IMÁGENES DE LA SABIDURÍA en El Escorial

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IMÁGENES DE LA SABIDURÍA. LA DECORACIÓN DE LA BIBLIOTECA ESCURIALENSE Agustín Bustamante García CUADERNOS DE ARTE E ICONOGRAFIA / Tomo VI - 11. 1993 La Biblioteca de El Escorial, el sector más hermoso del Monasterio de San Lorenzo el Real tras la Basílica, la definimos hace tiempo como un unicum, algo no trasladable al resto de la edificación, lo cual se confirma tanto por la función que realiza y contenido que posee, como por el ornato que presenta (1). Este sector del edificio surgió en 1564, cuando Felipe II duplicó de cincuenta a cien el número de frailes, y creó el Colegio, es decir, la Universidad de San Lorenzo el Real (2). El 12 de agosto de ese año el Rey ordenaba a su Secretario Pedro de Hoyo: "Escribid al Prior que avise si para los estudiantes sería menester librería aparte o la del convento". Es la primera referencia específica a la Real Biblioteca de El Escorial. Una vez que el Colegio definió sus características, con su Seminario y Colegio con sus cátedras de Artes y Teología, quienes serían sus profesores y cuales sus alumnos, se localizó en el cuadrilátero noroccidental del Monasterio, en un espacio parejo al de los Cuatro Claustros Chicos conventuales. El desarrollo de este núcleo universitario arrastró la creación de una Biblioteca específica, distinta a la conventual, y tanto más necesaria, cuanto San Lorenzo el Real estaba fuera de todos los circuitos cultos españoles del entorno: Valladolid, Salamanca, Sigüenza, Alcalá y Toledo. Además, al monarca le iba mucha honra en su fundación, por eso puso todo su empeño en la empresa. La Real Biblioteca surge por las necesidades universitarias del Colegio, pero no es una biblioteca universitaria, sino mucho más, lo que la convertirá en un ente autónomo, una Biblioteca Real, que nace de la donación de los propios libros del soberano, que irá engrosando sucesivamente con entregas y compras sistemáticas hasta el fin de sus días (3). Fue el último cuerpo que se sumó al proyecto originario de San Lorenzo el Real del Escorial. En el Monasterio llegó a haber varias bibliotecas. Juan Bautista de Toledo ideó una biblioteca conventual que, en origen, en 1562, se localizaba en el actual Capítulo del Prior, y aquella zona se llamó durante años la Librería. Posteriormente la idea se abandonó, y esta biblioteca se dispersó por las celdas de los monjes. Hoy no existe, y podemos considerar que la sustituye la de la comunidad agustina que habita actualmente el Convento. La Botica tenía su propia librería, para la cual, en 1579, se compraban veintisiete cuerpos de libros. Desapareció en el siglo XIX, cuando la Desamortización. Intacta y en su sitio se encuentra la Librería Coral, en el coro y aledaños de la Basílica, de una fastuosidad increíble. Finalmente la última, y cuarta, es la Biblioteca Real, de carácter público, que ha llegado a nuestros días muy completa. Esta última, la Biblioteca por antonomasia, se empezó a formar antes de tener un lugar apropiado; tuvo su asiento provisional en el gran salón encima de la

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IMÁGENES DE LA SABIDURÍA. LA DECORACIÓNDE LA BIBLIOTECA ESCURIALENSE

Agustín Bustamante García

CUADERNOS DE ARTE E ICONOGRAFIA / Tomo VI - 11. 1993

La Biblioteca de El Escorial, el sector más hermoso del Monasterio de San Lorenzo el Real tras la Basílica, la definimos hace tiempo como un unicum, algo no trasladable al resto de la edificación, lo cual se confirma tanto por la función que realiza y contenido que posee, como por el ornato que presenta (1). Este sector del edificio surgió en 1564, cuando Felipe II duplicó de cincuenta a cien el número de frailes, y creó el Colegio, es decir, la Universidad de San Lorenzo el Real (2). El 12 de agosto de ese año el Rey ordenaba a su Secretario Pedro de Hoyo: "Escribid al Prior que avise si para los estudiantes sería menester librería aparte o la del convento". Es la primera referencia específica a la Real Biblioteca de El Escorial.

Una vez que el Colegio definió sus características, con su Seminario y Colegio con sus cátedras de Artes y Teología, quienes serían sus profesores y cuales sus alumnos, se localizó en el cuadrilátero noroccidental del Monasterio, en un espacio parejo al de los Cuatro Claustros Chicos conventuales. El desarrollo de este núcleo universitario arrastró la creación de una Biblioteca específica, distinta a la conventual, y tanto más necesaria, cuanto San Lorenzo el Real estaba fuera de todos los circuitos cultos españoles del entorno: Valladolid, Salamanca, Sigüenza, Alcalá y Toledo. Además, al monarca le iba mucha honra en su fundación, por eso puso todo su empeño en la empresa.

La Real Biblioteca surge por las necesidades universitarias del Colegio, pero no es una biblioteca universitaria, sino mucho más, lo que la convertirá en un ente autónomo, una Biblioteca Real, que nace de la donación de los propios libros del soberano, que irá engrosando sucesivamente con entregas y compras sistemáticas hasta el fin de sus días (3). Fue el último cuerpo que se sumó al proyecto originario de San Lorenzo el Real del Escorial.

En el Monasterio llegó a haber varias bibliotecas. Juan Bautista de Toledo ideó una biblioteca conventual que, en origen, en 1562, se localizaba en el actual Capítulo del Prior, y aquella zona se llamó durante años la Librería. Posteriormente la idea se abandonó, y esta biblioteca se dispersó por las celdas de los monjes. Hoy no existe, y podemos considerar que la sustituye la de la comunidad agustina que habita actualmente el Convento. La Botica tenía su propia librería, para la cual, en 1579, se compraban veintisiete cuerpos de libros. Desapareció en el siglo XIX, cuando la Desamortización. Intacta y en su sitio se encuentra la Librería Coral, en el coro y aledaños de la Basílica, de una fastuosidad increíble. Finalmente la última, y cuarta, es la Biblioteca Real, de carácter público, que ha llegado a nuestros días muy completa.

