la llama, y por su fortaleza al relu-ciente hierro373 Con tales voces los excitaba. Los troyanoscalaron las lanzas; trabóse el combate y se pro-dujo gritería, y entonces Febo Apolo se acercó aHéctor y le dijo:376 -¡Héctor! No te adelantes para luchar conAquiles; espera su acometida mezclado con lamuchedumbre, confundido con la turba. No seaque consiga herirte desde lejos con arma arro-jadiza, o de cerca con la espada.379 Así habló. Héctor se fue, amedrentado, porentre la multitud de guerreros apenas acabó deoír las palabras del dios. Aquiles, con el co-

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razón revestido de valor y dando horribles gri-tos, arremetió a los troyanos, y empezó pormatar al valeroso Ifitión Otrintida, caudillo demuchos hombres, a quien una ninfa náyadehabía tenido de Otrinteo, asolador de ciudades,en el opulento pueblo de Hida, al pie del neva-do Tmolo: el divino Aquiles acertó a darle conla lanza en medio de la cabeza, cuando arre-metía contra él, y se la dividió en dos partes. Eltroyano cayó con estrépito, y el divino Aquilesse glorió diciendo:389 -¡Yaces en el suelo, Otrintida, el más por-tentoso de todos los hombres! En este lugar tesorprendió la muerte; a ti, que habías nacido aorillas del lago Gigeo, donde tienes la heredadpaterna, junto al Hilo, abundante en peces, y elHermo voraginoso.393 Así dijo jactándose. Las tinieblas cubrieronlos ojos de Ifitión, y los carros de los aqueos lodespedazaron con las llantas de sus ruedas enel primer reencuentro. Aquiles hirió, después,en la sien, atravesándole el casco de broncíneas

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carrilleras, a Demoleonte, valiente adalid en elcombate, hijo de Anténor; y el casco de bronceno detuvo la lanza, pues la punta entró y rom-pió el hueso, conmovióse interiormente el cere-bro, y el troyano sucumbió cuando peleaba conardor. Luego, como Hipodamante saltara delcarro y se diese a la fuga, le envasó la pica en laespalda: aquél exhalaba el aliento y bramabacomo el toro que los jóvenes arrastran a los al-tares del soberano Heliconio y el dios que sa-cude la tierra se goza al verlo; así bramabaHipodamante cuando el alma valerosa dejó sushuesos. Seguidamente acometió con la lanza aldeiforme Polidoro Priámida, a quien su padreno permitía que fuera a las batallas porque erael menor y el predilecto de sus hijos. Nadievencía a Polidoro en la carrera; y entonces, porpueril petulancia, haciendo gala de la ligerezade sus pies, agitábase el troyano entre los com-batientes delanteros, hasta que perdió la vida:al verlo pasar, el divino Aquiles, ligero de pies,hundióle la lanza en medio de la espalda, don-

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de los anillos de oro sujetaban el cinturón y eradoble la coraza, y la punta salió al otro ladocerca del ombligo; el joven cayó de rodillasdando lastimeros gritos; obscura nube le envol-vió; e, inclinándose, procuraba sujetar con susmanos los intestinos, que le salían por la herida.419 Tan pronto como Héctor vio a su hermanoPolidoro cogiéndose las entrañas y encorvadohacia el suelo, se le puso una nube ante los ojosy ya no pudo combatir a distancia; sino que,blandiendo la aguda lanza a impetuoso comouna llama, se dirigió al encuentro de Aquiles. Yéste, al advertirlo, saltó hacia él, y dijo muyufano estas palabras:425 -Cerca está el hombre que ha inferido a micorazón la más grave herida, el que mató a micompañero amado. Ya no huiremos asustados,el uno del otro, por los senderos del combate.428 Dijo; y mirando con torva faz al divinoHéctor, le gritó:429 -iAcércate para que más pronto llegues detu perdición al término!

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430 Sin turbarse, le respondió Héctor, el detremolante casco:431 -¡Pelida! No esperes amedrentarme conpalabras como a un niño; también yo sé proferirinjurias y baldones. Reconozco que eres valien-te y que te soy muy inferior. Pero en la mano delos dioses está si yo, siendo inferior, te quitaréla vida con mi lanza; pues también tiene afiladapunta.438 En diciendo esto, blandió y arrojó su lanza;pero Atenea con un tenue soplo apartóla delglorioso Aquiles, y el arma volvió hacia el divi-no Héctor y cayó a sus pies. Aquiles acometió,dando horribles gritos, a Héctor, con intenciónde matarlo; pero Apolo arrebató al troyano,haciéndolo con gran facilidad por ser dios, y tocubrió con densa niebla. Tres veces el divinoAquiles, ligero de pies, atacó con la broncínealanza, tres veces dio el golpe en el aire. Y cuan-do, semejante a un dios, arremetía por cuartavez, increpó el héroe a Héctor con voz terrible,dirigiéndole estas aladas palabras:

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449 -¡Otra vez te has librado de la muerte, pe-rro! Muy cerca tuviste la perdición, pero tesalvó Febo Apolo, a quien debes de rogarcuando sales al campo antes de oír el estruendode los dardos. Yo acabaré contigo si más tardete encuentro y un dios me ayuda. Y ahora per-seguiré a los demás que se me pongan al alcan-ce.453 Así dijo; y con la lanza hirió en medio delcuello a Dríope, que cayó a sus pies. Dejóle, y almomento detuvo a Demuco Filetórida, valerosoy alto, a quien pinchó con la lanza en una rodi-lla, y luego quitóle la vida con la gran espada.Después acometió a Laógono y a Dárdano,hijos de Biante: habiéndolos derribado del carroen que iban, a aquél le hizo perecer arrojándolela lanza, y a éste hiriéndole de cerca con la es-pada. También mató a Tros Alastórida, quevino a abrazarle las rodillas por si compade-ciéndose de él, que era de la misma edad delhéroe, en vez de matarlo le hacía prisionero y todejaba vivo. ¡Insensato! No conoció que no

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podría persuadirle, pues Aquiles no era hom-bre de condición benigna y mansa, sino muyviolento. Ya aquél le tocaba las rodillas con in-tención de suplicarle, cuando le hundió la es-pada en el hígado: derramóse éste, llenando denegra sangre el pecho, y las tinieblas cubrieronlos ojos del troyano, que quedó exánime. Inme-diatamente Aquiles se acercó a Mulio; y, me-tiéndole la lanza en una oreja, la broncíneapunta salió por la otra. Más tarde hirió en me-dio de la cabeza a Equeclo, hijo de Agenor, conla espada provista de empuñadura: la hoja en-tera se calentó con la sangre, y la purpúreamuerte y la parca cruel velaron los ojos delguerrero. Posteriormente atravesó con labroncínea lanza el brazo de Deucalión, en elsitio donde se juntan los tendones del codo; y eltroyano esperóle, con la mano entorpecida yviendo que la muerte se le acercaba: Aquiles lecercenó de un tajo la cabeza, que con el cascoarrojó a to lejos, la medula salió de las vértebrasy el guerrero quedó tendido en el suelo. Diri-

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gióse acto seguido contra Rigmo, ilustre hijo dePíroo, què había llegado de la fértil Tracia, y lehirió en medio del cuerpo: clavóle la broncínealanza en el pulmón, y le derribó del carro. Y,como viera que su escudero Areítoo torcía larienda a los caballos, envasóle la aguda lanzaen la espalda, y también le derribó en tierra,mientras los corceles huían espantados.490 De la suerte que, al estallar abrasador in-cendio en los hondos valles de árida montaña,arde la poblada selva, y el viento mueve lasllamas que giran a todos lados; de la mismamanera, Aquiles se revolvía furioso con la lan-za, persiguiendo, cual una deidad, a los queestaban destinados a morir; y la negra tierramanaba sangre. Como, uncidos al yugo dosbueyes de ancha frente para que trillen la blan-ca cebada en una era bien dispuesta, se desme-nuzan presto las espigas debajo de los pies delos mugientes bueyes; así los solípedos corceles,guiados por el magnánimo Aquiles, hollaban aun mismo tiempo cadáveres y escudos; el eje

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del carro tenía la parte inferior cubierta de san-gre y los barandales estaban salpicados de san-guinolentas gotas que los casos de los corceles ylas llantas de las ruedas despedían. Y el Pelidadeseaba alcanzar gloria y tenía las invictas ma-nos manchadas de sangre y polvo.

CANTO XXI *Batalla junto al río* Este río pide ayuda al río Simoente y quieresumergir a Aquiles, pero el dios Hefesto leobliga a volver a su cauce. Apolo se transfigureen troyano y se hace perseguir por el héroe pa-ra que los demás puedan entrar en la ciudad;conseguido su objeto, el dios se descubre.

1 Así que los troyanos llegaron al vado del vor-tiginoso Janto, río de hermosa corriente a quienel inmortal Zeus engendró, Aquiles los dividióen dos grupos. A los del primero echólos elhéroe por la llanura hacia la ciudad, por dondelos aqueos huían espantados el día anterior,

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cuando el esclarecido Héctor se mostraba furio-so; por allí se derramaron entonces los troyanosen su fuga, y Hera, para detenerlos, los envol-vió en una densa niebla. Los otros rodaron alcaudaloso río de argénteos vórtices, y cayeronen él con gran estrépito: resonaba la corriente,retumbaban ambas orillas y los troyanos nada-ban acá y acullá, gritando, mientras eran arras-trados en torno de los remolinos. Como las lan-gostas acosadas por la violencia de un fuegoque estalla de repente vuelan hacia el río y seechan medrosas en el agua, de la misma ma-nera la corriente sonora del Janto de profundosvórtices se llenó, por la persecución de Aquiles,de hombres y caballos que en el mismo caíanconfundidos.17 Aquiles, vástago de Zeus, dejó su lanzaarrimada a un tamariz de la orilla, saltó al río,cual si fuese una deidad, con sólo la espada ymeditando en su corazón acciones crueles, ycomenzó a herir a diestro y a siniestro: al puntolevantóse un horrible clamoreo de los que re-

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cibían los golpes, y el agua bermejeó con lasangre. Como los peces huyen del ingentedelfín, y, temerosos, llenan los senos del hondopuerto, porque aquél devora a cuantos coge, dela misma manera los troyanos iban por la impe-tuosa corriente del río y se refugiaban, tem-blando, debajo de las rocas. Cuando Aquilestuvo las manos cansadas de matar, cogió vivos,dentro del río, a doce mancebos para inmolar-los más tarde en expiación de la muerte de Pa-troclo Menecíada. Sacólos atónitos como cer-vatos, les ató las manos por detrás con las co-rreas bien cortadas que llevaban en las flexiblestúnicas y encargó a los amigos que los conduje-ran a las cóncavas naves. Y el héroe acometióde nuevo a los troyanos, para hacer en ellosgran destrozo.34 Allí se encontró Aquiles con Licaón, hijo dePríamo Dardánida; el cual, huyendo, iba a salirdel río. Ya anteriormente le había hecho prisio-nero encaminándose de noche a un campo dePríamo: Licaón cortaba con el agudo bronce los

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ramos nuevos de un cabrahígo para hacer losbarandales de un carro, cuando el divinal Aqui-les, presentándose cual imprevista calamidad,se to llevó mal de su grado. Transportóle luegoen una nave a la bien construida Lemnos, y a11íto puso en venta: el hijo de Jasón pagó el precio.Después Eetión de Imbros, que era huésped deltroyano, dio por él un cuantioso rescate y en-viólo a la divina Arisbe. Escapóse Licaón, y,volviendo a la casa paterna, estuvo celebrandocon sus amigos durance once días su regreso deLemnos; mas, al duodécimo, un dios le hizocaer nuevamente en manos de Aquiles, quedebía mandarle al Hades, sin que Licaón todeseara. Como el divino Aquiles, el de los piesligeros, le viera inerme -sin casco, escudo nilanza, porque todo to había tirado al suelo- yque salía del río con el cuerpo abatido por el su-dor y las rodillas vencidas por el cansancio,sorprendióse, y a su magnánimo espíritu así lehabló:

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54 -¡Oh dioses! Grande es el prodigio que a mivista se ofrece. Ya es posible que los troyanos aquienes maté resuciten de las sombrías tinie-blas; cuando éste, librándose del día cruel, havuelto de la divina Lemnos, donde fue vendi-do, y las olas del espumoso mar que a tantosdetienen no han impedido su regreso. Mas, ea,haré que pruebe la punta de mi lanza para very averiguar si volverá nuevamente o se que-dará en el seno de la fértil tierra que hasta a losfuertes retiene.64 Pensando en tales cosas, Aquiles continuabainmóvil. Licaón, asustado, se le acercó a tocarlelas rodillas; pues en su ánimo sentía vivo deseode lfbrarse de la triste muerte y de la negra Par-ca. El divino Aquiles levantó en seguida laenorme lanza con intención de herirlo, peroLicaón se encogió y corriendo le abrazó las ro-dillas; y aquélla, pasándole por cima del dorso,se clavó en el suelo, codiciosa de cebarse en elcuerpo de un hombre. En tanto Licaón suplica-ba a Aquiles; y, abrazando con una mano sus

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rodillas y sujetándole con la otra la aguda lan-za, sin que la soltara, estas aladas palabras ledecía:74 -Te lo ruego abrazado a tus rodillas, Aquiles:respétame y apiádate de mí. Has de tenerme,oh alumno de Zeus, por un suplicante digno deconsideración; pues comí en to tienda el frutode Deméter el día en que me hiciste prisioneroen el campo bien cultivado, y, llevándome lejosde mi padre y de mis amigos, me vendiste enLemnos: cien bueyes te valió mi persona. Ahorate daría el triple por rescatarme. Doce días haque, habiendo padecido mucho, volví a Ilio; yotra vez el hado funesto me pone en tus manos.Debo de ser odioso al padre Zeus, cuando nue-vamente me entrega a ti. Para darme una vidacorta, me parió Laótoe, hija del anciano Altes,que reina sobre los belicosos léleges y posee laexcelsa Pédaso junto al Satnioente. A la hija deaquél la tuvo Príamo por esposa con otras mu-chas; de la misma nacimos dos varones y a en-trambos nos habrás dado muerte. Ya hiciste su-

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cumbir entre los infantes delanteros al deiformePolidoro, hiriéndole con la aguda pica; y ahorala desgracia llegó para mí, pues no espero esca-par de tus manos después que un dios me haechado en ellas. Otra cosa to diré que fijarás enla memoria: No me mates; pues no soy delmismo vientre que Héctor, el que dio muerte ato dulce y esforzado amigo.97 Con tales palabras el preclaro hijo de Príamosuplicaba a Aquiles, pero fue amarga la res-puesta que escuchó:99 -¡Insensato! No me hables del rescate, ni tomenciones siquiera. Antes que a Patroclo lellegara el día fatal, me era grato abstenerme dematar a los troyanos y fueron muchos los quecogí vivos y vendí luego; mas ahora ningunoescapará de la muerte, si un dios lo pone en mismanos delante de Ilio y especialmente si es hijode Príamo. Por Canto, amigo, muere tú tam-bién. ¿Por qué te lamentas de este modo? MurióPatroclo, que tanto te aventajaba. ¿No ves cuángallardo y alto de cuerpo soy yo, a quien en-

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gendró un padre ilustre y dio a luz una diosa?Pues también me aguardan la muerte y la Parcacruel. Vendrá una mañana, una tarde o un me-diodía en que alguien me quitará la vida en elcombate, hiriéndome con la lanza o con unaflecha despedida por el arco.114 Así dijo. Desfallecieron las rodillas y el co-razón del troyano que, soltando la lanza, sesentó y tendió ambos brazos. Aquiles puso ma-no a la tajante espada a hirió a Licaón en laclavícula, junto al cuello: metióle dentro toda lahoja de dos filos, el troyano dio de ojos por elsuelo y su sangre fluía y mojaba la tierra. Elhéroe cogió el cadáver por el pie, arrojólo al ríopara que la corriente se to llevara, y profiriócon jactancia estas aladas palabras:122 -Yaz ahí entre los peces que tranquilos telamerán la sangre de la herida. No te colocarátu madre en un lecho para llorarte, sino queserás llevado por el voraginoso Escamandro alvasto seno del mar. Y algún pez, saliendo de lasolas a la negruzca y encrespada superficie, co-

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merá la blanca grasa de Licaón. Así perezcáislos demás troyanos hasta que lleguemos a lasacra ciudad de Ilio, vosotros huyendo y yodetrás haciendo gran riza. No os salvará ni si-quiera el río de hermosa corriente y argénteosremolinos, a quien desde antiguo sacrificáismuchos toros y en cuyós vórtices echáis vivoslos solípedos caballos. Así y todo, pereceréismiserablemente unos en pos de otros, hasta quehayáis expiado la muerte de Patrocio y el estra-go y la matanza que hicisteis en los aqueos jun-to a las naves, mientras estuve alejado de lalucha.136 Así habló, y el río, con el corazón irritado,revolvía en su mente cómo haría cesar al divi-nal Aquiles de combatir y libraría de la muertea los troyanos. En tanto, el hijo de Peleo dirigiósu ingente lanza a Asteropeo, hijo de Pelegón,con ánimo de matarlo. A Pelegón le habían en-gendrado el Axio, de ancha corriente, y Peribea,la hija mayor de Acesámeno; que con ésta seunió aquel río de profundos remolinos. Enca-

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minóse, pues, Aquiles hacia Asteropeo, el cualsalió a su encuentro llevando dos lanzas; y elJanto, irritado por la muerte de los jóvenes aquienes Aquiles había hecho perecer sin com-pasión en la misma corriente, infundió valor enel pecho del troya-no. Cuando ambos guerrerosse hallaron frente a frente, el divino Aquiles, elde los pies ligeros, fue el primero en hablar, ydijo:150 -¿Quién eres tú y de dónde, que osas salir-me al encuentro? Infelices de aquéllos cuyoshijos se oponen a mi furor.152 Respondióle el preclaro hijo de Pelegón:153 -¡Magnánimo Pelida! ¿Por qué sobre el abo-lengo me interrogas? Soy de la fértil Peonia,que está lejos; vine mandando a los peonios,que combaten con largas picas, y hace once díasque llegué a Ilio. Mi linaje trae su origen delAxio de ancha corriente, del Axio que esparcesu hermosísimo raudal sobre la tierra: Axioengendró a Pelegón, famoso por su lanza, y de

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éste dicen que he nacido. Pero peleemos ya, es-clarecido Aquiles.161 Así habló, en son de amenaza. El divinoAquiles levantó el fresno del Pelión, y el héroeAsteropeo, que era ambidextro, tiróle a untiempo las dos lanzas: la una dio en el escudo,pero no to atravesó porque la lámina de oroque el dios puso en el mismo la detuvo; la otrarasguñó el brazo derecho del héroe, junto alcodo, del cual brotó negra sangre; mas el armapasó por encimá y se clavó en el suelo, codicio-sa de la carne. Aquiles arrojó entonces la lanza,de recto vuelo, a Asteropeo con intención dematarlo, y erró el tiro: la lanza de fresno cayóen la elevada orilla y se hundió hasta la mitaddel palo. El Pelida, desnudando la aguda espa-da que llevaba junto al muslo, arremetió enar-decido a Asteropeo, quien con la mano robustaintentaba arrancar del escarpado borde la lanzade Aquiles: tres veces la meneó para arrancarla,y otras tantas careció de fuerza. Y cuando, a lacuarta vez, quiso doblar y romper la lanza de

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fresno del Eácida, acercósele Aquiles y con laespada le quitó la vida: hirióle en el vientre,junto al ombligo; derramáronse en el suelo to-dos los intestinos, y las tinieblas cubrieron losojos del troyano, que cayó anhelante. Aquiles seabalanzó a su pecho, le quitó la armadura; y,blasonando del triunfo, dijo estas palabras:184 -Yaz ahí. Difícil era que tú, aunque engen-drado por un río, pudieses disputar la victoria alos hijos del prepotente Cronión. Dijiste que tolinaje procede de un río de ancha corriente; masyo me jacto de pertenecer al del gran Zeus. En-gendróme un varón que reina sobre muchosmirmidones, Peleo, hijo de Éaco; y este últimoera hijo de Zeus. Y como Zeus es más poderosoque los nos, que corren al mar, así también losdescendientes de Zeus son más fuertes que losde los ríos. A tu lado tienes uno grande, si esque puede auxiharte. Mas no es posible comba-tir con Zeus Cronión. A éste no le igualan ni elfuerte Aqueloo, ni el grande y poderoso Océa-no de profunda corriente del que nacen todos

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los ríos, todo el mar y todas las fuentes y gran-des pozos; pues también el Océano teme el rayodel gran Zeus y el espantoso trueno, cuandoretumba desde el cielo.200 Dijo; arrancó del escarpado borde labroncínea lanza y abandonó a Asteropeo a11í,tendido en la arena, tan pronto como le huboquitado la vida: el agua turbia bañaba el cadá-ver, y anguilas y peces acudieron a comer lagrasa que cubría los riñones. Aquiles se fuepara los peonios que peleaban en carros; loscuales huían por las márgenes del voraginosorío, desde que vieron que el más fuerte caía enel duro combate, vencido por las manos y laespada del Pelida. Éste mató entonces a Tersí-loco, Midón, Astípilo, Mneso, Trasio, Enio yOfelestes. Y a más peonios diera muerte el ve-loz Aquiles, si el río de profundos remolinos,irritado y transfigurado en hombre, no lehubiese dicho desde uno de los profundosvórtices:

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214 -¡Oh Aquiles! Superas a los demás hombrestanto en el valor como en la comisión de accio-nes nefandas; porque los propios dioses te pre-stan constantemente su auxilio. Si el hijo deCrono te ha concedido que destruyas a todoslos troyanos, apártalos de mí y ejecuta en elllano tus proezas. Mi hermosa corriente estállena de cadáveres que obstruyen el cauce y nome dejan verter el agua en la mar divina; y túsigues matando de un modo atroz. Pero, ea,cesa ya; pues me tienes asombrado, oh príncipede hombres.222 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:223 -Se hará, oh Escamandro, alumno de Zeus,como tú lo ordenas; pero no me abstendré dematar a los altivos troyanos hasta que los encie-rre en la ciudad y, peleando con Héctor, él memate a mí o yo acabe con él.227 Esto dicho, arremetió a los troyanos, cual sifuese un dios. Y entonces el río de profundosremolinos dirigióse a Apolo:

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229 -¡Oh dioses! Tú, el del arco de plata, hijo deZeus, no cumples las órdenes del Cronión, elcual to encargó muy mucho que socorrieras alos troyanos y les prestaras to auxilio hasta que,llegada la tarde, se pusiera el sol y quedara aobscuras el fértil campo.233 Dijo. Aquiles, famoso por su lanza, saltódesde la escarpada orilla al centro del río. Peroéste le atacó enfurecido: hinchó sus aguas, re-volvió la corriente, y, arrastrando muchoscadáveres de hombres muertos por Aquiles,que había en el cauce, arrojólos a la orilla mu-giendo como un toro, y en Canto salvaba a losvivos dentro de la hermosa corriente, ocul-tándolos en los profundos y anchos remolinos.Las revueltas olas rodeaban a Aquiles, la co-rriente caía sobre su escudo y le empujaba, y elhéroe ya no se podía tener en pie. Asióse en-tonces con ambas manos a un olmo corpulentoy frondoso; pero éste, arrancado de raíz, rom-pió el borde escarpado, oprimió la hermosacorriente con sus muchas ramas, cayó entero al

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río y se convirtió en un puente. Aquiles, ame-drentado, dio un salto, salió del abismo y volócon pie ligero por la llanura. Mas no por esto elgran dios desistió de perseguirlo, sino quelanzó tras él olas de sombría cima con el propó-sito de hacer cesar al divino Aquiles de comba-tir y librar de la muerte a los troyanos. El Pelidasalvó cerca de un tiro de lanza, dando un brin-co con la impetuosidad de la rapaz águila ne-gra, que es la más forzuda y veloz de las aves;parecido a ella, el héroe coma y el bronce reso-naba horriblemente sobre su pecho. Aquilesprocuraba huir, desviándose a un lado; pero lacorriente se iba tras él y le perseguía con granruido. Como el fontanero conduce el agua des-de el profundo manantial por entre las plantasde un huerto y con un azadón en la mano quitade la reguera los estorbos; y la corriente siguesu curso, y mueve las piedrecitas, pero al llegara un declive murmura, acelera la marcha y pasadelante del que la guía; de igual modo, la co-rriente del río alcanzaba continuamente a Aqui-

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les, porque los dioses son más poderosos quelos hombres. Cuantas veces el divino Aquiles,el de los pies ligeros, intentaba esperarla, paraver si le perseguían todos los inmortales quetienen su morada en el espacioso cielo, otrastantas, las grandes olas del río, que las celestia-les lluvias alimentan, le azotaban los hombros.El héroe, afiigido en su corazón, saltaba; pero elrío, siguiéndole con la rápida y tortuosa co-rriente, le cansaba las rodillas y le robaba elsuelo a11í donde ponía los pies. Y el Pelida,levantando los ojos al vasto cielo, gimió y dijo:273 -¡Zeus padre! ¿Cómo no viene ningún diosa salvarme a mí, miserando, de la persecucióndel río, y luego sufriré cuanto sea preciso? Nin-guna de las deidades del cielo tiene tanta culpacomo mi madre, que me halagó con falsas pre-dicciones: dijo que me matarían al pie del murode los troyanos, armados de coraza, las velocesflechas de Apolo. ¡Ojalá me hubiese muertoHéctor, que es aquí el más bravo! Entonces unvaliente hubiera muerto y despojado a otro

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valiente. Mas ahora quiere el destino que yoperezca de miserable muerte, cercado por ungran río; como el niño pórquerizo a quien arras-tran las aguas invernales del torrente que inten-taba atravesar.284 Así se expresó. En seguida Posidón y Ate-nea, con figura humana, se le acercaron y leasieron de las manos mientras le animaban conpalabras. Posidón, que sacude la tierra, fue elprimero en hablar y dijo:288 -¡Pelida! No tiembles, ni te asustes. ¡Talsocorro vamos a darte, con la venia de Zeus,nosotros los dioses, yo y Palas Atenea! Porqueno dispone el hado que seas muerto por el río,y éste dejará pronto de perseguirte, como verástú mismo. Te daremos un prudente consejo,por si quieres obedecer: no descanse to brazoen la batalla funesta hasta haber encerrado de-ntro de los ínclitos muros de Ilio a cuantos tro-yanos logren escapar. Y cuando hayas privadode la vida a Héctor, vuelve a las naves; quenosotros to concederemos que alcánces gloria.

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298 Dichas estas palabras, ambas deidades fue-ron a reunirse con los demás inmortales. Aqui-les, impelido por el mandato de los dioses, en-derezó sus pasos a la llanura inundada por elagua del río, en la cual flotaban cadáveres yhermosas armas de jóvenes muertos en la pe-lea. El héroe caminabá derechamente, saltandopor el agua, sin que el anchuroso río lograsedetenerlo; pues Atenea le había dado muchosbríos. Pero el Escamandro no cedía en su furor;sino que, irritándose aún más contra el Pelión,hinchaba y levantaba a to alto sus olas, y a gri-tos llamaba al Simoente:308 -¡Hermano querido! Juntémonos para con-tener la fuerza de ese hombre, que pronto to-mará la gran ciudad del rey Príamo, pues lostroyanos no le resistirán en la batalla. Ven almomento en mi auxilio: aumenta to caudal conel agua de las fuentes, concita a todos los arro-yos, levanta grandes olas y arrastra con estrépi-to troncos y piedras, para que anonademos aese feroz guerrero que ahora triunfa y piensa en

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hazañas propias de los dioses. Creo que no levaldrán ni su fuerza, ni su hermosura, ni susmagníficas armas, que han de quedar en elfondo de este lago cubiertas de cieno. A él toenvolveré en abundante arena, derramando entorno suyo mucho cascajo; y ni siquiera sushuesos podrán ser recogidos por los aqueos:tanto limo amontonaré encima. Y tendrá sutúmulo aquí mismo, y no necesitará que losaqueos se to erijan cuando le hagan las exe-quias.324 Dijo; y, revuelto, arremetió contra Aquiles,alzándose furioso y mugiendo con la espuma,la sangre y los cadáveres. Las purpúreas ondasdel río, que las celestiales lluvias alimentan, semantenían levantadas y arrastraban al Pelida.Pero Hera, temiendo que el gran río derribara aAquiles, gritó, y dijo en seguida a Hefesto, suhijo amado:331 -¡Levántate, estevado, hijo querido; puescreemos que el Janto voraginoso es tu igual enel combate! Socorre pronto a Aquiles, haciendo

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aparecer inmensa llama. Voy a suscitar con elCéfiro y el veloz Noto una gran borrasca, paraque viniendo del mar extienda el destructorincendio y se quemen las cabezas y las armasde los troyanos. Tú abrasa los árboles de lasorillas del Janto, métele en el fuego, y no to de-jes persuadir ni con palabras dulces ni conamenazas. No cese tu furia hasta que yo te lodiga gritando; y entonces apaga el fuego infati-gable.342 Así dijo; y Hefesto, arrojando una abrasa-dora llama, incendió primeramente la llanura yquemó muchos cadáveres de guerreros a quie-nes había muerto Aquiles; secóse el campo, y elagua cristalina dejó de correr. Como el Bóreasseca en el otoño un campo recién inundado y sealegra el que to cultiva, de la misma suerte, elfuego secó la llanura entera y quemó los cadá-veres. Luego Hefesto dirigió al río la resplande-ciente llama y ardieron, así los olmos, los sau-ces y los tamariscos, como el loto, el junco y lajuncia que en abundancia habían crecido junto

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a la hermosa corriente. Anguilas y peces padec-ían y saltaban acá y allá, en los remolinos o enla corriente, oprimidos por el soplo del ingenio-so Hefesto. Y el río, quemándose también, asíhabiaba:357 -¡Hefesto! Ninguno de los dioses te iguala yno quiero luchar contigo ni con tu llama ardien-te. Cesa de perseguirme y en seguida el divinoAquiles arroje de la ciudad a los troyanos. ¿Quéinterés tengo en la contienda ni en auxiliar anadie?361 Así habló, abrasado por el fuego; y la her-mosa corriente hervía. Como en una calderapuesta sobre un gran fuego, la grasa de unpuerco cebado se funde, hierve y rebosa por to-das partes, mientras la leña seca arde debajo;así la hermosa corriente se quemaba con el fue-go y el agua hervía, y, no pudiendo it haciaadelante, paraba su curso oprimida por el va-por que con su arte produjera el ingeniosoHefesto. Y el río, dirigiendo muchas súplicas aHera, estas aladas palabras le decía:

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369 -¡Hera! ¿Por qué tu hijo maltrata mi corrien-te, atacándome a mí solo entre los dioses? Nodebo de ser para ti tan culpable como todos losdemás que favorecen a los troyanos. Yo desis-tiré de ayudarlos, si tú lo mandas; pero que éstecese también. Y juraré no librar a los troyanosdel día fatal, aunque Troya entera llegue a serpasto de las voraces llamas por haberla incen-diado los belicosos aqueos.377 Cuando Hera, la diosa de los níveos brazos,oyó estas palabras, dijo en seguida a Hefesto,su hijo amado:379 -¡Hefesto hijo ilustre! Cesa ya, pues no con-viene que, a causa de los mortales, a un diosinmortal atormentemos.381 Así dijo. Hefesto apagó la abrasadora lla-ma, y las olas retrocedieron a la hermosa co-rriente.383 Y tan pronto como el ánimo del Janto fueabatido, ellos cesaron de luchar porque Hera,aunque irritada, los contuvo; pero una reñida yespantosa pelea se suscitó entonces entre los

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demás dioses: divididos en dos bandos, vinie-ron a las manos con fuerte estrépito; bramó lavasta tierra, y el gran cielo resonó como unatrompeta. Oyólo Zeus, sentado en el Olimpo, ycon el corazón alegre reía al ver que los diosesiban a embestirse. Y ya no estuvieron separadoslargo tiempo; pues el primero Ares, que horadalos escudos, acometiendo a Atenea con labroncínea lanza, estas injuriosas palabras ledecía:394 -¿Por qué nuevamente, oh mosca de perro,promueves la contienda entre los dioses coninsaciable audacia? ¿Qué poderoso afecto tomueve? ¿Acaso no te acuerdas de cuando inci-tabas a Diomedes Tidida a que me hiriese, ycogiendo tú misma la reluciente pica la endere-zaste contra mí y me desgarraste el hermosocutis? Pues me figuro que ahora pagarás cuantome hiciste.400 Apenas acabó de hablar, dio un bote en elescudo floqueado, horrendo, que ni el rayo deZeus rompería, allí acertó a dar Ares, mancha-

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do de homicidios, con la ingente lanza. Pero ladiosa, volviéndose, aferró con su robusta manouna gran piedra negra y erizada de puntas queestaba en la llanura y había sido puesta por losantiguos como linde de un campo; e, hiriendocon ella al furibundo Ares en el cuello, dejólesin vigor los miembros. Vino a tierra el dios yocupó siete yeguadas, el polvo manchó su cabe-llera y las armas resonaron. Rióse Palas Atenea;y, gloriándose de la victoria, profirió estas ala-das palabras:410-¡Necio! Aún no has comprendido que mejacto de ser mucho más fuerte, puesto que osasoponer tu furor al mío. Así padecerás, cum-pliéndose las imprecaciones de tu airada madreque maquina males contra ti porque abando-naste a los aqueos y favoreces a los orgullosostroyanos.415 Cuando esto hubo dicho, volvió a otra par-te los ojos refulgentes. Afrodita, hija de Zeus,asió por la mano a Ares y le acompañaba, mien-tras el dios daba muchos suspiros y apenas

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podía recobrar el aliento. Pero la vio Hera, ladiosa de los níveos brazos, y al punto dijo aAtenea estas aladas palabras:420 -¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égi-da! ¡Indómita! Aquella mosca de perro vuelve asacar del dañoso combate, por entre el tumulto,a Ares, funesto a los mortales. ¡Anda tras ella!423 De tal modo habló. Alegrósele el alma aAtenea, que corrió hacia Afrodita, y alzando larobusta mano descargóle un golpe sobre el pe-cho. Desfallecieron las rodillas y el corazón dela diosa, y ella y Ares quedaron tendidos en lafértil tierra. Y Atenea, vanagloriándose, pro-nunció estas aladas palabras:428 -¡Ojalá fuesen tales cuantos auxilian a lostroyanos en las batallas contra los argivos, ar-mados de coraza; así, tan audaces y atrevidoscomo Afrodita que vino a socorrer a Ares desa-fiando mi furor; y tiempo ha que habríamospuesto fin a la guerra con la toma de la bienconstruida ciudad de Ilio!

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434 Así se expresó. Sonrióse Hera, la diosa delos níveos brazos. Y el soberano Posidón, quesacude la tierra, dijo entonces a Apolo:436 -¡Febo! ¿Por qué nosotros no luchamostambién? No conviene abstenerse, una vez quelos demás han dado principio a la pelea. Ver-gonzoso fuera que volviésemos al Olimpo, a lamorada de Zeus erigida sobre bronce, sin habercombatido. Empieza tú, pues eres el menor enedad y no parecería decoroso que comenzarayo que nací primero y tengo más experiencia.¡Oh necio, y cuán irreflexivo es to corazón! Yano te acuerdas de los muchos males que en tor-no de Ilio padecimos los dos, solos entre losdioses, cuando enviados por Zeus trabajamosun año entero para el soberbio Laomedonte; elcual, con la promesa de darnos el salario con-venido, nos mandaba como señor. Yo cerqué laciudad de los troyanos con un muro ancho yhermosísimo, para hacerla inexpugnable; y tú,Febo, pastoreabas los flexípedes bueyes de cur-vas astas en los bosques y selvas del Ida, en

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valles abundoso. Mas cuando las alegres horastrajeron el término del ajuste, el soberbio Lao-medonte se negó a pagarnos el salario y nosdespidió con amenzas. A ti te amenazó convenderte, atado de pies y manos, en lejanasislas; aseguraba además que con el bronce noscortaría a entrambos las orejas; y nosotros nosfuimos pesarosos y con el ánimo irritado por-que no nos dio la paga que había prometido. ¡Ytodavía se lo agradeces, favoreciendo a su pue-blo, en vez de procurar con nosotros que todoslos troyanos perezcan de mala muerte con sushijos y castas esposas!461 Contestó el soberano Apolo, que hiere delejos:462 -¡Batidor de la tierra! No me tendrías porsensato si combatiera contigo por los míserosmortales que, semejantes a las hojas, ya sehallan florecientes y vigorosos comiendo losfrutos de la tierra, ya se quedan exánimes ymueren. Pero abstengámonos en seguida decombatir y peleen ellos entre sí.

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468 Así diciendo, le volvió la espalda; pues porrespeto no quería llegar a las manos con su tíopaterno. Y su hermana, la campestre Ártemis,que de las fieras es señora, lo increpó duramen-te con injuriosas voces:472 -¿Huyes ya, tú que hieres de lejos, y das lavictoria a Posidón, concediéndole inmerecidagloria? ¡Necio! ¿Por qué llevas ese arco inútil?No oiga yo que te jactes en el palacio de mi pa-dre, como hasta aquí to hiciste ante los inmorta-les dioses, de luchar cuerpo a cuerpo con Po-sidón.478 Así dijo, y Apolo, que hiere de lejos, nadarespondió. Pero la venerable esposa de Zeus,irritada, increpó con injuriosas voces a la que secomplace en tirar flechas:481 -¿Cómo es que pretendes, perra atrevida,oponerte a mí? Difícil to será resistir mi fortale-za, aunque lleves arco y Zeus to haya hecholeona entre las mujeres y te permita matar, a laque te plazca. Mejor es cazar en el monte fierasagrestes o ciervos, que luchar denodadamente

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con quienes son más poderosos. Y, si quieresprobar el combate, empieza, para que sepasbien cuánto más fuerte soy que tú; ya que con-tra mí quieres emplear tus fuerzas.489 Dijo; asióla con la mano izquierda por am-bas muñecas, quitóle de los hombros, con laderecha, el arco y el carcaj, y riendo se puso agolpear con éstos las orejas de Ártemis, quevolvía la cabeza, ora a un lado, ora a otro, mien-tras las veloces flechas se esparcían por el suelo.Ártemis huyó llorando, como la paloma queperseguida por el gavilán vuela a refugiarse enel hueco de excavada roca, porque no había dis-puesto el hado que aquél la cogiese. De igualmanera huyó la diosa, vertiendo lágrimas ydejando allí arco y aljaba. Y el mensajero Argi-cida dijo a Leto:498 -¡Leto! Yo no pelearé contigo, porque esarriesgado luchar con las esposas de Zeus, queamontona las nubes. Jáctate muy satisfecha,delante de los inmortales dioses, de que mevenciste con to poderosa fuerza.

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502 Así dijo. Leto recogió el corvo arco y lassaetas que habían caído acá y acullá, en mediode un torbellino de polvo; y se fue en pos de suhija. Llegó ésta al Olimpo, a la morada de Zeuserigida sobre bronce; sentóse llorando en las ro-dillas de su padre, y el divino velo temblabaalrededor de su cuerpo. El padre Cronida co-gióla en el regazo; y, sonriendo dulcemente, lepreguntó:509-¿Cuál de los celestes dioses, hija querida,de tal modo te ha maltratado, como si en supresencia hubieses cometido alguna falta?511 Respondióle Ártemis, que se recrea con elbullicio de la caza y lleva hermosa diadema:512 -Tu esposa Hera, la de los níveos brazos,me ha maltratado, padre; por ella la discordia yla contienda han surgido entre los inmortales.514 Así éstos conversaban. En tanto, Febo Apo-lo entró en la sagrada Ilio, temiendo por el mu-ro de la bien edificada ciudad: no fuera que enaquella ocasión lo destruyesen los dánaos, con-tra lo ordenado por el destino. Los demás dio-

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ses sempiternos volvieron al Olimpo, irritadosunos y envanecidos otros por el triunfo; y sesentaron junto a Zeus, el de las sombrías nubes.Aquiles, persiguiendo a los troyanos, matabahombres y solípedos caballos. De la suerte quecuando una ciudad es presa de las llamas yllega el humo al anchuroso cielo, porque losdioses se irritaron contra ella, todos los habitan-tes trabajan y muchos padecen grandes males,de igual modo Aquiles causaba a los troyanosfatigas y daños.526 El anciano Príamo estaba en la sagrada to-rre; y, como viera al ingente Aquiles, y a lostroyanos puestos en confusión, huyendo espan-tados y sin fuerzas para resistirle, empezó agemir y bajó de aquélla para exhortar a losínclitos varones que custodiaban las puertas dela muralla:531 Abrid las puertas y sujetadlas con la manohasta que lleguen a la ciudad los guerreros quehuyen espantados. Aquiles es quien los estre-cha y pone en desorden, y temo que han de

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ocurrir desgracias. Mas, tan pronto como aqué-llos respiren, refugiados dentro del muro, en-tornad las hojas fuertemente unidas; pues estoycon miedo de que ese hombre funesto entre porel muro.537 Así dijo. Abrieron las puertas, quitando loscerrojos, y a esto se debió la salvación de lastropas. Apolo saltó fuera del muro para librarde la ruina a los troyanos. Éstos, acosados porla sed y llenos de polvo, huían por el campo enderechura a la ciudad y su alta muralla. YAquiles los perseguía impetuosamente con lalanza, teniendo el corazón poseído de violentarabia y deseando alcanzar gloria.544 Entonces los aqueos hubieran tomado aTroya, la de altas puertas, si Febo Apolo nohubiese incitado al divino Agenor, hijo ilustre yvaliente de Anténor, a esperar a Aquiles. Eldios infundióle audacia en el corazón, y, paraapartar de él a las crueles Parcas, se quedó a sulado, recostado en una encina y cubierto deespesa niebla. Cuando Agenor vio llegar a

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Aquiles, asolador de ciudades, se detuvo, y ensu agitado corazón vacilaba sobre el partidoque debería tomar. Y gimiendo, a su magnáni-mo espíritu le decía:553 -¡Ay de mí! Si huyo del valiente Aquilespor donde los demás corren espantados y endesorden, me cogerá también y me matará sinque me pueda defender. Si dejando que éstossean derrotados por el Pelida Aquiles, me fuesepor la llanura troyana, lejos del muro, hastallegar a los bosques del Ida, y me escondiera enlos matorrales, podría volver a Ilio por la tarde,después de tomar un baño en el río para refres-carme y quitarme el sudor. Mas ¿por qué entales cosas me hace pensar el corazón? No seaque aquél advierta que me alejo de la ciudadpor la llanura, y persiguiéndome con ligeraplanta me dé alcance; y ya no podré evitar lamuerte y las Parcas, porque Aquiles es el másfuerte de todos los hombres. Y si delante de laciudad le salgo al encuentro... Vulnerable es sucuerpo por el agudo bronce, hay en él una sola

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alma y dicen los hombres que el héroe es mor-tal; pero Zeus Cronida le da gloria.571 Esto, pues, se decía; y, encogiéndose,aguardó a Aquiles, porque su corazón esforza-do estaba impaciente por luchar y combatir.Como la pantera, cuando oye el ladrido de losperros, sale de la poblada selva y va al encuen-tro del cazador, sin que arrebaten su ánimo niel miedo ni el espanto, y si aquél se le adelantay la hiere desde cerca o desde lejos, no deja deluchar, aunque esté atravesada por la jabalina,hasta venir con él a las manos o sucumbir, de lamisma suerte, el divino Agenor, hijo del precla-ro Anténor, no quería huir antes de entrar encombate con Aquiles. Y, cubriéndose con el lisoescudo, le apuntaba la lanza, mientras decíacon fuertes voces:583 -Grandes esperanzas concibe tu ánimo,esclarecido Aquiles, de tomar en el día de hoyla ciudad de los altivos troyanos. ¡Insensato!Buen número de males habrán de padecersetodavía por causa de ella. Estamos dentro mu-

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chos y fuertes varones que, peleando por nues-tros padres, esposas e hijos, salvaremos a Ilio; ytú recibirás aquí mismo la muerte, a pesar deser un terrible y audaz guerrero.590 Dijo. Con la robusta mano arrojó el agudodardo, y no erró el tiro; pues acertó a dar en lapierna del héroe, debajo de la rodilla. La grebade estaño recién construida resonó ho-rriblemente, y el bronce fue rechazado sin quelograra penetrar, porque lo impidió la armadu-ra, regalo del dios. El Pelida arremetió a su vezcon Agenor, igual a una deidad; pero Apolo nole dejó alcanzar gloria, pues, arrebatando altroyano, le cubrió de espesa niebla y le mandóa la ciudad para que saliera tranquilo de la ba-talla.599 Luego el que hiere de lejos apartó del ejérci-to al Pelión, valiéndose de un engaño. Tomó lafigura de Agenor, y se puso delante del héroe,que se lanzó a perseguirlo. Mientras Aquilesiba tras de Apolo, por un campo paniego, haciael río Escamandro, de profundos vórtices, y

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corría muy cerca de él, pues el odio le engañabacon esta astucia a fin de que tuviera siempre laesperanza de darle alcance en la carrera, losdemás troyanos, huyendo en tropel, llegaronalegres a la ciudad, que se llenó con los quea11í se refugiaron. Ni siquiera se atrevieron aesperarse los unos a los otros, fuera de la ciu-dad y del muro, para saber quiénes habían es-capado y quiénes habían muerto en la batalla,sino que afluyeron presurosos a la ciudad cuan-tos, merced a sus pies y a sus rodillas, lograronsalvarse.

