Imágenes de Dios en Mi Vida
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Imágenes de Dios en mi vida
Desde niño, la imagen primera que recuerdo que tuve de Dios, fue el de
un ser mágico, un “dios” que me podía conceder todo lo que yo le pidiera. Y a
veces me frustraba porque le pedía muchísimas cosas, y veía claramente que
no me las cumplía. Muchas veces hasta lo retaba a cumplirme las cosas que le
pedía a cambio de creer más en Él, o seguir participando en la iglesia, o
incluso, hacer buenas obras.
Ya en la adolescencia, fui viendo a un “dios” que se iba a las alturas, un
“dios” inalcanzable, que solo podía ser accesible en la Eucaristía los domingos.
Incluso en la catequesis, me iban enseñando que Dios era un “dios” que
se molestaba por ciertas actitudes, si me portaba mal en misa, si no ponía
atención a las oraciones que debía aprenderme de memoria, y creo yo que ahí
se fue formando otra imagen de Dios, que me presentaba a un “dios” enojado,
que se molestaba con facilidad si no cumplía y que castigaba constantemente.
Pasé una adolescencia, en la que mi imagen de Dios, era la de un “dios”,
primero inalcanzable, segundo castigador, y tercero, empezaba a ver a Dios
como un ser lejano.
Con forme iba pasando mi adolescencia, y me iba interesando por temas
más humanos, como la sexualidad, el noviazgo, las relaciones de amistad, las
salidas entre amigos y amigas, me iba preocupando más por lo que Dios
pensaba de mí, porque cada vez que hacía algo “malo”, me llegaba a la mente
el castigo que me esperaba, y que pronto debía ir a confesarme, para aplacar
la “ira” de Dios sobre mí.
Pensaba que Dios me veía incluso como una decepción. Le pedía
perdón a Dios por ser una decepción para Él.
Empezaba pues, a tener una nueva imagen de Dios. Un Dios padre
(porque así me lo presentaban), decepcionado de su hijo. Una imagen que
venía de mi relación paterna biológica, que me exigía buenas notas, me exigía
buen comportamiento, me exigía trabajo…
Al ver que mi papá biológico, no se satisfacía de todo lo que yo le daba,
me frustraba. Por lo tanto todo lo que yo hacía a nivel de fe, también repercutía
en la imagen de Dios que estaba construyendo.
Así pasó el tiempo en mi vida de adolescente, y cuando llegué a la
mayoría de edad, buscaba con ansias, más respuestas y fue cuando empecé a
querer acercarme a ese Padre inalcanzable, de la forma en la que lo hacían
otros muchachos, para agradarle, para complacerlo y sobre todo para sentirme
favorito. El seminario.
Empecé entonces mi camino rumbo al seminario, en busca de
respuestas, y fue cuando empecé a ver ese Padre, que me empezaba a
sonreír, y que me aprobaba lo que estaba haciendo. Pero igual seguía
pensando que no quería decepcionarlo, y trataba de ocultar quien yo era
realmente, para poder dar una imagen de “hijo ideal”. Al final, quería yo dar una
imagen a mi imagen de Dios.
Cuando entré al seminario, empecé a transformar nuevamente mi
imagen de Dios. Al fin y al cabo, iban quedando rezagos de las demás
imágenes. Ahora, quería ver en Dios, a un Sumo y Eterno sacerdote. Un “dios”
sacerdote, un “dios” cultual, que solo le importa la liturgia, y todo lo que ella
encierra. Por ende, veía a un “dios” sacramental, un ser ultra divino, y más
inalcanzable todavía.
Cuando salí del seminario diocesano, empecé a ver un “dios” diferente.
Ya no quería tener que ver nada con Dios. Me había decepcionado de mi
proceso, de los curas, de la Iglesia, y por consiguiente, de Dios.
Empecé a ver un “dios” que no existía, un ser que no tenía sentid para
mí, que me había olvidado, que se había ido.
Aun así, aunque no quería saber nada de Él, Él seguía dándome
señales de que seguía ahí. Empecé a ver un Dios que tomaba iniciativa, un
Dios que me empezaba a amar y a querer tal y como era.
Empecé a retomar mi camino vocacional, como religioso. Y ahí empecé
a ver un Dios diferente. Un Dios cercano, un Dios amable, un Dios
misericordioso, un Dios que me acepaba tal y como yo soy.
Empecé a conocer al verdadero Dios, un Dios de misericordia, de
fraternidad, de lucha, de justicia. Un Dios que era también Madre.
Me di cuenta, gracias a este ensayo, la evolución de como he venido
viendo a Dios a lo largo de mi historia personal. Y como ahora, tengo una
imagen de un Dios cercano, que me ama y que día a día me acompaña en todo
momento. Un Dios Padre y Madre, que no discrimina, que es tolerante y que
quiere ver a sus hijos felices, realizados y alejados del pecado, que al fin y al
cabo es la ausencia de Dios por consentimiento propio, aunque Él nunca se va.
Evolución de las imágenes de Dios en Luis Amigó y Ferrer
Luis Amigó y Ferrer nació en el año 1854. Una sociedad española del
siglo XIX y casi principio del XX.
Una sociedad preconciliar, que veía a un Dios lejano, encerrado en el
culto y en la Iglesia.
Así es como Luis Amigó se cría. Con una imagen de un Dios eclesial, un
Dios encerrado en la Iglesia, y que lo acompaña en sus devociones.
Luis Amigó, veía a Dios como un Dios acompañante. Siempre en su
historia de vida, Dios estaba acompañándolo en todo momento. Al menos en
su autobiografía, lo ve como un Dios providente.
La mayor parte del tiempo, ve a Dios misericordioso, lo cual lo lleva a la
fundación de los Terciarios Capuchinos y las Terciarias Capuchinas. Digo esto,
porque en su obra se ve reflejado la imagen de Dios que prevalece en él. Un
Dios cercano, amoroso, padre bueno, y sobre todo, un Dios que piensa en el
futuro de los jóvenes sin camino.
Las imágenes de Dios que puedo ver en Luis Amigó son las de un Dios
providente, porque todo lo que a él le ocurría, que veía con regocijo y alegría se
lo atribuía a Dios. Todos los bienes, que las personas le daban, y toda la ayuda
recibida, aunque fuera claramente por la buena voluntad de las personas, el lo
atribuía a la Divina Providencia.
Tuvo también la imagen de Dios misericordioso, que la practicó y reflejó
en la misión con los jóvenes en problemas. Fue una imagen que siempre trató
de heredarla a sus religiosos y religiosas. La de un Padre Amoroso que no
abandona a sus hijos, por más mal que estén.
Puedo entonces afirmar que otra imagen que tenía de Dios era la del
Buen Pastor, que cuida su rebaño (reflejado en su vida apostólica y episcopal)
y va tras la oveja perdida.