Esta última, la Biblioteca por antonomasia, se empezó a formar antes de tener un lugar apropiado; tuvo su asiento provisional en el gran salón encima de la Iglesia Vieja. Una vez desalojados de allí los libros, se transformó en dormitorio de novicios y, posteriormente, en sala de conferencias.

La Real Biblioteca tenía sus necesidades específicas, tanto espaciales, como de cometido, las cuales debía satisfacer sin alterar la vida del Convento y del Colegio. Se recurrió a la solución tradicional de las bibliotecas universitarias españolas, aparecida por primera vez, que sepamos, en el Colegio de Santa Cruz de Valladolid y, posteriormente, en Salamanca y Alcalá de Henares: disponer el espacio de la Biblioteca como una amplia sala en la fachada principal, encima del acceso de entrada (4). De esta manera la Biblioteca se definía como un ente autónomo, pero imbricado con el Colegio al norte y el Convento al sur; siendo en ella, junto con la Basílica, en los únicos lugares del Monasterio donde el Convento se relaciona con los otros ámbitos, y los únicos lugares de contacto con el mundo exterior. De esta manera, manteniendo su independencia, conventuales, colegiales y foráneos podían beneficiarse por igual de ese tesoro. Todos estos criterios, muy ponderados por fray José de Sigüenza (5), constituyen las

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mimbres con las que se compuso el último elemento añadido al proyecto de Juan Bautista de Toledo de 1562, que afectó a la estructura del edificio, concretamente a la fachada principal.

Juan Bautista de Toledo había situado la fachada principal del Monasterio donde ahora está, en el muro occidental, y era una estructura autónoma flanqueada por dos torres. Modificado el alzado de San Lorenzo el Real en 1564, el arquitecto dio nuevos planos de fachada, de los que conocemos dos, y en ambos permanecen las torres, y sabemos además que había un pasadizo a los treinta pies de altura. De este proyecto se levantó la torre del mediodía hasta la cornisa de los cincuenta y cinco pies, que cae al Patio de la Hospedería del Convento.

Años después del fallecimiento de Juan Bautista, Juan de Herrera, en 1573, proyectó la Biblioteca, replanteándose toda la fachada, de la que también dio traza, pero teniendo que actuar con pie forzado a causa de lo ya hecho. A la altura de los treinta pies, es decir, el nivel del piso principal del Monasterio, el arquitecto dispuso todo un complejo bibliotecario, articulado en dos salones superpuestos y diáfanos, que no sólo ocupan en planta el espacio de las torres, con lo que la Biblioteca entra en los cuartos claustrales del Claustro de la Hospedería y Primer Patio del Colegio, sino que en altura se aprovechan de los alzados de las mismas, de modo que todo el conjunto forma un prisma, que se eleva sobre los tejados de todo el perímetro occidental. Las torres desaparecen absorbidas en el gran bloque, pero ellas han dado las dimensiones totales de la nueva estructura arquitectónica. Con la intervención de Juan de Herrera desaparecían dos torres más del proyecto de Juan Bautista de Toledo, pero aparecía una nueva estructura.

Con una modificación tan ingeniosa y con un proyecto nuevo que era todo un alarde, resultaba imprescindible volver a abordar la fachada, pues los anteriores diseños habían quedado inservibles. Y al unísono tuvo que hacerse. Con las trazas ya en su poder, el 10 de octubre de 1574, Pedro de Tolosa dio las condiciones y repartió la obra en tres destajos. Éstas no son muy explícitas, pero permiten considerar que el bloque que forman la fachada y Biblioteca, tanto por su cara oeste, como por la que mira a la Basílica, es igual a lo hecho actualmente; presentando como única diferencia, que en el proyecto se contemplaban las doce columnas de la fachada estriadas, punto que no se llevó a cabo, acaso por las peculiaridades del granito, piedra muy ingrata para semejantes artificios. También se especificaba en las condiciones que la obra tendría una duración de tres años.

Para poderlo hacer, todo ello se dividió en tres destajos: el primero lo conformaba el conjunto de la fachada principal y el espacio de la Biblioteca que está encima, tanto en su cara de poniente, como en la frontera que mira a la Basílica. Este destajo lo contrató Mateo de Elorriaga el 20 de noviembre de 1574. El segundo destajo lo formaba la primitiva torre septentrional de la fachada, transformada a partir de los cincuenta y cinco pies. Fue contratado el 26 de noviembre por Diego de Matienzo. El tercer destajo era la parte transformada que correspondía a la torre meridional y que concertaron, el 23 de diciembre, Esteban Frontino y Francisco González Heredero.

Frontino, González Heredero y Matienzo cumplieron sus compromisos, y su trabajo lo tasó Pedro de Tolosa el 14 de mayo de 1576, cuando ya no era aparejador de la fábrica, sino maestro mayor de las obras del Convento de Uclés. Fue su postrera intervención en El Escorial. En cuanto al destajo de Mateo de Elorriaga, estuvo trabajando en él hasta el año 1575, pero hubo problemas, y la obra se detuvo. El 14 de septiembre de 1577 Felipe II liberó al destajero de su obligación; el 11 de marzo de 1579 se tasó aquello que hizo y el 19 se le dio finiquito.

El 16 de julio de 1575, con condiciones del aparejador de la carpintería García de Quesada, el carpintero Pero Alonso se encargó de los maderamientos de la Biblioteca, correspondientes a las partidas de Diego de Matienzo, Esteban Frontino y Francisco González Heredero, falleciendo en 1576 en la ejecución. Se concluían así los extremos del gran conjunto, mientras que el centro estaba sin hacer, era una hoquedad, y ello queda fielmente reflejado en el dibujo del Escorial en obras (6).