CANTO XXII*Muerte de Héctor* Aquiles, después de decirle que se vengaríade él si pudiera, torna al campo de batalla ydelante de las puertas de la ciudad encuentra aHéctor, que le esperaba; huye éste, aquél le per-sigue y dan tres vueltas a la ciudad de Troya;Zeus coge la balanza de oro y ve que el destino

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condena a Héctor, el cual, engañado por Atenease detiene y es vencido y muerto por Aquiles,no obstante saber éste que ha de sucumbir pocodespués que muera el caudillo troyano.

1 Los troyanos, refugiados en la ciudad comocervatos, se recostaban en los hermosos baluar-tes, refrigeraban el sudor y bebían para apagarla sed; y en tanto los aqueos se iban acercando ala muralla, con los escudos levantados encimade los hombros. La Parca funesta sólo detuvo aHéctor para que se quedara fuera de Ilio, en laspuertas Esceas. Y Febo Apolo dijo al Pelión:8 -¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en velozcarrera, siendo tú mortal, a un dios inmortal?Aún no conociste que soy una deidad, y no cesato deseo de alcanzarme. Ya no te cuidas de pe-lear con los troyanos, a quienes pusiste en fuga;y éstos han entrado en la población, mientras toextraviabas viniendo aquí. Pero no me matarás,porque el hado no me condenó a morir.

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14 Muy indignado le respondió Aquiles, el delos pies ligeros:15 -¡Oh tú, que hieres de lejos, el más funestode todos los dioses! Me engañaste, trayéndomeacá desde la muralla, cuando todavía hubieranmordido muchos la tierra antes de llegar a Ilio.Me has privado de alcanzar una gloria no pe-queña, y has salvado con facilidad a los troya-nos, porque no temías que luego me vengara. Yciertamente me vengaría de ti, si mis fuerzas topermitieran.21 Dijo y, muy alentado, se encaminó apresu-radamente a la ciudad; como el corcel vencedoren la carrera de carros trota veloz por el campo,tan ligeramente movía Aquiles pies y rodillas.25 EI anciano Príamo fue el primero que consus propios ojos le vio venir por la llanura, tanresplandeciente como el astro que en el otoñose distingue por sus vivos rayos entre muchasestrellas durante la noche obscura y recibe elnombre de "perro de Orión", el cual con serbrillantísimo constituye una señal funesta por-

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que trae excesivo calor a los míseros mortales;de igual manera centelleaba el bronce sobre elpecho del héroe, mientras éste corría. Gimió elviejo, golpeóse la cabeza con las manos levan-tadas y profirió grandes voces y lamentos, diri-giendo súplicas a su hijo. Héctor continuabainmóvil ante las puertas y sentía vehemencedeseo de combatir con Aquiles. Y el anciano,tendiéndole los brazos, le decía en tono lasti-mero:38 -¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo ylejos de los amigos, a ese hombre, para que nomueras presto a manos del Pelión, que es mu-cho más vigoroso. ¡Cruel! Así fuera tan caro alos dioses, como a mí: pronto se lo comerían,tendido en el suelo, los perros y los buitres, ymi corazón se libraría del terrible pesar. Me haprivado de muchos y valientes hijos, matando aunos y vendiendo a otros en remotas islas. Yahora que los troyanos se han encerrado en laciudad, no acierto a ver a mis dos hijos Licaón yPolidoro, que parió Laótoe, ilustre entre las

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mujeres. Si están vivos en el ejército, los resca-taremos con bronce y oro, que todavía to hayen el palacio; pues a Laótoe la dotó espléndi-damente su anciano padre, el ínclito Altes. Pe-ro, si han muerto y se hallan en la morada deHades, el mayor dolor será para su madre ypara mí que los engendramos; porque el delpueblo durará menos, si no mueres tú, vencidopor Aquiles. Ven adentro del muro, hijo queri-do, para que salves a los troyanos y a las tro-yanas; y no quieras procurar inmensa gloria alPelida y perder tú mismo la existencia. Com-padécete también de mí, de este infeliz y des-graciado que aún conserva la razón; pues elpadre Cronida me quitará la vida en la senec-tud y con aciaga suerte, después de presenciarmuchas desventuras: muertos mis hijos, escla-vizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arro-jados los niños por el suelo en el terrible com-bate y las nueras arrastradas por las funestasmanos de los aqueos. Y cuando, por fin, alguienme deje sin vida los miembros, hiriéndome con

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el agudo bronce o con arma arrojadiza, los vo-races perros que con comida de mi mesa crié enel palacio para que lo guardasen despedazaránmi cuerpo en la puerta exterior, beberán misangre, y, saciado el apetito, se tenderán en elpórtico. Yacer en el suelo, habiendo sido atra-vesado en la lid por el agudo bronce, es decoro-so para un joven, y cuanto de él pueda versetodo es bello, a pesar de la muerte; pero que losperros destrocen la cabeza y la barba enca-necidas y las panes verendas de un ancianomuerto en la guerra es to más triste de cuantoles puede ocurrir a los míseros mortales.77 Así se expresó el anciano, y con las manos searrancaba de la cabeza muchas canas, pero nologró persuadir a Héctor. La madre de éste, queen otro sitio se lamentaba llorosa, desnudó elseno, mostróle el pecho, y, derramando lágri-mas, dijo estas aladas palabras:82 -¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno yapiádate de mí. Si en otro tiempo te daba elpecho para acallar tu lloro, acuérdate de tu ni-

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ñez, hijo amado; y penetrando en la muralla, re-chaza desde la misma a ese enemigo y no sal-gas a su encuentro. ¡Cruel! Si te mata, no podréllorarte en tu lecho, querido pimpollo a quienparí, y tampoco podrá hacerlo tu rica esposa,porque los veloces perros te devorarán muy le-jos de nosotras, junto a las naves argivas.90 De esta manera Príamo y Hécuba hablaban asu hijo, llorando y dirigiéndole muchas súpli-cas, sin que lograsen persuadirle, pues Héctorseguía aguardando a Aquiles, que ya se acerca-ba. Como silvestre dragón que, habiendo comi-do hierbas venenosas, espera ante su guarida aun hombre y con feroz cólera echa terriblesmiradas y se enrosca en la entrada de la cueva,así Héctor, con inextinguible valor, permanecíaquieto, desde que arrimó el terso escudo a latorre prominente. Y gimiendo, a su magnánimoespíritu le decía:99 -¡Ay de mí! Si traspongo las puertas y el mu-ro, el primero en dirigirme baldones será Poli-damante, el cual me aconsejaba que trajera el

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ejército a la ciudad la noche funesta en que eldivinal Aquiles decidió volver a la pelea. Peroyo no me dejé persuadir -mucho mejor hubierasido aceptar su consejo--, y ahora que he causa-do la ruina del ejército con mi imprudenciatemo a los troyanos y a las troyanas, de roza-gantes peplos, y que alguien menos valienteque yo exclame: «Héctor, fiado en su pujanza,perdió las tropas». Así hablarán; y preferiblefuera volver a la población después de matar aAquiles, o morir gloriosamente delante de ella.¿Y si ahora, dejando en el suelo el abollonadoescudo y el fuerte casco y apoyando la picacontra el muro, saliera al encuentro del irre-prensible Aquiles, le dijera que permitía a losAtridas llevarse a Helena y las riquezas queAlejandro trajo a Ilio en las cóncavas naves, queesto fue to que originó la guerra, y le ofrecierarepartir a los aqueos la mitad de lo que la ciu-dad contiene; y más tarde tomara juramento alos troyanos de que, sin ocultar nada, formariandos lotes con cuantos bienes existen dentro de

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esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en talescosas me hace pensar el corazón? No, no iré asuplicarle; que, sin tenerme compasión ni res-peto, me mataría inerme, como a una mujer, tanpronto como dejara las armas. Imposible esmantener con él, desde una encina o desde unaroca, un coloquio, como un mancebo y unadoncella; como un mancebo y una dondellasuelen mantener. Mejor será empezar el comba-te cuanto antes, para que veamos pronto aquién el Olímpico concede la victoria.131 Tales pensamientos revolvía en su mente,sin moverse de aquel sitio, cuando se le acercóAquiles, igual a Enialio, el impetuoso luchador,con el terrible fresno del Pelión sobre el hombroderecho y el cuerpo protegido por el bronceque brillaba como el resplandor del encendidofuego o del sol naciente. Héctor, al verlo, sepuso a temblar y ya no pudo permanecer allí;sino que dejó las puertas y huyó espantado. Yel Pelida, confiando en sus pies ligeros, corrióen seguimiento del mismo. Como en el monte

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el gavilán, que es el ave más ligera, se lanza confácil vuelo tras la tímida paloma, ésta huye contortuosos giros y aquél la sigue de cerca, dandoagudos graznidos y acometiéndola repetidasveces, porque su ánimo le incita a cogerla, asíAquiles volaba enardecido y Héctor movía lasligeras rodillas huyendo azorado en torno de lamuralla de Troya. Corrían siempre por la carre-tera, fuera del muro, dejando a sus espaldas laatalaya y el lugar ventoso donde estaba el ca-brahígo; y llegaron a los dos cristalinos manan-tiales, que son las fuentes del Escamandro vo-raginoso. El primero tiene el agua caliente y locubre el humo como si hubiera allí un fuegoabrasador; el agua que del segundo brota es enel verano como el granizo, la fría nieve o el hie-lo. Cerca de ambos hay unos lavaderos de pie-dra, grandes y hermosos, donde las esposas ylas bellas hijas de los troyanos solían lavar susmagníficos vestidos en tiempo de paz, antesque llegaran los aqueos. Por a11í pasaron, eluno huyendo y el otro persiguiéndolo: delante,

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un valiente huía, pero otro más fuerte le perse-guía con ligereza; porque la contienda no erapor una víctima o una piel de buey, premiosque suelen darse a los vencedores en la carrera,sino por la vida de Héctor, domador de ca-ballos. Como los solípedos corceles que tománparte en los juegos en honor de un difunto co-rren velozmente en torno de la meta donde seha colocado como premio importante un trípo-de o una mujer, de semejante modo aquéllosdieron tres veces la vuelta a la ciudad de Pría-mo, corriendo con ligera planta. Todas las dei-dades los contemplaban. Y Zeus, padre de loshombres y de los dioses, comenzó a decir:168 -¡Oh dioses! Con mis ojos veo a un carovarón perseguido en torno del muro. Mi co-razón se compadece de Héctor, que tantos mus-los de buey ha quemado en mi obsequio en lascumbres del Ida, en valles abundoso, y en laciudadela de Troya; y ahora el divino Aquilesle persigue con sus ligeros pies en derredor dela ciudad de Príamo. Ea, deliberad, oh dioses, y

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decidid si lo salvaremos de la muerte ó de-jaremos que, a pesar de ser esforzado, sucumbaa manos del Pelida Aquiles.177 Respondióle Atenea, la diosa de ojos delechuza:178 -¡Oh padre, que lanzas el ardiente rayo yamontonas las nubes! ¿Qué dijiste? ¿De nuevoquieres librar de la muerte horrísona a esehombre mortal, a quien tiempo ha que el hadocondenó a morir? Hazlo, pero no todos los dio-ses te lo aprobaremos.182 Contestó Zeus, que amontona las nubes:183 Tranquilízate, Tritogenia, hija querida. Nohablo con ánimo benigno, pero contigo quieroser complaciente. Obra conforme a tus deseos yno desistas.186 Con tales voces instigóle a hacer lo que ellamisma deseaba, y Atenea bajó en raudo vuelode las cumbres del Olimpo.188 Entre canto; el veloz Aquiles perseguía yestrechaba sin cesar a Héctor. Como el perro vaen el monte por valles y cuestas tras el cervati-

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llo que levantó de la cama, y, si éste se esconde,azorado, debajo de los arbustos, corre aquélrastreando hasta que nuevamente lo descubre;de la misma manera, el Pelión, de pies ligeros,no perdía de vista a Héctor. Cuantas veces eltroyano intentaba encaminarse a las puertasDardanias, al pie de las tomes bien construidas,por si desde arriba le socorrían disparando fle-chas; otras tantas Aquiles, adelantándosele, loapartaba hacia la llanura, y aquél volaba sindescanso cerca de la ciudad. Como en sueños niel que persigue puede alcanzar al perseguido,ni éste huir de aquél; de igual manera, ni Aqui-les con sus pies podía dar alcance a Héctor, niHéctor escapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor sehubiera librado entonces de las Parcas de lamuerte que le estaba destinada, si Apolo,acercándosele por la postrera y última vez, nole hubiese dado fuerzas y agilizado sus rodi-llas?205 El divino Aquiles hacía con la cabeza seña-les negativas a los guerreros, no permitiéndoles

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disparar amargas flechas contra Héctor: no fue-ra que alguien alcanzara la gloria de herir alcaudillo y él llegase el segundo. Mas cuando enla cuarta vuelta llegaron a los manantiales, elpadre Zeus tomó la balanza de oro, puso en lamisma dos suertes de la muerte que tiende a lolargo -la de Aquiles y la de Héctor, domador decaballos-, cogió por el medio la balanza, la des-plegó, y tuvo más peso el día fatal de Héctor,que descendió hasta el Hades. Al instante FeboApolo desamparó al troyano. Atenea, la diosade ojos de lechuza, se acercó al Pelión, y le dijoestas aladas palabras:216 -Espero, oh esclarecido Aquiles, caro aZeus, que nosotros dos procuraremos a losaqueos inmensa gloria, pues al volver a las na-ves habremos muerto a Héctor, aunque seainfatigable en la batalla. Ya no se nos puedeescapar, por más cosas que haga Apolo, el quehiere de lejos, postrándose a los pies del padreZeus, que lleva la égida. Párate y respira; a iré a

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persuadir a Héctor para que luche contigo fren-te a frente.224 Así habló Atenea. Aquiles obedeció, con elcorazón alegre, y se detuvo en seguida,apoyándose en el arrimo de la pica de asta defresno y broncínea punta. La diosa dejóle y fuea encontrar al divino Héctor. Y tomando la fi-gura y la voz infatigable de Deífobo, llegóse alhéroe y pronunció estas aladas palabras:229 -¡Mi buen hermano! Mucho te estrecha elveloz Aquiles, persiguiéndote con ligero piealrededor de la ciudad de Príamo. Ea, de-tengámonos y rechacemos su ataque.232 Respondióle el gran Héctor, de tremolantecasco:233 -¡Deífobo! Siempre has sido para mí elhermano predilecto entre cuantos somos hijosde Hécuba y de Príamo, pero desde ahora hagocuenta de tenerte en mayor aprecio, porque alverme con tus ojos osaste salir del muro y losdemás han permanecido dentro.

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238 Contestó Atenea, la diosa de ojos de lechu-za:239 -¡Mi buen hermano! El padre, la venerablemadre y los amigos abrazábanme las rodillas yme suplicaban que me quedara con ellos -¡detal modo tiemblan todos!-, pero mi ánimo sesentía atormentado por grave pesar. Ahorapeleemos con brio y sin dar reposo a la pica,para que veamos si Aquiles nos mata y se llevanuestros sangrientos despojos a las cóncavasnaves, o sucumbe vencido por to lanza.246 Así diciendo, Atenea, para engañarlo, em-pezó a caminar. Cuando ambos guerreros sehallaron frente a frente, dijo el primero el granHéctor, el de tremolante casco:250-No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, comohasta ahora. Tres veces di la vuelta, huyendo,en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atre-verme nunca a esperar tu acometida. Mas ya miánimo me impele a afrontarte, ora te mate, orame mates tú. Ea, pongamos a los dioses portestigos, que serán los mejores y los que más

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cuidarán de que se cumplan nuestros pactos:Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me con-cede la victoria y logro quitarte la vida; puestan luego como te haya despojado de lasmagníficas armas, oh Aquiles, entregaré elcadáver a los aqueos. Pórtate tú conmigo de lamisma manera.260 Mirándole con torva faz, respondió Aqui-les, el de los pies ligeros:261 -¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No mehables de convenios. Como no es posible quehaya fieles alianzas entre los leones y los hom-bres, ni que estén de acuerdo los lobos y loscorderos, sino que piensan continuamente encausarse daño unos a otros, tampoco puedehaber entre nosotros ni amistad ni pactos, hastaque caiga uno de los dos y sacie de sangre aAres, infatigable combatiente. Revístete de todaclase de valor, porque ahora te es muy precisoobrar como belicoso y esforzado campeón. Yano te puedes escapar. Palas Atenea te hará su-cumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás

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todos juntos los dolores de mis amigos, a quie-nes mataste cuando manejabas furiosamente lapica.273 En diciendo esto, blandió y arrojó la fornidalanza. El esclarecido Héctor, al verla venir, seinclinó para evitar el golpe: clavóse la broncí-nea lanza en el suelo, y Palas Atenea la arrancóy devolvió a Aquiles, sin que Héctor, pastor dehombres, lo advirtiese. Y Héctor dijo al eximioPelión:279 -¡Erraste el golpe, oh Aquiles, semejante alos dioses! Nada te había revelado Zeus acercade mi destino, como afirmabas; has sido unhábil forjador de engañosas palabras, para que,temiéndote, me olvidara de mi valor y de mifuerza. Pero no me clavarás la pica en la espal-da, huyendo de ti: atraviésame el pecho cuandoanimoso y frente a frente to acometa, si un dioste lo permite. Y ahora guárdate de mi broncínealanza. ¡Ojalá que toda ella penetrara en tu cuer-po! La guerra sería más liviana para los troya-nos, si tú murieses; porque eres su mayor azote.

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289 Así habló; y, blandiendo la ingente lanza,despidióla sin errar el tiro, pues dio un bote enmedio del escudo del Pelida. Pero la lanza fuerechazada por la rodela, y Héctor se irritó al verque aquélla había sido arrojada inútilmente porsu brazo; paróse, bajando la cabeza, pues notenía otra lanza de fresno; y con recia voz llamóa Deífobo, el de luciente escudo, y le pidió unalarga pica. Deífobo ya no estaba a su lado. En-tonces Héctor comprendiólo todo, y exclamó:297 -¡Oh! Ya los dioses me llaman a la muerte.Creía que el héroe Deífobo se hallaba conmigo,pero está dentro del muro, y fue Atenea quienme engañó. Cercana tengo la perniciosa muer-te, que ni tardará, ni puedo evitarla. Así les ha-brá placido que sea, desde hace tiempo, a Zeusy a su hijo, el que hiere de lejos; los cuales,benévolos para conmigo, me salvaban de lospeligros. Ya la Parca me ha cogido. Pero noquisiera morir cobardemente y sin gloria, sinorealizando algo grande que llegara a conoci-miento de los venideros.

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306 Esto dicho, desenvainó la aguda espada,grande y fuerte, que llevaba en el costado. Yencogiéndose, se arrojó como el águila de altovuelo se lanza a la llanura, atravesando laspardas nubes, para arrebatar la tierna corderillao la tímida liebre; de igual manera arremetióHéctor, blandiendo la aguda espada. Aquilesembistióle, a su vez, con el corazón rebosantede feroz cólera: defendía su pecho con elmagnífico escudo labrado, y movía el lucientecasco de cuatro abolladuras, haciendo ondearlas bellas y abundantes crines de oro que Hefes-to había colocado en la cimera. Como el Véspe-ro, que es el lucero más hermoso de cuantoshay en el cielo, se presenta rodeado de estrellasen la obscuridad de la noche, de tal modo bri-llaba la pica de larga punta que en su diestrablandía Aquiles, mientras pensaba en causardaño al divino Héctor y miraba cuál parte delhermoso cuerpo del héroe ofrecería menos re-sistencia. Éste lo tenía protegido por la ex-celente armadura de bronce que quitó a Patro-

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clo después de matarlo, y sólo quedaba descu-bierto el lugar en que las clavículas separan elcuello de los hombros, la garganta que es elsitio por donde más pronto sale el alma: pora11í el divino Aquiles envasóle la pica a Héctor,que ya lo atacaba, y la punta, atravesando eldelicado cuello, asomó por la nuca. Pero no lecortó el garguero con la pica de fresno que elbronce hacía ponderosa, para que pudierahablar algo y responderle. Héctor cayó en elpolvo, y el divino Aquiles se jactó del triunfo,diciendo:331 -¡Héctor! Cuando despojabas el cadáver dePatroclo, sin duda te creíste salvado y no metemiste a mí porque me hallaba ausente. ¡Necio!Quedaba yo como vengador, mucho más fuerteque él, en las cóncavas naves, y te he quebradolas rodillas. A ti los perros y las aves te despe-dazarán ignominiosamente, y a Patroclo losaqueos le harán honras fúnebres.336 Con lánguida voz respondióle Héctor, el detremolante casco:

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337 -Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas ypor tus padres: ¡No permitas que los perros medespedacen y devoren junto a las naves aqueas!Acepta el bronce y el oro que en abundancia tedarán mi padre y mi veneranda madre, y en-trega a los míos el cadáver para que lo lleven ami casa, y los troyanos y sus esposas lo entre-guen al fuego.344 Mirándole con torva faz, le contestó Aqui-les, el de los pies ligeros:345 -No me supliques, ¡perro!, por mis rodillasni por mis padres. Ojalá el furor y el coraje meincitaran a cortar tus carnes y a comérmelascrudas. ¡Tales agravios me has inferido! Nadiepodrá apartar de tu cabeza a los perros, aunqueme traigan diez o veinte veces el debido rescatey me prometan más, aunque Príamo Dardánidaordene redimirte a peso de oro; ni, aun así, laveneranda madre que te dio a luz te pondrá enun lecho para llorarte, sino que los perros y lasaves de rapiña destrozarán to cuerpo.

