Informe Especial Cauca

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INFORME ESPECIAL I Marzo 12 de 2012 www.elperiodico.com.co DE BOGOTÁ AUMENTO DE PIE DE FUERZA RESULTA INSUFICIENTE Las Farc han emprendido una escalada terrorista en el país, en la que entre los más afectados están los municipios del norte de este departamento. El PERIÓDICO DE BOGOTÁ recorrió las poblaciones que están atrapadas por el miedo y que parecen pueblos fantasmas. Secuelas de la guerra en Cauca * Todos los nombres en este informe fueron cambiados por seguridad. Ya nos acostumbramos a escuchar disparos, a vivir en medio de los ‘tatucos’, y a que de un momento a otro explote un carro bomba. Ya sabemos qué hacer, les dejamos todo abandonado para que libren su guerra”, dijo Andrea. Los pobladores insisten que con mayor inversión social podría atacarse la guerra de la que son víctimas. LUZ CARIME HURTADO [email protected] En la imponente cordillera del norte del Cauca, esa que se asoma a lo lejos y que para muchos integrantes de la gran urbe es desconocida, se está librando una ba- talla sin tregua entre las Farc y la Fuerza de Tarea Apolo del Ejército, que quiere cerrarle su accionar a los terroristas, que se niegan a ceder un centímetro del que para ellos es su territorio. En la plaza principal de los munici- pios del Norte del Cauca, esos que se cruzan con la impactante montaña, que han sido testigos de la lucha frontal y del conflicto armado de ese departamento, el temor es visible, la gente no lleva una vida normal y siempre están a la espera de un nuevo enfrentamiento que descen- derá desde la altura para arrebatarle la vida a sus pobladores. Un lunes, que bien puede ser el día más movido para una población por ser el inicio de semana, las vías principales se encuentran solas, la Iglesia no abre sus puertas, las vías que conectan la Al- caldía con el parque central, permanecen cerradas y fuertemente custodiadas. “Así evitan que las entidades principales su- fran atentados”, menciona Andrea, una trigueña de 40 años, quien ha tenido que ver cómo su municipio se acostumbró a vivir en medio del conflicto. Aunque las medidas de seguridad han aumentado, se pudo detectar que los gue- rrilleros bajan de la montaña y se pasean, como diría el dicho popular, “como Pe- dro por su casa”, eso sí, sin camuflado. Aunque son pocos, Andrea los reconoce y los identifica como milicianos y para salir viva de la guerra, prefiere mantener en secreto la identidad de los guerrilleros y tan sólo advierte a los foráneos de su presencia y del peligro que estos repre- sentan. Lamentablemente, recorrer los mu- nicipios de este departamento deja al descubierto las fallas de seguridad e in- tervención del Estado; sus pobladores se han acostumbrado, si es que se le puede llamar así, a vivir en medio del conflic- to, ese que en cualquier momento te sor- FOTOS: WALTER PINEDA Melba es una de las mujeres que engro- sa la lista de desplazados, que escapan de su lugar de origen para salvar su vida y velar por el cuidado de sus hijos. Vi- vía hasta hace 5 años en el municipio de Florida, Valle, y tuvo que irse a vivir al norte del Cauca porque iba a perder a sus dos hijas de 10 y 14 años. “Pilas que a sus hijas el comandante les está echando el ojo para llevárselas”, con esas palabras que un vecino le dijo a Melba la obligó a irse del lugar donde vivió durante años. Pero esto no es lo único que ha te- nido que sortear Melba. La semana pa- sada un cilindro bomba cayó cerca a la escuela donde estudian sus hijas. “Ese día yo no podía salir de mi casa por las balas, mientras mis hijos estaban resguardados por el temor en la escuela; un ‘tatuco’ les cayó cerca pero no les pasó nada. Mi hija mayor desde ese día no puede dormir”. En guerra Otra historia es la de Asdrúbal Guerra, un docente que reclama apoyo del Gobierno tras declararse perse- guido por los grupos ilegales; relata que se ha salvado tres veces de morir. “Yo vengo de Argelia, un municipio que tiene presencia de diferentes gru- pos; precisamente estos hombres co- menzaron a solicitar una vacuna de 200 mil pesos”, dijo el profesor Asdrúbal. Desde ese momento este líder del grupo de maestros de su municipio, co- menzó a ser extorsionado, dice él, por ‘los rastrojos’ y tuvo que abandonar su pueblo. “Fueron tres veces que atentaron contra mi vida; la última de la que fui víctima por poco acaba conmigo; ingre- saron a mi casa, yo salté por una terraza y pedí protección donde los vecinos; me preocupaba mi familia, pero ellos sólo me querían a mí; en este hecho in- tervino el personero, la policía y con su ayuda salimos vivos, dejando la casa y las cosas, el pueblo que nos vio nacer y al que no podemos volver”. INFANCIA AMENAZADA POR LA INSURGENCIA Aprendiendo a vivir con el miedo Los niños se han convertido en el blanco de los grupos ilegales para ser reclutados. María Florez y el retrato de Mildred, su sobrina de sólo 18 años muerta en un atentado. Ricardo, paralizado por las esquirlas de una bomba, quiere recuperar su vida. Lorena es una madre de familia que con ayuda de los cabildos indígenas lo- gró rescatar y arrebatarle a la guerrilla a su hijo de 10 años, que había sido re- clutado por las Farc. “Eso es una cosa de siempre en esta región. Ellos hicieron una toma del pue- blo en la que el niño desapareció, yo es- taba en Cali; cuando llegué, creí que es- taba con unos familiares, pero alguien me dijo que el niño estaba en la parte alta, con la guerrilla”, relató. Creyendo que había sido reclutado, esta madre cabeza de familia supo que su hijo se fue por explorar la experien- cia de estar en la guerrilla. “De inmediato me di a la tarea de bus- car en los cabildos indígenas y como a ellos los respetan mucho, nos metimos hasta el sitio donde estaban concentra- dos; ahí hablamos con el comandante, quien me dijo que el niño se presentó por su decisión y dijo que no lo quería retener; las caminatas lo aburrie- ron y el niño regresó conmigo”. Secuelas Ricardo se sumó al listado de las personas víctimas de la violen- cia que tuvo que correr con su familia para escapar a la explo- sión en la estación de Policía de