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Las obras en este punto quedaron adormecidas, entre otras razones, porque era uno de los pasos obligados de la carretería para acceder a la Basílica. Aún así, el 17 de octubre de 1577 se trajo una de las jambas de la puerta principal, en un alarde de virtuosismo de cantería y técnica consumada de transporte, volviéndose a repetir este alarde el 8 de enero de 1579, siendo director de la operación Juan Bautista de Cabrera. El 29 de julio de 1579 el Rey ordenó que se iniciasen las obras, y el 25 de septiembre dos compañías, una formada por Francisco de Atuy y Francisco González Heredero, y la otra integrada por García de Alvarado y Juan de Olabarrieta, se obligaron a hacer toda la obra del pórtico, fachada y Biblioteca, que fue repartida en dos destajos iguales por el eje de la puerta, concluyéndose el 31 de octubre de 1583 los remates de cantería por Yuste González, hermano de Francisco González Heredero, fallecido en la empresa.

La carpintería, cuyas condiciones dio el aparejador de la misma García de Quesada, la contrataron los maestros Juan de la Laguna y Julián Martínez, acabándola el 16 de diciembre de 1582. El 21 de marzo de 1582 se colocó en la hornacina la estatua de San Lorenzo, con la cual fray José de Sigüenza dio por concluido el pórtico principal del Monasterio. El 7 de abril de 1585 los estuqueros y oficiales de albañilería Andrés de Rueda, Juan Aguado y Andrés de Bárcena se obligaron a jaharrar de cal y estuco las bóvedas y pies derechos de la librería grande del pórtico principal (7).

Entre el 1 y el 28 de octubre de 1587 se desalojó la librería del salón encima de la Iglesia Vieja, y se colocó en la gran pieza sobre la actual sala pintada, conocida desde ese momento como Biblioteca o Librería Alta, y allí estuvo el gran fondo bibliográfico de la Biblioteca Real hasta que se adornó y amuebló el gran salón conocido como Biblioteca por antonomasia (8). Fue la última pieza que se colocó en su sitio en el Monasterio del Escorial, pues el Colegio ocupó su sede el 28 de septiembre de ese mismo año. De ese modo, a finales de octubre de 1587 no sólo todo el Monasterio estaba concluido y en uso, sino que también cada ámbito ocupaba su sitio correspondiente.

De todo ello, la Biblioteca fue la criatura mimada de Felipe II. El Rey en persona ordenó que se pasasen los libros "al aposento y pieza que está sobre el pórtico, en los camaranchones, encima de la librería principal, que ha de ser después que se haya pintado". La mudanza se hizo en quince días, "y la pusieron por las lenguas y disciplinas distintas, y apartadas unas de otras, por el orden que el Doctor Arias Montano les había dejado". "Y luego otro día como llegó el Rey de Segovia la subió a ver con la infanta Doña Isabel, y se holgó de verla como estaba, y mandó al Doctor Valles su protomédico que la subiese a ver, dándole a entender el contento que le había dado de verla en aquel lugar, que fue esto a 28 de octubre".

Como bien claramente deja dicho en 1587 fray Juan de San Jerónimo, Felipe II pensaba pintar el salón principal de la Biblioteca, es decir, darle un rango especial parejo a la Basílica, la Sacristía, al Claustro Mayor, a los Capítulos y al Salón de Batallas del Palacio. Es más, el 18 de agosto de 1586 el mismo Felipe II dice al Prior fray Miguel de Alaejos: "Ya sabéis que a Pelegrín de Bolonia, nuestro pintor, se le ha encargado la obra de pintura del claustro principal y de la librería deste dicho Monasterio" (9). Así pues, en 1586 ya se tenía decidido, no sólo pintar la Biblioteca, sino que esa tarea le ejecutase Pellegrino Tibaldi, que acababa de llegar de Italia en esos días, siendo ella una de las razones por las que se le llamó a España desde Milán.

Pero el crecimiento constante de la Real Biblioteca provocará, tanto el aumento del espacio que ocuparán los libros, como el incremento de su ornato. La primera necesidad fue disponer los estantes para los libros. Durante el tiempo que la Librería estuvo encima de la Iglesia Vieja, hubo una actividad dispersa en la realización de este mobiliario, pero desde el 31 de agosto de 1584 hasta el 11 de enero de 1586, los carpinteros Pedro Mayor y Antón Germán realizarán sistemáticamente todas las estanterías de la biblioteca de prestado (10). En ella había cuadros, cuyos marcos hizo el ensamblador Martín de Gamboa, que los cobró el 29 de abril de 1587 (11).

Pero la idea era infinitamente más ambiciosa. La Biblioteca Principal, también llamada Biblioteca Baja, era el salón por antonomasia, el lugar de estudio y, al mismo tiempo, el gran

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depósito bibliográfico; por ello su ornato tendrá una calidad y cuidado especiales. Pero la masa de textos era tan grande, que este sector no daba abasto, por ello se creó al unísono, en otro salón semejante, y encima del mismo, la llamada Librería Alta, menos rica en cuanto a ornato, pero también lujosamente decorada. Como así incluso seguía faltando espacio, hubo que habilitar para la Biblioteca la zona norte del tercer piso del Claustro de la Hospedería, al que los hombres de la época denominaban Librería Pequeña. Así pues, la Biblioteca, ya desde la misma época de Felipe II, era mucho más que el espléndido salón riquisamamente alhajado, dispuesto en la entrada, a treinta pies de altura, pero él es el punto de partida y médula de toda la estructura conformadora de este ambiente.