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355 Contestó, ya moribundo, Héctor, el de tre-molante casco:356 -Bien lo conozco, y no era posible que tepersuadiese, porque tienes en el pecho un co-razón de hierro. Guárdate de que atraiga sobreti la cólera de los dioses, el día en que Paris yFebo Apolo te darán la muerte, no obstante tuvalor, en las puertas Esceas.361 Apenas acabó de hablar, la muerte le cubriócon su manto: el alma voló de los miembros ydescendió al Hades, llorando su suerte, porquedejaba un cuerpo vigoroso y joven. Y el divinoAquiles le dijo, aunque muerto lo viera:365 -¡Muere! Y yo recibiré la Parca cuando Zeusy los demás dioses inmortales dispongan quese cumpla mi destino.367 Dijo; arrancó del cadáver la broncínea lanzay, dejándola a un lado, quitóle de los hombroslas ensangrentadas armas. Acudieron presuro-sos los demás aqueos, admiraron todos el con-tinente y la arrogante figura de Héctor y ningu-

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no dejó de herirlo. Y hubo quien, contemplán-dole, habló así a su vecino:373 -¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho másblando en dejarse palpar que cuando incendiólas naves con el ardiente fuego.375 Así algunos hablaban, y acercándose toherían. El divino Aquiles, ligero de pies, tanpronto como hubo despojado el cadáver, sepuso en medio de los aqueos y pronunció estasaladas palabras:378 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos! Ya que los dioses nos concedieron ven-cer a ese guerrero que causó mucho más dañoque todos los otros juntos, ea, sin dejar las ar-mas cerquemos la ciudad para conocer cuál esel propósito de los troyanos: si abandonarán laciudadela por haber sucumbido Héctor, o seatreverán a quedarse todavía a pesar de queéste ya no existe. Mas ¿por qué en tales cosasme hace pensar el corazón? En las naves yacePatroclo muerto, insepulto y no llorado; y no loolvidaré, mientras me halle entre los vivos y

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mis rodillas se muevan; y si en el Hades se ol-vida a los muertos, aun a11í me acordaré delcompañero amado. Ahora, ea, volvamos can-tando el peán a las cóncavas naves, y llevémo-nos este cadáver. Hemos ganado una gran vic-toria: matamos al divino Héctor, a quien dentrode la ciudad los troyanos dirigían votos cual sifuese un dios.395 Dijo; y, para tratar ignominiosamente aldivino Héctor, le horadó los tendones de detrásde ambos pies desde el tobillo hasta el talón;introdujo correas de piel de buey, y lo ató alcarro, de modo que la cabeza fuese arrastrando;luego, recogiendo la magnífica armadura, subióy picó a los caballos para que arrancaran, yéstos volaron gozosos. Gran polvareda levan-taba el cadáver mientras era arrastrado; la ne-gra cabellera se esparcía por el suelo, y la cabe-za, antes tan graciosa, se hundía toda en el pol-vo; porque Zeus la entregó entonces a los ene-migos, para que allí, en su misma patria, la ul-trajaran.

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405 Así toda la cabeza de Héctor se manchabade polvo. La madre, al verlo, se arrancaba loscabellos; y, arrojando de sí el blanco velo, pro-rrumpió en tristísimos sollozos. El padre suspi-raba lastimeramente, y alrededor de él y por laciudad el pueblo gemía y se lamentaba. Noparecía sino que toda la excelsa Ilio fuese desdesu cumbre devorada por el fuego. Los guerre-ros apenas podían contener al anciano, que,excitado por el pesar, quería salir por las puer-tas Dardanias; y, revolcándose en el estiércol,les suplicaba a todos llamando a cada varónpor sus respectivos nombres:416 -Dejadme, amigos, por más intranquilosque estéis; permitid que, saliendo solo de laciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a esehombre pernicioso y violento: acaso respete miedad y se apiade de mi vejez. Tiene un padrecomo yo, Peleo, el cual le engendró y crió paraque fuese una plaga de los troyanos; pero es amí a quien ha causado más pesares. ¡A cuántoshijos míos mató, que se hallaban en la flor de la

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juventud! Pero no me lamento tanto por ellos,aunque su suerte me haya afligido, como poruno cuya pérdida me causa el vivo dolor queme precipitará en el Hades: por Héctor, quehubiera debido morir en mis brazos, y entoncesnos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle lainfortunada madre que le dio a luz y yo mismo.429 Así habló llorando, y los ciudadanos suspi-raron. Y Hécuba comenzó entre las troyanas elfuneral lamento:431 -¡Oh hijo! ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Por qué,después de haber padecido terribles penas,seguiré viviendo ahora que has muerto tú? Díay noche eras en la ciudad motivo de orgullopara mí y el baluarte de todos, de los troyanosy de las troyanas, que to saludaban como a undios. Vivo, constituías una excelsa gloria paraellos; pero ya la muerte y la Parca to alcanza-ron.437 Así dijo llorando. La esposa de Héctor nadasabía, pues ningún veraz mensajero le llevó lanoticia de que su marido se quedara fuera de

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las puertas; y en lo más hondo del alto palaciotejía una tela doble y purpúrea, que adornabacon labores de variado color. Había mandadoen su casa a las esclavas de hermosas trenzasque pusieran al fuego un trípode grande, paraque Héctor se bañase en agua caliente al volverde la batalla. ¡Insensata! Ignoraba que Atenea,la de ojos de lechuza, le había hecho sucumbirmuy lejos del baño a manos de Aquiles. Perooyó gemidos y lamentaciones que venían de latorre, estremeciéronse sus miembros, y la lan-zadera le cayó al suelo. Y al instante dijo a lasesclavas de hermosas trenzas:450 -Venid, seguidme dos; voy a ver qué ocu-rre. Oí la voz de mi venerable suegra; el co-razón me salta en el pecho hacia la boca y misrodillas se entumecen: algún infortunio ame-naza a los hijos de Príamo. ¡Ojalá que tal noticianunca llegue a mis oídos! Pero mucho temo queel divino Aquiles haya separado de la ciudad ami Héctor audaz, le persiga a él solo por la lla-nura y acabe con el funesto valor que siempre

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tuvo; porque jamás en la batalla se quedó entrela turba de los combatientes, sino que se ade-lantaba mucho y en bravura a nadie cedía.460 Dicho esto, salió apresuradamente del pa-lacio como una loca, palpitándole el corazón, ydos esclavas la acompañaron. Mas, cuandollegó a la torre y a la multitud de gente que a11íse encontraba, se detuvo, y desde el muro re-gistró el campo; en seguida vio a Héctor arras-trado delante de la ciudad, pues los velocescaballos lo arrastraban despiadadamente hacialas cóncavas naves de los aqueos; las tinieblasde la noche velaron sus ojos, cayó de espaldas yse le desmayó el alma. Arrancóse de su cabezalos vistosos lazos, la diadema, la redecilla, latrenzada cinta y el velo que la áurea Afrodita lehabía dado el día en que Héctor se la llevó delpalacio de Eetión, constituyéndole una grandote. A su alrededor hallábanse muchas cuña-das y concuñadas suyas, las cuales la sosteníanaturdida como si fuera a perecer. Cuando vol-

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vió en sí y recobró el aliento, lamentándose condesconsuelo dijo entre las troyanas:477 -¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz! Ambos nacimoscon la misma suerte, tú en Troya, en el palaciode Príamo; yo en Teba, al pie del selvoso Placo,en el alcázar de Eetión, el cual me crió cuandoniña para que fuese desventurada como él.¡Ojalá no me hubiera engendrado! Ahora túdesciendes a la mansión de Hades, en el senode la tierra, y me dejas en el palacio viuda ysumida en triste duelo. Y el hijo, aún infante,que engendramos tú y yo, infortunados... Ni túserás su amparo, oh Héctor, pues has fallecido;ni él el tuyo. Si escapa con vida de la luctuosaguerra de los aqueos, tendrá siempre fatigas ypesares; y los demás se apoderarán de suscampos, cambiando de sitio los mojones. Elmismo día en que un niño queda huérfano,pierde todos los amigos; y en adelante va ca-bizbajo y con las mejillas bañadas en lágrimas.Obligado por la necesidad, dirígese a los ami-gos de su padre, tirándoles ya del manto, ya de

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la túnica; y alguno, compadecido, le alarga unvaso pequeño con el cual mojará los labios, pe-ro no llegará a humedecer la garganta. El niñoque tiene los padres vivos le echa del festín,dándole puñadas a increpándole con injuriosasvoces: "¡Vete, enhoramala!, le dice, que tu padreno come a escote con nosotros". Y volverá a sumadre viuda, llorando, el huérfano Astianacte,que en otro tiempo, sentado en las rodillas desu padre, sólo comía medula y grasa pingüe deovejas, y, cuando se cansaba de jugar y se en-tregaba al sueño, dormía en blanda cama, enbrazos de la nodriza, con el corazón lleno degozo; mas ahora que ha muerto su padre, mu-cho tendrá que padecer Astianacte, a quien lostroyanos llamaban así porque sólo tú, ohHéctor, defendías las puertas y los altos muros.Y a ti, cuando los perros se hayan saciado contu carne, los movedizos gusanos te comerándesnudo, junto a las corvas naves, lejos de tuspadres; habiendo en el palacio vestiduras finasy hermosas, que las esclavas hicieron con sus

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manos. Arrojaré todas estas vestiduras al ar-diente fuego; y ya que no te aprovechen, puesno yacerás en ellas, constituirán para ti un mo-tivo de gloria a los ojos de los troyanos y de lastroyanas.515 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron.

CANTO XXIII *Juegos en honor de Patroclo* Luego Aquiles celebra unos espléndidos fune-rales en honor de Patroclo, mientras ata elcadáver de Hédor por los pies a su carro y se tolleva arrastrándolo por el polvo; y desde enton-ces todos los días, al aparecer la aurora, tovuelve a arrastrar hasta dar tres vueltas alrede-dor del túmulo de Patroclo.

1 Así gemían los troyanos en la ciudad. Losaqueos, una vez llegados a las naves y alHelesponto, se fueron a sus respectivos bajeles.Pero a los mirmidones no les permitió Aquiles

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que se dispersaran; y, puesto en medio de losbelicosos compañeros, les dijo:6 -¡Mirmidones, de rápidos corceles, mis com-pañeros amados! No desatemos del yugo lossolípedos corceles; acerquémonos con ellos ylos carros a Patroclo, y llorémoslo, que éste es elhonor que a los muertos se les debe. Y cuandonos hayamos saciado de triste llanto, desunci-remos los caballos y aquí mismo cenaremostodos.12 Así habló. Ellos seguían a Aquiles en com-pacto grupo y gemían con frecuencia. Y sollo-zando dieron tres vueltas alrededor del cadávercon los caballos de hermoso pelo: Tetis sehallaba entre los guerreros y les excitaba el de-seo de llorar. Regadas de lágrimas quedaron lasarenas, regadas de lágrimas se veían las arma-duras de los hombres. ¡Tal era el héroe, causade fuga para los enemigos, de quien entoncespadecían soledad! Y el Pelida comenzó entreellos el funeral lamento colocando sus manoshomicidas sobre el pecho de su amigo:

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19 -¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en elHades! Ya voy a cumplirte cuanto te prometie-ra: he traído arrastrando el cadáver de Héctor,que entregaré a los perros para que lo despeda-cen cruelmente; y degollaré ante tu pira a docehijos de troyanos ilustres, por la cólera que mecausó tu muerte.24 Dijo; y, para tratar ignominiosamente al di-vino Héctor, lo tendió boca abajo en el polvo,cabe al lecho del Menecíada. Quitáronse todosla luciente armadura de bronce, desuncieronlos corceles de sonoros relinchos, y sentáronseen gran número cerca de la nave del Eácida, elde los pies ligeros, que les dio un banquete fu-neral espléndido. Muchos bueyes blancos, ove-jas y balantes cabras palpitaban al ser degolla-dos con el hierro; gran copia de grasos puercos,de albos dientes, se asaban, extendidos sobre lallama de Hefesto; y en tomo del cadáver la san-gre corría en abundancia por todas partes.33 Los reyes aqueos llevaron al Pelida, el de lospies ligeros, que tenía el corazón afligido por la

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muerte del compáñero, a la tienda de Aga-menón Atrida, después de persuadirlo con mu-cho trabajo; ya en ella, mandaron a los heral-dos, de voz sonora, que pusieron al fuego ungran trípode por si lograban que aquél se lava-se las manchas de sangre y polvo. Pero Aquilesse negó obstinadamente, a hizo, además, un ju-ramento:43 -¡No, por Zeus, que es el supremo y máspoderoso de los dioses! No es justo que el bañomoje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo enla pira, le erija un túmulo y me corte la cabelle-ra; porque un pesar tan grande no volverá la-mas a sentirlo mi corazón mientras me cuenteentre los vivos. Ahora celebremos el triste ban-quete; y, cuando se descubra la aurora, manda,oh rey de hombres, Agamenón, que traiganleña y la coloquen como conviene a un muertoque baja a la región sombría, para que pronto elfuego infatigable consuma y haga desaparecerde nuestra vista el cadáver de Patroclo, y losguerreros vuelvan a sus ocupaciones.

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34 Así dijo; y ellos le escucharon y obedecieron.Dispuesta con prontitud la cena, comieron to-dos, y nadie careció de su respectiva porción.Mas, después que hubieron satisfecho de comi-da y de bebida al apetito, se fueron a dormir asus tiendas. Quedóse el Pelida con muchosmirmidones, dando profundos suspiros, a ori-llas del estruendoso mar, en un lugar limpiodonde las olas bañaban la playa; pero no tardóen vencerlo el sueño, que disipa los cuidadosdel ánimo, esparciéndose suave en torno suyo;pues el héroe había fatigado mucho sus forni-dos miembros persiguiendo a Héctor alrededorde la ventosa Ilio. Entonces vino a encontrarleel alma del mísero Patroclo, semejante en untodo a éste cuando vivía, tanto por su estaturay hermosos ojos, como por las vestiduras quellevaba; y, poniéndose sobre la cabeza de Aqui-les, le dijo estas palabras:69 -¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado?Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora quehe muerto me abandonas. Entiérrame cuanto

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antes, para que pueda pasar las puertas delHades; pues las almas, que son imágenes de losdifuntos, me rechazan y no me permiten queatraviese el río y me junte con ellas; y de estemodo voy errante por los alrededores del pala-cio, de anchas puertas, de Hades. Dame la ma-no, te lo pido llorando; pues ya no volveré delHades cuando hayáis entregado mi cadáver alfuego. Ni ya, gozando de vida, conversaremosseparadamente de los amigos; pues me devoróla odiosa muerte que el hado, cuando nací, medeparara. Y tu destino es también, oh Aquilessemejante a los dioses, morir al pie de los mu-ros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré yencargaré, por si quieres complacerme. No de-jes mandado, oh Aquiles, que pongan tus hue-sos separados de los míos: ya que juntos noshemos criado en tu palacio, desde que Meneciome llevó de Opunte a vuestra casa por un de-plorable homicidio -cuando encolerizándomeen el juego de la taba maté involuntariamenteal hijo de Anfidamante-, y el caballero Peleo me

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acogió en su morada, me crió con regalo y menombró tu escudero; así también, una mismaurna, la ánfora de oro que te dio tu venerandamadre, guarde nuestros huesos.93 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:94 -¿Por qué, cabeza querida, vienes a encar-garme estas cosas? Te obedeceré y lo cumplirétodo como lo mandas. Pero acércate y abracé-monos, aunque sea por breves instantes, parasaciarnos de triste llanto.99 En diciendo esto, le tendió los brazos, perono consiguió asirlo: disipóse el alma cual sifuese humo y penetró en la tierra dando chilli-dos. Aquiles se levantó atónito, dio una palma-da y exclamó con voz lúgubre:103 -¡Oh dioses! Cierto es que en la morada deHades quedan el alma y la imagen de los quemueren, pero la fuerza vital desaparece porentero. Toda la noche ha estado cerca de mí elalma del mísero Patroclo, derramando lágrimasy despidiendo suspiros, para encargarme to

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que debo hacer; y era muy semejante a él cuan-do vivía.108 Así dijo, y a todos les excitó el deseo dellorar. Todavía se hallaban alrededor del cadá-ver, sollozando lastimeramente, cuando des-puntó la Aurora de rosáceos dedos. Entonces elrey Agamenón mandó que de todas las tiendassaliesen hombres con mulos para ir por leña; ya su frente se puso un varón excelente, Merio-nes, escudero del valeroso Idomeneo. Los mu-los iban delante; tras ellos caminaban los hom-bres, llevando en sus manos hachas de cortarmadera y sogas bien torcidas; y así subieron ybajaron cuestas, y recorrieron atajos y veredas.Mas, cuando llegaron a los bosques del Ida,abundante en manantiales, se apresuraron acortar con el afilado bronce encinas de alta copaque caían con estrépito. Los aqueos las partie-ron en rajas y las cargaron sobre los mulos. Enseguida éstos, midiendo con sus pasos la tierra,volvieron atrás por los espesos matorrales, de-seosos de regresar a la llanura. Todos los leña-

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dores llevaban troncos, porque así to había or-denado Meriones, escudero del valeroso Ido-meneo. Y los fueron dejando sucesivamente enun sitio de la orilla del mar, que Aquiles indicópara que a11í se erigiera el gran túmulo de Pa-troclo y de sí mismo.127 Después que hubieron descargado la in-mensa cantidad de leña, se sentaron todos jun-tos y aguardaron. Aquiles mandó en seguida alos belicosos mirmidones que tomaran las ar-mas y uncieran los caballos; y ellos se levanta-ron, vistieron la armadura, y los caudillos y susaurigas montaron en los carros. Iban éstos alfrente, seguíales la nube de la copiosa in-fantería, y en medio los amigos llevaban a Pa-troclo, cubierto de cabello que en su honor sehabían cortado. El divino Aquiles sosteníale lacabeza, y estaba triste porque despedía para elHades al eximio compañero.138 Cuando llegaron al lugar que Aquiles lesseñaló, dejaron el cadáver en el suelo, y en se-guida amontonaron abundante leña. Entonces

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el divino Aquiles, el de los pies ligeros, tuvootra idea: separándose de la pira, se cortó larubia cabellera, que conservaba espléndidapara ofrecerla al río Esperqueo; y exclamó ape-nado, fijando los ojos en el vinoso ponto:144 -¡Esperqueo! En vano mi padre Peleo tehizo el voto de que yo, al volver a la tierra pa-tria, me cortaría la cabellera en tu honor y teinmolaría una sacra hecatombe de cincuentacarneros cerca de tus fuentes, donde están elbosque y el perfumado altar a ti consagrados.Tal voto hizo el anciano, pero tú no has cum-plido su deseo. Y ahora, como no he de volver ala tierra patria, daré mi cabellera al héroe Pa-trocio para que se la lleve consigo.152 Habiendo hablado así, puso la cabellera enlas manos del compañero querido, y a todos lesexcitó el deseo de llorar. Y entregados al llantolos dejara el sol al ponerse, si Aquiles no sehubiese acercado a Agamenón para decirle:156 -¡Atrida! Puesto que la gente aquea to obe-decerá más que a nadie, y tiempo habrá para

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saciarse de llanto, aparta de la pira a los guerre-ros y mándales que preparen la cena; y de toque resta nos cuidaremos nosotros, a quienescorresponde de un modo especial honrar almuerto. Quédense tan sólo los caudillos.161 Al oírlo, el rey de hombres, Agamenón,despidió la gente para que volviera a las navesbien proporcionadas; y los que cuidaban delfuneral amontonaran leña, levantaron una pirade cien pies por lado, y, con el corazón alligido,pusieron en lo alto de ella el cuerpo de Patro-cio. Delante de la pira mataron y desollaronmuchas pingües ovejas y flexípedes bueyes decurvas astas; y el magnánimo Aquiles tomó lagrasa de aquéllas y de éstos, cubrió con la mis-ma el cadáver de pies a cabeza, y hacinó alre-dedor los cuerpos desollados. Llevó también ala pira dos ánforas, llenas respectivamente demiel y de aceite, y las abocó al lecho; y, ex-halando profundos suspiros, arrojó a la hogue-ra cuatro corceles de erguido cuello. Nueveperros tenía el rey que se alimentaban de su

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mesa, y, degollando a dos, echólos igualmenteen la pira. Siguiéronles doce hijos valientes detroyanos ilustres, a quienes mató con el bronce,pues el héroe meditaba en su corazón accionescrueles. Y entregando la pira a la violencia in-domable del fuego para que la devorara, gimióy nombró al compañero amado:179 -¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en elHades! Ya te cumplo cuanto te prometí. El fue-go devora contigo a doce hijos valientes de tro-yanos ilustres; y a Héctor Priámida no le entre-garé a la hoguera para que to consuma, sino alos perros.184 Así dijo en son de amenaza. Pero los canesno se acercaron a Héctor. La diosa Afrodita,hija de Zeus, los apartó día y noche, y ungió elcadáver con un divino aceite rosado para queAquiles no lo lacerase al arrastrarlo. Y FeboApolo cubrió el espacio ocupado por el muertocon una sombna nube que hizo pasar del cielo ala llanura, a fin de que el ardor del sol no secarael cuerpo, con sus nervios y miembros.