Villa Rica; lo único que recuerda es su grito: “Es una bomba”. Corrió pero no alcanzó a llegar a su casa. “Sentí que salí volando y pensé que me iba a morir”. El terror se apoderó de su vida, la ex- plosión le quito a su tío de 54 años, que dormía en ese momento. “Uno no cree que eso esté pasando, parece mentira. Pero después de unas horas te das cuen- ta de que es realidad”, dice Ricardo, hoy en silla de ruedas y con la esperanza de volver a caminar muy pronto. A menos de 10 metros de la estación de Policía, la casa de María Flórez no recibió el impacto de la onda expansiva, pero sí guardan un luto grande, debido a que el atentado les arrebató a su sobrina de 18 años. En la primera explosión que escuchó desde su habitación, pensó que se tra- taba del estallido de una llanta, pero un grito la hizo caer en cuenta que era algo más. Recuerda que escuchó una voz que dijo “Es una bomba”. Se vivieron momentos de pánico, pero el dolor más grande llegó cuando les reportaron que su sobrina Mildred Melo estaba muy grave. Murió horas más tarde. “Uno de los cilindros bomba cayó cerca de la casa de Leonor, una vecina donde estaba reunida mi sobrina con sus amigas; todas salieron corriendo, pero ella no alcanzó a escapar. Todo se derrumbó y fue alcanzada por unas es- quirlas que la hirieron y le quitaron su vida y sus sueños de ser enfermera”. “Lo último que le escuché fue “tía salgo un momento y ya vuelvo, le po- nes cuidado al arroz que deje en la coci- na. Jamás la volví a ver con vida”, dice Maria Florez entre lagrimas, y un rostro que refleja el dolor de la perdida de un ser querido por efecto de la guerra. Todo esto ocurrió en el municipio de Villa Rica, una localidad que no tiene más de cien años de fundada, pero que el pasado 2 de febrero vivió un acto te- rrorista que acabó con la vida de 7 per- sonas, dejó unas 90 viviendas averiadas, 10 más en perdida total, una manzana de 6 casas destruidas y una estación de policía que todavía no se levanta. Ricardo y María desde ese atentado no pueden conciliar un sueño tranquilo, cualquier ruido les trae a la memoria la mañana en la que su pueblo se vio afec- tado por ese acto terrorista. El pueblo desde ese día no volvió a ser el mismo, relatan sus habitantes; que la gente se acuesta a dormir temprano, salen poco, la alegría fue cambiada por el miedo, ya nadie quiere sentarse en la tienda a tomarse unas cervezas. Los rumores de un nuevo atentado en las es- cuelas y el parque aumentan con el paso del tiempo y crece la incertidumbre en una población que ya no vive en paz. En otro punto apartado del Cauca que ha sufrido gran número de hostigamientos vive Amparo, una mujer a la que el con- flicto le cambió la vida y su forma de ver las cosas. “Hoy, con la ausencia de mi hija, una niña que sufría macrocefalia y murió por una crisis que sufrió tras los hostiga- mientos, sólo me queda pensar que debe estar en un lugar mejor y me da valor para sacar adelante a sus otros hermanos, que les toca aun vivir en medio de esta gue- rra”. Juan Pablo, un menor de 8 años es uno de esos niños; un pequeño que ríe, juega como cualquier otro y en su mirada refleja la mirada de todo infante que sueña y no comprende muchas de las cosas que suce- den a su alrededor. Con una risa que no se la borra ni si- quiera con el recuerdo de la muerte de su prima, no tiene problema en contar que cuando grande, aspira ser piloto. La razón “Me encantan esos aviones de guerra, son grandes, y tienen mucho poder”. Juan Pablo, un niño que odia las mate- máticas, pero le encanta el español y dibu- jar vacas y paisajes de su pueblo sin tener certeza sobre el conflicto que lo rodea. “Sueño con muchos entierros, ataúdes, pero eso no me da miedo”, cuenta. En un relato que bien puede ser de un adulto relata cómo en su escuela, que cuenta con más de 20 estudiantes, se res- guardan a la hora de los atentados y cómo toda esa logística del llamado plan de con- tingencia les resulta muy chistosa a sus compañeros. “A nosotros nos llevan a un salón donde nos reúnen a todos, y lo bue- no es que nos salvamos de clase, mientras jugamos y esperamos que pasen los dis- paros”. Juan Pablo, Mildred, Asdrúbal, Ampa- ro, Lorena, Melba, y cada una de las per- sonas de estas historias, son el rostro de un conflicto que va más allá de la pelea entre las Farc y las Fuerzas Armadas, por- que son el retrato de los actos demenciales perpetrados contra la sociedad civil, en medio de un conflicto armado que poco o nada tiene que ver ellos, pero tienen que pagar el precio porque es en su territorio donde se dan estos hechos. El Cauca es un departamento más del país que requiere la intervención estatal, no sólo en seguridad sino en inversión social, en asistencia psicológica; su gen- te vive con miedo y nervios porque han sido el blanco de una guerra que esta desbordada, no distingue raza, edad ni sexo, pero ha llevado a esta zona de Co- lombia a ser una de las que más víctimas de sangre le ha entregado al país en el pasado, en este presente y, posiblemen- te, en el futuro. “Un día llegará la paz, eso lo sé” UNO NO SE ACOSTUMBRA A SU AUSENCIA Amparo continúa con su vida, a pesar de haber perdido a su hija. E ntidades como el ICBF y los centros médicos han aumentado su atención por consultas de ayuda psicosocial a quienes vienen siendo afectados por los ataques. prende y puede terminar por quitarte la vida. Recorrer las calles resulta ser una ex- periencia excitante, se siente en unos lu- gares el terror de sus pobladores, la ten- sión por caminar sin libertad, sin saber en qué momento inicia un hostigamien- to; si puede caer un ‘tatuco’ en el patio de tu casa, dejando a su paso víctimas, heridos, desplazados, como la principal secuela de una guerra en el Cauca, que parece no quiere dar tregua y mucho me- nos marcharse. “Nosotros ya prácticamente nos acos- tumbramos a escuchar los disparos, a vi- vir en medio de los ‘tatucos’, y saber que de un momento a otro puede explotar un carro bomba, y podemos correr peligro; por eso ya sabemos qué hacer y nos des- plazamos a sitios seguros, les dejamos todo abandonado para que libren su gue- rra”, dijo Andrea.