El 16 de abril de 1588 el carpintero Antón Germán cobraba ochocientos cuarenta y nueve reales, entre otras cosas, por "dos pares de puertas para los testeros de la librería principal de doze pies de alto y seis de ancho a veynte y cinco ducados cada una" (12). Es el primer dato de mobiliario del gran salón. En 1589 se dieron las trazas para la ejecución de las estanterías. En ello se siguió el mismo cauce que con la sillería de coro. Herrera dio los dibujos y Jusepe Flecha elaboró el modelo. La obra se dividió en dos mitades, cada una se componía de un testero y dos brazos hasta llegar a las ventanas de en medio del salón; de un destajo se hizo cargo Flecha y Juan Serrano, y el otro lo contrataron el 3 de marzo de 1589 Antón Germán, Pedro Mayor y Martín de Gamboa (13). Pero el reparto se alteró, y hasta septiembre de ese mismo año no empezaron las labores Serrano y Flecha de un testero y un fragmento de los lados, cobrando las primeras cantidades el 7 de octubre, acabando la obra y liquidando cuentas el 28 de agosto de 1590. En total "diez y siete colunas con sus caxones de madera de Indias y nogal que han labrado para la librería baja de este monasterio con su hornato conforme a la traga y orden que se les dio" (14).

Satisfecho el Rey del resultado, ordenó proseguir la obra, y a Jusepe Flecha y a Juan Serrano se les sumó Martín de Gamboa, mientras que la otra compañía se disolvió sin hacer nada por muerte de Antón Germán, creándose una nueva formada por Pedro Verdugo y Pedro Mayor, los cuales empezaron a trabajar de inmediato, cobraron la primera libranza el 14 de septiembre de 1590, acabando la obra "de diez y ocho colunas con sus caxones y con sus testeros basas y capiteles y pedestales y cornisas con todo su ornato de madera de yndias y nogal y naranxo" el 7 de noviembre de 1592, falleciendo en la empresa Pedro Mayor (15).

Por su parte Flecha, Serrano y Gamboa también acometieron su parte, recibiendo la primera partida el 10 de noviembre de 1590. El 15 de agosto de 1591 falleció Jusepe Flecha, pero el trabajo no se para y el 1 de abril de 1593 se les libró la última cantidad de "treynta y cinco colunas con sus caxones y con sus testeros basas y capiteles y pedestales y cornisas con todo su hornato de madera de indias y nogal y naranxo que hizieron para la librería principal del dicho monasterio donde se asentaron" (16). Las estanterías estaban hechas. Sigüenza se deshace en elogios hablando de ellas (17). La puerta que comunica la Biblioteca con el Convento se hizo dos veces con traza de Francisco de Mora. La ejecutó Martín de Gamboa entre el 19 de abril de 1597 y el 4 de marzo de 1598 (18).

Las estanterías de la Librería Alta eran iguales que las de la Baja o Principal, pero de pino y castaño. Se hicieron a gran velocidad por cuatro partidas. Pedro Mayor y Martín de Gamboa componían la primera, haciendo "veynte caxones de madera de pino y castaño que an labrado para la librería alta del dho Monasterio conforme a la orden y tralla que se les dio y los an asentado en la dha librería" entre el 9 de septiembre de 1589 y el 19 de mayo de 1590 (19). La segunda la integraban Antonio de Recas y Hernán Sánchez; el 11 de septiembre de 1589 contrataron catorce cajones, que acabaron el 28 de abril del siguiente año (20). La tercera estaba formada por Juan Muñoz y Francisco Verdugo, que hicieron otros catorce cajones entre el 28 de septiembre de 1589 y el 28 de abril de 1590 (21) . Andrés de León fue el último contratante; se hizo cargo de ocho cajones, que realizó entre el 1 de diciembre de 1589 y el 7 de junio de 1590 (22).

La Biblioteca Pequeña la amueblaron con librerías de pino iguales a las de la Biblioteca Alta Antonio Tenorio y Marcos de Ocaña, que contrataron el 8 de diciembre de 1593 diecisiete cajones, que acabaron el 19 de marzo de 1594 (23). Otros diecisiete contrataron Hernán

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Sánchez, Antonio de Recas y Jerónimo Hernández, concluyendo también la tarea el 19 de marzo de 1594 (24). Martín de Gamboa hizo para esa dependencia "una mesa grande ansimismo de madera de pino y nogal con su piedestal y pilastras todo moldado para el servicio de la librería pequeña que está junto a la principal del dho monasterio", cobrándola el 22 de noviembre de 1594 (25).

Al tiempo que se alhajan las diferentes estancias de la Biblioteca con los plúteos, se establece una jerarquía: el gran salón o Biblioteca Principal, no sólo es más rico por su bóveda y el suelo de mármol pardo y blanco, sino que también tendrá el mobiliario de maderas semipreciosas: nogal, indias, caoba, ácana, ébano, cedro, naranjo y terebinto; mientras que el de las otras dos piezas es de madera de pino y castaño, pero todos son de la misma forma, de orden dórico y de quince pies de altura. Se establece así una jerarquía dentro de la unidad.

Todo ello se completa con una vasta decoración pictórica, que sepamos, la primera de su género en España. Pellegrino Tibaldi tenía, desde 1586, el encargo de pintar el Claustro Mayor y la Biblioteca. Comenzó por la bóveda, "desde la cornisa arriba toda la bóbeda y lunetas Bella, conforme a la orden que se le dio"; recibió la primera libranza el 28 de julio de 1590, y la última de esta parte el 12 de octubre de 1591, siendo los tasadores Diego de Urbina y Patricio Cajés, que hicieron su labor el 28 de marzo de ese año (26). Desde el 12 de octubre de 1591 Tibaldi cobra por "las historias y pinturas que haze en la librería principal desde la cornija avajo, conforme le está ordenado", finiquitando la cuenta el 25 de enero de 1592, tasándose el 22 de enero del año mentado por los mismos que hicieron la anterior (27). La obra se ejecutó a una velocidad vertiginosa, prácticamente un año en pintarla, y año y medio en cuanto a efectos económicos. Felipe II podía estar bien satisfecho con el fa presto de Pellegrino.