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192 En tanto, la pira en que se hallaba el cadá-ver de Patroclo no ardía. Entonces el divinoAquiles, el de los pies ligeros, tuvo otra idea:apartóse de la pira, oró a los vientos Bóreas yCéfiro y votó ofrecerles solemnes sacrificios; y,haciéndoles repetidas libaciones con una copade oro, les rogó que acudieran para que la leñaardiese bien y los cadáveres fueran consumidosprestamente por el fuego. La veloz Iris oyó lassúplicas, y fue a avisar a los vientos, que esta-ban reunidos celebrando un banquete en lamorada del impetuoso Céfiro. Iris llegó co-rriendo y se detuvo en el umbral de piedra. Asíque la vieron, levantáronse todos, y cada uno la¡lamaba a su lado. Pero ella no quiso sentarse, ypronunció estas palabras:205 -No puedo sentarme; porque voy, por cimade la corriente del Océano, a la tierra de losetíopes, que ahora ofrecen hecatombes a losinmortales, para entrar a la parte en los sacrifi-cios. Aquiles ruega al Bóreas y al estruendosoCéfiro, prometiéndoles solemnes sacrificios,

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que vayan y hagan arder la pira en que yacePatroclo, por el cual gimen los aqueos todos.212 Habló así y fuese. Los vientos se levantaroncon inmenso ruido, esparciendo las nubes; pa-saron por cima del ponto, y las olas crecían alimpulso del sonoro soplo, llegaron, por fin, a lafértil Troya, cayeron en la pira y el fuego abra-sador bramó grandemente. Durante toda lanoche, los dos vientos, soplando con agudossilbidos, agitaron la llama de la pira, durantetoda la noche, el veloz Aquiles, sacando vino deuna cratera de oro, con una copa de doble asa,to vertió y regó la tierra, a invocó el alma delmísero Patroclo. Como solloza un padre, que-mando los huesos del hijo recién casado, cuyamuerte ha sumido en el dolor a sus progenito-res, de igual modo sollozaba Aquiles al quemarlos huesos del amigo; y, arrastrándose en tornode la hoguera, gemía sin cesar.226 Cuando el lucero de la mañana apareciósobre la tierra anunciando el día, y poco des-pués la aurora, de azafranado velo, se esparció

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por el mar, apagábase la hoguera y moría lallama. Los vientos regresaron a su morada porel ponto de Tracia, que gemía a causa de la hin-chazón de las olas alborotadas, y el Pelida,habiéndose separado un poco de la pira,acostóse, rendido de cansancio, y el dulce sue-ño le venció. Pronto los caudillos se reunieronen gran número alrededor del Atrida; y el albo-roto y ruido que hacían al llegar despertaron aAquiles. Incorporóse el héroe; y, sentándose, lesdijo estas palabras:236 -¡Atrida y demás príncipes de los aqueostodos! Primeramente apagad con negro vinocuanto de la pira alcanzó la violencia del fuego;recojamos después los huesos de Patroclo Me-necíada, distinguiéndolos bien -fácil será reco-nocerlos, porque el cadáver estaba en medio dela pira y en los extremos se quemaron confun-didos hombres y caballos-, y pongámoslos enuna urna de oro, cubiertos por doble capa degrasa donde se guarden hasta que yo desciendaal Hades. Quiero que le erijáis un túmulo no

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muy grande, sino cual corresponde al muerto; ymás adelante, aqueos, los que estéis vivos en lasnaves de muchos bancos cuando yo muera, ha-cedIo anchuroso y alto.249 Así dijo, y ellos obedecieron al Pelión, depies ligeros. Primeramente apagaron con negrovino la parte de la pira a que alcanzó la llama, yla ceniza cayó en abundancia; después recogie-ron, llorando, los blancos huesos del dulce ami-go y los encerraron en una urna de oro, cubier-tos por doble capa de grasa; dejaron la urna enla tienda, tendiendo sobre la misma un sutilvelo; trazaron el ámbito del túmulo en torno dela pira, echaron los cimientos, a inmediatamen-te amontonaron la tierra que antes habían exca-vado. Y, erigido el túmulo, volvieron a su sitio.Aquiles detuvo al pueblo y le hizo sentar, for-mando un gran circo; y al momento sacó de lasnaves, para premio de los que vencieren en losjuegos, calderas, trípodes, caballos, mulos, bue-yes de robusta cabeza, mujeres de hermosacintura y luciente hierro.

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262 Empezó exponiendo los premios destina-dos a los veloces aurigas: el que primero llegarase llevaría una mujer diestra en primorosaslabores y un trípode con asas, de veintidós me-didas; para el segundo ofreció una yegua deseis años, indómita, que llevaba en su vientreun feto de mulo; para el tercero, una hermosacaldera no puesta al fuego y luciente aún, cuyacapacidad era de cuatro medidas; para el cuar-to, dos talentos de oro; y para el quinto, un va-so con dos asas no puesto al fuego todavía. Y,estando en pie, dijo a los argivos:272 -¡Atrida y demás aqueos de hermosas gre-bas! Estos premios que en medio he colocadoson para los aurigas. Si los juegos se celebraranen honor de otro difunto, me llevaría a mi tien-da los mejores. Ya sabéis cuánto mis caballosaventajan en ligereza a los demás, porque soninmortales: Posidón se los regaló a mi padrePeleo, y éste me los ha dado a mí. Pero yo mequedaré, y también los solípedos corceles, por-que perdieron al ilustre y benigno auriga que

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tantas veces derramó aceite sobre sus crines,después de lavarlos con agua pura. Ambos,habiéndose quedado quietos, sienten soledadde él; y con las crines colgando hasta tocar latierra permanecen en pie y afligidos en su co-razón. ¡Adelantaos, pues, los aqueos que confi-éis en vuestros corceles y sólidos carros!287 Así hablo el Pelida, y los veloces aurigas sereunieron. Levantóse mucho antes que nadie elrey de hombres Eumelo, hijo amado de Adme-to, que descollaba en el arte de guiar el carro.Presentóse después el fuerte Diomedes Tidida,el cual puso el yugo a los corceles de Tros, quehabía quitado a Eneas cuando Apolo salvó aeste héroe. Alzóse luego el rubio Menelao Atri-da, del linaje de Zeus, y unció al carro una ye-gua y un caballo veloces: Eta, propia de Aga-menón, y Podargo, que era suyo. Había dado layegua a Agamenón, como presente, Equepolo,hijo de Anquises, por no seguirle a la ventosaIlio y gozar tranquilo en la vasta Sición, dondemoraba, de la abundante riqueza que Zeus le

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había concedido; ésta fue la yegua que Menelaounció al yugo, la cual estaba deseosa de corren-Fue el cuarto en aparejar los corceles de hermo-so pelo Antíloco, hijo ilustre del magnánimorey Néstor Nelida: de su carro tiraban caballosde Pilos, de pies ligeros. Y su padre se le acercóy empezó a darle buenos consejos, aunque no lefaltaba inteligencia:306 -¡Antíloco! Si bien eres joven, Zeus y Po-sidón to quieren y to han enseñado todo el artedel auriga. No es preciso, por tanto, que yo loinstruya. Sabes perfectamente cómo los caba-llos deben dar la vuelta en torno de la meta,pero tus corceles son los más lentos en correr, ytemo que algún suceso desagradable ha de ocu-rrirte. Empero, si otros caballos son más velo-ces, sus conductores no to aventajan en obrarsagazmente. Ea, pues, querido, piensa en em-plear toda clase de habilidades para que lospremios no se to escapen. El leñador más hacecon la habilidad que con la fuerza; con su habi-lidad el piloto gobierna en el vinoso ponto la

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veloz nave combatida por los vientos; y con suhabilidad puede un auriga vencer a otro. El queconfía en sus caballos y en su carro les hace darvueltas imprudentemente acá y acullá, y luegolos corceles divagan en la carrera y no los pue-de sujetar, mas el que conoce los arbitrios delarte y guía caballos inferiores clava los ojoscontinuamente en la meta, da la vuelta cerca dela misma, y no le pasa inadvertido cuándo debeaguijar a aquéllos con el látigo de piel de buey:así los domina siempre, a la vez que observa aquien le precede. La meta de ahora es muy fácilde conocer, y voy a indicártela para que no de-jes de verla. Un tronco seco de encina o de pino,que la lluvia no ha podrido aún, sobresale uncodo de la tierra; encuéntranse a uno y otrolado del mismo, cuando el camino acaba, sen-das piedras blancas; y luego el terreno es llanopor todas partes y propio para las carreras decarros: el tronco debe de haber pertenecido a latumba de un hombre que ha tiempo murió, ofue puesto como mojón por los antiguos; y aho-

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ra el divino Aquiles, el de los pies ligeros, to haelegido por meta. Acércate a ésta y den la vuel-ta casi tocándola carro y caballos; y tú inclínateen el fuerte asiento hacia la izquierda y animacon imperiosas voces al corcel del otro ladoafojándole las riendas. El caballo izquierdo seaproxime tanto a la meta, que parezca que elcubo de la bien construida rueda haya de llegaral tronco, pero guárdate de chocar con la pie-dra: no sea que hieras a los corceles, rompas elcarro y causes el regocijo de los demás y la con-fusión de ti mismo. Procura, oh querido, sercauto y prudente. Pero, si aguijando los caba-llos, logras dar la vuelta a la meta, ya nadie seto podrá anticipar ni alcanzarte siquiera, aun-que guíe al divino Arión -el veloz caballo deAdrasto, que descendía de un dios- o sea arras-trado por los corceles de Laomedonte, que secriaron aquí tan excelentes.349 Así dijo Néstor Nelida, y volvió a sentarsecuando hubo enterado a su hijo de to más im-portante de cada cosa.

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351 Meriones fue el quinto en aparejar los caba-llos de hermoso pelo. Subieron los aurigas a loscarros y echaron suertes en un casco que agita-ba Aquiles. Salió primero la de Antíloco Nestó-rida; después, la del rey Eumelo; luego, la deMenelao Atrida, famoso por su lanza; en segui-da, la de Meriones; y por último, la del Tidida,que era el más hábil. Pusiéronse en fila, y Aqui-les les indicó la meta a to lejos, en el terrenollano; y encargó a Fénix, escudero de su padre,que se sentara cerca de aquélla como observa-dor de la carrera, a fin de que, reteniendo en lamemoria cuanto ocurriese, les dijese luego laverdad.362 Todos a un tiempo levantaron el látigo,dejáronlo caer sobre los caballos y los animaroncon ardientes voces. Y éstos, alejándose de lasnaves, corrían por la llanura con suma rapidez;la polvareda que levantaban envolvíales el pe-cho como una nube o un torbellino, y las crinesondeaban al soplo del viento. Los carros unasveces tocaban al fértil suelo, y otras daban sal-

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tos en el aire; los aurigas permanecían en losasientos con el corazón palpitante por el deseode la victoria; cada cual animaba a sus corceles,y éstos volaban, levantando polvo, por la llanu-ra.373 Mas, cuando los veloces caballos llegaron ala segunda mitad de la carrera y ya volvíanhacia el espumoso mar, entonces se mostró lapericia de cada conductor, pues todos aquéllosempezaron a galopar. Venían delante las ye-guas, de pies ligeros, de Eumelo Feretíada. Se-guíanlas los caballos de Diomedes, procedentesde los de Tros; y estaban tan cerca del primercarro, que parecía que iban a subir en él: con sualiento calentaban la espalda y anchos hombrosde Eumelo, y volaban poniendo la cabeza sobreel mismo. Diomedes le hubiera pasado delante,o por to menos hubiera conseguido que la vic-toria quedase indecisa si Febo Apolo, que es-taba irritado con el hijo de Tideo, no le hubiesehecho caer de las manos el lustroso látigo. Afli-gióse el héroe, y las lágrimas humedecieron sus

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ojos al ver que las yeguas corrían más que ante-s, y en cambio sus caballos aflojaban, porque yano sentían el azote. No le pasó inadvertido aAtenea que Apolo jugara esta treta al Tidida; y,corriendo hacia el pastor de hombres, devolvió-le el látigo, a la vez que daba nuevos bríos a suscaballos. Y la diosa, irritada, se encaminó almomento hacia el hijo de Admeto y le rompióel yugo: cada yegua se fue por su lado, fuera decamino; el timón cayó a tierra, y el héroe vino alsuelo, junto a una rueda, hirióse en los codos,boca y narices, se rompió la frente por encimade las cejas, se le arrasaron los ojos de lágrimas,y la voz, vigorosa y sonora, se le cortó. El Tidi-da guió los solípedos caballos, desviándolos unpoco, y se adelantó un gran espacio a todos losdemás; porque Atenea dio vigor a sus corcelesy le concedió a él la gloria del triunfo. Seguíaleel rubio Menelao Atrida. E inmediato a él ibaAntíloco, que animaba a los caballos de su pa-dre:

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403 -Corred y alargad el paso cuanto podáis.No os mando que compitáis con aquéllos, conlos caballos del aguerrido Tidida, a los cualesAtenea dio ligereza, concediéndole a él la gloriadel triunfo. Mas alcanzad pronto a los corcelesdel Atrida y no os quedéis rezagados para queno os avergüence Eta con ser hembra. ¿Por quéos atrasáis, excelentes caballos? Lo que os voy adecir se cumplirá: se acabarán para vosotros loscuidados en el palacio de Néstor, pastor dehombres, y éste os matará en seguida con elagudo bronce si por vuestra desidia nos lleva-mos el peor premio. Seguid y apresuraos cuan-to podáis. Y yo pensaré cómo, valiéndome de laastucia, me adelanto en el lugar donde se estre-cha el camino; no se me escapará la ocasión.417 Así dijo. Los corceles, temiendo la amenazade su señor, corrieron más diligentemente unbreve rato. Pronto el belicoso Antíloco alcanzóa descubrir el punto más estrecho del camino-había allí una hendedura de la tierra, produ-cida por el agua estancada durante el invierno,

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la cual robó parte de la senda y cavó el suelo-, ypor aquel sitio guiaba Menelao sus corceles,procurando evitar el choque con los demás ca-rros. Pero Antíloco, torciendo la rienda a sus ca-ballos, sacó el carro fuera del camino, y por unlado y de cerca seguía a Menelao. El Atridatemió un choque, y le dijo gritando:426 -¡Antíloco! De temerario modo guías el ca-rro. Detén los corceles; que ahora el camino esangosto, y en seguida, cuando sea más ancho,podrás ganarme la delantera. No sea que cho-quen los carros y seas causa de que recibamosdaño.429 Así dijo. Pero Antíloco, como si no le oyese,hacía correr más a sus caballos picándolos conel aguijón. Cuanto espacio recorre el disco quetira un joven desde lo alto de su hombro paraprobar la fuerza, tanto aquéllos se adelantaron.Las yeguas del Atrida cejaron, y él mismo, vo-luntariamente, dejó de avivarlas; no fuera quelos solípedos caballos, tropezando los unos conlos otros, volcaran los fuertes carros, y ellos

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cayeran en el polvo por el anhelo de alcanzar lavictoria. Y el rubio Menelao, reprendiendo aAntíloco, exclamó:439 -¡Antíloco! Ningún mortal es más funestoque tú. Ve enhoramala; que los aqueos no está-bamos en to cierto cuando to teníamos por sen-sato. Pero no te llevarás el premio sin que antesjures.442 Después de hablar así, animó a sus caballoscon estas palabras:443 -No aflojéis el paso, ni tengáis el corazónafligido. A aquéllos se les cansarán los pies ylas rodillas antes que a vosotros, pues ya ambospasaron de la edad juvenil.446 Así dijo. Los corceles, temiendo la amenazade su señor, corrieron más diligentemente, ypronto se hallaron cerca de los otros.448 Los argivos, sentados en el circo, no quita-ban los ojos de los caballos; y éstos volaban,levantando polvo por la llanura. Idomeneo,caudillo de los cretenses, fue quien distinguióantes que nadie los primeros corceles que lle-

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gaban; pues era el que estaba en el sitio másalto por haberse sentado en un altozano, fueradel circo. Oyendo desde lejos la voz del aurigaque animaba a los corceles, la reconoció; y almomento vio que corría, adelantándose a losdemás, un caballo magnífico, todo bermejo, conuna mancha en la frente, blanca y redonda co-mo la luna. Y poniéndose en pie, dijo estas pa-labras a los argivos:457 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de losargivos! ¿Veo los caballos yo solo o tambiénvosotros? Paréceme que no son los mismos deantes los que vienen delanteros, ni el mismo elauriga: deben de haberse lastimado en la llanu-ra las yeguas que poco ha eran vencedoras. Lasvi cuando doblaban la meta; pero ahora nopuedo distinguirlas, aunque registro con misojos todo el campo troyano. Quizá las riendasse le fueron al auriga, y, siéndole imposiblegobernar las yeguas al llegar a la meta, no diofelizmente la vuelta: me figuro que habrá caído,el carro estará roto, y las yeguas, dejándose

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llevar por su ánimo enardecido, se habrán echa-do fuera del camino. Pero levantaos y mirad,pues yo no lo distingo bien: paréceme que elque viene delante es un varón etolio, el fuerteDiomedes, hijo de Tideo, domador de caballos,que reina sobre los argivos.473 Y el veloz Ayante de Oileo increpóle coninjuriosas voces:474 -¡ldomeneo! ¿Por qué charlas antes de todebido? Las voladoras yeguas vienen corriendoa lo lejos por la llanura espaciosa. Tú no eres elmás joven de los argivos, ni tu vista es la mejor,pero siempre hablas mucho y sin substancia.Preciso es que no seas tan gárrulo, estando pre-sentes otros que to son superiores. Esas yeguasque aparecen las primeras son las de antes, lasde Eumelo, y él mismo viene en el carro y tienelas riendas.482 El caudillo de los cretenses le respondióenojado:483 -Ayante, valiente en la injuria, detractor;pues en todo lo restante estás por debajo de los

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argivos a causa de tu espíritu perverso. Apos-temos un trípode o una caldera y nombremosárbitro al Atrida Agamenón para que manifies-te cuáles son las yeguas que vienen delante y túlo aprendas perdiendo la apuesta.488 Así habló. En seguida el veloz Ayante deOileo se alzó colérico para contestarle con pala-bras duras. Y la contienda habría pasado másadelante entre ambos, si el propio Aquiles, le-vantándose, no les hubiese dicho:492 -¡Ayante a Idomeneo! No alterquéis conpalabras duras y pesadas, porque no es decoro-so; y vosotros mismos os irritaríais contra elque así to hiciera. Sentaos en el circo y fijad la.vista en los caballos, que pronto vendrán aquípor el anhelo de alcanzar la victoria, y sabréiscuáles corceles argivos son los delanteros ycuáles los rezagados.499 Así dijo; el Tidida, que ya se había acercadoun buen trecho, aguijaba a los corceles, y cons-tantemente les azotaba la espalda con el látigo,y ellos, levantando en alto los pies, recorrían

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velozmente el camino y rociaban de polvo alauriga. El carro, guarnecido de oro y estaño,corría arrastrado por los veloces caballos y lasllantas casi no dejaban huella en el tenue polvo.¡Con tal ligereza volaban los corceles! CuandoDiomedes llegó al circo, detuvo el luciente ca-rro; copioso sudor corría de la cerviz y del pe-cho de los corceles hasta el suelo, y el héroe,saltando a tierra, dejó el látigo colgado del yu-go. Entonces no anduvo remiso el esforzadoEsténelo, sino que al instante tomó el premio yto entregó a los magnánimos compañeros; ymientras éstos conducían la cautiva a la tienday se llevaban el trípode con asas, desunció delcarro a los corceles.514 Después de Diomedes llegó Antíloco, des-cendiente de Neleo, el cual se había anticipadoa Menelao por haber usado de fraude y no porla mayor ligereza de su carro; pero, así y todo,Menelao guiaba muy cerca de él los veloces ca-ballos. Cuando el corcel dista de las ruedas delcarro en que lleva a su señor por la llanura (las

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últimas cerdas de la cola tocan la llanta y uncorto espacio los separa mientras aquél correpor el campo inmenso): tan rezagado estabaMenelao del eximio Antíloco; pues, si bien alprincipio se quedó a la distancia de un tiro dedisco, pronto volvió a alcanzarle porque elfuerte vigor de la yegua de Agamenón, de Etá,de hermoso pelo, iba aumentando. Y si la carre-ra hubiese sido más larga, el Atrida se le habríaadelantado, sin dejar dudosa la victoria.- Me-riones, el buen escudero de Idomeneo, seguía alínclito Menelao, como a un tiro de lanza; puessus corceles, de hermoso pelo, eran más tardosy él muy poco diestro en guiar el carro en uncertamen.- Presentóse, por último, el hijo deAdmeto tirando de su hermoso carro y condu-ciendo por delante los caballos. Al verlo, el di-vino Aquiles, el de los pies ligeros, se compa-deció de él, y dirigió a los argivos estas aladaspalabras:536 -Viene el último con los solípedos caballosel varón que más descuella en guiarlos. Ea,

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démosle, como es justo, el segundo premio, yllévese el primero el hijo de Tideo.539 Así habló y todos aplaudieron lo que pro-ponía. Y le hubiese entregado la yegua -pueslos aqueos lo aprobaban-, si Antíloco, hijo delmagnánimo Néstor, no se hubiera levantadopara decir con razón al Pelida Aquiles:544 -¡Oh Aquiles! Mucho me irritaré contigo sillevas a cabo to que dices. Vas a quitarme elpremio, atendiendo a que recibieron daño sucarïo y los veloces corceles y él es esforzado,pero tenía que rogar a los inmortales y no habr-ía llegado el último de todos. Si le compadecesy es grato a to corazón, como hay en tu tiendaabundante oro y posees bronce, rebaños, escla-vas y solípedos caballos, entrégale, tomándolode estas cosas, un premio aún mejor que éste,para que los aqueos to alaben. Pero la yegua nola daré, y pruebe de quitármela quien deseellegar a las manos conmigo.555 Así habló. Sonrióse el divino Aquiles, el delos pies figeros, holgándose de que Antíloco se

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expresara en tales términos, porque era amigosuyo; y en respuesta, díjole estas aladas pala-bras:558 -¡Antíloco! Me ordenas que dé a Eumelootro premio, sacándolo de mi tienda, y así loharé. Voy a entregarle la coraza de bronce quequité a Asteropeo, la cual tiene en sus orillasuna franja de luciente estaño, y constituirá paraél un presente de valor.563 Dijo, y mandó a Automedonte, el compañe-ro querido, que la sacara de la tienda; fue éste yllevósela; y Aquiles la puso en las manos deEumelo, que la recibió alegremente.566 Pero levantóse Menelao, afligido en su co-razón y muy irritado contra Antíloco. El heral-do le dio el cetro, y ordenó a los argivos quecallaran. Y el varón igual a un dios habló di-ciendo:570 -¡Antíloco! Tú, que antes eras sensato, ¿quéhas hecho? Desluciste mi habilidad y atrope-llaste mis corceles, haciendo pasar delante a lostuyos, que son mucho peores. ¡Ea, capitanes y