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Informe especial en el departamento del Cauca.

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Las Farc han emprendido una escalada terrorista en el país, en la que entre los más afectados están los municipios del norte de este departamento. El PERIÓDICO DE BOGOTÁ recorrió las poblaciones que están

atrapadas por el miedo y que parecen pueblos fantasmas.

Secuelas de la guerra en Cauca

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“ Ya nos acostumbramos a escuchar disparos, a vivir en medio de los ‘tatucos’, y a que de un momento a otro explote un carro bomba. Ya sabemos qué hacer, les dejamos todo abandonado para que libren su guerra”, dijo Andrea.

Los pobladores insisten que con mayor inversión social podría atacarse la guerra de la que son víctimas.

Luz Carime [email protected]

En la imponente cordillera del norte del Cauca, esa que se asoma a lo lejos y que para muchos integrantes de la gran urbe es desconocida, se está librando una ba-talla sin tregua entre las Farc y la Fuerza de Tarea Apolo del Ejército, que quiere cerrarle su accionar a los terroristas, que se niegan a ceder un centímetro del que para ellos es su territorio.

En la plaza principal de los munici-pios del Norte del Cauca, esos que se cruzan con la impactante montaña, que han sido testigos de la lucha frontal y del conflicto armado de ese departamento, el temor es visible, la gente no lleva una vida normal y siempre están a la espera de un nuevo enfrentamiento que descen-derá desde la altura para arrebatarle la vida a sus pobladores.

Un lunes, que bien puede ser el día más movido para una población por ser el inicio de semana, las vías principales se encuentran solas, la Iglesia no abre sus puertas, las vías que conectan la Al-caldía con el parque central, permanecen cerradas y fuertemente custodiadas. “Así evitan que las entidades principales su-fran atentados”, menciona Andrea, una trigueña de 40 años, quien ha tenido que ver cómo su municipio se acostumbró a vivir en medio del conflicto.

Aunque las medidas de seguridad han aumentado, se pudo detectar que los gue-rrilleros bajan de la montaña y se pasean, como diría el dicho popular, “como Pe-dro por su casa”, eso sí, sin camuflado. Aunque son pocos, Andrea los reconoce y los identifica como milicianos y para salir viva de la guerra, prefiere mantener en secreto la identidad de los guerrilleros y tan sólo advierte a los foráneos de su presencia y del peligro que estos repre-sentan.

Lamentablemente, recorrer los mu-nicipios de este departamento deja al descubierto las fallas de seguridad e in-tervención del Estado; sus pobladores se han acostumbrado, si es que se le puede llamar así, a vivir en medio del conflic-to, ese que en cualquier momento te sor-

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Melba es una de las mujeres que engro-sa la lista de desplazados, que escapan de su lugar de origen para salvar su vida y velar por el cuidado de sus hijos. Vi-vía hasta hace 5 años en el municipio de Florida, Valle, y tuvo que irse a vivir al norte del Cauca porque iba a perder a sus dos hijas de 10 y 14 años.

“Pilas que a sus hijas el comandante les está echando el ojo para llevárselas”, con esas palabras que un vecino le dijo a Melba la obligó a irse del lugar donde vivió durante años.

Pero esto no es lo único que ha te-nido que sortear Melba. La semana pa-sada un cilindro bomba cayó cerca a la escuela donde estudian sus hijas.

“Ese día yo no podía salir de mi casa por las balas, mientras mis hijos estaban resguardados por el temor en la escuela; un ‘tatuco’ les cayó cerca pero no les pasó nada. Mi hija mayor desde ese día no puede dormir”.

En guerraOtra historia es la de Asdrúbal Guerra, un docente que reclama apoyo del Gobierno tras declararse perse-guido por los grupos ilegales; relata que se ha salvado tres veces de morir.

“Yo vengo de Argelia, un municipio que tiene presencia de diferentes gru-pos; precisamente estos hombres co-menzaron a solicitar una vacuna de 200 mil pesos”, dijo el profesor Asdrúbal.

Desde ese momento este líder del grupo de maestros de su municipio, co-menzó a ser extorsionado, dice él, por ‘los rastrojos’ y tuvo que abandonar su pueblo.

“Fueron tres veces que atentaron contra mi vida; la última de la que fui víctima por poco acaba conmigo; ingre-saron a mi casa, yo salté por una terraza y pedí protección donde los vecinos; me preocupaba mi familia, pero ellos sólo me querían a mí; en este hecho in-tervino el personero, la policía y con su ayuda salimos vivos, dejando la casa y las cosas, el pueblo que nos vio nacer y al que no podemos volver”.

INFANCIA AMENAZADA POR LA INSURGENCIA

Aprendiendo a vivir con el miedo

Los niños se han convertido en el blanco de los grupos ilegales para ser reclutados.

María Florez y el retrato de Mildred, su sobrina de sólo 18 años muerta en un atentado.

Ricardo, paralizado por las esquirlas de una bomba, quiere recuperar su vida.

Lorena es una madre de familia que con ayuda de los cabildos indígenas lo-gró rescatar y arrebatarle a la guerrilla a su hijo de 10 años, que había sido re-clutado por las Farc.

“Eso es una cosa de siempre en esta región. Ellos hicieron una toma del pue-blo en la que el niño desapareció, yo es-taba en Cali; cuando llegué, creí que es-taba con unos familiares, pero alguien me dijo que el niño estaba en la parte alta, con la guerrilla”, relató.