El ornato de la Biblioteca Principal se refiere a las Siete Artes Liberales, integradas en el Trivium, Gramática, Retórica y Dialéctica, y el Quadrivium, Aritmética, Música, Geometría y Astrología, que son los peldaños que dan acceso a la Filosofía y, a partir de ella, por gracia divina, a la Teología o ciencia de Dios. En una palabra, estamos ante la plasmación de la idea medieval de la Universitas (28). En cuanto a concepto no hay nada nuevo, por ello, aunque la frase sea muy hermosa, no es aceptable definir a la Real Biblioteca como Templo de la Sabiduría. En San Lorenzo el Real sólo hay un templo: la Basílica (29). Lo que reflejan las pinturas murales es la idea de totalidad de saberes, Universitas, que se da en la Biblioteca, porque en ella se recogen todos a través de los libros, ya impresos, ya manuscritos, y de los ingenios inventados por los hombres para ello, como eran los mapas, globos, instrumentos de conocimiento, etc. que en absoluto pueden dar pie a confundir la Biblioteca con una cámara de maravillas, a no ser que se quiera considerar tal cosa el monetario (30).

Donde radica la novedad es en cómo se representan las Artes Liberales, la Filosofía y la Teología. El programa iconográfico se dio a Pellegrino Tibaldi, y éste lo ejecutó. Sabemos, porque él mismo lo dice, que fray José de Sigüenza fue uno de los que intervino en su elaboración, pero en el proyecto hubo varias personas de las que no tenemos noticia. No sería extraño que colaboraran en él fray Juan de San Jerónimo, el de la Estrella, famoso predicador, Rector del Colegio y Prior entre el 20 de agosto de 1589 y mayo de 1591, y fray Juan de San Jerónimo, el de Guisando, autor de las Memorias y primer Bibliotecario, cargo que ocupó hasta su muerte en 1591. En cuanto a Herrera, no parece que tuviera que ver con la creación del programa. Resulta tan conservador, que la interpretación que de él hace Taylor, aunque muy sugestiva, es arriesgadísima, y siguen faltando pruebas que confirmen sus hipótesis como ciertas (31).

Tibaldi atacó la bóveda siguiendo el esquema de la Capilla Sixtina, es decir, creando un campo con moldurajes en la plementería y dos zonas segmentadas en el área de los lunetos. Allí se dispuso todo un alarde figurativo de cuerpos en perspectiva, de tamaño colosal, que son las Siete Artes Liberales más la Filosofía y la Teología en los testeros, y en la zona de los lunetos todo un amplio repertorio de hombres ilustres, según el esquema del quadro riportato. Las Artes se divisan en el empíreo, en depurada técnica di sotto in su, visibles a través de un vano cuadrado arquitectónico en perspectiva; por el contrario, los hombres ilustres están en espacios cerrados o en tronos hornacinas. Significativamente la Filosofía está pudorosamente

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vestida y velada, mientras que la Teología tiene la cabeza descubierta como doncella y sobre ella flota la corona real, símbolo de su carácter de ciencia suprema. Las demás están también vestidas, mostrando sólo desnudo el torso la Dialéctica y la Astrología, que lo oculta con la postura de su brazo. Es patente cómo se controló rígidamente este punto, quedando relegado a los ignudi de las enjutas de los lunetos, aunque con buenos testimonios de braghetoni, a los angelitos de los tondos de los mismos y a las figuras mitológicas. Y aún así hubo críticas, si bien Sigüenza se despacha a gusto contra éstas, tildándolas de mal gusto, gente mala e hipócrita. El historiador precisa: "En las figuras que representan personas bajas, que se inducen en la historia no más que para servicio, o carga, u oficios bajos, se permiten desnudos y mostrar en ellos el arte; mas no se ha de permitir en las personas principales, graves, honestas. Y así lo guardó el Peregrino en esta librería y en el claustro principal, y pocas veces se descuida en este decoro, aunque tan amigo de mostrar el arte y lo que entendía del cuerpo del hombre, que es el más noble y más difícil sujeto de él" (32).

El vasto repertorio de la bóveda se completa con historias alusivas a las artes representadas, situadas debajo de la cornisa. De este sector queda el único dibujo de Tibaldi para la Biblioteca que conservamos, y que se halla en el Museo Británico. Está hecho sobre una estructura a línea de dibujo arquitectónico, y dentro de la trama se disponen el ornato, las figuras y la historia; ésta es la Torre de Babel y la confusión de las lenguas, así pues, corresponde al muro de poniente de la zona de la Gramática. Lo dibujado y lo representado no coinciden, por tanto, es un borrón anterior a la solución definitiva. Herrera escribe de puño y letra una larga nota disponiendo el modo del ornato arquitectónico, y no entra para nada en lo figurativo; por el contrario, cuando ordena a Tibaldi la supresión de unas figuras en la escena de la Torre de Babel, dice claramente "que ansí lo manda su magd."; el Arquitecto del Rey parece estar al margen de los programas figurativos (33).

El dibujo puede datarse entre 1588 y 1590, ya que en la primera fecha estaba resuelto el programa iconográfico de las Artes Liberales, como el mismo Herrera constata, y en julio de 1590 se ha iniciado ya la pintura de la bóveda por Tibaldi (34). Las historias, como bien demuestra el dibujo de Londres y los pagos publicados por Zarco, dicen a las claras que son obras de Pellegrino; pero en 1657 fray Francisco de los Santos se las atribuyó a Carducho (35). Para Angulo y Pérez Sánchez "el estilo de las escenas hace pensar que la serie fue hecha con amplia participación de colaboradores, pero sobre cartones de Tibaldi" (36). Es posible que Carducho pintase las escenas con los cartones del boloñés, como Juan Gómez pintó Santa úrsula y las once mil vírgenes, dato que no apareció recogido en las cuentas, y que conocemos por lo que dice fray José de Sigüenza sobre este lienzo.