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príncipes de los argivos! Juzgadnos impar-cialmente a entrambos: no sea que alguno delos aqueos, de broncíneas corazas, exclame:"Menelao, violentando con mentiras a Antíloco,ha conseguido llevarse la yegua, a pesar de lainferioridad de sus corceles, por ser más valien-te y poderoso." Y si queréis, yo mismo lo deci-diré; y creo que ningún dánao me podrá re-prender, porque el fallo será justo. Ea, Antíloco,alumno de Zeus, ven aquí y, puesto, como escostumbre, delante de los caballos y el carro,teniendo en la mano el flexible látigo con quelos guiabas y tocando los corceles, jura, por elque ciñe y sacude la tierra, que si detuviste micarro fue involuntariamente y sin dolo.586 Respondióle el prudente Antíloco:587 -Perdóname, oh rey Menelao, pues soy másjoven y tú eres mayor y más valiente. No te sondesconocidas las faltas que comete un mozo,porque su pensamiento es rápido y su juicioescaso. Apacígüese, pues, tu corazón: yo mismote cedo la yegua que he recibido; y, si de cuanto

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tengo me pidieras algo de más valor que estepremio, preferina dártelo en seguida, oh alum-no de Zeus, a perder para siempre tu afecto yser culpable delante de los dioses.596 Así habló el hijo del magnánimo Néstor, y,conduciendo la yegua adonde estaba el Atrida,se la puso en la mano. A éste se le alegró el al-ma: como el rocío cae en torno de las espigascuando las mieses crecen y los campos se eri-zan, del mismo modo, oh Menelao, tu espírituse bañó en gozo. Y, respondiéndole, pronuncióestas aladas palabras:602 -¡Antíloco! Aunque estaba irritado, seré yoquien ceda; porque hasta aquí no has sido im-prudente ni ligero y ahora la juventud venció ala razón. Absténte en lo sucesivo de querer en-gañar a los que to son superiores. Ningún otroaqueo me ablandaría tan pronto, pero has pa-decido y trabajado mucho por mi causa, y tupadre y tu hermano también; accederé, pues, atus súplicas y te daré la yegua, que es mía, para

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que éstos sepan que mi corazón no fue nunca nisoberbio ni cruel.612 Dijo; entregó a Noemón, compañero deAntíloco, la yegua para que se la llevara, ytomó la reluciente caldera. Meriones, que habíallegado el cuarto, recogió los dos talentos deoro. Quedaba el quinto premio, el vaso con dosasas; y Aquiles levantólo, atravesó el circo y loofreció a Néstor con estas palabras:618 -Toma, anciano; sea tuyo este presente co-mo recuerdo de los funerales de Patroclo, aquien no volverás a ver entre los argivos. Tedoy el premio porque no podrás ser parte ni enel pugilato, ni en la lucha, ni en el certamen delos dardos, ni en la carrera, que ya to abruma lavejez penosa.624 Así diciendo, se to puso en las manos.Néstor recibiólo con alegría, y respondió conestas aladas palabras:626 -Sí, hijo, oportuno es cuanto acabas de de-cir. Ya mis miembros no tienen el vigor de an-tes, ni mis pies, ni mis brazos se mueven ágiles

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a partir de los hombros. Ojalá fuese tan joven ymis fuerzas tan robustas como cuando los epe-os enterraron en Buprasio al poderoso Amarin-ceo, y los hijos de éste sacaron premios para losjuegos que debían celebrarse en honor del rey.Allí ninguno de los epeos, ni de los pilios, ni delos magnánimos etolios, pudo igualarse conmi-go. Vencí en el pugilato a Clitomedes, hijo deÉnope, y en la lucha a Anceo Pleuronio, queosó afrontarme; en la carrera pasé delante deIficlo, que era robusto; y en arrojar la lanza su-peré a Fileo y a Polidoro. Sólo los hijos de Áctormé dejaron atrás con su carro porque eran dos;y me disputaron la victoria a causa de habersereservado los mejores premios para este juego.Eran aquéllos hermanos gemelos, y el uno go-bernaba con firmeza los caballos, sí, gobernabacon firmeza los caballos, mientras el otro con ellátigo los aguijaba. Así era yo en aquel tiempo.Ahora los más jóvenes entren en las luchas; queya debo ceder a la triste senectud, aunque en-tonces sobresaliera entre los héroes. Ve y con-

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tinúa celebrando los juegos fúnebres de tu ami-go. Acepto gustoso el presente, y se me alegrael corazón al ver que to acuerdas siempre delbuen Néstor y nó dejas de advertir con qué ho-nores he de ser honrado entre los aqueos. Lasdeidades to concedan por ello abundantes gra-cias.651 Así habló; y el Pelida, oído todo el elogioque de él hizo el Nelida, fuese por entre la mu-chedumbre de los aqueos. En seguida sacó lospremios del duro pugilato: condujo al circo yató en medio de él una mula de seis años, cerril,difícil de domar, que había de ser sufridora deltrabajo; y puso para el vencido una copa dedoble asa. Y, estando en pie, dijo a los argivos:658 -¡Atrida y demás aqueos de hermosas gre-bas! Invitemos a los dos varones que sean másdiestros, a que levanten los brazos y combatana puñadas por estos premios. Aquél a quienApolo conceda la victoria, reconociéndolo asítodos los aqueos, conduzca a su tienda la mula

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sufridora del trabajo; el vencido se llevará lacopa de doble asa.664 Así habló. Levantóse al instante un varónfuerte, alto y experto en el pugilato: Epeo, hijode Panopeo. Y, poniendo la mano sobre la mulapaciente en el trabajo, dijo:667 -Acérquese el que haya de llevarse la copade doble asa, pues no creo que ningún aqueoconsiga la mula, si ha de vencerme en el pugila-to. Me glorío de mantenerlo mejor que nadie.¿No basta acaso que sea inferior a otros en labatalla? No es posible que un hombre sea dies-tro en todo. Lo que voy a decir se cumplirá: alcampeón que se me oponga le rasgaré la piel yle aplastaré los huesos; los que de él hayan decuidar quédense aquí reunidos, para llevárselocuando sucumba a mis manos.676 Así se expresó. Todos enmudecieron yquedaron silenciosos. Y tan sólo se levantó paraluchar con él Euríalo, varón igual a un dios, hijodel rey Mecisteo Talayónida, el cual fue a Tebacuando murió Edipo y en los juegos fúnebres

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venció a todos los cadmeos. El Tidida, famosopor su lanza, animaba a Euríalo con razones,pues tenía un gran deseo de que alcanzara lavictoria, y le ayudaba a disponerse para la lu-cha: atóle el cinturón y le dio unas bien corta-das correas de piel de buey salvaje. Ceñidosambos contendientes, comparecieron en mediodel circo, levantaron las robustas manos, aco-metiéronse y los fornidos brazos se entrelaza-ron. Crujían de un modo horrible las mandíbu-las y el sudor brotaba de todos los miembros. Eldivino Epeo, arremetiendo, dio un golpe en lamejilla de su rival que le espiaba; y Euríalo nosiguió en pie largo tiempo, porque sus hermo-sos miembros desfallecieron. Como, en-crespándose la mar al soplo del Bóreas, salta unpez en la orilla poblada de algas y las negrasolas to cubren en seguida, así Euríalo, al recibirel golpe, dio un salto hacia atrás. Pero elmagnánimo Epeo, cogiéndole por las manos, lolevantó; rodeáronle los compañeros y se to lle-varon del circo -arrastraba los pies, escupía

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espesa sangre y la cabeza se le inclinaba a unlado; sentáronle entre ellos, desvanecido, y fue-ron a recoger la copa doble.700 El Pelida sacó después otros premios parael tercer juego, la penosa lucha, y se los mostróa los dánaos: para el vencedor un gran trípode,apto para ponerlo al fuego, que los aqueosapreciaban en doce bueyes; para el vencido,una mujer diestra en muchas labores y valora-da en cuatro bueyes, que sacó en medio deellos. Y, estando en pie, dijo a los argivos:707 -Levantaos, los que hayáis de entrar en estalucha.708 Así habló. Alzóse en seguida el gran Ayan-te Telamonio y luego el ingenioso Ulises, fe-cundo en ardides. Puesto el ceñidor, fueron aencontrarse en medio del circo y se cogieroncon los robustos brazos como se enlazan lasvigas que un ilustre artífice une, al construiralto palacio, para que resistan el embate de losvientos. Sus espaldas crujían, estrechadas fuer-temente por los vigorosos brazos; copioso su-

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dor les brotaba de todo el cuerpo; muchoscruentos cardenales iban apareciendo en loscostados y en las espaldas; y ambos conten-dientes anhelaban siempre alcanzar la victoriay con ella el bien construido trípode. Pero niUlises lograba hacer caer y derribar por el sueloa Ayante, ni éste a aquél, porque la gran fuerzade Ulises se to impedía. Y cuando los aqueosmosas grebas ya empezaban a cansarse de lalucha, dijo el gran Ayante Telamonio:723 -¡Laertíada, del linaje de Zeus, Ulises, fe-cundo en ardides! Levántame, o te levantaré yo;y Zeus se cuidará del resto.725 Habiendo hablado así, lo levantaba; masUlises no se olvidó de sus ardides, pues,dándole por detrás un golpe en la corva, dejólesin vigor los miembros, le hizo venir al suelo,de espaldas, y cayó sobre su pecho: la muche-dumbre quedó admirada y atónita al contem-plarlo. Luego, el divino y paciente Ulises alzóun poco a Ayante, pero no consiguió sóstenerloen vilo; porque se le doblaron las rodillas y

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ambos cayeron al suelo, el uno cerca del otro, yse mancharon de polvo. Levantáronse, y hubie-ran luchado por tercera vez, si Aquiles, po-niéndose en pie, no los hubiese detenido:735 -No luchéis ya, ni os hagáis más daño. Lavictoria quedó por ambos. Recibid igual premioy retiraos para que entren en los juegos otrosaqueos.738 Así dijo. Ellos le escucharon y obedecieron;pues en seguida, después de haberse limpiadoel polvo, vistieron la túnica.740 El Pelida sacó otros premios para la veloci-dad en la carrera. Expuso primero una craterade plata labrada, que tenía seis medidas de ca-pacidad y superaba en hermosura a todas lasde la tierra. Los sidonios, eximios artífices, lafabricaron primorosa; los fenicios, después dellevarla por el sombrío ponto de puerto enpuerto, se la regalaron a Toante; más tarde,Euneo Jasónida la dio al héroe Patroclo pararescatar a Licaón, hijo de Príamo; y entoncesAquiles la ofreció como premio, en honor del

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difunto amigo, al que fuese más veloz en corrercon los pies ligeros. Para el que llegase el se-gundo señaló un buey corpulento y pingüe, ypara el último, medio talento de oro. Y estandoen pie, dijo a los argivos:753 -Levantaos, los que hayáis de entrar en estalucha.754 Así habló. Levantóse al instante el velozAyante de 0ileo, después el ingenioso Ulises, ypor fin Antíloco, hijo de Néstor, que en la carre-ra vencía a todos los jóvenes. Pusiéronse en filay Aquiles les indicó la meta. Empezaron a co-rrer desde el sitio señalado, y el Oilíada se ade-lantó a los demás, aunque el divino Ulises leseguía de cerca. Cuanto dista del pecho el husoque una mujer de hermosa cintura revuelve ensu mano, mientras devana el hilo de la trama, ytiene constantemente junto al seno, tan inme-diato a Ayante corría el divinal Ulises: pisabalas huellas de aquél antes de que el polvo caye-ra en torno de las mismas y le echaba el alientoa la cabeza, corriendo siempre con suma rapi-

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dez. Todos los aqueos aplaudían los esfuerzosque realizaba Ulises por el deseo de alcanzar lavictoria, y le animaban con sus voces. Mascuando les faltaba poco para terminar la carre-ra, Ulises oró en su corazón a Atenea, la de ojosde lechuza:770 -Óyeme, diosa, y ven a socorrerme propi-cia, dando a mis pies más ligereza.771 Así dijo rogando. Palas Atenea le oyó, yagilitóle los miembros todos y especialmentelos pies y las manos. Ya iban a coger el premio,cuando Ayante, corriendo, dio un resbalón-pues Atenea quiso perjudicarle- en el lugarque habían llenado de estiércol los bueyes mu-gidores sacrificados por Aquiles, el de los piesligeros, en honor de Patroclo; y el héroe llenósede boñiga la boca y las narices. El divino y pa-ciente Ulises le pasó delante y se llevó la crate-rs; y el preclaro Ayante se detuvo, tomó el bueysilvestre, y, asiéndolo por el asta, mientras es-cupía el estiércol, habló así a los argivos:

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782 -¡Oh dioses! Una diosa me.dañó los pies;aquélla que desde antiguo acorre y favorece aUlises cual una madre.784 Así dijo, y todos rieron con gusto. Antílocorecibió, sonriente, el último premio; y dirigióestas palabras a los argivos:787-Os diré, argivos, aunque todos lo sabéis,que los dioses honran a los hombres de másedad, hasta en los juegos. Ayante es un pocomayor que yo; Ulises pertenece a la generaciónprecedente, a los hombres antiguos, dicen quees ya de edad provecta, pero vigoroso, y con-tender con él en la carrera es muy difícil paracualquier aqueo que no sea Aquiles.793 Así dijo, ensalzando al Pelida, de pies lige-ros. Aquiles respondióle con estas palabras:795 -¡Antíloco! No en balde me habrás elogia-do, pues añado a tu premio medio talento deoro.797 Así diciendo, se to puso en la mano, y Antí-loco lo recibió con alegría. Acto continuo elPelida sacó y colocó en el circo una larga pica,

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un escudo y un casco, que eran las armas quePatroclo había quitado a Sarpedón. Y puesto enpie, dijo a los argivos:802 Invitemos a los dos varones que sean másesforzados, a que, vistiendo las armas y asiendoel tajante bronce, pongan a prueba su valor anteel concurso. A1 primero que logre tocar el ga-llardo cuerpo de su adversario, le rasguñe elvientre atrevesándole la armadura y le hagabrotar la negra sangre, daréle esta magníficaespada tracia, tachonada con clavos de plata,que quité a Asteropeo. Ambos campeones sellevarán las restantes armas y les daremos unespléndido banquete en nuestra tienda.811 Así dijo. Levantóse en seguida el granAyante Telamonio y luego el fuerte DiomedesTidida. Tan pronto como se hubieron armado,separadamente de la muchedumbre, fueron aencontrarse en medio del circo, deseosos decombatir y mirándose con torva faz; y todos losaqueos se quedaron atónitos. Cuando se halla-ron frente a frente, tres veces se acometieron y

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tres veces procuraron herirse de cerca. Ayantedio un bote en el escudo liso del adversario,peor no pudo llegar a su cuerpo, porque la co-raza to impidió. El Tidida intentaba alcanzarcon la punta de la luciente lanza el cuello deaquél, por cima del gran escudo. Y los aqueos,temiendo por Ayante, mandaron que cesara lalucha y ambos contendientes se llevaran igualpremio; pero el héroe dio al Tidida la gran es-pada, ofreciéndosela con la vaina y el bien cor-tado ceñidor.826 Luego el Pelida sacó la bola de hierro sinbruñir que en otro tiempo lanzaba el forzudoEetión: el divino Aquiles, el de los pies ligeros,mató a este príncipe y se llevó en las naves labola con otras riquezas. Y, puesto en pie, dijo alos argivos:831 -¡Levantaos los que hayáis de entrar en estalucha! La presente bola procurará al que ven-ciere cuanto hierro necesite durante cinco años,aunque sean muy extensos sus fértiles campos;

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y sus pastores y labradores no tendrán que irpor hierro a la ciudad.836 Así habló. Levantóse en seguida el intrépi-do Polipetes; después, el vigoroso Leonteo,igual a un dios; luego, Ayante Telamoníada, y,por fin, el divino Epeo. Pusiéronse en fila, y eldivino Epeo cogió la bola y la arrojó, despuésde voltearla, y todos los aqueos se rieron. Latiró el segundo, Leonteo, vástago de Ares. Elgran Ayante Telamonio la despidió también,con su robusta mano, y logró pasar las señalesde los anteriores tiros. Tomóla entonces el in-trépido Polipetes y cuanta es la distancia a quellega el cayado cuando to lanza el pastor y vol-tea por cima de la vacada, tanto pasó la bola elespacio del circo; aplaudieron los aqueos, y losamigos del esforzado Polipetes, levantándose,llevaron a las cóncavas naves el premio que surey había ganado.850 Luego sacó Aquiles azulado hierro para losarqueros, colocando en el circo diez hachasgrandes y otras diez pequeñas. Clavó en la are-

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na, a lo lejos, un mástil de navío después deatar en su punta, por el pie y con delgado cor-del, una tímida paloma; a invitóles a tirarlesaetas, diciendo:855 -El que hiera a la tímida paloma llévese a sucasa Codas las hachas grandes; el que acierte adar en la cuerda sin tocar al ave, como más in-ferior, tomará las hachas pequeñas.859 Así dijo. Levantóse en seguida el robustocaudillo Teucro y luego Meriones, esforzadoescudero de Idomeneo. Echaron dos suertes enun casco de bronce, y, agitándolas, salió prime-ro la de Teucro. Éste arrojó al momento y convigor una flecha, sin ofrecer a Apolo una heca-tombe perfecta de corderos primogénitos; y, sibien no tocó al ave -negóselo Apolo-, la amargasaeta rompió el cordel muy cerca de la pata porla cual se había atado a la paloma: ésta voló alcielo, el cordel quedó colgando y los aqueosaplaudieron. Meriones arrebató apresurada-mente el arco de las manos de Teucro, acercó ala cuerda la flecha que de antemano tenía pre-

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parada, votó a Apolo sacrificarle una hecatom-be de corderos primogénitos; y, viendo a latímida paloma que daba vueltas a11á en lo altodel aire, cerca de las nubes, disparó y le atra-vesó una de las alas. La flecha vino al suelo, alos pies de Meriones; y el ave, posándose en elmástil del navío de negra proa, inclinó el cuelloy abatió las tupidas alas, la vida huyó veloz desus miembros y aquélla cayó del mástil a lolejos. La gente lo contemplaba con admiracióny asombro. Meriones tomó, por tanto, todas lasdiez hachas grandes, y Teucro se llevó a lascóncavas naves las pequeñas.884 Luego el Pelida sacó y colocó en el circouna larga pica y una caldera no puesta aún alfuego, que era del valor de un buey y estabadecorada con flores. Dos hombres diestros enarrojar la lanza se levantaron: el poderosoAgamenón Atrida y Meriones, escudero esfor-zado de Idomeneo. Y el divino Aquiles, el delos pies ligeros, les dijo:

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890 -¡Atrida! Pues sabemos cuánto aventajas atodos y que así en la fuerza como en arrojar lalanza eres el más señalado, toma este premio yvuelve a las cóncavas naves. Y entregaremos lapica al héroe Meriones, si te place lo que tepropongo.895 Así habló. Agamenón, rey de hombres, nodejó de obedecerle. Aquiles dio a Meriones lapica de bronce, y el héroe Atrida tomó elmagnífico premio y se lo entregó al heraldoTaltibio.

CANTO XXIV *Rescate de Héctor* Los dioses se apiadan de Héctor, y Zeus en-carga a Tetis que amoneste a su hijo para quedevuelva el cadáver, a la vez que manda aPriamo, por medio de Iris, que con un soloheraldo vaya con magníficos presentes a latienda de Aquileo para rescatar el cuerpo deHéctor. Príamo obedece y parte con el heraldo

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ideo y dos carros; antes de llegar al campamen-to se les aparece Hermes, que los guía hasta latienda del héroe; entra Príamo y, echándose alos pies de Aquiles, le dirige la súplica másconmovedora; Aquiles entrega el cadáver, losdos ancianos lo conducen a Troya y se celebrancon toda solemnidad las honras fúnebres deHéctor, que era el principal sostén de la ciudadasediada.