Creyendo que había sido reclutado, esta madre cabeza de familia supo que su hijo se fue por explorar la experien-cia de estar en la guerrilla.

“De inmediato me di a la tarea de bus-car en los cabildos indígenas y como a ellos los respetan mucho, nos metimos hasta el sitio donde estaban concentra-dos; ahí hablamos con el comandante,

quien me dijo que el niño se presentó por su decisión y dijo que no lo quería retener; las caminatas lo aburrie-ron y el niño regresó conmigo”.

SecuelasRicardo se sumó al listado de las personas víctimas de la violen-cia que tuvo que correr

con su familia para escapar a la explo-sión en la estación de Policía de Villa Rica; lo único que recuerda es su grito: “Es una bomba”.

Corrió pero no alcanzó a llegar a su casa. “Sentí que salí volando y pensé que me iba a morir”.

El terror se apoderó de su vida, la ex-plosión le quito a su tío de 54 años, que dormía en ese momento. “Uno no cree que eso esté pasando, parece mentira. Pero después de unas horas te das cuen-ta de que es realidad”, dice Ricardo, hoy en silla de ruedas y con la esperanza de volver a caminar muy pronto.

A menos de 10 metros de la estación de Policía, la casa de María Flórez no recibió el impacto de la onda expansiva, pero sí guardan un luto grande, debido a que el atentado les arrebató a su sobrina de 18 años.

En la primera explosión que escuchó

desde su habitación, pensó que se tra-taba del estallido de una llanta, pero un grito la hizo caer en cuenta que era algo más. Recuerda que escuchó una voz que dijo “Es una bomba”. Se vivieron momentos de pánico, pero el dolor más grande llegó cuando les reportaron que su sobrina Mildred Melo estaba muy grave. Murió horas más tarde.

“Uno de los cilindros bomba cayó cerca de la casa de Leonor, una vecina donde estaba reunida mi sobrina con sus amigas; todas salieron corriendo, pero ella no alcanzó a escapar. Todo se derrumbó y fue alcanzada por unas es-quirlas que la hirieron y le quitaron su vida y sus sueños de ser enfermera”.

“Lo último que le escuché fue “tía salgo un momento y ya vuelvo, le po-nes cuidado al arroz que deje en la coci-na. Jamás la volví a ver con vida”, dice Maria Florez entre lagrimas, y un rostro que refleja el dolor de la perdida de un ser querido por efecto de la guerra.

Todo esto ocurrió en el municipio de Villa Rica, una localidad que no tiene más de cien años de fundada, pero que el pasado 2 de febrero vivió un acto te-rrorista que acabó con la vida de 7 per-sonas, dejó unas 90 viviendas averiadas, 10 más en perdida total, una manzana de 6 casas destruidas y una estación de policía que todavía no se levanta.

Ricardo y María desde ese atentado no pueden conciliar un sueño tranquilo, cualquier ruido les trae a la memoria la mañana en la que su pueblo se vio afec-tado por ese acto terrorista.

El pueblo desde ese día no volvió a ser el mismo, relatan sus habitantes; que la gente se acuesta a dormir temprano, salen poco, la alegría fue cambiada por el miedo, ya nadie quiere sentarse en la tienda a tomarse unas cervezas. Los rumores de un nuevo atentado en las es-cuelas y el parque aumentan con el paso del tiempo y crece la incertidumbre en una población que ya no vive en paz.

En otro punto apartado del Cauca que ha sufrido gran número de hostigamientos vive Amparo, una mujer a la que el con-flicto le cambió la vida y su forma de ver las cosas. “Hoy, con la ausencia de mi hija, una niña que sufría macrocefalia y murió por una crisis que sufrió tras los hostiga-mientos, sólo me queda pensar que debe estar en un lugar mejor y me da valor para sacar adelante a sus otros hermanos, que les toca aun vivir en medio de esta gue-rra”.

Juan Pablo, un menor de 8 años es uno de esos niños; un pequeño que ríe, juega como cualquier otro y en su mirada refleja la mirada de todo infante que sueña y no

comprende muchas de las cosas que suce-den a su alrededor.

Con una risa que no se la borra ni si-quiera con el recuerdo de la muerte de su prima, no tiene problema en contar que cuando grande, aspira ser piloto. La razón “Me encantan esos aviones de guerra, son grandes, y tienen mucho poder”.

Juan Pablo, un niño que odia las mate-máticas, pero le encanta el español y dibu-jar vacas y paisajes de su pueblo sin tener certeza sobre el conflicto que lo rodea. “Sueño con muchos entierros, ataúdes, pero eso no me da miedo”, cuenta.

En un relato que bien puede ser de un adulto relata cómo en su escuela, que

cuenta con más de 20 estudiantes, se res-guardan a la hora de los atentados y cómo toda esa logística del llamado plan de con-tingencia les resulta muy chistosa a sus compañeros. “A nosotros nos llevan a un salón donde nos reúnen a todos, y lo bue-no es que nos salvamos de clase, mientras jugamos y esperamos que pasen los dis-paros”.

Juan Pablo, Mildred, Asdrúbal, Ampa-ro, Lorena, Melba, y cada una de las per-sonas de estas historias, son el rostro de un conflicto que va más allá de la pelea entre las Farc y las Fuerzas Armadas, por-que son el retrato de los actos demenciales perpetrados contra la sociedad civil, en

medio de un conflicto armado que poco o nada tiene que ver ellos, pero tienen que pagar el precio porque es en su territorio donde se dan estos hechos.

El Cauca es un departamento más del país que requiere la intervención estatal, no sólo en seguridad sino en inversión social, en asistencia psicológica; su gen-te vive con miedo y nervios porque han sido el blanco de una guerra que esta desbordada, no distingue raza, edad ni sexo, pero ha llevado a esta zona de Co-lombia a ser una de las que más víctimas de sangre le ha entregado al país en el pasado, en este presente y, posiblemen-te, en el futuro.

“Un día llegará la paz, eso lo sé”UNO NO SE ACOSTUMBRA A SU AUSENCIA

Amparo continúa con su vida, a pesar de haber perdido a su hija.

