Imaginaria Cuentos Autores Argentinos H Z

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Imaginaria – Autores Argentinos H/Z El olor del cocodrilo Seneb ha llegado a Tebas después de una penosa travesía. Seneb viene del país de Punt, la Tierra Feliz del Valle del Nilo, allí donde el gran río es sólo una hebra, dos, muchas hebras de agua que van reuniéndose. El chillido de los monos lo acompañó al principio, también las figuras familiares de los árboles de incienso. Remontando el Nilo conoció el hambre. A veces tuvo un pie dentro de los sembrados y otro en la arena ardiente, porque la franja verde que bordea el río se angostaba por trechos hasta casi perderse. Seneb ha oído a los arqueros nubios hablar sobre Tebas. Tiene cien puertas, dicen. Tiene un palacio real con una serpiente que escupe fuego, dicen. Y Seneb soñó, en la Tierra Feliz de Punt, con el momento de su llegada a Tebas: cruzará alguna de las cien puertas y él, el enano Seneb, pertenecerá a ese mundo de dioses y faraones. Seneb ha viajado solo. El olfato le basta para sospechar el peligro, y su pequeña figura desaparece tras los juncos cuando desea desaparecer. Sólo lleva una daga con mango de ébano, y una bolsa de lino en la que guarda, además de alimentos, un recipiente de terracota. Seneb sabe, por los arqueros nubios, que en Tebas codician los perfumes de Punt y por eso, antes de partir, llenó esa vasija con ungüento de mirra. Ha caminado mucho siguiendo el curso del Nilo, convertido ahora en majestuoso río por las lluvias. La creciente aumenta los peligros, Seneb lo sabe. Ha aprendido a evitar el traicionero fango de las orillas, los rinocerontes de embestidas rápidas y demoledoras. Pero Seneb tiembla ante el olor del cocodrilo. Es imposible adivinar su presencia silenciosa, confundida entre los lotos, cuando Seneb se inclina a buscar agua. Ha conocido el olor del cocodrilo. Fue un día de sol ardiente, al iniciar su viaje, cuando gozaba del reparo de algunos árboles y la frescura del agua.

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Algunos cuentos compartidos en la revista imaginaria

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El olor del cocodrilo

Seneb ha llegado a Tebas despus de una penosa travesa.

Seneb viene del pas de Punt, la Tierra Feliz del Valle del Nilo, all donde el gran ro es slo una hebra, dos, muchas hebras de agua que van reunindose. El chillido de los monos lo acompa al principio, tambin las figuras familiares de los rboles de incienso.

Remontando el Nilo conoci el hambre. A veces tuvo un pie dentro de los sembrados y otro en la arena ardiente, porque la franja verde que bordea el ro se angostaba por trechos hasta casi perderse.

Seneb ha odo a los arqueros nubios hablar sobre Tebas.

Tiene cien puertas, dicen.

Tiene un palacio real con una serpiente que escupe fuego, dicen.

Y Seneb so, en la Tierra Feliz de Punt, con el momento de su llegada a Tebas: cruzar alguna de las cien puertas y l, el enano Seneb, pertenecer a ese mundo de dioses y faraones.

Seneb ha viajado solo. El olfato le basta para sospechar el peligro, y su pequea figura desaparece tras los juncos cuando desea desaparecer.

Slo lleva una daga con mango de bano, y una bolsa de lino en la que guarda, adems de alimentos, un recipiente de terracota. Seneb sabe, por los arqueros nubios, que en Tebas codician los perfumes de Punt y por eso, antes de partir, llen esa vasija con ungento de mirra.

Ha caminado mucho siguiendo el curso del Nilo, convertido ahora en majestuoso ro por las lluvias. La creciente aumenta los peligros, Seneb lo sabe. Ha aprendido a evitar el traicionero fango de las orillas, los rinocerontes de embestidas rpidas y demoledoras.

Pero Seneb tiembla ante el olor del cocodrilo. Es imposible adivinar su presencia silenciosa, confundida entre los lotos, cuando Seneb se inclina a buscar agua.

Ha conocido el olor del cocodrilo. Fue un da de sol ardiente, al iniciar su viaje, cuando gozaba del reparo de algunos rboles y la frescura del agua.

De pronto un movimiento, un susurro en el agua quieta, y Seneb vio avanzar hacia l unos ojos amarillos. Encontr una rama de la que se agarr con fuerza, izando su cuerpo liviano mientras el corazn le palpitaba con intensidad. El olor del cocodrilo entraba por su nariz y las fauces se abran y cerraban, muy cerca de l.

Seneb no olvida el olor del cocodrilo de Punt, ni cmo hizo palpitar su corazn.

Una maana, Seneb llega a Tebas. Los primeros rayos de sol caen sobre el obelisco y dan vida a las calles. En los suburbios, la gente va y viene por el mercado. A Seneb lo confunde la multitud. Lo deslumbran las interminables filas de mercaderes ofreciendo dtiles, trigo, cebada, higos, cabras, los tejedores mostrando con los brazos en alto paos de lino blanqusimos. Y descubre los panes recin hechos, cuyo olor se mete en su nariz y borra el olor del cocodrilo.

Atrs quedan las noches de vigilia y el acoso de las fieras. Tambin atrs la salvaje selva de Punt, los monos, los hipoptamos.

Seneb ha llegado por fin a Tebas, la de las cien puertas.

Una mujer compra la pulsera en forma de spid. Con movimientos seguros, la abre y se la pone en el desnudo brazo, bien arriba, cerca del hombro. Al mirar la pulsera sus ojos encuentran a Seneb, los ojos fijos en la cabeza del spid. l piensa si ser esa la serpiente de fuego de la que hablaban los arqueros nubios.

Pero ella sonre, y Seneb olvida a los arqueros nubios.

Te gusta? dice ella, y alza el brazo.

Tiene unos collares de oro que cubren sus pechos firmes, y de la cintura le cuelgan cascabeles. Ella se mueve a un lado y a otro buscando en el tapiz donde el mercader muestra sus joyas, un anillo que haga juego con la pulsera. Cuando lo encuentra, le dice a Seneb:

Se parecen?

Seneb mueve la cabeza, quiere decir s, que se parecen, pero las palabras no le salen. Busca en su bolsa y saca la vasija de mirra.

Esto viene de Punt dice en voz baja, y le alcanza el ungento.

De Punt? Vendrs a contarme cmo es Punt.

Y Seneb entra a Tebas por la Puerta de los Lirios, detrs de la mujer de la pulsera de spid.

Camina junto a las criadas, que se ren de l tapndose las bocas, hasta que todos entran en un palacio de altas columnas pardas.

Mi nombre es Taya, y quiero tenerte a mi servicio dice la mujer y las criadas se apresuran a conducirlo a los patios interiores.

Esa noche, Seneb es llamado al jardn. No hay aire bajo el emparrado, donde Taya bebe vino en una alta copa.

Cmo es Punt? dice Taya.

Una criada le sirve vino a Seneb y l siente que la copa es fra y suave al mismo tiempo. Es la primera vez que bebe ese lquido spero y el aire caliente aumenta su sed, la lengua empieza a destrabarse.

Los hombres nacieron en la Tierra Feliz de Punt. Ese fue el primer lugar, porque el agua sale de sus entraas, los rboles crecen sin cesar bajo la lluvia y los pjaros tienen mil colores.

As empieza a contar Seneb y contina, en tanto Taya va adormecindose, sudorosa, sobre sus almohadones pintados.

Y la lluvia, Seneb? Cmo es la lluvia?

El murmullo de la voz de Seneb sigue en la noche, recupera los sonidos de la lluvia sobre las grandes hojas, caen las gotas y desaparecen en la tierra, caen sobre hombres morenos y desnudos, sobre el largo cuello de la jirafa y la larga cola de los monos. Llueve en Punt, Seneb lo siente, en ese mismo momento llueve en Punt.

A Seneb le gusta mirar cuando las mujeres preparan a Taya para las fiestas. Lo sorprende saber que no le pertenecen esos cabellos que l admira. La peluca es peinada y vuelta a trenzar, y cada vez hay una forma nueva de sostener el broche de lapislzuli y la tiara de oro plido.

Pero antes de colocarlos sobre la cabeza de Taya, falta un paso. Las paletas de afeites se disponen una al lado de la otra y las criadas le aplican polvos de alabastro mezclados con sal y miel, para que la cara quede tersa como el agua del estanque. Luego, el trajn es elegir entre empastes de colores, y unas manos hbiles siguen con exactitud la lnea de los ojos con la pasta de holln, ese bistre que transforma las miradas en pozos luminosos.

Es da de fiesta en Tebas, y Taya est lista. Seneb la mira partir, el traje rojo y oro refulgiendo sobre la piel triguea, la mirada distante, y su corazn golpea como si el cocodrilo estuviera cerca.

Hay otras noches de calor en el jardn, y Taya pregunta por Nubia.

He conocido Nubia dice Seneb. Es la tierra del oro, de las gemas preciosas que los hombres se disputan, de los enormes elefantes cuyos cuernos de marfil encontr aqu, en el mercado de Tebas dice Seneb.

En Nubia crece el bano. Con su madera negra fabriqu esta daga que me acompa en el viaje.

Y recuerda tambin la rama de bano que lo salv del cocodrilo en Punt, recuerda el olor del cocodrilo y su corazn golpea con ms fuerza que nunca.

Seneb mira a Taya, dormida entre almohadones mientras los servidores agitan los abanicos de plumas. Su corazn vuelve a golpear y entonces se da cuenta de que deber partir.

Al da siguiente acompaa a Taya al mercado y una vez ms observa a los vendedores de pjaros pasear con las jaulas entre la gente, a los talladores de marfil que cincelan delicadas figuras sobre los cuernos trados desde Nubia. Y dice:

Debo volver a Punt.

Qu te falta? pregunta Taya y detiene su marcha.

Punt es Punt dice Seneb bajando los ojos.

Esa noche, en el jardn, Taya pregunta por ltima vez:

Qu ms hay en Punt? Necesito saberlo.

El olor del cocodrilo que hace galopar el corazn. Eso hay.

Lilia Lardone ([email protected]) naci en la ciudad de Crdoba, Argentina, donde reside actualmente. Es Licenciada en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Crdoba. Ejerci la docencia, especializndose en literatura infantil y juvenil, y durante aos se desempe en el rea cultura de la Municipalidad de Crdoba. Particip y participa como Jurado en numerosos concursos literarios. Desde 1988, coordina Talleres de Escritura y escribe ficcin para nios y adultos. Asisti a congresos de literatura argentina e hispanoamericana en calidad de disertante, como as tambin a seminarios internacionales de literatura infantil y juvenil.

La cueva del caimn

por Margarita Main y Hctor BarreiroDibujos de Chachi VeronaParece que cuando Dios hizo la tierra estuvo tan ocupado creando los rboles, los ros, y las enormes montaas que se volvi al cielo sin dejar el fuego a los hombres. Cuando se dio cuenta de su olvido baj en plena noche a traerlo y al nico que encontr despierto fue al caimn.

Te dejo el fuego para que por la maana lo compartas con los hombres. As podrn cocinar la comida y calentarse en el invierno le dijo Dios y desapareci.

Al caimn el fuego le pareci el mejor de los tesoros pero, por qu compartirlo as noms? Los hombres no eran generosos con l. Siempre lo andaban molestando y nunca compartan su comida. El caimn pas toda la noche pensando qu hacer. No se animaba a ignorar la palabra de Dios y tampoco quera desperdiciar la oportunidad de pedir algo a cambio del fuego.