1 Disolvióse la junta y los guerreros se disper-saron por las veloces naves, tomaron la cena yse regalaron con el dulce sueño. Aquiles llora-ba, acordándose del compañero querido, sinque el sueño, que todo to rinde, pudiera ven-cerlo: daba vueltas acá y a11á, y con amarguratraía a la memoria el vigor y gran ánimo dePatroclo, to que de mancomún con él habíallevado al cabo y las penalidades que amboshabían padecido, ora combatiendo con loshombres, ora surcando las temibles ondas. Alrecordarlo, prorrumpía en abundantes lágri-

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mas; ya se echaba de lado, ya de espaldas, yade pechos; y al fin, levantándose, vagaba in-quieto por la orilla del mar. Nunca le pasabainadvertido el despuntar de la aurora sobre elmar y sus riberas: entonces uncía al carro losligeros corceles y, atando al mismo el cadáverde Héctor, arrastrábalo hasta dar tres vueltas altúmulo del difunto Menecíada; acto continuovolvía a reposar en la tienda, y dejaba el cadá-ver tendido de cara al polvo. Mas Apolo,apiadándose del varón aun después de muerto,le libraba de toda injuria y lo protegía con laégida de oro para que Aquiles no lacerase elcuerpo mientras lo llevaba por el suelo.22 De tal manera Aquiles, enojado, insultaba aldivino Héctor. Al contemplarlo, compadecíanselos bienaventurados dioses a instigaban al vigi-lante Argicida a que hurtase el cadáver. A to-dos les gustaba tal propósito, menos a Hera, aPosidón y a la virgen de ojos de lechuza, queodiaban como antes a la sagrada Ilio, a Príamoy a su pueblo por la injuria que Alejandro había

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inferido a las diosas cuando fueron a su cabañay declaró vencedora a la que le había ofrecidofunesta liviandad. Cuando, después de lamuerte de Héctor, llegó la duodécima aurora,Febo Apolo dijo a los ínmortales:33 -Sois, oh dioses, crueles y maléficos. ¿AcasoHéctor no quemaba en vuestro honor muslosde bueyes y de cabras escogidas? Ahora, que haperecido, no os atrevéis a salvar el cadáver yponerlo a la vista de su esposa, de su madre, desu hijo, de su padre Príamo y del pueblo, que almomento to entregarían a las llamas y le haríanhonras fúnebres; por el contrario, oh dioses,queréis favorecer al pernicioso Aquiles, el cualconcibe pensamientos no razonables, tiene ensu pecho un ánimo inflexible y medita cosasferoces, como un león que, dejándose llevar porsu gran fuerza y espíritu soberbio, se encaminaa los rebaños de los hombres para aderezarseun festín, de igual modo perdió Aquiles la pie-dad y ni siquiera conserva el pudor que tantofavorece o daña a los varones. Aquél a quien se

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le muere un ser amado, como el hermano car-nal o el hijo, al fin cesa de llorar y lamentarse,porque las Parcas dieron al hombre un corazónpaciente. Mas Aquiles, después que quitó aldivino Héctor la dulce vida, ata el cadáver alcarro y lo arrastra alrededor del túmulo de sucompañero querido; y esto ni a aquél le aprove-cha, ni es decoroso. Tema que nos irritemoscontra él, aunque sea valiente, porque enfure-ciéndose insulta a to que tan sólo es ya insen-sible tierra.55 Respondióle irritada Hera, la de los níveosbrazos:56 -Sería como dices, oh tú que llevas arco deplata, si a Aquiles y a Héctor los tuvierais enigual estima. Pero Héctor fue mortal y diole elpecho una mujer; mientras que Aquiles es hijode una diosa a quien yo misma alimenté y criéy casé luego con Peleo, varón cordialmenteamado por los inmortales. Todos los diosespresenciasteis la boda; y tú pulsaste la cítara y

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con los demás tuviste parte en el festín; ¡ohamigo de los malos, siempre pérfido!64 Replicó Zeus, el que amontona las nubes:63 -¡Hera! No te irrites tanto contra las deida-des. No será el mismo el aprecio en que los ten-gamos; pero Héctor era para los dioses, y tam-bién para mí, el más querido de cuantos mor-tales viven en Ilio, porque nunca se olvidó dededicamos agradables ofrendas, jamás mi altarcareció ni de libaciones ni de víctimas, que talesson los honores que se nos deben. Desechemosla idea de robar el cuerpo del audaz Héctor: esimposible que se haga a hurto de Aquiles, por-que siempre, de noche y de día, le acompaña sumadre. Mas, si alguno de los dioses llamase aTetis para que se me acercara, yo le diría a éstalo que fuere oportuno para que Aquiles, reci-biendo los dones de Príamo, restituyera elcadáver.77 Así se expresó. Levantóse Iris, de pies rápi-dos como el huracán, para llevar el mensaje;saltó al negro ponto entre Samos y la escarpada

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Imbros, y resonó el estrecho. La diosa se lanzó alo prófundo, como desciende el plomo asido alcuerno de un buey montaraz que lleva la muer-te a los voraces peces. En la profunda grutahalló a Tetis y a otras muchas diosas marinasque la rodeaban: la ninfa lloraba, en medio deellas, la suerte de su hijo irreprensible, que hab-ía de perecer en la fértil Troya, lejos de la pa-tria. Y, acercándosele Iris, la de los pies ligeros,así le dijo:88 -Ven, Tetis, pues to llama Zeus, el conocedorde los eternales decretos.89 Respondióle la diosa Tetis, de argénteospies:90 -¿Por qué aquel gran dios me ordena quevaya? Me da vergüenza juntarme con los in-mortales, pues son muchas las penas que con-turban mi corazón. Esto no obstante, iré paraque sus palabras no resulten vanas y sin efecto.93 En diciendo esto, la divina entre las diosastomó un velo tan obscuro que no había otro quefuese más negro. Púsose en camino, precedida

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por la veloz Iris, de pies rápidos como el viento,y las olas del mar se abrían al paso de ambasdeidades. Salieron éstas a la playa, ascendieronal cielo y hallaron al largovidente Cronida conlos demás felices sempiternos dioses congrega-dos en torno suyo. Sentóse Tetis al lado deZeus, porque Atenea le cedió el sitio, y Herapúsole en la mano una copa de oro y la consolócon palabras. Tetis devolvió la copa después dehaber bebido. Y el padre de los hombres y delos dioses comenzó a hablar de esta manera:104 -Vienes al Olimpo, oh diosa Tetis, afligida ycon el ánimo agobiado por vehemente pesar.Lo sé. Pero, aun así y todo, voy a decirte porqué to he llamado. Hace nueve días qúe se sus-citó entre los inmortales una contienda acercadel cadáver de Héctor, y de Aquiles, asoladorde ciudades, a instigaban al vigilante Argicidaa que hurtase el muerto, pero yo prefiero dar aAquiles la gloria de devolverlo, y conservar asítu respeto y amistad. Ve en seguida al ejército yamonesta a tu hijo. Dile que los dioses están

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muy irritados contra él y yo más indignado queninguno de los inmortales, porque enfurecién-dose retiene a Héctor en las corvas naves y nopermite que to rediman; por si, temiéndome,consiente que el cadáver sea rescatado. Y en-viaré la diosa Iris al magnánimo Príamo paraque vaya a las naves de los aqueos y redima asu hijo, llevando a Aquiles dones que aplaquensu enojo.120 Así se expresó; y Tetis, la diosa de argénte-os pies no fue desobediente. Bajando en raudovuelo de las cumbres del Olimpo, llegó a latienda de su hijo: éste gemía sin cesar, y suscompañeros se ocupaban diligentemente enpreparar la comida, habiendo inmolado dentrode la tienda una grande y lanuda oveja. La ve-neranda madre se sentó muy cerca del héroe, leacarició con la mano y hablóle en estos térmi-nos.128 -¡Hijo mío! ¿Hasta cuándo dejarás que elllanto y la tristeza roan tu corazón, sin acordar-te ni de la comida ni de la cama? Bueno es que

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goces del amor con una mujer, pues ya no hasde vivir mucho tiempo; la muerte y el hadocruel se te avecinan. Y ahora préstame atención,pues vengo como mensajera de Zeus. Dice quelos dioses están muy irritados contra ti, y élmás indignado que ninguno de los inmortales,porque enfureciéndote retienes a Héctor en lascorvas naves y no permites que lo rediman. Ea,entrega el cadáver y acepta su rescate.138 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:139 -Sea así. Quien traiga el rescate se lleve elmuerto, ya que con ánimo benévolo el mismoOlímpico lo ha dispuesto.141 De este modo, dentro del recinto de las na-ves, pasaban de madre a hijo muchas aladaspalabras. Y en tanto, el Cronida envió a Iris a lasagrada Ilio:144 -¡Anda, ve, rápida Iris! Deja to asiento delOlimpo, entra en Ilio y di al magnánimo Pría-mo que se encamine a las naves de los aqueos yrescate al hijo, Ilevando a Aquiles Bones queaplaquen su enojo. Vaya solo, sin que ningún

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troyano se le junte, y acompáñele un heraldomás viejo que él, para que guíe los mulos y elcarro de hermosas ruedas y conduzca luego a lapoblación el cadáver de aquél a quien mató eldivino Aquiles. Ni la idea de la muerte ni otrotemor alguno conturbe su ánimo, pues le da-remos por guía el Argicida, el cual le llevaráhasta muy cerca de Aquiles. Y cuando hayaentrado en la tienda del héroe, éste no to ma-tará, a impedirá que los demás to hagan. PuesAquiles no es insensato, ni temerario ni perver-so, y tendrá buen cuidado de respetar a un su-plicante.159 Así dijo. Levantóse Iris, la de pies rápidoscomo el huracán, para llevar el mensaje; y, enllegando al palacio de Príamo, oyó llantos yalaridos. Los hijos, sentados en el patio alrede-dor del padre, bañaban sus vestidos con lágri-mas, y el anciano aparecía en medio, envueltoen un manto muy ceñido, y tenía en la cabeza yen el cuello abundante estiércol que al revolcar-se por el suelo había recogido con sus manos.

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Las hijas y nueras se lamentaban en el palacio,recordando los muchos varones esforzados queyacían en la llanura por haber dejado la vida enmanos de los argivos. Detúvose la mensajera deZeus cerca de Príamo, y hablándole quedo,mientras al anciano un temblor le ocupaba losmiembros, así le dijo:171 -Cobra ánimo, Príamo Dardánida, y no teespantes; que no vengo a presagiarte males,sino a participarte cosas buenas: soy mensajerade Zeus, que, aun estando lejos, se interesa mu-cho por ti y te compadece. El Olímpico te man-da rescatar al divino Héctor, llevando a Aquilesdones que aplaquen su enojo. Ve solo, sin queningún troyano se te junte, acompañado de unheraldo más viejo que tú, para que guíe los mu-los y el carro de hermosas ruedas, y conduzcaluego a la población el cadáver de aquél a quienmató el divino Aquiles. Ni la idea de la muerteni otro temor alguno conturbe to ánimo, puestendrás por guía el Argicida, el cual te llevaráhasta muy cerca de Aquiles. Y cuando hayas

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entrado en la tienda del héroe, éste no te ma-tará a impedirá que los demás lo hagan. PuesAquiles no es insensato, ni temerario, ni per-verso, y tendrá buen cuidado de respetar a unsuplicante.188 Cuando esto hubo dicho, fuese Iris, la delos pies ligeros. Príamo mandó a sus hijos queprepararan un carro de mulas, de hermosasruedas, pusieran encima un arca y la sujetarancon sogas. Bajó después al perfumado tálamo,que era de cedro, tenía elevado techo y guarda-ba muchas preciosidades; y, llamando a su es-posa Hécuba, hablóle en estos términos:194 -¡Oh infeliz! La mensajera del Olimpo havenido, por orden de Zeus, a encargarme quevaya a las naves de los aqueos y rescate al hijo,llevando a Aquiles dones que aplaquen su eno-jo. Ea, dime: ¿qué piensas acerca de esto? Puesmi mente y mi corazón me instigan vivamentea ir a11á, a las naves, al campamento vasto delos aqueos.

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200 Así dijo. La mujer prorrumpió en sollozos yrespondió diciendo:201 -¡Ay de mí! ¿Qué es de la prudencia queantes to hizo célebre entre los extranjeros y en-tre aquéllos sobre los cuales reinas? ¿Cómoquieres ir solo a las naves de los aqueos y pre-sentarte ante los ojos del hombre que te matótantos y tan valientes hijos? De hierro tienes elcorazón. Si ese guerrero cruel y pérfido llega averte con sus propios ojos y te coge, ni se apia-dará de ti, ni te respetará en lo más mínimo.Lloremos a Héctor desde lejos, sentados en elpalacio; ya que, cuando le di a luz, el hado po-deroso hiló de esta suerte el estambre de suvida: que habría de saciar con su carne a losveloces perros, lejos de sus padres y junto alhombre violento cuyo hígado ojalá pudiera yocomer hincándole los dientes. Entonces quedar-ían vengados los insultos que ha hecho a mihijo; que éste, cuando aquél to mató, no se por-taba cobardemente, sino que a pie firme de-fendía a los troyanos y a las troyanas de pro-

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fundo seno, no pensando ni en huir ni en evitarel combate.217 Contestó el anciano Príamo, semejante a undios:218 -No te opongas a mi resolución, ni me seasave de mal agüero en el palacio. No me per-suadirás. Si me diese la orden uno de los queviven en la tierra, aunque fuera adivino, arús-pice o sacerdote, la creeríamos falsa y descon-fiaríamos aún más; pero ahora, como yo mismohe oído a la diosa y la he visto delante de mí,iré y no serán ineficaces sus palabras. Y si midestino es morir en las naves de los aqueos, debroncíneas corazas, to acepto: máteme Aquilestan luego como abrace a mi hijo y satisfaga eldeseo de llorarle.228 Dijo, y, levantando las hermosas tapas delas arcas, cogió doce magníficos peplos, docemantos sencillos, doce tapetes, doce paliosblancos, y otras tantas túnicas. Pesó luego dieztalentos de oro. Y, por fin, sacó dos trípodesrelucientes, cuatro calderas y una magnífica

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copa que los tracios le dieron cuando fue, comoembajador, a su país, y era un soberbio regalo;pues el anciano no quiso dejarla en el palacio acausa del vehemente deseo que tenía de resca-tar a su hijo. Y volviendo al pórtico, echó afueraa los troyanos, increpándolos con injuriosaspalabras:239 -¡Idos ya, hombres infames y vituperables!¿Por ventura no hay llanto en vuestra casa, quevenías a afligirme? ¿O creéis que son pocos lospesares que Zeus Cronida me envía, conhacerme perder un hijo valiente? También losprobaréis vosotros. Muerto él, será mucho másfácil que los argivos os maten. Pero antes quecon estos ojos vea la ciudad tomada y destrui-da, descienda yo a la mansión de Hades.247 Dijo, y con el cetro echó a los hombres.Éstos salieron apremiados por el anciano. Y enseguida Príamo reprendió a sus hijos Héleno,Paris, Agatón divino, Pamón, Antífono, Politesvaliente en la pelea, Deífobo, Hipótoo y el

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conspicuo Dío; a los nueve los increpó y les dioórdenes, diciendo:253 -¡Daos prisa, malos hijos, ruines! Ojalá queen lugar de Héctor hubieseis muerto todos enlas veleras naves. ¡Ay de mí, desventurado, queengendré hijos valentísimos en la vasta Troya, yya puedo decir que ninguno me queda! Al di-vino Méstor, a Troilo, que combatía en carro, ya Héctor, que era un dios entre los hombres yno parecía hijo de un mortal, sino de una divi-nidad, Ares les dio muerte; y restan los que sonindignos, embusteros, danzarines, señaladosúnicamente en los coros y hábiles en robar alpueblo corderos y cabritos. Pero ¿no me prepa-raréis al instante el carro, poniendo en él todasestas cosas, para que emprendamos el camino?263 Así dijo. Ellos, temiendo la reconvencióndel padre, sacaron un carro de mulas, de her-mosas ruedas, magnífico, recién construido;pusieron encima el arca, que ataron bien; des-colgaron del clavo el corvo yugo de madera deboj, provisto de anillos, y tomaron una correa

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de nueve codos que servía para atarlo. Colga-ron después el yugo sobre la parte anterior dela lanza, metieron el anillo en su clavija, y suje-taron a aquél, atándolo con la correa, a la cualhicieron dar tres vueltas a cada lado y cuyosextremos reunieron en un nudo. Luego fueronsacando de la cámara y acomodando en el pu-limentado carro los innumerables dones para elrescate de Héctor; uncieron las mulas de tiro,de fuertes cascos, que en otro tiempo habíanregalado los misios a Príamo como espléndidopresente, y acercaron al yugo dos corceles, a loscuales el anciano en persona daba de comer enpulimentado pesebre.281 Mientras el heraldo y Príamo, prudentesambos, uncían los caballos en el alto palacio,acercóseles Hécuba, con ánimo abatido, llevan-do en su diestra una copa de oro, llena de dulcevino, para que hicieran la libación antes de par-tir; y, deteniéndose delante del carro, dijo aPríamo:

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287 Toma, haz la libación al padre Zeus y suplí-cale que puedas volver del campamento de losenemigos a to casa; ya que tu ánimo lo incita air a las naves contra mi deseo. Ruega, pues, alCronión Ideo, el dios de las sombrías nubes quedesde lo alto contempla a Troya entera, y pídeleque haga aparecer a tu derecha su veloz mensa-jera, el ave que le es más querida y cuya fuerzaes inmensa, para que, en viéndola con tus pro-pios ojos, vayas, alentado por el agüero, a lasnaves de los dánaos, de rápidos corceles. Y si ellargovidente Zeus no te enviase su mensajera,yo no te aconsejaría que fueras a las naves delos argivos por mucho que lo desees.299 Respondióle Príamo, semejante a un dios:300 -¡Oh mujer! No dejaré de hacer lo que merecomiendas. Bueno es levantar las manos aZeus, para que de nosotros se apiade.302 Dijo así el anciano, y mandó a la esclavadespensera que le diese agua limpia a las ma-nos. Presentóse la cautiva con una fuente y unjarro. Y Príamo, así que se hubo lavado, recibió

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la copa de manos de su esposa; oró, de pie, enmedio del patio; libó el vino, alzando los ojos alcielo, y pronunció estas palabras:308 -¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, glo-riosísimo, máximo! Concédeme que al llegar ala tienda de Aquiles le sea yo grato y de mí seapiade; y haz que aparezca a mi derecha to ve-loz mensajera, el ave que to es más querida ycuya fuerza es inmensa, para que después deverla con mis propios ojos vaya, alentado por elagüero, a las naves de los dánaos, de rápidoscorceles.314 Así dijo rogando. Oyóle el próvido Zeus, yal momento envió la mejor de las aves agoreras,un águila rapaz de color obscuro, conocida conel nombre de percnón. Cuanta anchura sueletener en la casa de un rico la puerta de la cá-mara de alto techo, bien adaptada al marco yasegurada por un cerrojo, tanto espacio ocupa-ba con sus alas, desde el uno al otro extremo, eláguila que apareció volando a la derecha por

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cima de la ciudad. A1 verla, todos se alegrarony la confianza renació en sus pechos.322 El anciano subió presuroso al carro y toguió a la calle, pasando por el vestíbulo y elpórtico sonoro. Iban delante las mulas que tira-ban del carro de cuatro ruedas, y eran gober-nadas por el prudente Ideo; seguían los caba-llos que el viejo aguijaba con el látigo para queatravesaran prestamente la ciudad; y todos losamigos acompañaban al rey, derramandoabundantes lágrimas, como si a la muerte ca-minara. Cuando hubieron bajado de la ciudadal campo, hijos y yernos regresaron a Ilio. Mas,al atravesar Príamo y el heraldo la Ilanura, nodejó de advertirlo el largovidente Zeus, que vioal anciano y se compadeció de él. Y, llamandoen seguida a su hijo Hermes, le habló diciendo:334 -¡Hermes! Puesto que te es grato acompa-ñar a los hombres y oyes las súplicas del quequieres, anda, ve y conduce a Príamo a lascóncavas naves aqueas, de suerte que ningún

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dánao le vea ni le descubra hasta que haya lle-gado a la tienda del Pelida.339 Así habló. El mensajero Argicida no fuedesobediente: calzóse al instante los áureosdivinos talares que le llevaban sobre el mar y latierra inmensa con la rapidez del viento, y tomóla vara con la cual adormece los ojos de cuantosquiere o despierta a los que duermen. Lleván-dola en la mano, el poderoso Argicida empren-dió el vuelo, llegó muy pronto a Troya y alHelesponto, y echó a andar, transfigurado enun joven príncipe a quien comienza a salir elbozo y está graciosísimo en la flor de la juven-tud.349 Cuando Príamo y el heraldo llegaron másallá del gran túmulo de Ilo, detuvieron las mu-las y los caballos para que bebiesen en el río. Yase iba haciendo noche sobre la tierra. Advirtióel heraldo la presencia de Hermes, que estabajunto a él, y hablando a Príamo dijo:354 -Atiende, Dardánida, pues el lance que sepresenta requiere prudencia. Veo a un hombre

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y me figuro que al punto nos ha de matar. Ea,huyamos en el carro, o supliquémosle, abra-zando sus rodillas, para ver si se compadece denosotros.35d Así dijo. Turbósele al anciano la razón, sin-tió un gran terror, se le erizó el pelo en losflexibles miembros y quedó estupefacto. Enton-ces el benéfico Hermes se llegó al viejo, tomólepor la mano y le interrogó diciendo:362 -¿Adónde, padre mío, diriges estos caballosy mulas durante la noche divina, mientrasduermen los demás mortales? ¿No temes a losaqueos, que respiran valor, los cuales to sonmalévolos y enemigos y se hallan cerca de no-sotros? Si alguno de ellos to viera conducir tan-tas riquezas en. esta obscura y rápida noche,¿qué resolución tomarías? Tú no eres joven,éste que te acompaña es también anciano, y nopodríais rechazar a quien os ultrajara. Pero yono te causaré ningún daño y, además, te defen-dería de cualquier hombre, porque te encuentrosemejante a mi querido padre.

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372 Respondióle el anciano Príamo, semejante aun dios:373 -Así es, como dices, hijo querido. Pero al-guna deidad extiende la mano sobre mí, cuan-do me hace salir al encuentro un caminante detan favorable augurio como tú, que tienes cuer-po y aspecto dignos de admiración y espírituprudente, y naciste de padres felices.378 Díjole a su vez el mensajero Argicida:379 -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas dedecir. Pero, ea, habla y dime con sinceridad:¿mandas a gente extraña tantas y tan preciosasriquezas a fin de ponerlas en cobro; o ya todosabandonáis, amedrentados, la sagrada Ilio, porhaber muerto el varón más fuerte, to hijo, que aninguno de los aqueos cedía en el combate?386 Contestóle el anciano Príamo, semejante aun dios:387 -¿Quién eres, hombre excelente, y cuáles lospadres de que naciste, que con tanta oportuni-dad has mencionado la muerte de mi hijo infe-liz?

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389 Replicó el mensajero Argicida:390 -Me quieres probar, oh anciano, y por esome hablas del divino Héctor. Muchas veces levieron estos ojos en la batalla, donde los varo-nes se hacen ilustres, y también cuando llegó alas naves matando argivos, a quienes hería conel agudo bronce. Nosotros le admirábamos sinmovernos, porque Aquiles estaba irritado con-tra el Atrida y no nos dejaba pelear. Pues yosoy servidor de Aquiles, con quien vine en lamisma nave bien construida; desciendo demirmidones y tengo por padre a Políctor, quees rico y anciano como tú. Soy el más joven desus siete hijos y, como lo decidiéramos porsuerte, tocóme a mí acompañar al héroe. Y aho-ra he venido de las naves a la llanura, porquemañana los aqueos, de ojos vivos, presentaránbatalla en los contornos de la ciudad: se abu-rren de estar ociosos, y los reyes aqueos nopueden contener su impaciencia por entrar encombate.