Entidades como el iCBF y los centros médicos han

aumentado su atención por consultas de ayuda psicosocial a quienes vienen siendo afectados por los ataques.

prende y puede terminar por quitarte la vida.

Recorrer las calles resulta ser una ex-periencia excitante, se siente en unos lu-gares el terror de sus pobladores, la ten-sión por caminar sin libertad, sin saber en qué momento inicia un hostigamien-to; si puede caer un ‘tatuco’ en el patio de tu casa, dejando a su paso víctimas, heridos, desplazados, como la principal secuela de una guerra en el Cauca, que parece no quiere dar tregua y mucho me-nos marcharse.

“Nosotros ya prácticamente nos acos-tumbramos a escuchar los disparos, a vi-vir en medio de los ‘tatucos’, y saber que de un momento a otro puede explotar un carro bomba, y podemos correr peligro; por eso ya sabemos qué hacer y nos des-plazamos a sitios seguros, les dejamos todo abandonado para que libren su gue-rra”, dijo Andrea.

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otáUNA MULTITUD DE CONFLICTOS DEvASTAN A LA REGIÓN

La guerra del narcotráfico ha lanzado a la miseria a millones de desterrados, desaparecidos, asesinados, niños, hombres y mujeres.

La sombra del narco y la droga reinan en el Cauca

Los ataques de la guerrilla han destruido a Villa Rica y sus habitantes aún esperan la reparación por parte del Gobierno.

Luz Carime Hurtado [email protected]

EL NORTE DEL CAUCA CENTRO DE PRODUCCIÓN DE DROGA

El corredor de la muerte Farc y Bacrim están aliados para delinquir

Los constantes ataques han convertido a los pueblos del

Cauca en sitios fantasmas en los que ya nadie quiere vivir

por el miedo.

Los recientes ataques de la guerrilla están concentrados en recuperar una zona clave para producir y sacar cocaína. Según fuentes de inte-ligencia militar, el recrudecimiento de las acciones armadas tendría que ver, además, con el afán de las Farc de sacar de la zona un gran cargamento de base de coca, que tienen represado en la montaña.

En el corregimiento de El Palo, los ataques son “el pan de cada día”; la guerrilla, desde las viviendas en las montañas aledañas, dis-para contra el casco urbano y las tropas. A eso se le suman la ma-cabra lluvia de ‘tatucos’, mientras la dureza del conflicto se acentúa por la capacidad de las Farc para moverse entre la población civil.

A esto se agrega la ya identificada alianza entre las Farc y las bandas criminales de la región para mover el negocio de las drogas, como lo confirmó el comandante de la estación de Policía en el mu-nicipio de Villa Rica.

“A las Farc, el Ejército les está cerrando mucho las vías por donde trafican, al punto que es claro que hacen uso de milicias urbanas de las bandas criminales para mover la droga que producen. Ésta ha sido y será su sustento; sin la droga pierden el dinero para comprar insumos y víveres, lo cual los pondría en crisis”, dijo el uniforma-do.

El general Miguel Pérez Guarnizo, comandante de la Tercera Di-visión del Ejército, confirma que defender esos corredores utilizados por el Sexto frente de las Farc ante la ofensiva que el Ejército ejecuta en la región, fue la causa del reciente ataque a Caloto.

“Este sector es de suma importancia para la guerrilla, porque les permite controlar zonas de cultivos de coca, transportar insumos para elaborar alcaloides, mover armas y alimentos para la manu-tención del frente y, a la vez, es un corredor de movilidad entre las cordilleras Occidental y Central”, indicó.

La creación de la Fuerza de Tarea Conjunta Apolo, una de las tres que entraron en operación en los últimos seis meses en el surocci-dente del país, busca bloquear el accionar guerrillero.

Santiago Cárdenas es un hombre de 50 años. Su vida ha estado marcada por la constan-te de la violencia. Hace 25 años salió de su Huila natal huyendo de las balas. Ahora pasa por lo mismo, su hogar está empotrado en una de las poblaciones del Cauca afecta-das por los múltiples hostigamientos de las Farc.

Con tristeza recuerda que “a nuestra fa-milia la guerra le arrancó su hogar; ese don-de compartíamos el pan, las experiencias del día, los sueños, la ternura de los gestos de un niño; atrás quedó la tierra trabajada”. Con este relato, Cárdenas recuerda el día que dejó su casa, tras la frecuente amenaza de los ilegales que querían obligarlo a cul-tivar droga.

En un afán por salvar la vida, hoy vive el conflicto en un lugar del norte del Cauca. Se gana la vida trabajando para uno de los hacendados, en una zona que tampoco es esquiva a la guerra; ahora no sólo le hace el quite a los atentados sino también a los arsenales abandonados por los subversivos.

“Yo no sé qué se pelean acá; dicen que son las rutas de la droga, pero nosotros siempre resultamos afectados. A mi hijo en la escuela lo preparan para sobrevivir a los ataques, en muchas ocasiones nos toca des-plazarnos por días, mientras todo vuelve a la calma, con el riesgo de perder nuestras cosas por dejar abandonadas las casas”, re-lata Cárdenas.

Secuelas de ataques“Volver a casa es un desafío, muchas ve-

ces nos encontramos en el camino eso que llaman ‘tatucos’, que quedaron sin estallar pero que se tardan mucho tiempo en retirar, hay gente que encuentra granadas y no las entrega al Ejército”.

Precisamente, el personero de Caldono, Carlos Arias, alñertó sobre las huellas que está dejando la guerra, sobre todo en los ni-ños.

“Tenemos un promedio de 500 solicitu-des de atención psicológica en dos días. Los niños no quieren ir a estudiar, no quieren sa-lir de su casa, están azotados, no duermen, no comen. Este conflicto les esta afectando seriamente las condiciones de vida”.

Arias denunció que hay mucho cam-po minado en la parte alta del pueblo. “La guerrilla deja en los caminos cilin-dros de 40 libras o armas que pueden es-tallar en cualquier momento, esto se re-gistra en la vereda Villa Chica y aunque se ha coordinado con el Ejército, esta es la hora que esos artefactos siguen ahí”, dijo el personero y reveló un dato ma-cabro.