Al da siguiente el caimn le dijo a los hombres que Dios le haba confiado algo mgico para cocinar la comida y que estaba dispuesto a compartirlo si ellos estaban de acuerdo en ofrecerle parte de lo que cazaban. Entonces les propuso que dejaran la carne al pie de la montaa y l se encargara de cocinarla a cambio de su racin diaria de comida. Los hombres lo hicieron un da para probar el sabor y tanto les gust la comida cocida que aceptaron lo que les propona el caimn.

Y as fue. El caimn tena su alimento asegurado y lo nico que haca era cocinar la carne por la noche en su cueva. El resto del da andaba tomando sol recostado en las piedras y agradeciendo la buena idea que haba tenido.

Pero la historia no termina aqu.

Una tarde, un joven de la tribu llamado Im acompa a su padre para aprender los secretos de la caza y corriendo detrs de una gallineta azul del monte se alejo demasiado y se perdi.

Camin Im por la ladera de la montaa y buscando el camino de regreso encontr una cueva y como era un muchacho curioso entr. Haca mucho calor all y haba un olor extrao. La tierra de la cueva era muy negra y cuando Im la toc para llevarse la mano a la nariz pudo comprobar que el olor estaba guardado all.

Sali Im de la cueva y luego de caminar otro rato escuch la voz de su padre que lo llamaba desde lejos. Despus del reencuentro, el padre le pregunt por qu tena las manos y la cara manchadas de negro; Im le cont del extrao olor que sala de esa cueva.

Debe ser la cueva del caimn dijo el indio anciano al enterarse de la aventura de Im. No estaba el fuego all?

Al da siguiente partieron varios hombres para que Im los guiara hasta la cueva del caimn. Al encontrarla los hombres tocaron la tierra negra y sintieron el calor que todava guardaba de la fogata en la que el caimn haba asado la comida.

Si el fuego no esta aqu, dnde lo guarda el caimn? se preguntaban todos en la tribu.

En la boca dijo el viejo sabio. El nico lugar en el que el caimn puede guardar el fuego durante el da es en la boca.

En cuanto dijo esto todos pensaron en robarle al animal su preciado secreto.

A los pocos das organizaron una fiesta para todos los animales. Cada uno hara su gracia con la intencin de lograr que el caimn se riera a carcajadas y cuando tuviera su boca bien abierta intentaran robarle el fuego.

El caimn lleg desconfiando de la invitacin. Nunca los hombres lo incluan en sus fiestas y saba bien que era porque le envidiaban el fuego.

Al llegar vio que estaban todos los animales del monte. Pero el caimn entr serio y con la boca bien cerrada, saludando a regaadientes.

El primer nmero lo hizo la serpiente. Bail sobre un tronco enredndose al comps de los tambores y simul atarse en un nudo del que pareca no poder salir. Los animales aplaudan y rean a carcajadas. El caimn se mantuvo serio y aburrido.

Despus la gallineta bail haciendo girar su cuello como un trompo. Era gracioso ver cmo el pico le quedaba para atrs y volva girando rapidisimo. Los animales aplaudan y silbaban Pero el caimn apenas se sonri.

En el tercer nmero apareci la tortuga sacando muy larga la cabeza de su caparazn y volvindola a entrar hasta desaparecer. Quedaba graciosa ya que cuando la cabeza llegaba bien afuera simulaba un estornudo y despus se replegaba otra vez hasta esconderse. Todos los animales se rean y el caimn sonri un poco ms confiado.

De todos los animales el que estuvo ms gracioso fue el zorro de orejas chicas.

Auuuuuu-hip-auuuuuu-hip el zorro aullaba con hipo y esto haca que el aullido saliera entrecortado y agudo. Los dems animales se agarraban la panza con las manos de tanta risa y el caimn abri tanto la boca para rerse que un poco de fuego se le escap. Entonces el pjaro tijera, que estaba muy atento, dio un vuelo rpido por arriba del caimn y le rob una llama.

All se termin la fiesta para el caimn. Ofendido y enojado se fue a su cueva para avivar el poco fuego que le haba quedado entre los dientes mientras el pjaro tijera, los otros animales y los hombres continuaron el festejo por primera vez iluminados por el fuego.

Desde ese da el caimn tiene que buscar su propia comida y los hombres disfrutan de sabrosos manjares.

Esta historia la cuentan los Sanema-yanoama, una tribu que habita al sur del estado de Bolvar (Venezuela) y sudeste del territorio Amazonas (al norte de Brasil). La espesura de la selva evit que el hombre blanco modificara su cultura. Tal es as que an continan con sus ritos. Uno de ellos es la ingestin de las cenizas de los muertos, ya que creen que los huesos encierran mucha energa. Se saludan con puetazos en el esternn para hacer alarde del vigor y esplendor vital.En cuanto a las matemticas, se las arreglan de manera sencilla ya que slo conocen dos nmeros, el uno y el dos, y todo lo dems es solamente "ms de dos" o "varios" o "muchos".Los ancianos son muy respetados y los cuidan a pesar de que no estn capacitados para su propio mantenimiento.Sus principales actividades para sostenerse son la caza y la pesca.Encontramos esta historia en revista Antropolgica N 22, 1968, rgano del Instituto Caribe de Antropologa y Sociologa, Caracas. Venezuela.

Esta leyenda fue extrada, con autorizacin de los autores y los editores, del libro El origen del fuego, de Margarita Main y Hctor Barreiro (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2001. Coleccin Cuentamrica).

Las ilustraciones de Chachi Verona pertenecen al mismo libro y fueron reproducidas con autorizacin del autor y los editores.

Imaginaria agradece a Mariana Vera y a Gloria Rodrigu, de Editorial Sudamericana, las facilidades proporcionadas para la reproduccin de estos textos e ilustraciones.

Margarita Main es escritora y docente. Public varios libros para nios y jvenes.

Un amplio informe sobre su trayectoria y su obra se puede encontrar en la seccin "Autores" de Imaginaria, esta direccin: http://www.imaginaria.com.ar/08/6/maine.htmHctor Barreiro naci en Buenos Aires. Es maestro y profesor de historia. Artculos de su autora sobre la niez en la Argentina fueron publicados en el libro de la Academia de Artes y Ciencias de San Isidro y en revistas de investigacin histrica. Particip en el Congreso de la Historia del Movimiento Obrero de la CGT y en el Encuentro Mundial de Escuelas Waldorf, en Suiza. Con Margarita Main escribi Mantantirulirul, una investigacin indita sobre los juegos de principios de siglo XX en la Argentina.

Francisco y el dragnpor Margarita MainMaana de lunes en primer grado. A Francisco le cuesta olvidarse del fin de semana y del partido de ftbol que le gan a su to. La maestra ya est explicando algo y Francisco, con desgano, saca los tiles de la mochila.

Hoy va a trabajar bien para poder salir al recreo sin problemas, porque a Francisco siempre le pasa algo y no puede terminar la tarea en la clase.

En cuanto escribi la primera letra, al lpiz se le quebr la punta y buscando el sacapuntas en la mochila, encontr una moneda vieja que le regal su to. Se la mostr a Ezequiel y empez a explicarle lo antigua que era. Como Ezequiel no le crea, estuvieron discutiendo y hablando toda la hora. Mientras discutan, Ezequiel haca la tarea pero Francisco

Cuando son el timbre del recreo todos salieron corriendo. Francisco se escondi atrs de Camila. Con un poco de suerte la maestra no lo vea y no le tena que mostrar el cuaderno.

Cuando Francisco iba llegando a la puerta del saln, el corazn le galopaba; quizs hoy se salvaba, un pasito ms y

Francisco, antes de irte al recreo, mostrame tu cuaderno dijo la maestra.

Francisco se volvi a buscar su cuaderno adivinando lo que pasara despus. De toda la tarea que haban hecho ese da, l slo haba escrito mar, de martes y para colmo era lunes.

Si no trabajs en clase, trabajars durante el recreo dijo la maestra repitiendo una ley que Francisco conoca de memoria.

As fue que se qued solo en el aula y con su tarea para hacer.

Escribi lunes y en ese momento entr Alejandro para buscar las figuritas y llevrselas al recreo.

A verlas dijo Francisco con bronca. Alejandro siempre terminaba su tarea en clase y encima tena figuritas.

Alejandro se las mostr orgulloso pero apurado. Lo nico que quera era volver al recreo para cambiar figuritas con sus amigos.

Francisco miraba las figuritas y pensaba que no era justo que l solo se perdiera el recreo. Cuando Ale quiso salir, le dijo:

No te las doy nada. Yo ayer tena figuritas como stas y se me perdieron. Seguro que vos me las sacaste.

Ale dijo que no era verdad, que su mam se las haba comprado y entonces empezaron una discusin de esas que duran mucho y no sirven para nada.

Cuando Alejandro se cans, para no perderse todo el recreo fue hasta el pizarrn y con una tiza dibuj un enorme dragn con cara de malo.

Despus dijo:

Ahora voy a salir al recreo y voy a contar hasta tres. Este dragn del pizarrn te va a sacar mis figuritas. Tendrs que vencerlo y se fue dando un portazo.

A travs de la puerta, Francisco escuch la voz de Alejandro:

Uno, dos tres.

Francisco pens en borrar el dragn pero cuando apoy el borrador en el pizarrn escuch un rugido espantoso.

Alejandro no le haba mentido. El dragn se mova furioso y con cara de pocos amigos.

Dame esas figuritas! dijo con voz dragonosa y Francisco se qued duro de miedo. No slo se mova, tambin hablaba!

Quin sos? le pregunt desorientado.

Soy un dragn. No me ves? GRRRRR, dame esas figuritas.

Francisco se acerc a su mesa y agarr su regla. Muchas veces le haba servido como espada con sus amigos. Como buen espadachn amenaz al dragn, que de un zarpazo le sac la regla y las figuritas al mismo tiempo. Despus rompi la regla en diez pedacitos y con un nuevo rugido demostr que era un dragn malsimo.

A Francisco se le ocurri una idea. Agarr el borrador y de una sola pasada le borr la cara de malo y le dibuj unos ojos dulces y una sonrisa de dragn en la boca.

Qu lindo ests ahora le dijo contento.

El dragn mir para todos lados como buscando algo. Despus le pidi a Francisco que le dibujara un espejo para ver cmo haba quedado. Francisco garabate un espejo un poco chueco y cuando el dragn pudo verse qued muy conforme.

Despus invit a Francisco a recorrer su mundo de pizarrn.

Tengo que terminar mi tarea le contest l en un ataque de responsabilidad.

Entonces el dragn se ofreci a ayudarlo y como parece que era un dragn muy inteligente, el trabajo enseguida estuvo terminado.

Ahora s vamos dijo Francisco contentsimo pero por dnde entro? pregunt desilusionado mirando el pizarrn.

El dragn le propuso que dibujara una puerta con la tiza y cuando Francisco lo hizo, gir el picaporte y de un salto entr al mundo verde del pizarrn.

Recorrieron un camino de pastos altos y se sentaron en una plantacin de lechuga. All vivan cocodrilos, sapos, ranas, langostas y muchos animales ms. Todos verdes.

No se aburren? pregunt Francisco recordando los hermosos colores de sus lpices.

El dragn le explic que en poca de clase estaban de fiesta:

Todo lo que dibuja la maestra en el pizarrn nos sirve para jugar. Jugamos a la lotera con los nmeros de las cuentas y armamos historias con las palabras.

Recorrieron muchos lugares. El dragn le regal a Francisco manzanas verdes y caramelos de menta.

De pronto, se escuch el timbre.

Dale, Francisco, que termin el recreo le dijo el dragn.

Volvieron hasta el pizarrn. Por suerte nadie haba borrado la puerta y Francisco se despidi con un abrazo. Prometi dibujar tomates y flores de todos los colores.

Cuando entraron los chicos del recreo, Alejandro encontr las figuritas sobre la mesa, la maestra lo felicit a Francisco por su trabajo terminado pero no le crey cuando le dijo que un dragn le rompi la regla en diez pedacitos.