La manera de vestir a los personajes es un rasgo muy significativo de la iconografía de la Real Biblioteca. Algunos van "a la antigua", como Sócrates y Séneca acompañando a la Filosofía; Terencio en la Gramática; Cicerón y Quintiliano en la Retórica; Meliso y Zenón en la Dialéctica; Boecio, Jordán y Xenócrates en la Aritmética; Monterregio, Arquímedes y Aristarco en la Geometría; Euclides y Sacrobosco en la Astrología, y, por supuesto, Plinio, Virgilio, Horacio y Tito Livio. Otros van a la turca, como Platón y Aristóteles en la Filosofía; Sexto Pompeyo en la Gramática; Demóstenes e Isócrates en la Retórica; Protágoras y Orígenes en la Dialéctica; Arquitas en la Aritmética; Pitágoras en la Música; Abdelaziz, como es natural, en la Geometría, y Ptolomeo en la Astrología; a ellos hay que sumar Cirempo, Dicearco, Píndaro y Homero. Vestidos de medieval van Donato y Nebrija en la Gramática y Alfonso X el Sabio en la Astrología, así como Salomón y la Reina de Saba en su historia correspondiente y, por supuesto, los padres de la Iglesia Latina y el Concilio de Nicea. Por último, hay un grupo de desnudos, que son prácticamente figuras mitológicas, a saber: Apolo, Mercurio, Pan, Miseno, Júbal, Anfión y Orfeo. Es curioso cómo en los años fina les del siglo XVI buena parte del mundo clásico, fundamentalmente el griego, sigue la vieja tradición medieval de vestirse a la musulmana, modernizada en turca. No se da en la Biblioteca ningún rigorismo arqueologizante.

Los temas representados son harto significativos. La mitología es muy escasa, habiendo sólo dos escenas: Orfeo y Eurídice y el Hércules gálico. La Antigüedad y el mundo bíblico y la historia de la Iglesia se reparten equitativamente. Hay seis historias alusivas a la época clásica: la Escuela de Atenas, Cicerón y la liberación de Cayo Rabirio, Zenón de Elea, la muerte de

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Arquímedes, los sacerdotes egipcios y los gimnosofistas; hay una séptima que une el mundo de la Antigüedad con el ámbito cristiano, y se refiere a Dionisio Areopagita detectando en Atenas el eclipse de sol provocado por la muerte de Cristo el Viernes Santo en Jerusalén.

El mundo bíblico, es decir, el veterotestamentario, y la historia de la Iglesia tienen siete escenas: la Torre de Babel y la confusión de las lenguas, Daniel aprendiendo lenguas en Babilonia, Salomón y la Reina de Saba, David librando a Saúl de los demonios, Ezequías e Isaías, San Ambrosio y San Agustín disputando el Concilio de Nicea. Tanta representación de temas judíos, referidos al Antiguo Testamento, podría deberse a la influencia de fray José de Sigüenza, discípulo del gran biblista Benito Arias Montano, que además fue el gran ordenador de la Real Biblioteca, y bien pudo intervenir a la hora de la elaboración del programa iconográfico. pero no hemos hallado pruebas al respecto.

Resulta muy significativo, y muy del gusto de Felipe II, la aparición notable de españoles en este importantísimo programa. Séneca está en el séquito de la Filosofía por ser latino y españo (37). Nebrija se halla entre los viri illustres que acompañan a la Gramática, y Sigüenza le dedica un largo y calidísimo elogio, y no sería extraño que fuese uno de los propuestos en su programa (38). En la Retórica aparece Quintiliano, "que aunque tan maestro del arte y español y, a lo que dicen, natural de Calahorra, entre estos héroes es justamente el postrero" (39), sus compañeros son Isócrates, Demóstenes y Cicerón. Alfonso X el Sabio, "famoso por sus tablas en todo el mundo" (40), ocupa un puesto dignísimo entre los ilustres de la Astrología. Finalmente la presencia española en el campo de la Teología se da en el Concilio de Nicea, presidido por el obispo de Córdoba Osio (41).

Este vasto programa iconográfico, que ilustra y enriquece la Biblioteca Principal, era el colofón de ese gran estuche que cobijaba siete mil volúmenes de "libros impresos en lengua latina, griega y hebrea, sin entremeter en ellos ni libros de mano ni de otras lenguas vulgares" (42). La correspondencia entre los libros y las imágenes era completa. La Biblioteca Alta y la Pequeña custodian una riqueza tanta o mayor que la Principal, pero su alhajamiento era menor. La primera custodiaba los libros "de las lenguas vulgares: castellana, italiana, francesa, alemana, portuguesa, elemosina o catalana"; hay además "muchos de la lengua latina", concretamente las ediciones más antiguas. En 1657, según describe fray Francisco de los Santos, esta Biblioteca Alta se había enriquecido no sólo con los duplicados de todas las facultades y con aquellos nuevos ejemplares que se iban adquiriendo por regalo y donaciones, sino que también estaban allí los libros árabes "y otros muchos condenados, y vedados, que son contra la Fe, y las buenas costumbres: puestos de suerte, que nadie puede leerlos, ni aun tocarlos; porque ay una rexa, que diuide esta Librería, cerrada siempre con esse motiuo", a todo ello había que sumar mil cuerpos de manuscritos donados por Felipe IV (43). En la Biblioteca Pequeña se condensaban los manuscritos de todas las lenguas más los libros chinos impresos (44).