“Los niños, que desconocen de qué se trata esto, le tiran piedra y pueden causar en cualquier momento una explosión”.

“Es evidente que nuestra vida cotidia-na es el objetivo inmediato de la guerra y así nos toca seguir despertando, con el miedo a los ataques y siempre estando listos con un poco de ropa para salir y salvar nuestras vidas” recordó Santiago Cárdenas.

Sobre las calles de cada uno de los pueblos del Cauca se guarda la memoria viva de una tierra sumergida en la clan-destinidad, con miles de niños que ca-minan por estas calles hacia la escuela. Atrás quedan las horas de hostigamien-tos que han mutilado sus sueños.

En el Cauca convergen todos los problemas, aumenta la minería ilegal, su territorio

se disputa entre la guerrilla y las Bacrim, que aumentan el desplazamiento de una población víctima del conflicto.

“Hay mucho campo minado en la parte alta, la guerrilla deja en los caminos cilindros de 40 libras a los que los niños les arrojan piedras sin saber el peligro que corren. El Ejército tarda mucho tiempo para desactivarlos o los deja ahí”, Carlos, personero de Caldono.

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Cauca se debate en medio de diferentes problemas: la defensa de su identidad, la autonomía de las comunidades indígenas, los enfrentamientos por la tierra y la lucha contra la pobreza; conflictos armados por la presencia de guerrilla, paramilitares, organi-zaciones de delincuencia con participación de ex desmovilizados; cultivos ilícitos que han aumentado de un año a otro.

Su ubicación geográfica ha sido definitiva en la lógica de la confrontación armada y estraté-gica para los actores armados; siendo primordial para el tráfi-co de armas y droga; el clima es apropiado para los cultivos ilíci-tos y la producción de recursos naturales es destacada.

Presencia de ilegalesLas Farc y el Eln aparecieron en el departamento, más para re-fugiarse que para adelantar ac-ciones armadas. Paralelamente, surgieron los cultivos de hoja de coca, cuyo auge desvertebró la condición social de un pueblo.“La droga introdujo efectos negativos a nivel social, particular-mente en la estructura agraria debido a que muchos campesinos pobres y sin perspecti-vas económicas, se vendieron para sembrar-la y comercializarla”, señaló Armando, uno de los pobladores.

Esta disputa por los corredores de la droga es el origen de otros hostigamientos, incur-siones y actos de terrorismo registrados en municipios como Corinto, Miranda, Toribío

POBLACIÓN CIvIL ES BLANCO DE ATENTADOS

El desplazamiento aumenta cada vez más por consecuencia de los ataques guerrilleros.

atentados terroristas

El 2 de febrero de este año, guerrilleros de las Farc atacaron la estación de policía de Villa Rica.

Asesinaron a 4 policíasEn Argelia, 4 policías murieron y 3 resultaron heridos luego de que las Farc atacaran la estación de Policía, el 8 de junio de 2011. El hecho lo perpetraron con granadas y cilindros bomba.

El Eln atacó en PopayánLas autoridades aseguraron que el carro-bomba detonado el 20 de junio en Popayán fue una acción violenta del Eln. Murió una perso-na, quedaron heridos dos policías y cinco civiles.

Estallaron chiva en ToribíoEl 9 de julio de 2011, en día de mercado, las Farc detonaron un camión escalera cargado con 14 cilindros bomba, en el parque de Toribío. La mitad del pueblo fue afectada, hubo cuatro muertos.

Muerte en PiendamóUn civil muerto y 3 policías heri-dos dejaron el ataque perpetrado por las Farc, el 6 de noviembre de 2011, en Piendamó. Los guerrille-ros lanzaron cuatro cilindros bom-ba desde una camioneta.

Atacaron en Villa RicaEl 2 de febrero, guerrilleros de las Farc atacaron la estación de Po-licía de Villa Rica con cilindros cargados de explosivos. Murieron 7 uniformados y 42 personas que-daron heridas.

Triciclo-bomba El 8 de febrero las Farc preten-dieron realizar un atentado contra la estación de Policía de Miranda (Cauca) con un triciclo cargado con 60 kilos de R1. Los uniforma-dos neutralizaron el ataque.“La droga

introdujo efectos negativos, sobre todo en la vida de los campesinos”, Armando.

y Caldono, que han convertido al Cauca en el epicentro del conflicto armado.

El norte del departamento es una zona es-tratégica para la guerrilla desde hace cinco décadas por su ubicación geográfica y sus corredores de comunicación hacía la Costa Pacífica, el Valle del Cauca y la región del suroccidente, cerca a la frontera con Ecua-

dor, donde las Farc también tie-nen presencia.

Analistas del conflicto armado coinciden en que el bloque Occi-dental, que se reparte entre Cau-ca y Nariño, es la estructura más fuerte de las Farc en la actuali-dad, luego del debilitamiento del bloque Oriental, otrora el más re-presentativo y numeroso.

Debido al dominio de las cum-bres y faldas de las montañas que los cubren, la Fuerza Pública aún no ha podio ganarle el pulso a las Farc en esta zona.

La esperanza“Vivo para ver el día en que ellos aparez-can”, concluyó Armando, campesino que labra la tierra de esta región desangra-da por la violencia. La incertidumbre ha hecho mella: lo que queda de su familia está separándose. Su madre ya murió, los niños se enfermaron, otros parientes han caído en una depresión profunda, y él está a punto de la bancarrota en sus intentos de hallar una mejor condición de vida para los suyos.

“Ha pasado mucho tiempo, pero ni un

sólo día he dejado de buscar”, dice. La es-peranza, explica, es lo último que muere.

Lo que relata este administrador del campo lo refrendan los comerciantes de todo tipo de negocios, quienes también han salido perjudi-cados. Uno de ellos señala que “muchos cerra-ron sus locales y se fueron, no aguantaron el ritmo de los atentados y las amenazas. Los que

nos quedamos tratamos de resistir, pero es di-fícil, hay mucha presión. Y nadie quiere inver-tir” dice Marcela, propietaria de una tienda.