(Francisco y el dragn. Margarita Main, Grupo Editorial Norma, Bogot, 2006.)Te espero abajo, tiburn

por Fabiana MargolisIlustrado por Laura Michell

Con este cuento, Fabiana Margolis obtuvo el Segundo Premio en el Concurso Internacional de Cuentos para Nios de Imaginaria y EducaRed.

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El salto fue increble. Perfecto.

Primero entraron los brazos estirados, abriendo un camino preciso a travs de la superficie plateada del agua que, hasta ese momento, pareca un espejo calmo y silencioso. Despus la cabeza, en el lugar exacto entre los brazos firmes, como si un hilo invisible la estuviera sosteniendo para no dejarla caer.

El cuerpo entero atraves el agua de la pileta, cortndola en dos como un cuchillo filoso, hasta que al final se perdieron de vista las piernas, tan estiradas, tensas y perfectas como los brazos. Entonces el camino abierto en el agua se cerr de golpe, tragndose ese cuerpo que Federico conoca de memoria.

Unos minutos antes de que ella saltara, Federico la haba observado en silencio, como siempre, desde el otro extremo de la pileta. Haba visto sus ojos celestes parpadear, medir la distancia, calcular la altura, planificar la cada. l saba que ella los cerraba siempre lo haca cuando sus pies se acomodaban en el trampoln y estaba a punto de saltar, como si dejara un ltimo instante para que el azar se mezclara con aquel salto tan pensado, tan planificado hasta en sus ms mnimos movimientos. Le gustaba pensar eso. Y le gustaba, sobre todo, mirarla.

Ema apareci en la superficie, del otro lado de la enorme pileta. Se impuls con los brazos y se sent en el borde, dejando caer sus piernas dentro del agua. Por su cuerpo hmedo resbalaban miles de gotitas transparentes. Entonces Federico contuvo la respiracin, porque saba que ella iba a quitarse el gorro de bao, dejando sueltos sus cabellos colorados, que caan en una suave cascada llena de rulos hasta su cintura. Nunca tendran que haberse inventado los gorros de bao, pens con amargura.

Estuvo a punto de acercarse. Siempre lo estaba. Pero en ese momento llegaron corriendo Celeste y Mnica para felicitarla por el salto y abrazarla. Ema todava estaba sentada en el borde de la pileta, con el gorro en su mano y los pies dentro del agua, cuando apareci Matas, sonriendo. Federico no lo conoca ms que de vista y ya lo odiaba. Desvi la mirada porque no quera volver a ver ese beso que tambin se saba de memoria y le lastimaba como si algo lo estuviera quemando por dentro.

* * *

La competencia era en dos semanas y Ema se preparaba casi desde que las clases haban empezado. A veces, incluso, venan los profesores de natacin, pedan permiso y se la llevaban del aula para practicar un rato. Esos das, Federico la observaba irse a travs de la ventana de su divisin l estaba en segundo tercera; ella, en segundo cuarta y no poda volver a concentrarse hasta que Ema no regresaba. Ms tarde, en el recreo compartido del patio, l vea que las puntas de su cabello permanecan hmedas, ms coloradas e intensas que el resto del pelo. Se entretena imaginando el salto; ese instante en que el cuerpo de Ema marcaba un camino perfecto a travs del aire y se sumerga en la pileta, como si entrara en otro mundo, distante y lejano.

Hacan natacin en un club que quedaba cerca del colegio. Federico odiaba nadar. El primer da, los profesores haban evaluado a los nuevos para saber en qu nivel ubicarlos. Pusieron a todos los de segundo ao juntos y les pidieron que fueran nadando de una punta a otra de la pileta.

Cuando lo vieron a Federico intentar unas brazadas desesperadas, ms parecidas a un pedido de auxilio que a la prctica inocente de un deporte, determinaron para l la pileta de menor categora.

Federico! grit una de las profesoras, luego de emitir un chillido agudo con el silbato que llevaba colgado del cuello, suficiente para que todos en la pileta se dieran vuelta mojarrita!

Mojarrita era el absurdo nombre de la pileta ms bajita de todas. Cuando Federico se paraba, el agua le llegaba por las rodillas. No entenda muy bien eso de ponerles nombres de peces a las distintas piletas. No podran haberles puesto sencillamente nmeros? Pileta nmero uno, pileta nmero dos. Le daba una vergenza terrible decir que perteneca a la pileta de las mojarritas. Por lo menos podran haberlo puesto en la pileta intermedia, la de los delfines. Aunque observndose con justicia, nada tena l de delfn en su cuerpo.

Ema estaba en la pileta de los tiburones. Inalcanzable. Cmo poda una mojarrita acercarse siquiera a un tiburn? Ganas no le faltaban. Pero all estaba tambin Matas, protegindola con su mirada, y a Federico no le qued ms remedio que tomarse del borde de la pileta y, como todas las mojarritas, empezar a patalear dentro del agua.

* * *

Cmo te fue hoy, Fede? pregunt su pap esa noche, mientras le alcanzaba el salero. A esta comida le falta sal, Mirta.

Sabs que no pods comer con mucha sal, no acostumbres a los chicos tampoco...

Hoy tuvimos natacin se adelant su hermana, mientras Federico senta que se iba poniendo cada vez ms colorado. Y mudo.

S? Qu tal?

Estoy en la pileta de los delfines... dijo ella orgullosa pero seguro que me pasan a la de los tiburones en poco tiempo. La profesora me felicit por lo bien que nadaba.

Y vos, Fede? quiso saber su mam.

Bien, ma.

Bien qu?

Bien...

A Fede lo pusieron en la pileta ms chiquita, la de las mojarritas... dijo ella aguantando la risa.

Y vos qu sabs? grit Federico con furia, pensando que a veces tena ganas de matar a todo el mundo. Y muy especialmente a su hermana menor.

El hermano de Sofa, una de mis compaeras, est en tu misma divisin y ella me dijo.

Y ella qu sabe?

Bueno, basta. Seguro que ah vas a aprender a nadar mejor y dentro de un tiempo te pasen de pileta, no? su pap segua echndole sal a la comida.

S, seguro la mirada de odio de Federico se clav en la cara de Anala, que no se dio por aludida y sigui comiendo en silencio.

Tal vez fuera slo para molestarlo Federico realmente crea que todo lo que hacan las hermanas menores era para molestar a los indefensos hermanos mayores o para demostrarles a sus padres lo bien que nadaba, lo cierto es que, tres semanas despus, Anala decidi festejar su cumpleaos en la pileta, en el mismo club donde l odiaba tener que ir una vez por semana.

Genial pens Federico, pero no le qued ms remedio que ir. No pensaba ponerse la malla y hacer el ridculo entre los compaeros de su hermana, as que se llev algunas de sus historietas preferidas, con la intencin de pasar un rato en silencio, acompaado por superhroes a los que todo pareca salirles siempre bien. Se olvid por completo de su ta Selva, que nunca faltaba a los cumpleaos. Selva no par de hablar ni un segundo: le cont de sus vacaciones en Chascoms y de su nuevo perrito llamado Sancho.

Sancho, por Sancho Panza aclar el compaero de Don Quijote, viste?

Ah... respondi Federico mientras vea la boca colorada de Selva abrindose y cerrndose mucho, como si pronunciara palabras gigantescas y luego las lanzara muy lejos suyo. Estaba completamente aburrido.

Entonces ocurri lo inesperado.

En un momento, cuando ta Selva detuvo su catarata de palabras interminables para tomar aire, a Federico le pareci ver a Ema subida al trampoln ms alto. Los chicos ya no estaban en el agua; pronto vendran para seguir festejando el cumpleaos en el saln vidriado. Federico abri y cerr sus ojos tres veces para comprobar que ella estuviera all y no fuera un invento de su imaginacin. Tal vez la voz montona de su ta ya lo haca ver visiones.

Pero no. No era su imaginacin. Ema la Ema que l conoca estaba all parada.

Sus ojos celestes parpadearon, como siempre. A lo lejos, parecan dos puntos luminosos. Midieron la distancia, calcularon la altura, planificaron la cada. Despus se cerraron. Y un segundo ms tarde, el agua de la pileta se la tragaba por unos instantes.

Federico dud. Ema estaba por salir en el otro extremo de la pileta, se impulsara con sus brazos y se sentara en el borde. Tena ganas de acercarse. Ahora no haba excusas: no estaban las amigas que siempre llegaban corriendo para felicitarla y abrazarla. Tampoco estaba Matas. No haba nadie. Pero qu decirle? Tal vez Ema ni siquiera lo reconociera. No eran compaeros de divisin; mucho menos de pileta.

Federico vio que, en la cada, Ema haba perdido su gorro de bao, que flotaba ahora contra uno de los bordes de la pileta. Era la oportunidad que estaba esperando. Sin pensarlo ms, dej a Selva hablando sola sobre las aventuras de Sancho y corri a buscarlo. Menos mal que se haban inventado los gorros de bao, despus de todo.

Tom, se te cay... los rulos colorados de Ema se pegaban a su espalda. Ella tom su cabello con ambas manos y lo escurri, formando un pequeo charco sobre el piso de baldosas tibias.

Gracias le sonri y despus desvi la mirada.

Federico pens que, si no deca nada, la conversacin se acabara antes de comenzar. No tendra muchas ms oportunidades como sta para acercarse a ella.

Somos... somos compaeros de escuela, sabas? antes de terminar la frase, Federico sinti deseos de morderse la lengua. No podra habrsele ocurrido algo ms estpido. Su cabeza era un remolino de palabras entrecortadas y le resultaba imposible encontrar alguna que no sonara tonta o sin sentido.

S? ella lo mir con curiosidad, desde el piso, tratando de reconocerlo. Se vea que intentaba hacerlo. Por fin dijo, luego de unos minutos que a Federico le parecieron horas: S, ya s.

La conversacin amenazaba con perderse nuevamente. Entonces fue ella la que dijo:

Me viste saltar? Qu tal estuve?

Genial, como siempre... las palabras le salieron antes de que tuviera tiempo de pensarlas, de ordenarlas en una frase. Por segunda vez en una conversacin que no llevaba ms de dos minutos, Federico quiso volverse invisible, desaparecer cuanto antes de la faz de la tierra.

S? En serio? ella volvi a sonrer. Y lo mir con sus ojos grandes que, de cerca, parecan ms grises que celestes. Ahora saba que l la haba estado observando y la seguridad de saberlo se reflejaba en el tono de su voz, cada vez ms seductora.

Bueno, en realidad, justo al final torciste un poco la cabeza y...

S, es cierto ella lo mir entre sorprendida y divertida. Yo tambin lo sent. Cmo te diste cuenta?

Federico estuvo a punto de decirle que era imposible no notarlo cuando la haba visto tirarse tantas veces. Que saba, incluso, que ella cerraba los ojos segundos antes de lanzarse a travs del aire y que conoca de memoria la posicin exacta de cada una de las partes de su cuerpo para que el salto saliera perfecto. Todo eso quera decirle; sin embargo, en ese momento, escuch la voz inoportuna de su mam que lo llamaba desde el saln, con la cmara de fotos en su mano:

Fede! Ven que estamos por soplar las velitas! Federico intent no escucharla.

Te llaman, no? ella ya se haba puesto de pie. Era apenas unos centmetros, tal vez ms alta que l. A Federico le gustaban las chicas ms altas.

S, es el cumpleaos de mi hermana...

Bueno, and se despidieron con un beso. Ella tena la mejilla mojada, tibia y suave.

Cuando Federico se haba alejado algunos pasos, Ema lo llam:

Si quers, maana vengo a practicar un rato. No s, si justo no tens nada que hacer. A las cinco...

* * *

Ese domingo, Federico estuvo en la pileta desde las cuatro y media de la tarde. De a ratos no poda creer su suerte; de a ratos tema que todo fuera una broma y pensaba que Ema nunca aparecera.