En estos ámbitos sólo había retratos de hombres ilustres "enviados al Rey de Italia, Francia y Alemania y otros que se hicieron en España, que ha habido quien los hacía muy bien". Por los restos que quedan de esta colección, dispersos por diferentes partes del Monasterio, así como por referencias conocidas (45), esta galería era el proyecto más ambicioso que conocemos, pues, vistos los envíos y relaciones, esa pinacoteca aspiraba a recoger a todos los hombres virtuosos del mundo, pasados y presentes, de diferente tipo y condición, incluidos los artistas como Bramante, Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Durero, Tadeo Zuccaro, Sofonisba Anguisciola y Lavinia Fontana. En esa lista hay que incluir dos retratos de notable calidad situados hoy todavía en el área de la Biblioteca: el de Juanelo Turriano y el de Juan de Herrera. Y así, con el contenido y con las imágenes, la Real Biblioteca del Escorial muestra cuáles son sus objetivos: el saber y la virtud, esencias de la cultura clásica que, revitalizadas en el Renacimiento por personas y obras como éstas, siguen siendo los cimientos de los hombres de hoy (46).

NOTAS

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(1) A. Bustamante García, "Las teorías artísticas en la Real Biblioteca de El Escorial",en Real Monasterio-Palacio de El Escorial. Estudios inéditos en el IV Centenario de la terminación de las obras, pp. 127-134, Madrid, 1987.

(2) Todo ello en nuestro estudio inédito La Octava Maravilla del Mundo. (Estudio histórico sobre El Escorial de Felipe II ), pp. 93 y ss.

(3) E. Esteban, "La Biblioteca del Escorial (Apuntes para su historia)", La Ciudad de Dios, XXVII, 1892, pp. 182-192; 414-424; 596-606, XXVIII, 1892, pp. 125-138; XXXI, 1893, pp. 591.-596; G. Antolín y Pajares, Catálogo de los Códices latinos de la Real Biblioteca del Escorial, I, Madrid, 1910; Idem, La Real Biblioteca de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial, 1921; J. Zarco Cuevas, Catálogo de manuscritos castellanos de El Escorial, I, Madrid, 1924; G. de Andrés, La Biblioteca de El Escorial, Madrid, 1970; B. Justel Calabozo, La Real Biblioteca de El Escorial y sus manuscritos árabes. Sinopsis histórico-descriptiva, Madrid, 1978, 2.ª ed., Madrid, 1987.

(4) A. Bustamante García, "Las teorías artísticas...", pp. 130-131; Idem, La Octava Maravilla..., p. 337.

(5) J. de Sigüenza, Fundación del Monasterio de El Escorial, 2.ª parte, discursos IX, X y XI, pp. 278-311, Madrid, 1963.

(6) A. Bustamante García, La Octava Maravilla..., pp. 338-339.

(7) A. Bustamante García, La Octava Maravilla..., p. 513.

(8) J. de San Jerónimo, Memorias, B.S.L.E. Mss. K-I-7, f.° 194 v. Esta obra fue publicada parcialmente por M. Salvá y P. Sáinz de Baranda, Colección de documentos inéditos para la Historia de España. T. VII. Memorias de fray Juan de San Gerónimo, Madrid, 1845, ed. facsímil, Madrid, 1984, p. 426. J. de Sigüenza, Fundación..., p. 121, Madrid, 1963.

(9) J. Zarco Cuevas, Pintores italianos en San Lorenzo el Real de El Escorial (1575-1613), p. 235, Madrid, 1932.

(10) A.B.S.L.E. IX-9; IX-24.

(11) A.B.S.L.E. XI-4.

(12) A.B.S.L.E.IX-9.

(13) A.B.S.L.E. XI-29.

(14) A.B.S.L.E. XI-32 y XI-45.

(15) A.B.S.L.E. XI-46; XI-45; XII-8; XII-2; XII-11; XII-12.

(16) A.B.S.L.E. XI-45; XII-7; XII-2; XII-8; XII-19; XII-20.

(17) Sigüenza, Fundación..., pp. 279-281.

(18) A.B.S.L.E. XIV-2; XIV-17.

(19) A.B.S.L.E. XI-32; XI-45.

(20) A.B.S.L.E. XI-36; XI-32; XI-45.

(21) A.B.S.L.E. XI-32; XI-45.

(22) A.B.S.L.E. XI-32; XI-45.

(23) A.B.S.L.E. XII-17; XII-18; XII-25.

(24) A.B.S.L.E. XII-25.

(25) A,B.S.L.E. XII-27.

(26) J. Zarco Cuevas, Pintores italianos, pp. 250-256.

(27) J. Zarco Cuevas, Pintores italianos, pp. 253 y 257-260; Idem, Documentos para la Historia del Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial. IV Historia de varios sucesos y de las cosas notables que han acaecido en España y en

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otras naciones desde el año de 1584 hasta el de 1603. Escrita por el R. fray Jerónimo de Sepúlveda, el Tuerto, monje Jerónimo de San Lorenzo el Real de El Escorial, pp. 74 y 136, Madrid, 1924.

(28)P. O. Kristeller, El pensamiento renacentista y las artes, pp. 188-191, Madrid, 1986.

(29)S. Sebastián, "El Escorial como palacio emblemático", en Real Monasterio-Palacio de El Escorial. Estudios inéditos en el IV Centenario de la terminación de las obras, pp. 101-102, Madrid, 1987.

(30) Para todo este tipo de elementos que se encontraban en la Real Biblioteca, tanto en el centro del Salón Principal, como en la Biblioteca Alta y en la Pequeña, y de lo que Sigüenza nos habla de pasada, y no es más explícito fray Francisco de los Santos. Descripción breve del Monasterio de S. Lorenzo el Real del Escorial. Única Maravilla del Mundo. Fábrica del Prudentíssimo Rey Philipo Segundo. Aora nuevamente coronada por el Catholico Rey Philippo Quarto el Grande. Con la magestuosa obra de la Capilla insigne del Pantheon. Y traslación á ella de los Cuerpos Reales , ff. 84v-92v, Madrid, 1657. Ed. facsímil, Madrid, 1984, hay datos en A.G.P. San Lorenzo, Patrimonio, Leg. 1825. Sobre la cámara de maravillas C. García-Frías Checa, La pintura mural y de caballete en la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial, Madrid, 1991, con la bibliografía anterior.