Basta visitar los pueblos para apreciar el im-pacto de la guerra. Allí se concentran un par-que, bares y restaurantes que antes vivían una época quizás no de esplendor económico pero sí de tranquilidad.

Marzo 13 de 2012www.elperiodico.com.co

Page 3: Informe Especial Cauca

Los niños están creciendo en el marco de una guerra que retrasa el desarrollo emocional y académico.

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otáALERTA POR IMPACTO PSICOLÓGICO

Este año ya fueron 33 los niños víctimas en hechos relacionados con el abandono de munición y los hostigamientos de la subversión.

En el Cauca los niños juegan con ‘tatucos’

Los niños convirtieron las municiones, que son abandonadas tras los enfrentamientos, en elementos de diversión y juego.

LA INFANCIA LA MÁS AMENAZADA

Cifras de víctimas inocentes

La comunidad indígena rechaza los actos violentos causados por los actores arma-dos en los territorios y sus consecuencias en detrimento de la vida.

El incremento del conflicto armado, expresión del recrudecimiento de una guerra que cada día cobra más victimas civiles y atenta contra los proyectos de vida de las comunidades, se ha eviden-ciado este año en 16 de los 42 munici-pios del Cauca, donde se han registrado acciones bélicas y confrontaciones. Vi-lla Rica, Caloto, Toribío, Corinto, Mi-randa, El Tambo, Argelia y Guapi son los municipios con más eventos de este tipo.

En estas acciones se han registrado un total de 56 civiles afectados direc-tamente; de ellas, 7 muertos: 6 en Villa Rica (una mujer, una joven, un niño y tres hombres) y otra víctima en Arge-lia; 49 heridos en Villa Rica, Miranda y Corinto. Unido a ello se registran innu-merables daños materiales y situaciones de zozobra en estas poblaciones.

Los niños han sido los de mayor afectación en hechos relacionados con el abandono de munición sin explotar y de las minas antipersona. Nueve meno-res se registran como víctimas directas; en la vereda Venadillo, municipio de Caloto, un niño murió por causa de la manipulación de un artefacto explosivo abandonado; en El Piamonte, un niño

y una niña de 9 y 11 años, respectiva-mente, se encuentran heridos por causa de una mina antipersonal; y en el Co-legio de Bachillerato Técnico Agrícola de Jambaló, tres niños de 10, 11 y 12 años de edad resultaron heridos por la manipulación de una granada en uno de los baños de éste establecimiento edu-cativo.

Registro de afectadosAdicionalmente, dos menores murieron en Villa Rica producto de la explosión de un “carrobomba” activado por las Farc; y según lo informó la comuni-dad, una niña de doce años fue herida en el abdomen en un hostigamiento de las Farc a la Estación de Policía en el Corregimiento El Mango, municipio de Argelia, el pasado 15 de enero; la me-nor que fue auxiliada por los habitantes del lugar, y llevada al siguiente día a re-cibir atención médica; fue señalada por la Policía, al igual que sus familiares y vecinos, de ser guerrilleros, por esto no se les permitió pasar por enfrente de la Estación, para ir al Centro de Salud.

Este contexto de guerra y violencia política contra la población civil, au-mentan también los homicidios a manos de asesinos a sueldo en el departamento del Cauca. Para el periodo 1º de enero al 20 de febrero, el Observatorio de de la Red por la Vida y los Derechos Huma-nos del Cauca ha registrado un total de 45 homicidios, cifra que comparada con el mismo periodo del año 2.011 muestra un incremento de 29 por ciento; siendo los centros urbanos de Popayán, San-tander y Guapi los más afectados.

Los anteriores hechos dan cuenta de los niveles de recrudecimiento del con-flicto armado y las graves afectaciones a la población civil y a los proyectos de vida que durante años las comunidades han venido construyendo, así como del aumento de la violencia política en el Cauca, que según las mismas víctimas han calificado de ser acciones que pre-tenden lograr el control de los grupos étnicos, sus culturas, sus procesos orga-nizativos y las zonas ambientales que centenariamente han cuidado con dedi-cación y esmero.

GOBERNANTES Y CABILDOS INDÍGENAS RECLAMAN MESA DE DIÁLOGO

Una apuesta por la Paz

secretario de Gobierno de Caloto, Jesús Arbey Martínez.

Manuel Rodríguez, director de la junta de acción comunal de El palo, Cauca.

Los cabildos indígenas y los gober-nantes del Departamento del Cauca expresaron su preocupación y aler-taron sobre la agudización del con-flicto armado en este inicio del año 2012.

“Esto ha traído consigo graves in-fracciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH), así como el in-cremento de la violencia política y social que se presenta en la región, de las cuales continúan siendo víc-timas indefensas las comunidades caucanas y sus organizaciones socia-les”, expresó el gobernador del Cau-ca, Temístocles Ortega Narváez.

El mandatario recordó que “entre el 1º de enero y el 20 de febrero de 2012, los 118 hechos que cons-tituyen vulneración del derecho a la vida, a la libertad y a la integridad, así como infracciones del principio de distinción contenido en las nor-mas del DIH”.

Propuesta de pazOtro llamado hizo el líder de uno de los cabildos indígenas de la región, quien reconoció el compromiso con la paz y planteó el siguiente llama-miento: “A los actores armados, a res-

petar las normas del DIH, fundamen-talmente, el principio de distinción, a no cometer actos indiscriminados de guerra con armas no convencionales en los que se afecta fundamental-mente a la población civil.

“Al Estado colombiano a garanti-zar el derecho a la vida de los ciuda-danos, así como a gestionar acciones políticas como los diálogos humani-tarios que minimicen los impactos de la guerra”.