Pero a las cinco en punto, tal como le haba dicho, Ema lleg.

Se saludaron con un beso tmido, silencioso. Tuvieron que esperar un rato a que se desocupara la pileta y se sentaron en el borde, dejando caer las piernas dentro del agua. Entre los dos se form un silencio espeso, clido y brumoso. De vez en cuando, era interrumpido por el chapoteo de alguna brazada.

Puedo preguntarte algo...? Federico la mir sin poder creer del todo que ella estuviera all, tan cerca. Al ver que Ema asenta, pregunt: qu sents cuando ests abajo del agua?

Ema sonri antes de responder:

Sabs? Sos el primero que me lo pregunta. No s... es una sensacin rara. Es como entrar en otro mundo. Es tan silencioso ah abajo. De repente dejs de escuchar sonidos, voces, ruidos. Es como estar de paseo en un lugar misterioso, casi mgico, donde sabs que no pods quedarte mucho tiempo. Por eso siempre tens ganas de volver.

Federico la mir. Estaban muy cerca, casi poda sentir las piernas de ella dentro del agua.

Por qu no te tirs conmigo? Aunque sea una vez... y al ver la expresin de terror en el rostro de Federico, que ya estaba empezando a pensar en refugiarse en un lugar ms seguro, dijo: As ves lo que se siente...

Prefiero seguir imaginndolo.

Ema solt una carcajada. Era la primera vez que se rea y el eco de su risa una risa fuerte, clara, contagiosa rebot en todos los rincones de la pileta.

Bueno, como quieras y se puso de pie. Entonces mirme.

Federico pens que no hubiera podido hacer otra cosa. Ema practic. Una, dos, tres, cuatro veces se tir del trampoln y su cuerpo atraves el aire como una flecha rpida y certera. Federico no dejaba de observarla y le marcaba si haba inclinado apenas su cabeza o si los brazos no estaban del todo estirados.

Creo que por hoy es suficiente dijo ella luego de un rato, saliendo del agua y sentndose cerca suyo.

Cundo es la competencia? pregunt l.

El prximo domingo... no me hagas acordar, que me pongo nerviosa.

En serio? Si cada vez te tirs mejor. Es imposible que alguien te gane.

Ella sonri.

Tengo que hacer un salto perfecto. No puedo cometer ni el ms mnimo error. Si no, me descalifican enseguida. Adems, el trampoln no es como ste, es un poco ms alto...

Ms alto que ste? la cara de Federico se llen de vrtigo.

S, un poco.

Y por qu lo hacs?

No s... supongo que es en parte para complacer a mi pap. l me dijo una vez, cuando yo era chiquita, que tena una habilidad especial para la natacin y que no poda desperdiciarla. Quiero ganar esta beca para que l vea lo buena que puedo llegar a ser.

Sos genial... digo, sin necesidad de demostrrselo a nadie.

De repente, Federico se qued callado. Haba pronunciado la ltima frase pensando cada una de las palabras: eso era exactamente lo que haba querido decir. Despus no supo qu ms agregar; pero ese silencio, por primera vez, no le molestaba. Era raro, porque siempre haba pensado que quedarse sin palabras al lado de una chica sobre todo una chica como Ema lo hubiera hecho sentir incmodo. Haba aprendido que era necesario rellenar los huecos de silencio con frases, por ms tontas que pudieran sonar. En cambio ahora, la ausencia de palabras haca que todo fuera ms natural, ms espontneo. Si no tena nada que decir, por qu andar inventando cosas?

En medio de ese silencio, se inclin sobre los labios de Ema y la bes. As, casi sin pensarlo, como si fuera la cosa ms natural del mundo.

Ema no dijo nada, pero enseguida se apart suavemente, como si corriera entre ambos una cortina invisible.

Tengo que irme, se me hace tarde ya cuando se haba alejado unos pasos, se dio vuelta y lo mir. Vas a venir el domingo, no? Me gustara que vinieras.

* * *

Federico no vio pasar la semana. Casi tampoco la vio a Ema, que aprovechaba los ltimos das para prepararse.

El domingo amaneci cubierto de nubes grises, panzonas y perezosas. No queran irse y todo el da se pasearon lentamente por el cielo. De a ratos llova; de a ratos se apartaban un poquito y dejaban que asomara el sol.

La competencia era en el gimnasio de un importante colegio que tena su propia pileta olmpica. El lugar estaba lleno de gente; familiares y amigos de las diez competidoras iban y venan ocupando sus lugares.

Federico lleg temprano. Apenas entr, lo vio a Matas de lejos y sinti que se le caa el mundo. Por un momento realmente haba credo que l no ira. Matas estaba con algunos amigos, todos compaeros de su divisin, y Federico se dio cuenta de que hablaban de l, porque lo miraban de reojo.

Matas era alto, mucho ms que l, y sobresala a la distancia. Llevaba el pelo largo y de vez en cuando haca un movimiento para quitrselo de la cara que a Federico le pareca de lo ms estpido, pero que a las chicas les fascinaba. Tena adems una forma de mirar a las mujeres, de acercarse a ellas, que l nunca hubiera podido imitar. Las chicas se rean como bobas cuando l les diriga la palabra y Federico no poda imaginar qu cosas tan graciosas deca. Despus de todo, tal vez fuera l quien sobrase y Ema siguiera prefirindolo a Matas. Decidi irse ni bien Ema saltara. Para qu le haba pedido que fuera a verla?

Federico recin la divis a Ema cuando anunciaron a las competidoras y una a una fueron apareciendo entre los aplausos de la gente. Ema era sin duda la ms hermosa, delgada y atltica con su malla de competicin color azul marino.

Ema estaba nerviosa, no poda quedarse quieta. Matas se acerc para saludarla y Federico desvi la mirada. Se haban dado un beso? Si era as, prefera no enterarse.

Cuando anunciaron su nombre, despus del salto de una chica morocha y petisa, Ema se qued petrificada. No poda moverse; mucho menos subir al trampoln. La chica morocha haba recibido un excelente puntaje de parte del jurado; no sera fcil superarlo.

Federico se dio cuenta enseguida de que algo no funcionaba bien cuando distingui los ojos de Ema, ms apagados que de costumbre. Entonces decidi acercarse; tener su ltima oportunidad antes de desaparecer para siempre.

Fue hasta donde estaba Ema esquivando la mirada de odio de Matas, que se haba pegado a su cuerpo como una malla mojada.

No puedo... le dijo ella con una mirada que era celeste y desesperada.

Claro que s. Cmo no vas a poder? Para eso te preparaste tanto tiempo. Para eso practicamos juntos la semana pasada.

Matas escuch las ltimas palabras y su cara hirvi de indignacin.

Qu hace una mojarrita fuera del agua? Por qu no te volvs a tu pileta? y seal al lugar donde estaba la pileta ms bajita de todas. Los que estaban con l se rieron.

Federico ni lo mir. Pero sinti que algo cambiaba dentro suyo. Algo que se acomodaba, como si por fin hubiera encontrado su lugar. Senta que, si en aquel momento lo hubieran puesto a nadar, no hubiera habido pileta suficientemente profunda donde entrara tanta decisin, tanto valor. Y as como se sinti fuerte por dentro, tambin comprendi que hay veces en que las palabras no alcanzan para demostrar lo que uno es capaz de hacer. Simplemente, hay que hacerlo.

Dejlo, Ema... Matas hizo un intento de retenerla. Y su sonrisa fue ms seductora que nunca. Si no te sents segura, podemos practicar ms para la prxima vez...

Pero ella no le hizo caso. Permaneci inmvil, observando en silencio un punto fijo y lejano que slo sus ojos eran capaces de ver. Por los parlantes anunciaron nuevamente su nombre.

Ven Federico la agarr de la mano con suavidad. Vamos.

Adnde? pregunt Ema, como una nena chiquita que tiene miedo de ir a lugares que no conoce.

Arriba.

Y ah, al lado de la primera de las muchas escaleras que haba que subir para llegar arriba, Federico se sac las zapatillas. Subi el primer tramo, llevando siempre de la mano a Ema. La gente abajo empez a mirar con curiosidad y a sealar con los brazos estirados.

Ests seguro? Ema lo miraba sin poder creer del todo lo que estaba pasando. No era que le tenas miedo a las alturas?

Quin te dijo eso?

Ella sonri en silencio, dejndose llevar. Estaban cada vez ms arriba y Federico no quera mirar para abajo, como si temiera romper el hechizo que lo mantena subiendo.

Dnde estn tus paps? pregunt de pronto.

All... Ema seal un lugar impreciso entre las sillas llenas de familiares. Su pap tena un rostro severo, aunque una imperceptible sonrisa lo suavizaba un poco.

Haban llegado arriba. Era increble lo chiquito que se vea todo desde all.

Y ahora? Ema lo miraba sorprendida. Algunos rulos colorados se escapaban de su gorro de bao.

Era cierto lo que dijiste el otro da? Eso de que abajo del agua era como entrar en otro mundo?

Ella asinti en silencio, con un movimiento de cabeza y sus rulos se agitaron ligeramente.

Bueno, all te espero entonces.

Ests loco... No pods tirarte. Ests vestido y...

Pero Federico ya no la escuchaba. Se haba alejado unos pasos y estaba sobre la superficie inestable y mvil del trampoln. Nunca antes haba estado en un lugar tan alto ni tan movedizo. As como la haba visto hacer a Ema tantas veces, midi la altura y calcul la distancia aunque prefera no calcularla demasiado. Estaba lleno de una fuerza extraa, que lo impulsaba a hacer algo de lo que nunca se hubiera credo capaz.

La gente no dejaba de sealarlo y murmuraba asombrada.

Te espero abajo... dijo, casi en un susurro, y cerr los ojos.

Los que ese da vieron a un chico vestido con unos pantalones de jean y una remera tirndose del trampoln ms alto en medio de una competencia donde las participantes eran todas chicas, dijeron que fue uno de los saltos ms perfectos e increbles jams presenciados. Alguno hasta se lament de que no le hubieran puesto puntaje.

Federico no vio nada: tena los prpados apretados con fuerza y slo sinti que su cuerpo atravesaba el aire con una rapidez inimaginable. Despus, todos los ruidos se apagaron como si alguien hubiera accionado un interruptor de luz, y sus movimientos se hicieron ms lentos, ms pausados.

All la esper a Ema para decirle que s, que tena razn: era como estar en otro mundo ah abajo. Un mundo donde los silencios no eran espacios vacos que haba que rellenar con palabras. Un mundo donde los minutos podan durar horas y cada pequeo movimiento tardar una eternidad, porque el tiempo pareca transcurrir ms lentamente.

Le gustaba ese mundo, despus de todo. Un lugar as, exactamente igual a se, era el que quera compartir con ella. Y se lo dijo, sin palabras, apenas Ema se reuni con l.

El hombre sin cabeza

Texto de Ricardo MarioIlustraciones de Gustavo Ariel MazaliCuento e ilustraciones extradas, con autorizacin de sus editores, del libro El hombre sin cabeza y otros cuentos, de Editorial Atlntida (Buenos Aires, 2001; coleccin De Terror).El hombre, el escritor, sola trabajar hasta muy avanzada la noche. Inmerso en el clima inquietante de sus propias fantasas escriba cuentos de terror. La vieja casona de aspecto fantasmal en la que viva le inspiraba historias en las que inocentes personas, distradas en sus quehaceres, de pronto conocan el horror de enfrentar lo sobrenatural.

Los cuentos de terror suelen tener dos protagonistas: uno que es vctima y testigo, y otro que encarna el mal. El "malo" puede ser un muerto que regresa a la vida, un fantasma capaz de apoderarse de la mente de un pobre mortal, alguna criatura de otro mundo que trata de ocupar un cuerpo que no es el suyo, un hechicero con poderes diablicos...