(31) R. Taylor, "Arquitectura y Magia. Consideraciones sobre la 'idea' de El Escorial". Traza y Baza, 6, pp. 5-62.

(32) Sigüenza, Fundación..., p. 283.

(33) C. García-Frías Checa, La pintura mural, pp. 85-86. El texto dice así: [Autógrafo de Herrera, incluidas las letras en el dibujo]. El pilar señalado A y el otro que corresponde a este an de ir de una mesma labor dejando la faja C y el talón algo grande y en el medio o campo señalado E se podrá ornar con lo que mejor paresciere tiniendo respecto a que es pilastra. Las pilastras señaladas B an de ir todas semejantes y de una mesma labor. Las fajas F y el talón H tengan buen tamaño y en sus campos G se pintara de la mesma labor que aquí ua / o otra que mejor parezca huyendo de que aya allí figuras sino cosa que ymite a pilastra y todas como digo an de lleuar una mesma labor / Joan de Herrera.

El quadro señalado R se pintará en él la Historia que está esquivada, quitando las figuras medias que están de espaldas que ansí lo manda su magd. Joan de Herrera.En este campo se podrá pintar lo que paresciere ser mejor [Rúbrica de Herrea].[Letra de Tibaldi] La corispondenza di questo membro esta presso la muraglia dele teste dela libreria.[Letra de Tibaldi] grande come il naturale.[Letra de Tibaldi] grande come il naturale.[De otra mano, que nos recuerda la del contador Gonzalo Ramírez] La memoria destas ystorias a de tener su magd. o Francisco de Mora mande V(uestra) m(erced) embiarlas.

(34) J. de Herrera, Sumario y Breve Declaración de los diseños y estampas de la Fábrica de san Lorencio el Real del Escurial, Madrid, 1589, p. 17: "R. Librería, es una muy grande y hermosa pieza de 185 pies de largo, y 32 de ancho es de boueda hecha con muchos compartimentos y pinturas de todas las artes liberales y de otras historias, tiene encima de sí otra pieza de la mesma grandeza para el seruicio de la librería".

(35) Santos, Descripción breve..., f.° 89v: "Este es el adorno, y disposición de la Pintura de la Cornixa abaxo, de mano de Bartholomé Carducho, italiano, que trató estas Historias excelentemente, y con tanta correspondencia a lo demás, que dexa asombrados a quantos entran a ver esta insigne Librería, venerada por grande, aun de los que han visto la Vaticana de Roma".

(36) D. Angulo Iñiguez y A. E. Pérez Sánchez, Historia de la Pintura española. Escuela madrileña del primer tercio del Siglo XVII, p. 45, Madrid, 1969. C. García-Frías Checa, La pintura mural, pp. 88-91, nada aclara, pero no entendemos qué quiere decir cuando habla de que "en la 'Santa úrsula y sus compañeras', de 1597, año de colaboración de Carducho con Tibaldi en el claustro principal, hallamos unas figuras desnudas musculosas con movimientos y posturas en escorzo parecidas a las de Tibaldi". Tibaldi falleció en Milán en 1596, lo que hace imposible esa colaboración en tal fecha. Respecto a la Santa úrsula y sus compañeras del Claustro Principal alto, ¿a cuál de los dos cuadros se refiere? ¿Al de Luca Cambiaso hecho ya el 12 de mayo de 1584? ¿O al de Pellegrino ejecutado por Juan Gómez en la segunda mitad de 1592? Sospechamos que la autora se refiere a este segundo lienzo. De todos modos conviene advertir que ambos cuadros se hicieron para la Basílica.

(37) Sigüenza, Fundación..., p. 281.

(38) Sigüenza, Fundación..., pp. 284-286.

(39) Sigüenza, Fundación..., p. 288.

(40) Sigüenza, Fundación..., p. 291.

(41) Siguenza, Fundación..., p. 299.

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(42) Sigüenza, Fundación..., p. 300.

(43) Santos, Descripción breve, ff. 91-91v.

(44) Sigüenza, Fundación..., pp. 301-303; Santos, Descripción breve..., ff. 91v?92v.

(45) B.S.L.E. Mss. A-IV 23, ff. 184-201; Mss. &-II-15, f.° 160v. G. de Andrés, "Relación de las pinturas enviadas a Felipe II desde Roma para El Escorial en 1587", en Documentos para la Historia del Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial. VIII, pp. 127-158. San Lorenzo de El Escorial, 1965.

(46) Fray José de Sigüenza deja meridianamente clara la idea de que la Real Biblioteca del Escorial es eso, y no una biblioteca conventual. Dice así en su Fundación, p. 289: "Algunos han querido reprehender que en esta librería hay mucho de ésto poético y gentil, y paréceles que en librería no sólo cristiana, mas aún de convento de religiosos y jerónimos, no había de haber nada de ésto ni oler a cosa profana: todo había de ser figuras e imágenes de santos, historias del Viejo y Nuevo Testamento, sin mezcla sacra prophanis. Razón es de gente ignorante o hipócrita. A cada cosa se ha de guardar su decoro; éso es para claustro, sacristía, capítulos, coro y otras piezas propias del estado y de la observancia. Las librerías son apotecas y tiendas comunes para toda suerte de hombres y de ingenios; los libros lo son, y así lo han de ser las figuras. Y si están aquí y en todas las bibliotecas del mundo los libros de tan insignes ingenios, que muestran la hermosura o el rostro de lo que tenían den tro, y se les leen las almas, ¿por qué no quiere no estén los retratos del rostro? Esta librería es real, y han de hallar todos los gustos como en mesa real lo que les asienta, y aun si bien se advierte aun para los muy religiosos hay en ésto que llaman profano y gentílico, buenos sujetos y ocasiones para loores divinos, y motivos de santa meditación, y los santos muy enseñados del cielo estimaron en mucho ésto de que algunos hacen tantos ascos y dieron reglas para que se sacase fruto de ellos".

http://www.fuesp.com/revistas/pag/cai1136.htm