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405 Respondióle el anciano Príamo, semejante aun dios:406 -Si eres servidor del Pelida Aquiles, ea, di-me toda la verdad: ¿mi hijo yace aún cerca delas naves, o Aquiles lo ha desmembrado y en-tregado a sus perros?410 Contestóle el mensajero Argicida:411 -¡Oh anciano! Ni los perros ni las aves lohan devorado, y todavía yace junto a la nave deAquiles, dentro de la tienda. Doce días lleva deestar tendido, y ni el cuerpo se pudre, ni lo co-men los gusanos que devoran a los hombresmuertos en la guerra. Cuando apunta la divinalaurora, Aquiles lo arrastra sin piedad alrededordel túmulo de su compañero querido; pero niaun así lo desfigura, y tú mismo, si a él te acer-caras, lo admirarías de ver cuán fresco está: lasangre le ha sido lavada, no presenta manchaalguna, y cuantas heridas recibió -pues fueronmuchos los que le envasaron el bronce- todas sehan cerrado. De tal modo los bienaventurados

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dioses cuidan de to buen hijo, aun después demuerto, porque era muy caro a su corazón.424 Así habló. Alegróse el anciano, y respondiódiciendo:425 -¡Oh hijo! Bueno es ofrecer a los inmortaleslos debidos dones. jamás mi hijo, si no ha sidoun sueño que haya existido, olvidó en el pala-cio a los dioses que moran en el Olimpo, y poresto se acordaron de él en el fatal trance de lamuerte. Mas, ea, recibe de mis manos esta lindacopa, para que la guardes, y guíame con el fa-vor de los dioses hasta que llegue a la tiendadel Pelida.432 Díjole a su vez el mensajero Argicida:433 -Quieres tentarme, anciano, porque soymás joven; pero no me persuadirás con tus rue-gos a que acepte el regalo sin saberlo Aquiles.Le temo y me da mucho miedo defraudarle: nofuera que después se me siguiese algún daño.Pero te acompañaría cuidadosamente en unavelera nave o a pie, aunque fuera hasta la fa-

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mosa Argos, y nadie osaría acometerte, despre-ciando al guía.440 Dijo; y, subiendo el benéfico Hermes al ca-rro, recogió al instante el látigo y las riendas ainfundió gran vigor a los corceles y mulas.Cuando llegaron al foso y a las torres que pro-tegían las naves, los centinelas comenzaban apreparar la cena, y el mensajero Argicida losadormeció a todos; en seguida abrió la puerta,descorriendo los cerrojos, a introdujo a Príamoy el carro que llevaba los espléndidos regalos.Llegaron, por fin, a la elevada tienda que losmirmidones habían construido para el rey controncos de abeto, cubriéndola con un techo in-clinado de frondosas cañas que cortaron en lapradera; rodeábala una gran cerca de muchasestacas y tenía la puerta asegurada por unabarra de abeto que quitaban o ponían tresaqueos juntos, y sólo Aquiles la descorna sinayuda. Entonces el benéfico Hermes abrió lapuerta a introdujo al anciano y los presentes

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para el Pelida, el de los pies ligeros. Y apeándo-se del carro, dijo a Príamo:460 -¡Oh anciano! Yo soy un dios inmortal, soyHermes; y mi padre me envió para que fuese tuguía. Me vuelvo antes de llegar a la presenciade Aquiles, pues sería indecoroso que un diosinmortal se tomara públicamente tanto interéspor los mortales. Entra tú, abraza las rodillasdel Pelida y suplícale por su padre, por su ma-dre de hermosa cabellera y por su hijo, paraque conmuevas su corazón.468 Cuando esto hubo dicho, Hermes se enca-minó al vasto Olimpo. Príamo saltó del carro atierra, dejó a Ideo con el fin de que cuidase delos caballos y mulas, y fue derecho a la tiendaen que moraba Aquiles, caro a Zeus. Hallóledentro y sus amigos estaban sentados aparte;sólo dos de ellos, el héroe Automedonte yÁlcimo, vástago de Ares, le servían, pues aca-baba de cenar; y, si bien ya no comía ni bebía,aun la mesa continuaba puesta. El gran Príamoentró sin ser visto, acercóse a Aquiles, abrazóle

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las rodillas y besó aquellas manos terribles,homicidas, que habían dado muerte a tantoshijos suyos. Como quedan atónitos los que,hallándose en la casa de un rico, ven llegar a unhombre que, poseído de la cruel Ofuscación,mató en su patria a otro varón y ha emigrado apaís extraño, de igual manera asombróse Aqui-les de ver al deiforme Príamo; y los demás sesorprendieron también y se miraron unos aotros. Y Príamo suplicó a Aquiles, dirigiéndoleestas palabras:486 Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejantea los dioses, que tiene la misma edad que yo yha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizálos vecinos circunstantes le oprimen y no hayquien te salve del infortunio y de la ruina; peroal menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegraen su corazón y espera de día en día que ha dever a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdi-chadísimo, después que engendré hijos ex-celentes en la espaciosa Troya, puedo decir quede ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía

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cuando vinieron los aqueos: diez y nueve pro-cedían de un solo vientre; a los restantes dife-rentes mujeres los dieron a luz en el palacio. Alos más el furibundo Ares les quebró las rodi-llas; y el que era único para mí, pues defendíala ciudad y sus habitantes, a ése tú to matastepoco ha, mientras combatía por la patria, aHéctor, por quien vengo ahora a las naves delos aqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigo uninmenso rescate. Pero, respeta a los dioses,Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de topadre; que yo soy todavía más digno de pie-dad, puesto que me atreví a lo que ningún otromortal de la tierra: a llevar a mi boca la manodel hombre matador de mis hijos.507 Así habló. A Aquiles le vino deseo de llorarpor su padre; y, asiendo de la mano a Príamo,apartóle suavemente. Entregados uno y otro alos recuerdos, Príamo, caído a los pies de Aqui-les, lloraba copiosamente por Héctor, matadorde hombres; y Aquiles lloraba unas veces a supadre y otras a Patroclo; y el gemir de entram-

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bos se alzaba en la tienda. Mas así que el divinoAquiles se hartó de llanto y el deseo de sollozarcesó en su alma y en sus miembros, alzóse de lasilla, tomó por la mano al viejo para que se le-vantara, y, mirando compasivo su blanca cabe-za y su blanca barba, díjole estas aladas pala-bras:518 -¡Ah, infeliz! Muchos son los infortuniosque tu ánimo ha soportado. ¿Cómo osaste venirsolo a las naves de los aqueos, a los ojos delhombre que te mató tantos y tan valienteshijos? De hierro tienes el corazón. Mas, ea, tomaasiento en esta silla; y, aunque los dos estamosafligidos, dejemos reposar en el alma las penas,pues el triste llanto para nada aprovecha. Losdioses destinaron a los míseros mortales a viviren la tristeza, y sólo ellos están descuitados. Enlos umbrales del palacio de Zeus hay dos tone-les de dones que el dios reparte: en el uno estánlos males y en el otro los bienes. Aquél a quienZeus, que se complace en lanzar rayos, se los damezclados, unas veces topa con la desdicha y

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otras con la buena ventura; pero el que tan sólorecibe penas vive con afrenta, una gran hambrele persigue sobre la divina tierra y va de unlado para otro sin ser honrado ni por los diosesni por los hombres. Así las deidades hicieron aPeleo claros dones desde su nacimiento: aven-tajaba a los demás hombres en felicidad y ri-queza, reinaba sobre los mirmidones, y, siendomortal, le dieron por mujer una diosa. Perotambién la divinidad le impuso un mal: que notuviese hijos que reinaran luego en el palacio.Tan sólo engendró uno, a mí, cuya vida ha deser breve; y no le cuido en su vejez, porquepermanezco en Troya, muy lejos de la patria,para contristarte a ti y a tus hijos. Y dicen quetambién tú, oh anciano, fuiste dichoso en otrotiempo; y que en el espacio que comprendeLesbos, donde reinó Mácar, y más arriba la Fri-gia hasta el Helesponto inmenso, descollabasentre todos por tu riqueza y por to prole. Mas,desde que los dioses celestiales to trajeron estaplaga, sucédense alrededor de la ciudad las

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batallas y las matanzas de hombres. Súfreloresignado y no dejes que de to corazón se apo-dere incesante pesar, pues nada conseguirásafligiéndote por to hijo, ni lograrás que se le-vante, antes tendrás que padecer un nuevo mal.552 Respondió en seguida el anciano Príamo,semejante a un dios:553 -No me hagas sentar en esta silla, alumnode Zeus, mientras Héctor yace insepulto en latienda. Entrégamelo cuanto antes para que locontemple con mis ojos, y tú recibe el cuantiosorescate que te traemos. Ojalá puedas disfrutarde él y volver al patrio suelo, ya que ahora mehas dejado vivir y ver la luz del sol.559 Mirándole con torva faz, le dijo Aquiles, elde los pies ligeros:56o -¡No me irrites más, oh anciano! Tengoacordado entregarte a Héctor, pues para elloZeus me envió como mensajera la madre queme dio a luz, la hija del anciano del mar. Com-prendo también, oh Príamo, y no se me oculta,que un dios te trajo a las veleras naves de los

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aqueos; porque ningún mortal, aunque estuvie-se en la flor de la juventud, se atrevería a veniral ejército, ni entraría sin ser visto por los centi-nelas, ni desatrancana con facilidad nuestraspuertas. Absténte, pues, de exacerbar los dolo-res de mi corazón; no sea que a ti, oh anciano,no to respete en mi tienda, aunque siendo misuplicante, y viole las órdenes de Zeus.571 Así dijo. El anciano sintió temor y obedecióel mandato. El Pelida, saltando como un león,salió de la tienda, y no se fue solo, pues le si-guieron dos de sus servidores: el héroe Auto-medonte y Álcimo, que eran los compañeros aquienes más apreciaba desde que había muertoPatroclo. En seguida desengancharon caballos ymulas, introdujeron el heraldo, vocero del an-ciano, haciéndole sentar en una silla, y quitarondel lustroso carro los inmensos rescates de lacabeza de Héctor. Tan sólo dejaron dos mantosy una túnica bien tejida, para envolver el cadá-ver antes que lo entregara para que lo llevasena casa. Aquiles llamó entonces a las esclavas y

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les mandó que lo lavaran y ungieran, tras-ladándolo a otra parte para que Príamo no vie-se a su hijo; no fuera que, afligiéndose al verlo,no pudiese reprimir la cólera en su pecho airritase el corazón de Aquiles, y éste lo matara,quebrantando las órdenes de Zeus. Lavado ya yungido con aceite, las esclavas lo cubrieron conla túnica y el hermoso palio, después el mismoAquiles lo levantó y colocó en un lecho, y porfin los compañeros lo subieron al lustroso ca-rro. Y el héroe suspiró y dijo, nombrando a suamigo:592 -No te enojes conmigo, oh Patroclo, si en elHades te enteras de que he entregado el divinoHéctor a su padre; pues me ha traído un rescatedigno, y de él te dedicaré la debida parte.596 Habló así el divino Aquiles y volvió a latienda. Sentóse en la silla, labrada con muchoarte, de que antes se había levantado y que sehallaba adosada al muro, y en seguida dirigió aPríamo estas palabras:

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599 -Tu hijo, oh anciano, rescatado está, comopedías: yace en un lecho, y al despuntar la au-rora podrás verlo y llevártelo. Ahora pensemosen cenar, pues hasta Níobe, la de hermosastrenzas, se acordó de tomar alimento cuando enel palacio murieron sus dos vástagos: seis hijasy seis hijos florecientes. A éstos Apolo, airadocontra Níobe, los mató disparando el arco deplata; a aquéllas dioles muerte Ártemis, que secomplace en tirar flechas; porque la madre osa-ba compararse con Leto, la de hermosas meji-llas, y decía que ésta sólo había dado a luz doshijos, y ella había tenido muchos; y los de ladiosa, no siendo más que dos, acabaron con to-dos los de Níobe. Nueve días permanecierontendidos en su sangre, y no hubo quien los en-terrara porque el Cronión a la gente la habíavuelto de piedra; pero, al llegar el décimo, losdioses celestiales los sepultaron. Y Níobe,cuando se hubo cansado de llorar, pensó en elalimento. Hállase actualmente en las rocas delos montes yermos de Sípilo, donde, según di-

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ce, están las grutas de las ninfas que bailan jun-to al Aqueloo, y aunque convertida en piedra,devora aún los dolores que las deidades le cau-saron. Mas, ea, divino anciano, cuidemos tam-bién nosotros de comer, y más tarde, cuandohayas transportado el hijo a Ilio, podrás hacerllanto sobre el mismo, y será por ti muy llora-do.626 En diciendo esto, el veloz Aquiles levantósey degolló una blanca oveja; sus compañeros ladesollaron y prepararon bien como era debido;la descuartizaron con arte, y, cogiendo con pin-chos los pedazos, los asaron cuidadosamente ylos retiraron del fuego. Automedonte repartiópan en hermosas cestas, y Aquiles distribuyó lacarne. Ellos alargaron la diestra a los manjaresque tenían delante; y, cuando hubieron satis-fecho el deseo de comer y de beber, PríamoDardánida admiró la estatura y el aspecto deAquiles, pues el héroe parecía un dios; y, a suvez, Aquiles admiró a Príamo Dardánida, con-templando su noble rostro y escuchando sus

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palabras. Y, cuando se hubieron deleitado,mirándose el uno al otro, el anciano Príamo,semejante a un dios, dijo el primero:635 -Mándame ahora, sin tardanza, a la cama,oh alumno de Zeus, para que, acostándonos,gocemos del dulce sueño. Mis ojos no se hancerrado desde que mi hijo murió a tus manos,pues continuamente gimo y devoro innumera-bles congojas, revolcándome por el estiércol enel recinto del patio. Ahora he probado la comi-da y rociado con el negro vino la garganta,pues desde entonces nada había probado.643 Dijo. Aquiles mandó a sus compañeros y alas esclavas que pusieran camas debajo delpórtico, las proveyesen de hermosos cobertoresde púrpura, extendiesen sobre ellos tapetes ydejasen encima afelpadas túnicas para abrigar-se. Las esclavas salieron de la tienda llevandoantorchas en sus manos, y aderezaron diligen-temente dos lechos. Y Aquiles, el de los piesligeros, chanceándose, dijo a Príamo:

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650 -Acuéstate fuera de la tienda, anciano que-rido; no sea que alguno de los caudillos aqueosvenga, como suelen, a consultarme sobre susproyectos; si alguno de ellos lo viera durante laveloz y obscura noche, podría decirlo en segui-da a Agamenón, pastor de pueblos, y quizás sediferina la entrega del cadáver. Mas, ea, habla ydime con sinceridad durante cuántos días quie-res hacer honras al divino Héctor, para, mien-tras tanto, permanecer yo mismo quieto y con-tener el ejército.659 Respondióle en seguida el anciano Príamo,semejante a un dios:660 -Si quieres que yo pueda celebrar los fune-rales del divino Héctor, haciendo lo que voy adecirte, oh Aquiles, me dejarías complacido. Yasabes que vivimos encerrados en la ciudad; y laleña hay que traerla de lejos, del monte, y lostroyanos tienen mucho miedo. Durante nuevedías to lloraremos en el palacio, el décimo tosepultaremos y el pueblo celebrará el banquetefúnebre, el undécimo le erigiremos un túmulo y

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el duodécimo volveremos a pelear, si necesariofuere.668 Contestóle el divino Aquiles, el de los piesligeros:669 -Se hará como dispones, anciano Príamo, ysuspenderé la guerra tanto tiempo como mepides.671 Así, pues, diciendo, estrechó por el puño ladiestra del anciano para que no sintiera en sualma temor alguno. El heraldo y Príamo, pru-dentes ambos, se acostaron, a11í en el vestíbulode la mansión. Aquiles durmió en el interior dela tienda, sólidamente construida, y a su ladodescansó Briseide, la de hermosas mejillas.677 Las demás deidades y los hombres quecombaten en carros durmieron toda la noche,vencidos del dulce sueño; pero éste no se apo-deró del benéfico Hermes, que meditaba cómosacaría del recinto de las naves al rey Príamosin que lo advirtiesen los sagrados guardianesde las puertas. E, inclinándose sobre la cabezadel rey, así le dijo:

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683 -¡Oh anciano! No te inquieta el peligrocuando duermes así, en medio de los enemigos,después que Aquiles te ha respetado. Acabasde rescatar a tu hijo, dando muchos presentes;pero los otros hijos que a11á se quedaron tendr-ían que dar tres veces más para redimirte vivo,si llegaran a descubrirte Agamenón Atrida y losaqueos todos.689 Así dijo. El anciano sintió temor y despertóal heraldo. Hermes unció caballos y mulas, yacto continuo los guió por entre el ejército sinque nadie to advirtiera.692 Mas, al llégar al vado del vorraaginoso Jan-to, río de hermosa corriente que el inmortalZeus había engrendrado, Hermes se fue al vas-to Olimpo. La Aurora de azafranado velo seesparcía por toda la tierra, cuando ellos, gi-miendo y lamentándose, guiaban los corceleshacia la ciudad, y les seguían las mulas con elcadáver. Ningún hombre ni mujer de hermosacintura los vio llegar antes que Casandra, seme-jante a la áurea Afrodita; pues, subiendo a

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Pérgamo, distinguió el carro y en él a su padrey al heraldo, pregonero de la ciudad, y viodetrás a Héctor, tendido en un lecho que lasmulas conducían. En seguida prorrumpió ensollozos y fue clamando por toda la ciudad:704 -Venid a ver a Héctor, troyanos y troyanas,si otras veces os alegrasteis de que volviesevivo del combate; pues era el regocijo de la ciu-dad y de todo el pueblo.707 Así dijo, y ningún hombre ni mujer sequedó allí, en la ciudad. Todos sintieron intole-rable congoja y fueron a juntarse cerca de laspuertas con el que les traía el cadáver. La espo-sa querida y la veneranda madre, echándose lasprimeras sobre el carro de hermosas ruedas ytocando con sus manos la cabeza de Héctor, searrancaban los cabellos; y la turba las rodeaballorando. Y hubieran permanecido delante delas puertas todo el día, hasta la puesta del sol,derramando lágrimas por Hector, si el ancianono les hubiese dicho desde el carro:

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716 -Haceos a un lado para que yo pase con lasmulas; y, una vez to haya conducido al palacio,os hartaréis de llanto.718 Así habló; y ellos, apartándose, dejaron quepasara el carro. Dentro ya del magnífico pala-cio, pusieron el cadáver en torneado lecho ahicieron sentar a su alrededor cantores que pre-ludiaban el treno: éstos cantaban dolientes que-rellas, y las mujeres respondían con gemidos. Yen medio de ellas Andrómaca, la de níveos bra-zos, que sostenía con las manos la cabeza deHéctor, matador de hombres, dio comienzo alas lamentaciones exclamando:725 -¡Marido! Saliste de la vida cuando aún erasjoven, y me dejas viuda en el palacio. El hijoque nosotros ¡infelices! hemos engendrado estodavía infante y no creo que llegue a la moce-dad; antes será la ciudad arruinada desde sucumbre, porque has muerto tú que eras su de-fensor, el que la salvaba, el que protegía a lasvenerables matronas y a los tiernos infantes.Pronto se las llevarán en las cóncavas naves y a

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mí con ellas. Y tú, hijo mío, o me seguirás ytendrás que ocuparte en oficios viles, trabajan-do en provecho de un amo cruel; o algún aqueoto cogerá de la mano y to arrojará de lo alto deuna torre, ¡muerte horrenda!, irritado porqueHéctor le matara el hermano, el padre o el hijo;pues muchos aqueos mordieron la vasta tierra amanos de Héctor. No era blando tu padre en lafunesta batalla, y por esto le lloran todos en laciudad. ¡Oh Héctor! Has causado a tus padresllanto y dolor indecibles, pero a mí me aguar-dan las penas más graves. Ni siquiera pudiste,antes de morir, tenderme los brazos desde ellecho, ni hacerme saludables advertencias quehubiera recordado siempre, de noche y de día,con lágrimas en los ojos.746 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron. Yentre ellas, Hécuba empezó a su vez el funerallamento:748 -¡Héctor, el hijo más amado de mi corazón!No puede dudarse de que en vida fueras caro alos dioses, pues no se olvidaron de ti en el fatal

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trance de la muerte. Aquiles, el de los pies lige-ros, a los demás hijos míos que logró cogervendiólos al otro lado del mar estéril, en Samos,Imbros o Lemnos, de escarpada costa; a ti, des-pués de arrancarte el alma con el bronce delarga punta, lo arrastraba muchas veces en tor-no del sepulcro de su compañero Patroclo, aquien mataste, mas no por esto resucitó a suamigo. Y ahora yaces en el palacio, tan frescocomo si acabaras de morir y semejante al queApolo, el del argénteo arco, mata con sus sua-ves flechas.760 Así habló, derramando lágrimas, y excitóen todos vehemente llanto. Y Helena fue la ter-cera en dar principio al funeral lamento:762 -¡Héctor, el cuñado más querido de mi co-razón! Mi marido, el deiforme Alejandro, metrajo a Troya, ¡ojalá me hubiera muerto antes!; yen los veinte años que van transcurridos desdeque vine y abandoné la patria, jamás he oído deto boca una palabra ofensiva o grosera; y si enel palacio me increpaba alguno de los cuñados,

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de las cuñadas o de las esposas de aquéllos, o lasuegra -pues el suegro fue siempre cariñosocomo un padre-, contenías su enojo aquietán-dolos con tu afabilidad y tus suaves palabras.Con el corazón afligido lloro a la vez por ti ypor mí, desgraciada; que ya no habrá en la vas-ta Troya quien me sea benévolo ni amigo, puestodos me detestan.776 Así dijo llorando, y la inmensa muchedum-bre prorrumpió en gemidos. Y el anciamoPríamo dijo al pueblo:778 -Ahora, troyanos, traed leña a la ciudad yno temáis ninguna emboscada por parte de losargivos; pues Aquiles, al despedirme en lasnegras naves, me prometió no causarnos dañohasta que llegue la duodécima aurora.782 Así dijo. Pronto la gente del pueblo, un-ciendo a los carros bueyes y mulas, se reuniófuera de la ciudad. Por espacio de nueve díasacarrearon abundante leña; y, cuando pordécima vez apuntó la aurora, que trae la luz alos mortales, sacaron llorando el cadáver del

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audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la pira yle prendieron fuego.788 Mas, así que se descubrió la hija de la ma-ñana, la Aurora de rosáceos dedos, congregóseel pueblo en torno de la pira del ilustre Héctor.Y cuando todos acudieron y se hubieron reuni-do, apagaron con negro vino la parte de la piraa que la violencia del fuego había alcanzado; yseguidamente los hermanos y los amigos, gi-miendo y corriéndoles las lágrimas por las me-jillas, recogieron los blancos huesos y los colo-caron en una urna de oro, envueltos en finovelo de púrpura. Depositaron la urna en elhoyo, que cubrieron con muchas y grandespiedras, y erigieron el túmulo. Habían puestocentinelas por todos lados, para no ser sor-prendidos si los aqueos, de hermosas grebas,los acometían. Levantado el túmulo, volviéron-se; y, reunidos después en el palacio del reyPríamo, alumno de Zeus, celebraron unespléndido banquete fúnebre.

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804 Así hicieron las honras de Héctor, domadorde caballos.