Un escritor sentado en su silln, frente a una computadora, a medianoche, en un enorme casern que slo l habita, se parece bastante a las indefensas personas que de pronto se ven envueltas en esas situaciones de horror. Absorto en su trabajo, de espaldas a la gran sala de techos altos, con muebles sombros y una lgubre iluminacin, bien podra resultar l tambin una de esas vctimas que no advierten a su atacante sino hasta un segundo antes de la fatalidad.

El cuento que aquella noche intentaba crear Luis Lotman, que as se llamaba el escritor, trataba sobre un muerto que, al cumplirse cien aos de su fallecimiento, regresaba a la antigua casa donde haba vivido o, mejor dicho, donde lo haban asesinado.

El muerto regresaba con un cometido: vengarse de quien lo haba matado. Cmo poda vengarse de quien tambin estaba muerto? El muerto del cuento se iba a vengar de un descendiente de su asesino.

Para dotar al cuento de detalles realistas, al escritor se le ocurri describir su propia casa. Tom un cuaderno, apag las luces y recorri el casern llevando unas velas encendidas. Quera experimentar las impresiones del personaje-vctima, ver con sus ojos, percibir e inquietarse como l. Los detalles precisos dan a los cuentos cierto efecto de verosimilitud: una historia increble puede parecer verdad debido a la lgica atinada de los eslabones con que se va armando y a los vvidos detalles que crean el escenario en que ocurre.

La casa del escritor era un antiqusimo casern heredado de un to hermano de su padre muerto de un modo macabro haca muchos aos. Los parientes ms viejos no se ponan de acuerdo en cmo haba ocurrido el crimen, pero coincidan en un detalle: el cuerpo haba sido encontrado en el stano, sin la cabeza.

De chico, el escritor haba escuchado esa historia decenas de veces. Muchas noches de su infancia las haba pasado despierto, aterrorizado, atento a los insignificantes ruidos de la casa. Sin duda, esa remota impresin influy en el oficio que Lotman termin adoptando de adulto.

Proyectada por la luz de las velas, la sombra de Lotman reflejada en las altas paredes pareca un monstruo informe que se moviera al lento comps de una danza fantasmal. Cuando Lotman se acercaba a las velas, su sombra se agrandaba ocupando la pared y el techo; cuando se alejaba unos centmetros, su silueta se proyectaba en la pared... sin la cabeza.

Ese detalle lo sobrecogi. Cmo poda aparecer su sombra sin la cabeza?

Tard un instante en darse cuenta de que slo se trataba de un efecto de la proyeccin de la sombra: su cuerpo apareca en la pared y la cabeza en el techo, pero la primera impresin era la de un cuerpo sin cabeza.

Anot en su cuaderno ese incidente, que le pareci interesante: el protagonista camina alumbrndose con velas y, como algo premonitorio, observa que en su sombra falta la cabeza. El personaje no se asusta, es slo un hecho curioso. No se asusta porque l desconoce que en minutos su destino tendr relacin con un hombre sin cabeza. Y no se asusta pens Lotman, porque as se asustar ms al lector.

Termin de anotar esa idea, cerr el cuaderno y decidi bajar al stano.

Los apolillados encastres de la escalera emitan aullidos a cada pie que l apoyaba. En un ao de vivir all slo una vez se haba asomado al stano, y no haba permanecido en l ms de dos minutos debido al sofocante olor a humedad, las telas de araa, la cantidad de objetos uniformados por una capa de polvo y la desagradable sensacin de encierro que le provocaba el conjunto. Cien veces se haba dicho: "Tengo que bajar al stano a poner orden". Pero jams lo haca.

Se detuvo en el medio del stano y alz el candelabro para distinguir mejor. Enseguida percibi el olor a humedad y decidi regresar a la escalera. Al girar, pate involuntariamente el pie de un maniqu y, en su afn de tomarlo antes de que cayera, derrib una pila de cajones que le cerraron el paso hacia la escalera.

Ahogado, con una mueca de desesperacin, intent caminar por encima de las cosas, pero termin trastabillando. Cay sobre el silln desfondado y con l se volte el candelabro y las velas se apagaron.

Mientras trataba de orientarse, Lotman experiment, como a menudo les ocurra a los protagonistas de sus cuentos, la ms pura desesperacin. Estaba a oscuras, nerviossimo, y no encontraba la salida. Sacudi las manos con violencia tratando de apartar telas de araa, pero stas quedaban adheridas a sus dedos y a su cara. Termin gritando, pero el eco de su propio grito tuvo el efecto de asustarlo ms an.

Quin sabe cunto tiempo le llev dar con la escalera y con la puerta. Cuando al fin lleg a la salida, chorreando transpiracin, temblando de miedo, atin a cerrar con llave la puerta que conduca al stano. Pero su nerviosismo no le permita acertar en la cerradura.

Corri entonces hasta cada uno de los interruptores y encendi a manotazos todas las luces. Basta de "clima inquietante" para inspirarse en los cuentos, se dijo. Estaba visto que en la vida real l toleraba muchsimo menos que alguno de sus personajes capaces de explorar catacumbas en un cementerio.

Cuando por fin lleg al acogedor estudio donde escriba, se ech a llorar como un chico.

Una gran taza de caf hizo el milagro de reconfortarlo. Se sent ante la computadora y escribi el cuento de un tirn.

Un muerto sin cabeza sala del cementerio en una espantosa noche de tormenta. Haba "despertado" de su muerte gracias a una profeca que le permita llevar a cabo la deseada venganza pensada en los ltimos instantes de su agona: asesinar, cortndole la cabeza, a la descendencia, al hijo de quien haba sido su asesino: su propio hermano.

Cuando el escritor puso el punto final a su cuento sinti el alivio tpico de esos casos. Se dej resbalar unos centmetros en el silln, apoy la cabeza en el respaldo y cerr los ojos. Ya haba escrito el cuento que se haba propuesto hacer. Dedicara el da siguiente a pasear y a encontrarse con algn amigo a tomar un caf.

Sin embargo, de pronto tuvo un extrao presentimiento...

Era una estupidez, una fantasa casi infantil, la tontera ms absurda que pudiera pensarse... Estaba seguro de que haba alguien detrs de l.

Cobarda o deseperacin, no se animaba a abrir los ojos y volverse para mirar. Todava con los ojos cerrados, lleg a pensar que en realidad no necesitaba darse vuelta: delante tena una ventana cuyo vidrio, con esa noche cerrada, funcionaba como un espejo perfecto. Pens con terror que, si haba alguien detrs de l, lo vera no bien abriera los ojos.

Demor una eternidad en abrirlos. Cuando lo hizo, en cierta forma vio lo que esperaba, aunque hubo un instante durante el cual se dijo que no poda ser cierto. Pero era indiscutible: "eso" que estaba reflejado en el vidrio de la ventana, lo que estaba detrs de l, era un hombre sin cabeza. Y lo que tena en la mano era un largo y filoso cuchillo...

Lentitud

Texto de Ricardo MarioIlustraciones de Gustavo Ariel MazaliCuento e ilustraciones extradas, con autorizacin de sus editores, del libro El mutante y otros cuentos, de Editorial Atlntida (Buenos Aires, 2001; coleccin De Terror).No poda moverse. Tena conciencia de que estaba en el suelo, senta un agudsimo dolor de cabeza y una gran pesadez. No poda moverse ni abrir los ojos. Qu haba pasado? La nave. Con esfuerzo record que finalmente la nave haba cado y que, unos segundos antes, l se haba lanzado con el sistema eyector. Vena navegando normalmente en un vuelo automtico y en algn momento advirti que la nave no avanzaba por la ruta trazada. Cuando quiso rectificar el rumbo comprob que era imposible. Los instrumentos funcionaban, pero algo haba alterado sus parmetros. l slo era un piloto encargado de hacer un traslado de materiales hasta la Tierra, alguien con mnima instruccin, pero no haba que ser un experto para deducir que, accidentalmente, la nave haba entrado en el rea de influencia de un campo gravitacional tan poderoso como para dislocar el instrumental.

Los intentos por comunicarse haban sido intiles nada funcionaba en forma normal, y con los mandos manuales no haba podido impedir que progresivamente la nave fuera atrada hacia ese planeta. Deba hacer muchas horas que esa falla afectaba a la nave y l, fatalmente, haba demorado demasiado en advertirlo. Por lo cual, deba estar muy alejado de las rutas convencionales. Prximo a caer sobre el planeta, haba dispuesto de unos segundos para ver cmo era su superficie, despus de accionar en forma manual, e intilmente, los sistemas de descenso. Mientras caa tuvo sensaciones muy extraas y, antes de desvanecerse en plena cada, vio un lugar inhspito, rocoso, con una mnima vegetacin que al menos haca pensar que all habra oxgeno.

Cuando fue evidente que se estrellara contra el planeta, decidi eyectarse, que era la forma de salvarse l, pero no la nave. Todo haba durado instantes y de esa parte no recordaba prcticamente nada. No tena la menor idea sobre qu haba sucedido despus ni cunto tiempo haba transcurrido.

Sin embargo ahora se senta en posicin horizontal. La permanencia de varias semanas en el espacio le haca confundir esas sensaciones, pero haba jurado que estaba acostado en el suelo de aquel lugar.

Quin sabe cunto tiempo haba pasado en esa posicin cuando not que, si se empeaba en hacer un gran esfuerzo, poda mover un brazo algunos centmetros. Era como intentar nadar en un lquido de terrible densidad. Y tal vez fuera as. Tal vez la combinacin de gases de ese planeta, o las condiciones gravitacionales, produjeran alguna sustancia espesa que impeda los movimientos.

Pasado un rato pudo comenzar a abrir los prpados. Una tenue luz se filtr y tuvo en su mente la imagen de manchas oscuras imprecisas, recortadas sobre un fondo blanco. Eran siluetas perfectamente inmviles, estatuas o algo parecido. Cmo no se haba golpeado contra ellas al caer? Eran muchas figuras parecidas, que representaban seres de espantoso aspecto. Haban sido talladas en el vvido gesto de avanzar a la carrera hacia un objetivo. Ese objetivo pareca ser... l mismo, porque, de hecho, estaba en el camino de la carrera de las estatuas.

Parados sobre cuatro patas y casi enanos, tenan un aspecto vagamente humano. Su expresin, a la vez fra y asesina, no delataba pensamientos sino un instinto bestial. Los filosos colmillos que les sobresalan de sus bocas les daban esa apariencia animal, pero los rasgos de la cara eran estilizados y no recordaban la cabeza de un simio sino la de un renacuajo o un humano recin nacido, con sus arrugas y su cabeza desproporcionada.

Poco despus vio que detrs de las estatuas estaba su nave, destrozada. El movimiento de los ojos para enfocar cada objeto se le haca increblemente lento. Tena en su campo visual a la nave, pero no poda concentrarse en los detalles. Sin embargo... haba algo... s! Un asiento de la nave estaba suspendido en el aire!

Tal vez l hubiera cado primero y la nave despus. Pero no, no era eso. Ahora que poda ver un poco mejor, haba unas lneas coloridas alrededor de la nave, y a partir de eso pudo deducir que la nave estaba estallando! Quiz la poderosa fuerza de gravedad haca que la expulsin de llamas y gases fuera mnima, pero de hecho un silln y otras partculas que ahora identificaba mejor estaban saliendo desde la nave. Era un estallido en cmara lenta! Ahora el silln se hallaba en otra posicin, unos centmetros ms alto, y poco despus comenzaba a descender describiendo muy lentamente una parbola. Eso que en la Tierra habra resultado un fogonazo, un mnimo instante inaprensible, aqu pareca prolongarse interminablemente.