A este último llamado se sumó el secretario de Gobierno de Caloto, Jesús Arbey Martínez, quien incluso ofreció las instalaciones de la Alcal-día para que ese diálogo se realice “Por nuestra parte consideramos que no caben más largas a la posi-bilidad de entablar conversaciones”. Y advirtió, “comprometemos nues-tra buena voluntad en coadyuvar a la construcción de un movimiento amplio por la paz en Colombia”.

La población del Cauca solo espe-ra que sus peticiones sean escucha-das, y que algún día puedan volver a vivir con la traquilidad que les ha sido arrebatada por los constantes enfrentamientos entre la guerrilla y las Fuerzas Militares.

El impacto psicológico en los

menores dificulta su aprendizaje y altera el estilo de vida en los niños.

Luz Carime Hurtado [email protected]

La comunidad exhorta a: órganos civiles,

instituciones, OnG defensoras de la vida, derechos Humanos y al pueblo colombiano, para que unan todos los esfuerzos posibles en la defensa de la vida y los derechos fundamentales de los niños.

Uno de los peores dramas de la pobla-ción en el Cauca, donde la violencia po-see todos los ingredientes de las pelícu-las de Hollywood, es el drama que viven los menores. Diversas poblaciones de este departamento se han convertido en un lugar en el que perecen y se quedan huérfanos cientos de niños.

Granadas en lugar de pelotas de fút-bol, rifles en lugar de muñecos, incluso, ‘tatucos’ en vez de carros. Estos son los juguetes que manejan cientos de infan-tes que conviven con el drama de la gue-rra en el Cauca.

Así lo denunció el personero de Cal-dono, Carlos Arias; “hay mucho campo minado en la parte alta, la guerrilla deja en los caminos cilindros de 40 libras o armas que pueden estallar en cualquier momento, esto se registra en la vereda Villa Chica”.

Lamentó que tras realizar la denuncia y aunque se ha coordinado con el Ejér-cito, “esta es la hora que esos artefactos siguen ahí, y es muy peligroso porque los niños que desconocen de qué se trata esto, le empiezan a tirar piedra y pue-den causar en cualquier momento una explosión”.

Infancia aterradaLa principal amenaza para los niños son las Farc, seguidas de bandas criminales y el Eln. El personero Arias señaló que el reclutamiento de me-nores “es una práctica sistemática por parte de los distintos grupos ar-mados ilegales”.

Denunció que la si-tuación se complica por el hecho de que “la fuer-za pública no ha tomado control de la zona rural y es ahí donde se está presentando la mayor amenaza para los me-nores, quienes resultan siendo los más vulne-rables para ser recluta-dos”.

Leonardo Benavidez, un docente de la locali-dad, dice que los niños cuyos padres cayeron víctimas de la guerra, mantienen “el odio y el deseo de venganza contra el que mató a sus papás”.

“Los niños se han convertido en tes-tigos de los asesinatos. Algunos de ellos se disputan con sus amigos, en los re-

creos de la escuela, para ver quién hace de guerrillero y quién de militar”, co-mentó el docente.

En el lugar donde existe un clima de violencia generalizado, donde abundan las balas perdidas y los ataques directos, es devastador el impacto psicológico en los menores y se complica su desarrollo adecuado, haciendo que en unos crezca la agresividad y en otros el temor por su seguridad.

“Los niños se vuelven a orinar en la cama, no quieren dormir solos por los nervios y por los altos niveles de es-trés,”, dijo Martha Parra, otra docente. “Ya no rinden en clase”.

¿Con qué sueñan los niños?Sebastián, a sus ocho años de edad, ha vivido un número no determinado de hostigamientos, es consciente de que su prima de 14, que sufría de macrocefalia, murió tras afrontar una crisis nerviosa por culpa de un hostigamiento, y aún así sueña con ser “piloto de los aviones de guerra”.

Con una gran sonrisa en su rostro, Se-bastián relata que le encanta montar en su bici, se cubre los ojos y en ocasiones le da pena seguir conversando; pero aún así no tiene inconveniente en confesar que le encanta ver la clase de español y odia las matemáticas tanto como la sopa.

Un niño un poco tímido, pero que sorprende con el diálogo de un adulto, cuenta qué es lo que más lo hace feliz: “me encanta dibujar las vacas, pero más los perros, el campo y todo lo que veo donde vivo”.

En esa guerra, que él no quiere ni tampoco entenderá, porque le tocó vivir en medio de ella, cuenta como una gran haza-ña que no le dan miedo las balas. “A mí no me asustan los disparos, tampoco ver los avio-nes, lo que sí me aburre es cuando nos toca salir de casa y reunirnos con un poco de gente hasta que pase la guerra”.

Y relata sin miedo y hasta con gracia que “en la escuela, cuando comienzan los dis-paros, los profesores nos meten debajo del puesto, cuando se ponen las cosas pesadas nos reúnen a todos en un salón hasta que todo pase”.

Sebastián, con una gran sonrisa, me dice con picardía: “¿Sabe qué quiero ser cuando grande? Un piloto de esos aviones de guerra que pasan por acá y espantan las balas”. También comentó que sueña con esas aeronaves pero en-tre esa aspiración se cruza la que consi-

dero es la mayor secuela de la guerra.“Yo me sueño montado en esos avio-

nes, volando por todo el campo, aunque también sueño mucho con entierros y ataúdes, no sé por qué”. Cuando relató esto parecía casi una pregunta para mí, quizás para entender por qué sus sueños no son iguales a los de otros niños.

Después de eso, Se-bastián no quiso conver-sar más, volvió a tomar su bicicleta y corrió para

seguir el juego con sus otros dos primi-tos, unos niños de 4 y 6 años con quie-nes se divierten en el patio de su casa, ese mismo que en los últimos días, al igual que otras zonas del pueblo, ha sufrido los hostigamientos de la gue-rrilla.

Salimos de su casa y sólo se escu-chaban las risas de unos infantes que jamás entenderán por qué les toca vivir en medio del conflicto y ser cómplices del juego de la guerra.

El aumento de las acciones de la guerrilla ha causado gran temor y desplazamiento en las poblaciones ubicadas en la alta montaña del Cauca.

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Marzo 14 de 2012www.elperiodico.com.co