Entonces, esas figuras de hombrecitos en cuatro patas... El hombre se plante una idea espeluznante: si todo era tan lento como para dar la sensacin de rigidez, esos seres que lo rodeaban no deban estar inmviles...

Aterrorizado, trat de concentrarse en uno de ellos, el que estaba ms cerca, ya que tena la sensacin de que antes tena la boca casi cerrada, mientras que ahora pareca abierta a medias...

Despus de unos cuantos minutos, tal vez quince o veinte (para entonces el silln haba recorrido un par de metros ms en el aire), la boca del hombrecito estaba completamente abierta, se vean mejor sus desparejos dientes y colmillos, y algo como una espuma pareca salirle de la garganta. Se movan! Estaban vivos! Y se dirigan hacia l para atacarlo!

Ojal estuviera equivocado. Para alentar esa duda, se concentr en un pjaro que estaba a unos cien metros por sobre las cabezas de los hombrecitos de cuatro patas. Era un pjaro fabuloso, inmenso, con enormes msculos en sus alas que, desplegadas, no eran demasiado anchas. Mas que volar, pareca nadar. Cmo poda volar un ser vivo en ese planeta?

En algo as como media hora el pjaro ya no se vio perpendicular a la cabeza del humanoide sino desplazado unos centmetros hacia la derecha. Aterrado, se dijo que, tarde o temprano, esos salvajes se arrojaran sobre l y le daran la peor de las muertes: lo despedazaran y devoraran con espantosa lentitud.

Terribles pensamientos ocuparon al hombre durante esa eternidad imposible de calcular en horas. Advirti, adems, que no haba sonidos. Por una razn inexplicable, eso le result ms aterrador que las dems comprobaciones. Qu sensacin de soledad deba dar ese lugar donde las cosas no hacan ruido al ser apoyadas. Los tremendos rugidos que habran salido de esos hombrecitos eran puro silencio, como tambin la explosin de la nave.

Pasadas, quiz, dos horas, el ms feroz de los salvajes estaba a unos sesenta centmetros. A las tres o cuatro horas, el hombre comenz a sentir que la garra derecha del salvaje tocaba su cuello. Una hora ms tarde comenz a dolerle, como un pinchazo. Era terrible imaginar lo que iba a demorar su muerte...

Lo que sigui fue tan extrao como todo lo anterior: durante horas el hombre vio que el grupo de salvajes coincida en un movimiento de sus cabezas: un giro hacia el costado y hacia arriba. Cuatro o cinco horas despus ya estaban de espaldas y haban comenzado una especie de huida hacia adelante, hasta desaparecer metindose en una cueva. El pjaro los sigui hasta all y, al no obtener ninguna presa, volvi a elevarse.

El hombre saba que no tena ninguna chance de sobrevivir en ese planeta. Cmo hara para pararse, correr, conseguir alimentos, defenderse de esos seres y soportar ese horrible silencio? Por todo eso, casi agradeci cuando el pjaro, tras describir un extraordinario circulo en las alturas, comenz a bajar en un lentsimo vuelo en picada... hacia l.

Literatura con vallas

El mnibus se detuvo en el kilmetro doscientos once. Marisa baj y el chofer tambin, para entregarle su equipaje. Cuando el mnibus retom su marcha Marisa empez a caminar. Eran parajes de tierras rojizas. Ignoro por qu tenan este color; en verdad no s nada de geologa.

Marisa camin un par de kilmetros y se sent a descansar sobre su equipaje. Ignoro si haca calor o fro porque no s nada de meteorologa (adems yo no estaba all). Marisa quera levantarse y seguir su camino, pero tena dolores en la pelvis. Nada puedo decir, por desgracia, sobre el origen de estos dolores, porque carezco de los ms elementales conocimientos de ginecologa.

Mariza hizo acopio de fuerzas y se levant. Para orientarse mejor sac de su bolso unos binoculares (o quiz fuera un catalejo; no s nada sobre instrumentos pticos) y ech una ojeada a los confines de su visibilidad. Avist una figura humana, mosqueando en el horizonte. Camin hacia ella. La figura caminaba a su vez hacia Marisa. Esto es lo que creo, aunque no me respalda en ello ningn conocimiento de geometra.

Unos minutos despus la figura se hizo reconocible para Marisa. Era un hombre. Andaba casi desnudo y estaba peinado y maquillado con arreglo a las normas vigentes en el grupo humano, tribu, clan o a lo que fuera que l perteneca. No quiero dar detalles sobre esto por miedo a meter la pata, ya que no s absolutamente nada de antropologa.

Cuando lo tuvo cerca, Marisa sac su cmara fotogrfica. Creo que se puso a regular el fotmetro, y no s cuntas cosas ms. Marisa era una excelente fotgrafa, pero yo no solamente no lo soy sino que no tengo la ms puta idea de cmo se saca una foto. Parece que aquel hombre tampoco la tena, porque cuando vio el artefacto se asust. Se acerc a Marisa y le arranc la cmara de las manos. No conforme con esto, le arranc tambin la ropa y ya con ms delicadeza se sac l mismo la poca que traa puesta.

Entonces ocurri algo que que me veo incapacitado de describir, quiz por falta de experiencia personal en la materia. No s nada sobre sexo, y creo que por ah corra el asunto. (Perdn si en algn momento me expreso de forma confusa o incorrecta; es que no s nada de gramtica.) En verdad la nica disciplina que domino es la literatura. Sinceramente, creo que s ms que nadie en esta materia. Pero ya no puedo escribir ms, lo siento. Mi falta de formacin en otras disciplinas me lo impide, interponindose constantemente entre mi pluma y mis lectores. Esta traba merecera de mi parte, sin duda, un profundo estudio, pero yo no lo puedo hacer porque no s nada de epistemologa.

Slo me queda entonces decir adis, y gracias (no s si corresponde despedirme as; perdn, pero es que no s nada sobre modales).

La tortuga

Sal a caminar porque me senta solo y el tedio me abrumaba. Afuera el sol resplandeca. Las nubes tambin pero ms oscuros. Llegu al parque y me llen los bronquios de aire pura. Los ojos de los rboles se movan a impulso de una brisa fresca y delicado que haca tintinear adems los esqueletos de algunos insectos muertas contra fragmentos de botellas rotos. Me acerqu al lago y vi que una tortuga trataba de avanzar por el barro pugnando por llegar hasta el agua. No la dej. Su caparazn era duro y su semblante inteligente y serena. Me la llev para casa, a fin de paliar mi soledad. Cuando llegamos la puse en la baera y me fui a buscar en la biblioteca un libro de cuentas para leerle. Ella escuch atento, interrumpindome de vez en cuando para pedirme que repitiera alguna frase que le hubiese parecido especialmente hermoso. Luego me dio a entender que tena hombre y ya me fui nuevamente al lago a buscar alga que le resultara apetecible. Recog pasto y una planta de ojos verdes oscuras. Tambin junt algn hormiga, por si acaso. De nuevo en casa, fui a llevar las cosas al bao, pero el tortuga no estaba all. Lo busqu por todas partes, en el ropero, la refrigeradora, entre los sbanos, alfombras, vajillo, estantes, pero no hubo casa, no lo encontr. Entonces me vinieron deseos de ir al bao y los hice, pero cuando tirbamos la cadena comprobaste que el inodoro estaba tapada. Se les ocurri entonces que the tortuga poda haberse metida all. Cmo rescatarlos? Sal de casa y camin hasta encontrar una alcantarilla. Levanti la tapa y me metisteis ah. No haban luces. Camini. Los pies se me mojarn. Una rata morderi. Yo segui. "Tortugui, tortugui!", griti. Nodie contestoy. Avancex. Olor del agua no ser como la del lago. "Tortugy, vini morf papit!", insistiti. Ningn resultoti. Expedicin ftil.

Sal del cantarillo y en casa me limp y me prepar cafs. Lo toms a sorbo corta, mirondo televicin. En spito qu vemos in pantalla? Tortugot. "Cmo foi a parar al?", le preguntete. Y ella dijome ofri con dichosa contestaao: "No por Allah: Budapest. Corolarius mediambienst cardinal e input fosforest". A la que je la contest "bon, but mut canalis et adeus, Manuelita".

"Nai, nai!", dictio tort, "eu program mostaza interesting".

"Demostric", pidulare.

Tons turtug bail, cand, concertare, crobaca y magiares, asta que yo poli me zzz.

Ediciones de la Flor

Leo Maslah naci en la ciudad de Montevideo, Uruguay. Es compositor, cantautor y escritor. Desde 1978 desarrolla una gran actividad como autor e intrprete de msica popular. Tambin es compositor e intrprete de msica contempornea (obras de cmara, electroacsticas y sinfnicas). Edit ms de 20 discos de msica popular y, como escritor, tambin super la veintena de libros (novelas, cuentos y obras de teatro).

La guerra de los cien aos

por Graciela MontesEl Pas de los Gorras Azules y el Pas de los Gorras Rojas no se llevaban nada bien. Es ms: se llevaban mal, muy mal, tan mal se llevaban que entraron en guerra.

-Mueran los Gorras Rojas! -grit el presidente de los Gorras Azules parado en un banquito.

-Mueran los Gorras Azules! -grit el primer ministro de los Gorras Rojas desde lo alto de una escalera.

-Guerra! Guerra! -aullaron los dos y sus voces resonaron por todo el mundo.

El presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas juntaron sus armas: tanques inmensos, misiles veloces, portaviones como ciudades, bombas, metralletas, granadas, morteros, balas redondas, balas afinadas. Los armamentos se fueron acumulando a las puertas de las dos ciudades y todos se prepararon para una guerra.

-Slo faltan los soldados -dijo el presidente de los Gorras Azules.

-Los soldados son lo nico que falta -dijo el primer ministro de los Gorras Rojas.

Entonces el presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas pronunciaron muchsimos discursos.

-Muchachos! Mis valientes! -decan. -Vamos a la guerra!

Pero los muchachos del Pas de los Gorras Azules estaban cosechando el trigo, o cambindole el aceite a los autos, o tocando la guitarra, o juntando flores para regalrselas a la chica mas linda.

Y los muchachos del Pas de los Gorras Rojas estaban cosechando maz, o desarmando una radio, o bailando rock, o mirando el cielo para ver caer una estrella.

-Muchachos! Mis valientes! Vamos a la guerra! -insistan el presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas. -Dmosle su merecido al enemigo! Destruymoslo! Aplastmoslo! Hundmoslo! Reventmoslo!

Y todos los televisores de los dos pases retumbaban con esas palabras. Y en todas las esquinas de las dos ciudades haba carteles con un dedo acusador que decan "Muchachos. Mis valientes. Vamos a la guerra!". Pero los muchachos seguan cosechando y bailando y cantando y juntando flores y mirando el aire.

Entonces el presidente de los Gorras Azules y el primer ministro de los Gorras Rojas sonrieron en los televisores y les prometieron medallas brillantes a los que quisiesen ir a la guerra. Y despus rugieron y amenazaron con mandar a la crcel a los que no quisiesen ir. Y ni an as hubo soldados suficientes.

Pero las guerras no esperan. As que el pequeo ejrcito de los Gorras Azules -tan pequeo que los dedos de una mano y un pie alcanzaran para contar sus soldados- se puso en marcha hacia el Pas de los Gorras Rojas. Los dos ejrcitos marcharon, uno contra el otro. Atravesaron pantanos, llanuras inmensas, bosques tupidos y cadenas de montaas tan altas que trepaban ms que las nubes. A veces crean divisar al enemigo a lo lejos y el general daba la orden: "Apunten! Fuego!", pero no era el enemigo; era un tren de carga, o un and que corra a lo loco, o una bandada de pjaros que levantaba vuelo. El enemigo estaba, mientras tanto, a muchsimos kilmetros de all, gritando: "Apunten! Fuego!" y gastando sus balas en lo que le haba parecido un ejrcito y que en realidad no era ms que una nube baja o una parva de pasto.

Hace aos que caminan y se buscan. Y siguen caminando y buscndose todava. Son dos pases muy grandes y dos ejrcitos demasiado pequeos. Lo ms probable es que no se encuentren sino por casualidad y al cabo de cien aos. Eso al menos es lo que calculan los cientficos. Y, para cuando se encuentren, los hombres estarn demasiado viejos, y los tanques, los misiles, las metralletas, las bombas, los morteros y las balas, muy pero muy oxidados.

Extrado, con autorizacin de la autora, del libro Te cuento tus derechos, antologa de Amnesty International Argentina y editado dentro de Educando para la libertad, Programa de Educacin en Derechos Humanos de Amnesty Internacional Argentina (Buenos Aires, Amnesty International Argentina, 1997). Edicin realizada por convenio con AI Noruega y ODERASJON DAGSVERK.Nota de Imaginaria: Los lectores encontrarn una resea crtica de Te cuento tus derechos en la seccin "Libros" de Imaginaria, en esta direccin: www.imaginaria.com.ar\01\3\derechos.htmLos animales y el fuego

Recreacin del folklore mataco por Miguel ngel PalermoExtrado, con autorizacin del autor, del libro Los animales y el fuego (Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina, 1978. Coleccin Los Cuentos del Chiribitil).Hace mucho tiempo los animales hablaban y hacan cosas de personas.

Pero no tenan fuego, y como no se haban inventado los fsforos los pobres tenan que comer su comida cruda, que mucho no les gustaba, y en invierno pasaban bastante fro.

El Jaguar en esos tiempos no tena manchas, sino que era todo lisito, amarillo.

Un da que estaba tomando calorcito en una montaa alta, al Sol le dieron lstima los animales y lo llam:

Eh, Jaguar! Te voy a dar una cosa para que usen vos y los dems animales.

Qu es? Algo para comer? dijo el Jaguar, que era bastante tragn.

No, te voy a dar un poco de fuego. Hac un atadito de ramas y pasto seco y levantalo, que yo te lo enciendo. Pero tens que convidarle a todos, eh?

Sii dijo el Jaguar. Y prepar una antorcha, que el Sol prendi.

Gracias, ahora les llevo a todos. Hasta pronto, Sol.

Y baj de la montaa. Pero el Jaguar, no bien se alej, dijo:

Ja, ja! Ahora s que voy a poder comer churrasquitos y asados y no todas esas porqueras crudas. Y en invierno no voy a pasar ms fro. Y a los dems no les doy nada, porque al fin de cuentas la antorcha la prepar yo y me tom el trabajo de bajarla.

As que se fue a su casa, junt ramas e hizo un lindo fuego, al que iba agregando a cada rato lea para que no se apagara nunca. Y comi asado y se acost a dormir al calor del fogn.

Pero la Avispa, que era muy curiosa y siempre andaba escuchando las conversaciones de los dems, haba odo lo que el Sol haba dicho, as que se fue volando a avisar a los dems.

No puede ser! dijeron los otros. Nosotros tambin queremos fuego! Vamos a pedirle.

Entonces mandaron a la Lechuza, que saba hablar muy bien, para que pidiera al Jaguar una brasita. Pero cuando la Lechuza empez a hablar el Jaguar le grit:

NOOO! El fuego es MOOO! y peg tales rugidos que la pobre Lechuza se asust mucho y se escap volando.

Entonces mandaron a la Vizcacha para ver si convenca al Jaguar. Pero no bien empez a hablar el Jaguar se enoj; se puso a rugir y la sac corriendo.

Entonces mandaron al Loro, que empez a dar charla al Jaguar, de cualquier cosa, para ver si se ablandaba y le convidaba una brasita. Y habl tanto que el otro se qued dormido, medio mareado de escucharlo hablar tanto.

Entonces el Loro dijo:

Bueno, vamos a aprovechar y a sacar un poquito de fuego.

Pero no se le ocurri nada mejor que agarrar una brasa con el pico, y se quem la lengua. Peg un grito y el Jaguar se despert.

Qu hacs? Loro sinvergenza! Te voy a dar! Y se abalanz sobre el Loro, que se escap volando.

Entonces los animales mandaron al Zorro, que era muy vivo. Cuando el Zorro lleg adonde estaba el Jaguar le dijo:

Cmo le va, don Jaguar? y empez a charlar hacindose el distrado.

Basta de charlas, que ya me cans el Loro! le contest el otro.

Huy, cunto trabajo tiene para mantener este fuego! No quiere que lo ayude trayendo ramas?

Como el Jaguar era bastante vago le dijo que s y el Zorro empez a trajinar trayendo lea, amontonndola y echndola al fuego. El Jaguar empez a amodorrarse mientras vigilaba por las dudas al Zorro. Entonces ste le dijo:

El fuego se va a apagar si no acomodamos mejor la lea. Voy a usar un palo para acomodar las brasas.

Agarr un palo y empez a revolver el fuego, hasta que la punta se encendi bien; vio de reojo que el Jaguar se distraa y bostezaba y sali corriendo con el palo encendido.

El Jaguar peg un salto para atraparlo, pero el Zorro haba dejado atravesados unos palos, as que el Jaguar tropez, se cay y se ensuci la piel con los carbones.

El Zorro corri tanto que el Jaguar no lo pudo alcanzar.

Ahora s que me embrom el Zorro este! Me sac fuego y encima me ca y me manch la piel, tan linda y lisita que la tena!

Desde entonces todos tuvieron fuego para cocinar y calentarse en invierno y los jaguares tienen manchas negras y andan siempre de malhumor.

El mundo se quema

Cuento toba, versin de Miguel ngel Palermo

Extrado, con autorizacin del autor, del libro Cuentos que cuentan los tobas (Buenos Aires, Secretara de Cultura de la Nacin-Ediciones Culturales Argentinas/Centro Editor de Amrica Latina 1986, Coleccin Cuentos de mi pas).Cuentan que hace muchsimo tiempo, una vez apareci un perro en un pueblo de tobas; nadie saba de dnde vena ni quin era su dueo.

Dicen que este perro tena la cara muy linda y que cosa rara tambin tena una barbita como la de algunos monos, pero nadie lo quera porque estaba muy sucio y bastante sarnoso. As que cuando se le acercaba a la gente, lo sacaban corriendo, le gritaban y le tiraban cosas.

Pero un hombre le tuvo pena, lo llam, le dio de comer, le dijo que se poda quedar con su familia y hasta lo tap con su poncho.

Se hizo de noche y todos se durmieron. Entonces, el perro se fue transformando: empez a crecer y crecer y a cambiar, y al final fue como un hombre, un hombre muy lindo y bien vestido. Parece que era un dios, el dios de los tobas, que se haba disfrazado de perro para ver si la gente era buena.

Despert al hombre que lo haba ayudado:

Levantate rpido, mhijo, levantate que tens mucho que hacer. Maana mismo toda la tierra se va a quemar porque son todos malos; va a haber un fuego grande que no va a dejar nada. Vos solo te vas a salvar, porque sos bueno; vos y tu familia.

Y qu tengo que hacer? dijo el hombre.

Escuch bien: ahora mismo ponete a hacer un pozo grande, bien grande para que entren vos y todos los tuyos. Cuando lo termins, se meten enseguida adentro. Ah no les va a pasar nada. El fuego va a terminar y entonces pueden salir, pero ome bien: no se tienen que apurar, porque si no, el que no tenga paciencia y salga muy rpido, se va a convertir en animal.

El hombre agarr una pala, hizo un pozo bien grande y se meti adentro con toda su familia, que eran un montn: haba abuelos y abuelas, tos y tas, hijos y nietos, sobrinos y primos, cuados, yernos y nueras.

Amaneci y empez a quemarse toda la tierra: los rboles, el pasto, las casas, todo.

Pas un tiempo y el fuego se apag: desde adentro del pozo ya no se oa ms el ruido de las llamas, ni se senta olor a humo. Entonces uno de los familiares dijo:

Bueno, yo salgo. Ya se acab el incendio.

Esper! le dijeron los otros.

Quiero ver como est afuera! contest, y sali del agujero.

Afuera estaba todo quemado: quedaba la tierra, nada ms, llena de ceniza y carbones apagados. Pero como este hombre se haba apurado mucho en salir, apenas dio dos pasos, paf!, se convirti en oso hormiguero.

Pas un da ms, y una muchacha dijo que se aburra ah dentro del pozo, que no daba ms y que iba a subir. Y sali noms; y enseguida se transform en una corzuela!

Pas otro da, y otro impaciente sali: se convirti en chancho de monte. Y as despus otro se hizo yacar, y una mujer pajarito, y un hombre and y otros ms fueron distintos animales: garzas, pumas, cigeas, carpinchos, zorros y de todo un poco.

Al final, los que haban sido prudentes y esperaron, subieron del pozo y se quedaron noms como personas.

Un pajarito se puso a llorar porque no haba pasto ni nada; no haba nada para comer, y qu triste estaba todo! Y llorando, llorando, escarbaba la tierra con la patita y as encontr una raz verde. Vino el dios y le dijo:

Plant bien esa raz, y as van a aparecer de nuevo las plantas.

El pajarito le hizo caso y en seguidita brot pasto y despus rboles y empezaron a crecer y crecer muy rpido, y la tierra estuvo verde otra vez, como antes.

Los que haban quedado como hombres y mujeres, tuvieron hijos, y despus nietos y despus bisnietos y despus tataranietos y de ellos naci el pueblo toba.

Todos esos animales que se formaron a partir de las personas que haban salido antes del pozo, fueron los primeros animales que hubo en esta tierra nueva despus del incendio.

El primer oso hormiguero fue el Padre de los osos hormigueros que vinieron despus; la primera corzuela fue la Madre de las corzuelas que hubo despus y as pas con todos los dems.

Y dicen los tobas que esos Padres y Madres de los animales viven todava y que se ocupan de proteger a sus hijos. Los cuidan para que no les pase nada y se enojan mucho si alguien les hace mal por gusto: lo nico que permiten es que los hombres cacen para comer, pero sin agarrar ni un animal ms de lo que se necesite. Si los hombres cazan demasiado o si no aprovechan bien lo que cazaron, entonces los Padres de los animales, que son muy poderosos, se ponen bravos: pueden enfermar al cazador o hacer que se pierda en el monte y adems nunca ms dejan que cace ni un solo bicho.

Los otros animales, los animales domsticos como el caballo, la vaca, la oveja o la cabra, vinieron despus, ms adelante: los mand Dios desde el cielo.

As fue que la tierra qued como es hoy, con sus rboles y su pasto, sus hombres, sus mujeres y sus animales.

Tres cuentos de Iris Rivera

El amigo Prez La llave de Josefina Un destello en la penumbra

El amigo Prez

Bruno abri la boca y el espejo del bao se empa. Lo limpi con la manga y se toc diente por diente con la lengua, con un dedo. Uno por uno. Pero, nada.

Busc al abuelo y lo encontr en el galponcito del fondo arreglando la manija de la pava. Bruno le mostr sus dientes, todos en su lugar. Duros, firmes.

El abuelo mir hacia los tirantes del techo y dijo en un susurro:

Paciencia, Ratn Prez...

Y all arriba, uno de los tirantes cruji.

Ah est viste? Ya escuch dijo el abuelo.

Y Bruno, en un cuchicheo:

S, ya escuch, pero y si se aburre? y si se muda? y si se muere de esperar?

El Ratn Prez es eterno declar el abuelo.

Pero igual, ni un solo diente se aflojaba.

Hasta que una maana, al morder una tostada demasiado crocante, se le cay un diente al abuelo.

DMELO! DAME! grit Bruno LO PONGO EN MI ALMOHADA!

JA! ri el abuelo con un diente menos El amigo Prez no es tonto!

Pero Bruno quiso y quiso. Lav el diente hasta que qued bastante blanco y lo meti debajo de su almohada.

Antes de salir para la escuela fue hasta el galponcito, mir los tirantes del techo y susurr:

Hay diente, Ratn Prez...

Y uno de los tirantes cruji.

Cuando Bruno volvi de la escuela, entr a su cuarto ms que corriendo casi volando y levant la almohada.

Estaba! Estaba! Estaba! Ah estaba!

ABUELO! ABUELO MIR!

Bruno mostraba una moneda de un peso.

Falsa dijo el abuelo.

Y sac del bolsillo una moneda legtima para comparar.

Bruno mir la moneda que le mostraba el abuelo y despus la suya. Grrr! S, s y s. Ms falsa que billete de tres pesos. Ms falsa que frutilla celeste.

No puede ser, no puede ser... De repente se acord de una pelcula. Como si la viera de nuevo se acord: un pirata desconfiado morda una moneda que pareca de oro para saber si era de verdad.

Entre acordarse y copiarse no pas un segundo. Bruno mordi con fuerza su moneda.

Ja! El amigo Prez no es tonto recalc el abuelo con voz de experto.

Y en eso, Bruno grit:

No es tonto, pero te ayuda!

Es que, al morder la moneda falsa, por fin se le haba aflojado... un diente de verdad.

Extrado, con autorizacin de la autora, de la Antologa para 1 ciclo EGB (Buenos Aires, A-Z Editora, 2002).

La llave de Josefina

Hay gente que no tiene paciencia para leer historias.

Ac se cuenta que Josefina iba caminando y encontr una llave. Una llave sin dueo. Josefina la levant y sigui andando.

Seis pasos ms all encontr un rbol. Con la llave abri la puerta del rbol y entr. Vio cmo suba la savia hasta las ramas y subi con la savia.

Y lleg a una hoja y a una flor. Se asom a la orilla de un ptalo, vio venir a una abeja y la vio aterrizar.

Con la llave, Josefina abri la puerta de la abeja y entr.

La oy zumbar desde adentro, conoci el sabor del nctar y el peso del polen.

Y vol hasta un panal.

Con la llave abri la puerta del panal, abri la puerta de una gota de miel y entr y gote sobre la zapatilla de un hombre que juntaba la miel.

Hay gente que en esta parte ya se aburri y prende la tele. Pero la historia dice que, con la llave, Josefina abri la puerta del hombre y entr. Y sinti lo fuerte que quema el sol y cmo se cansa la cintura y que el agua es fresca. Y, con la mano del hombre, acarici a un perro comn y silvestre.

Con la llave, Josefina abri la puerta del perro y entr. Y les ladr a las gallinas, al gato y al cartero. Y despus abri la puerta del cartero, del gato, de las gallinas, de las limas para uas, de las tortas de crema, de los banquitos petisos y de los grillos.

Hay gente que, a esta altura, ya se fue a tomar la leche. Pero la historia dice que, cuando estuvo segura de que esa llave abra todas las puertas, Josefina abri la puerta de Josefina y entr.

Se sent en el banquito petiso y, con la lima para uas, se puso a hacer otra llave distinta a la primera, pero igual.

Despus se qued sentada en el banquito, pensando. Josefina quiere elegir a quin darle la segunda llave. Porque no es cuestin de entregrsela a cualquiera.

Pero si vos todava ests ah, si no prendiste la tele y no te fuiste a tomar la leche... ac la tens, tomala. Porque dice Josefina que la llave es tuya.

Extrado, con autorizacin de la autora, del libro Sac la lengua (Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999; coleccin Cuenta conmigo).

Un destello en la penumbra

Uf! Me la paso leyendo historias de miedo que te ponen los pelos de punta. Antes ni las entenda porque vienen con palabras ms raras... Uf! Para decir "casa", nunca dicen "casa"... dicen "lgubre mansin". Para decir "una viejita", dicen "una anciana decrpita". Para decir "lombriz", dicen "gusano viscoso ". Todo as. Hay rostros que se transfiguran, hay manos esquelticas, uas curvas y por todos lados aparecen luces fantasmales, cuchillos que destellan y siluetas siniestras que se deslizan.

Yo qu s! De tanto leer historias de miedo, al final me fui poniendo prctica con las palabras y justo a m me tiene que pasar lo de la ta.

Es una ta de mi mam que se vino a mi casa porque andaba un poco enferma. Yo ni la conoca, pero le tuve que dar el beso y ffffs! la cara era huesuda. Para colmo habla poco y tiene uno ojos de verdes! Como elctricos.

Yo la empec a vigilar.

Vi que a la noche sacaba un frasco y se tomaba 30 gotas despus de comer. Desconfi ms.

A la maana se levantaba amarilla y descompuesta y no se entenda por qu, con lo poco que coma.

Haba que tratarla como si se fuera a romper. Se rea para un costado, justo del lado donde tena el diente negro.

Aplastaba el zapallo hervido, le daba algn mordisco al pollo, apenas probaba la compota.

Ay, ese hgado! deca mi mam y la ta arqueaba las cejas, estudindonos con sus ojos elctricos. Despus se iba a su cuarto sin mirar para atrs.

No tom las gotas! deca yo, pero ella no se daba vuelta.

Cada vez ms sorda, pobre... deca mi mam. Llevselas al dormitorio.

Yo? Ni loca entraba ah. La alcanzaba en el pasillo.

Ah!..mis gotitas deca ella y el rostro se le transfiguraba. Era una mueca horrenda que me haca transpirar. El diente negro me daba espanto.

Y no me poda dormir.

Una noche o deslizarse pasos hacia la cocina. Eran sus pasos, inconfundibles. Un ruido apagado de puerta que se abre. Pero cul?... Distingu una claridad tenue. Me sent en la cama. De dnde vena esa luz? O el roce de un cajn al abrirse. Otros ruidos que no reconoca. Yo apretaba la sbana con las manos fras. Despus, los pasos que volvieron. Y silencio.

A la maana siguiente, la ta ms descompuesta, ms plida, ms amarilla.

Si no come nada! deca mi mam.

Aj! deca mi pap.

Ajmm! deca el doctor.

La ta cenaba un caldito, tomaba las gotas y vuelta a la cama. Cada vez ms flaca. La cara hundida. Las ojeras.

Nos bamos a acostar y, al rato, las pisadas, la luz, los ruidos, el silencio.

Durante varias noches pas lo mismo y, a la maana, la ta ms enferma.

Tuve que juntar mucho coraje para espiar, pero lo hice. S que lo hice. Esper a orla deslizarse por el pasillo de la lgubre mansin y me levant.

Me temblaban las rodillas.

Sus pasos llegaron a la cocina. Yo me pegu a la puerta entreabierta y vi cmo su mano de espectro abri la heladera. El sitio se ilumin apenas. Claridad fantasmal. Vi los respaldos de las sillas, la panera sobre la mesa y la silueta de la anciana decrpita que sac de la heladera un envoltorio de bordes rectos. Mi estmago era un revoltijo de gusanos viscosos.

Transparente como una aparicin, ella desliz su mano huesuda por lamesada y abri el primer cajn. La mano entr y sali. Empuaba un cuchillo que destell en la penumbra. Me tap la boca con las dos manos. Mi sangre se helaba. La silueta siniestra gir, cuchillo en mano, hacia la mesa. Con sus dedos esquelticos de uas curvas desenvolvi lentamente el paquete, levant el cuchillo en direccin a la panera... y se puso a comer pan con manteca hasta las tres de la maana.

As no hay hgado que aguante! dijo mi mam cuando le cont.

Extrado, con autorizacin de la autora, del libro Cuentos con tas/Vivir para contarlo (Lans, Ediciones del Cronopio Azul, 1997; coleccin Frente y DorsoLos negocios del seor Gatopor Gianni RodariIlustraciones de Montse GinestaUna vez, un gato decidi hacerse rico. Tena tres tos y fue a verlos, uno tras otro, para pedirles consejo.

Podras ser ladrn le dijo el to Primero. Para enriquecerse fcilmente no hay nada ms seguro.

Soy demasiado honrado para eso.

Y qu ms da! Entre los ladrones hay muchas personas honradas, y entre las personas honradas hay muchos ladrones. T saca tajada, que de noche todos los gatos son pardos.

Lo pensar dijo el gato.

Podras ser cantante dijo el to Segundo. Para ser rico y famoso sin esfuerzo no hay nada ms fcil.

Pero tengo una voz horrible.

Y qu ms da! Muchos cantantes cantan como borricos y se convierten en nuevos ricos. Anda! Esta s que es buena! Espera, que me la apunto. Bueno, te has decidido?

Lo pensar dijo el gato.

El to Tercero le dijo:

Dedcate a los negocios. Pon una tienda, y la gente har cola para gastarse el dinero.

Y qu podra vender?

Pianos, frigorficos, locomotoras...

Pesan demasiado.

Guantes de seora.

Entonces, perdera la clientela masculina.

Ya est: pon un estanco en Capri. Es una isla maravillosa. Hace buen tiempo todo el ao. Hay muchos turistas y todos compran por lo menos una postal y un sello para mandarla.

Lo pensar dijo el gato.

Lo pens siete das y, al final, decidi poner una tienda de alimentacin.

Alquil un local en la planta baja de una casa nueva y dispuso el mostrador, los estantes, la caja y la cajera. Despus, para no tener que pagar al pintor, pint l mismo el letrero:

Se venden ratones en lataQu maravilla! dijo la cajera, que era una gatita en su primer empleo. Ratones enlatados. Es una idea genial.

Si no fuese genial, no se me habra ocurrido a m.

En un cartel ms pequeo escribi:

Un abrelatas gratispor la compra de 3 latasA la cajera le pareci que su jefe tena una letra preciosa.

Yo soy as dijo el gato. Slo s escribir a la perfeccin. No sera capaz de cometer un error ni aunque me aplastasen la cola.

Pero dijo la cajera dnde estn las latas?

Llegarn, llegarn. No se gan Zamora en una hora.

Y, si entra gente a comprar, qu hago?

Anotar los encargos en esta hoja. Tomar nota tambin de la direccin, y decir que se hacen envos a domicilio.

Seor Gato dijo la cajera. tiene ya un recadero? Porque yo, con su permiso, tengo un hermano...

Dgale que venga a prueba una semana. Su sueldo ser de dos latas al da.

Y el mo?

A usted le dar tres.

Con el abrelatas?

Le dar un abrelatas en Navidad; otro, en Semana Santa, y otro, el da de mi cumpleaos.

La cajera pens que su jefe era muy generoso.

Al da siguiente llegaron las latas.

Seor Gato dijo la cajera, estn todas vacas.

Estn como tienen que estar. Ya me encargo yo de los ratones. Mientras tanto, encrguese usted de pegar las etiquetas. Y que le ayude su hermano.

El hermano de la cajera era un gatito de pocos meses que se diverta un montn correteando por la tienda con la cabeza metida en una lata.

Estte quieto dijo el seor Gato, que me voy a enfadar.

Las etiquetas eran de papel brillante, de colores. En ellas apareca un ratn guiando el ojo y, debajo, la siguiente inscripcin:

RATONES EN LATADE CALIDAD SUPERIORRENA LOS PUNTOSRECHACE IMITACIONES

Pero bueno! dijo la cajera. Todava no estn los ratones en las latas y ya existen imitaciones? Y que llevan? Topos, hmsters?

Est claro que, de momento, no hay imitaciones le explic el seor Gato, pero las habr cuando el negocio est en marcha. Si luego no las hay, pues tanto gusto. Los clientes pensarn: mira, mira, hacen imitaciones; luego debe de ser un prod